J. M. García Las Marismas de Lebrija. 2 La actividad principal Si, como afirman los historiadores, el presente es el resultado de la combinación de unas circunstancias históricas, la situación socioeconómica y política de nuestro país puede ser un buen ejemplo de ello. La actuación desalmada de unos ejecutivos financieros implacables y avaros, acorazados en sus rascacielos; más la actividad trapacera y ruin de altos cargos institucionales, que utilizan la confianza de los ciudadanos para sus insaciables ansias de poder y de dinero, sumadas a la acción embaucadora de políticos corruptos reacios a abandonar sus privilegios, serían solo algunos factores que nos han arrojado a la delicada situación en la que estamos. Solo dentro de muchos años, cuando estas circunstancias históricas hayan fraguado, y los que la escriban tengan perspectiva suficiente para hacer balance de pérdidas y ganancias sociales, sabrán nuestros descendientes, si se lo cuentan, a qué y a quiénes les deberán el bienestar o la desdicha que gocen y sufran. A pesar de la crisis, aquí en Lebrija, actualmente, a pesar de los recortes sociales, del desempleo en cifras de casi 4.000 personas, de las carencias y precariedades evidentes, el nivel de servicios públicos y de empleo se está manteniendo, aunque a duras penas, gracias a la enérgica actividad que despliega la agricultura. Al campo y a la industria agroalimentaria que abastece. Porque aunque las estadísticas puedan parecer otra cosa, la campiña y las marismas son las fuentes principales –no hay otras- de donde provienen, además de los ingresos de las explotaciones agrarias, la mayoría de los servicios de nuestro entorno. Transportes y talleres, bares y restaurantes, construcción, gestorías, seguros, industria de maquinarias y miles de empleos dependen de las tierras de la campiña y de las cerca de 15.000 hectáreas del Sector B-XII de las Marismas de Lebrija. Y de las cooperativas de servicios donde sus socios coordinan la explotación, transforman sus cosechas, comercializan y exportan sus productos. Se puede pensar que, si esto es así, será porque en el pasado se acometieron una serie de reformas para que así fuera. Y que si también es superior en cuanto al grado de desarrollo, si se compara con las poblaciones de los otros 11 Sectores del Bajo Guadalquivir, donde se hizo el reparto de tierras años antes que aquí, será porque las cosas se habrán hecho de distinto modo. Y tal desarrollo se ha llevado a cabo en una paz social increíble hace poco más de 40 años, cuando Edward Malefakis, Premio Internacional Elio Antonio de Nebrija por la Universidad de Salamanca, escribía que “la línea de separación entre los campesinos revolucionarios y los conservadores no hay que buscarla en el nivel de vida de unos y otros, sino en la ilusión de independencia que proporciona la propiedad de la tierra.” Ante esta realidad de Lebrija, donde casi toda la economía y sus consecuencias sociales giran en torno a la explotación del campo, cabe preguntarse cómo empezó todo esto del reparto de las marismas en parcelas de 12 hectáreas entre casi 1.200 trabajadores, de los cuales casi un 40% eran familias lebrijanas. ¿Cuándo y quiénes se plantearon por primera vez desecar las marismas plagadas de almajos y de pastos para el ganado donde cazaban y pescaban para alimentarse los vecinos de la zona? ¿Quiénes serían los primeros que soñaron con cultivar con riegos la enorme llanura a la izquierda del río? Quién se lo hubiera dicho a nuestros antepasados, cuando la marisma era un pastizal desierto que se inundaba cada dos por tres con las crecidas del río que ahogaba al ganado y la dejaba convertida en un fangar en los inviernos lluviosos, que los humedales plagados de mosquitos portadores del paludismo que mataba a centenares de criaturas se convertirían en tierras fértiles donde los espesos maizales alcanzan hoy en día casi tres metros de altura. ¿Se imaginarían estas llanuras de remolacha, de algodón y tomates los trabajadores del campo, los pequeños agricultores, los ganaderos, la gente de entonces que sobrevivía cogiendo caracoles, sacando del fango coquinas y pescando camarones, o segando juncos para las chozas y eneas para los asientos? Quizá lo soñaran alguna vez, viendo impotentes como sus seres queridos morían de hambre por no tener ni donde caerse muertos. Es probable que algunos obreros también soñaran, mientras abrían con palines los canales para el desagüe de aquellas tierras salitrosas y pegadizas, que sus nietos serían ahora propietarios de decenas de hectáreas de tierras de riego, o que sus bisnietos fueran hoy médicos, cirujanos prestigiosos, ingenieros y licenciados, profesores, ejecutivos de grandes bancos y empresas. Hay que remontar río arriba el cauce de la historia de nuestro pueblo para encontrarse con que ya en 1737, según recoge José Bellido Ahumada en ‘La Patria de Nebrija’, se cultivó maíz en regadío en el Rincón del Prado, la dehesa de 1.300 fanegas que estuvo mucho tiempo señalada para la cría de yeguas porque, “estimaron que su tierra era viciosa y criaba muchas malvas que hacían abortar aquéllas, y cebollinos que las emborrachaban.” El Gobernador de lo Militar y juez encargado de la cría y saca de caballos “concedió licencia al labrador y Regidor Martín Halcón de Cala para que sembrase en ella, por primera vez en el término de Lebrija, dos cahices de tierra de maíz en regadío con aguas del Guadalquivir, imitándolo al año siguiente otros muchos labradores, con lo que remedió en parte la calamidad producida por la sequía de aquellos años, pues aseguraban que se preparaban con el maíz unos guisos muy sabrosos.” De que la altura y la producción de aquellas primeras matas de maíz regadas con agua del río en algunos cachos de tierra debieron ser insignificantes, comparadas con la densidad verdosa y fresca de los maizales de ahora, no cabe la menor duda sabiendo, como bien saben los agricultores, que el maíz es una planta delicada para criarse en ambientes salinos. Como tampoco cabe duda del hambre que entonces manejaba la gente y del deseo vital de buscar la manera de quitársela. También soñarían con que aquellos ‘guisos muy sabrosos’ les llenara el estómago con más frecuencia, mientras espantaban a manotazos y con la humareda de las candelas de boñigas las nubes de mosquitos trasmisores de enfermedades y picazón. Primeros proyectos de desecación Quién se lo hubiera dicho, en 1.807, al teniente Coronel José Huete y al Teniente Antonio Ramón del Valle, cuando levantaban los planos del primer proyecto para poner en cultivo las marismas y abrir un canal navegable desde Tarfía hasta Lebrija. ¿Se les pasaría por la cabeza la fertilidad de estas explanadas de sembrados y la economía que mueven hoy cuando redactaban la memoria del proyecto que la invasión francesa paralizó? También soñarían esta realidad de hoy los socios de Santiago Bergonier y Ángel Calderón, cuando por Real Decreto del Regente del Reino le fue concedida el 17 de mayo de 1870 la autorización a la empresa que representaban “para llevar a cabo la desecación y saneamiento de las marismas que existen en la villa de Lebrija.” Y los jornaleros que trabajaron años antes en varias decenas de dehesas, entre las que estaban El Yeso, Merlina, Caño Travieso o Veta los Pardos, para dividirlas y ser vendidas por la Corona. Aquellas dehesas de pastos que estaban cruzadas por unos caños para el desagüe como el de La Gavia y Caño Nuevo, entre los que corría el Caño del Hambre, mandado a abrir por los criadores de ganado, “para remediar la necesidad de los trabajadores y desaguar el lucio de Lanzarón, que recogía los derrames de La Albina.” ¿Soñarían alguna vez aquellos obreros que nadaban en la miseria sin saber hacer la o con un canuto con estas “marismas” de ahora? Es muy probable que también lo soñaran, y lo temieran, muchos campesinos lebrijanos cuando Ángel Calderón y sus socios transfirieron en la primavera de 1877 sus derechos de concesión a otra poderosa Compañía, en cuyo Consejo de Administración estaban el político conservador Cánovas del Castillo, el liberal Sagasta y el ingeniero y dramaturgo Echegaray, junto a grandes banqueros como Urquijo que representaban a otros muchos inversores españoles y extranjeros. También ellos soñarían ilusionados con un proyecto revolucionario que les reportaría rédito político y económico, y también la satisfacción personal de algunos de haber colaborado para erradicar las calamidades y la fiebre amarilla e impulsar el desarrollo necesario, a la vez que la regeneración de un país ignorante y atrasado. El Director Gerente y mayor accionista de la Compañía que se hizo cargo de las obras era el millonario de origen hispano alemán Jacobo Zóbel de Zangróniz. Merece la pena transcribir algo de lo que el magnate firmaba el 11 de Octubre de 1877, el mismo día que el Gobernador inauguró ante su presencia el primer caserío para familias labradoras en una parcela de diez hectáreas, cuando su abogado consultor, el escritor de Adra Enrique Sierra Valenzuela, parece que trataba vanamente de convencer a los ganaderos y regidores lebrijanos del interés público y social del ambicioso proyecto. “La situación topográfica de las marismas de Lebrija es la más ventajosa para una importantísima explotación agrícola. Su productos tendrán una fácil extracción por dos vías de rápida comunicación: la fluvial y marítima, por medio de los vapores del Guadalquivir: la terrestre por el ferrocarril de Sevilla a Jerez.” “La importantes obras que se están ejecutando, aseguran la desecación completa. Un canal de circunvalación recogerá las aguas de las laderas. Tres canales de desagüe las verterán al Guadalquivir. Un sistema de acequias paralelas y normales al rio, completan el plan concebido por la Empresa, que hoy se halla en curso de ejecución. Los terrenos desecados, serán a propósito para toda clase de cultivos, como lo demuestran los análisis verificados y los ensayos de cultivo llevados a cabo en pequeñas porciones de las marismas de Lebrija. Las consecuencias de este proyecto en el desarrollo de la agricultura en la provincia serán beneficiosas en extremo. El establecimiento de la población rural cambiará la manera de ser actual del agricultor andaluz, en esta comarca. Al cultivo extensivo, sustituirá el intensivo; a las grandes propiedades, la parcela proporcionará los recursos al labrador; al cortijo aislado y deshabitado, el coto ‘acasarado’ habitado constantemente por la familia que lo cultiva; al jornal incierto, el trabajo asegurado; a la vida precaria del jornalero, el bienestar del propietario. El aumento de la población, de la producción y de la moralidad, que constituyen el aumento de la riqueza, son las consecuencias inmediatas.” El sueño contenido en estas líneas, el mismo que tenían algunos ministros ilustrados y liberales regeneracionistas, no se cumplió para el millonario farmacéutico y arqueólogo filipino afincado en Manila D. Jacobo Zóbel, ni alivió las ansias especuladoras de los accionistas. Tampoco sació la hambruna endémica de las familias lebrijanas que esperaban la mejora de unas tierras necesarias para su sustento porque a los problemas que se encontró la empresa le siguieron una serie de pleitos, litigios y apelaciones con el Ayuntamiento, debido a la negativa de la Empresa a pagar las contribuciones correspondientes y a realizar las obras tal como la Real Orden ordenaba. En la correspondencia entre las partes implicadas, nos encontramos con una carta del Gobernador al Alcalde de Lebrija con fecha 20 de octubre de 1877, que entre otras cosas dice: ‘Por la Empresa desecadora de las Marismas de su término se ha acudido a este Gobierno de la Provincia interesando que se dé orden a la Guardia Civil para que desaloje los terrenos comprendidos en el perímetro de desecación y de que está en posesión temporal dicha Empresa, de los ganados y gentes que las ocupan, empezando de esta manera dicha posesión, y, antes de adoptar las fuertes medidas de acudir a dicha fuerza, he acordado oficiar a Ud. a fin de que obligue a los dueños de los referidos ganados a que saquen de dichos terrenos, puesto que no tienen derecho para tenerlos después de las disposiciones dictadas por el Gobierno sobre este asunto.’ En este proyecto, como en todos los demás intentos fallidos, hubo problemas con los ganaderos desde el principio, cuando se empezaron las obras en 1870. Entretanto, la empresa de Ángel Calderón pedía una prórroga tras otra, hasta que le caducó la concesión, poco antes de vender la mayor parte de acciones de la empresa a Zóbel, sin abonar los impuestos acordados ni poner ninguna tierra en cultivo, por lo que el Ayuntamiento y la Hacienda volvieron a arrendar varias veces las dehesas a los ganaderos que aprovechaban los pastos amenazados por el proyecto. Entre los argumentos esgrimidos por los ganaderos de entonces ya estaban los que 50 años más tarde usarían sus herederos para negarse a la expropiación de 1930 por otra compañía: que la Dehesa Boyal estaba destinada para el aprovechamiento del común de los vecinos, y que para desalojar el ganado de las marismas exigían la condición irrenunciable de que la empresa concesionaria le proporcionara otra dehesa de las mismas características, lo cual era imposible debido a la falta de tal predio en el término de Lebrija. El interés general por desecar y poner en cultivo de riego las marismas cobró en aquellos años bastante empuje y apoyo de la Corona, como lo demuestra el hecho de que Alfonso XII, amigo de Zóbel, bajara desde Sevilla hasta Lebrija, el 1 de enero de 1878, para visitar la zona y apoyar el proyecto con su presencia, inaugurando la entrega de una parcela de diez hectáreas con su vivienda a una familia de labradores. Leamos la transcripción literal de la carta y el croquis que un escritor envió al periódico La Ilustración Española narrando su visita a Lebrija. DESDE LAS MARISMAS DE LEBRIJA A 1 de Enero de 1878 Sr. D. Abelardo de Carlos: Querido amigo: Henos aquí en medio de un pantano de siete leguas de circunferencia, cuya árida planicie se pierde en los confines del horizonte, dispuestos a dormir casi al raso y comer de lo que traigan nuestras alforjas, mientras que a dos brincos de esta soledad, en la hermosa Sevilla, que hasta en el invierno suele vestirse de primavera, solemnizan con múltiples festejos los alegres esponsales de un matrimonio de príncipes. Cuatro locos a caballo, un capitalista, un ingeniero, un labrador y uno que escribe letras, hemos atravesado la multitud gozosa, prescindiendo de toros y de cañas, de regatas y de carreras, de banquetes y de saraos, a que la ocasión convidaba propicia, nos hemos encaminado aquí, precedidos de un guarda octogenario, que desde hace medio siglo era el soberano de este desierto, a celebrar también un gran fiesta: la del consorcio de la tierra con el trabajo. Durante toda la vida del mundo, es decir, desde la víspera de la prehistoria, derrama frecuentemente el Guadalquivir sobre la llanura que le sirve de margen el exceso de sus aguas de invierno; y los montes vecinos, que a distancia le miran, imítanle a su vez cada año con el sobrante de sus lluvias, formando unos y otros la renombrada marisma que en setenta kilómetros cuadrados de extensión apenas si presenta un metro de desnivel. Esta inmensa charca, que han contemplado los hombres desde la montaña y desde el río, sin que una sola generación se decida a preguntar por qué está estéril y desierta, es la que sirve de campo a nuestra caravana y de objetivo a nuestro propósito. --- ¿A qué hemos venido aquí? El primero de los locos de que hablamos es un joven español oriundo de Oceanía, que lleva en sus venas sangre alemana revuelta con sangre criolla. Educáronlo sus padres en Madrid para que fuera español al volver al trópico, y educáronlo con tan buena fortuna, que no habiéndole dedicado a las artes ni a las letras, sino antes, por el contrario, a una carrera bien prosaica, al concluirla brillantemente se le vió formando parte muy principal en los círculos artísticos y literarios, así como en las academias y corporaciones sabias. Era casi un niño, y disfrutaba del aprecio y consideración de los ancianos. Era desconocido del vulgo, y lo conocían los hombres estudiosos nacionales y extranjeros. Volvió de Madrid al seno de su familia; allí sostuvo la vejez de sus padres hasta época reciente; heredó de ellos un buen caudal; acrecentólo con un feliz enlace, y dirigiendo la vista hacia el centro intelectual de su patria, donde quería que nacieran y se educaran sus hijos, buscó desde el primer momento ancho campo para su actividad y digno empleo para sus riquezas. La banca, el tesoro, la usura, Empresas industriales de diversa índole salieron a su paso, ofreciéronle pocas meditaciones y pingües ganancias; pero él, que sentía dentro de sí, más que los instintos de rico, los instintos del trabajador, no hizo caso de ninguna de aquellas empresas claras y fructuosas, y aceptó sin vacilar una oscura y problemática que otro loco tuvo ocasión de ofrecerle: la desecación y saneamiento de las marismas de Lebrija. Este segundo loco es un ingeniero. Dotado de gran capacidad, de reconocida ciencia y de un ardor inextinguible para el trabajo, había contribuido desde hace muchos años a la idea, iniciada por un compañero suyo, Bergonier, de preguntar a las bellas márgenes del Guadalquivir por qué eran pantanosas y estériles sus llanuras. Preguntárosenlo en efecto, y las aguas del río, que ya otra vez vestidas de Betis le habían hablado a un gran poeta, contestaron a los hidrómetras que se detenían allí porque nadie le proporcionaba un cauce natural para su curso. Buscáronselo al instante, y lo encontraron sencillamente sobre un pupitre de ingenieros. Un gran canal de circunvalación que desaguase en la parte baja del río, y otro u otros centrales que repartieran en su día aguas de riego a toda la extensión de la marisma, desecarían por el pronto y humedecerían después, con benéfica regularidad, aquellas magníficas tierras de sembradura. Nunca la ciencia y el hombre habían necesitado menos para conseguir un gran resultado. Puso, pues manos a la obra: trabajó, predicó, estimuló a las gentes que por sus recursos pudieran ayudarle, y con fortuna varia, hoy consideránse en posesión de los medios necesarios para el intento, mañana combatido por contrariedades y escaseces; con ilusiones una vez, desilusionado otras, aunque constante siempre en su tarea, halló al cabo de muchos años la feliz oportunidad de darle cima, no sin que sucumbiese en la lucha su compañero, ni sin que su fama de cordura vacilase en el concepto público. Tal es la historia de ambos poseídos. El ingeniero se llama Calderón; el empresario Zóbel. Seis meses después de este fortuito consorcio, en cuyo enlace parece que ha habido algo de provindencial, las marismas de Lebrija están secas; dos canales de desagüe, cuyo fondo y anchura permiten la navegación de barcas de transporte, miden ya diez y siete kilómetros de largo; cerca de ocho mil hectáreas de terreno se encuentran parceladas por acequias de regadío con sus esclusas, puentes y alcantarillas; cuatro mil hoyos abiertos reciben en esta misma luna de Enero plantones ya crecidos de diferentes especies arbóreas, que bordan los canales y los caminos; ocho casas de labor, en que la autoridad gobernativa de Sevilla puso la primera piedra en Octubre último, están a punto de ser habitadas por sus colonos, como vanguardia de trescientas que han de construirse en el año presente; una gran fábrica de ladrillos movida por vapor, alzará su civilizadora chimenea dentro de poco, anunciando a los pasajeros del Guadalquivir, con su penacho de humo, que la actividad y la vida reinan en el desierto; el arado moderno, con su potente vertedera, abre surcos alrededor de las casas, alumbrando y aireando por primera vez aquella tierra que, al recibir los rayos del sol y las ondulaciones del viento, se esponja y crece como quien pide semillas para fructificar; los bordes de los canales y de las acequias, por donde se ha filtrado el agua pantanosa, cúbrense en el momento de brillantes hierbecillas, cuyo lozano verdor contrasta con el tono ceniciento y negruzco de las vegetaciones muertas; ya suena la campana que ha de colgarse en la torre de la ermita; ya se oyen los cantos del labrador; ya pespuntean de noche su guitarra los carpinteros y albañiles que se reúnen en la tienda del que los provee de alimentos y fruslerías; ya la bandera española, que ondea sobre un mástil de la casa-administración, es saludada desde los buques por el comercio, que presiente un nuevo mercado; ya, en fin, el pueblo, con su admirable instinto, acosa a la Empresa para que le permita cuanto antes derramar su sudor y obtener frutos sobre la hace poco infecunda e inhabitable marisma. ¡Dichoso semestre el de que hablamos! Unos puñados de oro esparcidos con habilidad y expuestos a la ventura con desinterés, han bastado para producir esta milagrosa transformación. Todo cambia de aspecto repentinamente: la naturaleza agradecida parece como que se levanta a agasajar al hombre. Y el hombre será en aquellos sitios bien agasajado. Parcelas de a diez hectáreas cada uno, con su cerca de árboles y su preciosa casa habitación, convidan a los labradores de las diferentes comarcas de España a ensayar cultivo de los más valiosos. En los viveros de la Empresa hallarán desde hoy el naranjo, el algodón, la caña de azúcar, plantones de especies y semillas de todas clases. Nosotros por nuestra mano hemos sembrado palmeras, eucaliptus y olmos; la gracia, la abundancia y la fortaleza, en terrenos donde acababan de arraigar arbolillos frutales y plantas de jardín. Si el labrador es rico, esto es, si cuenta con algunos medios para establecerse, desde luego puede aspirar a propietario y a obtener para sí solo el fruto de sus tareas: si es pobre, la Empresa le facilitará los recursos indispensables para la labor y para el comienzo de su vida agrícola. En uno y otro extremo lo que se les exige es moralidad, familia y trabajo. La ley protege con medidas sabias estas inmigraciones: en veinte años deja libre de tributos estas tierras, y a los dos de trabajar en ellas, concede asimismo a los mozos la libertad del servicio de las armas. El clima, por último, es bonancible; las condiciones sanitarias, perfectas; el cielo, el de Andalucía; la posición, entre Sevilla y Cádiz; el camino para exportar, el Guadalquivir; dos vías férreas abrazan de Norte a Sur la nueva colonia; canales navegables la subdividen y agrupan: ¿puede pedirse más? He aquí, amigo D. Carlos, lo que estamos contemplando con nuestros propios ojos. A usted que es emprendedor, y que, como tal, ayuda las grandes obras por la vía de su excelente periódico, es a quien con más provecho pueden dirigirse estos apuntes. El croquis adjunto, que cubrirá con honra una de las bellas páginas de LA ILUSTRACIÓN, contiene los pormenores de la empresa que ese ideólogo, amigo nuestro, ayudado por las enérgicas y hábiles personas de que ha sabido rodearse, según veremos en ocasión oportuna, acomete y realiza entre el asombro de las gentes del país. Si al término de estas líneas hubiera de decirse que se emitían acciones u obligaciones para estas obras, nuestra cooperación pudiera considerarse interesada; pero cuando nada se pide a nadie; cuando todo se da con una largueza y abundancia de que apenas hay casos en esta clase de negocios; cuando el propio Monarca ha creído procedente distraer su atención por algunas horas de sus personales dichas para ocuparla en lo que, según su frase feliz, ha de ser también fiesta y dicha de estos pueblos; cuando de lo que se trata es de dirigir la atención y de estimular el ánimo de los poderosos hacia empresas que transformen la vida de nuestra patria, todos cumplimos con nuestro deber: Usted proporcionando medios de publicidad; nosotros dándosela a lo que sin disputa la merece muy grande. ¿Quiere Usted medir la importancia de esta Empresa por un dato histórico?--- A principios de este siglo un acaudalado banquero intentó desecar terrenos pantanosos en España. La muerte le sorprendió sin acometer la obra: pero el Gobierno del país, agradecido a solo el intento, otorgó al respetable jefe de la casa de Aguado el nobiliario título de Marqués de las Marismas. José de Castro y Serrano. --Texto al pie del croquis y dibujos del proyecto Las Marismas de Lebrija: Primera casería inaugurada por el Gobernador de la provincia de Sevilla, en 11 de Octubre de 1877, y habitada por una familia labradora el 1 de Enero de 1878.__ Plano arquitectónico de la primera casería.__ Aspecto de la parcela de diez hectáreas, correspondiente a la primera casería.__ Plano topográfico general de las Marismas de Lebrija y lugares adyacentes a ellos.__ Útiles de labranza apropiados al cultivo de las tierras desecadas.__ Inauguración oficial y colocación de la primera piedra en la Población Rural de Lebrija.__ Inauguración oficial de la esclusa del canal central de desagüe.__ Aspecto de las caserías en construcción y de las parcelas de terrenos correspondientes a las mismas. Por otra parte, mientras duraba el litigio entre la empresa, los arrendatarios y propietarios de las dehesas y el Ayuntamiento -parcialmente documentado en el Archivo Histórico Municipal de Lebrija- a la Alcaldía llegó otra propuesta, según escribe Manuel Pulido Matos: “En Julio de 1876, el ingeniero L. M. Stoffel en representación de la Gran Compañía Belga propone a la Corporación Municipal la concesión de las marismas lebrijanas y la inversión de seis millones de pesetas para la desecación, saneamiento, la puesta en riego de miles de hectáreas y la introducción de una agricultura moderna, con instrumental agrícola al vapor. La desidia municipal impidió el proyecto.” También debió soñar muchas veces y rebuscar entre los planos de aquellos proyectos un propietario lebrijano de 83 hectáreas de marismas, el ingeniero y geólogo Juan Gavala Laborde, antes de redactar el suyo y presentar en 1918 las memorias para desecar y sanear la margen izquierda del Guadalquivir. Y hablaría de ellos con otros labradores de Lebrija mayores que él, que asistieron a la entrega de la primera casa y parcela de manos del rey, mientras esperaba su aprobación hasta el 18 de Julio de 1928, cuando ya era accionista y el Ingeniero Director de la Compañía Las Marismas, fundada con capital francés en 1921. Soñaría bastante, sin duda alguna, durante los diez años que se llevaron los planos en el Ministerio de Fomento hasta que en la Gaceta de Madrid se pudo leer que “se aprueba la concesión de las obras en las marismas, y el presupuesto de contrata para las obras de desecación que ascienden a 7.698.482 pesetas, correspondiente a una extensión de 14.465 hectáreas, objeto de la desecación y saneamiento.” La subvención que “abonará el Estado para las obras será del 50%.” Se puede uno imaginar que, aunque todos los proyectos fracasaron por diversas razones técnicas y políticas, y por la sorpresa asoladora de las crecidas del río que arramblaron con las desecaciones, y también por la indolencia y la negativa de los terratenientes y la iglesia a sumarse a la revolución científica, agraria e industrial que acontecía en otros países como Francia, Holanda o Alemania, cada uno de aquellos intentos fallidos agrandaría en muchos lebrijanos el deseo de poseer una parcela de tierra en propiedad. Que vendría a potenciar la influencia que ya ejercía en los jornaleros el impulso revolucionario de los miles de campesinos que ocupaban fincas por toda Andalucía; que fortalecería las ideas socialistas, republicanas y anarquistas donde germinaba la esperanza, el deseo ansioso de superar su estado de atraso, de analfabetismo y penuria crónica. Se puede imaginar que se trataría de un anhelo irreprimible, del deseo insobornable de muchas familias humildes, de honestos funcionarios y técnicos, de ingenieros con vocación, de profesores amantes del conocimiento y del avance científico tantos años cohibidos en la oscuridad lúgubre y triste de la religión más ignorante y dogmática. Que sería un afán insaciable, un sueño que se hizo realidad para muchos hijos y nietos de aquellos trabajadores desesperados que ocuparon tierras a la fuerza, antes y durante la República. Unas expectativas cumplidas que acogieron con ambición las cerca de 1.200 familias cuando, justo 100 años después del fracaso del emprendedor industrial y políglota Jacobo Zóbel de Zangróniz, se comenzaba en diciembre de 1977 el reparto de las parcelas de Lebrija, dispuestas para el cultivo y el riego con agua dulce del río. ¿Pero, a quiénes pertenecían entonces las Marismas de Lebrija y las tierras de la campiña, en 1877, cuando los labradores y la Empresa de la desecación y saneamiento todavía andaban pleiteando antes de abandonar el proyecto encharcado en fango y salitre poco tiempo después?