Post Guerra 1939 45 08 18

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Post Guerra 1939 45 08 18
Guerra concluida, guerra comenzada La SI 18/08/45 p. 1-3
Rusia declara la guerra al Japón La SI 18/08/45 p. 3-4
Guerra concluida, guerra comenzada
La SI 188/45 p. 1-3
a) Cuando Mr. Roosevelt pocos días antes de morir, preveía el fin de la guerra en Europa, hacía declaraciones de las
cuales un detalle era interesante: “estamos –decía- en días lúgubres. Venceremos a Alemania en pocas
semanas más. Pero tenemos lo menos dos años de tragedia para vencer al Japón, que será indefectiblemente
subyugado”.
Mr. Churchill, en uno de sus discursos electorales, que le preparó la gran derrota plebiscitaria, hablaba así: Si yo fuese
derrotado, sería, por lo menos algo deplorable. Querría ello decir que el pueblo inglés mira como cosa secundaria la
guerra con el Japón, que es también nuestra guerra, y que durará, por lo menos, de uno a dos años”. en otras
varias declaraciones eran todavía más pesimistas, en cuanto a duración de la guerra, sus palabras.
El ministro de la guerra norteamericano, poseedor de todos los secretos sobre la preparación bélica de su país, alargaba
todavía el plazo que duraría, a su parecer, la guerra en el Extremos Oriente. Y todas las opiniones de aquellos políticos
aliados –anglos y norteamericanos- eran de la misma laya. Era, pues, unánime, en los amos de la guerra, la
opinión de que esta duraría por lo menos entre uno y dos años.
Sin embargo, la opinión de los políticos aparte, la realidad mostraría al hombre de la calle –y más todavía al
hombre de estudio- un próximo porvenir distinto. El hombre de la calle (y el estudioso con él) sabían que los aliados tenían
en Oriente más de tres millones de hombres en pie de guerra, además de tres millones de reservas usables a
cualquier hora; que en solo la forja de los alrededores de Calcuta, complementada por la de Australia, se obtenía
material de guerra en cantidades fantasiosas; que, instaurando las escuadras aliadas un cordón de buques de guerra
alrededor del Japón nacional, quedaba establecido un bloqueo total e insalvable, que traía la rendición nipona en pocos
meses, y todavía sin disparar un tiro. Es decir, la opinión de la calle y del laboratorio social nos decía que la guerra podía
concluirse en semanas, mientras los políticos, con rara unanimidad, discordaban en absoluto, especialmente Roosevelt y
Churchill, que indicaban, por lo menos, de uno a dos años de duración todavía.
¿Cuál era la causa de esa discordancia tan palpable? ¿Podía ser la corta vista y la ignorancia? ¿Fue ésta la causa?
A veces es así, lo cual no quiere decir que en este caso sea así. Se dan casos en que esa ignorancia de los Grandes es
tan grande, que los torna realmente chicos. Tenemos a la vista un ejemplo palpable.
Acabamos de recibir varias revistas americanas correspondientes a la muerte de Roosevelt, y vemos en ellas cosas tan
interesantes como las siguientes, que las agencias periodísticas nos hacían ver como al revés. En el 99% de
cinematógrafos norteamericanos, la noticia de la muerte del Presidente no ocasionó siquiera la interrupción de la función
ordinaria, por humorística que fuese. Se continuó la función como si nada hubiese pasado. Las manifestaciones públicas
fueron tan escasas y poco salientes, que pasó el día fatal como si nada hubiese acontecido aparte cosas oficiales, que no
cuentan popularmente. Leyendo lo que sucedió entiende cualquiera que la muerte de Roosevelt tenía lugar en Estados
Unidos exactamente como si hubiese muerto un político cualquiera del montón: repetimos, exequias y palabras oficiales
aparte. Aquel trágico suceso no movió duelo popular alguno, y las manifestaciones espontáneas no existieron. Algo
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desconcertante y casi inurbano.
En el exterior, las agencias norteamericanas armaban cada aparato que hacía crujir, acerca del “duelo
nacional”. Nada de ello. y puede afirmarse si miedo de errar que en los países extranjeros se armaba más bulla,
por ese acontecimiento, que en la propia nación del muerto.
¿A qué esa pasividad popular acerca del Presidente fallecido, que nos ponderaban las noticias –que nos
ponderaban los tiuques de las prensas nativas- como un ser extraordinario, y con repercusiones extraordinarias su
muerte?
Antes de contestar la pregunta, giremos los ojos a Gran Bretaña y a la barrida política que representa botar para
siempre de la política y de la administración nacional a Mr. Churchill.
El asunto fue tratado en estas columnas recién y no hay más recordar sumariamente el caso. ¿Cómo fue posible que
Gran Bretaña botase a la basura histórica al que le ganaba la guerra? ¿Puede darse un caso de más agudo
desagradecimiento?
No había tal. No había más que un disentimiento entre el público y los políticos. Estos creían que Churchill había ganado
la guerra. el pueblo sabía perfectamente que Churchill, aún habiendo abatido a Alemania, había perdido completamente
la guerra para Gran Bretaña. Esta había hecho su guerra para alcanzar determinados objetivos. La guerra no le trajo ni
uno siquiera de esos objetivos, y todavía ponía a Gran Bretaña peor que antes de la guerra: con EE. UU. dueño de los
mares y Rusia dueña de Europa.
Es decir, que, para el pueblo, Churchill perdió la guerra, dejando a Gran Bretaña peor que antes de la guerra. Había,
pues, que barrerlo. La lógica es abrumadora en este caso. Aunque ni Mr. Churchill ni los políticos entiendan una sola
sílaba de esa lógica, a pesar de su evidencia. Porque tantas veces pasa esto: que un político se tiene a sí mismo como
salvador de un país, mientras es evidente que lo ha echado barranca abajo.
Esa discordancia entre el pueblo y los políticos, que se llaman a sí mismos Victoriosos, debe resolverse de algún modo.
Muchas veces ganan la pelea los políticos, ascendiendo a la cúspide cuando deberían estar muy abajo. Pero, al fin, es
el pueblo quien lleva razón, y el que, a fin de cuentas, maneja la escoba.
Y ahí tenemos un error de los políticos, o estadistas, o Grandes, como suelen llamarse a sí mismos los que son chicos.
Que es lo que pasaba igualmente con Mr. Roosevelt, lo cual explica que su pueblo no celebrase siquiera su muerte con
manifestaciones populares, ni aún suspendiendo las funciones biográficas. El podía creer que había ganado la guerra.
Pero su pueblo entiende perfectamente que no la había ganado. Porque el objetivo de la guerra no era “vencer a
Alemania”, sino dejar un vacío, venciendo a Alemania, que ocuparía Estados Unidos. Y ese vacío no lo ocupará
EE. UU sino Rusia.
Ese error de los políticos, que opinan distintamente del pueblo, acertando este y no ellos ¿se ha repetido ahora con la
terminación de la guerra en Oriente, que ellos, los políticos, declaraban que duraría lo menos entre uno y dos años?
b) Ante todo, hagamos un paréntesis. Es necesario, para no errar el camino del juicio. Hemos dicho que había una
discrepancia de opinión entre los políticos y el pueblo, en el sentido de creer éste que los políticos perdieron la guerra,
mientras los políticos opinan que la ganaron. ¿Es verdad que esa discrepancia existe?
No es verdad. Los políticos, que dirigieron la guerra, “hacen ver”, simulan opinar que ellos han ganado la
guerra. En su interior, saben perfectamente que la han perdido para sus pueblos.
Mr. Roosevelt sabía tan perfectamente, especialmente después de Yalta, que había perdido la guerra, dejándolo todo
en manos de Rusia, que ello le ocasionaba la muerte. Sus arterias recibían el golpe decisivo en las arenas veraniegas de
Yalta, y allí, en rigor, terminaba su vida activa. Murió en Yalta, aunque daba en Washington el último aliento.
Más todavía estaba en el secreto Mr. Churchill, porque la derrota inglesa es mucho mayor que la derrota
norteamericana. Churchill sabía perfectamente que la guerra inglesa no solo producía lágrimas y tragedias durante la
guerra bélica, sino que las traería mucho mayores durante la guerra de la paz. La sensación de la derrota británica en
manos de Rusia venía ya de lejos, y quedaba sellada y rubricada en Crimea.
Pero los intentos de los grandes políticos son de comprender difícil. Porque, si Gran Bretaña veía ya claramente que
había perdido la guerra todavía peormente que Alemania ¿no podía volver atrás? Fue lo que miraba de probar Mr. Eden
en los primeros meses de este año, con sus intentos de largar la mano a Alemania. Pero en política, como en
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mecánica, hay veces en que el retroceso es imposible. Cuando la bola ha sido lanzada, es descenso es
pronunciadísimo, y los obstáculos detenedores son escasos, rueda la bola hasta el fin, aunque hay de romperse todo al
chocar en el abismo.
Lo malo es esto, hecho que parece eterno: los directores políticos pueden ver la catástrofe, pueden aún sufrir sus
consecuencias: no dan el brazo a torcer: “no se trata de derrota,
sino de victoria…”. Para ellos, pequeñas mentes que son –o, tal vez, pequeños corazones- el
triunfo no es salir con los ideales propios arriba y boyantes, sino reventar al contrario. Distinción tan elemental y clara,
que creo que no hay más que los interesados que no lleguen a comprenderla.
c) Se tratará ahora de otro error de los políticos (o de una simulación de error) cuando ellos decían que la guerra con el
Japón duraría entre uno y dos años, siendo así que ha acabado ahora instantáneamente?
Es que –dirá un habitante del Limbo- que ha aparecido la bomba atómica, desvirtuando la opinión de los políticos
aliados.
Pero ¿estamos en el país de la Sinrazón? ¿Quiénes había de saber perfectamente que había la bomba atómica? ¿Los
políticos que la controlaban y estaban a todas todas horas inspeccionándola, o los barrenderos de las calles? Si la
bomba famosa había de terminar la guerra ¿por qué los que tenían la guerra en la mano para su uso decían lo contrario,
y que duraría entre uno y dos años? ¿O desconocían el poder de ese artefacto? ¿O no sabían que iban a usarlo, ellos
que lo fabricaban para usarlo?
En ese mar de enredos queremos apuntar una idea. Y creemos que en ella está el misterio; o la explicación del misterio
y la contradicción.
La guerra con el Japón “debía durar”, en la mentalidad aliada, por lo menos entre uno y dos años: y así
decían. Lo hemos notado muchas veces. esta guerra ha sido “guerra de desocupación”. Esa desocupación
aumentará todavía ahora. era necesario, por lo menos, hacer que la guerra durase, para ir alargando la vuelta de la
tragedia. Se necesitaba, además, una mayor duración para otros fines, como ser un par de años para acabar de
apoderarse los aliados del suelo, los negocios y toda la trama política china.
De ahí las declaraciones de Roosevelt y Churchill acerca de la duración larga –todavía- de la guerra en Oriente
Pero los aliados proponen y Rusia dispone. Y va ahora a verse cómo. Algo más podríamos añadir a la materia. Pero
basta lo que sigue, para enderezar opiniones que marchan desviadas, por falta de datos, muchas veces semiocultos, u
ocultos del todo.
Se ha simulado, durante más de dos años, que los aliados pedían al Soviet su intervención en la guerra nipo-aliada. Se
han publicado muchas Notas al respecto. Aún se ha dicho –por lo menos por tres veces- en declaraciones
oficiales aliadas, que Gran Bretaña y Estados Unidos deploraban cordialmente que Rusia no se adhiriese a la guerra
contra el Japón, participando en ella con sus efectivos poderosos.
Que, en algunos casos raros, los aliados intentaban que Rusia gastase fuerzas en Oriente, para no precipitar el fin de la
guerra en Europa, y, además, desgastarse Rusia a si misma, es evidente. Ello acontecía especialmente cuando los
triunfos rusos marchaban con demasiada aceleración en Europa. Pero, en general hablando, la tesis aliada era la
contraria: que Rusia no se inmiscuyese en la guerra asiática, y que, al fin de cuentas, el Asia, su continente y sus islas
quedasen plenamente para los aliados. Era evidente que EE. UU. y Gran Bretaña podían por sí solas, y con esfuerzos
no muy gigantescos, vencida Alemania, aplastar al Japón. Habría sido, por lo mismo, deplorable, que e Soviet ruso se
mezclase, reclamando la parte del botín. Y ¡qué parte tratándose de Moscú!
Estamos seguro de que la bomba atómica no estaba destinada a terminar la guerra en el Oriente, y que no había sido
lanzada, al menos en estos instantes, en que la larga duración de la guerra habría sido, con la bomba, eliminada. La
bomba era –es- una advertencia a Rusia, no al Japón.
Pero Stalin tiene sus ideas, y no ha habido, hasta ahora, quien se las hiciera volver para atrás. La idea matriz de Stalin,
con respecto al Asia, no podía ser otra que avanzar exactamente igual que en Europa, llevarse su parte –siempre
parte del león- participar en la victoria aliada en aquellos mares y en aquel continente y atajar a las potencias
imperialistas lejanas -¡ingleses, yankis!- en aquella parte del mundo, pared en medio de tierras soviéticas. Si
Norteamericanos y británicos se creen con derechos en tales lejanías ¿cómo no tendrán mejores derechos las
Repúblicas autónomas rusas, que viven a la vuelta de la esquina?
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En Postdam se trató, naturalmente, de ese problema, pero no con la sencillez que delata, sin existir, el Comunicado
oficial ni los comentarios interesados. Allí fue la Rusia la que afirmó que se lanzaba contra el Japón, ahora que el Japón ya
no podía tomarlo como un ataque ruso, pues se trataba solo de hacer para atrás a los aliados mismos. Y estaríamos por
decir que habían de quedar estupefactos los Grandes que, acostumbrados a recibir órdenes del Amo ruso, se veían así, de
repente, con las manos atadas en Asia como se las habían hallado también atadas en Europa. Rusia estaba presente.
¡Siempre Stalin cobrando la decisiva ayuda!
El problema, por tanto, no era “rogar a Rusia que interviniera en Asia”, sino “ver de que no
interviniera”, sin decir esto, ciertamente. Pero, esto ya imposible, porque un millón y medio de rusos estaban ya
marcha adelante en Manchuria, el problema era este otro: ¿cuál sería ahora el botín que Rusia debería llevarse, ya no
todo para los aliados? Es decir: partirse el Asia y las islas, No entre Gran Bretaña y EE. UU., sino también para Rusia,
y no dejando a esta con la peor parte.
Cerremos, por lo mismo este párrafo, dejando bien sentado que ni la bomba habría sido usada, ni la paz habría venido
todavía, si ese entrometido de Stalin, que las calcula todas, no hubiese dado un nuevo golpe y de veras magistral.
d) ¿Por qué, una vez concluida la guerra mundial anterior, cualquiera podía pronosticar que vendría bien pronto otra, y
así en realidad lo pronosticaron muchos, sin dárselas de profetas? Porque la guerra anterior tenía sus objetivos, y éstos
no habían sido logrados. Había de venir otra contienda para ver si ahora eran logrados los objetivos que no se
alcanzaban de 1914 a 1919.
En aquella guerra se buscaba este doble fin, otros menores aparte: “el mundo, como país comprador y como
colonias de nativos, quedaba para Gran Bretaña, como era antes, y por medio de la guerra quedaba eliminado el
intruso alemán”. Quedaba el mundo, como consecuencia de aquella guerra, peor que antes con respecto a
Gran Bretaña. Tenía más desocupados que antes. Menos ventas. Estados Unidos y el Japón ocupaban el lugar de
Alemania y ésta iba renaciendo…
Cuando en cierto día del 1919, tocaban las campanas para celebrar el armisticio y la paz, los pueblos se echaron a la
calle locamente, los diarios venían eufóricos de alegría, se cantaron Te Deums y las charangas pulsaban el gozo general.
Todo era una gran locura, al parecer, lógica. Porque ¿qué cosa mejor que el fin de la guerra, los placeres de la paz, la
satisfacción del vencedor, las odas heroicas con que era marginada toda la algarabía de la victoria?
Pero, pronto se vio el engaño. También entonces, Francia quedaba victoriosamente aniquilada, Bélgica
victoriosamente deshecha y especialmente Gran Bretaña, la causa agente de la tragedia, victoriosamente perdida, aún
lo que todavía conservaba al declarar la guerra. Y su situación peor que antes.
Ahora la lección ha sido aprendida por los pueblos. Cuando Churchill el día de la victoria, decía tartamudeando al pueblo
inglés: “la victoria la habéis ganado vosotros”, no se trataba más que de una broma de mal género. Y el
pueblo británico no la aceptaba, no permitiendo que se le tomase bonitamente el pelo. Los Gobiernos inglés y
norteamericano han ganado la guerra. Los pueblos inglés y norteamericano han perdido la guerra. Y es el bien del
pueblo, y no el honor de los políticos, lo que buscaba al proyectar la guerra sobre el mundo.
No logrados los objetivos que debían ser logrados mediante la guerra, todavía más graves los males que se intentaba
eliminar, comienza otra vez la guerra. Esta será bélica o pacífica, sangrienta o diplomática, comercial o con bombas.
Esto lo determinarán las circunstancias de cada momento, así como la perspicacia –o la ignorancia- de los que
ejerzan el poder. Pero, sea cual sea la forma, ahora comienza la guerra.
Comenzaba a la mañana siguiente del Dictado de Versalles. Se daban la mano los aliados. Se felicitaban mutuamente.
Se decían palabras melosas. Era el ramo de flores dentro del cual había escondido el puñal envenenado. Bajo las
palabras melosas, las frases elogiosas, los juramentos de terna amistad, latían los celos, las envidias, los desocupados,
la sobreproducción,
los niños desnutridos, los sindicatos afilando los dientes, las ansias de oro de una minoría criminosa.
El Japón, detalles aparte, se ha rendido ya. En rigor hablando, hace tiempo que estaba rendido. Cuando, el 1 de Enero,
ordenaba la guerra total, que sus enemigos habían puesto en práctica hacía ya cuatro años, su causa quedaba perdida.
Estamos, por lo mismo, en horas de paz completa y total.
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Comienza con ello la guerra. Como comenzaba en 1920, a la hora siguiente de Versalles.
Hay que ceder tiempo al tiempo. Hay que dejar terminar el banquete y los brindis y que se sequen las flores. Al
despedirse unos de otros, cada uno estará pensando como lo hará mejor para liquidar al otro.
Rusia declara la guerra al Japón
La SI 18/08/45 p. 3-4
a) En la vigilia de la paz –al menos, de la paz diplomática- Rusia ha declarado al Japón la guerra.
Hay en ello, por lo menos en apariencia, su dosis de buen sentido. Cuando el Japón estaba agobiado por cien
dificultades, y bastante poco preparado, Moscú se negaba a declarar la guerra al Imperio asiático. Se la declaraba
cuando esa declaración en nada empeora la situación nipona.
¿Habrá en ello un íntimo sentido de justicia, al encontrar natural que una potencia realmente asiática como el Japón,
tiene sus derechos y necesidades reales, que no tienen los lejanos países imperialistas que le han hecho la guerra?
Sería aventurado querer entrar en el íntimo sentir moscovita interpretando esa declaración tardía de guerra. Pero está
fuera de toda duda que, por lo menos, Rusia segrega de las futuras regiones imperializadas por los aliados a varias
razas fronterizas, como ser la Mongolia interior, la Manchuria y Corea. Ellas deberán ser segregadas del reparto aliado
para retenerlas aquella potencia que las haya capturado: Rusia.
En el mapa 1 aparece la Manchuria, y marcados con flechas blancas los principales lugares por donde la corriente rusa
ha sido lanzada a aquella guerra. En la leyenda del mapa viene marcado el sentido militar de la invasión, a base de
cuatro puntas de lanza principales que convergen hacia Mukden y Harbin, las dos mayores ciudades de la Manchuria
sembradas de ciudades florecientes por el esfuerzo japonés de muy pocos años.
La oposición nipona a la invasión rusa ha de ser nula, así como la manchú. Tenía en aquella frontera Tokio un ejército
mixto de unidades japonesas y manchúes, fuerte de más de un millón de soldados. La oposición armada ha de ser
escasa, si no absolutamente nula. Perdida la independencia, la Manchuria ha de preferir estar bajo las órdenes rusas a
las de cualquiera otra potencia imperialista. En sentido obrero, las masas chinas, manchúes y japonesas que habitan el
país preferirán la férula rusa a la aliada. En sentido de independencia, igualmente: Rusia concede categoría de
República federada a pueblos de esta índole, siempre menos pesado el Imperialismo ruso que un Gobierno netamente
extranjero por el estilo de la martirizada India.
Los rusos han querido apoderarse solamente (y no restándolo al Japón vencido, sino a los aliados) no solo de la
Manchuria, sino también de la Mongolia Interior la Corea. Una de las columnas, saliendo de Vladivostok, se dirige a
Seul, capital del reino de Corea, japonizado ahora. otra columna, saliendo de Manchuli, ha invadido ya la Mongolia
(mapa 1).
La paz que se estipule entre los aliados y el Japón no pondrá fin a la guerra ruso-nipona, seguramente. Lo cual, si así
fuera el caso, delataría una verdadera guerra entre los aliados y Rusia, que aquellos pasarían como inadvertida, aunque
rabiando. Si Stalin ha puesto a esas enormes regiones asiáticas como nuevos integrantes del Soviet ruso, no solo
nadie lo detendría, ni aún la orden de cesar el fuego, sino que los aliados pasarían por todo.
En la parte que el mapa marca como Manchuria, hay una región mixta chino-manchú, que lleva la letra mayúscula B. es
el territorio de Jehol, intermedio entre Mukden y Peiping o
Pekín. Y es casi seguro que la potencia rusa no se detendría en él, antes de llegar a la Gran Muralla.
b) Nadie ha podido predecir, solo siete años atrás, que la potencia soviética habría de dar en esa parte asiática tan
enormes saltos favorables, y precisamente llevada y facilitada por las grandes potencias ultracapitalistas. Contando
solamente las regiones o razas que el Soviet va a integrar dentro de su República, solo por esa parte asiática,
tendríamos (Mongolia Interior, Manchuria, Jehol y Corea), no menos de España, Francia, Alemania y Gran Bretaña
juntas, con una nueva población de más de 90 millones de habitantes, por lo menos.
Piénsese, igualmente, en las conquistas rusas –es decir, bolcheviques- en Europa, de las cuales vemos una
noción en el número próximo, con un mapa “ad hoc”. Jamás potencia alguna, ni aún las más
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agudamente imperialistas, han conseguido tales frutos en tan escaso tiempo.
Los países que ahora son Repúblicas recientemente entradas en la Federación soviética, son 8: Carelia, Estonia,
Letonia, Lituania, Rusia blanca expolaca, Rutenia, Bukovina y Besarabia.
Los países al oeste de esas nuevas Repúblicas rusas son nuevos Soviets bajo la bota rusa, aunque con gobiernos
comunistas propios: Polonia, Checoslovaquia, Austria, Hungría, Yugoslavia, Rumania, Bulgaria, Albania: 8 más.
Son 16 países, con millón y medio de kilómetros cuadrados y más de 100 millones de habitantes.
Más al occidente, en países ya del occidente europeo, una mezcla de socialismo comunistoideo está dominando, con
expresión auténtica en las urnas conmovidas por la guerra. En Alemania ese comunismo es forzado e impuesto por los
ocupantes. En Francia e Italia es fruto de la política imperialista aliada, estéril para el bien de esos países, fecunda en
dolorosas consecuencias de todo orden, especialmente alimenticio y de derechos personales.
¿Qué queda en Europa, libre ya de la potencialidad soviética? Gran Bretaña, Noruega, Suecia y Dinamarca tienen ya
gobiernos socialistas, que, con el ingrediente de la próxima inevitable desocupación, van a sufrir transformaciones químicosociales de importancia.
A lo lejos, España y Portugal, Grecia y Bélgica, están en potencia más que propincua de establecerse en
Repúblicas más o menos bolcheviques, en el mismo instante en que los pueblos, libres de presiones dictatoriales y
agudizados por el hambre, puedan manifestar libremente sus pensamientos, y urgir lo que ellos puedan creer regímenes
nuevos de redención social.
De este modo, tanto en Asia como en Europa el Imperio bolchevique ha recibido tales refuerzos y logrado tales
ensanches, que seguramente es el primer caso de engrandecimiento tan gigantesco en extensión, tan rápido en tiempo,
que se presenta en la historia de todos los tiempos.
Y así, la guerra movida por el ultracapitalismo ha traído, entre otras suicidas consecuencias, el formidable poder
soviético, que dispondrá del Imperio mundial continuo mayor de la historia, por lo menos seis veces el suelo del
Imperio Romano. Y no menos de 300 millones de habitantes netamente dentro del Soviet ruso, con no menos de 80
millones más de habitantes de Gobiernos asociados.
Cuando se hayan solidado esas conquistas, habremos de echar una ojeada sobre ese inmenso Imperio Soviético y su
acelerada extensión, empujado el Soviet por todos los lados por las potencias aliadas contra los aliados mismos.
Piénsese, además de lo ya dicho, solamente, en el Problema chino, país que, pasando del poder nipón en parte, ha de
caer ahora en manos de enemigos mucho peores en cuanto a imperialismo.
Rusia intentaba, ya veinte años atrás, la conquista de China para los ideales soviéticos. Habrían sido 400 millones de
almas y el dominio del Asia. Lo detenían los japoneses, y en parte Chiang kai Shek. Y fracasaba aquella primera
intentona rusa.
Ha planeado Stalin mejor el segundo intento, que parece que va a ser el definitivo. Protegido por los cañones aliados,
va a hacer buenas las conquistas japonesas y a usufructuarlas. Y no solamente en las regiones llamadas chinas, pero
que no lo han sido jamás, como ser la Manchuria y las Mongolias, sino también en la China propiamente dicha.
En el país, además de las regiones mediatizadas por los nipones con gobierno en Nankin, existe en el norte, ya
conocido de nuestros lectores, el sector comunista, con gobierno propio, y siempre bajo la protección de Moscú
Es indudable que en estos instantes, si los rusos llegan a la Mongolia Interior, se tocarán con el Gobierno rusocomunista del Hoang Ho, que pasaría a ser, si no parte también del Soviet ruso, un gobierno soviético dentro de China,
para ser mañana gobierno de toda la China aliada, eliminado que fuese el mariscal Chiang, el último de los grandes
Señores del país.
Esta guerra aliada e imperialista contra el Japón, no representaría menos, en Asia y los mares del sur, que la extensión
soviética por esos meridianos, con una extensión ante la cual la que ha obtenido en Europa sería una nimiedad. Y se
habría maravillosamente para Moscú contado con la ayuda aliada, para hacer avanzar por todo el mundo al Imperio
bolchevique, que llegaría, en una etapa próxima, al canal de la Mancha por un lado, y a la India, Java y Borneo por el otro
lado
Es realmente objetiva aquella máxima que ya captaba de los hechos la sabiduría romana: Júpiter hace antes idiotas a
aquellos a los cuales quiere perder.
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