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LA TOLERANCIA COMO VIRTUD PÚBLICA, LIBERAL Y
DEMOCRÁTICO-DELIBERATIVA
Rafael Enrique Aguilera Portales
Universidad Autónoma de Nuevo León (México)
Correo-e: aguilera:[email protected]
Resumen: la tolerancia aparece como una virtud moral, política y
epistemológica sumamente necesaria para profundizar y consolidar
nuestros modelos de democracia constitucional y deliberativa.
Nuestras democracias se fundamentan en el disenso, la diferencia, la
oposición legítima e institucional siempre desde la adhesión común a
ciertos valores constitucionales que marcan las reglas mínimas de
juego democrático que no pueden ser quebrantadas. La tolerancia
exige un respeto de esos valores fundamentales, mientras que el
pluralismo los defiende, porque afirma que la diversidad y el disenso
son valores que enriquecen a los individuos y las sociedades.
Rafael Aguilera es Profesor Investigador de la Facultad de Derecho y
Criminología de la Universidad Autónoma de Nuevo León (México). Dirige la
revista electrónica “Isotimia. Revista Internacional de Teoría Política y
Jurídica”, y ha editado recientemente “Teoría política y jurídica
contemporánea:problemas actuales (México: Porrúa, 2008)” y, como coeditor,
“Pensamiento político contemporáneo: una panorámica (México: Porrúa,
2008)”.
Palabras clave: tolerancia, virtud política y epistemológica,
democracias, totalitarismos, pluralismo.
1
1. Introducción
Hoy en día, la tolerancia aparece como una demanda política, una virtud ética
y un principio constitucional de enorme relevancia e impacto para el Estado
democrático de derecho. La tolerancia se ha consolidado como una virtud
pública por excelencia del sistema democrático constitucional. Y, sobre todo,
allí donde no sólo puede estar amenazada la liberad de expresión, opinión y el
pluralismo político e ideológico, sino incluso la vida de las personas a propósito
de sus creencias, costumbres o modos de vida; o sea, en el seno de una
sociedad donde no sólo se desprecia por ser diferentes, sino que persigue a
estas personas por ser peligrosas. Así surgió esta virtud en medio de pasadas
guerras de religión y reaparece todavía hoy con mayor fuerza, aunque bajo
otros rasgos, en las llamadas sociedades multiculturales complejas.
En consecuencia, el discurso de la tolerancia sigue siendo plenamente actual y
necesario desde que lo abordaron con fuerza Locke o Voltaire en el siglo XVIII.
Evidentemente,
su contenido ha cambiado históricamente,
entonces la
tolerancia se refería fundamentalmente a la tolerancia religiosa. Hoy los
enfrentamientos y conflictos tienen un abanico de causas y problemas más
complejos: los fundamentalismos religiosos siguen activos; pero hay también
otro tipo de fundamentalismos ideológicos y políticos como nacionalismos
excluyentes, conflictos causados por las migraciones, las tribus urbanas, las
divisiones políticas y territoriales en la construcción de los nuevos Estados. En
definitiva nos cuesta aceptar lo que es diferente y distinto a nosotros, nos
cuesta aceptar la enorme diversidad y pluralidad cultural en la que estamos
inmersos. El individualismo posesivo moderno como de nuestro sistema
neocapitalista ha agudizado esta tendencia generando un déficit de solidaridad,
justicia y tolerancia necesario para construir un nuevo Estado democrático y
social de derecho.
En primera instancia, podemos entender la tolerancia como virtud ético-política
basada en el respeto a toda creencia, idea u opinión ajena o diferente; pero,
desgraciadamente, corremos el riesgo de quienes no están dispuestos a
respetar el valor de la vida humana o el principio de libertad, en este sentido,
como decía Voltaire, no podemos ser tolerantes con los intolerantes. La
2
tolerancia como principio normativo se fundamenta en la concepción de que no
existe una única verdad absoluta que sea capaz de prevalecer sobre el resto de
las creencias, salvo el valor a la vida y a la libertad de pensamiento y
creencias. Esta dimensión epistemológica y moral de la tolerancia refleja una
decidida oposición a toda forma extrema de relativismo ético, jurídico y
cultural muy extendida actualmente por posiciones ideológicas postmodernas
contemporáneas.
El pluralismo es una característica básica y fundamental de nuestras
democracias constitucionales1 construidas y erigidas sobre la tradición liberaldemocrática.
Nuestras
democracias
se fundamentan
en
el
disenso,
la
diferencia, la oposición legítima e institucional siempre desde la adhesión
común a ciertos valores constitucionales que marcan las reglas mínimas de
juego democrático que no pueden ser quebrantadas. La tolerancia exige un
respeto de esos valores fundamentales, mientras que el pluralismo los
defiende, porque afirma que la diversidad y el disenso son valores que
enriquecen a los individuos y las sociedades. En sociedades de fuerte tradición
autocrática y autoritaria el desafío consiste en avanzar hacia un mayor
pluralismo político e ideológico deseable desde el respeto a estos valores
comunes de convivencia democrática y constitucional.
La tolerancia es concebida como una virtud política, moral y epistemológica;
pero, sobre todo, una virtud imprescindible, ineludible y necesaria para los
ciudadanos y las instituciones políticas si queremos avanzar hacia la
consolidación y fortalecimiento de una democracia participativa, deliberativa y
republicana2. La tolerancia3 para la tradición del liberalismo político ha sido
1
Vid. SARTORI, Giovanni, La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros, Madrid,
Taurus, 2001; PECES-BARBA, G., Los valores superiores, Madrid, Tecnos, 1984.
2
Salvador Giner considera la tolerancia más allá de su aspecto útil como conducta benéfica para una
convivencia civilizada y la propone como una dimensión esencial de la concepción
3
Numerosos autores como Edgard Said, John Berger, Giorgio Agamben han afirmado que esta es la gran
problemática del siglo XX. La Organización de Naciones Unidas y el Consejo de Europa declararon el año
1995 como Año de la Tolerancia reconociendo como la intolerancia es uno de los problemas más graves
que tenemos que resolver a comienzos del siglo XXI. Existe un gran consenso (UNESCO, 1995,
Conferencia Europea de Ministros de Educación, 1994, Consejo de Europa, 1989, 1995) para reconocer el
papel decisivo que tiene la educación ante los problemas que existen de racismo, etnocentrismo,
nacionalismo, xenofobia. A este respecto se entiende la educación como el instrumento preciso y eficaz
para combatir este tipo de actitudes cada vez más manifiestas. La Declaración de la UNESCO sobre la
raza y los prejuicios raciales (1981) establece en el art. 1º.1. “Todos los seres humanos pertenecen a la
misma especia y tienen el mismo origen. Nacen iguales en dignidad y derechos y todos forman parte
integrante de la humanidad”.
3
considerada desde una concepción negativa de libertad como no intromisión en
las creencias, opiniones o visión ideológica del otro,
como sinónima de
indiferencia, conformismo y apatía. En esta línea, podemos distinguir dos
modelos de tolerancia: la tolerancia activa y la pasiva. La tolerancia pasiva es
la virtud de los pragmáticos, mientras la tolerancia activa consiste en una
actitud positiva, activa y deliberada que nos permite ejercer el derecho a
expresar y predicar nuestras opiniones, convicciones y creencias, así como
practicar costumbres y discrepar con otros que no nos parezcan.
Hoy nos hallamos ante un fenómeno nuevo cuyo alcance minimiza los posibles efectos
de la democracia formal alcanzada. La cultura moderna se ha convertido en cultura de
masas. Y la masificación- tan denostada por Stuart Mill, Simmel y Ortega y Gasset- es
realmente peligrosa porque acaba por engullirlo todo en sus patrones y esquemas. En
este sentido, conviene analizar y ver cuáles son los peligros fundamentales de la
cultura de masas a fin de salvar no sólo las diversidades, sino la cultura como tal, de
su tendencia a engullirlo todo.
John Stuart Mill en su gran ensayo titulado On Liberty nos advertía que el verdadero
peligro de la democracia no es el despotismo; sino la tiranía de la mayoría, la tiranía
de una colectividad mediocre, ramplona y decadente. La muchedumbre con su
imposición de las costumbres puede empobrecer e impedir el desarrollo de los
individuos y de un pueblo. Este nuevo y formidable poder de la sociedad puede
absorber al individuo y acabar con toda su potencialidad. La individualidad es uno de
los primeros valores que hay que proteger y conquistar. “No basta, pues, una simple
protección contra la tiranía del magistrado. Se requiere, además, protección contra la
tiranía de las opiniones y pasiones dominantes; contra la tendencia de la sociedad a
imponer como reglas de conducta sus ideas y costumbres a los que difieren de ellos,
impidiendo, en lo posible, la formación de individuos diferentes.”4
La sociedad contemporánea ha agotado, absorbido, diluido al individuo, ha destruido
su identidad personal convirtiéndolo en masa. “hoy los individuos se hallan perdidos
4
Cfr. STUART MILL, John, Sobre la libertad, Barcelona, Ed. Orbis, 1985. p.85; GRAY, J., Las dos caras
del liberalismo: Una nueva interpretación de la tolerancia liberal, Paidós, Barcelona, 2001; Véase al
respecto el trabajo del profesor ESCÁMEZ NAVAS, Sebastián, “La razón ocultó la cara del pluralismo del
pensar político” en VOLUBILIS (Revista de pensamiento de la UNED), Melilla, nº 12, pp. 90-102.
4
entre la muchedumbre”. El individuo pierde su autonomía y libertad personal. “La
sociedad se ha apropiado de lo mejor de la individualidad, y el peligro que amenaza a
la naturaleza humana no es ya el exceso, sino la falta de impulsos y preferencias
personales”. John Stuart Mill creía en protección del individuo y su libertad frente a la
intromisión ilegítima del Estado; pero nos advierte que existe otra interferencia mayor
y más peligrosa: la tiranía de la opinión mayoritaria.
La cuestión de la decadencia de Occidente, para Ortega y Gasset, gira en torno de su
concepción del “hombre masa”, la cual surge de su convicción de que la sociedad
moderna se produce una deshumanización progresiva de la persona. Ortega y Gasset
considera que el hombre masa es una persona conformista y satisfecha, incapaz de
ambición auténtica, la cual implica una estúpida arrogancia. El hombre masa no vive
tensamente, ni se preocupa por mejorar su condición. Lo más grave es que no
permite que los demás mejoren la suya, pues desea mantener el statu quo de su
mediocridad. De esta forma, la sociedad en la cual vive el hombre-masa es una
sociedad invertebrada (o sociedad de masas). La sociedad masa es una sociedad
brutalizada, peligrosa y decadente. El totalitarismo, cree Ortega, es típico y
característico de este tipo de sociedad.
2. La tolerancia como principio normativo de una sociedad abierta y
deliberativa
Las democracias pluralistas de Occidente se han configurado por ser una cultura
política que, a menudo, se ha autocalificado, y con buen motivo, de racista, sexista e
imperialista. Una cultura autocrítica y revisionista muy preocupada por no ser
xenófoba, discriminatoria o totalitaria, así como por no ser eurocéntrica, de estrechas
miras e intelectualmente intolerante. Una cultura que se ha vuelto muy consciente de
su capacidad para la intolerancia criminal y, por ello, más atenta a la intolerancia, más
sensible al mestizaje, a la deseabilidad de la diversidad que cualquier otra cultura de
la que tenemos noticia. Los occidentales debemos esta conciencia y sensibilidad a
nuestros novelistas, poetas, filósofos, juristas. La diversidad cultural, por tanto, no se
encuentra en espacios lejanos, sino en nuestra propia aldea global, nos encontramos
inmersos en una época de mestizaje y mezcla de diversidades, somos el resultado y
producto de un enorme collage. “Por este motivo, de su efectiva universalización
5
dependerá en el futuro próximo la credibilidad de los valores de Occidente: la
igualdad, los derechos de la persona, la propia ciudadanía”5
Actualmente, somos conscientes de que la convivencia social, política y cultural
no es algo fácil, cómodo ni sencillo. A veces, parece como si estuviéramos
yendo hacia todo lo opuesto a esa “sociedad abierta”, como predicó Popper,
verdadero antídoto de las sociedades autocráticas. La sociedad abierta, plural y
democrática no ha sabido reconocer pacifica y realmente a todo el mundo.
Paradójicamente, los países más desarrollados, allí donde la democracia
moderna se constituyó y consolidó con más solidez –Estados Unidos y Europase encuentran afectadas por todo tipo de movimientos intolerantes, aunque
también debemos reconocer que en ellas existe gran sensibilidad política hacia
este tipo de comportamientos discriminatorios que atentan contra la igualdad
del ser humano. El caso es que la intolerancia no va sólo del poderoso al débil,
sino que se hace recíproca, todos manifiestan igual aversión.
El totalitarismo ciego, en sus distintas expresiones políticas fascista y
comunista, obligó a exiliarse a Popper, el mismo dogmatismo que causó la
muerte de millones de inocentes. Esta experiencia de sufrimiento marcó toda
su vida y pensamiento, construyendo una teoría política crítica contra el
dogmatismo, la intolerancia, y la represión de la libertad. Lo propio de los
seres humanos es tener convicciones racionales, estar abiertos a la crítica, y
generar sociedades abiertas, no cerradas.
Popper asocia el problema de la tolerancia6 con la ética, de donde se
desprende una serie de reglas, entre las que se incluye una que resulta
central: debemos aprender de nuestros errores. Puesto que no podemos
saberlo todo (falibilismo crítico), nadie está libre del error, por lo que nadie se
debe prescribir ni censurar por cuanto crea o afirme. La posición de Popper
5
Cfr. FERRAJOLI, L., Derechos y garantías, Trotta, Madrid, p.98; Véase MARSHALL, Th. H. Citizenship
and Social Class, 1950, (trad. cast. Marschall, Th. H, y Bottomore), T. Ciudadanía y Clase social, (trad.
Pepa Linares), Alianza Editorial, Madrid, 1998. Desde un punto de vista jurídico, se ha distinguido entre
status civitatis (ciudadanía) y status personae (personalidad). Hombre y ciudadano, Homme y citoyen
conforman dos clases diferentes de derechos fundamentales: derechos de personalidad, que
corresponden a todos los seres humanos como individuos o personas, y derechos de ciudadanía que
corresponden de forma exclusiva a los ciudadanos.
6
Cfr. POPPER, K., La sociedad abierta, universo abierto, Madrid, Tecnos, 1997, p. 142. Esta idea de
tolerancia en su dimensión moral tiene una clara proyección y reflejo de su visión epistemológica
(Filosofía de la ciencia) de la falibilidad del conocimiento humano que fundamenta el criterio de falsación
de teoría científica.
6
guarda relación con la postura de Voltaire: el límite de la tolerancia está ahí
donde comienza la intolerancia para la tolerancia misma. El proceso constante
de búsqueda del conocimiento y deliberación racional que permite la corrección
del error no puede admitir que alguien asegure estar libre del error e imponga
como única verdad la suya propia. El fracaso de la República de Weimar es
claro y relevante al respecto, un régimen constitucional que permitió que por
encima surgiera un poder político que se ostentaba como dueño de la verdad
total. La Constitución como instrumento de garantía y disfrute de las libertades
y derechos fundamentales no puede quedar expuesta a sucumbir ante la
intolerancia de una minoría.
Popper7 publicó La sociedad abierta y sus enemigos, en 1945, como una
contribución personal contra la guerra que Hittler había iniciado. El libro
constituye una defensa radical de la democracia, los derechos fundamentales y
la libertad contra sus enemigos. Toda dictadura es inmoral. La sociedad
cerrada se parece a un rebaño o una tribu que se caracteriza por la creencia en
unos tabúes mágicos, míticos e irracionales, mientras que la sociedad abierta
es un tipo de sociedad que nace de una actitud racional y crítica frente al
mundo y trata de garantizar la libertad de sus miembros.
Popper piensa que el gran enemigo de la sociedad abierta es la dictadura. Y,
según él, las democracias no son gobiernos del pueblo, sino, ante todo,
instituciones preparadas contra la dictadura, contra los excesos y los abusos de
poder. La democracia sería el mejor sistema político, puesto que posibilita
luchar contra los excesos de poder, rectificar a partir del reconocimiento de los
errores y estimular la creatividad por la competitividad. Para Popper, las
democracias occidentales constituyen un éxito sin precedentes: un éxito que
procede de mucho trabajo, esfuerzo, buena voluntad y, sobre todo, de
7
Popper fue el primer filósofo de la ciencia y crítico que ofreció un modelo racional de cambio científico.
Se calificó así mismo de “kantiano heterodoxo” o “racionalista crítico”. Para Popper, un racionalista es
sencillamente un hombre que concede más valor a aprender que a tener razón, que está dispuesto a
aprender de otros, aceptando la discusión crítica cómo el instrumento de aproximación a la verdad.
Popper, siguió la tradición socrática, apoyándose en el diálogo crítico como búsqueda incansable y
aproximativa de la verdad, y consideró que: la ciencia es el mayor, más hermoso, e iluminador logro del
espíritu humano. Vid. POPPER, K. Conjeturas y refutaciones. Barcelona, Paidós, 1994; DE LUCAS, J.
“¿Para dejar de hablar de la tolerancia?”, en Doxa (Revista de Filosofía del Derecho), Universidad de
Alicante, nº 11,1992.
7
múltiples y variadas ideas creativas procedentes de diversos terrenos. El
resultado es que más seres humanos felices viven una vida más libre,
hermosa, mejor y duradera que antes. En este sentido, observamos un
optimismo que Popper quiere dirigir hacia el momento presente y no al futuro.
En la lección magistral leída en la Universidad Complutense de Madrid, en
1991, en ocasión de la concesión del Doctorado Honoris causa, propuso doce
principios para una nueva ética profesional, académica y científica. Uno de
ellos decía: tenemos que estar continuamente al acecho para detectar errores,
especialmente los propios, con las esperanzas de ser los primeros en hacerlo.
Otro decía: debemos tener claro, en nuestra mente, que necesitamos a los
demás para descubrir y corregir nuestros errores y sobre todo, necesitamos a
gente que se haya educado con diferentes ideas, en un mundo cultural
distinto. Así se consigue la tolerancia.
En política, los dogmas se presentan como ideologías, y los caudillos como
iluminados o salvadores del mundo que diseñan una sociedad perfecta
persiguiendo y eliminando a sus adversarios y opositores. Así ocurrió con el
nazismo, con sus campos de exterminio o el comunismo totalitario de Stalin
con sus Gulags o campos de concentración soviéticos. En efecto, la creencia en
una única fe exclusiva y dogmática, ha producido siempre innumerables
desgracias y opresiones, del cristianismo medieval al Terror de Robespierre,
del fanatismo musulmán al comunismo soviético. Deberíamos estar orgullosos
de no poseer una única idea, sino muchas ideas, buenas y malas, de no tener
una sola fe, no una religión, sino numerosas religiones, buenas y malas. Es un
signo de la superior energía de Occidente el hecho de que nos lo podamos
permitir. La unidad de Occidente sobre una idea, bajo una fe, bajo una
religión, sería el fin de Occidente, nuestra capitulación, nuestra obligación
incondicionada a la idea totalitaria8.
8
Vid. POPPER, K.R, The Open Society and Its Enemies, Londres, Routhledge and Kegan Paul, 1945;
HABERMAS, J., La inclusión del otro. Estudios de teoría política, Paidos, Barcelona, 1999; DÍEZ ALEGRÍA,
J. M., “Opción del bien y tolerancia intersubjetiva”, Anuario de Filosofía del Derecho, 1960. Para ampiar
más sobre este aspecto puede consultarse también el trabajo del profesor ESCÁMEZ NAVAS, S., “El
Estado de la virtud. Sobre la noción de tolerancia en el liberalismo político de John Rawls”, Isegoria, núm.
31, diciembre 2004, pp. 47-78.
8
Popper piensa que es importante potenciar una sociedad civil, pluralista y
abierta que no permita caudillos, ni ideologías totalitarias. Una sociedad
basada en la crítica racional y el debate público, en definitiva, en una
democracia participativa. El pluralismo deriva de la propia condición humana y
de la libertad de pensamiento, de conciencia, de expresión. El pluralismo es el
único escenario posible del modelo democrático, y una consecuencia necesaria
de cómo el libre juego de la razón humana puede llevarnos hacia una sociedad
tolerante y diversa. El rechazo a la razón autoritaria o la fuerza bruta implican
por parte del hombre del siglo XXI un ejercicio de pluralismo y tolerancia,
capaz de vencer la bestia dogmática e intolerante que cada uno lleva dentro de
sí.
Popper nos desafía a admitir nuestra pobreza en el conocimiento y a desechar
toda ideología manipuladora. Tenemos que tantear críticamente la verdad, de
forma como lo hacen los escarabajos, con suma humildad. Y esto significa
estar dispuestos siempre a un cambio de mentalidad y a la renuncia de toda
verdad absoluta en nuestras vidas. Debemos descubrir la realidad de la
sentencia: errare humanum est (errar es de humanos). La tolerancia, por
tanto, se basa en la comprensión y reconocimiento de nuestros propios
errores, de nuestra constante falibilidad e ignorancia humana.
Otra propuesta filosófica y pedagógica revolucionaria ha sido la de Allan Bloom
en su gran obra El cierre de la mente moderna nos plantea un relativismo
epistemológico que nos acerca al ideal de tolerancia activa.
La gran “virtud” de la nueva era democrática consiste en la aseveración de
que: “la verdad es relativa”. El relativismo y la adhesión a la idea de igualdad
fundamentan una democracia plural, libre y tolerante. Nuestro principal
enemigo en la democracia son todo tipo de absolutismos y fundamentalismos,
por eso, practicar este relativismo moderado como “apertura” constituye un
verdadero ejercicio de “virtud democrática” contra cualquier forma de
absolutismo de nuevo cuño.
“La apertura –y el relativismo que hace de ella la única postura creíble ante las
diversas pretensiones de verdad y las diversas formas de vida y clases de
9
seres humanos es la gran perfección de nuestro tiempo. El verdadero creyente
es el verdadero peligro” 9.
Thomas Jefferson defendió la trivialidad de las cuestiones religiosas para
fundar una auténtica sociedad democrática en los Estados Unidos. Suponía que
la virtud cívica como facultad moral común tanto para el teísta tradicional
como el ateo típico es suficiente para construir una democracia. Los
ciudadanos de una democracia liberal pueden ser religiosos o irreligiosos como
plazcan siempre que no sean fanáticos ni fundamentalistas. “Consideraba
suficiente privatizar la religión, considerarla irrelevante para el orden social
pero relevante –y quizás esencial- para la perfección individual.”10
Lo fundamental para la construcción de una democracia pluralista y tolerante es la
virtud cívica que deriva de la facultad humana universal, la conciencia, cuya posesión
constituye específicamente la expresión de cada ser humano. Esta facultad otorga al
ser humano una dignidad y unos derechos morales peculiares. Rawls intenta aplicar el
principio de tolerancia a nivel filosófico para alcanzar una concepción política común
de justicia.
“La idea esencial es ésta: ninguna concepción moral general puede ofrecer, en el
ámbito de la política práctica, la base para un concepción pública de justicia en una
moderna sociedad democrática. Las condiciones sociales e históricas de una sociedad
semejante se originan en las guerras de religión posteriores a la Reforma y a la
formulación del principio de tolerancia, en la formación de regímenes constitucionales
y las instituciones de las grandes economías de mercado. Estas condiciones inciden
profundamente en los requisitos de una concepción operativa de justicia política:
semejante concepción debe dar cabida a una diversidad de doctrinas y a una
pluralidad de concepciones del bien conflictivas y en realidad incompatibles, como las
afirmadas por los miembros de las sociedades democráticas actuales”11
9
Cfr. BLOOM, A, El cierre de la mente moderna, Barcelona, Plaza y Janés, 1989, p. 26. En los inicios del
pragmatismo, William James fue el primer gran filósofo que realzó el valor del pluralismo y otorgó
dignidad a este término al escribir su obra Un universo pluralista. Creo que algo interesante y
característico de los pragmatistas (y en este punto Hilary Putnam está de acuerdo conmigo) es que
pueden ser falibilistas y antiescépticos, pluralistas y antirelativistas. La obsesión del siglo XX con el
relativismo, la idea de que “todo vale” o de que no existen fundamentos para la verdad, no fue, en
realidad, un problema serio para ellos. Es más, ellos pensaron en el falibilismo y el pluralismo como un
antídoto contra el relativismo. Vid. M. WALZER, Tratado sobre la tolerancia, Paidós, Barcelona, 1998;
BERGER P. L., Modernidad, pluralismo y crisis de sentido, Paidós, Barcelona, 1997
10
Cfr. RORTY, R., “La prioridad de la democracia sobre la filosofía” en Objetividad, relativismo y verdad,
Escritos filosóficos, tomo 1, Barcelona, Paidós, 1996, p. 239.
10
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11
Cfr. RAWLS, J., “Justice as fairness: political not metaphysical”, Philosophy and Public Affairs, 14
1985), p. 225.
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