Por - Red Cubana de la Ciencia

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Gente de brújula,
mochila y piqueta
Colectivo de autores
Compilador:
Ramón Omar Pérez Aragón
CENTRO NACIONAL DE INFORMACIÓN GEOLÓGICA
IGP - SERVICIO GEOLÓGICO DE CUBA
EDICIÓN:
Alina Grillo de la Torre
CUBIERTA:
Andrián Ramón Pérez Strazhevich
DISEÑO Y COMPOSICIÓN:
Ramón Omar Pérez Aragón
© Todos los derechos reservados IGP.2013
© Sobre la presente edición. Editorial: Centro Nacional de
Información Geológica
ISBN 978-959-7117-39-1
INSTITUTO DE GEOLOGÍA Y PALEONTOLOGÍA
Editorial: Centro Nacional de Información Geológica
Ave. Vía Blanca No. 1002 e/ Río Luyanó y Prolongación de
Calzada de Güines, Rpto. Los Ángeles, Municipio San Miguel
del Padrón. Provincia La Habana, Cuba.
E-mail. [email protected]
www.igp.cubaindustria.cu
Prólogo
En noviembre del 2011 concluí una breve reseña sobre un libro
hermoso, Crónicas a Piquetazos, escrito a la medida de la
hombrada de sus verdaderos autores, los geólogos y geólogas del
archipiélago cubano, en ella expresaba:
“Se conoce que se encuentra en preparación el segundo volumen,
ojalá no haga esperar a sus lectores. La Sociedad Cubana de
Geología se ha propuesto llevar al pueblo nuevas Crónicas a
Piquetazos, las cuales más allá de la profesión, permiten a los
interesados viajar al mundo de ensueño que es la naturaleza
cubana y de aquellos que le arrancan sus secretos ocultos durante
millones de años”.
Nunca pensé que aquella reseña escrita para el periódico digital El
Explorador, me diera la satisfacción de conocer e intercambiar con
hombres y mujeres de ciencias, que han sido mis paradigmas en
el estudio de la naturaleza, por sus gentilezas, muchas gracias.
Científicos y especialistas como Ramón Omar Pérez Aragón,
Evelio Linares Cala, Jesús Hernández Hernández, Eugenio
Casanovas Casanova, Rogelio Alberto Rosales Antúnez, Jesús M.
Véliz Basabe, Roberto Alfonso Denis Valle, Víctor Ramos
Fernández, Nyls Gustavo Ponce Seoane, María Elena González
Martínez, Manuel Roberto Gutiérrez Domech, Odiel Estrada
Molina, Orestes Francisco Carballo Otero, Jorge Luis Díaz
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Comesañas y Lázaro Guzmán Castillo, son nombres, que junto a
los de otros colegas, llenan páginas en eventos de las Ciencias de
la Tierra, de informes y publicaciones especializadas; ahora, nos
descubren las interioridades de una profesión heroica en el
conocimiento de la Tierra: la Geología.
Demos entonces la bienvenida a Gente de brújula, mochila y
piqueta. Segunda obra que revela el fascinante mundo interior de
las mujeres y hombres que de forma anónima hacen de la
Geología, la ciencia de la esperanza, en el emprendimiento del
desarrollo futuro de la nación.
Ahora como nunca, obras como estas son imprescindibles para
curar el alma, y alimentar el patriotismo. Estos cincuenta y seis
relatos cumplen la función social de contribuir a la formación de las
presentes y futuras generaciones. En estas breves historias, el
magisterio alcanza su más exquisita función pedagógica: enseñar
con el ejemplo. Futuras generaciones de geólogos reconocerán
algún día, que su vocación se fortaleció, ante la lectura de ambas
obras.
La historia es un arma infalible en estos libros, en especial, cuando
se reconoce a tres hombres por el papel que jugaron en su
momento, quienes contribuyeron con el pensamiento y el ejemplo
al desarrollo de la cubana escuela de geología: José Martí,
Ernesto Guevara de la Serna (Che) y Jesús Suárez Gayol.
Reproducir el prólogo escrito por el Che, al primer gran resultado
de Geología publicado por la Revolución, engrandece el libro.
Honrar honra, y esta obra lo demuestra, porque reconoce y hace
un homenaje permanente a los hombres y mujeres del extinto
campo socialista y de otras naciones, quienes se entregaron en
nuestro país con pasión a desarrollar la ciencia geológica e
incentivaron a cubanos y cubanas, apenas ayudantes por
entonces, a convertirse en orgullo de la nación, tras haberse
superado y alcanzar títulos de grandes especialistas y doctores en
Ciencias de la Tierra, que han cimentado y contribuyen a
consolidar aquel sueño, impulsado en el pensamiento estratégico
de Fidel Castro y sus compañeros.
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Recomiendo en especial la lectura de la última historia, dedicada
al trabajo anónimo y desinteresado de muchos y muchas
representantes del pueblo, que aportaron con sus conocimientos y
patriotismo, para que la ciencia cubana se engrandeciera como
nunca, y fueran rescatados los restos de Ernesto Guevara y sus
compañeros, ejemplo para el mundo de que la Revolución nunca
ha abandonado a sus hijos, demostración de la profesionalidad de
los científicos cubanos, donde la Geología y la Geofísica, fueron
parte de ese grano de conocimientos necesarios para tal hazaña.
El ejemplo de miles de cubanos que han brindado servicios, e
incluso la vida, en tierras del tercer mundo, tienen en los geólogos
paradigmas que no pueden ser olvidados por la juventud; con
estas crónicas se rescatan algunos de esos pasajes, para hoy y el
futuro.
Al igual que aquella histórica publicación de El Quijote en 1959,
con la cual se demostraba al mundo que Cuba cambiaba para bien
del pueblo; Gente de brújula, mochila y piqueta, junto a su
antecesor compañero impreso, deberían ser libros que se
publiquen en millares de ejemplares, porque los geólogos y
geólogas son Quijotes, que a diferencia del ilustre personaje de
Miguel de Cervantes, sus luchas no han sido contra molinos de
viento, sino por contribuir al bienestar y desarrollo de su pueblo;
por todo ello, deben realizarse presentaciones masivas, para que
los cubanos y cubanas conozcan a sus anónimos héroes de las
brújulas, mochilas y piquetas.
Pedro Luis Hernández Pérez
Pinar del Río, 9 de septiembre de 2012
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Apología de la brújula geológica
A modo de introducción
Ya en “Crónicas a Piquetazos”, libro anterior a este, que
alcanzara cierto éxito y popularidad dentro y fuera del país,
sobre todo entre el personal geológico y de las geociencias
en general, se hacía una “apología de la piqueta”, por
considerarse ésta, la herramienta insigne del geólogo, cosa
que es cierta.
En esta segunda versión, teniendo en cuenta la enorme
importancia que reviste para un geólogo de campo la
tenencia y buen uso de su brújula geológica, ya que si bien
es cierto que sin piqueta no podría hacer nada, sin una
buena brújula podría hacer bien poco, nos pareció
procedente realizar esta especie de parodia apologética,
esta vez dedicada al citado artefacto, sea este una famosa
Brunton norteamericana, una codiciada Freiberger alemana
o un humilde, innominado, pero eficiente “геологический
компас” de procedencia soviética, con la ventaja de que…
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Casi todo el mundo, sabe lo que es una brújula. Por más
que desde pequeños alguien se haya empeñado en
confundirnos con la vieja treta de que se trata de “una viéjula
montada en una escóbula”, sabemos que, grosso modo, no
es más que una aguja imantada que gira alrededor de un
eje, atraído uno de sus extremos por el polo o meridiano
magnético, ubicado “actualmente” muy cerca del polo
geográfico del norte de nuestro planeta y que por tanto,
aplicando una pequeña corrección de algunos grados,
llamada “declinación magnética”, estaremos en condiciones
de saber exactamente dónde encontrar el norte geográfico.
Subrayo lo de actualmente, porque muy pocos saben que el
polo magnético no siempre estuvo al norte, sino que ha
simultaneado su sede con el polo opuesto, es decir, que se
ha mudado varias veces para allá donde se encuentra la
Antártida, efectivamente, para el Sur. Claro, que no voy a
importunar a nadie contándole que estas aparentemente
“simples permutas” han estado acompañadas de eventos
catastróficos tales como deshielos e inundaciones, o
heladas descomunales conocidas en el argot geológico
como “glaciaciones” y otras cuestiones tan complicadas que
solo entienden a derechas algunos geocientistas
especializados en una serie de estudios geológicos que han
dado en llamarse “Paleomagnetismo”.
Parece haber consenso en que la brújula es una invención
china, que revolucionó ya desde el siglo X la navegación en
los mares asiáticos y que traída a Europa, propició entre
otras cosas el éxito de la gran odisea del no menos Gran
Almirante y si nos abstraemos un poco, podríamos asegurar
que permitió que ahora mismo estuviera escribiéndose, en
esta tierra taína, algo en español precisamente sobre la
brújula.
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Sabrán los lectores que existen varios tipos de brújulas,
todas basadas en el mismo principio magnético arriba
esbozado, aunque también es cierto que difieren en formas,
tamaños y diseños, entre otras particularidades. Las
voluminosas brújulas marinas, se ubican en los barcos para
orientar las travesías y mantener el rumbo; en ellas, varias
agujas imantadas van dentro de una caja cilíndrica de
bronce y vidrio en forma de columna, que puede ser seca o
en ambiente acuoso, pero donde la rosa náutica permanece
siempre horizontal.
Se cuenta que en 1931, las brújulas ubicadas en aviones
soviéticos de reconocimiento, sin ser “geológicas”, hicieron
una enorme contribución a la Geología, ya que su repentino
“enloquecimiento”, mientras sobrevolaban la Anomalía
Magnética de Kursk (KMA), una de las mayores del planeta,
ayudó a localizar las enormes reservas de mineral de hierro
(magnetita y cuarcitas ferruginosas) ubicadas en una vasta
zona (120000 km2) de las provincias rusas de Kursk,
Bélgorod, y Vorónezh.
En cuanto a sus usos, si bien el principal sigue siendo como
instrumento de orientación de barcos y aviones, puede
decirse que se ha extendido a un amplio espectro de
actividades pedestres… las hay de uso militar, de alpinismo,
de turismo y existe también la brújula geológica. Esta última,
que es la que en realidad nos interesa, no se diferencia
mucho de las tres últimas en su aspecto externo, pero tiene
dos características distintivas: la primera es que tiene
invertida en su “rosa náutica” la posición del este y el oeste,
particularidad que permite, al dirigir el norte de dicha rosa
hacia un punto de interés, leer el azimut del mismo
directamente en el limbo del instrumento con la parte de la
aguja opuesta a la que señala el norte magnético. La
segunda especificidad es que posee un aditamento llamado
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inclinómetro, que permite medir el ángulo de inclinación de
las capas o estratos de rocas con respecto al plano
horizontal en un rango de 0 a 90 grados, y también la
dirección e inclinación de las grietas en los estudios
especializados de microtectónica.
En la actualidad, con el desarrollo de la tecnología y la
aparición de los Sistemas de Posicionamiento Global, los
famosos GPS, el papel de las brújulas tradicionales ha ido
decreciendo en casi todas las especialidades o ramas, en la
medida que van siendo sustituidas por estos, sin embargo,
por las características descritas, la brújula geológica, por
ahora sigue siendo insustituible, sobre todo en los trabajos
de levantamientos con vistas al mapeo o cartografía
geológica, donde resulta imprescindible para la medición de
los llamados elementos de yacencia de las capas: rumbo,
dirección y ángulo de inclinación o buzamiento, elementos
indispensables para el mapeo y la solución de problemas
complejos de geología estructural como en los estudios
tectónicos ya referidos y otros tan prácticos como la
proyección de laboreos mineros y ubicación de pozos de
perforación. En cuanto a los precios de las buenas brújulas
geológicas, no vamos a abundar sobre el tema, no sea que
algún lector pierda el rumbo o el ángulo de inclinación, solo
diremos que hace unos años solamente el estuche de cuero
de una Brunton costaba 30.00 euros!!!!
Lo que estoy seguro es de que muy pocas personas saben
que la palabra brújula, además de esdrújula es de origen
latino y tiene sus parientes más cercanos en el italiano
(bussola) y el portugués (bússola) y que posee además en
nuestro idioma un sinónimo bastante insólito: compás. De
hecho, este último apelativo, con mínimas variaciones, es el
que define a nuestra querida brújula en varios idiomas,
incluidos el inglés (compass), el francés (compas), el alemán
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(Kompass), y el ruso (компас). Este último caso, es el que
determinó el error de traducción que produjo un equívoco de
graves consecuencias en su momento, pero que visto hoy,
desde la perspectiva de los años, no deja de ser simpático.
Las décadas de los sesenta, setenta y ochenta del pasado
siglo XX, fueron los años del apogeo de los levantamientos
geológicos con búsquedas acompañantes a escalas 1:100
000 y 1: 50 000 en amplias regiones de Cuba, es decir, lo
que a mí particularmente me gusta llamar las Décadas
Prodigiosas para el desarrollo de nuestra geología y de la
colaboración con los países del antiguo campo socialista y la
ex URSS en todas las esferas y en esta en particular. De
estos países y en especial de la Unión Soviética, llegaban
junto con numerosos especialistas y asesores, la mayoría de
los insumos y equipamiento para la ejecución de estos
trabajos. De allá procedían los vehículos, los microscopios,
las lupas binoculares, los reactivos y equipos de laboratorio,
aparatos geofísicos de todo tipo y además, las botas
especialmente diseñadas para el trabajo geológico, las
carteras de geólogo cuyo nombre ruso (сумка) se hiciera tan
popular, las piquetas, las mochilas y también llegaron las
brújulas geológicas, aunque con estas últimas hubo de
suceder el ya anunciado, aunque no muy difundido
percance.
A finales de los años setenta y principios de los ochenta,
todavía egresaban grandes grupos de geólogos de las
universidades nacionales y extranjeras, así como técnicos
de nivel medio superior de las dos escuelas existentes, la
Vitalio Acuña, ubicada en el municipio Cotorro de la capital;
La Carlota en Cumanayagua y del Instituto Tecnológico de
Prospección Geológica de Kiev, en la Ucrania soviética.
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Todos ellos se iban incorporando a las diferentes brigadas
de las empresas territoriales distribuidas por todo el territorio
nacional o a los dos centros de investigación geológica que
realizaban tareas similares en la capital, el Instituto de
Geología y Paleontología (IGP) de la Academia de Ciencias
y el Centro de Investigaciones Geológicas (CIG) del
entonces Ministerio de Minería y Geología.
Muchos eran los proyectos que se acometían y casi todos
los años se solicitaban, nuevas partidas de materiales e
insumos para garantizar los trabajos de campo. Así fue que
comenzó a ocurrir un hecho bastante extraño. Al CIG,
llegaba todo lo que se pedía, excepto inexplicablemente: las
brújulas. Se volvían a solicitar al año siguiente y sucedía lo
mismo. Comenzó a producirse un déficit terrible de brújulas
geológicas; se solicitaban cada vez con mayor insistencia y
no aparecían, de modo que llegaron a ser un producto
deficitario muy codiciado, al punto de que a veces había una
brújula para dos y hasta para tres geólogos.
Sucedió entonces que, cierto día, el jefe del grupo de Dibujo
Técnico recibió una partida de materiales para su trabajo:
cartabones, reglas, lápices portaminas, gomas de borrar y…
compases. Lo extraño fue, que estos últimos venían en unas
cajitas rectangulares de cartón blanco, mucho más cortas y
anchas que las que normalmente contenían el producto
especificado en la lista; por si fuera poco, la enigmática
cajita tenía un letrero en cirílicas que rezaba:
“Геологический компас”. Al abrir el primer paquetico, todos
los presentes quedaron boquiabiertos por la sorpresa: el
supuesto compás de dibujo no era otra cosa que una brújula
geológica.
Conociendo de oídas la escasez de brújulas que reinaba, el
dibujante acudió cajita en mano ante el vicedirector de
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investigaciones, quien habiendo estudiado en la Unión
Soviética, y con amplios conocimientos del idioma de
Mendeléiev, rápidamente partió también cajita en mano para
el almacén, presintiendo lo peor. Efectivamente, allí ocurrió
lo más trágico y a la vez lo más simpático, pues se
descubrió que había varios cajones, cada uno con varias
decenas de cajitas de “compases”, que se habían ido
acumulando por varios años consecutivos, porque al decir
del almacenero, “nadie los había solicitado”… “Estaban a
punto de ser pasados a los inventarios de productos
ociosos”…
Al camarada vicedirector le faltó poco para tomar del cuello
y estrangular al pobre almacenero y si no lo hizo, no fue por
lástima ni por piedad, sino porque a tiempo meditó que no
era su culpa desconocer completamente la lengua de
Betejtin y carecer del más mínimo espíritu de investigador.
¿Cómo era posible que en varios años, ni a él ni a nadie se
le hubiera ocurrido averiguar lo que había en aquellas
cajitas? O... ¿Acaso estaba aquel hombre entre los pocos
confundidos que de verdad piensan que una brújula es una
viéjula montada en una escóbula?
Estimo necesario advertir que las brújulas geológicas, sean
“yanquis” o alemanas, rusas o japonesas, poseen un seguro
que aprisiona la aguja imantada contra el cristal que cubre el
cuerpo del instrumento, esto es para que la misma no ande
dando “cascabelazos” durante el tiempo que el artefacto no
se está utilizando, en detrimento de su frágil naturaleza, lo
cual implica que contrariamente, cuando usted vaya a
utilizar la brújula deberá accionar el mencionado seguro
para liberar la aguja, si no, ¡ni el sol!... Alguien pudiera
considerar esta advertencia innecesaria.
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Si usted es ese alguien, pregúntele al jefe de la comisión de
geofísica del Instituto de Geología y Paleontología (IGP) qué
pasó cuando le dio una brújula a un “ayudante” explicándole
que su tarea era muy fácil: garantizar que el rumbo del
perfilaje eléctrico fuera siempre al norte franco… Después
de haber avanzado algunos miles de metros a campo
traviesa cargando las pesadas bobinas de cables y racimos
de electrodos, siguiendo al embrujulado guía, al llegar al
tope de una pequeña elevación, al jefe se le ocurrió mirar
hacia atrás para percatarse que… el perfil realizado tenía
más zigzags que el filo de un serrucho y todo porque el
referido ayudante había obviado el trámite de liberar el
seguro de la brújula. ¡Claro, en tales condiciones el norte
estaba para donde quiera que apuntara!
Me contaba el colega geofísico que al reclamarle al
ayudante, éste, no sin razón, alegó en su propia defensa:
- A a a ah n n no, co co compadre, pe pe pero u u u sté a mí
no me me me di di dijo na na nada de eee so!
Existe un detalle que no quisiera soslayar y es el hecho de
que la Real Academia de la Lengua Española ha aceptado
el verbo “brujulear”, entre cuyas acepciones hay dos que
resultan muy acordes a los intereses y propósitos de la
Geología en general y de este libro en particular:
- Descubrir por indicios y conjeturas algún suceso o negocio
que se está tratando.
- Buscar con diligencia y por varios caminos el logro de una
pretensión.
Aprovechando esta coyuntura que nos brinda la Real
Academia, brujuleemos pues, por las páginas de este nuevo
volumen en aras de encontrarnos a través de estas
crónicas, con nuevos indicios que nos permitan llagar a
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nuevas conjeturas sobre las diversas aristas de la historia
del desarrollo de las Ciencias Geológicas en Cuba y de la
difícil, pero apasionante vida de los hombres y mujeres de
las Geociencias, es decir, de la “Gente de brújula, mochila
y piqueta”.
Por último, para cerrar también con rima esta parodia
apologética, quisiera, sin abusar demasiado de vuestra
paciencia, pedirles que valoren, la importancia geológica de
la brújula, resumida en los diez versos de esta atípica
décima endecasílaba, inspirada en otras dos que dedicara
un colega a la mochila y a la piqueta respectivamente y que
podrán disfrutar si aceptan la invitación de acompañarnos en
esta lectura hasta el final.
Brújula geológica
¡Mente et Malleo!: ¡acción y pensamiento!,
Divisa insigne de la Geología…
Me temo empero, que no bastaría
Para efectuar un buen levantamiento.
Pues sin medir exacto, el buzamiento,
El rumbo del estrato, la yacencia…
No habría mapa, imposible su existencia.
¡Ah… cajita magnética y esdrújula!,
Aguja e inclinómetro: LA BRÚJULA,
Ingénito instrumento de esta ciencia.
Ramón Omar Pérez Aragón
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AL COMANDANTE ERNESTO GUEVARA DE LA
SERNA, CHE: FUNDADOR DEL SERVICIO
GEOLÓGICO NACIONAL DE CUBA
Nyls Gustavo Ponce Seoane
Mente et Malleo
Por
estos días se habla y ya se comienzan a tomar
medidas por parte de las autoridades cubanas sobre la
formación del Servicio Geológico. Como demuestra la
práctica, hace cincuenta años que está formado, pero hasta
ahora, solo constituido por piezas aisladas. Enlazar y
vincular orgánicamente todas y cada una de estas piezas
como un todo coordinado, echarlo a andar, con alguna
institución que sea la coordinadora a nivel nacional estatal,
sería la continuación e impulso perfeccionado de la obra que
inició el Che Guevara. En su honor, bien vale la pena.
Antecedentes
Antes del triunfo de la Revolución, la Geología en Cuba se
ejercía
y
realizaba
por
compañías
extranjeras,
fundamentalmente petroleras: Union Oil Company, Shell,
Atlantic... No existían prácticamente geólogos cubanos,
pues los pocos que se dedicaban a esta actividad
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profesional eran ingenieros civiles que cambiaban de perfil
ocupacional, como fueron los casos de los ingenieros Jorge
Brodermann Vignier, Jesús Francisco de Albear y Fránquiz,
Armando Andréu Cabrera, o, en el mejor de los casos, eran
ingenieros en montes y minas como José Isaac del Corral
Alemán ó en minas como Antonio Calvache Dorado. Todos
ellos ejercían sus funciones para el estado cubano en el
Departamento de Montes y Minas adscrito al Ministerio de la
Agricultura de aquel entonces.
Esto distaba mucho de ser un Servicio Geológico Nacional,
a tal punto que el geólogo norteamericano Robert Hastings
Palmer, que se desempeñó como tal durante muchos años
en el país, se vio impulsado a señalar y aconsejar la
necesidad de crear en Cuba un SGN con el fin de realizar
los estudios geológicos sistemáticos y para lo cual
confeccionó un proyecto que constituyó un ejemplo de
desinterés personal y de amor por nuestra isla. Esto ocurrió
en la década de los años treinta de la pasada centuria.
La Fundación del Servicio Geológico Nacional
Después del triunfo revolucionario en 1959, desaparece el
Departamento de Montes y Minas del Ministerio de la
Agricultura y se crea el Instituto Cubano del Petróleo (ICP)
por un lado y el Instituto Cubano de la Minería, (ICM) por el
otro.
Al lograrse los primeros convenios con la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y otros países del
campo socialista y venir a Cuba un grupo considerable de
geólogos de esos lares, así como establecidas las
estructuras
administrativas
estatales
suficientes
y
necesarias, le correspondió al comandante Ernesto
Guevara, ya Ministro de Industrias, crear y fundar el Instituto
Cubano de Recursos Minerales (ICRM) el día 7 de
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Noviembre de 1961, designando como su director al capitán
Jesús Suárez Gayol (mártir de la Guerrilla Boliviana), y
cuyas funciones serían concentrar los trabajos geológicos
tocantes al ICP e ICM y ampliarlos aún más con la
prospección y exploración en todo el país del petróleo y el
gas acompañante, de los minerales sólidos y aguas minero–
medicinales, así como el de las investigaciones científicas
en el campo de la geología que permitieron confeccionar un
mapa geológico a escala uno en un millón de toda Cuba, en
tan temprana fecha como 1963, al cual siguieron los mapas
de yacimientos minerales y otros a mayores escalas en años
posteriores y que han sido la guía de investigaciones
geológicas especializadas en otras ramas de la economía
que surgieron posteriormente.
Por consiguiente, el 7 de noviembre de 1961 es un día
histórico, de carácter científico técnico geológico y
profesional por lo que significó para el estado cubano la
creación del Instituto Cubano de Recursos Minerales
(ICRM), que se avenía y acercaba, por sus amplias
funciones a lo largo y ancho de todo el país, a las funciones
de un SGN. Es por eso también que esta fecha, que
coincide además con el triunfo de la primera revolución
socialista, de obreros y campesinos, en el mundo, es la que
debería ser considerada como la fecha para conmemorar el
inicio, creación ó fundación del Servicio Geológico Nacional
de Cuba por el Comandante Ernesto Guevara de la Serna,
quién en definitiva fue su iniciador.
Se preocupó también el Comandante Guevara, y muy
fuertemente, por la “preparación de los cuadros necesarios”
para asumir dicha actividad, enviando a un grupo de jóvenes
a estudiar la carrera de Geología a los diferentes países del
campo socialista, tarea que promovió y dirigió
personalmente. Para suplir esta falta temporal se ocupó
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también de traer a especialistas latinoamericanos,
simpatizantes del procero revolucionario, a trabajar en este
campo en los primeros tiempos.
Fue por todas estas acciones concretas con respecto a la
actividad geológica que materializara el comandante
Guevara al frente del Ministerio de Industrias, que la
Sociedad Cubana de Geología (SCG), en su Primer
Congreso, celebrado en el Palacio de las Convenciones, en
Marzo de 1989, le otorgó la condición de Miembro Emérito
(post mortem) de la SCG, condición esta que se otorgara
por primera vez, y cuyo diploma acreditativo le fue
entregado a su primogénita Hilda Guevara Gadea.
Completamiento del Servicio Geológico de Cuba
En la década de los años sesenta, en Cuba, de forma
pragmática,
fueron
creadas
sucesivamente
otras
instituciones geológicas para cubrir las necesidades de este
servicio en diversas ramas de la economía del país que lo
necesitaban y hasta el propio ICRM evolucionó. Así tenemos
que:
- El Instituto Cubano de Recursos Minerales (ICRM),
fundado el 7/11/61 por el Comandante Guevara, para
atender la minería y el petróleo, que funcionaban desde
1959 con los nombres de Instituto Cubano del Petróleo (ICP)
e Instituto Cubano de la Minería (ICM), respectivamente,
pasó a formar parte de la Empresa Consolidada de la
Minería (ECM) en 1967 y, años más tarde, de la Dirección
General de Geología y Geofísica (DGGG), que a su vez
diera origen al Centro de Investigaciones Geológicas (CIG),
el cual se fusionaría en 1986 con el Instituto de Geología y
Paleontología de la Academia de Ciencias de Cuba,
adoptando este último nombre, es decir el de IGP.
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- El Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INRH),
creado en 1963, para atender las aguas del país.
- El Grupo de Investigaciones Nacional de la Construcción
(GRINACO), nacido en 1969 para atender las
construcciones y materiales de construcción, perteneciente
al Desarrollo Agropecuario del País (DAP), en aquel
entonces y que años más tarde se convertiría en la Empresa
Nacional de Investigaciones Aplicadas (ENIA) del Ministerio
de la Construcción. Antes de la GRINACO existió un
Departamento de Investigaciones de este tipo, también
adscrito al Ministerio de la Construcción (MICONS).
- El Instituto de Geología y Paleontología (IGP) de la
Academia de Ciencias de Cuba, fundado en 1964, para
atender las líneas científicas fundamentales de la Geología.
- La Facultad de Geología (1961-62), para la enseñanza de
la Geología, en el Ministerio de Educación Superior; y otros.
Estas fueron las principales instituciones del SGN originadas
en los años 60, pero que hacen más que evidente una
verdad histórica: le correspondió al Comandante Guevara
ser el iniciador, con la creación del ICRM, y, por lo tanto, el
fundador de este Servicio que abarca ahora diferentes
frentes de la economía cubana “pudiendo caminar con sus
propios pies el país en este terreno” tal y como él quería y
gracias a la obra que él inició en este campo en Cuba, y que
quedara sucintamente expresada en el Prólogo que escribió
para el libro “Geología de Cuba”, primer libro que se editara
y publicara en nuestro país después de la Revolución en
1964 y que transcribimos por ser de poco dominio público y
por su importancia histórica:
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Prólogo
El Instituto Cubano de Recursos Minerales es el resultado
de un acelerado proceso de estructuración de nuestros
organismos estatales y producto de la selección de ideas
organizativas que iban demostrando su real operatividad
práctica.
Al Instituto Cubano del Petróleo, primero de este tipo, siguió
el Instituto Cubano de la Minería; ambos organismos,
aislados entre sí, no cumplían su verdadero papel en los
momentos que vivíamos; se llegó entonces a su fusión,
creando simultáneamente la Empresa Consolidada de la
Minería, que se encargaría de la operación de las minas y la
Empresa Consolidada del Petróleo, que se ocuparía de los
procesos de transformación de ese producto. Al Instituto
Cubano de Recursos Minerales se le asignó la tarea
investigativa y, mientras no tuviera importancia fundamental,
la extracción directa del petróleo en nuestros pequeños
yacimientos.
El primer momento del Instituto se caracterizó por la
absoluta preeminencia de la geología del petróleo y su
dominio total sobre la estructura del aparato. En los últimos
tiempos se ha logrado balancearlo de manera que se le de
la importancia necesaria a cada una de las tareas, ya sea la
búsqueda directa del petróleo, o de los minerales metálicos
y no metálicos, la investigación científica de carácter más
elevado o la preparación de los cuadros necesarios para
que el país pueda caminar con sus propios pies en este
terreno.
En oportunidad de presentar esta “Geología de Cuba”, solo
dos geólogos cubanos han podido participar directamente
en su redacción sumados a algunos compatriotas de otras
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especialidades; la obra descansa fundamentalmente en los
conocimientos de los científicos soviéticos que trabajan en
éste y otros institutos del país, a los que fue necesario
sumar
el
esfuerzo
de
especialistas
españoles,
norteamericanos y cubanos de la colonia y del período
republicano de antes de la Revolución. No pretendemos
tomar méritos ajenos; el nuestro es haber hecho la
Revolución; nuestro mérito, hoy, en el campo de las
investigaciones, estriba en nuestra capacidad de aprender
en contacto con los adelantos científicos de los países
hermanos más avanzados, tanto en técnica como en
organización.
La importancia de este libro es, precisamente, la
demostración de la magnitud que pueden prestarse entre sí
los países del campo socialista; en que Cuba, país atrasado
y sin ningún desarrollo en estas técnicas, pueda, a los cinco
años de la Revolución, presentar una geología de alto nivel
científico para uso de todos sus profesionales. Es el
verdadero milagro de la época que vivimos; el milagro que
realiza el hombre; el de su solidaridad; la expresión de la
potencia de su fuerza mancomunada; de su capacidad de
eliminar las barreras geográficas y trasladar la ciencia de un
país a otro, sin condiciones, sin otro afán que la ayuda
fraterna a los pueblos del mundo.
Para nosotros, los cubanos, la ayuda prestada por los
científicos de todos los países hermanos ha sido
fundamental y ha dejado dos enseñanzas preciosas: el de la
técnica que poseen y el de la solidaridad que conlleva.
Nuestra joven Revolución, como una esponja, ávida de
todos los conocimientos de todas las partes del mundo, se
impregnará en los anchos cauces de la ciencia socialista y
de la solidaridad socialista para repartirla, en el momento
19
oportuno, por la parte del continente americano que aún
espera por su liberación.
Aquí está la obra, no es una expresión de lo que puede
hacer nuestra ciencia, sino una expresión de lo que puede
hacer la ciencia del mundo, a condición de que se le abran
las puertas para que sin tropiezos en cada país, a condición
de que el pueblo tome el poder, rompa las viejas estructuras
y construya su propia historia.
Comandante Ernesto Guevara
Ministro de Industrias.
El Comandante Ernesto Ché Guevara, fundador del Servicio
Geológico Nacional, con los geólogos soviéticos que trabajaban en
la prospección de turba, en la Ciénaga de Zapata. Foto: Sablón
(fotógrafo del ICRM)
20
AMOR DE GEÓLOGO
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
Cacho
D´Cobre, geólogo nativo de criadero oriental, no
quiso ser un glaucofana más de la pobre mena en la que
había aflorado. En aquel denuncio, bajo el imperio de la Ley
de Mohs, si no te ponías duro te rayaban, aunque él estaba
probado a toda inclemencia de los agentes del
intemperismo.
Al convivir en asociación paragenética con estables
granitoides y vidrios volcánicos había desarrollado la
propiedad de tolerar desde celestinas hasta feldespatos, sin
llegar a contaminarse. Con ese célebre don de autorayarse,
él mismo se asignaba una dureza de alrededor de siete,
haciendo gala del entorno en donde había yacido.
En su textura corporal mostraba una coloración ocre
abigarrada de brillo graso y una desagradable untuosidad,
amén de su contenido químico que lo clasificaba de muy
astuto e intrépido, no tan veloz como Quintas ni tan educado
como Campos.
21
Mucho que había rodado entre los aluviones sociales.
Podría decirse que aún muy joven, era todo un canto, por
ende rodado, perdurable y diáfano, aunque en sus talones
mostraba los nítidos “mudcracks” del abandono.
Así y todo, había una llama que lo sublimaba al soplete. Era
Crosita, una félsica geofísica recién graduada que habían
colocado en su brigada. Con el solo hecho de verla
acercarse, su solidez proveía síntomas de inminente efluvio.
¡Qué buenas tectónicas se mandaba… cuántas adorables
discontinuidades… qué decir de su empinado cuaternario! –
Se deleitaba con sus zonas débiles en plena marcha ruta.
Durante los reiterados enclaves oníricos, la veía anotada en
su libreta de campo, íntegramente descrita y clasificada,
más por tacto que visualmente. Una sensible muestra que
hubiera tomado con placer para parafinarla, cubriéndola
toda de esperma. Por intervalos la concebía a modo de
sección delgada, tendida y bañada con luz polarizada
debajo de su viejo microscopio, justamente cuando ella
dejaba de cruzar los nicoles, provocando que él perdiera por
siempre la visión de la Cruz de Malta.
Lo único que él tenía en sus escasos megas de memoria era
pura singonía, por eso nunca se atrevió a ir directo al
dióptrico. Con ella se arriesgaría a hacer el amor sin
corindón y la hubiese apretado cual cuarzo piezoeléctrico
para extraerle a gusto las chispas de su potencial energía.
Así, sin apenas líquido de lavado, con granallas o tricono, la
hubiese perforado lentamente…
De repente rodó Crosita, pendiente abajo y cayó entre sus
brazos muy cerca de su máquina perforadora (URB 2,5 a).
La sostuvo con ansias, cual princesa rescatada y le insinuó
con gallardía, colocarle una corona inglesa de diamantes,
sin estrenar.
22
- Tengo todo el buzamiento puesto en ti, a punto estoy de
perder el rumbo -se atrevió a decirle con la voluptuosidad de
un felibre- Mi yacimiento útil, industrial… por ti haría
cualquier inversión a riesgo… Te colmaría por doquier como
la más encajante de las rocas aunque me tildes de elemento
raro o despreciable pustaya-paroda (roca estéril en ruso)...
Por favor atiende mi considerada hipótesis… Tengo el
corazón hecho un relicto, incandescente y mórbido en las
honduras del cinturón del fuego.
Adherido como foraminífero a la roca índice, le aplicaba un
melange de disparates, pero con cierta secuencia rítmica,
como esperando un flysch que aliviara su alma agobiada por
una cruel discordancia angular de estratificación convoluta.
Ella se retorcía tratando de librarse de aquel malacate que
amenazaba con colocarla en cualquier momento de
espaldas al piso estructural, mientras se tornaba
birrefringente ante sus ojos daltónicos. Suspendida como
piedra pómez por un basalto columnar, hacía rato que tenía
la intensa sensación de que se estaba meandro. La aureola
de contacto de Cachito se hacía cada vez más insoportable
pues entre sus miembros infrayacentes ya había comenzado
a brotar una rígida macla.
Con elevada resistividad, la magmática joven, convertida
ahora en una lávica criatura, entraba en erupción. En el
desorden de la aguja de su brújula, hacía un perfecto
contraste su rostro laterítico con sendos labios de malaquita
y, sulfurosa, le profería al tenaz, el cúmulo de las más
geológicas injurias:
- ¡Pangea, Paleozoico… parece que no la ves pasar desde
el Precámbrico! -le gritaba con ira telúrica. Le dijo guijarro,
bitumen, grafito, jabón de serpofita con tufo de azufre; que
no soportaba esa horrorosa molasa de volcanismo tardío,
23
tan fuera de caja como la vieja teoría del Geosinclinal,
precisamente a ella, que era una piedra preciosa, una joyita
de la Placa Caribeña.
Los impactos fueron de tal magnitud, que los recursos de
seguridad ante catástrofes asignados a Cacho, quedaron
devastados. El golpe demoledor para el colapso definitivo de
su estructura lo sintió cuando le expresó que su presencia
era comparable a la de un coprolito de mamut.
Aquel geólogo experimentaba por primera vez, en lo más
endógeno de su ser, el verdadero significado del
enfriamiento paulatino del magma y con un estilo muy
hidrotermal, expulsó los últimos gases de su cámara en
lamentable diferenciación e hizo un sólido depósito en eso
de que el presente es la clave del pasado.
Hecho talco, cual víctima del más feroz intemperismo,
escaló el Pico Turquino, se ató al cuello la Gran Piedra y se
arrojó como un bólido cósmico en la Fosa de Barttle. Y
cuentan que anda ahora a expensas de la deriva de la
Corteza Oceánica...
24
AVALÚO DE AMOR
Ramón Omar Pérez Aragón
Como un geólogo lo haría,
Mi amiga, te quiero hablar.
Es decir, voy a tratar
De ciencia y de economía.
Y es que amor y geología,
Que son ciencias muy afines,
Cada cual en sus confines
Trataré de conjugar,
Y tú habrás de adivinar
Vida mía, con qué fines.
Para empezar te diré
Que siempre que exista amor,
Debe haberlo en un tenor
Que algún resultado dé.
No basta la buena fe,
Ni que exista un buen momento,
Si explotarlo es un tormento
Y causa preocupación,
Habrá manifestación,
Pero no habrá yacimiento.
25
Geológicamente hablando
Del amor, como ocurrencia
Mineral, cuya existencia
Se ha venido reportando,
Pero al final, evaluando
Su calidad con rigor,
Hay menos mena -de amorQue estéril, -que son las penasHay que aceptar que estas menas
Son de muy bajo tenor.
Cuando al unirse dos seres
Encuentran divertimento,
La unión es cual yacimiento
De esos que llaman “placeres”.
Pero entre hombres y mujeres
Suele a veces suceder
Igual que en cualquier placer:
Si las pepitas son pocas
Y solo abundan las rocas,
Tiende a desaparecer.
También pudiera pasar
Que el amor fuera abundante
Y la mena interesante,
Pero para a ella llegar
Haga falta destapar
Estéril hasta el suplicio,
Y abrir un gran orificio
O una cantera abismal…
Se encarece el mineral
Y no admite beneficio.
26
Si un amor, cual mineral
Pobre, en un momento dado
Está sobrevalorado,
De una forma temporal
Tendrá valor comercial
Y por un tiempo se explota,
Siempre al tanto de qué cota
Tenga su cotización,
Pues su sobreexplotación
Conlleva a la bancarrota.
Yo lo nuestro lo he evaluado,
Muchas veces, con paciencia,
Y digo que fue ocurrencia
Que en ocurrencia ha quedado.
Si hubo amor, fue lixiviado…
No sabes cuánto lo siento,
Pero llegado el momento
Del avalúo final,
Nuestro hallazgo mineral…
Nunca será un yacimiento.
27
BAUXITA
Ramón Omar Pérez Aragón
Roja, maciza, pesada,
Dura, estructura de oolita.
Esta vez, como Bauxita
Fue bien identificada
La roca que fue llamada
Tiempo atrás, por confusión,
“Basalto de Guajaibón”,
Por hallarse en tal dominio.
Hidróxido de aluminio,
Esa es su composición.
28
BRIGADA CUBANO–SOVIÉTICA DE BÚSQUEDA DE
MINERAL DE HIERRO
Jesús M. Véliz Basabe (†) y Lázaro Guzmán Castillo
Corría
el mes de Junio de 1961, cuando un grupo de
jóvenes, en su mayoría graduados de la Escuela Superior
de Artes y Oficio de La Habana, Fernando Aguado Rico y
otros de los Institutos de Segunda enseñanza de La Habana
y Marianao, fueron llamados por el naciente Instituto Cubano
de Minas (ICM), sito en la intersección de las calles
Empedrado y Aguiar, La Habana Vieja.
La mayoría, habíamos realizado exámenes de oposición con
el compañero Miguel Orta (entonces estudiante de
Geología) con el objetivo de trabajar como constructores
civiles, electricistas, mecánicos industriales, químicos,
dibujantes, y otras especialidades, pero en lugar de esto,
fueron llamados a formar parte de una brigada de Geología
para la búsqueda de mineral de hierro y la revisión de
anomalías aéreo-magnéticas en las provincias de
Camagüey y Las Villas, la cual estaba encabezada por
especialistas soviéticos en Geología y Geofísica.
29
El objetivo era la formación, mediante el estudio y el trabajo,
de técnicos medios en esas especialidades desconocidas
por entonces en Cuba, teniendo como primeros profesores a
esos especialistas soviéticos, pues ya desde ese momento
el estado revolucionario cubano, estaba pensando en el
desarrollo industrial del país y en especial, de la industria
extractiva.
El día 21 de Junio de 1961 partimos desde la ciudad de La
Habana el grupo de jóvenes hacia el municipio Florida,
provincia de Camagüey; albergándonos al arribar, en las
instalaciones del central azucarero Florida (entonces
Argentina). Abusando de la memoria, entre aquellos jóvenes
se encontraban Lázaro Guzmán, Aurelio Pérez, Alberto Yi,
Alejandro Hernández, Rigoberto Sotolongo, José Garrido,
Isabel Padilla, Silvia Sarría, Que formaban el grupo de
geólogos, mientras que entre los que serían geoísicos se
hallaban Jesús M. Véliz, José Rodríguez, Isabel Rebozo,
Cecilia Rebozo, Armando Siriaco, Lázaro Valdivieso,
Lázaro…, Mercedes…, Sara…y otros
Los especialistas soviéticos Alexander Nenieski (Jefe de
Especialistas), Vasili Shervak, Iván Selivestov, Asia
Drovotova (geólogos); Nicolai Poliakov y Dimitri P. Klimentov
(geofísicos) y otros, se instalaron en la residencia que
ocupaba el administrador del central antes de la intervención
y los estudiantes en las casas dejadas por funcionarios de
menor jerarquía. El día 22 nos reunió el administrador o jefe
del Grupo, Roberto Franco Oliva (por entonces Sargento del
Ejército Rebelde) y los diecinueve estudiantes, para
dividirnos por especialidad de acuerdo con el criterio
concebido previamente por los soviéticos.
Comenzamos las clases prácticas y teóricas de cada
especialidad, una especie de aprendizaje preliminar hasta
30
que salimos para la zona de trabajo en áreas del batey de
Magarabomba, ubicada a unos 15 a 17 km de Florida por la
carretera que conduce al municipio de Esmeralda, lugar
donde se encuentran las antiguas minas Pensilvania y
Magarabomba.
Los geofísicos realizaron los trabajos preliminares, es decir,
el estudio del campo magnético normal en la zona de trabajo
para colocar la estación de variación magnética y el punto
de control de los trabajos para poder comenzar el
levantamiento magnetométrico en ambas minas se formaron
dos grupos. Por su parte, los geólogos conformaron cuatro
grupos de trabajos para el levantamiento geológico detallado
del área y los demás trabajos mineros, incluyendo la
perforación. Los trabajos de gabinete de ambas disciplinas
se realizaban diariamente.
En el mes de agosto se realizó un alto de varios días en los
trabajos, debido a que al compañero Roberto Franco,
administrador de la brigada, le fue solicitada por parte del
gobierno del municipio, la cooperación nuestra en el cambio
de moneda que realizaría el gobierno revolucionario un fin
de semana, lo cual realizamos con la responsabilidad y
seriedad que requería el hecho.
A principios del mes de septiembre, después de terminado
los trabajos en la región de Florida, la brigada pasó a la
siguiente etapa de trabajo, viajando para la antigua provincia
de Las Villas, radicándonos cerca de la ciudad de
Cienfuegos, en el lugar más conocido y cercano al área de
interés, que era el poblado de Los Guaos (en las
estribaciones de la sierra del Escambray), donde se
encontraban unas antiguas explotaciones de mineral de
hierro, las minas Loma Alta y La Habanera y una serie de
31
anomalías aeromagnéticas como Loma de Báez, Polo Véliz,
La Esperanza y otras.
Al poco tiempo de encontrarnos en Cienfuegos, la brigada
se desmembró, debido a que una parte fue llevada para la
Sierra Maestra, para apoyar en los trabajos de la mina
Camaroncito en Oriente (fue una brigada de geofísica y
geología). En el mes de noviembre de 1961, al crearse
oficialmente el Instituto Cubano de Recursos Minerales
(ICRM), nuestra brigada pasa a formar parte de dicho
organismo, insertándose de esta manera en el naciente
Servicio Geológico Nacional.
Alrededor del mes de mayo de 1962 los compañeros del
grupo de geología fueron llamados para La Habana para
pasar un curso de técnicos geólogos en una escuela que
creó el (ICRM), la Félix Corzo, ubicada en una lujosa casona
de la esquina de Línea y 8, en el Vedado capitalino y en el
mes de agosto los restantes fuimos a realizar en la Habana
el informe final de los trabajos; al terminar este informe, la
brigada se desintegró definitivamente.
De este grupo de compañeros, pioneros de la actividad
geológica en Cuba, solo siete continuaron en la misma: seis
como geólogos y uno como geofísico, de los cuales seis
terminaron los estudios superiores y solo uno permaneció
como técnico, los restantes se dispersaron y emprendieron
otros estudios o se dedicaron a otras tareas.
En la actualidad, solamente quedan trabajando en la
actividad: Jesús M. Véliz Basabe1 (68 años) en GeoCuba,
Estudios Marinos; Lázaro Guzmán Castillo (67 años) en la
Oficina Nacional de Recursos Minerales y Rigoberto
Sotolongo Pedroza (70 años) en el Grupo Empresarial
GEOMINSAL.
32
Nota. En fecha reciente, mientras se preparaba la edición de este
volumen, falleció repentinamente, a la edad de 70 años, el
compañero Jesús M. Véliz Basabe, redactor principal de esta
crónica.
Grupo de estudiantes de Geología. De izquierda a derecha:
Rigoberto Sotolongo, Alberto Yi, José Garrido, Alejandro Hernández,
Aurelio Pérez, la profesora soviética Asia Drovotova y el chofer del
Gas 69. 1962.
33
BRONCA EN LA ESCALA DE MOHS
Ramón Omar Pérez Aragón
A Rogelio Alberto Rosales Antúnez,
colega en las ciencias y en las letras
Escala de Mohs
Mineral
Talco
Yeso
Calcita
Fluorita
Apatito
Ortoclasa
Cuarzo
Topacio
Corindón
Diamante
Cuando en la Escala de Mohs
Se formó la rayadera,
El Talco se quedó fuera
De la forma más atroz.
Por ser él el más precoz
Le hizo el Yeso una rayita,
34
Dureza
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
Atrás vino la Calcita
Y a los dos le hizo la raya,
Pero en la misma batalla
A los tres rayó Fluorita.
A los cuatro el Apatito
Los rasgó, pero Ortoclasa,
A los cinco hizo su traza
En lo que el Cuarzo, maldito,
A los seis pasó el filito,
Mas, el Topacio a los siete
Les pasó raya en el brete,
Cuando el Corindón, cortante,
Cortó a ocho, pero el Diamante
A todos pasó el machete.
35
CHAMACO, SU AMIGO Y EL “CANTAO” DE LOS
CUBANOS
Ramón Omar Pérez Aragón
A los maestros y médicos internacionalistas cubanos.
Honor a quien honor merece.
Dos jovenzuelos citadinos, Chamaco y su amigo, trepaban
con gran esfuerzo una abrupta y escarpada ladera durante
una apasionante misión de excursionismo campestre y
mientras se acercaban al tope de la loma, la inusual -para
ellos- aventura les hacía imaginar que realizaban una gran
hazaña y hasta llegaron a creer que estaban a punto de
conquistar la gloria que merecen los grandes alpinistas
cuando alcanzan las más altas cumbres. Sus ilusiones
pronto se vendrían abajo, cuando al vencer el último tramo
del “excepcional” ascenso, arribaban nada menos que al
patio de un hogar campesino, donde un niño, mucho menor
que ellos, se dedicaba plácidamente a la insólita tarea de
ordeñar una vaca.
Esta desconcertante fábula, muy bien grabada en mi
memoria, a saber por qué, jamás se borró de mi mente
desde que la leyera en una de aquellas coloridas historietas
36
infantiles de mis primeras lecturas, que se publicaran en
Cuba a principios y mediados de los sesenta 60 del pasado
siglo, y que luego desaparecieron abrupta y misteriosamente
como lo hicieran los grandes reptiles y otras especies allá
por la lejana (65 millones de años atrás) época que ha dado
en llamarse el límite K-T (Cretácico-Terciario). Pero no solo
eso, sino que muchos años después, algo semejante me
ocurriría, mientras desempeñaba mi trabajo como geólogo
internacionalista en la bravía, sufrida y queridísima patria de
Sandino.
En Nicaragua, como en Cuba, solamente existen dos
estaciones bien definidas: el invierno y el verano. Solo que
éstas, no se ajustan para nada con las estaciones
convencionales que todos conocemos, pues el invierno para
los nicas es la época de lluvia (meses estivales), donde todo
es verde y frondoso, los ríos llegan a ser caudalosos y las
inundaciones son bastante frecuentes; el verano en cambio,
es la época de seca, donde todo es aridez y los tupidos
bosques desaparecen para dar paso a pelados paisajes de
breñales y espinas, y por los antes caudalosos ríos en vez
de agua corren todo tipo de vehículos, pues los arenosos
cauces se convierten en terraplenes, y en muchos casos, en
verdaderas autopistas de arena y cascajos.
Es precisamente el verano nicaragüense la mejor época
para el trabajo de campo de los geólogos, pues la
vegetación deja de ser obstáculo, los macizos rocosos
aparecen expuestos por doquier, y las autopistas fluviales
vienen a suplir parcialmente la enorme escasez de vías de
acceso, carreteras y caminos, mas, solo parcialmente.
Con demasiada frecuencia debíamos abandonar el yipón en
medio de una cañada obstruida por una cascada seca, una
avalancha de rocas o simplemente un árbol caído y
37
continuar varios quilómetros a pie para poder terminar,
cuando no, para llegar al punto de inicio del itinerario del día.
Eso precisamente fue lo que nos ocurrió una mañana de
finales de 1988.
La guerra había hecho honda mella en la economía del país
y el proyecto de levantamiento geológico con búsqueda
acompañante de oro, enmarcado en acuerdos de
colaboración soviético-nicaragüenses, donde a la sazón
trabajaba, no había escapado a tales vicisitudes.
Casi todo el personal de apoyo había sido despedido por
falta de presupuesto: choferes, mochileros… y los geólogos,
por no contar con ayudantes y ante la inviable alternativa de
salir solos al campo, trabajábamos en parejas, conducíamos
nuestros vehículos y nos acompañábamos y ayudábamos
unos a otros.
Aquella mañana, la vieja fábula de Chamaco y su
compañero, volvería a mi memoria con marcada nitidez…
Abandonado el ruinoso UAZ al final del tramo transitable de
un “río-plén”, en compañía de mi querido camarada, el
geólogo ruso Guenadiy Derimiedvied, trepábamos en pos de
unas vetas de cuarzo aurífero por una empinadísima y
espinosa ladera de una apartada montaña, relativamente
cercana a San Pedro Metapa, hoy Ciudad Darío, cuna del
insigne poeta nicaragüense. La enorme profusión de
arbustos espinosos de todo tipo, algunas de cuyas púas se
clavaban constantemente en nuestras suelas, me había
obligado a utilizar la lengua de Dostoievskiy para comentarle
al colega soviético:
- Guena, ¿Cuántos pasos darías tú aquí, si te despojaran de
tus botas de geólogo?
38
- ¡Ninguno! –exclamó enfático, mientras arrancaba a
piquetazos unos trozos de palo seco adheridos a su calzado
por medio de las susodichas espinas.
Trepamos con bastante agilidad, pues afortunadamente lo
hacíamos por la ladera sombreada, de modo que en pocos
minutos alcanzamos la cima de la elevación un tanto
cansados y otro tanto ripiados por las malditas espinas.
Una vez en pleno parteaguas, los espíritus de Chamaco y su
amigo encarnaron en nosotros para dejarnos boquiabiertos
por la sorpresa: allí, ante nuestra desconcertada mirada
apareció un inusitado leñador nicaragüense, quien armado
de su enorme machete punticurvo desbrozaba breñas y
abrojos con los que hacía pequeños haces de leña. Pero lo
más increíble, lo que me hizo permanecer mudo, mientras
que al Guena se le escapaba un sonoro “¡iolki-palki!” (algo
así como ¡palitos de pino!, incomprensible expresión de
asombro en la tradición rusa), era que aquel hombre llevaba
como único atuendo un ancho y raído pantalón atado a la
cintura con una cuerda… ¿no han caído? ¡Aquel hombre
estaba completamente descalzo!, ¡y se paseaba por aquella
espinera como si tal cosa! La charla no se hizo esperar.
Después del saludo y algunas frases de presentación, le
pregunté al hombre sin cortapisas:
- Óigame compa, ¿cómo es que hace usted para andar
descalzo por encima de esas espinas?
- Somos muy pobrecitos por acá, pues. –recuerdo que me
dijo- No tenemos zapatos.
Después que tradujera la penosa respuesta al idioma de
Lérmontov y se la comunicara al camarada Guena Ripia-eloso (eso es lo que significa su apellido), y en medio del
39
embarazoso silencio que se creara, fue el nica quien
preguntó:
- ¿Y en qué idioma platican ustedes?
- En ruso –le dije- es que mi colega es soviético y no
entiende nuestra lengua.
- ¿Y vos, cubano, dónde aprendiste esa jerga?
- En Rusia…, es que yo estudié allá. ¿Y usted cómo sabe
que yo soy cubano? –los nicas siempre me sorprendían por
descubrir invariablemente mi procedencia.
- Por el cantao, pues. Yo ese cantao de los cubanos lo
conozco bien. Ya por aquí han pasado dos cubanos: primero
fue el maestro, el que nos enseñó a leer y a escribir y
después la doctora, que agorita nomás está de vacaciones
en Cuba. Bueno, tres, porque agora pasó el geógolo…
- El geólogo –le corregí riendo, mientras estrechaba su
mano extendida.
- Va, pues, el geólogo –aceptó sonriente.
- Bueno mi amigo, nos vamos, que nos queda todo el
trabajo por delante; si yo pudiera caminar como usted por
las espinas, con gusto le dejaba mis botas –le dije a modo
de despedida.
- Tranquilo, pues. Ya yo estoy acostumbrado y vos, dudo
que podás dar un paso sin las botas. Vayan con diosito
pues.
- Adiós.
El hombre volvió a machetear los resecos arbustos, en tanto
que Oso Ripiado, es decir, el Guena y yo proseguimos “a
golpe de brújula” tras las huellas de las vetas de cuarzo. Y
40
mientras nos alejábamos del leñador descalzo, volvía a mi
mente el recuerdo de la citada historieta, solo que ahora no
paraba de asociar a los maestros y los médicos cubanos
con el niño de la vaca. Sin duda ellos habían escalado
primero aquella cima.
41
DE LA MANIOBRA AL GUÍA
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
El pinareño Pascual con notables influencias habaneras,
por sus modos de barba y espejuelos, sin dudas se
enmarcaba en la onda del pepillo intelectual de los años
ochenta. Contrastantemente compartía la práctica de campo
con un santiaguero que contra toda burla de los
occidentales, mantenía las moticas “fleitó” (cubaneo del
inglés por flat top) del típico guapo de la época.
A pesar de las diferencias formales, ambos estudiantes de
Geología, trepando los estratificados parajes, entre cafetos y
cacaos de las lomas de Ramón de las Yaguas, estaban a
punto de convertirse en dos buenos consocios.
La marcha-ruta agobiante, les indicaba lo imperioso de un
merecido descanso. Se acercaron a un claro intramontano,
en busca de las clemencias de un humilde bohío que se
erguía a un lado del camino. Quiso la ventura, que además
del incentivo de aquel pozo de agua, como el mejor canto de
sirena, quedaran hechizados en pleno mediodía, por el
42
reclamo de un seductor sahumerio que desde el traspatio
les llegaba.
¡Asereee! Un cochino matao -dijo el pinareño del Lois
desgastado y de calzoncillos atléticos.
¡Ay nagüe! Qué olor a chicharrón, ahí están friendo un
macho -fue la expresión jubilosa del que había nacido en la
oriental región y aun usaba “matapasiones”.
Para garantizar un ferviente agasajo por parte de los
“ingenuos vecinos”, el cual de hecho, debería incluir el
convite a la carne frita, había que llegar a la casa, de la
forma más impresionante posible -pensaron al unísono los
dos colegas- Sin obviar la natural hospitalidad de los
moradores, un impacto adecuado sería el de dos forasteros
cubiertos de aparatos raros, extenuados y simulando estar
desorientados, esa era una maniobra que nunca fallaba.
Pascual se colocó de inmediato la brújula abierta de par en
par en lo más visible de su pecho y abrió el estuche de la
cámara fotográfica rusa de treinta pesos, para exhibir lo
fascinante del mecanismo de lentes y botones. El oriental,
de menos recursos, se colocó la piqueta a un costado y la
“sumka” de su compañero atravesada al dorso, al estilo de
un camarada comisario de la Gran Guerra Patria.
En el momento en que comenzaron a ladrar los perros, el
primer gesto de bienvenida les fue otorgado por una
campesina de sonrisa campechana, la cual, sin dar
muestras de asombro alguno y para desconcierto de los
intrusos, desde el portón de la casa le anunciaba a su
marido:
¡Exuperanciooo, por ahí vienen dos muchachos que
parecen geólogos, pues hasta traen brújulas, mochilas,
piquetas y todo! …
43
El viejo, muy atento, salió a recibirlos con los brazos
abiertos, y sin dilación le plantó a cada uno un plato repleto
de carne y yuca, leche, café y abundante agua de la más
fresca. Mientras engullían, el anfitrión, a la manera del más
elocuente de los maestros, amadrigaba a los comensales
con palmaditas en los hombros y muy flemáticamente les
exhortaba.
¡Coman bien muchachos!, pa` qué tengan fuerzas
pa` terminar el levantamiento, que yo sé que la cosa es
dura.
Todavía en su estupor, se despidieron con pocas palabras.
Con la hartera, y también con el gran fiasco, decidieron ir
directamente para el campamento y dejar inconcluso el
itinerario del día.
Más tarde, alguien les aclararía que aquel espléndido y
cordial lugareño había sido un excelente guía de los
famosos geólogos soviéticos Adamóvich y Chejóvich,
durante sus peripecias por la geología de Cuba Oriental.
44
DÍA DE PERROS
Ramón Omar Pérez Aragón
A mi colega y amigo Rafael Lavandero Illeras
En la madrugada nos despertaron dos o tres veces los
goterones que como pedradas, dejaron caer sendos
nubarrones pasajeros sobre el techo de zinc del tráilerdormitorio. Sin embargo, la mañana se presentó fresca y
despejada, por lo que nos preparamos como cada día y
salimos a la hora de siempre a cumplimentar, cada
comisión, la tarea que nos habíamos planteado en la
reunión de la tarde anterior.
El flaco Lavandero y quien esto escribe, deberíamos
recorrer un largo itinerario, atravesando un gran espacio
ocupado, según los mapas preexistentes, por los esquistos
grafíticos de la Formación Cobrito, por lo que, a sabiendas
de que este tipo de rocas suele ser reservorio natural
(trampa) de elementos de “tierras raras” y radiactivos, nos
aseguramos de poner a punto el radiómetro de campo SPR2 y cargamos con él, además de la habitual carga de
nuestras respectivas mochilas, brújulas y piquetas.
45
Cuando Revoltillo, nuestro chofer, nos dejó en el punto
previsto, todavía el sol se encontraba oculto detrás del
lomerío de la parte oriental del macizo Guamuhaya, pero ya
estaba completamente claro. Parados allí en el terraplén,
mientras encendíamos y nos envenenábamos con los
primeros populares, vimos alejarse el amarillento yipón con
el resto de los compañeros y nos dispusimos a iniciar la
jornada. Nada parecía indicar que el día sería diferente de
los demás, esto solo lo sabríamos en el transcurso del
mismo, cuando las cosas comenzaran a marchar de mal en
peor.
Una vez apagadas las colillas, nos internamos por un
estrecho sendero que, ascendiendo hacia el noreste por
sobre los riscos de mármoles grises de la Formación San
Juan, se perdía entre la tupida y húmeda manigua, por lo
que para cuando divisamos el esperado contacto con la
Formación Cobrito, tanto mi compañero como yo estábamos
entripados de la cintura para abajo, al decir de un colega de
apellido Astraín, estábamos completamente “ano-nadados”.
Sin embargo, las rocas de esta última formación nos
recibieron menos amistosamente que las anteriores: la lluvia
de la madrugada se había confabulado con las arcillas
negras resultantes del intemperismo de los esquistos
carbonosos de Cobrito para elaborar un barro oscuro y
resbaloso que al poco tiempo, mientras descendíamos por
una pequeña cuesta, hizo rodar por la pendiente a mi
camarada, quien al levantarse algunos metros más abajo,
adolorido y malhumorado, había cambiado completamente
su inicial aspecto de geólogo por el de un minero acabado
de salir de una mina de carbón. Mi risa burlona duró
exactamente hasta que en la próxima bajada, tras un
aparatoso patinazo, quedara sentado grotescamente en
46
medio de un charco de lodo, para beneplácito de mi
acompañante.
Sobre las ocho de la mañana la situación vino a complicarse
inesperadamente: un rezagado nubarrón nos sorprendió en
medio de un descampado con el único aporte positivo de
ayudarnos a limpiar un poco nuestro embadurnado cuerpo.
En cambio, el saldo de las influencias del chaparrón fue
netamente negativo: entre el cúmulo de desgracias que
aportó, destacan el hecho de convertir nuestro sendero, que
ya era un lodazal, en un verdadero pantano; por otra parte,
terminó de ensoparnos de pies a cabeza y lo peor: arruinó
nuestra merienda, consistente en una triste y escuálida
telera de pan con pan, o “pan-cholo”, como también suele
llamársele a este tipo de manjar.
Después que la nube viajera se largara con su lluvia a otra
parte, el día comenzó a “levantar”, pero lo hizo quizá
demasiado bien, tanto, que el sol comenzó a picar fuerte;
toda el agua caída empezó a evaporarse, convirtiendo la
montaña entera en una verdadera sauna natural. Esto
propició, además de las molestias del calor agobiante y la
correspondiente sudoración, que mucho antes de lo
programado nos quedamos sin una gota de agua potable en
nuestras cantimploras, con la agravante de que todos los
arroyos estaban bien revueltos, por lo que sus aguas
habíanse tornado absolutamente imbebibles.
Por lo demás no hubo mayores inconvenientes, a no ser
unos cuantos resbalones más y, en el plano geológico, la
ausencia casi total de buenos afloramientos de rocas en el
camino, y que las mediciones radiométricas de los esquistos
no arrojaron valores significativos por encima del fondo o
“clarke”, como se le llama en el argot geológico al contenido
promedio de mineralización en la corteza terrestre, por lo
47
que haber cargado con el radiómetro estuvo a punto de
convertirse en un acto innecesario, de no ser por lo que
vendría después…
Sobre las dos de la tarde, casi a punto de salir a la carretera,
donde debíamos encontrarnos con Revoltillo y el resto de
las comisiones, divisamos una casita de tablas de palma y
techo mitad de guano y mitad tejas de zinc, que a pesar de
la hora permanecía extrañamente cerrada. Aun así,
agobiados por el hambre y la sed, nos encaminamos hacia
ella, con la esperanza, de mitigar al menos esta última, pues
en el patio del bohío resaltaba la presencia de un pozo
artesiano, equipado con una buena bomba de mano. Pero
no nos habíamos aproximado a menos de cincuenta metros
de la casucha, cuando una endiablada y variopinta jauría de
al menos seis canes salió de sus alrededores y se abalanzó
sobre nosotros con malévolas intenciones. Lo más
interesante, a la vez que desconcertante del hecho, es que
los perros, obviando completamente mi existencia, pasaron
por mi lado para ir a ensañarse con la enjuta persona de mi
camarada.
El flaco Lavanda, al verse acosado por la perrera, enfrentó
valientemente el ataque: lanzando su pesada piqueta rusa
sobre el can que lideraba la manada, logro ponerlo en fuga
momentáneamente, lo cual sin embargo, pareció enfurecer
aún más al resto de la perruna tropa, que arreció sus
gruñidos y ladridos, mientras mostraban amenazadoramente
sus pavorosos colmillos. Privado de lo que hubiese sido su
arma más efectiva al utilizarla como proyectil, mi colega se
vio arrinconado contra una mata de mangos, lanzando a
diestra y siniestra desesperados mandobles con el
radiómetro, el cual esgrimía como si se tratara de un sable,
al tiempo que gritaba pidiéndome ayuda, mientras yo
48
observaba atónito la increíble escena, sin atinar a hacer
absolutamente nada.
A la enorme algarabía de los perros y los gritos
encolerizados de mi amigo, de la aparentemente desierta
casa salió por fin una desgreñada dama, seguida de cerca
por un caballero semidesnudo, quien con una mano
sujetaba sus calzones, mientras con la otra blandía en alto
un largo y afilado machete, cual mambí que acabara de
escuchar un “toque a degüello”.
- ¡Pinto!, ¡Yeti!, ¡Laika! –gritaba la señora a sus perros, sin
lograr apaciguarlos.
- ¡Canelo!, ¡Campeón! –tronó la voz el amo mientras
descargaba sendos planazos sobre los lomos de los canes,
que esta vez parecieron darse por aludidos y pusieron patas
en polvorosa, chillando y con la cola entre sus cuartos
traseros.
No bien recuperado el color de su apergaminado rostro, el
flaco Lavandurria la emprendió conmigo por no haber
intervenido en el inusual combate para defenderlo del feroz
ataque canino. Por mi parte, una vez recuperada el habla,
esbozando una sonrisa entre nerviosa e idiota, solo atiné a
improvisar un chiste que a nadie causó la menor gracia:
- ¿Será que los perros te confundieron con un hueso
gigante?
Los amos de la casa, evidentemente sorprendidos en plena
si…esta, no mostraron demasiada hospitalidad, por lo que
una vez que bebimos con avidez el par de jarros de agua
fresca del pozo, que la doña nos ofreciera, nos despedimos
cortésmente y emprendimos la marcha por el trillo que subía
hacia la carretera, volviendo la vista a cada momento en
49
prevención de un segundo asalto, pero era la hora en que
los perros no siguen al amo… ni a nadie.
Una vez en el asfalto, todavía tendríamos que esperar casi
una hora para ver llegar el amarillo yipón de Revoltillo y otra
más hasta llegar, con las tripas pegadas al espinazo, al
campamento donde nos esperaba la consabida y cotidiana
tanda de arroz con sardinas. Terminaba de esta manera, lo
que para siempre quedaría en nuestra memoria como… un
día de perros.
50
“DIVERSANTI” EN LA SIERRA MAESTRA
Eugenio Casanovas Casanova
Era Octubre de 1967 y nos encontrábamos haciendo el
levantamiento a escala 1:100 000 de la región de la Sierra
Maestra entre los límites de los ríos Buey y Guamá. Los
geólogos del levantamiento éramos el soviético Evald Zikin y
yo, pero como a Zikin se le iba a vencer el contrato enviaron
a otro geólogo nombrado Tit Kínev. Este no hablaba una
palabra de español ni nosotros media de ruso. Un día Kínev
le preguntó a un obrero que trabajaba en la brigada, en su
espeso rusoñol, si en la Sierra Maestra había “diversanti”, el
obrero pensó que esto era “diversión” y le dijo: -“mucho,
mucho”. Nadie conocía entonces que el significado en
español de la palabra “diversanti” en ruso era
“saboteadores”, es decir, “alzados”.
Nosotros nos habíamos dado cuenta que al salir a los
itinerarios por la Sierra, Kínev siempre miraba hacia todos
lados con gran preocupación, pero la situación vino a
complicarse el día que este geólogo salió muy temprano a
hacer un recorrido con el entonces técnico geólogo Roberto
Puig, quien al pasar de los años llegaría a ser y se
51
desempeñaría como Ingeniero de Minas en la mina El
Cobre. Ese día, Kínev y Puig salieron juntos en un itinerario,
mientras Zikin y yo iríamos de recorrido por otras áreas.
Generalmente, a consecuencia de lo agreste del terreno,
salíamos aproximadamente a las 6:00 a.m., “con la fresca”,
y trabajábamos hasta alcanzar el último punto del itinerario
que teníamos planificado.
Regresamos, Zikin de su recorrido y yo del mío,
aproximadamente a las 4:30 p.m., pero pasaban las horas y
Kínev y Puig no volvían. Ya era de noche y estábamos
preocupados por ambos, pues un accidente en la Sierra,
aunque no era común, siempre era probable. Partimos con
Zikin, cada uno con un obrero, en dos direcciones para ver
qué había ocurrido: uno de nosotros por el supuesto trayecto
de ida hacia el itinerario de ellos y el otro según el posible
trayecto de vuelta. Retornamos ya pasadas las once de la
noche y ni rastros de los dos compañeros. Decidimos
descansar algo en el campamento, pues estábamos
exhaustos, con la idea de que al día siguiente, con la
claridad del día podríamos recorrer las montañas y averiguar
con uno u otro campesino si habían visto a Kínev o a Puig.
Al otro día partimos temprano a buscarlos sin ningún
resultado, pero cuando regresamos al campamento casi al
mediodía, ya ellos estaban allí desde hacía apenas unos
minutos. Grande fue la sorpresa que nos llevamos al
contarnos ellos lo que les había pasado: Resulta que en
esos días había maniobras de las Milicias Serranas, las que
habían detectado a ambos compañeros, confundiéndolos
con posibles infiltrados, por lo que les “tiraron” un cerco.
Puig contaba que veía unos hombres que desde lejos les
hacían señales, pero Kínev pensaba que eran “diversanti”
por lo que apuraban el paso en dirección contraria al lugar
52
desde donde avanzaban los milicianos. Al rato los
“capturaron” y llevaron al puesto de mando.
Puig les explicaba a los milicianos que eran los trabajadores
de la geología que estaban haciendo el levantamiento
geológico y que su compañero era un especialista soviético,
pero al hablarle el oficial de las Milicias a Kínev, éste
respondió en inglés, pues conocía mejor este idioma que el
español, por lo que continuó complicando las cosas.
Ambos pasaron la noche y parte de la mañana detenidos,
hasta que uno de los milicianos, que era campesino de la
zona, pudo atestiguar que había visto un campamento de
“mineros” cerca del aserrío de La Alcarraza y reconoció
haber visto por allí a Puig.
Esto era en cierta medida lógico, pues si el campesino había
pasado por el aserrío, un negro tan flaco y con casi dos
metros de estatura como Puig, sin dudas debió llamarle la
atención. Pero no los soltaron en aquel momento, sino que
solo pudieron marcharse después que se corroborara con
un puesto de mando superior la existencia de una brigada
de trabajadores geológicos en aquel territorio, y un oficial del
Ejército Rebelde que llegó al lugar donde los tenían
retenidos, diera la orden para que los liberaran.
Esta anécdota es un ejemplo de las cosas que podían
ocurrir durante los trabajos de campo en aquella época. A
pesar de la angustia y de la preocupación que sufriera Kínev
al verse detenido, al pasar de los días todos nos reíamos de
lo ocurrido. Después de este incidente Tit Kínev y nosotros,
aprendimos que en la Sierra Maestra había “diversanti”, pero
también había diversión.
53
EL ALMUERZO NO ESTABA TAN BUENO
Jesús Hernández Hernández
Corría el mes de agosto de 1988 y una de las comisiones
de topografía de la Unidad de Servicios Técnicos de la
Empresa de Geología de Pinar del Río se encontraba
trabajando en el yacimiento Castellanos, en Santa Lucía. En
esos días hacía un calor sofocante, pues a pesar de que en
el cielo en ocasiones se veían algunas nubes aisladas, la
lluvia no aparecía. Todos los integrantes de la comisión
estaban realizando el levantamiento topográfico de una
parte del yacimiento y les iba de maravillas, ya que les
faltaba poco para terminar los trabajos en esa zona.
Siempre que se llegaba al área de trabajo, se distribuían las
tareas del día entre el personal: unos trabajaban como
cadeneros porta-mira, y otros como ayudantes, pero todos
sabían realizar el trabajo del otro sin problemas de ningún
tipo, y a la hora de la chapea, no tenían dificultad para
trabajar y lo hacían con entusiasmo.
Una mañana, en plena faena de trabajo los agarró un
pequeño chubasco al sur del yacimiento. Protegieron los
54
equipos con alguna que otra jabita de nylon, pero no hubo
lugar donde guarecerse del chubasquito, ya que el
transporte con que contaban no estaba en el lugar, pues el
mismo había llegado al área de los trabajos con problemas
técnicos, por lo cual el chofer había hablado con el jefe de la
comisión para regresar al taller de la empresa por dicho
motivo y porque además de eso, le tocaba el mantenimiento
técnico al camión.
El jefe lo había autorizado con la solicitud de que tratara de
estar de regreso a la hora del almuerzo, ya que la empresa
quedaba a unos cuatro kilómetros del área. Después de la
breve lluvia, continuaron su trabajo, entrando en calor
rápidamente, pues de nuevo llegó el calor sofocante.
Al medio día regresó el transporte y el chofer, entusiasmado
por entregarle la comida a la gente, empezó a buscarlos.
Después de un rato, al localizarlos, les gritó a viva voz que
ya había dejado el almuerzo junto al camino, pero que tenía
que volver para el taller, ya que por estar el jefe reunido con
todos los mecánicos no se le había dado el mantenimiento
al carro, el jefe de la comisión, de nombre Barbarito, le
respondió a gritos al chofer:
- Está bien, Viudo, pon las cantinas del almuerzo por ahí en
una sombrita que en un momento subimos y almorzamos,
vamos a terminar esta pequeña cañada.
- Okey Barbarito, - respondió Viudo- pero no se demoren
que se les va a enfriar y está bueno el almuerzo.
El jefe de comisión quería terminar antes de almorzar la
pequeña cañada que se extendía a una distancia de unos
cuatrocientos metros desde el costado sur de la loma hasta
una pequeña llanura, por lo que pasó el tiempo y ya todos
tenían un hambre tan feroz, que parecían leones enjaulados.
55
Los ayudantes empezaron a rezongar entre ellos:
- ¿Este tipo no tendrá hambre?
- Por lo menos yo estoy rajao como una yuca –exclamó otro.
- Y yo estoy que me como un buey – dijo el otro por alláClaro, él no es el que está caminando como un descosió por
dentro de esta cañada que no esta nada fácil.
Al rato, se escuchó la palabra salvadora del jefe en sus
radios de comunicación:
- ¡Arriba caballero, vamos a almorzar que es la una de la
tarde y tengo tremenda hambre al igual que ustedes!
Con el hambre y la sed que tenían, todos subieron
entusiasmados por la ladera de la empinada loma en busca
del ansiado almuerzo. Más, pensando que estaba bueno,
como le había dicho el chofer a Barbarito antes de regresar
al taller de la empresa.
Al llegar a la
exclamaciones:
cima
de
la
loma
comenzaron
las
- ¿¡Pero dónde este hombre habrá dejado el almuerzo,
caballero!?
Hacía un sol que rajaba las piedras y no había una mata
donde estar a la sombra, la más grande tenía como un
metro de altura. Todos daban pasitos de un lugar a otro
haciendo comentarios mientras el tiempo corría y el carro no
llegaba para preguntarle al chofer. Buscaron por todo el
lugar hasta el cansancio; unos se sentaron en las piedras
que estaban a la orilla del camino y otros se sentaron
directamente en el suelo. El tiempo seguía corriendo. Como
a las tres de la tarde uno de ellos emprendió una caminata
hasta el final del camino que atravesaba la loma de este a
56
oeste para ver si encontraba alguna que otra fruta
silvestre…
Casi a las tres y media se escuchó un ruido y la cara de la
gente cambió al ver el camión subiendo por el camino hasta
llegar a donde ellos estaban:
- ¡Coño, Viudo!, ¿dónde diablos dejaste el almuerzo? pregunto Bárbaro.
- Yo lo deje aquí compadre, mira, debajo de esta matica respondió el chofer.
- ¡¿Qué?! ¿Será que se habrá ido corriendo detrás de ti?
Por lo menos, porque por aquí no hay ni huellas de las
cantinas - exclamó el jefe.
La gente no aguantaba el hambre. El que había emprendido
la caminata ya estaba de regreso con varias guayabas y
unos mangos para compartirlos con los demás. Continuaba
la discusión de Bárbaro con el chofer del camión por el
almuerzo que no aparecía.
Un obrero se acercó y le preguntó al Viudo:
- A ver, dime compadre, ¿dónde es que tú pusiste las
cantinas?
- Ahí, debajo de esa matica, compadre -le repite lo mismo.
- Dime, ¿dónde viraste con el camión? -le pregunto otro.
- Yo vire aquí mismo, mira, mira las marcas de las gomas
del camión.
Todos empiezan a mirar bien las maracas que dejó el
camión, y uno dice:
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- Compadre, si viraste aquí como dices y dejaste las
cantinas debajo de esa matica, entonces las rozaste con las
gomas, porque las marcas llegan hasta la dichosa matica.
- Entonces de seguro que fueron a parar allá bajo, en
aquellas yerbas –sentenció el otro.
Bárbaro, al escuchar aquella deducción le dice a un obrero:
- Villa, mira a ver si están allá abajo.
El obrero emprende la caminata loma abajo y grita al rato:
- ¡Balbarito, aquí mismo están las cantinas! Pero de
almuelzo nada, polque se desalmó loma abajo y está todo el
almuelzo regao y lleno de holmigas entre la yelba.
- ¡Coño Barbarito -dice el Viudo- y con lo buena que estaba
la jama!: eran frijoles negros, arroz blanco, carne de puerco
y pan, ah, y dulce…
Otro obrero, desfallecido de hambre grita: -¡Villa, ve a ver si
puedes salvar aunque sea la carne, compay!
Y todavía tienes el descaro de decirme todo lo que había en
el almuerzo –le reprendió Barbarito- De seguro que
almorzaste en la empresa.
- ¡Claro, si tenía un hambre feroz!
El Villa regresa y dice: -¡Ay, Viudo, me dan deseos de
aholcarte pol loj huevo! Oye Bálbaro, ¡hajta aquí laj clase!,
no aguanto máj ejta hambre que tengo, ¡vámonoj pa` la
empresa!
El viudo apenado con los compañeros les dice:
- No, para la empresa no, caballero, vamos directo pa` la
cafetería del pueblo a comer algo y no se preocupen, que
eso va por mí.
58
- ¡Qué otro remedio te queda! -dice el Villa.
Según lo acordado, todos se fueron hasta la cafetería del
pueblo, donde al fin logran saciar el apetito con algunos
panes y dulces y regresan para la empresa. La faena la
continuarían al día siguiente donde mismo se quedaron y
Barbarito les comentó que después que terminasen el
gabinete de los trabajos de campo, se irían para Guane, a
realizar un trabajo igual al terminado, solo que en una zona
con bastante maleza.
En efecto, pasaron varios días y al terminar el trabajo de
gabinete, partieron para una brigadita que tenía la empresa
en el municipio Guane. El día de llegada, descansaron e
hicieron los preparativos para comenzar al siguiente la faena
de campo. Ya en la noche estando en sus camas y haciendo
cuentos y recuentos, Bárbaro le dice al Viudo, que había
venido de chofer del camión:
- ¡A ver si mañana tienes más cuidado de dónde nos dejas
el almuerzo, compadre!
Llego la mañana esperada y emprenden viaje para la zona
de trabajo que estaba un poco distante del campamento. Ya
en el área, el chofer le dice al jefe de comisión que le
permita regresar al campamento para volver con el almuerzo
temprano.
El jefe le dice que no, que espere un buen rato, ya que
estaban trabajando con machetes y no podían correr el
riesgo de que alguien se accidentara y no hubiese
transporte para socorrerlo. El Viudo entendió la medida y le
respondió que tenía razón y que saldría sobre las diez de la
mañana, para ir al campamento en busca del almuerzo.
Llegada la hora acordada, el carro partió hacia la brigada
por el único camino, que además estaba malísimo. El área
59
de trabajo era un monte bien tupido, pero así y todo primaba
el entusiasmo entre los obreros y técnicos de la comisión.
Ya al medio día el carro estaba de regreso con el almuerzo y
esperaba por la gente en el mismo lugar donde los había
dejado en la mañana. El chofer se bajó del camión con las
cantinas del almuerzo en la mano y las puso en el lugar
donde consideró que no corrían peligro alguno. Acto
seguido, levantó la cabina del GAZ 66 y se puso a
“mecaniquear”. Al rato de estar allí y ya embarrado de grasa
ropas, manos y cara, observó que por el camino se
aproximaba uno de los obreros con el prisma, tomando los
bordes del camino como puntos de detalles para el
levantamiento que estaban realizando.
Al llegar hasta camión, el obrero le dijo al chofer que “le
diera un poco pa` tras”, que donde estaba parado, interfería
con la visual de un punto de cambio que estaba en una
curva a varios metros detrás del camión y había que cerrar
la poligonal en ese punto, y acto seguido salió a avisarle al
personal que ya estaba el camión con el almuerzo. El
chofer, dispuesto a cumplir la petición del obrero, bajó la
cabina del camión, se limpió un poco las manos con una
estopa, arrancó el vehículo y enganchó la marcha-atrás... Ni
el chofer ni el obrero se percatan de lo que estaba por
suceder…
Al momento llegó el resto de la gente, dispuestos todos a
almorzar y Bárbaro le pregunta al chofer:
- Bueno, Viudo, ¿y donde está el almuerzo?
El chofer le dice: - Está ahí atrás.
Se sube un obrero en la cama del camión, empieza a buscar
y le dice: - Pero dónde, que no lo veo compadre, aquí
solamente está la boya de agua.
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- Está ahí atrás - repite el chofer.
En eso dice un obrero con mal genio: - Ahí atrás no, ven acá
cabrón, ven para que veas donde lo pusiste, le pasaste por
arriba a las cantinas y las aplastaste con las gomas del
camión.
- ¡No, no pude ser!, -exclamó Bárbaro- ¡pero otra vez, Viudo!
- ¡Compadre, -dijo apenado el chofer- lo puse ahí atrás y no
me di cuenta!, como me puse a ajustar unos tornillos que
estaban flojos, discúlpenme caballero. Además, hoy lo que
había…
- No me importa lo que había, -le interrumpió el jefe
indignado- el caso es que nos dejaste sin almuerzo otra vez,
coño.
- Y hoy sí que no he visto ni una mata de guayaba o mango
en este jodido monte compadre -decía otro mientras
observaba desconsolado la plasta de aluminio y restos de
comida que eran ahora las cantinas- ¡ahora sí estamos bien
jodidos!
- No sé lo que tú haráj, pero mañana tu almuelzo ej mío
cabrón, - le espetó Villa- ¡esto na´ má no sucede a nosotro,
pol andal con anolmale!
- No se preocupen, caballero, si hoy la jama no estaba tan
buena – atinó a decir el chofer…
61
EL DIBUJANTE RUBIO
Ramón Omar Pérez Aragón
A todos los dibujantes que dejaron su impronta en la
documentación gráfica de la Geología de Cuba
En
la época en que los mapas geológicos y todos los
demás anexos gráficos se dibujaban a mano, más
exactamente a centropen, existía en la Dirección General de
Geología y Geofísica un gran salón de dibujo que llegó a
contar con hasta doce dibujantes, al menos esa es la cifra
de los que yo recuerdo que había por allá por 1976, fecha
en que comencé a trabajar en dicho centro.
Lamentablemente, numerosos factores entre los que se
cuentan la disminución de los volúmenes de trabajo, el
desarrollo de las nuevas tecnologías, y por supuesto el
factor biológico, hicieron que, con el tiempo, esa actividad
fuera decayendo hasta desaparecer totalmente. Quedan no
obstante, los recuerdos gratos de esos compañeros,
algunos desaparecidos, otros jubilados y los menos,
dedicados a otras actividades, cuya obra se puede encontrar
en los archivos en forma de mapas, columnas
estratigráficas, cortes geológicos, columnas de pozos, más o
62
menos amarillentos por el polvo y los años, pero que
conservan todo su valor material, documental y sentimental.
Imposible sería contar todas las anécdotas y estampas que
se generaban a diario en aquel salón donde cada dibujante
era un personaje y donde hasta las más simples
conversaciones derivaban en temas jocosos y bromas de
todo tipo. No obstante, hemos querido compartir algunas
relacionadas con un singular compañero de aquel colectivo,
desafortunadamente ya desaparecido, pero que perdura en
la memoria de todos los que lo conocieron. Sea pues esta
crónica de homenaje a todos aquellos cuya labor sirvió al
desarrollo de la actividad geológica en nuestro país…
- Jefe, ya terminé el mapita que me mandó a hacer el ruso,
pero no sé que hacer con él –le dije, al ingeniero jefe de
departamento, que era a la vez mi inmediato superior y
único a quien estaba subordinado administrativamente.
- Ah, muy bien –me dijo amable y cortésmente, como era su
estilo- Mira, hazme el favor: llégate al salón de dibujo y se lo
entregas “al rubio” para que lo pase en limpio –agregó, al
tiempo que escribía algo en un papelito que presilló en una
esquina del mapa.
- OK – fue mi respuesta.
Y partí con la presteza y el ímpetu de la juventud, hacia el
mencionado salón, que era un área rectangular enorme,
ubicada en el otro extremo del segundo piso del edificio
marcado con el 266 de la calle Prado, donde laboraban tras
sendas mesas-caballete, cada uno detrás de su lámpara
plegable, unos doce dibujantes de ambos sexos y de todas
las razas y colores.
Como era mi primera vez en aquel lugar, me detuve en la
puerta y al tiempo que daba los buenos días, deslicé la
63
mirada por el personal allí reunido, tratando de identificar al
que debía ser el receptor de mi encargo y de paso,
reconociendo a los que más tarde serían mis compañeros
de trabajo y ¿por qué no?, excelentes camaradas.
Había allí, como ya se dijo, varias compañeras: una mujer
de mediana edad, blanca, alta, de grandes ojos que
parecían más enormes detrás de los exagerados espejuelos
bifocales1; una mulata muy clara, algo más joven y menos
alta que la anterior2; una más o menos de la misma edad,
pero de tez morena, bajita, bastante agraciada3, otra mulata
delgada y bonita, de labios sensuales y ojos de miel4.
Claro, que éstas fueron rápidamente descartadas ya que el
procurado debía estar en el bando contrario, es decir, entre
los hombres. Entre éstos había un señor bastante mayor,
mulato de lentes y de amplia calva5, otro señor también de
edad y calvo pero blanco y muy canoso, de grandes
bifocales y amplia sonrisa6, un jabao de amplias entradas,
negro bigote y plateadas patillas7; un mulato aindiado, de
baja estatura, quijada cuadrada y fuerte complexión de
pesista8; un blanco trigueño de mediana estatura y aspecto
jovial9; un negrito de espejuelos galenos, bastante alto y
extremadamente delgado, con una cabeza también larga y
estrecha rematada en un flat-top10, otro negro bastante joven
y fuerte, que contrastaba con el anterior, tanto en las
proporciones del cuerpo como de la cabeza11…
Por último, en el rincón más alejado, se encontraba el que a
todas luces parecía ser quien yo andaba buscando: se
trataba de un muchachón joven, bajito, blanco, de ojos
azules, que peinaba a lo “Al Catones” una lacia, espesa y
amarillenta mota, y que a diferencia del resto, no estaba
sentado tras una mesa de dibujo, sino de un espacioso buró
metálico de dos torres12. Evidentemente, a pesar de ser el
64
más joven, era el jefe. No podía haber equivocación y hacia
él me dirigí resueltamente:
- Hola compañero, –le dije respetuosamente, extendiendo
hacia él el mapa dibujado por mí a plumilla y a mano alzadamire, vengo de parte de mi jefe, con la orientación de
entregárselo a usted.
Alargó su mano y tomó el rollo de papel, lo extendió sobre
su mesa y lo recorrió con su mirada... luego de leer la
pequeña nota de la esquina, levantó sus claros ojos hacia
los míos y me dijo con especial jovialidad, en la que creí ver
una especie de jarana, por no decir una burla:
- Sí. Pero aquí dice que esto es para “el Rubio”…
- Sí. –le repuse yo muy seriamente- ¿Y…?
- No. Lo que pasa es que “el Rubio” no soy yo. Es el
compañero aquél, mire –y señaló un punto al otro lado al
salón, utilizando como puntero el mismo mapa de nuevo
hecho un fino y alargado cilindro.
Seguí con la vista la dirección indicada, percatándome por
primera vez que desde mi entrada, todos los presentes
parecían haber estado pendientes del intercambio, pues al
observar mi desconcierto de ver que el compañero señalado
era precisamente el más grande, corpulento y negro, de
todo el salón, creí ver en todas las caras la misma sonrisa
socarrona que en la del que yo había creído que era, pero
que no era el rubio. Me volví de nuevo al supuesto bromista
con la intensión de exigir más respeto, pero no fue
necesario; la mulata de ojos de ámbar, que ocupaba la
mesa contigua a la del jefe intervino a tiempo para aclarar:
- Sí compañero, es que él se llama Rubio, Aurelio Rubio…
65
Graduado como dibujante técnico de la antigua Escuela
Fernando Aguado Rico de Artes y Oficios de La Habana, el
Rubio, como le llamaban todos, además de fundador del
ICRM y un excelente compañero, era, sin lugar a dudas, un
personaje singular: extremadamente serio y respetuoso,
pero a la vez alegre –siempre estaba silbando o tarareando
alguna indescifrable melodía-, era un ser contradictorio y
lleno de manías y resabios: cuando subía las escaleras a
grandes trancos, cada paso iba acompañado, siempre, de
un silbido; tenía la teoría de que al comer, cada bocado
debía ser masticado un determinado y alto número de
veces, así, rumiaba largamente su comida y la que le
aportaban sus compañeras, por lo que era invariablemente
el primero en entrar y el último en salir del comedor… Pero
sin duda, su rasgo más peculiar era contar con una memoria
prodigiosa que le permitía recordar desde los detalles más
insignificantes, como la fecha en que había cobrado su
primer salario y lo que se había comprado con él, el lugar y
la fecha donde compró sus gafas de salir o el sombrero de
hacer trabajos voluntarios, hasta memorizar la ley del
tránsito completa, artículo por artículo, sin haberse sentado
jamás detrás de un volante, ni tener licencia de conducción.
También se sabía de memoria lo que él llamaba “la fecha
del santo” y el nombre y los dos apellidos de todos los
trabajadores del centro y de los hijos de los más allegados,
que no eran pocos, si se tiene en cuenta que en aquella
época trabajábamos juntos los geólogos “de minerales” y
“de petróleo”. Aún así, cada vez que había una reunión o
asamblea de trabajadores, él, como activista sindical que
era, se situaba temprano a las puertas del teatro con un par
de hojas y su portaminas “Bohemia” de fabricación
checoslovaca y tomaba la asistencia según iban llegando los
compañeros sin preguntar nada a ninguno y entregando al
66
final la lista de todos los asistentes con sus nombres y dos
apellidos, escritos con su exquisita caligrafía de dibujante
“profesional” y sin borrones ni tachaduras.
Esta prodigiosa capacidad suya dio pie a una anécdota que
ocurrió con una compañera bibliotecaria de nuevo ingreso y
extraño apellido que, a raíz de que se tocara el tema en una
de las diarias tertulias de oficina, se negó rotundamente a
creer que "ese compañero" pudiera saberse sus señas, ya
que ella solo llevaba tres meses trabajando en el centro y
apenas si se había cruzado un par de veces con él. Ante tal
circunstancia, el compañero Rubio fue llamado a presencia
de la incrédula señora, donde alguien le explicó la cuestión
en estos términos:
- Rubio, acá la compañera dice que no es posible que usted
se pueda saber su nombre y apellidos, porque ella lleva
poco tiempo aquí…
La respuesta no se hizo esperar:
- Bueno… ¿usted sabe?, -dijo dirigiéndose a la dama- en su
caso yo realmente tengo algunas dudas, porque aquí hay
dos compañeras que tienen igual nombre y apellidos muy
parecidos: una es geofísica y se llama Elvia Bosh, que es un
apellido de origen alemán y otra se llama Elvia Bass que es
de origen inglés, la suerte es que tienen unos segundos
apellidos españoles bien diferentes… usted, si no me
equivoco es la del apellido inglés y se llama Elvia Bass
González, a diferencia de la otra que es Reyes, y “la fecha
de su santo es tal día de tal mes, así que está a punto de
cumplir…
- ¡Suficiente!, -lo atajó la compañera sin salir de su
asombro, pero evidentemente nada interesada en que se
divulgaran públicamente tantos detalles.
67
Sin dudas, la memoria del Rubio era proverbial, sin
embargo, no se recuerda que le reportara mayores
beneficios, pues la vez que, confiado como era, confundió a
un maleante con un parqueador de bicicletas y le entregó la
suya en custodia, el retrato hablado que hiciera a la policía,
independientemente que ayudó a su inmediata captura, no
le sirvió para recuperar su vehículo, sino apenas los míseros
120 pesos que le había costado y que obtuviera a través del
seguro después de haber abonado a la póliza varias cuotas
de cinco pesos.
Composición del Grupo de Dibujo Técnico de la DGGG en
agosto de 1976:
1
Clara Valenzuela (†), 2María Etelvina Pérez (Loreta),
Mercedes Abreu (†), 4Sonia Rivero, 5Alfredo Bolaños (†),
6
Carlos Callejas (†), 7Alfredo Baeza, 8Orlando Bueno,
9
Agustín Hoyos 10Tomás Martínez, 11Aurelio Rubio (†);
12
Ricardo Álvarez (Jefe del grupo).
3
68
EL IMPERTURBABLE
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
Quien me habló por primera vez del “Profesor” fue Chorolo,
un estudiante dicharachero y bonachón, emergido del barrio
de Chicharrones en Santiago de Cuba. Me contaba Chorolo,
cómo había conocido en 1977 a un “mulato alto, muy fino,
que hablaba empequeñeciendo las palabras” -le expliqué
que se decía hablar en diminutivo-. Decía mi amigo, que
habían viajado juntos en el “tubo de aluminio ruso que
planeaba” desde Santiago hasta Moa.
Nacido y criado en “la ciudad indómita”, había pasado su
niñez dando carreras desde Chicharrones hasta Vista
Alegre, pasando por el centro de la ciudad y los barrios de
San Pedrito –hoy José Martí-, Quintero, y más allá hasta El
Caney.
Estos entrenamientos de Chorolo, mucho le servirían para la
profesión que había elegido: Geólogo. En aquella ocasión
iba a matricularse en Moa, sin saberlo, en accidental
compañía de quien luego resultaría ser un profesor
ejemplar. El ahora viajero, estaba destinado a participar por
69
largos años en la abnegada tarea de consolidar la docencia
y el trabajo educativo en el recién estrenado Instituto
Superior Minero Metalúrgico. Eran los últimos años del
decenio de los setenta.
Así supe de este profesor, por referencias de quien sería su
discípulo, y quien me transmitiera sus prejuicios de
educando novicio, que había notado en el compañero de
viaje una fraseología poco común: que al hablar parecía que
estaba recitando y que le había expresado muy finamente
que “Moa dibujaba en el horizonte un fascinante paisaje”,
que “la Universidad” era un maravilloso centro de altos
estudios” y que “la Geología era la carrera más atrayente,
sugestiva y seductora de todas”. Tal era la serenidad, la
buena fe y el optimismo del profesor, que solo con escuchar
los juicios mediocres del estudiante respecto al recién
conocido, me di cuenta de inmediato, que se trataba de un
personaje muy original.
Realmente, los niveles de educación y cultura de que hacía
gala el profesor de Geología, en aquel lugar podrían
catalogarse de extemporáneos o sencillamente pedantes.
Una imaginaria e impenetrable muralla cultural, se erguía
entre él y la barbarie imperante en aquellos años en la
apartada tierra minera. Así lo demostró el día en que dos
indecorosos estudiantes intentaron socavar su voluntad,
aplomo y ecuanimidad:
- Hoy este tipo va a gritar a toda voz su primera mala
palabra.
- Ahí lo tenemos… “en el punto rojo de nuestro colimador”
- Por lo menos un “coj…” lanza. De que lo lanza, lo lanza!!!.
- Deja que lo toquemos.
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- ¡Báñaloooooooo, caballooooo!, míralo se está quedando
calvo y todo, mira la guayaberita que planchadita, con
portafolio diplomático incluido.
- Échale, échale todo el cubo pa`que se lo sienta.
- Pero si le tiramos el agua arriba es capaz que se quede
mudo y no cante nada”
- Bueno, salpícalo suavecito, por lo menos que le coja el
pantalón, que se ensucie tó de fango colorao.
- Dale apúrate que está al venir la guagua.
- Pero míralo que mansito…
El inocente, esperaba muy tranquilo, ajeno a lo que contra él
se tramaba, el transporte que habría de llevarlo al Reparto
Rolo Monterrey, tal vez a un evento científico, a juzgar por la
elegancia de la blanca prenda de vestir que lucía la parte
visible de su espalda.
Los bellacos, acechaban desde el baño del desierto
albergue de las mujeres en el segundo piso del edifico,
donde se habían escondido. Uno de ellos entreabrió las
polvorientas persianas; el otro, más alto, lanzó el cubo de
aguas negras.
Cuentan que el educador, de alguna forma advertido, con
una agilidad por encima de sus posibilidades, logró evitar
por lo menos el grueso de la embestida. No obstante, el
líquido impactó de sopetón sus zapatos y una parte de su
brazo izquierdo.
Los malos bromistas y sus cómplices, aguardaron unos
segundos, esperando la enérgica reacción del agredido. Él
se movió pausado, imperturbable y casi sin mirar para el
lugar de donde había venido el tiro, con su típica impavidez,
71
aquella a la que acostumbró a muchos, ahorrando palabras
y haciendo gala una vez más de su exquisita educación,
expresó solamente tres palabras:
-
¡Caramba…, qué indisciplina!
72
EL PERDIDO Y EL COMILÓN
Jesús Hernández Hernández
Terminaba la temporada ciclónica del año 1999 y el tiempo
estaba fresco, se anunciaba el inicio de la temporada
invernal, corrían los últimos días del mes de noviembre y la
brigada de topografía del Instituto de Geología y
Paleontología (IGP) se encontraba trabajando en el
levantamiento topográfico del área que ocuparía la futura
cantera de calizas para la fábrica de cemento que nunca se
construiría en las afueras del municipio cabecera de
Matanzas, a pocos kilómetros de la misma y en las
cercanías de la costa.
Los compañeros laboraban arduamente ya que conocían
bien al detalle la importancia del trabajo que se estaba
realizando. Se hacía el trabajo con la firme convicción de
que a pesar del poco tiempo de que disponían para su
ejecución, la calidad era lo más importante. El pequeño
grupo estaba integrado por tres topógrafos, uno de los
cuales es quien les cuenta esta historia, un improvisado
ayudante y el chofer. Se laboraba con armonía.
73
Estábamos hospedados en la base de campismo
Bacunayagua que está junto a la ensenada de igual nombre
en la zona costera limítrofe entre las provincias de La
Habana –hoy Mayabeque- y Matanzas.
Desde la base de campismo hasta la zona de trabajo había
una distancia de unos quince kilómetros y la trayectoria la
hacíamos bien temprano en la mañana para aprovechar la
fresca y adelantar lo más posible, trabajamos corrido para
no perder el impulso a la hora de almuerzo y porque
además, no contábamos con envases para asegurar el
traslado del almuerzo hasta el campo, por lo cual el jefe del
grupo había conversado con el administrador de la base
para que nos guardaran el almuerzo hasta nuestro regreso a
la misma, asegurándole que siempre estaríamos allí
alrededor de las dos y media de la tarde. En el sector
laboraban otros compañeros, que eran los geólogos,
geofísicos y los perforadores, y que estaban hospedados en
otro lugar.
El área de los trabajos era puro diente de perro y marabú de
costa, característico de las zonas del litoral norte de las
provincias antes mencionadas. Siempre estábamos
ocupados y no había tiempo para nada. Un día estábamos
Celestino, el ayudante y yo abriendo unas trochas en plena
maleza, mientras Roque, quién operaba el equipo de
topografía DAHLTA 010B, estaba estacionado en una
pequeña elevación desde donde se divisaban las trochas
que desbrozábamos a machete limpio, siempre con guantes
para protegernos de los pequeños arbustos espinosos, el
guao, el marabú y el diente de perro.
Entre una trocha y otra había una distancia aproximada de
veinticinco metros, pero entre las mismas no había ninguna
74
visibilidad por la altura de la hierba costera que alcanzaba
en ocasiones hasta cuatro y cinco metros.
Como no había llegado la era de los walkie-talkie, teníamos
que gritar para comunicarnos y preguntarle al que estaba al
lado y así mantener la distancia entre nosotros. Todo
marchaba bien, pero la historia que nos interesa empezó
esa mañana como a la hora de haber comenzado la faena:
- Compadre, ahí hay guantes, utilízalos que son para eso -le
dijo el chofer al ayudante.
- Yo yo yooo no u u u uso gu gu guantes -respondió el
aludido.
- Allá tú que vas a chapear, lo mío es manejar –le respondió
el chofer.
Celestino, que era más experimentado, iba guiando al
asistente a medida que nos adentrábamos en la tupida
maleza, hasta un momento en que no pudo seguir
orientándolo porque también estaba abriendo su trocha. De
pronto, en plena faena Celestino pregunta:
- Socio, ¿por dónde estás?
- E e e eeestoy aquí en la tro tro trocha –se le oyó decir.
Todo esto era a viva voz. Desde la trocha que yo abría,
también le gritaba a ratos para que se orientara mejor e
hiciera su perfil lo más recto posible. El tiempo avanzó y se
hizo un largo silencio, solo se oían los machetes golpeando
la maleza y de vez en cuando el diente de perro. Al cabo de
un rato, nuevamente Celestino pregunta:
- Socio, ¿dónde estás?
- Yo yo voy bien, e e en la la la tro troooocha -le responde el
“socio”.
75
- Voy a ver cómo es eso, -dice Celestino y se aproximó a
donde estaba el otro, mira asombrado la trocha toda torcida
y le dice:
- Pero compadre, desde que comenzamos allá atrás te
dijimos bien claro que hablaras a cada rato para que no te
salieras de la línea, te lo dije yo, Roque y Jesús también,
esto no es ningún juego, se viene hacer las cosas bien o no
se hacen, ¿me escuchaste bien?
- ¿Ce cee celeste, y y y e e esto eeestá mal? -exclamo
enojado.
- Mal no, esto es una m…, chico -le dice Celestino de mal
genio, a la vez que tira su machete contra el suelo.
El machete, al chocar de punta contra los peñascos del
diente de perro, se arqueó y rebotó como si fuera un resorte,
alcanzando una altura como de seis metros o más. Yo, al
escuchar todo lo que decía Celestino y al ver el machete en
el aire por encima de la maleza, corrí hasta donde estaban
ellos dos… Al llegar, observo lo que había hecho el
ayudante y comprendí la razón del enojo de Celestino, y le
digo:
- Compadre, y eso que se te dijo bien clarito allá afuera, y
ahora mira, casi te cruzas con la otra trocha.
Nos retiramos cada cual a su puesto y continuamos el
trabajo. Como a la una de la tarde nos gritó Roque que
recogiéramos todo para irnos, la chapea había sido
constante e intensa y estábamos muy cansados.
Recogimos todo y nos fuimos a buscar el yipi en el punto
que habíamos acordado al llegar al campo. Estando ya en el
carro, el único que faltaba por llegar era el ayudante,
entonces comenzaron las preocupaciones entre nosotros:
76
que si algo le habría pasado, que si se habría caído en un
hueco o algo por el estilo y desde el lugar nos pusimos a
gritar su nombre en la dirección en que estuvimos
trabajando hasta ese momento, pero no hubo respuesta a
los gritos de todos.
El chofer incluso tocaba el claxon como señal para que se
guiara hasta la salida de unas de las trochas que habíamos
realizado anteriormente, pero nada. Entonces Roque dice:
- Hay que ir a buscarlo, caballero, que de seguro le ha
sucedido algo.
- Bueno Roque, yo voy a buscarlo –me ofrecí.
- Está bien Jesús, pero ten cuidado con los hoyos que hay
en el diente perro de algunas trochas que son bien
peligrosos - me recalcó el jefe.
Después de la dura faena que habíamos realizado ese día,
todos estábamos bien cansados, no obstante decidí salir a
buscar al compañero pensando que pudiera haberse
accidentado. Desde el carro, Celestino, Roque y Eduardo el
chofer escuchaban mis gritos a lo lejos, llamando al perdido
que no aparecía.
Recorrí todas las trochas del área en que estábamos y del
hombre no se vio ni el pelo por todo aquello, el tiempo
seguía pasando y nada de nada, hasta que decidí regresar
hasta el punto de encuentro, donde coincidí con la llegada
de Fidel el geólogo, quien nos comunicó que en la Vía
Blanca había visto a uno de los ayudantes nuestros, que le
había parecido raro verlo tan lejos del área, pues la
carretera estaba como a tres kilómetros y medio del lugar
donde estábamos.
- Pero, ¿cómo, es posible eso? -exclamó Roque.
77
-¿Queeeé? Con todo lo que yo he caminado buscando a
ese condenado en todo ese monte, es del c… esto,
caballero –dije indignado.
- Oye, ¿pero en qué tiempo llegó a la carretera? ¡Son
inconcebibles las cosas que se le ocurren a este hombre,
compadre! –dijo el chofer.
- ¿Y como lo viste allá afuera, Fidel? - preguntó Roque.
- Yo lo vi muy normal, y cuando nos vio, nos saludo con
sonrisa y todo –respondió el geólogo.
Nos subimos al carro y nos fuimos en busca del
desaparecido. En el transcurso del camino íbamos
comentando al respecto, todos con diferentes opiniones
pero bastante indignados por la demora y la preocupación a
que nos había llevado la extraña actuación el personaje del
día. Llegamos a la carretera y en efecto, allí estaba,
rebosante de la alegría al vernos salir a la carretera.
- Compadre, ¿qué tú haces aquí afuera, si te dijimos por
donde debías llegar a donde estaba el yipi? -le dice Roque.
- Yoooo sa sa salí a oootro ca ca camino yyy co co como no
no vi el ca carro, se se se seguí hasta la la la ca ca carretera
–respondió el aludido, algo nervioso ante la actitud hostil del
jefe.
- C…, compadre, uno como un loco dándote gritos, sí, como
un loco, hasta Jesús salió a buscarte por todas las trochas le increpó Celestino.
- Mira compadre, mañana cuando Roque diga que nos
vamos, trata de llegar primero que todos al carro, porque te
vas a quedar – le dije yo verdaderamente furioso, pero el
aludido no volvió a responder nada, evidentemente
abochornado por la refriega.
78
Pasada la media tarde, llegamos de muy mal humor y aún
más hambrientos a la base, donde uno de los custodios
anunció que nos habían dejado el almuerzo encima del
fogón, que nos sirviéramos y allá nos fuimos: el hambre no
dejaba espacio para el descanso en ese momento. Como
siempre, Eduardo el chofer, sirvió el almuerzo y después de
saciar el apetito, fuimos a descansar, pero todavía sin que
pasara la rabieta.
Ya sobre las siete y treinta de la noche, más calmados los
ánimos, nos dispusimos a cenar, y Eduardo como siempre,
a servirnos la comida:
- Siéntense a la mesa caballeros, que yo les sirvo y se las
llevo.
-Mira qué bien, -exclamó Celestino- si tenemos mesero y
todo, o mejor dicho jefe de salón…
Ya sentados a la mesa y una vez servidos, reparamos en la
enorme bola de carne de cerdo que se había servido
Eduardo.
- La la la ver verdad que que que el que reeeparte y reeparte
si si siempre aaaagarra la la me mejor paaarte –volvió a
hablar el perdido por primera vez en toda la tarde.
- Bueno algo bueno me tiene que tocar a mí, ¿no? – se
justificó Eduardo
Pasaron uno o dos minutos y cuando Eduardo fue a darle un
gran mordisco a lo que para él era el pedazo más grande de
carne, se le oyó decir mientras se llevaba una mano a la
boca: -¡Ay, c…, esto es un hueso!
Todos comenzamos a reírnos de buena gana:
79
- Me lo imaginaba, que era un hueso, pero como tú tienes el
afán de siempre darle la mala a los demás y hoy te toco a
ti… Eso te pasa por “ojú” y glotón – le dije entre risas.
A Celestino de tanta risa se le salieron las lágrimas, diciendo
que él hasta había sentido envidia y que quién se iba a
imaginar que eso fuera un hueso. Después de comer todos
nos fuimos a descansar y riéndonos por el gran chasco del
chofer.
Retornó el buen humor a la tropa, pero en lo adelante, el
ayudante siempre fue el primero en llegar todos los días al
carro.
80
EL PEZ MUERE POR LA BOCA
Jorge Luis Díaz Comesañas
Corrían los años más duros del “Período Especial”, en los
que muchos centros laborales estaban enfrascados –
aunque no siempre lo lograban- en tratar de mejorar la
oferta alimentaria de los comedores obreros, para lo cual
contaban con fincas de “autoconsumo” u otros sitios donde
se cultivaban productos agrícolas, en aras de dicho fin.
Por aquella fecha, por nuestro centro participaban varios
compañeros que se movilizaban en pequeños grupos por
afinidad personal o por especialidades. En el caso particular
que me propongo relatar, tres compañeros del área de
“medioambiente” del Instituto de Geología y Paleontología
(IGP) asistíamos por una semana, que era el término
establecido para tales movilizaciones.
El grupo lo integrábamos Nyls Ponce Seoane, Rey Carral
Chao y quien escribe. Llegados el día y la hora fijada,
salimos para la llamada “Casona de Madruga”, donde
radicaba la Empresa Geológica Habana-Matanzas, que
contaba con una finca de suelos rojos, como es
81
característico de la agricultura de estas provincias, y que
servía de autoconsumo a todas las unidades de la entonces
Unión Geólogo-Minera.
Llegamos a la hora que el perro no sigue al amo, momento
conocido por todos los cubanos. Los recién llegados íbamos
hambrientos y flacos, incluido El Nyls, de quien se decía que
tenía un Charriage -término geológico que se utiliza para
designar un tipo de plegamiento- a la altura del ombligo,
motivado por el exceso de pellejo en el lugar donde se
hallaban los relictos de su antigua barriga, esmeradamente
criada y cuidada antes del “Período Especial”.
Muy a pesar nuestro, que conste, a continuación haremos
referencia a una situación atípica que constituye una
extraordinaria excepción, donde se pone de manifiesto que
los calificativos de “tragón”, “jamaliche”, etc., dados por
algunos colegas a nuestro amigo, carecen de todo
fundamento: Nos instalábamos en los albergues, cuando
anunciaron el muy esperado momento del almuerzo, pues
sabíamos por referencias de otros participantes anteriores a
estas faenas, que la alimentación allí era bastante buena.
Con tales expectativas y con más apetito que el
acostumbrado, nos sentamos en el comedor y esperamos a
que nos sirvieran el alimento. Por desgracia, la oferta del día
no era la mejor…
No mencionaremos nombres para no herir susceptibilidades,
solo contaremos que a uno de los involucrados, que era
bastante “mono” para comer y a un segundo, que no lo era
tanto, pero lo era, no les agradó el plato fuerte del menú,
consistente en gordos de puerco frito, que como su nombre
lo indica, eran verdaderos trozos de grasa pasados por la
sartén, por lo que ambos se negaron a probarlos. La actitud
del tercero fue exactamente la opuesta: sin perder tiempo
82
hizo suyas las tres raciones, y comenzó a consumirlas de
una manera glotona una por una hasta no dejar nada en los
platos.
Terminada así la tan esperada hora del almuerzo, cual se
buscó un espacio a la sombra y con una brisa que invitaba a
dormir a cualquier mortal, ya estábamos en el disfrute pleno
de una siesta a barriga llena cuando nos llegaron los
quejidos del tragón de nuestra historia, quien, enfrascado en
una lucha entre el ser y la conciencia, y viajando de la
palidez a los sudores, se resistía, a pesar de los fuertes
dolores estomacales, a la única solución apropiada: expulsar
de su abultado estómago aquellos gordos que con tantos
deseos había tragado. No quería, sin embargo, enviarlos al
exterior, se resistía renuentemente a deshacerse de los
“manjares” consumidos, con los que tanto tiempo hacía que
no “chocaba”.
Conversamos con él y le dijimos:
- Mira mi hermano, si no aligeras la carga vamos a tener que
llevarte al hospital.
Y, razón que convence, acaso con un dolor más fuerte en su
mente que en el estómago, se dedicó durante varios
minutos a expulsar todo aquello que había engullido, a partir
de lo cual, y recuperados sus charriages, revivió el
personaje.
En la creencia de haber logrado mantener el anonimato del
protagonista de esta anécdota, doy por terminada la misma,
no sin antes recordar que el glotón, como el pez, siempre
muere por la boca.
83
EL PRIMER DÍA Y EL GORDO DE ESPEJUELOS
CUADRADOS
Ramón Omar Pérez Aragón
Tomado del libro inédito
“Los Trotes y Motes de la Gente del Contingente”
Por
haber arribado casi de noche al campamento “El
Barro”, asignado a los movilizados de diferentes entidades
capitalinas del Ministerio de Minería y Geología que
participarían en la limpia de la caña, con la mañana
siguiente comenzaba el que siempre recordaríamos como
del primer día de aquella movilización.
A los que habíamos conseguido instalar a tientas los
mosquiteros y dormir algo, nos despertó, aún oscuro, el
desagradable, escandaloso y desconsiderado sonido de una
llanta de tractor golpeada repetidamente por un trozo de
hierro, y los gritos de alguien con complejo de gallo o de
despertador ambulante, uno de esos compañeros pródigos
en iniciativas, que se auto-proponen para cualquier cargo o
tarea y que se toman atribuciones que nadie les ha
conferido, el cual recorría toda la barraca de punta a punta,
84
gritando a voz en cuello con su desagradable tono entre
ronco y chillón el archiconocido y nunca bien aborrecido “¡de
pieee!”.
En el patio, algunos madrugadores, junto con los que no
habían logrado pegar un ojo, se lavaban la cara y los dientes
con el agua que habían ido a buscar a un tanque ubicado en
medio del lodazal adyacente a las barracas, pero la mayoría
ni se tomó el trabajo, y así, sin asearse, se dirigió al
comedor cuando alguien gritó que el desayuno estaba listo.
¿Café? No, ¡no había café! Alguien dijo que no habían traído
todavía todos los víveres. El desayuno consistió en un jarro
de “jalea de leche”, un nutritivo y altamente calórico cereal
infantil de procedencia soviética y no mucha aceptación
entre los consumidores nacionales, que en su versión
“barrense”: sin azúcar y con sabor a humo de leña húmeda,
tuvo aún menos adeptos, por lo menos el primer día, razón
por la cual, muchos cometieron el craso error de regalarla a
algún compañero tragón o echarla al tacho de los
desperdicios como mismo se la habían servido, sin
sospechar que ese día, como muchos otros, no habría
merienda, de modo que “se irían en blanco” hasta la hora de
almuerzo.
Pero bien… cambiando el tema, si la impresión que
provocara el campamento en la penumbra de la tarde-noche
anterior había sido impactante, ahora, a plena luz de la
mañana, la visión era sencillamente desastrosa. Nunca con
más razón, de haber estado allí, el conocido personaje de
Antolín el Pichón hubiese exclamado: “¡parte el alma!”,
porque el aspecto de abandono de las naves-albergues y
del campamento en general, era realmente deplorable, por
no decir patético.
85
De tal forma, que la reunión dirigida por el ya de antemano
designado Jefe de Campamento y programada para
organizar las fuerzas productivas en las correspondientes
brigadas, seleccionar los responsables de las mismas y los
líderes de las organizaciones política y sindical, se convirtió
al final en una especie de “asamblea de servicios”, donde
cada cual trató de plantear sus insatisfacciones, pero como
el recién electo secretario general del comité provisional del
Partido dijera “en buen cubano” que “las tiñosas debían ir
acompañadas de sus respectivas jaulas”, lo que en buen
castellano equivalía a que no se plantearan quejas sin las
correspondientes sugerencias o propuestas de solución, el
número
hipotético
de
intervenciones
se
redujo
considerablemente, no por lo cual la reunión dejó de ser
muy prolongada, pero a la vez, y por suerte, productiva y
provechosa. En la misma, se cumplieron varios objetivos, es
decir, se organizaron las brigadas con sus respectivos jefes,
y representantes sindicales y se tomaron varios importantes
acuerdos, entre los cuales quizás el principal fue que ese
día no se trabajaría en el campo, sino que se dedicaría a la
reparación, aseo y demás tareas encaminadas a hacer
habitables las dos barracas del campamento, la que se
usaba como dormitorio y la que hacía las veces de cocinacomedor-almacén.
A tales fines, un compañero gordo, de figura y cabeza tan
cuadradas como la armadura de sus espejuelos, que había
solicitado
insistentemente
la
palabra,
se
brindó
voluntariamente para hacer algunas gestiones en unas
dependencias de “su Ministerio” –el de todos-, que dijo
estaban ubicadas en cierto lugar no muy distante llamado
Majagua, asegurando que él podía resolver los dos
problemas más perentorios que eran además, vitales: nada
menos que la ausencia en aquel lugar de electricidad y agua
86
corriente, para lo cual solo necesitaba un transporte. La
gente que no lo conocía, que era la mayoría, lo miró con
cierta suspicacia, como si el tipo fuese un loco o
sencillamente estuviese bromeando.
Pero cuando se le contestó que el único transporte de que
se disponía era un tractor y que éste no podía ir tan lejos y
él respondió decididamente que lo sacaran en el tractor
hasta la carretera, que lo demás era problema suyo, la turba
sencillamente lo premió con “una bulla” -más parecida a un
abucheo que a otra cosa- y con atronadores aplausos
sutilmente matizados de la más sincera ironía.
Al término de la reunión, que duró cerca de dos horas, se
desplegó un operativo digno de una verdadera “tropa de
choque”. Sin contar con más herramientas que guatacas
(que primero hubo que encabar) y machetes (que también
hubo que afilar previamente) y algún que otro alicate y
martillo que se pidió prestado a los vecinos del “Batey” como
también se le llamaba al lugar; se desarrolló un trabajo
descomunal y bien organizado: las brigadas de limpieza, con
rústicas y criollas escobas de palmiche que los mismos
movilizados hicieron y otros instrumentos que se
agenciaron, barrieron, recogieron y botaron una monumental
cantidad de escombros y tarecos inservibles, entre los que
primaban las literas rotas e irreparables y las colchonetas
podridas, y terminaron con una chapea y “guardia vieja”
alrededor de las dos naves y el área de reunión-formación;
la “brigada de carpintería” reparó techos, paredes, ventanas,
literas; se pusieron cortinas de saco en las letrinas y las
duchas y como que “el gordo cuadrado de espejuelos” había
partido en el tractor con la promesa, como ya sabemos, de
resolver “la luz y el agua”, improvisados plomeros y
electricistas revisaron y repararon las respectivas
instalaciones y redes pluviales y eléctricas dejándolo todo
87
preparado para el caso de que el grueso mesías
regresara… con lo prometido.
Y efectivamente, poco después de la cuatro de la tarde, ante
los atónitos ojos de todo el personal y entre vítores y
aplausos, esta vez de todo corazón, hizo su entrada triunfal
en el Batey, y luego en el campamento, pasando sin mucho
esfuerzo por el enorme lodazal que lo circundaba, un
formidable camión soviético de la marca “KpA3” (KrAZ), que
como cosa curiosa, son las siglas en ruso de “Krasnoyarskiy
Avtomobilniy Zavod” (no es necesario que trate de
pronunciarlo), lo que traducido al español significa “Fábrica
de Automóviles de Krasnoyarsk”, más conocido, en Cuba
como “K-p-3” (capetré), que traducido al castellano quiere
decir eso mismo, capetré. Pero bien, lo importante del hecho
es que el enorme vehículo, por cuya cuadrada ventanilla
derecha asomaba la no menos cuadrada y sonriente cabeza
del gordo de los espejuelos cuadrados, y que pertenecía a
una de las brigadas de la Empresa de Perforación y
Extracción de Petróleo del entonces Ministerio de Minería y
Geología, transportaba la increíble y preciada carga de una
pequeña planta generadora de electricidad, tres tanques de
cincuenta y cinco galones de combustible diesel, una bomba
eléctrica de agua, varios rollos de cable eléctrico, una caja
de bombillos incandescentes de sesenta watts, varias tiras
de tuberías de hierro galvanizado de ¾ de pulgada con su
respectivo cajón de codos, nudos, “tes”, uniones universales
y pilas de agua, y por si fuera poco, algunos víveres, entre
los que se encontraban varias cajas de latas de sardina,
“carne rusa”, varios sacos de gofio y varias libras de ¡café!.
Esa misma tarde quedó instalada la planta eléctrica -se hizo
la luz- y al día siguiente se resolvió el problema del agua.
Todo gracias a la gestión del eficiente “compañero grueso
de gafas” -¡más respeto para el gordo de espejuelos!-, que
88
según se comentó más tarde, era un “cuadro”, jefe de no sé
qué departamento del ya citado y desaparecido ministerio y
a la ayuda desinteresada de la también extinta Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas, que en aquella época
asesoraba y colaboraba en la esfera geólogo-minerapetrolera, y que era, en última instancia, de donde procedían
todos aquellos materiales, equipos y recursos (menos el
café y el gofio, que conste), que la mencionada empresa
había “prestado” tan solícita y desinteresadamente.
Así llegó a su fin el primer día, uno de los más inolvidables y
decisivos de aquella epopeya. La titánica labor desplegada
por casi todos para no pecar de absolutos, cambió
sustancialmente el aspecto y la calidad de vida del
campamento.
No cabe duda que el trabajo realizado aquel primer día fue
realmente heroico, que estuvo además muy bien, diríase
que “excepcionalmente bien” organizado por lo que resultó
eficiente y productivo. Pero si hubiera que destacar el
desempeño de alguien en particular, la condición de héroe
indiscutible de la jornada, no podría recaer en otra persona
que en la del compañero que inicialmente fuera tomado por
poco menos que un charlatán: Por supuesto, y aquí sí que
no caben dudas, ni sorpresas, no hay lugar a equivocación,
¿quién otro si no que el eficiente compañero grueso de
gafas?, ese mismo… el simpático, agencioso y cuadrado
gordito de cuadrados espejuelos. ¡Qué clase de cuadro!
89
EL RUIDO
Orestes Francisco Carballo Otero
Bajo
la denominación de “ruido”, los geofísicos
entendemos cualquier tipo de interferencia que afecte las
mediciones ejecutadas durante las campañas de
prospección. Se han ideado numerosos y sofisticados
métodos científicos para eliminar o al menos atenuar el
molesto ruido, que en ocasiones imposibilita las operaciones
de campo. A tales efectos, queremos presentar dos
ejemplos donde se pone de manifiesto la ingeniosidad de
nuestros profesionales para combatir este malvado
enemigo.
Corría el verano del año 1975 y a nuestra comisión de
Polarización Inducida (PI) se le encomendó la tarea de
ejecutar varios perfiles en las cercanías del flanco sur de la
mina Matahambre, que con más de 46 pisos de explotación
y más de 1500 m de profundidad, todavía se mantenía en
activo como la segunda mina más profunda del continente.
Después de desplegar los electrodos, kilómetro y medio de
cable de corriente, las bobinas de medición y el potente
generador de 11,5 Kw, nuestro operador geofísico, el
siempre recordado Iris Duarte, comprobó con sorpresa que
90
era imposible medir: la aguja de nuestro receptor VP-67
daba inestables bandazos a izquierda y derecha,
evidenciando una fuerte interferencia eléctrica. Duarte me
preguntó qué diablos era aquello y le respondí que
seguramente eran las “corrientes erráticas de origen
industrial”, en otras palabras, que aquel ruido provenía
seguramente de las instalaciones fabriles de la mina.
Nuestro compañero, después de meditar un poco me
sugiere que tratáramos de medir el domingo, pues los
mineros descansaban ese día, encontré muy buena la idea,
y recogimos todos los equipos para, varios días después,
poner en práctica nuestro plan.
Aquel domingo todos los integrantes de nuestra aguerrida
comisión comprobamos con honda satisfacción que aquel
ruido… había desaparecido totalmente, lo que nos permitió
realizar nuestro importante trabajo, con el cual detectamos
la proyección en la superficie de “la marcha” subterránea de
la falla “Ruiseñor”, controladora de la mineralización
calcopirítica.
Otro ejemplo de lucha contra el ruido lo conocimos en la
expedición “CAME –Mantua”, en el año 1982: los nuevos
magnetómetros cuánticos soviéticos M-33 estaban
virtualmente inoperantes, a causa del “ruido” provocado por
los oolitos ferruginosos diseminados por el suelo,
popularmente conocidos en Pinar del Río y en toda Cuba
como “perdigones”.
La desesperación de los geofísicos soviéticos era
mayúscula, pues el efecto interferente del campo magnético
difuso de centenares de millones de estos “perdigones” en la
corteza de intemperismo tropical, era un fenómeno
desconocido en la antigua URSS. De nada valieron los
sofisticados filtros digitales de 5, 7 y 9 términos; aún con
91
varias pasadas: la interferencia persistía o desaparecía
conjuntamente con la anomalía, para decepción de los
especialistas cubanos y soviéticos.
La solución llegó, sin embargo, imprevistamente: un
veterano geólogo soviético, cuyo nombre lamentablemente
no recordamos, mientras examinaba un viejo mapa
norteamericano de anomalías aero-magnéticas de 1957,
constató que allí no se observaba el ruido de los perdigones.
¿Será que la altura del avión elimina ese malsano efecto?,
se preguntó, y rápidamente comunicó su corazonada al
colectivo de geofísicos. Mediante una vara se elevó el
detector del magnetómetro a metro y medio de altura y con
gran expectativa fuimos un numeroso grupo hacia un sector
donde había sido imposible medir y comprobamos, con gran
satisfacción que, como por arte de magia, el ruido había
desaparecido.
Con estos dos ejemplos podemos concluir que el sentido
común y el raciocinio humano, continúan siendo una
poderosa herramienta, muy superior a la más sofisticada
computadora, para resolver problemas técnicos, incluido el
perverso ruido.
Grupo de geofísicos
y mineros que
participaron en esta
historia. Al centro
con radiómetro, su
autor. Pinar del Río.
1982.
92
EL SOCAVÓN
Nyls Gustavo Ponce Seoane
A Elio de los Santos Llerena, como recuerdo de nuestros
estudios en la Universidad de Leningrado, y, ¿porqué no?, de
nuestra infancia, en el parque “Fábrica” de Luyanó.
Parece ser, pero no lo es. Sí, el geólogo, para el iletrado y
desconocedor inexperto, puede parecer un mago o adivino
providencial que dice y predice en qué regiones o lugares
buscar y encontrar o no, los diferentes recursos minerales y
aguas subterráneas existentes, dónde mejor construir, en
fin, dónde se pueden producir fenómenos como terremotos,
erupciones volcánicas, inundaciones, deslizamientos y
desprendimientos de rocas, hundimientos y desplomes
(colapsos) de terrenos y otros relacionados con la vida de la
Tierra.
Desde luego, todo eso se estudia en centros de enseñanza
media y superior; posteriormente, durante el trabajo
geológico, se investiga. Por la experiencia acumulada
durante siglos por la humanidad en la búsqueda y
exploración de materias primas minerales se conoce en qué
tipo de roca puede existir una acumulación (yacimiento) de
93
un determinado tipo de mineral útil al hombre. Se conocen
también los minerales que en menor cuantía acompañan a
dicha concentración y que pueden indicar la posible
presencia del yacimiento.
Así, por ejemplo, se sabe que el piropo, un mineral del grupo
de los granates, de color rojo, se encuentra con frecuencia
en lugares donde hay yacimientos de diamantes y que la
malaquita, mineral de color verde perteneciente al grupo de
los sulfatos de cobre, puede señalar la presencia de los
yacimientos de los diferentes minerales poseedores de este
útil elemento. He aquí, de forma muy simplificada, “el
secreto” de la magia de los geólogos, “magia” basada en el
conocimiento.
Como la práctica es criterio de verdad y de aprendizaje, está
establecido en la carrera de Geología que al concluir cada
año, los estudiantes vayan con sus profesores al campo
para ver y comprobar lo estudiado teóricamente en libros y
por las explicaciones docentes, funciona así desde el
mismísimo primer año hasta el último.
Corría el año 1965 y habiendo finalizado mi coterráneo por
partida doble (por el barrio y por el país), Elio de los Santos
y yo, a la sazón, estudiantes de la Facultad de Geología de
la Universidad de Leningrado, el segundo y tercer año de la
carrera respectivamente, interesamos a las autoridades
catedráticas, para venir a Cuba de vacaciones y realizar las
prácticas en nuestro país.
El peso y la importancia de estas prácticas es de tal
magnitud que sin dicha autorización, no hubiésemos podido
venir. Pero la curiosidad y el interés de los geólogos de
cualquier parte del mundo por conocer aspectos de la
geología de cualquier país es de tal dimensión que la
autorización fue dada sin discusión alguna.
94
Fue así como en aquel verano, en la propia rada del puerto
leningradense, junto a cientos de compatriotas que se
preparaban en diferentes carreras en la URSS, tomamos el
vapor “Nadiezhda K. Krúpskaya” y partimos para la “Ostrov
Svobodi” (Isla de la Libertad), al decir de los soviéticos.
Al llegar a Cuba “de repente en el verano”, necesitábamos
también el permiso de la institución que regía los estudios
geológicos en el país que en aquel entonces era el Instituto
Cubano de Recursos Minerales (ICRM), perteneciente al
Ministerio de Industrias que fue el Organismo que nos envió
a estudiar.
En esos tiempos el ICRM se encontraba en la Rampa en la
sede del actual Ministerio del Azúcar. Allí se encontraba
también, adjunto al ICRM, el Centro Nacional del Fondo
Geológico (CNFG), atendido por especialistas húngaros,
que muy correctamente actuaban como contrapartida de los
proyectos e informes geológicos de los especialistas
soviéticos, checoeslovacos y otros que en los momentos
iniciales impulsaron la geología cubana al no contar Cuba
con un destacamento de geólogos propios para llevarlos a
cabo.
Recuerdo que visitamos el CNFG y el Departamento de
Estudios Científicos de Mineralogía, Petrografía y
Paleontología. Allí me encontré por primera vez con
Konstantín M. Khudoley y, con el que, posteriormente, sería
ya mi eterno amigo Gustavo Furrazola Bermúdez.
Después de un encuentro con las autoridades del ICRM y
explicarles el motivo de nuestra presencia allí, con una
facilidad que quizás hoy asombre, tomaron la decisión de
enviarnos al yacimiento de piritas cupríferas de “La Carlota”,
en el Escambray, abandonado por los norteamericanos y
que en aquellos momentos se encontraba en la fase de
95
exploración para calcular la cantidad del mineral allí
existente (cálculo de sus reservas).
Aquello nos permitiría trabar conocimiento con la geología
específica de este lugar y tomar no solo las muestras de
rocas de la superficie, sino también de los testigos de los
pozos de perforación, tomadas a decenas y cientos de
metros de profundidad. Con las muestras tomadas y con
ayuda de nuestros profesores podríamos explicar el origen o
génesis de este yacimiento y podríamos confeccionar un
buen trabajo de curso que se exigía después de las
prácticas.
Partimos muy contentos pues, ni cortos ni perezosos, a
reencontrarnos, pero de otra forma, con el histórico
Escambray, ya que tanto Elio como yo, habíamos
participado en 1961 con nuestros respectivos Batallones de
Milicias en lo que se llamó “La Limpia del Escambray” y
posteriormente como “Lucha Contra Bandidos”.
Antes de llegar a nuestro destino tuvimos que presentarnos
en la Unidad Regional Geológica del Centro (UREG-C), en
Santa Clara donde llegamos por la mañana y a la cual se
subordinaba la brigada geológica de La Carlota. Allí nos
recibió el compañero Manuel Miralles, por entonces Jefe
Técnico de dicha Unidad y al cual había conocido, junto, con
Abelardo Porro, en “Eucalipgrado” como habíamos
bautizado la región de Guane – Mantua, donde sembramos
eucaliptos antes de partir para la URSS. Ellos habían
concluido un técnico medio en geología en la URSS y se
habían incorporado al ICRM de donde eran trabajadores
antes de partir y nos estaba esperando para inmediatamente
partir rumbo al Escambray.
Las antiguas instalaciones de la “mina yanki”, a la cual
llegamos al mediodía, servían como infraestructura de la
96
brigada geológica que allí exploraba. Rápidamente
conocimos allí a un grupo de jóvenes imberbes que hacían
sus primeros pasos en la geología. Eran ellos Alfonso
Montes Sosa (Melón), Regino Leal (Habichuela), Danilo
Ramos y Pedro Florido (Floro), el más jovencito. Todos se
preparaban para ser auxiliares de geólogo. Pedro Florido
sería, tres años después, trabajando ya como geólogo en el
levantamiento de La Palma, en Pinar del Río, mi primer
auxiliar.
Nos presentaron enseguida al ruso Ígor Shevchenko que
fungía como el geólogo principal de los trabajos. Fue él,
quien nos comunicó, a la semana de estar allí copiando
mapas,
describiendo
y
tomando
muestras,
que
relativamente cerca, a unos tres o cuatro kilómetros de allí,
los americanos habían hecho un socavón de prospección
(galería subterránea que se asemeja a una cueva), en cuyas
verdes paredes se observaban muy bien los sulfuros de
cobre representados por el mineral malaquita, y nos invitó a
visitarlo.
Tal y como nos lo había prometido, a la semana siguiente,
con Igor al frente en un jeep soviético nos dirigimos todos
los iniciados a ver lo que para nosotros resultaba una gran
novedad…
Resultó que la entrada a aquella “cueva”, situada al pie de
una loma, a propósito o por acción del tiempo, había sido
obstruida por una gran roca que hacía que por la misma
cupiera apenas una sola persona, lo que nos obligó a
deslizarnos uno a uno por el estrecho agujero. Mi primera
impresión, citadino al fin, no acostumbrado a aquellos
quehaceres, fue la de una gran sorpresa al encontrarme con
lo que no había imaginado: tener que entrar a gatas en la
cueva y que al pararme, un enjambre de murciélagos
97
revoloteara a mi alrededor y en aquella oscuridad absoluta,
donde no se veía nada ni a nadie, chocaran contra mi cara,
pecho, brazos y piernas con un golpeteo suave, por suerte.
Al dar los primeros pasos, sentí que mis pies se hundían,
como si pisaran un blando colchón: estaba pisando el guano
de murciélago, acumulado en el lecho durante años.
Fue en estas condiciones que avanzamos hacia el fondo del
socavón de unos cincuenta metros de largo, en pos de la
malaquita, solo que ahora, íbamos guiados por la tenue luz
de la linterna de Ígor, que abría la marcha. Floro y yo, nos
habíamos rezagado e íbamos de últimos…
De pronto, se formó el “tropelaje”, el alboroto, la gritería y el
corretaje. En cuestión de segundos vimos que el grupo de la
vanguardia corría hacia nosotros. La sorpresa primero, nos
sorprendió y paralizó, pero al ver a Ígor, largo y flaco como
un güin, que corría al frente con sus pelos normalmente
erizados, que ahora se nos antojaban parados de punta,
mientras gritaba en perfecto español: -“c…, lo cogió y viene
pa`ca”… Floro y yo, sin averiguar lo que sucedía, pusimos
también pies en polvorosa y de los últimos pasamos a ser
los primeros, de retaguardia, nos convertimos en
vanguardia. Se confirmaba la sentencia bíblica de que “los
últimos serán los primeros”.
Fue entonces que Floro, al llegar a la obstruida entrada –
salida de aquel laberinto, poniéndose nervioso, no atinaba a
salir gateando, quedándose trabado, y por donde
aparentemente solo cabía un hombre, comenzaron a caber
dos, pues uno a uno, no sé cómo, le pasábamos por el lado
o por arriba hasta salir. Después lo halamos por manos y
brazos hacia afuera.
98
Mientras el grupo se agolpaba en “la puerta” me enteré de lo
sucedido. Hacia el final del socavón, ya cerca del objetivo
principal de nuestra presencia en él, yacía un majá de unos
seis pies de largo, que dormía plácidamente su cena de
murciélagos. Aunque subjetivamente me lo imagino,
desconozco aún el móvil de Elio a capturar aquella presa,
pero el problema fue que lo agarró por la cola, lo que
provocó que aquel bicho, impresionante por su tamaño,
despertara y comenzara a fajar, molesto por la interrupción
de su sosegada digestión de que había sido objeto,
lanzando mordiscos. De ahí el susto general y el
“salpafuera” que se formó, que fue mucho dentro de aquel
oscuro y voluntario encierro.
Una vez todos fuera, llegó Elio el último a la entrada con el
ofidio en su mano izquierda, y buscando un punto de apoyo,
le colocó la cabeza en la roca de la entrada, y lo mató de un
piquetazo... Pasado el susto, todo era motivo de risas,
burlas, de alegría general. Danilo ubicó al animal, como si
fuera un trofeo, entre el final del capó y el parabrisas del
jeep, para que todos lo vieran cuando llegáramos a la
brigada.
Por la noche iría a Cumanayagua y, con la brújula geológica
a la cintura, le contaría a las muchachas del pueblo sobre la
“hazaña” realizada, suprimiendo algunos matices, pero
imprimiéndole otros de su propia cosecha, adornando con la
magia de nuestra profesión, tan rica en anécdotas.
Post Scriptum:
Salvando los años, solo puedo explicar aquel júbilo que se
produjo en el grupo como una acción en que nos reíamos de
nosotros mismos, debido al desasosiego que nos causó
aquel enorme, pero indefenso maja, en aquella cueva
oscura. Hoy, al leer la descripción testimonial de aquel
99
hecho, que fue en definitiva un acto cruel contra una especie
inofensiva, solo puede provocar rechazo ante la voraz
depredación que hace el hombre de la Naturaleza, lo que lo
conduce a su propia autodestrucción. Sirva esta anécdota
de ejemplo de lo que no se debe hacer…
100
EL ÚLTIMO DIBUJANTE
Ramón Omar Pérez Aragón
A Orlando Bueno Lombard,
Fundador del ICRM
El día que despedí
Al colega Orlando Bueno
Con pensamiento sereno
Simplemente dije así:
- Hoy no se jubila en sí
Un compañero cualquiera,
Se jubila uno que fuera
Pionero en la institución,
Y con él, la profesión
Que el desarrollo extinguiera.
Con Orlando se nos va
La tinta y el centropén,
La regla de “T” y también
El cartabón y el “lerruá”,
El papel alba. Y se irá,
Aunque nos resulte duro,
La copia en papel maduro,
101
El sepia y el heliográfico,
Un trabajo cartográfico
Que ya no tiene futuro.
Cuando unos años atrás
El gran salón de dibujo
Poco a poco se redujo,
Quedó “El Bueno” nada más.
Y creo que no está de más
Resaltar su trayectoria,
Pues resulta muy notoria
La tarea que realizó:
Los mapas que dibujó
Hoy son parte de la historia.
Ese día se planteó este
Símil muy a lo cubano:
- Si un último Mohicano
Hubo en el Salvaje Oeste,
En el escenario agreste
De una etapa culminante,
Justo en el aciago instante
De decirle adiós a Orlando,
También se está jubilando
El Último Dibujante.
102
EL VALOR DE LA ENSEÑANZA
Odiel Estrada Molina
No sé cuánto tiempo ha transcurrido desde que estoy aquí,
siempre igual; cuatro paredes, amarillas; veinticinco sillas
con sus mesas blancas de estudio que hacen contraste con
el negro de los asientos; dos estantes de libros de historias y
fábulas que matizan a la madre naturaleza con todo su
esplendor; dos largas persianas que permiten que pasee por
el aula una brisa perfumada desde el jardín que rodea la
escuela. La pizarra, no ha perdido su color; es la misma
desde que empecé a impartir clases a niños de ocho años.
¡Qué alegría, aquella que sentía, mezclado con un
nerviosismo que me helaba desde los pies hasta la cabeza!,
aquel “primer día de clases”… los pequeños volvían de sus
vacaciones llenos de alegrías y sueños vividos: se
abrazaban, saludaban a sus antiguos maestros y se
contaban todo lo sucedido en sus vacaciones.
Todavía recuerdo mi primer día de clases, cuando mi
profesor entró al aula y con una sonrisa, nos preguntaba:
¿cómo pasaron las vacaciones? Unos comentaban de la
playa, otros; del campo, de los museos, o simplemente de
103
las películas que habían visto. Pero ahí estaba él, nuestro
maestro de ciencias naturales, con su traje gris, su paso
lento y un brillo en sus ojos que iluminaba su añejo rostro,
siempre oyendo todo lo que hablábamos como si viviera
cada instante de lo que decíamos y después, nos contaba
historias de Esopo1, de cómo los animales y las personas
salían de grandes apuros y dificultades.
Siempre nos enseñaba sobre las piedras y sus
características: blancas, negras, grises, calizas o no; y bien
bajo, susurrando, como quién cuenta un secreto, nos decía
que cada una era importante para la naturaleza porque
guardaban en sí el secreto de la vida; las cuevas con sus
estalactitas2 y murciélagos, los campos, las montañas y sus
faldas, los desiertos y su morfología nunca faltaban en cada
historia que nos hacía.
¡Cómo nos divertíamos! Tras cada historia y enseñanza
siempre hablaba de su vida cuando era joven y lo que había
aprendido en el colegio. Recuerdo que cuando nos enseñó a
orientarnos por la brújula en una excursión que tuvimos en
la pradera de la Sierra Maestra y nos mostraba diversos
mapas de la localidad, comentaba lo importante que es el
estudio de la tierra, las piedras, los valles y las montañas,
porque en ellos se encuentra el secreto de la creación, de
todo cuanto existe.
Cuando comíamos me acerqué y le pregunté qué edad tenía
y por qué nos enseñaba todo eso; amablemente y con su
sonrisa característica me respondió: No hay nada mejor que
1
Famoso escrito de fábulas. Se piensa que vivió en el Siglo VI antes de Cristo.
2
Es un tipo de espeleotema secundario que cuelga del techo o de la pared de una
cueva.
104
compartir con nuestros amigos y los niños el conocimiento
de la geología y del cuidado de la naturaleza en general; no
lo comprenderás ahora, mas, después la vida te lo hará
saber.
Han pasado más de sesenta años, el clima cambia, el medio
ambiente resulta diferente al de mi niñez, abro los ojos y me
encuentro en la misma aula donde antes me sentaba a
escuchar las palabras del aquel viejito de paso lento, pero
mirada firme.
Miro mi antiguo puesto de estudio, de juegos; oigo las risas
grabadas en las paredes, de infantes cuyos recuerdos
siempre están presentes, observo dibujos de niños que ya
no los son y percibo el murmullo de voces olvidadas que
pasaron por este recinto; unas gotas recorren mis mejillas
desde el recuerdo de tanto tiempo vivido y recuerdos nunca
olvidados. Se oyen risas, pasos apresurados y de algunos
pies corriendo por el pasillo; seco mis lágrimas, me levanto
del antiguo asiento con mi traje gris, una sonrisa alegre, ojos
firmes como los de mi antiguo profesor y unas piedras
blancas, negras y grises en mis manos y así me preparo a
recibir a los niños, escuchar sus historias y contarles
muchos cuentos, fábulas y enseñarles sobre las piedras, los
campos, la naturaleza y la geología porque ahí… Ahí se
encierra la vida, por lo menos, la mía…
105
¡ESTOY EN LA CIMA DE LA COLINA!
Manuel Roberto Gutiérrez Domech
- Dra. Hao, I`m on the top of the hill!, -gritó francamente
excitado, a todo pecho, con todo el ímpetu y la fogosidad
que lo caracterizaban.
Nuestro compañero había escalado francamente, con una
agilidad inimaginable en él y con algunos años más que los
mozalbetes que asistíamos a la práctica, una escarpada
pendiente, en una cantera abandonada en la llamada
Ciudad de los Perritos, urbanización no concluida a orillas
del río Almendares, donde nos entrenábamos como
aprendices de paleontólogos y estratígrafos con la asesoría
de la profesora china Hao Yi Chun –que solo se comunicaba
en inglés- y el Dr. Alfredo de la Torre, nuestros tutores.
Habíamos asistido allí para muestrear la localidad tipo de la
Formación Consuelo y seguíamos un corte que continuaba
por toda la orilla del río. El colega Iturralde-Vinent y yo, muy
jovencitos por aquel entonces, nos distinguíamos por tomar
diligentemente las muestras que nos indicaban, sin importar
el lugar donde se encontraran, pero nos sorprendió el
106
ascenso acelerado del colega, quien después de su anuncio
coronó la cima del talud y desapareció.
¿Por dónde habrá dado la vuelta el compañero?,-nos
preguntábamos una hora después de haberlo visto llegar a
la parte superior de la pendiente. ¡Qué raro que no aparece!
–nos preocupábamos todos, transcurridas ya dos horas de
haberlo visto por última vez.
Montamos en el vehículo que nos había trasportado y
recorrimos el área… ¡Nada! Esa zona de Nuevo Vedado y
Aldecoa, tenía algunos sectores sin construcciones e incluso
con algunos arbustos o matorrales, pero por mucho que
buscamos, no lo encontramos.
Al caer la noche nos retiramos preocupados, pero al final
consideramos que el colega habría regresado a su casa, sin
volver a descender por lo difícil del trayecto.
Al día siguiente, apareció en la oficina un poco amoscado.
¿Que te pasó?, -preguntamos, casi al unísono.
- ¡No me digan nada!... -contestó- …salí al patio de la casa
de un alto dirigente del gobierno, y además, hablando en
inglés… Los escoltas no entendieron que yo estaba
muestreando un perfil, ni ocho cuartos… Me pasé la noche
detenido, esperando a que comprobaran todas mis
identificaciones y mis argumentos…
107
ETÍLICOS ROMANCES DE BRIGADA
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
Un revoltijo de hamacas, mochilas, muestras de rocas,
minerales y alimentos ligeros, pendían y yacían en los
barracones donde habían subsistido los esclavos. Más
tarde, después de un triunfo revolucionario habían sido
ocupados por un grupo de bisoños estudiantes y
ejercitados profesores del Instituto Superior Minero
Metalúrgico en una de las temporadas de las prácticas
docentes. Entre los cafetos aún se escuchaban los
tambores de la Tumba Francesa de La Fraternidad.
Acá en el barracón nuestro, en el borde de mi litera, el
chofer Baracoíta, el veterano consumidor de alcoholes,
nicotinas, cafeínas y sabrá Dios, cuántas otras drogas
no penadas por la ley, con su camiseta horadada y los
bajos del pantalón suspensos en el borde superior de
sus boticas vaqueras, encendía el primer cigarro de la
mañana, mientras con su rostro arrugado por un etílico
remordimiento, me decía así:
108
- Cojoya, qué lío compay… hoy no voy ni a
desayunar… al comedor ese no entro más… en mi
“curda” de ayer por la tarde me pasé de rosca, fíjate
que le dije a la cocinera… negra vamos a temp... así
mismo nagüe, a rajatablas… oiga… esa prieta ha
montado un berro, que agarró un tizón encendido y me
lo mandó por la cabeza… ¡qué clase de pena socio!...
De debajo de la envoltura de mi frazada, saqué un
cuarto de botella de Coronilla que había logrado
salvaguardar la noche anterior de la voracidad
alcohólica de los aspirantes a geólogos que allí hacían
su tarea curricular.
- No jorobes, Baracoíta… cállate ya. Toma, “mata el
ratón” –y le extendí con gran sorpresa para él, la
inesperada anestesia matinal.
La acción de “empinar el codo”, fue instantánea. Dejó
rodar por su garganta una copiosa cuota de
aguardiente que espoleó rudamente aquel sistema
digestivo ya maltrecho por la resaca e inerme por el
ayuno. Tras una leve pausa, la fatigada garganta del
adicto dejó escuchar nítidamente, en la fría mañana, la
voz onomatopéyica del que recibe el primer palo del
día: “¡ahgshhhh!”….
A medida que experimentaba la reacción de la dosis,
un cambio repentino de actitud comenzó a hacerse
patente: una mueca de bebedor consuetudinario
cambió la expresión de preocupación por otra de
desdén, a la vez que se dirigía con cara de
desvergonzado al coro de condiscípulos:
109
- ¡Qué carijo, hice bien en decirle a la negra lo que le
dije… aquí hay un hombre a`to, a lo hecho, pecho…
¡voy a ver que carrizo le pasa a la obscurecida esa!…
El reactivo fue tan eficaz que salió disparado rumbo al
comedor, totalmente dispuesto a reanudar su
“amorosa” conversación de la tarde anterior.
Un socio acabado de levantar, preguntaba repetidas
veces:
- ¡Eh! ¿Y a éste, qué bicho le picó?
- El bicho del amor –dijo otro con sorna.
Al poquito rato, reapareció Baracoíta con una amplia y
torcida sonrisa y un jarro lleno de café recién colado,
que había conseguido en la misma cocina. A un lateral
de su cuello se observaban nítidamente las huellas
recientes de un creyón de labios rojo intenso, el color
preferido de la cocinera. ¿Quién dice que no había
funcionado tan directa declaración de amor? El
aparente berrinche con lanzamiento de tizón y todo, no
fue más que la más elemental de las reacciones a la
terapia de choque.
110
GEOTUR CON PERFORADORES
Ramón Omar Pérez Aragón
A mis colegas perforadores, especialmente
a Catalino, Israel, Mirloy, Piti y Pedro Tamayo,
que fueron los pioneros del “Ware-Line” en Cuba.
Transcurría
el último trimestre de 1978. Acababan de
concluir mis labores de apoyo al XI Festival Mundial de la
Juventud y los Estudiantes en La Habana y me disponía a
matricular en la universidad para continuar estudios
superiores de Geología. Sin embargo, esa mañana fui
llamado con urgencia desde la oficina de Relaciones
Internacionales del antiguo Ministerio de Minería y Geología.
El funcionario que me atendió, independientemente de sus
amables modales, no me preguntó mi disposición, se limitó a
informarme que había sido seleccionado para cumplir una
misión en el extranjero, que consistía en servir de traductor
a un grupo de perforadores que recibirían un curso de su
especialidad en la hermana República Popular de Polonia y
que tenía que llenar urgentemente una serie de planillas y
modelos. Ante mi asombro y mi alegato de que no sabía una
111
palabra de aquel idioma, el hombre ni se inmutó; me miró
fijamente a los ojos como si estuviera analizando de qué
planeta yo había llegado y me aclaró lacónicamente:
- Traductor de ruso.
Ante mis nuevos argumentos de que yo no era perforador,
sino geólogo, la respuesta fue por el estilo:
- ¿Tú no diste Perforación en la escuela? –Y sin esperar
respuesta- Suficiente.
Corrían los años de “La Década Prodigiosa”. La geología se
beneficiaba de los favorables convenios con la URSS y el
resto de los países que integraban el hoy extinto Campo
Socialista, a través de tratados de colaboración y acuerdos
bilaterales y multilaterales que propiciaba el Consejo de
Ayuda Mutua Económica (CAME).
En este contexto, un grupo de destacados perforadores, en
premio a su meritoria y sostenida labor, habían sido elegidos
para pasar un curso de dos meses en Polonia, país que
había adquirido en Canadá varias máquinas perforadoras
“Long Year” y aplicaba con éxito la, tecnología de
perforación “Ware-Line”, aún novedosa en esa época, la
misma, desconocida por entonces en Cuba, consiste en un
sistema que permite recuperar la columna de roca que se va
introduciendo dentro un tubo porta-testigos de dos metros
de largo, el cual se saca y se introduce mediante un cable
por dentro de la tubería sin necesidad de extraer todo “el
tren de varillas”, cuestión esta que acelera los tiempos de
perforación, aumentando grandemente la productividad con
el consiguiente abaratamiento de los costos de esta
actividad, que como es sabido, es la más costosa dentro de
los métodos geológicos de exploración.
112
Por otra parte, el viaje de entrenamiento tenía un alto
componente turístico, ya que como veremos, incluía una
serie de escalas en otros países. Era, a todas luces, lo que
algunos solían llamar un verdadero “geotur”.
Los trámites fueron “de corre-corre”. La salida sería en
apenas una semana. Luego me enteraría de que mi
“selección” había sido de emergencia, pues el anterior
seleccionado, se había “echado pa`atrás” a última hora. Por
tales motivos, a mis compañeros de viaje los conocí, y no de
la mejor manera, en la sala de abordaje del aeropuerto
internacional José Martí, donde, por causas ajenas a mi
voluntad, llegué apenas media hora antes de la salida del
vuelo.
Como residía por aquella época en Bauta, el capitalino
chofer que habían designado para recogerme se había
extraviado, ponchado y en la prisa por llegar, había tomado
por una vía contraria, le habían puesto una multa y otra serie
de calamitosos imprevistos que hicieron que se retrasara
considerablemente. Pero como la noche anterior yo había
asistido a la boda de la hermana de un colega, donde entre
brindis, anécdotas y alegrías se vaciaron numerosas cajas
de cerveza y abundantes botellas de ron y hasta de whisky,
aquella mañana, además de la evidente resaca, el aliento
que despedía era el mismo que pudiera salir de una
destilería.
Los colegas perforadores, que habían visto “en el pico del
aura” su primer viaje al extranjero a causa de “mi
irresponsabilidad”, desde el mismo momento de mi
atropellada aparición, desarrollaron una especie de
animadversión hacia mi “inocente” persona, la cual no sería
eliminada hasta mucho tiempo después de iniciada la
misión.
113
La mala impresión que había causado en los aún
desconocidos colegas, hubo de acrecentarse durante el
trayecto aéreo hasta Varsovia, con escalas en Montreal y
Praga, por una serie de incidentes que durante el mismo
ocurrieron: El primero sucedió cuando en pleno vuelo y en
medio de mi profundo sueño, –ya se sabe en qué
condiciones viajaba- un colega villaclareño apodado
“Postura” o algo parecido, trató de despertarme para que
viera el famoso puente de Brooklyn, sobre el cual volábamos
a una relativamente baja altura. Como aquel evento,
novedoso para ellos, no lo era para mí y continué entregado
a los brazos de Morfeo, dicha actitud fue interpretada por el
grupo como desdeñosa, una falta de todo, incluso de
compañerismo hacia el resto del colectivo.
La segunda pifia la cometí en uno de los baños de la
terminal aérea de Montreal, donde hube de reírme a
mandíbula batiente ante el desconcierto y la suplicante
mirada del pinareño Catalino, cuando después de abrir el
grifo automático de un lavabo, éste no se cerraba por más
que él lo intentara –sino todo lo contrario-, lo que lo llevó
angustiosamente a pensar que lo había roto.
Unos minutos más tarde incurrí en la tercera falta, al
carcajearme mientras miraba a Mirloy pasar una y otra vez
frente a la puerta de cristales del salón de espera, que se
abría y se cerraba ante su sola presencia, cuestión que el
recio perforador oriental no lograba entender. Ambas
desconsideradas acciones fueron interpretadas como una
burla y una falta de respeto del malcriado -mucho más joven
que el resto- traductor hacia dichos miembros del equipo.
La situación continuó complicándose para mí en el
aeropuerto de Praga. El compañero Pedro, a la sazón, jefe
del grupo, a quien le habían entregado las divisas
114
destinadas a los gastos de viaje de todos los compañeros,
se hizo la idea de que aquellos dólares, eran parte de la
reserva estratégica del Banco Nacional y que le habían sido
confiados en custodia para ser empleados en caso de algún
excepcional imponderable, por lo que casi me acusa de
traidor a la causa cuando le pedí de favor que “se pagara”
unas seductoras cervecitas Pilsen, que se ofertaban en
nevadas botellitas “mediolítricas”, alias “sábado corto”, en
una vitrina refrigerada del bar del aeropuerto. No transó
incluso cuando le dije que era para uso estrictamente
medicinal, es decir, para “matar el ratón” antes de que el
susodicho e imaginario roedor acabara conmigo. Su
respuesta fue más o menos, que si no me bastaba con la
nota que traía, que si acaso pretendía continuar de
parranda…
Ya casi al tomar el vuelo hacia Varsovia, hube de ponerme a
mal con el último integrante del equipo, otro veterano
perforador pinareño y único de quien tenía referencias por
haberlo visto un par de veces durante mis anteriores
recorridos geológicos por la zona de Bahía Honda, cuando,
escandalizado por el inusitado volumen de su rápida y
entrecortada plática, le llamé muy discretamente la atención,
cuestión esta que le causara tal enojo, que estuvo a punto
de fulminarme con su mirada. Lo que me esperaba no era
fácil…
Una vez recibidos, aleccionados sobre las próximas
acciones y acomodados en un hotel varsoviano, la dirección
del grupo citó a todos los miembros, excepto al traductor,
para una reunión urgente, donde se trataría un solo punto: el
análisis de la actitud y el comportamiento del único que no
fue citado, es decir, el traductor.
115
Desconozco los términos y los pormenores de las
cuestiones que se expusieron en aquella inusitada reunión,
no así los acuerdos, pues fui llamado una vez finalizada la
misma, para ser impuesto de que el quórum había
determinado, teniendo en cuenta mi “inexperiencia y corta
edad”, así como los atenuantes de ser “un joven trabajador,
con algunos méritos y cierta trayectoria”, pasar por alto las
indisciplinas con que había comenzado la misión, pero que
eso dependía en todo caso de mi comportamiento en lo
adelante, por todo lo cual, sería constantemente analizado y
evaluado por el colectivo, es decir, por todos y cada uno de
ellos.
De más está decir que de nada sirvieron mis argumentos y
protestas por lo que consideraba una injusticia y un acto de
subjetivismo manifiesto. La decisión estaba tomada y solo
restaba portarme bien y tratar de borrar la mala impresión
que había causado.
A la mañana siguiente partimos hacia la sureña y pequeña
ciudad industrial de Olkush, donde comenzaría una especie
de curso teórico-práctico, que consistía en visitar máquinas
de perforación en plena faena, para escuchar todos y
traducir yo, todo lo que al ingeniero Marek, el polaco que
nos atendía se le ocurriera improvisar durante la marcha.
Por suerte, la tarea no resultaba muy difícil para mí, pues
tenía todavía fresco el idioma y reciente la experiencia de
mis prácticas de perforación en la cuenca hullera del
Donbas ucraniano, donde había trabajado durante todo un
mes como “torrero”, “partiendo varillas” a veinte metros de
altura, en una perforadora CIF-2000, por lo que conocía
bastante bien la terminología rusa sobre dicha especialidad.
Había, sin embargo, dos inconvenientes fundamentales: el
primero era que el ingeniero no era ruso, sino polaco y
116
aunque hablaba la lengua de Dostoievski mucho más
fluidamente que yo, lo hacía con un acento al que mis oídos
no estaban acostumbrados; en segundo lugar, el tipo era
tartamudo, y se daba unas trabadas, que para decir una
frase utilizaba el doble o el triple de sílabas necesarias, con
el consiguiente gasto de tiempo. Esta última cuestión no
pasó inadvertida para mis colegas, pero sí fue
malinterpretada, por lo que suscitó una segunda “corte
marcial” para juzgar en su ausencia al, a todas vistas,
incorregible infractor. Esta vez los cargos en su contra eran:
que no traducía ni la mitad de lo que el ingeniero decía.
De nuevo fui llamado para comunicárseme la nueva
resolución, pero esta vez sí “me puse verde”, alegando que
aquello era una injusticia, que era completamente subjetivo,
dado que ellos no sabían una palabra de ruso y menos de
polaco y que por tanto no tenían cómo demostrar su
infundado juicio. Les pregunté además, si había alguna
incoherencia o algo que ellos no entendieran debido a mi
supuestamente ineficiente trabajo. Al final, me vino a salvar
la circunstancia de que el perforador pinareño más viejo, era
también tartamudo y reconoció autocríticamente que él a
veces empleaba hasta cuatro veces, el tiempo que cualquier
otro ser humano emplearía para decir lo mismo. De esa
manera fueron anulados el juicio y la condena, pero aquella
espinita se me quedó clavada y comencé a valorar y
acariciar la idea de aplicar una secreta y terrible venganza…
Desde que nos reunimos la primera vez para almorzar
juntos, me percaté de los rudos modales de mis camaradas
en la mesa, modales adquiridos con el tiempo en las arduas
condiciones del no menos áspero trabajo en zonas
inhóspitas, comiendo en cantimploras o bandejas, utilizando
como mesa una caja de muestras, una roca, o un tronco
cualquiera y como único instrumento para todo, una tosca
117
cuchara de aluminio, cuando no “a mano limpia”. Mis
camaradas, a diferencia de la mayoría de los polacos que
comen muy correctamente, ignoraban, me atrevería a jurar
que desconocían, el uso del cuchillo y el tenedor. Como una
vez había oído en cierto filme italiano que “la vendetta è un
piatto che se mangia freddo” –la venganza es un plato que
se come frío- fue precisamente en esta área que se me
ocurrió llevar a cabo mi desquite.
En la primera oportunidad que tuve, mientras almorzábamos
en el comedor de una empresa, haciéndome el muy
educado y el más preocupado, les dije a mis camaradas, en
tono bajo y con la mayor seriedad que me fue posible, como
quien traslada un secreto de estado, que nosotros allí
éramos representantes de nuestro país, y que todos los
polacos tenían permanentemente la vista sobre nosotros
para evaluar a través nuestro al pueblo de Cuba, que por
tanto no podíamos hacer quedar mal a nuestro país y que
teníamos que comportarnos a la altura necesaria, aunque
para ello tuviéramos que hacer los mayores sacrificios.
Aunque no había hecho otra cosa que repetir de carretilla lo
que se le decía por entonces a todo educando antes de
partir a estudiar al extranjero, e independientemente del
grado de certeza del discurso, debo reconocer el esfuerzo
que tuve que hacer para mantenerme serio y no echar a
perder la broma, al mirar la gravedad y circunspección que
reflejaban los rostros de mis colegas y cómo se miraban
unos a otros sin entender de qué se trataba, pero
percibiendo que lo que decía el traductor tenía cierta lógica.
Los conminé a que repararan en la forma que comían los
polacos de las mesas vecinas, que miraran bien cómo
tomaban el tenedor con la mano izquierda, mientras con la
derecha usaban el cuchillo para cortar y cargar el tenedor.
118
Las caras de desaliento, no pudieron ser más expresivas,
me pareció que se sentían perdidos, incluso, y así me lo
manifestarían luego, algunos lamentaron la hora en que
habían aceptado realizar aquel viaje… Continuando con el
plan, les dije que no se desanimaran, que aquello no era tan
difícil como parecía y que yo les enseñaría a comportarse en
una mesa y que luego de un par de intentos, si ponían de su
parte, ya comerían como verdaderos “gentlemen”.
Las clases comenzaron esa misma tarde. En la casa de
familia que nos daba albergue, tomé de la cocina varios
juegos de cubiertos e instalé mi comedor escuela en la
habitación dormitorio. Era verdaderamente para morir de
risa ver a mis camaradas con sus rudas manazas hechas a
golpes de llaves, palancas y tuberías, tratar de dominar la
técnica de cómo cortar correctamente un imaginario bistec y
llevarse el trozo cortado a la boca con la mano izquierda.
Pero si risible fueron las clases teóricas, las primeras
prácticas fueron una de las cosas más cómicas que puedan
imaginarse. Yo me limitaba a sonreír, pero por dentro me
divertía de lo lindo. No obstante, lo que empezó como parte
de una vengativa broma, terminó aportando loables
resultados: además de dominar la nueva tecnología del “uerlain”, los rústicos perforadores, y el propio traductorprofesor, aunque esto último ellos no lo sabían, terminaron
por dominar casi a la perfección el “arte polaco” de utilizar el
cuchillo y el tenedor. Subrayo especialmente lo de “arte
polaco”, pues al parecer eso fue lo que entendieron mis
colegas.
Esta suposición se basa en el hecho siguiente: Una vez
terminada satisfactoriamente la misión en Polonia, el pasaje
de regreso nos fue sacado vía Berlín-Madrid-GanderHabana, con escala de casi dos días en el entonces Berlín
119
“democrático”, capital de la desaparecida República
Democrática Alemana. Allí, mientras consumíamos unos
apetitosos bistec con papas fritas en el restaurante del hotel
Mitropa, mi ya para entonces amigo, el mayor de los
perforadores pinareños, empuñaba por inercia el tenedor
con su mano izquierda y cuando llevaba con cierta dificultad
su preciada carga a la boca, fue interpelado por su colega y
coterráneo:
¡Pitiiii, ya no fuimo de Polonia!, ¡Agarra el tenedón con
la derecha, muchacho, que te vaj a sacán un ojo!
La risa colectiva que siguió a continuación, fue
una amistad fuerte y duradera, que nació entre
malos entendidos, bromas y hasta venganzas,
colegas unidos por una misma profesión
convicciones y principios.
el sello de
equívocos,
pero entre
e iguales
Perforadores pioneros del método “ware line” en Cuba, de geoturismo
por el palacio real de Cracovia. De izquierda a derecha: Pedro
Tamayo; Catalino; Mirloy Quiala; un chofer polaco; Marek, el ingeniero
polaco, Israel y Piti. Foto tomada por “el traductor”. Polonia, 1978.
120
HOMENAJE
Ramón Omar Pérez Aragón
A la mineralogista y profesora de mineralogistas
Inés Milia González
Sencilla, humilde, callada,
Y sin que sobresaliera,
Trabajó su vida entera
La científica abnegada.
Al fin fue justipreciada
Al filo de la vejez.
Con un gran premio esta vez:
¡El Finlay!, ¡Qué vida esta!
Debió llamarse Modesta,
Mas… le nombraron Inés.
La profesora Inés Milia recibe
un presente por el 45
Aniversario del IGP de manos
de los doctores Enrique
Castellanos, Carlos Pérez y
Aida Álvarez. 2012
121
INCOMPRENSIÓN
Ramón Omar Pérez Aragón
“…la difícil Ciencia de la Tierra, ciencia nueva que arranca, con
miras interesantes a las piedras, la leyenda de su formación…”
José Martí
La magistral frase que encabeza este escrito, una de las
tantas con que “El Maestro” incursionó periodísticamente en
la esfera de las ciencias, es una aproximación muy suya,
concisa y exacta de la que algunos han dado en llamar
“reina de las ciencias naturales”; la Ciencia de la Tierra.
Si buscamos en cualquier libro de texto de Geología
General, el “Yakushova” por ejemplo, plantea desde su
introducción: “Geología: del griego (geo – tierra), y (logos–
tratado) es la ciencia que trata de la Tierra, de su
constitución, estructura y desarrollo y de los procesos que
tienen lugar en ella, en sus envolturas aérea, hídrica y
pétrea”.
La Geología, en tanto ciencia principal, para lograr sus
objetivos se auxilia de sus ramas afines, como la
Petrografía, la Estratigrafía, la Paleontología, la Mineralogía,
y se combina con otras ciencias creando nuevas
122
especialidades como la Geoquímica, la Geofísica, la
Geobotánica, y otros.
No es el objetivo de esta breve crónica (ni sería posible)
definir cada una de ellas, pero sí nos referiremos
someramente a la Paleontología, en el empeño de revelar
que a pesar de todo, la Geología es, y sigue siendo, una
ciencia bastante desconocida. Paleontología (del griego
paleo – antiguo; ontos - ente, ser; logos – tratado) se define
como la “ciencia que trata de los seres orgánicos
desaparecidos a partir de sus restos fósiles”.
La Geología se auxilia de la Paleontología para, a través de
los restos fósiles, (caparazones, huesos, dientes, moldes,
impresiones, huellas) de animales o plantas -“bichos”, como
se les llama con frecuencia en el argot de nuestros
paleontólogos-, que vivieron y se extinguieron en
determinados períodos del tiempo geológico; establecer la
“edad” de las rocas que los contienen.
Claro, que no se trata de saber la edad de una roca por
simple y vana curiosidad, sino que a partir de este
conocimiento se puede inferir acerca de la ocurrencia,
tiempo de duración y/o extinción de otros eventos
geológicos, tales como ciclos volcánicos, eventos
catastróficos (extinción de determinadas especies, cambios
climáticos), metalogenéticos (formación de yacimientos
minerales), asociados específicamente a dichas edades o a
determinados períodos y así establecer límites, paradigmas,
crear patrones, modelos, y otros, para la búsqueda de
minerales u otras investigaciones de interés.
Lo que no aparece en ninguna definición, incluida la del
Maestro, es lo desconocida, a veces ignorada y también
incomprendida, que resulta esta ciencia, al menos en
nuestro país. Una vez graduado de técnico geólogo, a mi
123
regreso de la antigua URSS, donde la ciencia geológica
gozaba de gran prestigio y reconocimiento social, me
llamaba la atención y hasta me resultaba chocante el hecho
de que siempre que alguien por cualquier motivo me
preguntaba mi especialidad y yo, orgullosamente respondía:
“Geólogo”, invariablemente me replicaban: ¿Qué?...
¿teólogo?, ¿ideólogo?, ¿biólogo?
Luego fui dándome cuenta que cuando se inauguraba
alguna obra industrial, una fábrica de cemento, de vidrio,
una planta procesadora de áridos, oro, níquel, etc., todos los
reconocimientos eran para los mineros, los ingenieros
civiles, mecánicos, los constructores… pero en muy
contadas ocasiones se mencionaba siquiera la abnegada
labor de los geólogos que habían buscado, prospectado
durante meses, años y finalmente entregado, los
yacimientos de las diferentes materias primas minerales,
listos para su explotación.
Los pobladores de los campos y montañas de Cuba,
independientemente de su nivel cultural o educacional, con
frecuencia se asombran, e incluso ponen en duda o tiran a
broma las palabras de los geólogos, cuando estos tratan de
explicarles la procedencia volcánica (lavas, brechas
autoclásticas, tobas); ígnea (granitos, dioritas, etc.) e incluso
marina de las rocas, por más que se les enseñen los restos
de conchas, peces y otros restos fósiles de origen marino
atrapados en una caliza o una marga ubicada a varios
kilómetros de la costa actual o a varias decenas o centenas
de metros sobre el nivel del mar.
Se desconoce el origen volcano-marino de nuestro
archipiélago, así como el carácter complejo de los
movimientos horizontales de la corteza terrestre que
determinaron el plegamiento, apilamiento y sobrecorrimiento
124
de unas capas de rocas sobre otras; los repetidos
movimientos verticales de hundimiento y exhumación de los
terrenos, con sus correspondientes períodos de
acumulación y erosión de los paquetes rocosos. Sí,
lamentablemente, la ciencia geológica no se ha difundido de
la forma como reclamaba el Maestro: (sic) “…se enseñe -en
las escuelas- la historia de la formación de la Tierra…” y las
“…aplicaciones industriales de los productos de la Tierra…”
Una anécdota que pone de manifiesto toda la incomprensión
de que son objeto quizá con demasiada frecuencia, la
Geología, los geólogos y todas sus ramas y especialistas
afines, es sin dudas la siguiente:
Me contaba mi amigo y colega Jesús Triff Oquendo que
durante la ejecución de ciertos estudios paleontológicos, en
una localidad pinareña, donde habían hallado un “lecho”
repleto de ammonites -cefalópodos que habitaron los
océanos mesozoicos y se extinguieron hace relativamente
poco tiempo según la escala geocronológica, a saber, entre
245 y 65 millones de años atrás-, se esmeraban él y un
colega paleontólogo polaco de renombre, el ya finado
Ryszard Myczynski, en extraer con toda la paciencia y el
cuidado del mundo los citados restos fósiles.
Utilizaban para ello sus respectivas piquetas o matillos
geológicos, unas veces por separado y otras
combinadamente, poniendo una debajo a manera de cincel
y golpeando con la otra a modo de maceta, pero siempre
tratando de rescatar enteros los referidos “bichos”, ya que la
posterior determinación de sus géneros, especies y otras
características, podría ayudar a establecer si se trataba de
individuos que se habían extinguido durante el Jurásico o si
habían tenido la fortuna de vivir hasta el Cretácico, cuestión
esta de inestimable valor para determinar la edad de
125
aquellas rocas, lo cual era muy importante, al menos para
ellos.
Inmersos, como suelen hacerlo los científicos en su tarea,
no se habían percatado que desde hacía un buen rato, eran
atentamente observados en todos sus movimientos por la
mirada severa y asombrada de un campesino, que no era
otro que el propietario de la finca en cuyos predios habían
decidido ir a fallecer los dichosos ammonites, precisamente
en el lugar que ahora hollaban sin ningún permiso aquellos
intrusos y adonde el dueño había acudido presto, atraído por
el inusual ruido de los piquetazos.
A la primera oportunidad que tuvo, el referido campesino se
dirigió a los científicos más o menos en estos términos:
- Buenas tardes… camaradas, ¿se puede saber que están
haciendo ustedes ahí?
- Buenas, ¿qué tal? –le respondió distraídamente el geólogo
cubano, reparando por primera vez en el hombre y
extendiéndole la diestra, que fue completamente ignorada
por éste.
Bueno, –agregó algo turbado por el desdén- acá mi colega
el estratígrafo y paleontólogo polaco y yo, estamos tratando
de realizar la exhumación de unos ammonites que yacen
aquí en este lecho rocoso, para realizarles posteriormente
una serie de análisis paleontológicos y poder determinar la
edad geocronológica de los mismos y entonces inferir si
estas rocas son del Jurásico o del Cretácico, lo cual tiene
una importancia crucial para la cartografía geológica de la
región.
El rostro del campesino permaneció impávido, como si no
hubiese escuchado nada, o como si su interlocutor también
fuese polaco y le estuviera hablando en el idioma de sus
126
eslavos ancestros. Al cabo de un rato, como retornando a la
realidad después de un “knock-out”, volvió a la carga:
- ¿Y usted pudiera explicarme bien eso?, porque la verdad
es que no entiendo nada.
- Sí, cómo no –volvió a decir el colega- Mire, el problema es
que estos “bichos” que ahora parecen… bueno, parecen no,
en realidad ahora son piedras, pero que una vez, hace
mucho tiempo, fueron animalitos que vivieron en los
océanos y sucumbieron, sufriendo posteriormente un
proceso largo de litificación, pero si nosotros logramos
determinar cuántos millones de años hace que se
extinguieron, entonces sabremos la edad de estas rocas que
los contienen, ¿me entiende?
Con un rostro completamente inexpresivo, que no dejaba
ninguna duda acerca de que no había entendido una ostia –
así, sin hache, para seguir en la onda de los bichos-, volvió
el hombre a preguntar:
- Y… ¿Cuánto les pagan a ustedes por eso?
Esta vez el sorprendido fue el paleontólogo, pues no podía
entender muy bien a dónde quería llegar el campesino con
aquella pregunta -aquí debo hacer un paréntesis para
aclarar que estamos tratando de una época en que “la
guagua” costaba “un medio” y una cerveza sesenta “kilos”,
es decir, de cuando un peso era un peso-, aun así, le
respondió como el que no está bien seguro de lo que dice:
- Bueno, yo gano trescientos pesos, y este… –dijo
señalando al colaborador internacionalista polaco, quien
asistía al inusitado diálogo sin saber de qué se tratababueno, este como es académico y extranjero y eso… debe
ganar como mil pesos…
127
- ¡Mil trescientos pesos! –exclamó entre alarmado e
incrédulo el guajiro. Y como si de repente hubiera perdido el
interés por todo lo demás, dio media vuelta y se alejó por el
trillo, mientras refunfuñaba y repetía en voz alta el resultado
de las conclusiones que de todo aquello había sacado:
- ¡Mil trescientos pesos!, ¡qué barbaridad!, ¡por eso estamos,
como estamos!
128
JOSÉ MARTÍ: TÉCNICAS ANALÍTICAS Y
RECURSOS MINERALES INDUSTRIALES
Nyls Gustavo Ponce Seoane
(Ensayo)
“Naturaleza
y composición de la tierra..., aplicaciones
industriales de los productos de la tierra; elementos
naturales y ciencias que obran sobre ellos o pueden
contribuir a desarrollarlos; he ahí lo que en forma elemental,
en llano lenguaje y demostraciones prácticas –dijo Martídebiera enseñarse”, siendo él mismo, ejemplo de maestro
de esas enseñanzas.
Es por esas y otras ideas relacionadas con la Tierra, que las
aplicaciones de los productos de ella (entre los cuales rocas
y minerales ocupan un lugar cimero), las técnicas analíticas
con ellos relacionadas y las ciencias y artes prácticas de su
tiempo que contribuían a la elaboración de los mismos,
fueron una constante preocupación martiana, puesta
siempre en función y al servicio del desarrollo de nuestros
pueblos, pues como declaró explícitamente: “de manera que
responda a las necesidades especiales de los países de la
lengua española en América”.
129
Técnicas analíticas
Así, presta atención al análisis químico e indica el papel que
juega al hacer el análisis del material pétreo “para ver como
está hecho el pedrusco” y “examinarse la formación de las
piedras” al determinar su composición química, aunque éste
destruía para saber, al romper el tejido de la piel para inquirir
sus componentes.
Se ocupa con gran interés del análisis espectral, planteando
que: “Por medio del espectroscopio se alcanza ahora a
conocer el estado físico de todo el cuerpo que emite luz, y
en muchos casos, llégase hasta poder determinar su
composición química. Por el examen de la luz que emite un
cuerpo se conocen los elementos de que está formado. Así
se puede afirmar sin error la materia o grupo de materias de
que está formado cada astro”.
Analiza y medita sobre el análisis espectral de la luz solar,
de la luna, de los aerolitos y astros, de la lava ardiente y de
los espectros de algunos elementos terrestres, comparando
unos y otros, por lo cual indica que “se ha certificado que los
cuerpos celestes, cuyo estudio ha sido posible a los
hombres, están en condiciones físicas enteramente iguales
a las de nuestro Globo”, concluyendo que: “Todo fortifica la
creencia en la íntima dependencia y rigurosa analogía en las
diversas creaciones de la naturaleza”, señalando de tal
modo la unidad material del Universo diverso y que
manifestara en su célebre apunte: “Para mí, -escribió- la
palabra Universo explica el Universo: versus uni: lo vario en
lo uno”.
Martí dedica un artículo completo a la Petrografía,
mostrando el progreso y avance científico técnico que
aportaba la nueva ciencia del análisis de las rocas, pues
ésta (…) “evitaba destruir la piedra para saber su
130
composición, como lo hacía el análisis químico por su
misma eficacia”, o como “solía suceder que dos trozos de
rocas de constitución diversa daban sin embargo ante el
análisis elementos iguales”, y que además “viene como a
poner tildes y remates a las averiguaciones del
espectroscopio”.
En ese artículo hace una descripción del microscopio
petrográfico y su funcionamiento, basado en el principio de
la luz polarizada y llega al preciosismo asombroso del
detalle al describir la preparación de las muestras
petrográficas en secciones delgadas para ser examinadas:
(…) “¡y con qué finura muelen la lámina de roca que van a
examinar, hasta que esté transparente, o a lo menos
traslúcida, lo que logran frotándola a fuerte presión contra
esmeril, o un disco de hierro cubierto con polvo de diamante,
después de lo cual, para poderla observar bien, ponen la
lámina entre otras dos de cristal, a la que la adhieren con la
resina de bálsamo!”.
Se maravilla Martí y maravilla a los conocedores con estas
descripciones y explicaciones que reflejan su afán por
enseñar, divulgar y popularizar entre nuestros pueblos la
ciencia y la técnica de su tiempo, por lo que se adentró
también en técnicas más complejas, como la metalurgia, al
describir cómo el metal era fundido y transformado en el
taller de platería en “Historia de la Cuchara y el Tenedor”.
Recursos Minerales Industriales
Siendo consecuente con esta, su línea de pensamiento y
acción, Martí no cesó de enseñar las aplicaciones de las
rocas y minerales. Conociendo la importancia práctica de
ellos, se dedicó a informar como periodista científico-técnico,
de cuya especialidad fue precursor en Nuestra América,
sobre el descubrimiento y explotación de nuevos
131
yacimientos, como los realizados en Chile entre 1866 y
1870, donde en Antofagasta y en el desierto de Atacama
hallaron guano, cobre, nitrato de sosa y bórax, así como de
plata en Caracoles, viniendo todos ellos a aumentar las
riquezas de ese país, lo cual da a entender cuando expresa:
“Los chilenos que ya en 1870 explotaban la mitad del cobre
que utilizaba el mundo...”.
Reporta “el descubrimiento de que las minas de
Kamenskoe, que parecían exhaustas, son el punto de
partida de una vasta región carbonífera, atravesada por el
ferrocarril de Siberia” y donde además expone el estimado
de las reservas de carbón de piedra de Rusia, realizado por
un afamado geólogo de la época.
Reseña un libro español “sobre los aluviones auríferos del
Colorado y otros lugares de los Estados Unidos”,
llamándolos “tierras de Aladino de las Minas” y subraya
como al amparo de estos y otros descubrimientos
geológicos, ocurre el desarrollo, anotando: “En Ferncity se
levanta al cebo de un pozo de petróleo, una ciudad...”, o
este otro donde comunica que: “Un marqués... halla en las
cercanías de unos terraplenes recién descubiertos, una
arcilla finísima que dicen ser el caolín afamado de los
chinos: ya el marqués levantó compañía, busca obreros en
porcelana, y diseña una fábrica enorme”.
Pero no solo se limitó a informar sobre este tipo de acciones
técnicas, sino que profundizó en cuestiones relacionadas
con la explicación científica de la génesis de algunos de
estos yacimientos como “la mina de diamantes de
Kimberley” en África del Sur, donde plantea que: “Atribúyese
esta mina a la acción de erupciones volcánicas a través de
las rocas sedimentarias(....) que probablemente existirían en
tiempos remotos en el lecho de los mares de gran
132
profundidad” o sobre el pronóstico de yacimientos, cuando
escribe que: “los investigadores están hablando que Nuevo
México tiene más oro que California y más (sic) Plata que
Colorado. Humboldt predijo que la riqueza mineral del
mundo sería hallada en Arizona y Nuevo México: se realiza
hoy la predicción del sabio”.
Martí también toca aspectos relacionados con la aplicación
práctica e industrial de arcillas como las refractarias, donde
claramente enseña a la gente, explica en qué consisten:
“La mayor parte de las industrias manufactureras se
proponen fines especiales... Notable entre estas últimas es
la fabricación de ladrillos refractarios o que resisten al
fuego... La materia prima que se usa en esta manufactura es
arcilla o barro refractario, cuyo mérito consiste en poder
resistir altas temperaturas sin fundirse o debilitarse. La
arcilla más refractaria es la que contiene silicato puro de
alúmina, con una ligera mezcla de hierro, magnesia, cal,
arena, u otras materias que se encuentran generalmente
con las arcillas que se emplean en la manufactura de
ladrillos comunes y toda clase de artefactos de barro”.
La utilización y uso de rocas y minerales industriales como
materiales de construcción, se las enseña a los niños en “La
Edad de Oro” en sendos artículos: “Las Ruinas Indias” y en
“La Historia del Hombre contada por sus casas”, donde
muestra el desarrollo humano desde la Edad de Piedra
hasta la Edad de Hierro.
La elaboración de rocas y minerales preciosos y
semipreciosos, técnica de los cuales se ocupa la actual
Gemología, es un tema casi constante a todo lo largo de la
publicación infantil. Así, en “Un paseo por la tierra de los
Anamitas” y en “Los dos Ruiseñores” es donde más se
observan estas aplicaciones y empleos.
133
Por último, en su artículo “El carbón. Su importancia y su
obra”, muestra la excelencia económica e industrial que para
el desarrollo de los países tiene esta materia prima mineral.
En él señala las tres formas principales en que se presenta
en la naturaleza: carbón de piedra o hulla, grafito y diamante
– “el cristal perfecto, la más hermosa de las cristalizaciones
del mundo mineral”, adentrándose en el campo de la
Mineralogía y Cristaloquímica de su época, al explicar los
intentos de obtención de diamantes artificiales entonces,
atreviéndose a predecir que “la fabricación artificial del
diamante es un triunfo posible para la ciencia, que tarde o
temprano se ha de obtener”; cosa esta ya lograda en
nuestros tiempos de la gran Revolución Científico Técnica.
Como hemos visto, Martí buscó siempre el sentido práctico,
útil y aplicado de los recursos minerales, pues consideraba
su empleo como un estímulo para vivir, ya que como dejó
plasmado: “cuando uno sabe para lo que sirve todo lo que
da la tierra... siente uno deseos de hacer más todavía; y eso
es la vida”.
“El sueño de
mármol de Martí”.
Singular paisaje
de los mogotes
jurásicos de la
Sierra de los
Órganos, que visto
desde un punto de
la carretera de
Viñales, nos
recuerda la silueta
entrañable del
rostro de nuestro
José Martí.
134
JUBILANDO AL PEÑA
Ramón Omar Pérez Aragón
Honrado con su amistad,
Mi despedida jocosa.
No crea ver otra cosa,
Que es pura jocosidad.
El tiempo corre, se estira,
Se tuerce como un meandro,
Y con él se va Leandro,
Peñalver se nos retira.
Y nos parece mentira,
A la vez que nos apena,
Que se nos jubile en plena
Capacidad de trabajo…
Mas, si se tiró del gajo,
Allá él con su condena.
Leandro Luis Peñalver
Es un caso interesante…
Un tipo algo extravagante,
Algo chapado “a lo ayer”,
135
Mas, siempre ha sabido ser
Excelente compañero,
Leal, cortés, caballero,
Come…dido, melindroso,
Se comenta que “penoso”,
Pero de eso hablar no quiero.
De gustos muy singulares
Nunca gustó del bisté,
Cuando tomaba café
No fumaba populares,
Prefería otros manjares
Como helados, galletitas
De chocolate y cremitas;
Y si comía melón,
Usaba un lápiz de arpón
Pa` pescar las semillitas.
Amante del buen hablar,
Y con un decir pausado,
Su léxico rebuscado
Nunca llegó a empalagar,
Porque en su afán por usar
Palabrejas en desuso
Su mejor empeño puso
Siempre, y tan bien lo logró
Que nunca a nadie dejó
Botado, aunque sí confuso.
De alma noble y generosa,
Amante de la poesía,
Se licenció en Geografía
Pues no dio para otra cosa.
136
Y como en la nebulosa
De la Geología cayera,
Allí emprendió su carrera
Junto a Kartachov et. al.
Y la llevó hasta el final…
Hasta que al fin se aburriera.
Pero cabe señalar
Que en su ascenso extraordinario,
Aparte del Cuaternario
Supo otras cimas trepar:
Además de comandar
El “Tercio Táctico”, fue
Director del IGP…
Cargo que pronto dejó,
Pues nunca se le subió
La fama, de eso doy fe.
No se sabe por qué ciencia,
O por cuál arte o cuál maña,
Se curó de la migraña,
Esa terrible dolencia.
Pero otra amarga experiencia
Desde hace tiempo ha sufrido
-Siempre se le ve abatidoDe un padecimiento extraño
Que le hace ir de baño en baño,
Pues tiene el caño tupido.
Trabajador eficiente,
Científico de alto vuelo,
Estudioso hasta el desvelo,
Del “depósito reciente”,
137
Con el cual llenó su mente
Durante años, temerario,
Hasta ser del Cuaternario
El mejor especialista
Del país, en una lista
Donde no hay más de un contrario.
De “Guevara” promotor,
Defensor de “Villa Roja”,
Acopió una extensa hoja,
Mas, no quiso ser doctor.
Sin embargo, a profesor
Adjunto universitario
Se metió de voluntario
Y al parecer le gustó,
Pues vino y se jubiló
Para meterle de a diario.
Empero, es un hecho extraño
Su actitud, es un enigma,
Pues cuando estaba en CECIGMA
Donde pasó casi un año,
Nadie lo vio nunca huraño,
Ni triste, ni acongojado,
Más bien andaba inspirado,
Contento y hasta engordó,
Mas, cuando se reintegró
Se volvió un inadaptado.
Se especula que el amor
Influyó en su decisión,
Pues nunca prestó atención
Al toque esclarecedor
138
Del consejo bienhechor
Que le dieran sus amigos.
¿Pesarían más los ombligos
Tiernos de las estudiantes,
Hermosos y estimulantes?…
Bueno, de eso no hay testigos.
Se rumora que el desdén
De una mulata adorada
Le propinó la estocada
Que le hizo saltar del tren.
Otros afirman también
-No sé si por “darle cuero”Que fue otro amor insincero,
Movido por la codicia,
Pero esto es pura malicia,
Ganaba aquí más dinero.
Como además de un amigo
Lo considero un hermano,
Y me siento muy ufano
Que trabajara conmigo,
Al despedirlo le digo
-A lo Róbinson CalvetMi verdad como un chalet:
Nunca caerá en el olvido,
Y aquí será recibido
Aunque venga sin carnet.
“Pienso que lo que se impone”
Es mirar a “lontananza”
Y conservar la esperanza
Por si el hombre se dispone
139
Y algún día se propone
Volver aquí al IGP:
Como que en su tiempo fue
Capitán del “Tercio Táctico”,
Será un eficiente y práctico
Jefe de los CVP.
El joven Leandro
Luis Peñalver
Hernández, “El
Peña”, mientras
pronunciaba un
discurso, en su
condición de
director del
Instituto de
Geología y
Paleontología en
su antigua sede de
Calzada y 4,
Vedado. 1986.
140
LA ESCALERA DE MAISÍ
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
“Mi colega y amigo José Daniel Ariosa Iznaga, profesor del
Instituto Superior Minero Metalúrgico de Moa, un grupo de
sus estudiantes de práctica del último año, y mi hermana de
profesión Dalia Juana Carrillo Pérez, literalmente nos
lanzamos hacia abajo por un precipicio del Abra del Yumurí,
en Maisí. El farallón tenía cerca de 500 metros de
profundidad, de paredes completamente verticales en sus
primeros 100 metros, por donde tuvimos que caminar por un
saliente donde apenas cabía un solo pie y, al igual que las
arañas, teníamos que asirnos, con las manos a las
pequeñas oquedades y fragmentos sobresalientes de las
calizas que conformaban aquella faralla. Solo el geólogo
húngaro Gyorgy Veschernyes, que también iba con nosotros
ese día, al asomarse y mirar para abajo, con ojos
desorbitados de asombro, no nos siguió en tamaña
aventura”…
Estimado
Nenao: -me dices en tu e-mail-… solamente
habernos “tirado” juntos por aquel barranco de m… en
Maisí, selló nuestro quehacer amistoso para toda la vida.
“¡Subir lomas hermana hombres!” dijo Martí, pero c…, y
141
“bajar barrancos” ¿Qué diablos hace? Eso lo podemos
escribir nosotros. Por cierto en uno de los cuentos que hice
para el libro “Crónicas a Piquetazos” menciono este hecho.
Desde luego, que ahora, a estas alturas de mi vida,
probablemente no me hubiera lanzado en aquella aventura.
La vida es así.
Esa es la verdad amigo Nyls, -respondo a tu mensaje que
saco a la publicidad con los mayores honores y el cariño que
usted se merece- bajamos la “escalera”... sí... descendimos.
Comenzamos arrastrando el trasero en la primera pendiente
de más de cuarenta y cinco grados, allí ninguno de nosotros
tuvo la osadía de estar erguido, parecía que si te parabas en
firme te ibas hacia el vacío... luego vendría lo peor, la
vertical absoluta.
El húngaro no puso ni el c… en el piso para tan siquiera
estimar la altura y la pendiente, dijo algo así como “no ser
posible”. Se le sumó Nicolas Vega, que en ese tiempo se
iniciaba en las galas de novel profesor. En el mapa se
apreciaban bien nítidas las curvas de nivel, apretadísimas.
De no cortar camino, había que retornar al punto inicial, tal
vez unos treinta kilómetros adicionales. Sin vacilaciones,
ambos decidieron retornar, a la inversa de las aspirantes a
geólogas, Elaine Pino, Vianka Moreno y Leticia Pérez, que
cumplieron con su deber de militantes de la Unión de
Jóvenes Comunistas (UJC) y se lanzaron en pos del riesgo.
No sé si tú te acuerdas, pero hasta comenzaste a pedir que
alguien se ocupara de tus hijos... Yo me agarré del verde
pantalón de miliciano de Ariosa, pensaba que era un arbusto
o algo así.
142
La impresión más terrorífica fue la del palo cruzado,
suspendido sobre un abismo, totalmente móvil... temblaba el
palo… y las piernas, el agarre era a puro diente de perro.
Virtualmente, yo debía cuidar de las colegas estudiantes,
sobre todo de Elaine con la que había contraído matrimonio.
Vianka, la de expresión sincera, emitió como nunca, aquel
montón de las llamadas “malas palabras”... Leticia, terca y
aferrada, lo hacía con valentía.
- ¡Qué pendejo resultó Nicolás! - alguien dijo en medio de la
“escalera”, como le llamaban los moradores de la zona al
inusual acceso por aquel precipicio... Imagínate, yo
balanceándome en el tronco y “cagao” de la risa; llevaba
una mochila con muestras de “tierra y piedra”, como me dijo
el guajiro... ¡qué guanajos son esos universitarios!..., en vez
de cargar malanga… o café...
La epopeya terminó a orillas del Yumurí, una tregua jubilosa
antes del vadeo y luego a salir a la propia desembocadura,
al pie del “tibaracón”. Nos echamos sobre las “chinas
pelonas”, cada uno a su manera, relajadamente. Se abrieron
latas de sardinas y se partieron panes. El tema de
conversación fue, divagar por la suerte de los dos
desertores que debieron ir por el camino hacia el punto de
encuentro, allí donde se escalaba con sinuosidad desde la
playa para llegar al poblado de Sabana.
-También es pendejón el húngaro -volvió a hablar la misma
persona. Entonces reí a carcajadas, con toda la seguridad
del terreno firme.
Nos creímos los héroes, habíamos vencido una gran batalla.
La vista se perdía ahora hacia las alturas... Desde allí se
habían lanzado a morir los aborígenes rebeldes... me
143
contaba el que “manejaba” la “cayuta” (embarcación
pequeña para cruzar el caudaloso río).
- ¿Tú sabes por qué el río se llama Yumurí?, -agregó el
cayutero- porque los indios, para no ser esclavos optaban
por el suicidio y se tiraban, gritando con toda estoicidad ante
los españoles: “¡…yo muriiiiiiiiiiiiiií...!, iban sonando la i hasta
que se reventaban en los farallones…
Me acuerdo bien de ti Nyls, por tus expresiones
“habaneras”, así lo comentamos los estudiantes del Oriente.
En ese momento te había vuelto el color usual a la cara. En
el despeñadero estabas blanco como un papel, aunque muy
elocuente y jaranero, en fin, el gran amigo que empezaba a
hermanarse cuesta abajo.
Hoy, ni tú mismo sabes por qué c… te lanzaste. Para ser
sincero, en el momento de la verdad, insinuabas tener todos
los atributos del que hace de tripas corazón, tal vez por ese
honor característico de aquellos tiempos de efervescencia.
En una porción de mi cerebro aún persiste la imagen de
Gyorgy, el extranjero que con decisión salió disparado en
sentido contrario al desfiladero, con sus botas carmelitas
esplendorosas y prácticas, que saboreaba el café de
Baracoa hasta la última gota, como un niño lame el residuo
más tenue de la golosina preferida. Con él aprendí hasta
afeitarme, a puro tacto. Lo veía parado frente a las tablas de
un viejo albergue, efectuando el afeitado matinal. Silbaba un
vals europeo, talmente como si estuviera ante el más lujoso
de los espejos. Entonces me quedaba ensimismado y muy
atento, presto a robarle la genial técnica del “rasurado a
capella”. No olvido su cámara fotográfica, era algo así como
un artefacto galáctico, semidigital, ultramoderna por aquellos
años ochenta.
144
- Ahora una tema (se refería a tomar una foto)... después
poquitica comer (la merienda, claro está) -eran las
expresiones en español que profería a menudo.
Qué bien disfrutamos después de la riesgosa prueba, qué
temple, qué arrojo el nuestro, qué bello aquel paisaje y qué
agua tan fresca la del río baracoense...
Pero lo más ridículo de todo, para acabar el recuento, fue
cuando vimos aquella mujer (¿spiderwoman?), mezcla de
lugareña y aborigen, quien luego de machacar la ropa en el
río, y secarla al sol sobre las piedras, tomaba por la misma
ruta, por el abismo tenebroso por donde acabábamos de
descender, hacia la inmensidad de las alturas, tan campante
e ingenua, y a paso acelerado y hasta gracioso trepaba la
faralla con un enorme lío de ropa bajo el brazo y una gran
lata de agua en la cabeza.
- ¡Cooojollo, no puede ser! -creo que dijiste tú.
No puedo negar que vi en tu rostro, un poco antes heroico,
una mezcla de incredulidad y decepción.
El autor (i) con dos
colegas en unas
“escaleras”
parecidas a las de
Maisí. Estas son
calizas de la
Formación Charco
Redondo, en
Ramón de las
Yaguas, Santiago
de Cuba
145
LA LIBRETA DE CAMPO
Ramón Omar Pérez Aragón
Una de las “herramientas” imprescindibles del geólogo de
campo es, y valga la redundancia, la libreta de campo. Para
tal fin, realmente puede servir cualquier cuaderno, block,
libreta escolar, entre otros. Sin embargo, los que tuvimos la
dicha y el placer en participar en tales trabajos durante los
años setenta-ochenta de la pasada centuria, recordamos
con añoranza las libretas de campo soviéticas (polievíe
kñizhki).
Eran éstas, unos pequeños cuadernos (10 x 15 cm) de hojas
pautadas, a rayas o lisas por una cara (para anotar) y
milimetradas por la otra (para dibujar a escala afloramientos,
cortes geológicos, etc.), las más exquisitas estaban incluso
foliadas. Dichos cuadernos tenían una carátula dura y
forrada en vinil u otro material impermeable, lo cual las hacía
resistentes a la intemperie y a las malas condiciones
climáticas, incluso resistían las breves y ocasionales
146
inmersiones durante el cruce de ríos, cuando se olvidaba
sacarlas del bolsillo trasero del pantalón.
Una libreta de campo, en tanto documento oficial de
cualquier compañía, empresa, país o estado, debe poseer
en la primera página los datos de la institución responsable:
dirección, teléfonos, nombre del proyecto, del geólogo, etc.
Y la advertencia de que constituye una “propiedad del
estado” y que en caso de extravío, la persona que la hallare
estaría obligada por ley a reportar su hallazgo y a efectuar
su devolución.
La importancia de esta generalmente pequeña libreta,
cualquiera que sea su procedencia o diseño, está dada por
el hecho de que en ella se anotan minuciosamente las
descripciones litológicas, estratigráficas, las coordenadas,
los elementos de yacencia de los estratos si los hubiere, los
números de las muestras tomadas en el punto si procediera,
en fin, todas las características de todos los afloramientos
encontrados si fueren escasos, o los seleccionados cada
cierta distancia según redes previamente adecuadas a la
escala de los trabajos, en el caso opuesto.
Al inicio de cada itinerario se pondrá la fecha
correspondiente, la descripción de los objetivos y la zona a
investigar, mientras que al final del día se hará un resumen
de las cuestiones de mayor interés, así como los objetivos
logrados o dejados de lograr. Cada punto descrito tendrá un
número consecutivo acompañado de las iniciales u otro
cifrado convencional que identifique al autor de la anotación.
Estos puntos serán posteriormente volcados sobre bases
topográficas y serán interpolados los datos, constituyendo la
base de “datos reales” para la confección de los mapas
geológicos.
147
Estas libretas de campo, una vez terminada la investigación
de turno, deberán ser archivadas y conservadas como
“material primario” y deberán servir como documento de
consulta obligatoria evitando así la repetición de gastos y
esfuerzos innecesarios. A todo esto solo faltaría agregar que
los recorridos realizados por los geólogos durante sus
investigaciones a menudo son por regiones de difícil acceso,
a veces lejanas o remotas y otras, al decir de un viejo
colega, “por donde al diablo se le quedó el sombrero y no
viró a buscarlo”.
Hasta aquí hemos tratado de describir de forma sucinta lo
que debe recoger en general una libreta geológica de
campo. Claro, que quizá por aquello de que “cada persona
es un mundo” y “cada maestro tiene su librito”, pudiera
también decirse que “cada geólogo tiene su libreta de
campo”, lo cual parecería una perogrullada, y de hecho lo
es, pero nos referimos a que cada geólogo puede ser más o
menos minucioso o escueto, más o menos literario o
caprichoso a la hora de hacer sus anotaciones particulares.
Dicho todo lo anterior, estamos en condiciones de pasar a
relatar la anécdota derivada de la forma detallista, algo
maniática en que cierto colaborador húngaro encabezó en
su libreta de campo un itinerario por la Sierra Maestra
durante los trabajos del llamado Levantamiento CubanoHúngaro, realizado hace varios años en la antigua provincia
de Oriente, lo cual salió a relucir durante la consulta de
dichos materiales de archivo para la generalización y
confección del Mapa Geológico Digital a escala 1:100 000
de la Región Oriental de Cuba. Vale aclarar que aunque los
hechos son absolutamente verídicos, los nombres son
completamente ficticios, por aquello de evitar herir
susceptibilidades:
148
En el encabezamiento de la hoja correspondiente al inicio
del itinerario del día, el preciosista investigador, además de
la fecha, la ubicación y objetivos de de la marcha, plasmó la
composición de la comisión con lujo, pudiera decirse que
con exceso de detalles, más o menos de esta manera:
…Comisión de trabajo integrada por:
Dr. Ladislao Kóvac, especialista asesor principal y jefe de
comisión; Ing. Juan Pérez, geólogo; Pedro González,
técnico geólogo; José Díaz, auxiliar; Pablo Hernández,
obrero; y dos mulos...
Nos reímos de tal ocurrencia y del detallismo hasta cierto
punto ridículo del asesor extranjero, pero al comentarlo y
mostrárselo al José Díaz de marras, que ya para entonces
era también ingeniero y trabajaba en su doctorado, el mismo
se insultó y expresó sin cortapisas:
- ¡¿Viste eso?! ¡Viste qué tipo más “imperfecto”!, ¿viste la
opinión que tenía de los auxiliares y los obreros? Lo único
que le faltó fue poner una palabra más para expresar sus
sentimientos.
- ¿Qué palabra, compadre? – le preguntó alguien del
grupo.
- La palabra “más”, compadre, la palabra “más”. ¡Un
auxiliar, un obrero y dos mulos más! Qué va mi hermano,
por eso yo me superé, porque hay muchos que no lo
escriben, pero lo piensan….
Como era de esperar, ante tan inesperadas “conclusiones”,
la risa fue general. Saque ahora el lector las suyas propias.
149
LA OPCIÓN
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
A mi hermano Boris,
quien también optó por la Geología…
La primera vez que alguien me preguntó sobre la carrera
universitaria que desearía estudiar, creo que le respondí que
me gustaría ser cosmonauta. Imagínense, aquellos eran los
tiempos Gagarin, Valentina, de la perrita Laika, y de los
monos en cohetes. Un familiar muy cercano me sugirió que
estudiara “para embajador” pero nunca me respondió la
interrogante infantil de dónde se estudiaba aquello.
Pasaron los años y los pases de niveles, hasta que me llegó
el momento en que me vi en la disyuntiva de elegir mi
porvenir. Totalmente desorientado, en un antiguo PreUniversitario en el campo de mi terruño, me encontré cara a
cara con el momento de la verdad: la imperiosa alternativa
de elegir lo impredecible.
- Decídete por fin, ahora o nunca -me sugerían el ángel y el
diablillo personal.
150
Para mí, siempre las carreras universitarias se designaban
con nombres cortos, concretos, definidos, tales como
ingeniería tal, Medicina; Arquitectura; Economía o
Periodismo, para mencionar las más notorias.
De repente, frente al mural, el listado en forma de
“especialísimas especialidades” de las cuales deberíamos
seleccionar diez opciones para obtener una. Parecía un
juego de lotería o de no sé qué tipo de jugada de azar.
Esta vez habían ajustado los programas de enseñanza
preuniversitaria donde se acoplaron como un insuperable e
irrepetible eclipse los grados 12 y 13 como grados
terminales, por lo cual se acentuaron las rivalidades por los
escalafones.
Tuve la desdicha de perder obligatoriamente un año de
estudio, algo así como un brutal cambio de horario, unos
adelantaron
el
reloj
un
año,
otros
atrasaron
inconcebiblemente sus agujas la misma cantidad de tiempo.
De un lado la información de las carreras llamadas de las
letras, las destinadas –según los niveles de prejuicios de la
época- a los blanditos o flojitos, del otro, las carreras
politécnicas con un perfil más conveniente para los que
mueren de pie.
Ahora reconozco que dentro de mi confusión vocacional no
quise admitir que desde siempre me ha increpado el
parásito de la “onda artística”. Ya en ese tiempo me había
iniciado como un músico incipiente, trovador, tocador de
guitarra, piano, percusión y cuanto instrumento musical se
me presentara.
Era miembro de un taller literario, del combo y de la banda
de la escuela, asiduo a las peñas y tertulias culturales de mi
pueblo y hasta tuve la gloria de obtener cien puntos justitos,
151
nada más y nada menos que en la crucial asignatura de
Español y Literatura.
Por eso prestaba interesada atención a la lista de las
carreras de humanidades y hasta sentí como una especie
de añoranza repentina al aceptar la imposibilidad de obtener
aquella única opción de Historia del Arte, que se ofertaba
para La Habana.
A mi lado siempre, el grupo, los colegas, socios y hermanos,
algunos muy astutos, “sobre la bola”. La gran mayoría
despistada como yo, que en ese tiempo había clasificado
entre los más “gozones” y burlones del Instituto
Preuniversitario en el Campo (IPUEC). Haciendo “de las
nuestras” comenzamos a mofarnos de las ofertas.
Silvia, la gorda, enrojecida y sudorosa, preguntaba de qué
se trataba eso de Sanidad Vegetal. Le contesté que era algo
así como lavar bien los tomates, o más bien, en ocasiones
realizarle el aseo personal a una mata de plátano con papel
sanitario y todo.
Mi amigo Domingo me enfatizaba: – Macho, por qué no
pedimos Electromecánica Automotor, fíjate ya lo dice el
nombre, en un futuro dominaremos la electricidad, la
mecánica y si nos quedamos sin “pincha” (predicciones del
cuentapropismo) nos ponemos a arreglar motores de autos.
- Pensándolo bien, yo me voy a ir por el primer renglón
económico del país, -le negué la propuesta- pediré en primer
lugar Tecnología de la Producción Azucarera y me dedicaré
a la Literatura como un hobby, tal vez solicite Economía
Política -le dije como el que cavila en voz alta.
- Pues yo voy a pedir esa “cosa largota” -se adelantó
Palomares.
152
-¿Cuál, esa cosa? –nos reímos y lo ridiculizamos a más no
poder.
A todos nos pareció muy atorrante, al ver aquella
especialidad que se designaba como “Búsqueda y
exploración de minerales útiles no metálicos para
explotación a cielo abierto” entonces tomé un lápiz y le
agregué al final “así llueva, relampaguee o caigan raíles
de punta”.
Quién se iba a imaginar que al decidirme por la última de las
opciones, el Boris, en tono sarcástico le gritaría a la
funcionaria que recibía las peticiones: - ¡Dele esa que dice
Geología para Moa! Y yo, para salir del paso le dije: - Sí, esa
misma.
Un mes después, por suerte y destino, matriculaba en el
Instituto Superior Minero Metalúrgico (ISMM) una
especialidad que precisamente era la de buscar yacimientos
de minerales útiles.
Siempre con el cielo abierto, me cayeron arriba muchos
aguaceros y lidié con los truenos, con las vicisitudes y
glorias del trabajo geólogo-minero, con la salvedad de que
Palomares se fue para la Unión Soviética y a mí me tocaron
siete largos años en la contrastante comarca de la “tierra
colorá”.
Una vez elegida “la
opción”, el autor, en
sus años de estudiante
durante una práctica
de geología por el
polígono de Ramón de
las Yaguas, provincia
de Santiago de Cuba.
153
LAS MONTAÑAS DE HAITÍ
Ramón Omar Pérez Aragón
Recorrida la Isla de la una a la otra punta,
Trepé los escalones del faro de Maisí,
Queriendo hallar respuesta a una añeja pregunta:
¿Se verían desde Cuba las montañas de Haití?
Oteado el horizonte solo vi mar y espuma,
Y a lo lejos, la bruma cual cortina de tul.
Pero juró el farero que en los días sin bruma,
Se ven, azul intenso sobre el inmenso azul.
De la ciclópea torre le pregunté al torrero:
- ¿Y de noche, las luces…? -Y respondió, sincero:
- Puede ser que se vean…, mas, yo nunca las vi.
Ya de vuelta, en la casa, perdido el optimismo,
Un cíclope de luces mostraba, tras un sismo,
Las montañas de escombros de lo que fuera Haití.
154
LAS ROCAS DE MI CAMINO
María Elena González Martínez
Magmáticas, como las fuerzas con que amo.
Sedimentarias, como el placer de mis memorias.
Metamórficas, como la vida misma.
Que salto porque puedo y quiero saltar,
que bordeo, las que quiero ignorar,
y aparto, las que detesto.
Más, las que llevo y aprendo a llevar,
y aquellas que empujo mejor o peor…
¡Válgame que soy geóloga!
155
LOS BUSCADORES DE… ¡GUAO!
Ramón Omar Pérez Aragón
Desde los primeros años de la carrera de Geología, tuve
conocimiento de que ciertos tipos de vegetación tienen
“predilección” por determinados tipos de suelo y que la
composición mineralógica de estos, a su vez, está
determinada por el sustrato rocoso.
Este fenómeno, objeto de estudio de toda una especialidad,
la Geobotánica, se manifiesta con mayor o menor
regularidad para las diferentes especies vegetales, al punto
que algunas plantas (litófilas) crecen únicamente sobre una
clase específica de suelo, convirtiéndose de esta manera en
un “índice indirecto” (índice geobotánico) muy útil en la
fotointerpretación para el mapeo geológico e incluso para la
búsqueda de determinadas variedades de materias primas
minerales.
Así por ejemplo, existen las plantas calcófilas, que son las
que crecen única y/o preferentemente sobre los suelos ricos
en carbonatos o directamente sobe las rocas carbonatadas.
156
Una de estas plantas, la protagonista de esta historia, es
nada menos que el temible y temido guao.
Para quienes no lo conocen, pudiéramos facilitarle la -a
nuestro juicio- incompleta definición que aparece en el
Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española
(DRAE) y que reza: “Arbusto de México, Cuba y Ecuador, de
la familia de las Anacardiáceas, con hojas compuestas, lisas
por encima y tomentosas por el envés y flores pequeñas y
rojas. La semilla alimenta al ganado de cerda, y la madera
se usa para hacer carbón” -el subrayado es mío.
Cuando decimos incompleta, es porque esta definición no
recoge la propiedad que le da fama a esta planta, al menos
en Cuba, y que es el poder urticante de su savia lechosa y
espesa: una sola gota de este néctar es capaz de producir
quemaduras en la piel realmente graves, en dependencia
del menor o mayor grado de alergia que desarrolle ante él la
persona afectada.
Hay quienes aseguran: “a mí el guao no me hace nada”,
mientras otros afirman: “¡hasta la sombra del guao me
hincha!”, usted, por si acaso, no haga la prueba: yo he visto
un hombre con los brazos literalmente reventados como si
los hubiera sumergido en un potente ácido, por haber estado
chapeando en un lugar sin conocer esta planta. Y volviendo
a la definición anteriormente citada, incompleta o no, es
precisamente la última parte de la misma, la que nos sirvió
para la historia que nos ocupa, y que sin más dilación
pasamos a relatar.
Durante las comprobaciones de campo para el proyecto de
“Actualización y Generalización del Mapa Geológico de las
Provincias Orientales a escala 1:100 000”, estábamos
enfrascados en la precisión cartográfica de ciertos cuerpos
de calizas de la formación Charco Redondo, ya que una vez
157
en el lugar donde aparecían mapeados, dichas rocas no
afloraban por ningún lugar.
Los mapas topográficos y las fotos aéreas disponibles
estaban bastante desactualizados; la mayoría de los
caminos por los que nos movíamos no aparecían en ellos y
viceversa, por lo que habíamos dado varias vueltas por
aquella zona montañosa y bastante apartada sin lograr
nuestro objetivo.
No habíamos encontrado tampoco señales de vida humana
en toda la mañana, por lo que hasta cierto punto nos
alegramos de ver la figura de un campesino que se movía
solo y a pie por el camino en dirección opuesta a la nuestra.
El primer impulso, después del saludo, fue el de preguntarle
al hombre si él había visto calizas por la zona, pero según la
experiencia, las preguntas de este tipo suelen ser inútiles,
pues los campesinos tienen sus propias clasificaciones y
denominaciones para las rocas: piedra azul, cascajo,
bayate, piedra de trueno, china pelona, entre otras. Ninguna
de ellas es científica y en pocas ocasiones aplicables a un
tipo concreto de litología. No obstante, al observarle
detalladamente, la indumentaria del campesino me sugirió
una idea que puse en práctica, como ya veremos, con éxito.
El hombre vestía un viejo y raído uniforme que había sido
alguna vez verde olivo y ahora era verde tiznado. Las
huellas del hollín se advertían también en su sombrero, en
los guantes que sobresalían de un bolsillo trasero y en las
profusas grietas de sus encallecidas manos; llevaba además
machete al cinto y una filosa hacha al hombro. Todo
indicaba que no se trataba de un campesino corriente, sino
de un leñador o mejor aún, un carbonero.
- Hola amigo, cómo andamos -le dije extendiéndole la mano.
158
- Bien, compay, trajinando –respondió ofreciendo su diestra.
- ¿Qué, haciendo carbón?
- Un poquito, sí. Un hornito ahora y otro cuando se pueda,
pa` ir tirando
- ¿Y de qué hace el carbón? -le pregunté, como por decir
algo.
- De leña, de qué va a ser –me respondió sorprendido.
- Sí, claro –le sonreí- Yo me refería a qué tipo de leña…
- Ahhh… pues de lo que aparezca, sobre todo de marabú,
que es bueno y así de paso vamos acabando con esa plaga.
- ¿Y de guao?, dicen que es muy bueno…
- ¡De guao!, - dijo entre asombrado e incrédulo- ¡qué va
compay, eso no lo toco yo, eso me revienta!…
- ¿Verdad?, y ¿dónde hay guao por aquí? –llegué por fin a
donde iba.
- Bueno por aquí no hay, pero por allá… por los farallones,
¡por allá sí hay “encantidá”!
- ¿Sí?, ¿Y dónde queda eso?
- Eso queda un poco lejos, compay -volvió a decir
vagamente.
- Bueno, pero nosotros andamos en carro… y necesitamos
saber exactamente dónde.
- ¿Dónde qué?
- Dónde crece el guao.
- ¡Vea! ¿Y para qué quieren ustedes “ese diablo”?
- Nada, es para una investigación que estamos haciendo.
159
- ¡¿Una investigación de guao?! -exclamó el hombre ya algo
desconfiado, quizá pensando que le estaban tomando el
pelo y también por la risita burlona del chofer, quien sí
parecía convencido de eso.
- Bueno, no exactamente sobre el guao, digamos que de
algo relacionado con él –le dije queriendo aclarar y
obteniendo el efecto contrario, a juzgar por la cara del
hombre- pero bueno, -repuse- no se preocupe, mi amigo,
usted solo díganos cómo llegar hasta allá.
En efecto, el hombre, con la amabilidad que caracteriza a
los del campo, nos explicó con lujo de detalles por cuáles
caminos coger, por y hacia dónde doblar para llegar a “los
farallones”, donde según él, abundaba el guao. Una vez que
hubo terminado, y dadas las correspondientes gracias, nos
despedimos y seguimos cada uno por su ruta. El carbonero
hacia su horno y nosotros…
El chofer seguía pensando que yo estaba bromeando
cuando le dije con entusiasmo:
- ¡Vamos en busca de los afloramientos de guao!
Me miró incrédulo, pero obedeció sin chistar. Seguimos al
pie de la letra las instrucciones del leñador-carbonero y al
cabo de unos 20 minutos… ¡allí estaban!, “los farallones” de
calizas compactas órgano-detríticas, fosilíferas, de color
variable, con manifestaciones de carso superficial en forma
de lapiez o diente de perro, y esporádicamente “salpicada”
de numerosos matojos de hojas parecidas a las del
caimitillo, verde brillante por arriba y carmelitosas por
debajo, sin lugar a dudas era guao.
Las calizas de Charco Redondo estaban desplazadas en el
mapa casi un kilómetro al norte, pero existían. Se trataba de
un error humano en el ploteo de las coordenadas durante la
160
cartografía, el cual acababa de ser corregido gracias y con
la ayuda de un índice geobotánico.
El chofer comprendió la explicación, no sin cierto
escepticismo. Sin embargo, el campesino-leñadorcarbonero, debe estar pensando todavía que unos
pueblerinos locos le habían querido tomar el pelo. En todo
caso, se debe estar preguntando: ¡¿para qué rayos querrían
a “ese diablo” los buscadores de guao?!
161
LOS OTROS PRIMEROS
Nyls Gustavo Ponce Seoane
A los continuadores de aquí y de allá,
que hacen perdurar la obra iniciada.
No se han mencionado. Como si no hubiesen existido y
nunca estado. Y han pasado años. Cincuenta. No es poco
para una vida humana. Sin embargo, en 1961 partieron
rumbo a lo incógnito, a enfrentarse a falacias, prejuicios y a
lo que es peor aún: el desconocimiento. Fueron los primeros
que estudiaron y se graduaron allá. Unos regresaron en
1966, otros en 1967. Después… después todo sería más
fácil para los que posteriormente salieron, porque ellos
hablaron y aclararon, aunque no todo revelaron…
No obstante, si bien no se mencionaban, vaya contradicción,
se puede decir que sus labores técnicas, científicas,
docentes, administrativas y hasta político-sociales han sido y
son reconocidas. Pero nadie se ha atrevido a manifestar que
también fueron los primeros. Y que formaron y forman parte
de los primeros. ¿Por qué? No hemos podido encontrar una
explicación lógica, sólidamente argumentada de este hecho.
No ha existido esa tan simple y necesaria declaración. Ni
por parte de la Sociedad Cubana de Geología, que siempre
162
ha reconocido a “Los Primeros”, incluso, ni en ese ya gran e
histórico libro “Crónicas a Piquetazos” sobre la vida de los
geólogos cubanos se habló de ellos.
No se mencionan. ¿Dejadez? ¿Falta de tacto? ¿Otros
nombres destacados, influyentes? Preferimos pensar que ha
sido por olvido. Aunque el olvido también molesta, no
obstante no se reconozca. Pero no caigamos en los
extremos, que no es bueno. Quizás, alguien, al leer esto,
pueda hallar una explicación convincente. Sin embargo, con
explicación o sin ella, se debe terminar con esta situación
embarazosa y acabar de decir: que hubo también otros
primeros geólogos cubanos, que si bien es verdad no
estudiaron y concluyeron sus estudios en Cuba, fueron
enviados por y para Ella a estudiar Geología a los antiguos
países del campo socialista. La mayoría cumplió y ejerció su
deber.
Interesante el caso. Los primeros de aquí siempre
mencionados y los primeros de allá, siempre omitidos. Pero
la vida, en su conjunto, es más compleja que una simple
clasificación y es la que determina con los hechos, pues
resultó ser que al final, unos y otros, los de aquí y los de
allá, unidos por el tiempo generacional, han mantenido
estrechos vínculos entre sí, hasta de continuidad si se
quiere, desde que eran estudiantes, pues ocurrió, que los
que comenzaron sus estudios en la ex-República Socialista
de Rumanía, por circunstancias que no viene al caso
mencionar, se vieron obligados todos a regresar y
concluirlos aquí.
Ahora son parte del grupo reconocido de Los Primeros.
Cabe preguntar: ¿y si hubieran terminado allá? No
especulemos. Este hecho, en realidad, los ha convertido en
un símbolo del vínculo y la unidad de todos Los Primeros,
163
los de aquí y los de allá, de unos con los otros… Cuba los
unió y los une.
Es por esto que comienzo con ellos el listado de Los
Primeros que estudiaron y concluyeron los estudios de
Geología en las entonces amigas tierras.
En Rumanía y Cuba: José Luís Iparraguirre Peña, Bertha
Hernández López, Juan Guerra Tassé y Osvaldo Morúa.
(1966)
En Kiev, la Capital de la República Socialista Soviética de
Ucrania: María Luisa de la Nuez Pérez, Marla Muñoz Urbino,
Concepción Núñez Bilbao, Nelson Pérez Nevot, César
Morales. (1966)
En la Universidad de los Pueblos “Patricio Lumumba” en
Moscú, Capital de la ex - URSS: Amelia Brito Rojas y Donis
Pablo Coutín Correa. (1966)
También en Moscú, pero en la Universidad Estatal de
“Lomonósov”: Alfredo Norman Vega, Carlos Augusto
Crombet Hernández y Antonio Figueras (geofísico) (1967)
En la Universidad Estatal de Leningrado, en la República
Federativa Soviética de Rusia: Nyls Gustavo Ponce Seoane.
En la ex - República Socialista de Checoslovaquia: Arcadio
Cuellar Lomba, Dalia Campos y Francisco Vergara Drake.
Estos fueron “Los Primeros” profesionales de Geología
graduados en el ex campo socialista.
Sería injusto no decir y caer en situación semejante a la
arriba descrita, que después de 1968 se graduarían, aquí y
allá, decenas y cientos de profesionales de la Geología, los
continuadores, algunos de los cuales, pudiera decirse que
fueron los primeros de los primeros, auxiliares de
164
geólogos y técnicos medios que se formaron en nuestro
país, en la Escuela “Félix Corzo” de Línea y 6, en La
Habana, en la del Cobre, en Santiago de Cuba, ambas del
Instituto Cubano de Recursos Minerales (ICRM), ó en una
brigada geológica, hoy casi inexistente, para apoyar la fuerte
colaboración de especialistas geólogos extranjeros.
Muchos de ellos concluyeron sus estudios profesionales
aquí, otros allá, dando paso a la variedad de la unidad, una
vez más, y aunque no puedo nombrar a todos, prefiero
pecar de olvidadizo antes de no mencionar, aunque sea, a
una mínima representación de ellos, como Luís Alfonso
Reyes Soler, Aurelio Pérez, Pedro Vega Masabó, Evelio
Linares Cala, Rafael M. Lavandero Illera, Lázaro Guzmán,
Rigoberto Sotolongo y Carlos Sosa.
Es necesario señalar, ya que todos los geólogos graduados,
de aquí y de allá, un poco antes o un poco después,
predeterminados todos por las circunstancias de esta vida
repleta de múltiples y diversas aristas, todos, repito, han
contribuido a la epopeya de la geología en cuba, en los años
de la creación y funcionamiento del Servicio Geológico
Nacional en un país donde no lo había.
Escuela Técnica
de Geología
“Félix Corzo” de
Línea y 6, en el
Vedado. La
Habana. Foto
por cortesía de
Rigoberto
Sotolongo.
165
MANGA FRITA
Orestes Francisco Carballo Otero
Conocí al compañero “Manga Frita” en Septiembre de
1973, en la brigada de prospección geológica “La
Yuquilla”,
donde
se
ejecutaba
el
proyecto
“Matahambre-Mella”. En aquel entonces “El Manga” como también era conocido este singular y carismático
personaje- gozaba de una merecida fama como uno de
los más veteranos y rápidos operadores geofísicos del
radiómetro, instrumento utilizado para la cartografía
geológica y para localizar minerales radioactivos.
El Manga, de unos 40 años, era alto y desgarbado, de
tez muy blanca y ojos claros, con incipiente calvicie,
algo tartamudo -especialmente cuando se ponía
nervioso-, era además fanático al béisbol, la cerveza y
a las malangas fritas. Precisamente, la causa de su
singular apodo era que a causa de su ligera
tartamudez, no podía pronunciar correctamente su
166
plato favorito cuando solicitaba una ración adicional en
el comedor de la brigada.
Recién graduado de técnico geofísico fui asignado al
mencionado proyecto y la dirección de la brigada
estimó que debía comenzar mi vida laboral como
apuntador-calculista de radiometría, es decir, ayudante
de Manga Frita.
Como ya se ha dicho, El Manga era rapidísimo
midiendo la radioactividad en el campo y se movía
velozmente entre los puntos de medición ubicados en
zonas montañosas pobladas de pinos. Era el único
operador al que se le permitía trabajar sin ayudante,
pues ninguno podía aguantar su acelerado paso por las
montañas, cosa que yo aun desconocía.
Sin embargo, acompañar al Manga fue para mí una
gran escuela, pues no solo aprendí a operar el
radiómetro, sino además, me enseñó a orientarme en
el campo -especialmente cuando desaparecían las
estacas que señalaban los puntos de observación-; a
no borrar nunca en la libreta de campo, donde no solo
apuntaba la intensidad de la radioactividad medida,
sino también, sintetizadamente, la ocurrencia de
afloramientos de rocas durante el itinerario. Aprendí,
sobre todo, a admirar el maravilloso ecosistema de los
bosques de pinares, llegando a distinguir el pino macho
del pino hembra, con su característico olor perfumado
de resina fresca y entre ellos, a la bijirita del pinar –
pájaro endémico de esa zona– que conjuntamente con
los pájaros carpinteros pueblan esas regiones.
167
Después de dos semanas de acompañar al Manga por
los pinares, me dijo cierto día con su peculiar forma de
hablar:
–Tú no pareces habanero, porque eres un gran
caminador de lomas –, y acto seguido me entregó el
radiómetro SRP-2 y agregó: –Ahora voy a hacer de
calculista.
Acoto que este es el mayor elogio que he recibido en
mis años de prospector geofísico. Recuerdo que El
Manga me decía que tomara lectura donde más se
detuviera la aguja del equipo, años más tarde conocí
que este procedimiento se denomina la moda
estadística.
Manga Frita, entre otras muchas, fue protagonista de
una curiosa historia, con visos de leyenda, que se
contaba por esos años en las expediciones geológicas
de Pinar del Río. Al preguntarle si había sido verdad, El
Manga modestamente declinaba referirse a ella,
solamente logré que me dijera que ese día estaba
trabajando con un radiómetro “de bayetica” (contador
Geiger-Müller). El hecho, a grandes rasgos, fue así:
Transcurrían los primeros años de la década de los
sesenta del siglo pasado y nuestro protagonista, recién
estrenado como operador geofísico, recorría en
solitario con su radiómetro una intricada zona boscosa
del actual Parque Nacional La Güira. Quiso el destino
que, simultáneamente, en ese lugar se detectara la
presencia de bandidos, por lo cual se realizó un
168
sorpresivo operativo para capturarlos, consistente en
un cerco con cientos de milicianos.
Las milicias no sabían de la presencia en la zona del
personal del ICRM (Instituto Cubano de Recursos
Minerales), por lo cual fue una mutua sorpresa el
encuentro de Manga Frita con las tropas milicianas.
Cuentan que cuando casi terminaba su jornada laboral,
los milicianos rodearon a nuestro colega, de quijotesca
figura y armado con un extraño aparato atado al pecho,
una vara metálica en la mano y audífonos en los oídos.
Uno de los milicianos, ya repuesto de la sorpresa, se
adelantó y sin dejar de apuntarle con su metralleta le
espetó: – ¡Así que comunicando con la CIA!...
Al anochecer, en el campamento de la brigada del
ICRM todos estaban preocupados, pues Manga Frita
no había regresado, ya se sabía de la presencia de
bandidos en la zona y muchos temían que nuestro
compañero hubiera sido secuestrado o asesinado.
Todos, absolutamente todos, estaban listos para unirse
a la milicia y buscar al compañero perdido. Muchos no
durmieron esa noche y aun antes del amanecer, un
jeep con el administrador y varios compañeros partió
de la brigada hacia el improvisado puesto de mando de
campaña, para solicitar ayuda en la búsqueda del
radiometrista desaparecido.
Al llegar a su destino, se enteraron por un grupo de
campesinos milicianos, que un sospechoso había sido
detenido, al parecer un espía americano: blanco y de
ojos azules, “que casi no se le entendía porque todavía
no hablaba bien en cubano”. Mencionaron también que
169
se le había ocupado un equipo de radiocomunicación.
Nuestros compañeros tuvieron una corazonada y
solicitaron con vehemencia ver al susodicho radista de
CIA, quien resultó ser nuestro Manga, quien, agotado
por el interrogatorio, dormía placidamente en una
hamaca, custodiado por un combatiente, mientras que
en una habitación contigua un miliciano con los
audífonos del radiómetro puestos, intentaba descifrar la
clave Morse en el repiqueteo producido por la
radioactividad, mientras que otro estudiaba el cifrado
de la libreta de campo.
Aclarado el asunto, de feliz desenlace y después de las
consabidas chanzas de los milicianos y de los
compañeros, al regresar al campamento nuestro héroe
fue vitoreado por todos los trabajadores y después de
numerosos abrazos y de otras muestras de solidaridad
se dirigió hambriento al comedor y allí dicen que no
pudo aguantar más las lágrimas; lo esperaba una
gigante, triple, ración de malangas fritas.
Sirva este relato como modesto homenaje a nuestro
querido camarada, hoy jubilado, José Rosado, alias
Manga Frita, más conocido por El Manga, Vanguardia
Nacional de la Geología.
170
MOCHILA
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
Mapa, libreta, compás, ¿laterío?,
la muestra de una roca en paradoja.
Un pomo mal cerrado que le moja
la única bufanda para el frío.
Un croquis “amarrado” con el río,
en pos de la pendiente que se enfila.
Tal vez, una linterna con su pila
y un pan semidormido en el morral,
sellando con firmeza, la moral
que el geólogo acomoda en su mochila
171
NO HAY SUSTANCIA PURA
Víctor Ramos Fernández
Transcurrían los primeros años de la década del sesenta y,
cerca del crucero de Guayacanes, un pueblecito ubicado en
la Carretera Central, funcionaba la Escuela Técnica del
Petróleo para graduar a especialistas en dicha rama, que
trabajarían posteriormente en la prospección y búsqueda del
preciado líquido, uno de los primeros renglones de
importancia en la economía de todo país y que comenzaba
a desarrollarse en el nuestro. La escuela contaba con un
claustro de brillantes y talentosos profesores, algunos de
origen extranjero, lo que garantizaría graduaciones de alta
calidad para que una vez finalizados los cursos, pudieran los
egresados incorporarse al trabajo con todos los
conocimientos necesarios y así alcanzar los objetivos
propuestos.
Entre estos ilustres profesores, se distinguía uno
sumamente alto, robusto, de fuertes miembros y férrea
salud. Tenía un hablar peculiar y gustaba de contar
anécdotas, dicharachos y vivencias, mientras daba sus
clases; se caracterizaba por un particular sentido del humor.
Su especialidad eran las matemáticas y cuando alguien le
172
cuestionaba algo de la asignatura siempre acudía al mismo
dicho: “No lo digo yo, lo dice Baldor”, porque era un ferviente
admirador del famoso matemático y escritor de libros de
dicha especialidad.
Un buen día, mientras impartía una clase, se le ocurrió
hacer uno de sus comentarios de costumbre y lo lanzó al
aire sin dilación buscando una reflexión, un punto de análisis
del asunto. Comenzó diciendo:
- Antiguamente, el noventa y nueve por ciento de los
comerciantes robaba.
En ese momento había algunos alumnos entretenidos en
diferentes cuestiones, pero de pronto se hizo un silencio
sepulcral cuando un discípulo levantó la mano con el ceño
fruncido, los ojos inyectados y la mirada amenazadora,
solicitando aclaración, pidió la palabra y dijo:
- Permiso, profesor, mi papá era comerciante y no robaba.
Y el maestro, ágil de mente y rápido de palabras, con una
frase veloz, ingeniosa y concluyente, le contestó sin
inmutarse siquiera y señalando con su dedo índice al
indispuesto alumno:
- ¡Helo ahí, al otro uno por ciento!
Escuela Técnica de
Petróleo, Modesto
Rodríguez Anido. ICRM.
1962.
Foto por cortesía del
egresado Rigoberto
Sotolongo Pedrosa.
173
OFICIO: INSPECTOR DE CLASES
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
En el curso de trabajadores por encuentros, en el Instituto
Superior Minero Metalúrgico de Moa –hoy nombrado
Antonio Núñez Jiménez-, muchos obreros-estudiantes y los
del curso regular diurno, apenas teníamos tiempo de
conocernos personalmente.
Arribaban de toda Cuba de las formas más disímiles e
intermitentes. Ora en guarandingas, motos, camiones, autos
y hasta “yipones–comandos” de la Segunda Guerra Mundial.
Conocí incluso a un director de empresa, que traía un tráilerdormitorio, remolcado por un vehículo “estaticular” desde
centenares de kilómetros.
Para nosotros, veinteañeros al fin, ellos calificaban como
una
“partía
de
viejos
cagalitrosos”,
calificativo
frecuentemente empleado por Susana, una geóloga amiga,
allá por Santa Lucía en Pinar del Río. Estos colegas los
intercalaban en nuestras aulas de vez en cuando, a recibir
las mismas conferencias y clases prácticas que ampliaban
nuestros conocimientos. Regularmente, cuando menos se
174
esperaba, el aula se llenaba de espesos bigotes, calvas,
canas y espejuelos de todas variedades y tamaños -todavía
no habían irrumpido los celulares y trunking. Eran muy
pocas las féminas en esa modalidad; al parecer a las
adultas de la producción, no le interesaban las carreras
geólogo-mineras, por lo menos en esa época.
Ese día, sin que el alumnado se percatara - ya que no había
sido presentado a los educandos-, había entrado al aula, el
notorio profesor Mario Campos Dueñas, esta vez con el rol
metodológico de realizar un control a la clase, que era
impartida por otro ilustre profesor, el cual frecuentemente
solía lanzar preguntas a boca de jarro, a modo de
evaluación de aquellos alumnos que él sabía que estaban
“en cueros” en algunos aspectos de las ciencias de la Tierra.
Haciendo el simulacro de seleccionar al azar su número en
el registro de asistencia, la estocada le fue propinada a un
“jefecito madurao con carburo” de la niquelífera Planta de
Nicaro que había llegado tarde con su “caco y bota puetas”.
El que estaba siendo evaluado, totalmente despistado, se
había sentado al lado de Mario Campos. Al verlo tan
veterano como él y con tanta sencillez y hasta con entradas
en la frente, lo confundió con uno de los estudiantes recién
incorporados al recinto, a pesar de que siempre le pareció,
ya sea por su temperamento o porte, que podría ser un
alumno de los más aplicados del curso por encuentros.
Con un rosario de memorias, hazañas laborales y diplomas
en su haber, como las de Trabajador Distinguido, manejar
un camión de tiro de mineral, hasta ejercer de ayudante de
cocina; el obrero de la planta niquelífera René Ramos
Latour, esta vez se encontraba en un callejón sin salida ante
aquello de explicar lo referente a los conceptos tectónicos
de horst y grabens.
175
Su moral se vio quebrantada de tal forma, que atinó, en muy
mal momento, a acudir a la desesperada y fraudulenta
solicitud de un soplao:
- Mulato, mulatico, tírame un cabo… -le repetía a su
compañero de pupitre, al mismo tiempo que lo golpeaba
solapadamente con el codo.
El inmutable educador se sonrojó un poco. No obstante,
haciendo gala de su marcada decencia -para no herir en lo
más mínimo al impertinente-, siempre con su tono de voz
peculiar, con prudencia y amabilidad, con una leve sonrisa,
le respondió al estudiante de marras:
- Mulato nnno, mulato nnno… Profesor Mario Campos
Dueñas, Jefe de Departamento de Geología.
176
OPERACIÓN TERREMOTO
Roberto Alfonso Denis Valle
Basado en una historia real.
-¡Mire sargento: ahí van otras dos! ¡Qué cosa más rara!
Claramente visibles a la luz del potente reflector, dos
serpientes de metro y medio o un poco más de longitud
cada una, atravesaban en aquel momento la estrecha
carretera de acceso a la unidad militar. Dicho así, no parece
algo fuera de lo común, por lo menos en Angola, pero lo
peculiar del hecho es que en un intervalo de tiempo muy
corto un número superior a veinte de aquellos reptiles ya
había salvado la distancia que separaba ambos lados de la
vía. El desplazamiento, siempre a gran velocidad, había sido
en parejas, tríos, de forma individual e incluso en un grupo
de cinco o seis.
Aquel “desfile” -o tal vez “maniobras”- ocurría frente al Punto
de Control de Pase, custodiado en ese momento por tres
jóvenes soldados que no llegaban a la veintena de años y
un sargento instructor, apenas un lustro mayor. El Ingeniero,
177
como lo llamaban sus compañeros de misión, había cursado
en Azerbaiyán, perteneciente a la entonces Unión Soviética,
la carrera de Geología. De ahí el apodo que en varias
ocasiones había captado la atención de los superiores y casi
provocado su traslado al Pelotón de Ingeniería con los
zapadores, donde según un viejo refrán circulante entre la
tropa solo se permiten dos equivocaciones y la primera es,
precisamente, incorporarse a esa especialidad.
En casi un año de servicio militar activo el espíritu y la lógica
marciales, infundidos por el entrenamiento y reforzados por
las condiciones de un escenario bélico real con enemigo
tangible, habían “ocupado posiciones ventajosas” en su
pensamiento, sepultando gradualmente, en una especie de
“sobrecorrimiento”, al resto de los conocimientos, hábitos y
habilidades adquiridos anteriormente; pero su formación
teórica como geólogo, “sedimentada” en cinco años de
estudios y unos pocos meses de trabajo, “afloraba” en
ocasiones cual “ventana tectónica”.
Esto hacía que su comportamiento fuera a veces
“discordante” con el del resto del pelotón. De esta forma fue
el último que se sumó al coro que entre el asombro y la
admiración contemplaba un submarino, presunto escolta de
la travesía, cuando ya a la vista del puerto de Luanda,
emergió junto al barco que los transportaba; ¿qué otra cosa
podía acaparar su interés en aquel momento? nada menos
que el intento de discernir a golpe de vista -sustituta de la
piqueta- la composición litológica de unos acantilados
ubicados a considerable distancia.
Famosas en la compañía eran las explicaciones a sus
compañeros sobre las variedades de rocas, incluidas
señales de mineralización o de organismos fósiles, cada vez
que con ayuda de Perico y Paula -sobrenombres “cariñosos”
178
del pico y la pala- cavaban las posiciones de tirador para
una defensa circular. La misma base sustentaba las largas
conversaciones con los soldados angolanos oriundos de
Lunda, la región diamantífera por excelencia de ese país.
Incluso en algún momento, mientras se arrastraba por el
Polígono de Infiltración o corría por el Campo de
Obstáculos, llegó a preguntarse el posible origen -eluvial,
deluvial o aluvial- de aquella arena tan distante del litoral
como apegada a introducirse bajo la ropa, dentro de las
botas y hasta entre los dientes. Claro, esta última
disquisición, por encontrarse tan fuera de lugar y por su
potencial influencia en juicios negativos sobre la salud
mental del protagonista, constituyó “secreto militar” hasta
este momento, un cuarto de siglo después, en que se
“desclasifica”.
Retornemos ahora a aquella madrugada de agosto de 1986,
cuando los más diversos pensamientos acudían en
atropellada sucesión a la mente del novel geólogo devenido
sargento. Como cualquier otro cubano de misión en la
República Popular de Angola, desde el entrenamiento previo
en su Patria, después durante la travesía en barco e incluso
en su vida civil anterior, había escuchado un sinfín de
narraciones sobre la abundancia y variedad de serpientes, a
cual más venenosa, en las tierras africanas.
Su experiencia posterior, resultado de un semestre de duro
entrenamiento en las tácticas de la guerra irregular, le
confirmaron lo que ya sospechaba: aquellas historias eran
exageradas deliberadamente para resaltar la figura del
narrador e intimidar al auditorio de novatos; también ocurría
que la transmisión de boca en boca multiplicaba la cantidad,
dimensiones y poder letal de los ofidios. Sin embargo, lo que
ocurría en esos momentos, superaba al más fantasioso
179
relato y contradecía lo visto en seis meses de caminatas
diurnas y nocturnas por sabanas cubiertas de hierba hasta
la altura del pecho, extensos pantanos y caudalosos ríos;
así como en acampadas a la intemperie bajo el acoso de
nubes de mosquitos, mucho más abundantes y casi tan
venenosos pero menos promocionados que las cobras,
mambas y “tres pasos”.
Como en ocasiones anteriores, los conceptos y nociones de
la ciencia que estudia a nuestro planeta comenzaron a
reclamar espacio en el torbellino de ideas. Su formación
académica en lo referente a los procesos geodinámicos
internos había sido lo que se llama “fijista”, basada
fundamentalmente en la Teoría del Geosinclinal con
desconocimiento casi absoluto de los mecanismos de la
Tectónica Global o de Placas.
Si a eso se añade la cercanía del lugar de estudio al
Cáucaso, escenario de frecuentes e intensos sismos, se
comprenderá la conclusión a la que iba arribando. En su
experiencia personal solamente figuraba un ligero temblor
de tierra, pero en la memoria almacenaba muchas
anécdotas, oídas y leídas, acerca de estos fenómenos y de
la capacidad de los animales para presentirlos.
El conocimiento, asimilado en clases, de que África era un
“cratón” y por lo tanto sinónimo de estabilidad tectónica
entró en contradicción con la posibilidad, también explicada
por los profesores, de movimientos de baja intensidad en los
bordes de estas estructuras de la corteza terrestre. Pero la
polémica mental fue decidida por el recuerdo de imágenes,
extraídas de los relatos sobre animales salvajes
atravesando aldeas en éxodo inexplicable, carneros
inquietos en el corral antes del cataclismo y fieles perros
pastores que salvaban a criaturas de meses en sus fauces y
180
a los padres que los perseguían, obligándolos de esta forma
a salir de las casas en el justo momento en que se
derrumbaban.
- ¡Está al ocurrir un terremoto, hay que salir al aire libre o
vamos a morir aplastados!
Con el aval de los estudios cursados por el sargento fueron
reducidas las inseguras “réplicas”, no del anunciado
movimiento telúrico, sino las protestas de los reclutas, sobre
todo del que hacía uso de las dos horas de sueño
reglamentadas por la rotación de turnos de guardia y al cual
hubo que despertar con empujones y sacudidas que
alcanzaron valores notables en la “escala de Richter”.
Rápidamente los cuatro militares abandonaron la sólida
garita y tomaron posiciones alrededor de la misma.
Transcurridos unos cuarenta minutos sin otras apariciones
de serpientes y ni el menor indicio de sismo, el austral
invierno de Angola, no más crudo que el caribeño pero
invierno al fin y al cabo, comenzó a parecer más peligroso
que la catástrofe pronosticada y el soldado de descanso
resumió en esta frase lapidaria el parecer suyo y de sus dos
compañeros, al tiempo que regresaban a la abrigada posta:
- Lo siento sargento, pero… ¡es mejor morir por un
terremoto que de frío y sueño!
El “sismólogo” frustrado permaneció todavía algún tiempo
bajo el burlón mirar de las estrellas de la constelación de la
Cruz del Sur. Sin argumentos de peso para contrarrestar
aquella “insubordinación” acabó por sumarse a la misma.
Mientras retornaba a la garita hacía intentos por reparar su
maltrecho orgullo profesional con una frase de
autoconsuelo:
181
- Bueno… ¡por lo menos no se me ocurrió dar la alarma y
despertar a toda la unidad!
Epílogo
Como esto se está usando en casi todas las películas, al
igual que el cartelito que coloqué al inicio aseverando la
veracidad de lo relatado, aquí les va lo que pasó después
con cada personaje:
 Los reclutas terminaron su curso de entrenamiento y
fueron destinados a otras unidades pero no recuperaron el
tiempo perdido de sueño hasta su regreso a la Patria.
 Por suerte para el sargento su fama de “sismólogo” no
trascendió. Aunque realizó muchísimas más guardias en
Angola y en Cuba acumula más de veinticinco años en la
Geología, no ha vuelto a predecir terremotos.
¡Ah…las serpientes! En realidad nunca se supo las causas
de su conducta en aquella ocasión. Tal vez la respuesta se
halle en algún documental sobre los ritos de apareamiento
de estos reptiles.
182
PERIPECIAS DE JUAN HERRERA, UN CHOFER DE
PRIMERA
Ramón Omar Pérez Aragón
Era el negro Juan Herrera
Un chofer del Instituto,
Que no es porque fuera astuto,
Aunque bruto nada era,
Pero… coño, ¡qué manera
De joder aquel cristiano!
Amén de ser campechano,
Respetuoso y buena gente,
A cualquiera, de repente
“Se la dejaba en la mano”.
Con buena disposición,
Y siempre de buen talante
Echaba un mundo pa’lante
En su achacoso yipón.
Pero… si algún reventón
O una leve ponchadura
En cualquier loma o llanura
Sufría, seguro que esto
Decía: -¡Y yo sin repuesto!
-Con su mejor cara dura.
183
Por la “Ocho Vías” un día,
De Guanajay a La Habana,
Coge, arrima y se arrellana
Sin pronunciar “ni alma mía”.
Al rato, alguien le decía:
- ¡Pero… vamos Juan, camina!
Y con sonrisa divina
Se vuelve y dice impasible:
- ¿Pero con qué combustible?,
¡Se acabo la gasolina!
Cierta vez a una reunión
Cerca del “Cira García”
Se fueron, y le decía
Su jefe por precaución:
- Por ninguna situación
De aquí no se mueva, ¿oyó?
Y cuando se terminó
La reunión, no lo encontraron.
Y alguien dijo: - Lo ingresaron,
Pues de hambre se desmayó.
Una tarde que venía
Corriendo que se mataba.
La patrulla lo paraba
Y le dijo el policía:
- Ciudadano, conducía
A cien, hace unos momentos.
Présteme sus documentos.
Y le decía Juan: – ¿A cien?
Otra vez fíjese bien:
¡Yo venía como a doscientos!
184
El carné de identidad,
Como una vez extraviara,
Fue a la policía para,
A la mayor brevedad,
Reponerlo, y de verdad
Que se insultó la señora
Que allí lo atendió a la hora
Que le inquirió: - ¿Va a donar
Sus órganos? Y escuchar:
- Está bien, ¡pero no ahora!
Otra vez, allá en Oriente
El yipi poco avanzaba,
Por más que lo aceleraba
No cogía más de veinte.
Una situación realmente
Inusual se suscitaba:
La carrocería estaba
Partida en dos y al instante
De pisarlo, hacia delante
Medio yipi desplazaba.
En el reparto Alamar
Se zafó la transmisión
Y debajo del yipón
Se metió sin protestar,
Y salió después de estar
Más de una hora allá abajo,
Todos piensan que el trabajo
Estaba ya terminado…
Y dijo: - Estoy embarcado,
De esto yo no sé un carajo.
185
Jugaban al dominó
Los choferes de piquera
Y entre ellos Juan Herrera
Ese día se sentó,
Cuando el jefe lo llamó
De urgencia para que fuera
Y al director recogiera…
Dijo Juan: - Deja la lata,
Cuando termine esta data
Yo lo busco a la carrera.
Cerca de una intersección,
Un gran molote se hallaba
Mirando hacia donde estaba
Gomas arriba un camión.
Juan se bajó del yipón
Y con cara de inocente
Interrogaba a la gente:
-¿Qué fue, qué fue, se volcó?
Y un viejo le dijo: - ¡No!,
Se desmayó de repente.
Un día en Habana-Matanzas
Trabajando pal cemento,
Peñalver se inventó un cuento
Del que quedan remembranzas.
Fue causa de largas chanzas
Una gran furnia que había:
Dijo el Peña que cabía
Un hombre de cuerpo entero,
Juan se metió al agujero…
Pero luego no salía.
186
Con un geólogo extranjero,
Nos fuimos por una muestra
Allá en la Sierra Maestra.
Dejando a Juan, placentero,
Con la esposa del primero.
Al volver, vimos que Herrera
“Charlaba” con la extranjera,
Bajo el sol abrazador,
Untándole el dorador
A la dama medio “encuera”.
La duda siempre ha existido
Y existe hoy todavía
De si era que Juan se hacía
O si es que era entretenido,
Tampoco nadie ha sabido
De quien fue la culpa cuando
Venía un día caminando
Y resultó atropellado
Por un yipi estacionado
Que arrancó, justo él pasando.
Juan Herrera
mostrando la
profundidad de
una furnia en la
roca caliza. Foto
R. Pérez, 2004.
187
¡¿PESCANDO AHORA?!
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
Por ser aquella una unidad de la Empresa Constructora de
las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), como jefes del
Establecimiento de Investigaciones, se habían sucedido
muchos valiosos compañeros, casi siempre militares con
una basta experiencia administrativa en el fogueo de tira y
ordena, asegura y traquetea combustibles, personal y
técnica, no tanto así, en las específicas tareas de la
ingeniería geológica.
En la aridez de la zona llamada Laguna del Jobo, al Oeste
de la Base Naval de Guantánamo, esa tarde se realizaba
una importante reunión operativa con los integrantes de la
brigada de campo, geólogos, geofísicos, topógrafos,
perforadores y ayudantes, que en torno al Teniente Coronel
retirado que fungía como jefe, discutían los pormenores de
los trabajos realizados y los que faltaban para culminar con
éxito la comprometida tarea en una región tan complicada y
estratégica para el alto mando.
188
Al llegar la punto de la perforación y cuestionarse cómo
andaban “las calas”, uno de los técnicos denotando una
expresión de preocupación, le comunicó al ex militar al
mando, que la cosa estaba bastante atrasada y además
complicada, pues se había presentado una avería y que
incluso los compañeros Paco y Ernesto no estaban en la
reunión porque se habían quedado en el campo, ya que
hacía rato que “estaban pescando”.
Sin terminar de escuchar la explicación, el máximo
responsable de la brigada, se paró del banco muy airado y
dando un puñetazo en la mesa del comedor, lanzó al
auditorio la inusitada interrogante:
- ¿Pero como es posible que esos dos zonzos estén
pescando, coj…, como está de atrasado el plan de
producción?
En el silencio, retumbó una risa general, seguida de un leve
desorden. El ingeniero que estaba sentado al lado del jefe,
aprovechó la confusión y le masculló algo en el oído. Todo
el mundo comprendió que le estaba explicando, que al decir
pescar en perforación, se estaba refiriendo a la recuperación
y extracción del tren de varillas que se había quedado en el
fondo de la cala más profunda de la investigación que se
acometía.
- ¡Bueno después me explican esa m…! -profirió el dirigente.
La reunión continuó gracias a la considerada represión del
carcajeo por parte de los laboriosos y abnegados
investigadores.
189
PESADILLA CON MASTODONTES
Ramón Omar Pérez Aragón
A un simpático personaje cubano
Llamado Megalocnus Rodens
En contar pongo mi empeño
Un cuento que a la sazón
No sé si es verdad, ficción
O si se trata de un sueño.
El colega pinareño
Que me lo contó me dijo
Que lo oyó contar a un hijo
De un pariente que era zoólogo,
Que a su vez, se lo oyó a un geólogo,
Más, oigan el acertijo:
Tres geólogos que al solano
Volvían un día al campamento
Vieron un afloramiento
De rocas del ¿Maastrichtiano?
Y fueron piqueta en mano
A muestrear aquel lugar,
Cuando dijo el auxiliar:
- ¡Miren estas concreciones!,
Se parecen los coj…
De algún extraño ejemplar.
190
Rieron de la ocurrencia
Mas, luego serios quedaron,
Cuando de cerca observaron
Aquellos hombres de ciencia,
La extrañísima apariencia
De aquellas bolas enormes.
No constaba en los informes
Sobre hallazgos similares
Y a estudiar los ejemplares,
Se dedicaron conformes.
Quisieron de una mirada
Desentrañar el misterio,
Pero aquello no fue serio,
La roca estaba alterada.
De forma desenfadada
Con las piquetas trataron
De partirlas, mas, quedaron
Cansados y estupefactos.
Y los testigos, intactos,
Como mismo los hallaron.
Con el ácido, deprisa
Quisieron determinar,
Y poder dictaminar
Que la roca era caliza,
Pero ocurrió que caliza
La roca no resultó:
La reacción que suscitó
El chorro fue debilita,
Amén de alguna calcita
Que en las grietas se incrustó.
191
Como que ya atardecía
Y aquello no daba nada
Pensaron que en la brigada
Si el tiempo favorecía,
Y la suerte aparecía,
Terminarían el quehacer.
Y casi al anochecer
Las dos pelotas cargaron
Y así se determinaron
Al campamento volver.
Llegaron a la brigada
Con unas caras siniestras,
Pues sus mochilas de muestras
Rondaban la tonelada.
Mas, tuvieron bien ganada
La admiración general,
Pues fue la opinión global
De los hombres de esta ciencia,
Que se hallaban en presencia
De un hallazgo excepcional.
Y como que no pudieron,
Ni allí ni en otro lugar
Los testigos segregar
Para su estudio, acudieron
A otros medios y tuvieron
Muy pronto que recabar
La ayuda externa, apelar
A varias instituciones,
Cuyas colaboraciones
No se hicieron esperar.
192
De los Estados Unidos
En una universidad,
Dieron la seguridad
Varios geólogos reunidos,
Que los datos obtenidos
Mediante potasio – argón
Daban la confirmación,
Por lo cual aseguraban:
Las edades no bajaban
Del Mioceno en aquel clon.
Desde Bonn sin traducir,
Se recibió en Alemán
Una información que están
Tratando de transcribir:
“Según peritos decir,
Ser la muestra que han mandado,
Resto silicificado
De huevos de mastodonte
Que habitar antes en monte
Donde haberlos encontrado”
Pasmado por la sorpresa
Quedó el jefe del proyecto
Ante el resultado abyecto
Que abrumaba su cabeza.
Antes, había la certeza
Que el animal reportado
Era un mamífero y dado
Que los datos no mentían,
Los científicos tendrían
Que reevaluar lo afirmado.
193
Si en nuestros antiguos montes,
Por los fósiles senderos,
Los germanos compañeros
Dicen que había mastodontes
Que al igual que los sinsontes,
Según estos datos nuevos,
Andaban poniendo huevos,
A la luz de estos candiles,
Se trataba de reptiles
O de aves, ¡¿serían efebos?!
Se prepararon de urgencia
Publicaciones seriadas
Profusamente ilustradas;
Se dictó una conferencia,
Induciendo a la creencia
De que estaba demostrado,
Que aquel testigo encontrado
Del Mioceno, en aquel monte,
Pertenecía a un mastodonte
En un huevo aún enclaustrado.
Pero críticas violentas
Muy pronto se suscitaron,
De todas partes llegaron
A cuales más virulentas.
Y vieron a fin de cuentas
Los sabios que habían errado,
Que algo les había fallado
Y en aras de la gran ciencia,
Dedicáronse a conciencia
A reevaluar lo afirmado.
Un examen minucioso
Realizaron de los datos,
194
Y quedaron turulatos
Al detectar que el dichoso,
Es decir, el desastroso
Motivo de confusión,
Fue un error de traducción
De aquel alemán artículo,
Porque huevo por testículo
Se plasmó en la transcripción.
Y hubo que rectificar,
Retirar todo lo dicho,
Porque el desgraciado bicho
Lo que dejó en el lugar
Del hallazgo por azar,
No fueron huevos de nido,
Sino que el muy atrevido,
Causando mil confusiones,
Dejo sus santos coj…,
Quién sabe si por olvido.
Si algo hay que reconocer
En toda esta historia extraña,
Es que a veces, vale maña
Tanto o más que el buen saber,
Porque aquel atardecer,
Junto a aquel afloramiento,
Justo en el mismo momento
Que empezaban a excavar,
Adivinó el auxiliar
El misterio de este cuento
195
PETRÓLEO AL DOBLAR DE LA ESQUINA
Ramón Omar Pérez Aragón
Dicen que es el hombre, el único animal que tropieza dos
veces con la misma piedra. Claro está, eso no incluye a los
geólogos. Los geólogos no solamente colisionan dos veces
y más, sino que andan buscando piedras de su interés –que
son casi todas- con las cuales tropezar, y no solo eso, sino
que después que chocan con ellas las golpean, las huelen,
las escupen, hasta las saborean pasándole la lengua, sobre
todo si sospechan que las mismas puedan resultar menas
de posible interés industrial.
Son obstinados los geólogos, no se cansan ni se amilanan
ante resultados adversos, siempre van tras las rocas. Ya
conté una vez, en una crónica titulada “Petróleo al cantío de
un gallo” el chasco que resultó, hace más de tres décadas,
la penosa búsqueda de una ocurrencia petrolífera
denunciada por un campesino, según el cual, el petróleo se
encontraba a la citada criollísima distancia. Hoy traigo otra
historia muy parecida, pero diferente: esta vez, aunque se
trata de petróleo, nadie había denunciado nada. El denuncio
196
fue posterior al hallazgo y éste fue completamente fortuito,
además, el resultado fue mucho más halagüeño…
Todo ocurrió en la Zona 21 de mi barrio alamareño y
comenzó con una severa escasez de agua. Sí, de H2O. Aquí
el lector dirá: ¿y qué tiene que ver la amnesia con la
magnesia?... Nada. Pero veamos: De todos son conocidas
las penurias que sufren los habitantes de algunos barrios
capitalinos con el insuficiente suministro del comúnmente
llamado “preciado”, aunque también pudiera llamársele
“despreciado líquido”; lo cual siempre se achaca a dos
causas fundamentales y bastante comprensibles: la escasez
del líquido en tiempos de sequía, agravada por los salideros
resultantes del deterioro de los vetustos sistemas
conductores de la mayoría de los también antiguos barrios
afectados. Y aunque esta última teoría no es muy plausible
para el caso del reparto Alamar en el Este capitalino, donde
los citados conductos tienen a todo dar treinta ó cuarenta
años, lo cierto es que…
Llevábamos varios meses con un enorme déficit de agua,
sin que nadie diera una explicación más o menos
satisfactoria sobre las causas de tal situación, ni hiciera,
aparentemente, nada por resolverla. Se habían multiplicado
alarmantemente los casos de hernia, tanto discales como
umbilicales e inguinales, las ciatalgias, sacrolumbagias y
otras afecciones óseas y musculares estaban a la orden del
día… la cargadera de cubos, tanquetas y todo tipo de
envases plásticos o metálicos parecía no tener fin… De
pronto, sin entrar demasiado en detalles de cómo ni por qué,
cuando la crisis parecía ya insostenible, aparecieron
brigadas de obreros e ingenieros, equipos, aparatos,
tuberías… y lo que no se había resuelto en más de año y
medio, se resolvió en una semana.
197
Sustituidos unos tramos de obsoletas y tupidas tuberías
metálicas por otras del moderno y sintético PVC, -que por
cierto, es un derivado del petróleo- llenáronse las cisternas,
activáronse los motores-bombas, abasteciéronse los
hogares, alegráronse los corazones y aliviáronse los
esqueletos. Una vez cumplida la misión, con la misma
espontaneidad con que habían aparecido, se retiraron las
salvadoras brigadas, los aparatos y los equipos, pero…
porque no puede faltar el pero, quedaron abiertas las zanjas
y expuestas las tuberías, no sé si con algún propósito
técnico o simplemente por olvido. El caso es que, fortuito o
no, fue este hecho el que propició el hallazgo.
Volviendo una tarde del trabajo, en una de las paredes
pétreas de la zanja abierta exactamente en la esquina de la
calle 180 con 1ra D, es decir la esquina de mi casa, me
pareció observar unas manchas oscuras, que para ser
sincero no me llamaron demasiado la atención. Es más, a
pesar de que soy geólogo -aunque no petrolero-, no les di
ninguna importancia, pues pensé que eran unos tristes
manchones de asfalto, acaso de plástico derretido que
alguien había derramado allí cuando pegaban los ya citados
tubos prietos de PVC.
Al día siguiente sin embargo, me pareció que las manchas
habían crecido, lo cual cambió radicalmente mi actitud hacia
ellas, de hecho, me dirigí directamente al hueco y me
asombré de ver que se trataba evidentemente de un
derrame “in situ” y mucho mayor de lo que se veía desde la
acera, por lo que a pesar de que no llevaba espejo ni soy
sicólogo, me acordé de “Lindoro Incapaz” y de Calviño y me
dije: “mimismo”, busca la piqueta y la cámara, que esto “vale
la pena”.
198
Minutos más tarde, arrojado de lleno a la zanja, ante la vista
atónita y preocupada de mis vecinos, golpeaba, olía, lamía y
tomaba varias fotos, además de una abundante muestra del
viscoso mineral, muy similar por su color y consistencia a la
resina que vierten los pinos: viscoso y ambarino, entre
traslúcido y opaco hasta negro, pero con un olor
radicalmente diferente, tanto que no era olor precisamente,
era el fétido tufo del azufre.
Aun en la duda de que pudiese tratarse de un salidero de
algún recipiente olvidado en una zanja anteriormente
cavada, improvisé un breve reporte, e hice lo que le
aconsejaría a cualquiera que hiciera en tales casos: se lo
envié tan rápido como al otro día a mi amigo y colega
petrolero Evelio Linares del Centro de Investigaciones del
Petróleo (CEINPET) para su evaluación y registro:
REPORTE DE OCURRENCIA DE HIDROCARBURO
A finales del mes de Octubre de 2009, en una zanja
practicada para la reparación de la red de acueducto local
en una esquina de la Zona 21, Alamar, municipio La Habana
del Este, se pudo observar la ocurrencia de mineralización
en forma de un fluido viscoso muy denso, de color ámbar a
negro intenso, lustroso, que despide el olor acre
característico del asfalto o alquitrán. El mineral parecía
manar por gravedad a través de una grieta horizontal,
probablemente el contacto entre dos estratos de una roca
margosa de color blanquecino, aparentemente de las
formaciones Cojímar o Güines. El estrato superior no
superaba los 50 cm de espesor y aparecía cubierto por una
capa de suelo arcilloso rojizo. El estrato inferior era de poco
espesor y parecía acuñarse contra la roca subyacente: una
arcilla de color rojizo a veces carmelitoso que podría ser de
una formación más antigua (Fm. Universidad?, Vía
199
Blanca?), la cual por sus características (impermeables)
bien podría servir de sello a la migración del fluido. La grieta
horizontal (posible contacto entre dos estratos) era
observable en una extensión de 2,5 a 3 metros, a lo largo de
la cual se observaba de forma casi ininterrumpida el flujo de
la mineralización con mayor o menor intensidad,
apreciándose un mayor volumen hacia el extremo norte del
afloramiento.
Posible mineral: asfaltita
Ubicación: Una zanja de acueducto junto a la cisterna del
Edificio 708, en la intersección de las calles 180 y 1ra D,
Zona 21, Alamar.
Descripción: pared noroccidental de la zanja referida.
Observaciones: Llama la atención que esta zanja se cavó
no hace más de 20 días y que el flujo de mineralización ha
ido en incremento, pues en los primeros días apenas
constituían manchones negros aislados y en la fecha de
este reporte 16/11/09, los flujos, a pesar de ser muy densos
(alta viscosidad) se observan en forma de derrame en toda
la pared del afloramiento e incluso llegan a formar pequeñas
acumulaciones en el fondo de la zanja.
……………..
En el breve plazo de una semana, mi amigo me envió un
sorprendente “e-milio” en el cual me comunicaba que los
análisis practicados a la muestra de “asfaltita” por mí
enviada habían arrojado el siguiente resultado: se trataba de
petróleo natural. Luego me explicaría que existen medios
para diferenciar un crudo de origen natural de un producto
industrial, ya que el segundo siempre tiene trazas de otros
elementos químicos adicionados en los procesos de
refinación.
200
Como se puede notar en este relato, al cabo de más de seis
lustros un geólogo había vuelto a chocar con la misma
piedra, pero a diferencia de la vez anterior, en que la
ocurrencia “descubierta” ya había sido reportada con
muchos años de antelación por un geólogo extranjero, en
esta ocasión el “taíno” sí había encontrado su “mene1” y el
petróleo estaba un poco más cerca que al “cantío de un
gallo”, estaba, literalmente “al doblar de la esquina”.
Derrame natural de petróleo por una grieta horizontal en una
zanja del reparto Alamar. Foto: R. Pérez 2009.
1
Excremento, pero también manadero natural de petróleo en la lengua
de nuestros ancestros taínos.
201
PIQUETA
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
Del topógrafo: El plano y la plancheta.
Cosmógrafo vidente: El telescopio.
El útil del galeno: Estetoscopio.
Del geólogo, orgulloso: La piqueta.
Flamante “rock pick hammer”, la maceta
que acompaña a la ciencia en la diatriba.
Complaciente, servil, caritativa,
invicta de los pétreos y de abrojos.
Machaca las almendras y corojos,
la “Estwing”, más que cara, alternativa.
202
¡QUÉ IGNORANTE FUI!
Jesús M. Véliz Basabe (†)
A
principios del año 1963, me encontraba trabajando en
“la brigada soviética de gravimetría marina”, perteneciente al
entonces Instituto Cubano de Recursos Minerales (ICRM)
que realizaba la prospección para petróleo en la cayería
Jardines del Rey, de la costa norte de Cuba. La brigada
basificaba en Caibarién y yo era novato en lo que respecta
al mar, pues soy natural de tierra adentro.
Cierto día, estando en la referida base de Caibarién, el viejo
Manuel, patrón del barco donde estaba instalado el
gravímetro de fondo con el cual yo trabajaba, me dice:
- Jesús, hazme el favor y pregúntale al viejo Titi (patrón de
la patana), que está calafateando aquella patana lo
siguiente: ¿Titi usted no cree que esa patana, virándola
boca abajo se pase menos trabajo y se termine en una
semana?
Una vez cumplida la misión, el viejo Titi me miró de arriba
abajo y contestó:
- ¡Ignorante!, ¿quién fue el idiota que te mandó a que me
preguntaras semejante sandez?
¡Qué pena pasé!, pues de verdad que fui un ignorante
203
¡QUÉ MEMORIA!
Ramón Omar Pérez Aragón
Al Dr. Ingeniero Alfredo Norman Vega,
mi estimado colega y primer inmediato superior;
a nuestra queridísima e insustituible Daysi Gómez,
la decana de las secretarias geológicas.
Por
allá por las postrimerías del año 1976, a raíz del
descubrimiento del primer afloramiento de bauxitas en la
zona de Cacarajícara, en las inmediaciones de Sierra Azul y
Pan de Guajaibón, a ambos descubridores, el geólogo
soviético Veniamín Teleguin y quien esto escribe, a la sazón
técnico geólogo recién graduado en la Escuela Tecnológica
de Prospección Geológica de Kiev, Ucrania, se nos dio la
tarea de buscar y encontrar nuevos afloramientos del
mineral del aluminio, por lo que durante unos meses nos
dedicamos, como suele decirse en el argot geológico, a
“patear” las ya mencionadas lomas, aunque realmente a
veces no se sabe quien pateaba a quien.
De más está decir que la “tardita” no era jamón, ya que a
pesar de no ser demasiado altas, pues como sabemos la
204
mayor altura, que es precisamente el citado “Pan”, no
rebasa los 699 metros, las dificultades de todo tipo en estas
serranías, no son precisamente algo que escasea: A las
empinadas pendientes de las laderas norteñas se le suma el
gran desarrollo del Carso que esculpe las calizas
predominantes en su composición. Allí abundan las
peligrosas furnias, los embudos o bolinas y las cavernas de
todas las configuraciones y tamaños, pero en realidad, el
tipo de Carso preponderante es el tapies o labias, que dicho
así, con ese tono afrancesado, parecería una cosa muy
exquisita, a lo mejor por eso y no por gusto, alguien le puso
el criollo y más apropiado nombre de “diente de perro”,
porque de verdad que muerde e hiere al menor descuido las
manos y las piernas, sobre todo allí donde termina la bota.
El agua es bastante deficitaria por allá arriba, pues solo
aparece la de origen pluvial que se acumula en lo que
vendrían siendo las “encías caninas”, es decir las
oquedades entre diente y diente de perro, y les aseguro que
no es nada potable y menos apetecible, ya que con
frecuencia está llena de cuanto bicho hay; es cierto que
aparecen los famosos bejucos de agua, pero no en la
cantidad, ni con la frecuencia necesaria, si se tiene en
cuenta lo que se suda y la constante necesidad de ingerir
líquido que provoca el “paseo” por tales agrestes paisajes,
donde el calor a veces es sofocante, tanto en los claros
soleados como en las partes sombrías, donde además, los
zumbantes mosquitos aportan lo suyo.
Todos estos obstáculos naturales, sin embargo, pudieran
considerarse insignificantes, si se comparan con los que
suponen la cantidad de plantas calcófilas, espinosas y
venenosas de toda clase que abundan, nutren y espesan la
tupida, exuberante, asfixiante y a menudo desesperante
manigua que puebla dichos cerriles parajes.
205
Precisamente, las espinas de la vegetación “sierrazulana” y
su efecto exasperante, fueron la causa de la anécdota que
da origen a esta crónica.
Aquella mañana, el trillo que habíamos escogido para trepar
la sierra en busca de nuevos afloramientos primarios de
bauxita, se había ido acuñando rápidamente hasta llegar a
ninguna parte, es decir, hasta desaparecer completamente
en medio de la espesura.
Ante la falta de un guía o práctico, como el que se suponía
que debíamos tener, no me quedó más remedio, en mi
condición de técnico geólogo, mucho más joven que el
técnico superior por demás extranjero al que acompañaba,
que agarrar el machete y romper monte cuesta arriba entre
el guao y el contraguao, la pica-pica, y por si fuera poco, la
abundante cantidad de púas y espinas de todo tipo. Sí,
porque allí había espinas grandes, medianas y pequeñas;
espinas en las ramas y troncos de las yúas y las salvaderas,
sobre los cuales a ratos apoyábamos las manos sin querer;
las había en diferentes tipos de lianas y bejucos, como la
terrible cortadera, que lacera la piel expuesta de la cara y el
cuello; espinas venenosas y urticantes en los tallos y las
hojas del abusivo chichicaste o “chichicate”, como incorrecta
pero más frecuentemente se le llama, y de su pariente
cercana, la irritante pringamoza.
No faltaban espinas en las cactáceas de diferentes
especies, formas y dimensiones, pero sin duda, una de las
plantas más insoportables era una muy parecida a la maya o
piña de ratón, pero mucho más grande, poseedora de
largas, fuertes y carnosas hojas armadas en sus bordes de
unas espinas cortas, duras y curvas que se clavan en la piel
a través de la ropa y se traban en ambas como la fija de un
arpón, por lo que hay que detenerse y retroceder con mucho
206
cuidado para liberarse de ellas con bastante trabajo y mucho
dolor.
El camarada Teleguin, que me seguía a corta distancia,
además de un excelente y experimentado fotointerpretador y
geólogo de campo, era al parecer, como casi todos sus
coterráneos, muy aficionado a la botánica, pues
constantemente me preguntaba el nombre de esta o aquella
variedad de la flora lugareña, a lo cual yo respondía en la
medida de mis rudimentarios conocimientos de esta materia,
obtenidos desde mi niñez, fundamentalmente a través de
mis primos guajiros, durante mis frecuentes y ya lejanas
excursiones veraniegas a la finca de mis tíos y abuelo
paternos, por allá por las estribaciones del Escambray:
- Eta guao (eso es guao) –le decía yo.
- “Guau” –repetía él, para al poco rato volver a preguntar- ¿A
eta? (¿y esto?)
- Eta chichicaste
distorsionado:
-le
respondía.
Y
él,
como
eco
- Chis-chis-cas-tes.
Así avanzábamos lentamente, sudorosos y arañados,
deteniéndonos a intervalos para describir él y muestrear yo,
algún afloramiento de interés, y continuar de nuevo la
marcha y la clase práctica de botánica:
- Eta pringamoza -le dije en una ocasión, alertándolo de lo
peligrosa que era dicha planta.
Lo que repitió no lo transcribo pues realmente me pareció un
disparate. Traté sin embargo de corregirlo:
- Niet, niet: prin-ga-mo-za…
207
En cierto momento del itinerario, en que nos tocó atravesar
un tramo repleto de las arriba citadas plantas de fuertes y
carnosas hojas como diabólicas lenguas orladas de espinas
cortas y curvas, nos vimos de pronto atrapados los dos por
las mismas, como si hubiésemos caído en un campo lleno
de enormes y verdes rollos de alambre de púas, que
mordían dolorosamente las carnes de piernas y brazos,
torso y espalda... En medio de la lucha tenaz por librarnos
de aquella trampa infernal, al colega, como era su
costumbre, no se le ocurrió mejor idea que preguntarme:
- ¿Eta pringa mosha?
A lo cual, en parte porque no lo era y también porque entre
las espinas y las preguntas, estaba ya al borde de la
desesperación, le contesté con un obsceno y
desconsiderado exabrupto. Esta vez, al parecer por tratarse
de una palabra compuesta, o quizá de difícil pronunciación
para él, no escuché por parte del aplicado estudioso de la
flora tropical la repetición del supuesto nombre de la infame
especie. Al cabo de un rato, salimos de allí rasguñados,
sangrantes y adoloridos, pero no se habló más del asunto…
Habían pasado más de diez días de aquel hecho y ya de
regreso en La Habana, en las oficinas de la Dirección
General de Geología y Geofísica (DGGG), nos presentamos
ante el subdirector de Geología para rendir el parte de las
incidencias del trabajo de campo. La secretaria, una señora
muy seria, pero amable, se puso de pie y nos abrió
cortésmente la puerta del despacho del jefe.
-
Pasen, por favor. Alfredo los está esperando.
Al entrar en su oficina, el compañero subdirector, persona
de gran cultura, esmerada educación y excelentes modales,
208
se puso de pie y extendió su diestra al tiempo que se
interesaba de forma risueña y afable:
¿Qué tal Teleguin, como les fue en el viaje de
campo?
Pero su sonrisa amable se congeló en su rostro,
transformándose en una mueca de desconcierto… La
secretaria abrió los ojos desmesuradamente, mientras un
tinte rojo violáceo le cubría el rostro… Y este mortal,
culpable del desastre, no sabía dónde se iba a meter. El
ingeniero soviético, aún de pie frente al camarada
subdirector, le mostraba sus brazos llenos de pústulas y
arañazos mientras le espetaba en su mejor español posible,
aunque con fuerte acento cubano-caucasiano:
-
¡Oh! ¡Mucha pin… mocha!
Indiscutiblemente, además de una gran afición por la
botánica, aquel ruso tenía tremenda buena memoria.
El geólogo
fotointerpretador
soviético Veniamín
Pávlovich Teleguin
y su alumno
Ramón O. Pérez
Aragón, en las
cimas del Pan de
Guajaibón. 1976.
209
¡QUÉ SUSTO PASÉ, COMPADRE!
Jesús M. Véliz Basabe (†)
Estando en la brigada Soviética de búsqueda de mineral de
hierro en las provincias Camagüey - Las Villas (1961-1962),
me encontraba trabajando en la región de Cienfuegos, en
los cotos mineros Loma Alta y La Habanera, cerca del
poblado de Los Guaos, en las estribaciones de la Sierra del
Escambray. Una tarde, el Jefe de Geofísica, el ingeniero
soviético Dimitri P. Klimentov, me pidió que lo acompañara a
revisar el área donde debíamos comenzar a trabajar al día
siguiente. Solamente salimos nosotros dos y el chofer del
jeep.
Eran los años de la Lucha Contra Bandidos, cuando las
bandas de alzados al servicio del imperio azolaban aquellas
serranías. Ya en el área de la antigua mina Loma Alta,
comenzó un tiroteo al parecer entre una patrulla de
milicianos que chocó con algunos alzados que merodeaban
por la zona. Solamente yo contaba con un arma (una
pistola), pero cuando busco con la vista a Dimitri no lo
210
encontré, pues se me había desaparecido. Lo llamé y no
recibí respuesta.
Yo tenía experiencia de lo que eran capaces los alzados por
haber luchado contra ellos en ese mismo escenario durante
“la primera limpia”, por lo que pensé para mis adentros: “en
qué lío me meto yo si le sucede algo a este soviético”.
Comencé a buscarlo y subí hasta la cima de la loma donde
se encontraba la mina, una vez allí, en lugar de yo encontrar
al soviético, él me descubre y me llama… se había
escondido en el fondo de la vieja mina. Fue más astuto que
yo, pues se escondió sin avisarme.
¡Qué alivio sentí!, Pero… ¡QUÉ SUSTO PASÉ!
211
¿QUÉ TIENE EL YIPI ESE?
Ramón Omar Pérez Aragón
A mi inestimable Nyls Gustavo Ponce Seoane,
él sabe por qué.
Es incuestionable el hecho de que la mayor parte de las
patentes de inventos, marcas y nuevas tecnologías o son
yanquis, o están registradas en el idioma de los yanquis, es
decir, en inglés. Claro, ellos son los dueños del dinero
mundial y por tanto compran, cuando no se roban todo,
incluyendo los cerebros que generan tales invenciones.
Tampoco se puede rebatir, que nosotros, los cubanos,
dicharacheros y jodedores, amigos del bonche y de la
jarana, capaces de burlarnos hasta de nuestras propias
vicisitudes, somos famosos también por aquello de tener y
hablar muy correctamente nuestro idioma, es decir “el
cubano”(“¡qué volá!”), lo que viene siendo algo así como
“machacar” el idioma de Cervantes(“¡albricias!”) y por
extensión el resto de los idiomas que caen en nuestras
lenguas: ruso (“jarachó”), italiano (“equelecuá”), portugués
(“voyembora”) y por supuesto el inglés (“senkiuverimoch”),
212
de donde frecuentemente se importan y “aplatanan”
palabras e incluso frases enteras con mayor o menor grado
de transformaciones estéticas y fonéticas, que adornan
“nuestra lengua materna” (¡de madre!).
Como el idioma que nos interesa para esta historia es el
inglés, refresquemos algunos ejemplos de lo anteriormente
expuesto: como muchos sabemos, la marca de buses Wa
&Wa, importados de “yanquilandia” a principios del pasado
siglo XX, dio origen al inmortal e indeleble nombre de
nuestras “guaguas”.
Asimismo, el nombre de una internacionalmente reconocida
y afamada marca de vehículos rurales norteamericanos,
“Jeep”, se transformó en el genérico de ese tipo de
transporte en Cuba, sin importar que sea realmente un Jeep,
o un “Land-Rober”, un “Willys”, o un “Toyota” e incluso un
“Gas 69”, sencillamente se llaman “yipi”. Solo en caso de
que el yipi sea un poco más grande y tosco, como es el caso
del Uaz soviético, escaparía a este calificativo para pasar a
llamarse de una forma muy diferente: “yipón”.
Claro está, debemos acotar que el machacamiento
hispánico del idioma de Shakespeare no es ni mucho menos
un invento solamente cubano, este proceso lingüístico tiene
su origen y mayor desarrollo en los propios Estados Unidos
de Norteamérica, gracias a la multinacional avalancha de
latinos, que hacia ella fluyen desde los hasta hoy “desunidos
estados suramericanos”, fundamentalmente mejicanos,
boricuas, cubanos, dominicanos, etc., que dieron origen a
esa variante del inglés conocida como “spanglish” (“la
mother mía se fue pa` la cherch”) que se habla a todo lo
ancho del territorio “yuma”, desde el sur de la Florida
(“miami") hasta California y hasta en el mismo corazón del
213
Imperio, es decir en la cosmopolita ciudad de Nueva York
(“¡la gente del Bronx!”).
Pero volvamos nuevamente a Cuba, donde el síndrome del
cubaneo no se queda en la calle, ni en el lenguaje popular,
la actividad científico-técnica no escapa a su influencia y la
geológica no es la excepción.
El desarrollo de los medios de cómputo y los equipos
electrónicos ha traído la inclusión de anglicismos a nuestro
léxico geológico, pero no anglicismos puros ni sofisticados,
sino anglicismos a lo cubano. Así, por ejemplo, los
Geographic Information Systems (GIS) no fueron nunca
llamados correctamente al cubanearse; los más excelsos
científicos cubanos jamás pronunciaron “yi-ai-es” en inglés,
ni se molestaron en llamarlos “sig” (Sistemas de Información
Geográfica), o sencillamente “gis”, en español. No, nada de
eso, para nosotros se llaman híbridamente “yis”. Lo mismo o
algo similar, le sucedió a los Global Positional Systems
(GPS), que raramente son llamados “ge-pe-ese” y tampoco
“yi-pi-es”, menos aún “ese-pe-ge”, no señor, ese equipo, por
obra y gracia de la simbiosis idiomática del cubaneo se
llama “yi-pi-ese”.
Estoy convencido de que para la mayoría de los que hayan
llegado a este punto de la lectura, toda esta “trova”, debe
haber sido bastante aburrida, cuando no, poco interesante.
Sobre todo para aquellos a quienes les da lo mismo ocho
que ochenta, los asuntos relacionados con el idioma y la
fonética y que no se inmutan incluso, cuando un locutor de
radio o un periodista dice “verdag” por “verdad” o “relot” por
“reloj”.
Me atrevería a apostar, que muchos colegas en la Geología,
conociéndolos como los conozco, estarán a punto de
remitirme a mis ancestros. Pero sé que me perdonarán
214
cuando lean el final de la historia y la causa de tan
prolongado prolegómeno.
En el “cash board”, perdón, el “comité de caja”, se valoraba
la necesidad-prioridad de invertir parte de los escasos
recursos en divisa en la adquisición de un, por aquel
entonces, novedoso, desconocido y por tanto sospechoso
Sistema de Posicionamiento Global (GPS), cuya solicitud
había sido promovida y era fervientemente defendida por
algunos técnicos que recientemente habían terminado
estudios “afuera”.
El precio del enigmático (para la mayoría de los presentes)
aparato, al cual se referían en la variante cubaneada de sus
siglas, a saber, “el yi-pi-ese”, andaba entonces por los
800.00 - 900.00 CUC, suma nada despreciable. Muchos de
los presentes abogaban a favor de la compra de una cámara
fotográfica digital, que además de ser muy necesaria,
también, era mucho más “potable”, es decir, conocida y
entendida por todos, sin necesidad de muchas explicaciones
ni argumentaciones.
No obstante, los partidarios del “yi-pi-ese”, obstinadamente
insistían en sus argumentos, exponiendo las ventajas de
contar con un equipo que permitía ubicarse exactamente en
el campo con una precisión de centímetros, lo cual
representaba una mejoría incalculable a la hora de colocar
cualquier punto en el mapa, incluso, la capacidad de trazar
exactamente los itinerarios y archivarlos electrónicamente
en su “memoria”, para luego ser “descargados” en las
computadoras, cosa de valor inapreciable para el mapeo
geológico; que además era capaz de conducir al portador a
un punto o varios puntos cualesquiera, con solo introducirle
previamente las coordenadas; se argüía además que la
mayoría de los geólogos a nivel mundial, ya ni siquiera
215
imaginaban salir al campo sin el famoso “yi-pi-ese”, etc.,
etc., etc.
Los argumentos eran sólidos y contundentes, sobre todo
para los técnicos que participaban en el debate, pero para la
mayoría de los administrativos, economistas, entre otros la
idea de contar con una camarita que dejara memoria gráfica
digital de cuanta actividad se llevara a cabo en el centro, era
mucho más atractiva. Por fin, después de más de una hora
de argumentaciones y contra-argumentaciones, llegó el
momento de la votación.
Aquí fue donde el cubaneo entró a jugar su papel decisivo
para favorecer al “yi-pi-ese” de la forma más increíble y
jocosa: uno de los miembros del “cash board", sin perdón,
específicamente el representante de los trabajadores, quien
había dormitado olímpicamente durante la mayor parte de la
discusión, saliendo de su letargo expresó su punto de vista
de la siguiente forma:
- “Bueno, señores, por una cuestión de orden, antes de votar
a favor o en contra, yo quiero que por fin me aclaren una
cosa: ¿Qué tiene el “yi-pi-ese” que no tengan los otros
“yipis” nuestros?”
216
RECURSO MNEMOTÉCNICO
Ramón Omar Pérez Aragón
Al colega Claudio Pérez…
y a su nieto
Al nieto de Claudio Pérez,
Colega en la Geología,
El abuelo lo quería
Iniciar en sus quehaceres.
Le consiguió unos talleres
Y un círculo de interés,
Donde con gran avidez
El pequeño se enfrentó
Con algo que lo llevó
Casi al borde del estrés.
La ciencia le era agradable,
Casi todo lo entendía,
Mas la terminología
Le resultó indescifrable.
Sintiéndose algo culpable,
Quiso ayudarlo el abuelo,
Con un recurso que al vuelo
El muchachito captó,
La mnemotecnia aplicó
Muy sanamente el chicuelo.
217
Su abuelito le había dicho
En una actitud estoica:
- Para la era Paleozoica
Piensa en un palito, chicho,
Para esto hay que ser bicho:
La Mesozoica, en la mesa,
Y con la misma agudeza,
La Cenozoica, en un seno,
Y pronto verás qué bueno
Se graban en tu cabeza.
Entró el chico en la pelea
Siguiendo las instrucciones.
Mnemotécnicas sesiones
Utilizó en su tarea.
Y espero que se me crea
Pues lo dijo el propio abuelo.
Después de mucho desvelo,
El resultado final
En sí no estuvo tan mal,
Mas, de risa cayó al suelo:
-Abu, -dijo el nietecitoYa la geológica historia
Me la aprendí de memoria
Y ahora te la recito:
El período más viejito
Sin duda es el Paleozoico,
El del medio, el Mesozoico,
Y el más nuevo… no recuerdo
Deja ver… ¡sí, ya me acuerdo!,
¡Sí claro, es el “Tetozoico”!
218
SOBRE LA MARCHA
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
Atiendan acá y oigan esto, en una marcha ruta de 25
kilómetros…
Punto 1: Salida del campamento. Lutitas y aleurolitas.
Punto 2: Caliza.
Sobre la marcha: Caliza.
Punto 3: Parece toba.
Sobre la marcha: Toba.
Punto 5: Creo que es toba.
Sobre la marcha: Toba y caliza.
Punto 6: Caliza.
Punto 7: Llegada al campamento. Hay lutitas y aleurolitas.
- ¡Sepan que el que vuelva a hacer una descripción de
campo como esta que he leído, les juro que mientras yo
exista, no aprobará jamás la carrera de Geología…! -Así
decía el profesor Félix Quintas, mientras daba las
219
instrucciones en una clase práctica de levantamiento
regional a los muchachos de segundo año del ISMM de
Moa.
El estudiante justipreciado en público, aún babeaba la
hamaca de saco atada en un viejo barracón de esclavos del
cafetal “La Fraternidad”. Refrescaba la resaca de la
borrachera de la noche anterior. Era un inmemorial e
impasible amanecer en el Ramón de La Yaguas.
Su “jevita”, a la que todo el mundo miraba de soslayo, lo
esperaba afuera, en el grupo, muy apenada, abrazando la
verde mochila y la flamante piqueta. Una amiga cercana
solo la escuchó decir:
- A la verdad que Pancho está loco...
- Conclusión: Repetir la marcha ruta mañana domingo, si no,
sobre la marcha, se me va de aquí para su casa -sentenció
el profesor.
220
SORPRESAS EN LOS VALLES
Evelio Linares Cala
El paisaje de la llanura del Cauto se iba transformando
gradualmente a medida que recibía los primeros rayos del
sol, hasta alcanzar un verde brillante, deleite de la vista de
los viajeros. Habíamos partido de madrugada desde
Bayamo, en una centellante camioneta Toyota blanca,
heredada de una compañía petrolera que había operado en
asociación con Cuba. Recordaba, que en 1966 había
pasado por los mismos predios investigando las rocas de
varias
formaciones,
midiéndoles
la
susceptibilidad
magnética y la densidad, pesquisa que precedía las
campañas geofísicas proyectadas.
Como medio de transportación, contaba entonces, con un
yipi ruso Gas 69, manejado por el viejo Simón, un
santiaguero de pura cepa, quien se esmeraba diariamente
para hacernos la vida llevadera y de paso vanagloriarse de
las bondades de aquel “aparato”, que nunca nos dejaba
abandonados a nuestra suerte en los llanos y montañas de
la encantadora región oriental.
221
Los alojamientos, por entonces, eran disimiles: albergues de
cuantas entidades nos dieran ayuda, como Ferrocarriles de
Cuba, el Plan de Cocos de Pilón y los del Instituto Cubano
de Recursos Minerales, aunque también nos tocó alojarnos
en barracas con haitianos devotos de cuantas creencias
trajeron de su tierra y otras adquiridas o amalgamadas en
esta región, quienes no entendían que tropezáramos en las
noches sin luz, con sus altares.
Las alboradas en los llanos y montañas de Cuba son
siempre apacibles, lo cual disfrutamos muchas veces al
partir temprano hacia lugares lejanos. Aquella mañana,
después de treinta años, nos acercábamos al poblado
Bartolomé Masó luego de haber dejado atrás Barrancas,
Veguitas y Yara.
Se habían reanudado los estudios geológicos y geofísicos
en la región para la búsqueda de petróleo, estimulados por
algunos denuncios de salideros superficiales de gas en
Yara, así como por el notable espesor sedimentario de la
cuenca del Cauto. Al decir de algunos pobladores, pudieron
ser motivo de la famosa Luz de Yara los fuegos fatuos que
ocurrían, o quizás los gases de hidrocarburos al
combustionarse. Adicionalmente, por Canavacoa, el jefe de
la brigada GF-21, Saúl Cruz, había reportado un salidero de
petróleo.
El histórico ingenio azucarero Bartolomé Masó me hacía
recordar cuando, casi clandestinamente, con apenas 16
años, leía en la revista Bohemia un reportaje con la foto de
la caseta del central, mostrando las huellas de los impactos
de las balas después de un ataque al poblado por el
naciente Ejército Rebelde.
Con aquel reportaje, se rompía la censura de prensa, pero a
un pariente mío, leerlo en una bodega le costó la cárcel,
222
además de que le rompieran la cabeza, y tener que comerse
algunas hojas de la Bohemia. Ahora, en el trayecto de Yara
al central, todo era caña de azúcar, salvo eventuales
sembrados de frutos menores y alguna vaquería,
flanqueando el rugoso lomerío de la Sierra Maestra que,
desafiante, exponía hacia el sureste los lejanos picos de las
lomas de Providencia y Minas de Buey Arriba entre otros.
A mi lado, como ayudante del levantamiento geológico,
viajaba Victoriano, todo un personaje. Con su barba negra
bien arreglada, su camiseta a la última moda francesa, unos
espejuelos
“calobares”
completamente
innecesarios,
calzando zapatos deportivos en lugar de botas, y para colmo
portando, en su mano derecha, un reluciente reloj Omega;
en conclusión, Victoriano era, la antítesis de un geólogo de
campo, más bien era el vivo ejemplo de un aficionado al
geoturismo.
De pronto, mi colaborador comenzó a cantar una de
aquellas mejicanadas, que estuvieron de moda en las
emisoras de radio al principio de la Revolución Cubana,
estimulado quizás por el paisaje serrano o por un grupo de
guajiros que con guitarras y algunos gallos de pelea,
marchaban Dios sabe hacia qué intrincado lugar de la
geografía de la agreste región. Fue entonces, cuando me
percaté de la abigarrada composición de nuestro grupo.
Clinton, nuestro chofer, no cuidaba para nada el vehículo
que manejaba. No era como Simón -el viejito chistoso y
buen chofer-, que cuando parábamos en los afloramientos,
colocaba una lona debajo del yipi y apretaba cuanto tornillo
tenía aquel sufrido carromato. Nuestro “driver” de ahora era
un rubio alocado, agraciado por la naturaleza, con un cuerpo
atlético y con una cara que atraía a las jóvenes.
223
Como lo sugería su mote, se parecía mucho a quien fuera
presidente de los norteamericanos. Solo que éste, sin ser
demasiado chistoso, era un típico jodedor cubano. Había
trabajado como guía de turismo, por lo que hablaba a la
perfección el inglés y “se le colaba” al italiano y al francés.
Se incorporó a los trabajos de investigaciones geológicas,
en pleno periodo especial, cuando las dificultades para los
trabajos en el campo, parecían diseñadas para probar la
tenacidad de nuestros geólogos.
Nos encontrábamos trabajando por la zona de Bayamo y
Manzanillo, donde se documentaban las líneas sísmicas
proyectadas por una reconocida compañía extranjera, y
cuando hacíamos paradas en algún caserío, vivienda
solitaria o pobladito, Clinton y Victoriano hacían gala de la
ostentación, montando todo un carnaval con accesorios
geológicos más o menos sofisticados, requirieran o no de
ellos.
Desplegaban una brújula japonesa “Tamaya” y aunque no
existieran rocas que picar cargaban la piqueta, ponían a
funcionar el GPS “Magellans”, agotando innecesariamente
las baterías, al cuello se colgaban las lupas obsequiadas por
REPSOL y sobre la camiseta a la moda, Victoriano lucía su
chaqueta roja de geólogo, cortesía de otra compañía
asociada.
Estos galanes, formaron una histriónica pareja que se
perfeccionaba diariamente. Como Victoriano también sabía
algo de idiomas, principalmente inglés y portugués,
aprendidos por las noches en las escuelas habaneras, al
llegar a las viviendas, hablaban en la primera lengua que se
le ocurriera a Clinton, mientras Victoriano le “garantizaba
toda la traducción”.
224
Cierto día, avanzada la mañana, -serían pasadas las once y
media- cuando ya el estómago comenzaba su concierto de
protestas, parqueamos nuestro Toyota frente a un aceptable
afloramiento de la Formación Manzanillo. Mientras
documentaba al son del cacareo de muchas gallinas y los
ladridos de varios perros, observé cómo nuestros
personajes partieron raudos, hacia una casita de tejas que
estaba a la vera del camino, después de desembarcar un
arsenal de instrumentos geológicos y mochilas, con el
seguro objetivo de asesinar a “paquetes y guayabas” a un
matrimonio entrado en años y a sus dos encantadoras hijas
que estaban en el portal de la vivienda. Tras regresar con
una botella de café caliente, las cantimploras repletas de
leche, un trozo de queso y seis aguacates verdes, Victoriano
pasó a relatarme lo que ya me había imaginado.
La conversación la había comenzado Clinton en su inglés
intencionalmente chapurreado:
- Y you estiudiars in High School.
- Sí, sí -reían las muchachitas que entendían el inglés de
Clinton- Estudiamos en la secundaria del pueblo.
- OK, interesting. Y estou ser egua… caites -señalando los
ejemplares de aguacates verdes que yacían sobre la mesa-.
¿Comou se dice Victorianouu?, ¿What is the name of this
vianda, Victorianous?
- No, no, Charles, this nou son viandas, this ser aguacates
para ensalada- explicaba Victoriano-.
Y tomando las hospitalarias jóvenes aquellos aguacates los
obsequiaron a Clinton, quien extrajo rápidamente un cuchillo
de monte con cabo de hueso que portaba para pelarlos.
- ¿Comou you pelar this agua….caites, señooritas?
225
- No señor, solo tiene que esperar dos o tres días y
entonces ya -Volvieron a reír las jovencitas.
- Ok, tri days, y coumerloos… Senkiu very mucho
senouritaasss. Let’s go Victorianous.
Y así terminaba una de las tantas jugarretas que con
frecuencia repetían.
En cierta ocasión les pregunté, si no sentían vergüenza de
andar engañando con aquellos embustes a personas tan
hospitalarias y sinceras. Está de más decirles, que se
hicieron los desentendidos y continuaron con sus tropelías.
Tanto era el parecido de Clinton con un estadounidense, o
un canadiense, que cierta tarde, al regresar al campamento
y queriendo llevar algún liquido espirituoso para pasar la
noche, nos dirigimos a un pobladito donde además de un
central azucarero, existía una destilería de un buen ron
cubano. Al llegar al parque, Victoriano se dirigió al primer
poblador preguntándole donde podría comprar ron.
El lugareño, un solícito oriental rápidamente le contestó:
- “Nagüito”, la terredé está al frente de la oficina de Frutas
Celestres. Allí hay del sabroso.
- Ah, no, el que nosotros queremos es del otro, no dese, del
otro ron.
- Ah, güeno, entonces compay utedes del que quieren es de
botella tapá. Pues dese hay en el bar de Luciano. A
cincuenta y siete pesos cubanos.
- No, compadre respondió Victoriano, el que queremos es
ron de pipaaaa, de pipaaaa viejo, -remarcando las últimas
palabras-, del de veinte pesooos.
226
Y sin turbarse nada, continuó el oriental señalándole con lujo
de detalles el lugar donde se emplazaba la famosa pipa. El
atento informante, quien iba acompañado por otro poblador,
reparando en el reluciente Toyota blanco, así como en las
caras y fachas de Victoriano y Clinton, sin temor a ser oído
le dijo al amigo:
- Ah carajo, nagüe, andan en un carro “chopin” y comprando
ron de a veintes peso. ¡Cómo han aprendío etos etranjero!...
Clinton ahora es todo un gerente, propietario de una de las
“paladares” más famosas de La Habana. Oferta a sus
clientes -muchos de ellos italianos-, todas las comidas
típicas de la península itálica, sazonadas además, con una
sarta de mentiras sobre sus expediciones geológicas en el
territorio cubano.
La última vez que trabajamos juntos, fue hace dos años. Me
designaron para hacer un trabajo estratigráfico en el valle
del Alunado por la zona de Mayajigua. Un día antes del
regreso, visité un bohío donde decían que habían
encontrado asfalto en un pozo criollo. No teniendo al lado al
otro compinche, al terminar nuestro trabajo por la zona,
Clinton me invitó a comprar una ristra de ajos en un
intrincado lugar por la falda de una loma. Para no faltar a
sus andanzas, me pidió que desplegara mi GPS, la brújula,
piqueta y los mapas, “para impresionar” a aquel “guajiro
bruto”, para que, pensando que éramos personajes
importantes de La Habana nos bajara el precio de las ristras.
Como que a nuestros choferes los habilitan de “tronkin” para
comunicarse con el jefe de transporte en el centro de
trabajo, Clinton remataría al llegar a la casa, conectando su
dispositivo y llamando a La Habana. Así lo hizo, solo que
aquel equipo comenzó a pitar constantemente sin lograr
comunicarse. Para sorpresa del chofer, el guajiro que lo
227
observaba mientras preparaba una ristra de grandes
cabezas de ajos “chilenos”, sacó de su bolsillo un flamante
teléfono celular diciéndole:
- Hijo, aquí hay poca cobertura, súbete un poquito más
arriba de aquella loma, que allí no hay lío. Yo acabo de
hablar con mi mujer que está en Venezuela de enfermera.
A Clinton aquel día, le pareció que en el valle del Alunado,
había ocurrido un sismo de grado siete en la escala Richter.
228
UNA GUERRA PARTICULAR
Eugenio Casanovas Casanova
Corrían los días posteriores a la Crisis de Octubre y por
aquel entonces yo era el Segundo responsable de la Milicia
Nacional Revolucionaria en el Instituto Cubano de Recursos
Minerales. Producto de la situación vivida, durante el estado
de guerra habíamos bloqueado con sacos de arena casi
todo el frente del edificio del ICRM (actual Ministerio del
Azúcar), dejando apenas un pequeño espacio para facilitar
la entrada.
Ya habían pasado varios días desde el fin de la crisis,
cuando me encontraba en la entrada del edificio
sustituyendo al miliciano que debía cuidar la puerta porque
aquel tenía un fuerte dolor de estómago, cuando de pronto,
me vi frente al Capitán Jesús Suárez Gayol y al
Comandante Ernesto Che Guevara, por entonces Director
del ICRM, y Ministro de Industrias, respectivamente, que se
aprestaban a entrar al edificio. Ambos se pararon frente al
pasadizo entre los sacos de arena y Suárez Gayol me hizo
una pequeña señal con la cabeza para que me acercara, y
así lo hice. Al acercarme, el Che me preguntó:
229
- ¿Y esto?-Paseando su mirada por la muralla de sacos¿Tienes una guerra particular contra el Imperialismo? -me
dijo.
- No, Comandante –le respondí.
Y con la misma penetró en el edificio seguido por Suárez
Gayol, quien al pasar por el lado mío me dijo muy bajito:
- Métele mano.
Inmediatamente nos dimos a la tarea de buscar algún
camión para sacar los sacos de allí. Lo logramos al cabo de
un rato, pero algunos sacos estaban podridos y tuvimos que
hacer una pila de arena al lado de la caseta que estaba en
el parqueo aledaño al edificio.
Esta pila estuvo un tiempo allí, hasta que en dos fines de
semana volvimos a llevar la arena hacia la playa de El
Mégano, que era de donde originalmente la habíamos
sacado. Esta fue la única vez que estuve frente al Guerrillero
Heroico. Hoy recuerdo aquello con una mezcla de
satisfacción y de tristeza, pero la vergüenza que pasé
entonces no me la quitó nadie.
230
UN BAQUIANO CASI PERFECTO
Ramón Omar Pérez Aragón
Al señor Orlando Díaz, inestimable
colaborador, amigo, y excelente guía de campo
La
tarea era ardua y complicada. Se trataba de la
interpretación compleja de datos e imágenes para la
localización de materia prima carbonatada en todo el
territorio del pintoresco estado venezolano de Lara. El
trabajo de gabinete había sido ejecutado en un lapso
relativamente breve y ahora tocaba llevar a cabo la parte
más dura: la verificación en el campo de los resultados de
dicha interpretación.
Para ello contaba con suficientes recursos materiales:
mapas, fotos aéreas, GPS, un excelente vehículo y
combustible al por mayor. Los recursos humanos no eran
tan óptimos: una pequeña e inexperta tropa de técnicos
mineros recién graduados -dos “carajitos” y tres “carajitas”- a
los que debía “reperfilar” y convertir en geólogos. Eran
además tan jóvenes e inexpertos, que más que una ayuda,
231
se me antojaba que serían una impedimenta, lo cual, por
suerte, no fue así.
Los trabajos de campo comenzarían al fin en pleno verano
por la semidesértica y tórrida región del municipio Torres, en
los sectores de Los Arangues-Curarigua, con base en la
capital municipal, la hospitalaria y muy calurosa ciudad de
Carora.
Para demostrar los calificativos con que acabo de adornar
esta parte de Venezuela, baste citar un fragmento de una
famosa canción folclórica de dicho estado, un “golpe
tocuyano” que reza así: …“el gavilán del Tocuyo le dijo al de
Curarigua: hace calor en Carora, que los matos (lagartos) se
cobijan a la sombra de los chivos y cargan su cantimplora”...
Si de veras se quería que el trabajo avanzara para poder
cumplir los planes de recorrer todos los objetivos en cuatro
salidas de quince días, lo único que podría salvar la
situación era contar con un buen guía conocedor de la zona,
lo que se dice en venezolano, un excelente baquiano. Y
efectivamente, los amabilísimos funcionarios de la alcaldía
de Torres además de colmarnos de atenciones y
proporcionarnos alojamiento barato, nos recomendaron y
presentaron al hombre que necesitábamos: el señor
Orlando...
Orlando era (por entonces) un campesino de unos cincuenta
años, de estatura más bien baja, fornido y de una vitalidad
increíble. Conversador y dicharachero, mientras nos
desplazábamos por terraplenes y carreteras para
trasladarnos de una a otra zona de trabajo, se la pasaba
contando chistes e historias no siempre creíbles, donde
ponía de manifiesto sus habilidades como criador de cabras
y cerdos, leñador, cazador, cultivador de cuanta verdura
existe, castrador de colmenas (¿?), fiestero y mujeriego,
exorcista de embrujos y conjurador de espantos (¡!)...
232
Eso sí, una vez en el objetivo, pasaba de la palabra a la
acción: se desplazaba siempre delante, machete en mano
abriendo camino, limpiando afloramientos, apartando cuanta
maleza, cardón, pringamoza, “tunas de vaca” y otros
matorrales ponzoñosos; descabezando culebras -venenosas
o no- y espantando el ganado -chivos, vacas, caballos y
burros- de las áreas de trabajo. Conocedor de cuanto trillo y
atajo existiese y con una inteligencia increíble, era capaz de
memorizar las características de las rocas y llevarnos
siempre por la vía más expedita a cuanto afloramiento de
“calixa” -según su propio léxico- había en la región. Sabía
incluso donde hallar concentraciones de fósiles,
generalmente ammonites y moldes de bivalvos, a los que
clasificaba invariablemente como “tortugas de piedra”.
Dispuesto siempre para el trabajo, y hombre de gran
resolución y entereza era, en resumen, el baquiano casi
perfecto.
Esto de “casi”, no es solamente por aquello de que “no
existe obra humana perfecta”, lo cual pudiera incluso ser
discutible, se trata de que siendo por contrato, además de,
el encargado de viabilizar el acceso pronto y expedito a los
objetivos de trabajo, el responsable de nuestra seguridad,
cierta
contradictoria
debilidad
ante
determinado
insignificante bicho, pusiera en entredicho sus propias y
cercanas recomendaciones acerca de su valor a toda
prueba, del que todos estábamos casi convencidos. Su
valentía, aparte de que podía “inferirse” de sus historias
fantásticas, donde lo mismo desafiaba al demonio que se
enfrentaba a jaurías de perros endiablados y toros salvajes,
había quedado “demostrada” el día que nos salvó a todos de
morir aplastados por la estampida de reses que provocara
irresponsablemente una parte de los propios miembros de
nuestra expedición.
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La historia ocurrió más o menos así: Las anchas capas de
calizas de estratificación gruesa afloraban horizontal y
majestuosamente desde el mismo piedemonte del cerro que
se erigía sobre la ancha planicie intramontana ocupada por
la “playa” de arenas semicompactas, resultado del
intemperismo sobre rocas silíceas, espacio cubierto de un
pasto ralo y reseco.
Para llegar a los citados afloramientos sería necesario
cruzar el amplio potrero donde pastaban impasibles unas
hermosas cuarenta o cincuenta vaquillas de la raza cebú, a
juzgar por su bella coloración blanco tiznado y la
inconfundible mini giba ubicada en la parte posterior del
cuello. Dejamos nuestra flamante y nívea camioneta Nissan
Frontier del lado de acá de la cerca y entramos en la
estancia después de alertar a los jóvenes del grupo que se
mantuvieran en silencio para no molestar al ganado. Pero no
bien cerrada la puerta de alambre, todas las vacas
levantaron recelosas la cabeza, irguieron las orejas y fijaron
su atenta y nerviosa mirada en los intrusos que acababan de
invadir sus predios.
El baquiano y quien esto escribe seguimos adelante por el
amplio camino, especie de terraplén sobre las arenas, sin
prestarles mucha atención, pero el resto de la tropa, es decir
los dos “chamos” y las tres “chamas” se quedaron
rezagados ante el temor manifiesto de una de ellas, que se
negaba a avanzar entre sollozos y otras exageradas
expresiones de miedo.
Esta coyuntura fue aprovechada por uno de ellos para
gastarle una broma a la miedosa, echándose de pronto a
correr en el supuesto de que las vacas los agredían, lo cual
bastó para que todos y todas echaran a correr, incluyendo
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las vacas que se asustaron tanto o más que los humanos,
lanzándose en frenético tropel detrás de los jóvenes.
La gritería de las chicas y el ensordecedor retumbar de las
doscientas “macetas de pezuña hendida” sobre el camino,
nos hizo voltearnos. Debo confesar que un estremecimiento
de terror me recorrió el cuerpo, dejándome paralizado sobre
el camino como si fuera un pétreo relicto de caliza, los
jóvenes en su desbandada pasaron junto a mí, mientras que
el baquiano se adelantó de forma decidida, diríase que
heroica, agitando su sombrero y voceando a todo pulmón,
logrando que la vacada abandonara el camino y se internara
en el pasto, pasando de largo junto a nosotros en
vertiginosa avalancha, yendo a detenerse al fondo del
potrero, justo donde se alzaban “los andamios” de calizas.
La risa y la chanza irresponsable de los jóvenes, fue
abruptamente cortada por la severa reprimenda que
recibieron del señor Orlando, sin duda convertido en el
héroe del día. Una vez calmados los ánimos continuamos la
marcha directamente en dirección al rebaño, pero esta vez,
como medida de seguridad, cruzamos la cerca que servía
de limite al potrero y avanzamos paralelamente a la misma
hasta llegar a nuestro destino, a pesar de las protestas y los
sollozos de la chama, que aún del otro lado de la alambrada
temblaba de miedo ante la cercanía de la manada, lo cual
no impidió que realizáramos el trabajo de describir, medir y
tomar muestras del enorme afloramiento calcáreo. Ahora
bien, si la actuación del baquiano ese día había sido digna
de una medalla al valor, la del día de las abejas…
Ya durante sus fabulosas historias de trayecto, le habíamos
oído contar a Orlando una, en la cual, enjambres de “abejas
asesinas” habían acabado con la vida de una vieja, parienta
suya, y de un perro tuerto que no las había visto venir,
235
cuando lo atacaron precisamente por su lado “oscuro”…
Otra vez, se le había visto nervioso cuando advirtió no hacer
bulla ni golpear las rocas para no enfurecer a las abejas,
pero estos no habían constituido indicios suficientes para
sospechar el terror que sentía aquel hombre por dichos
insectos. Eso solo se pondría de manifiesto el día de la otra
estampida…
Atravesábamos un apartado y agreste paraje de la región
occidental de la norteña Sierra de Baragua, en el afán de
visitar unas cimas cupuliformes supuestamente calcáreas
que en las imágenes del satélite parecían coronar a manera
de casquetes aislados, tres cerros bastante altos. Una vez
en el campo, mientras nuestro vehículo bordeaba una de las
tres elevaciones de interés, dimos de lleno con los derrubios
de bloques y fragmentos de caliza gris sobre el camino.
Emprendimos el difícil ascenso por la escarpada pendiente,
con el objetivo de muestrear y describir las rocas in situ. En
dicho empeño empleamos alrededor de veinte minutos,
pues aunque la base de los afloramientos estaría a unos
doscientos o trescientos metros sobre el camino, el acceso
estaba plagado de maniguas y bloques sueltos de la misma
caliza, agravado por la profusión en estos de la peor de las
modalidades del carso, los famosos lapiez o dientes de
perro.
El baquiano abría trocha con su temible y filoso machete
punticurvo y avanzaba con su acostumbrada resolución e
intrepidez. Ya casi nos reuníamos todos a la sombra de la
pared vertical de la enorme cúpula carbonatada y
comenzaba yo a dar los primeros golpes con la piqueta,
cuando las abejas-soldado de varios panales que pendían
del piso de un estrato que sobresalía en lo alto, se
abalanzaron en picada sobre el grupo de intrusos.
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Esta vez, la estampida fue liderada por el baquiano, quien
voló más que corrió por encima de los bloques de roca,
deshaciendo en menos de tres minutos el camino que
habíamos hecho en veinte, el resto no se quedó atrás, a
excepción de una de las chamas en cuya larga y negra
cabellera se enredaron un par de abejas, a cuyo zumbido
respondía ella pidiendo socorro a voz en cuello sin que
nadie le prestara la menor atención; este mortal por otro
lado, en el afán de apartar uno de los alados agresores, le
había dado un guantazo a los lentes y en el tiempo que
tardé en recuperarlos del suelo fui severamente aguijoneado
detrás de una oreja. Recuperados los anteojos, corrí a
socorrer a la colega que se sacudía desesperadamente a
manotazos la melena sin parar de gritar…
Salimos del campo de acción de las abejas y nos reunimos
con el resto del grupo junto a la Nissan, donde todos se
desmollejaban de la risa. Claro está, a excepción del
baquiano que permanecía más serio que un megaterio y la
única víctima real del inusitado percance, es decir,
“mimismo”. Mientras me ocupaba en embadurnarme de
fango la zona afectada, por “prescripción facultativa” del
primero, supuestamente para evitar inflamaciones y mitigar
el dolor, no dejaba de sonreír para mis adentros, pensando
en las contradicciones de este mundo y de los seres que lo
habitan:
¿Cómo era posible que el mismo hombre capaz de
enfrentarse resuelta y heroicamente a una manada de vacas
en estampida, armado únicamente con un sombrero,
abandonaba todo, su quehacer y sus amigos y se daba a la
fuga ante la “embestida” de apenas una decena de
insignificantes y minúsculas abejas? Nada, que una vez más
se demuestra la valía y vigencia del refranero popular
cuando asevera que: …“hay cosas que, al parecer, parecen
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serlas no siendo, y hay otras que se están viendo, que no se
pueden creer”.
Ese día tuvimos que conformarnos con describir el
afloramiento desde lejos y muestrear las rocas de los
bloques del derrubio. También hasta ese día duró la fama de
valiente de nuestro baquiano, quien, de no ser por el terror
que le inspiraban las malditas abejas, hubiera podido aspirar
a ser un baquiano perfecto.
Grupo Cubano-Venezolano de búsqueda de calizas en el estado
Lara. En los extremos los geólogos cubanos Andrés García, J`de
Proyecto (d) y Ramón Pérez (i); el resto, de izquierda a derecha:
Leandro, Andrea, Wilson, técnicos de Ingeomin y Orlando Díaz
(el baquiano casi perfecto). 2007
238
UN MAMBÍ EN LAS CLARITAS
Jesús Hernández Hernández
Ser geólogo significa ir por llanos, montañas, ríos, mares.
La Geología, y todas las ramas que abarca esta
especialidad, que contribuye de alguna manera al desarrollo
socio económico de cualquier nación, necesitan y propician
estar en perenne contacto con la naturaleza.
La Topografía es una rama de mucha importancia que se
emplea en casi todos los trabajos de superficie. En la
Geología, es la base en la que los geólogos se apoyan para
hacer cualquier proyección, en la ubicación de pozos,
trincheras, trazados de perfiles, por lo que constituye el
pelotón de avanzada para los trabajos geológicos de campo.
Esta historia le habría podido suceder a muchos de los
geólogos, geofísicos, perforadores de la misión de
colaboración cubana que prestaba servicios geológicos en la
hermana Republica Bolivariana de Venezuela en todas las
ramas de la especialidad, mientras se encontraban inmersos
en la culminación de etapas de diferentes proyectos. Sin
embargo, le sucedió a la comisión de trabajos topográficos
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que laboraba en el proyecto de prospección aurífera en Las
Claritas, una remota región en la parte suroriental del
inmenso Estado Bolívar, en esa hermana nación.
Una mañana cualquiera, de esos días en que la faena de
trabajo de campo se torna pésima, después de haber
terminado el trazado de líneas, perfiles o picas, como
también suele llamárseles, en uno de los sectores del
proyecto que tiene por nombre “Biskaitarra”, nos
proponíamos hacer los preparativos para la ubicación del
próximo sector de trabajo.
Los integrantes de la “cuadrilla” de topógrafos, que es como
se le llama en Venezuela a una comisión de topografía,
estaba integrada por un instrumentista y cinco obreros que
laboraban como cadeneros y ayudantes, más un operador
de motosierra para un total de ocho personas, todos ellos
venezolanos, excepto el que narra esta anécdota, que se
desempeñaba como asesor técnico, por la parte cubana.
A todos ellos les había orientado verbalmente, aunque sobre
la base de los parámetros técnicos necesarios para ello,
todo lo que debíamos hacer para la ubicación del que se
llamaría “Sector IV” del proyecto antes mencionado. Ese día,
ya en el área del sector comenzamos los trabajos. Debo
aclarar que esto sucedió en plena selva venezolana, donde
el trabajo se realiza bajo todo tipo riesgos, entre ellos la
presencia de animales peligrosos, lo cual, como sabemos,
no ocurre en Cuba. En mi caso particular, prevenido de esta
coyuntura, siempre estaba con el machete listo, como arma
de guerra para cualquier eventualidad.
Una vez posicionados en el punto inicial le indiqué a
Franklin, el instrumentista, que enfocara el equipo hacia el
punto de orientación de atrás y a partir de ahí hacer un giro
para comenzar a ubicar el nuevo sector. Ya ubicada la
240
visual, los ayudantes comenzaron su labor cotidiana de abrir
la trocha (pica). Al rato, cuando habían avanzado abriendo
monte y estando ya a una distancia de aproximadamente de
unos doscientos metros de nosotros, comenzaron a
desencadenarse los acontecimientos de la forma siguiente:
El instrumentista se dirige a mí en estos términos: ¡Cónchale, Jesús!, hay una rama que está atravesada en la
visual, mi pana, y hace falta apartarla.
- ¿Dónde?, -le pregunté yo- ¿es de las que están cortadas?
- No, - me dice él- no, es de las que se le quedaron atrás a
los obreros.
Como el lugar señalado por Franklin estaba a una distancia
de diez o doce metros de donde estábamos con el equipo,
fui con mi machete dispuesto a cortar la supuesta rama,
pero al llegar me percaté que no eran unas simples ramas,
sino una pequeña maleza que estaba en el borde un
arroyuelo. Las chapeé rápidamente, terminando lo cual
regresé junto al equipo. Mientras esto sucedía, los obreros
continuaban avanzando y alejándose cada vez más de
nosotros.
Al llegar junto a Franklin, me puse a comentar con él sobre
otros métodos de trabajo, a la vez que aprovechaba para
tomarme un descanso de la faena que había realizado. Pero
cuando me puse a observar las ramas que había cortado,
donde casi me había tenido que acostar para lograr
apartarlas completamente de la visual, al fijar bien la vista en
la pequeña maleza que rodeaba el lugar, noté algo parecido
a una espiral que colgaba de unas ramas y que se meneaba
como el péndulo de un antiguo reloj. No pude reprimir mi
asombro al percatarme de que lo que se meneaba no era
241
otra cosa que la cola de una enorme serpiente, por lo que le
dije al colega venezolano:
- ¡Franklin, mira qué tronco e` culebra!
- ¿Dónde?, - preguntó él. Y diciendo eso y estar a unos diez
metros de mí fue lo mismo. Evidentemente asustado, el
instrumentista se alejó en sentido contrario a la visual que
llevaban los obreros. En ese momento comenzó la odisea.
Llamamos a todos los obreros por los radios de
comunicación, alertándolos de la situación que teníamos,
pero de todos ellos, solamente vinieron tres hasta donde
estábamos nosotros, mientras los demás se quedaron en la
pica.
Los que llegaron, lo hicieron, con caras de asombro al
escuchar en sus radios la palabra “culebra”, pero cuando les
indiqué el lugar donde se hallaba el bicho, sus rostros
reflejaron algo más que asombro. Allí se formó el
pandemónium: los obreros empezaron todos a decir cosas
al mismo tiempo, se daban órdenes y orientaciones los unos
a los otros pero ninguno se decidía a hacer nada en
concreto:
- ¡Coronel!, ¡verrrrga, mi pana, mírala allí está!, ¡dime,
cubano!, ¿te picó?
- No, mi pana, a mí no, -le dije- pero mira ver si a Franklin lo
mordió, porque está más pálido que un muerto.
En eso llega el Maracucho con una estaca en la mano y
pregunta: -¡Inmortal!, ¿dónde, dónde está?, ¡ah!, mírala allí,
esa debe estar medio dormida porque ni se mueve.
- ¡Maracucho, vamos a “bajarla” antes que se meta a la
quebrada, no joda! - decía el Coronel, pero no se movía.
- ¡Primero cortaré una varita! -decía el Inmortal.
242
- ¡Le voy a tirar esta estaca para ver que hace la marica! –
terciaba el Maracucho, pero tampoco hacía nada.
En eso, al parecer molesta por la algarabía, se estiró la
culebra tratando de llegar al suelo… ¡era realmente larga!
- ¡Dale Maracucho, que no llegue al suelo la muy pendeja! gritaba Coronel.
Lan, Arón y Pedro se habían quedado en la trocha,
supuestamente para proseguir el avance de la misma;
Franklin seguía alejado y yo, a una distancia prudencial…
Los obreros lograron atajar y cercar a la culebra antes que
llegara al arroyo. Ya en el suelo, sintiéndose acorralado,
aquel animal se alzaba amenazadoramente a más de medio
metro sobre el terreno y bufaba como una fiera enjaulada.
Según mi criterio propio, la bicha medía como tres metros y
algo. Me acerqué un poco para ver de cerca aquel ejemplar.
A esas alturas, continuaba el intercambio de órdenes, pero
nadie tenía valor para aniquilar el animal, que cada vez se
ponía más furioso:
- ¡Dale, Coronel!, ¡c…, que se va, marico!
- ¡Dale, Inmortal! ¡No te quedes ahí de agüevoniao!
- ¡Métele tú Maracucho, güevón!
- ¡Cuidado Inmortal, que se te va a tirar!
En ese momento, indignado por tanta indecisión, parece que
se me encarnaron las ánimas de mis ancestros. Yo no sé de
dónde me salió tanto valor, el caso es que todos se
apartaron cuando con mi machete en mano le fui arriba al
peligroso animal y como si me trasladara a la época de los
mambises, le di machete a la culebra como cualquier
compatriota de aquella época independentista en nuestro
país le hubiese dado a una columna enemiga, después de
243
tal rapto de locura, porque bien se le puede llamar así, uno
de los obreros se me acercó y me dijo:
- ¡¿Te volviste loco, cubano?!, esa cuaima que has
macheteado es de las más venenosas.
- ¡Vamos a medirla! –dijo uno.
- ¡Sí!, ¡vamos a ver cuánto mide! – exclamó alguien.
- Eso es si juntamos todos los pedazos, -terció otro- ¡porque
esto parece carne molida!
Lograron juntar todos los pedazos del bicho y lo midieron.
Dijeron que tenía una longitud de 2.95 m, pero yo sigo
pensando que tenía tres metros y algo más…
Maracucho, Coronel e Inmortal son los apodos de los
obreros Abel, Tulio y Víctor José respectivamente.
Pana: es una palabra que se usa en muchos países de
Centroamérica, el Caribe, así como Venezuela y Colombia
para llamar a un amigo.
Cuaima: especie de serpiente venenosa, abundante en la
región oriental de Venezuela
244
ZAPATERO, A TU ZAPATO
Ramón Omar Pérez Aragón
Cariñosamente al Furra,
quien me honró con su amistad.
Mi querido profesor
Furrazola, el eminente
Paleontólogo, docente,
Geólogo ilustre, doctor,
Muy modesto, hombre de honor,
Me contó que un día, estando
De rutina trabajando
En quehaceres de su ciencia,
Lo vinieron con urgencia
De la Academia buscando.
Resultó que de allí un par
De académicos famosos,
Estaban muy deseosos
De poderlo consultar,
Con el afán de aclarar
Una duda que tenían
Sobre unas rocas que habían
245
En Pinar del Río hallado
Y en un sitio señalado
De su oficina yacían.
Como me dijo, diré
Que a aquellos hombres de ciencia,
Geógrafos de gran sapiencia,
Massipp él, ella Isalgué,
Lo que les ocurrió fue,
Que los dos sabios doctores
No conocían los rigores
Propios de la Geología,
Ya que ésta y la Geografía
No son lo mismo, señores.
La doctora le mostró
La roca que habían hallado,
La que, según un tratado
De ciencia que consultó,
Mucho se le pareció
Aquel ejemplar hermoso,
A ella y a su buen esposo
Que la secundaba estoico,
A un coral del Paleozoico,
Lo cual estaba dudoso.
Nuestro geólogo escuchaba
Con bastante reticencia,
Ya que un vuelco de la ciencia
La hipótesis resultaba,
Si al final se demostraba
Que en Pinar, en cualquier lado,
Ellos habían encontrado
Corales del Paleozoico,
246
Cuando allí, del Mesozoico
Las edades no han bajado.
Les dijo: - “lo que he observado
Parece una concreción,
Muy común en la región
Donde la han colectado,
Y que debido a que ha estado
Profusamente agrietada,
Y por vetillas cruzada
De una calcita ordinaria,
Con el nombre de “septaria”
Ha sido denominada.
Los doctores lo miraron
Cual si no estuviese cuerdo,
Y a un tiempo su desacuerdo
Con él, le manifestaron.
Un tanto se molestaron
Por la opinión discordante
Del hasta ayer estudiante,
Siendo ellos, sus profesores.
Su actitud a ambos doctores
Les pareció petulante.
Pasó el tiempo y un buen día,
Los doctores lo llamaron,
Más que lo felicitaron,
Le rindieron pleitesía.
Ocurrió, que la porfía
Que aquella vez comenzaron,
Los doctores continuaron,
Y asidos a sus creencias,
A la Academia de Ciencias
247
De otro país trasladaron.
La última tecnología,
Adelantos de la ciencia,
De los sabios la experiencia,
Allí se utilizaría.
De noche como de día,
Con esmero trabajaron,
Y a una conclusión llegaron
Con certeza extraordinaria,
En la cual, como “septaria”
La roca catalogaron.
En esta historia que es cierta,
Como se puede apreciar,
Hay algo que resaltar
Pues admiración despierta.
Primero: que fue correcta,
Muy ética la salida
Que dieron a la partida
Los académicos cuando
Dieron a su ex educando
La explicación merecida.
De esta manera enmendaron
El desliz que cometieron,
Cuando no le concedieron
Valor y desestimaron
La opinión que recabaron
Del joven especialista,
Dado que el punto de vista
Que éste emitió disintiera
Del que se preconcibiera
Por la encumbrada revista.
248
De lo que nunca se habló
Fue del costo del trabajo,
Pero según el legajo
Que la doctora mostró,
En donde se reportó
Más que un simple resultado,
Todo el método empleado
En dicha investigación,
La extranjera institución
Mucho debió haber cobrado.
Por último, es evidente
Que en las cuestiones de ciencia,
Además de la experiencia
Se debe tener presente
La especialidad que ostente
El científico en cuestión;
Que haya colaboración
Entre las ciencias afines,
Mas, cada uno en sus confines,
Que no exista transgresión.
Que el geólogo no suscriba
El parte meteorológico,
Pero el informe geológico
El geógrafo que no escriba.
Y esto no es una diatriba,
Es un enfoque sensato,
Como cita a cada rato
El proverbio popular,
También al investigar:
“Zapatero, a tu zapato”.
249
El Dr. Gustavo
Furrazola
Bermúdez (d)
y el autor,
regresando de
un itinerario
geológico en
la región de
Bahía Honda.
1978.
250
UN PROYECTO SUI GÉNERIS
Ramón Omar Pérez Aragón15
… “y no porque te quemen,
porque te disimulen bajo tierra,
porque te escondan en cementerios,
bosques, páramos,
van a impedir que te encontremos,
Che comandante, amigo”…
Analizándolo
con calma, el citado fragmento del
conmovedor poema de nuestro Poeta Nacional, dado a
conocer el 15 de octubre de 1967, en medio aún de la
conmoción y la impotencia general por la lacerante noticia
del asesinato alevoso del Guerrillero Heroico apenas una
semana antes, el mismo parece encerrar, siempre me lo
pareció, un desafío, un reto. Es posible que dicha
percepción haya permeado de la misma manera la
conciencia de otros compatriotas y suscitara la idea y más
que ésta, la acción materializada en un proyecto inusual, sui
géneris: El proyecto destinado a encontrar y rescatar los
restos del Che y sus compañeros de la Guerrilla Boliviana.
Todavía no me explico, nunca lo supe, qué razones
motivaron a quien fuera mi primer jefe inmediato superior14
251
por allá por los últimos años de la década de los setenta,
cuando daba mis primeros pasos en la interpretación
geológica de imágenes aéreas y satelitales, y que a la sazón
se desempeñaba en un alto cargo de asesor de Geología en
el Ministerio de la Industria Básica, a “visitarme”, una
mañana de 1994, en mi modesto puesto de trabajo del
Instituto de Geología y Paleontología para confiarme una
misión estrictamente confidencial: “criticar”, desde el punto
de vista de mi especialidad, aquel proyecto15.
Confieso que la lectura de aquel inusitado fólder
cuidadosamente presillado, me producía, a medida que
avanzaba en la lectura, un indescriptible estado de
nerviosismo e incertidumbre… sencillamente no podía creer
que una tarea como aquella me hubiese sido confiada. Me
daba cuenta perfectamente de que era una cosa
completamente atípica, que se salía de los marcos de todo
en lo que hasta ese momento había trabajado, al mismo
tiempo me percataba, quizá no en toda su magnitud, de la
importancia y el alcance de la misión… mas, cuando quise
expresar mis dudas al camarada, éste solo levantó su mano
en señal de “stop” y me pidió que lo leyese con detenimiento
y que le hiciera los señalamientos que pensara que pudieran
mejorar lo ya escrito o que aportara lo que a mi juicio,
pudiera servir para enriquecer el documento. Tenía para
ello, dos o tres días. Que lo llamara en cuanto estuviera listo
el trabajo.
El proyecto había sido elaborado por colegas
geofísicos5,8,12,17,22 y se basaba por entonces, de manera
casi exclusiva en la aplicación de métodos de dicha
especialidad, dirigidos a tratar de encontrar respuestas
contrastantes de los campos físicos de la tierra a fin de
detectar discontinuidades o anomalías que revelaran –cosa
inédita, al menos en Cuba- el lugar o lugares de posibles
252
enterramientos humanos. Como eran cosas sobre las que ni
entonces ni ahora me atrevería a opinar, me limité a
recomendar el uso de algunos métodos de Teledetección,
como el empleo de tales y más cuales tipos de fotos aéreas
detalladas de las áreas de interés, tomadas antes y después
de los hechos históricos, así como algunos métodos de
procesamiento de imágenes que pudieran ayudar a restringir
sectores o detectar túmulos u otras anomalías de la
superficie; también me aventuré a sugerir se consultara con
geólogos especializados en depósitos recientes y si fuese
posible, algún especialista en geobotánica para el estudio de
los cambios en la compactación de los suelos y de la
vegetación en la zona.
Pasó el tiempo y del proyecto, como de todo lo que él
implicaba, apenas si volvimos a tener noticias. Pero hacia
principios de 1996, de forma inesperada fui llamado a la
oficina del director10 del IGP, allí recibí otra misión: la de
revisar y organizar las imágenes aéreas, incluidos algunos
videos que desde un avión se habían tomado en Bolivia.
Algunos camaradas geofísicos trabajaban también en la
tarea, bien en Cuba4,8,19, o directamente en las áreas
bolivianas5,12,13,17,18,20,21,22. Otros colegas trabajarían en el
procesamiento de las imágenes1,2,3,6,9,11,16,23. El proyecto se
estaba ejecutando, todo bien compartimentado, pero
marchaba. Cada cual en la tarea que se le había asignado.
Al fin se supo la noticia: los restos del Guerrillero Heroico y
la mayoría de sus compañeros habían sido recuperados e
identificados. En breve, la Patria entera recibiría en
ceremonia solemne, la gloriosa Guerrilla Boliviana con su
comandante a la cabeza, el Guerrillero Heroico.
Destacamento de Refuerzo, le llamaría nuestro Máximo
Líder.
253
Poco tiempo después, en un lugar de La Habana, el grupo
de científicos cubanos que trabajó de forma casi anónima,
compartimentada, en la ejecución de aquel proyecto sui
géneris, fue reunido para recibir por mediación del
Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez, la
felicitación expresa del Comandante en Jefe. Allí, algunos
de los camaradas implicados en las tareas más directas, nos
explicaron al resto, asombrosos detalles de la misión.
Nos sorprendimos además, de la cantidad de compañeros y
compañeras, varias decenas de especialistas de diferentes
ramas y organismos: geofísicos, geólogos, cartógrafos,
topógrafos, geodestas, médicos forenses, botánicos,
historiadores, pilotos, fotógrafos, camarógrafos y otros, que
habían participado en el proyecto. Allí, pensando en todo el
tiempo transcurrido desde la visita de mi ex-jefe y dicha
reunión, me hacía mentalmente varias preguntas: ¿Cuáles
de aquellos compañeros habrían ideado aquel proyecto?;
¿cuántos lo habrían revisado y aportado ideas al plan
original, transformándolo y perfeccionándolo hasta elaborar
toda una metodología de trabajo?; ¿cuántos habrían
participado en la obtención, organización y procesamiento
de datos?; ¿a cuáles les habría tocado la dicha de participar
directamente en el hallazgo histórico? Sin embargo, lo
importante era que todos y cada uno de ellos habían
aportado su granito de arena, su esfuerzo individual o
colectivo, pero con el amor y la pasión que aquel empeño
ameritaba. La tarea sin dudas había sido compleja y difícil,
más aún por la labor de zapa y desinformación del enemigo,
pero el resultado no habría podido ser mejor: Un logro sin
precedentes de la Revolución y de los hombres de ciencia
de la Patria.
Con frecuencia, cada vez que se recuerda el papel del Che
como fundador del Instituto Cubano de Recursos Minerales,
254
embrión del Servicio Geológico de Cuba, me viene a la
mente la idea y al alma la satisfacción de pensar, que los
herederos de aquella línea que él sabiamente contribuyó a
desarrollar no lo defraudaron. El Instituto de Geología y
Paleontología y varios de sus trabajadores científicos, al
igual que otros tantos compañeros de otras instituciones,
conservan hoy con sano orgullo los reconocimientos por
haber participado en la noble tarea del rescate de nuestros
héroes y mártires.
Volviendo a los versos sentidos de Nicolás Guillén que
sirven de exergo a este escrito, desde la perspectiva de hoy,
pudiera decirse que los hombres de ciencia de Cuba, y
dentro de ellos los de las Geociencias, constituidos en
Comando de Rescate, asumieron el reto del poeta
transformándolo en profecía, para orgullo del pueblo y de la
Patria agradecida. Hasta el último ciudadano de nuestro
país, al pararse hoy frente al mausoleo que guarda los
restos amados de nuestro Glorioso Destacamento de
Refuerzo, puede expresar evocando los versos del cantor:
“Ni las más viles maniobras, enterramientos clandestinos,
campañas de mentiras y desinformación expresa, pudieron
evitar que te encontráramos, Che, comandante, amigo”.
Relación por orden alfabético de los trabajadores de las Geociencias
que participaron en el proyecto de rescate de los restos del Che y
sus compañeros:
1
José Andrade Suárez, Topógrafo. Unidad de Ciencia y Técnica, UCT,
GeoCuba, MINFAR.
2
Pedro José Astraín Rodríguez, Geólogo. Grupo de Estudios Regionales,
GER, MINFAR
3
Enrique Castellanos Abella, Geólogo. Instituto de Geología y
Paleontología, IGP, MINBAS.
4
Jorge Luis Chang Bravo, Geofísico. Instituto de Geología y
Paleontología, IGP, MINBAS.
255
5
José Luis Cuevas Hernández, Geofísico. Instituto de Geofísica y
Astronomía, IGA, CITMA.
6
Edel García Reyes, Geoinformático. Unidad de Ciencia y Técnica, UCT,
GeoCuba, MINFAR.
8
Ramón González Carballo, Geofísico. Instituto Superior Politécnico J. A.
Echeverría, ISPJAE, MES.
9
Erik Hernández Daria, Geoinformático. Unidad de Ciencia y Técnica
UCT, GeoCuba, MINFAR.
10
Jesús Hernández Fernández (†), Geólogo. Instituto de Geología y
Paleontología, IGP, MINBAS.
11
José Luis Gil Rodríguez, Geofísico. Unidad de Ciencia y Técnica, UCT,
GeoCuba, MINFAR.
12
Manuel Fundora Graña, Geofísico. Instituto Superior Politécnico J. A.
Echeverría, ISPJAE, MES.
13
Leodegario Lufriú Díaz, Geofísico. Instituto de Geología y Paleontología,
IGP, MINBAS.
14
Alfredo Norman Vega, Geólogo. Oficina Nacional de Recursos
Minerales, ONRM, MINBAS.
15
Ramón Omar Pérez Aragón, Geólogo. Instituto de Geología y
Paleontología, IGP, MINBAS.
16
Eloy Eduardo Pérez García, Aerofotogeodesta. Unidad de Ciencia y
Técnica, UCT, GeoCuba, MINFAR.
17
José Pérez Lazo, Geofísico. Instituto Superior Politécnico J. A.
Echeverría, ISPJAE, MES.
18
Noel Pérez Martínez, Geofísico. Instituto Nacional de Investigaciones
Aplicadas, ENIA, MICONS.
19
Agnelio Pérez, Geofísico. Instituto Nacional de Investigaciones
Aplicadas, ENIA, MICONS.
20
José Luis Prol Betancourt. Geofísico. Centro de Investigaciones del
Petróleo, CEINPET, MINBAS.
21
Beatriz Rodríguez Basante, Geofísica. Instituto de Geología y
Paleontología, IGP, MINBAS.
22
Carlos Sacasas León, Geofísico. Instituto Superior Politécnico J. A.
Echeverría, ISPJAE, MES.
23
Lisette Torriente Martínez, Topógrafa. Unidad de Ciencia y Técnica
UCT, GeoCuba, MINFAR.
256
ÍNDICE
pag.
Prólogo……………………………………………………………….….1
Pedro Luis Hernández Pérez
Apología de la brújula geológica. A modo de introducción..............4
Ramón Omar Pérez Aragón
Al comandante Ernesto Guevara de la Serna, Che: Fundador
del Servicio Geológico de Cuba……..………………………………13
Nyls Gustavo Ponce Seoane
Amor de geólogo...........................................................................21
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
Avalúo de amor……………………………………...........................25
Ramón Omar Pérez Aragón
Bauxita………………………………………………………………….28
Ramón Omar Pérez Aragón
Brigada geológica cubano-soviética para búsqueda de hierro.….29
Jesús M. Véliz Basabe (†) y Lázaro Guzmán Castillo
Bronca en la escala de Mohs……………………………….............34
Ramón Omar Pérez Aragón
Chamaco, su amigo y el “cantao” de los cubanos……….............36
Ramón Omar Pérez Aragón
De la maniobra al guía.......................................…………….........42
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
Día de perros……………………….................................………….45
Ramón Omar Pérez Aragón
“Diversanti” en la Sierra Maestra………………………...………….51
Eugenio Casanovas Casanova
257
El almuerzo no estaba tan bueno……………………………….…..54
Jesús Hernández Hernández
El dibujante Rubio…………………………………….......................62
Ramón Omar Pérez Aragón
El imperturbable............................................................................69
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
El perdido y el comilón.………………………………………..……..73
Jesús Hernández Hernández
El pez muere por la boca………………………………………….....81
Jorge Luis Díaz Comezaña
El primer día y el gordo de espejuelos cuadrados……….............84
Ramón Omar Pérez Aragón
El ruido …………………………………………………………...……90
Orestes Francisco Carballo Otero
El socavón…………………………...………………………………...93
Nyls Gustavo Ponce Seoane
El último dibujante…………………………………….....................101
Ramón Omar Pérez Aragón
El valor de la enseñanza……………………………………………103
Odiel Estrada Molina
Estoy en la cima de la colina………………...…………………..…106
Manuel Roberto Gutiérrez Domech
Etílicos romances de brigada......................................................108
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
Geotur con perforadores……………………………………...........111
Ramón Omar Pérez Aragón
Homenaje………………………………….…………………...........121
Ramón Omar Pérez Aragón
Incomprensión……………………………….………………...........122
Ramón Omar Pérez Aragón
258
José Martí: técnicas analíticas y recursos minerales
industriales…………………………………………...……………....129
Nyls Gustavo Ponce Seoane
Jubilando al Peña……………………………………………...........135
Ramón Omar Pérez Aragón
La escalera de Maisí...................................................................141
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
La libreta de campo……………………………………………........146
Ramón Omar Pérez Aragón
La opción.....................................................................................150
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
Las montañas de Haití……………………..………………............154
Ramón Omar Pérez Aragón
Las rocas de mi camino…………………………………………….155
María Elena González Martínez
Los buscadores de… guao………………..………………...........156
Ramón Omar Pérez Aragón
Los otros primeros………………………………………………......162
Nyls Gustavo Ponce Seoane
Manga Frita............………………………………….…………...…166
Orestes Francisco Carballo Otero
Mochila........................................................................................171
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
No hay sustancia pura…………………….………………………...172
Víctor Ramos Fernández
Oficio: inspector de clases...........................................................174
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
Operación terremoto……………………………….…………..……177
Roberto Alfonso Denis Valle
259
Peripecias de Juan Herrera, un chofer de primera...…………....183
Ramón Omar Pérez Aragón
¡¿Pescando ahora?!…………………………...……………...........188
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
Pesadilla con mastodontes…………………………………...........190
Ramón Omar Pérez Aragón
Petróleo al doblar de la esquina………………………...…...........196
Ramón Omar Pérez Aragón
Piqueta........................................................................................202
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
Qué ignorante fui…………………………………..………………...203
Jesús M. Véliz Basabe (†)
¡Qué memoria!………………………………………………............205
Ramón Omar Pérez Aragón
Qué susto pasé, compadre………………………………………...211
Jesús M. Véliz Basabe (†)
Qué tiene el yipi ese……………………………………..................213
Ramón Omar Pérez Aragón
Recurso mnemotécnico……………………………………............218
Ramón Omar Pérez Aragón
Sobre la marcha..........................................................................220
Rogelio Alberto Rosales Antúnez
Sorpresas en los valles…….……………………………………….222
Evelio Linares Cala
Una guerra particular………………………………………………..229
Eugenio Casanovas Casanova
Un baquiano casi perfecto……………...………..…………...........232
Ramón Omar Pérez Aragón
Un mambí en Las Claritas………………………….………………239
Jesús Hernández Hernández
260
Zapatero a tu zapato……………………………..…………...........245
Ramón Omar Pérez Aragón
Un proyecto sui géneris………………………………..……..........251
Ramón Omar Pérez Aragón
261
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