La fuerza de la gente

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La fuerza de la gente es un tex-
to autobiográfico, encaminado a discutir la institución de la terrajería y el surgimiento de las luchas y movimientos indígenas del siglo 20 en el
suroccidente colombiano, desde la particular visión del Constituyente y ex-senador indígena,
Lorenzo Muelas Hurtado. Su condición de terrajero e hijo de terrajeros, así como de actor directo
en las luchas indígenas en cuestión, las cuales tuvieron su detonante precisamente en la terrajería,
lo hacen testigo de excepción de un fenómeno
social que es importante que sea conocido en sus
formas más íntimas. Como él mismo lo ha dicho,
la terrajería debe ser conocida:
Martha L. Urdaneta Franco
Es B.A. en Economía de la Universidad de Columbia, Nueva York, M.A.
en Economía Agrícola de la Universidad de Wisconsin, Antropóloga de
la Universidad Nacional de Colombia, con estudios de Arqueología en
la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México.
Su relación de trabajo con Guambía data de 1983. En ese año, con el fin
de apoyar al pueblo guambiano en la búsqueda de caminos para recuperar su historia, es decir, para entender su pasado como mecanismo de
fortalecimiento de su sociedad actual y futura, inició una investigación
arqueológica en su territorio. Ésta se adelantó en coordinación con el
Cabildo y con la permanente participación de representantes de la
Comunidad, en todos los campos. Pensando en divulgar los resultados
obtenidos hasta ese momento dentro del sistema educativo guambiano,
on.
en 1992 se publicó la cartilla Mananasrik w
waan w
weetotraik kko
Sus escritos sobre este trabajo arqueológico incluyen: En B
Bu
usca ddee llaas
Huellas de los Antiguos Guambianos: Investigación Arqueológica en el
uambía (tesis de grado, Universidad Nacional, Bogotá);
Resguardo ddee G
Gu
Arqueología en el Resguardo de Guambía: una experiencia en investigación histórica desde la comunidad (Jornadas Internacionales de Arqueología de Rescate III, Venezuela); Investigación Arqueológica en el Resguardo de Guambía, y Huellas de Pishau en el Resguardo de Guambía:
B o l e tí n M
useo ddeel O
ensayando caminos para su estudio (B
Mu
Orro, Nos. 22 y
31, Bogotá); y, en co-autoría con los investigadores guambianos Cruz
usca ddee llaas H
uellas ddee
Trochez Tunubalá y Miguel Flor Camayo, En B
Bu
Hu
los An
uambianos (FIAN, Bogotá).
Anttiguos G
Gu
En los últimos trece años colaboró con Lorenzo Muelas Hurtado en la
investigación y puesta en forma de este libro, y entre 1994-98 lo acompañó en sus labores en el Senado de la República, haciendo parte de su
Unidad de Trabajo Legislativo.
“no sólo entre nuestra gente, sino también por el resto
del pueblo colombiano, y no únicamente como dato
histórico, sino para ayudar a crear conciencia de la
importancia del respeto por el otro y de la imperiosa
obligación que todos tenemos de defender nuestros
derechos y respetar los de los demás.
Es por eso que considero de interés compartir mis
experiencias... y poner por escrito lo que fue y significó
el mundo de la terrajería, mirando este fenómeno
desde la óptica muy propia de alguien que desde los
primeros años de su infancia debió aprender a sobrevivir en él y a combatirlo, no sólo como individuo, sino
muy especialmente como miembro de una colectividad
sometida al mismo”.
La primera parte del libro está centrada en el proceso de
apropiación de las tierras y el trabajo indígenas, a través
de los sistemas de hacienda y terraje, que llevó a la
desvertebración del territorio y de la comunidad guambiana. Esta parte de la historia muestra cómo las condiciones de opresión propias de la terrajería generaron un
movimiento que buscaba eliminar la esclavitud y miseria
sufrida por los terrajeros, y que los llevó a una dura
lucha por recuperar las tierras que les habían sido arrebatadas por los terratenientes.
Una segunda parte narra las experiencias personales del
autor. Allí está expuesta su vida desde que nació como
hijo de terrajeros, su proceso de formación y aprendizaje,
su experiencia como terrajero, jornalero y finalmente
como extraño en las nuevas tierras a donde su familia se
vio forzada a desplazarse.
La parte final del libro comprende los últimos treinta
años de terrajería en territorio guambiano, y los procesos
de lucha que generaron la organización indígena que
conocemos actualmente en el Cauca y, a partir de ello, la
recuperación de su territorio.
LORENZO
MUELAS
HURTADO
La
fuerza
de la
gente
La
fuerza
de la
gente
JUNTANDO RECUERDOS
SOBRE LA TERRAJERÍA
EN GUAMBÍA-COLOMBIA
Lorenzo Muelas Hurtado
Dirigente indígena guambiano, ha dividido su vida entre las labores del
campo y la actividad política. En 1985 fue gobernador de su pueblo, y
en 1991 fue elegido como representante de los pueblos indígenas ante la
Asamblea Nacional Constituyente que elaboró la actual Constitución de
Colombia. En su condición de Constituyente, presentó iniciativas tendientes a garantizar el reconocimiento de los indígenas como ciudadanos con plenos derechos, sus derechos como pueblos, sus territorios
como entidades político-administrativas de la República, sus sistemas
de gobierno propios, su propia jurisdicción, sus idiomas, sus propios
sistemas de educación y, en fin, su cultura toda.
Entre 1994-98 actuó como Senador de la República en representación
de los pueblos indígenas; en esa calidad presentó proyectos e impulsó y
defendió iniciativas relacionados con la defensa de la diversidad cultural y biológica en nuestro país.
LORENZO MUELAS HURTADO
C O N
L A
C O L A B O R A C I Ó N
D E
Martha L. Urdaneta Franco
INSTITUTO
COLOMBIANO DE
ANTROPOLOGÍA
E HISTORIA
Su pensamiento sobre estos temas esta consignado en varias publicaciones de sus intervenciones en reuniones nacionales e internacionales,
como las Conferencias de las Partes del CDB; el Foro Internacional de
los Países Andinos y Amazónicos sobre Biodiversidad, y otros. También
existen publicados múltiples documentos de su autoría, en revistas y
libros especializados, compilados en Colombia y en otros países de
Latinoamérica.
Actualmente disfruta de las tierras que lo vieron nacer y crecer, donde
vive y trabaja en la recuperación de variedades tradicionales de alimentos, y donde produce de manera limpia, es decir, sin agroquímicos, la
comida suficiente para su propia supervivencia, la de sus vecinas águilas
y la de los osos de anteojos que lo visitan desde hace algún tiempo.
La fuerza de la gente es un tex-
to autobiográfico, encaminado a discutir la institución de la terrajería y el surgimiento de las luchas y movimientos indígenas del siglo 20 en el
suroccidente colombiano, desde la particular visión del Constituyente y ex-senador indígena,
Lorenzo Muelas Hurtado. Su condición de terrajero e hijo de terrajeros, así como de actor directo
en las luchas indígenas en cuestión, las cuales tuvieron su detonante precisamente en la terrajería,
lo hacen testigo de excepción de un fenómeno
social que es importante que sea conocido en sus
formas más íntimas. Como él mismo lo ha dicho,
la terrajería debe ser conocida:
Martha L. Urdaneta Franco
Es B.A. en Economía de la Universidad de Columbia, Nueva York, M.A.
en Economía Agrícola de la Universidad de Wisconsin, Antropóloga de
la Universidad Nacional de Colombia, con estudios de Arqueología en
la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México.
Su relación de trabajo con Guambía data de 1983. En ese año, con el fin
de apoyar al pueblo guambiano en la búsqueda de caminos para recuperar su historia, es decir, para entender su pasado como mecanismo de
fortalecimiento de su sociedad actual y futura, inició una investigación
arqueológica en su territorio. Ésta se adelantó en coordinación con el
Cabildo y con la permanente participación de representantes de la
Comunidad, en todos los campos. Pensando en divulgar los resultados
obtenidos hasta ese momento dentro del sistema educativo guambiano,
on.
en 1992 se publicó la cartilla Mananasrik w
waan w
weetotraik kko
Sus escritos sobre este trabajo arqueológico incluyen: En B
Bu
usca ddee llaas
Huellas de los Antiguos Guambianos: Investigación Arqueológica en el
uambía (tesis de grado, Universidad Nacional, Bogotá);
Resguardo ddee G
Gu
Arqueología en el Resguardo de Guambía: una experiencia en investigación histórica desde la comunidad (Jornadas Internacionales de Arqueología de Rescate III, Venezuela); Investigación Arqueológica en el Resguardo de Guambía, y Huellas de Pishau en el Resguardo de Guambía:
B o l e tí n M
useo ddeel O
ensayando caminos para su estudio (B
Mu
Orro, Nos. 22 y
31, Bogotá); y, en co-autoría con los investigadores guambianos Cruz
usca ddee llaas H
uellas ddee
Trochez Tunubalá y Miguel Flor Camayo, En B
Bu
Hu
los An
uambianos (FIAN, Bogotá).
Anttiguos G
Gu
En los últimos trece años colaboró con Lorenzo Muelas Hurtado en la
investigación y puesta en forma de este libro, y entre 1994-98 lo acompañó en sus labores en el Senado de la República, haciendo parte de su
Unidad de Trabajo Legislativo.
“no sólo entre nuestra gente, sino también por el resto
del pueblo colombiano, y no únicamente como dato
histórico, sino para ayudar a crear conciencia de la
importancia del respeto por el otro y de la imperiosa
obligación que todos tenemos de defender nuestros
derechos y respetar los de los demás.
Es por eso que considero de interés compartir mis
experiencias... y poner por escrito lo que fue y significó
el mundo de la terrajería, mirando este fenómeno
desde la óptica muy propia de alguien que desde los
primeros años de su infancia debió aprender a sobrevivir en él y a combatirlo, no sólo como individuo, sino
muy especialmente como miembro de una colectividad
sometida al mismo”.
La primera parte del libro está centrada en el proceso de
apropiación de las tierras y el trabajo indígenas, a través
de los sistemas de hacienda y terraje, que llevó a la
desvertebración del territorio y de la comunidad guambiana. Esta parte de la historia muestra cómo las condiciones de opresión propias de la terrajería generaron un
movimiento que buscaba eliminar la esclavitud y miseria
sufrida por los terrajeros, y que los llevó a una dura
lucha por recuperar las tierras que les habían sido arrebatadas por los terratenientes.
Una segunda parte narra las experiencias personales del
autor. Allí está expuesta su vida desde que nació como
hijo de terrajeros, su proceso de formación y aprendizaje,
su experiencia como terrajero, jornalero y finalmente
como extraño en las nuevas tierras a donde su familia se
vio forzada a desplazarse.
La parte final del libro comprende los últimos treinta
años de terrajería en territorio guambiano, y los procesos
de lucha que generaron la organización indígena que
conocemos actualmente en el Cauca y, a partir de ello, la
recuperación de su territorio.
LORENZO
MUELAS
HURTADO
La
fuerza
de la
gente
La
fuerza
de la
gente
JUNTANDO RECUERDOS
SOBRE LA TERRAJERÍA
EN GUAMBÍA-COLOMBIA
Lorenzo Muelas Hurtado
Dirigente indígena guambiano, ha dividido su vida entre las labores del
campo y la actividad política. En 1985 fue gobernador de su pueblo, y
en 1991 fue elegido como representante de los pueblos indígenas ante la
Asamblea Nacional Constituyente que elaboró la actual Constitución de
Colombia. En su condición de Constituyente, presentó iniciativas tendientes a garantizar el reconocimiento de los indígenas como ciudadanos con plenos derechos, sus derechos como pueblos, sus territorios
como entidades político-administrativas de la República, sus sistemas
de gobierno propios, su propia jurisdicción, sus idiomas, sus propios
sistemas de educación y, en fin, su cultura toda.
Entre 1994-98 actuó como Senador de la República en representación
de los pueblos indígenas; en esa calidad presentó proyectos e impulsó y
defendió iniciativas relacionados con la defensa de la diversidad cultural y biológica en nuestro país.
LORENZO MUELAS HURTADO
C O N
L A
C O L A B O R A C I Ó N
D E
Martha L. Urdaneta Franco
INSTITUTO
COLOMBIANO DE
ANTROPOLOGÍA
E HISTORIA
Su pensamiento sobre estos temas esta consignado en varias publicaciones de sus intervenciones en reuniones nacionales e internacionales,
como las Conferencias de las Partes del CDB; el Foro Internacional de
los Países Andinos y Amazónicos sobre Biodiversidad, y otros. También
existen publicados múltiples documentos de su autoría, en revistas y
libros especializados, compilados en Colombia y en otros países de
Latinoamérica.
Actualmente disfruta de las tierras que lo vieron nacer y crecer, donde
vive y trabaja en la recuperación de variedades tradicionales de alimentos, y donde produce de manera limpia, es decir, sin agroquímicos, la
comida suficiente para su propia supervivencia, la de sus vecinas águilas
y la de los osos de anteojos que lo visitan desde hace algún tiempo.
La
J U N TA N D O R E C U E R D O S
fuerza
SOBRE LA TERRAJERÍA
de la
EN GUAMBÍA, COLOMBIA
gente
La
fuerza
de la
gente
J U N TA N D O R E C U E R D O S
SOBRE LA TERRAJERÍA
EN GUAMBÍA, COLOMBIA
Lorenzo Muelas Hurtado
C O N
L A
C O L A B O R A C I Ó N
D E
Martha L. Urdaneta Franco
INSTITUTO COLOMBIANO DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA, ICANH
Instituto Colombiano de Antropología e Historia
Maria Victoria Uribe Alarcón
Directora
Mauricio Pardo Rojas
Subdirector Técnico
Nicolás Morales Thomas
Jefe de Proyectos Editoriales
© La fuerza de la gente. Juntando recuerdos
sobre la terrajería en Guambía, Colombia.
© Lorenzo Muelas Hurtado
© Instituto Colombiano de Antropología e Historia - icanh
sede Calle 12 nº 2-41 Bogotá - Colombia
teléfonos 5619500-56196001 fax extensión 144
correo electrónico [email protected]
dirección url http://www.icanh.gov.co
isbn 958-8181-26-7
Asistencia Editorial
Daniel Manjarrés
Diseño y Diagramación
Camila Cesarino Costa (Elograf Ltda.)
Impresión
Imprenta Nacional de Colombia
Fotos
Las fotografías de las acuarelas de Henry Price
fueron tomadas por Rudolph, del libro de Jaime Ardila
y Camilo Lleras, Batalla contra el Olvido.
Las fotos anónimas fueron tomadas de : Archivo familia Muelas (portada, pp.
161, 165, 187, 251, 302, 375/443); Exposición Casa Cabildo de Guambía (pp.
71, 188, 501, 503, 514); Segundo Ulluné (p. 336).
Mapas
Bárbara Muelas Hurtado
Manuel Pérez
Dibujos
Bárbara Muelas Hurtado
El Icanh no se hace responsable por las opiniones emitidas por los autores
Febrero 2005 • Bogotá, Colombia
[6] l a f u e rz a d e l a g en te
Contenido
Reconocimientos
13
De cómo se armó este relato
1 Nuestros orígenes
26
Los hijos del agua
28
17
2 Las épocas más antiguas, surgimiento
de la terrajería y las primeras luchas 34
El mundo de nuestros abuelos
Los billetes de Pedro Muelas 39
Cómo los blancos se
apoderaron de las tierras
Y los convirtieron en terrajeros
La cadena del poder
Capitanes 49
38
42
46
49
Simaneros y vaqueros 50
Terrajeros llanos y pajecitos
Cabos 52
Alguaciles 53
52
La organización del trabajo
55
No había quién peleara:
los peleadores habían sido los antiguos
Los lamentos 61
Los viejos luchadores 70
Las luchas de antes del siglo 20 73
Las luchas del siglo 20 85
Parecía que todo estaba perdido 99
Los que no olvidaban la lucha 100
61
Ajusticiamiento de Domingo Medina:
otra manera de reaccionar
frente a la terrajería 105
c o n t e n i d o [7]
3 La terrajería que nos tocó vivir
a los que aún estamos vivos
110
De los Concha a Mario Córdoba 115
La familia de terratenientes Concha 115
Julio Fernández Medina, el patrón que sólo vino una vez
Warkatrapu o Santiago
122
129
Santiago y el patrón Emilio Campo 130
Cruz Tombé habla sobre los Campo 136
Expulsión de la familia de Julio Calambás 143
Santiago y los González Piedrahita 148
San Fernando
151
El Chimán y Mario Córdoba
154
Cuando llegó Mario muchas tierras
estaban en manos del misak
155
Chambas de los indígenas 170
Mario entró a quitar las tierras que tenían los indígenas 172
Nos convirtieron en jornaleros 173
Los caminos de la gente 175
Los que se fueron a otras fincas del patrón:
el caso de la familia de Joaquín Morales 179
Mario quitó la tierra a todos, pero no todos salieron 182
Votando para los partidos tradicionales 187
Sierra morena y el italiano
que no dejaba pasar ni por leña
Ambaló
192
196
Los recuerdos de Abelino Calambás 200
Lo que Efraín Pechené guarda en su memoria
4 Mis primeros años en El Chimán
Creencias y rituales
206
212
223
El médico tradicional y el nacimiento 223
Los baños en el Wikyakullupi o río Molino 226
Ritual en Tsaporaintun 228
Para que no se nos pegara el kallim maligno 229
El tsilo 230
Ofrendas al kallim 235
El Takpipisu y el kallim 236
El kallim y mi hermana Jacinta 240
Kueikmantsik 242
Cerrando el ciclo 244
[8] l a f u erz a de l a g e n te
Las personas que rodearon
el contorno de mi vida
249
La abuela Rufina murió de frío 253
Mi papá 254
5 Aprendiendo a letrear
260
6 Mis primeros trabajos
274
Yo quería una vida mejor 277
Juntando lo del mercado 282
El maíz no se siembra ni voleando, ni a manotadas
La yuca se siembra de un palo 286
Mis ojos ya sabían hacer eras 287
Pero no dejaban trabajar 289
El awelú Lorenzo llegó con las papas 291
Mi primera platica jornaleando 292
Un compromiso de trabajo con mi tío 294
7 Mis primeros viajes
298
El ulluco y el viaje a las lajas
Patipela’o en Bogotá
283
301
304
8 Abriéndonos camino en Mondomo
La compra de la finca de Mondomo
Las deudas de mi papá 315
Mis primeros viajes a Mondomo
El racimo de bananos maduritos 319
Posteriores bajadas a Mondomo 322
310
313
319
Las primeras bajadas con mi hermano Cruz
325
Adaptándome en Mondomo 328
Me dejaba solo cocinando 329
Los trabajos de tierra caliente 331
Al ganado del punto no le entra ni la muerte 332
Lo que si no nos enseñó mi papá fue a minear 334
Se burlaban de mi vestido 335
Los amigos de mi papá
¡Arde la finca! 341
339
c o n t e n i d o [9]
Mi amigo Belisario, el paez
343
Belisario me enseñó a cultivar, a cazar y a pescar
La bajada de la chucha 348
Mi primera venta de café
344
350
El sueño de un trapiche de bronce
Y me envicié a montar en carro
Soñando con una casita buena
353
361
364
Con la Federación de Cafeteros terminamos la casa
¡Y casi perdemos las tierras!
368
372
9 Las luchas de los últimos terrajeros
376
Las últimas épocas de la terrajería en el chimán:
Pacho Morales y Aurelio Mosquera 381
Aburriendo a la gente 387
Agoniza la terrajería y surgen las
primeras luchas de esa época 391
Mis inicios en el movimiento indígena:
Ya me había ido pero pensé solidarizarme
410
Mondomo fue una base para mi acompañamiento 417
La recuperación fue por etapas y comenzó
donde aún estábamos algunas raíces 420
Cooperativa Las Delicias 422
Empresa Comunitaria El Chimán 427
Finalmente el movimiento también se dividió 443
Lanzamiento de Julio Tunubalá 447
Para morir hemos nacido:
Últimos lanzamientos de los terratenientes
Los recuerdos de Jacinta 452
451
La recuperación que fue frustrada
467
Las reservas del Cabildo son para los sin tierra 477
El leído también se ha sabido equivocar: el Profesor Tumiñá
Esperando al grueso de la gente
La autoridad guambiana
[10] l a f u e rz a d e l a g en te
495
489
482
Taita segundo tunubalá y
la 1ª insurrección guambiana
Después de Santiago
Bibliografía consultada
Vocabulario guambiano
Glosario castellano
500
512
524
528
532
c o n t e n i d o [11]
[12] l a f u e rz a d e l a g en t e
Reconocimientos
Esta historia se armó juntando a mis recuerdos los que aportaron las
siguientes personas:
Terrajeros o sus descendientes
Anselmo Muelas Morales, 2000, Michambe1 , nieto de Luciano
Muelas.
Anselmo Muelas Tumiñá, 2000, Michambe, hijo de un sobrino
de Luciano Muelas.
Abelino Calambás, 2001, La Peña, expulsados de Ambaló.
Benilda Tunubalá, 2001, Morales, esposa de Juan Calambás
Sánchez.
Cruz Tombé, q.e.p.d., 1993, Siberia, expulsado por Emilio
Campo de Las Mercedes.
Encarnación Tunubalá, q.e.p.d., 1993, Jambaló, expulsada de
Las Mercedes.
Efraín Pechené, 2003, Chimán, de Ambaló.
Israel Muelas, 2001, Morales, expulsados de Chimán.
Jacinta Muelas Calambás, 2001, Malvazá, hija de nutata
Anselmo Muelas, expulsado de El Chimán por Rafael
Concha.
Javier Calambás Tunubalá, 2000, San Fernando, hijo de Julio
Calambás, expulsado de Las Mercedes.
Joaquín Morales, q.e.p.d., 2000, La Chorrera, expulsado por
Mario Córdoba de Chimán.
José Sánchez, 2001, La Chorrera, nacido en 1928, expulsado por
Mario Córdoba de Chimán.
1
La primera mención es de la fecha y lugar de la entrevista.
r e c o n o c i m i e n t o s [13]
Juan Calambás Sánchez, 2001, Morales, expulsado por
Aurelio Mosquera de Chimán.
Julio Tunubalá Calambás, 2001, Morales, nacido en 1921,
expulsado por Mario Córdoba de Chimán.
Lino Calambás, 2001, Santiago, terrajero de Las Mercedes.
Manuel Jesús Muelas, 2000, Michambe, nieto de Luciano
Muelas.
Manuel Jesús Tumiñá, 2000, Michambe, nacido en 1923;
hijo de terrajeros en la época de los Concha.
Guambianos de tierra libre
Antonio Tumiñá Pillimué, 2001, gobernador del Resguardo
en 1973.
Francisco Tumiñá, 2001, Silvia, maestro de Pueblito.
Jacinta Paja, 2001, esposa del gobernador Antonio Tumiñá.
Mario Calambás, 2001, Silvia, gobernador del Resguardo en
1984.
Segundo Tunubalá, q.e.p.d., 2001?, Anisrtrapu, primer
gobernador del Resguardo (1980) en reconocer a los
terrajeros como misakmera.
Otros indígenas
Cenón Niquinás, 2004, Silvia, paez cuyo padre vivió en
Malvazá en tiempos de Anselmo Muelas.
Mi familia
Todos mis hermanos, desde Faustina y Manuel hasta Luis,
intervinieron de una u otra manera —bien fuera leyendo los
distintos borradores del texto, haciendo comentarios sobre
estos, buscando fotos, elaborando mapas, dibujos y demás— en
la elaboración de este libro.
Pero quienes aportaron sus recuerdos sobre las experiencias
vividas por toda nuestra familia durante las épocas de la
terrajería y en las luchas adelantadas para quitárnosla de
encima, fueron Jacinta, Luis, Bárbara y Pedro.
[14] l a f u e rz a d e l a g en te
Otros
También debo un especial reconocimiento a mi hermano
Manuel y a mis amigos, el profesor Manuel Abraham Pino y los
antropólogos Ana María Falchetti y Héctor Llanos, quienes
tuvieron la paciencia de leer todo el texto en su borrador final y la
gentileza de aportar valiosas ideas para su enriquecimiento.
A todos todos, como también a la gente del icanh por su
confianza y apoyo, y de manera muy especial a Martha Urdaneta,
por su total respaldo en cada uno de los pasos que se debieron dar
para construir esta historia, ungua ungua.
r e c o n o c i m i e n t o s [15]
[16] l a f u e rz a d e l a ge n te
De cómo se armó este relato
H
ace más de diez años, justo después de haberse terminado la Asamblea Nacional Constituyente, acompañé a Lorenzo en un recorrido de remembranza por sus tierras
de Guambía. Mientras caminábamos por esos bellos parajes
paramunos, él recordaba con profundo dolor la dura realidad de
la terrajería que tuvo que vivir durante su niñez y juventud en
esos mismos lugares. Entonces regresaron a mi memoria los tristes relatos que tantos mayores guambianos me hicieran a lo largo de mis años de trabajo arqueológico en Guambía, sobre expulsiones de su s tierras, destrucción de cultivos, quema de
humildes viviendas y otras barbaridades de la terrajería. Con los
días, Lorenzo me expresó su interés por escribir su ‘autobiografía’, como una forma de contarle a las nuevas generaciones de
guambianos la dura lucha que sus abuelos tuvieron que librar,
para que hoy ellos puedan gozar de unas mejores condiciones
de vida. Me pidió ayudarle en esta labor.
Así es como originalmente nos propusimos escribir un texto
autobiográfico, encaminado a discutir la institución de la terrajería y el surgimiento de las luchas y movimientos indígenas del
siglo 20 en el suroccidente colombiano. La intención era que el
escrito contuviera la particular visión de Lorenzo sobre estos
temas, en su calidad de terrajero e hijo de terrajeros, así como
de participante directo en el proceso de desarrollo de las luchas
indígenas en cuestión, las cuales tuvieron su detonante precisamente en la terrajería.
Comenzó entonces un proceso de transcripción, revisión y
ordenamiento de los materiales grabados que Lorenzo muy celosamente guardaba, así como de largas horas de charlas y nuevas
d e c ó m o s e a r m ó e s t e r e l a t o [17]
grabaciones de sus recuerdos más sentidos, desde su niñez hasta cuando fue elegido gobernador de Guambía, en 1985. Porque
la idea era que la médula de la obra fuera la propia historia de
Lorenzo, narrada con la ayuda de una serie de entrevistas que cubrieran desde su nacimiento hasta el momento en que el movimiento indígena logró plasmar en el mundo legal colombiano
que las tierras de hacienda trabajadas mediante el terraje eran
de los indígenas, y que el proceso de ‘invasión’ era en realidad
uno de ‘recuperación’.
Su archivo de casi 300 horas de grabaciones corresponde a
reuniones de autoridades, y asambleas de base, dentro de comunidades guambianas, paeces y pastos particularmente, pueblos estos en los que se originó lo que años después vino a conocerse como Movimiento de Autoridades Indígenas de
Colombia. Inicialmente pensé que este material estaba relacionado principalmente con el desarrollo del movimiento indígena en
las décadas de 1970 y 1980, pero luego quedó claro que la mayor
parte correspondía a actividades posteriores a 1985.
Por ello, cuando más adelante el proceso de elaboración del
texto nos llevó a decidir que éste sólo incluiría el período de vida
de Lorenzo hasta que fue gobernador de Guambía, optamos por
guardar la mayor parte del material grabado para un trabajo
posterior, que cubra desde su actuación como tal, hasta cuando
fue elegido como integrante de la Asamblea Nacional Constituyente y luego como Senador de la República.
Trabajamos periódicamente durante casi trece años, con largos intervalos de interrupción, siendo el mayor de ellos el período en que Lorenzo debió representar a los pueblos indígenas en
el Congreso de la República. Durante ese tiempo, además de encontrarnos demasiado ocupados con las labores propias de su
cargo, él decidió que mientras tuviera tal responsabilidad debía
tener la cabeza clara y el corazón muy fuerte, y recordar sus años
de infancia y juventud lo desgarraba profundamente. Era casi
como pasar por un proceso de sicoanálisis, sin sicoanalista para
darle una mano.
En los fragmentos de tiempo que pudimos dedicarle a trabajar el libro, nos sucedió que entre más hablábamos y grabábamos, más sentíamos la necesidad de escuchar a otra gente,
[18] l a f u e rz a de l a g en te
especialmente antiguos terrajeros que aún estaban por ahí. Es así
como comenzamos una labor de recolección de testimonios de
lo vivido por muchos dentro de esta cruel institución de la
terrajería, en la cual, entre más aspectos aclarábamos y anotábamos en el papel, más se nos agrandaba la necesidad de seguir
complementando los recuerdos de Lorenzo con los de otros, para
así lograr una visión más de conjunto sobre lo que estaba pasando por aquellas épocas de las que él hablaba. Por eso el proceso de escribir este texto se volvió interminable, y eventualmente
tuvimos que ponerle un límite a la brava: hasta aquí y no más. Pero
a pesar de esa decisión, aún hoy, cuando escribo estas líneas sobre
el texto ‘terminado’, Lorenzo anda por Guambía ¡entrevistando a
alguien que puede hablar de cierto asunto que no quedó claro!
Y así, la idea de una ‘autobiografía’, limitada al punto de vista y los relatos de Lorenzo, poco a poco fue quedando superada,
aunque no la intención de que en este escrito primara la visión
suya sobre las diversas situaciones. Su narración se fue enriqueciendo con la perspectiva que sobre los mismos momentos y
acontecimientos tienen su familia, parientes y relaciones más
cercanas, así como otros terrajeros que vivieron experiencias similares o complementarias.
Al principio hicimos varias entrevistas juntos, pero posteriormente discutimos y acordamos el objetivo de cada una de ellas,
quedando su realización a cargo de Lorenzo. Entre 1991 y 2003
se entrevistaron muchos terrajeros o familiares suyos, como
también algunas personas de ‘tierra libre’, quienes aportaron la
visión que los guambianos del Resguardo tenían de los
terrajeros. A todos ellos se les explicó el objetivo de las conversaciones, y todos los que suministraron información incorporada en este texto estuvieron de acuerdo sobre la importancia
de sacarla a la luz pública, para beneficio de las nuevas generaciones. Se incluyeron también apartes de tres entrevistas realizadas en 1989 por Cruz Trochez y Miguel Flor, en las que yo participé. Varias de estas personas ya no se encuentran con nosotros;
murieron poco tiempo después de que sus recuerdos quedaran
registrados. De la mayor importancia fue la participación de la
familia inmediata de Lorenzo, especialmente de sus hermanos
Luis Ortega, Jacinta, Pedro y Bárbara Muelas, quienes todo el
d e c ó m o s e a r m ó e s t e r e l a t o [19]
tiempo aportaron nueva información y diferentes enfoques de
los hechos vividos por todos.
En un largo y enredado proceso por encontrar la mejor manera de presentar los relatos, tanto de Lorenzo como de las demás personas, poco a poco fui armando un texto que intentaba
tener un cierto orden cronológico. Éste era revisado por Lorenzo de manera permanente, para su aprobación tanto del ordenamiento que iba adquiriendo el material, como de las ediciones
al mismo. Los dos teníamos claro que, aunque la tarea de escribir
tenía que adelantarla yo, él debía mantener el control sobre el
enfoque, el contenido y la forma de relatar la historia.
Siempre busqué respetar el conjunto del pensamiento de
cada persona, así como su manera de contar las cosas. No obstante, ocasionalmente el material fue editado, con el visto bueno de Lorenzo, cuando consideré que ello era necesario para una
mejor comprensión y fluidez de los relatos. Sin embargo, por tratar de no fragmentar mucho las narraciones, el margen de flexibilidad para armar no era muy grande, por lo que a veces el texto no resulta tan fluido como hubiéramos querido.
Las charlas con Lorenzo y con algunos miembros de su familia se hicieron casi siempre en castellano; pero la mayor parte
de las entrevistas con otras personas fueron hechas en lengua
guambiana. Debe quedar claro entonces que la mayoría de las
narraciones hechas por personas diferentes a Lorenzo están relatadas de la manera como él se expresa en castellano, pues fueron suyas las traducciones.
A medida que íbamos construyendo el texto me golpeaba
cada vez más lo cíclica que parecía ser la historia de los terrajeros
guambianos. Casi nunca nadie, incluyendo al mismo Lorenzo,
daba fechas precisas para nada, y terminábamos sin saber si se
estaba hablando de hechos ocurridos en el siglo 19, o en cuál
década del siglo 20. Los terratenientes específicos también parecían carecer de importancia en muchos casos, y a veces ni siquiera sabían de algunos de ellos; en cambio, como descubrimos
posteriormente, pensaban que había sido patrón quien nunca fue
propietario, y con frecuencia tenían mayor conocimiento de los
mayordomos y administradores, con quienes tuvieron un contacto más directo. Y como la realidad parecía ser siempre la mis[20] l a f u e rz a de l a g en te
ma: los mismos terratenientes abusivos, las mismas expulsiones,
las mismas quemas de ranchos, las mismas destrucciones de
cultivos, el mismo comportamiento feudal, parecía como si la
historia vivida por los terrajeros siempre se hubiese repetido,
siempre hubiera sido la misma.
La historia de los guambianos, desde su perspectiva, se comenzó a escribir no hace mucho, casi a la par con el inicio de la
recuperación de sus tierras. En ese entonces ellos tomaron la decisión de buscar las huellas de sus antepasados, en un intento por
recuperar su historia, con miras a contribuir al fortalecimiento
de su sociedad actual. Pues como se dice en Guambía, “el futuro
está atrás, en las huellas de nuestros antepasados, y recuperarlas
significa abrirse con mayor claridad el camino hacia adelante”.
En ese proceso se comenzó a trabajar la historia más antigua, la
de antes de la llegada de los españoles, a través de la arqueología
y la tradición oral (ver Urdaneta 1987, 1988, 1991 y Trochez, Flor
y Urdaneta, 1992). En este trabajo no se tocan esas épocas, pues
la terrajería es un fenómeno post-Conquista, que se debe estudiar principalmente a partir de los recuerdos que la gente aún
guarda en la memoria, y de documentos de archivo.
Varias personas, incluyendo algunos guambianos, han trabajado crónicas y archivos en Popayán y Quito, para conocer lo que
quedó registrado desde el momento en que los españoles invadieron su territorio y su vida. Por ello se sabe del robo de sus
tierras a través de mercedes, composiciones y haciendas, y de la
explotación de su trabajo mediante encomiendas, mitas y demás.
Pero de la terrajería no se conoce con precisión la manera como
se originó, ni el momento exacto en que ello sucedió. Es posible
que sus antecedentes se encuentren en la mita y que se haya establecido en el siglo 18, cuando ésta terminó, y se fortaleció la
hacienda, como se plantea en el texto.
Lo que sí se sabe es que la terrajería se implantó en Guambía
en las tierras más bajas y planas, conocidas como Gran Chimán.
Éstas, las mejores desde el punto de vista agrícola y pecuario,
fueron las que los españoles y sus descendientes se apropiaron y
luego convirtieron en haciendas. La terrajería es un sistema de
trabajo algo similar al arrendamiento agrícola, mediante el cual
un hacendado hace uso gratis del trabajo indígena, a cambio de
d e c ó m o s e a r m ó e s t e r e l a t o [21]
la cesión de un pequeño lote de terreno dentro de la hacienda.
Pero la gran diferencia entre el arrendamiento y la terrajería es
que ésta última se adelanta sobre un territorio que originalmente
pertenecía a la comunidad indígena, y que le fue usurpado por
una cadena de terratenientes, quedando entonces sus dueños legítimos “como terrajeros de los robadores de la tierra”. Por eso
un terrajero o terrazguero no es lo mismo que un arrendatario,
quien voluntariamente viene de fuera de la hacienda a vender su
trabajo, a cambio de un pedazo de tierra que nunca ha sido suyo.
Es decir, el arrendatario hace un contrato con el hacendado,
mientras que al terrajero se le impone la condición de tal, después del hecho cumplido de la expropiación de su tierra. La forma generalizada de pago del terraje es en trabajo, pero, al igual
que el arrendamiento, éste también puede pagarse en dinero.
Como ya quedó dicho, la fuente principal de información
para este texto fue el testimonio oral. Pero decidimos buscar otras
fuentes, fuentes de blancos, fuentes escritas, que nos permitieran ubicar la historia del misak, de los guambianos, en un contexto temporal con medidas. Fue así como, siempre juntos, comenzamos a consultar archivos: el Archivo General de la Nación,
el Archivo Central del Cauca, el de las Cortes de la Nación, el de
la Parroquia de Silvia, la Registraduría de Silvia, el incora, y
hasta un pequeño archivo de documentos y de prensa que tienen las hermanas de Lorenzo.
Hicimos todo lo posible por armar la historia de la posesión
territorial, incluyendo los aspectos jurídicos, de la región en la
cual Lorenzo y su familia fueron terrajeros, con miras a precisar
fechas, personajes y hechos involucrados en el relato. En un intento por determinar los motivos objetivos que tuvieron que ver
con algunos hechos, como el recrudecimiento de los lanzamientos por parte de los terratenientes en ciertos momentos, tratamos también de entender —sin pretender hacer análisis profundos— un poco del mundo legal y económico que vivía el país
en general, en los diferentes momentos de la historia.
Los documentos que logramos encontrar nos fueron ayudando a aclarar y a ubicar en momentos específicos del tiempo algunos sucesos que se destacaban en los recuerdos de Lorenzo y los
demás terrajeros.
[22] l a f u e rz a d e l a g en te
Las investigaciones en los archivos y el estudio de los documentos encontrados en ellos fueron realizados de manera conjunta
entre Lorenzo y yo. Aunque la redacción de estas partes corrió por
mi cuenta, los textos correspondientes fueron leídos, analizados,
corregidos y aprobados por Lorenzo. Vale anotar que en las citas
incluidas se mantuvo la ortografía original de los documentos.
El texto final quedó dividido en dos grandes partes, en las
cuales el narrador es Lorenzo. Los relatos suyos son la columna
vertebral del mismo, mientras que las narraciones de las demás
personas fueron editadas e incluidas como citas, excepto algunas que se incorporaron de manera continua casi en su totalidad, en apartes subtitulados ‘los recuerdos de fulano de tal’ o ‘zutano habla sobre tal cosa’. Cuando hubo necesidad de hacer
aclaraciones adicionales, introduje notas a pie de página.
La primera parte, que incluye los capítulos 1, 2 y 3, está centrada en el proceso de apropiación de las tierras y el trabajo indígenas, a través de los sistemas de hacienda y terraje, que llevó
a la desvertebración del territorio y de la comunidad guambiana.
Esta parte de la historia muestra cómo las condiciones de opresión propias de la terrajería generaron un movimiento que buscaba eliminar la esclavitud y miseria sufrida por los terrajeros y
que los llevó a una dura lucha por recuperar las tierras que les
habían sido arrebatadas por los terratenientes.
Los diversos acontecimientos, para las épocas más antiguas
que se tocan en el texto, es decir, finales del siglo 18 y siglo 19, fueron hilvanados con lo poco que hemos encontrado en los documentos de archivo, mientras que para el siglo 20 se les dio seguimiento tratando de ubicar temporalmente los relatos de Lorenzo
y la demás gente, los cuales, hasta donde fue posible, se complementaron con información de archivo; todo ello nos permitió
lograr un cierto contexto territorial, económico, y político para
la vida de Lorenzo.
Y así, poco a poco, fuimos armando el proceso, hasta llegar
al momento que a Lorenzo mismo le tocó vivir. Su vida encarna
la de muchos indígenas, sobre todo la de los terrajeros del
Cauca, y muy particularmente la de los terrajeros guambianos.
Para todos ellos el contacto con los blancos fue permanente,
pero la suya fue una relación servil, sin amistad ni intimidad,
d e c ó m o s e a r m ó e s t e r e l a t o [23]
desarrollada en las escasas palabras conocidas de un idioma
extraño, que no logró penetrar su pensamiento, creencias, o
tradiciones. A pesar de esa relación constante, su vida cotidiana en realidad se desarrollaba de manera aislada del mundo blanco. El contacto era restringido; se limitaba a la recepción de órdenes de trabajo, bien fuera del terrateniente o sus representantes,
o del cura, a las negociaciones en el mercado de los pocos productos que bajaban al pueblo, al seguimiento de instrucciones
cuando los llevaban a votar. La iglesia y la escuela sí lograron
penetrar bastante el pensamiento indígena; no obstante, su
mundo tradicional logró mantenerse en gran medida. El impacto
mayor sobre su cultura se produjo cuando los terrajeros debieron abandonar sus tierras y en los nuevos lugares tuvieron que
vivir entre gente diferente a ellos, que no era guambiana, debieron cambiar de lengua, de forma de vestir, adaptarse a nuevos
climas, nuevos cultivos, nuevas formas de hacer las cosas.
Pero mientras se mantuvieron dentro de su territorio, viviendo entre su gente, lograron mantener fuerte su propio
pensamiento y su vida tradicional.
En los capítulos 4, 5, 6, 7 y 8 de la segunda parte, se narra esa
cotidianidad en las vivencias de Lorenzo. Allí está expuesta su
vida desde que nació como hijo de terrajeros, su proceso de formación y aprendizaje, su experiencia como terrajero, jornalero
y finalmente como extraño en las nuevas tierras a donde su familia se vio forzada a desplazarse.
Toda esta parte del texto está claramente ubicada en el tiempo y corresponde a una transcripción textual, con algunas ediciones y algo de reordenamiento de la información, de las conversaciones grabadas con Lorenzo sobre su vida.
La parte final de esta segunda parte y del libro, o sea el capítulo 9, comprende los 30 años finales de terrajería en territorio
guambiano, y los procesos de lucha que generaron la organización indígena que conocemos actualmente en el Cauca, y a partir de ello la recuperación de su territorio. Estos últimos años de
terrajería se cuentan en gran medida a través de las vivencias
personales de Lorenzo y su familia, particularmente de la participación de Jacinta, la hermana mayor, tal y como ella recuerda
los hechos.
[24] l a f u e rz a d e l a g e n te
Por último, se elaboró un vocabulario en el cual se tradujeron
las palabras guambianas, en su mayoría topónimos, incluidas en
el texto. También se introdujo un glosario de términos en castellano utilizados en el texto, los cuales no se encuentran en la última versión del Diccionario de la Real Academia de la Lengua
Española y que podrían prestarse a confusión.
Martha L. Urdaneta Franco
b o gotá, o c t u bre de 2003
d e c ó m o s e a r m ó e s t e r e l a t o [25]
1
Nuestros
orígenes
Los hijos del agua 2
E
n el principio fue solamente el pishimisak, un
ser muy bueno, muy sabio, conocedor de todo. En ese entonces
l a tierra era muy grande, amplia y buena en todo su entorno.
Ten í a de todo; no faltaba nada.
En ese entonces el territorio guambiano era tan grande y amplio
que el ojo no alcanzaba a divisar sus límites. No era u n corralito
como los resguardos de ahora. Abajo hacia el valle estaban
Pisintarau, Piuya, Tunya, Kalutu, Turimpiu, Kolinchaku, Kilkasro,
Kalimpiu, Yautu; por los lados del volcán Puracé, Kuknuk, Patia,
Tompiu, Nupirau; hacia arriba se encontraban Pishimpala,
Ñimpipisu, las lagunas, y Panikketa, Malpasrapchak, Pantsotaro,
Tuktaro, Pullantaro, Palotaro.3
Así era nuestro territorio hacia acá, hacia allá, hacia arriba y
hacia abajo; era tan grande que no faltaba nada.
Había grandes bosques y montañas con muchos pájaros y
animales, grandes peñascos y lagunas, grandes ríos con su s grandes y
pequeños peces. Era tan completo que no faltaba nada.
Todo tenía su nombre en femenino y masculino: higuillo macho,
higuillo hembra, lechero macho, lechero hembra, mejicano macho,
mejicano hembra. Así mismo nuestras grandes lagunas tenían su
nombre. La una, Ñimpipisu, lleva ñi porque es hembra; l a o tra,
Nupitrapuik, termina en Oik porque es macho.
Ñi era Mama Chuminka, era mujer, era el pishimisak. Ella era
sumamente buena y sabia. Buscó a tata Ciru Kallim y h a bló con él
para cultivar la tierra.
2
Versión del Piuno, escrita por Bárbara Muelas Hurtado, con base en las muchas que de esta historia sobre los orígenes del pueblo guambiano hay en su tradición oral.
3
En el Glosario se encuentran los nombres de los poblados actuales.
[28] l a f u e rz a d e l a g en te
Entonces apareció el patakalu. Bajaba una nube negra y de ella
cayó el aguacero. Y empezaron a germinar las semillas origen de los
primeros alimentos. De allí vienen todas las variedades silvestres, o
del kallim, de papa, ulluco, maíz, arracacha, plátano, ají, uchuva,
mauja, alegría, y verdolaga. Todos estos cultivos requerían de alguien que los cuidara, que los trabajara, para que crecieran y produjeran. Pero entonces no había quien cuidara, ni mandara, ni hiciera
nada. No existía quien pensara. No había quien lo hiciera. Por eso
pensaron en crear gente.
Como era el pensamiento de pishimisak, desde siempre y por
siempre los ríos han sabido parir y procrearon muchos hijos del
agua a quienes denominaron pishau. Pero hacían falta personas
sabias que dirigieran y pudieran ordenar con autoridad, organizar y
enseñar la ciencia y pensamiento propios. Así fue como pensó
también crear los kasik.
Después de mucho tiempo, como Mama Chuminka era poderosa y era el pishimisak, pensaba cosas muy grandes. Desde entonces
cuidaba la mata de coca y, como era tan sabia, con ella empezó a
hacer sus ceremonias, para que sus hijos kasik llegaran y vivieran
en paz y armonía en esta tierra.
Como ella sabía que iba a parir el río, juntó 4 hojas de
verdolaga, 4 cogollos de alegría, 4 granos de maíz capio, 4 pepas de
yacoma blanca y las lanzó 4 veces a su derecha y 4 a su izquierda,
pidiéndole al espíritu de la naturaleza que los hijos que llegaran a
esta tierra pudieran vivir en paz y en armonía con ella.
De ahí viene que la mujer se guarde 4 días al mes, bañarse 4 días
después del parto, la restricción de no comer sal 4 días, bañarse 4 días
en el río, hacer 4 tambores, bailar 4 veces la primera vez, tomar los
remedios durante 4 días, sembrar 4 granos de maíz, estar 4 en el
momento del matrimonio, dar la vuelta en 4 esquinas en el baile
negro, y lanzar el agua 4 veces. Y de no hacer todo esto, ni el espíritu
de nuestra naturaleza, ni la gente que vendrá, podrán estar en paz.
Las dos grandes lagunas que se encontraban una frente a otra
formaban una pareja, como marido y mujer. Por eso el río podía
parir, y sus hijos ser criados por sus progenitores pishimisak y
kallim.
Para cuando llegaran los hijos paridos por el agua, alistaron
cuatro mudas de ropa recién tejida, unas ollitas nuevas y sombreros
guambianos para tapar las ollas, además del wañuktsi o planta
rendidora, y el rejo para enlazar y sacar a los niños del agua. Como
n u e s t r o s o r í g e n e s [29]
pishimisak era tan sabia, sabía a qué horas vendrían los niños y se
fueron a esperarlos a la orilla del río.
Aunque era tiempo de páramo, la noche estaba brillante,
estrellada y tan fría que cayó helada, y los que fueron a esperar se
cubrieron con tsitso o capipaja, para protegerse del frío. Ya tarde en
la noche, en el sronkatsiksro, horizonte donde se oculta el sol, empezó
a relampaguear y se escucharon suaves y lentos truenos. Era el
srekollik que presenciaba también la llegada de los kasik piurek, hijos
del agua.
Toda la noche esperaron haciendo sus ceremonias, para s entir
cuándo vendrían los niños. Amanecía el domingo y ya estaba
clareando; era una mañana silenciosa. Dicen que de pronto empezó
a hacer un viento frío. Y antes de amanecer, arriba muy adentro en
la montaña, se escuchó el resquebrajar de árboles, y un gran ruido.
Era un derrumbe que venía.
Junto con éste venían grandes piedras cayendo por la cañada,
que, al golpearse entre si, producían un suave sonido de tambor que
hacía eco entre los cerros. Y en las orillas del río se quebraban
plantas de flauta y chusque por las que entraba el viento silbando,
creando un bello sonido de tonos altos y bajos, como el que se
escucha cuando dos personas tocan flautas. Y, con el tambor, éstas
dieron inicio a la música de flauta y tambor. Junto a ellos se escuchó
también el llanto de los niños, que venían acompañados de esa
melodía.
Ese mismo domingo, ya casi de día, esperaban atentos; cuando
de pronto, bien envuelto en un hermoso chumbe de colores, venía
un niño llorando sobre bejucos que simulaban una balsa flotando
en el pishau, la basura del agua cristalina que corría rápidamente con
la presión del derrumbe.
Como lo estaban esperando, rápidamente lo enlazaron con los
rejos que habían alistado. Y al sacarlo vieron una hermosa niña que
llenó de alegría a Mama Chuminka. Atrás venía el otro, que era un
niño. Lo sacaron rápidamente, antes que bajara el gran derrumbe y
lo tapara. Tan pronto lo sacaron, pasó el agua sucia con olor a
sangre, armando un gran estruendo.
Venía atardeciendo el mismo día. Era el día de llevar los
animales a beber en el salado. Por el valle era verano y estaba el sol
ardiente; arriba en el kausro caía un fuerte páramo con viento.
Sobre la mezcla del viento con el páramo volaban miles y miles de
utsolekilli o tiusilli, pájaros que daban vueltas y vueltas danzando en
[30] l a f u e rz a d e l a g en te
forma cónica, como un remolino de viento, y entre ellos iba uno que
los guiaba y dirigía los movimientos de la danza. Y lo hacían en
honor a los niños que acababan de llegar porque ellos llegarían a ser
los grandes dirigentes kasik.
También salieron dos grandes arcos de lindos colores para
acompañar a los niños recién llegados. Esos arcos salieron como
buen augurio para el futuro. Observándolos siempre y por siempre,
las generaciones vivientes harían su s a tuendos: los hombres los
sombreros de finos colores y las mujeres las ruanas y anacos con sus
listas color arco iris. Así fue que aparecieron para enseñarnos.
Los sacaron uno a uno, envolviéndolos en ropas nueva s , después
de colocarles la planta rendidora en el ombligo, para que en el
futuro fueran hábiles y su mano rendidora. Después los colocaron
en unas ollas nuevas, calientitas, que taparon con tampalkuari o
sombreros guambianos. Entonces buscaron madres para ellos, para
que los amamantaran. ¡Pero nada que crecían! Crecían
muy l entamente. Se murió una de las madres y consiguieron otra, y
otra, hasta completar cuatro. Hasta que por fin crecieron.
Por crecer lentamente, fueron fuertes, grandes personajes
conocedores de la paz, de la unidad, de la armonía, del bienestar, del
trabajo, de cómo proteger las tierras, de cómo recibir a los blancos.
Todo lo sabían sin que en ninguna casa les hubieran enseñado nada.
Y luego, el mismo pishimisak les puso nombres. A la niña la
llamó Mama Manela Karamaya y al niño Mutauta Kasik. Así ha
sabido hacerlo.
El niño creció en grandeza, en medio de toda la gente. Pensaba
bien, ayudaba bien, hablaba bien y enseñaba bien, dondequiera que
él estaba. A todas partes llegaba montado en un bonito caballo
zaratano, con montura de oro. Así ha sabido andar.
Ese gran personaje era el que habría de dirigir a toda la gente.
Por eso lo llamaron Mutauta Kasik. Cuando llegaron los blancos,
cambiaron ese nombre por “cacique”. A la niña, quien también era
una gran mujer, la pusieron Mama Manela Karamaya. Ella conocía
más y pensaba mejor que él, y es por eso que le dieron tres nombres.
Desde entonces vienen los nombres como tata illimpi, mama keltsi,
tata ankuchu, isik tumpe, tata pintsu, tata pantso, tata almenta, mama
tesha, tata kina. Así han sabido poner los nombres, de dos en dos.
Cuando el Mutauta Kasik ya era adulto, llegaron los blancos y
empezaron a matar a los kasik de otras partes. Pero a él no le había
pasado nada. Siempre andaba volteando por todas partes, montado
n u e s t r o s o r í g e n e s [31]
en su caballo zaratano con silla de oro, ayudando a la gente. Y no se
dejaba ver, ni coger. Así ha sabido andar.
Pero una vez, a uno de los suyos, conocedor de todas sus
andanzas, le preguntaron los blancos dónde estaba el cacique. Y él,
sin imaginarse para qué era, les informó dónde estaba. Por eso los
blancos lo cogieron en medio de la gente, con su caballo zaratano
con silla de oro.
Lo cogieron en el plan de Mama Manela Karamaya, donde se
encontraba rodeado de mucha gente.
A la vista de todos, lo cogieron para matarlo, junto con su
caballo de la silla de oro. Y el Mutauta Kasik expresó lo siguiente a
sus hijos, a su gente: Yo les he hablado mucho a ustedes, pero mis
palabras no fueron muy bien recogidas. Por eso me han entregado.
Así mismo han de entregar las tierras y todo lo que hay en ellas.
Presiento con tristeza que podrían perderlo todo.
Pero pase lo que pase, qué vamos a hacer; no se atemoricen por
nada y, en adelante, no vayan a estar derramando lágrimas. Siempre
párense firmes, piensen bien, hagan cosas buenas, y estén unidos. De
esta manera les dio un enérgico consejo lleno de coraje.
Mientras les hablaba de esta manera, sosteniendo el bastón de
mando en la mano, de pronto comenzaron a caer como gotas de
lágrimas. Junto con su caballo zaratano, empezó a desvanecerse,
convirtiéndose en agua, a la vista de su gente y de los blancos. Volvió
a ser agua. Y así fue como desapareció, para nunca más volver. Así
fue como finalizó. En ese sitio del Nuyapalo, como huella de lo
ocurrido, existe un ojo de agua cristalina.
Ese mal nos aconteció. Pero como eran dos, Mama Manela,
aunque quedó solita, con gran firmeza hizo muchas cosas con la
gente: enseñó a trabajar en grande, a cultivar la tierra, y fue la
primera que nos enseñó a sembrar el agua. Viendo que era bueno,
como era nuevo, enseñó también a sembrar el trigo. Asumió todas
las responsabilidades que tenía el Mutauta Kasik. Andaba siempre
de prisa y era aún más hábil que él para pensar y ayudar.
Constantemente decía que las mujeres deben ser fuertes, como los
hombres, en pensamiento y acción. Nos enseñó que a los niños hay
que llevarlos al Matsorektun, sitio sagrado de los jóvenes, para que
aprendan del profundo respeto debido a esos lugares; también que
hay que construir el michiya para las ceremonias de las adolescentes.
Nos explicó además que siempre hay que saludar a la gente, para
enterarnos de qué lejanías vienen, de lo que acontece y de cómo han
[32] l a f u e rz a d e l a g e n te
estado; también que hay que contestar correctamente los saludos.
Así ha sabido enseñar y aconsejar.
Cuando ya se hizo abuela, después de tanto vivir, los blancos
quisieron atraparla también. Se murmuraba entre la gente que ya
venían a cogerla, y a lo lejos se escuchaba el tropel de los caballos
que parecían acercarse. Al oírlos, ella empezó a organizar sus cosas.
Detrás de su Nuyapalo, en la peña, entre las rocas, tenía construida
ya una entrada, desde donde seguía un camino hacia la laguna,
porque esa era su casa. Cargó sus cosas y se fue caminando hasta
llegar a esa puerta, por donde entró. Pero antes habló y dijo: Yo me
voy por siempre para el kansro, para el más allá, porque mi casa es la
laguna y allá regresaré. Algún día vendremos a verlos y esperamos
encontrarlos en paz y armonía. Y diciendo así, desapareció.
Y así fue como los cuerpos de los hijos del agua se acabaron.
Pero los espíritus siempre están en medio de la gente, porque ellos
vienen cada año, en el mes de las ofrendas, a compartir los
alimentos con todos. Además, porque ella dijo que vendrían a
mirarnos, para ver si estábamos cumpliendo con las enseñanzas que
dejó: hacer los rituales, cultivar la tierra para que no falte la comida,
enseñar a las nuevas generaciones todo lo que ella enseñó, y vivir
unidos. Y han quedado en venir a vernos para ver si cumplimos con
todo esto. Por eso, algún día volverá a parir el agua, para que los dos
puedan volver. Regresarán a juzgar lo que han hecho sus
descendientes en su ausencia.
n u e s t r o s o r í g e n e s [33]
2
Las épocas
más antiguas,
surgimiento
de la terrajería
y las primeras
luchas
Mapa 1
Ubicación del Departamento del Cauca en Colombia
Hay que hablar la historia
Todo esto que estamos hablando no es
solamente porque queremos hablar, sino que es
una cosa de nosotros. El origen de la historia de
Chimán, cuando empezaron a exigir que la gente
descontara terraje, fue en el año 1750, que son dos
siglos y medio. Si nosotros no hablamos de todo
esto a nuestra gente, tantas cosas que han pasado
con nosotros, y si no nos acordamos de la historia,
si no hablamos la historia, si a la gente nueva que
viene atrás le damos así en la mano una cosa
servida, hoy que hay tantos problemas
quedaríamos nosotros sin ningún argumento para
decirles nada a ellos. Hay que hablar la historia,
que los mismos blancos dicen así; hay que hacer la
historia para hacer nuestra vida.
Es como a una persona, que si nadie habla,
nadie pregunta quién es, qué hace, la gente
solamente la puede calificar como una persona
desconocida. Y nuestra tierra no puede ser así.
Siempre han dicho que nuestra tierra es la madre
y ese dicho que no sea solamente de palabra. Y
como llegamos a tener ya a nuestra madre en las
manos, nos toca que seguir enfrentando, venga lo
que se venga.
Javier Calambás Tunubalá
El mundo de nuestros abuelos
Está recopilado en el himno guambiano que
antes de apoderarse los blancos de ella, el nupirau, la tierra
grande, era común, era una tierra de nadie, no había parcelitas
ni para usted ni para mi. El cercado iba solamente por las parcelas
donde cultivaban, para que los animales no hicieran daño a los
cultivos.
Muchos animales casi eran silvestres. Se enrazaban solos, buscaban comida solos y muchas veces se desconocía quién era el
poseedor. Eran animales comunes, pero siempre los identificaban, y cuando necesitaban iban y los capturaban para su uso. En
ese momento las tierras no tenían pasto, sino pura maleza, rastrojo, y los cerdos solos usaban la tierra y buscaban lombrices,
raíces, comida. Lo mismo el ganado.
Para sembrar, como los paeces ahora, hacían así lotecitos,
lotecitos en todas partes, tumbando la maleza. Había producción,
pero dicen que en ese entonces la mayoría de la gente no tenía
interés monetario, en el papel billete, sino en los alimentos para
el consumo.4
4
Aunque al menos en las primeras décadas del siglo 18 los guambianos habían
sido involucrados en el mundo monetario, al exigírseles pagar un tributo a la
Corona en dinero y al obligárseles a trabajar como mitayos, recibiendo un pago
que era parcialmente en dinero, lo cierto es que sólo el cacique, actuando como
representante de los indígenas, recibía ese dinero, y lo hacía sólo para pagar el tributo de la colectividad. En un pleito de 1733 entre los indígenas guambianos y la
familia Fernández de Belalcázar, la exigencia del cacique para que el pago por el
trabajo de los mitayos guambianos se hiciera totalmente en dinero, excluyéndose
la ración de alimentos como era la ley (Archivo Central del Cauca, Libro Capitular
de 1733), se debe entender no como un interés en el mundo monetario —ya que
este dinero iba directamente al pago del tributo—, sino como una forma de defenderse de un sistema que añadía injusticia y explotación al ya implícito en la mita,
puesto que la ‘ración’ no les era entregada completa y la que les entregaban estaba
compuesta principalmente de coca.
[38] l a f u e rz a de l a g e n te
En esas épocas no tomaban café, sino chicha producida del
maíz, que mantenían en un cántaro al lado del fogón. Con el
transcurrir de los tiempos llegó el café y la panela, pero como
el café costaba plata, al que lo tomaba lo miraban como hoy en
día al que toma aguardiente; eso era feo, decía la gente. Consideraban que tomar café era un vicio.
Cuando ya tuvieron contacto con los blancos, éstos les
enseñaron a comercializar y empezaron a manejar la plata. Sin
embargo no se sentía necesidad de ésta porque no tenían que
comprar trapos ni comida, pues ellos mismos hacían su ropa, y
comían de lo que producían. Tampoco sabían la plata para qué
era; veían que era bonita, pero no más. En las épocas en que dejaban trabajar, mucha de nuestra gente guardaba los billetes y
monedas que obtenían por la venta de lo que producían, pues
no sabían qué hacer con ellos. A algunos les robaron, otros enterraron monedas y allí se quedaron. Otros más llegaron a recolectar mucho papel billete, que finalmente perdieron. Así le pasó
a Pedro Muelas, sobrino de mi bisabuelo paterno.
Los billetes de Pedro Muelas
Pedro Muelas —hermano de Anselmo y Antonio el Mushu,
y sobrino de nutata Pedro José Muelas, el papá de la abuela
Gertrudis— fue uno de los que guardó montones de billete.
Yo alcancé a conocer los paquetes de billete de la venta de trigo,
papa, ganado, de la venta de cosas. Estaban guardados en una
maleta que tenía manija y mantenían cerrada, amarrada. Siempre de vez en cuando la miraban allí, amalayando. Pobres, sin con
qué comer, y viendo un paquete de billetes guardado que no servían para nada.
Luis mi hermano recordaba que el mayor Pedro recogió esos
billetes durante mucho tiempo, “nunca recogió del viaje, de la
venta de unas cinco vacas, de un solo negocio, no. Muchos años
estuvo vendiendo trigo, cebada, linaza, que cultivaba, y vacas, y
así recogió toda esa plata”5.
5
La familia Muelas conserva aún algunos de los billetes en cuestión, los cuales
corresponden a una emisión hecha el 1º de Octubre de 1900 por El Banco del
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [39]
Billete emitido por el Banco del Estado del Departamento del Cauca en 1900. Éste
fue uno de los muchos que Pedro Muelas acumuló y luego perdió.
En ese tiempo no había, como hoy en día, Caja Agraria en Silvia, ¡nada de eso existía pues! Entonces lo único que hizo fue ir
acomodando billete, acomodando billete, lo tuvo allí guardado.
Cuando hubo el cambio de billetes, no los cambiaron porque no conocían. Echaron de menos mucho tiempo después,
y cuando pensaron hacerlo, ya no tuvieron validez. Se quedaron los billetes. ¡Se perdió tooodo el trabajo! Decían que
ya había vencido la fecha, que hubo un decreto del gobierno
Estado de Popayán. En su obra Historia de la Moneda en Colombia (1945),
Guillermo Torres dice que el 15 de noviembre de 1901, mediante el Decreto 1184,
“el gobierno reconoció como emisiones nacionales las que se habían efectuado
por el Jefe Civil y Militar del Cauca por virtud del contrato celebrado entre éste
y el llamado Banco del Estado existente en aquel Departamento” (p.271). Se trataba pues de billetes perfectamente legales.
[40] l a f u e rz a de l a g en te
nacional para que se cambiara toda moneda6 y que en ese
momento el indígena no se enteró, porque no lee, no habría radio ni nada.
“El mayor, por un tiempo vivió con Mushu”, añadió Luis.
“Luego tuvo otra casa en Sruktrapukullu y más vivió por allá. Y
subía con una jigrada de maíz capio a regalar a finado papá, o
finada Gertrudis. Decían que eran primos. Siempre alguna cosa
pues, como leído y entendido, preguntaba a papá Juan. A él era al
que preguntaba. Cuando trajo los billetes, eso ha sido ya entre 1935
a 1940, entre esos años... Creo que así sea. Porque ya hacía tiempos que él había avisado de los billetes a finado papá. Por último
los trajo. Eran unos guangotes amarrados con chiros. Y los billetes eran papeles buenos del año 1900. Mi finado papá sabía tenerlos en una maleta pequeña. Allí los tenía, allí sabía tener”.
La abuela Gertrudis siempre comentaba de los paquetes de
billete. Decía que en ese entonces lo que se producía era para el
consumo y todo lo que se vendía, el trigo, la papa, el ganado, no
era para comprar cosas del pueblo, sino que comían los productos que ellos mismos producían, y los billetes que recibían por las
ventas se guardaban. Por eso digo que nuestra gente no estaba
interesada en el dinero; ellos vivían en un mundo diferente al de
los blancos y el contacto con ese otro mundo que no entendían ni
manejaban, nunca les dejó nada bueno, sólo les hizo daño.
6
Entre 1899 y 1903 hubo en Colombia grandes emisiones de papel moneda para
financiar la Guerra de los Mil Días, lo cual generó una gran inflación. A partir
de 1903 los gobiernos de turno tomaron medidas para estabilizar el valor del papel
moneda. Según Guillermo Torres, op. cit., en 1905 el gobierno de Reyes, por ejemplo, con el propósito de estabilizar su valor, escogió arbitrariamente la cotización del 10.000%, es decir, cada peso quedó valiendo un centavo. Según Decreto Legislativo del 6 de marzo de 1905, los billetes de antiguas emisiones deberían
ser cambiados hasta el 1º de abril de 1907 y los “que en esa fecha no se hubieran
presentado para su cambio quedarían automáticamente sin ningún valor”
(p.300). Pero hubo otras medidas tomadas en 1907, 1909, 1913 y “sólo hasta 1916 se
dio comienzo al cambio de todos los billetes de antiguas ediciones que circulaban
en la República [...] tales billetes debían cambiarse por otros al tipo de cambio del
10.000%” (p.315). Pero “la Ley 64 de 1917 prorrogó hasta el 30 de junio de 1918 el
plazo fijado [...]” (p.318) y posteriormente lo volvieron a ampliar hasta el 30 de junio de 1919 (p.318). Así, el pariente de los Muelas tendría que haber entregado 100
de sus billetes de a peso para que le dieran uno de los nuevos billetes de un peso,
antes de dichas fechas. Pero ni siquiera ese devaluado valor recibió, ya que guardó
sus billetes, confiado en la estabilidad de un sistema que lo defraudó.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [41]
Cómo los blancos se
apoderaron de las tierras
Mi abuela Gertrudis vivió cuando los blancos
recién habían empezado a apoderarse de las tierras de nuestra
gente conocidas como Gran Chimán. Aún no está claro por qué
esa parte de nuestro territorio se conoce con ese nombre, pero
lo que sí averiguamos es que existió un apellido ‘Chiman’ entre
los indígenas que vivían en lo que los blancos llamaron Parroquia de Guambía, al menos desde 16897. Habrá que seguir averiguando qué relación existió entre la gente con ese apellido y
las tierras sobre las que hablaremos en este libro.
La abuela hablaba de un Matías Fajardo. Decía que había
un indígena, un capitán Calambás, que luchaba, peleaba, pero
que ya quedó muy viejito, ya se le acabaron las fuerzas, nadie
lo apoyó, estuvo allá solito, y entonces un día, como no tenía
qué comer, dio permiso, arrendó un lote a ese Matías Fajardo
para mangas de unas bestias. Entonces empezó a entrar allí,
primero por una manga, después montó un molino, y así comenzó a apoderarse de las tierras. 8
7
Parroquia de Silvia, Libro 1º de Bautismos de la Parroquia de San Felipe y Santiago de Guambía, que inicia en 1619.
8
Según consta en la Escritura 1051 de 1912 de la Notaría 1ª. de Bogotá, en declaraciones rendidas en el Juzgado Municipal de Silvia el 26 de julio y 5 de agosto
de 1912, los señores Francisco Hurtado, Martín Meneses, Rafael Hurtado, Fernando Reyes e Ismael Hurtado, todos vecinos de esa población, afirmaron que
era del dominio público en Silvia que “por los años 1854-1860, unos señores
Fajardos de Popayán obtuvieron permiso del Cacique para [...] establecer un
molino en el [...] terreno de Chimán, y para hacer una manga para las caballerías que fueron traídas con trigo a ese molino, el cual pasó a poder del finado
[...] José Antonio Concha [...]”.
[42] l a f u e rz a de l a g e n te
Kasuku Joaquín Morales cuenta que:
A partir de 1800 había la bola de que toda la tierra de El
Chimán ya se la habían robado. A la gente la venían echando para
adelante para adelante, arrimando, hasta las altas montañas. Como
cultivaban de todo, papa, maíz, trigo, entonces ahí vino el engaño. En ese entonces la gente hacía mingas y cultivaban suficiente;
era muy fuerte la solidaridad de acompañamiento. Más cultivaban el trigo, y los blancos se dieron cuenta que lo trillaban en un
círculo a caballo.
Entonces llegó un blanco allá donde lo llaman El Molino y a
los indígenas primero les pidió permiso. Era de nombre Matías Fajardo. Eso lo dijeron los mayores, que yo he escuchado.
Les prometió que en vez de estar ustedes trillando el trigo así
como están haciendo, en vez de estar jodiendo con bestias, yo les
traigo máquina y les coloco para que limpien, y todo lo hacemos
con máquina. Que para eso necesitaba la tierra y que le dieran permiso. La gente le creyó. Para hacerse dueño de eso ya se organizó
su empresa Matías Fajardo.
En 1731, en la parroquía de San Felipe y Santiago de Guambía, bautizaron a un
niño, cuyos padres eran Santiago Chimán y María Muelas.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [43]
Decían nuestros mayores que cuando empezó a trabajar la empresa, empezaron a subir. Subieron a cacería de venado o pájaros,
que iban a eso, pero andaban era engañando a la gente. Andaban
por allá por lo que hoy llaman Santa Clara, por allá por el lado de
Chimán ahora, y subían hasta Cresta de Gallo y ni se sabe hasta
dónde, y atravesaron también para Michambe. Eso andaban calladitos y así habían hecho un croquis sin que la gente se diera
cuenta. De ahí pasaron a hacer escritura.
Para hacer la escritura, en la instalación del molino el argumento que hicieron fue que desde Pasto traían el trigo a lomo de
bestia y que necesitaban el pastaje para esos animales. Pidieron
permiso y la gente sin saber, le dio el permiso. Entonces dijo que
no había alcanzado y que le aumentaran más tierra. Prometió que
el pastaje lo pagaba como en arriendo y la pobre gente creyó que
había arrendado. Luego dijeron que para el pagaré le firmara unos
recibos, pero parece que habían hecho un documento de venta y
no un recibo de arriendo. Como la gente no sabía leer... Así vinieron engañando y resultó el documento como que la gente había
vendido la tierra. Ya hicieron escritura y la tuvieron por diez años
calladitos. Porque si hubieran dicho antes, la gente se habría levantado en contra de eso. Los blancos dejaron pasar esos diez años
y ya después declararon que la tierra era de ellos. Y entonces ya las
tierras quedaron en dominio de ellos.
La gente se dio cuenta y empezaron a pelear. Pero los indígenas en ese entonces no tenían ni a dónde quejarse ni nada. Tenían
algunos voceros que fueron a hablar por algún lado a ver cómo
hacían, pero no consiguieron nada. Esto nos dijeron los mayores.
Primero empezaron a pelear por allá por 1823-25. De ahí pasó un
tiempo silenciosamente, sin poder hacer nada.
Matías Fajardo le pasó a Mariano Mosquera. De 1853-56 los que
peleaban otra vez pelearon, pero no pudieron hacer nada. Y otra
vez como en 1887-89 me parece que es que pelearon otra vez y tampoco pudieron hacer nada.
Después de Mariano Mosquera, contaba mi papá que el siguiente dueño fue José Antonio Concha. Él le pasó a su hijo Rafael Concha y de ahí mi papá contaba que pasó a Julio Fernández.
Este pasó a una caleña de nombre Matilde Lemus. Andar y andar
hasta que la tierra Matilde Lemus ya había vendido. Vendió en 1944
a Mario Córdoba y Alfonso Garcés Valencia. A estas dos personas
que eran de Cali vendieron El Chimán.
[44] l a f u e rz a d e l a g en te
Los terrajeros pelearon siempre con cualquiera de los patrones que fuera, porque ya venían quitando todas las tierras de la
gente. Toda la tierra del plan la quitaban y luego decían que tierra
había para arriba.
La abuela recordaba de antes de apoderarse los blancos de
esas tierras, cuando las tierras eran libres, cuando la tierra era común, cuando todo mundo podía cultivar donde quisiera. En ese
entonces la tierra estaba en manos de los guambianos, de la
Comunidad. Cuando ya empezaron a llegar los blancos a apoderarse de eso, ya fueron estrechando con pastos y ganadería, ya
aparecieron dueños, que las tierras son de los blancos no de ustedes, ya no dejaron cultivar, ya los indígenas no pudieron tener
ganado, ya no pudieron tener gallinas, ya no pudieron tener
ovejos9 . Entonces se vino la mala situación.
Las abuelas recordaban de muchos años atrás. Uno no puede
decir cuántos años, pero recordaban de muy atrás, cuando ellos
vivieron en épocas de buenos tiempos, cuando no les faltaba
comida, no les faltaba el maíz, las habas, el fríjol, el trigo... De
eso se acordaban y lloraban cuando ya no hubo nada, nada, ni
trigo, ni papa, ni maíz, ni vacas, ni ovejos, ni gallinas, ni nada.
Años después, por ahí en la década de 1940, a mi me tocaron
ya los últimos ovejitos que tenían allí amarrados muriéndose de
hambre. Había unos palos de lechero grandes cerca de la casa y
los ovejos les pelaban la cáscara; hasta donde alcanzaban comían,
echaban muela a la cáscara del lechero —del hambre, porque no
había más—. Como no había nada más que hacer, para dónde
llevar no había, amarrar allí no dejaban, entonces los ovejos se
iban a morir de hambre. La gente aguantando hambre, los animalitos también, entonces ya por último, más bien los pelaron,
se los comieron y ¡se acabó! Eran los últimos realmente, como
el fin de la gran fortuna, el fin el fin el fin. Se acabó. Hasta ahí.
Quedaron con los brazos cruzados. Se acabaron los cultivos, se
acabaron las vacas, se acabó con los ovejos... ¡los últimos! Se nos
acabó la vida. Yo alcancé a ver que tenían esos ovejos allí.
9
En Guambía no se habla de ovejas o carneros, sino de ovejos.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [45]
Y los convirtieron en terrajeros
Cuando los blancos se apoderaron de las tierras, cogieron al
misak10, no porque querían, sino porque los necesitaban para
hacer uso de la tierra, para que trabajaran para ellos. Si traían
gente de otras partes había que pagarles por el trabajo, pero como
había gente en el punto, los cogieron y pusieron a su servicio.
Su política era desmontar y sembrar pasto para ganado, así
que al misak lo ponían a tumbar monte a cambio de unos pedacitos de tierra. En esos lotecitos cultivaban y con eso vivían, ya
convertidos en terrajeros. Todos los indígenas de El Chimán, sin
discriminación, hombre, mujer o niño, eran denominados terrajeros. Palabra general, todos eran terrajeros.11
La implantación de la terrajería significó, no sólo la división
de nuestro territorio en ‘tierra libre’12 o de Resguardo y tierra de
hacienda, sino también la desintegración de nuestro pueblo en
‘gente de tierra libre’ y terrajeros. Del río Piendamó para allá lo
llamaban tierra libre, porque ese es el Resguardo viejo, mientras
que San Fernando, Santiago, Chimán, todo eso era tierra de hacienda, tierra de patrón, entonces esa no era tierra libre.
La gente de tierra libre, que eran los del Resguardo, terminó
convirtiéndose como en un sector, una capa social, un poco más
alta entre los mismos guambianos. Ellos tenían mejor vida,
vestían mejor, se alimentaban mejor, y tenían mejores viviendas.
La gente decía que en esa tierra libre uno se acostaba a dormir
cuando quería y hasta cuando quería, lo que acá en las haciendas no. Acá se acostaba a dormir ya cuando lo vencía el sueño,
10
Así se autodenomina el pueblo guambiano en su propia lengua. El significado de la palabra es ‘gente’.
11
La mita (ver Las luchas de antes del siglo 20, p. 74) colectiva, que implicaba un
contrato entre cacique y terrateniente, fue dando lugar a un contrato privado
entre terrateniente y ‘viviente’ a fines del siglo 17, pero se aceleró en el 18. El pago
al Resguardo fue reemplazado por un contrato verbal de arriendo, que variaba
según la región. En el Cauca contemplaba la cesión de una parcela a cambio de
la obligación de trabajar gratuitamente en la hacienda (Kalmanovitz, p.30-31).
Es posible entonces que el terraje haya tenido su origen en la mita y que en
Guambía éste se haya iniciado en el siglo 18, cuando terminó la mita y se fortaleció la hacienda.
12
Los terrajeros llamaban ‘tierra libre’ al Resguardo.
[46] l a f u e rz a d e l a ge n te
ya cuando el organismo no resistía, y en cualquier momento, a
las tres o cuatro de la mañana había que levantarse e irse porque tenía un patrón que venía pisando… ¡opa! Mientras que allá,
en tierra libre, como tenían apenas el Cabildo, si querían ir a
trabajar lo hacían y si no pues no. Entonces, se crearon dos formas de vida entre los guambianos. Como explicó el compañero
Javier Calambás:
Venían como dos líneas, unos eran del otro lado, del Resguardo, que ese lado los blancos habían respetado. Ellos tenían Cabildo. Pero de este lado del río Piendamó para abajo, desde Totoró,
todo eso lo cogieron los blancos y toda la gente que vivía en esas
tierras, nosotros los dueños de la tierra, quedamos de terrajeros
de los robadores de la tierra, solamente para no dejarnos expulsar. Todos quedamos pagando terraje por el hecho de darnos un
pedacito de tierra para una casita.
Nosotros éramos de tierras de hacienda, convertidos en
terrajeros, con la profunda diferencia de no tener tierra y vivir
bajo las órdenes de los patronos, al querer de los patronos,
¡arrumados por allá! Era una diferencia profunda entre lo uno
y lo otro, porque al no tener tierra tampoco teníamos suficiente
comida, y al no haber suficiente comida vivíamos mal de estado
físico, de salud, y tampoco teníamos para el vestido. Todos los
terrajeros teníamos un nivel genérico de mala situación.
Esta institución de la terrajería, impuesta no sólo sobre los
guambianos, como más adelante descubriría, llevó años más tarde al surgimiento de un importante proceso de luchas indígenas.
A mucha de nuestra gente la aplastó el peso de las circunstancias,
dejándose doblegar la cabeza y el alma y aceptando que el pago
del terraje era una justa compensación al ‘buen patrón’ que les
permitía quedarse en los estrechos espacios que se les asignaban.
Como dice el compañero Javier, “algunos querían al patrón
porque le agradecían poder estar allí, porque no les habían sacado, les habían dejado el pedacito. Entonces había que cumplir
el terraje sin faltar”. Pero la mayoría entendió que el terrateniente
era sólo un invasor y reaccionó con fuerza contra este sistema
explotador y opresor, lo que permitió que, hacia la década de los
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [47]
60’s, surgieran los movimientos y organizaciones indígenas más
importantes del siglo 20 en Colombia, con la consigna de recuperarlo todo: la tierra, la historia, la cultura, la economía, todo.
Pero mientras logramos quitarnos este sistema de esclavitud
de encima, el pago del terraje se nos impuso con todo rigor, mediante una organización bien establecida.
[48] l a f u e rz a de l a g en te
La cadena del poder
Los blancos ponían a cada persona a trabajar
para ellos, asignándole un oficio individual. La línea de mando
que tenían era bien definida: el patrón era el dueño y de ahí venían los administradores, que podían ser uno o dos. A estos los
traía el patrón y eran su gente, sus amigos. De allí buscaban a un
blanco del pueblo, para que ese fuera el mayordomo; él era como
tercero en mando. Todos los que ocuparon este cargo hablaban
igual, decían lo mismo y jodían igual. Entre ellos, Luis mi hermano recordaba a un Jesús María, que fue mayordomo dos veces, un Adelmo Quijano, José Otero, Juan López, Alberto el tuerto
y Ventura Riascos. El mayordomo daba el mando a los ‘capitanes’, que eran escogidos entre los indígenas.
Capitanes
Para este cargo de ‘capitán’ eran seleccionadas personas muy
trabajadoras, de mucha fuerza. Su trabajo era poner a la gente a
trabajar junto con él. Perakuallipik significa dirigir, mandar con
el ejemplo personal, y el capitán mandaba, pero siendo él el primero en trabajar, dando su ejemplo, y no simplemente dando
órdenes, al estilo del blanco. Pero a los que ascendían a capitán,
los ascendían, no para otra cosa distinta, sino para que trabajaran para ellos. El capitán era el que trabajaba bien, el que trabajaba duro, el que trabajaba fuerte, y era para que enseñara a los
demás que lo nombraban los blancos. Ellos eran nombrados,
pero no ganaban nada y, como todos los demás, también estaban era descontando terraje.
Los capitanes estaban divididos. Unos trabajaban con los que
podían trabajar duro, y otros con los que no tenían fuerza, como los niños. A éstos últimos les tocaba solamente trabajar con
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [49]
‘los pollos’, los jóvenes, y por eso les pusieron de apodo ‘capitán
de los pollos’.
Simaneros y vaqueros
De la gente, de los mismos terrajeros, de los hijos de los
terrajeros, de acuerdo con el mayordomo, de acuerdo con los
capitanes, seleccionaban algunas personas para ser ‘simanero’13 ,
‘ordeñador’, ‘vaquero’.
El simanero es el ordeñador, al que le tocaba levantarse a la
media noche a recoger el ganado de los potreros y a ordeñar.
También tenía que ir a dejar la leche del corral a la casa, y hacer
otros mandados. Durante el día debía cuidar los animales.
Como el vaquero tiene que saber montar a caballo y saber
montar bien, al que le gustara montar a caballo lo escogían para
el cargo de vaquero. Por lo regular, sacaban a la gente joven, pues
eso de la vaquería, del ordeño, requiere cierta habilidad, cierta
agilidad, cierta movilidad de la persona. Desde pequeños los sacaba el capitán de los pollos para prepararlos, como el bachillerato que enseñan hoy en día, como una secundaria. Para esa preparación era el capitán de los pollos quien debía trabajar con ellos
e ir mirando a ver cuál era el que iba a ser.
Porque cada persona, cada individuo, como que tiene una especialidad de su ser, un talento. Uno como que era muy bueno
para la agricultura, entonces lo mandaban allá para los cultivos,
para los cercos, para cosas así del agro; pero a otros en su movilidad les gustaba ordeñar, montar a caballo, como que les gustaba joder con el rejo, como que les gustaban los perros, como que
tenían un silbido fuerte, de largo alcance y grito también de
manejar ganado —porque la vaquería es a grito, silbo, perrero,
juete, rejo, ese es el equipo que tiene que manejar.
Entonces el capitán de los pollos preparaba a los jóvenes para
eso; de allí salía como la selección. Luego se ponían de acuerdo
con otros capitanes y ya el mayordomo: “¡Ah! mándeme el fulano de tal que ya está bueno, ya maneja, ya es adulto”.
13
Forma de referirse a ‘semanero’ entre los terrajeros guambianos.
[50] l a f u e rz a d e l a g e n te
Para vaquería, para simanero, para todo eso, era a los hombres que ponían. A las mujeres nunca las usaron para esas
actividades. Ellas siempre ayudaban al trabajo, pero no en la
vaquería, no en lo del simanero, sino en el agro, allá en los cercos. A la mujer le tocaba cargar los postes, abrir los huecos para
los postes, cargar el alambre, todo lo que hubiera que hacer allá.
Solamente en algunas cosas muy fuertes, como los postes muy
gruesos que su cuerpo físico no daba, pues les tocaba hacerlo a
los hombres. Pero eran acompañados allí, trabajando juntos
siempre.
La vaquería también tiene una especialidad, que a los dueños les gustaba llevar gente allá como para exhibir: “Yo tengo un
buen vaquero”. El buen vaquero era como hoy el torero en la
plaza de toros; el buen torero tiene que salir bien ante el público. Hoy las técnicas han cambiado mucho; en ese entonces al
novillo o al toro lo enlazaban en el potrero. El toro o la vaca o lo
que sea iba corriendo a toda velocidad y el vaquero tenía que salir
atrás, hoy como los coleros que salen atrás, pero manejando el
caballo y llevándose el rejo. Iban detrás y había que tirar el rejo,
y su personaje mirando. “Si es buen vaquero, me enlaza ese novillo que va a toda, cacho limpio”. ‘Cacho limpio’ lo llamaban.
Entonces el patrón: “¡Ah! yo sí tengo gente buena, ese muchacho
sí es bueno porque me enlaza bien”.
Mi papá decía que él desde niño salió a la vaquería, que le
enseñaron a montar a caballo y a enlazar muy bien. Pero que ante
no se qué personaje falló. Que cuando tiró el rejo y no agarró, el
dueño dizque dijo: “¡Eh! hombre...” Entonces que rápidamente
recogió el rejo, lo tiró otra vez y ahí sí cayó cacho limpio. Y para
enlazar cacho limpio hay que tener cálculo, atinar bien porque
el animal va a toda, y el caballo también tiene que ser muy buen
caballo, si no se lo lleva, y asegurar la cabeza de la montura para
allí parar el novillo. Entonces tiene que ser un buen casco, con
herradura; decía que iba ¡pelando llano! de la fuerza de los
semovientes.
Por eso los vaqueros vivían con las manos jodidas, molidas,
porque hay que manejar el freno del caballo, ir bien pisados los
estribos y, además, llevar un manojo de rejo que le alcance para
diez o veinte metros, que le alcance alláaa.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [51]
Terrajeros llanos y pajecitos
A los que no eran hábiles para manejar estas actividades les
tocaba hacer otras cosas en los trabajos de la hacienda misma.
Estos eran distribuidos de acuerdo a las necesidades que tenían
en su momento. Como lo principal era la ganadería, a la mayoría de la gente la ponían a limpiar potreros y a hacer cercos.
La agricultura parece que no fue muy rentable para el
propósito que ellos tenían y tal vez por eso no la fomentaron
mucho, aunque durante un tiempo cultivaron trigo, alfalfa, maíz,
papa y otros productos. Los que sí sembraban eran los indígenas porque necesitaban para el consumo, pero los blancos no; a
ellos les gustaba era la ganadería.
A algunos terrajeros los llevaban a la casa de la hacienda para
que estuvieran sirviendo al patrón o a la patrona, cargando agua,
trayendo leña, como ‘pajecito’. El pajecito ganaba escasamente la
comida. Los demás todavía tenían un poquito más de libertad; allá
tenían sus gallinitas, cositas así, pero el pajecito... Por eso decían
que éste era como el más vil, el último, miserable; ese era el pajecito.
Pero, en general, todos eran terrajeros y de entre ellos sacaban los pajes, vaqueros, simaneros y capitanes.
Cabos
El último que surgió fue el ‘cabo’, que eso ya es reciente. Hasta
cabo Cruz Tunubalá, más o menos en 1944, no existía cabo. Ese
fue el que vino a terminar los capitanes.
Se les habría ampliado el trabajo a los patronos, porque ellos
solos no alcanzaban a administrar. Entonces el capitán estaba con
los distintos grupos, mientras que el cabo debía permanentemente estar aquí, estar allá, todos los días, revisando el trabajo;
el capitán estaba trabajando bien, pero además de eso el cabo
tenía que revisar, porque él estaba por encima del capitán. Había un solo cabo y era indígena, y su trabajo era estrictamente
para eso, para revisar, era como para vigilar estrictamente el
horario, a ver qué estaban haciendo, a ver cómo hacían, a qué
horas se levantan, a qué horas se sientan a descansar, a qué horas qué hacen.
[52] l a f u e rz a d e l a g en te
También estaba el mayordomo, pero el mayordomo tendría
otros compromisos y no podría estar todos los días, o si estaba
todos los días no podría estar a toda hora.
Después vino otro cabo que fue Ventura Riascos. Ese no era
indígena, era nariñense e igual de malo que todos. Siempre los
que han venido con poder, blanco o indio, han sido malos contra la gente de abajo, y los usaron los terratenientes para su beneficio. Los indígenas que tuvieron esos cargos no pensaron en
ayudar a sus hermanos, y sólo actuaron a favor de los blancos.
Y ellos mismos, a la larga, tampoco es que se hayan favorecido mucho. Por lo menos cabo Cruz, hermano del flautero Julio
Tunubalá, yo nunca llegué a saber cuánto ganaba o qué prebendas tuvo, pero ricos no quedaron. En su momento tuvieron el
orgullo, montaban buen caballo, se alimentaban bien, vestían
bien, pero de ahí no pasó. Tienen hasta ahora una tierrita, un
pedacito pequeño, que esa sí le dio regalada el terrateniente,
aunque sin papeles. Cuando el Cabildo luchó esas tierras y las
ganó, como eso era de ellos, se la dejó a ellos mismos. Yo creo
que el Cabildo no le dio más tierra sino esa, la que tenía; con esa
se quedó.
Cabo Cruz murió joven. Era cabo, pero a veces también le
tocaba duro, joder con las vacas, con los novillos, y el trabajo de
la vaquería es muy duro, muy peligroso. Los rejos le envuelven
los dedos contra la cabeza de la montura y es capaz de arrancárselos, le tuerce, le quiebra. A veces también tenía que amansar
caballos, y amansar lo que llaman potros cerreros de tres o cuatro años, que no les han tocado y tienen que cogerlos, ponerles
jáquima y ensillarlos, ponerles lo que llama la gurupa en la cola,
montarse, eso tenía mucho riesgo. Dicen que a cabo Cruz, de
estar corriendo, se le afectó la salud. Y como el indígena no va a
donde el médico ni nada, se jodió, estuvo mucho tiempo en
cama. Y finalmente murió joven.
Alguaciles
La autoridad propia de los guambianos fue reemplazada muy
pronto después de la llegada de los blancos por un sistema de
‘cabildo’. Con el paso del tiempo éste sufrió algunas variaciones
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [53]
en su composición, pero básicamente ha estado conformado por
un gobernador, un gobernador suplente, alcaldes que representan las diferentes zonas del territorio guambiano, alguaciles
zonales que principalmente colaboran con los alcaldes y, a partir del siglo 20, un secretario. Esta estructura de gobierno se
mantuvo siempre en ‘tierra libre’, aunque durante largo tiempo
controlada por los blancos.
Pero como los terrajeros no eran considerados parte de la
Comunidad, ni siquiera como guambianos, dentro del Cabildo
no había representación de los indígenas que vivían en las haciendas. Sin embargo, durante algún tiempo los alguaciles hicieron parte del engranaje de la terrajería, siendo las únicas personas que podrían considerarse como ‘autoridades propias’. Pero,
como los cabildos de esa época estaban totalmente controlados
por los terratenientes, los politiqueros, y la iglesia, los alguaciles
no fueron más que mandaderos suyos.
Esta autoridad siempre era indígena pero, al igual que los
capitanes, eran nombrados por los blancos y estaban al servicio
de ellos. Los nombraban especialmente para que coordinaran
con los capitanes en las haciendas y su oficio consistía sobre todo
en ir por las tardes o las noches, de casa en casa, a citar a la gente,
a los terrajeros, para el trabajo.
El último alguacil, Juan Sánchez, fue nombrado en 1951.
Después de ese año no volvió a haber ninguna relación formal
entre el Cabildo y los terrajeros.
[54] l a f u e rz a d e l a g e n te
La organización del trabajo
El trabajo se hacía distribuyendo a la gente en
cuadrillas. Una cuadrilla de 10 o 20 y un capitán, para tal trabajo; otra cuadrilla de x cantidad de personas y otro capitán, para
tal otro trabajo. Cada cuadrilla tenía su capitán, pero éste no tenía poder, sino el que ejercía sobre el grupo que tenía. En cambio el mayordomo llegaba a caballo, si le daba la gana bajaba del
caballo y si no, daba órdenes, a veces venía furioso, gritaba, le
echaba el caballo encima a la gente, los jueteaba, insultaba y se
iba. El capitán tenía que estar trabajando; ese es el que decía a
qué horas debían levantarse por la mañana y a qué horas era el
descanso y a qué horas otra vez se paraban a trabajar y a qué
horas era que se iban a la casa.
Los capitanes eran mascadores de coca y los poderes de esa
planta les daba la sabiduría para manejar muchas cosas del trabajo, entre ellas el tiempo. Por eso ellos tenían tan exacto, tan
preciso el horario, que sin reloj sabían cuándo eran las siete,
cuándo eran las once de la mañana, las doce del día, cuándo eran
las cuatro de la tarde. Y no solamente mirando el sol; así estuviera oscuro el día, podía haber mucha nube, ellos sabían exactamente cuándo era la hora. No se cómo manejarían.
José Sánchez sabe que:
Los capitanes fueron nombrados para que trabajaran con la
gente. En ese entonces no había reloj, pero ellos sabían mascar coca
y entonces con eso tenían el horario. Con la coca era que daban la
hora. Ellos sabían que cuando se enfriaba la mambeada de la coca
ya eran las once y había que descansar... Después del descanso ellos
eran los que se levantaban otra vez a trabajar, hasta la tarde, hasta
las cuatro. Por la mañana era a las 7 y hasta las 4. El descanso era
una hora.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [55]
Y no eran sólo los capitanes, sino toda la gente, hombres y
mujeres, que siempre mascaban coca. A los terrajeros, para que
el trabajo les rindiera sin tener que gastarles comida, les daban
coca. Al terrateniente no le importaba si uno estaba comido o
no; lo que le importaba era que diera rendimiento en el trabajo.
Entonces, como la coca ayudaba, daba energía, a cada individuo
le daban no se qué tanta coca y mambe.
Como nosotros no producimos coca porque es de tierra
caliente, los blancos la compraban en la plaza pública para los
terrajeros. La vendían junto con el mambe, porque es necesario tener ambas cosas. Los paeces de Pitayó tienen una mina de
roca caliza de donde traían mambe para venderlo en la plaza
pública.
La coca comenzó a desaparecer por allá desde la década de
1940 porque dijeron que era ilícita, pero hasta ese entonces era
lícita y las autoridades municipales cobraban impuesto por su
venta.
Recuerdo que cuando yo estaba pequeño oía a los mayores
hablar de lo buena que era la coca. Decían que con esto se evita
la fatiga, la pereza, el cansancio, el sueño. Por eso todos masticaban coca. Pero como la coca que daban los terratenientes era
sólo para los días de trabajo, la gente tenía que conseguir la que
necesitaba para el resto del tiempo en la plaza o con los que la
traían de otras partes, especialmente de Inzá, de donde llegaba
coca que tenía fama de ser muy buena.
Mi papá sí todo el tiempo mascaba coca y refrescaba. Todos
los domingos iba a encontrarse con los coqueros. ¡A dónde sabría
ir! Él decía que iba a encontrar a la gente que venía de Inzá, que
eran los que traían. En tiempo de lluvia dizque al bulto de coca
venían cargando tapado con capa de paja. Él sabía cuando venían
y entonces iba a estar allá atalayando a los coqueros. En esa época
la coca no era cara. Cada vez que iba traía una libra; lo que no se
es cuánto valdría. Siempre acá, cuando iba para el trabajo, así fuera poquito, no le faltaba la coca en la boca. Ya él cada vez se fue
acabando más y más, así como ahora yo. Y se acabó también ya la
mambeadera de coca.
(Jacinta, hija de Anselmo Muelas)
[56] l a f u e rz a de l a g en te
Conversando con Luis sobre la manera como estaba organizado el pago del terraje, decía que en épocas del terrateniente Julio Fernández (1929-32):
El terraje siempre por medio de los capitanes había que ir a
pagar. Ya sabían cada cuánto tenían que pagar. En ese tiempo, hasta
que yo estuve ya grande, cada 15 días tenían que ir a pagar seis días.
Los que ordeñaban trabajaban siete días [...] Terminaba uno y
venía el otro, de lunes a domingo. Lo del día domingo era fuera
del terraje; solamente ese día les pagaban.
Descansaban dos veces al día, porque el capitán mascaba la
coca al medio día y luego más tarde otro rato. La primera descansada debía ser la más larga porque finado papá llevaba puchos de
ese de tejer pa’l sombrero y tejía. Por la tarde decía: “¿Cuántas cuartas hice?”. Sabía estar contando.
Comentábamos que era porque no almorzaban que tenían
tiempo. En vez de almorzar, tenían tiempo para tejer, trenzar. Porque el almuerzo, de una vez iban comidos por la mañana, y en
el trabajo sólo comían un pedazo de panela y un pan. Entonces
simplemente se sentaban a descansar y no más. Luis decía que:
Todos los capitanes eran mambeadores. La coca la daba el mayordomo, que mandaría el patrón, al igual que la panela, una panela para cuatro personas, y un pan. Ese era el almuerzo, esa era
una ración en esa época.
El capitán ya sabía los nombres, conocía cuáles eran los que
pertenecían al grupo de él, si eran 15 o eran 30. Entonces, cuando
llegaba el mayordomo, él avisaba que faltó fulano de tal. Siempre
el mayordomo preguntaba al capitán si estaban todos, y sacaba su
cuaderno y el lápiz y decía: “Fulano de tal ¿está?”. Sí está. “¡Ah! ¿fulano de tal no está?”.
Usaban una cabuya para mandar a pedir el pan y la panela. Eso
era por la mañana. Cuando llegaban y se ponían todos a trabajar,
el capitán iba y contaba. Sacaba una cabuya y cada persona un
nudito, así cerquita como parecido a una camándula, pero de cabuya. De eso mandaban un muchacho, un joven de los recién sacados al trabajo del terraje, y ese iba a la Empresa que llamaban,
pasaban eso al mayordomo, él lo llevaba a la oficina y allá le daban
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [57]
una plata para que fuera a comprar el pan. La panela la tendrían
allí por cajas; la llamaban panela del Valle. Ese trabajo el capitán
tenía que hacerlo.
También contaba que, cuando eran seis días de terraje cada
15 días, había tres capitanes. A él le tocó ver que nombraron a Pedro Calambás, a taita Manuel Calambás y a taita Jacinto Sánchez,
el de los pollos. Como eran tres capitanes, cada uno sacaba a sus
trabajadores cada 15 días.
Posteriormente, como consecuencia de la lucha indígena y
de la aplicación de la Ley 200 de 1936, el terraje fue disminuido
a cinco días por mes y el número de capitanes aumentó a cinco.
Este cambio tuvo lugar después de la visita del entonces presidente Eduardo Santos a Santiago —en esa época hacienda Las
Mercedes—, o sea que debió ser entre 1938 y 1942.
Para rebajar uno de los seis días, y dejar para el terrajero los
30 días, formaron cinco grupos con cinco capitanes. Entonces cambiaron otra vez la agenda, para sacar cada 30 días cinco días de
trabajo de terraje. Quiere decir que sobraban 25 días para el terrajero. Daban la vuelta desde el número uno hasta llegar al cinco. Cuando llegaba el cinco, la cuadrilla número uno tenía que estar
lista. Los dos nuevos capitanes eran taita Antonio Hurtado y taita
Abelino Hurtado, que eran hermanos. En ese entonces el alguacil
era Julián Muelas.
(Luis)
Ampliando sobre el mismo tema, Joaquín Morales cuenta como las cuadrillas tenían el fin de asegurar que al terrateniente
nunca le faltara gente para trabajar:
Cada mes eran 80 terrajeros. Separaban las 20 familias para
limpieza de potreros y estos salían cinco días de terraje cada mes.
Pero los 80 terrajeros no podían salir todos en la misma semana,
entonces organizó una agenda para las cuatro semanas del mes:
20 una semana, 20 la otra y así hasta dar el ciclo, para que no le
faltara trabajadores permanentes. El siguiente lunes entraban otra
vez los 20 terrajeros. La primera semana del mes empezaba otra
vez el ciclo. Hasta yo los vide que mi papá trabajaba en esa rutina.
[58] l a f u e rz a d e l a g en te
El compañero Javier Calambás comentaba que a los que tenían una porción de tierra más ampliecita les cobraban cinco días
de terraje, y a los que tenían más pequeña les rebajaban a tres,
mientras que a los que tenían un poco más les cobraban hasta
seis o siete días en un mes. “Dentro de eso el patrón de Las Mercedes ordenaba trabajar ocho días y el que tenía más pequeño
seis días. Algunos jóvenes recién casados, que todavía no se apartaban del papá, a ellos ya les exigían dos días”.
Explicando un poco más sobre la manera como estaba
organizado el pago del terraje en su tiempo, Joaquín Morales dijo
que:
A descontar terraje había que ir a trabajar de seis a seis. Los
terrajeros eran clasificados unos para el ordeño y otros para el trabajo en el agro. El que iba a trabajar con machete, azadón, hacha,
todo eso, era de siete de la mañana a cuatro de la tarde, pero el que
iba a ordeñar tenía que arriar vacas desde las doce de la noche; estuviera lloviendo o no, al ganado había que recoger y ordeñar. Cada
mes tenía que haber cuatro ordeñadores.
A mi papá le tocaba en la clasificación del ordeño. Entonces
esperaba para la semana que a él le tocaba, cada cuatro semanas.
Para el ordeñador, por Dios no es como ahora, que cuando hoy
en día dicen que madrugan, ya son las cuatro de la mañana; en ese
entonces había que estar desde las doce de la noche. Toda esa cantidad de ganado ya tenía que estar la leche lista y entregar en la
Empresa del molino. Todo esto he alcanzado a ver y oír.
En ese momento mi papá me contaba que ya ganado de ordeño tenían 300 cabezas y de esas unas veces había 280 vacas de ordeño. Unas veces, cuando los terneros ya se destetaban, mermaban
las vacas hasta 240 cabezas. Para todas estas 280 cabezas no eran
sino cuatro ordeñadores.
A los terrajeros que a veces por una enfermedad o por cualquier cosa no podían estar puntuales en el horario y llegaban con
un retraso de diez minutos, les daban una paliza y para las siguientes dos semanas les aumentaban como sanción uno o dos jornales. Así siempre comentaban.
Había algunos otros llamados a la gente. Además de la sanción,
de la multa, si no aparecían, amenazaban con bajar al pueblo ante
las autoridades blancas para que paguen multa allá. Lo que yo he
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [59]
oído hablar es que también les quitaban gallinas, ovejos o cerdos.
De esto siempre he oído comentarios y esto lo he escuchado yo.
Entonces, el pago del terraje tuvo algunas variantes que
dependieron de diversas circunstancias en los diferentes momentos y del terrateniente de turno. Pero, sin importar el número de
días por mes, o el de horas por día que éramos obligados a trabajar, el número de cuadrillas, el de personas por cuadrilla, la
actividad que desarrollábamos, etcétera, lo cierto es que, en general, para los indígenas la terrajería significó, entre otras, además de la pérdida de nuestro territorio, pérdida de libertad, de
autonomía, dispersión de la Comunidad y pérdida de identidad,
desintegración familiar, pérdida del control de nuestras vidas, expropiación de nuestro trabajo, humillación y hambre.
[60] l a f u e rz a d e l a g e n te
No había quién peleara:
los peleadores habían sido los antiguos
Eso fue muy grave y tocó luchar muy duro.
La gente de hoy cree que eso fue facilito.
Fue tan duro que mi papá hablaba y hablaba
y cuando terminaba de hablar lloraba.
Yo escuchaba al lado de él.
Manuel Jesús Tumiñá
Los lamentos
Cuando quitaron ya toooda la tierra no había naaada que
hacer, a nadie a quien acudir, no había nadie quien defendiera.
No había peleas por la tierra. Esto fue en tiempo de Mario Córdoba14 , cuando yo era un niño.
Había unas tierras frente al poblado de Silvia y otras lejos del
poblado, ¡bueeenas estaban las tierras! El misak las quería y no
podía cultivar. Siempre iban por el camino mirando eso y recordaban cuando las tierras fueron de ellos ¡cómo producían! Y
hoy no poder hacer nada.
Recordaban especialmente lo de la papa y el maíz y cómo cargaban esos productos en los caballos, a dónde se volteaban y
rodaban las cargas, y que no les faltaba comida. En eso pensaban mucho y se sentían aburridos.
Siempre volteaban a mirar esas tierras y tenían una mirada
de no poder volver jamás a cultivar en ellas. Creyeron en ese momento que los blancos se habían apoderado de las tierras para
siempre, y que por más que desearan, por más que miraran esa
bella tierra, estaba lejos de volver a llegar en sus manos. El comentario era permanente, mientras yo los miraba y los miraba.
Las tierras ¡cómo estaban de afinados los llanos! Parecían un
tapete de sólo engordar y engordar novillos tanto tiempo. Ellos
14
Terrateniente a partir de 1944.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [61]
siempre montaban en sus buenas bestias, ellos con las mejores
cosas y para el misak siempre lo peor, o nada.
De esto hacían comentario a diario, como el caso del Capitán de los Pollos, Jacinto Sánchez, que lloraba. También taita Anselmo Muelas, que siempre venía a nuestra casa a hablar de esto.
Nosotros alrededor del fogón, unas veces traía papa él y otras
veces teníamos nosotros, comíamos papa asada y, de todo esto
que ha pasado, siempre, siempre hacía comentario. Él también
hablaba y lloraba. La observación permanente era: cuando había tierra, había que comer y que beber y hoy no tenemos nada.
Taita Anselmo Muelas traía yerbas, como plantas medicinales del páramo, para vender y vivir de eso. ¡Qué tan difícil sería
la vida teniendo que vender yerbas del monte para vivir, cuando aún hoy es tan duro vender los productos! ¡Quién compraría eso! Habrá hecho alguna cosa para tomar cualquier agua. Y
tener que recordar que ¡un día tuvimos comida y hoy no la tenemos! Tener que recordar, cuando sentían la fatiga en el estómago,
la buena comida que siempre había en las mingas.
Taita Anselmo vivía en Sruktrapukulli y se fue hacia el páramo de Malvazá cuando lo expulsaron, en tiempo de Luciano
Muelas (1912-15), porque en esa época la gente sufrió las mismas
consecuencias que nosotros con Córdoba. Vivían en unas tierras
buenas, donde tenían animalitos que estaban bien, y también
estaba bien la gente, pero no pudieron hacer nada; les tocó irse.
Donde fueron sufrieron. Los animales, porque fueron a unas tierras de páramo; sufrió la gente también porque se murieron los
animales y entonces quedaron pobres.
Jacinta, hija de Anselmo Muelas, vive en Malvazá. Con sus
casi 100 años, hace poco15 me contaba algunos de sus recuerdos
de esa época.
Mi mamá llamaba María Calambás. Mi papá llamaba Anselmo
Muelas. Él era de Chimán, de ahí donde mi primo hermano que
llamaba Vicente y ha muerto [...] A ellos también los sacaron de ahí
y los mandaron a vivir abajo. El papá de Vicente era hermano de mi
papá; se llamaba Antonio. El otro hermano llamaba Pedro. La misma casa grande era la de mi tío Antonio. Mi papá fue nacido ahí.
15
Junio de 2001.
[62] l a f u e rz a d e l a g e n te
Cuando entraron a pelear otra vez las tierras, mi papá andaba
con una persona de Michambe que me parece que era Tumiñá16.
Era casado con una hermana de mi papá, de nombre Antonia. Era
de la casa, era cuñado, pero cuando llegaron los papeles los recibió él primero y los escondió. Entonces a mi papá el patrón, que
llamaba Rafael Concha, se enojó mucho y los expulsó. A los otros
hermanos no los echó porque ellos no estaban en el pleito. Yo oía
siempre hablando a mi papá que le echó porque había pleiteado.
Eso decía mi papá. Yo alcancé a oír. Yo debí haber sido una bebecita
muy pequeñita en ese entonces.
Cuando nos echó, mi papá se vino para acá para el páramo.
Tenía un amigo acá [...] y se vino. Se llamaba Manuel Cantero y
era un sabio; como mi papá era sabedor, siempre venía ahí. Yo
como era niña... hablaba que a mi me trajeron cargada, pero yo
no recuerdo casi nada de lo que él decía porque éramos pequeñitas. Bajamos y ahí en la hacienda que ahora es de Rosendo se hizo
una casa grande. Ahí yo crecí y mi hermanito, que no recuerdo si
fue mayor o menor que yo, murió [...] Yo no se de qué edad ni de
que tamaño fui yo, pero yo crecí acá.
Él hablaba siempre de Bogotá y no se de dónde más. Siempre
andaban junto con aquel que iba a recibir el papel. Lo recibió y lo
escondió e hizo expulsar a mi papá. Éramos nacidos en Sruktrapu,
Chillikkullu, pero también teníamos acá donde hay una chorrera
y baja un agua. En una falda donde llaman Trerosruktarau, ahí vivíamos. Allí había unos lecheros grandes que creo que hasta ahora deben estar. Si los han arrancado, a lo mejor ya no hay. Pero hoy
dicen que todo eso le ha tocado a otros y a otros y a otros.
Las huertas eran varias; otra y otra. Teníamos bastante,
tumbábamos monte, sembrábamos papa, veníamos a trabajar allá
al pie de la loma, y teníamos ganado. Éramos gente fuerte, teníamos comida y teníamos dinero.
Cuando vinimos, primerito nos ubicamos aquí, allá al otro
ladito, en la actual hacienda de Rosendo, allí fue donde nos
establecimos. Allí fue donde construimos para vivir, cuando nos
echaron de allá del Chimán. El que nos ayudó a construir la casa
era de nombre Juan, que él sabía hacer y nos ayudó. Como él era
buen compañero, la casa la construyó amplia, buena, como para
todos sus hijos. Y es ahí donde nosotros nos criamos. Yo me crié
16
José Antonio Tumiñá. Ver más adelante El Capitán Tumiñá y la gran traición.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [63]
Jacinta Muelas Calambás (derecha), hija de Anselmo Muelas, y mi mamá,
Benilda Hurtado Calambás. Foto: Bárbara Muelas Hurtado.
aquí, yo no me crié allá por el Chimán. Es cierto que yo nací allá
en Chimán, pero me vine a levantarme, a criarme, acá.
Cuenta la mayora que el páramo, a donde ellos fueron a parar después de la expulsión, estaba bastante virgen en esa época.
Pero ya los blancos lo habían comenzado a colonizar y, con el
tiempo, fue invadido de gente, incluyendo indígenas, y cultivos,
hasta el punto de que ya en estas sabanas es difícil encontrar hoy
en día una matica de frailejón.
Yo creo que mi papá se amañó aquí pronto porque encontramos un patrón de nombre Rafael Hurtado, que era bueno. Eso de
allá al otro lado, que hoy es de Rosendo, fue de él. Éste era hijo de
un Pacífico Hurtado, que ellos vivían allá donde ahora vive el her17
manito José . Ellos vivieron allí y yo los conocí muy bien a todos
17
Pedro José Muelas Hurtado.
[64] l a f u e rz a d e l a g en te
ellos. Este Pacífico Hurtado era bieeen viejito, con una barba bieeen
blanquita. Pero esta tierra no es que ellos la compraron, sino que
ellos la cogieron. Ellos tenían la tierra allí.
Pacífico Hurtado, el papá de Rafael Hurtado, María Antonia
Hurtado, que se casó con Román Quijano de Silvia, a mi papá le
mandó fue a esquilar lana de los ovejos. Tenía una cantidad de
ovejos... De aquí para abajo, todo era lleno de ovejos; pero hoy no,
hoy es casa y casa y casa, que ya no hay a dónde más. Eso en tiempo antiguo no era sino pajonal y pajonal, lleno de frailejón, lleno de frailejón todo. Y de ahí para abajo estaba lleno de ovejos
blancos, pero era una cantidad. Entonces mi mamá comadre y
mi papá ya eran conocidos y, como el hijo Rafael Hurtado era
bueno, cada vez que convidaban iban allá al corral de los ovejos,
los recogían silbando y gritando y llenaaaban de ovejos ese corral. Allí en el corral enlazaban de uno en uno, a todos los que
tuvieran la lana jecha de cortar. De uno en uno cogían y amarraban. A mi mamá comadre le tocaba cortar tooodo el día, dele
y dele y dele; con una buena tijera cortaba harta lana. A mediodía, no me acuerdo, parece que nos daban cafecito. Así era el Pacífico Hurtado. Como tenía hartos ovejos, a mi papá no mandaba a
hacer más sino eso.
En ese entonces parece que no sembraban papa como ahora.
Había mucho pajonal, frailejón. Eso lo acabaron con la presencia
de mucha gente. Empezaron a comprar las tierras, a cultivar, a
hacer casas, sembraron papas, y ahora lo acabaron limpio todo eso.
Eso se acabó. Y el romerillo. En tiempo antiguo yo miraba y eso
era lleno, y ahora no es sino lleno de casas y casas.
Así era el Pacífico Hurtado. Él también murió. El hijo llamaba
Rafael Hurtado. Esto era harta tierra y él era el que mandaba. Las
tierras no fueron compradas sino cogidas. La tierra allá al otro lado
y allá arriba, donde vivió Juan Manquillo, y esto donde estamos aquí,
y allí la tierra de Rosendo también, esos fueron cogidos todos.
El patrón Rafael Hurtado como tenía harta tierra, por todas
partes andaba y andaba y andaba, y se quejaba de que me duele la
rodilla, me duele por todas partes. No se qué tan grande sería, pero
él nos mandaba a traer ortiga. Nosotros con mucho miedo traíamos la ortiga, un guango así grande; entonces él subió la pata en
un palo, arremangó los pantalones y le ortigó rauraurau (risas).
Hacía eso porque le dolía y no podía dormir. Entonces al otro día
amanecía bueno.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [65]
En ese entonces aquí en estas tierras no había nadie. Por aquí
no había sino cusumbes... Rafael nos dio esto aquí y era montaña.
Toda esta guaicada, falda, era monte jecho. Todo era guaicada de
montaña. Mi papá como vino acá, estaba trabajando y necesitaba
cuando llovía un escampadero, entonces se construyó un rancho.
Así nos hemos pasado nosotros.
Cenón Niquinás, hijo de Sebastián Niquinás, un paez de
Cabuyo que vivía en Malvazá cuando Anselmo Muelas fue expulsado, cuenta que su papá lo conoció mientras vivía donde
Rafael Hurtado, y que cuando éste le vendió a un ‘mister’, como
Anselmo no se amañó con él, su papá le dio un encierro “para
que viviera y le ayudara a trabajar cuando él necesitaba”, pagándole por ello. En esa tierrita vive la mayora Jacinta hasta hoy en
día. Ella también lo menciona:
Acá teníamos un patrón que llamaba Sebastián Niquinás.
Desde aquí, todo a lo largo era tierra de él.
Años después, como aquí era estrecho y había hijos hombres,
entonces consiguió esa tierra del Cabildo en La Ánima para ellos,
para que estén trabajando allá. Eso hizo mi papá. Eso lo hizo antes de su malestar en salud y que muriera. Quién sería el gobernador, no se, pero mi papá pidió posesión a la tierra del Cabildo.
Esto lo hizo para que construyeran la casa, trabajen y vivan ahí,
porque eran hijos hombres. Entonces vinieron el gobernador, los
alguaciles, y posesionaron. Así dijo mi papá, para que estén allá los
hijos. Desde entonces hasta ahora allá están, allá viven.
La mayora recuerda también las largas jornadas que tenía que
realizar taita Anselmo para poder conseguir alguito para la subsistencia. En bestia, desde Malvazá tenía que dar todo un rodeo
por La Campana, para bajar a Silvia a vender sus puchitos el día
de mercado. Otras veces tenían que bajar del páramo por las empinadas lomas de Tsaporaintun (Cresta de Gallo), con la carga a
cuestas.
Él tenía un caballito y llevaba la carguita por allá por Pupiales.
La llevaba para Silvia para vender sus poquitos. La papita, los ulluquitos, en el caballito siempre llevaba para vender y luego comprar
[66] l a f u e rz a d e l a g e n te
Mapa 2
El Gran Chimán
la sal y la panelita. Siempre iba por allá por Pupiales. Bajaba por
allá por el Nupirrapu (La Campana).
Ni se cuánto gastaría. Salía el día lunes temprano, porque había que vender el día martes y comprar. Regresaba siempre el
martes tarde. Como nosotros fuimos niños, esperábamos, mirando, a ver a qué horas llegaba. Entonces traía cositas para la casa.
También traía cositas para los niños. En ese entonces tenía un caballito y siempre sabía ir así.
A veces mi papá se iba por allá por el camino grande, y entonces venía con su hermana, que era mi tía Catalina y era soltera. Acá
siempre nosotros con mi tía mamá estábamos juntos. Con ella, por
allá por el plan de Rosendo, sembramos harta cebolla y se dio bien
buena. La de ese tiempo era una cebolla que la llamaban cebolla
blanca. Como en el caballo no podía llevar todo, entonces mi tía,
una jigra de arroba y media la llenaba de cebolla, cargaba y se iba
por Tsaporaintun, por el Chimán abajo. Yo ya habría sido grande
cuando mi tía mamá me decía vamos vamos, y siempre íbamos juntas. Cuando íbamos nos quedábamos en el Sruktrapu, que era nuestra gente; llegábamos donde el kasuku Jeremías Cárdenas. Allí era
que llegábamos siempre [...] Cuando íbamos con la jigrada de cebolla por el deshecho, llegábamos siempre allá, siempre allá. Así fue.
Esas bajadas por Tsaporaintun tenían una complicación adicional, pues los terratenientes impedían el paso a los que no vivían en las haciendas, sobretodo a los luchadores. Luis recordaba
que, como taita Anselmo siempre hablaba de la lucha por la tierra, le hacían la vida imposible, y que cabo Cruz fue uno de los
que le prohibió totalmente el paso por el camino. Cenón Niquinás
también contaba que cuando su papá tomaba esa ruta les
mezquinaban, diciéndoles “que por allí no era camino, que el camino era por Totoró o por Las Cruces... Nos decían que no volviéramos a pasar porque si lo hacíamos nos echaban bala. Así era”.
Jacinta mi hermana guarda en su memoria los días cuando taita Anselmo, en esas bajadas por el desecho, llegaba a nuestra casa:
Cuando llegó a quedarse a donde nosotros, Anselmo contaba
cómo fue a vivir a Malvazá. Él andaba cargando frailejón, guayabilla y toda yerba medicinal; traía unas jigradas grandes, vendía eso
y con eso compraba la sal, la panela, lo que necesitaba. Cuando bajaba se quedaba en la casa de nosotros, y cuando subía también.
[68] l a f u erz a de l a g en te
Él también vivía en lo que llamaba Sruktrapu, lo que hoy en
día llaman Caracol; tenía la casa allá antes de ser expulsado. Habían sabido tener harta tierra, entonces tenían ganado, tenían ovejas y tenían buenos cultivos. Cuando vivían en Sruktrapu hacían
comida y como tenían ganado mataban res también, pelaban y comían. Contaba que el plato fuerte que comían era el mote, que la
cuchara quedaba parada en el centro del plato. Cada vez que llegaba contaba eso y por eso siempre lloraba tanto.
Los tres que estábamos escuchando —el sobrino Carlos, yo y
Lorenzo— preguntábamos y preguntábamos, y así dijo de estas
tierras. Nos contaba que estas tierras fueron de nosotros, que las
robaron en 1912, y que ustedes cuando sean grandes, peleen.
Hoy en día la comida puede ganarse fácilmente, pero ese momento fue tan difícil, tan duro, que no era sino recordar y recordar y llorar. Cuando fuimos niños vi eso. Yo viví entre esa mala
situación; me tocó crecer en ese medio de tristeza y dolor. De
verdad que ha sabido ser lo peor cuando arrebatan las tierras.
Gabriel Hurtado también era de Sruktrapu y vino junto con
Anselmo para Malvazá, a descubrir sabana. Era hermano de Pedro Hurtado, vivía en Chimán, y de allí pasó al frente de la tierra que es mía, al pie de mi rancho, donde tenía su casa de habitación. Fue de allí, según supo Luis por la abuela Teresa, hermana
de la abuela Gertrudis, de donde se fue ya para Malvazá.
De vez en cuando venía el día lunes allí a la casa vieja, y se quedaba. Entonces se ponían a contar historias con el finado papá
Juan. Ellos no hablaban más que de espantos. Dizque decía que allá,
subiendo hacia el Takpipisu, de noche alumbraba una procesión
de gente y sonaba música. Después de que contaba se iba. Eso contaba era con papá Juan. Las abuelitas estaban ahí en el fogón, calladas, escarmenando lana, no con vela ni con petróleo, sino a la
luz de la candela no más.
(Luis)
Gabriel hablaba como conocedor. Uno no sabía qué era la palabra ‘senado’, y él hablaba que Senado de la República, que mi
tocayo Turbay. Parece que fue recorrido. En las fiestas tocaba
el tambor. Me acuerdo de él en el baile del casorio de Rafael Hurtado, hermano de mi mamá. En esa fiesta fue que medio aprendí
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [69]
a tocar el tambor. Yo le daba y le daba a esos palos, tratando de
aprender, y hacía mucha interrupción; entonces los maestros
renegaban porque yo estaba interrumpiendo y decían: “¡Este
carajito está mezclando como un sancocho!”. Jajaja.
Tenía varias hijas, todas pequeñas en ese tiempo. Él salió
junto con taita Anselmo Muelas, en tiempo de Luciano Muelas.
Salieron juntos y sufrieron igual.
Y así como ellos, había muchos que se lamentaban y lloraban por la pérdida de sus tierras, pero no había quién liderara
un proceso de lucha.
Los viejos luchadores
Para nosotros es muy duro saber que ellos lucharon hasta ganarla,
pero no alcanzaron a ver el resultado final antes de morir. Creo que
ellos lucharon e hicieron todo eso pensando en nosotros, pensando
en sus hijos después. Sabían que la tierra iba a servir para siempre
y por eso hicieron tanto esfuerzo.
Lorenzo
La gente andaba sin saber qué hacer, teniendo que someterse contra su voluntad al dominio de otro. Desde que yo fui niño
vi y no había quién peleara. De esto era todo un lamento permanente, de que en ese momento no hablaba nadie de luchar por
la tierra. Se oía que peleaban las tierras, pero antes; serían los
mayores que habían sido peleadores. Las abuelas Gertrudis y
Teresa, que eran las de más edad, nos hacían esos comentarios.
Pero también sabíamos de las luchas de los mayores,
porque taita Anselmo tantas veces nos ha hablado para que
recordáramos. Él recordaba tanto y hablaba tanto, porque él sí sintió en 1912 cuando lo sacaron, y como él sí la vivió, la sufrió, por
eso es que insistía tanto en contar a la gente.
Se asociaban con Luciano Muelas, Carlos Muelas y Feliciano
Ulluné; Julio Calambás Muelas, el papá de Javier, que era jovencito, también los acompañaba. A Bogotá iban junto con José Antonio Tumiñá el capitán; como éste sabía leer, lo llevaban siempre
para ir a pelear allá.
(Jacinta)
[70] l a f u e rz a d e l a g e n te
La música de flauta y tambor siempre ha unido a todos los guambianos.
Flauteros: Juan Sánchez (terrajero) y Jesús Calambás (de tierra libre).
Nos habían contado de esos largos viajes llenos de dificultades para llegar a Quito y a Bogotá a hacer gestiones, con el fin
de conseguir títulos legales que respaldaran los derechos de nuestra gente a las tierras. Los mayores contaban que:
Para todas esas gestiones de venir a Bogotá gastaban un mes
entero. Para el camino traían maíz tostado molido. Que en un río
muy grande, que debe haber sido el río Magdalena, para poder
pasar, la ropa la sacaban toda y cargaban en la nuca y pasaban entre
cuatro cogidos de la mano.
Entonces fue que se conocieron con Manuel Quintín Lame,
con José Gonzalo Sánchez18, que era el secretario, y se dieron cuenta
que estaban expulsando a los terrajeros y vinieron hasta ahí. Manuel Quintín andaba por los lados de Popayán y como José Gonzalo era de más cerca, vino por esos lados con él. Venían siempre a
escondidas.
(Jacinta)
18
Ver más adelante Las luchas del siglo 20, pp. 92, 93, 99-102.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [71]
José Gonzalo Sánchez era de Totoró.
Todos los Sánchez que hay en Chimán eran de Totoró, como
era la familia de nutata José María Sánchez y su mujer numama
Pascuala Tombé. Todos los Sánchez han sido de nuestra gente,
nuestra sangre. Taita Jacinto Sánchez y Luciana Sánchez que viven por allá por Takukullu eran todos de una sola familia. De parte de la abuela Gertrudis, todos esos eran familias de nosotros
mismos. Todos ellos eran gente nuestra, gente terrajera y todos
hablaban la misma habla guambiana.
(Luis)
Como la mamá de la abuela Gertrudis, Ascensión Sánchez,
era de los Sánchez de Totoró, cuando supieron que los estaban
La abuela Gertrudis Muelas, mamá de mi papá (1950 c.). Foto: Luis Ortega
[72] l a f u erz a de l a g en te
expulsando, como eran la misma gente, vinieron a ver qué estaba
pasando.
Entonces fue con esos luchadores, con taita Luciano y los
otros que fueron a Bogotá, que esas tierras fueron ganadas. Pero
como, según los relatos de muchos, el que sabía leer los traicionó, todo quedó como antes durante muchos años más.
Fue ganado y José Antonio Tumiñá entregó los papeles a los
blancos, se los robó. Le pagaron una plata y el blanco le dijo que
la plata guarde en su cabecera. Los mismos vinieron por la noche
y se la robaron. La gente perdió la tierra y él perdió la plata;
perdieron todos. La plata, unos decían que 60 mil, pero eran 60
pesos, que Tumiñá vendió por eso.
Por esa causa es que estamos sufriendo, por haber vendido, por
haber entregado, decía taita Anselmo, y reiteradamente lloraba.
Como Tumiñá sabía leer y escribir, taita Anselmo y los otros no...
Por eso tenía tanta rabia y lloraba.
(Jacinta)
Pero en todo caso, sabíamos que los antiguos habían luchado de muchas maneras, por recuperar la tierra y la libertad. Y lo
que hacía llorar a nuestros mayores, cuando yo era niño, no era
solamente el recuerdo de las buenas épocas, sino la inexistencia
de luchadores en ese momento.
Las luchas de antes del siglo 20
En realidad no conocemos mucho sobre las luchas que adelantaron nuestros antepasados contra la invasión de nuestras tierras y nuestras vidas ejercida por los blancos, antes del siglo 20;
pero sí existen algunos documentos en los que se habla un poco
de sus esfuerzos por no dejarse robar las tierras, por no dejarse
explotar, por no dejarse maltratar. Estos no tuvieron resultados
positivos para nuestros antepasados, pues dentro de una sociedad en la cual mandatarios, jueces, terratenientes, curas, defensores de indios y demás tenían estrechas relaciones de parentesco o de amistad entre sí y, por lo tanto, un interés común que
los enfrentaba con los indígenas, era imposible lograr decisiones
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [73]
o fallos a nuestro favor, en cualquiera de los estamentos de esta
Nación entonces en formación.
El documento más antiguo que hasta ahora hemos visto en
relación con estos temas habla de sucesos en 1733. En esa época
nuestros mayores se resistieron al pago de la ‘mita’, el cual debían
hacerlo la quinta parte de los indígenas tributantes de las parcialidades, durante 90 días al año. Ésta buscaba proporcionar
mano de obra a la economía de los blancos, e implicaba un traslado forzoso de los indígenas a trabajar en haciendas o minas, a
cambio de un jornal que era parte en dinero y parte en especie
(un real más ración diaria). Pero lo que los indígenas ganaban
por este trabajo no les alcanzaba siquiera para pagar a la Corona española el tributo a que estaban obligados19.
En 1733 había 18 mitayos guambianos asignados por el Cabildo de Popayán a Juan Fernández de Belalcázar. Los indígenas
cumplieron la mita sólo algunos días y luego se rehusaron a
hacerlo —alegando que por su ausencia las sementeras para el
sustento de sus familias se estaban arruinando—, razón por la
cual se adelantó un pleito que terminó con la destitución del
alcalde guambiano Gregorio Tenebuel y el encadenamiento, encarcelamiento y azote del cacique principal Cayetano Tombé, del
capitán Santiago Pag y del mismo Tenebuel, por no lograr que
los indígenas fueran a pagar la mita.
No está claro si nuestros antepasados usaron en sus luchas
la Cédula Real de 1700, mediante la cual el rey Felipe V de España otorga a algunas parcialidades indígenas el título de propiedad sobre sus tierras, en cabeza del cacique Don Juan de Tama y
Estrella. Hay por lo menos un estudio que tiene una cita del
Ministerio de Gobierno, en la que se incluye a Guambía como
19
Archivo Central del Cauca, Libro Capitular de 1733. Llanos (1978:77) hace cálculos de cómo con lo que recibía la comunidad guambiana por la mita en 1733 y
lo que debía pagar en tributo, lo que realmente se producía era su empobrecimiento. De 90 indígenas tributarios, la quinta parte, o sea 18, debían servir como
mitayos. El tributo anual por indígena era de 2 patacones y 4 reales, es decir, la
totalidad de indígenas tributarios debían pagar: 90 indígenas x 2 patacones 4
reales = 1800 reales o 225 patacones. El jornal diario por mitayo era de un real (8
reales hacen un patacón) y eran 90 días de mita por año, o sea que por la mita los
18 indígenas recibían: 1 real x 90 días = 1620 reales o 202 patacones 4 reales. Esto
significa que lo que recibían no les alcanzaba ni siquiera para pagar el tributo.
[74] l a f u e rz a d e l a g en te
uno de esos pueblos20. Sin embargo, en la Escritura 843 del 8 de
octubre de 1881 de la Notaría 1ª de Popayán, que corresponde a
la protocolización de este título, sólo se nombran Pitayó, Quichaya, Caldono, Pueblo Nuevo y Jambaló. De cualquier manera, el título fue declarado falso por el Juzgado de Silvia en 1933,
por lo que no sabemos que tan útil pudo haber sido en esa época, como instrumento legal en la lucha por la tierra.
Un documento posterior21 nos deja saber que unos años más
tarde, en 1748, las tierras del Gran Chimán se encontraban conformando una hacienda que estaba en manos de José Fernández
Belalcázar, quien hizo un testamento en el cual fundó un mayorazgo sobre sus bienes, entre ellos “la hacienda y tierras de
Guambía”, nombrando como heredero a su sobrino Santiago
Fajardo Belalcázar. Argumentaba su derecho legal sobre nuestras
tierras basándose en una cédula real de 1729, en la cual el rey
Felipe V —quien como todos los reyes de España que vivieron
las épocas de conquista y colonización de nuestro continente,
usurpó y se dedicó a repartir lo que no era suyo— reconfirma a
favor de Juan y José Fernández Belalcázar unas mercedes de tierras otorgadas el 23 de octubre de 156222. Estas mercedes habían
20
En la investigación de Wiesinger y Echeverry (1964, p.30) se lee la siguiente
cita:“En nombre y por mandato de ‘Su Majestad el rey Felipe V dio a los pueblos indígenas de Pitayó, Quichaya, Guambía, Quizgó, etc. representados en el
cacique don Juan Tama la propiedad de las tierras que constituyeron luego los
resguardos indígenas de los mismos nombres. Dicho título fue protocolizado por
medio de la Escritura número 843 del 8 de octubre de 1881 de la Notaría de
Popayán y debidamente registrado’”.
21
Escritura de Fundación de Mayorazgo de José Fernández de Belalcázar a favor
de su sobrino Santiago Fajardo Belalcázar (acc, Colonia-Libro Notarial de 1753Fs. 176 a 199).
22
“He resuelto aprobar y confirmar especialmente las Mercedes de Tierras [...]
Las tres leguas de las tierras llamadas de Silva que el gobernador don Pedro de
Agreda repartió a mi Real Nombre en 23 de octubre de 1562 a don Francisco
Velalcazar, que tienen por linderos el Serro del Mogote, y el río de Japio que dentra
en el de Silva en el Valle de Guambía, y dicho rio abajo linda con el asiento o
solares del Pueblo de Guambía, y a su frente desde el monte alto dicho de
Monchique lo que ocupa el Valle y Arroyos abajo [...] Dado en Madrid a 29 de
noviembre de 1729. Yo El Rey” (acc, Signatura 5253-Independencia-Judicial I9cv-tierras-Fs.18 a 61).
La ortografía de todas las citas de documentos de archivo corresponde a la de
los originales.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [75]
sido otorgadas ilegalmente, según sus propias normas, pues en
ese entonces las reparticiones de tierras sólo se podían hacer por
orden emanada del rey, la que no existió en este caso; sin embargo, éstas ya habían sido ‘compuestas’, es decir, legalizadas
mediante el pago de un tributo23, en 169224.
Es interesante anotar que en esa fecha de 1748, en el momento
de hacer el testamento, la hacienda tenía 357 ovejas, 33 cabras, 48
yeguas con sus potros, 18 agüinches, 21 hoces y algunas herramientas más, además de un molino, una troja de trigo y unas
casas. Años más tarde Ventura Fajardo, nieto de Santiago, el primer heredero, acusaría a su padre Matías “por la destrucción
intencional de la hacienda de Guambía” a tal punto que “los ganados [...] se extinguieron en términos que no quedó ni la raza”25.
Luchando contra Matías Fajardo y sus herederos
Muchos años después de que Santiago Fajardo recibiera el
Gran Chimán como herencia, en octubre de 1825, el Cabildo de
23
En 1591 hubo una orden para revisar los títulos sobre tierras otorgados por
cabildos, gobernadores y audiencias. Los simples ocupantes debían ser desposeídos y los que tuvieran algún título podían presentarlo a composición mediante
el pago de una suma a la Corona. El fundamento de las composiciones era que las
tierras “no habían salido hasta ahora del dominio de la Corona española [...]”. Pero
para acceder a una composición “era necesario [...] contar con las otorgaciones de
los Cabildos, de los gobernadores y de la Audiencia, cuyos títulos eran susceptibles de saneamiento. Existían también tierras ocupadas por españoles sobre las
cuales no se había otorgado ningún título [...] de las cuales los encomenderos solían ser los usufructuarios de facto. Se trataba de tierras que nadie discutía a sus
antiguos propietarios, los indígenas, como el lugar de su asentamiento, y que la
Corona se había apropiado por el hecho de la conquista. Era allí en donde los
encomenderos establecían estancias expulsando a los indios con ganado o imponiéndoles pesadas tareas en las parcelas cultivables” (Colmenares, 1978: 204).
24
“Que los títulos de dichas tierras de Guamvia se refieren y constan por un
ttesttimonio dado a pedimento de Don Agustin Fernandez de Velalcazar [...] por
el que consta haver el dicho Dn Agustin presenttado antte el señor Oidor de la
Real Audiencia de Quito [...] los titulos de las esttancias de dicho Guamvia [...]
para que con su visitta y de esttar compuesttas con Su Magesttad se sirviese dicho señor Oydor visittador aprovecharlos y ampararle en la posesion de dichas
tierras lo que concedió dicho señor Bisittador por su Autto de 3 de Octubre de
1692 [...]” (acc, Colonia-Libro Notarial de 1753-Fs.176 a 199).
25
Demanda de Ventura Fajardo contra la testamentaria de su padre Matías Fajardo,
acc-Sig. 708-República-Judicial I, 1838.
[76] l a f u e rz a de l a g e n te
Guambía instauró una demanda contra Matías Fajardo, que
también lo nombran como Matías Belalcázar Fajardo, hijo de
Santiago Fajardo, por la posesión y propiedad de las tierras de
Chimán. Esta pelea duraría 30 años y en ella los guambianos hicieron un gran esfuerzo por retener las tierras de Chimán y por
no pagar terraje, usando principalmente el camino de la legalidad
de los blancos, aunque también otros medios, como rehusarse
al pago de terraje, lo que les costó la quema de sus ranchos y la
expulsión de sus tierras.
Pero con una única excepción todos los fallos de los jueces,
tanto en Popayán como en Bogotá, favorecieron a los blancos,
lo cual era apenas de esperarse si se tiene en cuenta que ellos
mismos hacían las leyes, los papeles, de entre ellos salían los defensores de los indígenas, y todos ellos estaban relacionados entre sí de una u otra forma. No es sino observar como en 1836 casi
no logran encontrar defensor para los indígenas, pues todos se
excusaban por tener algún grado de parentesco con Fajardo.
Este proceso se desarrolló como se detalla a continuación:
Ante la demanda de 1825 por la posesión y propiedad de las
tierras de El Chimán, entablada por el Cabildo de Guambía, el 5
de octubre de 1827 el juez 2º de 1ª instancia de Popayán declaró
a favor de Matías Fajardo26. El 9 de febrero de 1828 los indígenas
solicitaron remedio de restitución, y fue sólo hasta el 4 de octubre de 1836 que el juez 2º de Popayán dictó sentencia a favor de
Matías Fajardo. El 26 de octubre de ese mismo año los guambianos apelaron la sentencia.
En diciembre de 1836 los defensores de Matías Fajardo alegaron, entre otras cosas, que de parte de los indígenas “las pruebas
que se produjeron se consideraron nulas”, que ya habían pasado
los términos, y que los mismos indígenas habían dicho “que se
les despojó de las tierras, picandoles la serca, y quemandoles sus
casas porque no querian pagar el terraje, que se les exigia por los
Belalcázares”. El 6 de marzo de 1837 la sentencia a favor de Matías
Fajardo es confirmada por el Tribunal Superior de Popayán.
Mientras tanto murió Fajardo y, ya para 1840, aparece como
dueño Mariano Mosquera, en calidad de heredero de la testa26
acc, Sig. 2696-República-Judicial iii-3cv-Tierras.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [77]
mentaria y representante de sus cuñadas, las hijas de Fajardo. En
ese mismo año éste arrendó el molino y las tierras de Guambía
a un Manuel María Orozco, vecino de Silvia, quien aparece cobrando terraje a los guambianos, al menos hasta 184627.
En octubre de 1850, a través del protector de indios, los
guambianos pidieron posesión de El Chimán, fundamentándose en unos títulos del Resguardo. Mariano Mosquera se opuso, en defensa de los derechos de sus hijas, herederas de Matías
Fajardo. El 31 de julio de 1851, sin esperar el fallo de la Corte,
Mariano Mosquera y otros vendieron a José Antonio Concha
las tierras de Chimán; en la escritura se lee que los vendedores
dijeron que:
[...] tienen por suyas propias unas tierras llamadas de ‘Silva’,
que quedan al oriente del pueblo de Guambía, las mismas que se
le adjudicaron a Don Francisco Velalcazar en 23 de octubre de 1562
[...] Dichas tierras han determinado vender, y al efecto las tienen
ya tratadas con el Sr. José Antonio Concha en el precio y cantidad
de 3500 pesos [...]
El 30 de julio de 1852, en sentencia de 1ª instancia del juzgado de Popayán, se declara que la posesión y propiedad de los terrenos de los molinos de Guambía y Chimán son de Mariano
Mosquera.
Los indígenas apelaron, y el 31 de agosto de 1853, en sentencia de 2ª instancia, lograron del Tribunal Superior de Popayán
el único falló a su favor, en el cual se declara que los terrenos de
Chimán deben ser entregados a los guambianos. El expediente,
con las pruebas presentadas por nuestros mayores, que sirvieron de base para este fallo, debería estar en el Tribunal Superior
de Popayán, en el Archivo Central del Cauca, o en los archivos
de la Corte Suprema de la Nación, pero hasta el momento no
hemos logrado ubicarlo.
Mariano Mosquera interpuso recurso de nulidad e injusticia notoria ante la Corte Suprema de la Nación, la cual —según
se lee en la publicación que del fallo hizo José A. Concha hijo,
27
acc, Judicial-Sig.1125 y República-Judicial I-Sig. 1095.
[78] l a f u e rz a d e l a g en te
en 1913, única versión que hemos logrado encontrar— falló a su
favor el 8 de marzo de 1855.
Dos meses después, el 8 de mayo de 1855, el juez del circuito
Domingo Medina —quien posteriormente emparentaría con el
nuevo terrateniente a través del matrimonio de su hijo con Bárbara Concha, la hija de aquel— le dio posesión de El Chimán a José
Antonio Concha, como comprador de la finca a Mariano Mosquera.
Y el señor juez ordenó a los indígenas que de ningún modo lo
inquietasen, molestasen o perturbasen en la posesión y propiedad
del mencionado terreno y que le reconociesen como su legítimo y
28
verdadero dueño adquirido con justo título .
Fueron pues 30 años de pleitos judiciales que no llevaron a
ninguna parte, como no podían hacerlo, pues desde el comienzo todo estaba dispuesto para que los conquistadores y sus descendientes establecieran una sociedad contraria a la indígena y
a costa suya. Para empezar, o bien el rey de España usurpó y repartió unas tierras que no eran suyas, nuestras tierras, otorgando
mercedes reales sobre ellas, o bien los conquistadores y su parentela las usurparon aun en contra de su propio sistema legal,
es decir, creando títulos que no eran emanados de la Corona, o
simplemente asentándose en ellas por la fuerza o con engaños.
Si los indígenas no contaban con títulos de la Corona sobre sus
territorios, los blancos tenían todo su propio sistema legal para
asegurarse su apropiación, pero si los tenían, así fuera tan sólo
de parte de ellos, los blancos de una u otra manera se las ingeniaban para restarles validez, bien mostrando títulos a su nombre o ganando las peleas a través de un sistema legal que estaba
organizado para defender los intereses de los venideros y en el
cual quienes juzgaban eran ellos mismos.
Luchando por expulsar las gentes de casta
Al tiempo que nuestros abuelos luchaban en las cortes por
las tierras de El Chimán, demandaban también la expulsión
28
Citado en Concha, 1913.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [79]
de la gente no indígena del pueblo de Guambía y sus alrededores29.
En 1793 el gobernador de la Provincia de Popayán había ordenado establecer un proyecto de población, que buscaba dar solución al problema de exceso de ‘vagos’ o población sin oficio.
Con ello se estimuló a las ‘gentes de casta’ a avecindarse en los
pueblos de indios, entre ellos el de Guambía, y se les mandó a
construir casas,
con la obligacion de contribuhir un peso annualmente por el
terreno en que se hallan cituadas sus cassas, y dos por aquéllos que
fuera de lo que es cassa hubiesen echo sus sementeras, o tubiesen
30
Hacienda de Pie en el punto del Pueblo .
El arriendo tenía por objeto cubrir los gastos de la escuela y
del cura doctrinero.
Desde ese año, familias y personas no indígenas empezaron
a asentarse y a construir viviendas en el poblado. Para 1798 ya
había más de 30 familias viviendo en Guambía, todas con casas
propias, menos unas cuatro que habitaban casas tomadas en
arriendo a indígenas.
En 1829, la población de la parcialidad de Guambía era de
“trecientos de macana y de mil y docientos en su totalidad”, a pesar de lo cual sólo tres de las 34 casas existentes en el pueblo de
Guambía eran habitadas por indígenas; en las demás vivían ‘gentes de casta’ y había 21 solares vacíos. En Ambaló el número de
casas era de 33, de las cuales sólo diez estaban habitadas por indígenas, y había 16 solares vacíos; y en Quizgó, 11 de las 16 casas
que existían eran habitadas por gentes venideras y había 30 solares vacíos.
Según el mismo documento, “los indigenas y sus sembrados
[...] se hallan en las montañas por consecuencia de su invertebrada propencion a habitarlas y huir de las sociedades”31. La
29
El relato de este caso se encuentra en AGN, ‘Indios’, Fs. 407-435 y 365-376 (faltaban 431 y 433-35).
30
Ibíd., Folio 373.
31
Ibíd., Folio 375.
[80] l a f u e rz a de l a g en te
Vista del Pueblo de Silvia o Guambía, 1853.
Acuarela de Henry Price.
razón que daban los indígenas para no vivir en el pueblo y no
cultivar allí era el “temor de los perjuicios que las gentes de casta les podian irrogar”.
En marzo de 1829 y en pleito aparte, a través de sus autoridades o ‘mandones’, como los llamaban los blancos, los guambianos
se dirigieron al defensor de indígenas para quejarse por la invasión de sus tierras por parte de gentes no indígenas, y para solicitar su expulsión de ellas.
Hace muchos años que con motivo de avecindarse en nuestro
pueblo todos los que quieren sufrimos gentes, que no cabiendo en
ninguna parte, toman el proyecto de irse a Guambía, ponen antes
del alojamiento la fabrica de aguardiente y chicha, sin otro trabajo, ni ocupación; sin que los mandones, ni las recombenciones de
nuestro párroco surtan otro efecto, sino el de insultarle, y maltratan a los indios nuestros hermanos [...] Algunos hombres se han
avecindado en Guambía que no se sabe de qué viven, y son de
aquellos que la ley llama vagos, porque en todo esto hay respecto
de los jueces blancos una condescendencia y disimulo, y quisa
autorización, que no se hace el menor alto en cosa alguna, por
conexiones o compadrazgo, siguiendose el desorden que es
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [81]
consiguiente. Las personas que quieren van a Guambía, y cuando
por una casualidad no logran comprarles a los indígenas sus casas en tres, o cuatro pesos, toman los solares que son sus posesiones, uno, dos o tres, y los ocupan y no hay arbitrio sino que ya son
dueños legítimos de ellos y plantan sus casas, y huertas, sin que el
pobre indígena pueda hablar una palabra que no sea contestada
con bofetones.
Es verdad que algunos solares se arrendaron, para pagar al
maestro de escuela y nuestro cura, pero ni la escuela tuvo efecto
ni los arrendadores han pagado; y no presumiremos prudentemente que en poco tiempo no tendremos los indígenas ni casas, ni tierras en que vivir [...]
Para aclarar mejor el fin de esta nuestra representacion y el
objeto a que principalmente se dirije, es que se dicte una providencia seria imponiendo a toda esa gente de color, o casta que ya
es innumerable, desocupe el pueblo y tierra de la comunidad por
ser muchos los agravios, y perjuicios que esperimentamos no solo
por sus personas, sino por sus ganados, y puercos que crian en
abundancia, de suerte que en brebes años esas familias introducidas en nuestro pueblo querran disputarnos nuestros derechos,
ocupandolos desde ahora vendrán a ser dueños de toda nuestra
tierra llenandola con sus personas, con sus familias, y con sus
gruezas haciendas de ganados, puercos etcetera, y los indigenas por
la fuerza seran despojados32.
El Protector General de Indígenas remitió la solicitud del
Cabildo al Prefecto en Popayán, comentando que:
[...] la comunidad de la parroquia de Guambía por medio de
los gobernadores de las tres parcialidades que la componen, excitan clamorosamente su ministerio por el memorial que acompaña, con el objeto presiso de obtener del gobierno la espulcion de
las gentes de castas que en numero crecido, y con indecibles vejaciones, y perjuicios suyos en lo moral, y temporal, ocupan su pueblo [...] Ellos espresan [...] que con ocacion de tenerles embarazado el pueblo con sus casas de habitación, y huertos (los que los
cultivan), se ven los indígenas en la dolorosa necesidad de vivir fuera
de la reduccion [...] situando sus hogares a distancia del pueblo, en
32
Ibíd., Fls. 432, 407.
[82] l a f u e rz a d e l a g en te
parajes dificiles, y penosos, como los que llaman cuchos [...] Dicen
mas: que la numerosisima cria, y ceba de zerdos que han entablado
los forasteros, y los demas ganados que tienen varios de ellos, les talan, y destruyen sus chacras, y sembrados, y les dañan sus tierras [...]
sin que jamas reciban la indemnizacion de los perjuicios33.
Pero el Asesor General de la Prefectura salió en defensa de
los forasteros y, con base en su concepto, el Prefecto profirió un
Auto a favor suyo y en contra de los indígenas. Por esta razón
los indígenas, con el apoyo del Protector General de Indígenas,
insistieron en su petición y solicitaron que el caso se elevara al
Supremo Gobierno. El Protector subrayó que se trataba del:
[...] desembarazo, o desocupacion de la casa comun y propiedad agena, tomada sin titulo, sin accion, ni derecho, sin anuencia
del dueño, y verdadero señor, que lo es la comunidad y con una
indirecta espulsion de ella, y enormes quebrantos y daños suyos.
La comunidad de indigenas de Guambia no ha vendido, ni enagena34
do de manera alguna un palmo de su pueblo, y resguardo .
La queja y petición de los indígenas serían tan justas que incluso el cura de la parroquia, que incluía a Guambía, Ambaló y
Quizgó, intervino en el caso para respaldarlos.
Por mas de veinte años he sido testigo del mal tratamiento que
se le da a estos indigenas por muchos de estos vecinos sin motivo.
Se les estropea no solo de palabra, sino tambien con acciones violentas, y de esto no se libran ni aun los mismos jueces; pero ni las
mugeres [...] Diariamente veo con dolor las lagrimas que derraman
los pocos indigenas que han quedado cerca de la poblacion, a causa
de los daños que reciben en sus pequeñas sementeras. Causados
por los ganados que se mantienen dentro del pueblo; y ellos me
aseguran que aun despues de repetidas quejas, no se les indemniza de nada, perdiendo asi su subsistencia, y la de sus familias. Lloran los indigenas, al ver despedasar sus ovejas por los perros que
guardan las casas en que viven los blancos, y se quedan sin el
bestido que esperaban de la lana [...]
33
34
Ibíd., Fl. 408.
Ibíd., Fl. 416.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [83]
[...] sus mujeres sufren azotes, y otros ultrajes violentos por no
cometer el delito horrendo del adulterio, cuyo hecho lo acabamos
de ver publico y notorio.
[...] Los señores Carvajales, los vecinos del citio de Usenda, y
los de Chuluambo, son los unicos que han heredado el suelo, y propiedades de sus antepasados [...] El resto son forasteros, que dejando en otras partes sus casas, y haberes se dirijen a Guambia, sin
mas destino que el que espresaron los indigenas en su primer
memorial [...]
Actualmente se le han estado exijiendo tres pesos a un indigena para darle permiso de que haga una casita en el mismo solar
que heredó de sus padres [...] Los unos me muestran sus baldaduras porque no han querido comprar sal por estar mala. Otros la
sangre que derraman porque no han querido vender algunas cosas de las que tienen en sus casas, y otros me traen el palo con que
han sido estropeados por no haber fletado una bestia. Es necesario, repito, ser testigo ocular para creer todo lo que pasa [...]35.
El Supremo Gobierno, después de comisionar a un funcionario de Popayán para estudiar el caso, negó la solicitud de los
indígenas.
Aunque aún no sabemos mucho sobre el proceso de lucha
de nuestros mayores en las épocas más antiguas, lo que sí queda
claro de la poca información que hemos visto es que su pelea se
dio en varios frentes, que fue larga, que hicieron grandes esfuerzos durante muchos años, que hubo muchas idas y venidas llevando y trayendo papeles a Popayán, Bogotá y Quito, tratando
de demostrar que ellos contaban con títulos sobre sus tierras, o
que tenían la razón dentro de la legalidad blanca. Pero cuando
lo hacían les decían que valían más los papeles de los blancos, o
que su colonización física estaba por encima de los derechos de
los indígenas. Ellos no llegaron a entender que no era ese el camino para recuperar lo que era suyo, y se requirieron 130 años
más para que, por las vías de hecho, al menos parte de sus tierras y derechos regresaran a manos de su gente, sus descendientes, nosotros.
35
Ibíd., Fls. 426-30.
[84] l a f u e rz a d e l a g e n te
Las luchas del siglo 20
¡Cuánto no sufrieron los mayores aquí,
pagando terraje y todo! No solamente pagaban
terraje, sino que sabían y contaban que era tierra
de nosotros. Y estaban luchando, asociando con
otras gentes por allá lejos, reuniendo y sufriendo.
Javier Calambás
A partir de 1855, cuando José Antonio Concha fue posesionado de El Chimán, la familia Concha mantuvo nuestras tierras
en sus manos hasta 1929. Durante las primeras décadas del siglo
20, hubo algunos terrajeros que encabezaron una lucha contra
la terrajería y por recuperar nuestro territorio. No está muy claro qué tanto apoyo hubo de la gente de tierra libre para esta pelea, pero sí se sabe que hubo por lo menos algunos que participaron. El grueso de la gente de la hacienda36, por temor a la
represión, sólo apoyaba subterráneamente con platica, para que
fueran a Quito y Bogotá a hacer gestiones. De esas gestiones el
resultado fue la Escritura 1051 del 2 de noviembre de 1912, de la
Notaría 1ª de Bogotá.
En esa época las principales cabezas visibles en el proceso por
recuperar u obtener un título que respaldara, dentro de la legalidad blanca, los derechos de los guambianos a las tierras del
Chimán fueron Carlos Muelas, su hijo Luciano y Felipe Calambás, este último de las tierras de Santiago. Ellos hicieron varios
viajes a Quito y a Bogotá, y ya en 1912, cuando adelantaron las
últimas gestiones para obtener la Escritura 1051, fueron apoyados por el gobernador del Cabildo de ese entonces, Feliciano
Ulluné.
La mencionada Escritura corresponde a la protocolización
de una serie de declaraciones extrajuicio en las que, entre otras
cosas, se da cuenta de que en forma quieta e ininterrumpida
los guambianos siempre han ocupado las tierras conocidas
como El Chimán. En ese entonces un documento como éste tenía
36
Los terrajeros.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [85]
toda la validez legal para respaldar la lucha por la recuperación
de las tierras, ya que la Ley 89 de 1890, en su artículo 12, lo reconocía así:
Artículo 12. En caso de haber perdido una parcialidad sus títulos por caso fortuito o por maquinaciones dolosas y especulativas de algunas personas, comprobará su derecho sobre el resguardo por el hecho de la posesión judicial o no disputada por el
término de treinta años, en caso que no se cuente con esa solemnidad, y de acuerdo con lo dispuesto en el Código Civil. Éste último requisito de la posesión pacífica se acredita por el testimonio
jurado de cinco testigos de notorio abono, examinados con citación del Fiscal del Circuito, los que expresarán lo que les conste o
hayan oído decir a sus predecesores, sobre la posesión y linderos
del resguardo.
Pero los indígenas perdieron momentáneamente este título,
debido a lo que se ha considerado la traición de uno de los integrantes de la comisión que estaba adelantando las diligencias.
Lamentablemente, como los que estaban gestionando no sabían
leer, se hicieron acompañar del capitán José Antonio Tumiñá
quien, según se dice, entregó el título a los terratenientes a cambio de algunos pesos37, dejando a nuestra gente temporalmente
sin respaldo jurídico para recuperar las tierras. Anselmo Muelas Tumiñá comentaba que:
38
En ese entonces nadie veía en el papel , ni los capitanes, ni los
gobernadores, ni nadie, hasta hace poco. Mi papá siempre decía
que el capitán, el que veía el papel, fue el que recibió y entregó, el
que hizo ese mal.
El lamento sobre este hecho fue continuo y hasta hoy en día
todos los que vivieron la situación, sus hijos y sus nietos, recuerdan
con tristeza la traición. Debieron pasar casi 30 años para que los
guambianos volvieran a entrar en posesión de dicho título.
37
Las diversas versiones dan una cifra que va desde 5 hasta 200.000 pesos.
38
Saber mirar el papel, es decir, saber leer.
[86] l a f u erz a de l a g en te
Por otra parte, cuando la gente apoyaba en dinero era como
hasta ahora, que siempre anotan en un cuaderno quién ayuda,
cuánto ayuda. En un momento de borrachera, decía mi papá, un
dirigente dejó caer ese cuaderno de apuntes en el que encontraron la lista de los nombres de quienes apoyaban económicamente. Ahí logró el terrateniente saber con nombres propios quiénes eran los que apoyaban la lucha indígena de ese momento.
Como consecuencia, todos ellos fueron reprimidos violentamente
y tuvieron que salir de las tierras de la hacienda del Gran Chimán.
Como a los que peleaban y trabajaban en la lucha por la tierra les
tenían odio, para evitar eso ayudaban subterráneamente, pero ahí
ya se descubrió. Esa gente no tenía a dónde ir, y el terrateniente
sabía que no tenían a dónde ir, pero los expulsaron.
Luis cuenta que los mayores decían que habían reunido a los
terrajeros allá en el molino, y que:
El patrón, para que no siguieran haciéndolo así, ante la presencia de todos ellos los expulsó. Y que allí el patrón dijo que a los
ignorantes no les siguieran sacando plata [...]
Siempre decían que Luciano, Carlos, Anselmo y Juan Calambás
eran los que los habían engañado. Un Vicente Cuchillo había ayudado y también fue expulsado. Cuando el patrón los llamó a la
Empresa, no decían que luchaban por ellos sino que señalaban
que eran los que engañaban. Decían esto solamente para quedarse ellos allí, para que no los echaran. Ésta declaración la hicieron públicamente, con el fin de no ser expulsados.
Esto yo no alcancé a conocer, sino me hablaban a mi los
conocedores, como mama Dolores. Ella tenía un rancho cerca de Cresta de Gallo y allá, al ladito del fogón, hablaban y
hablaban.
Entonces, no sólo se perdió el título, sino que además la gente
que había apoyado para conseguirlo se quedó sin sus tierras, sin
un lugar donde vivir y en donde trabajar.
Los terrajeros que habían estado al frente de las luchas,
ahora en una muy difícil situación por haber sido expulsados,
no pudieron seguir peleando directamente durante un largo
tiempo. Sin embargo, parece ser que hubo un importante apoyo
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [87]
clandestino a las actividades que en ese momento adelantaba
Manuel Quintín Lame contra la terrajería.
Carlos y Luciano Muelas: ganaron pero perdieron
Taita Anselmo Muelas Morales, nieto de Luciano, cuenta que
a su abuelo lo sacaron de donde ahora está la casa quinta de
Mariano Ramos; que ahí había unas casas de paja, y allí era que
vivían y trabajaban, en la tierra de Chimán. Y de ahí lo sacaron,
lo echaron, y fue entonces cuando empezó a buscar el título.
Las abuelas decían que a taita Luciano Muelas, por ser un
luchador,
lo estaban buscando los blancos para matarlo. Él vivió allá en
el Kuruschak y como era tan cerca, tan visible, le tocó volarse de
ahí. Allí cerquita de la casa donde vive Álvaro Tombé, que hasta
ahora están los cercos de lechero.
Entonces se quedó en la casa una hermana suya que llamaba
María Trina. Una mañana muy temprano, casi oscuro, cuando iba
a recoger agua, la estaban esperando en el chorro los blancos y
preguntaron que dónde estaba Luciano. Ella dijo que no sabía.
Como venían a matarlo, armados, con la bayoneta que traían la
hirieron a ella. A raíz de esa herida se murió.
Ella lo hizo por defender a su hermano de decir que no sabía
dónde estaba, entonces la hirieron a ella y murió.
(Jacinta)
También Manuel Jesús Tumiñá comentaba que él no alcanzó a vivir la situación, pero que le escuchó a su papá decir que
había visto que:
Llegaron en la tarde y salió mama Trina a defender. Ella estaba sentadita en su panku hilando lana, y estos tipos, con la pata
del fusil, le dieron un culatazo en el pecho y volteó ahí mismo. Al
otro día bajó la noticia en el pueblo de que a mama Trina la mataron. Eso ahí terminó así feo.
Mientras tanto a mi papá lo tenían en la cárcel en Silvia. Andaban buscando juntos al Quintín y a mi papá; como si fuera un
pícaro, lo cogieron y amarraron con las manos atrás. Preguntando
[88] l a f u e rz a d e l a g e n te
a Quintín era que a mi papá lo amarraban con los brazos atrás. Eso
así he oído yo hablar.
Así fue la vida de Luciano Muelas, llena de persecución y zozobra, por andar defendiendo los derechos de nuestra gente a su
tierra y a llevar una vida digna. Hoy sus nietos y otros parientes
recuerdan que no podía andar visiblemente por ninguna parte,
ni dormir tranquilo en su propia casa, que siempre lo perseguía
la policía y le llegaban hasta su casa. Anselmo Muelas Morales
cuenta que:
En Silvia había una señora recomendada para sapa, de nombre Lisenia Gómez, que era bien mala y [...] le informaba a la policía donde quiera que estuviera y ahí mismo llegaban atrasito
atrasito a la casa. Pero él, así sufriera, se escondía y andaba y andaba y no se dejaba coger.
También Javier Calambás cuenta que:
Nuestro taita Luciano, los mismos blancos del pueblo vestían
de policías, mandados por los patrones con esa ropa [...] Él vivió
fue aquí en Michambe, tenía la casa aquí, entonces escondía aquí.
También tenía todavía la casa al lado de la hacienda y escondía allá.
Los vecinos ayudaban a vigilar y avisaban. Entonces no dejó alcanzar, porque lo perseguían era para matarlo.
Luciano era hijo de Carlos Muelas y siempre trabajaban juntos. Tenía un hermano que se llamaba Francisco y le decían tata
Shiku39, y una hermana que se llamaba Josefa. Anselmo Muelas
Tumiñá —hijo de Francisco Muelas, quien era hijo de Josefa la
hermana de Luciano— alcanzó a conocerlo cuando era niño;
cuenta que ponía atención, miraba y escuchaba cómo hablaba,
y así “agarró y guardó unos pocos granitos” que ahora tiene para
contar. Recuerda que:
El rostro era el de nosotros mismos, auténtico; era como nosotros el color. Lo que hoy se vería distinto es porque ellos vestían
39
Tenía un hijo a quien también le decían tata Shiku.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [89]
distinto, porque él usaba el sombrero, ruana y calzón. Así era nuestro mayorcito.
También recuerda que vivía donde él ahora vive en Michambe y ahí murió. Ambos, taita Carlos y taita Luciano, acabaron allí
de viejitos y Luciano fue enterrado en el yastau40 alrededor de
1935. Lo enterraron, según cuenta Anselmo Muelas Morales,
en el cementerio, entrando en la puerta, en la loma esa del río,
pasando la portada por el caminito hacia abajo. Ya a estas horas,
tanto tiempo, ya lo habrán sacado. La esposa, mama señora, fue
41
enterrada en el Pesrotarau .
Manuel Jesús Tumiñá recordaba que siendo muy pequeño
oía hablar a tata Luciano con su papá, Francisco Tumiñá, de
quien era cuñado. Decían que para los viajes a Quito llevaban
maíz capio tostado y, cuando se les acababa, por el camino buscaban trabajo uno o dos días para poder llegar. Al regresar a su casa
se ponían a hablar y contaban que el viaje a Quito era lento y difícil porque,
no como hoy en día que se van en carro, sino que se iban a
pie; no como hoy en día que usan zapatos, ¡quién iba a usar en ese
entonces!, sino que iban a pie limpio. Hoy en día nosotros mismos, como si fuéramos ricos, nos hemos metido zapatos en nuestros pies, pero hasta hace algún tiempo nos hemos pasado a pie
limpio. Somos gente así.
Comentaba también que cuando llegaban de esos viajes le
decían a su papá:
Este viaje yo entiendo que es el último y vengo a decir aquí a
mi nutata que nos haga una contribucioncita, que después de este
viaje parece que va a salir nuestra sentencia. Y después fue preciso
que llegó [...] Entonces recibió el taita capitán que nos hizo el mal.
Así hablaban.
40
Poblado de Silvia.
41
Cementerio frente al Núcleo Escolar.
[90] l a f u e rz a de l a g en te
Por su parte, Anselmo Muelas Morales tiene su propio recuerdo de cuando tenía unos seis años y oyó que su abuelo viajó a
Quito con un Antonio López, que era comerciante, a buscar los
títulos de las tierras perdidas. Que en esa ocasión no viajó con
su papá Carlos Muelas y que gastó como un mes en el viaje porque López iba de pueblo en pueblo cargado de mercancía, y que
llegando allá encontraron el documento, pero que al segundo día
cuando fueron ya no estaba. Por los comentarios que él hace
sobre la notaría visitada, pareciera que en realidad se refiere al
viaje a Bogotá y al documento obtenido ahí. Algunas otras personas, Anselmo Muelas Tumiñá entre ellas, han dicho que tienen entendido que en Quito no se encontró nada. Y, en realidad,
no existe, o hasta ahora no conozco, ningún documento que se
hubiera encontrado en Quito, a no ser que la referencia sea a la
mencionada Cédula Real de 1700.
Javier Calambás sabe que:
Taita Luciano Muelas el mayor, cuando fueron a Quito, estaban hablando que iba a llegar algo bueno [...] Cuando llegaban la
gente seguía detrás detrás detrás, los rodeaban, hablaban, preguntaban. Eso hacía nuestra gente de Chimán. Ahí nuestro taita Francisco Muelas decía que todo va a llegar aquí bien, sin problema, y
que todos esperaban que fuera así. Yo he escuchado así. Pero el
papel que dijo que iba a traer, una cosa grande, en eso sí falló. Los
delegados que llegaron no trajeron ningún documento, sino simplemente memoria oral.
En todo caso, viajar sí viajaron, haciendo muchos esfuerzos
y pasando muchas dificultades. Taita Anselmo Muelas Morales
recuerda que al regreso de Quito Luciano se vino solo y únicamente gastó 15 días, pero por el camino se le acabó la platica y:
En un cerro alto, que decían que era el cerro de Otavalo, encontró una virgen y le estuvo rogando y, cuando subió en lo bien
alto, encontró cuatro sucres y con eso es que alcanzó para llegar
hasta acá.
Anselmo Muelas Tumiñá tiene una versión un poco diferente
de ese viaje de regreso desde Quito.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [91]
Para la ida contaba que alcanzó la platica. Cuando venía de allá
para acá había un pueblo más allacito de la Virgen de las Lajas [...]
y cuando llegó ahí ya no tenía sino cinco centavos. Buscaba en la
mochila y no había más nada. Entonces pensaba, ¿ahora qué hago?
Para llegar hasta acá todavía le faltaba mucho tiempo.
Cuando llegó a las Lajas en su viaje de ida, la gente contaba
que ahí era donde había aparecido la Virgen y, unos y otros que
andaban por ahí, ponían velas y rezaban. Entonces él también tenía unas cositas que decir a la Virgen, rezó, puso una velita y siguió el camino hacia Quito. Cuando vino de allá para acá volvió
otra vez al pueblo y ya decidió comprar unas dos velas y pensó ofrecer a la Virgen para que le fuera bien en el viaje, pensando en el
problema que él tenía, a ver si Dios le ayudaba. Mientras andaba
en eso, por aquí los blancos ya querían matarlo o levantarlo y desterrarlo. Eso es lo que estaba hablando.
Llegó a un pueblo y pensó pedir permiso al alcalde para una
colecta. El alcalde le dio permiso y dijo que pobrecito guambiano
que estaba aquí y que apoyaran. En ese entonces no era como ahora
que usamos camisa, sino solamente una ruana grande y calzón;
para echar la platica tenían una mochila que daba hasta la pierna.
El sombrero era el pandereta. El alcalde lo hizo esperar, entró a su
oficina y al rato salió con una plaquita de madera y con eso dio la
orden para que recolectara. Con eso estuvo recolectando para alcanzar a llegar acá. Unos decían que pobrecito, hay que ayudarle,
y le daban un centavito, dos centavitos, pero había unos que eran
groseros, como hay hasta ahora, y esos le dijeron que estaban
abriendo carretera para Barbacoas y que usted puede trabajar en
vez de estar pidiendo aquí.
Después del regreso de Quito, según recuerda Anselmo Muelas Morales, Luciano se fue a Bogotá.
No había carretera ni nada en ese entonces. Venía a pie y conoció muchos pueblos [...]: Togaima, Totogaima, Natagaima,
Coyaima [...] contaba también que pasó por Girardot.
Y cuando llegó a Bogotá, donde no conocía a nadie, se encontró con un machikchik42 que resultó ser Manuel Quintín
42
La traducción literal es ‘paecito’, pero el significado real es un gran amigo paez.
[92] l a f u e rz a d e l a g en te
Lame, “quien terminó siendo muy buen amigo”, y con él trabajaron43.
Con Quintín Lame voltearon y voltearon hasta que encontraron ese título. Entonces le dijeron que ya podía andar tranquilo y
quedaron de despachar el título.
Cuando llegó el título lo agarró el que sabía firmar. De andar
y andar, en el último viaje que hizo mi finado abuelo, ya cansado,
llegó y se enfermó. De malas que cayó malo, y entonces se fue el
otro, el interesado, recibió y pasó a los blancos. Como en ese entonces parecía que era mucha plata, recibió por 200 mil.
(Anselmo Muelas Morales)
Sobre este mismo asunto Manuel Jesús Muelas, también nieto
de Luciano, me decía:
Voy a hablar lo que he escuchado. Ahorita estoy recordando,
como abriendo la mente, y me acuerdo lo que me contó mi papá,
que llamaba Pedro Muelas, hijo de Luciano Muelas y nieto de
Carlos Muelas.
Cuando querían quitar las tierras, cuando Luciano Muelas y
Carlos Muelas, mi papá decía que él tenía 12 años. Cuando empezaron a quitar las tierras, con el Cabildo de ese entonces comenzaron a pelear. El papá y el hijo fueron los que pararon a luchar
por la tierra; el papá llevaba al hijo. Como la tierra era de nosotros, con toda la gente pensaron defender para todos. Entonces
pensaron hacer el extrajuicio con alguna gente del yastau [...] Ellos
ayudaron a escribir. Hicieron el extrajuicio, lucharon, pero no pudieron ganar.
En ese entonces había gente que trabajaba mucho y tenía buena plata. Mis abuelos tenían huertas grandes, cultivaban buenos
trigos y tenían ganado, tenían ovejos y, de la venta de esos, la plata, las monedas, cargaban en costales para ir a pagar a los aboga-
43
Es difícil precisar la fecha de este encuentro, aunque debió ser en 1912 o antes.
Quintín Lame estaba trabajando por lo menos desde 1907, tratando de organizar
a los indígenas del Tolima, Huila y Cauca para eliminar el terraje y recuperar las tierras; parece ser que su primer intento de sublevación fue en 1915 (Informe del Secretario de Gobierno del Cauca, 1915-16).
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [93]
Manuel Quintín Lame (1930 c.). Foto: propiedad de Diego Castrillón.
[94] l a f u e rz a de l a g en te
dos. En algún momento llegó que la tierra ya estaba ganada, contaban mis abuelos. Pero ellos no sabían escribir, no sabían leer y
se defendían era con lo que sabían hablar nada más. Por eso les
tocó llevar a la gente que más conocía, que más sabía, y ese fue el
que dicen que se vendió.
De todo eso ganaron, pero perdieron. Aunque tarde que
temprano, como la tierra era de los misakmera, tenía que volver
vuelta en manos del misak, y ahora volvió.
El capitán Tumiñá y la gran traición
También la abuela Gertrudis decía siempre que Luciano
Muelas había ido a Bogotá y que ganó sí, pero que era el capitán
José Antonio Tumiñá quien a diario bajaba al correo a ver cuándo
llegaban los papeles que habían hecho allá en la Notaría de Bogotá. Eso mismo recuerda Manuel Jesús Tumiñá:
Como él era capitán y era nombrado como el mayor, andaba
por el pueblo, el yastaucito. Entonces se dio cuenta que entre todos nosotros los guambianos habíamos ganado la tierrita allá al
otro lado. Esa era la sentencia que llegó. El capitán la cogió y se la
vendió a los mismos blancos. Así terminó esa parte.
De verdad que él fue el que vendió nuestra sentencia que llegó. Ahí fue el daño que hizo el finado capitán, en vez de ayudar.
Por eso los hijos de ahora sufren, porque la gente de todas partes
los ultrajan con malas palabras y dicen que fue su finado abuelo
quien robó y vendió las tierras.
El capitán Tumiñá no sólo traicionó a nuestra gente; también
intentó hacerlo con los paeces. El compañero Javier dice que el
capitán “se fue a ayudar a arreglar algunas tierras a los paeces de
Yaquivá”. Después de estar de gobernador de Guambía, le dijo a
su padrino, el papá de Manuel Jesús Tumiñá, y a la mamá, que
como ya había cumplido su año y lo habían convidado para un
día de la entrega de varas allá, que se iba.
Cuando se fue para allá atrás, al Kuskuru, allá también empezó a hacer como aquí. Entró con manos de romana y entonces le
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [95]
44
dieron bebida , lo hicieron enloquecer. Donde está ahora mama
Clemencia estaba el suegro de José Antonio45 que llamaba Bautista Pillimué, muy buen médico, y fue él que lo mejoró, porque
a él lo trajeron aquí amarrado.
Eso fue lo que hizo allá también porque, como dicen los blancos, él siempre tenía la mala maña. Cuando lo echaron dicen que
le dieron una buena taza de chocolatico y cuando llegó acá lo vi
que en su casa allá arriba lo tenían amarrado, pelado todo esto (los
brazos) y ¡cómo brincaba! Eso era de miedo. Con los paeces si no
es jugando. Le dieron esa bebida y casi se enloquece y se muere.
(Manuel Jesús Tumiñá)
El capitán murió varios años después de la muerte de Luciano, en julio de 1940, según Manuel Jesús Tumiñá, quien lo recuerda porque:
El hijo Eulogio se casaba en el siguiente mes, el mes de agosto, y como la gente de antes era muy delicada y el novio no podía bailar, estar celebrando, entonces había que buscar otro para
sustituir en ese momento. Así decían y así hacían; yo veía y escuchaba.
Aunque el título no estaba realmente perdido, para los misak
lo estaba en ese momento. Este hecho, más el extravío del cuaderno con la lista de los colaboradores, le creó muchos problemas a nuestra gente. De inmediato comenzaron las expulsiones
y la gente no sabía qué hacer. Algunos trataron de arrimarse a
tierra libre, pero los de ahí, aunque eran nuestra misma gente,
los rechazaron, no los apoyaron. Según taita Anselmo Muelas
Tumiñá:
46
Cuando llegó el título , llegó con orden de que los blancos
entreguen la tierra en tres días. Pero como el título lo agarró la
44
Entró agarrando todo, como los ganchos de la balanza conocida como romana, y entonces lo envenenaron.
45
El capitán Tumiñá.
46
La versión de taita Anselmo es que el título “era ya devolviendo las tierras divididas por partes. De Santiago por una quebrada arriba, en un lugar que llama
[96] l a f u e rz a de l a g en te
contraparte, empezaron a trabajar con ese papel y voltearon lo que
era para salir los blancos y lo aplicaron para que salieran mis abuelos. Los blancos los tres días que les habían dado de plazo los pusieron a la inversa y los aplicaron a los indígenas, a quienes les tocó
salir sin sacar naditica naditica.
Entonces vinieron los blancos y sellaron las puertas de las casas con unas planchas, fierros grandes. Como quedaron ya todas las casas selladas y nada sacaron, se perdió todo. Entonces
les tocó venirse del todo. Frente a la cancha de fútbol de ahora,
donde taita Francisco, había una casa abandonada y tocó arrimarse ahí.
Vinieron perdidas las tierras y nadie tenía paciencia con ellos.
Por arriba todavía había tierras de montaña y ellos miraban como
con ganas de hacer trabajos allá, pero la gente no dejaba porque
eran venideros. Los de acá abajo, taita Custodio, taita Anselmo y
taita Gabriel, taita Manuel Ussa, y los de acá arriba, taita Juancho
Calambás, que eran cuatro hermanos, como a ellos les aconsejaron que no dejaran meter a la gente forastera, se metieron a esa
montaña a trabajar para ellos; se apoderaron de esas tierras. ¡Entonces no tenían ni a dónde trabajar!
También Manuel Jesús Muelas hace un comentario similar
sobre la falta de solidaridad de alguna gente de tierra libre con
sus hermanos de sangre, guambianos mismos, que acababan de
ser expulsados de sus tierras por los terratenientes.
Eso a nosotros mismos nos ha hecho pensar mucho, cómo a
mis abuelos les tocó venir por estos lados, expulsados de esas tierras. En ese momento el Cabildo y los de aquí dijeron que era gente
de la hacienda, que no iban a dejar comprar tierras, y le dijeron a
todos que no fueran a vender.
A pesar de ello, muchos lograron organizarse en el Resguardo debido a que los matrimonios entre guambianos terrajeros y
guambianos de tierra libre eran algo frecuentes.
Illimpitrap, de allí para arriba era de Luciano y de ahí para abajo era para Domingo Medina”. Pero en realidad se trataba de la Escritura 1051 de 1912 y no de
un reconocimiento individual a Luciano Muelas, cosa que él nunca reivindicó.
Además, para ese entonces el terrateniente Domingo Medina ya estaba muerto.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [97]
Entonces como las señoras eran de ahí, les tocó recostarse a
la mujer y pasar la vida al lado de ellas. Después fueron comprando así poquito a poquito, y contaban que les había tocado sufrir
mucho.
Anselmo Muelas Tumiñá cuenta cómo debieron buscar camino para no morirse de hambre.
Entonces se fueron por donde dicen la guaicada del Molino;
allá iban a trabajar bien lejos y sembraron allá. Eso se quedó allá,
hasta ahora están las tierras. Cuando niños, con mi papá íbamos
siempre y trabajábamos. Allí trabajaban Luciano, mi papá, tío Pedro, Julián, otro que era tío mayor que llamaba Manuel. Esa montaña es grande y la hemos trabajado entre todos. La guaicada el
Molino, subíamos por el Matsorektun casi hasta el frente de Cresta de Gallo; eso subía hasta la sabana y ahí está la montaña.
Antes de la expulsión, donde lo llaman el Kurusyuk, había una
chamba y de ahí para arriba todo hasta Maweipisu, toda esa
guaicada, eran ‘encierros’ de taita Luciano. La casa de ellos
era [...] donde vive Eulogio Dagua, ahí es exactamente donde
vivieron.
Aquí en Michambe nosotros no tenemos nada realmente, porque como mis padres fueron echados, llegamos así no más. Ahora
para tener los pedacitos de cebolla, mi mamita fue de la tierra libre y mi papá vino detrás de la mujer, y así fuimos pasando la vida. Cuando yo ya me casé, comprábamos así pedacitos, que siempre a la gente le gusta vender.
De los trabajos que habían hecho antes, habían recogido una
platica, y con eso nuestro abuelo compró una tierrita allá en Anisrtrapu. Hasta ahora tenemos de recuerdo esos pedaciticos de tierra cultivándolos. Hemos estado repartiendo y repartiendo a los
hijos y hasta ahora tenemos. Hasta hoy, nosotros para comer una
sopita de maíz, siempre sembramos es allá.
Luis recuerda que Luciano iba a nuestra casa, a la casa vieja,
y que también allí se quedaba a dormir. Tiene en la memoria a
un hombre anciano con ruana ancha y negra teñida en barro, la
cual se chumbaba en la cintura, que conversaba con su hijo Julián
y con mi papá. Comentaba que:
[98] l a f u e rz a d e l a g e n te
No sólo Luciano Muelas salió. Parece que han sido tres Muelas en esa época que salieron: Luciano Muelas, Francisco Muelas,
que llamaban tata Shishku, y taita Anselmo Muelas. Entre Shishku
y Luciano eran hermanos de padre y madre. Pero creo que el papá de taita Anselmo Muelas fue otro. Pero eran familiares.
Parecía que todo estaba perdido
Debieron pasar casi 30 años para recuperar nuevamente el
título ‘perdido’. En realidad no lo estaba, reposaba en la Notaría
1ª de Bogotá. Pero seguramente fue muy difícil su pronta recuperación, estando los que habían sido las cabezas visibles del
movimiento expulsados de sus tierras y pasando gran penuria
económica, así como persecución de parte de los terratenientes
y sus aliados, y los demás colaboradores atemorizados ante la
amenaza de perder sus tierras si seguían apoyando la lucha. Es
así como lo recuerda Anselmo Muelas Morales:
Cuando amenazaban tanto y querían matar /a Luciano/,
estuvieron luchando por segunda vez. Entonces en 1930 recuperaron ese título de 1912; de 1912 a 1930 lucharon y lucharon y sacaron otra vez ese título.
En ese lapso de tiempo fue el proceso que pasó Quintín en
el Cauca y ahí las peleas se habían perdido47. Entonces parecía
que la tierra había quedado para siempre sin ninguna posibilidad de pelearse. Había quedado la experiencia de que por las
peleas la gente había sido expulsada, así que, los que no se pudieron ir tuvieron que buscar a las buenitas al patrón y quedarse sometidos a obedecer sus órdenes. Allí se quedaron, pensando
que con el terrateniente nunca volvemos a pelear, para evitar
futuros problemas; ya como rendida la lucha para siempre. Porque así fuera la tierra más pequeña, así fuera la casa más malita,
esa era su casa y allí había que vivir.
47
Quintín Lame trabajó políticamente en el Cauca durante las dos primeras
décadas del siglo 20, de donde se alejó definitivamente en 1922 para continuar
sus labores en Tolima y Huila.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [99]
Así le pasó a la abuela Gertrudis, la mamá de mi papá. Ella
contaba que también ellos apoyaban con plata a Quintín Lame
y José Gonzalo Sánchez, el secretario, así como a Carlos y Luciano
Muelas, y que cuando el patrón se dio cuenta de los nombres
propios de quienes apoyaban, les expulsó a todos. Entonces también a la abuela Gertrudis la iban a expulsar y que “llegó el patrón hasta la casa gritando que por qué habían hecho eso”, comentó Jacinta. La abuela Gertrudis y la hermana dijeron que
“nosotras somos mujeres y como mujeres no nos damos cuenta
de lo que estaba pasando; llegó el Cabildo a pedir colaboración,
y seguramente cometimos el error de colaborar”.
Entonces la abuela Gertrudis, según dice Luis que contaba
mi mamá, tuvo que:
[...] mandar a la hermana con unas papas para que fuera donde
el patrón a hablar para que los dejaran. Como ella era sola y tenía
dos niños pequeños, no podía viajar a Popayán; por eso mandó a
su hermana.
Y para calmar la furia de los blancos, la abuela echó mano
de todos los medios que, como indígena, tenía a su alcance:
Había médicos tradicionales que ayudaban y apoyaban y ellos
le dieron coquita y otras yerbas para que echaran refresco a los patrones, para que se calmaran y no perturbaran más. Cuando Teresa
fue a Popayán hasta la casa del patrón /a pedir que no las echara/
llevó entre su mochila verdolaga, el refresco, el alegre, todo eso, y
dejó en la casa del patrón calladamente, sin que se diera cuenta,
para que bajaran los ánimos. Allá Teresa suplicó y dijo que entendemos poco de las cosas. Entonces el patrón convino en dejarlas
en la hacienda. Gertrudis, la abuela, quedó queriendo mucho a su
hermana, a quien le decía Teresita, que fue la que hizo el viaje y
consiguió que no las echaran.
(Luis)
Los que no olvidaban la lucha
Pero siempre había algunos como taita Luciano, Anselmo
Muelas y otros que, junto con Quintín mientras estuvo, y con
[100] l a f u e rz a d e l a g e n te
Gonzalo Sánchez, continuaban trabajando, hablando a la gente, organizando. Anselmo Muelas Tumiñá cuenta que taita
Luciano:
Siempre hablaba era en los velorios. Después del rezo el dueño de casa decía que, para que no le diera sueño a la gente, háblenos. Entonces el mayorcito decía, yo tengo para hablar esto, y hablaba del reclamo de tierras, de todas las andanzas, y que ganamos
y finalmente perdimos. Por eso estamos aquí tan estrechos y jodidos. Ese era el que contaba siempre.
El compañero Javier Calambás dice que los que no olvidaban la lucha eran taita Manuel Jesús Muelas y su papá, quienes
fueron a Bogotá dos veces. Su papá era Julio Calambás, un luchador. Cuando estaba muy joven acompañó a los que consiguieron el título 1051 de 1912 a hacer diligencias en Bogotá. Años más
tarde, en épocas de Emilio Campo48, fue expulsado y debió trasladarse a las montañas de María, en Jambaló49.
Sobre las actividades de su papá y la relación que tenía con
José Gonzalo Sánchez, él cuenta:
Mi padrecito sabía que la tierra era de nosotros. En ese entonces luchaban Manuel Quintín Lame, José Gonzalo Sánchez y otro
50
de apellido Timoté . Ellos, por Pitayó, por Jambaló, andaban volteando. Cuando se organizaron los paeces y los guambianos con
las Ligas Campesinas, a José Gonzalo Sánchez y a Manuel Quintín Lame los tenían encarcelando.
A José Gonzalo Sánchez le calificaban como el autor intelectual de las luchas indígenas. El sindicato de ese entonces lo mandó a él por seis meses a Rusia para que hiciera algunas prácticas, y
cuando regresó, al poquito tiempo lo envenenaron. Él fue totoreño.
Anduvo por ahí y murió en 1938. Vivió en límites entre Silvia y Totoró, del lado de abajito del camino. Parece que ahí viven hasta
ahora los familiares.
José Gonzalo Sánchez ya en su Comunidad hacía reuniones
48
Terrateniente entre 1930 y 1951.
49
Ver más adelante Expulsión de la familia de Julio Calambás.
50
Eutiquio Timoté
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [101]
de vez en cuando, y le avisaba a mi papá que había cosas que hablar.
Entonces se iba escondido, de noche siempre. No solamente andaba en la organización, sino que ya empezó a hacer algunos planteamientos al gobierno por las tierras de nosotros. Él ya tenía en
cuenta que las tierras fueron ganadas por los mayores. Iban de alguna manera, mediante esa organización del sindicalismo libre, a
Bogotá y a Cali. Él se arrimaba allá a escuchar todo lo que hablaban.
En ese entonces nadie podía hablar nada porque el partido de
los conservadores dominó desde 1890 hasta 1930, y los que hablaban por la tierra los mataban. En 1930 subió de presidente Enrique Olaya Herrera y dio libre mediante un decreto para que la
gente se organice y las organizaciones hagan cualquier reclamo.
Entonces ellos estuvieron detrás de la organización del sindicalismo libre. A José Gonzalo Sánchez y a mi papá los sacaron como
delegados del Chimán para ir al Primer Congreso en Cali.
Fue en 1936 cuando los terrajeros enviaron una delegación
al Primer Congreso de Sindicalistas, reunido en Cali. Entre ellos
iba también José Gonzalo Sánchez, quien habló sobre el problema de tierras en Guambía.
En esos tiempos nuestra gente guambiana tenía un vestido
muy bonito de calzoncillo blanco y ruana blanca y un pañuelo de
seda roja en el cuello, más el sombrero guambiano. Así vestido fue
allá mi papá y allá fue donde habló José Gonzalo Sánchez, diciendo que la tierra de los indios, por más tiempo que estuviera en manos de los blancos, será de nosotros, y que si los indios reclaman,
esas tierras llegarán a nuestras manos sin ningún costo. Así es que
hablaban allá en el Congreso.
(Javier Calambás)
Los sindicalistas presentes decidieron apoyar la lucha de los
terrajeros por la tierra, enviando un memorial al Ministerio de
Agricultura.
Por la misma época, con este apoyo, y tal vez debido en parte a la aprobación de la Ley 200 de 1936 de Tierras, los terrajeros
retomaron la lucha legal y llevaron una petición al Ministerio de
Agricultura, el cual la remitió a la Procuraduría General de la
Nación en Bogotá. El compañero Javier explica que:
[102] l a f u erz a d e l a g e n te
Cuando se dieron cuenta que existía la Ley 200, los terrajeros
escuchaban algo importante, entonces habrían pensado mucho. Así
que mandaron un memorial, diciéndoles que compraran las
tierras. En ese memorial contaban que nosotros estamos aquí sufriendo, pagando terraje y todo lo demás. La respuesta del gobierno fue que ustedes están es engañando y mintiendo al gobierno,
que la tierra de ustedes ya estaba resuelto desde 1912 y que allí existían unas constancias de entrega de ese título.
Las constancias a que hace referencia son dos cartas enviadas a José Antonio Tumiñá por el abogado Antonio M. Ocampo,
una del 5 de mayo de 1912, en la cual informa que la copia de los
títulos podía ser enviada por correo y que no era necesario que
viajaran a recogerlos, y la otra del 20 de julio de 1912, en la que
informa que la copia de los títulos de Guambía ya había sido
enviada por correo recomendado51.
El título, como ya se sabe, había llegado:
[…] en manos de una sola persona y el Cabildo no se dio cuenta. Desde entonces, desde 1912, los terrajeros del Chimán, que debían haber quedado libres, quedaron otra vez pagando terraje […]
(Javier Calambás)
El memorando remitido por el Ministerio de Agricultura a
la Procuraduría siguió su curso. La Procuraduría pidió a la Personería de Silvia un informe de los hechos y envió un funcionario
para enterarse de la situación planteada por los guambianos.
En el 34 (?), cuando empezaron a hablar de la Reforma Agraria con el presidente López, a mi papá lo mandaron directamente
para que comunicara en Bogotá con los funcionarios. Él decía que
yo arrimé allá sin miedo alguno y pregunté. Y le dijeron que esta51
Los documentos reposan en el archivo personal de Javier Calambás. Obsérvese que aunque el título es del 2 de noviembre de 1912, los oficios son de mayo y
julio del mismo año, es decir, hay una contradicción en las fechas o se está hablando de títulos diferentes. Consultado, Javier Calambás dijo que no conocía
otro título y que tenía que tratarse de un error en las fechas de los oficios.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [103]
ban haciendo el recorrido y que dentro de un mes mandaba el
informe. Le dijeron que cuando tuvieran el informe allá en sus
manos, que hagan una exigencia de lo que ustedes quieran decir.
Ahí con eso dizque terminó. Todo el proceso, todo el trabajo que
hicieron, ahí dice que terminó. Eso ya fue en el 38. Por eso es que
desde ese entonces nosotros hemos estado hasta el 62.
(Javier Calambás)
Porque cuando el funcionario de la Procuraduría fue a Silvia,
los terrajeros no se enteraron de su presencia y las cosas quedaron igual. Recientemente visitamos la Procuraduría en Bogotá,
en busca del expediente correspondiente, pero ahí los funcionarios dijeron que todos los archivos se habían quemado el 9 de
abril de 1948.
No está claro por qué las tierras no se pudieron recuperar entonces, a pesar de haber encontrado nuevamente el título de 1912.
Luis piensa que seguramente fue porque nuestra gente le tenía
miedo a los grupos armados que en ese entonces llamaban ‘asaltadores’. Lo cierto es que los terrajeros siguieron pagando terraje
hasta 1970 y las tierras no se comenzaron a recuperar sino hasta
entonces.
Según el Consejo Regional Indígena del Cauca-cric, “en 1942
viajaron dos compañeros a Quito a averiguar los títulos y consiguieron otro título del Resguardo, con los linderos de Chimán
dentro del Resguardo de Guambía mismo”52. Yo no he escuchado sobre este documento, ni lo conozco, a no ser que se trate de
la Escritura 703 de 1883 de la Notaría de Popayán, mediante la cual
se deslindan los resguardos de Quizgó y Guambía, y en la que
aparecen los límites de Guambía. Consultado un asesor del
cric de esa época manifestó que el documento en cuestión no
existe.
52
cric, 1971 (?), p. 21.
[104] l a f u erz a d e l a g en te
Ajusticiamiento de Domingo Medina:
otra manera de reaccionar
frente a la terrajería
Los indígenas del Gran Chimán tuvieron dife-
rentes formas de reaccionar ante la explotación y humillación a
que estaban sometidos como terrajeros. Muchos aguantaban sin
hacer nada, otros luchaban en el campo legal, otros se iban a
buscar mejor destino en otras tierras. Y hubo también quienes,
ante los desmanes de un terrateniente, no encontraron salida
diferente a la violencia física que ellos mismos a diario recibían,
y lo ajusticiaron. Se llamaba Domingo Medina53. Fue a quien
dieron muerte, en el mes de agosto de 190154.
“El que murió matado”, comentó Javier Calambás,
tanto allá como acá era un señor muy caliente. Todo el día hacía trabajar el terraje y por la tarde —como la iglesia de nosotros
era de pajiza y todos tenían casa de paja—, además de trabajar el
terraje, tenían que llevar un guango grande de paja verde o seca
para el techo de la iglesia y otras casas. Si hombres y mujeres no
llevaban, entonces sacaba el verraquillo para darles. Entonces fue
que decidieron terminar con él, porque la gente ya no aguantaba
más. Ya estaban aburridos con él y algunos pensaron fuerte y acabaron con don Domingo. Eso sabían decir. Fue en 1901 cuando le
dieron muerte.
La gente, terrajeros de allá, aburridos del terraje, ya habían
salido de allá y estaban por aquí por estos lados. Pero ellos fueron los que empezaron a luchar.
53
Éste era hijo de Domingo Medina, el juez que, según parece, en 1855 le dio
posesión de El Chimán a José A. Concha, y marido de Bárbara Concha hija. Las
tierras que él manejaba correspondían a las fincas de su esposa y de sus dos hijas. Ver más adelante La familia de terratenientes Concha.
54
Parroquia de Silvia, Registro de Defunciones, Libro que comienza en 1889, Fl. 162.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [105]
Las abuelas siempre contaban que él mismo, con sus propias
manos, hacía chumbar las ruanas con un bejuco que se llama el
chillazo, que es un bejuco espinoso, que hacía madrugar para que
rindiera el trabajo y, si no llegaban en la hora que él quería, venía con gritos. No respetaba nada al misak.
En la ya mencionada Escritura 1051 de 1912, aparece una declaración de Gabriel Orozco, vecino de Silvia, que dice:
Me consta por haber visto y presenciado y también por ser público y notorio en Silvia que los indígenas que viven en el terreno
de Chimán [...] han sufrido toda clase de vejaciones y ultrajes y
malos tratamientos hace muchos años de los señores Domingo
Medina, ya finado, José Antonio [...] y Apolinar Ponce, quienes llamándose dueños de dicho terreno [...] han hecho aparecer a los
indígenas moradores de él, sus arrendatarios o terrajeros y les han
exigido a los mismos indígenas terrajes o arrendamientos a la fuerza, amenazándolos, insultándolos y dándoles de palos, puñetazos
y aún hiriéndolos [...] En una ocasión presencié que el señor Domingo Medina con el tacón del botín descalabró a un indio a quien
yo curé. También presencié que Don José Antonio Concha le dio
de gaznatadas a un indígena de los de Chimán.
También se lee la declaración de Faustina de Hurtado, quien
además de ratificar la anterior declaración, afirma haber presenciado que:
En una ocasión el señor Domingo Medina con la peinilla que
llevaba al cinto hirió al indígena Cruz Tunubalá. En otra ocasión
el mismo señor Medina (ya finado) en la plaza de Silvia dió de
puñetazos a un natural porque no le pagaba en ese momento el
valor del terraje.
Por haber sido tan malo, le dieron muerte.
Donde lo eliminaron fue en Chimán, más arriba de Nuyapalo, en lo que hoy es Santiago; dicen que fue arribita, frente al
Núcleo, ahí donde baja una agüita, lo que hoy es una portada.
De eso en los trabajos recordaban y hablaban cuantas veces.
Por esos lados del Nuyapalo yo no conocí mucho, porque
eran otros dueños y otras gentes. Como partieron las tierras,
como era otro patrón, entonces también dividieron la gente. Por
[106] l a f u e rz a d e l a g en t e
eso yo por ese lado casi no he caminado. Había cercos que, como
la división de los potreros, de la tierra, así estaba también dividida la gente. Pero cuando había una minga o una fiesta, allí sí
era un punto común al que iban todos. Esos trabajos no eran
muy comunes, sino de vez en cuando.
Cruz Tombé habla sobre la muerte de Domingo Medina
Cruz Tombé me contaba que él no había visto, pero que sí
había oído hablar sobre la muerte de Domingo Medina. Decía
que Francisco Tombé, su abuelo, “trillaba mucho trigo en Bujíos, y era un hombre a quien quería mucho el patrón porque
era buen trabajador, cuidaba mucho como chagrería, al trigo, al
maíz, la papa, todo. Éste andaba por todas partes volteando y
mirando, hasta el lado de Michambe”.
Y me contó que su abuelo había dicho que un día lunes él
estaba acomodando no sé cuántos atados de trigo en el Bujío,
para trillar, que como a las ocho de la mañana ya estaba trillando ese trigo, cuando el patrón Domingo dizque venía por una
falda que llamaban el Cascajo, frente a Tapias. Que venía a caballo, viéndose rucio de lo peliblanco, allá frente a San Fernando,
la hacienda de los Garridos. Y que cuando a medio día el patrón
no llegó, había pensado qué le habría pasado.
Después se oyó que a medio día ya al patrón lo habían matado abajo de la portada, donde había una piedra grande. En la puerta habían arrimado unas piedras y los que lo iban a matar estaban
de lado y lado, y un jovencito que también los acompañaba. Ahí
lo chuzaron y lo mataron. Yo con mis ojos no lo he visto.
Entonces se agrandó el problema. Eso hace muchos años; mi
mamá misma fue niña. Lo mataron y llevaron al caballo a una manga.
Contó también que una mayora llamada Rosa Chuca, que
estaba allí “despulgando su ropa, vio que venían trayendo ese
buen caballo del patrón, con silla y todo, y que lo estaban llevando pa’ la chorrera”, hacia el lado de Michambe. La montura la dejaron en la chorrera y el caballo lo dejaron por el alto de Michambe, y parece que también lo mataron.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [107]
Vista del Pueblo de Silvia o Guambía, 1853.
Acuarela de Henry Price.
Los hijos del patrón le acosaron mucho a Rosa Chuca y la iban
a matar. Entonces mandaron un poco de gente a declaraciones en
Popayán. Por fin Rosa Chuca declaró quiénes habían matado.
A los jóvenes que le dieron muerte, Manuel Tumiñá y Manuel
Calambás, los mataron un domingo en el yastau. En el Registro
de Defunciones de la Parroquia de Silvia55, se lee:
[...] se dio sepultura sagrada, el veinticinco de noviembre de
1901, al cadaver del adulto e indígena Manuel Tumiñá, de la parcialidad de Guambía, el cual fue fusilado en la plaza de esta población
por haber sido condenado a muerte, por el delito de asesinato, perpetrado en la persona de Domingo W. Medina.
En el mismo folio, se lee de igual manera sobre Manuel
Calambás.
55
Ibíd, Fl. 166.
[108] l a f u e rz a d e l a g en te
Dicen que mandaron bajar mucha gente y que “frente a la
iglesia, donde hay una escuela, los de matar estaban por un lado,
en un altico, y los que iban a matar estaban al otro lado”. Que luego
los llevaron donde el cura a que se confesaran y después sonaron
los tiros. Los primeros no alcanzaron a pegar, pero después les
florearon la cabeza y los sesos volaron contra las paredes.
Y así mataron a don Domingo y así mataron también a los
jóvenes. Luego trajeron leña y quemaron. Los dos fueron muertos en la plaza; al más jovencito, que era de Michambe, se lo llevaron y después regresó.
Cruz recordaba que a éste último él lo había conocido.
Domingo Medina había cogido toda la tierra desde Michambe hasta Ambaló, desde frente al yastau, pasando un puente, de
ahí para arriba, ¡hasta arriba! Y tenía como 100 terrajeros que
trabajaban separados —la gente de Ambaló aparte y los de
Guambía aparte— y sin descanso. Eso me contaba el finado Cruz
Tombé.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [109]
3
La terrajería
que nos tocó
vivir a los que
aún estamos
vivos
U N A H I S T O R I A D E E X P L O TAC I Ó N,
EXPULSIÓN Y DESARRAIGO
[112] l a f u e rz a de l a g en te
Nuestras tierras empezaron a ser robadas y
nuestra gente esclavizada, desde antes de lo que las abuelas podían recordar, desde mucho antes de la llegada de Matías Fajardo.
Este proceso comenzó cuando el rey de España decidió que sus
marineros habían llegado a tierras baldías y, en consecuencia, que
se podía apropiar tanto de ellas como de sus habitantes. Entonces estableció impuestos para los indígenas, se los cedió a los españoles, y así se creó la encomienda: cedió los tributos en forma
de trabajo, como si fuéramos sus esclavos.
En Guambía crearon una encomienda que le otorgaron a Sebastián de Belalcázar y su familia, y así fue como nuestros antepasados tuvieron que comenzar a trabajar gratis para ellos. Y
aunque la encomienda no les daba derecho sobre las tierras en
que vivían los indígenas, los encomenderos sí se las fueron apropiando de hecho, y posteriormente fueron legalizando esta invasión, creando títulos que no eran siquiera legales dentro de sus
propias leyes, pero que más adelante fueron ‘componiendo’ con
la autorización del rey, como vimos que sucedió en Guambía.
Matías Fajardo es tan solo el primero en una larga lista de
usurpadores de nuestras tierras que nuestra gente guarda en su
memoria. La fila de terratenientes que pasaron por ahí hasta finales de la década de 1980, cuando logramos sacar a los últimos
de ellos, es larga. Sobre el imperio de la familia Concha, entre 1855
y 1929, bajo cuyo dominio se dieron expulsiones, asesinatos y
toda suerte de malos tratos, es poco lo que se sabe, pues ya nuestros abuelos que sufrieron los rigores de su mando no están para
dar su testimonio: ellos están muertos o son tan ancianos que
ya su memoria no les ayuda.
Después vinieron otros cuantos que siguieron dividiendo
nuestras tierras, como Julio Fernández Medina, Matilde Lemos,
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [113]
Gonzalo Caycedo, la familia Campo, Mario Córdoba y, más recientemente, Ernesto González Piedrahita, Pacho Morales y
Aurelio Mosquera.
Cuando yo nací, la terrateniente que tenía en sus manos las
tierras donde vivía mi familia era Matilde Lemos. Pero pronto,
en 1944, Mario Córdoba le compró su parte. Y fue bajo el dominio de Córdoba que yo crecí, y es de entonces que tengo los
más tristes recuerdos de infancia y juventud.
[114] l a f u e rz a d e l a g en te
De los Concha a Mario Córdoba
Algunos se acuerdan un poco de varios terra-
tenientes que estuvieron cuando ellos ya existían. En general, se
dice que en las épocas más antiguas, aunque el terraje era más
duro y el maltrato mayor, la situación para nuestra gente era mejor, porque dejaban trabajar la tierra y entonces tenían comida,
vestido y casitas en buen estado. Seguramente esto fue así para
algunos, porque como a los terratenientes no les interesaba lo que
la tierra producía, sino el poder que ella les daba, entonces los
indígenas podían trabajar. Pero también hubo mucha gente,
como ya se ha mencionado, que fue expulsada de las haciendas,
principalmente por estar vinculada a la lucha por recuperar sus
tierras ancestrales y por eliminar la terrajería.
La familia de terratenientes Concha
Los Conchas son los primeros terratenientes a quienes la gente se acuerda que tuvieron que pagar terraje. Desde 1855, cuando debido al fallo de la Corte Suprema de la Nación que nos fue
adverso, José Antonio Concha fue posesionado de El Chimán por
las autoridades locales y regionales, esa tierra nuestra fue pasando
por manos de diferentes miembros de su familia, durante casi
80 años.
Fue durante parte de estos largos años que Quintín Lame
adelantó su lucha contra la terrajería en el Cauca, cuando los
guambianos hicieron tantos viajes y lucharon tanto por obtener
el título 1051 de 1912, cuando expulsaron a muchos por este mismo motivo, cuando estuvieron por sacar a mi abuela y a mi papá
de sus tierras en Chimán, cuando a mi papá, siendo aún niño, lo
enviaron como cabestrero para evitar la expulsión de la familia,
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [115]
Mapa 3
El Gran Chimán comienza a ser retaceado
[116] l a f u e rz a d e l a g e n te
y fue también cuando dieron muerte a Domingo Medina, esposo
de una de las hijas de Concha.
Los primeros que entraron fueron los Concha, el papá de
Rafael Concha. Rafael sí he conocido. El papá era un viejito. Esos
Concha tenían varias hijas y heredaron a las hijas dividiendo haciendas […] Un yerno de Concha, el marido de Bárbara Concha,
fue al que mataron los guambianos.
56
(José Antonio Trochez )
En 1890 José Antonio Concha testó a favor de su esposa Bárbara57 quien, a su vez, en 1894, donó El Chimán a sus siete hijos
(Rogerio, Crescencio, Benilda, Francisco, Dolores, José Antonio
y Bárbara) y dos nietas (Soledad y Clemencia Medina)58. Y
a s í , con el paso del tiempo, nuestras tierras se fueron dividiendo —con nombres como Yeguas, Santiago, Llanos de Chimán,
Piedra-Mesa, Cerro, Marqués, Pajas, Galpón y Molino— y recomponiendo, según los intereses de esa familia.
En 1898, cuando repartieron las tierras entre los siete hijos,
el pago de terraje estaba en pleno apogeo. En esa ocasión los
terratenientes decidieron hacer chambas divisorias entre los lotes, y fueron los indígenas quienes tuvieron que poner su trabajo gratis para ello. Como era normal en el contexto de la terrajería, los Conchas argumentaban que los indígenas les
debían este trabajo, ¡como pago por el uso de unas tierras que
eran nuestras! Así se lee en el documento que protocoliza esta
repartición:
[…] el trabajo que adeudan los arrendatarios que no pagan
en dinero el arrendamiento se dedica al deslinde de los lotes en que
queda dividida la hacienda […] Se advierte que el trabajo que se
dedica para el cierro o deslinde […] es el que deben los terrajeros
56
Tomado de entrevista realizada en 1989, en La Cuanda, por Cruz Trochez y
Miguel Flor. Su familia fue expulsada de El Chimán por Mario Córdoba.
57
Escritura 161 de 1893, Notaría de Popayán, por la cual se protocoliza el testamento de 1890.
58
Escrituras 493 y 667 de 1894, Notaría de Popayán.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [117]
que no pagan dinero, correspondiente al año pasado de 1897 y lo
que deben del presente año59.
Porque la terrajería, en el fondo, era una especie particularmente opresiva de contrato de arrendamiento impuesto sobre
los indígenas, en el cual se les exigía un pago en trabajo, o su equivalente en dinero, a cambio de poderse quedar en parte de las
tierritas que habían sido de sus ancestros. Si no pagaban, el castigo iba hasta la expulsión, pasando por insultos y maltrato físico de toda índole, como vimos en las declaraciones que hacen
parte de la Escritura 1051 de 1912.
Para 1907 José Antonio hijo había vuelto a concentrar, mediante compra a sus hermanos, la mayor parte de los terrenos
de El Chimán en sus manos. En 1916, su esposa e hijos le heredaron, quedando Rafael Antonio, el único hombre en su fa60
milia, al mando de la hacienda . Parece que en esa época volvieron a hacer chambas divisorias entre los herederos, pues
nuestra gente se acuerda y las chambas aún se ven. Luis, por ejemplo, comenta que él oyó contar que:
61
Concha tenía dos hijos , entonces repartió como herencia para
cada uno de ellos. Uno de los hijos quería devolver las tierras a los
guambianos, las que le tocaban a él, y para que no sucediera esto
parece que lo envenenaron […] Las que decían esto eran la abuela Gertrudis y su hermana Teresa […]
Con esa filosofía de repartir hicieron una chamba tan larga,
desde el río Piendamó, cruzando lomas, cruzando faldas, hasta
bajar a la quebrada El Molino. En ese entonces se veía este banqueo
perfecto. Ahora ha cambiado mucho, pero ahí se ve si se propone
a ubicar. Es como un mapa, es idea del viejo Concha para dar a
sus hijos.
59
Escritura 547 de Protocolización de la División y Sorteo de Lotes de la Hacienda de
Chimán entre los Hijos de Bárbara de Concha, Popayán, 1898.
60
Los otros herederos fueron su esposa Filomena y sus cuatro hijas Julia, María
Luisa, Susana y Filomena.
61
Según los documentos que hemos visto, José Antonio Concha hijo tenía un
hijo varón: Rafael Antonio. Del segundo hijo no hemos encontrado referencias
escritas.
[118] l a f u erz a de l a g en te
Frente a Tapias, donde baja la quebrada entre el Sruktrapu y
el Chillikkulli, no pudieron hacer banqueo botando tierra, entonces ordenaron hacer muralla de piedra que trajeron hasta bien
arriba […], por ahí cerca a la casa de cabo Cruz. De allí subieron
por el lado de Jacinto Tunubalá, pasando por el lado de donde
Domingo Trochez […] hasta el alto de Pilarautu. Subieron por la
falda arriba, hasta la Marquesa, ahí a la quebrada esa, que en ese
entonces no era tan profunda […] Ese banqueo subió hasta el
Kurusyuk y luego bajó hasta la quebrada el Molino. Todo esto yo
estoy diciendo porque yo he oído hablar.
Dicen que en épocas de los últimos Concha había unas 80
familias pagando terraje, pero que las tierras de El Chimán estaban bien enmontadas y que sólo fue con Mario Córdoba que
comenzaron a limpiarlas, con los mismos terrajeros, para regar
pasto y hacer potreros. El hecho de que las tierras no estuvieran
limpias, muestra el poco interés de los terratenientes por trabajarlas. Es por ello, seguramente, que en esa época los indígenas
tenían mayores posibilidades de cultivar y tener animales para
su subsistencia.
De todas maneras la situación era difícil para nuestra gente.
Taita Segundo Tunubalá, quien siempre fue de tierra libre, recordaba que su padre le contaba sobre las expulsiones de los
terrajeros por los Concha, y sobre cómo algunos se iban a refugiar por Anisrtrapu, donde unos cuantos terminaron casándose
y estableciéndose:
Vinieron acá y consiguieron mujeres. Vinieron bastantes familias y aquí están. Gentes de allá del Chimán. De allí reprodujo y
extendió […] Los que primero vinieron ya no están, pero los hijos de los hijos sí están.
Llegaron diciendo que como ya las tierras dividieron y vendieron a varios, se estrecharon y quitaban las tierras, entonces los
nuevos patrones hacían muy mal con nosotros, entonces nos vinimos para acá. Como acá la tierra era libre, era bueno para ellos.
Parece que de allá vinieron dejando solos a los papás. Eso nos comentaron.
Algunos se hicieron hasta cuñados míos, que ahora viven por
allá por Pedregosa, porque consiguieron unos derechos. Vendieron
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [119]
una tierra que le dieron a la hermana y con el argumento de que
en tierra caliente era más amplio, compraron y se fueron. Ellos ya
viven allá y ya volvieron como blancos, como campesinos. Aquí
todavía están unos hijos; el papá llamaba Joaquín Tunubalá […]
El otro llamaba Anselmo Tunubalá, el otro Juan Tunubalá. Eran
primos hermanos por la madre y de unos a otros tenían como tercer grado. Con ellos somos casi todos familia. Otra que vino de
allá mismo llamaba Teresa Tunubalá. Los que vinieron casi todos
eran Tunubalás. Eran los abuelos del que hoy llaman Eulogio
Tunubalá ‘el rico’.
Esta gente empezó a venir por ahí en 1915 a 20. Taita Joaquín,
Anselmo, Eulogio, Julio […] Esos son los que vinieron para acá.
Pero se que otra gente se vino para abajo, que a ellos si yo no tengo en cuenta. Estos son los que vivieron más inmediatos, aquí al
entorno de mi papá.
Parece que los últimos Concha quisieron ser empresarios, sin
mucho éxito. Mi papá decía siempre que Rafael, el último de
ellos, quiso poner una empresa a muy alto nivel productivo62. Eso
nadie sabe, pero con un préstamo, una utilidad, una sociedad o
algo así, de Estados Unidos trajo unos animales en barco, hasta
Buenaventura y de ahí en tren hasta Guachinte.
Para la traída de esos animales fue que a mi papá lo llevaron
muy pequeño como cabestrero. Fue entonces cuando la abuela
Gertrudis, con gran pena, pero para evitar que los expulsaran de
la hacienda, para poder quedarse allí en la casita, entregó a su
hijo para que trabajara para el terrateniente.
Entonces recibieron el ganado, los cerdos, que decía que eran
muy grandes, perros, todo fino, y caminaron no se cuántas semanas de Guachinte para llegar a Silvia. Los marranos, decían,
tenían que descansar de día, meterlos en la sombra, y caminar
de noche con la fresca. Pero casi todos los animales, particularmente los marranos, murieron en el camino y llegaron muy
poquitos. Eso significó una gran pérdida y, a lo mejor, con los
que llegaron a Silvia también tuvo pérdida. En todo caso esa
empresa fracasó.
62
Esto debió ser después de 1916, posiblemente en 1918, cuando se hizo la sucesión de José Antonio Concha hijo.
[120] l a f u erz a de l a g en te
Marranos trajo de otra parte, y fuera de eso trajo unos molineros. Hasta que nosotros alcanzamos a conocer, había unos molineros que eran los que atendían ahí. Primer punto era Jesús María
Orozco; otro era Alfonso Penagos, el que veía lo del fluido eléctrico; Lucio Velasco era el molinero, y el que veía los marranos era
Alirio Orozco.
(Julio Tunubalá Calambás)
En eso, decía mi papá, vinieron unos gringos que tenían una
empresa con sede en Silvia y también en Popayán. Lo que producían en Silvia, lo de la empresa, lo recolectaban y mandaban
a Popayán. El gringo estaba entre Silvia y Popayán y el patrón
también. El gringo manejaba unas drogas, entre ellas una que era
veneno, y la utilizó mal, se la tomó él mismo pensando que era
medicina, pues no se qué problema tenía de salud, y de eso dizque
se murió.
Entonces no se si el gobierno o los familiares de los gringos
de los Estados Unidos —él hablaba mucho de California— le cobraron por su muerte. Él no pudo evitar pagar y, para hacerlo,
le tocó vender la hacienda y muchos bienes. Finalmente vendió
la tierra, vendió la finca, Chimán.
Un tal Rafael era el más rico y hambriento de todos. Quería
seguir enriqueciéndose cada vez más, y a lo último quedó el más
pobre. No tenía ni dónde enmangar el caballo…
63
(José Antonio Trochez )
Mi papá decía que había mucho comentario de la gente, que
cuando una empresa de algún personaje del poder económico
se iba quebrando, que se veía el bajón. Que con los terrajeros que
tenían como correo siempre mandaban muchas cargas, petacas
con monedas, de plata, para Popayán, pero que cuando ya se fue
quebrando, cuando ya la empresa no rentaba, mandaban poquitas monedas, poquita plata para Popayán. Que eso se veía la
quiebra de la empresa.
63
Ver nota pie de página 56.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [121]
Esto nadie va a saber qué de verdad hubo, si fue cierto que
murió el gringo, si fue cierto que cobraron. Concha quebró sí,
pero el origen de la quiebra, del fracaso, eso nadie sabe. Pero eso
fue lo que mi papá captó, pues él tenía confianza con el mayordomo, José Otero, y con Eloy Campo, que tenía relación con
Concha.
Y así, en la total quiebra del último de sus retoños, terminó
el dominio de la familia Concha sobre los terrajeros de El Gran
Chimán.
Julio Fernández Medina,
el patrón que sólo vino una vez
Julio Fernández Medina era un terrateniente valluno. En 1929
le compró las tierras de El Chimán a los Conchas64. Pero para entonces ya ellos tenían todo retaceado y había más de una hacienda. Santiago y San Fernando ya eran haciendas aparte y tenían
otros dueños.
Los que recuerdan dicen que cuando el dueño de Chimán era
Julio Fernández la situación para los terrajeros aún no era tan
difícil como se volvió años más tarde, con Mario Córdoba.
Pues creo que […] nadie pensó que iban a llegar a una época
tan crítica como ya a los largos años pasó. Porque en ese tiempo
el terraje era más acosado, pero parecía que la gente tenía más, o
podía trabajar más, y había esos rastrojos grandes o mangas que
tenían en común para tener los animales, las bestias o las vacas,
además del encierro que mantenían.
Como la familia Sánchez. Su encierro iba hasta bien abajo, lindando con los Calambases. Y con los Sánchez lindaba el encierro
que había hecho finado abuelo Pedro Muelas, que todo es una
chamba lindando casi por la orilla de la quebrada arriba, subiendo hasta el Yaskapchak, y de allí, que todavía están las chambas,
hasta llegar a Siempreviva. Allá en Yaskapchak llegó ya lindando
con Mushu; allí pasa la chamba. Porque allá iba a lindar era ya con
la quebrada El Molino, lindando con finado taita Jacinto Sánchez.
64
Escritura 129 de 1929, Notaría 2ª de Popayán.
[122] l a f u e rz a d e l a g e n te
Y bajaba la quebrada. Y acá, lindando con José María Sánchez, también iba a dar Bernabekullu, y otra vez a quebrada El Molino. ¡Y
así, tan bastante tenían!
(Luis)
En lo que se refiere a las tierras del abuelo de mi papá, Pedro
Muelas, éstas las había delimitado desde 1897, cuando entraron
en posesión de Chimán los hijos de Bárbara Concha65. O sea
que las buenas épocas de que habla Luis y añoraban los mayores venían al menos desde los Conchas. Efectivamente, Luis
comenta que:
Era una mangota, como una finca de los indígenas, que le habían dado creo que en tiempo de los Conchas. Porque las abuelas
me contaban que esas chambas no hizo ni ellas, ni papá Juan, sino
finado el abuelo.
Hasta que yo conocí, allí en ese encierro tenían una cantidad
de ovejas, y cada vez que necesitaban vendían dos o tres. Vendían
a un peso una oveja. Entonces con eso bajaban y compraban remesa para pagar un trabajador o dos o tres, porque finada Gertrudis
cultivaba bastante. Sembraba papa, hacían minga y sembraba por
mitad con mi finado papá, y así también cosechaban por mitad.
La mitad era para venderla y la otra mitad la guardaban para comer en la casa. Con el maíz lo mismo, el trigo era lo mismo. Era
por mitad. Porque yo ayudé mucho a trabajar por este lado, y ese
maíz todo ella recogía y amontonaba para comer.
Por eso tenía cómo pagar un trabajador y cómo sostener dos
o tres. Por eso llamaba a taita Manuel Jesús o a taita Pedro Calambás que vaya a cortar paja para remendar la casa y arreglar algo de
las goteras.
Los terratenientes dejaban trabajar. Las tierras estaban en
manos de ellos, pero habían dado toda esa cantidad de tierra, y allí
tenían hartas vacas.
65
En la Escritura 547 de Protocolización de la División de Chimán entre los hijos de
Bárbara Concha, hablando de los límites del lote El Marqués, uno de los siete en
que estaban dividiendo Chimán, se lee: “[…] se parte de la unión de la vertiente
que sirve de lindero de la chamba nueva que está construyendo Pedro Muelas,
con la quebrada de Ambaló […]”.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [123]
Es probable que la poca utilización productiva de las tierras
acaparadas en haciendas por los terratenientes de esa época haya
hecho más conveniente para ellos la cesión de lotes, para que los
terrajeros hicieran su propia subsistencia, en vez de pagarles por
su trabajo. Más adelante pudo volverse más rentable tratar de
poner a producir para sí mismos, con el trabajo de los terrajeros, la totalidad de las tierras, ya pagándoles por éste. Lo que sí
es seguro es que la existencia de unas mejores condiciones de vida
para los terrajeros con algunos terratenientes no fue producto
del interés de estos por su bienestar. La situación con Julio Fernández pudo haber sido un poco más amable que con otros terratenientes, pero de todas maneras los indígenas tuvieron que
trabajar gratis para él, someterse a los abusos de aquellos en
quienes delegaba poder, sufrir las graves consecuencias de enfermedad y muerte por los traslados forzados a que fueron sometidos, y demás. Julio Tunubalá Calambás fue terrajero suyo y
cuenta que:
[…] no eran sino tres capitanes y nos castigaban a nosotros
con ellos. Uno era Jacinto Sánchez, otro Pedro Calambás y otro
Manuel Calambás. Como ya nosotros teníamos 15 años de edad,
nos mandaban a trabajar con ellos. Cada dos semanas cinco días
nos tocaba pagar. Cada vez nos apretaban más y más y más.
Como nuestro cuerpo iba madurando más y más, nos sacaron a la lechería. Cuando metimos en la lechería, qué se iba a hacer, tocaba que levantar desde las dos de la mañana. A las tres ya
estaban recogidos todos y empezaba a mover los tarros. Cuatro
tinas bien grandes subíamos en el corral y entre dos empezábamos a ordeñar 50 reses. El tiempo corría y corría y ya alcanzaba.
Eso tocaba a cada uno siete días.
Hoy haciendo la cuenta, en ese entonces el trabajo que tocaba
pagar, el día tenía como 14 horas sin ver ni un centavo.
Pagando terraje en el Valle
Julio Fernández tenía otra hacienda en Tapias, en el Valle, y
mucho terrajero tuvo que desplazarse a descontar terraje o a jornalear allá. Luis contaba que los mandaban por grupos y que:
[124] l a f u e rz a de l a g e n te
Ese convenio hizo un mayordomo que llamó Cenón Figueroa.
Ese fue a vivir allá y dizque era el encargado de llevar, por un mes
dizque era. Si querían estar más de un mes, pues se estaban allá;
obligación era un mes. Y el que se sea, soltero o casado, como se
sea, tenía que irse.
Papá fue allá y trajo cacao para tostar. Era bien caliente. Él también
66
fue como en dos ocasiones a pagar terraje allá. Julián también fue .
Mi papá siempre contaba que una vez le había tocado seis
meses allá, ¡seis meses! Él ya era casado y, dejando a mi mamá
seis meses, le tocó ir allá. Iban a hacer todo trabajo, decía mi papá:
limpieza de potreros, comentaba de una finca grande de puro
café, a donde iban a coger café, decía que con unas mulas cargaban madera y cal de allá de Viges para la hacienda. Entonces trasteaban cosas para un lado y para el otro, manejando mulas. Mi
papá ganaría plata también en eso, fuera del terraje…; yo no se.
Dicen que les daban para el pasaje en tren y unos cinco o diez
centavos para chicha en el camino. Luis decía que:
Al que iba allá no le cobraban terraje acá ya. Si estaba seis
meses, pues durante esos seis meses no cobraban terraje acá en
Chimán. La gente iba allá a ganar plata, el jornal. Iban que si quisiera estar más, pues eso era permitido, si quiere ganar más plata;
yo no se eso sí el jornal cuánto pagarían.
Tenía unas haciendas muy grandes. No solamente Tapias, sino
fuera de esa tenía otras haciendas inmensas.
Hablaban mucho de lo que llaman ahora Viges, allá donde
sacan cemento y todo eso, hablaban mucho de Yumbo.
Recordábamos con Luis que todas esas tierras eran difíciles
para nuestra gente, que no estaba acostumbrada a las condiciones de lo caliente. Decían que había mucha culebra, mucha víbora, mucha espina. Uñigato la llamaban, una zarza verde. Y que
tocaba rozar unos tunales. “La tuna, por allá llaman la alpargata”, aclaró Luis, “y hay una que es redonda, como una arepa, y
otras que son filudas como una lima triángula, así… espinas…;
esas tierras son bravísimas”.
66
Julián Muelas, hijo de Luciano Muelas, esposo de Antonia la hermana de mi
papá.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [125]
Decían que muchos de los indígenas de tierra fría que mandaron allá a trabajar no se adaptaron por el clima, por la comida y por todo, y que en el camino de regreso morían muchos de
ellos. Luis recordaba que mi papá comentaba que:
Muchos indígenas se asoleaban y al otro día no madrugaban
a bañar, entonces se encerraba el calor y se afiebraban. Se morían.
No tenían protección médica, ¡nada! Alcanzaban a salir a Yumbo,
y allí se cogía el tren que iba para Buenaventura; esa vía cogían ellos.
Recordaba también que en Sruktrapukullu hubo un Iginio
Tombé, que dicen que murió en el andén de misia Susana; que
hasta allí alcanzó a llegar, cuando venía de regreso de pagar terraje en el Valle.
Murió el hijo allá en el corredor y el papá, que llamaba Cruz
Tombé, alcanzó a llegar a la casa y murió en la casa. Todos dos
murieron. Eso sí me acuerdo que así hablaban; yo no conocía ni
Sruktrapukullu cómo era, porque vivíamos era en la casa vieja.
Otros murieron afiebrados y hubo muchos enfermos.
Joaquín Morales recuerda también que los terratenientes:
[…] tenían otra hacienda por Buenaventura, en un sitio que
llama La Cumbre. Los mismos que tenían la tierra de Chimán
tenían allá. Como la tierra era de ellos mismos, a la gente la mandaban allá por un mes. Esto mandaban escogido a los pobres
terrajeros y otros que tenían debilidad, no se si por el clima, morían. Como un familiar de mi papá, que llamaba Esteban Morales, estuvo allá enfermo, se vino y llegó a Silvia. Del Valle vinieron en tren hasta Piendamó y de Piendamó vino a pie a Silvia.
Entrando al yastau, allí donde Jesús Casamachín, que la mujer llamaba misia Susana, en el andén de la casa de misia Susana, allí
murió. Escapaban de morir por la mitad del camino, y pasaron
todos estos sufrimientos.
Javier Calambás también cuenta que, cuando mensualmente mandaban terrajeros a las haciendas que los terratenientes tenían en el Valle,
[126] l a f u erz a de l a g en te
un mes mandaban unos cinco o seis, intercambiando; los que primero viajaban no les tocaba al segundo, y así sucesivamente. La
gente que nunca salía, mandaban a Restrepo, Valle, para que estuvieran por allá un mes trabajando. Quién sabe qué tíos serían los
que mandaron, que eran ya mayores y se enfermaron; vinieron de
regreso y, a no mas llegaron, murieron. Así saben estar diciendo.
Decía mi papá que un alcalde, porque vio y tuvo que recoger muertos, por decreto ley prohibió enviar indígenas a trabajar a esos climas ardientes. Prohibió y ya no volvieron a mandar.
Pero de nuestra gente nadie hizo nada.
Nadie decía que hay que hablar por esos muertos ni nada. Creo
que el alcalde, por si, no por denuncia sino por levantamiento de
muerto, intervino para que no lleven más. Pero creo que nadie presentó algún denuncio, ¡nada! ¡Ellos no importaban! nunca acordaron a favor, como hoy día. Ellos no importaba si muere, si está
enfermo.
Finado papá Juan, Elogio Tunubalá, su hermano, cabo Cruz
Tunubalá, y uno que llamó Anselmo Tunubalá, hermano del
‘hombre de hierro’, esos eran los leídos. Si ellos, como leídos y
entendidos, hubieran ido a hablar, aun cuando fuera con don Eloy
Campo67 que era buena persona, o a ese que llamaron José Otero,
que era liberal y que favorecía a los liberales, siempre habría favorecido. ¡Pero ellos ninguno! El alguacil, que era miembro del
Cabildo de Guambía, tampoco, porque como era al servicio del
patrón y de la iglesia…
(Luis)
Así que estas eran las ‘buenas’ épocas de las que hablaban
nuestros mayores. Como se puede ver, las cosas no eran fáciles
porque la terrajería siempre fue esclavizante.
“Y ese era el finado patrón que llamaron Julio Fernández,
que nunca vino, sino una sola vez lo vi en tierras del Chimán”,
dijo Luis.
67
Administrador de Julio Fernández.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [127]
Nosotros estábamos allí […] y había el comentario que sube
el patrón, que sube el patrón. Todos querían ver cómo era el patrón. Subió a ver el ganado al corral de la Bugueña. Hasta allí subió y volvió a bajar. Un viejo grandote, altote, agacha’o. Pasó. Decían, ¡ese es! Querían mirar como si viniera el presidente de la
República o el Papa.
En 1932 Julio Fernández le traspasó a Matilde Lemos Fernández, su sobrina, las tierras de Chimán “por servicios prestados”,
según dice la escritura68. En sus manos duraron nuestras tierras
hasta 1944, cuando se las vendió a Mario Córdoba y Alfonso Garcés. Fue en épocas de Matilde Lemos que yo nací, pero nada me
acuerdo de ella.
68
Escritura 9 de 1932, Notaría de Silvia.
[128] l a f u e rz a de l a g en te
Warkatrapu o Santiago
Originalmente, Warkatrapu hacía parte de El
Gran Chimán, pero con el tiempo y las divisiones que fueron haciendo los terratenientes, sobre todo con la repartición que en
1898 hizo Bárbara Ozaeta de Concha entre sus hijos, los potreros
denominados Yeguas y Santiago, que terminaron quedando en
manos de Bárbara su hija69, eventualmente se convirtieron en las
haciendas Las Mercedes y San Fernando.
Lino Calambás cuenta que a su familia, que toda su vida vivió ahí, siempre le tocó pagar terraje porque desde el principio
era hacienda. El primer dueño blanco del que tiene memoria es
Domingo Medina, el marido de Bárbara Concha hija.
Él era el dueño desde abajo el Molino hasta Michambe arriba.
Eso si no se cómo repartieron a sus hijos, a las hijas…
O sea que en esa época, es decir, mientras las tierras estaban
en manos de Bárbara Concha hija, lo que hoy son Santiago y San
Fernando eran una sola hacienda todavía.
En 1918 estas tierras fueron heredadas por las hijas de Bárbara,
Clemencia y Soledad Medina, y en 1919 Soledad vendió sus derechos a Gonzalo Caicedo G.; en la repartición entre Gonzalo y
Clemencia, él se quedó con Santiago y ella con Yeguas. En 1920
Gonzalo Caicedo vendió a José Manuel Varona. En 1930, éste
último entregó Santiago a Rosalía Caicedo de Campo, hija del
anterior dueño Gonzalo Caicedo G., y a Emilio Campo, en pago
69
El lote Santiago le tocó en el sorteo y Yeguas se lo compró a su hermano Francisco.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [129]
por un compromiso de dinero que tenía con la familia de
Rosalía70.
Santiago y el patrón Emilio Campo
Desde 1930 hasta 1951 la Hacienda Santiago, a la que en algún momento le cambiaron el nombre por el de Hacienda Las
Mercedes, estuvo en manos de la familia Campo Caicedo. Durante ese tiempo las tierras fueron usadas para respaldar hipotecas y en múltiples contratos de anticrisis para respaldar intereses por deudas, hasta que, en 1951, fueron vendidas a Ernesto
González Piedrahita71.
Pero no sólo fueron las tierras las que utilizaron para respaldar sus deudas. También los terrajeros fueron usados para ese fin.
Javier Calambás cuenta que algunos de ellos tenían que desplazarse todos los días a pagar terraje lejos, fuera de la hacienda
donde vivían, porque los terratenientes los obligaban a hacerlo:
Como el dueño de Las Mercedes, quién sabe entre ellos qué
trato habrán hecho, a los terrajeros les convinieron mandar a
Novirao. Decían que ellos allá tenían una deuda, y que esa deuda
fueran a pagar los terrajeros. Tocaba entonces ir allá. Mi mamá me
estuvo diciendo esto.
Que para mandar con avío había que levantar a las dos de la
mañana, hacían agüita y arepa y mientras tanto ya eran las tres de
la mañana y salían caminando, y en el sitio de trabajo llegaban a
las seis de la mañana. Algunos que no levantaban tan temprano y
que llegaban en el sitio de trabajo como a las siete de la mañana
eran rechazados y devueltos. Por el camino comían el avío y regresaban otra vez a su casa, a trabajar un ratico allá en el cultivo
de ellos. Pero eso no terminaba ahí, sino que al otro día sí había
que obligarse a madrugar para llegar a tiempo.
Nadie sabía cuánta plata debía el terrateniente, y todo eso
pagó con los terrajeros. Eso sí era para pensar duro.
70
Oficina de Registro del Circuito de Silvia, Tradición de Dominio de la finca Las
Mercedes, abril 12 de 1951.
71
Ibíd.
[130] l a f u e rz a d e l a g en te
Quienes inicialmente manejaban la hacienda eran Emilio y
su hermano Eloy. Luis cuenta que ellos eran los molineros y eran
originarios de Santander de Quilichao, pero vivían en Popayán.
Primero vinieron a trabajar con los Conchas y después Emilio Campo se casó con una hija de los dueños de San Fernando y,
como la herencia le tocó a la hija, don Emilio allí trabajó. Allí se
quedó en una hacienda.
Más adelante, cuando creció Gonzalo el hijo de Emilio, como
la hacienda la había heredado la mamá, hizo a su padre a un lado
y él se adueñó de ésta.
A don Emilio, el papá, Gonzalo Campo lo echó. Ya no manejaba Emilio Campo sino él. El hijo resultó conservador, contrario
a la política […] Don Gonzalo dominó. Entonces don Emilio ya
no volvió más. Tenía un molino en Popayán y trabajaba allí.
(Luis)
Esta versión la confirma Lino Calambás, nacido en esas tierras en 1926, quien cuenta que:
Don Emilio peleó con la mujer, y la mamá se juntó con el hijo.
El hijo llamaba Gonzalo Campo […] Entonces Don Emilio ya no
quedó sino con el molino en Popayán, que era de su propiedad.
El molino llamaba Moscopán; también lo llamaban Santa Rosa.
En manos del hijo la hacienda se fue a pique, pues:
Ya la malgastó, ya vendió las vacas. Tenía el mismo ganado que
tenían en Chimán: Holstein y Normando. ¡De cachos! Entonces
ya vendió eso, que ya no servía, ya trajo Redpool, compró cabros,
camión y una camioneta.
(Lino Calambás)
Y finalmente terminó vendiéndola.
Don Gonzalo entró bravo y empezó a malbaratar. Él entró
arrendando o hipotecando los potreros y después no pudo devolver
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [131]
esas platas. Las platas que debía vinieron pagando fue los del ganado bravo cuando llegaron. Le debía a don Jorge Rengifo, a Pacho Morales. Había otro que no recuerdo, pero eran tres. Parecía
en arriendo, pero eran hipotecas. Entonces a esos tres, cuando negociaron, los Caicedos les cancelaron72.
No se qué pasó, pero él ya no tenía ganado, entonces a los terrajeros mandaban solamente a trozar leña. Entonces ya se quebró,
ya empobreció, ya empezó a tumbar árboles motilones para vender leña. Y vendía el ganado y tomaba mucho también. Tenía hartas mujeres. Don Emilio también fue igual de mujeriego.
Cuando nos dimos cuenta dijeron que ya vendió. Pero eso ya
fue después de Córdoba.
(Lino Calambás)
Yo no conocí nada por esos lados, pero dicen que allá, en épocas de los Campo, había muchos terrajeros que fueron expulsados, primero por ellos, por Emilio Campo, pero sobretodo por
su hijo Gonzalo, y los últimos por Ernesto González Caicedo, hijo
de González Piedrahita. Muchos de ellos no tenían cómo hacerse a una tierrita en alguna parte, y les tocó hacer sus casas a la
orilla del camino. Algunos aún están ahí.
Luis cuenta que en épocas de Emilio los indígenas tenían
hartos predios que en su mayoría él conoció, porque participaba en todas las mingas que se organizaban. Dice que en esa época los terrajeros de Warkatrapu, hoy Santiago, eran finado taita
Antonio Hurtado, “que tuvieron una tierrita pu’ allá por Siberia,
que era un anciano muy bueno”; Gregorio Tunubalá, “que mi
papá contaba que eran flauteros y murió pa’l lado del Chimán”;
el papá de Gregorio Tunubalá, Domingo Tunubalá; José Calambás; Francisco Calambás; los Tombeses de Jacinto; Celestino, “que
fue guardaespaldas de don Pacho y vivía en ese mismo solar”;
Carlos Calambás, el papá de Lino; los hermanos de Carlos Calambás: Pedro, Santiago y Fermín; un Martín; el flautero Jacinto
72
Según la Escritura 420 del 18 de abril de 1951, de la Notaría 2ª de Popayán, Ernesto González Piedrahita, como comprador de la hacienda Las Mercedes, acuerda pagar, como parte del valor de compra, las deudas que tenían los vendedores
respaldadas con la hacienda a los señores Juan Ruiz, Jorge Rengifo y Eduardo
Sandoval. Estas ascendían a más de la tercera parte del valor de venta.
[132] l a f u erz a d e l a g e n te
Tombé; taita Pedro Hurtado, su hija Antonia y el marido de apellido Tombé; Abelino Tombé, el papá de Agustín Tombé; Custodio Tombé; y Custodio Ussa.
Cuando los Campo vendieron a los González Piedrahita, o
sea en 1951, aún quedaban allí varias familias de terrajeros que
la misma escritura de venta menciona:
Dentro de la mencionada finca han establecido […] Celestino
Calambás, Anselmo Tunubalá, Francisco, Custodio y Carlos Calambás […] pequeñas huertas […] se trata de cultivos plantados
73
[…] para compensar con jornales […] .
La familia de Lino —Carlos Calambás el papá y Teresa Tombé
la mamá— fue la última que quedó en esas tierras. Él recuerda
que su abuelo, taita Lino, hijo de Santiago Calambás, solía contarle a su papá que:
A los terrajeros que tenían ganado empezaban a quitar las
huertas y empezaban a correr, a correr, a correr. Arrancaban los
lecheros y empezaban a empujar, empujar, empujar y para abajo
entonces ya se quedaban potreros, todos para ellos. Y después ya
empezó fue a sacarles para que se fueran. Empezaron a pagar las
mejoras, no gran cosa, poquito, pero eso empezó a pagar fue don
Emilio Campo. Los patrones de antes no se si pagaban o no, eso si
no se.
74
Don Emilio empezó a pagar a taita Julio Calambás , que se habrá muerto por allá por La María. También los que fueron para
allá para el lado de Michambe, el nutata Domingo Calambás, a
ellos también pagaron para que se fueran. Más antes, a taita Luciano Muelas, del plan de Ayacucho, no se cómo lo sacaron. A esos
si no se si pagó o no.
Taita Julio Calambás sabía vivir allí junto con el taita Domingo Calambás. Ellos vivían en el plancito de Belén, donde hay unos
eucaliptos y unos planes; ahí era. Ellos fueron los primeros que
fueron sacados. Es que […] el patrón mandó a limpiar las tierras,
73
Ibíd.
74
Papá de Javier Calambás.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [133]
ya tenía limpio, y entonces Julio entró allí a levantar eras. Él decía
que iba a sembrar el maíz y lo iba a quitar al patrón. Y entonces
fue fulminante su expulsión. Entonces se fue para Jambaló.
Cuando lo expulsan es que le quitan toda la tierra, queda sin
nada, queda afuera, ya no había a dónde sembrar ni nada, entonces qué haciendo iba a estar ahí. Por eso se fueron todos. Yo fui muy
pequeño, pero me acuerdo.
En ese entonces decían que tenía muchos trabajadores paeces
y con ellos arrancó todos los lecheros, los cercos y todo. Traían allí
a jornalear. Por allá limpiando potreros, ya había era puros paeces
de Pitayó. Pagaban bien barato, cuarenta centavos. Como los terrajeros ya se estaban yendo y quedaban las casas vacías, a los
paeces les metían ahí. Como abrían todo, el ganado se iba entrando, entonces no se si compraron tierra o no, pero se fueron. Taita
Juancho Tunubalá, el hermano de Pablo Tunubalá que se murió
hace poco, Pablo el médico, que también vivía acá en el Belén
mismo, taita Julio Calambás, y no me acuerdo quiénes más, fueron sacados.
Todo era de ganadería, y había unos cultivitos de papa, trigo,
cebada, linaza, alverja, pero de allá del Belén para arriba. La papa
siempre sembraban con alverja; cuando levantaba el maíz regaban
el trigo, regaban cebada y ¡sí que se daba bueno! Por allí por el Belén, ahora lo que es de taita Álvaro, por allí todavía había gente.
Desde allí del corral de las Ventanas para arriba había gente.
A veces hacían minga y a mi me mandaban a mingar, a sembrar trigo, y en la minga llegaban hasta 100 personas. Eso era de
aquí no mas toda la gente. Hombres y mujeres, 100 personas. En
75
ese entonces la minga hacían en tiempo de la ofrenda . Invitaban,
bailaban, comían la ofrenda. Con música de flauta y tambor. No
es como ahora. Entonces era pura flauta y tambor. Hoy ya todo es
distinto.
Ley 200, visita de Eduardo Santos y rebaja del terraje
Fue en épocas de los Campo que salió la Ley 200 de 1936 de Tierras.
En 1936, bajo la presidencia de Alfonso López Pumarejo, salió
la Ley 200 y empezaron a hablar de la reforma agraria, empezaron
75
Ver Cerrando el ciclo, p. 248.
[134] l a f u e rz a d e l a g en te
a hablar de la rebaja del terraje y sacaron una ley de inscripción de
arrendatarios. Cuando empezaron a venir una serie de leyes, mi
papá se vinculó en eso y fue en ese momento que lo expulsaron.
(Javier Calambás)
Y fue ahí en Santiago donde dicen que, un poco después, estuvo el presidente Eduardo Santos76. Mi papá fue al recibimiento,
y Luis cuenta, recordando lo que él decía, que:
Ese Eduardo Santos llegó allí porque era la hacienda de un liberal. Ese plan, lo que hoy es el circo, allí dizque se llenó de gente y
77
carros. Como que fue un Velasco el que dio el discurso de bienvenida. ¡Que qué guambiano para inteligente!; que no leyó en el
papel, sino que habló y que fue aplaudido.
Un día, en el mismo Santiago, una mayorcita guambiana de
nombre Jacinta me estuvo contando sus recuerdos de ese día. Decía que siendo ella niña vino cogida de la mano acompañando
al papá, y que había mucha gente, y muchos vinieron a recibirlo
en caballería. Ella decía que nosotros tan pendejos, que Eduardo Santos había venido allí a reafirmar las tierras en favor de los
terratenientes, y nosotros recibiéndolo ahí con banderas, con una
bandera roja, como buenos liberales. Que hasta el gobernador
guambiano estaba apoyando con la bandera roja la llegada del presidente, y decía que la ignorancia era tan grande, que ellos le habían confirmado que aquí “del río para acá, tierra de ustedes; del
río para allá, tierra de los blancos.” Que usaron a los guambianos,
usaron al Cabildo, para afirmar el robo de las tierras.
Dicen que eso sí, después de la llegada de Santos, comenzaron a rebajar el terraje en todas las haciendas.
Tanto en San Fernando […], Santiago, que en ese tiempo
llamaron Mercedes, y Chimán y Claras, que era de Mosqueras, y
otra hacienda que hoy es Ambachico, que era de otro extranjero,
todos pagaban igual: cada 15 días tenía que descontar seis días de
76
Presidente de Colombia entre 1938-42.
77
Agustín Velasco fue gobernador en 1938.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [135]
terraje. Entonces allí […] ya decretaron que el terrajero tenía que
pagar solamente cinco días en cada mes, en cada 30 días.
(Luis)
Cruz Tombé habla sobre los Campo
En 1992 visitamos a Cruz Tombé en su casa de Siberia. Poco
tiempo después murió. Él nació por ahí en 1920 y fue terrajero
de Emilio Campo más o menos hasta 1940. Las líneas que siguen
son el relato, en palabras suyas, de sus recuerdos de esas épocas.
El patrón era Eloy Campo78 y don Emilio Campo. En ese entonces las tierras no eran un pedacito, sino eran vastas, grandes.
Un punto que lo llamaban el Warkullu, todo eso era grande las
tierras. Parece que en ese tiempo no hacía falta nada. Mi papá
parecía que tenía todo. Él era Juan Ignacio Tombé. No era, sino
que la mamá vino con un hijito, así como el hijo mío, que también cuando me casé ya lo tuvo. Mi papá propiamente fue Custodio Tombé, de allá del kausro. Propiamente mi sangre es de allá
arriba de donde llaman Río Claro79. Yo he sido de allá, pero salí
y me vine. Cuando casó mi mamá, yo me quedé allí arrimado
con mi padrastro. Por eso yo conocía todo eso.
Había hartos terrazgueros. Cuando empezaron a formar la
casa de la hacienda de Las Mercedes, yo lo vi todito. Empezaron haciendo las casas grandes, explotando las piedras. Yo era
muchacho pero me tocó trabajar duro con un Julián Tombé,
taladrando y explotando las piedras todo el tiempo. Era muy
terrible la explosión de piedras. El trabajo fue muy arduo hasta que salí.
Todo el trabajo para hacer la casa de la hacienda fue hecho
con los terrajeros, que salían como peones. Todo eso de las chambas y rodamiento de piedras que hasta ahora se ve ha sido siempre los terrajeros que lo han hecho.
78
Eloy Campo era hermano de Emilio y molinero, al igual que su hermano.
79
En tierra libre.
[136] l a f u e rz a d e l a g en te
Los terrajeros de los Campo
Los que fueron terrajeros son haaartos. Había harta gente.
A veces salían hasta 80. Hasta donde me recuerdo, primero Antonio Hurtado, y taita Igenio Tombé, Gabriel Hurtado —no el
que se fue para Malvazá, que es joven; éste era más mayor, que
también lo conozco—, Shishku Ussa, Fermín Tunubalá, Martín Tunubalá, Domingo Tunubalá, Javier Tunubalá, Manuel
Ussa, otro Antonio Hurtado —¡ay! mi hígado que no es como
antes que no me ayuda a pensar80 —. Parece que no fueron sino
estos los que conocí.
Ya después todo fueron quitando un Emilio Campo y otro
Gonzalo Campo Caicedo. Yo conocí a todos esos patrones. La
gente, unos salieron ya muertos, pero otros se fueron para otras
partes. Unos se fueron para el lado de Michambe comprando
tierra, unos se vinieron para Siberia, unos cuentan que se fueron para Morales. Estos no se fueron así no más, sino porque les
quitaron lo que tenían, y a algunos les dieron hasta juete para
que se fueran. Pegaba propiamente el patrón, entre Eloy Campo y Emilio Campo. Eso le daban era con un palo que llaman el
verraquillo. Con el mayordomo peleaban, como el caso de
Anselmo Calambás, pero con el patrón no peleaba nadie.
Los expulsaron y a nadie le pagaron un solo centavo. Entonces yo también me separé y me vine. ¡Qué iba a reclamar! No es
como ahora, que puede reclamar. Como a mi los Campo me
dijeron que me fuera, ahí mismo salí y me vine, sin que me pagaran ni cinco. Las casas deben haberlas desbaratado porque yo
no volví más. Los cercos eran unas chambas largas por el medio
de unos llanos, hechas por mi papá. Yo vivía por allá detrás de
una loma y todo eso quedó. Y ¡quién iba a pagar!
Yo salí sin nada; como dicen los que chistan, me vine detrás
de la mujer81. Yo no he recibido nada. Cuando fui mayordomo y
salí y me vine, ya me separé del todo.
80
La conciencia y el sentimiento están para los guambianos en el hígado.
81
Juliana Muelas, hija de Juan Muelas, hermano de la abuela Gertrudis.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [137]
El patrón y el mayordomo daban juete
A mi el patrón no me hizo ningún daño, nunca me pegó ni
nada. A los otros sí. Como yo fui mayordomo, yo vi que al joven
Anselmo Calambás el mayordomo Ricardo Barona, que era un
alto de Popayán, que decía que era el que más mandaba, le dio
juete hasta que se revolcaba en el suelo. Pero como él no era tan
niño, cuando el mayordomo se montó a caballo para irse, lo cogió y lo tumbó de lapo al suelo. Este sí como era avispado peleó
de igual a igual. De todo esto nada pasó, nadie demandó, nadie
hizo nada; se quedó así.
Esto lo hacía con el pretexto de que no madrugaban, porque
el trabajo del terraje era desde las siete de la mañana hasta las
cuatro de la tarde, con un tiempito de descanso. Había que ir seis
días, de lunes a sábado, cada tres semanas82, sin ganar un centavo, y teniendo que ir a comer cada uno en sus casas.
Yo también como que me avispé y peleé con Ricardo Barona,
porque el hombre era malo. Él era mayordomo y yo era simanero. Un día caí enfermo en la casa y llegó a juetearme. Entonces me levanté y no dejé juetear. Yo tenía un caballo. Inmediatamente lo ensillé, me monté y salí corriendo. Cuando llegué a
la puerta estaba con un candado, entonces cogí una piedra y le
di hasta volver pedazos el candado. y me fui yendo. Pero sí me
hizo muchas maldades, aunque pegar no me pegó.
De mayordomo de los Campo
Una vez cuando llegué al pueblo le avisé a Eloy Campo que
Ricardo Barona había vendido siete novillos antes de enterar al
patrón y también 60 arrobas, o cargas, de trigo sin que éste se
diera cuenta. Don Eloy me mandó inmediatamente a Popayán,
y cuando llegué me dijo: “Andate para la casa, pero ahora si tenés
que ver vos mismo la finca, para que estés de mayordomo allá. Allá
tenés que ver la hacienda y 60 barretones, 20 palas. Todo tenés que
82
En realidad debió ser cada dos semanas, pero no fue posible rectificar este dato
con él porque al poco tiempo de la entrevista murió.
[138] l a f u e rz a d e l a g e n te
coger”. Cuando llegué al yastau Eloy me dijo así. Entonces me
metieron de mayordomo a mi, y estuve por cuatro años.
Cuando fui mayordomo, siempre andaba volteando a caballo como el patrón mismo. Entonces la gente me empezó a odiar.
Como me odiaba, había un baile y yo andaba por allá en medio
de las muchachas y, en un momento que estuve sentado con ellas,
me sacaron cogido de los brazos y así me pegaron. Yo no había
tomado ni un solo trago y así me pegaron.
Después de eso me demoré como uno o dos meses y me casé.
Tuve ya mis 20 años y entonces fue que me casé y por eso me
pude salir.
La salida al Tablazo
Como todos los terrajeros expulsados, Cruz y su familia comenzaron un largo peregrinaje, teniendo que ir de aquí para allá,
de un lado para otro, hasta que finalmente, después de muchos
años, lograron la estabilidad en unas tierritas que adquirieron en
Siberia, Cauca.
Cuando salí me fui para la montaña, a la María. Primero me
fui al Tablazo, detrás de la mujer. Como mi mujer era de tierra
libre, cuando iba uno o dos días a trabajar en el terraje ella se
aburría muchísimo. Que no le pagaban nadita y tener que estar
cocinando, decía. Entonces me vine atrasito de ella. De buenas
que me casé con quien tenía tierra a este lado. Si no hubiera sido así, que tenía tierra en el Resguardo, yo todavía estaría en la
hacienda. Por eso vine yo, porque había tierra.
Allí duré cinco años. La tierra en Tablazo era de mi mujer. Eran
como tres huertas grandes y en cada una cabían como tres arrobas de maíz. En todo eso yo cultivaba entre maíz, trigo y linaza.
Esas tierras del Tablazo fueron vendidas, según parece, por presión de los blancos del pueblo, quienes empezaron a decirle que
esa era área del poblado. La plata de la venta fue mal utilizada, pues
como Cruz mismo decía: “Yo siempre fui vagabundo”. Y así, se
quedaron sin tierra.
De allí salió a tierras del Resguardo, parece ser que mediante
compra a un Emilio Cuchillo, del Salado. Según cuenta Cruz,
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [139]
“inmediatamente el Cabildo a mi me dio la adjudicación y me posesioné”. Allí duró entre cinco y ocho años, según su propio recuerdo. Pero seguramente no tenía suficiente tierra, pues se quejaba
de no tener comida, razón por la cual se fue al pueblo a trabajar.
Me fui al pueblo como a ganar de ordeñador. Allí duré tres
años. Durante el día, había una fábrica de velas y yo fabricaba
velas todos los días. Entonces un don Román me dijo que para
estar haciendo velas era feo y me llamó: “Crucito, por qué no va
a la montaña, quiero llevarlo a la montaña”. Así me dijo a mi.
La ida a La María
Como ya no tenía tierra, empecé a ir a la montaña, al frío.
Me fui para La María y allá anduve. Después me fui por allá arriba
a donde un señor que llamaba Manuel Santos, un páez. Yo andaba con un blanco y él me regañó diciendo: “Usted por qué se
viene a meter con blancos aquí. Si viene solo yo le doy tierra”.
Como él me avisó así, me vine a la casa para avisarle a la mujer.
Regresé de nuevo y allá ya sembré un pedazo. Por eso me quedé
allá cultivando. Así duré 19 años en el páramo.
Los domingos siempre me gustaba salir a caballo con un
compadre que llama Balvino Güetio. Había un paez a quien yo
quería como mi papá, era un mayor mascador de coca, y él me
dijo: “Crucito ¿usted se quiere quedar con estas tierras? Te las
vendo para que te quedes aquí”. Un domingo que me fui para
Jambaló me dijo: “Crucito ahora sí necesito una plata. Le vendo
esta tierra. Usted me ha dado mambe, usted me ha dado coca,
todo me ha dado. Y ahora sí se la vendo”.
Yo no tenía plata, pero el compadre Balvino Güetio me prestó
40. Entonces recibí los 40 y se los di. Y por eso fue que yo compré en el páramo.
Planes de ir al Huila
Cuando estaban viviendo en el páramo, en alguna ocasión
tuvieron planes de comprar tierras en el Huila. Juliana, la mujer
de Cruz, recordaba que:
[140] l a f u e rz a d e l a g en te
En el Huila decían que era muy bueno, entonces mi marido fue
a buscar tierra. Como teníamos mucho traste, utensilios de cocina,
mientras tanto yo vendí todos los trastes, porque él mismo había
dicho que cuando ellos volvieran ya estuviera vendido y listo para
ir. Vendí y lo de llevar ya tenía listo, recogido en un solo sitio. Pero
en la tierra donde fue a ver había mucha plaga, entre ellos una lluvia
de mosquitos bravos; eso venía como venir un humo o una nube.
¡Yo vendí todos los platos de comer y todo, listo para ir, y no pude
ir! (risas)
Por el lado de Moscopán, en un punto que llaman Las Delicias, en ese entonces había tierras para venta, pero nada me gustó. Las tierras eran pura montaña, unos enormes palos, y todo
era unos barrizales, que había que caminar saltando por unos
palos grandes. En algunas partes había pasto quicuyo. Siempre
en algunas partes era abrigado, caliente, y vi algunas cañas, caña
dulce. Pero vide que las tierras no servían para agricultura.
Allá en Moscopán llegué donde Gabriel Velasco y ayudé a
montar el trapiche; desde ahí nunca volví.
Salida de La María
Del páramo nosotros no éramos para venirnos. Entonces
hubo un problema. Yo estaba bien amañado y tenía harta tierra,
que para cultivar no alcanzaba a hacer todo. En ese entonces tuvimos ganado, ovejos, cerdos; cerdos hemos alcanzado a tener
hasta 30. En ese entonces, no como ahora, que hay que comprar
las papitas chiquitas para comer, el ulluco y las papas grandes,
todo lo echábamos a los puercos. Parecía que nada nos faltaba.
Había mucha mauja; mauja había por cantidad.
Entonces en Jambaló habían matado a uno que llama Jesús
Cadena y un estanquero que era mi compadre. Mataron dos en
ese momento. Entonces el gran problema que desde el alto, por
ese motivo, nos sacaron a palos. Pero yo siempre me avispé y no
quise dejarme fregar.
A la mujer la mandé para Silvia a buscar panela, pero no volvió. Venía yo en un alto caminando para Jambaló, cuando vide
mucha huella que había pasado de zapatos. Para este lado de la
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [141]
montaña me encontré unos tipos de allá del yastau para abajo,
que traían tres caballos. Me dijeron que “en Pitayó no nos dejaron pasar. ¿Por qué no me lleva estas bestias, para que las tenga
allá no más?”. Con montura y todo, ellos solamente se bajaron y
me entregaron. Yo las llevé y arrendé una manga donde un
Benancio Casos. Dicen que las huellas eran de la guerrilla.
Nosotros no vimos pelear de frente la guerrilla, pero como
la mujer se fue a buscar panela y no volvió, después la volví a encontrar, cuando de pronto vino una cantidad de soldados, que
se veía azuuul, que no se veía ni el monte. Llegaron a mi casa,
porque yo tenía una casa grande, y empezaron a fritar carne.
Hemos estado con mi hija la Mencha, y vimos fritar harta carne,
y comían. La carne y las pailas de fritar trajeron de otra casa.
“Usted desde mañana baja a Jambaló y saca los certificados
para que pueda andar”. Eso dijeron los soldados. “Va allá al alcalde y dígale que le de un certificado”. Yo me fui a caballo, porque hasta ahí yo tenía los caballos ajenos, me fui a Jambaló y saqué los papeles y me dijeron: “Ahora sí te andas libre; a ellos no
hay que tocarlos y si mandan a cargar, a agarrar, usted no cargue”. A los otros que vivían allá les hicieron cargar unos bultos
grandes y llevárselos también en la mano, más tres gallinas, pero
a mi no me tocó todo eso. Entonces fue que nosotros nos fuimos de ahí.
En ese entonces Senciona fue niñita. Mi salida se debe a todo
esto83. Anduvimos y anduvimos, y ese mismo año nos salimos
del todo para acá para Siberia. Primero compramos donde Pacho vendió y después compré aquí, sembré yuca y sembré plátano. Eso demoramos como unos cinco años.
Yo vendí la tierra ¡bien barato! En tres mil. Y con eso fue que
compré aquí. Yo no pude tener la plata en el bolsillo, entonces
mandé a guardar a la mujer por tres años. Busqué tierra y busqué
83
En la década de 1950, integrantes de la guerrilla de Guadalupe Salcedo tuvieron actividad en la región de Jambaló. El ejército ejerció una fuerte represión
contra muchos campesinos e indígenas, tildándolos de guerrilleros. Es a esta situación a la que se refiere Cruz, la cual causó una nueva migración de muchos
terrajeros guambianos que, como Cruz, por fin habían logrado acomodarse en
esas tierras.
[142] l a f u e rz a d e l a g e n te
tierra. Nadie me vendía. Anduve por allá por la laguna y por todo
eso volteé. Parecía que no podía comprar, y yo con hijos… Entonces anduve llorando. Anduve y anduve hasta que por fin compré aquí. Y compré en buena parte, donde nada me ha pasado
hasta ahora. Eso hace 35 años84. Y aquí tengo los papeles de que
le compré esto. Rápidamente se hizo tanto tiempo, y en ese tiempo fue que aquí me enfermé. Tengo 72 años.
Por todo eso he tenido que salir de la hacienda, pero a mi
nada me hicieron allá.
Expulsión de la familia de Julio Calambás
En el año 2000 conversé en San Fernando con Javier Calambás
sobre la historia de la terrajería. Lo que sigue es, en sus propias
palabras, lo que me contó sobre la expulsión de su familia por
Emilio Campo. También incluyo lo que recordó la mayora Encarnación Tunubalá, mamá de Javier, en entrevista que le hicimos en
su casa de Jambaló, en enero de 1993, unos pocos días antes de
morir. La mayora recordaba que:
Siempre íbamos allá a la casa del patrón a trabajar el terraje.
Íbamos allá cuando decían que fueran a cocinar. Había también
gente por el lado de San Fernando […] Para todo el trabajo que
había que hacer, a mi me tocaba levantar desde el primer gallo,
para cocinar. Había que levantar muy temprano; a las siete de la
mañana ya había que estar por Ambachico. El que llegara a las
ocho de la mañana no recibía el diario, con amenaza de expulsión. Al que llegara tardecito no recibían y hacían perder su día,
pero el otro día había que venir dos personas para reponer.
El terraje siempre tocaba hacer hasta Ambachico. También
nos hacían trabajar bien abajo, casi frente a Piendamó, donde hay
guarangos. Allá a mi también me tocó ir a trabajar. También en
un punto que lo llamaban El Chero me tocó trabajar, porque así
lo mandaban. Mi finado decía que había que ir a trabajar allá porque era orden, entonces yo también salía con él…
84
La salida de La María debió ser aproximadamente en 1952-53.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [143]
El Chero también era tierra de Eloy Campo, o mandaba a trabajar él. También tenía tierra un Gonzalo Caicedo. Ese era el que
más alegaba para expulsar a nosotros. El otro era Emilio Campo,
que tenía tierra por estos lados. Entonces a nosotros nos hacía
trabajar por allá en un medio donde había casa de la hacienda.
(Encarnación Tunubalá)
El compañero Javier cuenta que:
Detrás de la gente luchadora mi papá andaba muy bien y sin
miedo, pero cuando de pronto nuestra misma gente —como andábamos todos trabajando en grupo en el terraje— se dio cuenta
y se quejaron al patrón, expulsaron a mi papá de aquí de Las Mercedes. Entonces nos tocó irnos sin nada; llevaba nada más la remesa de la primer semana y una vaquita. Nos madrugamos y nos
fuimos.
Y esto dijo la mayora Encarnación:
Hace unos 60 años vinimos del Nuyapalo85. Pues nosotros no
debíamos de haber venido, pero mi finado vino dizque para Bogotá, a pié, por Inzá, con Pedro José Muelas […] Entonces llegaron allá a la Notaría 1ª […] y hemos encontrado ese buen documento…
Chimán era Resguardo, pero nosotros hemos sabido estar
pagando terraje. Entonces reunían y hablaban a ver si se podían
ganar las tierras. Estas eran de nosotros mismos, pero nosotros
¡cómo sufríamos descontando el terraje! Esto han hablado mucho ellos y decían que iban a seguir luchando. Había otro de
Anisrtrapu (Cacique), un Chabaco, joven, que también murió.
Este también decía que iba a luchar. Estaban sentados en una
mesa escribiendo unos papeles.
Entonces había unos que se fueron a quejar al patrón, a decirle que te van a quitar la tierra. Le fueron a decir esto a Eloy
Campo. Los mismos terrajeros fueron a ponerle la queja y por
eso nos expulsó a nosotros. Dijeron que nosotros estábamos
85
Aproximadamente en 1933.
[144] l a f u e rz a d e l a g en te
haciendo juntas para quitar las tierras, y a raíz de eso a nosotros
nos sacaron con la policía.
Cuando nos expulsaron, la casa solamente le quitaron […]
Había harta gente, pero nos expulsaron fue a nosotros solos […]
Vinimos expulsados, dejando la cebolla y ajos también, por allá
en la guaicada del Cóndor. Se arrancaba siempre nueve cargas
de cebolla y todo esto dejamos sin arrancarle nada. Como nos
expulsó, yo vine pensando: acá ¡qué iré a comer! Yo vine dejando todos los cultivos y vine llorando, siempre pensando qué comeré y con qué vestiré, y para comprar mis cosas qué haré.
Entonces acá como Luis Felipe Calambás también me hizo
una caridad, volví a sembrar cebolla. Tampoco había un punto
muy bueno para construir la casa, pero el finado quiso hacer la
casa que hasta ahora existe. La cebolla, así sea la tierra más mala,
yo cultivando y cultivando, Tius me dio la cebolla. Entonces, siquiera he podido comprar algo con eso.
Los primeros expulsados fuimos nosotros […] A los demás
nadie les expulsó […] Deben haber sacado después. Son 60 años
desde que nos expulsaron.
Solamente kasuku Antonio Hurtado quedó apenado de que
nosotros vinimos, porque era del lado nuestro. Los otros a veces
vivían hasta furiosos porque mi finado andaba mucho. Antonio
Hurtado vivía allí del Alto de la Cruz para abajo; también donde llaman el Alto del Sale […] Por ahí tenía también tierra, y la
mujer de él llamaba tía Tunisia.
A tía Tunisia no le gustaba mucho que anduviera con mi marido. Decía que era por no trabajar que andaban molestando las
cosas del patrón […] Pero cuando nosotros íbamos a Bogotá, allá
nos decían que la tierra todavía es de ustedes, pero luchen que
algún día […] ustedes vivirán allí […] Eso dijeron en la casa del
gobierno que queda por allí cerca a Monserrate […]
Después de todo esto nos vinimos para acá y entonces los patrones también quedaron tranquilos. Después volvimos vuelta
allá en la casa del gobierno conservador, y después fue en la casa
de los liberales. Siempre en eso, nos llevaban a caminar.
Luego de su expulsión, la familia de taita Julio debió tomar
nuevos rumbos. Sobre esto el compañero Javier contó:
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [145]
Cuando nos expulsaron, fuimos para el lado de Jambaló y
donde llegamos era un amigo paez, Javier Ipia, que nosotros llamábamos patrón. Allá también apareció otro patrón, pero era distinto. No estábamos trabajando para él. Allá era a cuidar ganado;
era una sabana como de unas 100 hectáreas, con once cabezas de
ganado. La tierra sí le dejó a mi papá para que cultivara a su cuenta.
La casita la tenía cerca al pueblo. Allí estuvimos como unas
dos semanas y ya nos dijo: “Ahora sí tenés que ir donde vas a vivir
definitivamente”. Éste nos ayudó con un caballo y el mercado,
con unos maíces y unas cosas más.
En ese momento cuando llegamos allá, yo me di cuenta como
si estuviera despertando. A mi me traían en la espalda y desde
que me bajaron y me pusieron en el patio, que eso sí me acuerdo clarito, de allí hasta 1944 estuvimos.
Como allí los vecinos cercanos también eran paeces y era
gente muy buena, también nos habían dado una tierrita, como
una hectárea para que cultiváramos todo, pero para el dueño de
la tierra que le hiciera un pedacito para él también venir y cosechar. Tal vez el señor nos echó la bendición. Todo fue sembrado
de ulluco y cargóoo ulluco que la gente de acá cada siete días sacaba 20 o 30 cargas. ¡Y el ulluco no se acababa! Eso dio más de
200 cargas, pero en ese entonces la carga de ulluco solamente
valía 10 pesos. Entonces en ese momentico el que decía que era
patrón ya no le gustó.
De allí tocó otra vez despedirnos de esa tierra, agradecer e
irnos, ya como liberándonos del terraje. La gente de allá dijo que
no se deje mandar de otro y que venga para que usted consiga
su propia tierra. Y el Cabildo de Jambaló dio posesión. Ahí sí yo
ya tenía buen conocimiento cuando dijeron muchas gracias, y
nos fuimos.
Si mi papá no hubiera salido de esa tierra por un tiempo más,
haciendo los trabajos, esa tierra era para dárnosla a nosotros.
Pero entonces la gente insistía mucho en que estaban dejándose
mandar de otro, que entre nosotros los indígenas no puede hacer eso. Como el Cabildo dijo que nos iban a dar una tierra propia, nos fuimos.
Tuvimos otro buen vecino que llamaba Cenón Dagua. Este
también nos dijo que él tenía una tierra que estaba de balde, que
[146] l a f u e rz a d e l a g en te
si quería trabajara. También dijo que dejara señalado un pedacito para él. Ahí trabajamos duro como unos tres años y de ahí
nos dio para hacer la casa arriba, a una hora de camino.
El primer patrón donde llegamos, todo el tiempo quería que
estuviéramos en sus manos; no quería que nos fuéramos. Nos
entregó 11 cabezas de ganado en el ’38, hasta el ’44, y en seis años
multiplicó a 65 cabezas. Al ganado le ordenó que cuidaran, no
como de él, sino como si fueran suyas. Entonces, de la leche que
ordeñábamos sacábamos queso, y él venía solamente a llevar
queso, pero nunca preguntaba cuánto comieron, sino que dejaba
libre para que nosotros comiéramos lo que quisiéramos. Y si alguien llegara, pues dele también para que coma, estábamos advertidos.
De todas maneras, hambre no pasamos una vez fuimos echados de estas tierras. Entonces mi papá siempre estaba contento.
“Acá también se sufre, pero la situación es distinta”, decía. Él estaba muy contento porque le acompañaba mucha gente a sembrar y a cultivar. Como mi papá sufría tanto aquí en Chimán,
que todo el tiempo lo tenían haciendo trabajos no propios de él,
con un poquitico de cultivos que hacía y por eso había que pagar terraje, allá sentía que no era nada lo de cuidar ese ganado
en la sabana.
Todos los días, desde las ocho de la noche, siempre rejuntaba
el ganado en una guaicada de la sabana, y allí amanecía siempre
hasta las cinco de la mañana. Así duró seis años y no dejó perder ni una sola res. Entonces dijo que usted me cumplió grandemente y que muchíiisimas gracias. Pero el patrón, hasta que
salió, no hizo ningún reconocimiento por el cuido de ese ganado. De todas maneras mi papá quedaba agradecido porque, por
haber venido ahí, abrió espacio para que otros le dieran tierra.
El Cabildo dio posesión. Hasta ahora mi familia se mantiene allá en la tierrita, sin pasarla a manos de otros. Como no somos solos, mis hermanas mujeres por allá están. Pero todo esto
nos sirvió mucho, nos dio valor para estarnos allá al entorno de
Jambaló. Como nosotros tenemos la experiencia del sufrimiento de Chimán, allá nos portamos bien, como debe de ser, y eso
nos sirvió de mucho. Mis papás estuvieron allá hasta que finalizaron su vida. Allá tengo guardados los huesitos de ellos.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [147]
La gente iba mucho allá. Unos a ver cómo conseguir cultivar, otros a sacar carga de flete y otros a comprar comida. La gente
que venía a comprar comida, no venían a comprar comida, sino
a ayudar a cosechar, a recoger los productos, y entonces todos
los días, por la ayudada, les pagaban una arroba. Si venían dos
personas y trabajaban tres días o más, pues con eso se hacía una
carga para traerla. Entonces decían que venían a comprar, pero
lo que hacían era que ayudaban y ganaban la comida. Unos sacaban fletes y otros iban a conseguir tierra y a sembrar al partir.
Mi papá mantenía unas 20 o 30 personas siempre. Por las noches, como cuando llueve páramo no podían salir temprano a trabajar, mientras calentaba el día, mientras salían a trabajar, siempre hablaban y hablaban, y esto era lo que decía: “Nosotros hemos
venido acá por esos motivos de expulsión allá, pero aquí no hemos fracasado”. Él contaba siempre que aquí estamos como libres,
contaba todo eso, la realidad, cómo empezaron aquí a echarnos.
Fue el patrón Emilio Campo, él fue el que nos sacó. Pero había otro que ayudaba a expulsar, que era un familiar de mi papá
mismo que llamaba Celestino Calambás, hasta que murió. La
gente le decía a él que era el limpia-culo del patrón. Hasta que
nosotros vimos, él siempre andaba a caballo detrás del patrón,
hasta hace poco. Primero murió el patrón y, como la muerte de
todas maneras nos llega, éste también murió. Entonces, como los
blancos son así, como decían que era buen patrón y buen empleado, decidieron enterrarlo al ladito de donde está el patrón,
y ahí está, en yastau.
Yo no me acuerdo mucho, pero la mayoría de los terrajeros,
casi todos, pasaron al lado de Michambe. Todos los Muelas son
del Chimán. Si me hubiera yo levantado o criado aquí adentro
de Chimán hubiera contado muchas cosas, pero yo me crié y me
levanté en otro lugar. Yo vine aquí en 1962, como un forastero,
como venido de otra zona.
Santiago y los González Piedrahita
Como ya quedó establecido, en 1951 los Campo vendieron la
hacienda Las Mercedes a Ernesto González Piedrahita. Los terrajeros que no habían sido expulsados, los que aún quedaban
[148] l a f u e rz a d e l a g e n te
en esta parte del Gran Chimán, salieron finalmente cuando esta
familia de terratenientes decidió utilizar la tierra para levantar
ganado de lidia. Prácticamente no tuvieron que hacer nada más
que meter los animales para que, asustada nuestra gente, se saliera de sus tierras ancestrales. Como dice Luis:
Ya en los potreros no había una res pues; solamente […] ahí
cerquita al ruedo de la casa de Santiago estaban las vacas de ordeño. Pero para arriba ya soltaron vacas negras, cachonas, feísimas,
de dar miedo. Todavía no había circo. Entonces ya viendo eso salieron… calladitos. Como ya iban tumbando los cercos también…
Allí donde vivió Jacinto Tombé, esa planada picaron, araron
y sembraron. Ya esos ranchos todo fueron tumbando y allí sembraron alfalfa para cuidar ese ganado. Entonces pues salieron,
porque no había quién defendiera y… ¡por el temor a esas vacas
tan bravas!
Lino Calambás y su papá fueron los dos últimos terrajeros
que quedaron allí, y vivieron la salida de todos los demás.
¡Cómo hacía la gente para estarse aquí! Porque llegó el ganado bravo. Entonces se fueron […] Se abrieron las huertas y entraron el ganado bravo allá. ¿Qué se iba a estar la gente haciendo ahí?
Entonces se fueron todos. Ellos si se fueron sin que pagaran ni
nada; se fueron calladitos. Los cultivos se los comió el ganado, las
casas fueron desbaratadas…
Aquí vino a fregar fue cuando trajeron el ganado bravo, porque la gente tenía mucho miedo. Entonces sí se fueron todos […]
Nos quedamos apenas los dos: yo y mi papá, y su compañera […]
Los demás todos se fueron…
El primer mayordomo que vino nos echó también, se asoció
con el vaquero Celestino; después vino otro mayordomo de nombre Agapito y echó a Celestino y al otro que nos quería echar. A
mi papá lo hizo quedar aquí trabajando en la casa de la hacienda, y a mi me mandaron allá al manejo del ganado. Así hicieron
con nosotros este Ernesto González […] A mi me sostuvo y me
dijo que me quedara aquí con el ganado. Entonces, desde que entraron hasta que se fueron hace poco, yo le acompañé todo el
tiempo como si fuera hijo. Estuve aquí en compañía de misia
María.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [149]
[…] Distribuyeron la gente, los vaqueros allá arriba, y a mi dejaron acá abajo en la quinta en la Sierra Morena. Ahí duré 31 años.
(Lino Calambás)
En el actual Santiago el terraje se acabó con Emilio Campo,
pues éste dejó de existir, porque la gente se fue, con los González
Piedrahita. Como dice Lino Calambás:
El terraje se acabó junto con don Emilio. Don Emilio y el hijo
eran los que lo cobraban.
Los González Piedrahita fueron los últimos terratenientes en
controlar nuestras tierras de Santiago. En 1960 crearon la llamada
Sociedad Hacienda Las Mercedes, y con esa figura se quedaron
ahí levantando toros de lidia hasta 1980. En ese año el pueblo
guambiano tomó masivamente las vías de hecho para recuperar esta parte de su territorio. A diferencia de los tantos años de
luchas por las vías legales que nunca dieron fruto, este camino
fue exitoso, y desde entonces Santiago está nuevamente en manos de nuestra gente.
[150] l a f u e rz a d e l a g e n te
San Fernando
Lo que hoy es San Fernando también hacía parte
del Gran Chimán, pero al igual que con Santiago, los terratenientes formaron ahí una hacienda aparte, con todas las divisiones
hechas por herencias y ventas entre ellos mismos. Como ya quedó dicho, al igual que el potrero Santiago, heredado por Bárbara Concha de su madre, también el potrero Yeguas quedó en sus
manos, por compra que hizo a su hermano Francisco. Este último, que posteriormente se convirtió en la Hacienda La Selva y
luego cambió su nombre al de San Fernando, fue heredado por
Clemencia Medina, hija de Bárbara Concha, en 1918.
Esta finca donde estamos, San Fernando, la llamaban Selva
[…]. La Selva y Las Mercedes eran de un solo dueño, un solo patrón. Los dueños de eso eran dos hermanas86. Así como nosotros
los guambianos, partieron del filo para acá para una hermana y
del filo para allá para la otra hermana.
Los primeros patronos que llegaron convirtieron esto en
terrajeros y de pronto apareció un patrón que llamaba Alfonso
Lozano. Éste traspasó al último Julio Garrido. De la gente de ese
entonces algunos están todavía por aquí […]
(Javier Calambás)
Desde 1918 hasta 1945 La Selva estuvo en manos de Clemencia Medina; pero ésta fue hipotecada a Alfonso Lozano en 1941.
En 1945, cuando Clemencia vendió la finca a Julio Garrido, no
86
Clemencia y Soledad Medina, hijas de Bárbara Concha y Domingo Medina.
Soledad heredó el potrero Santiago y Clemencia Yeguas.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [151]
sólo la finca estaba hipotecada, sino que el ganado que había en
ella era de Lozano87.
Entre 1945 y 1964 hubo varias transacciones de venta, pero la
finca siempre permaneció en manos de la familia Garrido.
Yo no conocí por ahí porque, como al igual que las tierras, a
los indígenas también nos dividían, entonces uno no salía de los
predios donde pagaba terraje. Algunos dicen que, en épocas de
Rafael y José Antonio Concha, en San Fernando se pagaba una
semana de terraje al mes, y que el patrón les permitía trabajar
en las tierras faldosas, no en las planas, tal y como sucedía en las
demás partes del Gran Chimán.
La abuela mía es que vivía allí y yo fui criada con ella; la vi
cuando era niña… Los dueños eran Rafael y José Antonio Concha […] Del Molino hasta San Fernando era de un solo dueño y
la gente que pagaba terraje eran 100-200 personas […]
Por defender un pedacito de tierra es que la gente pagaba
terraje. ¡Quién sabe! será que no tenían otra parte dónde ir. Daban lo más feo para trabajar y cuando ya estaba limpio lo quitaba
el patrón. Cuando estaban los patrones daban para que siembren
papas, pero… las más faldosas. Por no morir de hambre esa gente
comía hojas de mejicano y coles… ¡Ahora quién come col!
Ya a última hora quedó poquita gente. Algunos se fueron para
Morales, muchos se fueron por Jambaló. Por San Fernando mismo no había mucha gente, pero así todo global desde abajo, siempre había bastante. Por actual Warkatrapu siempre había gente; ahí
sí los sacaron a todos y se pasaron a Marías (Jambaló).
Para que se fueran, desbarataban la casa […]; el mismo patrón
es el que ordenaba así. Han quedado muchos planes por allí de esa
época […] Los patrones eran los más malos que he visto.
88
(Concepción Ussa de Tombé )
Algunos dicen que fue Domingo Medina quien echó a los
terrazgueros.
87
Escritura 964 de 1945, Notaría 2ª de Popayán.
Tomado de entrevista realizada por Cruz Trochez y Miguel Flor en 1989, en
Ñimbe.
88
[152] l a f u e rz a d e l a g en te
El patrón era don Domingo Medina. Él fue que nos echó. Una
patrona ha sido Clemencia. Ella era buena, con ella sí se vivía bien
[…] Después fue que negoció con Domingo y él fue el que echó a
todos los terrazgueros […] Nosotros éramos de San Fernando y
fuimos echados por los patrones.
En San Fernando era pura casa pajiza […] Nosotros apenas
vivíamos en ranchos chiquitos. Eran tres en el mismo plan […]
Una casa era de nosotros y la otra era de taita Cruz […] Las tres
casas eran de familia de los Velasco […] A nosotros nos echaron
de allí y ya desbarataron las casas los patrones…
(Gabriela Velasco 89 )
Javier Calambás no es de San Fernando, pero sí conoció porque a veces pagó terraje ahí, ya en épocas más recientes, y aún
guarda algunos recuerdos en su memoria.
Mi cordón umbilical no está aquí en San Fernando, sino allá
en lo que era antes Mercedes; ahora la llaman Santiago. Propiamente el plan de la casa donde vivieron mi papá y mi mamá, sufriendo y todo eso, fue ahí.
Pero aquí en San Fernando mi finado suegro, que llamaba
Agustín Morales, pagaba terraje. Yo, como era mi suegro, de vez
en cuando venía ahí y ayudaba a descontar el terraje. Entonces me
di cuenta lo duro que era trabajar terraje, donde no daban ni agua
desde las siete de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Ni era a
las cuatro en punto sino que dejaba pasar, y cuando salía unos
minuticos antes, el que vigilaba era la misma gente de nosotros y
él decía que miren el sol que todavía está alto, que todavía era temprano. Eso yo escuché con mis propios oídos. El que mandaba eso
era Antonio Tombé, el papá de Álvaro Tombé, que ahora está viviendo allá en Chimán.
Finalmente, en 1964, los Garrido vendieron la tierra a la Cooperativa Las Delicias90. Más adelante, bajo el aparte Cooperativa
Las Delicias, se explicará este proceso de ‘recuperación’ de nuestras tierras.
89
Tomado de entrevista realizada por Cruz Trochez y Miguel Flor en 1989, en
La Campana.
90
Escritura 788 de 1964, Notaría 1ª de Popayán.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [153]
Chimán y Mario Córdoba
Yo siempre sacaba la conclusión de que en 1944,
cuando Mario Córdoba empezó ya quitando las tierras y los cultivos iban desapareciendo, se hizo mover a mucha gente. Fue
cuando algunos se fueron de una vez, definitivamente. Les quitaron la tierra, los hicieron desocupar, echaron ganado en los
cultivos, desbarataron las casas y los dejaron en la calle, y para
rematar les echaron la policía encima. Entonces muchos cargaron la maleta y la familia y se fueron para no volver nunca más.
Otros, los que no pudieron irse, los que no tuvieron capacidad
de irse, se quedaron ahí a merced de esta gente, sometidos a la
esclavitud de la terrajería. A unos les cambiaron la casa de un lugar a otro, y las que quedaron desocupadas fueron tumbadas.
Córdoba venía personalmente con gente de afuera. Había un
mayordomo, Alberto López, al que le decían ‘tuerto’ Alberto, que
era muy jodido, muy malo con los indígenas. Buscaron gente mala para reprimir. Otro era el Cabo Cruz Tunubalá, un indígena
que, como entendía más, hablaba mejor el castellano, era inteligente, lo usaron, lo juntaron allí con el mayordomo ‘tuerto’ Alberto, para que se encargaran de hacer todo el desalojo para
quitar las tierras.
Luis recuerda que:
Cuando entró Mario Córdoba y vino un tal Pedro Roa, entonces empezó a pagar a los mismos terrajeros para dañar y tumbar
los cercos. Ese fue el que vino quitando las huertas y reduciéndolos, para hacerlos aburrir. Pero todavía resistían en ese tiempo;
todavía no era tan difícil como con Ventura Riascos. Con Ventura
se hizo un revolcón cruel; maquearon a la gente.
Poquito después ya fue nombrado el cabo Cruz; allí los capitanes se terminaron. Ya quedó al mando el cabo Cruz.
[154] l a f u e rz a de l a g en te
Entonces, desalojaban, quitaban las tierras, y con la misma
gente, con los mismos terrajeros, abrían el camino, que era la
peor desgracia. Lo único fue que buscaron un blanco para que
usara a los indígenas como trabajadores para abrir los cercos,
para hacer lo que necesitaban y meter ganado.
Cuando llegó Mario
muchas tierras estaban en manos del misak
Pero, aunque no teníamos papeles para demostrar que las tierras eran nuestras, lo que hizo posible que expulsaran a nuestra
gente, de todas maneras gran parte de ellas estaba en manos de
los guambianos, era tierra de misak. El resto era tierra de la hacienda, es decir, estaba siendo usada por los terratenientes, como potreros para su ganadería.
Yo no se cuánto tiempo hacía, pero cuando conocí la tierra
que está urbanizada cerca a Silvia, ese lote ya era de la hacienda.
En ese entonces era tierra de Mario Córdoba, porque en 1944
Matilde Lemos les había vendido a él y a Alfonso Garcés lo que
quedaba de El Gran Chimán91, y ya en 1947 la totalidad de estas
tierras estaba en manos de Córdoba, por compra que éste le hizo
de su parte a Garcés92 . Vino también mandando como administrador de la hacienda El Chimán un tal Alfonso Lozano, que no
recuerdo qué relación tuvo con Mario.
Según Joaquín Morales, estas tierras quedaron convertidas
en potreros,
desde la época de Fajardo. No fue quitado todo. Lo que venían
quitando era los potreros que ya estaban limpios. La pobre gente
iba adelante adelante, limpiando. Cuando yo me di cuenta que
había gente por allá en el punto llamado Oskowampik, también de
ahí para arriba hasta lo llamado Pablo Paja había gente. Yo no se
desde cuando sería que había gente entre el Oskowampik y ahora
la Marquesa. Allí pusieron una cruz y a eso ya lo llamaron el
Kurustañik. Entonces ya dividieron y para arriba lo llamaban el
Oskowampik y para abajo lo llamaron Kurustañik.
91
Escritura 3039 de 1944, Notaría 1ª de Cali.
92
Escritura 1366 de 1947, Notaría 1ª de Cali.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [155]
Mapa 4
Los terrajeros de El Chimán cuando llegó Mario Córdoba.
[156] l a f u erz a de l a g en te
Dicen que esa cruz la pusieron los misioneros que habían
entrado a imponer su pensamiento y su forma de vivir entre
nuestra gente. Luis sabe que:
Los padres misioneros, a los que vivían acompañados en unión
libre, los traían con los alguaciles y los hacían casar. Venían diciendo que en los altos o en las peñas estaba el diablo y entonces decían que lo agarraban y lo amarraban. Ellos son los que pusieron
la cruz en esos lugares.
En el Kurustañik de nosotros lo hicieron porque allí decían que
estaba el kueikmantsik. Hay una piedra grande encima del camino y, cuando la gente pasaba por el camino, un isirik grande estaba sentado con las rodillas así, a veces fumando tabaco y otras veces no […] Estaba ahí sentado sin hacer nada […] Entonces estos
de nuestra misma gente que andaban de noche se sentían con
miedo y se asustaban […] Entonces avisaban a los padres misioneros porque creían que era el kueikmantsik. Así que, para que se
fuera, le pusieron la cruz.
Esta cruz se cayó ya de vieja. Después de mucho tiempo, mi
papá, taita Luis Sánchez, taita Juan Sánchez, Felipe, no se qué tantos, se fueron todos, hicieron una nueva cruz y trajeron cohetes y
quemaron ahí. Y ponían flores. Pero ésta volvió a caerse. Entonces ya nadie volvió a poner. La cruz la pusieron a un ladito del
camino, detrás de una piedra grande. Era un plancito que parecía
un camino viejo.
Para allá para el lado de Chillikkulli, frente a Tapias, eran ya
potreros de la hacienda. No se desde cuando sería, si desde Concha, Julio Fernández, pero eso fue de la hacienda. Allí tenían el
ganado.
Desde la tierra de Rosaliakullu, después llamada Renterías,
hasta arriba, a un punto que antes llamaban Natoashippi, luego
conocido como Bugueña, hasta allá era cogido de los blancos.
Todo lo que llama La Bugueña hasta arriba, hasta donde está el
rancho de nosotros, lo que llamaban Pablo Paja, hasta allá tenían
ellos su ganadería. Pasando el plan de la casa vieja de nosotros,
más arriba, también tenían ellos potreros de la hacienda y tenían
ganadería de ellos. El plan de la escuela de Chimán, lo que llama
la Marquesa, donde tenían otros lotes grandes de potrero, eso ya
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [157]
era de la hacienda también. Pero eran saltados, pues entre los
potreros quedaban espacios donde había núcleo de indígenas,
mucha gente. Eso tenían para los indígenas.
Había tierras como el Chillikkulli, hasta cerca de la casa de
Cabo Cruz, hasta un punto que se llama Takukullu, que aunque
legalmente hacían parte de la hacienda, no eran potreros de la
hacienda, sino lotes, pedazos que eran de misak. Takukullu mismo eran tierras del Cabo Cruz y los papás, que mi papá les decía tata Vicente y mama Luciana. Ahí mismo vivían juntos con
un criado que llamaba Antonio ‘el mecánico’. También había otra
persona que vivía ahí que llamaba Dionisio Ussa, a quien le fue
imposible seguir viviendo ahí y le tocó salir e irse. Vivió allí hasta que se casó. Hasta nosotros bajamos allá a cultivar.
Luis recordaba que “más arribita vivía uno que lo llamaban
Manuel ‘el chiquito’, que era el hermano del papá de ahora taita
Julio. A éste le tenían el apodo de Karunchi Manuel. La mujer
dizque era una timaneja” que, según Joaquín Morales, no hablaba
la lengua guambiana, y como que la llamaban María Crucita.
“Frente a Santiago, donde hay un medio plancito, en esa falda,
de ahí para abajo todo era potreros. Frente a Tapias, donde vivían unos Tunubalás, más abajo era ya la casa de mama Dolores, ahí en el puente de la Sierra Morena”, añadió Luis. Ahí en
seguida vivía Bautista Tunubalá.
De allí, en seguida, subiendo, en Sruktrapu, vivía uno que lo
llamaban Salvador Calambás93 . Ahí eran dos familias en una casa
grande. El otro era un Antonio Calambás. De ahí es el médico de
ahora que llama Juan Calambás. Ahí había un mayor, que era el
papá de Juan el médico. Más acacito vivían los Muelas que eran la
familia del Mushu, que posteriormente vivieron detrás de la casa
de nosotros, arriba. Tenían allá y acá. De ahí para arriba vivía el
papá de Antonio ‘el flautero’, que llamaba Santiago Calambás
Tombé.
(Luis)
93
Hijo de Manuel Calambás, según Joaquín Morales.
[158] l a f u e rz a d e l a g e n te
Joaquín Morales recuerda que la mujer de este Santiago se
llamaba María Antonia Tombé y que más arribita vivían Juan Ignacio Tombé y la mujer, que llamaba Trinidad Morales. Estos
después se fueron para Jambaló.
Todos eran terrajeros. De ahí para acá vivía el suegro del Joaquín de ahora, que llamaba Jacinto Sánchez. Ahí vivían tres personas, que parece que fueran hermanos: Jacinto, Julio y Pranyu. De
ahí, más arribita, vivía Santiago Calambás.
(Luis)
Santiago Calambás Ussa. Estos fueron a vivir allá en Peña del
Corazón y por allá murieron. La mujer de este Santiago Calambás se llamaba Juana Tumiñá.
(Joaquín Morales)
Junto con Santiago vivía uno que llamaba Custodio, que por
apodo lo llamaban Montsulak. En un solo lugar había hartas casas. Había uno que llamaba Santiago, y otro que le decían José ‘el
malo’. Más arribita vivían otros que llamaban Antonio, Jesús y Joaquín Tombé, apodados ‘morrocoy’ por los blancos.
(Luis)
Vivió por allí mismo uno que llamaba Rafael Tombé. Esos se
fueron también por allá para la montaña de La María; allá se fueron a acabar.
(Joaquín Morales)
Más arriba vivía el papá de Rafael Cárdenas, Jeremías Cárdenas, que era el suegro de taita Juan Sánchez.
(Luis)
Joaquín Morales me contó que la mujer de Jeremías se llamaba María Morales, que él se había casado dos veces y que la
primera era de apellido Tunubalá. Él mismo recordaba que:
Más arribita de donde Jeremías Cárdenas vivía Ángel María
Sánchez. Los hijos de él son los hoy Jacinto Sánchez y Julio Sánchez.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [159]
Petroglifo de Sruktrapu. Foto: Martha Urdaneta.
Por ahí vivía uno de nombre José Calambás y también una Helena
Calambás. Ella se casó cuando ya tenía dos hijos, y el marido se
llamaba Custodio Tumiñá, que vivía en Bujíos.
Más arribita del Takukullu había un misak sabio que se llama Domingo Calambás; él era un médico que vivió allí. Mi abuela Gertrudis, que siempre lo buscaba allí, lo tenía por nombre
kasuku Domingo. “A él solamente le dejaron la casita, un cerco
alrededor de la casita y nada más. Allí vivió él. Todo alrededor
era potrero de la hacienda. La mujer llamaba Censiona Morales”, comentó Joaquín Morales. Por allí mismo vivía Celestino ‘el
adivinador’. Hasta allí eran todas tierras de misak. Esas tierras las
llamaban el Sruktrapu —ahora lo llaman El Caracol— y eran de
sembrar maíz la gente. De Sruktrapu hasta Chillikkulli era de
sembrar trigo. Hoy otra vez están en manos del misak.
Hay uno al que le decimos mutap tata Jesús ‘chiquito’, casado con una hija de Domingo Calambás, que era del Sruktrapu;
él pasó al otro lado y hasta ahora está viviendo allá. Jesús chiquito
tenía otro hermano llamado Antonio Tombé, según recordó
Joaquín Morales. Del mismo punto era el que llamaban José
[160] l a f u e rz a d e l a g en t e
Domingo Trochez y su hijo José Antonio, terrajeros de El Chimán.
Antonio ‘el flautero’, que murió hace poco. Había otro hermano
del flautero que llamaba Julio, que se fue para las montañas de
María; hace poco volvió y andaba por ahí.
En Chillikkulli hoy vive Joaquín Morales94. En ese plan es
donde vivieron Cruz Tunubalá y Teresa Hurtado, los papás de Julio
Tunubalá, el dirigente del cric; ahí nació él, como también Juan
Pastor, el que asesinaron. Ahí también vivieron Pedro Tunubalá,
el hermano de Cruz, Vicente Tunubalá y Sebastiana.
Por estos lados vivió nuestro Jacinto Tunubalá. Según Luis,
“ahí eran tres casas juntas: la del papá de Jacinto con la tía Santa
y el otro hijo que llamaba Anselmo”.
También nuestro taita Domingo Trochez vivía enseguida. Allí
vivían Domingo el mayor y su mujer, María Cruz Cárdenas, su
hijo José Antonio y también Manuel, hermano del mayor Domingo. Un hijo de Manuel llamaba Domingo, el mismo nombre del tío, el otro llama Abelino y éste está viviendo hasta ahora
allí en Mataredonda, y el último hijo llamaba Rafael. Sus hijas
94
Relato del año 2000.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [161]
eran Joaquina, la primera mujer de Luis mi hermano, y Julia.
Ellos fueron los que vivieron ahí. Los pobres se fueron.
En toda esa guaicada de Chillikkulli sembraban mucho, porque aun en verano no se sufría por falta de agua. En la tierra de
Julio, donde estaban los cultivos de él, yo he andado por ahí. No
era roza de nosotros, pero cuando niño no tuve pena ni vergüenza y, como nos convidó, fuimos a coger papa ahí. ¡Yo le sacaba
las papas más grandes, que llamaban ‘quetenadas’!
En Chillikkulli también vivía Pascual Tombé, un médico tradicional al que le decían Inkiaraju y a quien todo mundo ocupaba; él pasó a Tapias, al otro lado de la carretera, y por allá murió.
Más arribita, en una faldita, vivía Ignacio Morales, papá del ahora
Joaquín, que se fue a la hacienda Otavio. Arriba en otro plan había una mayora que le llamaban tía Tunisia, una persona de gran
estatura, y su esposo, taita Iginio Tunubalá. Joaquín Morales recordó que:
Estos no tenían hijos, sino un criado que llamaba Manuel Tunubalá. Éste se casó con una hermana de mi mamá que llamaba
Luciana Sánchez y tenían dos hijos; a ellos los llevaron para el
kausro, para allá para la Campana y las Águilas. Allá tuvieron hijos y ellos ya están grandes y han sido hasta cabildos. Allí vivieron
nada más los Tunubalás y los Trochez. Al frente, allá arriba, vivieron mis papás. Siempre todo el mundo habla, cuando hablamos
de tierras, que nuestra placenta está en tal lugar; lo mío está allá
arriba.
Las guaicadas donde vive Vicente Muelas, que lo llaman
Pilaraututun o El Cerro, donde fue la primera recuperación,
donde en 1972 los guambianos entraron a picar, todavía era tierra del misak. Por ahí vivieron “un poco de Morales: Pascual,
Domingo, Esteban; eran tres hermanos y tres hermanas mujeres, Julia, Josefa. Josefa se casó con Antonio ‘morrocoy’ y es la
mamá de ahora tía Josefina”, comentó Luis. También los que viven ahora en tierra caliente: Felipe Morales y sus hijos Manuel,
Joaquín, Javier, Cruz, vivieron por ahí. En esa casa, ahí, uno que
llama Eulogio se casó. Recuerdo que a ese Eulogio el matrimonio se lo apadrinaron mi papá y mi mamá, cuando yo fui niño.
[162] l a f u erz a d e l a g e n te
Como yo andaba siempre alrededor de los mayores, entonces yo
observaba y veía que se casaban y bailaban y hacían mingas. Pero esa fue casi la última vez que los misak hicieron fiesta allí en
ese sitio.
Un poco antes de llegar a la laguna que hizo Aurelio hay una
guaicada que llaman Mitsokulli. Allí hasta ahora existe un plan
donde vivió taita Jacinto Sánchez. Tenía casa arriba, pero también tenía abajo, y siempre trabajó en dos partes: arriba y abajo.
Donde está la laguna era una huerta de mi abuela Rufina; ahí
tenía una casa, la casa de abajo, que se la quitaron recién llegado
Córdoba.
Entonces todo eso era tierra de misak, de la gente, y hasta entonces las tierras no eran quitadas. Casi hasta muy cerquita de
una loma que llama el Kaluskutsintun, hasta allí era lo de los blancos; lo demás, todo eso era tierra del misak.
De la laguna,
por un callejón arriba, era de los Sánchez […]: Luis y Juan.
Arriba tenían más casas, pero el que más vivió allí abajo se llamaba Carlos Yalanda. Éste era el yerno de taita José María Sánchez, y
la mujer llamaba María Sánchez, que le decían María ‘chiquita’. Los
Sánchez se quedaban donde querían cuando iban a trabajar. A ellos
les gustaba hacer muchas casas en todas partes, hasta en el Yasrketa.
Tenían casa en tres partes.
(Luis)
Según Joaquín Morales, ahí también vivió Ángel María
Sánchez, hermano de José María; ellos fueron los abuelos de los
Sánchez de ahora. Cerca de los Sánchez, también subiendo de la
laguna,
vivió uno que llamaba Trino Morales. El hijo llama Domingo
Morales, que hasta ahora anda por ahí por el Guambiao. Por allí
mismo vivió Joaquín Paja, que era el papá de José María Paja y
Rafael Paja.
Por ahí también vivió su otro hijo, Manuel Paja, que también
eran terrajeros, y la hermana que se llamaba María Paja.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [163]
De ahí para arriba, en la guaicada, vivió Esteban Morales con
sus hijos que se llaman Trino y José Morales. De allí se fueron Esteban y Trino para Morales, y José hasta ahorita está viviendo por
allá por El Mango. Pero no era solamente de él, sino también vivió allí Manuel Díaz, suegro de Esteban Morales y tío de finado
mi papá; una hermana suya, Juliana Díaz, era la mamá de mi papá.
(Joaquín Morales)
Ahí también vivieron sus hijas María y Asención Morales.
En un punto que llama el Pilarautu, los blancos fueron cogiendo saltado de a lote. Frente al Pilarautu, al otro lado, donde
llamaban Chillikkullu o guaicada de La Chorrera, allí vivió un
capitán Pedro Calambás. El mayor capitán tenía palos de naranjo,
palos de durazno, manzanos. Cuando nosotros fuimos niños,
como no tuvimos comida, íbamos calladitos allá a esos palos de
durazno, a esos manzanos, a ver qué había ¡para coger y comer!
Tenían una casita y, cuando íbamos, siempre lo encontrábamos
allí sentado.
Por allí cerquita de donde vivió Pedro capitán, más arribita,
en un plancito de la Marquesa, era la casa de Manuel Jesús Tombé, donde vivió Felisa, la mujer de Julio Tunubalá, que hace poco
(1980) entre todos la expulsaron. “Manuel Jesús Tombé tenía
hijos. Ahora viven allá en Ambachico familias como Julio Calambás”, comentó Joaquín Morales y añadió que decían que allí
también vivió uno que llamaba Custodio Tombé, que él no alcanzó a conocer. Arribita, donde vivió Felisa, en ese plan vivió
uno que se llama Antonio Calambás, el papá de Juan Calambás,
que vive en La Fundación. Más acacito de la casa de Antonio
Calambás vivió otro mayor, Abelino Calambás, que, como a la
gente le gustaba poner apodos, lo llamaban Abelino ‘el cusumbe’.
Recordó Luis que, pasando ya a la escuela, al pie de la lomita
del Pilarautu, donde ahora vive Efraín y antes había una fuente
de agua, vivía Jesús Paja. Los hijos de éste, según Joaquín Morales, llamaban Francisco, Juan y Abelino Paja, que murió hace
poquito por aquí, y eran los familiares de José María Paja.
“Y más acacito vivían tres hermanos, uno de ellos ermanto
Eulogio, hermanos de cabo Cruz. Y ahí ya acaba el plan de la
Marquesa”, dijo Luis. Ermanto Eulogio era el abuelo del profesor
[164] l a f u e rz a d e l a g en te
Terrajeros de El Chimán, en épocas del terrateniente Mario Córdoba, descansando
mientras novelean al fotógrafo.
Jesús Hurtado, que se fue a Otavio y cuando regresó se fue a vivir
a Pesrotarau. Ellos vivieron allí, cerquita a la escuela, al pie de la
loma del Pilarautu. Como hacían tanta maldad con ellos, entonces se avisparon un poco y compraron unas tierras para el lado
del Resguardo, donde está ahora el profesor Jesús, y ahí viven
hasta ahora. Los que pudieron comprar se pasaron al otro lado;
los que no, se quedaron.
Las tierras del Kuruschak eran parte de la hacienda y parte
del misak. Como los blancos siempre cogían lo mejor, que era la
planada, toda la parte plana ya era de la hacienda; pero las pendientes, las partes de faldas, todavía eran del misak; todavía había huertas grandes.
Arriba de la escuela, en un plan, había otro capitán Manuel
Calambás. En esa casa también hacían fiestas y ahí se casó Cruz
Calambás, que ahora vive en tierra caliente. En ese matrimonio
los padrinos también fueron mi papá y mi mamá. Yo niño
anduve con ellos y vi que había mucha gente, tomaban, comían
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [165]
y hablaban bien bonito. Manuel capitán era de estatura mediana y le gustaba cargar las mochilas cruzadas. Siempre caminaba
para allá y para acá rodeado de mucha gente, porque ellos eran
los que encabezaban la fiesta. Como era persona mayor, tenía
muy buen trato con la gente, atendía muy bien. Yo vi eso.
En ese entonces no había carretera, era camino, y los caminos eran estrechos y llenos de subidas y bajadas, que iban por
un alto que llamaba el Kurusyuk. Del mismo kurus es el Kurusketa, la parte de arriba, donde hasta ahora anda taita Abelino
Dagua; él nació ahí. Ahorita no están sino los planes que fueron
su casa; ya no hay casa. Ahí mismo vivió también Julio Hurtado; ellos viven ahora en tierra caliente, y también han comprado algunas tierras por La Clara. El papá de él se llamaba Abelino
Hurtado, que también era mayor.
De la Marquesa y del Kurusketa, de ahí para arriba todo era
de la gente. Detrás del Kurusketa, donde Julio Hurtado, de ahí para
abajo todo eran montes, rastrojos. Eso lo hicieron limpiar ya cuando llegaron otros mayordomos. Allí, en un punto que llama mama
Rosalía, colocaron una puerta; hasta allí era el potrero. De allí para
arriba todo era del misak, para que soltaran ganado, caballos, lo
que fuera. Hasta allá donde vivíamos nosotros, de ahí para arriba
hasta donde Mushu Antonio, la tierra era libre. Eso era un solo encierro. De donde mama Juliana para arriba, eso sí era potrero, hasta
la Bugueña, hasta el corral. Y de ahí para arriba llamaban potrero
de Pablo Paja. Era hasta lo que es hoy la Guaicada del Oso.
Hasta allá eran potreros, eso era lo que limpiaban. Unos limpiaban esos pastos, y a unos dos, tres o cuatro mandaban a arreglar cercos […] También sembraban lo que llamaban el maíz de
la hacienda, el trigo y la papa de la hacienda.
(Luis)
Empezando el Oskowampik, debajito del Kurustañik,
vivió Juan Bautista Hurtado, el que sabía tocar el violín. Éste
era el papá de Abelino Hurtado y de Beatriz Hurtado, que se casó
con José Dagua, ahora la mamá de Abelino Dagua, que vivían ahí
con el suegro y también pagaban terraje. Vivió más abajito de donde Abelino Hurtado, en la misma casa de taita Juan Bautista. José
[166] l a f u e rz a de l a g en te
Dagua salió ya en tiempo de Córdoba. Hasta yo los vide cómo
sacaban las puertas y las llevaban, cuando recién empezaron a
quitar en ese lugar.
Y más arribita dicen que existió una casa de una señora que
se llamaba Rosalía, que eran los mismos familiares de Manuel Jesús Tombé, que abandonaron la casa y se fueron.
(Luis)
Arriba de la loma donde quedaba la casa de Abelino Dagua,
ahí enseguida había un Antonio Hurtado “hasta que llegó Mario Córdoba. Cuando empezaron a quitar todas las tierras, estos
se fueron para Inzá”, contó Joaquín Morales. También vivió un
Antonio Cuchillo que, según Jacinta mi hermana, en realidad se
llamaba Antonio Calambás, porque “un Felipe Calambás y la
mamá Micaela Chirimuscay lo recibieron a un niñito para criarlo, entonces era un criado, porque ellos no tenían hijo hombre.
Entre los dos Antonios eran cuñados”. Enseguida de donde Antonio Hurtado estaban Vicente Hurtado y Julio Hurtado, que
eran nuestra gente, hermanos de mi mamá; ésta era la casa de la
abuela Rufina.
Allí vivieron los tíos Vicente, Julio, Rafael, y Abelino. Este Abelino iba al otro lado, a Ambaló, donde Cruz Calambás, hermano
de la abuela Rufina, porque querían llevar para ellos, porque ellos
tampoco tenían hijos. Él descontaba terraje al lado de Ambaló y
fue expulsado en la misma época de expulsión de taita Anselmo y
los Lucianos. Más arribita era la casa de taita Antonio Calambás,
el papá de Juan Calambás.
(Jacinta)
Subiendo un poco más era la tierra de los Sánchez: taita Felipe, Luis, Juan y taita José María Sánchez. Ahí también tenían
casita.
En el plan de Bernabekulli vivió Manuel Díaz95 . Luis vio las
casas cuando niño, y contó que cuando la abuela Rufina los vio
que andaban por allí, los regañó.
95
Tenía casa aquí y también en Pilarautu.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [167]
Que no entraran por ahí porque eran casas abandonadas y
existían espíritus malos que causaban daño… Con un hijo de la
abuela Rufina, que llamaba Julio, con él anduve por allá comiendo moras.
Manuel Díaz, ya cuando estaban quitando las tierras, compró
unas tierras por Morales y se fue toda la familia. Entonces quedaron las casas y nosotros las vimos ahí, ya llenas de maleza, abandonadas. Al final no me di cuenta si se cayeron solas o alguien las
tumbó. Las casas eran grandes. Ahí hacían mingas y bailaban.
Hacían fiestas.
Jacinta recordó también que:
Esa casa era la más tradicional de los guambianos y entonces
tenían construido el michiya. Desde que nació la hija, Antonia
Díaz, hacían fiesta ahí, hasta que tuvo la primera menstruación.
Esta era la única hija y fue la que se casó con Esteban Morales.
Enseguida estaba la casa paterna de la familia Muelas, donde vivió nuestro bisabuelo Pedro Muelas, con sus hijos Gertrudis,
Teresa y Juan y, posteriormente, los hijos de Gertrudis, que fueron mi papá y su hermana María Antonia. Allí nacimos y vivimos todos nosotros, mis hermanos y yo. De ahí para arriba, en
toda la extensión de tierra, cada uno de los sitios tenía nombre.
Donde nosotros vivimos lo llamaban el Oskowampik.
Más arriba, ahora en la tierra de nuestro Javier, el esposo de
mi hermana Jacinta, vivían los papás, Pascual Morales y María
Antonia Trochez. Pascual era hijo de Juliana Díaz, hermana de
Manuel Díaz, según recuerda Jacinta. Estos mayores, sus suegros,
tenían unas enormes casas de hacer mingas y de hacer fiestas y
bailes de flauta y tambor. Estos hasta lo último, como Atanasio
que era joven, siempre hacían minga y bailaban, y tenían tiendita. Luis mencionó que “taita Pascual Morales tenía un encerrado en una guaicada grande. Hasta ahora se ven los banqueos por
donde él delimitó. Vivían en buenas tierras y tenían harta. Mingaban, trabajaban, regaban bastante trigo, tenían ovejos, ganado, caballos también. Como la tierra era común, los soltaban en
[168] l a f u e rz a d e l a g en te
cualquier parte para que se reprodujeran”. En esa guaicada también vivió Eulogio Morales, primo hermano de Ignacio Morales, el papá de Joaquín Morales.
De ahí para arriba vivió Anselmo Muelas y Antonio Muelas, y
los hijos de Antonio que eran Manuel y Vicente Muelas, que bajaron de nuevo y estuvieron viviendo allí por la laguna.
(Joaquín Morales)
Más arribita vivieron Francisco y Pedro Calambás que eran
hijos de Pedro el Capitán. Ellos vivían en las casas que fueron
antes de Anselmo, Juliana y Santiago Calambás, quienes ya habían sido expulsados. Posteriormente, cuando Francisco y Pedro
fueron expulsados, mi abuela Rufina, con sus hijos Vicente, Rafael, Julio y Teresa vivieron también ahí, hasta que el terrateniente
los sacó y tumbó las casas.
Más allacito estaba al que le tenían por apodo el Capitán de
los Pollos, que era el capitán de la gente menuda. Donde este
capitán nosotros cuando niños siempre íbamos; era una persona que hablaba muy bien de los niños. Cuando llegábamos allá
en esa casa siempre decía: “¡Pobrecitos, entren. Vengan aquí a calentarse a la candela. Pobrecitos!” Entonces rápidamente montaban la olla y hacían cosas de comer y nos daban. El marido se
llamaba Jacinto Sánchez y la esposa Jacinta. Ellos hablaban muy
bien a la gente, a los niños; él llamaba a trabajar bien, a hacer las
cosas bien. Nosotros cuando niños íbamos con ellos a trabajar
o a hacer cosas, o a la casa de él.
Partiendo de ahí, todas esas tierras fueron del misak. ¡Todo!
Toda esa gran extensión era del misak, y yo niño andaba por ahí
siempre.
Detrás de la casa donde vivía el Capitán de los Pollos hay una
quebrada con el nombre de Tumpekulli, que quiere decir la quebrada de Tombé. Más atrás lo llamaban el Umotun, que quiere
decir la Loma del Pepo. Estos eran potreros. Del punto donde
desembocan la quebrada Tumpekulli y la quebrada El Molino, de
allí partían los cercos de división entre las huertas indígenas y
los potreros de los blancos.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [169]
Chambas de los indígenas
Como nuestra gente tenía tierras comunes, pero también
lotes para cultivar, las familias hicieron encierros con chambas
o con cercos de lecheros, tanto para proteger los cultivos del ganado, como para señalar los terrenos que les pertenecían. Los
blancos, como los Conchas, usaron el mismo sistema, y por eso,
entre las que hicimos para nosotros y para ellos, por toda la región se pueden observar delimitaciones de esta manera.
Ya en 1897 el papá de la abuela Gertrudis, Pedro Muelas, andaba construyendo una chamba por los lados de Ambaló96. Pero
no solamente utilizaban chambas.
El papá de la abuela Gertrudis, Pedro Muelas, tenía ganado
común que bajaba hasta el salado a chupar agua de sal. No tenían
cerco y el ganado era común hasta allá. Como la tierra era común,
para proteger donde cultivaban, donde sembraban el trigo, el maíz
y todo lo demás, hacían cercos con rama, con madera, porque no
había otro material. El cierro lo hacían ellos como apropiándose,
como haciéndose dueños de la tierra, como asegurando.
(Luis)
Bárbara mi hermana comenta que las chambas se pueden ver
todavía y que hay una que va “desde el plan de la casa de Julio
Hurtado, que murió, de ahí para arriba por una guaicada que
llama Rosaliakullu, y de allí sigue hasta un punto que llama Siempreviva, que fue tierra de nosotros; de allí sigue para arriba hasta donde taita Pascual y luego cruza a una lomita que llamaba
Tsurakutun”.
Ampliando sobre esta chamba, Luis observa que:
La chamba […] que llega hasta donde la abuela Rufina era la
tierra del papá de Abelino Hurtado, que era Bautista Hurtado, y
la hicieron ellos hasta donde había una puerta. De ahí para arriba
la tierra era de los Sánchez. Había otro pedazo de chamba ahí en
96
Ver Nota 65, p.123.
[170] l a f u e rz a de l a g en te
Mapa 5
Ampliación de la zona donde vivía la familia Muelas Hurtado.
seguida y era del papá de Juan Calambás, que era Antonio Calambás.
Enseguida era una tierra de la abuela Rufina que tenía un plan grande, también con chamba, y en seguida había otra chamba de otra
huerta; el dueño de eso era Manuel Calambás, que era compadre
de mi papá y de mi mamá. De donde los Sánchez para arriba ya
era la del abuelo de nosotros, Pedro Muelas. De donde los Sánchez
había un puntico que llama el Mishkuetsikkullu y de allí la chamba
iba al Bernabekulli, y de allí subía a un punto que llama el Yaskapchak,
y eso atraviesa del lado de arriba de la casa donde nosotros vivíamos. De ahí conectaba con la tierra del Mushu. Del lado de arriba
de la casa de nosotros había como un pantanito, como un laguito,
como una ciénaga, entonces la chamba pasaba por una huerta de
cebolla que tenía el Mushu. Una parte colindando con el Mushu ya
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [171]
no hicieron chamba, sino que sembraron lechero como cerco natural. De ahí subió hasta donde Pedro Calambás el cerco de lechero,
conectando la otra chamba que cruzaba al Tsurakutun. De allí
bajaba al hueco que llamaban el Soldadosorinkullu y de ahí subía
otra vez hasta donde taita Jacinto Sánchez. Con Pascual Morales,
Mushu lindaba donde amarraban sus ganados. Con el Mushu había otra tierra colindante de una mujer que se llamaba Juliana
Trochez. De allí seguía colindando taita Abelino Calambás. Había
un corralito también ahí con un cerco de lecheros de él mismo.
Había otros cierros por ahí, pero ya no eran chambas sino cercos
de lechero, que hasta ahora existen esos árboles.
Cada uno, como los Sánchez, igual que Pedro Muelas, fueron
asegurando para ellos con las chambas. Era grande lo que encerraban y además tenían la tierra común.
Mario entró a quitar las tierras
que tenían los indígenas
Después, con Mario Córdoba, ya se convirtió todo en tierra
de los blancos. Pero quedaron las casas, saltado saltado, casitas del
misak. La gente andaba, volteaba, ya no tenían estabilidad y por
fin fueron sacados; la gente se fue. Mario vino fue a unir, a quitar
todo esto de los indígenas, todo por los bordes, todo. Como estos espacios eran grandes, la táctica de él era minimizar, dejando nada más la casita. Eso fue lo que sucedió en ese momento.
Antes de Mario, como los indígenas tenían tierras, podían
cultivar maíz, trigo. Y el trigo que producían se los compraban
ahí en la empresa Molino El Carmen de los terratenientes. Llevaban en tamo, unas veces, y otras veces trillado; compraban allí
y allí mismo vendían, y molían y vendían.
Pero cuando Córdoba entró y quitó toda esta tierra, y además compró la empresa, usó la energía eléctrica, el molino,
pero ya estas tierras las puso en maíz y trigo para la misma
empresa, para el molino. Todo era de él: él producía el trigo,
tenía la trilladora, tenía el molino, molían y vendían, usando
la misma tierra quitada a los indígenas, y el trabajo de la misma gente.
Me parece que Mario Córdoba fue nariñense, pero residen–
ciado en Cali. Hasta ese entonces los guambianos no conocían
[172] l a f u e rz a d e l a g en te
la yunta de bueyes y ese tipo trajo unos pastusos con yunta de
bueyes para arar con arado de chuzo de madera. Como recientemente habían quitado las tierras, había tierras flojas, tierras
sueltas, cultivadas por los indígenas; entonces no era difícil. Y usó
también a los mismos indígenas, les enseñó allí a manejar la
yunta, a arar, a amarrar el yugo. Hizo mover mucho a la gente, a
cultivar para él.
En la época de Fernández y de Concha, no es que eran buena gente. Ya los indígenas, dentro de la legalidad de los blancos, no eran dueños de la tierra, pero por lo menos habían dejado espacios para hacer el cultivo y la gente cultivaba ahí,
pagando terraje a cambio. Unos pagaban en trabajo y otros
cultivaban el trigo, vendían, unas veces vendían ganado y, en
vez de ir a estar trabajando por allá, gritados por el mayordomo, preferían trabajar en la tierra, hacían plata y pagaban el
terraje en plata. Nuestro abuelo Pedro Muelas, por ejemplo,
como ya era muy anciano y sólo podía caminar con bordón,
no podía salir a pagar el terraje; entonces convinieron pagar en
dinero. Cuando el mayor murió y mi papá tuvo 12 años, lo sacaron a él a trabajar terraje.
Nos convirtieron en jornaleros
Pero Mario Córdoba nos quitó todas las tierras. Antes de
Mario había empezado con Alfonso Lozano97. Más antes fueron
Julio Fernández, los Conchas y otros. Pero Mario Córdoba ya no
dejó trabajar, no dejó cultivar nada, para convertir a la gente
como en jornaleros agrícolas; para que vivieran de eso, para que
comieran de eso. La situación fue más difícil porque no dejó
cultivar.
Convirtiéndose en jornalero, tiene uno que recibir un dinero y llevar la plata en el bolsillo y con eso comprar en el mercado. A nosotros también nos quisieron enseñar lo mismo. Pero
como la gente no estaba adaptada a trabajar por un jornal, sino
97
Alfonso Lozano no aparece como dueño de El Chimán en ningún documento,
pero sí como la persona a cuyo favor se hipotecó San Fernando entre 1941-45.
Además fue administrador de Chimán en épocas de Julio Fernández.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [173]
a trabajar, producir y vivir de lo que producían, entonces fue más
duro; la plata no les alcanzaba para nada.
Joaquín Morales recordaba que:
Había mucha gente quitada las tierras, y como la pobre gente
no tenía más que hacer, todos se dedicaron a jornalear. Buscaron
a cabo Cruz y con toda esa gente cultivaron trigo en cantidad. Había unos de afuera que venían a jornalear y el resto era la gente de
adentro, que estaban entre pagando terraje y jornaleando.
En ese momento, cuando Mario convirtió como en jornaleros agrícolas a toda esta gente que hasta entonces venía descontando terraje, los mismos seguían pagando el terraje, pero
menos días. Seguían pagando dos o tres días mensualmente, y
el resto los hacían trabajar remunerado. Cuenta José Sánchez
que “el terraje don Mario rebajó y no nos sacaba sino tres días.
Hacían trabajar la semana completa, pero el resto de los días
nos pagaba”.
Luis dice que:
Cuando andaba cabo Cruz era solamente trabajando a pago,
no terraje. Ordenó pagar 15 centavos.
Eran cinco cuadrillas. Al trabajo del jornaleo se ajuntaron
todos y eso era un mundo de gente, una cantidad de hombres,
mujeres y niños. Hasta entonces en el terraje las mujeres no salían
a trabajar, no era costumbre —al lado de Ambaló sí trabajaban en
el terraje hombres y mujeres, pero del lado nuestro no eran sino
los hombres—, pero como quitaron las tierras, y las mujeres y los
niños no tenían qué hacer, entonces vinieron a ganar allí.
De todas maneras, como la gente estaba acostumbrada era
a producir para comer, algunos fueron a trabajar bien alto, donde no alcanzaban a ver los patronos. Ellos sufrieron menos. Los
que no lograron hacer eso, tener los cultivos lejos, lo que tenían era sólo el poquito alrededor de la casa, que con eso no se
podía vivir.
Fue lo peor el cambio de Mario, que comenzó en 1944. No
quedaron sino las parcelas chiquitas alrededor de la casa. No
[174] l a f u e rz a d e l a g en te
había ya nada que hacer porque metieron los animales.
Entonces a los abuelos les tocaba poner cercas alrededor de la
casa, cuerdas de púa, para evitar que el ganado arrimara a las
casas y las derribara. Recuerdo apenitas que, cuando recién
empezaron a quitar las tierras, había tierras movidas, recién
cultivadas, recién cosechadas. Recuerdo apenas eso; yo fui muy
pequeño.
Los caminos de la gente
Llegó un momento en que la gente no sabía para dónde ir.
Cada uno tuvo que buscar camino individual, en distintas direcciones, porque la vida se hizo imposible. Los que se quedaron
no supieron en qué direcciones cogieron los demás. Se fueron
sin rumbo, no había razón, no se dieron cuenta para dónde se
fueron.
El misak le tenía miedo a los blancos, entonces ya unos dejaron todo, fuera lo que fuera, y se fueron saliendo sin decir nada.
Se fueron para allá y para acá a vivir de alguna manera, en algún
lugar. En otras tierras tal vez habrían visto distinto, mejor vida,
porque acá lo odiaban mucho.
Como se fueron que no les pagaban nada, o casi nada, por
lo que dejaban, entonces iban sin ninguna esperanza de comprar
algo en otra parte. Algunos tenían animalitos y ellos sí, si alcanzaban a vender, llevaban alguito para comprar tierra en algún
sitio. También los que habían hecho alguna plata jornaleando.
Los que no tenían nada iban solamente con la esperanza de convertirse en jornaleros agrícolas para vivir de eso.
Como el patrón era tan malo, tan odioso, iban haciendo la
aventura buscando otro patrón que de pronto fuera mejor. A
algunos les fue bien y recibieron mejor trato, pero otros encontraron un patrón igual y no hubo ningún cambio. Hubo quienes consiguieron tierras al partir o tierras que les daban para
cultivar, entonces obtuvieron alguna comida, vivieron, y así pobres murieron.
Luis recordaba haber visto salir a los Tombeses, a Celestino
el adivinador. Me contaba que:
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [175]
98
Pedro Roa llegó de a caballo. Había unos árboles de manzano y cogió las manzanas y comió. Sacó 30 pesos y le dio para que
se fuera con esa plata; que le compraba la casa. Para que se fueran
les daba esos 30 pesos. Entonces ya salieron.
Allí había mucha cosa. Los que salieron no llevaron absolutamente nada, sino las ropitas viejas. Habían estribos de cobre, hoy
día podían ser valiosos, tarabas que llamaron, y otras cosas. Eso se
quedó todo allí botado. Eran de cobre pues, antiguamente del
bueno. Yo estaba muy muchacho.
Como los que quedaban ayudaban a tumbar las casas, también
tumbó la casa de Vicente Hurtado, que era la del taita Abelino y
99
abuelita Rufina . A ella también le desbarató la casa. A taita An100
tonio Hurtado también. A taita Abelino Hurtado , que vivía al
pie de Kurusketa, también lo sacó.
Ya entonces los mismos terrazgueros, con cabo Cruz, venían
a tumbar las puertas, bajar el techo y tirar pajiza para un lado, y
eso cortaban unos y otros los rajaban, y llegaba una recua de mulas y llevaban la leña para la Empresa que llamaban.
“Así bajaban”, continuó Luis:
Yo lo vi allí donde fue de abuelita Rufina. Lloraron. Los que
desbarataban eran los Sánchez. Yo estuve ahí. A la abuela Rufina
le tumbaron la casa. Allí había unas vigas gigantes, había sido de
buena madera, y les cortaron con serrucho de mano, no con trocero, sino a la medida.
De esta gente que salió, hoy no se si vivirán los hijos, que yo
ni conozco. Como nadie sabía en qué direcciones se fueron, hace
poco cuando peleamos la tierra no lo hicimos sino con la gente
que se encontraba allí todavía. Muchos se fueron, que yo no los
recuerdo. ¡Quiénes no más irían!
Julio Tunubalá ‘el grande’ fue usado por un tiempo para
el s ervicio de los blancos porque sabía manejar bien, enlazar,
98
Administrador.
99
Vicente y Abelino Hurtado eran hermanos, hijos de Rufina, mi abuela materna.
100
Es de otra familia.
[176] l a f u e rz a d e l a g e n te
vacunar el ganado, y hacer todo. Él fue denominado como mayordomo, y a pesar de eso también sufrió algunas consecuencias
de los blancos y, finalmente, también salió de la hacienda y se fue
a vivir en otra región.
Se hacía mucho comentario de tierras en otras regiones. Los
que recuerdan dicen que algunos, como Antonio Hurtado y
otros, como la familia de Domingo Trochez, se fueron para el
lado de Inzá y allá murieron. Sobre Inzá había un gran comentario; allá iba mucha gente nuestra, atravesando el páramo. En
ese entonces no había carretera ni nada, pero sí había camino de
herradura para ir a caballo; otros iban a pie. Decían que encontraban tierras vírgenes, tierras muy buenas, donde habían conseguido un fríjol que era silvestre. Y hablaban mucho de comida, fruta, aguacates; que buena comida. Decían que ese fríjol
silvestre era un favorito, ¡que se daba en el monte! Que en tiempo de cosecha no era sino ir a recolectar y que eso era un gran
aporte. También que el maíz se daba muy rápido y muy bueno.
La mayoría de la gente, el grueso de la gente, se fue para el
punto que llaman El Hatico, que es Morales. Estos hicieron ese
camino de ir al Hatico porque, como mercadeaban los productos —para abajo llevaban cebolla, papa y demás; para arriba
traían maduro y otras cosas—, habían hecho conocidos.
Como hasta entonces no circulaba tanto la plata, sino que había intercambio, nuestra gente a veces salía a trabajar una semana
o más por comida. Cuando digo comida, no estoy diciendo el
plato de comida del momento, sino la comida que se gana en la
semana para traer para la casa el fin de semana y con eso subsistir las siguientes semanas. Se trabajaba, no pensando en la plata,
sino pensando en la comida; se trabajaba una semana entera para
ver el fin de semana cuánto nos daban en comida.
Mirando hoy en día, trabajar tan duro no tiene comparación
con un racimo de guineo, que no vale mucho… Pero como eso
es lo que pagaba el patrono y eso lo necesitaba uno para llevar
para la casa, había que trabajar por eso.
Entonces, iban con el caballo, trabajaban una semana, y el
domingo se recolectaba la comida y se traía para la casa para
pasar la vida. Cuando se acababa esta comida, había que regresar otra vez. Esa era siempre la rutina. Con esa comida también
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [177]
trabajaban la hacienda, porque para el trabajo del terraje no
daban ni la comida.
Y así fue como muchos guambianos ya habían hecho un
camino que después retomaron cuando tuvieron que salir de sus
tierras, como es el caso de Morales, La María y otros lugares.
Algunos se amañaban y se iban. Tenían el problema de que,
no como la gente de ahora que se acostumbra al pantalón, el vestido era una ruana que se chumbaban y con esa ropa se molestaban mucho porque había mucho mosco, mucho insecto y también había culebras. Además, como eran descalzos, también era
difícil para esos largos caminos. Entonces los que soportaban
toda esa situación y se amañaban, se iban definitivamente. Y en
esa ida en distintas direcciones fueron cambiando sus vestidos,
fueron cambiando hasta sus hábitos de vida, y muchos han perdido hasta el idioma; otros no.
En ese entonces no todos sabían bien el manejo monetario,
y eso hizo las cosas más difíciles. Hoy todo el mundo maneja la
moneda y aún así se dejan engañar en muchos negocios. Antes
fue mucho más difícil; siempre los engañaban. Yéndose a otras
partes, donde la situación era lo mismo en cuanto a los negocios, al manejo monetario, así fuera poquito o bastante, al no
saber negociar les arrebatan la platica o los productos muy rápidamente. Era por no saber el vocabulario del manejo del
negocio, y hasta no aprender este sistema, no logró cambiar la
vida del misak.
La salvación del misak ha sido que es trabajador, cultivador,
así sea tierra en arriendo o al partir de la utilidad que hacía con
sus brazos. Por eso vivieron y con ese trabajo se han hecho querer de mucha gente. Los guambianos no se han querido dedicar
a vivir del negocio, sino que siempre se han quedado trabajando
en la tierra, porque siempre su designio ha sido ese. Sin embargo, aún no han logrado vivir una vida con holgura.
Hoy casi toda nuestra gente ha aprendido mucho a comercializar los productos agrícolas, el ganado, los caballos. También
han aprendido a discriminar las tierras buenas de las malas. Pero
antes, como no conocían sino sus tierras de origen, se dejaron
meter muchas tierras malitas por buenas. En la tierra donde vivimos, en nuestra tierra, el yastau, aun en las partes que se creen
[178] l a f u e rz a d e l a g en te
más estériles, allí el maíz se produce. En lo nuestro, en la peor
tierra se produce, así sea linaza. Pero en otras regiones no es así.
En tierra caliente hay lomas donde no se produce sino helecho,
tierras donde hay árboles de angucho, que son muy ácidas; esas
tierras son las que han vendido a muchos misak. Entonces, así fuera
con muy buena voluntad de trabajar, de producir para vivir mejor, si la tierra no ayudaba seguían siendo lo mismo de pobres.
Los que se fueron a otras fincas del patrón:
el caso de la familia de Joaquín Morales
Hubo quienes tomaron la alternativa de aceptar ofertas del
terrateniente para irse a trabajar en otras fincas de ellos o de
personas con quienes estos tenían deudas. De esta manera, los
guambianos terminaban pagando terraje al mismo o a un nuevo patrón, pero ya fuera de su tierra propia, y la situación para
ellos no tuvo una mejoría. Este fue el caso de Eulogio, hermano
de cabo Cruz, a quien mandaron para la hacienda de Otavio y
allá le dieron un puesto para que vigilara.
En ese brusco cambio de patrones, buscaron a una persona
seria que sirviera de mayordomo, para esas cosas que ellos necesitaban. Entonces apareció este Cruz como persona requerida. Los
viejos decían que Mario Córdoba lo había seleccionado a él para
que ayudara a sacar a la gente que no tenía a donde ir y que no
podía ir a ninguna parte, y por eso le tocó estar ahí hasta los últimos tiempos. Les dijeron que salieran por las buenas y que a todo
el que saliera por las buenas le iban a dar puesto en tierra caliente.
Tenían dos fincas, una en Lorena y otra en Otavio, que pertenecían al de acá mismo. Cada vez que compraban en Chimán, compraban también con lo de allá. Entonces no hubo más que hacer
sino ir. ¡Qué hacer!
(Joaquín Morales)
También fue el caso de la familia de Joaquín Morales, quien
contaba que:
A los que salíamos nos pagó una cosa muy lastimosa. Mi papá
tenía como una plaza de maíz y era el mes de marzo, que los maíces
sembrados adelantados, en ese mes ya estaban guagüitas. Estaban
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [179]
esperando para la Semana Santa hacer comida de arepas de choclo, hablaban mis mayores, y por esa huerta no pagaron sino 20
pesos. Tenía otro lote de trigo, una sembradura de cinco arrobas
que ya estaba amarilleando para jechar; a ese también le pagó nada
más 20 pesos. Por la casa reconocieron sólo 20 pesos. Entonces por
101
todo fueron 60 pesos .
Si los 60 pesos nos los hubieran dado juntos, así como hicieron los de Santiago y otros, que allá al frente siempre compraron,
así también habríamos hecho nosotros. Pero nos dieron la plata
por contaditos y cada 15 días había que venir. No le daban a uno
junto, con el argumento de que ustedes tomarían trago con eso.
Al papá mío lo mandó para Otavio y nos dijeron que allá había
tierra y que, como había tierras, ustedes allá no necesitan sino para
comprar remesa. Con esa excusa le daban así de a poquito. Entonces todo se fue en remesa y la plata no sirvió para nada.
Allá nos dio tierra, un pedazo para que cultiváramos, pero
había que seguir trabajando para ellos como terrajeros. A los seis
años de estar en Otavio vendió la hacienda a un doctor de Popayán
que llama José Antonio Duque. Éste no duró nada y volvió a vender a uno de Palmira que llama Ernesto Castañeda, quien empezó
ya a vender a los mismos blancos de allí, por pedazos. A nosotros
que vivíamos allí no nos admitieron que compráramos; como habíamos sembrado café, solamente reconocieron lo que se llamó las
mejoras, para él poder vender bien las tierras. Yo ya estaba crecido en ese momento y anduve en Popayán reclamando mejoras en
la Oficina de Trabajo. Allá le tocó pagar, pero de igual manera no
pagaron junto, sino en tres contados. Lo que hizo pagar la oficina
de Popayán, no sirvió sino para comprar remesa y comer. Y así se
acabó eso.
Mientras tanto, en 1952, regresé a Guambía y al año, en el 53,
me casé. Yo anduve por ahí donde taita Salvador Calambás, ayudando a trabajar. Alguien sapió que no pagaba terraje sino que
andaba allí libre y trabajando para mi mismo. Entonces ya exigieron que pagara terraje por mi cuenta. En compañía del tata mi suegro, compré una tierra y me fui para allá, porque yo no podía venir
casi a la hacienda.
101
Ver documento de venta de mejoras, en la siguiente página.
[180] l a f u e rz a d e l a g en te
Hay muchos documentos de “venta de mejoras” que Mario Córdoba obligó a los
terrajeros a firmar, para luego expulsarlos de sus tierras.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [181]
Nosotros somos cuatro hermanos, yo soy el mayor y mi hermana la que sigue llama María, que viven ahora allá en Santa
Helena (Morales). Tengo otro hermano que vive por allá por La
Cuanda arriba, que llama Cruz Morales. Trino y Esteban viven en
Mataredonda. Ellos desde que se fueron voltearon y voltearon, y
por fin se quedaron por ahí. Nosotros fuimos los primeros que
sacaron y ya con Mario Córdoba no teníamos nada que hablar.
Cuando fuimos a tierra caliente, allá era con otra gente. Allá nos
tocó pagando terraje mismo, pero no era con él. Yo también he
andado en todo esto y me ha tocado sufrir, ir y venir.
Mario quitó la tierra a todos,
pero no todos salieron
En El Chimán había harta gente y era general la pobreza. Para
todos todos, la situación fue tan difícil, que de aburridos, de cansados, unos se fueron, otros murieron. Algunos que se movían
más, como la gente del Chillikkulli, la gente del Sruktrapu, que
estaban más inmediatos al Resguardo, se pasaron allá, al otro lado
del agua. En ese momento, en el Resguardo de Guambía algunos vendían tierras, entonces estos manejaron hábilmente, compraron, y hasta ahora siguen viviendo allí. Había gentes que, aunque veían un panorama oscuro, de pronto alcanzaban a ver más
lejos. Entonces, antes de que sucediera lo que se veía venir, o antes de que se encarecieran las tierras, algunos iban comprando
por fuera. Parecía que se adelantaban un poco más, veían más
adelante, al futuro, entendieron el problema, se fueron a otras
partes, y a algunos les fue bien, compraron tierras. Allí fue un respiro, un descanso para ellos.
Pero otros más, creo que quedaron como el rezago, los últimos. No tenían ninguna salida porque no querían irse pues era
su tierra, era su cuna, donde nacieron. Era duro, terrible, desarraigarse de donde se nació, donde se vivió, de todo eso. Entonces decidieron vivir ahí, pase lo que pase, atenidos a todas las consecuencias. Así tuvieran que morirse de hambre, decidían hacerlo
en su tierra.
Al Chimán lo amaban mucho, así no tuvieran a donde trabajar, así no tuvieran más nada que la chocita de vivir, pero ahí
[182] l a f u e rz a d e l a g en te
vivían. Iban a traer comida, como mi familia, y regresaban allí,
al Chimán. Jornaleaban, se rebuscaban, pero ahí estaban.
Como los papás de José Sánchez, quien dice que:
Unos de aburridos se iban, pero otros como nosotros, que como
la tierra es de nosotros, aguantamos todo todo, y dijimos que, pasara lo que pasara, mientras no nos saquen agarrados de los brazos
y nos tiren a la calle, no nos vamos, y vamos a seguir planteando.
Salimos y nos fuimos como unos tres años, papá y mi mamá
finados, pero fuimos no comprando tierra, sino conseguimos otro
patrón por Pisitao. Quien se decía nuestro patrón llamaba Tomás
Mera. Pero mi papá y mi mamá, como en tierra caliente siempre es
así, se aburrieron. Entonces nos vinimos vuelta.
Como el papá de Vicente Muelas, Antonio, al que le decían
el Mushu. Estos no pensaban en ir a buscar tierra en otras regiones, ni en buscar patrono nuevo, sino en vivir ahí, así fuera
sufriendo todas las consecuencias. Así como los blancos lo llaman el adeheso, amañadero, era imposible desarraigarse de eso.
Habían echado unas raíces tan profundas, hasta lo inimaginable,
que solamente la muerte pudo arrancarlas para que otras personas las echaran en un hueco. Allí fue el fin.
Como el caso del taita Jacinto, Capitán de los Pollos, y la mama Jacinta, que sucedió así. Decidieron morir en su tierra, en su
casa, sufriendo todas las consecuencias del blanco. Pudo haber
sido todo lo peor de la vida, pero tuvieron que soportar hasta el
fin de la expiración de la muerte.
Cuando joven, él fue capitán para Julio Fernández y Córdoba. Ya después, cuando llegó cabo Cruz, perdió autoridad y quedó
bajo su mando, junto con todos los capitanes. Y ya viejito no lo
volvieron a usar. Finalmente, bajo el dominio de Aurelio Mosquera, sucedió que el Capitán tenía como diez reses, que yo alcancé a conocer, y la acusación fue demasiado. Como ellos no
quisieron irse, donde tenían este ganado no había qué comer,
porque estaban entre la peña. Entonces el ganado siempre hacía
fuerza para abajo, siempre para abajo, buscando comida. Afuera en el potrero había buen pasto y, ya viejos, no podían hacer el
cercado bien, por lo que el ganado siempre burlaba el cerco.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [183]
Cuantas veces salía al potrero el ganado, el mayordomo Ventura Riascos lo llevaba al coso. Entonces había que pagar multa
siempre y, como no tenían más de qué hacer plata para la multa,
el mismo mayordomo compraba el ganado y dentro del negocio sacaba la multa y daba algún excedente al mayor. Y era bien
barato que pagaba. A la vez él mismo dejaba la plata y así se acabó
el ganado.
En vez de ellos suplir sus necesidades, vender una res o pelarla y alimentarse, el mayordomo ayudó a acabarlo. Y así, casi
todo el ganado fue una especie de regalo a los blancos hasta el
final de su vida. Murió en absoluta pobreza.
Así fue también con el papá de Javier mi cuñado, Pascual Morales, que era un mayor que tenía harta gente a su contorno,
porque se portaba muy bien con todos y eso le servía para que
muchos acudieran cuando él convocaba a una minga. Él compró una tierra en lo caliente, en Morales, pero no para ir a vivir,
pues no se amañaba allá porque no era su tierra; lo hizo por cultivar el café, la yuca, y los plátanos, para vivir de eso, para siempre siempre ir a traer cargas de plátano y yucas, porque se sentía
la necesidad. Cada vez que podían iban una semana o 15 días.
También nuestro amigo Jacinto Tunubalá, que llamaban el
Hombre de Hierro, y su hermano Anselmo y su cuñado Vicente
Yalanda, se movían mucho y tenían una vida mejor. El trabajo
sería arduo porque trabajaban en tres sitios: en la hacienda, en
el Resguardo y también en tierra caliente, en Santander, pero así
no les faltaba la comida y no tuvieron que abandonar su tierra
de origen.
Eso ha sabido ser de acuerdo a la capacidad de cada individuo,
de cada familia. Para los que no fueron hábiles, la vida fue lo peor.
Había otra gente, como cabo Cruz y hoy cuñado Ricardo Tunubalá, hijo de cabo Cruz, que se quedaron y vivían mejor, porque a ellos les habían dado un cargo como de cabo, que era remunerado, y tenían mejor garantía para tener algunos animales
y para cultivar. Para ellos el sufrimiento fue menos.
Y otros se quedaron. Muchos se quedaron.
Tunisia Tunubalá, que fue la mamá abuela de Simón, también
se quedó. Y a finado papá lo dejaron […] Taita Antonio Calambás
[184] l a f u e rz a d e l a g e n te
que fue el papá de Cruz y de Juan, de Francisco y Abelino, él también se quedó. Y así quedaron varios.
(Luis)
Juan Calambás Sánchez recuerda cuando Mario sacó a su familia de donde vivía:
No se cómo fue, pero cuando a nosotros nos quitaron y nos
pasó para arriba, el que directamente vino a tumbar la casa fue
102
Jesús María Orozco . La casa del Chillikkullu tumbó fue él.
Cuando salimos, salimos dejando todo: las canoas, las ollas de
mi mamá. Eso no se podía traer, era imposible, porque la olla era
grande, la batea era grande. Las canoas, eso era elaborado de finado mi papá, y lo sacaron ellos y lo llevaron allá para ponerle sal
a sus ganados. Era canoa larga, muy buena. Las ollas quién sabe
qué hicieron. Deben haber quebrado. Así fue.
Como los blancos son así, nos exigieron que arrancáramos la
cebolla. Mario. Cebolla teníamos en la Chorrera y allá fue arrancándola toda. Cuando estuve arrancando la cebolla subió él mismo hasta allá, gritándome que si no estás volviendo a sembrar. El
patrón, él mismo, don Mario. Yo dije que como usted ordenó que
arrancara, eso es lo que estoy haciendo. Entonces me advirtió que
arranque la cebolla toda y no vaya a estar volviendo a sembrar. Yo
no volví a trabajar más ahí.
Eso fue solamente la cebolla que yo arranqué, pero la papa, el
maíz, todo, eso nos quitaron. La papa la dejaron jechar y, cuando
jechó, no nos buscó para cogerla, y la papa la cogieron para él. El
que andaba viendo esta papa era el finado Jacinto y, como el patrón no estaba viendo, él dijo que esta papa fue de ustedes, y así
nos dio de arroba todas las tardes.
Y a mi hermano Francisco sucedió así. El tuvo arriba lo que
es ahora de ustedes, de los Muelas. Donde taita José María Paja,
arribita estuvo levantando eras para sembrar. Entonces lo fueron
a llamar dos veces para que viniera a arar. Y él no vino. Por eso lo
echaron. Como estaba trabajando en lo de él, no hizo caso, no vino,
y por eso lo echaron. Eso fue con Mario.
102
Mayordomo de Mario Córdoba.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [185]
Pero, en general, los que quisieron quedarse hasta el fin de
sus días debieron sufrir mucha humillación, mucha represión,
porque el terrateniente no los quería ahí. Sólo algunos, los que
él deseaba utilizar para su propio beneficio, los que él necesitaba para atacar a los mismos, para destruir los cercos y las casas
para que se fueran, fueron seleccionados para quedarse por sus
empleados, como el cabo Cruz. Estos tal vez eran los que le trabajaban de buena gana al patrón o los que por algún motivo se
veían obligados a someterse.
Pero a ellos también les quitaron las tierras.
Dejaron a esos reservas sin tierras. Con sus casas y los solares
más reducidos se quedaron. Ellos siempre tuvieron en las faldas
otras tierritas, pero todo ese encierro común donde soltaban bestias y vacas, de ese ya no había, ya no estaba. Porque, por orden
del terrateniente, los mismos terrazgueros arrancaron esos palos
de arrayanes viejotes ¡a raíz! Sí, los mismos terrazgueros. Y amontonaron y araron y sembraron trigo para el terrateniente. Yo no se
cuánto sería el jornal, pero en todo caso ganaban.
(Luis)
Así es como los que Córdoba no sacó se quedaron, pero sin
tierra medio plana. Y apretaron disimuladamente para que se
fueran solos de aburridos, de cansados.
Córdoba y Pedro Roa planeaban, pasaban en el papel, y cabo
Cruz era la lanza. Iban reduciendo, quitando los cercos, dejaban
el corralcito de cebolla, y ya los animales no los podían tener…
yo no se a dónde los llevarían. Ya ni paja había para remendar las
casas. Ya todo eso se acabó. Y ahí volvieron fue pastizales. ¡Ah! esa
gente sí sufrió. ¡Bendito sea Dios!
(Luis)
Mario no duró mucho tiempo, por lo menos en un sector, porque fue vendiendo por partes. Como para él estas tierras eran sólo
una forma de hacer plata, muy pronto, en 1948, comenzó a
retacearlas cada vez más, vendiendo pedazos aquí y allá. Primero
[186] l a f u e rz a d e l a g en te
Terrajeras de El Chimán en épocas del terrateniente Mario Córdoba.
le vendió un pedazo a Giuseppe Compagna103; luego, en 1949, otro
a Juan van-Arken104; luego, a partir de 1950, comenzó a venderles
partes a Aurelio Mosquera y a Francisco Morales105. En 1954 vanArken le vendió su propiedad a los mismos Mosquera y Morales106,
y así Mario se fue quedando sin nada, mientras se daba un proceso de acumulación de nuestras tierras en manos de aquellos dos.
Pero mientras estuvo como dueño, Mario hizo el desastre
total. Quitó todas las tierras.
Votando para los partidos tradicionales
Había indígenas que eran conservadores, pero también había indígenas que eran liberales. Encima de que nuestra gente
103
104
Ver aparte sobre Sierra Morena.
Escritura 2297 de 1949, Notaría 1ª de Cali.
105
Escritura 2883 de 1950, Notaría 1ª de Cali; Escritura 182 de 1950, Notaría de
Silvia.
106
Escritura 279 de 1954, Notaría de Silvia.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [187]
Los políticos del Cauca utilizaban hasta a nuestros niños en sus campañas partidistas.
estaba a su cuenta para trabajar, para hacer lo que quisieran, también electoralmente los terratenientes la tenían a su cuenta.
En épocas de Mario, recuerdo que decían que un Pedro Roa,
uno de los administradores, era conservador, y el otro administrador que llamaba Néstor, un calvo al que le decían el ‘cabecipelao’, era liberal. El mayordomo, Alberto ‘el tuerto’, era conservador. Entonces tenían ahí dividida a la gente, cada uno para
su lado y, en las vísperas de la elección, caminaban de noche en
la casa de los unos y de los otros para que al día siguiente cada
uno saliera a votar. Yo veía eso y oía esos comentarios, y había
mucha intriga también entre indígenas; los liberales y los conservadores tampoco se entendían bien cuando mataron a Gaitán
y se generó esa violencia.
Pero antes de Mario era lo mismo.
Había amenazas en tiempos de las elecciones. Bajaba el mayordomo de madrugada, a las cuatro de la mañana, a la casa donde
finado papá Juan. Oscuro, cantando los gallos, llegaba el mayordomo: que tienen que bajar a dar el voto.
Entonces bajaban. De vez en cuando me llevaba. Yo con ganas
[188] l a f u e rz a de l a g en te
de ir a ver eso. Bajaban y estaba con candado allá en el puente, para
que no vayan a pasar por sí. Los que tenían que llevar a los terrajeros así por grupitos eran el mayordomo y los molineros, que eran
Jesús María, Alfonso Penagos, y otros que trabajaban ahí. Ellos eran
los encargados de llevarlos para que los liberales no fueran a robar
el voto. Y así los llevaban. Y el que no hiciera eso, que vaya por desgracia a equivocarse, amenazaban con botar afuera, que tenía que
irse de la tierra. Por ese motivo eran conservadores. Por temor a eso.
Nadie iba por si, yo me voy solo, no era. Ellos echaban por delante pues, y dos casi por los lados. Así llevaban. Que mucho cuidado, decían, que nada de dejar engañar allá.
A nosotros muchachos nunca nos dejaban pasar allá, nosotros
nos quedábamos allí en el patio. Como en el taller de la empresa
había una fragua, allí ponían una olla grandota y ese día hacían
café y le daban con dos panes. Ambición a eso era que iba uno. De
allí los vimos que ya daban el voto, entonces dentraban derecho
al café, y ellos mismos hervían más; café en leche sabe ser. De vez
en cuando mataban una res, pelaban, un pitico de carne. Entonces el mayordomo decía: “A estos muchachitos también hay que
darles, porque ellos son los que van a votar después”. Entonces a
uno también le daban un pitico. ¡Qué contentos! Así sabe ser.
Venía mi papá metido en el dedo tinta verde. Así era la política en la hacienda. Que no era yo quiero ser liberal, yo quiero ser
conservador. No era. Era una obligación. Por eso los terrazgueros
de Emilio Campo todos eran liberales. Y los de Julio Fernández
eran conservadores, porque Julio Fernández fue conservador. Así
era. En ese tiempo administraba pues era Lozano, conservador. Por
eso era la orden. Así se cumplía.
No era que libremente se iba a dar el voto. Nunca el mayordomo madrugaba como ese día de las elecciones. Y ese día, llueva o no, con un cauchote largote encima, montado encima de un
caballo sabía llegar. Todavía estaban acostados. Llegaba en el patio y de allí llamaba, que tienen que bajar. En todas las casas
dizque se iba. Él cogía para acá para el lado donde nosotros vivíamos. Para Sruktrapu y para otras partes cogían otros. Así es
que andaban.
(Luis)
Mi papá decía que por ahí en la década de 1920, en las elecciones no exigían cédula; él comentaba que desde muy joven lo
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [189]
hacían aparentar como un hombre grande y que algunas veces
les cambiaban la ruana, otras veces el sombrero, y que los hacían
votar en una y otra mesa, y él votaba como unas cuatro veces.
Siempre obligado.
Entonces el indígena terminaba obligatoriamente siendo liberal y obligatoriamente siendo conservador. Por la presión.
Cuando vino la violencia del 48, cuando vino toda la matanza
de los paeces en Tierradentro, cuando hubo toda la matanza también de los guambianos, unos tres líderes guambianos liberales,
ahí en pleno casco urbano de Silvia, ahí fueron fusilados. Mi papá
también estaba en lista. Como a él lo tuvieron los patronos liberales, desde pequeñito lo adiestraron para que fuera adicto al
partido liberal; él decía que desde niño le gustaba vitorear al
partido liberal, que no sabía qué era el partido liberal pero le
gustaba. Y fue liberal y fue gaitanista, y decía que le afectó mucho, lamentó mucho, la muerte de Gaitán. Que si no le hubiera
pasado nada, Colombia habría sido diferente, para el campesino hubiera sido diferente. Quién sabe digo hoy yo, quién sabe
qué habría pasado si Gaitán hubiera sido presidente: si habría
sido diferente, si habría sido lo mismo, quién sabe. Por eso mi
papá se vino, se estuvo por Mondomo metido entre el monte,
para dejar pasar.
Cuentan que la matanza de los paeces fue muy terrible. Dicen
que en el puente de Cuetando, Tierradentro, los hacían enfilar.
Porque en ese entonces no había puente de pasar carros, sino puente de un solo palo o dos palos, de pasar uno a pie. Entonces, como
los paeces de Tierradentro casi eran por unanimidad liberales
—con excepción de algunos pequeños pueblos conservadores
como Quichaya, Pueblo Nuevo y otros de más acá—, en el puente
de Cuetando dicen que hicieron desfilar a la gente. Y de un solo
tiro, ¡prum! al agua. Y se los llevaba el agua. Eso era sin Dios y
sin ley; era como matando perritos, igualito que ahora. Eso a mi
no me consta, pero siempre hablaban de los muertos paeces, que
nunca supieron cuántos fueron.
Mi papá tenía toda una historia de ese momento de la muerte de Gaitán. Decía que era un viernes, que mataron a la una
de la tarde del nueve de abril. Que él estuvo en Mondomo, y
como no había radio ni nada, bajó común y corriente el sába[190] l a f u erz a de l a g en te
do a mercar a Santander. Dijo que él veía muy raro, que en vez
de la gente bajar a mercar, toda la gente, aunque era bien temprano, echaba para la loma, para la loma, y él era el único que
bajaba hacia Santander. Que lo veía muy raro, que ¡qué pasó,
qué!
Hasta que a algún negro le preguntó, y le dijeron que Santander, el país, estaba trastornado, que hay disturbios, que hay
violencia, que mataron a un jefe liberal. Mi papá fue valiente,
guapo; iba toda la gente para arriba, para la loma, y él siguió
yendo hasta que bajó a Santander. Dice que llegó en el puente
que lo llamaban el Humilladero, y que todo el comercio estaba
saqueado, quemado, incendiado, que estaba hecho el diablo. Que
llegó en un sitio donde siempre dejaba el caballo, dejó el caballo
allí y se fue a pie a comprar, a ver. Que había muchos negros, que
nunca había visto tantos como ese día, que los viejos, los viejos
liberales, esos acérrimos liberales, ese día salieron. Que ese día
vio más negros que nunca, un día de mercado común, que no
salen, pero que ese día sí habían salido, pero enfurecidos.
Mi papá dijo que estuvo allí comprando, y que de pronto
como a las 11 de la mañana leyó un bando en la plaza de mercado. Tan taarantatantan tantan, y el alcalde leyó un decreto ley:
que la galería cerrará a la una de la tarde, que hasta esa hora
pueden comprar y vender, y a esa hora la ciudadanía se puede
retirar. Dijo que ahí sí le tuvo miedo. Compró lo que iba a comprar, montó el caballo y se regresó a su casa.
Yo también recordaba que, antes de que mi papá llegara a El
Chimán, un tipo que llamaba Juan Sánchez, un guambiano que
siempre llegaba allá a la casa de mi abuela Gertrudis a comprar
cebolla para llevar a Morales, ese día llegó a decirle: “No, por
favor, no arranque la cebolla, vengo a avisarle que no puedo llevar esa cebolla porque dicen que dizque en Bogotá un perro viejo
ha matado a otro perro viejo. Por eso hay problemas por el camino, y no puedo ir a Morales”. Así decía. Aunque en guambiano
sale chistoso, como cómico, ¡no era en chiste ni nada, sino en
serio! Yo escuchando, así decía el mayor allí.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [191]
Sierra Morena y el italiano
que no dejaba pasar ni por leña
E
n 1948 Mario Córdoba vendió la mitad de las
tierras que poseía en El Chimán a un italiano llamado Giusseppe
Compagna. Con él hizo una sociedad que luego disolvió y, finalmente, en 1949, se repartieron las tierras entre los dos, tocándole al italiano lo que ahora es Sierra Morena107.
El italiano no tenía gente, terrajeros. Córdoba ya los había
sacado. Vendió vacío. Hasta el tiempo de Julio Fernández hubo
allí varios terrajeros que fueron expulsados por Mario. Luis
recuerda que:
En Sierra Morena estaban taita Pedro Hurtado, más arriba un
Abelino Tombé, que es el papá de taita Agustín, más para abajo uno
que adivinaba, Celestino Calambás, y más abajo vivía Vicente
Tunubalá […] y más abajo pues taita Abelino, que murió del otro
lado. Esos no más vivieron […]
Cuando llegó el italiano, taita Pedro Hurtado sí estaba, pero
acá en todo el puente, ahora la entrada de Sierra Morena. Allí vivió.
Allí ha hecho una casa. A ese no más dejaron ahí, como portero.
Pedro Hurtado fue un terrajero como todos los demás. Lo
único es que era muy trabajador, muy estricto. No se si estuvo
allí descontando terraje o fue asalariado, pero en todo caso, hasta
ahora está la casita donde él estuvo como portero. Lo pusieron
ahí para controlar a la gente, porque la gente estaba recién expulsada, habían pasado al otro lado del río, al lado del Resguardo
y, no se cómo, cada uno había hecho su casita allá para vivir.
107
Escritura 2075 de 1949, Notaría 1ª de Cali.
[192] l a f u e rz a d e l a g e n te
Todos los puentes los mantenían con candado y, además, los terratenientes mandaron a
hacer aletas de ambos lados, tanto a la entrada como a la salida, para que los terrajeros
ya expulsados no pudieran pasar ni a recoger leña. Foto: Bárbara Muelas Hurtado.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [193]
Pedro también estaba ya afuera, a él tampoco lo habían
dejado, pero por alguna razón lo seleccionaron para que manejara la llave cuando viniera el italiano, para que él estuviera
abriendo y cerrando la puerta, como todo un portero. La orden
que tenía era no dejar pasar a ningún terrajero otra vez a la finca,
a la tierra.
Pero la gente tenía mucha necesidad de venir al otro lado, en
las tierras que fueron de ellos, que quedaron en la hacienda, no
sólo del italiano sino también de Mario y otros; la gente tenía esa
necesidad de pasar, fuere como fuere, sobretodo por la leña para
el fogón. Cuando el río estaba bajito, en verano, pues pasaban
por el agua. Pero cuando el río estaba grande, como tenían candado en las puertas de los puentes, algunas veces se encaramaban arriba, por ahí tiraban la leña, y pasaban también por ahí.
Pero otras veces tenían que pasar por el lado de afuera de las
barandas, cargando la leña, corriendo mucho riesgo de caerse.
Como el terrateniente vio que la gente de alguna manera
conseguía una fisura y pasaba, ordenó que hicieran varias aletas
de ambos lados, tanto en la entrada como en la salida del puente, para que no pudieran pasar, ni cargados ni vacíos. Eso vinieron a quitar ahora poquito.
Y las mujeres, que toda la vida la leña ha sido como la materia prima para el fogón, sin la leña ¡qué hacían! Entonces, así sufrieran, así se mataran, se cayeran al agua, tomaban ese riesgo
porque al otro lado no había leña.
Entonces a Pedro Hurtado los terrajeros empezaron a odiarlo
mucho porque, cuando él no estaba, estaba la mujer, y como tenía que cumplir la orden del patrón, era estricto a no dejar pasar a nadie, a no dejar entrar por la leña. Él como de todas maneras estaba adentro, él sí disfrutaba porque manejaba la llave y
tenía facilidad de la leña; no sufrió como los otros. Pero no ayudó al misak. Supongo que tenía mucho miedo de desacatar la
orden del patrón y cumplió al pie de la letra no dejar pasar a
nadie. Eso fue muy comentado por toda la gente, cómo este
terrateniente extranjero lo utilizó a él para ese fin.
Había otros puentes, pero estaban todos igual de controlados. Abajo, frente a la quebrada El Molino, por ejemplo, ese era
de Mario Córdoba y posteriormente de Pacho Morales y Aurelio
[194] l a f u erz a de l a g en te
Mosquera, y en ese era otro indígena que también lo cogieron
de portero, que era Celestino Calambás. Todos los que tenían esos
cargos cumplían estrictamente la orden del patrón. Todo a lo
largo de esa franja, ellos tenían ese control de no dejar pasar a
nadie.
En 1952, un caleño llamado Juan Ruiz le compró al italiano
las tierras de Sierra Morena108. Él tenía un granero en Silvia y, para
atraer al misak, se portaba bien con todos. Por eso la gente creyó
que algún beneficio iba a haber para ellos, cuando Juan compró
la tierra. ¡Pero qué va! Fue igual que los demás.
Más adelante, en 1960, los dueños de Santiago, en ese entonces Las Mercedes, compraron estas tierras, que estuvieron en sus
manos hasta 1980, cuando fueron recuperadas por nuestra gente, junto con las de Santiago.
108
Escritura 901 de 1952, Notaría 4ª de Cali.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [195]
Ambaló
Mi experiencia sobre la terrajería se limitó a lo
vivido por mi, mi familia y nuestros conocidos en lo que los blancos denominaban Hacienda El Chimán. Por eso los relatos de este
escrito se refieren casi exclusivamente a esa parte del antiguo
territorio guambiano.
Sin embargo, como ya hemos comentado, la terrajería la sufrieron los indígenas en todo el Cauca, en el Huila, en el Tolima y en muchas otras regiones del país. Nomás al lado del
Chimán, pasando el denominado río Molino, y haciendo límite
con El Chimán, se encuentra otra parte del antiguo territorio
guambiano que los blancos también nos habían usurpado.
Esas tierras también habían sido convertidas en hacienda, la
Hacienda Ambaló, por lo que nuestra gente también se encontraba
allí en calidad de terrajeros. La vida de explotación y sufrimiento
fue similar en todo a la que experimentamos en El Chimán, bien
fuera con los mismos o con diferentes terratenientes.
La historia de Ambaló amerita un estudio aparte, pero no
quisiera dejar de mencionar su existencia y relación con El Chimán, así sea muy por encima, porque todo eso fue misak, misak.
Nosotros volteábamos para allá y para acá y mirábamos que gente había mucha. Hasta donde hoy están los Chabacos, no de este
lado del Chimán sino de Ambaló, eran misak.
Recuerdo que cuando hacían mingas, no importaba que hubieran partido la tierra, como la gente se sentía común, la mingaban de lado y lado. A mi papá y a mi mamá los invitaban a
trabajar, a hacer música y a acompañar allá. Siempre la gente
era junta. Había harta gente y junta. Igualmente, cuando empezaron a expulsar, expulsaron de ese lado y de éste. Entonces
les tocó irse a Censio Chabaco, José Antonio Calambás y otros.
[196] l a f u e rz a d e l a g en te
Por eso vinieron a vivir al lado del Resguardo y hoy viven los
hijos allá.
Esta parte del territorio guambiano era muy grande. Efraín
Pechené, quien nació ahí en Ambaló y fue terrajero de Aurelio
Mosquera, cuenta que:
La tierra de Ambaló sí era grande… una gran extensión.
Comienza del río Piendamó y sale en lo que hoy es la carretera en
la Cholica, de allí sube por una quebradita hasta el punto llamado
Los Remedios y luego atraviesa para este lado y cae en el río Piendamó. De allí da un giro a un alto que llama el Alto de La Cruz.
Ahí es donde trabajaban los mayores, donde sacaban el material, la tierra que llaman el ñimpiro, donde esta el buen barro para
hacer las ollas y todo lo demás. Esto lo hacían las mujeres mayoras.
De allí daba un giro por el camino viejo, a caer otra vez al río
Piendamó. Allí cae en el puente que hay ahora y sube por la agüita hasta Cresta de Gallo, hasta llegar al páramo; esto agarra toda
la sabana. De allí da un giro por la sabana, redondeando hasta las
Letras. Dicen Letras porque hay unas letras escritas en una piedra
grande, que yo las vide. No puse cuidado qué es lo que está escrito ahí, pero eran bastantes escritos. Esto si no sabemos quiénes lo
habrán escrito. Dicen que los mayores escribieron esto como delimitando; decían que era lindero de Ambaló.
De allí sigue por el filo que llaman Las Guacas. Le dicen así
porque de ambos lados se ven como unos cajones. Luego sigue hacia abajo, por el camino que conduce de Silvia a Popayán. De ahí
cae otra vez al río Piendamó. Luego da un giro hasta el punto que
hoy llaman El Tejar. De allí da un giro por el río hasta […] Los Remedios, donde empatan los linderos, en el punto La Cholica. De ese
punto, hasta la Cholica, viene por una loma. Por ahí trabajaron con
la gente y se hicieron unas chambas que mandaron a hacer a los
misakmera. Esto así era lo que llamaban las tierras de Ambaló.
Cuando revisábamos papeles buscando información sobre
Chimán en épocas ya perdidas de la memoria de nuestra gente,
vimos unas pocas menciones de Ambaló. Ahí supimos que ya en
1798 Ambaló era una hacienda donde muchos blancos del pueblo
mantenían ganado. También leímos que en 1825 Antonio Carvajal y Tenorio, el entonces Protector de Indígenas, era dueño, junto
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [197]
con sus hermanos, de la hacienda de Ambaló, la cual estaba en
manos de su familia paterna desde al menos los tiempos de sus
abuelos, y que en ese entonces había allí “70 y tantos indígenas
de macana con sus familias”109. En 1838 el dueño de la hacienda
Ambaló seguía siendo el mismo; en ese momento había un pleito
entre él y la testamentaria de Matías Fajardo, es decir, con los
‘dueños’ de Chimán, por el uso del agua del río Molino para sus
respectivos molinos110. Un documento de 1847 habla expresamente de los indígenas que “estaban obligados a pagar terraje a los
dueños de la hacienda de Ambaló”111. Posteriormente, en 1855, el
terrateniente “don Antonio Carvajal dio a los indígenas de la
parcialidad de Ambaló en pago de lo que hicieron en la hacienda de Ambaló” un pedazo de ésta, el cual dividieron en 27 partes
para indígenas terrajeros. Para defender este lote, los indígenas
debieron pelear con un blanco del pueblo quien les había quitado parte del mismo, alegando compra112.
Ya más recientemente, en 1910, la Hacienda Ambaló estaba
en manos de Manuel Caicedo Arroyo, quien en ese año la vendió a Juan Caicedo y Josefa Arroyo de Caicedo. En 1914 Josefina
Caicedo de Mosquera la heredó de Josefa Arroyo de Caicedo, y
en 1917 ésta y Bolivar Mosquera la vendieron a José Rafael
Mosquera. En 1922, Aurelio Mosquera, con quien tendríamos
conflictos hasta hace muy poco, heredó la finca Santa Clara
—que hacía parte de la hacienda Ambaló— de José Rafael Mosquera, junto con otros familiares. Entre ese año y 1942 Aurelio
adquirió los derechos de todos los demás herederos, quedando
como único propietario113. Parece ser que el resto de la hacienda
Ambaló siguió en manos de distintos miembros de la familia
Caicedo y, posteriormente, Aurelio Mosquera le compró algunos
pedazos a ellos. Sobre este tema Efraín Pechené tiene algunos
recuerdos de lo que le contaba su padre:
109
agn, Indios-t.1-nº 37-fl.417
110
acc, Signatura 3505-Republica-Judicial iv.
111
acc, Republica-Signatura 2708.
112
acc, Republica-Signatura 2719.
113
Según certificado 81-103 de 1981, Registraduría de Silvia.
[198] l a f u e rz a d e l a g en t e
Mi papá contaba que el primer dueño, un viejito blanco, quería vender a los indígenas mismos, pero los indígenas no lo compraron, por eso perdieron. Entonces quedaron pagando terraje,
porque empezaron a cobrarle. Allí empezaron a sufrir. Entonces
vendieron a los blancos y hasta ahora está como está. No se por
qué esta tierra fue de él, si en ese tiempo lo compró o simplemente lo cogió por donde alcanzaba a ver; eso no me han contado. Y
éste ya vendió a los que posteriormente llegaron, de nombre Juan
María Caicedo.
Este Juan María Caicedo dicen que fue palmirano. El mayor,
el dueño de esto, ofreció estas tierras y entonces vinieron a comprar. Y compraron hasta donde alcanza a ver y, como se hicieron
dueños con sus títulos, se hicieron patrones. Todo eso hasta donde se alcanza a ver fue de una sola persona. De ahí repartieron ya
a los hijos, en grandes extensiones que les dio.
Uno llamaba Luis Caicedo, la mamá de Aurelio Mosquera llamaba María Caicedo, otro hijo llamaba el mismo nombre del papá, Juan María mismo, otro llamaba Gabriel Caicedo, que también
es hijo de Juan María Caicedo el viejo, y Víctor Caicedo. Así quedaron ahí. El viejo murió, entonces quedaron los hijos. Lo de la
hacienda El Tejar le dio a dos: una llamaba Josefita, la otra llamaba Teresa, y le decían misia Teresa Caicedo. Del río Piendamó para
acá le dio todo a los hijos hombres. Así dicen que traspasaron. Y
la mamá de Aurelio, María Caicedo, también quedó ahí mismo.
Aurelio de allá se vino y cogió todo esto para acá. Él se quedó con
lo que le dio a la mamá. Como repartió extensiones, cada uno con
su tierra también cogió la gente que vivía ahí, quedándose de
terrajeros.
A Luis le tocó en dos partes: Ambachico, que después le vendió a los evangélicos, y acá arriba al frente también. Desde abajo
de la peña para arriba.
Estos Caicedos no tenían tierra solamente aquí, sino tenían en
otras partes. Tenían en un lugar que llama El Guineal, y en Alto
Morena, que eran por El Tambo. Entonces los unos quedaron allá
y los otros por acá.
El abuelo de mi mamá, que se llamaba Juan Calambás, como
muchos otros apoyó subterráneamente a Quintín Lame. Cuando hubo las expulsiones de la década de 1910, como era cabeza
visible, cayó igual que Anselmo Muelas. Entonces le tocó ir más
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [199]
lejos, consiguió otro patrón: salió de la tierra de El Chimán y
pasó al otro lado, a Ambaló, que en ese entonces, como ya se
mencionó, también era hacienda. Allá vivió hasta su muerte.
Recuerdo que la abuela Rufina me llevaba a veces a donde
su compadre Matías Pechené, a donde llevábamos coles, papas,
cebolla de la montaña, para cambiar por maíz que nosotros no
teníamos. Uno llegaba, le daban comida, le desocupaban el morral y se lo volvían a llenar con maíz.
Muchos recuerdan los rigores de la terrajería en Ambaló,
sobre todo cuando el terrateniente era Luis Caicedo. La familia
de Abelino Calambás fue una de las tantas que debieron sufrir
su dominio y él recuerda esta vivencia, aunque luego pasó a vivir, junto con sus padres y hermanos, a tierras del Resguardo,
donde aún se encuentra. Con él hablamos un poco sobre la vida
en Ambaló.
Los recuerdos de Abelino Calambás
A finales de 2001 visité en su casa a Abelino Calambás, con el
propósito de hablar con él sobre mi abuelo Juan Calambás, pero
también sobre la terrajería que vivió nuestra gente por fuera de El
Chimán. Lo que sigue son, en sus palabras, los recuerdos que guarda de esas épocas.
Yo no se en ese entonces, en épocas de los abuelos, por qué
los patrones dejaban tener animales en el potrero… Después ya
estuvieron nuestros padres y también tenían ganadito y cultivaban; derribaban mucha montaña, limpiaban, y no demoraban
mucho para volverlo a quitar. Abrían las huertas y señalaban más
hacia arriba para que abrieran más montaña. Entonces cada vez
entraban más adentro. Pero a nosotros también nos iba abundando el ganadito. Eso yo me di cuenta porque estaba en manos de mi papá.
Yo no pude entender cómo era, pero era un solo dueño desde abajo hasta arriba, hasta Cresta de Gallo. Fue desde donde llama Umotun o el Alto del Pepo, de ahí del frente para arriba114.
114
Ambaló.
[200] l a f u erz a de l a g en te
Desde ahí hasta el Cofre era de Luis Caicedo y del estrecho del
Umotun para abajo era de Aurelio, lo que llama La Clara. Abajo
lo que llama el Ambachico también era de Luis Caicedo mismo.
Él mismo era dueño hasta Ambachico: eran dos haciendas que
tenía Luis Caicedo. Arriba no había casa de hacienda sino sólo
casas de misak. Ambachico sí ya tenía casas grandes y esas están
hasta ahora.
La tierra de arriba era a donde subían el ganado cuando lo
destetaban; cuando las vacas daban cría las volvían a bajar. Entonces la gente de arriba bajaba a pagar terraje abajo y eso era
lechería. Y cada mes a mi papá le tocaba bajar con leñas. Iba con
las cargas de leña a trabajar allá y subía era cada mes. Iba todo
un mes a descontar terraje. Se iban desde el 1º hasta el 30; hasta
que no llegaba el reemplazo mi papá no subía. Siempre vivían
así cuando nosotros éramos niños.
Eso era todo pagando terraje. Le tocaba era ordeñar y herrar
los caballos. A veces subía lastimado por las patadas de los caballos y a la casa llegaba con llagas. Pobres, si que sufrían, casi
que era imposible aguantar. Cada que cumplía el mes tenía que
estar puntualmente. Le tocaba por allá en una falda, le tocaba
partir mucha leña.
Me acuerdo que cuando andaba trabajando por allí, en la
quebrada había una piedra grande como una casa y, cuando de
pronto venía una lluvia fuerte, arrimaba en esa piedra para escampar. Yo era un muchachito y a mi me hacía sentar entre las
piernas. En una de esas apareció ahí una olla, en un plan. Debe
haber sido del pishau115. Eso fue lo que yo vi. Me acuerdo de eso.
La olla era muy bonita y solamente con verla a mi me hizo daño;
me dio una hemorragia. Por eso consideré que era del pishau. Yo
como no sabía, la manipulé. Estaba en medio de un árbol que
llama lusek. Desde ese entonces, desde niño, me dio hemorragia
permanente, hasta cuando fui nombrado alguacil. Tanto tiempo, pero no me morí. Para curarme me hacían absorber el humo
del hollín y del café recién tostado. Eso a mi me causó daño, me
acortó mucho la vista; creo que fue el humo. Pero la hemorra-
115
Pobladores muy antiguos de antes de la invasión española.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [201]
gia, de pronto estoy sentado por ahí y si levanto la cabeza rápido me vuelve a producir. Quedé sufriendo así. Nadie me pudo
curar esto […] Cuando estuve de alguacil, yo pensaba: ¿cómo iré
a pasar? Pensaba y lloraba, pero desde entonces se me quitó definitivamente esta hemorragia. Hasta ahora no he botado ni un
grano de sangre; se me quitó solo, sin meter ningún remedio.
Las jornadas eran largas y, ya cuando se iba anocheciendo, a
veces se iba triste y lloraba dejando a los hijos ahí solos. De eso
me acuerdo hasta ahora (llanto). Entonces nosotros siempre estuvimos con mi mamá no más, con mis hermanitos mayores.
A mi casi no me tocaron todas esas cosas, pero en la hacienda mi papá sí yo vide que sufría demasiado. Entonces él decidió
pasar a otra hacienda con otro dueño. Allí se acabó el trabajo de
la hacienda porque se fue. Después ya le tocó ordeñar con Aurelio
Mosquera.
Luis Caicedo era el patrón de allá de Cresta de Gallo. Allí había otros terrajeros que llamaban taita Inocencio Chabaco y
Anselmo Chabaco. No eran sino cuatro terrajeros ahí con finado mi tío Cruz, y a cada uno le tocaba ir a pagar su terraje, que
si no salen de allí hubieran estado hasta la muerte. Mi papá señor116 sí sufrió; allí estuvo y murieron ahí. Cruz también murió
allá mismo, sufriendo igual. Ovejos sí teníamos bastanticos;
abundaba rápido. No se si no gastábamos, no habría necesidad.
Mi papá ahí llegó a ser autoridad; no se si fue alguacil o alcalde del Cabildo de Ambaló. Como a él le ordenaban para que le
diera juete a los otros, lo odiaban, lo atalayaban por el camino, y
unas veces le pegaban. A mi papá lo defendía el patrón de la gente
que era contraria a él […] El gobernador de Ambaló era de nombre Juan Pechené, era de Cerrogordo. En ese entonces el gobernador de acá de nosotros era un mayor de nombre Isidro Almendra; yo no lo conocí.
Todos los martes a remesear no venía sino mi mamá, y nosotros quedábamos en la casa. Como éramos niños, llorábamos.
A mi papá le tocaba también bajar a ordeñar ahí en Ambachico
y de allá compraba algunas cositas y mandaba para nosotros. Y
116
‘Papa señor’ se usa a veces en reemplazo de srur o tata srur, que es la manera
de decir abuelo en guambiano.
[202] l a f u e rz a d e l a g en te
cuando subía, algunas veces subía malo, enfermo, herido de andar trabajando. Y así estuviera enfermo, quién le iba a perdonar.
Tenía que ordeñar. Estos patrones de nombre Luis Caicedo ¡si que
han sabido ser malos patrones! En manos de estos mi finado papá
señor sufrió tanto y ahí acabaron, ahí murieron.
Así que, pensando en mejorar la vida, se fue de donde Luis Caicedo para donde Aurelio Mosquera.
Entonces ya mi papá finalmente decidió venir a donde Aurelio. Allí él pagaba el terraje y nosotros trabajábamos también
ahí, pero ya nos pagaba platica. Ya allí descansó un poquito, no
fregaban tanto. Sin embargo, estaba aburrido y empezó a buscar camino para este lado.
La tierra de Aurelio empezaba casi desde la escuela de Cerrogordo (Ambaló) […] Él caminaba loma arriba, por allá por donde llama la Nariz del Diablo, en un caballo que llamaban serpentino, un caballo rucio.
Cuando estuvimos allá yo tal vez tendría 11 o 12 años. Yo andaba por allá ayudando a arriar las vacas, y me pagaban en unas
bolas de queso y una botellita de leche. El patrón dijo que yo le
gustaba y que me quedara allí trabajando; entonces me pagaban
tres pesos. Yo entré allí a la lechería y vi que había hasta 150 vacas. Ahí fue que me acabé de criar. Me mandaron a la escuela en
Cerrogordo tres años, y allí aprendí a leer.
En aquel tiempo no había descremadora arriba. Entonces llevaban la leche, hasta tres cargas, en bueyes. Ya cuando trajeron
la descremadora, a mi me tocaba traerla del corral a la descremadora en unos barriles, que dicen que cabían 150. Yo a la carreta
la ponía de lado para subir la tina y ahí fue que trabajé haciendo
toda esa labor, bastante tiempo.
En Ambaló, al igual que en El Chimán, el terrateniente no
dejaba tener animalitos, y ponía a unos terrajeros contra otros.
En lo que hoy es establo había una casa de balcón. Yo andaba ordeñando y subían un poco de ovejos que eran de los terrajeros de Cerrogordo. Entonces a mi me mandaba a disparar y
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [203]
matar. Me daba el revólver, diciéndome que los ovejos no estaban
en la manga de ellos. A mi me mandaba a caballo con perros
grandes, para que mordieran. Yo iba siempre arriando los ovejos
para abajo, para que se devolvieran.
Finalmente, como en Ambaló también los presionaban para
salir, decidieron irse a tierra libre.
En esa época había un poco de terrajeros trabajando de la Nariz del Diablo hasta arriba (La Clara). Decían que había como
unos 80. Después ya llegó el cuento de que Aurelio había comprado El Chimán, y pasó para el otro lado. En esa época fue que
nosotros ya salimos todos.
Taita Antonio Ulluné, que era cuñado, nos dijo que no se
pongan a fregar tanto ustedes allá, aquí hay tierra, vénganse. De
allá de la hacienda vinimos nosotros calladitos. Dejamos todo y
dijimos al patrón don Aurelio que pagara alguna cosa, pero él
dijo que no, que váyanse no más. El mayordomo en ese entonces
era Carlos Arroyo. Cultivos no teníamos porque a lo último ya
no nos dejó cultivar y ya no había nada. Por la casa sí, a uno que
vive en Fundación, que llama Alfonso Pillimué, recibimos alguna cosita […] Él vivía allí a un ladito y después también se fue.
¡Ay Dios mío, si que vimos cosas! Entonces nos vinimos así
vaciitos, vacíos.
De donde Aurelio salimos en el 49, cuando fue gobernador
taita Israel Montano, al que mataron. Nosotros vinimos con la
orden de él para estar acá en el Resguardo. Nos exigió que como
éramos de otra parte, de pronto podíamos ser gente dañada, y
entonces para que conociéramos la Comunidad, los reglamentos,
nos aconsejaron mucho; y así decidieron recibirnos, pero con el
compromiso de servir allí a la gente […] A este gobernador que
nos hizo gran favor, como a los cuatro meses de su segundo período lo mataron. No duró sino cuatro meses.117
Pero tierrita no había tampoco en el Resguardo, así que allá
también la situación fue difícil.
117
Israel Montano fue gobernador en dos ocasiones: en 1948 y 1956, año en que
lo mataron.
[204] l a f u e rz a d e l a g e n te
Cuando recién vinimos llegamos donde taita Antonio, pero
tierras no había… Como éramos bastantes, aquí si que vinimos
a estar deambulando por todas partes […] El Cabildo no tenía
tierra. Si hubiera habido nos habrían dado, pero no nos dieron
porque no había. Lo que había era las grandes sabanas arriba […]
Lo que nos dijo fue que, ya que vinieron ustedes, si tienen familiares, vivan con ellos, trabajen ahí jornaleando y de eso vivan
[…] Si pueden comprar, compren, dijeron. A nosotros no nos
dieron tierra. Y así hemos estado pasando aquí.
Como vinimos con el consentimiento de las autoridades
del Cabildo, ellos mismos nos llamaban y nos daban trabajo. Y
como de allá trajimos una vaquita, mi papá la vendió y compramos este solar en 150 pesos, y anduvimos y anduvimos hasta que
hicimos una casita pequeñita aquí. Entonces nos descansamos
aquí, íbamos a jornalear, ganábamos la comida, pero quedamos
bien aquí. Nos daban comidita por fuera pero aquí teníamos la
casa.
Entonces taita Antonio nos convidó sin tener tierra ni para
él. Y por eso estábamos por ahí de arrimados sin saber a dónde
ir; qué bueno que nos vendieron este lote. Lo compramos a uno
de nombre Antonio Ulluné. Eso compró mi papá con la venta
de ese animalito.
Hoy viéndolo bien, mis hijas y mis hijos parece que están aquí
como muy bien. En nuestra época, para nosotros sí que fue triste, sí que fue duro. Pero bendito sea mi Dios; donde íbamos nos
daban comida y nos daban contratos, y todo el trabajo lo hacíamos por el kausro.
Mi papá era muy humilde, era callado, era un hombre silencioso. Hoy el espíritu de mi mamá, de mi papá, donde quiera que
estén, deben estar muy bien por todo lo que hicieron por nosotros. Y murieron aquí. Mi papá murió el 10 de julio de 1968. Bendito sea mi Dios.
A mi no me tocó pagar terraje. Yo no fui sino vaquero en la
lechería y allí era pagando. Me pagaban tres pesos. Yo no se a los
demás cuánto pagarían. Había harto ganado y eso sí tocaba
correr. Todo el ganado era bravo y tenía nombres dependiendo
del color de cada res […] Yo memoricé todo: el color de las vacas y los terneros y los nombres de cada uno, y aprendí bien a
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [205]
hacer esas cosas. Si me hubiera quedado allá habría aprendido
muchas más cosas, y a lo mejor Aurelio me habría regalado un
buen lote de tierra y hoy podría estar muy bien. Pero como se
vinieron mi papá y mamá, aunque nosotros ya éramos grandes,
nos vinimos y decidimos no quedarnos allá por nuestra cuenta.
¡Pero nosotros sí que hemos sufrido!
De todas formas en la hacienda el trabajo fue más duro. Aquí
había que trabajar, pero nos daban comida y la comida era con
carne, y además la daban en unos platos grandes, plato antiguo.
En ese plato grande le daban a uno para que comiera parte y el
resto se lo lleve. Y además nos pagaban. En ese entonces en platica
nos pagaban cinco centavos. Entonces aquí en el kausro pasamos
bueno. Pero fue duro porque, aunque estábamos libres, no había a dónde trabajar. Pero hoy acá ha cambiado mucho; ahora
hay mucha escasez también acá.
Lo que Efraín Pechené guarda en su memoria
A finales de 2003 conversé con Efraín Pechené, nacido en
Ambaló, en 1932. Sus padres fueron terrajeros de Luis Caicedo, y a
él mismo le tocó pagar terraje con Aurelio Mosquera. Lo que sigue es, en sus propias palabras, lo que me contó de sus recuerdos
y vivencias sobre la terrajería en Ambaló.
Nosotros somos de aquí de Clarita. Mi papá era Juan Pechené
y mi mamita María Antonia Fernández. El abuelo materno era José
Fernández. El papá de mi papá llamaba Juan Pechené y un hermano llamaba José. Yo no alcancé a conocer el abuelo de mi papá
ni de mi mamá. El papá de mi mamá sí apenitas me acuerdo.
/En épocas de Luis Caicedo/ había como 150 terrajeros en
Ambaló; eran 150 los que pagaban terraje. Hoy cómo ha cambiado. En ese entonces todos hablábamos la misma lengua, nuestra lengua, hasta Totoró. Así era.
En ese tiempo el terraje no era como lo de hace poco118. Dicen
que era mucho más duro. En la semana tocaba trabajar dos días,
y le dejaban cuatro días para trabajar en lo de ellos. En el mes
118
Con Aurelio Mosquera.
[206] l a f u e rz a d e l a g en te
tocaba ocho días de trabajo […] Decían que ellos para trabajar en
lo propio no alcanzaban a hacer mayor cosa. Entonces siempre
sabían pensar y reclamaban para que bajara el terraje. Así que ya
acordaron trabajo mensual. Hasta hace poco quedó en cinco días.
A los jóvenes decían que los sacaban a los 20 años, cuando
ya tenían compañera. Los que no tenían compañera estaban libres, así fueran adultos. Estos ayudaban a los papás. Pero cuando consigue la compañera, ahí sí tiene que descontar el terraje.
Al igual que en Chimán, las tierras se las fueron quitando a los
indígenas hasta que tuvieron que ir a cultivar en las partes más
altas, pero en las épocas más antiguas hubo mayor disponibilidad
de ellas para sus cultivos y para mantener animalitos.
Las grandes tierras que tenían no quitaron todo. Donde estaban las casas construidas, ahí estaban […] Ellos venían agarrando las tierras, lo bueno lo bueno lo bueno; las casas quedaban ahí donde estaban, pero para cultivar a los terrajeros les
dejaban por allá las faldas.
En épocas más antiguas no tocaban tanto las tierras; dejaban
trabajar. No como los patrones de después. Eran amplias las tierras para nuestros padres y tenían suficiente ganado. Mi papá
alcanzó a tener hasta 15 reses. Unos tenían 20, 12, 10. Siempre
tuvieron así. Eso sí he visto yo. Entonces dejaban trabajar donde quisieran […] Unos tenían más, otros menos, algunos no tenían nada, que le daba a uno hasta lástima. Tenían tierra igual
que los demás, pero yo no se por qué, eso si no puedo decir nada,
sí me consta que algunos no tenían nada.
Pero mi papá también sufrió bastante. Al terrajero que faltara unos dos días de trabajo, como castigo lo mandaban a trabajar el terraje allá en Guineal y Alto Moreno. Desde acá mandaban que tiene que ir al trabajo hasta allá […] Al que tenía
cualquier inconveniente, de castigo le mandaban a traer unos caballos ariscos —había muchos caballos—, para amansar y luego para la venta.
Siempre a mi papá y a los demás el trabajo era igual. Unas
veces les tocaba traer 40 o 50 novillos y no alcanzaban a llegar,
entonces se quedaban en la mitad del camino. Como era en el
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [207]
camino y siempre eran dos los que venían arriando, uno se hacía abajo y otro arriba, atajando los novillos y el ganado todo
afuera en el camino, como en la calle. Así traían hasta llegar a Cerrogordo. Para la comida había que rebuscar cada quien y llevarla, y con eso sobrevivir. Llevaban también un líquido que
compraban en el camino, y con eso pasaban. Así me contaba que
le tocaba. Después de esto le daban bueyes para que araran, entonces le tocaba arar allí en el plan de Ambachico, al lado del Alto
de la Cruz. Y tocaba arar en distintas partes.
Era corriente que los terratenientes y sus mayordomos, si no
golpeaban a los terrajeros, los insultaran y maltrataran de diversas maneras. En Ambaló muchos se quejaban de los maltratos de
Luis Caicedo.
El patrón siempre llegaba era para insultar y pegaban hasta
patadas. Eso hacía finado Luis Caicedo. Le regañaban que el trabajo no estaba bien y si algo le respondía, ahí mismo le jalaba a
las patadas. Decían que había un Vicente Muelas que era muy
fuerte. Éste, que era nombrado capitán, con un poco de gente,
por allí por el plan del Alto de la Cruz estaba arreglando unas
chambas. Y el pobre, como trabajar largo siempre es duro, paró
a resollar un rato con todos. Entonces /el patrón/ subió por el
camino corriendo a caballo y ahí mismo le dijo que lo había
mandado era a trabajar y no para que estuvieran parados. Y ahí
mismo, con el mismo juete de darle al caballo, le dio y le hizo
sonar durísimo. Le dio a Vicente. Y este le respondió de frente a
frente. Entonces dicen que se bajó del caballo y que se vino y le
dio una patada por las piernas y que lo hizo tambalear. Entonces éste, como la gente de antes tenía muy buena fuerza, le pegó
una sola trompada y con eso le mandó de cabeza al hueco abajo
donde habían hecho la chamba. Eso así me contó mi papá finado. Y este suceso lo vieron todos.
Y dice que salió de allá insultándolo y luego se montó en el
caballo y se fue. Ya no dijo más nada sino que se fue para echarle
al pobre. De ahí la orden fue que se fuera para donde quisiera. Y
Vicente se fue, creo que para tierra caliente. Pero dicen que con
el tiempo se volvieron a encontrar y que volvió a invitarlo para
[208] l a f u e rz a d e l a g en t e
que volviera, reconociendo que él se había equivocado. Y que
volvió vuelta, trabajó allí, y dicen que ahí murió. Eso dicen que
sirvió para que se ablandara y respetara, y no volvió a joder más.
¡Siempre le faltaba que le pegaran! Vicente era de Agoyán. Allá
había hartos Muelas, que eran de ahí.
Luis Caicedo tenía dos fincas, una de las cuales, Ambachico,
fue vendida a unos evangélicos extranjeros. Cuando la Misión
Evangélica compró y entró allí, como también era tierra indígena, allí también vivían algunos de nuestra gente. Pero los evangélicos trajeron gente de otras partes y hubo mucha presión para que
los nuestros salieran de allí.
Ahí vivían unos que llamaban Marcos Gembuel, Vicente Tunubalá y su papá Simón, Antonio Pechené, y taita José Gembuel.
Éste último era de ahí mismo, pero como el papá vivía abajo y él
subió, entonces quedó trabajando en dos partes, pero no eran
dos patrones sino uno solo; cuando empezaron a vender, de
Ambachico se vino del todo y se radicó aquí arriba. Para arriba
compró Aurelio, entonces se quedó allá, trabajando terraje en
una sola parte.
Cuando los de la Misión Evangélica compraron, trajeron
gente de ellos y empezaron a trabajar todas las tierras planas,
buenas. Entonces, como no tenían más, los misakmera buscaron
otro patrón y se apartaron. Pero esto fue ya cuando quitaron las
tierras.
Taita Marcos Gembuel pasó al otro lado, a La Fundación, y
allí terminó la vida. No murió en su plan, sino más abajo, en La
Fundación. Él murió en la casa del hijo de nombre Lorenzo; la
casa de él ya no existía. Simón Tunubalá subió a donde ahora lo
llamamos La Laguna y ahí murió; allí arriba de un corral de lecheros… ahí finalizó. Cuando salió de abajo Aurelio lo recibió,
y entonces se convirtió en terrajero de él. Vicente, el hijo de este
Simón, el papá del ahora Florosmiro, éste murió en Fundación.
Caicedo también llevó gente de afuera para desmontar su finca
de arriba, para hacer pastos. Luego él mismo, y más adelante Aurelio Mosquera, se encargaron de sacarlos.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [209]
Los que vinieron acá arriba no eran de aquí. Trajeron gente
de otra parte para que trabajara. Trajeron a Inocencio y Anselmo
Chabaco que eran de allá del Tengo, del Resguardo de Guambía.
Había otro […] de nombre Fernando Pechené, y otro de nombre Anselmo Tenebuel, también del Resguardo. Todos eran gente guambiana. Había un blanco del yastau, del barrio Caloto, que
se llamaba Miguel Orozco. Era pobre y le gustaba trabajar allá
en esa tierra y se vino… y como él se amañó ahí, se sentía bien,
entonces exigieron que descontara ‘terraje’ también. Trabajó
igualito con el indígena; donde quiera que estuvieran los indígenas trabajando, él también estaba.
Cuando ya tuvo edad, y ya siendo terrajeros de Aurelio Mosquera, Efraín debió pagar terraje también.
Cuando yo me formé, me conseguí a mi mama119 y aparecí
ahí, y entonces Aurelio de inmediato me dijo que tenía que empezar a pagar terraje. Y ahí mismo me sacó dos días de terraje y
me advirtió que empezaba a cultivar la tierra ese año y el otro, y
así también iban aumentando gradualmente los días de terraje
hasta cinco días. Que a partir de esa semana empezaba a descontar el terraje y que fuera a reclamar un barretón a Ventura Riascos. El primer año fue dos días, el segundo año otro día más, y
el tercer año ya los cinco días. Entonces a mi me hizo asociar con
el taita Juan y me llamaban cada 15 días a recoger ganado, a darle sal, marcar y cambiar potreros. Siempre era eso […] Trabajaba pero no era por dinero, sino descontando terraje; siempre todas las actividades diarias eran a cuenta del terraje.
Cuando engordaban los novillos, a mi, a taita Juan, al que
hasta ahora anda, taita Lorenzo /Gembuel/, y al finado Leonardo, nos mandaba a pie con ganado hasta Santander, arriando 3040 novillos, llueva, truene o haga sol. Éramos cuatro, pero para
ir a dejar esto no mandaba sino a dos. En el día íbamos a quedar
allá en la tierra que hoy es de ustedes120, allá siempre nos quedá-
119
Su esposa.
120
Se refiere a Aguablanca, donde tenemos nuestra tierrita.
[210] l a f u e rz a d e l a g e n te
bamos. Y a veces llovía y estilando agua nos amanecíamos ahí
con el ganado. Y al otro día nos levantábamos temprano, íbamos,
y si nos iba bien, a eso de las once de la mañana ya estábamos en
Santander. Y cuando el ganado molestaba, a las doce a una de la
tarde entregábamos el ganado. Esto era cada quince días. Pero
no era solamente allá, sino también a Popayán.
En ese entonces nos daba una racioncita de dos pesos, para
el camino. Eso no alcanzaba sino para la gaseosa del camino. Y a
veces, cuando llegábamos a Silvia, nos daban cinco pesos […]
Unas veces dejaban pago el mangaje, para cuando llegaba allá.
La quedada en el camino, eso no pagaba nadie. A veces el ganado
se cansaba y entonces uno se quedaba cuidando mientras el otro
iba a buscar alguna cosita que comer.
Para atajar el ganado, el uno se hacía abajo y el otro arriba, y
templábamos el rejo en la mitad del camino; y ahí nos dormíamos. El ganado cansado se echa y se duerme, pero a lo que va
amaneciendo se va levantando y quiere coger camino, entonces
uno tiene que orientar el camino. Pero hay que atajarle hasta que
claree bien, porque se envolata el camino. Y antes de arrancar hay
que contarlos a ver si están completos.
Yo empecé a pagar terraje en los 50; Aurelio había comprado El Chimán hacía tiempos y había comprado otras tierras, entonces hubo nuevos trabajos. Compró, por Paletará, la que llaman la Calaguala. Allá nos tocó hacer viaje hasta con su papá121.
A Calaguala se iba por el camino a Popayán. Esos caminos viejos ahora ya no existen, se acabaron. De Popayán para arriba sí
ya todo era carretera. Esto fue un viaje como de cuatro días. Y el
ganado aguantó tantos días caminando. Pero no lo hacían caminar el día completo, sino hasta que se cansara. En ese viaje sí nos
traían comida; donde nos quedábamos nos hacían cocinar y
todo. Cuatro días caminando ¡si que nos dolían los pies! No teníamos ni alpargates, sino pie limpio. Así no más. Y así aguantábamos. Para hacer mandado a los ricos, a los grandes, ¡si que
es duro!
121
Se refiere a mi papá, Juan Bautista Muelas.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [211]
4
Mis
primeros
años en
El Chimán
[ 2 1 4 ] l a f u erz a de l a g e n te
Mi niñez y juventud transcurrieron en medio
de grandes carencias materiales, pues pocos años después de mi
nacimiento —cuando apenas tenía unos seis años— se vino una
gran crisis para la familia y para todos los indígenas que eran
terrajeros en la región. Todo el tiempo ha sido difícil, pero en ese
momento nos quitaron las tierras en ese sector que los blancos
denominaban San Pedro, un sector que hacía parte de lo que en
guambiano llamaban Oskowampik. Ésta es una vasta región cuyas
tierras todavía estaban en manos de los terrajeros. Allí vivíamos
nosotros, allí teníamos las casas, allí teníamos las vacas, los ovejos,
las gallinas, allí teníamos todo.
Cuando les dio por arrasar con todo lo que teníamos, por
quitar las tierras, nos dejaron unas meras parcelas por la gotera
de la casa, nada más rodeando la casa. Fue la destrucción total
de los cultivos, fue el momento más desagradable, de quedar sin
ganado, sin ovejos, de quedar sin dónde cultivar. Y eso no solamente fue a mi familia, sino a todos.
Antes, así la tierra estuviera a nombre del terrateniente, porque se habían apoderado de ella con sus escrituras públicas, en
la práctica todavía estaba en poder de los indígenas, de los terrajeros. Pero cuando nos las quitaron y prohibieron cultivar más, fue
el desastre, fue el caos, entonces fue la pobreza de todos.
¿De qué podríamos nosotros subsistir? ¿Mi mamá de qué
podría haber hecho ropa para nosotros? Porque la ropa no era
comprada del pueblo, sino que ella misma la hacía con la lana
que producían los ovejos. Como no tuvimos ovejos para que mi
mamá hiciera nuestro vestido, nos tocó pasar con lo poco que
quedó, con lo que teníamos antes de quitarnos la tierra, con unos
vestidos viejos. Afortunadamente la ropa de lana dura muchísimo
y, como es tan resistente, eso nos dio para vivir un buen tiempo.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [215]
Yo no tuve muditas para cambiarme; tampoco tuve una ruana
especial hecha para niños, sino usada de los grandes, de los viejos, que mi mamá me arreglaba para que yo usara.
Entonces, nos cortaron nuestro desarrollo verticalmente,
quedamos sin dinero, quedamos sin tierra, quedamos sin animales. Vivimos al aire, sin el mínimo respaldo económico que
era la tierra y los animales. Es la gran pobreza que empieza. A
mis tíos también les habían quitado las tierras, estaban en la
misma situación. Los amigos estaban igual.
Los que vivían un poquito mejor eran aquellos que, de alguna manera, habían logrado comprar tierras por fuera, por Morales o Piendamó, por Inzá o por Guambía mismo, allá al otro
lado del río, sacrificándose, jornaleando o, si tenían una vaquita, vendiéndola e inmediatamente invirtiendo en algún lotecito
de tierra. Para ellos cambió la situación un poco, porque a pesar
de estar jodidos en Chimán, tenían otros lotes y allí cultivaban,
allá podían tener sus ovejos.
Algunos de pronto eran hábiles para por lo menos empezar.
Porque era tan básica la tierra, que no se pensaba más que en ella.
Los que no podían hacerse a una propiedad solos, se asociaban
dos hermanos, o dos amigos, y después partían el terreno, quedaban con los lotes y allí producían la comida, desde allí se sustentaban y tenían su casita allí.
Hoy se puede ver, al lado del río Piendamó, a muchos de
los antiguos terrajeros que están radicados allí, a lo largo de
la carretera. Otros, como los Tunubalás, están por allá por
Méndez, otros más como los Morales viven por Morales y los
Muelas por Pueblito y El Cacique; hasta en La Campana hay
muchos de los que fueron terrajeros en Chimán, que sufríamos las consecuencias en ese momento de la quitada de las
tierras. ¡Tanta gente!
Nosotros pudimos comprar en Mondomo, pero era lejos, distante, había que invertir dos días de camino, y estar allá. No era
nada fácil para uno alcanzar a suplir las necesidades inmediatas;
allá tampoco pudimos tener ovejos, ni ganado. Bestias sí tuvimos, pero éstas sólo nos daban para traer comida; nos servían,
pero no nos daban papel billete. Por eso no tuvimos cómo comprar en los almacenes.
[ 2 1 6 ] l a f u erz a de l a g e n te
Pero, en contraste con la gran pobreza material que marcó
mi crecimiento, mi vida se desarrolló dentro de una enorme
riqueza espiritual que siempre me rodeó. Porque, aunque los
blancos pudieron restringir y hasta quitarnos totalmente las bases para nuestra subsistencia material, no lograron hacer lo mismo con nuestra cultura, con nuestras creencias más profundas,
con nuestra visión sobre el mundo, la naturaleza, los espíritus.
Aunque el contacto de nuestra gente con el mundo blanco
fue permanente, el tipo de relación que la terrajería nos impuso, al menos mientras nos manteníamos dentro de la hacienda,
no alcanzaba a destruir nuestro fuero más interno. Fueron sobretodo la iglesia y la escuela, las instituciones que mayor impacto tuvieron sobre nuestras tradiciones y creencias, pero ni aun
éstas pudieron acabar completamente nuestro mundo tradicional.
A los terratenientes lo que les estorbaba era la gente, el misak,
no su cultura, por eso no creo que ellos pensaran que había que
destruirla. No les importaba que uno hablara en lengua, ni que
pensara diferente a ellos, ni el trapo, ni nada de eso, sino que era
la gente misma la que incomodaba. Donde estaban los ranchos, para ellos era mejor que estuviera lleno de pasto, pero si
había indígenas lo que les interesaba era sobre todo que cumplieran las reglas que ellos imponían, el trabajo, que descontaran
el terraje. Pero no creo que su interés estuviera en blanquearnos.
Los curas sí tendrían otro pensamiento.
Creo además que hubo una cosa muy significativa, que nos
permitió mantener nuestro propio mundo, en buena medida, y
es que los blancos, en general, tenían asco de entrar en la cocina
indígena. La casita del terrajero, su ranchito, era el más humilde
de cualquier indígena: donde estaba el fogón, donde estaba la
cocina… ahí era un todo. Era cocina, era alcoba, había también
algún rinconcito donde guardar los alimentos, la leña y los cuyes,
todo. Nosotros mismos, mi mamá, tenía un fogoncito ahí en el
centro de una sala grandota; en el centro del fogón, en un alambre colgado de una viga, estaban enganchadas las ollas, y por acá
tenía un estante para dejar cositas: las ollas, los platos, cualquier
cosa, y al otro lado era la cama. Pero como ésta no era suficiente
porque éramos bastantes niños, entonces los que cabían se ham i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [217]
cían allá en la camita de tabla, y los que no, tendían un cuero y
se arrimaban allí al lado del fogón. Y pulgas que había… harta
pulga. Entonces los blancos ¡qué iban a estar entrando ahí! Por
eso no tenían mucho contacto, realmente. Vivían encima haciendo trabajar permanentemente, todos los días, pero no ponían un
pie adentro en la cocina, en la casita.
Yo me acuerdo mucho que el último mayordomo, que llamaba Ventura Riascos, con mi papá se entendían muy bien, y a
uno de sus hijos se lo hizo cargar en el bautismo, por lo que se
hicieron compadres. Entonces, cada vez que llegaba el compadre a mi casa, mi papá lo hacía entrar. Era el único tipo blanco
que yo veía entrar. Mi mamá ofrecía lo que tenía, algunas veces
una comidita, la más humilde que ella podía cocinar, y uno veía
que él comía ahí con mala gana; entraba, se sentaba allí, miraba
por todos lados, y rápidamente salía y se iba. Pero el patrón, que
diga Aurelio Mosquera, adentrarse en la casa de terrajeros…
¡nunca! Ni tampoco otros. Pasaban sí por fuera, a caballo, se
oían los tropeles no más por allí, gritaban no más, llamaban no
más si querían alguna cosa, pero entrar en la casa, eso no lo hacían nunca.
Entonces, afuera del rancho era permanente la presencia del
blanco, pero adentro no conocían, el terrateniente adentro de la
casita no conocía. En la casa adentro eran el papá, la mamá, quienes hablaban con los niños, hacían todo, entonces no había intromisión de afuera. Eso ha sido muy importante, que el blanco
dominaba de puertas para afuera, pero no de la puerta del
ranchito humilde para adentro. Yo creo que eso favoreció para
mantener nuestra propia cultura.
La influencia religiosa sí fue mayor, pero no alcanzó a borrar
nuestras creencias tradicionales. En Chimán por lo menos, yo
recuerdo que, desde que se institucionalizó la escuela, los curas
subían a decir misa, a la primera comunión, a algunas otras fiestas que se inventaban. Al comienzo salían lo que llamaban las
misioneras de casa en casa. Las monjas subían a evangelizar, a
catequizar, pero yo no recuerdo haber visto un cura o una monja
adentro de la choza de un indígena. Yo creo que no entraban, y
que la evangelización la hacían afuera, en pastizales. Tenían pavor, tenían miedo de que había mucha epidemia. La consigna era,
[ 2 1 8 ] l a f u erz a d e l a g en te
como hasta hace poco decían las maestras del Núcleo Escolar, que
en la habitación de un indígena no aceptaban ni un tinto porque se contagiaban de cualquier virus, de cualquier infección.
Decían que lo único que podían aceptar era un huevito cocido
en agua, porque eso creen que está protegido por la cáscara, entonces eso sí podían consumir. Pero algo preparado de una manera diferente no aceptaban, para no infectarse. Así que un profesor, una maestra o una monja iba simplemente a hacer su
evangelización o a enseñar lo que les correspondía, por cumplir
un deber, y no más.
Yo no recuerdo, pero mi papá decía que hasta allá a la casa
de nosotros llegaban las monjas. No se qué enseñarían, pero para
ellas debe haber sido muy difícil también, porque ¿cómo hacían
para entender? Porque nosotros, los terrajeros en general, no
hablábamos español. De pronto estarían enseñando a persignar,
a rezar… yo creo que lo podían hacer, el indígena podía imitar,
pero no sabía lo que estaba haciendo. Para ellas debe haber sido
muy difícil enseñar y seguro se cansaron, se aburrieron, porque
dejaron de volver. Se concentraron en Las Delicias y en La Campana, a lo mejor porque allí había más gente y más comodidad,
y ya después se convirtieron en maestras de niños en los planteles educativos y creo que dejaron a los adultos. Debe haberles ido
mejor porque empezaron a lavar el cerebro desde niños. Los
adultos tal vez fueron más duros.
De todas maneras, el bautizo y el matrimonio por la iglesia
se impusieron. Decían que el que no es bautizado no es cristiano, que un niño que se muere sin bautizo llega a un limbo, que
es el castigo más cruel, entonces el papá, la mamá, tenían miedo
de dejar morir a su hijo sin el bautismo, porque sentían ese cargo de responsabilidad de que tuviera que padecer ese sacrificio.
El matrimonio era lo mismo. Hoy en día uno ve tanto lo que
llaman la unión libre, pero en ese entonces yo creo que no existió tanto. Todo el mundo, pobre, rico o mediano, tenía que casarse. Ese era como un control de la iglesia. No podían vivir
amañados, lo que llamaban amancebados, porque también tenían que estar en paz con la iglesia. La gente tenía miedo de ser
condenada por eso, entonces se casaban simplemente para cumplir un deber, una norma. Pero celebraban dos cosas: lo que ham i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [219]
cía la iglesia, y la ceremonia propia que hacían en su casa, de su
cultura, de su tradición. En esta última, aparte de ellos, el padrino del matrimonio, los allegados, los abuelos, los viejos, todo el
mundo se reunía. Se sentaban todos los mayores frente a la pareja y le daban toda una instrucción para su formación. Y eso era
una tradición: música, danza, a tales horas bailar, los papás de los
novios a tales horas danzar también, y la música de flauta y tambor debe tocarse a tales horas y hasta tales horas de la mañana.
Así que, aunque la religión católica se impuso con bastante
fuerza, no logró hacerlo de manera exclusiva, como tampoco
pudo destruir las creencias indígenas más importantes. Lo que
con el tiempo se produjo fue una especie de mezcla en las ideas
y actividades religiosas y sociales, al irse aceptando, en buena
parte por temor, lo que era impuesto desde afuera, mientras las
creencias y ceremonias propias las mantenía el misak con gran
fuerza.
Por otra parte, lo más común era que los terrajeros solamente
salieran al pueblo a comprar o a vender lo que necesitaban, o a
hacerle alguna vuelta o un trabajo al patrón, pero básicamente
siempre estaban en la hacienda, sin salir a ninguna parte. Así que
el de los terrajeros era un mundo muy aislado del resto. Yo he
considerado que por eso aprendí a hablar el castellano sólo cuando yo mismo pude salir a vender, a comprar. Hasta entonces no
sabía. Me mandaban a la escuela para que aprendiera, y qué difícil que era aprender. Porque uno tenía concentrado en la mente
era lo que los papás le enseñaban, o los vecinos, cuando estaba
con ellos. Yo creo que todo eso favoreció para mantener nuestra
propia forma de pensar y de vivir.
El trabajo mismo influyó también. En el trabajo del terraje
había una fila larga de trabajadores, y uno estaba hablando, pero
de allá se alcanzaba a escuchar también. Unos hablaban cosas
importantes de la tradición, otros se reían, otros mamaban gallo, había de todo, pero todo eso era en guambiano, entonces
había un permanente desarrollo, una permanente interrelación
con la gente. En los momentos de descanso era lo mismo. Y también hacían muchas minguitas pequeñitas y otras más grandes.
Había mingas permanentes. Yo creo que todo eso mantenía y fortalecía la identidad, en su vida cotidiana sencilla, humilde; ahí
[ 2 2 0 ] l a f u e rz a d e l a g en te
Preparado para bajar al mercado en el yastau. (1950 c.) Foto:Luis Ortega.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [221]
desarrollaban su cultura. Y allá… ¡quién va a estar hablando en
castellano! Nadie. Cuando venía el blanco se alcanzaba a ver de
lejos, entonces todo el mundo se agachaba a trabajar para evitar
regaños; entre más se acercaba el blanco, más duro trabajan, y
allí ya se perdía hasta la conversación. Porque el calificativo era
que: no trabajan, sino se ponen a conversar, a hablar. Entonces,
para evitar ese regaño, cuando aparecía el blanco ya como que
se enmudecían. Cuando se ausentaba, otra vez volvían a hablar.
Es por todo eso que, a pesar de yo haber nacido en lo fino de
este sistema, a pesar de que mis abuelos, padres y demás parientes
y allegados fueron terrajeros, a pesar de haber sufrido todas las
consecuencias de esa forma de opresión y explotación, mi educación, mi formación, estuvieron profundamente arraigadas en
la tradición de nuestro pueblo.
[ 2 2 2 ] l a f u erz a d e l a g e n te
Creencias y rituales
El 8 de junio de 1948 mi tío Rafael vino hasta la
casa con un cuaderno en mano, en el que tenía apuntada cada
fecha en la que mi mamá había tenido un bebé y, no para felicitarme por mi cumpleaños, sino para recordarme que ya era un
hombre y hora de comenzar a trabajar duro, me dijo que ese día
cumplía yo 10 años de haber nacido. Así supe cuándo nací y cuántos años tenía.
Yo hice mi aparición en este globo terráqueo dentro de la
cultura guambiana. Como todos los padres guambianos en esa
época, los míos se prepararon mientras me esperaban y, antes de
yo nacer, hicieron el paya moropik o consulta al médico tradicional. La preparación se hacía de acuerdo al querer de cada familia, pues cada cual tenía sus médicos clientes, y de acuerdo a
eso buscaban sus plantas.
El médico tradicional y el nacimiento
Según la tradición de mi gente, todo se hace buscando que
a ese niño que viene, a ese niño que va a nacer dentro de poco
—pocos meses, pocas semanas, o pocos días— la naturaleza, el
Dios del mundo de los guambianos, le ayude. Primero, para que
en el momento del nacimiento no le suceda ningún problema a
la madre, y segundo para que en ese mismo momento el niño o
la niña reciba ese don de la naturaleza y empiece a darle el camino que los padres desean que sea en su futuro, ya sea para la
agricultura, para la cultura de la medicina tradicional, o para
cualquiera de las cosas que pretendan que sea su hijo o hija a
largo plazo. Para abrir ese camino se hace la preparación.
En el momento del nacimiento los padres esperan con el
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [223]
médico, pues él debe recibir al niño, curarlo y refrescarlo con las
drogas122 que tiene, volteando, como dicen allá, de la derecha a
la izquierda a los espíritus, con la mochila en la que maneja la
droga, la coca, con un poco de tabaco, y otros elementos que ellos
tienen. Porque la filosofía del médico guambiano es que todos
los espíritus buenos están a la derecha, entonces de la derecha
pasa a la izquierda todo lo malo, y sopla hacia la izquierda para
que los espíritus malos se separen. Así no quedan sino los buenos espíritus de la derecha, para que la familia pueda pasar ese
nacimiento, ese parto, sin dificultades. De esa manera queda limpio, purificado, libre de cualquier cosa anormal que se les pueda presentar al niño mismo, a la mamá o al papá.
Refrescarlo (pishimarop o pishinkuchip) quiere decir que a
uno lo limpian de pies a cabeza. Con una hojita de verdolaga que
es el refresco, una ramita de alegre y unos granitos de maíz blanco, todo eso masticado y revuelto por el médico, lo refresca. Esos
tres elementos son los básicos para curar, para poder tener contento al kallim o pishimisak.
Pero el proceso no termina ahí. Mi papá decía que era importarte ponerle al recién nacido manteca de león en el ombligo, después de cortarle el cordón umbilical. Él decía que con esa
manteca de león se hacen fuertes las piernas, los brazos, y la persona se hace ágil, porque al untarle a uno esa manteca los huesos como que se impregnan y se hace efecto al estilo del león.
También se empuña la ‘planta rendidora’ en las manitos del
recién nacido, sea hombre o mujer, para que cuando sea adulto
tenga ‘mano rendidora’ para sembrar, cultivar, cocinar, para repartir la comida a la gente sin que se agote y así alcance para
todos.
A los cuatro días de haber nacido, bañan al niño y a la mamá
conjuntamente, con una serie de plantas que sólo el médico tradicional sabe cuáles son, para que ni la mamá ni el niño se enfermen, y para que todos los de la casa puedan ir a sus campos,
a sus actividades en la agricultura, en la ganadería, sin tener ningún contratiempo.
122
Se trata de plantas rituales que se considera tienen poderes y/o de elementos
minerales que se mezclan con ellas.
[ 2 2 4 ] l a f u e rz a de l a g en te
Todos estos trabajos abren los caminos, no solamente para
poder levantar al niño, sino para que los papás, los de la casa, no
tengan ningún problema con la naturaleza. Porque, según ellos,
hay cosas malignas que pueden hacer mal al niño, a la mamá, al
papá, a todos los de la casa. Entonces con todo eso se busca que
no le acompañen los espíritus malignos, sino el espíritu benigno, con todo eso se busca que el niño, la mamá, el papá, los animales, la agricultura, puedan seguir el camino del bien. Es un
camino que en ese momento abre el niño que nace y de ahí sigue el proceso.
Pero todos estos rituales dependen del entorno en el que vive
la familia, de si existen los elementos necesarios para hacerlos, y
por eso la salida de la gente de su territorio a causa de las expulsiones y, en general, de la opresión originada en la terrajería, llevó a la pérdida de muchos valores culturales entre los que se iban.
La planta rendidora, por ejemplo, no se da en lo muy frío, así que
a los que se fueron para el páramo se les dificultó seguir realizando esta práctica.
Esa planta era de lo abrigado, de allá abajo. Debe haber acabado también junto con el tsilo acá. Eso es muy bueno para los
niños; cuando los chumban es bueno meter un poquito ahí, y también es bueno para bañarlos con eso. Cuando dejamos de ir al
Chimán ya no se pudo traer más y se acabó.
(Jacinta la hija de Anselmo Muelas)
Como parte de ese proceso, cada vez que en una familia
la mamá tiene la menstruación, tiene el deber de buscar al médico, porque los médicos tradicionales antiguos consideran
la menstruación como un sucio ante el espíritu maligno. Por
eso se debe guardar prudencia. Durante cuatro días la madre
no puede salir a cualquier sitio donde ella desee, y mientras
no visite al médico, mientras no se refresque, mientras no se
cure, mientras no se haga una limpieza total en la casa, en la
familia, se cree que puede haber cosas anormales que podrían
afectar al niño, a la familia, a los animales, o a los cultivos. Esto
debe hacerse todo el tiempo, mientras exista la vida y el pensamiento.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [225]
El refresco que hace el médico guambiano tiene un término; éste se desvanece, se enfría. Por eso el médico, antes de su
retirada de una familia, en la mañana o en la noche de la curación, advierte para cuánto tiempo es, para que en ese tiempo
prudencial vuelvan a buscarlo. Es necesario hacer un refresco,
una curación, de manera permanente, constante, y no se puede
dejar mucho tiempo sin hacerlo porque causa daño. Según la
creencia guambiana, este proceso es un ciclo, una circunferencia, que no tiene fin, hasta la formación de los niños y el proceso que dan.
Llega un término en el que ya no le toca a los médicos, sino
a los papás. Ellos deben ir levantando a los niños, levantando a las niñas, de acuerdo a sus características, de acuerdo a
su costumbre, a su creencia, y a sus oficios diarios. Al niño
varón y a la niña se les enseña con las drogas que les corresponden, y ya con la advertencia del médico se les lleva a ciertos
sitios sagrados.
Claro, esto sucedía cuando existían los buenos médicos y la
gente todavía creía en ello. Hoy en día todo ha cambiado tanto
que ya nadie parece interesarse en estos campos. Pero, hasta donde yo recuerdo, todo esto ha sido un baluarte porque es donde
se forman las personas para una sociedad.
Los baños en el Wikyakullupi 123 o río Molino
Yo recuerdo que la abuela Gertrudis, mi papá, mi mamá,
tenían mucha fe en que los niños madrugaran a bañarse en el
río Molino. Decían que esos baños en aguas frías que bajan de
la montaña dan fuerza, fortaleza, vida, y que el momento de uno
bañarse eran las cinco y media, entre oscuro y claro, cuando el
agua estaba tibia, pues a las seis ya estaba muy fría.
123
A finales del año 2000 apareció en el nacimiento de esta quebrada una familia de osos andinos, animal que por mucho tiempo había desaparecido del territorio guambiano. Desde entonces, cada vez que vienen, van a ese punto a descansar, a criar sus hijos y a comer vacas. Por eso se le ha vuelto a dar el nombre
de Wikyakullupi o río de la guaicada de la casa del oso.
[ 2 2 6 ] l a f u e rz a d e l a g en te
Cuando tuve cierta edad, nos mandaron a bañar al río
muy temprano, antes de tomar el tinto, antes de arrimarnos a la
candela, al fogón. De la cama había que bajar derechito a bañarse al río. ¡No era ningún agua tibia! Era por animarlo a uno…
¡Y uno sentía ese frío! Pero era una obligación, para quedar
curado. Decían que eso cura, que eso da vida, que da fortaleza,
que quita la pereza, y que uno se forma. Tenían un sitio especial
donde bañarse, y allá nos mandaban. Nosotros, ¡con qué frío íbamos allá! tiritando… Llegábamos, nos bañábamos, y salíamos
corriendo otra vez para la casa.
Pero cuando llegábamos del baño no podíamos entrar
directamente a la cocina, al fogón, o a tomar alimentos, mientras no hubiéramos hecho algún trabajo como ritual, en lo agrícola, en la construcción de vivienda, en el tejido del sombrero.
Era un trabajo simbólico, eran como los primeros trabajos que
empezaba a hacer uno durante la niñez, como un rito, como un
homenaje al Dios para que lo encarrilara a uno por el camino
del bien. Primero para que uno fuera fuerte, segundo para que
uno aprendiera a hacer oficios, no cualquier oficio, sino oficios
que realmente le corresponden a la familia y a la sociedad.
Después de todo esto uno ya tenía el derecho de entrar a la
cocina, al calor de la candela, al fogón, a tomar los alimentos. Pero
durante cuatro mañanas no se podía antes de esa romería. Algunos tenían orden hasta de nueve mañanas de baño, pero a mi me
tocaron cuatro. Y si uno hacía la primera, la segunda, y se quedaba en la tercera, no cumplía con el rito y quedaba con deuda,
con faltante, uno no quedaba completo de lo que es la razón de
ser con la naturaleza, y eso le afecta para el buen desarrollo, para
que pueda dar el proceso completo, para que cuando uno sea
adulto pueda dar cumplimiento con seriedad a las responsabilidades en su vida.
Como la sal y el ají siempre han sido prohibidos en este campo de la curación, durante la romería de las cuatro mañanas no
se podían consumir. Lo último que se podía consumir, después
de todo, era la sal; no podía uno tomarla mientras no hubiera
hecho el baño completo. Y mucho menos ají.
Como el médico, desde que uno nace, ya le ha hecho los
refrescos, esto del baño lo hacían los padres como un complem i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [227]
mento. Yo no recuerdo que a mi me hayan puesto en las cuatro
mañanas un médico, ni ninguna droga; simplemente era un
complemento. Pero era obligación: en ayunas, levantarse, ir derecho al río y luego llegar al andén de la casa y sentarse otro ratico,
unos cinco a diez minutos, a tejer el sombrero, a hacer otras tareas. Lo mismo ocurría con las niñas. A mi me tocaba lo del
sombrero y a las niñas les tocaba con el tejido del anaco, de las
mochilas y los quehaceres de la cocina. Hacer todo, claro, simbólicamente.
Esto me lo enseñaron mis tíos, mi papá, pero mi mamá
especialmente me insistía mucho en ello.
Ritual en Tsaporaintun
Más adelante, cuando nos fuimos formando más, mi mamá
me llevaba a un sitio sagrado que se llamaba Tsaporaintun. Siempre caminábamos por esa vía hacia Malvazá y era un camino
largo hasta allá. Allí me decía que tenía que hacer la romería,
también simbólica. Siempre llevaba un machetico en la cintura,
o en la mano, y con ese machete me hacía trabajar ahí. Tenía que
rozar, o levantar eras y luego abría huequitos para hacer el sembrado… piedritas o terroncitos, al estilo de sembrar la papa o
cualquier otra cosa. También hacía chocitas chiquitas, en forma
de casitas. Alrededor de esas casitas hacía el simulacro también
de que no le faltara la comida. Con cualquier hilito me hacía el
que amarraba los animalitos, ya fueran cerdos, vacas, caballos,
ovejas, así. Así no tuviera ni el cerdo, ni ningún elemento, pero
con esa intención, en nombre de los animales y en nombre de
ese sitio sagrado, hacía esa romería ahí. Eso lo hacía mi mamá
en son de que uno aprendiera a construir casas, a cultivar, a producir, a manejar el ganado, las bestias.
A las niñas les hacían que en la chocita hicieran el simulacro
de soplar un fogón, una candelita, montar las ollas, cocinar y
distribuir a la gente, así no existiera la gente. Simplemente como
un acto simbólico.
Entonces eso le quedaba ya penetrado ante la naturaleza y,
según ellos, le acompañaba a la persona de por vida.
Otros hacían este mismo ritual en el Matsorektun.
[ 2 2 8 ] l a f u erz a de l a g e n te
Para que no se nos pegara 124 el kallim maligno
Mi papá y mi mamá tenían mucho miedo que nosotros, todos los hermanos, de pronto por descuido de ellos fuéramos
adictos, o sea, que se nos pegara el espíritu maligno, el kallim
maligno. Porque el Dios guambiano, que unos llaman pishimisak
y otros kallim, tiene distintas formas de espíritus, y en esas espiritualidades existe el benigno y el maligno.
El kallim maligno le enseña a uno a ser vicioso. De pronto sí
a trabajar, aunque a veces le sueña o le acompaña para uno ser
bien perezoso, que no le guste hacer nada, sino dormir, comer,
vagar, andar… Nada, ninguna noción de hacer algún trabajo.
Entonces, para evitar eso, cuando uno iba a ir a la montaña, así
no fuera el médico, tenía el deber de hacer un refresco con una
plantica que se llama verdolaga; eso se lo volteaban a uno de la
derecha a la izquierda, le ponían una verdolaguita en la corona,
en la cabeza, y luego le ponían el sombrero.
Ya con ese refresco va uno a la montaña y evita ser adicto al
espíritu maligno, al kallim maligno, y el que se aproxima a uno
es el benigno. Entonces desde niño no se es vicioso, ni haragán,
ni vago, ya sí es a trabajar, a hacer las cosas bien. De eso hacían
mucho esfuerzo, mucho sacrificio, pues tenían miedo que un hijo
saliera que no le gustara hacer nada.
Porque si en una familia sale un hijo que le guste solamente
emborracharse, vagar, rondar por todas partes, eso es mal visto
ante la sociedad guambiana. Por eso ellos querían que todos los
hijos salieran bien, que trabajaran, y que los trabajos fueran también bien utilizados. Para eso era el kallim benigno el que le ayudaba por toda la existencia de la vida.
Cuando esos espíritus se pegan es difícil despegarlos, y así sea
el espíritu benigno o el maligno el que le acompaña, esto es por
toda la vida. Uno queda condenado a ser así, y por más que alguien le aconseje, es un mal que no tiene cura, ni siquiera con
los médicos, porque se le pega eternamente, hasta que se muere.
124
Kallim mendik es literalmente ‘kallim pegado’; significa tomado o poseído por
el kallim.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [229]
Por eso es tan riesgoso, por eso los padres tratan de evitar el
espíritu maligno al máximo posible, y buscan que uno sea acompañado por un espíritu benigno, para que le pueda hacer favores, el bien, por toda la vida. Eso preveían mucho en mi familia,
para que no sufriéramos el mal, sino el bien.
El tsilo
Los ritos familiares son de acuerdo a la familia y de acuerdo
al médico de confianza que la familia crea que alcanza a interpretar el mal y el bien. Porque no todos los médicos son lo mismo.
Unos alcanzan a interpretar el poder más que otros, según la
gradualidad de su sabiduría. Unos dan instrucciones de una manera y otros de otra, desde distintos ángulos.
En la familia nuestra siempre, desde tiempo atrás, hemos
tenido médicos guambianos, pero también hemos tenido médicos paeces. Entonces es una mezcla de dos sabidurías: la del
mundo guambiano y la de los paeces.
Nosotros tenemos lo que se llama el tsilo. Y ese tsilo, hasta
donde yo recuerdo lo que decían las abuelas, el originario es de
los paeces. Los guambianos también lo hemos tenido desde hace
muuucho tiempo e incluso hay quienes piensan que esta planta
es originaria de nuestra gente. Podría ser que ella haga parte de
las creencias y tradiciones de ambos pueblos y que ninguno de
los dos pueda reclamarla como de su tradición exclusiva. Sea
como sea, se trata de una planta muy importante en nuestra vida
y lo que tengo en mi memoria es que un paez, muy amigo de los
abuelos nuestros, la trajo y sembró con ciertas romerías, con
ofrendas, y dejó recomendando por toda la existencia de la vida,
que cada vez que nosotros sacrifiquemos un animal, ya sea una
res, un cerdo, una gallina, por pequeño que sea el animal sacrificado, hay que ofrecerle un poquito de sangre a ella, al tsilo, como símbolo de que ella es la que ha contribuido para que las
plantas o los animales estén bien, se levanten bien y produzcan.
El tsilo es como un espíritu o como una persona. Es una planta que vive afuera, pero se considera que es otra persona más, que
ayuda, que aporta. Entonces no debe estar excluida, porque en
una casa donde cocinan y comen todos no puede quedar alguien
[ 2 3 0 ] l a f u erz a d e l a g en t e
sin comida y por eso, si no se le ofrece, el tsilo se enoja. No se
puede alimentar solamente a la gente, sino que hay que brindarle
también al tsilo. Y ese brindis se hace con las primeras gotas de
sangre que empiezan a brotar de las venas del animal y, así
calientica, echando humo, se le brinda en un tarrito, en un tubito, o en cualquier cosa.
El tsilo, como los otros espíritus, siempre los buenos están a
la derecha. En este caso del tsilo, el médico ordena que debe sembrarse al lado izquierdo. Recomiendan buscar un lugar que no
sea muy trajinado por mucha gente, un lugar mas bien sólido,
seguro, donde pueda estar tranquilo, porque donde se transita
mucho pues se molesta la matica, se molesta a su espíritu. Además se recomienda que las mujeres no se aproximen mucho a la
mata, guardar cierta distancia, y de tocarle, moverla, sembrarla,
le corresponde es a un hombre mayor. Sin embargo, la planta que
hemos tenido la venía manejando mi abuela, una mujer, pero
porque el médico paez le ordenó a ella que sí podía manejarla
con cierta precaución. Así la tenía hasta que mi papá, cuando ya
se formó, se apropió de ella. La tenía sembrada lejos de la casa
porque, cuando quitaron las tierras en el plan, no tenía un lugar
cerca de la casa donde sembrarla.
Mi papá decía que no quería que ninguno llegara allí; de pronto pensaba que no íbamos a ser capaces de manejarla y por eso
no quería que nos aproximáramos, para que no se fuera a maltratar. A mi me hablaba de la planta sí, pero nunca me dijo dónde
se encontraba. Ya cuando estábamos desocupando todas las tierras allá, con la expulsión de los terratenientes, mi papá aún no
quería decir dónde estaba. Entonces yo, por las charlas que él me
dio, me pude dar cuenta por qué lado podía estar y me fui a buscarle. Entre el monte, entre la maleza, debajo de una piedra grande, allá estaba solito el tsilo. Mi papá, cada vez que podía, iba allá,
llevaba estiércol de ganado y abonaba. Pero estaba muy arruinadita, ya no encontré sino dos hebritas no más. Entonces yo, sin el
consentimiento de mi papá, la saqué de raíz y la traje con cierta
precaución, con un poco de miedo, pero me dije: esta mata no
puede seguir estando allí. Como tenía dos hebritas, la partí en dos:
una la sembré al lado de la casa de Jacinta y la otra la llevé para
Mondomo. Allá la tenemos, pero con esa misma precaución.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [231]
Cuando el médico paez, Belisario Campo, se dio cuenta, se
alegró mucho mucho de que nosotros teníamos esa planta. Él
no tenía miedo ni nada; antes él, no solamente curaba a los animales, sino que las hojitas las preparaba en agua y nos dio a
tomar. Que era una planta muy buena, que tenía mucha virtud, mucha sabiduría. Este médico se puso muy alegre y nos
recomendó que esa plantica nos podía seguir ayudando mucho para la salud de nosotros, para la finca, para todo. Por eso
ahí la tenemos.
El médico guambiano, hablando sobre el tsilo que nosotros
tenemos, decía que era una planta tan sabia, tan poderosa, tan
benéfica, que hay que mantenerla, que hay que cultivarla. Cultivarla no quiere decir solamente cultivar en la tierra, quitar la maleza, sino cultivarla con la ofrenda, con el refresco, que permanentemente se necesita. Eso es muy necesario; sin ello no es
posible.
Un día hablando con la mayora Jacinta, la hija de taita
Anselmo Muelas, me contaba sobre la influencia de esta planta
en la vida de la gente, en su salud, en su bienestar económico, y
sobre lo importante que es hacerle el refresco necesario para estar bien.
Cuando nos echaron del Warkatrapu trajimos las maticas y
sembramos allá arriba. Sembramos y acá como siempre es malo,
en tiempo de helada se acabó la matica de la suerte, el tsilo. Se secó.
La trajimos y se murió, se perdió.
La mata hay que estar refrescando. Mi papá sabía hacer el
refresco él mismo porque él siempre entendía, él sentía las señas,
él sabía y mascaba la coca y también sabía tener su agüita. Siempre hacía refresco a la mata.
Por eso cuando vivíamos allá en Trerosruktarau había comida
y había platica también. Teníamos ganado, tuvimos bienes, y era
por esta matica. Desde que se secó, el resto también se acabó. Ya al
final, cuando se acercaba la muerte a mi papá, todo se acabó y no
tuvo absolutamente nada y murió así sin nadita.
Los que tienen esta matica, así haya muerto la matica, hay que
seguir refrescando. Pero él yaaa no pudo, entonces se acabó todo.
El decía que eso es lo que me está arruinando. Me sabía estar
hablando.
[ 2 32 ] l a f u e rz a de l a g en te
Hace poco yo bajé al pueblo y encontré un médico de nombre
Juan, que vive allá en el lindero de los paeces […] Nos dijo que el
espíritu de la planta ahí está y que consiga unos dos médicos y
refrésquelo. Otro que vive allá en Anisrtrapu también me dijo igual.
Y un pariente mío, de nombre Joaquín, que vive en tierra caliente
[…] habló sobre la matica y dijo que la mata, así haya muerto, el
espíritu ahí está y brinca como picaflor.
Ese es el que atormenta. Cuando va atardeciendo siempre pasa
por encima de mi. El médico lo dijo así, que ese es el que llega allí
pringando. A eso me dijo que hay que refrescar, hay que venir con
un litro de aguardiente, con cigarrillo y no se qué más cosas rebuscar. Yo la siento y la veo. Yo como tengo mis maticas de cebolla
y ando limpiando, siempre en las tardes una cosita así negrita brinca, brinca y brinca.
Ese que es como el picaflor que anda brincando, ese es el que
me hace doler tanto la cabeza. Ese es el que me hace enfermar los
ojos. Eulogio me dijo que si usted no busca quien refresque, va a
quedar hasta ciega.
Uno de allá del Tranal que llama Joaquín Yalanda […] fue que
me dijo que ese es el espíritu del tsilo que estaba alcanzando, haciéndome enfermar, haciendo doler la cabeza […] Él es el que me
dijo que hay que hacer el refresco con alegre, maíz blanco, verdolaga. Dijo así Joaquín Yalanda.
Desde Warkatrapu se había dicho que eso era para que no le
faltara comida, dinero, ni animales. Dijeron que era una matica
compañera, con el nombre tsilo. Entonces mi papá trajo de allá, le
dio un poquito al hermano y esa fue la que estuvieron arrancando y quemando. Acá nosotros fue distinto. No fue la gente que
arrancó y quemó, sino que fue la helada que nos acabó.
Hace poco conseguimos unos ovejos y empezaron a llenarse
en la papada de agua y luego bajaba acá y de eso caían y se morían. Nos dijeron que era el espíritu del tsilo que estaba consumiendo, causándole daño. Mi Dios tan bueno, allá bajando en
medio de la montaña, un señor que llama Cruz Paja ha sabido
ser sabedor y además era gentecita nuestra. Entonces nosotros
fuimos allá a explicarle las cositas y este mayorcito nos escuchó
y nos dijo que es el espíritu del tsilo que está absorbiendo al espíritu de los ovejos. Este mayorcito nos dijo que ustedes tienen
que conseguir una jigrada de hojas de coca, de elementos, y es
muy necesario refrescar. Entonces hicimos eso y lo trajimos a él
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [233]
aquí […], refrescó, hizo muy bien todo, y quedó muy bien en ese
entonces.
Este médico nos hizo comprar una libra de carne, porque
como al espíritu del tsilo siempre le gusta absorber la sangre del
animal, entonces llevó la carne para poner allá abajo en el plan del
Cofre, para él. El finado trajo una carne de Totoró, la arregló bien
bueno y se la llevó para poner allá. Él la llevó y enterró allá.
Pero el espíritu siempre viene aquí donde fue sembrada la mata
y viene aquí a fatigarme […] Para irse, dijo que yo no estoy mintiendo, yo arreglé bien, de ahora en adelante sus ovejas no morirán, abundarán, prosperarán, y efectivamente fue así. Tuvo hijitos
buenos, levantaron, todo bien, y abundó. Hasta hace poco todavía tuvimos. Después otra vez se me volvió a acabar, y ahora me
quedé otra vez vacío. Ahora no puedo hacer nada.
Joaquín era quien siempre refrescaba con verdolaga […]
Cuando vino […] tuvo la jigrada de coca y lo demás, y esta mochila tenía especial para refrescar a este espíritu. Lo mismo las aguas
que preparaba para salpicárselas a él. Ese era el que siempre me
hacía doler la cabeza y lo salpicó y salpicó y salpicó. Él entendió
que éste era el que me estaba haciendo enfermar tanto, pero creo
que éste no hacía completo porque no pidió carne, ni sangre, ni
nada. Este salpicó, pero sin sangre, y eso creo que le faltó.
Fuera bueno hoy volver a tener el tsilo si tuviera quien estuviera refrescándole. Si no refrescamos va a ser igual.
El tsilo era matica de la suerte, que era tan buena para el ganado, para el dinero, para la comida. La plantica ayudaba tanto que
todo lo que sembraban había rendimiento. Si tiene ganadito no se
cae ni se muere, sino que antes reproduce y reproduce. Esta matica,
no se cada cuánto, pero hay que estar refrescando y refrescando.
Entonces es que no le falta mi Dios para que haya los bienes.
Mi papá trajo la matica de allá del Chimán y partió en dos, y
el uno sembró acá abajito en el plan, y el otro lo sembró allá arriba en la falda. Acá se acabó con la helada. Acá no fue que se secó
solo, ni que la arrancaron, ni quemaron, sino que se acabó. Pero
el espíritu anda todavía donde fue sembrado. Él anda. Como anda
el espíritu, ese es el que le alcanza.
El kallim, el pishimisak, el tsilo son muy relacionados con los
vivos para que siempre haya el bien y no el mal. Si el médico
alcanza a interpretar el tsilo y hace bien el refresco, entonces hay
[ 2 3 4 ] l a f u e rz a de l a g e n te
buenas cosechas, los animales están bien, dan cría cada año, hay
una producción permanente, no hay un fracaso económico, ni
hay una calamidad doméstica. Eso es lo que ha hecho el último
médico guambiano que trabaja con mi familia, porque él es
guambiano, pero ha alcanzado a conocer e interpretar bien el
gran valor que tiene el tsilo, el gran valor que tienen el kallim, el
pishimisak.
Como uno no es médico, él lo encomienda a uno, lo deja
recomendado. Cuando un médico se sienta con los valores, con
el don de la naturaleza y su poder mental, habla como si escuchara, como si viera a los espíritus en persona, y les recomienda:
“Usted tiene este deber, a usted le estoy ofreciendo esta ofrenda
para que nos vea a esta familia, a esta gente, a usted le estoy ofreciendo esta ofrenda para que nos vea todos los bienes que adquiera esta familia. Usted no los vaya a descuidar, usted tiene el
deber. Yo los estoy recomendando a usted. Yo estoy ofreciendo
en nombre de ellos”. Él conversa, recomienda, para que escuche
y haga el bien, y no deje prosperar el mal. No para el médico, sino
para la familia a la cual representa esa noche.
Uno no ve, ni escucha, porque uno no es médico, pero
él sí habla y deja recomendado, como si fueran dos personas, dos seres vivientes. Yo no siento ni lo más mínimo de
lo que siente un médico tradicional, pero uno escucha y ve
lo que él hace.
Ofrendas al kallim
Al kallim también hay que refrescarlo. Al kallim no nos han
enseñado a ofrecerle sangre, sino siempre el refresco, la verdolaga,
el alegre, tabaco, maíz blanco y aguardiente.
Hay lugares donde está el kallim en los cuales —no importa
que sea hombre o mujer— no se puede penetrar sin curarse, sin
refrescarse. Porque a uno también lo desmaya, se cae, y así como
mata al animal, así también puede matar a una persona. Por eso
recomendaban mucho no violentar sitios donde están estos personajes, no agredir groseramente penetrando allá. Uno se puede meter, pero siempre y cuando se refresque, buscando una forma amistosa con aquel personaje que vive en esas regiones, en
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la zona que es su tierra, que es su casa, que es su habitación.
Sin eso, pues algo pasa.
Se cree que todos los animales que hay como silvestres, el oso,
el león, el venado, el armadillo, los conejos, todos son animales
domésticos del kallim. Y así como uno estima la vaca, el caballo,
los perros, así el kallim estima los que son sus animales que viven allá. Por eso, para una cacería, la persona tiene que haberse
refrescado, haber consultado, haberle pedido permiso para poder cazar, para coger un animal silvestre del monte. Sin eso se
pierden los perros, o algo pasa.
Hay momentos en que uno va en un camino lejos, o que se
olvida, no lleva la verdolaga, o improvisadamente se le ofrece
viajar y va sin esa romería de la verdolaga. Entonces uno puede
limpiarse con agua, una agüita bien pura que encuentre en el
camino. Si no hay la verdolaga a la mano, si tampoco hay agua
limpia a la mano, en últimas también acepta una limpieza con
unos granitos de tierra. Pero no la tierra sobre la que uno va caminando, pisada de todos, pisoteada, sino una tierrita limpia del
lado del camino; se escarba y se busca y con esa tierra también
se limpia, y el kallim acepta. Uno se limpia el cuerpo para poder
penetrar allá, en el sitio donde está el kallim, y él acepta que es
un refresco. Estos espíritus aceptan esas tres cosas. Entonces no
le pasa nada a uno.
Pero si no se hacen estos refrescos, se corre el riesgo de que
el kallim se enoje y de pronto le pase algo a uno. Porque el kallim
lo priva, lo tumba a uno, y muchos se mueren, caen en mala parte
y se mueren. Algunos dicen que les pega, les manda pedradas,
pedazos de palo, que es tan fuerte, tiene tanto poder, que con eso
mata a una persona, o a los animales.
Entonces, son cositas que no tienen ningún costo, pero que hay
que tener presentes en todo momento en esos sitios. Y simplemente tener fe, curarse, y así no se tiene ningún problema. Porque el kallim, el pishimisak, tiene mucha fuerza, mucho poder.
El Takpipisu y el kallim
Allá donde nosotros vivimos hay un sitio donde permanentemente está el kallim. Es su casa, es su tierra, donde ha existido
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por miles de años: es el Takpipisu. Esta laguna se encuentra en la
cabecera del Gran Chimán, donde aún hay lotes de bosques y
grandes montañas con rocas y cuevas. Al sur está el Cerro Cresta de Gallo, al norte el Matsorektun o Cerro de los Jóvenes y la
laguna Maweipisu, y entre el Takpipisu y Cresta de Gallo se encuentra Wikyakullupi o quebrada El Molino.
El Pisuchak, que es el plan donde se encuentra la laguna, ha
sufrido el deterioro de la naturaleza por nuestro mal manejo,
porque como nos quitaron todas las tierras planas, para nuestra
supervivencia hemos talado estos lugares para criar ganado, aunque las tierras no son aptas para el uso agropecuario debido a la
altura, pues están en pleno páramo. Solamente en estos últimos
años hemos dejado que se convierta en montaña nuevamente, y
es tal vez por eso que ha vuelto a venir el oso a estas tierras.
Cuando yo fui niño vi que mi abuela Rufina, que ya era muy
mayora, vivía por ahí. Tenía una casita, un trabajadero, abajito
del Takpipisu y allí dormía, trabajando durante el día. Así fuera
muy tarde, ella pasaba al trabajo y, cuando no dormía ahí, también
muy tarde de la noche bajaba. Tenía un lotecito de cebolla,
cultivaba la papa y sembraba ulluco siempre ahí.
Mi papá y mis abuelas insistían mucho en que allí existe el
kallim. Mi papá siempre nos recomendaba que como allí existían los dos kallimes: el maligno y el benigno, que siempre para
subir allá hay que hacer cualquier romería, una curación, una
ofrenda. Así vaya uno en descuido, tiene que acordarse en el
camino.
Cuando uno tiene animales en esa zona, al entrar tiene que
curar para que el kallim acepte que los animales estén en su tierra, en su casa. Para que acepte, hay que hacer la ofrenda, refrescar, para que entren bien. Y cuando los va a sacar hay que hacer
de igual manera, hay que refrescar. Si va y los saca así no más,
algo les pasa a esos animales en el camino, o en la noche en cualquier parte donde los deje.
El kallim tiene fuerza; hace morir a los animales, los esconde.
Cuando el kallim esconde un animal, lo mete en la montaña, por
allá en la profunda selva, en medio de las raíces, de las horquetas, en unos palos. Si los tiene vivos, es muy difícil sacarles, y así
usted pase por un lado, se hacen invisibles, uno no se percata,
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [237]
El kallim mata a los animales si no se hace el refresco.
los esconde; no ve usted ni rastro, ni huella, nada. A uno como
que le tapa la luz. Y si está muerto, de igual manera; no lo hace
aparecer ante la gente mientras no refresquen. Pero si uno refresca, si está muerto se deja ver, si está vivo también.
Los mayores siempre insistían en esto. Yo mismo he visto que
el kallim existe, porque mata a los animales. Pero muchas veces
la gente, como no ve, no cree.
Me acuerdo mucho que hubo un intermedio en que muchos
decían que el kallim no existía, y nosotros una vez no curamos.
Y entonces a una linda vaca de mi papá la mató el kallim. Es increíble. Una vaca que pesaba unas 20 arrobas, que para una o dos
personas sería imposible tumbarla, el kallim la tumbó con el
pecho para arriba, con las patas para arriba, con los cuernos bien
enterrados en la tierra, los que llaman los garrones los dejó bieeen
engarzados en unos palos, la cola bien amarrada en unas ramas.
Les coloca así, listo como para degollar, de manera que uno no
tiene sino que llegar y rajar. ¡Muerto! ¡Lo mata! Para que uno
sienta que tiene poder, mata el mejor animal. La mejor vaca de
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mi papá, una linda vaca, la que más queríamos… la mató. A mi
me tocó ver y a mi me tocó degollar, y alzar la carne.
Pero antes de tocar todo tuve que curar, tuvimos que refrescar con tabaco, cigarrillo, así cositas para alegrarlo primero a él.
Por no haber refrescado a tiempo a nosotros nos pasó así. Por
eso yo se que hay un personaje que vive ahí, y por eso uno no
puede hacer lo que quiera, sino que hay que respetarlo.
Esta tierra del Takpipisuchak siempre ha sido de nosotros
desde los tiempos inmemoriales y yo la quiero mucho. Era un
sitio sagrado, pero en algunas ocasiones de emergencia lo usaban como guardadero. En las guerras civiles, contaba la abuela
Gertrudis, cuando las tropas bajaban o subían, arrasaban con lo
que encontraban: animales, cultivos, todo. Decían que para evitar eso, la gente hacía un hueco en la tierra y a las gallinas, a las
aves, las guardaban debajo de la tierra mientras pasaban; pero
al ganado no podían hacerle eso. Entonces, rápidamente, en todo
el proceso de la guerra, subían allá y, como es un alto, una hondonada bien fría que la gente forastera no sabe que existe, era un
lugar propicio para guardarlo. Ahí no hay pasto bueno, pasto artificial no se produce porque es sabana, porque es frío, pero ahí
come maleza, ahí come ese pasto del páramo, y ahí subsistía el
ganado. Cuando paraba la guerra lo sacaban vuelta. Entonces defendían a los animales en ese sitio. Tenían varios lotes, no sólo
de nosotros la familia Muelas, sino también de los Tunubalases,
los Pajas, y ellos también guardaban allá.
Cuando vino la reforma agraria, cuando los terrajeros lucharon y ganaron unas tierras, tocó que dejar esos lotes y aceptar el
cambio con las tierras que adquirió la reforma agraria. Entonces los lotes pequeños que tenían los Pajas, los Tunubalases y
otros, quedaron en manos del terrateniente. Para nosotros esas
tierras eran muy importantes y no podíamos perderlas. Ya nos
iban a sacar, ya estábamos a punto de perderlas definitivamente. Yo y mis hermanos ya estábamos peleados con los blancos,
pero mi papá todavía tenía relación y entonces acordamos con
él proponerle compra al terrateniente, para no tener que salirnos. No había otra manera. El terrateniente a mi papá le contestó
con mala gana: “¿Cuánta plata tiene?”. Mi papá dijo que plata no
tenemos, pero que la iba a conseguir. El pidió una equis plata y
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dijo que si me da eso la vendo, y si no no la vendo. Nosotros lo
que queríamos era comprar a cualquier precio, porque era demasiado importante para nosotros, así que endeudándonos o no
se cómo, hicimos la plata y compramos. Solamente así pudimos
legalizar con título, como propiedad privada, esa tierra que fue
de nosotros. Entonces sentimos que aseguramos la tierra. Cuando la recibimos, yo, mi papá y todos, estuvimos muy contentos.
Había todavía vestigios, unas chocitas que dejó mi tío Rafael, y
ahí nos metimos y ahí estuvimos largo tiempo trabajando y viviendo, hasta que construimos el rancho.
Como allá es en un alto, estamos hablando de casi cuatro mil
metros, y además de abajo del camino, del plan, no se distingue,
parece que no existiera esa hondonada del Pisuchak; se ven simplemente unas cuchillas, unos morros, unas rocas altas. Entonces el terrateniente, que fue dueño de eso 20 o 30 años, no sabía
que existía. Cuando ya negoció con mi papá, ya dimos una parte de plata como pisándole el negocio, un mayordomo que llamaba Cruz Bravo fue por primera vez a rodear y encontró ese
Pisuchak. Ahí mismo trajo la noticia al terrateniente Francisco
Morales, que “¡Ay! encontré una tierra plana que estaba allá escondida en un hueco, una llanura inmensa”. Entonces el terrateniente dijo: “¡Hombre! yo no conozco eso y le regalé a Bautista”. Y a mi papá le dijo: “Yo le di eso tan barato, pero ya qué vamos
a hacer. Me dijo Cruz Bravo que había harta tierra, que yo ni la
conozco”. Pero que le respetaba porque ya había un negocio de
por medio. ¡Ya casi tenía ganas de echarse atrás! Él nunca subía,
ni el mayordomo; solamente los indígenas que nos gusta y sabemos y estimulamos y la queremos somos los que subimos,
caminamos y llegamos allá, pero la gente blanca, por lo menos
el dueño, que no iba sino hasta donde llegaba el caballo y de ahí
para allá no daba un paso… Ni el mayordomo sabía de la existencia de este Pisuchak.
El kallim y mi hermana Jacinta
En mi casa no todas las veces han sido cautelosos de subir a
la montaña habiendo cumplido con los ritos o refrescados. Muchas veces se descuidan y van sin esa prevención.
[ 2 4 0 ] l a f u e rz a de l a g e n te
Por eso, hace mucho tiempo, a mi hermana Jacinta se le
pegó ese kallim como unas dos o tres veces en la montaña, y
después le seguía con frecuencia, quedaba sufriendo de eso. El
kallim priva, desmaya, hace caer a la persona, la persona se pone
como loca a gritar, a llorar, a hablar cosas sin sentido. Y eso le
pasaba a Jacinta. Cuando le dio por primera vez, la tuvieron que
bajar cargada de la montaña, y así duró como unas tres horas;
luego volvió otra vez en sí, pero ya descolorida, desanimada,
con la salud muy regular, hasta que volvió lentamente a la normalidad.
Mi mamá, junto con la tía Teresa, hermana suya, siempre buscaban médico para lograr que este kallim se separara de ella y
la dejara como una persona normal. Pero cuando se pega un
kallim de esos, si no es de por vida, demora mucho tiempo,
hasta que se consiga un buen médico que sepa y que entienda,
interprete y logre convencer al kallim para que se separe de la
persona. Mientras no se separe, mientras no se aleje de la persona, sigue dándole ese malestar, causándole ese daño.
Hasta cierta época siempre le daba con frecuencia, pero finalmente creo que tuvo efecto el trabajo del médico y logró separarlo. Nos duró muchos años con eso. Ahora cuando va a la
montaña, donde está el kallim, cuando va acercándose, interpreta
y dice: “¡Ah! el kallim está enojándose, está bravo. Hay que curar, hay que echar el agua”. El agua o la tierra, o el refresco. Entonces ya se va amistiando, ya puede llegar allá, pero curada con
el refresco. Ya el kallim se porta bien, ya no causa ningún daño.
Pero si siente que está bravo el kallim, que está enojado, y no hace
nada, pues de pronto vuelve y le da. Por eso ella es muy respetuosa del kallim.
Jacinta dice que fue un día por la montaña y que fácilmente
se desvió del camino, que perdió el camino. No supo si era para
abajo, para arriba, a través de la pendiente… ¡perdió el camino
totalmente! Buscaron ese camino, pero hasta que no curaron,
hasta que no hicieron el refresco con el agua, con la tierrita, el
kallim no los sacó de esa oscuridad.
El camino no es que esté lejos, el camino ahí está; pero lo
tapa, le pone a uno como unas vendas, no lo deja ver. Pero en el
momento que hace la curación, el refresco, la agüita, la tierrita,
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entonces como que quita la venda. ¡Ah! otra vez encuentra el
camino. No a todo el mundo le pasa eso; a mi nunca me ha pasado.
Kueikmantsik
Contaban los mayores que los religiosos decían que el cielo
era casa de Dios y el infierno la casa del kueikmantsik. Entonces
la gente creía que, como el Volcán de Puracé produce llamas, esa
era la casa del kueikmantsik, y decían que era la casa donde lo
queman a uno, y chisteaban y entre ellos decían: “Allá irás a estar, a dar cuenta de lo que hacés aquí”.
Maweipisu, la Laguna del Abejorro, está en un sector aislado, como guardado. Es una laguna muy especial. En una sequía
de siete años, cuando hasta el canal del río Piendamó se secó tanto que ya se estaba arborizando, esta laguna no se secó y un sabio guambiano trajo un poco de agua de ahí y, con todos sus
conocimientos, la sembró en el punto que ahora llaman La Banqueta, y se hizo una fuente de agua que todavía existe. Los mayores decían que entre el Maweipisu, el Matsorektun o Cerro de
los Jóvenes y el Takpipisu están los sitios donde el kueikmantsik
había empezado a construir su casa. Si la hubiera construido ahí
habría sido un gran tormento para la gente. Por eso el sabio
Manuel José Paja de ese entonces curó para su expulsión definitiva. Los Pacho Paja, Abelino Paja y otros Pajas de hoy son los
descendientes de ese sabio.
Pero como el Puracé a veces amanece con hielo, blanqueado, la gente lo denominaba la casa blanca, y algunos decían que
un misionero cogió al kueikmantsik, lo amarró y lo llevó a Puracé,
lo dejó ahí, y de castigo le dio una escoba,
¡para que se mantuviera barriendo el nevado y barriendo el
nevado y barriendo el nevado! Al kueikmansik así puso el castigo
el misionero. Entonces barría y barría y daba vueltas y vueltas, y
la nieve se venía cayendo y cayendo y, como era permanente,
nuuunca pudo terminar de barrer.
(Luis)
[ 2 4 2 ] l a f u erz a d e l a g en te
En todo caso, las construcciones que hay ahí se considera que
quedaron iniciadas. Las rocas que están en lo que llaman
Matsorektun son consideradas como pilares, así como lo que baja
del Takpipisu, el canal por donde corre el agua, que es como pavimentado, bien lisito y bonito. Todo esto se considera que kueikmantsik lo construyó para vivir. Como el sabio lo expulsó, se fue
el kueikmantsik; nadie sabe para dónde, ni en qué tiempo fue eso.
Del punto donde está Takpipisu, el agua baja subterránea
como por un canal, no por encima de la tierra. Si uno pone el
oído se escucha el ruido del agua y, además, hay huecos. Estos
canales han sido la casa del kueikmantsik, porque aunque el
kueikmantsik mayor fue expulsado, han quedado los segundos
que son el kallim benigno y el maligno. Por eso los mayores consideran que no todo mundo debe ir allá, que especialmente los
niños no se deben llevar porque son los más delicados para este
caso. Y de todas maneras, para ir allá siempre hay que refrescar,
curar.
Hasta hace poco mi papá, ya siendo yo adulto, me recomendaba que hay unos huecos, como unas cuevas en la roca, a los
que uno no debe irse a asomar jamás. Para ir a dar vueltas allá,
cuando uno tiene tres o cuatro animales, hay que ir refrescado, y el día que toca sacarlos también hay que refrescar en la
puerta y dejar la verdolaga del refresco en la salida. Si no se hace
esto, el kallim se lo cobra y mata a los animales, porque si estos
han estado dos o tres meses ahí, el kallim ya los considera como
suyos.
Todas estas cosas las va uno aprendiendo mientras crece en
ese medio. Cada vez que llega un médico y saca a todos los niños, o a todos los habitantes de una familia allá afuera en el sitio
donde se sienta, donde va a hacer la ofrenda, el sitio de curación,
allí da toda una instrucción. Esas instrucciones tienen que mantenerse en la memoria de los papás y se las van transmitiendo a
los niños, a los jóvenes, a los que están levantándose. Entonces
uno aprende todos estos saberes, estas enseñanzas, en ese ciclo
de la vivencia, en el transcurso del tiempo, de los años. Si es para
ser médico, de pronto en esa vivencia aprende a ser médico,
sentidor. Si es que no, pues no, pero en esa vivencia tiene que
acudir a un médico que uno crea que pueda curar.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [243]
Cerrando el ciclo
La vida del misak termina con rituales que ayudan a que la
persona muerta cierre bien su ciclo y a que sus familiares puedan seguir viviendo sin verse afectados por su espíritu. Ya ha
pasado tanto tiempo, tantos años, que mucha tradición de los
guambianos ha desaparecido. Pero desde siempre, desde que fui
niño, yo he visto a los médicos realizando estos rituales. También cuando mi mamá murió acudimos a un médico guambiano en quien confiamos y creemos que sabe y alcanza a hacer lo que se necesita, lo que se requiere. En realidad, casi en
todo el último mes de la vida de ella llamamos al médico tradicional. Estuvo en la casa, asistió, y también lo hizo después
de la muerte.
Según el mundo guambiano, cuando una persona muere
queda su espíritu andando dentro de la casa, en contorno de la
casa, en las cosas, en los utensilios, en los implementos que tiene en la casa; allí está el espíritu. Y por más que uno ame a una
persona, el espíritu del muerto no puede estar entre los vivos. Por
eso, sin hacerle mal a ese espíritu, hay que separarlo de los vivos
y darle un lugar.
Así como los vivos tienen su casa, donde todo el tiempo
trabajan, viven, el espíritu del ya fallecido también debe tener un
lugar. El cuerpo se sabe que está en el cementerio, en la tumba.
Entonces el médico lo separa de la casa, lo separa de las personas vivas y lo deja en un lugarcito. No lo expulsan, ni lo maltratan, sino que le buscan su espacio.
Se considera que el espíritu de un muerto no puede estar
en m edio de los vivos porque a los niños la sombra del espíritu
—que lo llaman la sombra, porque aparenta una sombra— puede causarles daño, se pueden enfermar, o pasarles algo. Los niños se asustan.
Para evitar eso, a los cuatro días de la muerte, en ese plazo,
se buscan plantas de remedio, y el médico se sienta una noche a
trabajar, limpiándolos, refrescándolos. Y busca al espíritu del
fallecido y lo deja en su sitio, recomendándole que acompañe sin
hacer daño, sin hacer mal, pero que siempre este mirando desde
allí. Entonces lo que se hace es una separación definitiva entre
[ 2 4 4 ] l a f u erz a de l a g e n te
el espíritu de los vivos y de los muertos. Y eso fue lo que se hizo
cuando mi mamá murió.
Nosotros no sabemos dónde nos colocó el espíritu de ella. Sólo
sabemos que fue en un sitio fuera de la casa, para que esté allá.
En el caso de mi familia siempre el médico ha buscado del
lado del Gran Chimán el sitio de los muertos: el cuerpo en el
cementerio, el espíritu en Kaluskutsintun. Por eso es lugar sagrado y no puede ir nadie porque allá está el treromusik, el espíritu.
Cuando tienen mucho temor, los médicos siempre lo marcan ahí,
siempre lo aíslan y allá lo señalan. Con plantas de remedio, con
chonta, lo sacan de la casa. Allí botan junto la ropa o las camas
de los difuntos. No todo sino parte, lo que la familia crea que no
puede utilizar. Y allí, junto a esos implementos, señalan también
al espíritu para que esté allá. Kaluskutsintun es cerca. Pero hoy
está ya violado, han incendiado, han hecho muchas cosas.
La primera vez en mi vida que yo recuerdo haber visto un
cadáver fue en la casa de la abuela Rufina, cuando murió Jacinta
Trochez, la esposa de Vicente Hurtado, mi tío. Como a los 15 días
murió Cruz Calambás, hermano de la abuela Rufina, hijo de Juan
Calambás. Para esos dos muertos trajeron médicos. Ambos fueron bajados y enterrados en Silvia, pero sus cosas las llevaron a
botar allá en el Kaluskutsintun. Llegaban los médicos y, en el
momento de bajar el cadáver para enterrarlo, hacían cargar todos los enseres de los muertos a un mayor o a alguno de la casa.
Los cueros, la ropita y todo lo que consideraban que era de botar, lo botaban allí en ese sector, en ese sitio, en el Kaluskutsintun.
Bajaban y estas cosas siempre iban adelante del cadáver, adelante de la gente, y antes de bajar al pueblo, ahí las dejaban. El médico ordenaba que dejaran ahí las cosas. El cuerpo lo llevaban a
enterrar en el cementerio católico.
Después, a los cuatro días, ya cuando hacen la limpieza, he
visto al médico con la chonta, con el bastón; lo pone en la mitad
de la sala y lo orienta también hacia allá, diciendo que el espíritu tiene que ir a estar allá en su lugar.
Para eso es que se limpia, para que el treromusik, el espíritu
del muerto que viene de allá de las cosas botadas, no esté perturbando en la casa. Según ellos, al no hacer eso, queda el espíritu
en la casa convertido como en una mariposa grande que se mete
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [245]
por ahí, que se está por ahí. Entonces hay que ahuyentarlo con
la medicina. El espíritu convertido en mariposa es el que puede
causarle daño a los niños, a los adultos. Pero no solamente es la
mariposita esa, sino que afuera también anda y espanta; aparece una sombra. Entonces para evitar eso el musikoropik, el médico, saca el espíritu de la casa y lo manda a ese lugar donde siempre debe estar. Él con su coca, con su aguardiente, con los demás
implementos que necesita, desde ese entonces lo llamaban para
ahuyentar al espíritu, para que la mariposa no esté en la casa y
allá afuera no aparezca la sombra. Dicen que unas veces le toca
a uno el cuerpo y le asusta, y otras que aparenta ser una candileja, como una bombilla que alumbra.
Desde ese entonces recuerdo a esos dos personajes que murieron. Pero después también, cuando murieron mis hermanos
Manuel y Samuel, y Jacinta, una prima, no importaba que fueran niños, y muchos muertos que ha habido por allí, no solamente de la casa sino otros, los vecinos, siempre se hacían los mismos rituales. En los años 60, cuando murió mi abuela Gertrudis,
recuerdo que mi papá buscó al médico para hacer el mismo rito.
Se llamaba Pascual Tombé. Él vino allí a la casa, hizo traer muchas cosas, yerbas, y con eso trabajaba toda la noche; recuerdo
tanto que en la mitad de la sala clavaba la chonta y de allí, en el
momento preciso, cuando ya al espíritu lo tenía allí, lo espantaba con tierra y todo, lo apuntaba allá y soplaba para que se saliera de esa casa y fuera a estar en su lugar. Y ese lugar lo señalaba
allá, con la chonta, con la droga, al hacer la palanca y tirar con
tierra y todo. Inmediatamente soplaba. Y tenía un ayudante,
como un auxiliar, que también hacía lo mismo, para que el espíritu saliera.
Yo en lo que he visto, casi todos todos han hecho así, y todos
han apuntado hacia allá, al Kaluskutsintun, y todos botaban allí.
Por eso creo yo que ese era, no se desde cuándo, el lugar donde
siempre botaban. Ya dejaron de botar porque ya el lugar fue violado de muchas maneras. No se el resto de los guambianos de la
Comunidad cuál es la filosofía. Yo estoy hablando de nuestra
gente, al entorno mío.
Dicen que el kansro es el espacio y tiempo de los muertos. No
hay un lugar específico donde haya una casa ni nada de eso, sino
[ 2 4 6 ] l a f u erz a de l a g e n te
que es en este mundo mismo, ahí en la tierra, pero como en otro
plano separado, como otro nivel, donde el espíritu puede estar
deambulando, sin necesidad de estar en un solo lugar. “El kansro
es aquí mismo y no lo vemos”, dice Jacinta, “pues sólo nos comunicamos con él en sueños”, agrega Bárbara. El Kaluskutsintun
es el lugar específico y al entorno suyo debe estar el espíritu; no
amarrado.
A mi mamá yo considero que simplemente nos la ha aislado
de la casa y de las personas un poquitico nada más. Me parece
que para nosotros el médico ha hecho un trabajo muy especial
al espíritu de mi mamá. No nos la ha expulsado ni ha buscado
donde tenerla amarrada ni nada de eso, no creo que esté ni en el
cementerio, ni tampoco en el Kaluskutsintun, sino simplemente
nos la ha alejado un poquito nada más; pero ella puede andar,
puede estar en contorno a la familia, en contorno de la casa,
mirando, sin aparecer, sin aparentar esa sombra ante los ojos de
nadie —ni de los niños, ni de los mayores—, pero está en medio de nosotros, sin causarle daño a ninguno. Lo importante es
que nadie vea la sombra porque se asusta.
Lo de mi mamá no lo hemos botado allá en el Kaluskutsintun,
pero sí había cosas que ya eran inservibles, que de todas maneras había que sacarlas de la casa. Son cositas que no se pueden
usar, muchas cositas que guardaba mi mamá. Como ella era toda
una tejedora de tiempo completo, entonces tenía los hilitos, la
lana, los merinos, las puchicangas, los volantes. Como no sabía
leer, para ella todo papel era de suma importancia. Decía: “Éste
puede ser bueno. Ustedes le han botado, ustedes han descuidado y algún día les hará falta”. Entonces ella lo recogía y lo
guardaba. Bárbara estuvo rebrujando todo eso a ver qué podía
conservar y qué no; estuvo en esa selección. Lo que no servía
lo botó.
A mi mamá, lo primero que pensamos fue en enterrarla con
su propia ropa, con su propia indumentaria. La vestimos de
novia, con sombrero guambiano y todo. Como se cree que después de la muerte hay un largo viaje, el espíritu necesita también
absorber algún alimento por el camino, y tomar algo porque le
da sed. Entonces para la sed le pusimos chicha en una totumita.
También quisimos que fuera llevando algo de comer, la mochila,
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [247]
la puchicanga, el hilo, el volante. Eso lo hicimos porque a ella
nuuunca en la vida le faltaba; ¡ella era muy cautelosa! Toda la vida
en su mochila cargaba un cabito de vela y el fósforo para la candela, las agujas de coser, de hacer remiendo, de tejer, los hilos;
como buena tejedora era muy guardosa para tejer los anacos, las
ruanas, las mochilas. Entonces, como sin esos implementos no
era vida para ella, pensamos que en su largo camino, en su viaje,
en una segunda etapa de vida, en esa vida posterior a esto, también los necesitaba para que fuera satisfecha, también debía llevar estos implementos para que de pronto no le fueran a faltar
cositas allá, por un descuido de nosotros. ¡Ella necesitaba tanto
estas cosas!
En el mundo guambiano creemos en la ofrenda anual. De
una ofrenda a la próxima, para nosotros es un año y para el espíritu del muerto es un día, pero es un largo día de 365 días, es
una correría larga, y por eso es importante que tenga algo en ese
largo día. Necesita llevar algo que comer, alguna cosita como de
absorber, para que no le falte hasta que regrese. Es un año que
anda, un día de ellos, en el que no viene entre nosotros. Cuando
regresa se le brinda la ofrenda, los alimentos, para que pueda
disfrutar, acompañarle.
En este mundo nací, en él crecí, me desarrollé, me formé y a
él me sigo conformando. Cuando salí a la Constituyente y después al Senado, los médicos de la familia me refrescaron para
que me fuera bien. También los mamos koguis y arhuacos de
la Sierra Nevada me han hecho rituales de protección y me han
amarrado a la Sierra para que me vaya bien. Al terminar mis
labores he regresado a mi tierra, a mi pueblo, al seno de mi
gente, porque la creencia guambiana es que uno es como una
madeja de hilo cuyo origen siempre esta ahí donde se nace
—por eso los guambianos reclaman tanto que aquí está enterrado mi ombligo—, y cuando uno sale ese hilo se desenrolla
y desenrolla sin fin, pero cuando ya termina la obra que está
haciendo por fuera de la Comunidad el hilo lo recoge y lo recoge y lo recoge hasta volver a llegar. Entonces, cuando uno tiene esa identidad, cree y es firme en su pensamiento, no deja cortar el hilo, el cual lo vuelve a enrollar hasta su centro espiritual
que está en Guambía.
[ 2 4 8 ] l a f u erz a de l a g en te
Las personas que rodearon
el contorno de mi vida
Mientras crecía, las personas que tuvieron
mayor influencia en mi formación fueron mis padres, mis
abuelas, mis tíos, y también los capitanes guambianos y el
médico paez Belisario Campo.
Mi mamá fue la persona más importante de mi niñez y
juventud, y ella estuvo presente en todos y cada uno de los
momentos que me marcaron. Hasta el último día de su vida,
ya en su lecho de muerte, ella estuvo allí para apoyarme y darme su amor.
Pero también tengo un fuerte recuerdo de mis abuelas Gertrudis y Rufina, las dos abuelas de parte de padre y de madre.
Porque yo siempre, permanentemente, estaba en el fogón al lado
de ellas.
La abuela Rufina (Calambás, viuda de Francisco Hurtado),
la mamá de mi mamá, estaba permanentemente en la casa. Pero
ella siempre salía a unos trabajaderos lejos y me invitaba, y todo
a lo largo del camino conversaba con nosotros, nos daba muchas
instrucciones en el campo agrícola, pecuario, sobre cómo se cultiva, cómo se siembra una mata, cómo se mantiene un animal,
y qué hacer con los cultivos, qué hacer con la producción. Creo
que fue una gran enseñanza.
Yo me acuerdo que decía: “Cuando se siembra una mata, se
siembra para que prenda”. Y para que prenda había que aprender a sembrar bien. De ahí, nos enseñaba a mantener el cultivo
y a manejar bien la producción. Eso era permanente, todo a lo
largo del camino.
A veces uno se sentía azarado; parecía que era mucha la
conversa, porque era larga. Pero hoy uno se pone a recordar, he
grabado en la memoria. A mi me decía: “Usted es un hombre,
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [249]
usted va a reemplazar a su papá y tiene que empezar a trabajar,
a hacer cosas para que pueda ayudar a levantar a los hermanos
menores”. Para eso eran las instrucciones que nos daba.
Ella siempre nos decía: “Usted es un hombrecito, usted no
debe crecer con vicios”. Insistía mucho en que el producto de los
trabajos que hacía uno no debía malgastarse, que con eso no solamente sufría uno, sino que hacía sufrir a la familia. “Cuando haya
productos de los cultivos hay que aprender a manejarlos bien”,
decía. Me recomendaba eso para los de vender. Pero que también había que seleccionar la semilla y dejar para la casa; que así
era como debía aprender.
Con mucha frecuencia estábamos allá, donde lo de la abuela
Rufina. Tenían dos casas y nos manteníamos entre las dos casas
permanentemente. Había por ahí un kilómetro de casa a casa.
En Oskowampik, el sitio que hoy llaman San Pedro, vivían: abajo tenía una casa que llamaban ‘la casa grande’, donde estaba el
fogón y la sala para atender a la gente, y la otra era una casa pequeña, la ‘casa de llave’, un lugar seguro para guardar los vestidos y las cosas de valor.
La otra era la abuela Gertrudis Muelas. Ella estaba muy permanentemente en la casa, de la casa al cultivo de cebolla, y al
chorro a traer agua, a traer la leña, estaba con los ovejos, tenía
las vaquitas.
Ellos eran de una descendencia de peleadores de la tierra.
Tenían problemas con los blancos, con los terratenientes, pero a
la vez mantenían relaciones con los patrones.
La abuela manejaba bien el castellano porque Pedro Muelas,
su papá, la sacó a Silvia de sirvienta de mestizos y allí aprendió.
Ella no tuvo esposo, pero tuvo dos hijos: mi papá que se llamaba
Juan Bautista y la hermana que se llamaba Antonia.
La abuela Gertrudis tenía otra forma de hablar. También le
enseñaba a uno cómo cultivar, cómo mantener los animales; pero
además tenía otro sistema de charla, otro pensamiento que era
muy distinto y que también nos ha servido mucho. Nos daba
muchas instrucciones de cómo defenderse frente a la autoridad.
Decía que nunca debíamos decir dos cosas, que teníamos que ser
de una sola pieza y cuando dijéramos sí, es sí, y cuando dijéramos
no, es no. Decía que no debíamos hoy decir sí y mañana decir
[ 2 5 0 ] l a f u erz a d e l a g en te
Mi mamá fue la persona más importante de mi niñez y juventud, y ella estuvo presente
en todos y cada uno de los momentos que me marcaron, hasta el último día de su vida.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [251]
no, porque allí era la caída de una persona. Y que quedar mal
ante la autoridad era lo peor de la vida.
En ese entonces hablaban de jueces blancos y jueces indígenas, que eran los cabildos. Entonces la abuela nos decía: “Cuando un juez lo indague, cuando un juez haga preguntas, siempre tiene que decir una sola cosa. Cuando usted haya visto algo,
diga lo vi, cuando no, pues diga no”. Sobre eso eran charlas
permanentes.
Uno los oía que hablaban mucho de la vida, de cómo empezaron a quitar las tierras, de cómo les tocaba ir a pie hasta Popayán, cargados; hablaban mucho de sus parientes Carlos y Luciano Muelas, y de cómo venían a Bogotá. Eran unas charlas
permanentes al lado del fogón.
Muchas veces eran unas charlas tristes porque decían: “Hoy
estamos aquí sin tierra, nos han quitado las tierras, no tenemos
qué comer; antes tuvimos mucha comida, nos sobraba comida,
porque había tierra y había animales”. Decían que hacían buenos cultivos, que no les faltaba el maíz —que era la comida básica permanente—, que desde que haya maíz, vaca de leche y
ovejos para el vestido, con eso era suficiente para defenderse en
la vida, pero que sin esos elementos era difícil la vida. Hacían
mucho comentario de eso. Y uno siempre sentado ahí escuchando, permanentemente, casi a diario. Repetían y repetían de una
manera y de otra, y reiteradamente escuchaba eso.
Yo ponía cuidado a lo que decía mi abuelita Rufina y también la abuela Gertrudis. Ellas hablaban en dos maneras, dos lenguajes. La abuela Rufina hablaba muy bien, que es difícil hoy
encontrar una persona como ella, que de orientación a la gente.
Del lado suyo, que me enseñó a cultivar, que me enseñó a la formación de la persona, considero muy buenas las enseñanzas. Del
lado de la abuela Gertrudis, que era gente peleadora y por ser así
sufrieron las consecuencias del desalojo por parte de los terratenientes, nos enseñó a pelear, y también considero que nos dio
unas instrucciones muy buenas. Yo he escuchado estos dos consejos, y con base en eso parece que he venido desarrollando.
Con nosotros vivía también una hermana de la abuela
Gertrudis que se llamaba Teresa. Era una abuelita que venía
siempre a estar allí, pero tenía otra casita detrás de la casa de
[ 2 5 2 ] l a f u erz a d e l a g e n te
nosotros, un ranchito, y ella vivía allá. Cuando de pronto un
día… se murió ella.
Recuerdo mucho su muerte. Trajeron a la casa grande el
cadáver y allí llegó gente. Ella no tenía hijos, era soltera, vivió
siempre sola y así murió.
La abuela Rufina murió de frío
Fue en 1951. A mi papá le gustaba mandarlo a uno a hacer los
mandados extra rápido. Él tenía una voz de mando fuerte y cuando lo mandaba a uno a hacer algo decía: “Pero ¡vuélate! Patas a
la nuca”. Ese era el dicho de él. Entonces uno estaba acostumbrado así y cuando mi papá lo mandaba, uno ya sabía cómo había
que ir, no necesitaba que le repitiera.
Así que un domingo tarde estuvieron allí descansando, en
Mondomo, conversando en la casa, y mi papá había visto que
venían unos tipos abajo en la finca, por allá por la orilla. “Quién
sabe quiénes serán. Lorencito vaya asómese a ver quiénes son”,
dijo.
Como yo sabía que “vaya asómese” quería decir vaya rápido,
me fui corriendo. Yo no la vi, pero de pronto, de esa carrera mía,
me enredé en una maldita culebra, y ¡me muerde! ¡Yyy mi papá
arrepentido de haberme mandado! La culebra entró en un matorral de piña que había.
¡Que lío! Se crea otro problema. Pedro mi hermano había
sido mordido, y ahora me repite a mi también. ¡Yyy mi papá,
pobre! A correr a buscar médico, a buscar plantas.
Me enterraron el pié. Hicieron un hueco, y el lado que me
mordió la culebra lo enterraron no sé cuántas horas en la tierra.
Y se me enfrió todo el pié. Me dieron aguardiente, me dieron lo
que llaman la zaragoza —que es una raíz, un vegetal— y otra
planta que se llama el guaco, que era una hoja ancha, por encima verde y por debajo bien morada. De eso sacaban el zumo y
hacían tantas cosas los médicos. Mi papá consultó a unos negros,
a unos paeces; haga lo uno, haga lo otro. Y mi papá a todos les
hizo caso; me hizo lo que ellos decían.
Mi abuelita Rufina, por la situación tan difícil que vivía nuestra gente en la hacienda, se había ido a vivir en Malvazá y allá,
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [253]
de mal vivir, del mal clima tan frío, de tanta cosa allá, la trajeron
enferma. En la sabana no se encuentra ni un lote seco para hacer rancho, para hacer fogón, para hacer la camita. Como no
tenían cama ni nada, dormían en el piso, en tierra húmeda, con
malos tendidos, mala cobija, mala alimentación. Y ella tenía sus
años; no se cuántos, pero ya era mayor. Entonces todo eso le
causó mucho daño a su salud. Ella no duró nada, se enfermó
muy rápido, estuvo muy mala. De regreso no pudo venir sola,
tocó traerla cargada en camilla. Un poco de gente que invitaron la trajo cargada. Volvió otra vez por el mismo camino a
Chimán.
Yo llegué con Jacinta. Estuvimos en la casita esa. Era debajo
de unos árboles, hecha de un material que llaman sobretana; con
eso habían hecho la casita. Mi tío Vicente hizo el esfuerzo de
hacer una casita mejor, fuera de esa, pero también era húmedo,
muy húmedo. Siempre he pensado que fue de mal vivir, del frío,
por tener que dormir en el piso, que la abuela murió.
En ese momento que yo estaba mordido de víbora, ella ya
estaba en agonía, para morir.
Después de mucho tiempo en Mondomo subí al fin, pero no
alcancé a ver a mi abuela en los últimos días antes de su muerte.
Tampoco en el entierro. Ya murió. Mi mamá se estuvo allá permanentemente acompañando a la mamá, hasta que llegó el día
en que la abuelita murió.
Me había mandado razón a mi: que Lorenzo cuidado con
estarse enfriando, que no vaya a estar saliendo a recibir mal viento porque se muere; que se cuide.
No alcancé nunca más a volver a escuchar su voz, ni a verla a
ella. Yo tenía 12 años.
Mi papá
Mi papá hacía mucho énfasis en su existencia. Decía que era
nacido el 27 de mayo de 1906. De ahí, recordaba mucho cómo
empezaron a darse los cambios. Él vivió poco después de la Guerra de los Mil Días, durante y después de las luchas de Carlos y
Luciano Muelas, y recordaba cuando entraron los terratenientes
a apoderarse de las tierras en esa época.
[ 2 5 4 ] l a f u erz a d e l a g en te
En ese proceso, dice que él tenía unos 12 años. De 1906 creo
que más o menos a 1918, una cosa así. Y que cuando tenía esa edad
la represión de los terratenientes fue fuerte, porque los Muelas
de ese entonces eran los que luchaban por la tierra, en compañía
de Manuel Quintín Lame, José Gonzalo Sánchez y otros.
Como los de la hacienda no podían salir a hacer presencia
física, entonces había gente que apoyaba en plata muy secretamente, subterráneamente, a los que luchaban. Cuando el cuaderno con los nombres de los que apoyaban económicamente se perdió y llegó a manos del terrateniente, todos fueron
expulsados. Entre ellos caía la abuela Gertrudis, la mamá de
mi papá.
Uno de los mayordomos que se llamaba José Otero se condolió de que la abuela también fuera sacada de la hacienda, porque no tenían a dónde ir y era mujer sola. Como en la casa de
ella no tenían un jefe de familia, un papá o esposo, sino que ella
era la que dirigía el hogar, entonces no había quien representara
la familia, quien fuera a pagar terraje. Siendo mujeres solas la
abuela y su hermana Teresa, mi papá era el único hijo que con
sus 12 años, ya se estaba queriendo formar.
Fue en ese entonces cuando el terrateniente Rafael Concha
trajo de los Estados Unidos todo ese ganado fino para la hacienda. Y como el tren de Buenaventura solamente llegaba hasta
Guachinte, los mayordomos y otros empleados tenían que ir a
traer esos cerdos, ese ganado.
Entonces este mayordomo, antes de que desalojaran de las
tierras a la abuela Gertrudis y a su hermana Teresa, que estaban
a punto de hacerlo por la colaboración que venían dando a los
luchadores por la tierra —a Juan Calambás, Anselmo Muelas, y
muchos otros ya los habían expulsado, ya los habían obligado a
salir de las tierras—, le dijo que mandaran a Juan Bautista para
que acompañara entre los mayores, entre los viejos, para que así,
viendo allá la presencia del muchacho, evitara su expulsión de
la hacienda. Y le dijo que él ayudaría a hablar a Rafael Concha,
que allá lo encontraría; que hablara y que no se dejara expulsar.
La abuela, para evitar la expulsión, convino en mandar al hijo
tan niño, para que a pie, en mula, fuera a ayudar a recibir ese
ganado que traían.
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Mi papá decía que de Guachinte demoraron como 15 días
para llegar a Silvia trayendo el ganado, ayudando a arriar. Él era
el ‘mulero’, trabajo que consistía en cabestrear la mula adelante
a todo momento, como guía. Atrás venía toda la recua de ganado, y todo lo demás. Y así llegó hasta Silvia. Por el camino se murieron un poco de cerdos, animales, pero ellos llegaron.
Entonces el mayordomo habló en defensa de las abuelas, para
que las dejara ahí en la tierra y no fueran expulsadas, con la condición de no volver a contribuir al trabajo que estaban haciendo
Luciano y Carlos Muelas en la lucha por la tierra.
Como la abuela tenía miedo que los expulsaran, entregó a mi
papá al patrón, a los mayordomos, para que lo tuvieran allá de
tiempo completo a su servicio. Desde ese entonces empezaron a
sacarlo a trabajar para el terrateniente, primero como ‘paje’ y más
adelante de lo que llamaban ‘simanero’.
Mi papá mismo decía que él fue pajecito. Como era paje, le
tocaba ir a ordeñar, le tocaba también hacer de carguero de agua,
porque no tenían acueducto y había que cargar el agua en tinas
para la casa de la hacienda, le tocaba ir a traer mercado, les servía para los mandados, como mensajero, para todo lo que quisieran mandarlo.
El mister que viajó en la época de la traída del ganado de los
Estados Unidos, un norteamericano que dizque venía a hacer una
empresa textilera en compañía del terrateniente Rafael Concha,
vino a vivir a lo que hoy es la Empresa, donde estaba el molino
que ya no existe, aunque tenía casa en el poblado de Silvia también. Entre las tareas que le ponían a mi papá, estaba hacer el aseo
al cuarto donde él dormía. Cuando nos contaba de este oficio
decía: “¡Que asco!”. Le tocaba asearle el cuarto todas las mañanas, todos los días limpiar las tasas de noche llenas de la mierda
del mister. Pero le tocaba, porque como él era pajecito, y la mamá
lo había mandado para que lo tuvieran allá al servicio, al mando de los señores estos, entonces no había más remedio. Y ahí
siguió hasta que se formó, todo el tiempo.
Más adelante aprendió a enlazar y a amansar bestias. Él fue
muy buen vaquero porque lo adiestraron bien para tenerlo allá
a su servicio. Decía que a él lo habían adiestrado para enlazar
‘cacho limpio’, es decir, con la soga no por el pescuezo, ni con
[ 2 5 6 ] l a f u erz a de l a g en te
orejas, sino por los dos cuernos. Como él aprendió tan bien, el
mayordomo y el patrón lo querían mucho. A él le tocaba salir
con ganado bravo, pero como era bueno para enlazar sabía qué
tiro le alcanzaba el rejo, entonces allá lo voleaba, tiraba y los enlazaba. A no mas el animal sentía el rejo en los cuernos, se venía
encima a cornearlo y él tenía que salir cooorriendo adelante. Y
así lo llevaba.
Él jugaba con los animales, tanto con el ganado, como con
las bestias, así fueran bien ariscas. Aprendió muy bien esas cosas. Por eso los mayordomos siempre lo cogían como guía, o
como montador.
Ya cuando fue más grande lo mandaban a Popayán como ‘correo’, como el correo de hoy. Lo mandaban con cargas de plata
en moneda, con cajones de madera o petacas, de Silvia a Popayán, y de Popayán a Silvia, con otros mandados para familiares
de los patrones que vivían en Santander de Quilichao. Estaba permanentemente entre Santander de Quilichao y Popayán, unas
veces arriando una carga y otras veces de escotero, así vacío, solamente cargando un mensaje, como una carta.
Decía que para ir a Popayán era a pie y que unas veces madrugaba y otras iba tarde. Recordaba que a veces se caía en el río
Piendamó y que ¡tan frío!, que pasando se resbalaba y se caía al
agua con ropa y todo y, como no tenía con qué cambiarse, pasaba al otro lado, apretaba y escurría el agua, volvía a ponerse la
ropa, y así se iba a Popayán. La ropa se le secaba en el cuerpo por
el camino. De Silvia a Santander decía que no gastaba sino ocho
horas a pie, vacío.
Pero este trabajo como terrajero lo obligó a desvincularse de
la casa. No le dejaron tiempo para que desarrollara las labores
de su hogar. Dedicó su vida, desde muy joven, al servicio del
terrateniente, al servicio del patrono, a trabajar y trabajar para
ellos. Él había aprendido a trabajar muy bien en el campo agrícola y todo lo que hacía lo hacía muy bien. Sabía cómo hacer una
rocería en la montaña, cómo levantar eras en cualquier parte, cómo construir una casa, cómo arreglar los caminos, cómo arreglar los puentes… todo muy bien. También trenzaba muy bien
los sombreros. Pero le daban muy poquito tiempo para que viniera a trabajar en el campo agrícola y pecuario con la mamá, y
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [257]
eso lo desvinculó un poco de ella; así también se desvinculó
cuando se formó, cuando se casó. Sin embargo, la mamá estaba
contenta, porque por él se había evitado que fueran sacados de
la tierra.
Todo este proceso de desvinculación duró mucho tiempo,
porque una vez finalizado el término con unos patronos se iban
apareciendo otros, y como el vaquero, el mayordomo, el simanero, eran permanentes, lo obligaban a que fuera también como
servidor allá.
Dejó de ser paje, dejó de ser carguero de agua, dejó de ser
mensajero, y ya lo sacaron al terraje, al trabajo que le obligaban
a pagar mensualmente. En un principio como que fueron seis
días de trabajo cada quince días, y así duró un poco de tiempo.
Después lo rebajaron a cinco días por mes y entonces se desahogaron un poco.
Pero esto no alcanzaba para que mi papá trabajara en la casa
realmente, porque tenía otras actividades. Un buen tiempo se
dedicaba a lo que llamaba el negocio, a la compraventa de cebolla
y papas, que le gustaba bastante. Para eso iba mucho a Jamundí,
a Santander, a Popayán; se la pasaba para abajo y para arriba.
En ese proceso nos enseñó a trabajar. A mi me enseñó a enlazar un animal, a defenderme de los animales ariscos, a amansar
una bestia, porque la bestia, de acuerdo al tamaño, a la calidad,
así se adiestra. Decía que hay bestias que no sirven para silla de
montura y que a esas hay que enseñarlas como bestias de carga.
Muy joven también, después de haberse casado, lo sacaron
para alguacil del Cabildo. Pero no fue para beneficio de la Comunidad, ni de la familia, sino como era el caso con estos cargos, también para beneficio del terrateniente, del cura y de los
políticos. Como alguacil tenía que ir a recordar a los indígenas
de El Chimán, casa por casa, a dónde les tocaba la siguiente semana, qué trabajos había que hacer para el terrateniente. Era una
obligación que él tenía de ir como mandadero. Era autoridad
indígena, pero no al servicio de la Comunidad, sino para avisarle a la gente para que saliera a trabajar. A eso dedicó un buen
tiempo, pues fue dos veces alguacil.
Recordaba mucho que hasta los 25 años no tenía el vicio del
aguardiente. Que a esa edad, cuando fue alguacil, se pusieron de
[ 2 5 8 ] l a f u e rz a de l a g e n te
acuerdo entre un patrono que se llamaba Emiliano Lemos, un
militar, un coronel, y el gobernador guambiano de ese entonces,
para darle una plata para que tomara. Él recibió como una propina del patrón y pensó guardarla, no gastarla, pero el patrón y
el gobernador guambiano ya tenían el plato hecho y, cuando iba
con la plata en el bolsillo, el gobernador le dijo: “Ala alguacil,
¿cuándo es que va a gastar la plata que le dio su patrón?”. A mi
papá le tocó obligadamente sacar la plata y comprar un aguardiente para gastarle al gobernador y a los acompañantes, al resto de los alguaciles. Allí empezó a enviciarse a tomar aguardiente, decía él.
Como él aparecía como buen repartidor, cada vez que había
un licor para dar, le pasaban para que distribuyera a la gente. Pero
al repartidor, tenía la costumbre la gente, cuando brindaba también le daban de reciprocidad, le devolvían. Y así en cada vuelta
él tomaba unos dos o tres tragos y terminaba emborrachándose.
Entonces, así fue que empezó a tomar trago, después de los 25
años.
Pero el kallim también le enseñó, como sueño, a tomar trago. Mi papá decía que, así como era muy baquiano para regar
trigo, que no le ganaba nadie en eso, le rendía muchísimo, porque le soñó, de igual manera le sucedió con el trago. Una vez, de
joven, se fue por los lados de Inzá, a la laguna que se llama Palacé,
y allí en esa laguna el kallim le dio un sueño: lo enseñó a trabajar, pero a la vez lo enseñó también a tomar trago. Eso sí, que a
él le soñó a tomar trago en forma decente. Que soñó a alguien
brindando en unas bandejas con unas copas altotas, y que se
ofrecían unos a otros, haciendo brindis; que “¡Salud!”, decían todos, y levantaban la copa. Él decía que, efectivamente, la mayor
parte de los brindis que hacía con sus amigos los hacía en esa forma, y que no tomaba con gentes en la calle, sino siempre con amigos decentes, porque para eso fue soñado. Sin embargo, decía que
era una desgracia tomar, y reconocía que eso le había causado
gran daño, gran perjuicio.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [259]
5
Aprendiendo
a letrear
[ 2 62 ] l a f u erz a d e l a g en te
Lo más importante de mi formación, las in-
fluencias más esenciales en mi vida, vinieron de mi hogar, de mi
gente. Pero también aprendí algunas cosas en el corto tiempo que
asistí a la escuela.
Yo no recuerdo de cuántos años, pero mi mamá nos mandó
muy pequeños a la escuela. Mi papá me matriculó. Como el
trabajadero de ellos era lejos, sería para que no estorbáramos que
nos mandó tan pequeños. Para que aprendiera, decía mi mamá,
quien tenía mucho interés en que uno supiera castellano, porque ella no lo hablaba y eso era muy difícil, pasaba mucho trabajo, mucha dificultad. Entonces quería que de alguna manera,
por fuerza mayor, aprendiéramos a hablar.
La escuela era la que llaman La Marquesa. Según recordaba
Joaquín Morales, uno de los primeros alumnos junto con mis
hermanos Cruz y Manuel, fue Matilde Lemos125 quien empezó a
crear la escuela por allá por 1939, y en 1940-41 ya se terminó de
hacer. Contaba que la construyeron de paja y barro, exactamente donde vivió y murió Rafael Hurtado y ahora vive su mujer, la
tía Dionisia Tunubalá. La construcción se hizo entre todos los
terrajeros, encabezados por kasuku Esteban, ermanto Eulogio,
que vivió allí en el Pesrotarau, y mi papá. No vino ningún blanco a dar orientaciones.
Cuando ya terminó la escuela, antes que la maestra, llegaron
las monjas de la Madre Laura. No se cuántas semanas estuvieron
rezando y luego salieron. Entonces llegó la maestra, señorita Odilia.
Las monjas vinieron a enseñarles a rezar y a enseñarles a persignar porque, según ellos, eran gente que no sabía nada. Traían unas
125
Dueña de El Chimán entre 1932 y 1944.
a p r e n d i e n d o a l e t r e a r [263]
estampas grandes con unas imágenes del diablo arrastrando el
alma de alguien. Y luego decían que así es que lo llevan y lo arrojan. Así lo enseñaban. Cantaban el Avemaría y todo eso […] Eso
así era que enseñaban. Era un grupo de las Lauras.
Entonces llegó el cura con otra imagen del Sagrado Corazón.
El cuadro lo trajo cargado el taita Antonio Hurtado un día martes.
(Luis)
El 20 de diciembre de 1941 la bendijeron y le pusieron de
nombre Sagrado Corazón de Jesús.
La escuela era privada pues la empezaron a pagar los padres
de familia; después ellos exigieron al terrateniente, al patrón, que
pagara, y más adelante ya la nacionalizaron, el Estado empezó a
pagar. Había una maestra que se llamaba señorita Odilia Machado, de la Fundación, quien, desde que se fundó la escuela hasta
morir, funcionó allí. Con ella me tocó un pedacito.
Cuando ella era la maestra fue también que se nos murieron
dos hermanos míos, dos hermanos mayores. Se llamaban Manuel Jesús y Samuel. Entre 1943-44 llegó una epidemia muy dura
de tos ferina, creo que llamaban; mucha tos. Manuel Jesús ya
tenía 12 años, ya era grande. Esa tos ferina no la pudieron controlar, no consiguieron droga; entonces lo dejaron morir, murió. Fue un momento, un día muy doloroso para mi mamá. El
cadáver estaba allí, el ataúd era grande, mucha gente llegó, acompañó, bajaron con el cadáver a Silvia.
Recuerdo que en la escuela venían trayendo en el hombro el
cadáver y la señorita Odilia vino como un kilómetro con todos
los niños. De la escuela vino a recibirlo, y lloraba allí y decía:
“¡Qué te pasó Manuelito!”. Y Manuelito ya muerto.
Samuel murió también de igual manera. Murió también una
prima nuestra que se llamaba Jacinta. Tres niños de la familia
murieron. Me decía mi mamá que yo también estuve muy enfermo, que estuve en la cama, pero que a mi sí me curaron; me
levanté.
A la escuela había que ir todos los días; llueva o no llueva,
corra para allá. Yo no se cómo uno llegaba allí tan lejos, pero
llegaba. Pero nosotros fallábamos mucho, teníamos muchas
faltas, porque había días que tocaba ir al trabajo; entonces lo
[ 2 6 4 ] l a f u e rz a de l a g e n te
Escuela de El Chimán, donde aprendí a letrear.
llamaban a uno en lista y no estaba. Había fuerza mayor que
nos llevaba a trabajar, a ayudar a mi mamá a traer leña, a ayudar en algo.
En la escuela nos empezaron a enseñar a letrear. Letrear para
mi fue ¡duuuro! Para aprender a leer duré no se qué tanto tiempo. Como la señorita Odilia murió, vino otra maestra, Rosa
María Córdoba, pagada por Mario Córdoba, y a mi me tocó con
ella. Esa maestra le daba y le daba, le daba, le daba. ¡Qué duro
para aprender a leer, durísimo! Todo en castellano. Yo llegué a la
escuela sin saber castellano y allí la maestra me empezó a enseñar. ¡Fue difícil, fue muy duro! Si eso fue duro para uno pronunciar, ¡mucho más difícil para uno leer!
Yo me aburrí mucho, muchísimo. Primero porque no me
amañé con la maestra que no hablaba guambiano. En la casa se
hablaba todo en guambiano. Mi mamá murió sin hablar castellano; mi papá sí hablaba bien, mi abuela también, pero nosotros no, porque mi mamá siempre nos enseñó fue en guambiano
y todos los que nos rodeaban eran guambianos. Como no había
otras personas con las que se relacionaran, con hablantes del
a p r e n d i e n d o a l e t r e a r [265]
castellano, entonces todo era en guambiano. La maestra que llegó allí era la única que no era guambiana. Esa relación sí fue difícil, fue muy duro. Yo no se cómo aprendí. Entonces, ¡ah! era
un estorbo; jódame y jódame y uno nada que entendía, nada. Por
eso yo estaba aburrido.
Un día me escondí para no ir a la escuela. No estaba mi papá,
no estaba mi mamá, como que no tenía ganas, tenía pereza, no
quería ir. Entonces me quedé en el camino. Llegamos hasta allí
al Alto de la Cruz y, en vez de ir, me remonté para arriba a la
montaña con otros más viejos que también estaban aburridos.
Ellos me conquistaron para que fuéramos: “Hoy no vamos a la
escuela, escondámonos a ver qué pasa”. Pero no pudimos escondernos mucho tiempo. Siempre empezó a darnos hambre y
eso nos hizo buscar la casa otra vez. Fuimos con mentiras de que
hoy no hubo escuela, hoy no subió la maestra. “¡Mentiras!”, nos
pilló, “mentiras, yo lo vi, yo lo vi, ustedes no fueron”. Mis tíos se
habían dado cuenta que la maestra sí había subido. ¡Me pegan
qué regañada! Ya de allí no volví a esconderme, ya siempre fui a
la escuela. Pero harto, muy aburrido.
Por eso ya cuando se aproximaba el fin de los exámenes uno
se sentía feliz, parecía que uno ya salía de la cárcel. Podía ir a estar con mi mamá, podía ir al trabajo, podía ir a jugar, uno podía
estar en la casa, podía dormir rico… Se sentía uno feliz cuando
terminaba la clausura.
Las maestras también sufrían con uno. Me decían cabeza de
rancho, cabeza de paila y nos daban con el libro en la cabeza. ¡Ni
aun así entraba!
Pero de pronto, yo no se, me dio una lucecita. Yo recuerdo tanto
qué letra aprendí a leer primero; ya no era memorizado, sino que
yo leí. Ponía una d, una e, y una l, y eso sonaba ‘del’. Esas fueron
las primeras letras que yo aprendí. Yo memoricé muchísimo.
Repetía, repetía, repetía, pero no leía. No podía leer. Memoricé.
Pero fuera de la repetidera, de la redundancia, cuando en ese
momentico me dio esa lucecita de aprender a leer esas tres letricas,
¡ahí el gran triunfo! Yo como que aprendí a leer de verdad.
La maestra se puso contenta, cuando yo leí eso. “¡Qué muchacho tan inteligente!”. Desde ahí me tomó aprecio. A mi como
que me dio mucho aliento, me ayudó mucho para que leyera.
[ 2 6 6 ] l a f u erz a d e l a g en te
Entonces nosotros quedamos bien con ella y ella ante los padres
de familia, ante los demás, porque yo y Jacinta aprendimos a leer;
ella se contentó porque de allí empezamos a avanzar.
Los demás que iban allí a la escuela eran todos guambianos.
No eran niños, ya eran jóvenes, adultos. Como antes no había
escuela, los matricularon ya grandes. Había unos jóvenes, diga
usted de 14 años, de 16 años, como mi hermano Cruz que estudió también un poquito allí, que ya era mayor. Los compañeros
de Cruz, que todavía andan, los dos Joaquines Morales, el que
vive en La Cuanda y el que vive en Morales, son compañeros de
ese entonces. Pero nosotros sí fuimos niños pequeños.
Era un solo salón donde había dos cursos que llamaban 1º y
2º. Los de 1º llegaban recién, empezaban a letrear; los otros ya
estarían más avanzaditos y ya leían. Yo recuerdo que llegué a 1º
y ahí fue que empecé a leer esas palabritas. De allí ya me fui acomodando, la misma maestra me enseñó a acomodar las letras:
ponga una letra adelante, la otra atrás, con otra más suena tal,
suena tal. Eso se fue avanzando, se fue avanzando.
Al final del año me dijo la maestra que yo era muy inteligente, que quería ayudarme a conseguir una beca. Hablamos con
conocidos, con un tal Gentil Delgado. Decían: “Consigamos una
beca para Lorenzo, para que estudie”. Yo fui contento a avisarle
a mi papá, y él no me paró bolas.
Yo ni siquiera pude pisar un colegio. Yo no sé por qué nunca
me paró bolas mi papá. Mi hermano Cruz vino a estudiar porque a él le gustó y dijo: “Yo me voy”. Mi mamá lloraba para que
no se fuera, pero a él no le importó y se pisó, se fue. Cruz la primaria la terminó en Medellín; lo recogieron las monjas y lo llevaron. Mi papá un poquito le apoyó para que se fuera, mi mamá
no. Y a mi no me apoyó ni mi mamá ni mi papá, pero yo tampoco fui capaz de salirme solo; esperaba que alguien me apoyara y como no me apoyó mi papá… Mi mamá me apoyaba hasta
allí hasta la escuela, pero ya más no.
Había a donde ir, por lo menos en Silvia; también estaban
las misioneras en Las Delicias. Pero condiciones no habían. Era
lejos de la casa para estar corriendo todos los días allá. Y así,
como no fui capaz de salir ni a Piendamó, me quedé allí; me
quedé, me quedé.
a p r e n d i e n d o a l e t r e a r [267]
Para ninguno era fácil estudiar. Hablando con Joaquín Morales, él recordaba haber ido a la escuela entre 1940 y 1943 y contaba
con tristeza que en ese entonces la profesora Odilia lo seleccionó
junto con mi hermano que se murió, mi hermano Cruz, y Bárbara la hija de taita Eulogio, para mandarlos a estudiar en Medellín,
pero que ni él quiso ir ni el papá lo apoyó porque “la gente antigua decía que la escuela no era sino una vagabundería, que la escuela de los hijos es el barretón, el machete y el hacha”. Comentaba que los papás comenzaron a enviar a los muchachos a la escuela
porque los alguaciles hicieron muchas reuniones hasta que por fin
los convencieron de que todos los niños tenían que ir, y que luego
empezaron a mandarlos a Medellín o a Silvia, pero que su papá
“decidió que los hijos que tengo, tengo para enseñar a trabajar y
no para andar por allá” y por eso él no fue a Medellín. Pero que tampoco continuó en Silvia porque para 1944, cuando le tocaba hacerlo, “ya habían hecho traspasos Julio Fernández y Matilde Lemos
y llegó Córdoba, y él exigió inmediatamente que le entregaran las
tierras”, siendo su papá uno de los primeros en ser expulsados.
Yo creo que en esa escuela estuve un poco más de dos años,
con Jacinta todo el tiempo. Primero tuve un año como asistente, en el que no aprendí nada. El segundo año ya me matricularon y comencé a aprender, el tercero ya aprendí, pero no lo
terminé. Y hasta ahí.
Recuerdo mucho que siempre estaba con mi hermana Jacinta.
Cuando estuvimos en la escuela fue precisamente en la época de
la quitada de las tierras, por lo que había mucha pobreza y no teníamos qué comer. Me acuerdo que cada uno tenía que llevar qué
comer a la hora del recreo. Muchos traían: café, una arepa grandota. Pero la situación de todos no era igual. Yo creo que nosotros hemos estado en la peor situación, porque éramos una cantidad de niños pequeños y mi papá, mi mamá, ellos solos no
pudieron; entonces la situación de nosotros era muy delicada en
el aspecto económico. Recuerdo mucho que en la casa almorzábamos temprano, no era desayuno sino almuerzo para todo el día,
y unas veces teníamos algo que traer, como papas sancochadas o
cualquier cosa, pero otras veces no traíamos nada y había que
aguantar hasta las cuatro de la tarde. Mi mamá nos mandaba así.
Entonces, ¿qué hacíamos nosotros?
[ 2 6 8 ] l a f u e rz a d e l a g e n te
Como en los estudios tal vez íbamos un poco más avanzados que otros niños, entonces le soplábamos al vecino, a cambio de comida. Lo hacíamos para ganar cualquier cosita. Había
algunos que traían, acostumbramos así, ya no una arepa sino dos:
una para él y otra para nosotros, con tal de que le sopláramos, le
ayudáramos, para ellos salir bien. Uno estaba cerca y ayudaba, y
estaba ganándose una arepa que nos servía para el almuerzo de
medio día.
Otras veces, cuando no podíamos, porque eso no era todos
los días, había un monte por allá donde había el carirucio, donde había mucha fruta, y a la hora del recreo, del almuerzo, como
no teníamos nada, salíamos corriendo Jacinta y yo, para allá almorzar pepas, moras, lo que fuera. Como había tanta hambre,
cogíamos unas moras, pero a veces eran escasas y conseguíamos
una sola morita que partíamos en dos para comérnosla. ¡Compartíamos! Otras veces había mucha y entonces cada uno cogía
y comía por manotadas.
Como la maestra siempre amasaba y asaba pan en un horno
que había en la escuela, nosotros con esa hambre, con esas ganas de pan, nos quedábamos después que los otros niños se iban,
traíamos la leñita, la escoba para barrer, le ayudábamos a moler,
a hacer cositas, y espere el pan allí, espere el pan allí. El primer
pan que salía era para nosotros. La maestra nos daba, a veces nos
vendía, y salíamos corriendo para la casa con el pan para mi
mamá. Comíamos parte y parte llevábamos. Esa maestra murió
en Silvia hace poco.
Con Jacinta hemos recorrido mucho, hemos caminado mucho desde niños. En ese entonces había el canto de la gitana y
otras canciones. Ella aprendió a cantar bien, tenía buena voz,
entonces la maestra la quería mucho. Cuando llamaban calificadores el día del examen, ante ellos Jacinta cantaba bien, y yo
también echaba lo que llamaban la recitación, un verso. A veces
yo como que lloraba, pero en todo caso hice quedar bien a la
maestra. Por eso ella estaba contenta con nosotros y nos ganábamos un almuercito, ahí junto con los calificadores.
Los papás llegaban ya al final y estaban contentos. La
maestra hacía rumba, tomaban trago, bailaban, finalizaba.
Uno salía corriendo a las cinco de la tarde, y ellos se quedaban
a p r e n d i e n d o a l e t r e a r [269]
allí. Entonces parecía que era el triunfo. Uno venía contento con
su cuaderno.
En esos exámenes traían un cura y siempre decían misa allí.
Parecía que el curita como que cantaba muy bonito, como que
eso de hablar a Dios era muy bonito, como que el vinito toman
muy rico… Jaja. ¡Lo emocionaban a uno y hasta ganas daban de
ser cura!
Claro, también era porque en la escuela lo que le enseñaban
mucho a uno era la religión. Eso era permanentemente, fue muy
insistente, nos clavó mucho en la cabeza; era como una obligación. Entraba uno persignándose y haciendo oraciones, a la hora
de recreo y a la hora de almuerzo también era persignándose y
oración, y por la tarde, a la salida, otra oración de despedida. Eran
cuatro oraciones al día.
También le daban esa hostia, lo hacían confesar. Le daban como una preparación para la confesión, para la Primera Comunión. Y yo hice la Primera Comunión. Pero hacían cosas absurdas. Con un hambre tan triste como vivía, me preguntaban:
“¿Qué robaste?”. Y yo… ¡qué iba a robar! Mientras mi mamá estaba de espaldas cogía un mordisco de una panela de la casa,
una panelita que había traído mi mamá o mi papá, o que uno
mismo había conseguido con el trabajo, y se creía que era robado. ¡Eso era lo que yo confesaba! Me robé un pedacito de
panela. Lo obligaban a uno a que lo confesara. ¡Yo qué pecado
podía tener!
En las clases me enseñaba a dibujar el escudo, mapa y bandera de Colombia. En ese entonces nosotros usábamos pizarra,
que era un tablón no se de qué. Había unos lápices especiales para
escribir en pizarra y unas veces nos los daban, pero otras veces
nos tocaba comprarlos. Entonces yo aprendí a dibujar.
Me enseñaron también un poco sobre pecuaria, sobre la urbanidad que lo llamaban en ese entonces, el respeto mutuo de
las personas, un poco de matemática.
En la Historia Patria nos enseñaban mucho sobre Bolívar, el
Libertador Simón Bolívar, que cómo libertó. Yo ni conocía y la
profesora sí conocía por el Calicanto, el puente, que por allí pasó
como dos veces el libertador Bolívar. Hablaban mucho del general Antonio Nariño, del general Santander, cuando la Decla[ 2 7 0 ] l a f u erz a d e l a g en te
ración de los Derechos del Hombre. Y yo memorizaba. Me parecía muy importante. Y de una vez que fue detenido y el general acosado por la multitud tuvo el valor de salir en los balcones
y decir: “Aquí estoy”. Eso me parecía rico, entonces yo como que
memoricé mucho de eso.
Algunos años más adelante, cuando yo ya caminaba solo,
cuando ya estuve en Mondomo, inventé cosas. Inventé cosas a
la manera de Antonio Nariño, del general Santander y Bolívar,
usando sus personajes, usando sus términos, porque me parecía lindo que eran unos tipos que no se dejaban joder.
Algún tiempo después, cuando Pedro estuvo en la escuela,
le enseñaron a tejer alfombra. Él recuerda que:
Terminé esa alfombra y vendí a tata Javier… Se me hace que
vendí a… 10 centavos. A ese precio la vendí. Yo tenía esa plata. No
sabía qué comprar y, como tenía el culo afuera y no tenía nada,
después pensé comprar ropa. Eso es lo que pensé. He estado contento con esa plata.
Pero mamita se fue pa’ arriba a conseguir coles y a mi me mandaron a traer caballo para cargar las coles. Cuando iba llegando a
la casa, de repente me encontré con el desgraciado del Ventura126
[…] Tenía el que llamaban el coso. Pensó que tenía el caballo
amarrado en el potrero y quería quitármelo. Entonces yo no solté. Él venía a caballo y bajó del caballo, soltó el lazo, quitó y se lo
llevó al coso. Porque lo tildó que estaba dando de comer pasto ahí,
pero yo había traído de la manga de nosotros […] Como quitó el
caballo, el col y la cebolla llevamos a la espalda con mi mamita. El
caballo hacía dos días lo habían quitado y no lo soltaban. El miércoles, como tenía 10 centavos, pagué. Esos 10 centavos eran para
comprar ropa para mí, pero como la mamita no tenía nada, pagué
la multa para sacar el caballo.
Así de difícil era la situación en la hacienda. Por eso no asistimos a la escuela tiempo completo, como debía ser. Y, finalmente,
como la situación económica en que vivíamos era tan dura por
habernos quitado todas las tierras, como la gente se estaba yendo,
126
Ventura Riascos, el mayordomo.
a p r e n d i e n d o a l e t r e a r [271]
cada uno por su lado, mi abuela Rufina —quien con mi tío Vicente no se cómo se habían hecho a un lote de tierra allá en un
pedazo de montaña y sabana, en el punto denominado Las Ánimas, en Malvazá— le dijo a mi mamá: “Allá vamos a defender,
allá vamos a vivir tranquilos. Ustedes también tienen una tierrita
en Mondomo; váyanse para allá. Aquí no hay nada que hacer,
aquí nos vamos a morir de hambre. Así que no nos dejan cultivar, que no nos dejan tener nada, aquí van a sufrir mucho. Es
mejor que ustedes también, así sea tierra caliente, pero como es
de ustedes, vayan para allá. Yo me voy primero, ustedes no se queden aquí. Yo hago que Vicente les acompañe, les ayude a llegar
hasta allá”. Y efectivamente, eso fue lo que hizo. Mi tío Vicente
nos levantó la platica para el pasaje y un día martes nos montamos encima de la carga que llevaba un camión para Cali.
A Mondomo llegamos tarde. Pedro era bien pequeño, Bárbara más pequeña, entonces a Bárbara la cargaba mi tío Vicente
y yo cargaba a Faustina; a Manuel, el menor de todos, lo llevaba
mi mamá en la espalda. Y con las cositas, con los morrales, con
las mochilas y todo, nos fuimos caminando despacio hasta que
nos cogió la noche por El Turco. Nos quedamos donde unos
Moreno y al otro día llegamos a nuestra tierrita. Por el camino
cogimos guamas y comimos, donde un Fortunato Vivas que era
conocido. Cuando finalmente llegamos a la casa, mi tío Vicente
nos aconsejó que “estense aquí, quédense aquí, trabajen aquí,
cultiven aquí, que a eso los he venido a dejar”. Y nos dejó ahí.
Por eso abandoné la escuela. Porque allá no había vida, allá
no había ni siquiera para la sobrevivencia que llaman hoy en día,
y ya no pudimos resistir más. De tantas veces que abandoné la
escuela con los otros, yéndonos para el monte, esta vez sí ya la
abandoné legalmente, ya con mi mamá, con la autorización de
mi abuela para irnos, y con mi tío que nos llevó. Ya la escuela ni
falta me hacía, yo no me arrepentía, y más bien me sentía contento con mi mamá, feliz comiendo guamas, plátanos, bananos
y mucha yuca.
Lo que sí me hizo mucha falta fue qué leer. Cuando ya supe
leer y después de tenerme que retirar de la escuela para irme a
producir comida en la tierra, no tuve qué leer, dónde leer, porque en la casa de nosotros no había libros. ¡Yo con tantos deseos
[ 2 7 2 ] l a f u e rz a d e l a g e n te
de seguir leyendo y lo único que encontré y leí hasta el cansancio fueron las cajas de fósforos ‘El Diablo’! Me acuerdo que decían ‘Fosforera Colombiana s.a.’ Yo buscaba cualquier papel que
tuviera algo para leer, como hoy en día las bolsas y cajas con letreros y leyendas en las que vienen empacadas las cosas, pero en
esa época los productos del mercado venían envueltos en hojas
de plátano.
a p r e n d i e n d o a l e t r e a r [273]
6
Mis
primeros
trabajos
Yo quería una vida mejor
Yo esperaba mucho mis 12 años. De niño lo que
esperaba era ser mayor, crecer, ser fuerte, para hacer cosas, para
poder trabajar. De ahí a los 15 años esperaba hacer mucho. Me
preguntaba ¿cómo es posible yo también trabajar?, ¿cómo es
posible yo también tener platica?, ¿cómo es posible yo también
tener casita?, ¿cómo es posible yo también salir con una carga al
pueblo, vender y traer mi remesa?, ¿cómo es posible que no me
falte la comida? Pero para eso necesitaba estar ya un poco maduro, fuerte. Por eso esperaba ser mayor.
Como había tanta pobreza, no sabía qué hacer, no sabía para
dónde coger. La situación era tan grave que no había absolutamente nada que comer; por lo menos nosotros no teníamos. Por
eso yo tenía un gran afán de producir comida.
Desde niño yo esperaba una vida distinta, en la que hubiera
qué comer, que pudiera uno echarse su trapo encima, que uno
pudiera acostarse a dormir con un poco de tranquilidad. Y eso
era lo que no teníamos.
Primero, no tuvimos una vivienda, que podamos decir una
vivienda; era una casota grande, pero como había tanta pobreza
y no había apoyo de nadie y cada vez los dueños, los blancos, joda
y joda más, no teníamos ni de dónde coger una paja para tapar
las goteras de la casa. Eso era como vivir debajo de un árbol, porque llovía adentro. Subían al techo y le metían cualquier cosa,
para medio tapar goteras.
La casita ya se nos caía encima, ya se desplomaba. Nosotros,
muchachos, íbamos a traer unos palos para apuntalarla por
todos lados, porque yo tenía mucho miedo que a mi mamá y
a todos nos acabara, nos cayera encima. ¡Porque se veía el
desplome!
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [277]
Yo nací allí, en esa casa, me crié en esa casa y, hasta que me
casé, viví en esa casa. Decíamos que nuestra casa era parecida a
la del puin —un espíritu que vivía en las montañas, en la nieve—, que era muy vieja, fea, y llena de hollín, toda negra, bien
ahumada. Y así parecía la de nosotros.
Luis dice que las abuelas y mi papá contaban que en la casa
vieja, donde vivió el abuelo de mi papá, nacieron la abuela
Gertrudis y su hermana Teresa, y que allí vivieron ellas. Que
después entre las dos abuelas construyeron la casa donde nació mi papá, donde nacimos nosotros, para todos ellos: una
parte para la abuela Gertrudis, mi papá y su hermana Antonia,
y la otra para la abuela Teresa. Pero que después ya la abuela
Teresa pidió que se partiera la casa, desde la cocina y la sala
grande, pero para no partirla resolvieron hacerle una casa aparte. Que pusieron las vigas, armaron, hicieron el techo de pajiza con orejas (cumbrera), y que así conoció y la abuela Teresa
tenía sus cosas allá.
Recordaba también que decían que en la casa vieja de ellos
no vivieron mucho tiempo desde que murió el finado Pedro
Muelas, el abuelo, porque de repente brotó agua en la cocina, en
el puro fogón —porque cocinaban en el suelo— y entonces resolvieron buscar otro sitio más allacito, por temor a esa agua que
brotó.
Cuando brota alguna cosa o algo se oye o ve, eso algún significado tiene, como mal agüero, como que algo va a suceder. Por ese
motivo resolvieron salir. Y la casa dicen que estaba vieja también.
Entonces resolvieron hacer la otra casa; la hicieron y vivieron ahí.
(Luis)
Fue entonces cuando hicieron la casa vieja que yo conocí, la
casa en la cual yo y mis hermanos nacimos y crecimos. La fecha
exacta de construcción no se sabe. En todo caso, en la Guerra de
los Mil Días seguramente ya estaba construida, porque la abuela decía que cuando llegaban las tropas peleando, echando tiros,
que en esa casa se defendían y de noche se acostaban con una
piel de res en el piso y otra encima, para protegerse de la lluvia
de balas.
[278] l a f u erz a d e l a g e n te
Yo tenía mucho miedo de que la casita se nos cayera encima.
Entre mi papá y la abuela Gertrudis hacían mucho comentario sobre la construcción de la casa. Decían que del Kurusyuk
sacaban tierra blanca para el blanquimento y del cerro de
Pilarautu otra de color rosado para decorar y poner bonita la
casita. Contaban que las vigas eran traídas de tal parte, con minga, con mucho trabajo. Ellos mismos miraban que el día que se
nos caiga esa casa, nos va a matar a todos. Eso era repetidamente, incesantemente. ¡Y eso lo hacía ver también a uno que los
estantillos de las paredes estaban realmente altos! Lo único que
los estaba teniendo era el embute, el barro duro. Yo siempre vivía con ese miedo que nos hacían dar ellos mismos, que ya se nos
iba a caer encima.
Mi abuelita Gertrudis decía: “Cuando yo tuve fuerzas, yo le
hacía arreglar. Hoy se me acabó la fuerza, ya no tengo fuerza”. Yo
no tengo fuerza significaba la fuerza física de ella y de la economía también. Cuando decía “tengo fuerza” era que tenía qué comer, cultivos, animales, para aprontar materiales. Ya teniendo los
materiales, llamaban a alguien para que fuera a arreglar. Pero
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [279]
llegó un momento en que no tuvo ya ni animales, ni comida,
ni nada. Entonces se quedó sin con qué, sin recursos, con las manos amarradas. No había cómo llamar a alguien para que viniera
a arreglar la casa, a coger goteras o a apuntalar. Sin con qué siquiera dar de comer al trabajador, ella se sentía imposibilitada.
De eso era un comentario diario.
De ella hoy no está sino el plan; ya la casa no existe, ni en foto
siquiera. Eso fue tumbado al sacar los últimos terrajeros. Se acabó
la casa. El patrón usó a los mismos terrajeros para tumbar las
casas de otros terrajeros y ahí fue el fin de nuestra casita y, por
supuesto, de nuestras tierras.
Tampoco había comida, no había vestido, no había cómo uno
acostarse a dormir. Todo era una gran tragedia de la vida. Uno
se acostaba a un lado del fogón, con sólo un cuerito para tenderse, una ruanita encima, y a dormirse con eso. Y tenía que levantarse con lo mismo, porque era el único vestido, el único trapo del diario. Uno no usaba ni calzoncillos, ni pantalones, sino
un trapo que le amarraban: uno que se echaba encima de ruana
y otro que se amarraba de la cintura para abajo con una cabuya,
porque correa no tuvimos.
Nosotros éramos muchos de pronto, una nidada de hijos,
todos pequeños, y no había quién le ayudara a mi papá, ni a mi
mamá. Entonces ellos solos parece que no alcanzaban a hacer.
Nosotros todos tragones, comelones, pida y pida y no ayudábamos nada… Era muy duro.
La situación de otros era un poco distinta. Yo miraba a
Pascual Morales, el papá de Javier, el hoy esposo de Jacinta mi
hermana, que ellos tenían una vida diferente. No tenían plata,
pero sí tenían comida. A mi a ratos me daban ganas de pedirle a
él, ¡ay! regáleme unas papas o ¡ay! lléveme allá; me provocaba
como pedir clemencia. Porque uno con hambre y ver a otro que
llevaba comida… una carga para vender y para comer también
llevaba separado, a la espalda. Porque siempre el guambiano
carga su arroba de papa a la espalda, fuera de lo que lleva el caballo. Entonces yo me lo encontraba, y uno sin nada…
Y la casita era mejor que la de nosotros. Yo envidiaba esa
casita con el piso parejo, distinta a la de nosotros, y deseaba que
[280] l a f u e rz a d e l a g en te
nosotros también pudiéramos tener algún día una casita, como
una viviendita ahí, una camita para uno acostarse a dormir.
Pero eso me daba ánimo, porque ¿cómo él trabajando tenía
para bajar con una carga y para venir cargado para la casa? Yo
pensé hacer lo mismo: tengo que trabajar, tengo que sembrar, yo
voy a ser como Pascual Morales y voy a traer mi carga para vender, pero también para la casa la comida. Yo nunca pedí, pero me
gustó, pensé que era bueno; yo también bajaría así, vendería y
por la tarde ya no traería una panela del mercado, sino mi media arroba, traería mis dos libras de sal, traería más cosas para
mi mamá. Y ya no traería en la espalda sino en el caballito; traería ya un poquito más descansado.
Entonces aprendí viendo como Pascual Morales iba para
abajo con la carga de papa, y para arriba con su remesita. Eso me
parecía muy bueno, me parecía muy bueno llegar con comida a
la casa. Yo pensé mucho en eso, en que hubiera comida.
Más tarde, como Pascual Morales también era terrajero, le
quitaron todas las huertas —las de cultivar y las de tener sus animales— y le tumbaron las casas donde tanto tiempo vivió con
su familia. Y cuando murió, a su viuda le acabaron de incendiar
el último ranchito que tenía, le destruyeron los cultivos y a ella
la encarcelaron a la edad de 85 años, sancionándola para que
desocupara las tierras. Ahí murió.
Y no sólo Pascual, sino otros siempre tenían comida. Yo
miraba otras gentes, como mi suegro José Antonio Trochez,
Jacinto Tunubalá, y otros, que siendo terrajeros, aunque vivían
mal también, jodidos, vivían menos mal; ellos siempre tenían
comida, su casita más o menos bien, sus caballitos de montura.
Pero nosotros sí tuvimos mucha necesidad, de aguantar física
hambre.
¿Cómo salir adelante, cómo? ¡Cuándo por lo menos tendríamos qué comer, por lo menos una casita donde vivir, que cuando hubiera mal tiempo, cuando lloviera, no lloviera adentro!
Esperábamos mucho eso.
Como era tan difícil, yo vivía aburrido, harto. Parecía que no
podía ser ahí donde yo nací, donde yo me crié. Era tan harto llegar allí. Llegaba uno y la casa era bien fea, pa’ caerse; llegaba uno
con un caballo y no tenía donde amarrarlo, si lo amarraba, lo
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [281]
jodían, se lo llevaban y le sacaban multa; si uno tenía cuyes, como
los cuyes comen pasto, si uno iba a arrancar pasto decían que no,
que eso era hacerle daño al terrateniente. ¡Impedían hasta el pasto
para los cuyes! Si tenía un ovejo, pues un ovejo también tiene que
vivir del pasto; lo amarraba allá afuerita, y que no.
Cada vez nos estrechaban más y más. Entonces no había nada
que hacer ahí. Yo vivía harto, renegaba.
Juntando lo del mercado
Teníamos un pedacito de cebolla allí cerquita de la casa, porque la cebolla siempre la conservábamos, por encima de todo,
contra viento y marea. La cebollita era, diría, como el pan de cada
día. Cultivábamos, limpiábamos, arrancábamos y cooorra a
Silvia a venderla para traer una panela, una libra de sal y una
marqueta de manteca, de cebo derretido. Eso era el mercado de
uno. Y algunas velitas para alumbrar. Sudaba llevando la cebolla,
unos cinco atados, quién sabe cuánto llevaría en la espalda, vendía por cualquier precio, y alcanzaba a comprar eso. Con eso iba
contento otra vez; con Jacinta contentos llegábamos.
Mi mamá también, cuando uno llegaba con la panela, con la
sal, con la mantequita, se ponía contenta. Esa era la gran felicidad, porque uno tenía algo que echar en la olla para complementar la papita, los ullucos, que de alguna manera siempre había.
El ulluco es una gran cosa, no se acaba; puede estar el rastrojo más grande que, una vez sembrado, por debajo del monte
uno lo saca. Uno iba, como un animal silvestre, a buscar comida
al monte. ¡Increíble!, pero allá uno sacaba comida. Demoraba en
encontrarlo, porque eso no es como cultivado, pues entre el
monte se pierde y uno tiene que estar allí olfateando, mirando,
a ver a dónde consigue una matica, rogando porque de pronto
las ardillas no hayan escarbado también.
Uno buscaba el ulluco, pero también iba mirando en las ramas a ver dónde había curubas, donde había frutas. Había en
especial un gran árbol de mitso, y siempre que bajábamos o subíamos del pueblo nos encaramábamos en él a buscar fruta;
cuando encontrábamos seguíamos muy contentos, pero cuando no, buscábamos en el suelo antes de emprender la triste reti[282] l a f u e rz a d e l a g e n te
rada. Entonces uno ayudaba con el tubérculo que encontraba en
la tierra y con las frutas que se daban en el monte. A veces había
armadillos, pájaros como torcazas, gorriones, chiguacos, perdices, que corrían y se metían entre la paja, y entonces encontrábamos nidos con muchos huevitos. A veces cogíamos los huevitos y otras veces matábamos los pajaritos para comerlos.
También nos volvimos expertos en capturar armadillos. Entonces nos defendíamos un poco, comíamos algo. Con eso y lo que
uno compraba tenía para la semana. Ese era el gran mercado.
Después ya aprendimos a comprar el arrocillo, el menudito,
la ripia. Comprábamos eso para la sopa, porque era rico. Más
adelante comprábamos de libra en libra de cositas; ya salimos de
la panela, de la sopa y de la manteca, y comprábamos otras cositas
más. Pero la situación era muy delicada, había mucha pobreza
realmente.
La abuelita lloraba. Recordaba que en una época tuvimos
buena comida, en una época tuvimos ganado, tuvimos ovejos,
tuvimos gallinas. Ahora llegaron estos blancos, se apoderaron de
todas estas tierras y no tenemos nada. ¡Lloraba! Y uno ahí escuchando, con hambre, unos niños sin fuerzas, sin poder hacer
nada, ni pelear ni nada… Ahí, mirando.
Pero ánimo de trabajar sí nos nació desde ese entonces, y comencé a producir. ¡Primero, sembrando maíz volia’o, y luego así
a puña’os!
El maíz no se siembra ni voleando, ni a manotadas
Yo sin saber, de la ingenuidad más grande que tuve en mi
infancia, salí dizque a sembrar un maíz. No me acuerdo si fue
que no vi cómo lo sembraban mi mamá, mi papá, o alguien, pero
yo cogí una morralada de maíz que mi mamá tenía —no se si
era para semilla, para comer o para las gallinas—, una mochila,
y me dio por ir a sembrarlo. Nadie me dijo nada, sino que me
dio la idea de ir a sembrar maíz.
No tenía un lote limpio ni nada. Había un lote donde estaba
recién cortado el trigo; la maleza no era muy alta, pero era alta
para un niño de cuatro o cinco años y la cabeza no me alcanzaba a salir, no podía andar entre ella. Como no podía andar, me
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [283]
subí a una piedra grande que había y… ¡volié el maíz como volear trigo! Di la vuelta en la piedra grande y se me acabó la
morralada de maíz. Y yo contento: ¡sembré maíz ya! Entonces
esperé que llegara mi mamá para avisarle:
—“¡Ay! mamá, cómo te parece que yo ya sembré el maíz”.
Mi mamá pregunta:
—“¿A dónde?”
—“Pues yo sembré allá”.
—“Pero, ¿a dónde?”
—“No había a dónde sembrarle y yo sembré allá”.
La llevé, ¡contento!
—“Yo boté el maíz entre la maleza”.
Y mi mamá me regañó:
—“¡Cómo se te va a ocurrir! Mi maíz ahí se va a perder.
¡Quién lo recoge!”
Me regañó.
—“El maíz no se siembra así”.
Me hizo ver que el maíz no se siembra así.
—“Para sembrar maíz, primero se limpia, y después se hacen huecos y se echan granitos contados. El maíz no se siembra
así, ese maíz se pierde”.
Se enojó, pero luego me explicó cómo se siembra. Para que
no se perdiera ese maíz, trajo una cerda que tenía cerquita amarrada y la amarró allí, para que recogiera el maíz a la redonda.
Pero no quedó así. Me volvió a llevar a sembrar maíz unos
días después, por allá por el Takukullu. Habían conseguido un
lote de tierra por allí, hasta muy buena tierra, donde se daba muy
buen maíz. Me llevó allá a sembrar.
Ese día no se por qué mi mamá no se dio cuenta que yo, con
el afán de sembrar rápido, de acabar la semilla rápido, mientras
ella sembraba bien y echaba contados los granos que debía echarle, yo donde abría un hueco le echaba por manotaditas, por
manotaditas ¡jaja! Pero ella no cayó en cuenta. Cayó en cuenta
cuando fue a limpiar, a desyerbar. ¡Había sabido dar unos ramilletes!
Y para completar, nos habían puesto a sembrar en eras que
habían hecho en ese plan y el maíz era para sembrar por el lomo
de la era, pero nosotros lo sembramos fue por el canal.
[284] l a f u e rz a d e l a g en te
Como la maleza era alta para un niño de mi edad, me subí a una piedra grande y…
¡volié el maíz como volear trigo!
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [285]
Me regaño ya después; que ¡cómo iba a volver a hacer la misma gracia, que cuándo iba a aprender! Que vergüenza; ella se
había ido con un trabajador a limpiar ese maíz y ¡salió así! Hice
quedar mal a mi mamá, ¡jaja!
La yuca se siembra de un palo
Yo todavía no había ido, pero ya habían comprado Mondomo. Tendría yo unos seis años. Hacían comentarios de la semilla de palo de yuca. Decían que acá en tierra fría, para sembrar una mata de papa se tiene que sembrar la misma papa; de
la misma comida se reserva para semilla y se cultiva. Pero que
en cambio en Mondomo, en tierra caliente, la yuca no; que tenía la ventaja de que no se entierra el tubérculo, sino que el palo
es el que se siembra, que da una gran ventaja, porque la comida
se puede consumir y para semilla se utiliza el palo.
Yo como no conocía —la yuca, la raíz, sí porque trajeron y
la conocí, y comí, pero la mata no conocía—, entonces como comentaban que qué bueno que acá se siembra es la papa, la comida, y allá se siembra es el palo, en mi cabeza se me trabaron
las cuerdas. Yo no pensé que se sembraba el mismo palo de yuca;
creí que se sembraba cualquier palo. Yo simplemente los escuché a ellos y yo también dije ¡qué bueno! Sembrar un palo, enterrar un palo y ese palo nace y echa raíz y esas raíces crecen y se
forma la yuca, y nace una mata de yuca, ¡se da comida! Yo muchacho, ingenuo, solamente escuché hablar. Yo no le dije a nadie nada, sino que cogí una pala y llevé un pedazo de leña que
tenían allí, salí a la cebollera de mi mamá, escarbé, abrí un hueco y metí el palo ahí… enterré. ¡Un palo de leña! Creyendo que
era ese el que germinaba y ese el que echaba raíces y que ese era
el que hacía producir la yuca.
El afán de producir comida, el afán de hacer nacer una mata
de yuca, el afán de poder algún día arrancar una yuca. No era ni
en tierra caliente ni nada, sino allá mismo en Chimán, allá. Yo
127
Al hablar en castellano, los guambianos que no fueron a la escuela o lo hicieron por corto tiempo, tienden a considerar como femeninos todos los sustantivos
terminados en ‘a’.
[286] l a f u e rz a d e l a g en te
siempre iba a mirar y escarbaba a ver cuándo nacía… Tan ingenuo uno, realmente, poniendo a ver. No era palo de yuca, la clima127 no era apta, pero intenté hacer eso: sembré y esperé un buen
tiempo que me germinara y ¡nunca nació, nunca germinó!
Mis ojos ya sabían hacer eras
Yo creo que entre esas muchas faltas que tuve en la escuela,
empecé a hacer algún trabajo. Yo no tenía ni una herramienta
de trabajar ni nada. Mi papá sí tenía, pero él la ocupaba todos
los días, la llevaba para trabajar él. Como no tenía una herramienta de trabajo, aunque tenía ganas de hacer algo no podía.
Un día me puse a andar por ahí, volteando, y vi un quemado. Allí,
no se quién, dejó una pala olvidada y de pronto yo me la encontré. Era una pala vieja y partida, pero ¡me la encontré! Yo no se
cómo me alumbró y la saqué. Yo contento.
Llevé esa pala derecho allá donde estaba mi mamá.
—“Yo me encontré esta pala”.
Y estaba mi mamá contenta también.
—“Encábela pues, encábela”.
Y ella me ayudó a encabar. Le puse el cabo, conseguí por ahí
un machete y entonces empecé a hacer.
Yo empecé por mi mismo a hacer un trabajito. Me acuerdo:
eran unas seis eras… corticas. Con el machete mochito que tenía mi mamá, con ese fui yo mismo, macheteé, limpié y luego,
con esa pala que encontré, empecé a amoldar eras. Le di y le di y
le di… yo no se cuánto tiempo. Por fin terminé mis seis eras. Yo
no se dónde conseguí semilla, le puse una papa que llamaban en
ese entonces cuero de sapo, no muy rica, pero se daban unas papas ¡grandes! Yo mismo la llevé y la sembré, sembré coles, puse
ulluco; me recuerdo mucho de eso.
Eso lo hice solo, porque yo hacer las eras ya sabía, pues mi
papá lo hacía y como yo andaba con él, entonces ya sabía. Lo que
no tenía era fuerza para hacerlas, pero los ojos ya sabían cómo
hacer las eras. Yo tendría por ahí unos siete años y medio.
Mi mamá estaba en dieta, cuando tuvo a Bárbara, y en ese
momento no había qué comer. Pero yo sí tuve mis seis eritas de
papa que estaban ya maduras, ya de coger. No se si mi mamá me
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [287]
Cuando tenía menos de ocho años ya llevé el fruto de mi primer trabajo, ya llegué
con mi morraladita de papa que yo mismo hice.
[288] l a f u e rz a d e l a g en te
mandó o me fui solo, pero en todo caso cogí una mochila y me
fui a donde estaban mis papas.
En eso gasté todo el día, porque yo le tenía mucho miedo a
los novillos, al ganado, a los cuernos. Me fui por allá por el
monte, hasta que por fin llegué. Cogí la papa, cogí esa mochila,
la acomodé y otra vez vine también por el monte, como pude.
Me acuerdo que me fui todo el día. No se cuánto era, unas cuatro a seis libras, la capacidad de un niño de casi ocho años.
Pero de esa edad ya llevé mi primer fruto del trabajo, ya llegué con mi morraladita de papa que yo mismo hice: levanté las
eras, gasté un poco de tiempo, conseguí la semilla, sembré, aporqué, y estaban maduras ya, jechas. Entonces recolecté y traje para
la casa, para que mi mamá hiciera algo de comer con eso.
Recuerdo que iba llegando a la casa como a las cuatro de la
tarde en un día bien soleado, bien despejado, cuando un avión,
que en ese entonces yo no conocía porque poco avión pasaba por
ahí, iba pasando; yo le miraaaba y esa morralada de papas me
llevaba, me llevaba… Mi mamá toda preocupada, pues ya era
tarde, salió a ver a qué horas venía Lorenzo. Cuando salió a verme, dice que allí yo estaba mirando el avión, y el morral de papa
me llevaba, me llevaba… Pero ya llegué con la morraladita de
papa. Si hoy me pongo a recordar, ese fue mi primer trabajo.
En ese lote de tierra que sembré me duré un poco de tiempo. Allí seguí andando, seguí sembrando nuevas cosechas. Queda ahí a la mano izquierda del camino cuando uno va subiendo
para el rancho, arriba para Cresta de Gallo. Eso eran potreros de
la hacienda y los blancos ya lo llamaban La Bugueña; al pequeño caudal de agua que baja por ahí lo llamaban La Bugueña. Pero
el nombre guambiano es Yasrketa. A toda esa región ya no le dicen ni Yasrketa, ni La Bugueña; todos dicen que Clara. Ya se perdieron esos nombres.
Después que coseché esa papa quedaron los ullucos y las coles
que duraron un poco de tiempo. Yo creo que mi mamá me siguió acompañando y un día hice una casita128 con su ayuda.
128
Un trabajadero.
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [289]
Pero no dejaban trabajar
Años después, cuando ya tenía fuerzas para hacer rocitas más
grandes, cuando ya podíamos trabajar mejor, la dificultad era
que mezquinaban la tierra cada vez más. Entonces los terratenientes eran Aurelio Mosquera y Francisco Morales. Ya el blanco
no quería que rozáramos porque el interés de ellos era que fuéramos desmontando, para ellos venir atrás con el pasto, con el
pasto. Como ahí las tierras son tan fértiles, el pasto se reproducía solo; de pronto había una mata de pasto aquí, botaba la flor,
se regaba, avanzaba solo, y formaba un buen pasto. En ese momento ya nos quitaban la tierra.
Entonces, cuando por fin tuvimos fuerza para trabajar, seguimos sin poder hacerlo. Uno con ganas de producir comida porque había mucha hambre, cogía el machete, iba a buscar monte
y a rozar para sembrar allí —porque en los limpios donde uno
podía sembrar más fácil no dejaban, ya tenían pastos para ganado de los blancos—, pero uno trabajaba, y los blancos quitaban. Uno iba más arriba, a trabajar por allá a donde no lo vieran, pero allá también llegaban. Por eso seguía más arriba, hasta
que ya no había más a donde.
Yo recuerdo que un día estábamos rozando con Pedro mi hermano, y el mayordomo llegó a impedir. Entonces cogimos el
machete y nos fuimos para otra parte, el mismo día, y allá también nos llegó impidiendo. No dejaban trabajar. En el día DOS
sitios quisimos rozar y dos sitios nos llegó a impedir. El mayordomo era igual a Pacho Morales y Aurelio Mosquera.
Allá en la roza, por allá bien lejos, uno comía la papa, hacía
la agüepanela y con eso almorzaba. Pero traía una bestia con una
carga, bajaba al plan, a la casa donde uno dormía, y al caballito
no podía amarrarlo a pastar porque no dejaban, ni tampoco
podía darle papa cocida porque no comen. Uno comía, pero al
animal lo tenía allí aguantando hambre. El caballito, cada vez que
uno salía relinchaba, como diciéndole a uno: “¡Lléveme!”. Y uno
no podía. Entonces uno sufría mucho. ¡Ni qué hacer!
Para no dejarlo sufrir tanto, uno salía de noche y, allá con el
caballo de guasca, se sentaba junto con el animal mientras comía y se llenaba. ¡Luego lo llevaba otra vez, poniéndole cuidado
[290] l a f u e rz a d e l a g en te
a dónde alumbraba el mayordomo! Porque vigilaban de noche
y, si lo cogían a uno con un animal en el potrero, se lo quitaban,
lo llevaban y lo sancionaban con cinco pesos de multa, o sino una
arroba de papas, o repollo. Uno no tenía ni para comer, mucho
menos para estar pagando multa. Entonces para evitar eso uno
se sentaba junto con el animal. A veces lo dejaba amarrado y uno
se venía a dormir y, cuando despertaba, iba a ver y ya no estaba,
ya se lo habían llevado. Era una desgracia.
Por eso, cuando ya teníamos la finca de Mondomo, yo hacía
mucha fuerza para ir allá porque era una esclavitud muy grande en El Chimán. En Mondomo era distinto; allá, mal que bien,
uno llegaba, amarraba el animal y nadie jodía. Y más cuando ya
habíamos organizado una manguita con caña brava y todo, ya
ni siquiera el animal era amarrado. Uno llegaba allá, quitaba la
montura, o la angarilla, o la enjalma, quitaba la carga, pelaba la
jáquima, el cabezal, y el animalito iba suelto a comer allí. Entonces uno se despreocupaba, no estaba jodiendo amarrando, ni
yéndose a dar agua ni nada de eso, sino que él solo comía, iba a
beber agua. Eso era una tranquilidad. Por eso yo me amañé mucho allá.
El awelú Lorenzo llegó con las papas
Yo aprendí a trabajar así de a poquito, voleando el maíz, sembrando mis libritas de papa. Ya cuando pude, me fui un poquito
lejos a cultivar, en la misma hacienda, pero allá donde me costaba, donde no llegaba la bestia, dígase usted a dos kilómetros loma
arriba. Allá el blanco no subía y entonces uno podía cultivar; se
daban cuenta que uno subía, pero para ellos era muy lejos para
pensar en potreros y dejaban.
Pero era muy difícil. Para subir la semilla uno tenía que cargar un bulto a la espalda y trepar la loma. Echaba uno unas cinco reposadas y otra vez paleteaba, dele dele. Al fin llegaba allá con
la semilla. Cuando producía, otra vez para abajo paleteando,
bajaaando lentamente. Unas veces llovía y se ponían esos pisos
bieeen lisos; nos caíamos y bajábamos revolcándonos.
Mi abuelita me decía ‘awelú Lorenzo’. Ella era feliz cuando yo
llegaba con la carga de papa o con el ulluco, o cuando ya yo solo
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [291]
me acostumbré a venir a Mondomo y llegaba con la yuca, con el
plátano. Como uno la veía con hambre, de noche seleccionaba
la papa: la de vender, unas arrobitas, separaba; la de comer, separaba; y le llevaba una bateada, cualquier cosa le llevaba allá, ¡y
ella se ponía contenta contenta!, se ponía feliz. Montaba la olla,
echaba las papas y la cebolla, la salcita y todo lo demás y… un
caldito. Cuando llegaba mi papá, contaba: “Cómo te parece
Pautista” —no le decía Bautista, sino Pautista— “que el awelú
Lorenzo llegó con las papas, yo me hice un caldito y me lo tomé.
Estoy contenta, me comí”. Mensaje que le daba cuando llegaba
mi papá. Cuando llegaba de Mondomo decía que el awelú Lorenzo llegó con las yucas, los plátanos, y me trajo a mí aquí.
Mi papá quedaba con la satisfacción de que yo iba allá, o yo
producía allá, y no comía solo. Llevaba para la casa para mi
mamá, para los hermanos, pero también llevaba allá para la
abuela, porque ellos tenían una cocinita aparte. Se ponían contentas cuando yo llegaba con la comida.
Mi primera platica jornaleando
Cuando entró Mario Córdoba empezó a cultivar todas esas
tierras del Kuruschak. Con los bueyes que trajo de Pasto, y usando a los mismos guambianos, voltearon mucha tierra, mucha
tierra, y luego cultivaron trigo, harto trigo.
No se cuántos años tendría yo cuando salí por primera vez a
jornalear con mi papá. Él me llevó allá en la hacienda misma a
trabajar, a ganar. Él no era jornalero agrícola, pero como llegó
un momento en que ya no dejaban rozar, ni trabajar el cultivo
allí, como presionaron tanto para que se convirtieran en jornaleros, entonces él iba a jornalear.
Como yo era muy niño, a mí no me tenían en cuenta, pero
como no había tierra, ya nos habían quitado todo, uno se sentía
desocupado, y había hambre, necesidad. Por eso, para que ganara
algo, para que me dieran un pedacito de panela, me llevaron a
jornalear. Me acuerdo tanto que me llevó a elaborar unos morteros, a labrar piedras, a hacer huecos para salar ganado. A mi
me dio una herramienta y él con otra; a mi me dio una piedra y
él cogió otra.
[292] l a f u e rz a d e l a g e n te
En eso venía el cabo Cruz a mirar qué estaba haciendo mi
papá y qué estaba haciendo yo, y decía: “¡Pero Bautista para qué
habrá traído a ese muchachito; ese no hace nada!”. Se oía una voz
grandota desde lejos: “Para qué habrá traído Bautista ese muchacho”. Mi papá, en voz baja, decía: “Dele, dele; usted no pare, no
vaya a estar volteando a mirar, sino dele al trabajo que está haciendo para que no lo rechace. Mientras él se me arrima y a mí
me esté hablando cualquier cosa, usted no esté volteando a mirar, sino usted trabaje”. Y le llegó allí el cabo a hablarle a mi papá,
y yo le daba y le daba, pero no voltié a mirarlo, ni a mi papá. Así
estuve hasta que se fue. Cuando se fue, me resollé un poquito.
Como estaba al lado de mi papá, no pudo regresarme, no pudo
decirme que me fuera para la casa.
Duré una semana. Y en la semana, en los seis días —yo me
acuerdo que en ese entonces había unos billetes azules de a peso—, me dio un billete de a peso y una moneda de 20 centavos.
¡Uy! la primera vez que yo hice platica, trabajando, jornaleando.
Ese era un triunfo para mi. Yo ya había hecho una platica con la
venta de la cebolla, para la sal y todo eso, pero eran 20 centavitos,
hasta 30 centavos. Pero jornaleando, trabajando ahí duro, ¡me
dieron 1.20! Me pareció mucha plata. Como que con el 100 mi
papá tenía una deuda y le ayudé a pagar. Con los 20 me quedé
contentísimo.
Pero no seguí jornaleando en lo de los morteros. Me quedé contento con la plata, pero no con el tipo.
En Kuruschak y todo el Oskowampik, en las huertas que le habían quitado a los terrajeros, regaron mucho trigo y otros productos. Ya esos no eran de nuestra gente sino del patrón. Ahí
seguí yo jornaleando, cortando trigo, recogiendo maíz, lo que me
tocara.
Recuerdo mucho que yo ya no andaba con mi papá, ni
tampoco me juntaba con los jóvenes para trabajar. Desde pequeño —en épocas de Mario Córdoba, cuando a los terrajeros les
tocaba pagar dos días de terraje y el resto jornaleaban— me
acostumbré a estar en medio de los mayores cuando salía a ayudar a descontar terraje a mi papá. Y no eran cualquier mayores.
Hoy viéndolo bien, han sabido ser los capitanes. Me acuerdo mucho de un capitán Manuel Calambás, capitán Pedro Calambás,
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [293]
Jacinto Sánchez, que también era capitán del trabajo, Domingo
Trochez, que hoy pensando era el papá de José Antonio Trochez.
Ellos eran los baquianos para el trabajo, los que manejaban la
gente, los que hacían que trabajaran bien, y yo andaba en medio
de ellos.
Como siempre estaba en medio de ellos, escuchando a ver
qué decían, recuerdo que hablaban mucho. Muchas veces hacían
lamentos de la tristeza, del dolor de la escasez de tierras, del arrebato de las tierras. Conversaaaban todo el día, en los momentos
de descanso, cuando se sentaban a mambear a medio día. Eran
unas conversaciones de sus idas y venidas, de los sinsabores que
pasaron por ser terrajeros, por haberles quitado las tierras, porque la situación era cada vez peor. Y finalizaban diciéndome, señalándome a mi: “Este pooobrecito, ¡qué sufrimientos irá a conocer a lo largo de su vida! ¡Quéee irá a conocer! ¡Cóoomo irá a
ser la vida de él!”. Ellos aseguraban que veían las consecuencias
que íbamos a sufrir en la vida, no sólo la mía, sino la de muchos
contemporáneos, que veían un panorama oscuro para el mundo de los llamados terrajeros.
Mi papá contaba que, años antes, allá donde trabajaban el terraje, en las horas de descanso se reunían siempre con él, que
sabía leer. De vez en cuando leían el periódico y entre ellos leían
el artículo de la ida de José Gonzalo Sánchez a Rusia. Este fue
leído en repetidas veces, para que la gente se enterara, pensando
que los comunistas algún día apoyarían a rescatar la tierra. La
gente esto esperaba, porque la bola era que el comunismo reinaría en el mundo. También hablaban mucho de China Comunista, que era una nación muy grande y con mucha gente. Entonces esperaban de José Gonzalo Sánchez, de esa relación, que
algún día ganarían las tierras, que algún día el comunismo de esas
naciones lejanas ayudaría algo, y no pensaban que la tierra había que pelearla nosotros mismos.
Un compromiso de trabajo con mi tío
Un día que yo no bajé a Mondomo, mi papá y mi mamá trajeron a Pedro mi hermano, que también era pequeño. Por un punto que llama Piedras Negras, frente a Caldono, por allí hay mu[294] l a f u e rz a d e l a g en te
cha culebra y encontraron una brava en el camino. Pedro no la
vio. Mi papá decía que venía a caballo, la vio y le gritó: “José, José
—a Pedro lo llamaban José, porque él es Pedro José—, ahí está
la culebra, cuidado”. El muchacho, en vez de hacerse a un lado,
mas bien corrió derecho para donde estaba la culebra y ésta pegó
el zarpazo y mordió. Lo mordió en dos sitios por el tobillo. ¡Qué
problema tan grande para mi papá y mi mamá!
Allí encontró un amigo que se llamaba Luciano Patiño, llegaron donde él y misia María su esposa, y le dieron auxilio para
empezar a curar. Ahí estuvo como 15 días mientras se recuperaba
algo y luego lo bajaron para Mondomo. Allá había un buen
médico paez que se llamaba Pacho Campo, que vivía al otro
ladito del río Mondomo, y mi papá lo buscó para que fuera a
curar a Pedro. Lo tuvieron como tres meses allá. Un mes estuvo
privado totalmente de toda comida de sal; mandó solamente
comida de maíz, comida sin sal. Y así lo curó.
Cuando hubo ese problema, mi papá siempre subía a Silvia,
pero mi mamá, cuidando a José, demoró tres meses. Yoooo esperando a mi mamá… ¡tres meses solos! esperándola.
Cuando mi papá y mi mamá se iban, nos quedábamos por
allí refugiados donde las abuelas, donde las tías, tíos, entonces a
uno siempre, no estando el papá, no estando la mamá, así sean
muy buenos tíos, muy buenas abuelas, le hace falta la mamá, le
hace falta el papá, y sufríamos.
En esos tres meses no se qué comimos. Íbamos a rebuscarnos
en los trabajaderos viejos. El ulluco es una cosa como silvestre,
que así usted no trabaje, así esté en el monte, sigue dando. Nace,
crece, produce, muere y el tubérculo vuelve y nace y crece. Entonces uno iba allá a cueviar, a buscar cualquier cosita. También
nos acostumbramos a comer mucha cebolla en guiso. Y así estuvimos todo el tiempo, donde las dos abuelas; cuando nos aburríamos donde una, pasábamos donde la otra.
A los tres meses mi tío Vicente me llevó a trabajar. Que alguien necesitaba y me pagaba 20 centavos, para ayudar a descontar
terraje. En ese trabajo de la hacienda, a medio día daban un pedacito de panela y dos pancitos; ese era el almuerzo que daban.
En ese cerro alto que de allí de Silvia se ve, en toda esa loma,
el terrateniente estaba haciendo regar trigo; a los terrajeros los
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [295]
había hecho rozar, picar, echar azadón, todo eso, y en ese momentico estaban en esa labor de regar trigo. A mi me tenían allá
en tooodo el copete del cerro, allá arriba.
Pero a los tres meses vino mi mamá, sola; vino subiendo con
las dos yegüitas, y venía José ya alentado. Llegó en ese momento
del descanso, que yo solamente había alcanzado a recibir la
panelita y los dos panes. Entonces alguien dijo: “Veee, quién será
que viene allá, parece que es fulano”. ¡Aaaah! yo vi que era mi
mamá. Mi mamá. Y a mi no me importó nada. Ni qué tío, ni qué
20 centavos, ni qué herramienta de trabajo; le dejé allí tirada. La
panelita sí la llevé. Yo bajé esa falda pero rodando como una piedra, para ver a mi mamá. ¡Feliz! Y ¡dónde que yo regresaba otra
vez a trabajar allí por la tarde! Yo dejé botado, porque hacía tres
meses que no había visto a mi mamá; para mi era la felicidad más
grande.
Por la tarde mi tío estaba bravísimo. Que por qué no había
aguantado medio día, que ¡cómo iba a perder medio día ya trabajado! Y que además ya había recibido el pedazo de panela. ¡Jaja!
Que qué pena para él ante la gente, que un muchacho tan irresponsable, que no merecía sino juetearlo. Él esperó que de pronto regresara, pero yo no regresé. Mi mamá tampoco me obligó a
que regresara a trabajar el resto del día. ¡Entonces me fui, me
olvidé mi trabajo!
[296] l a f u e rz a d e l a g en te
[297]
7
Mis
primeros
viajes
[300] l a f u e rz a d e l a g e n te
El ulluco y el viaje a Las Lajas
Recuerdo una vez que estuve ¡tan contento!
Yo tendría unos 14 años y ya podía manejar un bulto de cinco
arrobas, porque como desde muchacho empecé a bultear, tuve
buena fuerza para cargar los bultos en la espalda, y para echar al
hombro para amarrar en la bestia. Es difícil levantar una carga
de 10 arrobas uno solo; tiene que haber otra persona que le apoye
para tener al otro lado el primer bulto que uno sube al lomo del
caballo. Pero como yo casi andaba solo, cogí baquía y solo cargaba: primero subía el primer bulto, lo dejaba en el centro para
que no se volteara, y luego arrimaba el segundo bulto, alcanzaba el rejo, el lazo, lo agarraba y medio aseguraba; luego lo echaba para el otro lado y lo acomodaba. Entonces yo solo acomodaba una carga.
En un lotecito alcancé a cultivar un ulluco que se dio muy
bueno. Un día bajé con dos cargas y el ulluco estaba a buen precio. Llegué donde Susana Hurtado, una negociante que compraba ulluco frente a la casa donde vivimos, y la carga estuvo
valiendo 100 pesos. Como yo traía dos cargas, ¡me dio 200 pesos esa señora! ¡Uy! 200 pesos me puso en 200 billetes de a peso,
unos billetes azules. Me acuerdo que me llamó: “Venga mijo”, y
me vació, sentado allá en la mesa, allá con un poquito de agua,
y cuente, cuente, 200 billetes. ¡Me puse tan contento! Yo no
compré ni pan, ni compré nada; me fui derechiiito con la plata entre el bolsillo para mostrarle a mi mamá, que andaba revisando en la roza el resto de los cultivos. Vea, vendí por tanto,
me hice tanta plata.
Mi mamá me ayudaba ¡mucho!, me ayudaba muchísimo.
Ella, si nos dormíamos, nos llamaba a todos para que nos levantáramos temprano, nos apoyaba haciéndonos el almuerzo temprano, con el café a medio día, a seleccionar la papa, a cogerla, a
m i s p r i m e r o s v i a j e s [301]
Buscando un milagro de la Virgen de Las Lajas para salvar nuestra situación.
buscar la semilla… Ayudaba muchísimo. Todo el apoyo que nos
había dado, y yo ¡por primera vez ir con tanta plata! Entonces
ella se puso contenta.
Y todavía tuvimos más ulluco. No se había acabado y seguimos cogiendo, y yo seguí haciendo plata. Con esa plata, me acuerdo, gastamos algo, no guardé todo, pero sí compré un ternero.
Un día ese ternero ya me valía. El ternero lo había llevado a
amarrar por todas partes, tal vez alguien nos dio permiso para
levantarlo; lo levantamos, y lo vendí por 200 pesos.
Nosotros fuimos muy rezanderos, porque así nos enseñó la
iglesia, así nos enseñó la maestra, mi papá también, y como yo
quería tanto llegar en algún sitio donde nos dieran la mano,
porque con lo que trabajábamos, con lo que hacíamos, no era
basta, porque yo como que quería progresar muy rápido y para
eso necesitaba como de un milagro, un dios, una virgen que nos
diera; entonces, que la Virgen de Las Lajas, que muy milagrosa,
que muy efectiva, que si uno tiene fe, que si uno paga misa, que
produce más comida, que se da buena, que se da bien. ¡Ah! bueno, vamos a ver. Entonces con mis 200 pesos de la venta del ternero fue mi papá, fue Jacinta, fui yo; nos alcanzó para tres personas ir a Las Lajas. Mi papá contento porque fuimos, oímos misa,
[302] l a f u erz a d e l a g e n te
confesamos, pagamos misa, y todo lo demás. Regresamos otra vez.
Yo como que conocí leeeejos por allá… en otro mundo, decíamos. Conocí. Fue mi primera ida lejos. Ir a Pasto, ir a Las Lajas,
¡eso era ya un día en carro! ¡dele y dele y deeeele! Eso era lejísimos. Pero conocí mucho, conocí muchas tierras, conocí mucho
cultivo. Ni siquiera bajé del carro, pasamos solamente mirando,
pero esa ida me aprovechó muchísimo porque conocí otras tierras donde se producen las papas que se levantan asíii, donde
producen trigo, maíz, fríjol, ¡cultivo tan bueeeno! ¡Ay, hombre!
yo voy a hacer lo mismo, me dije.
Eran esos buses escalera donde metían de a siete en banca.
Yo llegué allá bieeen molido, cansado. Pero nos aprovechó muchísimo ver esas tierras. Cuando regresamos en las tierras de nosotros, mejoramos la agricultura. No se cómo, pero aprendimos.
Entonces nos fue un poquito mejor.
Ya después, no me acuerdo de cuántos años, mi papá quería
ir a Chiquinquirá, se le ocurrió. Yo no se cómo levanté plata y él
también cómo, Jacinta también cómo, y nos trajo. A mi mamá,
pobrecita, no. A mi mamá la había llevado mi papá a Las Lajas;
ahí tengo la foto de ella. No fue conmigo, pero sí mi papá la
había llevado. Entonces, otro que me enriquecí viniendo a
Chiquinquirá.
m i s p r i m e r o s v i a j e s [303]
Patipela’o en Bogotá
El primer viaje que yo hice a Bogotá pudo ha-
ber sido por allá en 1953. Era el gobierno de Rojas Pinilla.
Cruz estaba estudiando en Bogotá, por allá en el sur. Estaba
en un convento de monjas. Mi papá tenía mucha inquietud de
venir y de traerme. Que iba a ver a Cruz, que hacía como unos
tres años que no lo veíamos.
Muchas veces habíamos ido hasta Buga, también al sur, porque mi papá era muy devoto de la Virgen de Las Lajas y del Señor de los Milagros de Buga, y a veces pagaba misa, que para que
la Virgen y el Señor le ayudaran para la terminación de su estudio. Pero yo nunca había pensado en un viaje tan largo, tan difícil. Se me ocurrió venirme con mi papá.
Yo y Jacinta teníamos una novilla entre los dos, a la que queríamos mucho, pero como era un viaje que había que hacer para
venir a ver a Cruz, la vendimos y con eso se vino.
Yo no tenía ropa, pero mi papá me compró un único pantalón y una única camisa. Fue de los primeros pantalones que tuve,
porque hasta entonces usaba más que todo un capisayito de ruana que se amarraba al estilo del paño que usamos ahora, pero
no era paño, ni bayeta. Tampoco tenía zapatos, ni alpargate, y eso
si no me compró; vine descalzo a Bogotá, con mis pies llenos de
barro, embarrados.
Me acuerdo que veníamos en el tren. A Piendamó bajamos
en una berlina, y de allí cogimos tren a Cali. Había dos túneles
para bajar a Cali, por allí por Suárez, y eso era para mi una novedad, que de pronto un ratico se metía entre un hueco y ¡quedaba en lo oscuro! y al ratico volvía salir. ¡A miii los ojos no se
me llenaban nunca!
En Cali volvimos a transbordar en otro tren que en ese entonces gastaba como dos días a Bogotá; iba muy lento. De Cali a
[304] l a f u erz a d e l a g en te
Armenia había tren. Llegamos de noche a Armenia y de ahí había un trayecto en que no existía tren; entonces nos vinimos en
unos colectivos, hasta Ibagué. De Ibagué otra vez cogimos tren
para Bogotá.
Para mi era muy novedoso un viaje tan largo, con tantos
transbordos, y conociendo por el camino un poblado que llama
Girardot y que allí esta el río más grande, el río Magdalena. Yo
miraba por todos los lados. Si antes yéndome a Nariño vi de lejos los cultivos de papa, de cebolla y otros —porque no entré
nunca a los cultivos, simplemente vi de lejos—, cuando vine a
Bogotá ¡vi los cultivos de café, plátano!
Me parecía una maravilla ver eso, ver algunos avisos que decían: “Sevilla, capital agrícola del café”, que era la mayor productora de café en Colombia. Veía muchos cultivos hasta en las
barrancas de las carreteras. Había muchos cultivos. Yo miraba
por todos los lados. A mi nunca se me llenaban los ojos de mirar todo a lo largo del camino.
En el camino mi papá compraba mecato, empanadas y cosas. ¡Y de eso tampoco nunca me llenaba! Tragón fui.
Una cosa que memoricé mucho en el viaje fue el pito del tren,
que era raro. Cuando regresé, yo como que silbaba, como que
gritaba al estilo del ruido del motor del tren. Era raro:
foquifoquifoquifoqui. ¡Y esa fumarola! Veía por los lados del tren
como unos codos que le daban vuelta. Yo siempre sacaba la cabeza por la ventanilla, y mi papá decía: “Cuidado, no saque”,
porque había unos avisos y era de cuidado sacarla.
En el tren venían unos tipos a los que llamaban ‘conductores’; eran unos señores de vestido azul que venían a revisar los
tiquetes. A mi me quería sacar del tren porque tenía más de 12 años
y mi papá solamente había comprado medio pasaje. Entonces me
alegó que yo no tenía que ir con medio pasaje porque estaba ocupando puesto. Mi papá alegaba, peleaba y por fin me dejó.
Y… ¡llegué a Bogotá! No se cómo nos trasladamos de la estación a la calle 11, donde estaban las monjas y donde estaba Cruz.
Llegamos ahí. Tal vez estuvimos más de ocho días, unos quince días.
Allá en la huerta que tenían en el convento de las monjas
había unos obreros que cultivaban hortalizas y botaban materia
orgánica. A mi me dieron un azadón para que ayudara a picar la
m i s p r i m e r o s v i a j e s [305]
tierra, a revolver la materia orgánica y otras tareas. Como eso era
lo que a mi me gustaba, me fui con el obrero allá a trabajar y él,
de ver que yo manejaba bien el azadón, de ver que yo picaba bien,
revolvía bien, me quería mucho. Yo manejaba bien y ¡me quería! Estuve varios días ayudándole. Después de trabajar, me llevaban al comedor, a comer; me dieron una comida totalmente
distinta a lo que comíamos habitualmente. Era comida rara:
harto arroz, chicharrones, carne, una comida que yo jamás había comido. Yo como que comí harto de eso.
Con Cruz tuvimos contacto en la noche. Conversamos cositas. Pero él como estaba estudiando, siempre iba todos los días
a su estudio y regresaba en la tarde. Estaba ahí permanentemente,
pero sólo en la tarde nos encontrábamos. Hasta ese momento mi
papá todavía esperaba que Cruz estudiara para ser cura. Y Cruz
hasta allí todavía parecía que tenía vocación de serlo.
Mi papá no vino solamente a ver a Cruz, sino a otros mandados para el Cabildo de Guambía. En ese entonces existía ya Asuntos Indígenas, Ministerio de Gobierno, y el Cabildo había mandado algunas cartas; entonces estuvimos por ahí y habló algo con
el jefe de Asuntos Indígenas, que en ese entonces me parece que
era Gregorio Hernández de Alba.
También tenía la dirección del patrón, del dueño de Chimán,
que era Aurelio Mosquera. Yo no se cómo, pero en todo caso tuvo
contacto con él. Como mi papá era terrajero, yo era hijo de terrajero, de Bogotá nos usó para llevar unas tres cajas grandes llenas de una maleza de una flor amarilla que tiene espinas. Nos
llevó por allá al pie de Monserrate para arrancarla y acomodó, y
la mandó para sembrar allá en su casa quinta en Silvia. Creo que
ni nos dio plata para el transporte y el manejo de esas cajas grandes; fuera de lo pobres que estábamos, de la venta de mi novilla
y de Jacinta, yo creo que tuvo que pagar el costo para transportar esas cajas, porque se pasaba el peso del equipaje que nos correspondía llevar. El terrateniente lo único que hizo fue empacar y entregárselas. Mi papá las llevó. Creo que a mi me tocó
ayudar a cargar las cajas, a acomodarlas en el bus y todo. Y…
¡transbordando!
Mi papá me llevó a visitar al Señor de Monserrate. Para arriba
me llevó en un aparato que llama el funicular, que corría sobre
[306] l a f u e rz a d e l a g en t e
unos rieles; tenía un túnel también, muy parecido al tren. Subí.
Por allá mi papá pagó unas misas, compró unas estampas y de
bajada nos fuimos a pie.
También me llevó al Museo Nacional. Él decía que había que
conocer los antiguos cómo enterraban, lo que hoy día llaman las
momias, y muchas cosas de artesanía, antiguas. Yo no sabía qué
era eso. Conocimos todo: las bateas, las casitas, las formas de
cocinar los alimentos, mucha cerámica, ollas, tejidos, muchos
chumbes que había dentro de las vitrinas. Conocí eso.
Estuvimos además en la Quinta de Bolívar que quedaba por
allí cerca a Monserrate. Decía que la canoa era la del caballo palomo de Bolívar. Se veían todavía los trapos que Bolívar usaba,
las espadas. Entonces conocí esas tres cosas: Monserrate, el Museo y la Quinta de Bolívar.
Pero en Bogotá yo me sentí muy incómodo. Yo, como traía
la única ropa, no tenía más, ni pantalón ni camisa, no tenía en
cuenta si mi ropa estaba sucia o limpia. Un día me llamó la hermana y me dijo: “¡Uy, su ropa está muy sucia! Escoja aquí de las
que hay a ver cuál le sirve”. Unas ropas, no se de quiénes serían;
serían de los estudiantes o de los trabajadores. Y como estaba descalzo, también me mandó a mirar unos zapatos viejos que habían
ahí, a ver cuáles me quedaban buenos. Ninguno me quedaba bueno; eran muy grandes. La ropa sí la usé, camisa y pantalón, para
poder lavar la que tenía, la que traía de Silvia. Lavé mis pies, porque uno descalzo toca directo el barro, la tierra, y entonces mis
pies eran penetrados del barro, pero seguí estando sin zapatos.
Parecía que en la ciudad no se encontraba gente descalza, ¿no?
Todos con zapatos, todos todos, y yo era el único descalzo. Me
sentía incómodo. Yo le decía a mi papá: “¿No te sobra platica para
que compremos zapatos?”. Que no alcanzaba. No, y no compramos. Así regresé otra vez a Guambía, sin zapatos… porque los
zapatos que me iban a regalar en el Convento eran muy grandes. Me sentí mal, hasta que llegué otra vez a Guambía y había
gente sin zapatos, porque me miraba mucho la gente. Yo no se
por qué; sería yo muy extraño. Desde que las monjas dijeron escoja uno de estos sería porque veían incómodo que yo andara
sin zapatos entre gente que toda tenía puesto calzado. Mi papá
siempre usaba alpargate.
m i s p r i m e r o s v i a j e s [307]
Entonces yo como que estuve rebelde, como que no quería,
pero ya estaba muy lejos… ¡El afán de venir a Bogotá! No sabía
a quién rebelar, pero me incomodé muchísimo. Cuando salí de
la casa para venir, salí contento, pero en el camino me incomodé tanto tanto… ¡Imagínese entrar yo patipela’o allá donde el
doctor Gregorio Hernández de Alba, patipela’o donde el patrono Aurelio Mosquera. Pero la plata no alcanzaba. Las monjas quisieron regalarme, pero tampoco me sirvieron.
A la Quinta de Bolívar no regresé nunca más desde ese entonces. No se qué cambios habrá. He regresado a otros sitios, como
Monserrate, por funicular y ahora últimamente por el teleférico;
he bajado también a pie. Nunca había vuelto tampoco al Museo
Nacional desde ese entonces, cuando yo, descalzo, mugriento,
entré por primera vez. Pero volví ahora, 40 años después, que yo
mismo no pensaba recordar ese pasado triste y doloroso. Regresé en 1992 para visitar una exposición de arte tradicional y, cuando entré, había unas señoras, unas empleadas, empleados, que
me reconocieron como Constituyente y me dieron una atención
muy especial: una de las directivas del Museo personalmente me
hizo un recorrido, explicándome todo en detalle, y hasta me regaló el catálogo de la exposición. Me causó sensación, emoción…
Contento por un lado, pero por otro recordé mi niñez, mi infancia, mi pobreza.
Es un cambio que hemos dado, un vuelco que hemos logrado en un proceso de lucha de 40 años. ¡Cuarenta años! Ha
corrido mucho tiempo, es un recorrido largo. Pero me dio una
gran satisfacción haber logrado nosotros ese cambio, esa transformación.
Antes, cuando entré con mi papá, nadie nos dio una atención. Miré las cosas, mi papá allí a grandes rasgos explicaba cómo
enterraban a los antepasados, como tejían, como vivían. Yo miraba, pero no con mucha precaución, no con interés. Hoy mirándolo de nuevo y reflexionando que ha sido un valor histórico,
eso parece que nos ha servido para estas transformaciones que
se han venido dando en los últimos tiempos. Es grato para mi
haber alcanzado a disfrutar algo, a sentir en mi paladar, en mi
propio pensamiento, en mi fondo, ese cambio. A los 40 años ya
no llegué con hambre ni sin zapatos; llegué algo distinto, y dis[308] l a f u e rz a d e l a g en te
frutando ese giro tan profundo, de respeto, que hemos hecho,
ese espacio que hemos ganado ante la sociedad nacional.
Y no solamente en el Museo, sino en cualquier entidad pública, privada, en las calles, con los transeúntes, en los buses, en los
taxis, en el avión, disfrutamos hoy de ese respeto que hemos logrado conseguir y de ese apoyo de la sociedad nacional.
La gran mayoría de la gente no sabe el proceso —algún día
lo conocerán realmente—, no conoce la vida de uno y la vida de
las gentes contemporáneas del momento, que nos tocó confrontar esa situación de tanta miseria. Aún hoy hay pobreza, pero
la pobreza de hoy no se puede comparar con la esclavitud de
aquellos momentos, en la que fuimos tan sometidos al querer de
los terratenientes.
Pero ese mismo pasado doloroso nos ha hecho trabajar para
buscar el cambio. Y cuando las personas se proponen algo, tenemos una prueba, se pueden hacer las cosas, se puede dar un
cambio. Si uno se propone algo y contribuye, encuentra en el
camino gentes que pueden apoyar. En este caso muchas gentes
han apoyado moralmente, políticamente, e incluso económicamente. Porque si alguien nos alberga en una casa, nos da hospedaje, si alguien nos apoya con los alimentos, si alguien nos
apoya con un transporte —como me ha ocurrido que a veces no
me han cobrado en los buses, o que me han recogido en la calle
y transportado en sus vehículos particulares o taxis—, yo siempre reconozco que eso es un apoyo económico para uno.
Yo tengo el enorme orgullo, realmente, de haber pasado por
este camino. No quisiera recordar lo trágico, lo doloroso, pero
es necesario, para que las gentes puedan conocer que la vida no
es fácil, pero que el cambio tampoco es imposible.
m i s p r i m e r o s v i a j e s [309]
8
Abriéndonos
camino en
Mondomo
[312] l a f u e rz a de l a g en te
La compra de la finca de Mondomo
Cuando Mario Córdoba llegó y comenzó a
quitar todas las tierras, mucha gente salió de la hacienda. Mi
familia también buscó otros caminos, tratando de evitar los sufrimientos en El Chimán, y un día logramos hacernos a una
tierrita en lo caliente, en Mondomo. Eso fue comprado en 1944,
en el mes de mayo.
Muchos guambianos caminaban de Silvia a Santander de
Quilichao, por ese largo camino, y mi papá conocía bien, porque en Mondomo, en el punto Aguablanca donde hoy tenemos
la finca, allí era el descansadero, era como un campamento de
los guambianos; todos llegaban allí. Los guambianos hacían dos
jornadas de Silvia a Santander cuando bajaban y subían con carga, y el reposo de la primera jornada, donde comían, dormían y
descansaban también los animales era allí en Aguablanca especialmente. Además, ahí vivían unos guambianos que eran
amigos.
Por allá en 1935 un guambiano de Anisrtrapu que llamaba
Francisco Aranda compró esa finca. Había dos Franciscos Aranda: un Francisco Aranda Yalanda, el viejo, y Francisco Aranda
Morales, el hijo. El primero compró y el segundo ya heredó; ellos
vivían ahí. En esas idas y venidas permanentes con la mercancía, con los productos agrícolas, mi papá también llegaba allí. Conocía, pero no sabía si eso lo vendían o no.
Hasta que un día, Julio Tunubalá ‘el grande’, de El Chimán,
le avisó a mi papá que estaban vendiendo la finca El Potrerito,
como la llamaban en ese entonces. Mi papá vino a ver con Manuel Jesús mi hermano mayor, que está muerto. Como él era ya
más grande, tenía 12 años, apoyó mucho para que comprara la
finca. Decía que cuando llegó allá encontró a Francisco Aranda
el joven, que la finca la tenía para venta, y que pedía 600 pesos.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [313]
Mi papá iba dispuesto a comprarle y Julio le ayudó para que
negociaran.
Recuerdo cuando hablaban en la casa que iban a comprar en
Mondomo, que iban a negociar, y de cómo hacer la plata. Hablaban mucho en la casa, mi abuela, mi papá; había mucho comentario, conversaban permanentemente. En ese momento tendría yo seis años, pero me acuerdo perfectamente que, de esa
edad, deseaba que la compraran.
Yo tenía una gallina, era una gallina blanca, mi única gallina. No sé cómo la tuve, alguien me la debe haber regalado. Entonces yo le decía a mi mamá: “Mate esa gallina, pélela y dele avío
para el camino a mi papá para que coma, que va a ir a ver la finca”. Pero mi mamá no me hizo caso, no mató la gallina, y después creo que se la robaron.
Un día ya mi papá fue a verla, llegó, y en la casa era todo un
comentario. Hablaban de las culebras, de las arañas, de los insectos, pero también hablaban de las cosas buenas.
A mi me llamaba mucho la atención cuando decían que en
tierra caliente el maíz producía dos veces al año, que se pueden
dar dos cosechas al año. Eso me parecía muy rico, me parecía
muy bueno. Y hablaban de las naranjas, de los guamos, del banano, del aguacate… ¡frutas! Yo ni conocía cómo era un palo de
naranja, ni una mata de caña, ni una mata de plátano. Al banano o a la naranja, ya la fruta de consumir, la traían y uno conocía, pero no conocía la mata, cómo sembrar, nada. Entonces
hacían comentarios de todo eso. Hablaban de la yuca, la caña,
que Francisco Aranda tenía un trapiche de palo y en ese trapiche molía y tenía panela para no estar comprando hasta por seis
meses, que tenía panela guardada y la iba sacando y la iba consumiendo, la iba sacando y la iba consumiendo. Que cuando acababa esa arrumita de panela volvía a moler otra arrumita y que
la guardaba para el resto del tiempo, y así. Entonces no le tocaba
comprar. Todo eso eran cosas positivas, ricas.
Tenían mucho miedo de las víboras, las culebras, las arañas,
todos los insectos que uno puede ver en tierra caliente. Hablaban mucho de eso. Que había culebras venenosas que lo
muerden a uno y uno se muere. Tal vez no conocían la culebra
en la casa, entonces decían que unas culebras iban por el piso
[314] l a f u e rz a d e l a g en te
arrastrándose, pero que otras se iban paradas, con la cabeza alta,
como el bejuco, ¡paradas!; hablaban de las culebras que andan
por las ramas, de las culebras que si uno se descuida están debajo de la cama, en la cama y, uno sin ver, se acuesta encima y lo
muerden en la cara, en la cabeza y se muere. Había comentarios
terroríficos. Entonces yo cogía un palo de leña allí en la cocina y
decía: “¡Ah! yo sí me voy; si yo veo a la culebra yo le daría así”. Y
azotaba la tierra, el piso. “A las que están en el piso les pegaría así
azotando, a las que van paradas les pegaría así horizontal. Pero yo
las mataría, yo las mato. Yo sí me voy, yo sí no tendría miedo a la
culebra, yo sí la mataría”. Amenazaba, desafiaba haciendo fieros.
Mi abuela Gertrudis, cuando nos quitaron las tierras, tenía
algunas vaquitas en un potrero en rastrojo, las últimas vacas;
vendió esas vacas. Mi papá tenía unos caballos; vendió esos caballos. La hermana de mi papá, Antonia, tenía unas vacas; las
vendió. Por la tierra pedían 600 pesos, pero le rebajaron, se la
dieron por 450 pesos. Pero para hacer 450 pesos había que vender vacas, vender caballos, y endeudar… quedaba debiendo todavía plata para seguir trabajando y pagar. Decían que algunas
vacas vendieron por cinco pesos, las mejores, las que hoy pueden valer 400, 500 mil pesos. Vendió y con eso compró.
Hoy recordando, lo mejor que mi papá pudo haber hecho en
su vida fue pensar en comprar esa tierra. Creo que eso fue la salvación de todos nosotros. La salvación de él mismo, de la mamá,
de la abuela, de todos todos. Hoy poniéndome a pensar, ¡qué son
$450! Pero en ese entonces era mucha plata. Yo creo que él fue
financista en ese entonces. Él decía: “Si la escritura la hago por
$450, una entidad crediticia no me presta porque tiene muy bajo
valor. Si yo me valgo del vendedor para que diga que la finca no
costó $450 sino $900, me pueden prestar siquiera la mitad del
valor de la finca”. El vendedor aceptó. Así tengo yo la escritura
vieja, mano escrita de ese entonces, que la finca costó $900. Realmente no costó $900 sino $450.
Las deudas de mi papá
Pero mi papá desde ese entonces quedó endeudado. A su hermana seguramente no le gustó Mondomo, pues muy pronto le
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [315]
exigió que le devolviera su plata, y para pagarle mi papá tuvo que
endeudarse. Hizo varios créditos y esa deuda siguió permanente,
rodando, rodando. A él le tocó como en un círculo vicioso. En
ese entonces no existía la Caja Agraria en Santander de Quilichao;
existía era el Banco del Estado en Popayán, donde mi papá hizo
un crédito por 200 pesos, para ir pagando. Miguel Ángel Vidal,
un registrador de instrumentos públicos de Silvia que era amigo de él, lo fiaba para que le prestaran esa plata. El favor no era
gratis, mi papá le pagaba 10 pesos a él, pero iba y firmaba y mi
papá, con tal de que le prestaran la plata, lo buscó y también con
él quedó endeudado.
Muchos años después el Banco del Estado no prestó más plata: “Usted es un agricultor, para el agricultor ya hay Caja Agraria. Vaya a la Caja Agraria en Popayán”. Empezó a hacer crédito
ahí. Más tarde ya lo mandaron a Santander de Quilichao, porque ya se había instalado ahí la Caja Agraria: “No tiene por qué
venir a Popayán. Allá esta su Caja Agraria, vaya allá”. Mandaron
el expediente allá y siguió haciendo el crédito ahí.
Más adelante ya no fue basta con la Caja Agraria. Se endeudó también con el Banco Cafetero. Como tenía café, el Banco le
prestaba también platica. Entonces, unas veces con lo que le
prestaba la Caja Agraria pagaba al Banco, y con lo que le prestaba el Banco pagaba en la Caja Agraria. Todo el tiempo tenía
también deudas particulares, así que, si sobraba alguna cosa,
era para ir a sanear las deudas particulares. A cada santo debía
una vela: debía a los usureros en la calle y a los usureros oficiales. Siempre se mantuvo así y nunca pudo salvar la situación
económica.
Yo muchas veces me disgustaba porque vivía colgado ¡de un
año! Terminaba la cosecha en mayo, junio —en esa época va terminando el café—, el café del año siguiente todavía no había florecido, y él ya andaba tanteando con los bancos, con los usureros, buscando clientes para negociar, para vender la cosecha.
Yo decía, pero ¡cuándo, cuándo! Yo casi ya no quería trabajar en la finca porque ¡trabajar y trabajar y plata no se veía nada!
Pagar al Banco, pagar a la Caja Agraria, pagar deudas particulares, y al final de una cosecha no quedaba nada, ni un trapo se
alcanzaba a comprar. Yo no sé cómo no se dejó embargar la finca,
[316] l a f u e rz a d e l a g e n te
no se dejó quitar la tierrita. Yo creo que nosotros ayudamos muchísimo.
Muchas veces tenía una vaca, la vendía, con la condición de
que él seguía teniéndola al partir, a utilidad. Y uno de esclavo del
otro señor. Yo cuidando la vaca, pero ya no era de mi papá, ya
no era de nosotros, ya era ajena. La cría que daba era un disgusto para mi. Yo quería levantar un ternero, una vaca, para nosotros, y no era de nosotros, ya estaba vendido. Uno cuidaba y tenía derecho solamente a sacar y consumir la poca leche que daba.
¡No más! Cuando ya se había levantado el ternero, podía valer
$200, pero a mi papá le daban $100 pesos y se lo llevaban. Y esos
$100, ya tenía deudas quién sabe a dónde para arreglar; entonces se vendía, y ¡plata nada! Ya uno se daba perfecta cuenta de
los negocios, de las cosas, de los engaños que hacían los usureros, y él que se dejaba.
Un buen día se azaró porque yo vivía de mal genio, y dijo:
“¡Ah! en fin esa tierra va a ser para usted porque es el único que
se amañó; te la voy a entregar”. Y le dije: “Yo tengo que salir de
esas deudas. Es que estoy aburrido con tantas deudas de tanto
tiempo y que nunca termina una cosecha y hay una platica libre”. Y no solamente que no había una platica libre, sino que quedábamos todavía debiendo, que era lo peor. Y para poder comer,
para poder trabajar, había que vender la cosecha siguiente. ¡Qué
precio le pagarían a tan largo plazo! Ya ni querían comprar. Mi
papá rogándoles.
Un día le propuse que “ya que me va a entregar, pues escritúreme. Ya me ha dicho hace tanto tiempo, he vivido y trabajado
tanto tiempo, ya estoy mamado de tantas deudas, vamos a ver
yo cómo manejo…”
Prometí pagar las deudas: las particulares, las oficiales del
Banco y las a largo plazo, y ayudar para que compraran tierrita
en lo frío. Y así se hizo. Anualmente fui pagando, fui pagando,
hasta que por fin un día, para poder sacar la escritura que tenía
en la Caja Agraria, terminé de pagar las deudas. Saneé. Y le dije:
“Pagué las deudas, aquí está la escritura, ahora sí arrégleme el
problema”. Y él me firmó y entregó la escritura. Tal vez un poquito disgustado conmigo, no sé, pero me la entregó. Eso fue casi
20 años después de la compra de la finca.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [317]
A mi me pareció una gran satisfacción poder uno llegar con
el café, con la panela, con cualquier cosa, o una res, y poder negociar en el momento, en vez de llevar ese producto solamente
a que le arreglen cuentas como le de la gana al usurero, a vender
barato porque ya debía plata. Me parecía que era justo uno llevar el producto, negociar en el momento, y recibir algo de dinero. Esa me parecía la lógica.
Antes de yo recibir la escritura, ya habíamos comprado una
tierra en Malvazá, para Jacinta y Pedro; Cruz ya había terminado sus estudios también. Por eso él ya tenía prometido que la
tierra de Mondomo era para mi. Pero si yo no tomo el control
de la economía, la producción, y si no prometo pagar, habría
muerto endeudado y tal vez hasta habríamos perdido la tierra.
Lo hice a buen tiempo, pagué las deudas, liberamos un poco la
economía. Pero mi papá nunca pudo, siempre tenía compromisos adelantados.
[318] l a f u erz a de l a g en te
Mis primeros viajes a Mondomo
El racimo de bananos maduritos
Ya había ido mi mamá, mi tío Vicente, varios ya habían ido,
ya habían comprado. Teníamos la tierra en Mondomo, pero yo
no conocía, todavía no había bajado allá, no conocía el café, no
sabía cómo era la cosa, pero había hecho fieros de que mataría
las culebras y que viviría allá. En Silvia era muy difícil conseguir
un banano maduro, ¡que es tan riiico!, y con el hambre que uno
vivía, un banano bien maduro hasta con la cáscara se lo come
uno. Mi mamá y mi papá decían, y me tenían todo emocionado, que en Mondomo se perdían los racimos de banano maduro. Mi papá siempre, cada vez que iba, llegaba contando eso.
Él contaba todo en detalle. Sembré tal cosa, aconteció tal cosa,
en tal parte hay esto, en tal parte hay lo otro; con todo era muy
detallista mi papá. De todos esos detalles que contaba, me contó que: “Dejé un racimo de banano ahí amarrado, colgado, para
madurar; para cuando bajemos va a estar madurito”. ¡Ay! a mi
se me chorreaban las babas. Y que en Mondomo a los 15 días está
listico para comer: “Debe estar listico para comer, en punto,
madurito debe estar a esta hora”.
Eso no más me faltó. Yo lloré a gritos para irme para Mondomo a coger ese banano. Mi mamá no quería llevarme, mi papá
tampoco. Yo lloré, lloré pero amargamente por ir con ellos; no
me importó si era lejos, no me importó nada, sino llegar a donde estaba el banano, para comer.
Apenas bajamos a Silvia, más arribita de donde es hoy el Instituto Agrícola, allí empezando la loma de Quizgó, ya al otro lado
donde antes le decían Guachitolo y hoy lo llaman Boyacá, por
allí mi papá arrimó en una casa para acomodar la carga. Apenas
empezaba el largo viaje, y yo ya le decía a mi papá: “¿Ya llegamos?”.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [319]
¡Pendejo! Le dióoo todo el día. Caminamos tooodo el día. Yo ya
no pude caminar, me cansé. Entonces me hicieron lancar detrás
de la maleta. Seguí unas veces a pie y otras veces en el anca del
caballo. Mi mamá a pie, dele y dele tooodo el día. Todo el día caminamos, sin sabeeer a dónde, ¡cuándo llegábamos a comer el
banano!
Ya se fue oscureciendo por allí por Cerro Alto, bajando al
río Mondomo, bajando bajando ya se anocheció. Allí empecé
yo a aburrirme. ¡Me aburrí! Como que estaba en otro mundo,
en el infierno, un tormento. En Silvia yo me acostumbré a vivir en esas tierras donde no hay grillos, ni chicharras, ni mosquitos. Entonces como que llegué en ese infierno donde chillan
los grillos, la chicharra, los sapos, las ranas, todo eso. Taaanta
bulla, tanto ruido. A lo que va oscureciendo como que se alborota eso. Para mi era un gran tormento. Fuera de que venía pensando en las culebras, que como comentaban que también silban, entonces yo no sabía si eran las culebras, no sabía qué
animal era, pero silbaba y era un gran tormento en mi cabeza,
en mi oído. Era otro mundo. Me aburrí muchísimo bajando allí,
pero me fui callado porque yo lloré para venirme y todavía no
llegaba donde estaba el banano. Y se oscureció, y no llegué a
donde estaba el banano.
Ya de noche llegamos en un gran río, el Mondomo. Sucio.
Pasamos y dele dele. Yo como que me dormí en ese tropel de los
animales. Hasta que por fin llegamos. Como a las ocho de la
noche, ya bien oscuro, ya bien avanzadita la noche, entramos dice
que a la casa. A la casa. Por allí me acuerdo, como que veo la casa.
Llegamos allí, y mi papá, ni bien descargó, apenas desmontó, sacó
la llave del bolsillo del zamarro, abrió y verdad: ¡Ve el banano!
Ahí estaba cayéndose. ¡Yo llegué allí! Fui derecho a comer. Estaba el bananito desgranándose ya de maduro, ¡bien maduro!
Me comí no se cuántos bananos, comí hasta saciarme, hasta
que me supo a feo. Me dormí. Ya ellos no se qué hicieron con los
caballos, no se a dónde fueron a traer agua, no se qué cosas hicieron en la noche. Pero yo me llené de bananos, me arrimé en
un rincón y me dormí profundamente. Me desperté al otro día,
pero no me acuerdo qué hice. Pero esa llegada sí me acuerdo muy
exactico. Esa fue mi primera venida a Mondomo.
[320] l a f u e rz a d e l a g e n te
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [321]
Posteriores bajadas a Mondomo
De ahí ya las segundas venidas las hacía algunas veces con mi
mamá, otras con mi papá. Ya la segunda, la tercera, ya empecé a
venirme, empecé a venirme. Un día me devolví del camino.
Como no había ni alpargate ni nada, venía descalzo. Cuando,
de pronto me tropecé en una piedra y me voltié la uña. Yo lloré a gritos. A mi papá le dio tanta pena, que dijo: “Devuélvase
más bien, váyase despacio; usted verá cómo va, pero devuélvase”. Apenas estábamos de Silvia para abajo, por allí por Los
Remedios no más. Entonces me devolví; llorando llorando me
devolví.
Mi papá me llevaba siempre en el anca del caballo y algunas
veces como que me dormía. Una vez me fui de cabeza y mi papá
me iba a coger del pie, pero dice que no me cogió, que más bien
prefirió que me cayera para que no quedara colgado en la cola
del caballo y me pateara. Me desperté fue en el suelo, ¡jaja!
Él tenía muchos amigos, y una vez viniendo de Aguablanca
llegamos cansados y por allí en la entrada a Silvia se encontró
no se con quién, un tomador de trago, y se quedó tomando. Yo
lloraba y lloraba, lo apuraba para que nos fuéramos a la casa. ¡No!
se chumó. Yo no se cómo saqué fuerza y lo hice montar en la yegua. Se montó. Por allá caminando por lo que hoy es La Fundación había una casa de un mayor Juan Tunubalá, que lo llamaban ‘el mayordomo’. Hasta ahí llegó. Vio que era la casa del mayor
y entró. Bajó, conversó un rato y luego se quedó dormido. Entonces cogí la yegua de la carga, la eché adelante, me monté en
la otra yegua y me fui solito de noche. Las bestias conocían. Me
fui llorando, pero llegué allá.
En esas idas y venidas había mucho sufrimiento también. Sufría uno si estaba en la hacienda porque el terraje nos jodía, pero con esos viajes tan duros a Mondomo también. Es que la jornada era dura. Había épocas que llovía muchíiisimo y hay veces
nos cogían unas zumbas de agua por el camino, fuerte tempestad, y uno sin ropa extra, sin nada. Donde había casas por el camino uno arrimaba y allí escampaba, pero donde no había casas, uno se chupaba toda esa aguacerada. Cuando bajaba uno en
mal tiempo, lluvioso, el río Mondomo estaba ¡tan crecido! Y sa[322] l a f u erz a d e l a g en te
bía estar trayendo troncos de cachimbo grandísimos, lodo espeso, lleno, con toooda la corriente, con una gran fuerza bajaba.
Otras veces había buen tiempo, tiempo de verano, y hacía
¡qué solazo, pero qué solazo! Asentaban unos soles, que a uno le
daba una sed terrible. Entonces uno: “¡Ay! papá, ¡ay! mamá, gaseosita que me muero de sed”. Mi papá sin plata, mi mamá sin
plata, y uno llorando. Muchas veces mi papá se endeudaba con
cualquier amigo para darle gaseosa a uno. Harta hambre daba
también por el camino y uno no hallaba qué hacer. Cuando llevábamos papa o algo, nos arrimábamos por ahí en una casa a que
nos prestaran una olla, un fogón, y allí cocinábamos y comíamos. Otras veces llevábamos papa sancochada, entonces comíamos y con eso hacíamos fuerza para llegar a la casa.
Yo todavía prefería el sol y no el agua, porque le tenía pavor
al río Mondomo tan crecido. Y uno llegar allí, para tener que pasar, con bestiecitas malas, yegüitas paridas, potros o potrancas
con que íbamos… Mi papá calculaba. Cuando veía que no podía pasar, se regresaba y se quedaba allí hasta el otro día. Había
que quedarse al otro lado; no alcanzaba a llegar uno a la casa. Al
otro día, cuando había mermado el agua, pasábamos.
La gran mayoría de las veces hacíamos dos jornadas hasta
Mondomo; gastábamos mucho tiempo en eso. Entonces a uno
no le rendía nada el tiempo para trabajar, para producir comida. Dos días subiendo y dos días bajando, ¡qué podíamos haber
hecho allá! ¡Qué podíamos haber hecho arriba en El Chimán!
El tiempo no alcanzaba. Pasábamos era caminando.
Unas veces hacíamos unas jornadas muy cortas cuando subíamos de Mondomo. Nos quedábamos frente a Caldono, frente a Siberia, por allí. Había un paez que se llamaba Ignacio
Güetio, que era muy buena gente. Tenía una casa grandota, casa
de teja; vivía acomodado. Me imagino que tenía buena finca y
era trabajador, porque tenía buen café y había mucho banano.
El paez no era mezquino al banano, ¡nos dejaba comer lo que
quisiéramos! Por eso nos amañábamos mucho, nos gustaba mucho arrimar allí. Siempre llegábamos a quedarnos, a descargar y
a amarrar las bestias por allí, como si fuera en la casa de uno.
Pero también nos quedábamos donde un Samuel Velasco, en
La Chorrera; era un mestizo. Mucho, mucho nos quedamos en
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [323]
Mi papá, junto conmigo y mis hermanos Pedro, Jacinta y Bárbara (1950c.).
Foto: Luis Ortega .
un punto que llamaban La Aguada, donde Jesús Vidal que era
uno de Usenda y lo llamaban usendeño. ¡Con mi papá la iban
muuucho! Cuando se juntaban mi papá y Jesús Vidal hacíiian
conversas largas, largas. Se reían, chisteaban, hablaban de todas
sus andanzas, del uno y del otro; charlaban mucho, tenían mucho cuento, ellos eran felices contando, riendo. Yo escuchaba, escuchaba, hasta que por fin me vencía el sueño. Cuando me veían
dormido, me mandaban a acomodar allá y yo me dormía. La
esposa llamaba Anuncia, tenían un hijo que llamaba Nicolás, una
hija que llamaba Rosa, otra que le decían gata, no se el nombre
cómo sería. Eran buena gente que nos daba dormida, nos daba
manga para las bestias y nos daba comida. Nosotros también
compartíamos si traíamos yuca, plátanos, o cuando bajábamos
de Silvia les dábamos las papas. Así nos acostumbramos.
Mi papá tenía como por hábito ir y venir: 15 días en Mondomo, 15 días en Silvia. ¿Qué hacía en esos 15 días? Cuatro días de
ese tiempo casi siempre los gastaba en el camino. En Mondomo,
durante el resto de los 15 días, sembraba, recogía los plátanos, los
[324] l a f u e rz a d e l a g e n te
bananos, y por último la yuca, que era la más delicada, que no
se podía preparar con tiempo porque se dañaba, sino que había
que arrancarla la víspera de la llevada. Los últimos días preparaba las maletas, la carga, para llevar comida para Silvia, pues
como en Chimán había tanta escasez, uno llevaba para comer
15 días allá. Cuando se acababa la comida, otra vez a Mondomo.
Y así sucesivamente. Caminamos mucho tiempo así.
Ya cuando me metieron a la escuela, mi mamá no me llevaba mucho. Me dejaban ahí para que fuera a la escuela, para que
estudiara, para que aprendiera a escribir y para que aprendiera
el castellano. Decía mi mamá que ella sufría mucho porque no
sabía leer, ni había aprendido a hablar el castellano, y que para
que no nos pasara lo mismo, para que no sufriéramos lo mismo, teníamos que estudiar todos. Entonces todo el tiempo de mi
estadía en la escuela yo no bajaba a Mondomo. Iban ellos solos.
Me acuerdo que a veces, cuando podía, mi mamá llegaba con
una olla grande cargada con un racimo de banano maduro; lo
llevaba a la espalda desde Aguablanca hasta Silvia, pensando para
los muchachos. Como el banano es tan delicado y no lo podía
cargar en bestia porque se apachurra, no llega sino la cáscara, el
olor, para evitar eso ella lo echaba en una olla y lo cargaba. Otras
veces, cuando sentía que no podía, no llevaba. Yo esperaba en
Chimán que llegara mi mamá, y llegaba pero sin bananos maduros. Entonces yo lloraba amargamente pidiendo banano, ¡lloraba a gritos!
Las primeras bajadas con mi hermano Cruz
Cruz todavía no se había ido a estudiar. Teníamos un caballo que lo llamaban yalo kaulli, un caballo negro, pícaro, pateador,
jodón, que no se dejaba coger. Cuando uno lo iba a coger, siempre volteaba la cola para patear; si uno se le iba de frente, quería
como echársele encima a morderlo a uno. Por eso le teníamos
pavor, pero era buen caballo.
Mi abuela Gertrudis ayudó a comprar Mondomo, pero nunca pudo bajar a conocer. A ella le gustaba mucho la yuca, le gustaba mucho el plátano, el café, todo lo que producían allí, pero
le tenía mucho miedo, mucho temor a las víboras, y por eso
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [325]
Con Cruz bajamos solos a la finca de Mondomo, y allí estaba mi abuelita Rufina.
nunca bajó. Murió sin conocer Mondomo. La abuela Rufina sí
vino. Un día ella bajó y creo que fue cuando por primera vez
bajamos solos yo y Cruz, en ese caballo negro.
Acomodamos tarde de Silvia y nos cogió la noche en todo el
pueblito de Caldono. Allí, como sabíamos mis papás donde quién
se quedaban, nosotros también dijimos: “Aquí quedemos”. Pero
[326] l a f u e rz a d e l a g e n te
teníamos mucho miedo que nos robaran el caballo. Porque podía suceder que cuando llevaba uno un caballo y lo dejaba allí,
pasara algo, que de pronto algún pícaro se lo llevara, se lo robara, y uno se quedaba con la montura o con la enjalma o con la
carga allí tirada, que era lo peor. Entonces tuvimos mucho miedo. Lo dejamos allí amarrado y casi no dormimos; de noche íbamos a ver el caballito a ver si estaba; y sí estaba. Se oía pastear, se
oía arrancar la hierba. Entonces veníamos y dormíamos.
Al otro día acomodamos vuelta. De Caldono hasta Mondomo, hasta Aguablanca, siempre hay como unas dos horas y
media, casi tres horas, para muchachos. Llegamos como a las
nueve de la mañana a la casa y allí encontré a mi abuelita. Yo
como que la veo hasta ahora. En el preciso momento en que
llegamos allí, cuando asomamos, ella estaba con un machete en
la mano, mirando unas matas de banano, unos racimos grandes.
Nosotros que llegamos y ella: “Veee estos muchaaachos… ¡a dónde vienen a aparecer!”. Se puso contenta. Nosotros también. Ella
estaba haciendo el almuerzo; llegamos casi justamente a la hora
de comer.
Yo todavía no podía venir solo, siempre venía acompañado,
con Cruz. Fue el primer viaje que hicimos los dos muchachos
solos. El año tal vez fue el 49 o 50.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [327]
Adaptándome en Mondomo
A Mondomo la llaman tierra de yuca; los blan-
cos de allí, los vecinos, también la llamaban tierra del culebrero.
¡Donde estaba metido el pobre Lorenzo! En todo el culebrero.
Pero como desde antes de comprar la finca había dicho que yo
mataría las culebras, de pronto tuve miedo, pero no más. Mi papá
le daba mucho ánimo a uno; a mi, a todos, nos decía que, ya sea
hombre o mujer, no le debe faltar el machete en la cintura, que
debe cargarlo todo el tiempo, que si se acuesta a dormir debe tener su machete al ladito, a la cabecera, y si se levanta, debe tenerlo también. Yo acataba eso siempre y realmente aprendí a
matar las culebras cuando las encontraba.
El clima era terrible. Yo creo que me demoré mucho tiempo
en usar pantalón, y la ropa guambiana era caliente y no cubría
bien el cuerpo; por eso me afectó tanto el calor, me afectaron tanto los insectos, los chuzos de las espinas, y por eso fue que yo viví
un buen tiempo lleno de llagas.
Yo siendo de tierra fría, llegar a una tierra caliente, descalzo, sin alpargates ni nada… Había una espina que llamaban
vendeaguja, una espina gruesota que —como a uno lo mandaban a traer bestias, o a amarrarlas, o a mudarlas para darles agua,
porque generalmente se mantenían a guasca, a lazo— si pisaba
de pronto una espina de esas, ¡ah! eeeso si que duele… amargamente; lo sentaba a uno, salía la sangre pero negrita. También
me aburrí mucho con una zarza que tiene mucha espina.
Y por esas caminatas descalzo, de Silvia a Mondomo, yo llegaba hinchados los pies. Para bajar la hinchazón, para curar algo la picadura de los insectos, mi papá me hacía lavar con agua
hervida, con algunas plantas y un poquito de sal.
Y ¡calor, calor! Hacía calor, pero ¡qué podía hacer! No podía
cambiarme porque no tenía más, tenía que soportar. Cuando
[328] l a f u e rz a d e l a g en te
hacía sol fuerte, lo único que hacía era arrimarme a la sombra.
Si hubiera sido como hoy en día, si hubiera tenido distinta ropa
—gruesa, liviana, delgada, de clima frío, de clima caliente—,
podría haberme cambiado. Pero si uno no tiene más, ¿qué puede hacer? Tiene que vivir con lo que tenga.
Ni para lavar la ropa había. El día que uno lavaba tenía que esperar que se secara. ¡No me acuerdo con qué lavaríamos! Uno usaba agua limpia pero no quedaba bien lavada, quedaba con mal olor,
por eso se asentaban las moscas en la ropa y de eso se producían los
nuches. Lo que le da al ganado nos entraba también a nosotros.
El pasto yaguará era otro que lo afectaba a uno. Era altísimo
y mi papá siempre me llevaba allá a trabajar juntos. Iba. Y uno,
si era con la pala, le daba y eso levantaba un polvero que uno salía tosiendo porque daba mucha grasa. Pero poco a poco me fui
adaptando y fui aprendiendo a trabajar.
Me dejaba solo cocinando
En las primeras épocas de nuestra estadía en Mondomo,
como yo estaba muy pequeño no podía colaborar en el trabajo
agrícola. Por eso a veces mi papá salía a trabajar y no me llevaba, sino que me dejaba solo para que ayudara en otras tareas.
Yo tenía cierto nerviosismo en mi interior; hacía las cosas,
pero tenía miedo porque eran tierras extrañas y gente que no
conocía. La casita vieja donde vivíamos, una casita de bahareque y paja que había sido construida por los anteriores dueños,
tenía un cuarto de dormir, una salita para meter las cosas y otra
para cocinar. La cocina tenía una puerta de guadua y de día no
se veía la luz ni nada. Mi papá me dejaba cocinando y yo tenía
mucho miedo de estarme solo, mucho miedo. ¿Qué hacía yo? La
leña la metía rapidito adentro, la yuca y los plátanos también
adentro, todo lo que creía que me hacía falta para cocinar lo
metía adentro y, así fuera de día, yo mantenía cerrada la puerta,
trancada. Tenía miedo de estarme yo solo.
Yo no ayudaba a trabajar, pero sí ayudaba a traer agua —que
no lo podía hacer un viejo rápido, porque allí hay que ir a traer
el agua a un pozo lejos—, a traer un palo de leña, a traer el caballo
y otras cosas que uno podía hacer. También me dejaban allí en
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [329]
la casa como para cocinar, ayudar a montar la ollita, para atizar la
candela, porque a veces ellos echaban las cosas, dejaban montada la
olla, pero si no se está atizando la candela se apaga, no cocina, y cuando llegan está frío y apagado el fogón. Entonces a uno lo dejaban
allí para que mantuviera vivo el fuego, para que cuando ellos regresaran estuviera cocido para comer. Para eso es que me llevaban.
Yo me quedaba solo cocinando, pero con todas las cosas
allá adentro. Para colmo, por allí pasaba dizque un hijo de
Joaquín Betancur, que llamaba Joaquín mismo, de quien decían que era loco. Pasaba por ahí porque al otro lado era la
tierra de ellos. Entonces yo tenía miedo que ese presunto demente me molestara.
Un día que estuve allí, estaba en pleno la olla hirviendo; le
había echado yuca, plátano, y la ollita estaba hierva y hierva. La
comida de pronto se me puso espesa y se oía cuando hervía. Entonces vino Joaquín Betancur el viejo, que siempre pasaba por
ahí. Yo calladito allá adentro y la olla hierva y suene. Llegó allí y
decía: “¡Muelas!” —a mi papá le decía así— “¡Muelas!”. Él siempre llegaba con un bastón, y con éste golpeó la puerta. “¡Muelas!
Para dónde se habrá ido Muelas”. Yo calladito ahí. Se fue. A lo
que salió, cerré la puerta y cooorra para donde estaba mi papá.
¡Jaja! Es que allá sí tenía miedo…
Yo era muy pequeño. No podía manejar machete ni nada.
Una vez mi papá se fue a trabajar, a rozar un monte jecho, palos gruesos, caña brava, para sembrar maíz. Fue a trabajar él
solo. A mi me dejó en una casa abandonada de Jacinto Tunubalá; allí no había nadie por el momento. Me dejó allí sentado y
me dijo: “Cuidado Lorenzo, no vaya a estar durmiendo aquí, estese despierto”. Como no tenía qué hacer, para no dormirme me
agarré a hablar solo como una especie de discurso, pero bajo el
nombre de Antonio Nariño, del general Santander, de Bolívar.
Todos tres eran generales sobre los que me habían enseñado en
la escuela, y yo hablar como general me parecía un orgullo, una
cosa grande, buena, nueva. ¡Qué tanto hablaría yo… solo!
En otra ocasión había unos palos gruesos cortados del finado Jacinto y en el asiento del palo se veían los hachazos. Como
yo no tenía nada que hacer, aburrido con los moscos, los zancudos, como para practicar lo que había aprendido en clase de
[330] l a f u e rz a d e l a g e n te
matemáticas me puse a contar de cuántos hachazos habían tumbado el palo. Me puse a contar el golpe que se veía de cada hachazo; no se veía sino el raspón, pero parecía que con unos 10 a
20 hachazos lo había tumbado. A ese tipo de cosas me dedicaba,
en eso la pasaba.
Los trabajos de tierra caliente
Mi papá me enseñaba a hacer los dos trabajos. Yo no sabía
cómo cultivar los productos de tierra caliente. Sabía, por comentario, que de la yuca se siembra el palo, que de la caña el cogollo,
que el café se arrancaba como escoba y se sembraba, y que del
plátano sacaban lo que llaman las agujas, un hijito de la mata.
Decía que el plátano crecía tan rápido que uno corta un vástago con machete hoy y mañana ya sale una pulgada, le crece la
vena. Y que el maíz en tierra caliente crecía rápido; que si
sembraba una mata y en tiempo lluvioso, cuando estaba en pleno crecimiento, ponía dos horquetas y una cruceta, y en la noche ponía una marquita —él decía que toda planta crece es en
la noche, pero especialmente el maíz se ve creciendo—, que el
maíz pasaba la marca; que todos los días se veía creciendo.
Entonces, nos enseñó a cultivar ese maíz, la yuca, el plátano.
Claro, no con las técnicas que hay ahora, sino con el sistema que
él aprendió, la técnica de ese momento, que ya tenían los guambianos en las fincas de tierra caliente.
También me enseñó a coger café, que yo no conocía. La primera vez que me llevó, yo decía: “Pero coger café ¡a dónde!”.
Parecía que me llevaba en unas montañas donde no había nada.
Recuerdo mucho que era en esa época cuando todavía no teníamos máquina despulpadora, para separar la almendra y la cáscara. Nos tocaba descascarar eso a mano; la machacaba en piedra y allí la descascaraba a mano. Así pasamos un buen tiempo.
Ya después, cuando el café era suficiente, un bulto, una carga, ya
era difícil descascarar a mano. Entonces consiguió unos vecinos
que llamaban Paulino Plaza, Evangelina Vivas, y allá llevábamos
la carga de café a pedir el favor de alquilarnos la máquina para
despulpar ese café. Andábamos con el café para allá y para acá.
Hasta que por fin a mi papá le dio por comprar una maquinita
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [331]
chiquita y ya con eso como que era un alivio. Le daaaba, le
daaaba, cuando eran unos seis o siete bultos de café, pero teníamos los implementos en la casa y rendía.
La yuca también me la enseñó a manejar. Yo no sabía qué cosa
era rayar yuca. Él consiguió una raya manualita con su amigo
Alejandro Velasco, y hacía como moler maíz en molino. Rayaba. También alquiló unos cajones para sacar el almidón. En fin,
él nos enseñó a cargar la yuca en el hombro, a rayar, colar, esas
cosas así prácticas.
Plátano siempre tuvimos, pero casi no se comerciaba, no se
vendía; se usaba mucho era para el consumo, porque como la
gente vivía lejos de la carretera, y además había mucha producción, nadie compraba. ¡En la finca había haaarto! Se veían hartos bananos, plátanos. Donde no había era en Silvia, pero en la
finca de Mondomo había mucho. Entonces a Silvia llevábamos
plátano y también yuca, que era la más delicada. Cuando uno
llegaba tenía que enterrarla inmediatamente para que pudiera
guardar humedad y mantenerse.
Cuando ya estuve más grande, que ya podía, también me tocó
jornalear. Había gente muy buena que, como nos veía allí fregados, nos daba trabajo para que fuéramos a jornalear. Y yo iba.
Nos daban café con leche, con queso, con pan, almuerzo. Teníamos que jornalear, pues teníamos una tierra, pero necesitábamos
la plata contante y sonante para comprar la panela, la sal, y también para comprar un trapo o cualquier cosa. Nada podía hacer
uno sin plata. Entonces había que de todas maneras salir. Mi papá
siempre me aconsejaba: “Vaya a trabajar, pero no todo el tiempo a jornalear; trabaje dos días o una semana, allá gane platica,
y el resto del tiempo trabaje aquí en lo suyo. Con lo del jornal
usted no va a vivir todo el tiempo. Lo que necesitamos es comida”. Yo hacía caso, iba a trabajar allá de jornalero agrícola, pero
no todo el tiempo, sino que siempre que podía me dedicaba a
cultivar lo de nosotros.
Al ganado del punto no le entra ni la muerte
Con una partecita de lo del último ganado que se vendió
cuando le acabaron de quitar las tierras en Chimán a la abuela
[332] l a f u e rz a d e l a g e n te
Gertrudis, mi papá ensayó con unas vacas en Mondomo. Compró unas tres vacas de lo que llamaban ganado blanco orejinegro.
Mi papá sabía bien de ganado, pero en la compra lo engañaron
y, como no estaba acostumbrado a manejar ganado de tierra caliente sino de tierra fría, donde no hay plaga ni tanto parásito, no
pudo mantener ese ganado de la abuela en la finca. Trajo estas tres
vacas y las metió en una loma brava que no estaba amansada
—porque pasto no tenía—, una loma de arrabal, potrero en rastrojo, donde era la primera vez que se metía ganado. Como no
supo matar los nuches y las garrapatas, no cuidó permanentemente como se debía, las vacas se murieron, se perdieron. Compró, las
trajo, las dejó, vino a Silvia y demoró como unos dos o tres meses,
y cuando regresó ya se había muerto una. Las otras estaban para
morirse, llenas de nuche y de garrapata, acabadas, flacas. Para no
perder del todo, vendió a menos precio, perdiendo plata. No pudo
manejar el ganado de tierra caliente. Fue como una experiencia.
Durante mucho tiempo mi papá ni más pensó en tener ganado. Se acabó el ganado. Ni la noción en la memoria de él, ni
en la de nosotros. Pero unos 20 o más años después, como íbamos cultivando la yuca, la caña, allí el pasto se iba produciendo
solo, como maleza, pasto común de la región, pasto yaraguá que
lo llaman. En un buen momento logré comprar un ternero, el
primer ternero comprado en Mondomo, y lo pude levantar con
ese pasto. Ya no se murió ni se llenó de plaga; se levantó bonito.
Entonces ya vimos que podíamos volver a tener ganado.
Después ya la misma Federación de Cafeteros decía que hay
que tener el café, la caña, el plátano y la vaquita de leche. Y esa
vaca de leche como que sonaba rico. Una vaca de leche para tomar con banano, uno se emocionaba saboreando: leche y banano es rico. Entonces mi papá se endeudó y compró la vaca. Allí
empezamos a tener algunas vaquitas de leche y no las hemos dejado acabar hasta ahora.
Empezamos con un ganado blanco orejinegro. Ese se acabó,
pero se ha ido quedando otro ganado cruzado, un cuarto, que
llama cebú, un ganado resistente. Alguna gente buena nos aconsejaba que: “Cuando compren, compren ganado de la región, del
punto, que es un ganado que aquí no le entra ni la muerte. No
traigan ganado de otra parte. Si no quieren esclavizarse con
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [333]
plagas, nuche y garrapatas, compren un ganado de piel grasosa,
que a esa piel no se le prende ni garrapata, ni le asienta mosca,
ni nuches. No le pasa nada”. Muchas veces yo de desobediente,
de terco, llevaba ganado de Santander, ganado del plan, de buen
pasto, porque me parecía que era buen ganado. Lo llevaba y ese
se me atrasaba, por fin se moría, se perdía. Pero el ganado del
punto, de la región, hasta ahora lo he podido conservar.
Lo que si no nos enseñó mi papá fue a minear
Lo que mi papá nunca hizo ni nos llevó fue al trabajo de
minería. En la finca, los anteriores dueños, Francisco Aranda,
Manuel Aranda y Vicente Yalanda, con un negro asociado que
llamaba Maximiliano Bonilla, de Santander de Quilichao, mineaban, trabajaban la mina. Porque la finca tiene una mina de oro
de aluvión y trabajaban en eso. Yo recuerdo, me da una lucecita
hasta ahora, que cuando llegamos a la finca todavía había huellas, rastros de que mineaban: tierras recién movidas, roca y
muchos aparatos. Había un cajón de un laberinto que tenía muchas graditas donde paraban el oro, otros que llamaban almocabras, unos garabatos de hierro que removían y separaban el
lodo, el barro, y unas bateitas más prácticas en que lavaban el oro.
La mina fue pobre, decían, y no daba para conseguir plata, pero
que sí daba para comer.
Ya cuando compró la finca mi papá, como a Maximiliano Bonilla le gustaba la minería, no sabía cómo hacerse amigo con mi
papá. Buscó y buscó hasta que se hizo compadre. Nunca lo hizo
efectivamente; se hizo compadre sin el acto religioso del bautismo. Él quería cargar a Cruz como para que fuera su ahijado, pero
Cruz ya estaba bautizado, confirmado y todo. Él quería que repitiera, quería hacerse compadre y se trataban de compadres, sin
serlo, solamente por llevar la amistad. El negro siempre en su
mente quería venir a trabajar, a minear allí. Pero ya se fue envejeciendo, ya fue viejo, hasta que murió.
Maximiliano nunca pudo volver a la mina porque a mi papá
no le gustaba eso. Ya los implementos se fueron acabando, las almocabras quedaron por ahí tiradas, las bateas de minear —que
eran redondas con un coquito al fondo— las tenían como plato
[334] l a f u e rz a d e l a g en te
comedero para los perros, y el cajón grande, el laberinto, lo desbarató y armó como una mesa. Se acabó. Nunca más se volvió a
tocar la tierra para minear. Mi papá decía: “¡Qué va a estar jodiendo, qué va dañar tierra! Yo no sigo dañando tierra”. Él siempre consideraba que picar la tierra, lavarla y mandarla en lodo
era dañarla, y más bien quiso fue tapar, como rellenar esos huecos grandes, poner árboles.
Según el negro Maximiliano, la mina donde habían comenzado no era sino una veta, y había que seguir la veta hasta la mitad
del plan, como a una cuadra o más, para llegar al grueso, a la huevera. Que allí había oro grueso y cuando llegara allí era lo bueno. Él tenía la ambición de llegar allí, pero nunca lo hizo. No sé
si sea cierto. Ahí está lo mismo. ¡Tanto tiempo! Cincuenta años
desde que se compró eso y nunca me ha interesado picar para
ver qué hay. La mina, allí donde fue la veta, terminó siendo un
cafetal hasta hace poco. Hoy está en rastrojo.
Se burlaban de mi vestido
Adaptarse en Mondomo no fue fácil. Era otro clima, otros
cultivos, otro ganado, otra gente con otra cultura. Lo de la ropa
fue complicado.
Mi abuela siempre usaba su sombrero guambiano, su bayeta en la espalda, como la usan hoy todas las guambianas, y de la
cintura para abajo siempre ha usado el anaco. Lo que no recuerdo
haber visto es que usara camisa como usamos ahora. Tenía como dos parches de la misma ruana o del anaco, organizaba como una especie de chalequito y usaba eso por los lados de los
hombros.
Mi papá usaba también bayeta, como usamos los guambianos de hoy. Él usó pantalón ya mucho tiempo después, pero
como mixto, diría yo: usaba pantalón, pero nunca dejaba la
ruana, que la usó todo el tiempo. Para ocasiones especiales, como
cuando les tocaba apadrinar algún matrimonio, mi papá no usaba bayeta, sino un calzoncillo blanco que le daba a media pierna. Pero eso era en casorios, en fiestas.
Había otra bayeta más ordinaria, de lana, que ya no era elaborada por los guambianos, sino que habían llegado traídas por los
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [335]
En ocasiones especiales, los guambianos vestían una ruana larga, calzoncillos
blancos, y sombrero de caña elaborado por ellos mismos. Foto de 1935 (?)
mercantilistas. Había azul, rosada, de distintos colores, y eso lo
compraban y usaban. Hombres y mujeres usaban de lo mismo.
El vestido diario que usaba la mayor parte de los hombres que
rodearon en contorno de mi vida, fuera de los festejos, siempre
fue una ruana larga que daba hasta la rodilla, pero de la cintura
para abajo usaban otra ruana con correa en la cintura. El sombrero era siempre elaborado por ellos, sombrero de caña; después ya no era tampoco sombrero guambiano auténtico, sino que
usaban era mercancía adquirida afuera. Siempre fueron descalzos, pero sí usaban interior.
Lo mío era una ruanita larga que me arrastraba al piso, pero
era acondicionada para la edad en la que yo estaba. Además me
amarraban otra ruana alrededor de la cintura y apoyaban con
un chumbe; no usé correa sino un chumbe, como una niña. Mi
mamá era muy cautelosa para las cosas, y como veía que era difícil de pronto para mi estarme arreglando lo de la cintura, que
es lo más complicado, desde la casa me aseguraba muy bien an[336] l a f u e rz a d e l a g e n te
tes de que saliera, para que ese chumbe no se me aflojara ni se
me cayera delante de la gente allá. Entonces yo llegaba como listo, no para estar allá arreglándome, sino que desde la casa iba
listo para trabajar. Eso me arreglaba mi mamá.
Hasta que fui grande, yo recuerdo mucho que iba a Silvia y
bajaba sin pantalón, siempre con la bayeta que en ese entonces
había. Afortunadamente, en el medio del que vine de Guambía
y en el que llegué a Mondomo, no viví entre los blancos, que eso
fue lo favorito para mi. Vivía entre guambianos y llegué entre
paeces. Por eso no me dio pena, no me avergoncé, porque estaba entre los mismos indígenas, donde comíamos lo mismo, dormíamos lo mismo, y era muy parecido el vestido también. Me
sentía bien. Pero cuando tocaba salir, siempre era un problema
porque se burlaban de uno.
En Mondomo viví con Manuel Campo y había ahí un Pacífico Mensa, un páez más viejo, que usaba una ruana larga y calzoncillos elaborados por ellos; compraban la tela y ellos mismos
cosían. Allí fue donde vide que yo también podía usar pantalón.
Yo no mandé a comprar ni a coser de los paeces, pero ya años
después sí mi papá me ayudó a conseguir el primer pantalón que
usé, que creo que me duró mucho tiempo. De allí, cada vez que
se me acababa hacía el esfuerzo para adquirir otro.
Mucho tiempo después, ya casi joven, a pesar de que yo
tenía pantalón, todavía usaba la bayeta. Un día, cuando iba
para Mondomo, un vecino nos encontró y se me rió, se burló de mi. Me decía: “Hola guambiano culipela’o ¿qué hiciste
los pantalones? ¿A dónde se te perdieron, quién te robó?”. Y
eso me dio mucha pena que un blanco me dijera qué hiciste
los pantalones, quién te los robó, hola guambiano culipela’o.
Me avergoncé mucho, porque eso me dijo ante otras gentes,
ante el público.
Como yo ya había aprendido a usar pantalón, ahí como que
me fui desalojando de mi ropa guambiana y de ahí ya no volví a
usar mi vestido un buen tiempo. Ya seguí usando más, inclinándome más hacia el pantalón. Parecía que era favorito también porque se evitan los moscos. Y cuando uno empieza a
usar camisa, pues una camisa delgada en tierra caliente no da
calor; y cuando es manga larga era favorito para los zancudos
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [337]
que no le picaban a uno en los brazos. Parecía que iba dando
condiciones de vida. Entonces me fui cambiando.
Pero mi vestido lo manejé en dos maneras: una cosa para
Silvia, para Guambía, y otra cosa para Mondomo. Cuando iba a
Silvia usé igual que mi papá: entre pantalón y ruana, como un
vestido mixto. No era solamente el blanco, pero tampoco era
solamente el guambiano. Y usé sombreros grandes, de esos
alones, que hoy les dicen sombrero costeño.
[338] l a f u e rz a d e l a g e n te
Los amigos de mi papá
Para pasar tanta dificultad mientras nos adap-
tábamos y organizábamos en Mondomo, en Aguablanca, nos
ayudó mucho que tuvimos buenos vecinos. Mi papá se relacionaba mucho con la gente: con negros, con los paeces, con los
mestizos. Él tenía muy buena memoria y hablaba muchas cosas:
de la Guerra de los Mil Días, de su estadía en el Valle, contaba
mucho cuento, chistes, mucha cosa, y le gustaba tomar trago.
Entonces se hacía mucho amigo.
Había un Alejandro Velasco, un blanco que la mujer llamaba Rosalía Zúñiga. Él era buen tipo. Siempre me decía que en tal
parte puede ir a prestar, en tal parte puede ir a trabajar, a fiar.
Con mi papá se tenían mucha confianza para toda cosa.
Un Pacho Trochez que mataba ganado y era carnicero en Tres
Quebradas, también era amigo y mi papá lo mandaba a uno a
comprar la carne allá. Muchas veces uno iba sin plata, a decirle
que nos fiara. Unas veces me fiaba y otras no; cuando fiaba yo
venía contento, pero cuando no, venía muy triste. Uno muchacho
no tiene nada con qué respaldar, entonces no le fiaban porque
era imposible pagar. A veces estaba de mal genio y, como uno
estaba de pronto clasificado como mala paga, no le fiaban.
A veces cogía una ollita el día del mercado para ir a parar
sangre. Así, aun cuando no comprara la carne, traía un poquito
de sangre. Cocinaba esa sangre y con la yuca… ¡ayudaba! Porque
la yuca sola, sólo con sal, también aburre. Uno comía porque
tenía hambre, pero no comía a gusto. Ya apoyada con un pedacito de tripa, una carnita, caldo de papa, un poquito de sangre,
eso le ayudaba mucho a uno. Y para eso uno necesitaba de esos
amigos.
Recuerdo mucho un viejo que llamaba Jesús Vivas. Era un
señor de mal genio, bravo, pero era muy buen tipo por otro lado.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [339]
Tenía muuucho banano. Él vivía solo: él solo trabajaba, cocinaba,
comía y él solo hablaba y carajiaba y peleaba. Entonces mi papá
me recomendaba: “Cuando vaya donde el mayor Jesús, si ve que
está comiendo, no hable. Espere que acabe de comer, espere que
se desocupe, y entonces aparece a ver si lo recibe”. La casa era
destapada. Uno iba calladito y lo veía, y si el viejo estaba comiendo no podía arrimar. Como a mi me gustaba tanto el banano,
cuando no había en la tierrita de nosotros, uno llevaba unas papas —porque así como a uno le gustaba el banano, a él le gustaban las papas—, y si uno llevaba unas seis libras de papa, le daba
unos dos, tres racimos. Era una ganancia para uno y también
para él porque el banano no tenía ningún valor ahí; se perdía.
Un tipo que llamaba Fortunato Vivas vivía por allá por el camino. Uno iba allá con hambre y le decía: “Regáleme una guama”. Y le regalaba.
Evangelina Vivas, una señora mestiza, todo el tiempo fue muy
buena amiga, muy buena gente. Uno muchas veces tenía la olla
puesta para el sancocho, pero ¡sin sal! No teníamos sal, no había
plata para ir por una libra de sal. Había la yuca, había el plátano,
había todo lo demás, la olla ya cocida, pero sin sal. Y un sancocho
sin sal es muy feo. ¿Qué hacía uno? Ir allí a donde la señora Evangelina a decirle que me preste un poquito de sal. Otras veces tenía unas ganas de tomar agüepanela, y tampoco tenía panela y
no había plata para ir a la tienda. Entonces uno iba allá donde la
mayora a que le prestara, a que le fiara. Y si ella tenía una panela
la partía por la mitad y nos daba, si ella tenía un puchito de sal,
también la daba, compartía. Era una señora pobre, pero compartía, repartía lo poco que tenía. Uno también llevaba algo: ya
la papa, ya la cebolla.
Y otras gentes. Jacinto Tunubalá era un guambiano que vivió allí siempre, que con mi papá la iban ¡muuucho! Conversaban mucho. Buscaban un día para ir juntos a Santander, o cuadraban un solo día para ir a Silvia, para ir conversando. Yo no sé
qué tanto conversarían, pero conversaban todo el día. Era un
hombre muy precautelativo. Desde la finca a Silvia él no necesitaba plata por el camino, porque llevaba comida y así no aguantaba hambre, sin gastar un centavo. El llevaba todo, el avío para
el camino, los litros de café o agüepanela, lo que a él le gustara.
[340] l a f u e rz a d e l a g en te
Era un hombre muy organizado. Entonces me gustaba ir con él
porque unas veces uno no tenía nada, en cambio él llevaba todo.
Cuando se sentaba a comer, a uno también le daba. Uno muchacho, sentarse a comer con él, la comida la quería, pero me daba
pena estar al lado de este señor. Era como malgeniado, como
bravo, y tenía una voz gruesa, alta, el tono de un hombre; entonces yo tenía miedo. Entre más miedo tenía, él más hablaba. Decía: “Carajo, si no come ligero, hacemos lo que hace no se quien,
si no come rápido aquí dejo vaciado y nos vamos para que usted se quede comiendo”. ¡Jaja! Yo comía rápido, porque buena
hambre que tenía. Era buena gente, aunque tenía ese carácter
serio, muy serio. Con él caminamos mucho. Él era un tipo muy
trabajador. A veces me mingaba, me invitaba para ir a trabajar,
pero a mi me daba miedo ir con él. A él le gustaba conversar con
uno, y a mi ¡qué miedo!
¡Arde la finca!
También si no hubiera sido por los vecinos, habríamos perdido la casita de la finca, porque en Mondomo hubo una época
en que la tierra estuvo prácticamente botada, debido a que mi
papá dejó de venir. Yo tal vez fui muy niño. En esa época en la
finca hubo un incendio y ¡ardió todiiito, pero todiiito, todo todo! No quedó nada. Se perdieron los cafetales, ardieron los platanales, ardió todo. Como la finca era poco trabajada, eso estaba lleno de maleza, y en un buen verano eso estaba sequito…
¡dado para la llama!
Como la casa era de hoja de caña, era como gasolina para arder, y ¡ya iba llegando! Un vecino, Arcadio Betancur, cuando yaaa
el incendio, la candela, iba llegando a la casa, decían que a unos
siete a diez metros, que ¡ah! invitó a la gente allí. Que cómo era
posible dejar quemar la casa. Nosotros no estábamos, mi papá
no estaba, yo menos. Entonces, este Arcadio vino y apagó la
candela. Ardió toda la finca, se quemó todo, menos las casas
porque él las salvó. Eso nos fue un favorito, porque qué tal, nosotros pobres, fregados, había ardido todo, y si hubiera ardido
la casa también habría sido más grave la calamidad. Pero evitó
esto.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [341]
Al fin llegó la noticia de que ardió toda la finca, y vinimos
allí a ver. De eso recuerdo mucho. Toda la loma estaba neeegra…
había ardido todo. A los platanales les había pasado el fuego y
había mucho plátano quemado, maduro, que se estaban comiendo los pájaros, los animales. Uno no sabía a cuál arrimar y cortar para comer. ¡Porque había mucho!
¡Eso fue una calamidad porque duramos sin comida como
más de un año! Mientras que al plátano le volvieron a salir los
hijos, levantaron y otra vez produjeron, demoró más de un año.
¡Más de un año sufrimos sin comida porque se quemó todo!
El café se salvó porque alguien dijo: “Truece todo el café, no
deje pasar ocho días. Si usted no trueza, se pierde todo el café. Si
trueza, queda como zoqueado, vuelve a retoñar, macolla, echa
nuevos hijos, y vuelve a producir”. Mi papá obedeció y trozó, y
el café echó nuevos retoños y volvió a levantar. Ya como al año y
medio, a los dos años, volvió a tener café de recolección para llevar al comercio.
[342] l a f u e rz a d e l a g e n te
Mi amigo Belisario, el paez
En los muchos viajes entre Mondomo y Silvia
caminé no solamente así directo, sino que descubrimos otra vía
distinta al viejo camino de siempre. Mi papá tenía amistad con
los paeces y había hecho un amigo que se llamaba Manuel Campo, un paez. El señor Manuel, que así le decía, era buena gente y
cuando mi mamá no venía, que bajábamos yo y mi papá no más,
no siempre nos quedábamos en la choza nuestra, por la pereza
de montar la olla solos; a veces nos íbamos a quedar allá donde
el paez y él nos daba el sancocho. Llevábamos la papa, ayudábamos, y él nos hacía la comida. Allá comíamos, allá dormíamos,
y de día veníamos a trabajar en lo de nosotros. Caminamos mucho tiempo donde Manuel Campo.
Ahí es donde nos hicimos amigos con Belisario Campo, que
era familiar de Manuel. Mi papá le invitó para que se quedara
en el rancho de nosotros como trabajador. Él aceptó, vino a
acompañar, a estar allí. Vivíamos juntos con él en Aguablanca,
en la casa.
Belisario tenía una tierra en el Resguardo de Pioyá y por eso
había épocas en que no estaba con nosotros todo el tiempo. Pero para la cosecha de café venía. Terminaba la cosecha de café y,
como había la que él llamaba época de rocerías, de junio a septiembre, se iba para su tierra a rozar, quemar y sembrar. En septiembre sembraban. En octubre y noviembre limpiaban el maíz,
y cuando estaba limpiando tampoco venía. Cuando no venía, yo
me esperaba a que mi papá bajara. Pero Belisario siempre se acordaba y volvía. Y cuando venía, unas veces lo hacía solo y otras
con la mujer, que era muy buena y se llamaba Carolina Menza.
Yo me divertía con ellos cuando estaban allá.
En Silvia yo vivía aburrido porque había mucha hambre. Uno
tomaba cualquier cosa por la mañana, muy temprano, y a veces
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [343]
no tenía ni un pedacito de panela para ir a hacer el café en el
trabajadero. El hambre era muy dura, no aguantaba uno. Yo no
sé por qué uno no se moría. En cambio uno bajaba a Mondomo
y allí había yuca, plátano, en época de guamos había harta guama y uno iba allá, se subía en un palo y comía. ¡Ah! uno se llenaba la barriga. Pero además, Belisario era buen tipo, no era mezquino a la comida. Y a veces lo hacía reír a uno.
Tenía un hijo que llamaba Jesús, y una muchacha, Amalia,
que siempre iban a trabajar. Como la casa era en un alto y uno
estaba trabajando por allá abajo, me llamaban: “¡Leeenzo!
¡Leeenzo!” —a mi me sabían decir Lenzo; los paeces a los Lorenzos les dicen Lenzo—, “sankuchuuuña, sankuchuuuña,
sankuchuuuña”. Que fuera a comer el sancocho. Cuando era mazamorra de mejicano, “¡Leeenzo! Petekashuuuña! Lecheaaakna!
Panelaaaakna! Senaeeegua!”. Como yo estaba esperando a ver a
qué horas me llamaban para la comida, ahí mismo corría a la cocina. Comíamos mucha yuca, muy buena.
Carolina, la mujer de Belisario, también era muy buena persona. No era mezquina ni a la comida, ni a las cosas. Yo tenía el
único pantaloncito, no tenía más. Uno de muchacho corre, jode,
se sube en los árboles, y ese pantalón se me acabó. Yo sentía que
estaba destapado y no tenía ni una aguja, ni un pedacito de hilo.
¡Ni qué hacer! Entre más árboles subía, más se me rompía el
pantalón, entre más rodaba más se me rompía. Entonces yo estaba casi pelado. Y era a la mujer de Belisario a quien yo le pedía: “¡Ay! un pedacito de hilo, la agujita”. Lo remendaba yo mismo, ponía, me iba y no me duraba nada. ¡Vuelta, vuelta! La mujer
de Belisario me regalaba el hilo, me prestaba la aguja, y así me
colaboraba mucho.
Entonces por la comida, porque Belisario era buen trabajador, y porque toda su familia me apoyaba, por eso me amañé mucho en Mondomo.
Belisario me enseñó a cultivar, a cazar y a pescar
Con Belisario yo me amañé mucho, me acostumbré mucho
a vivir con él; era buena gente. Cuando ya empecé a tomar fuerza, mi papá me enseñaba a trabajar, pero cuando él se iba, yo me
[344] l a f u e rz a d e l a g en te
quedaba con Belisario, que era muy duro para el trabajo, muy
fuerte. Mascaba coca, la mujer también, madrugaban, la mujer
madrugaba muchísimo, nos daba desayuno para ir a trabajar, si
era para rozar me daba machete y ¡vamos! Si era para limpiar,
para hacer lo que sea, también ¡vamos!
El paez nos ayudó, nos aportó. Me enseñó a raspar cabuya
en tabla. Él era un verraco para raspar cabuya. De día cortaba la
cabuya y desespinaba, y de noche con luna hacía lo que llamaba
‘descabezar’. Lo grueso, lo duro, lo hacía él; las hojas más livianas lo ponía a uno a limpiar. Yo le daba le daba le daba, con una
tabla clavada en la cintura. Un día le di hasta orinar sangre… me
afecté a la vejiga. Entonces el paez se asustó y ya no me puso a
tallar más cabuya, ni él tampoco talló más. Pero me enseñó. Esa
leche, esa agua de fique, me salpicaba por toda la cara. ¡Y eso si
que le picaba a uno! Provocaba era desollar la piel. Me picaaaba.
Yo me rascaba. Pero como el paez trabajaba, y lo hacía por
apuesta… “A ver quién gana”, ese era el dicho de él, “¡ah! carajo,
vamos a ver, empiece, trabaje duro”. Y así era, no sólo para raspar cabuya. Le gustaba trabajar, era un duro para el trabajo.
Él era muy bueno, pero le gustaba mucho mamarle gallo a
uno, joderlo, le gustaba dejarlo a uno en la cola, quería dejarlo
colgado a uno allá, quedado. Con su coca, bien mambeado, le
daba, le iba dando, y hacía bramar esa pala. Y uno si se quedaba… “¡le dejé!”. Él era feliz y gritaba. Para un buen trabajador,
quedarse con otro buen trabajador es una vergüenza; la vergüenza del mundo. Entonces yooo a no dejarme joder. Cuando
subía él allá al final del lote primero, gritaba: “¡Qué hubo
caraaajo!, así es que trabajan los hombres, aprenda a trabajar”. Y
uno para no quedarse, para no quedar jodido, así fuera muerto,
había que salir allá junto igual. Era verraco. Uno muchacho, para
compararse con un mayor era jodido, era duro. Pero yooo a no
dejarme. Entonces él se ponía contento porque le rendía el
trabajo.
Era muy guapo para hacer las cosas. Para rozar… ¡ayayay! lo
dejaba a uno envuelto por allá en el monte. Usaba un machete
con un filo… ¡pero hágame el favor, una barbera! A la maleza le
decía: “¡Cuidado paconga, ahí vamos!”. Y eso le daba, le daba. A
uno le dejaba. A mi muchas veces rozando me dejó envuelto por
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [345]
allí. Eso es muy duro rozar un monte jecho, como lo llaman ellos.
Un hombre de fuerza, baquiano, eso le da muy sabroso. Cuando
él lo jodía a uno, salía contento, gritaba. ¡Jaja! El chiste era él salir adelante. Y yo también ya de 12, 14 años ya tenía fuercita para
salir adelante. Entonces unas veces me dejaba enredado en el
monte y otras veces no. ¡Pero el paez era bueno! Yo creo que en
gran parte aprendí a trabajar de él, por lo menos en tierra
caliente.
Cuando acababa algún trabajo en Mondomo y tenía otro
trabajo que hacer en Pioyá, a veces me llevaba. Cultivaba trigo,
tenía maíz, cosechaba buenas habas, había durazno, tenía ovejos.
De vez en cuando pelaba un ovejo, a veces había buen fríjol y
entonces preparaban un delicioso plato y yo era feliz comiendo
fríjol.
Un día decidió que rozara un lote de tierra allá, para que yo
sembrara para mi. Como a mi me gustaba producir comida, ahí
mismo rocé, y siempre alcancé a hacer como tres cosechas de
maíz en esa tierra del paez. Pero era más duro porque tenía que
hacer otra jornada de Mondomo a Pioyá. Ahí me quedaba como una semana trabajando, limpiando el maíz, y de allí me gastaba otro día para ir a Silvia. Después bajaba otra vez por allí, me
quedaba unos días en Pioyá y bajaba otra vez a Mondomo. Hasta que por fin como que me cansé. Me hice mis tres cosechas, tal
vez en tres años, el maicito nos ayudó, nos dio fuerza, pero no
volví más por allá. Es que era difícil, quitaba mucho tiempo tanta
volteadera.
A Belisario le gustaba ir a cazar pájaros con bodoquera. A mi
me daba una bodoquera y unas pepas de cualquier árbol. Como paez, él tenía muy buen tiro. Soplaba ¡fffff!, la pepita le pegaba al pájaro y allá bajaba el pájaro; uno corría a cogerlo. Tenía
buen pulmón. También cazaba ardillas para comer. A la ardilla
la cogían a garrote o con bodoquera; buscaba pegarle en todo el
ojo, y tenía buen tino. Como lo hacía era por comida, cuando
mataba un pajarito o una ardilla lo pelaba y se lo comía. También salía a cazar conejo, que había mucho. Como tenía un perrito, con ese lo abijaba. Tenía caminos cerca, fijos, a ver ¡a dónde salía el conejo! Él tenía unos garrotes y, conejito que salía,
conejito que le daba. Por allá le volteaba las patas. Con uno que
[346] l a f u e rz a d e l a g en te
tumbara era muy rico para comer con yuca. Yo lo acompañaba
a cazar, por comida, y él siempre la compartía.
De noche me llevaba a pescar, a echar anzuelo. Pobre yo que
ni sabía qué diablo era por alláaa. Cazar todavía, porque cazar
pájaros, ardillas, conejos, se hacía de día. Pero a pescar me llevaba de noche y sin linterna. Yo no sé cómo andaría uno. ¡Me
llevaba por alláaa abajo, en Aguablanca, abajo! Hay unos sitios
bien feos, donde hay unos arcos de piedra y unos charcos. ¡Ah!,
ahí empezaba a pescar, a tirar anzuelo. De allí para arriba. Él cogía
un anzuelo y a mi me daba uno. Yo no sabía pescar. Uno tira el
anzuelito con lombriz y cuando el pescadito toca la lombriz, al
anzuelo, uno lo siente. Entonces explicaba que en ese momento, calculando que el pez se haya tragado el anzuelo, había que
halarlo. Daba instrucciones: “No debe jalar en la primer puntada, espere, quietico. En la primera puntada el pescado es muy
malicioso. Espere que se lo trague todo, primera puntada, segunda, tercera, que sienta que jale durito. Entonces sí sáquelo, pero
no le tire aquí a la orilla del agua porque se va. Sáquelo lejos”. Y
allá salía. El pescado brincaba. Lo atrapaba.
Llevaba un pescado negro de buen tamaño, que siempre
había, y otro que llaman guabino, que también es muy rico. En
una mochila uno cargaba el pescado ya tarde en la noche. Cuando llegaba, la mujer lo estaba esperando, unas veces con yuca
sancochada, le fritaba en la paila o asaba en la brasa, y ¡a media
noche uno comiendo yucas y pescado! También dejaba un poco
para el otro día. Yo como lo hacía por comida, para mi era rico,
rico. Por eso me amañé tanto…
Me acuerdo un día que fuimos a pescar. Belisario estaría de
malas. Había un charquito bueno y él arrimó allí a pescar. De
pronto, recién empezamos, sacó un pescado muy grande. Contento. De los tantos que había sacado era el único grande. Iba a
echar otra vez el anzuelo y no sé cómo se resbaló allí al ladito
del charco yyy se fue de cabeza al agua. Se lavó todito, se empapó.
¡Belisario se enojó! Yo muerto de risa. Yo me reía como yo solo y
él… bravo. No mas se sacó la ropa, se bañó y dijo: “¡Vámonos!”.
¡No pescó nada! ¡Jaja!
En la pesca como en todo, tan bien que me enseñó Belisario.
No me enseñó a comer, sino a pescar, a cazar, a cultivar.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [347]
Con ellos poquito aprendí paez. Poquito. Para defenderme,
para decir véndame, tengo hambre, deme posada, o para que le
dijeran a uno dónde está su mamá, así cosas. Debí haber aprendido más, yo viviendo tanto tiempo con paeces. Pero, algo aprendí. Con eso me he podido defender en lo que he andado.
La bajada de la chucha
Tal vez fue ya en el año 1950. Yo ya trabajaba. Belisario me
llevó a una minga de paeces. Yo sabía que hacían minga en
Guambía y pobremente pero hacían minga en Chimán, donde
a medio día daban café con pan, como es hasta ahora. Pero yo
no conocía minga paez y me fui.
El paez no ha sabido dar café. El paez se levanta un poco temprano a trabajar y le dan hasta que se cansan o hasta que se acabe el trabajo. No daban café y a medio día me dio mucha hambre. ¡Y era que trabajaban! Belisario cogía un machete y era que
le daba. Si así no más era verraco para trabajar, allá en minga eso
lo hacía como por apuesta. ¡Le daba! Pooobre yo, ahí sí me quedé enredado por allaaá, botado, tapado. Yo no se cómo salí, pero
por fiiin salí ya cuando ellos iban acabando. ¡Y con un hambre!
Ya como terminó el trabajo, me dieron un buen guarapo. A
Belisario le gustaba el guarapo y me dijo: “¡Tome, para eso es que
estamos jodiendo, para eso es que estamos trabajando. Tome!”.
Yo tomaba.
Y en la noche me llevó a comer, porque lo bueno era ya en la
noche, en la casa. Era lejos de la casa de nosotros, era en Guaitalá.
Santiago Fernández era el que estaba mingando. Era para bajar
la chucha de una casa nueva que había hecho. Habían matado
una res. Carne con yuca y trago, ¡plato que me dio a mi Belisario
también! Él recibió su comida, comió parte y, la otra parte, como
mi mamá estaba allí, llevamos una olla y vino a dejarme a la casa.
Y como era para bailar, Belisario se volvió y a mi no me llevó.
Yo a Belisario lo quería mucho, lo buscaba como si fuera mi
papá. Al otro día él no llegó; se fue a bailar y no llegó. No sé qué
horas serían y yo le dije a mi mamá: “Me voy a ver a Belisario”.
Me dijo que fuera y me fui a buscarlo. Lo encontré bien tanga’o.
Le habían pegado, borracho; estaba lleno, tapado el ojo. Así le
[348] l a f u e rz a d e l a g e n te
encontré. Llegué en el momento preciso en que iban a bajar la
chucha de la cumbrera. Belisario todavía bailaba, jodía, pero estaba bien tanga’o, pegado.
La chucha es como símbolo. Ponen la figura de una chucha,
hecha de cualquier paja, en la cumbrera de la casa, y la tienen allá
como símbolo. No era la chucha precisa, sino el símbolo. Entonces a ese amarrado, a la cabuya, lo bajaban de allá, lo arrancaban a garrote, y luego hacían que la mataban allí. Eso es una tradición, tanto de guambianos, como de paeces. Los guambianos
también bailaban chucha; ahora ya no bailan. Eso significa como
la curación de la casa nueva, la casa recién construida que van a
habitar, para que con el correr de los años venideros, cuando
críen gallinas, bimbos y todo eso, la plaga no venga por las aves.
Tienen que matar la chucha para que deje de venir. Para eso es
la tradición. Para eso era la fiesta de este paez.
Allí encontré a Belisario. En ese momento estaba en plena
efervescencia el guarapo, acalorados los paeces, ¡qué pelotera tan
macha! Unos a puños, pero otros ya era a machete. Ahí vi a un
paez que peleaba y peleaba. Yo viendo de atrás, él se fue con un
machete y tan… le dio en la nuca a otro. No sé quién sería, otro
paez, pero le dio, y a lo que levantó el machete… ¡chorros de
sangre! Eso no más vi. No sé si murió. Entonces, del miedo, salí
corriendo y a Belisario le jalaba como si fuera mi papá, para que
nos fuéramos. Belisario me hizo caso y nos vinimos.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [349]
Mi primera venta de café
Mi mamá tenía una yegüita que llamaban
Rocilla, una yegua vieja, fea, que tenía una matadura enorme en
la cruz. Esa yegua y otra que tenía mi papá eran las de siempre
andar para abajo y para arriba: Mondomo, Santander, Aguablanca, Silvia, eran las de todos los días, todo el tiempo. Un día
—tendría yo unos 12 años ya— decidí comprar un molino. En
esa época vivía con Luis; vivíamos solos en Mondomo. Había
harto café que había madurado y no había quién cogiera. Nosotros éramos unos muchachos que no sabíamos buscar trabajadores ni nada, pero cogimos lo que pudimos.
En Mondomo nosotros todavía no teníamos —aunque los
otros vecinos sí— molino de moler maíz, de moler choclo para
las arepas, para todo. Nosotros todavía molíamos en piedra. Yo
madrugaba a moler maíz para la arepa, para la sopa de maíz, en
esas piedras. Eso era muy aburridor moler en piedra, viendo que
ya había molino con el que se molía rápido y fácil. Y un día dije:
“Me voy para Santander yo solo”. De Aguablanca a Santander hay
como unas tres horas en bestia; entonces para estar uno a las seis
de la mañana en Santander había que irse a las tres, y para irse a
las tres había que levantarse a eso de las dos. Así uno hace el tinto y toma, va por la bestia, y carga. Yo sabía que mi papá iba a
esa hora, entonces le dije a Belisario que me ayudara a despertar
para yo ir. Tenía la yegua allí lista, amarrada, acomodé la carga y
la llevé en la cabeza de la montura. Uno monta, por los lados
pone las mochilas, y así llevé no se qué cantidad de café.
Pendejo yo, vendí al que primero encontré. Fui a Santander,
pero el café no lo llevé hasta Santander. Al primer comprador
que me ofreció compra por allá bajando en el claro, le vendí. Ya
a Santander llevé solamente la platica. Yo sabía a dónde dejar la
bestia, la dejé y anduve por ahí. Sabía dónde mi papá siempre
[350] l a f u erz a d e l a g e n te
acostumbraba a comprar pezuña de novillo para el sancocho,
para el caldo de pezuña, que es muy rico, entonces yo hice lo mismo: compré la pezuña para llevar para la casa en Aguablanca,
compré la gordana, compré cosas, pero… ¡ah! como vivía tan
harto moliendo en piedra, compré un molino. También compré
un reloj grande de campana, despertador, y unos cigarrillos ordinarios que en ese entonces se llamaban ‘pati alzado’. Yo compré. ¡Parecía tanta plata de la venta de una arroba o dos arrobas
de café!
Pero compré también pensando en ir al otro día domingo a
Silvia. En el camino fui planeando, fui pensando: hoy vine a Santander, compré la máquina, compré el reloj, compré cigarrillos,
compré pezuñas, compré arroz para dejar para la casa en Aguablanca. Mañana me voy.
Me acuerdo que ese día llovióoo taaanto cuando subimos por
una loma que llama La Vetica, una loma dura para subir, fuerte.
¡Ah!, yo no llevaba caucho ni nada sino la mera ruanita. El cigarrillo tooodo se desbarató. ¡Perdí los cigarrillos que me traje! Seis
paquetes de cigarrillos. Yo no sé para qué compré tantos.
Cuando llegué temprano, Belisario estaba contento. “Caramba”, decía, “¡caramba, caramba!”. Contento. Ya le dije: “Mañana
me voy para Silvia, para que me ayude a arrancar la yuca, los plátanos”. Me ayudó y también me ayudó a levantarme temprano.
Entonces para Silvia también llevé. Eso sí ya no iba montado, sino que llevaba una maleta cargada para ir a pie todo el día.
Ya la yegüita la iba arriando por delante, y yo iba caminando.
Decidí irme a pie porque la yegua no podía. Hice una maleta
grande de yuca, de plátano, de sarazos, más la gordana y no sé
qué otras cosas que compré.
Ese día me fui muy contento porque me parecía que era un
triunfo ya tener máquina de moler maíz; ya no estaba jodiendo
piedra con piedra, de granito en granito tapando, sino que ya uno
llenaba en el pozuelo y molía rápido. Entonces uno hacía la sopa
de maíz rápido, molía el café, las masas las hacía rápido. Me fui
contento a avisarle a mi papá y a mi mamá, pero llevando comida también. Ese era el primer viaje que yo hacía solo. Me arriesgué yo solo. Belisario me levantó temprano —no sé si serían las
cuatro de la mañana—, y me acompañó hasta el río Mondomo,
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [351]
hasta la orillita, porque era consciente que yo le tenía miedo,
pavor, al río. Allí sí, aunque la yegua iba pesada, con carga, me
dijo: “Móntese en el anca para que pase al otro lado”. Yo monté
en el anca a la yegua, me agarré de los rejos y pasé. Él de la orillita
alumbraba con la linterna para el otro lado y cuando pasé nos
despedimos. Él se regresó para la casa y yo me fui.
Como madrugué, le di una buena parte parejo, dele dele dele,
y llegué tempranito; como a las tres de la tarde ya estuve en la
casa en Chimán. Temprano, me rindió. Yo iba solito. No paré en
ninguuuna parte. Con lo contento que iba avancé mucho. En la
casa todavía estaba la abuelita, mi mamá y todos. Como llegué
con una carga de comida, se pusieron contentos. ¡Desde allí empezó a apreciarme tanto la abuelita Gertrudis! Me decía awelú
Lorenzo.
Fue mi primer viaje solo y entonces supe que yo podía ir y
traer, así que ya me envicié. Iba, venía, iba, venía, iba y venía.
Cuando llegaba con la carga, mi mamá se ponía contenta, la
abuela se ponía contenta, porque llegaba con comida. De ver que
yo llegaba con comida y se ponían contentas, yo también me
sentía contento de haber hecho algo. Entonces seguí haciendo ese
algo, seguí trayendo comida.
La abuela, mi mamá, los que estaban en la casa, siempre en
un altico asomaaaban a ver a qué horas venía uno. Porque uno
decía, me voy tal día para estar tanto tiempo, y tal día subo. Entonces ese día lo esperaban a uno. Así empecé…
[352] l a f u e rz a d e l a g en te
El sueño de un trapiche de bronce
Nosotros no teníamos trapiche de bronce, tra-
piche de hierro lo llaman hoy en día. Mi papá tenía una caña y
molía en compañía del paez Manuel Campo, quien tenía un trapiche de palo, de madera. Mi papá llevaba la caña y molía allá.
Manuel Campo era el que llamaba el melero. Madrugaba, sacaba la panela, y como tenía poquitas bestias, había que cargar esa
caña en el hombro.
¡Mi mamá y yo, cuándo nosotros conocíamos panela suficiente! Nosotros con tantas ganas, con ansias de panela, y parecía que era el cielo uno chupar miel allí, todo lo que le pide el
cuerpo a uno. Éramos felices. La caña no era mucha, sembraban
así en huequitos, buscando tierras buenas, pero cuando uno no
tiene nada, ¡eso parecía que era muuucha caña, muuucha
panela…! ¡Hoy viendo los lotes donde estaban las cañas de ese
entonces, eran unos lotes chiquitos! Y la panela habrá sido cualquier dos a tres arrobitas. Pero sirvió mucho.
La caña se sembraba con un doble propósito: del tallo se sacaba el jugo para la panela, para el guarapo, pero la hoja la utilizaban para la casa, para coger goteras, para hacer ranchos. Mi
papá sabía la manera de tapar el techo con los materiales de clima frío, pero no sabía el manejo de clima caliente. Del techo que
se hacía con hoja de caña sabía era el páez, y él le dio instrucciones a mi papá sobre cómo se cruza, cómo se techa, cómo se asegura la hoja para que no llueva debajo del techo. Mi papá aprendió primero y después yo también terminé haciendo casa de hoja
de caña. Uno haaarto traía cuando era buen momento, tiempo
lluvioso, para aprovechar el recurso. A medio día, cuando el sol
está caliente, cuando está seco, es difícil recogerla y es difícil también tejerla. Por eso siempre había que esperar un buen momento para estas prácticas.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [353]
Entonces a mi papá le tocó moler en trapiche de palo; mi mamá también ayudó allí a meter la caña, a sacar el bagazo y a terciar la caña. En cierto momento a mi también me tocó, pero
poquito, porque eso fue en los primeros tiempos de nuestra estadía en Mondomo.
Pero, como es una tierra donde se podía cultivar la caña,
cuando nos fuimos formando ya, con Pedro fuimos ampliando
el cultivo porque nos gustaba tanto la panela, que parecía muy
bueno tenerla. En Silvia siempre comprábamos de a panelita,
y una panela comprada era nada; se partía en cuatro pedazos
y no era sino para cuatro agüepanelas o cuatro tintos. Se acababa. Lo mismo era en Mondomo, ¡porque daba tanta sed! Uno
trabajando en tierra caliente, muchas veces se sentía deshidratado… no había para tomar agua de panela. Uno iba y fiaba o
compraba y ¡esa panelita comprada no rendía nada! Entonces
parecía que era muy bueno tener la caña; por eso seguimos
sembrando.
Pero tuvimos el gran problema de no tener trapiche, un trapiche que pudiera rendir en la molienda. El trapiche de palo era
bueno, pero era un trabajo muy dispendioso, muy riesgoso, y no
rendía. A la misma caña hay que pasar como tres veces para poder sacar el jugo del guarapo, porque eso no ajusta como para
poder sacar el jugo, para poder exprimir suficientemente. Yo
miraba que, en cambio, otros vecinos ya tenían trapiche de hierro, de bronce lo llamaban, y en ese se mete una caña, la bestia
lo va volteando, gira, y la caña pasa escurrida de una. No se necesita repetir, no se necesita repasar; se aprietan las tuercas y de
una vez sale el bagazo ya sin jugo. Eso parecía que rendía mucho para moler la caña.
Entonces, como habíamos ido ampliando la caña, pero no teníamos trapiche, la cosecha teníamos que darla al partir a un
vecino blanco. Y esas moliendas al partir a mi me disgustaban
muchísimo, porque uno fregarse desde la rocería, la sembrada,
las limpiezas, se jodía uno dos años —porque la caña demora
dos años en madurar—, y al final de la cosecha ¡tener que dar a
otro al partir! Y al partir quiere decir que tiene que partir mitad
y mitad; entonces quedaba un poquito ahí para el consumo de
la casa y de vender no quedaba nada.
[354] l a f u e rz a d e l a g e n te
A veces decidíamos vender el corte de caña. Al vender también había que darle barato porque empezaban a hacer las cuentas: que la gasolina, que la lámpara, que las bestias, que la cera,
que el melero, de todo hacían cuentas y le pagaban a uno barato. De ninguna manera era rentable para uno: si daba al partido
no resultaba, si vendía, pues tampoco.
Yo sufría mucho pensando: “¿Cuándo tendremos un trapiche, pero un trapiche no de palo sino de bronce, para moler
nosotros?”. Yo pensaba siquiera moler un día en la semana para
dejar un poquito para la casa y otro poco para llevar al mercado, venderle y comprar otras cosas que hacían falta en la casa.
Pensaba siempre eso.
Mi papá me había asignado un lote de café viejo. Me dio ese
lote con la condición de que yo lo limpiara y siguiera agregando
nuevas matas. Y así lo hice. Él me ayudaba porque el lote era por
allá metido en un hueco donde había mucho mosco, mucho
zancudo, había culebra de esas bravas que llaman la X, y a mi solo
me daba miedo. Entonces no me dejaba ir ahí solo y me acompañaba siempre. Pero ya teníamos café: él tenía y yo también.
Claro que el de él era más bastante. Tenía dos lotes: uno que llamaba Plan de la Casa, y el otro El Cachimbal. Uno era un rodetico
en el que había unos palos de cachimbo alrededor del cafetal, y
el otro era alrededor de la casa, donde estaba la cocina donde dormíamos. Tampoco era mucho, pero teníamos.
Yo recolecté mi café. No era mucho; como un bulto arrocero
de hoy, unas cuatro arrobas. Eso era la cosecha. Lo de mi papá
eran varios bultos. En todo caso había una porción con la que
podíamos hacer una platica. Entonces le dije a mi papá que éste
café que estamos recolectando, lo mío y lo suyo, destinémoslo a
comprar el trapiche. Yo decía: “No regalemos más la caña, no
demos ni al partido, ni vendamos. Cuando tengamos el trapiche,
molemos aquí”. Mi papá me aceptó. Que él asignaba el resto del
café y lo acumulábamos con lo mío para comprar el trapiche. Estuve contento. Y vendimos el café. Juntamos lo mío con lo de él
para vender y traer la plata junta, para irnos un día a Santander.
Pero cuando vendimos el café, él tomó otra decisión con la
plata. Con lo de él y lo mío, pagó deuda tal vez a la Caja Agraria o al banco, o deuda particular, no se. De toda la emoción que
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [355]
yo tenía laaargo tiempo, pensando y acumulando el café, me sentí
muy frustrado.
Le habíamos contado a Belisario. Como él era el que nos ayudaba a sembrar la caña, a limpiar y a todo, y él veía la caña allí ya
madura, y veía la necesidad del trapiche, y que era justo y bueno
comprarlo, y a él le gustaba y nos ofrecía el apoyo de trabajar,
entonces estaba contento. Pero cuando vio que el café fue recogido, secado, vendido, pero se gastó la plata en otra cosa, y no
compró el trapiche, se fue por un buen tiempo. Después volvió
vuelta el páez.
Pero siempre seguíamos teniendo en la cabeza la idea del trapiche. Ya la caña no era solamente la de mi papá y lo mío, sino
que Pedro también había sembrado. Él estuvo un buen tiempo,
creo que con Bárbara y Faustina, solos en Mondomo. Porque
cambiábamos: un tiempo como que yo me radicaba en Mondomo, y cuando me aburría, otra vez volvía a Chimán. Allá buscaba una tierra por allá bien lejos, conseguía gente que me ayudara y solo hacía medias minguitas ahí, de cinco personas, de
siete personas, que me ayudaban a rozar. En ese trabajo me demoraba unos tres a cinco meses, o medio año. Rozaba, limpiaba,
quemaba y sembraba; me dedicaba un buen tiempo. Mientras
tanto eran los otros, Pedro, Bárbara, que estaban en Mondomo
solitos trabajando, y ellos también sembraron caña. Entonces ya
había caña, no solamente la mía y la de mi papá, sino que Pedro
también tenía la de él, sembrada por ellos.
Mucho tiempo después, por fin compramos el trapiche. Un
día sí mi papá compró una paila, con la venta del café. Vendió él
mismo, se fue a Mondomo, compró una paila de segundita, viejita, una bieeen delgadita, bastante trabajada. Pero compró una
paila. Llegó como a las cinco de la tarde con esa paila cargada en
la yegua. Como eso era lo que esperaba, yo si que me contenté
cuando llegó la paila. No teníamos todavía el trapiche, pero sí
llevó una paila, que era lo básico. Era como la olla principal para
cocinar el guarapo. Me contenté muchísimo.
Pensando en el trapiche, después de haber hecho un buen trabajo en Silvia, regresé a Mondomo con mi papá otra vez. Él pensaba que el trapiche y el horno en que metía la leña que cocinaba la panela había que hacerlos en ramada, bajo techo, para
[356] l a f u e rz a d e l a g e n te
protegerlos de la lluvia y del sol. Entonces me dediqué un buen
tiempo a recoger material para la ramada, a sacar madera, a sacar guadua, a recoger hoja de caña, que donde la misma caña estaba madura había mucha hoja que servía para el techo, para empajar la casa. Luché luché luché hasta que recogí harta. La ramada
tenía que ser grandota, un espacio donde la bestia pudiera dar
la vuelta en contorno al trapiche; y tenía que haber otro espacio
por los lados para acumular los bagazos y protegerlos de la lluvia, porque ese bagazo de la caña es el que sirve para el fuego del
fogón, de la hornilla. Entonces había que no botarla, sino conservarla ahí. También tenía que haber un espacio para la hornilla, y un espacio para el melero. Por eso se necesitaba una ramada grande y demoramos mucho tiempo en hacerla.
Como ya Pedro tenía una caña también, vendió una vaca que
tenía, para comprar el trapiche. Un día mi papá le rogó a un amigo que llamaba José Luis Mosquera, y fuimos a comprar el trapiche en Cali. Se trajo el trapiche y empezamos a moler la caña,
ya con Pedro.
Empezamos a producir, pero sin experiencia. Yo me imaginé que ahí era la salvación económica, que con la caña íbamos a
tener recursos, platica suficiente. Pero la ignorancia era tan grande, la ingenuidad era tan grande… Empezamos a moler a moler a moler. ¡Molimos como un mes! Nos cansábamos mucho
moliendo porque había que madrugar a las dos, tres de la mañana, y estar hasta las nueve o diez de la noche ayudando, trabajando. Terminamos esas primeras cuatro semanas mama’os.
Trabajamos mucho, pero plata no se veía. Nosotros no conocíamos el comercio de la panela. Nosotros bien pendejos, acumulamos la panela en una pieza húmeda y se nos dañó, se negrió, crió lama… perdimos precio. Se vendió pero barata. De
tooodo un trabajo, empezamos a perder.
Hoy viéndolo bien, la panela es de sacarla semanalmente, irla
vendiendo al expendio rápido, o envolverla bien con un cincho
de plátano y tenerla en una pieza abrigada, cuidarla, protegerla para que la humedad no la acoja y le dañe el color. La salida
de la panela depende del color, y dicen que es buena cuando
en la misma panela uno raspa un fósforo y prende. Si no, dicen
que es de mala calidad; se vende para ciertas cosas como gallea b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [357]
tería, o para animales, pero para el consumo humano la panela
es complicada.
Como no sabíamos, éramos ingenuos, ahí empezamos a perder plata, empezamos a no hacer nada. Nos dio la satisfacción
de que comimos harta panela, tomamos harto guarapo, nos
untamos cachaza, nos enmugramos, pero no logramos hacer
nada de platica. Con la caña nadie se puso una camisa, con la
caña no se pagó deuda, con la caña no se hizo nada.
Las tierras tampoco fueron muy aptas para la caña; diría yo
como de una tercera clase. Produciéndola en tierras buenas, la
caña puede dar buena hasta cinco cortes, o ser eterna. Pero la
tierra que nosotros tuvimos en Mondomo no era tierra de caña.
Daba bueno el primer corte, pero ya el segundo mermaba muchísimo, adelgazaba, ya no rendía; se fue acabando sola. Y si no
rinde la caña, no rinde la panela tampoco. Entonces nos desmoralizamos un poco con la caña. Pero mi papá nos animaba a seguir trabajando.
Esa casa del trapiche, haaarto tiempo que gasté cargando hoja
de caña, sacándola del lote donde estaba la caña. Y un buen día
vino un huracán y me tumbó la ramada por allá patas arriba. Me
quedé otra vez con el plan sin casa. Entonces mi papá dijo: “Esto
no puede quedarse así. Ahora verá que vamos a construir de bastiones de ladrillo y cemento con techo de teja”. ¡Se le metió en la
cabeza eso y yo ya estaba cansado con la caña! “Hay que seguir,
qué más se puede hacer”, decía. Compró ladrillo, cemento, a nosotros mismos nos hizo cargar, trajo dos mil tejas de Puerto Tejada,
buena teja, y esa es la ramada que hasta ahora está. Muchas veces
ha escapado de caerse y le he hecho algunos remiendos.
Pero no duramos mucho con ese trapiche. Ya como que fuimos dejando la caña un poco. Yo me aburrí muuucho con la
caña. Parecía que más era el trabajo que lo que se hacía. No rendía. Todo por no haber logrado manejar mejor el comercio de
la panela, quedamos aburridos, desilusionados con la caña. Yo
me quedé, pero Pedro dejó el trapiche botado y se fue.
Entonces ya se vino la idea de comprar tierra en Malvazá, ya
por el año 1963. Para eso mi papá decidió vender el trapiche de
Pedro. Además, recolectamos un café y cargas de una yuca muy
buena que teníamos junto a mi lote de café; se la vendimos a un
[358] l a f u e rz a d e l a g en te
señor que vivía en Turco y tenía ralladero, que llamaba Marco
Tulio Quintero. Una carga de yuca de catorce arrobas la vendíamos por treinta pesos. La tierra fue comprada, me parecía
muuucha plata, en $18.000. Yo no dejé vender la paila, y la conservamos hasta ahora. Después adquirimos otras pailas: primero una, después otra, y a lo último compré otra chiquita. Teníamos tres, que aún conservo. Pero el trapiche sí lo acabamos.
Ya después Pedro se fue para Malvazá, Jacinta también, y yo
me fui quedando casi solo. Mi papá siempre bajaba, pero ya entre Mondomo, Malvazá y Silvia no le daba tiempo para venirme
a ayudar con mucha frecuencia. Un día decidí acabar con la última mata de caña, pensando que era mejor comprar panela. La
acabé.
Algunos de la región dicen que “la molienda es jodienda”. Para los que saben manejar eso, es rentable, pero cuando uno no
sabe comercializar, llevar a tiempo, tener cliente a quién vender,
da pérdida. Nosotros perdimos: comimos, llevamos a Silvia, algo
se vendió a bajo precio, pero no nos llenó esa expectativa de conseguir plata para comprar tierrita y hacer cosas. Para eso no sirvió la caña. Ya me incliné un poco más por la yuca y el café, que
me daban alguna renta económica. Finalmente quedó como producto básico el café y la finca como finca cafetera.
Pero más adelante —como la vida da tantas vueltas, uno se
aburre de una cosa un buen tiempo y vuelve otra vez— volví con
la joda. “¡Ah, esa panela comprada! ¿Yo bajar a comprar panela
en Mondomo? ¿Yo bajar a comprar panela en Santander, teniendo tierra?”. Pero tenía pereza de moler con bestia.
Porque eso sí que es cansón. Levantarse a las cuatro de la mañana a pegarle a una bestia, y uno atrás corra… ¡de arriero! Se
necesita alguien al pie del trapiche para que meta la caña, y otro
que arríe todo el día detrás de la bestia, ¡deeele juete! Eso nos
tocaba, unas veces a mi y otras a Pedro, o a veces buscaba otro
muchacho. Pero cuando no había quien, le tocaba a uno. Esa
caminata allí alrededor era como ir de Santander a Silvia; por eso
uno se sentía cansadísimo. Las bestias salían de ahí muriéndose;
por el cuadril tenían unas mataduras verracas las pobres, de cargar caña, de jalar el mallal. Nos acabamos nosotros, acabamos
las bestias y parecía que no sacamos mayores ganancias.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [359]
Mucho tiempo después, ya por ahí como que algunos tenían
trapiche de motor. Entonces a mi como que me alumbró: “¡Ah,
eso sí que es bueno! Un motorcito, un trapichito, y no es sino
meter la caña”. Y me dije: “¿Algún día no compraré un trapiche
así pequeñito, pero de motor?”.
Porque como ya estaba muy acostumbrado a tomar agua de
panela suficiente, la panela comprada no dura nada. Me parecía
bueno moler y tener cualquier dos o tres arrobas acumuladas
encima del fogón, que eso en la candela no se daña. Así como el
maíz, que se conserva allí mucho, así es la panela. Si la trae uno
bien envuelta, con el cincho, con vástago de plátano, eso da calor, no se ahuma sino el cincho y, como está al interior, se mantiene fresquita. Y dije: “¡Ah! hay que volver a sembrar”. Entonces volví a sembrar. La había acabado un buen tiempo y volví a
sembrar, ya en un lotecito de unas dos plazas de mejor tierra que
logré comprar.
Por esa época la Compañía de Empaques de Medellín estaba vendiendo unos motorcitos de uso múltiple, con un descuento
para los fiqueros que les vendían a ellos. Yo producía fique, pero
lo vendía en pie, entonces yo no era cliente suyo. Pacho Trochez,
un mestizo de Tres Quebradas, era comerciante de fique, pero a
él no le compraban porque no era productor; entonces se valió
de mi para venderle el fique a la Compañía y yo aproveché esas
facturas de venta para comprar el motor a menor precio. Ya con
el motor, lo siguiente fue comprarle un trapiche usado, pero en
muy buen estado, a un vecino paez de Guaitalá. Con la venta de
una yegüita le pagué una parte y el resto me lo fió para pagárselo con la venta de la panela. Y así fue como volví a tener panela
para el consumo de la casa, y también para la venta. En esta ocasión la tierrita era mejor, ya yo tenía más experiencia y me fue
mejor. Por eso la caña y la molienda se mantuvieron durante
muchos años más.
[360] l a f u e rz a d e l a g en t e
Y me envicié a montar en carro
Un día —yo ya me había formado un poco más,
ya vendíamos la cebolla, vendíamos la papita, entonces manejábamos alguna platica— yo no se cómo, me envicié a montar en
carro. Porque ya había carro a Silvia.
Había algunos pedazos, como de Silvia a La Estrella, que uno
venía por la carretera y los carros molestaban mucho a las bestias. Nosotros teníamos una yegua blanca que era muy arisca con
los carros; era que no los podía ver porque se paraba en dos manos y le atrapaba a uno. Uno tenía que traer un buen lazo y, cuando venía un carro, buscar un poste, un palo seguro a la orilla del
camino, desmontar rápido y amarrarla, darle vuelta en el palo
y… ¡téngala! Porque si le podía, si le quitaba a uno el lazo, se iba
delante del carro y ¡quién la alcanza! Cuando pasaba el carro,
todavía la bestia que a pararse. ¡Ay! téngala. Cuando venía un
carro, para nosotros era un estorbo, un gran tormento.
No sabíamos esos carros para qué servían, sólo sabíamos que
eran un estorbo por el camino. El carro como que cuando pasaba a un lado del caballo arisco, como que sonaba más, y parecía
que era para asustar al caballo. Cuando pitaba sí que era cierto.
Pasaba el carro y como que resollábamos, respirábamos.
Un día mi papá me llevó por Mondomo para ir en carro. Yo
no quería, yo quería ir a pie. Pero dijo: “Vamos por Mondomo”.
Ah, pues vamos. Entonces me fui en carro. Me pareció muy fácil, muy descansado, como hoy yéndose en avión. ¡Me amañé
tanto!
Aprendí que era bueno ir en carro, pero también quería seguir llevando comida. Como había tanta hambre y yo apreciaba
tanto la comida, todo lo hacía por la comida. Un día me estaba
acomodando un racimo de plátano guayabo —que un racimo
bien criado, grande, se da de unas dos arrobas— para llevarlo
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [361]
en la espalda de Aguablanca a Mondomo. Mi papá me decía:
“Hombre Lorenzo, usted no puede”. Y yo que sí, que sí puedo.
Terco. Mi papá me regaño: “Hombre no podés. Si va a llevar lleve poquito, usted no puede salir con eso a Mondomo”. Que sí,
yo sí lo llevo. Hasta que le acomodé y lo llevé. Y carguéee hasta
una quebrada que se llama Aguasucia. Hasta allí vine muy bien,
hasta allí bajé, hasta ahí muy guapo. Allí empieza uno a subir,
bajar y volver a subir la loma. Y empecé a sudar, a sudar y a sudar; se me acabó la resistencia, se me acabó la fuerza. No pude,
me mamé. Quería llevar, pero no pude. Mi papá todo bravo. Yo
no se qué traía, pero el resto del camino tuvo él que cargar para
no botarlo. Y así salimos a la carretera. Llegamos con los plátanos bien magullados, sudados, del sudor de la espalda de uno.
¡Cómo llegaría ese plátano!
Llegamos por Ambachico, por el monumento de Bolívar, en
ese camino de lo que hoy llaman La Fundación. Porque en
Chimán nos tenían jodidos. Ese camino frente a la casa donde
hoy vivimos en Silvia, por allí era la ruta recta para salir a la casa,
pero cuando cambiaron de dueños y partieron las haciendas
hubo un momento que nos quitaron la vía recta, y para ir a la
casa había que caminar por el cementerio, por una quebrada allí
por la Fundación, por toda la orilla del agua, y en tiempo de invierno ¡habíiia unos barrizales tan tremendos! Era pavoroso salir por allá por esa vuelta; uno llegaba tarde, de noche, cansado,
y ¡tener que dar semejante vuelta! Pero ya no había camino recto, no dejaban pasar.
Pero me envicié a andar en carro. Antes veía uno venir un carro y era un estorbo, pero cuando empecé a subir así era muy
bueno. Desde allí empecé a andar en carro. Llegaba uno muy rápido a Piendamó, y de allí llegaba muy rápido a Silvia. Un amigo, Omar ‘cojo’, que tenía lo que en ese entonces llamaban berlina, un carrito pequeño, cuando había plata le pagábamos y
cuando no el hombre nos fiaba. Me acuerdo que el pasajito de
Silvia a Piendamó en ese entonces valía 60 centavos. Con 60 centavos uno bajaba a Piendamó; de Piendamó a Mondomo tal vez
otros 50-60 centavos. De alguna manera uno se hacía 1,20 para
la ida, otros 1,20 para la venida, y con eso parecía que uno estaba a salvo. Entonces ya dejé de andar ese largo camino de dos
[362] l a f u erz a d e l a g e n te
jornadas, y así nos rindió más el tiempo, nos pusimos a trabajar
más, a hacer más cosas, nos ayudó para hacer los trabajos más
rápido.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [363]
Soñando con una casita buena
Cuando me acostumbré a viajar en carro, a ve-
ces bajaba a Silvia y le pedía posada a alguien para quedarme.
Yo dormía en el suelo y miraaaba esas casas… ¡Cuándo tendremos nosotros una casa, cuándo! Miraba. Sufría. Deseaba tener
una casa. Un sueño pues.
Las dos casas que tuvimos, la de Chimán y la de Mondomo,
eran iguales de malitas. La de Chimán, pues en mal estado, pero
no tenía plaga. En cambio la de Mondomo, bien mala y llena de
plaga: araña, cucarachas, alacranes, de noche venían las culebras.
¡Uno dormía con qué nerviosismo! Si se recostaba en una pared, uno se llenaba de telaraña; por allí lleeeno de cucarachas; debajo de un ladrillo, de una piedrita, de cualquier cosa, ahí estaba el alacrán alzando la cola, buscando picarle a uno. Y mi mamá
—que era muy miedosa a las culebras, hasta que murió lo fue,
para ella cualquier cablecito, cualquier cosita era culebra— decía
a todo momento: “Cuidado, cuidado”. Entonces, era todo un tormento, tanto para ella, como para nosotros.
Era una casa malita… llovía. ¡Yo tenía un afán de construir
una casa! Entre el huerto, por el camino, yo veía una casa chiquita, una casa pintada con muchos dibujos bonitos, con puertas lindas… ¡Yo si que estaba enamorado de esa casa! Y siempre
le decía a mi papá: “Hagamos una casita como esa”. Yo tenía miradas dos casitas, pero mi papá no le paraba bolas a esas casitas
chiquitas, no me paraba bolas para hacer una casa así con bahareque, con lodo. Él decía que había que hacer sí, pero casa de adobe, no de bahareque.
Un día descubrió una mina de arena allá en la finca misma.
Él decía que esa arena era buena. Como era tan difícil allí, lejos
de la carretera, transportar arena para la mezcla del cemento,
entonces fue allá y, picando en una barranca, encontró la mina
[364] l a f u e rz a d e l a g en te
en lo seco, sin ir al río. La llamaban arena de peña. Entonces trajo un poquito, hizo un repello para ensayar si la arena servía o
no, y la arena sirvió para la mezcla del cemento; se afinó bueno.
Él contento.
Tenía un amigo al que llamaban Manuel Mosquera, con
quien la iba muy bien, un mestizo que era carpintero-constructor y vivía allí de vecino. Habló con él, le dijo que había encontrado esa mina de arena de peña y que quería inventar cómo hacer bloques de cemento para construir la casa. Lo mandó a que
consiguiera madera para un par de teleras, y que él inventaba
para que fabricáramos los bloques. El carpintero elaboró el marco para hacer los bloques de cemento.
Ahora seguía el problema de arrimar la arena. Él pensó que
había que economizar cemento y arena, y para eso, para que rindiera, nos puso a cargar piedra de la quebrada, para meter piedras lo más grandes posible, en medio de la mezcla. Así, de un
saco de cemento sacábamos hasta treinta bloques. Fue muy difícil, un trabajo muy duro para nosotros, cargar piedras y arena
en el hombro. La arena no era limpia, tenía lodo, entonces de la
peña cargábamos en la espalda bultos de arena, bajábamos hasta la quebrada para lavarla y, una vez lavada, otra vez salíamos al
alto cargando la arena mojada. Uno salía chorreando agua por
las piernas y así llegaba a la casa con esos bultos.
Una vez que llegamos, él fabricó los bloques; llenó esas gavetas con una mezcla de piedra, arena y cemento, dejó endurecer,
y a los dos días dio perfectamente un bloque. Estaba contentísimo porque había dado un gran resultado ese invento. Yo bravo porque me puso a cargar esa arena, chorreando agua por todos los lados, pero a la vez también contento porque inventó. Eso
nos tocó afrontarlo con Pedro, y Bárbara como asistente en la
comida. Ya Jacinta se había casado y se había ido.
Duramos muuucho tiempo sacando arena para hacer los mil
bloques con los que teníamos calculado hacer el cuadro de lo que
hoy es la casa en Mondomo. Yo no sé si algún día pasará algo,
pero es una casa muy fina. En el terremoto de 1994, que derrumbó muchas casas en Mondomo, a ésta sólo se le corrieron algunas tejas. Como no sabíamos qué porcentaje había que mezclar
por carretada, cuánto era la carga que había que hacer de cemento
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [365]
a la arena, unos quedaron bien cargados de cemento, rucios de
lo fino. Por eso esos bloques quedaron muy finos; ese invento
resultó, efectivamente.
Primero mi papá trajo unos 20 sacos de cemento como para
experimentar. Contrató con Arcadio Betancur, que tenía mulas y podía transportarlos desde Mondomo. Esos 20 sacos nos
dieron para cargar arena y piedra un poco de tiempo. Fuimos
haciendo cuentas del número de bloques que necesitábamos.
¡Era muy difícil y muy costoso llegar a hacer mil bloques! Parecía imposible. Pero mi papá insistía en que había que hacerle, nos empujaba. Y pooobres nosotros ahí, cargando piedra en
chacana, entre Pedro y yo en el hombro, y a espalda la arena.
Unas yegüitas casi las matamos cargando piedra y arena. Pero
¡por fin! Completamos los mil bloques que estaban calculados
y un poco más, para que al momento de ir armando no fuera a
faltar.
Completamos los bloques, pero nos faltaba la teja para el techo, porque mi papá no quería hacer de ninguna otra cosa sino
de teja. Contratamos un camionero de Mondomo que llama
Gerardo Franco, y él nos trajo las dos mil tejas hasta El Turco.
Con dos mil tejas cubriríamos la casa. ¡Pero tampoco teníamos
bestias capaces de cargar desde El Turco hasta la casa! Entonces
volvió a contratar a Arcadio Betancur para eso. Y esa es la teja
con la que hasta hoy todavía esta techada la casa.
Mi papá quería una casa buena, él no quería cualquier casa.
Pero no había recursos. Él sabía de construcción de casitas de
bahareque, de estantillo: amarrar bahareque, techar con paja;
pero construir casa como la que quería no sabía, y no le gustaba. Entonces tocó buscar un obrero. El obrero que vino, un Rafael Cifuentes, se enfermó; comenzó y no pudo terminar. Tocó
buscar otro que se llamaba Manuel Mosquera. Ambos están
muertos. Nosotros comida producíamos. Papa y ullucos llevábamos de Silvia, y yuca y plátanos había en la finca de Mondomo. Eso era lo que cocinábamos para nosotros. Pero a un obrero mestizo, quién sabe si le gustaba esa comida. En todo caso él
fue decente, nunca dijo nada, no tuvo escrúpulos, y comió lo que
nosotros cocinábamos. Como que la construcción nos la hizo por
$150. Le pagamos, quedamos agradecidos.
[366] l a f u e rz a de l a g en te
Ya por fin se techó. Nos faltaban las puertas, las ventanas. ¡Ah,
es que para construir esa casa en ese entonces, sí que era costoso! Como nosotros éramos tan pobres, tan arrancados, llevados
del diablo, nadie creía que fuéramos capaces de hacer la casa.
Mucha gente como que se burlaba y decían: “¡Esos cuándo hacen casa!”. Era toda una noticia, una novedad, hacer casa nosotros. Pero ya teníamos el bloque, ya llegó la teja, entonces a conseguir la madera. Como la finca estaba recién incendiada, no
teníamos madera; había que conseguirla con los vecinos. Allí
había gente que tenía madera y nos colaboró: nos vendieron o
nos dieron a cambio de guadua, hasta que por fin la juntamos
también. ¡Nos faltaba para las puntillas!
Estando las paredes, estando el techo, con las puertas ya
podíamos meternos ahí. Porque nosotros vivíamos en una casa
entre el cafetal, que llovía por abajo, y se sabía que vivía gente
porque se levantaba el humo; pero casa no se veía. Por eso teníamos un afán por salir en esa casa nueva… ¡Ah! ¡El día que
techamos fue un triunfo, la felicidad! ¡Por fin! La tejita alcanzó ras con ras.
Mi papá contrató ocho obras con un carpintero que llamaba Laurencio León: seis puertas y dos ventanas, las principales.
Con eso ya podía cerrar la casa. Cada obra costaba $50. Entonces las ocho obras costaban $400. Y ahora nosotros para hacer
$400… ¡de dóoonde diablos! Parecía muuucha cantidad de plata.
Una única vaca que teníamos en compañía con Pedro, esa la
vendimos y pagamos la teja. El transporte lo pagaría mi papá de
alguna manera.
Para las puertas vendí fue cebolla. Yo tenía una cebolla y unos
ajos por allá en Chimán arriiiba, en una tierrita que siempre nos
daba buena cebolla, donde mi mamá todo el tiempo trabajaba.
Mientras nosotros estábamos en esas, mi mamá se quedaba en
Silvia, cuidándonos la cebolla, haciendo cosas. Abajo nos defendimos solos cocinando, lavando y trabajando, porque mi mamá
un buen tiempo dejó de ir a Mondomo. Entonces ella mantuvo
la cebolla que teníamos allá en la tierrita que llamábamos pastutarau, y me ayudaba para arrancarla. Yo no sé cuáaantos viajes
de cebolla hicimos, pero por fin fuimos pagando, fuimos pagando y sí pagamos los $400. Llevamos las puertas. Cuando llegaa b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [367]
mos busqué a un vecino que se llamaba Jacinto, que él entendía
de eso, y nos colocó las puertas y las ventanas.
Nos faltaba lo que llama el embovedado, el tumbado de la casa. ¡Ah! pero ese sí, estábamos tan aburridos en la casa de abajo
que, sin embovedado, sin pisos ni nada, sólo con el techo y las
puertas, ¡ah! nos pasamos. Un día con Pedro y Bárbara decidimos
subir. Subimos los trastes, las cosas, y ¡qué frío! En ese alto… era
un cambio: había buena vista, uno alcanzaba a mirar por alláaa
al vecino, leeejos… se veía un panorama, pero era destapado. Tenía techo, sí, y puertas, pero lo demás era destapado y hacía frío.
Mientras buscábamos como echar barro y tumbado, pues… vivimos ahí.
Después mi papá buscó quien echara el barro a la casa: un
Rómulo Díaz, un obrero que sabía muy bien de barro, él se comprometió y lo hizo. Hasta hoy se conserva la casa. Él aseguró bien,
con puntilla, con un bejuco que llama ‘sorondé’, que nos mandaba a buscar y nosotros ni conocíamos, ni había en la finca. Él
lo había visto en tierras de otro y dijo: “Allá consiga como sea,
compre o robe o cualquier cosa, pero traiga”. Nosotros lo conseguimos y con eso trabajó bien. Después venía el embute, después
el aliso, después el pañete. ¡Tanta cosa!
La construcción de la casa —que hoy en día, viéndolo bien,
cualquiera lo hace, que no es sino pensar y buscar el modo y
hacerla— en ese entonces para nosotros fue muy difícil, ¡qué
difícil! Pero tener una casa que no llueve, tener una casa en la que
no pasa el agua, parecía que era una gran riqueza. Porque cuando amanecía lloviendo, que llovía afuera y adentro, era muy triste. Por eso, cuando construimos la casa, fue para nosotros un
gran triunfo. Nos sentíamos satisfechos de que íbamos avanzando, íbamos haciendo cosas.
Con la Federación de Cafeteros
terminamos la casa
A mi papá le gustaba el café y a mi también. Entonces la finca poco a poco se fue convirtiendo en una finca cafetera. No había técnicas como las de ahora; en ese entonces no poníamos
germinador, ni almácigo, sino simplemente las pepas que caían
[368] l a f u e rz a d e l a g en te
debajo de los árboles, esas germinaban, levantaban y crecían, y
de esas sacábamos. Pero ya mi papá inventó una práctica, una
técnica de no arrancar ‘a escoba’, sino sacar con un pilón de tierra cuadrado como una panela. Picaba los cuatro extremos, sacaba el espedón, y lo llevaba a mano. Luego hacía un hueco de
buen tamaño, echaba basura y hojarasca del mismo café, de
guamo, de cosas, la clavaba y, como la mata iba con un pilón de
tierra, tenía raíz, eso prendía fácil. Así fuimos sembrando, sin trazo ni nada, sino al ojo.
Poco a poco mi papá se fue haciendo amigo de gerentes del
banco. Un buen día alguien le dijo: “Hombre, su finca es una finca cafetera. A usted le pueden ayudar a terminar la casa. Ud. ya
tiene parada la casa, le falta arreglo de pisos, de pintura y, como
es finca cafetera, se pueden hacer beneficiaderos de café para que
no estén esclavizados cargando agua, o llevando el café a lavar
en la quebrada”. Recuerdo a Jesús María Sarria, un amigo de él.
Tenía una voz grandota, hablaba bueno. Un día llegó a visitar allá,
a conocer, y después lo llevó a la Federación de Cafeteros. Dijo
que él era amigo de los de la Federación y que le ayudaba para
que le ayudaran. Y se dio eso efectivamente.
Nosotros pobres, no teníamos nada que brindar a estos señorones que llegaban allí. Nos daba pena brindar un sancocho como los que preparábamos nosotros, de yuca, plátano, y a veces
fríjol, entonces no ofrecíamos sino un tinto y, si había huevito,
sancochábamos unos huevos y ofrecíamos eso. No había más. No
teníamos ni mesa, ni asientos a donde decir siéntense. Así que
los sentábamos encima de unos palos. Pero así llegó este Jesús
María Sarria y nos visitó.
Después vino a mirar un Mario Polo García, empleado de la
Federación de Cafeteros. Me recuerdo tanto que a mi papá le preguntaba cuántas arrobas de café cogía, cuántos árboles de café
eran. Jesús María Sarria se le había anticipado en decirle: “Si usted
coge veinte arrobas, dígale que coge cuarenta, si usted coge cuarenta, dígale que coge ochenta. Ínflelo para que le ayuden. No
diga bajito. Si usted dice bajito, dicen que no produce nada y no
le ayudan. Hay que inflar”. Eso ya fue como en 1960. Este señor
Mario nos ayudó a planificar los costos de la terminación de la
casa. Nosotros habíamos hecho solamente el cuadro, dos piezas,
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [369]
la sala y la cocinita ahí pegada, de bahareque. Dijo que eso de
bahareque no, que había que meterle ladrillo y cemento. Él amplió y presupuestó.
En ese entonces había en la Federación de Cafeteros una regalía, no en plata sino en construcción, y gracias a Jesús María
Sarria, que era amigo de esta gente, lo descubrió. Mi papá hizo
un aporte, porque no todo fue en regalía. Primero, la casa estaba en parte ya construida, y segundo, se comprometió a poner
todo el material allí.
Y lo mejor que pudo hacer la Federación fue que nos puso
el acueducto. Porque el agua la tenía que traer uno de un pozo
de barro abajo, o sino de la quebrada, que eso sí que es cansón.
Yo no sabía qué era, pero los técnicos decían que había que poner el agua a gravedad. Y esa gravedad es la que ponen cogiendo
una vertiente en la parte alta y por el mismo peso del agua la
hacen llegar sin poner aparatos, ni arietes, ni motobombas. Entonces, con todo eso se nos mejoró la finca.
Nunca pensamos que íbamos a pintar la casa, ¡porque de
dónde! Y con esta ayuda se pintó la casa, nos echaron baldosa,
en parte cemento, nos hicieron el beneficiadero de café, de lavar
café, una casita, un patio para regar café. Todo ese material nos
tocó traerlo. Pero como ya tuvimos algunas bestiecitas, cargamos
parte de Mondomo, parte del Turco y otra parte de Tres Quebradas. Y la Federación misma mandó un obrero que se llamaba
Manuel Sánchez, un paisa, para que construyera.
Pero el presupuesto lo hicieron muy bajito y no alcanzó la
plata para terminar la casa. La Federación de Cafeteros decía:
“La casa no puede quedar inconclusa; hay que terminarla”.
¡Cómo iba a entregar una casa sin terminar la Federación! Pero
para terminarla no había la plata. Yo recuerdo que en la puerta de la sala de la casa faltó un metro de baldosa, y ellos decían
que si fuera allá en una esquina echarían cemento, pero en la
entrada…
Tampoco alcanzaba la plata para el obrero que estaba construyendo. ¡Nosotros de dónde plata para pagarle! No teníamos
para comer, mucho menos para pagar un obrero. No era en tiempo de cosecha de café ni nada, fue en agosto o septiembre, que
es mal tiempo. La Federación decía: “Hombre, ustedes hagan al[370] l a f u e rz a de l a g en te
guna cosa, hagan alguna platica y paguen al obrero”. Y nosotros
no tuvimos nada.
Ahí salió perdiendo plata el obrero, pues había que terminar
porque era una obra oficial, y él tenía un contrato firmado. Nosotros luchando, le dábamos la comida porque eso era un compromiso que le diéramos la comida y la dormida. Eso sí lo estábamos haciendo. Por fin, así, el obrero perdiendo plata y la
Federación allá rebuscando, nos taparon ese hueco en la puerta
y pintó; el obrero siempre echó el blanquimento, bien delgadito
para que rindiera, y a ras alcanzó.
Y un día de 1961, diecisiete años después de comprada la
finquita, fue la inauguración de la casa. Vinieron y entregaron,
sin fiesta ni nada, pero contentos quedamos. Fue un trabajo de
toda una vida, desde niños, desde muchachos. Pero por fin terminamos la casa.
Como mi papá era muy devoto a los santos, él decía que
como era un alto ahí, caía mucho rayo, y entonces que la finca
había que llamarla Santa Bárbara, que a la casa había que ponerle
un letrero que dijera Santa Bárbara, porque esa santa era la
abogada de las tempestades, de los rayos. Entonces buscó al mismo obrero para que escribiera Santa Bárbara, y así la finca quedó con ese nombre; antes la llamaban Potrerito.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [371]
¡Y casi perdemos las tierras!
La casa por fin la terminamos, pero hubo mu-
chos problemas con la tierra, con la finca, porque había vecinos
que siempre querían quitárnosla. Porque como los indígenas no
tenían fuerza para nada, ninguna organización, no había respeto por nuestros derechos. La tierra que con tanto esfuerzo habíamos comprado tenía no se qué problema. Entonces llegó un
momento en que un tal Severo Vivas, hijo heredero del coronel
Genaro Vivas, decía que esas tierras eran litigios, eran peleables,
que las escrituras eran ficticias y que había demandado a mi papá
para quitárselas. Lo demandó y casi le quita la tierra. Mi papá
estaba asustado y decía que si ese tipo seguía jodiendo era capaz
de quitarnos la finca, pues aunque las escrituras eran legales, todavía eran tumbables porque no tenían tradición, no estaban
prescritas, no tenían término de 20 años, o algo así129.
Entonces mi papá trajo la escritura y le consultó a Miguel Ángel Vidal, el registrador de instrumentos públicos de Silvia. Y él
le dijo: “Vaya saque la tradición, el certificado de libertad, y con
eso yo le digo qué puede hacer”. Y con ese certificado dijo: “Faltan ocho meses todavía para que eso prescriba. Estese calladito,
deje pasar los ocho meses, no haga bulla, no haga nada. Pasando ocho meses ya el tipo no puede hacer nada, ya pasan los 20
años, ya nadie te puede quitar. Antes, te joden”. Le aconsejó. Mi
papá le hizo caso, estuvo calladito, el demandante tampoco hizo
nada, y pasaron los 20 años. Pasados los 20 años ya prescribe, ya
queda inembargable, y hasta ahí llegó el peleante, el vecino.
129
No está claro cuál era el problema, pues existe una tradición respaldada por
escrituras públicas, que se remonta a un José Domingo Paz, cuyo heredero
Nemesio Paz aparece vendiendo en 1916 a una Celia Zúñiga de Valencia.
[372] l a f u e rz a d e l a g en te
Pero había otros, del otro lado, que sin argumentos jurídicos, también querían quitarnos tierra. Hay una curva de la quebrada de Aguablanca donde se forma como una islita. Esa islita
decía que era del otro lado y vino un día, pasó para este lado y
cercó. Puso muy buen cerco de caña brava, que mi papá decía
que daba lástima trozar esa caña. Cuando el vecino hizo eso, mi
papá consultó con otro vecino que era adversario político del primero; lo trajo, le mostró, y el amigo dijo: “Ustedes no tienen más
nada que hacer. Como esto es suyo, truece el cerco, échele machete”. Y mi papá le echó machete, todo lo tumbó al suelo, recogió la caña y la amontonó en un solo sitio. El vecino que quería
quitarnos, ya vio que no podía y se quedó callado.
Pero siempre hubo problemas hasta los años sesenta. Han
querido quitarnos tierras por todos los lados, a la redonda. Lo
último que quisieron quitarnos fue una colita de la finca que queda en la parte de arriba. Un vecino, Abel Otero, quiso quitárnosla.
Mi papá peleó. Dijo: “Aquí no nos dejamos quitar. Ya van tres veces que me han hecho intento. Primero a quitarlo todo, después
una gambita de tierra por ahí y ahora la cola que tiene como unas
tres hectáreas, que siempre es grande. Eso no dejo quitar”. El vecino, para poder ganar, rozó todo y amenazó con demandar. Mi
papá le dijo que demandara. En ese entonces ya Cruz estaba estudiando para ingeniero agrónomo y él amenazó con Cruz.
Decía: “Yo tengo un hijo que está estudiando abogacía”. Que él
no gastaba plata en abogados, que demandara y él contestaba la
demanda. Pero nunca demandó. Ya comprobó, miró las escrituras, el otro también ya quedó arreglado en paz, admitió que él
se había equivocado y pidió perdón.
Fue siempre una pelea permanente. Primero a quitarlo todo,
después un lote, después otro, pero él siempre peleó. A nosotros
siempre nos querían sacar, por las buenas o por las malas. Yo me
acuerdo que había un vecino que todo el tiempo decía: “Véndame, véndame la tierra, véndame la colita esa de arriba, véndame
ese pedazo para una manga, para tener el burro allá”. Mi papá
decía que a veces sentía mucha necesidad y quería vender, pero
que “si vendo un pedazo, pues me comprarán de libra en libra y
por fin me comprarán todo. Si vendo un pedazo, ese blanco me
estará pasando por aquí estorbando mi casa, mi camino”. Muchas
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [373]
veces tenía necesidad de plata, pero pensaba eso y no vendía. Y cada
vez que hablaba, yo lloraba: “¡Cómo va a vender!”. Una vez ya casi
la tenía vendida, que dizque en $2000. Él hacía cuentas que si le
había costado $450 estaba ganando como $1.550. Y decía que eso
era harta plata, que con eso compraría no se qué cosas. Pero el
cliente que compraba no le daba en efectivo, sino en mulas. Afortunadamente eso no le gustaba a mi papá, y no vendió. Muuuchas
veces le resultó compra y quería vender. Y cada vez, yo: “No venda, no venda”, y siempre me hacía caso. No vendió.
Ya muy recientemente, tal vez en 1965, había rumores de que
iban a abrir carretera por ahí. No había ni recursos ni nada, pero había intentos. Llegó un momento de una campaña política,
y algún politiquero de la región mandó un topógrafo a trazar.
El topógrafo llegó y trazó bien. La finca de nosotros no la tocó,
pasó por el pie y allí buscó la pendiente. Pero con los vecinos,
¡qué problemas! Un vecino, solamente de mala fe, nos quiso
meter la carretera para dañar una cafetera que teníamos.
En ese entonces no había café caturra. No sé en qué año sería que llegó; apareció de pronto en la región. Como a mi me gustaba tanto el café caturra, fui a conseguir semilla donde un amigo, Julio Zúñiga, y él me llevó a su cafetal a cogerlo; fui cogiendo
el café y también fui buscando las chapolitas… ¡contento! Sembramos, ampliamos el café, teníamos buena cafetera. Ese era el
cafetal que nos querían dañar. Pero como mi papá ya era amigo
del de la Federación de Cafeteros y era cliente del Banco Cafetero, se valió de un gerente del Banco para que la carretera no la
echaran por la finca nuestra, y menos por el café. Yo acompañé
a mi papá, me acuerdo tanto, y el gerente fue y habló con el ingeniero para que buscara el menor perjuicio. Pero no era sino
politiquería, no había nada, ni plata, ni máquina, ni nada; eso se
quedó en pelotera y la carretera se apagó por mucho tiempo.
Todo era un afán de dañarnos, de sacarnos, de aburrirnos, de hacernos vender.
Mi papá todo el tiempo peleaba. Peleaba, pero con los mismos
tipos siempre andaba junto. Yo no sé por qué. Hasta que ya ellos
se cansaron, ya vieron que nosotros nunca íbamos a vender la tierra. Por último ya los que nos molestaban no volvieron a hacerlo,
ya quedaron muy respetuosos con nosotros todo el tiempo.
[374] l a f u e rz a d e l a g en te
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [375]
9
Las luchas
de los
últimos
terrajeros
[378] l a f u e rz a d e l a g en te
130
Los que encabezaron la pelea eran mis abuelos . Mi
papá decía siempre que hubiera sido mejor, en vez de
gastar peleando, comprar aquí tierras. Los otros no
apoyaron así con mayor fuerza… Los de allá eran
Tunubalases, Hurtados y Muelas también. Eso era por allí
lo que hoy es Santiago, donde hubo ganado bravo.
De todo lo que ha pasado hay que contar la historia.
Esto es de nuestra gente antigua que sufrieron, lucharon,
dejaron de dormir, aguantaron hambre y, ganando cuanto
insulto, iniciaron y dejaron la lucha. Como la gente de hoy
no conoce, no sabe todo esto, creen que las cosas se han
hecho fácil. No hacen ni siquiera memoria para
recordarlos a ellos. Como en Santiago, que hablan de los
muertos recientes, pero no de ellos. No recuerdan los
iniciadores desde siempre, pasan por encima. Sobre esto
nadie ha hecho nada.
Para que la tierra volviera otra vez en manos de
nosotros fue muy duro. Primero, porque no había unidad.
Siempre hemos vivido divididos. La gente no se apoyaba
mutuamente. Entonces tocó hacer un trabajo grande para
concientizar a la gente y eso fue una contribución grande
entre todos. Por lo que no conocen es que nosotros estamos
perdiendo tanto la que llamamos la cultura. Lo que
llaman nuestra identidad se viene ya terminando. En estos
10 años, en vez de pensar en salir adelante, lo que están es
echando atrás. Hay que hacer una cosa bien, correcta,
para nuestras escuelas.
La gente de aquí de tierra libre no quería a los
terrajeros y hasta ahora hay gente así. Como cuando
compraron la tierra de la Cooperativa, la gente de aquí
deseaba que no pudieran comprar y decían que si perdían
harían un buen baile. Como mi papá ayudaba a recolectar
plata a la Cooperativa, entonces decían ¡esos no tienen ni
para sus calzones, esos qué van a comprar tierra! Pero la
gente de allá de la hacienda era gente pensante y hacían
130
Luciano y Carlos Muelas a principios del siglo 20.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [379]
cuanta cosa. Yo no alcanzaba a interpretar qué era lo que
pasaba en el fondo, si pensaban que viniendo la gente del
Chimán iban a dominar a ellos. Yo he estado pensando
que como ellos no salen, no se mueven, no conocen, por eso
creo que son así. Pienso yo.
Es como hoy, que cualquier cosa que quieran hacer, la
gente no apoya. Siempre los Cabildos, los tatas, los llaman
y entonces se ríen, se burlan, que creo que en ese entonces
fueron lo mismo. Cuando hay una iniciativa importante
no apoyan y solamente esperan que llegue algún regalo
para recibirlo no más. Es costumbre de aquí de la gente
que la tierra no les costó nada, porque viene de herencia
tras herencia, entonces no saben qué es conseguir tierra.
Creo que es por eso que a la lucha no han querido
acompañarla.
Manuel Jesús Muelas
[380] l a f u e rz a de l a g en t e
Las últimas épocas de la terrajería
en E l Chimán:
Pacho Morales y Aurelio Mosquera
Aunque desde 1944 teníamos la tierrita en lo
caliente, en Mondomo, siempre seguimos sufriendo los rigores
de la terrajería en Chimán, porque nadie quería irse a vivir por
allá. Nunca nos fuimos permanentemente y sólo íbamos y volvíamos, especialmente a producir y traer comida para Chimán.
Fue muy difícil adaptarnos a vivir allá, sobre todo porque la abuela, la mamá de mi papá, no se quería ir. Ella decía: “Yo me muero aquí, yo no voy por allá”. Y ahí murió. Recuerdo que cuando
mi papá se encontraba con Pacho Morales por el camino, él le
gritaba: “¿Todavía no muere la vieja?”. Pobrecito mi papá.
Entonces, como no había gente permanentemente en Mondomo, pues tampoco había condiciones para vivir allá. Por eso
fue que la chocita se fue cayendo y, cuando uno iba, estaba llena
de goteras y telarañas, que ni provocaba estar ahí. Eso era un círculo vicioso. Mi mamá, ahí a la fuerza, pobrecita, le tocaba ir. A
Bárbara y a Pedro les tocó mucho tiempo solitos en Mondomo.
Finalmente Pedro no se amañó, Jacinta tampoco; ellos terminaron trabajando en las tierritas que compramos en Malvazá, ya
por 1963.
Un día de 1954 venía yo con mi papá al yastau y sería por política que tenía relación con Pacho Morales, pero en todo caso él
le habló y le dijo: “Aurelio Mosquera y yo vamos a comprar la
finca a Mario Córdoba. Esa finca nos la están dando en 120 mil
pesos. Yo vendí mi tierra en Chuluambo y ya tengo 40 mil pesos”. Que Aurelio era rico y tenía la plata, pero que él tenía 40
mil pesos de la venta de tierra de Chuluambo y ya tenía con qué
hablar.
Pacho Morales era un carnicero de Silvia quien se asoció con
el terrateniente de Popayán Aurelio Mosquera. Éste último era
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [381]
bien conocido en la zona pues desde hacía mucho tiempo su
familia poseía tierras contiguas a El Chimán, y desde 1922 él
mismo era dueño de parte de La Clara, predio en la antigua hacienda Ambaló, el cual adquirió, junto con otros familiares, por
sucesión de José Rafael Mosquera. Poco a poco Aurelio fue adquiriendo los derechos de sus familiares, hasta que en 1942 ya era
el único propietario131.
Entonces, con la noticia de la compra a Mario Córdoba,
como que la gente esperaba un poco un cambio; yo oí a mi papá
como contento, venían hablando que esperaban un cambio favorable. Por lo menos que dejara cultivar. Y cierto, compraron. Y
de tal lindero para arriba ya los indígenas no eran terrajeros de
Mario Córdoba, sino de Pacho Morales y Aurelio Mosquera. Vino
otra gente.
Ya en 1950 Córdoba había vendido parte de El Chimán a Aurelio, en cabeza de su esposa, y a Pacho (Alsalcia)132; en 1954 Juan
Van-Arken, quien le había comprado la mitad de El Chimán a
Mario Córdoba en 1949, también le vendió a Aurelio y a Pacho;
en 1961 Córdoba le vendió lo que le quedaba (La Esmeralda,
Alaska, Los Alpes, Rancho Grande) a la esposa de Pacho. Y de
esta manera, Aurelio y Pacho fueron quedando como los grandes terratenientes de El Chimán, que para entonces, como sabemos, ya no incluía ni San Fernando, ni Las Mercedes.
Pero la situación no cambió para beneficio de los indígenas.
Como recuerda Luis:
El que vino a quitar toda esas faldas fue don Aurelio Mosquera,
cuando ya no era el cabo Cruz sino Ventura Riascos. Ese fue el que
vino ya a quitar hasta encima de las peñas, hasta donde podía subir una vaca pues. Todavía había harto terrazguero, mucha gente.
Yo se eso porque yo ayudé a trabajar a papá Juan.
En manos de Mario se había levantado mucha maleza; quitaron las tierras, cultivaron y luego dejaron enmalezar mucho, y
131
Certificado 81-103 de 1981, Registraduría de Silvia.
132
Escritura 2883 de 1950, Notaría 1ª de Cali; Escritura 182 de 1950, Notaría de
Silvia.
[382] l a f u e rz a d e l a g en te
cuando entraron Pacho y Aurelio había mucho rastrojo. Entonces ellos llegaron con la estrategia de usar a los terrajeros para
limpiar, para hacer pastos. Como la gente estaba necesitada, tenían hambre y querían trabajar, los usaron. Les dieron algunas
porciones de tierra, como a nosotros, que a mi papá le dieron
un pedazo que era de nosotros mismos, que nos lo había quitado Mario, y ahí estaba en rastrojo.
Nosotros reclamamos la parte de los bosques que había sido
nuestra. La guaicada de Bernabel, como era de nosotros, la reclamamos. También la guaicada de Tsosha era de papá y por eso la
reclamamos. Luego en Kurusketa reclamamos porque era de nosotros. Seguimos reclamando lo que antes fue nuestro y nos quitó
Mario Córdoba, y entonces cedieron.
(Pedro)
Mi papá le dijo: “Deme eso para sembrar”. “¡Ah! bueno, le damos eso para dos cosechas. Siembra la primera, siembra la segunda, y nos desocupa”.
A ellos les interesaba era que los terrajeros limpiaran, nada
más. No les quedaba esa tierra para que siguieran cultivando.
Como estaban jodidos, mi papá aceptó. Y así le hicieron a otras
gentes también. Roce eso, dos cosechas, roce eso, dos cosechas,
roce allá, dos cosechas. Pero no era porque querían a la gente,
porque querían darles tierra, sino que los patrones, el cabo, los
mayordomos, usaron a la gente para limpiar por su propia
cuenta. El único provecho que sacaron los indígenas fue que
cultivaron dos cosechas y para no morir de hambre les tocó
aceptar eso.
Con el cambio de patrón cambió el sistema. Mientras estuvo Mario, nos quitó la tierra y nos estaba alineando a ser jornaleros agrícolas. Pero Pacho y Aurelio no nos usaron como jornaleros agrícolas, sino para el trabajo gratis, para pagarles terraje y
cultivar en lotecitos. Entonces otra vez la gente no percibía ningún salario. El corte a la economía otra vez fue vertical. Habíamos acabado los cultivos propios, nos ponen un poco de tiempo a depender del salario, y luego eso se nos corta también y nos
toca otra vez ir allá a cultivar.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [383]
Pero los cultivos no son permanentes, demoran en producir, y además ya ni semilla teníamos. Así que, a rebuscar los
cogollitos de arracacha, de coles. ¡No se de dónde se sacó! El maíz
no se de dónde salió. Lo cierto es que llegó un momento, mientras
producía lo que cultivábamos, que quedamos ¡sin nada! Ya no
teníamos el jornal, no teníamos cultivos tampoco; era empezar
de nuevo. En ese momento la situación fue muy crítica para
nosotros; esos cambios bruscos que se dieron nos causaron
mucho daño.
La situación llegó a tal extremo que hasta en carroñeros nos
convertimos. Como no había comida, la gente quería consumir
el ganado que se moría en la hacienda. Pero tampoco nos dejaban; estaba prohibido. A los indígenas mismos les hacían abrir
huecos profundos para meter los animales muertos y echaban
específico o veneno para que no los sacaran durante la noche.
Otras veces no los enterraban, sino que les dejaban allí para los
perros y los gallinazos. Pero éstos no consumían todo; comían
la carne, pero las pezuñas quedaban. Entonces, recuerdo una vez
que mi tía Antonia, hermana de mi papá, recogió las pezuñas de
una vaca muerta, todas pisadas de los perros, de los gallinazos, y
las trajo para ponerlas en la olla común. Hizo un caldito con eso
para comernos entre todos. Eso no me lo contó nadie, sino que
yo vi y a mi también me repartió ese alimento. Comimos.
Sin embargo, a pesar de las circunstancias tan adversas, todos luchamos para sobrevivir. En esa época Pedro tendría unos
15 años y aunque era tan joven recuerda como:
Llegó una nueva vida cuando peleamos con el viejo Aurelio, y
ya había comida… Dejó rozar y dejó sembrar para que hiciéramos potreros. Nos dio tierra y sentimos bueno cuando dejaron
trabajar. Sin echar abono, tumbando bosque, da buena cosecha.
Es rico tumbar habiendo bastante monte. Rozamos y por acá
sembramos maíz y por arriba sembramos ullucos. Como sabíamos pasar hambre, mientras trabajaba deseaba que todos los bosques fueran míos.
Mingamos, hicimos pequeñas mingas, aunque no había comida. Comiendo coles y mejicanos no más. Rozamos en la guaicada
de Bernabel cuando Aurelio recién compró y cedió la tierra. Pero
no había nada de semilla. Fuimos a conseguir semilla de ulluco y
[384] l a f u e rz a d e l a g e n te
coles en Malvazá, donde el finado taita Pascual Morales. El cogollo sembramos y las hojas comimos. Buscábamos semilla de arracacha, mauja. ¡Dónde no más estaríamos buscando! Hablando
ahora, es increíble. ¡Quién va a creer el cuento!
Así era lo que buscábamos y sembramos. Ya habiendo tierra
podíamos comer algo. Ya hubo ulluco, maíz. ¡Cuánto hará! Así es
que vivíamos de trabajoso.
Esos lotes que nos fue dando Aurelio los tuvimos más de dos
cosechas. Nosotros seguimos cultivando, seguimos cultivando,
hasta que por fin dijo: “Ya no más, ya no más”. Y cuando dijo no
más, abrieron ellos mismos. Entonces nos tocó ir quién sabe a
dónde a cultivar por lotecitos, por pedacitos. Pedro comentaba:
¡Quién piensa salir! Como la tierra era de nosotros… No queríamos entregar, pero tocó soltarla. Si en dos años no entregan, los otros
terrajeros entran a la fuerza a hacer potreros, aunque esté alambrado. Si no hacen caso, desengrapan el alambre y lo dejan en el suelo
para que recoja el dueño. Así es que hemos visto pasar.
En esa época, cuando tuvimos ese primer lote en Chimán,
sembrábamos y todos los días corríamos allá a la huerta a coger
la arracacha, las coles; y a medida que a las coles les iban saliendo las primeras hojitas, íbamos descogollando y… ¡a la olla! Y
lo mismo la arracacha, todo. El maicito iba creciendo, iba creciendo, y fue una felicidad muy grande cuando encontré una
matica de maíz florecida. ¡Yo corrí a avisar a mi mamá! Como
no había comida, parecía que eso iba a salir muy rápido, y como
que esperábamos ya la mazorca para comer. ¡Pero eso era muy
lento realmente! Desde que florece hasta que ya da para comer
pasan como tres meses. Por eso tuvimos que bajar a Mondomo
con mucho esfuerzo, no se en qué año sería, mientras maduraba la mazorca.
Al tiempo que trabajábamos duro en esos lotecitos, mi papá
y todos los demás terrajeros tenían que pagar terraje. Mi papá
vivía endeudado, lo que se llama alcanzado, no en el sentido de
deber plata, sino de no alcanzar a descontar completo el terraje
al blanco. Porque un mes era enestico que pasaba: una semana
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [385]
trabajaba para el terrateniente, le quedaban tres semanas; después
de que compró la finca en Mondomo, dos semanas bajaba allá,
y sólo le quedaba una semana para todo lo demás. Cuatro semanas se pasaban volando y no alcanzaba a descontar el terraje.
Cada año quedaba colgado 10 días, ¡unas veces hasta 15 jornales!
De los tres meses que tenía que pagar como terraje cada año quedaba debiendo y entonces era acosado, que usted esta debiendo
tantos jornales.
Esa semana del terraje era un martirio. Nadie quería salir,
pero había que hacerlo. Cinco días de trabajo gratis para una
familia de escasos recursos es muy complicado; sin tierras, ni
cultivos, ni animales, y todavía tener que regalar cinco días de
esfuerzo de trabajo para satisfacer al terrateniente, solamente
para no ser expulsado a la calle, era demasiada injusticia. Pero
para no sufrir esta consecuencia, el terraje había que pagarlo sin
pensar dos veces.
Por eso a mí me llevaba allá, ya tendría yo 15 años, para que
ayudara a descontar el terraje, para mermar jornales. Él iba y
negociaba, hablaba: “Estoy colgado, estoy alcanzado, traigo aquí
para que me ayuden a descontar el terraje”. En el negocio, a mi
papá le decían: “Pues aceptamos que trabajen cuatro días para
hacerle cuenta dos”.
Mi papá alegaba, decía que los muchachos trabajan. Y el blanco decía: “No, es que el muchacho, comer sí come igual con los
grandes, pero trabajar no trabaja igual”. Eso me daba a mi mucha ira, me daba rabia, y pensaba: “¿Acaso me están dando de
comer ellos? Yo mismo tengo que trabajar para comer y ¿por qué
ellos me tienen que decir que comer sí como igual con los grandes y trabajar no trabajo igual con los grandes? Y por eso tengo
que trabajar cuatro días para que solamente pasen lista dos”. Yo
sentía que me robaba dos días. Pero como no había nada que
hacer, así regalaba mi trabajo.
Porque mi papá hacía más con mis cuatro días trabajando
juntos, así no los contaran completos. Mermaba dos días y para
él era siempre mejor, ayudaba. Pero yo ya notaba claramente lo
que me estaban haciendo. Respetaba a mi papá y le ayudaba, pero
al blanco no, porque sentía que me estaba robando.
Un tiempito después, yo ya tenía mis 16 años y tenía que pagar
[386] l a f u e rz a d e l a g en te
terraje, no ya para ayudar a mi papá, sino de cuenta mía, porque
estaba en la hacienda de ellos y vivía allí. Yo y mi papá reclamamos para no pagar ese terraje y así fue pasando el tiempo. Pero
cuando tuve mis 18 años se me vino la definición del servicio militar obligatorio y la cédula de ciudadanía, así que ya no tuve
escapatoria; ya fui mayor de edad y me tocó pagar terraje sin
dilación. Se abre una nueva lista y un nuevo terrajero.
Hasta entonces yo había sido terrajero por ser hijo de terrajero, pero en ese momento ya me sacaron por mi cuenta. Me tocó
pagar terraje con ambos, con Pacho y con Aurelio. El tiempo de
trabajo era de cinco días en el mes. Los jóvenes empezaban con
dos días e iban subiendo gradualmente, hasta los cinco días cuando ya eran adultos. La comida siempre era por cuenta de uno.
Estas cosas así, yo alcancé a conocer y a vivir.
En ese entonces ellos no sembraban, era todo ganadería. En
la época de Mario sí sembraban, pero de eso ya había pasado mucho tiempo. Entonces me tocó en la ganadería. No me tocó ni
ordeñar, ni andar de vaquero, ni nada de eso, sino en la limpieza
de potreros, cargando postes; cuando había para cercos largos,
grandes, unos cortaban madera, postes, y otros cargaban. A esas
cosas así. Descontando terraje.
Yo era perfectamente claro sobre lo difícil que era ser terrajero. El día y la semana de terraje, yo en mis adentros murmuraba
y me sentía rebelde y angustiado ante esta nueva realidad, pensando siempre en las jornadas de trabajo, en lo duro, en el maltrato que recibía el terrajero, y en que no había esperanza de nada
para uno. Sentía una vida trágica, sin saber hasta cuándo esto
sería así. Lo primero que se me ocurrió pensar fue que, como a
mis abuelos y a mis padres, esto podría ser por toda la vida. Mi
más grande preocupación era con qué íbamos a vivir, si no nos
dejaban trabajar, cultivar la tierra, ni tener animales de pastoreo,
ni cuyes dentro de nuestras casitas.
Aburriendo a la gente
Taita Juan Calambás Sánchez recuerda que en épocas de Aurelio hasta las mujeres pagaban terraje y que los hombres tenían
que trabajar gratis para la hacienda cinco días:
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [387]
A mi me tocó con taita Antonio Hurtado como capitán. Él se
fue para Inzá; no se si habrá muerto o no, debe vivir allá. En ese
entonces a mi no me tocaba sino dos días. Cuando compró Aurelio
ya me obligó a trabajar cinco días. Y todavía yo insistí y no pagué
sino cuatro días.
Cuando entré a descontar esos cuatro días de terraje hubo
mucha presión a mi suegra, mama Dionisia, para hacer trabajar
terraje a cuenta de ella. Quisieron hacerla trabajar de cuenta de ella.
Entonces yo tuve que asumir a trabajar cinco días porque cómo
iban a sacarla a ella, a una vieja, que no es capaz de descontar
terraje. Entonces trabajé un día más para protegerla. Desde entonces quedé pagando cinco días. Yo tuve que defender a mi mama
suegra. Eso fue hasta que salimos ya del terraje.
Las jornadas eran largas, agotadoras. Luis recuerda que en
épocas de Mosquera, cuando el mayordomo era Ventura Riascos, había que madrugar tanto que la gente “bajaba con velas caminando, todavía oscuro. En esa bajada se veía como una procesión. Y los de La Clara, lo mismo, subían con velas”. Por la
mañana era así, y por la tarde también era lo mismo. Recuerda
también que “no se podía parar a charlar un ratico porque ya no
apuntaban, y ya hacían perder ese día”.
Taita Juan tiene los mismos recuerdos que Luis:
Con Aurelio, este otro mayordomo de nombre Ventura […]
hacía trabajar de seis a seis. Cuando estaba bravo lo hacía trabajar
hasta las seis y media. Así hemos estado trabajando el terraje.
Y con Pacho Morales era lo mismo:
Francisco mi hermano trabajó con Mario hasta que lo echó.
Ya con el finado Pacho otra vez estuvo trabajando algunos días. Como jodía mucho, hacía trabajar de seis a seis, entonces dijo, esto
yo no aguanto, yo me voy. Y más bien se fue… Se fue detrás de la
mujer por allá para La María más bien.
(Juan Calambás Sánchez)
En realidad eran la peor plaga y todo esto lo hacían para aburrir a la gente. Y mucha gente se fue. Voluntariamente se fue. La
[388] l a f u e rz a d e l a g en te
gente se fue aburriendo y anochecían pero no amanecían. Por
eso, cuando las recuperaciones, había muy poquita gente para
luchar.
Muchos se fueron. Como Esteban Morales, que pagó terraje
todo el tiempo con Aurelio y después se fue. Como Manuel Calambás y el hijo Cruz Calambás, que les dio tanta ira, que Cruz
yo creo que lo maldice hasta ahora y seguirá haciéndolo, pues
habían sembrado una papa en Kuruschakketa y Ventura Riascos,
por orden de Aurelio, una noche rompió el cerco y metió ganado, y al otro día no encontraron sino el tierrero. Entonces dijo:
“No, esto… yo me voy. Me voy, me voy”. Y esa semana se fue. No
volteó a ver nada más; ni su casa, ni su cultivo, sino que ¡se fue!
Después se fueron los Trino Morales, cuñado de mi papá, y también la esposa María Antonia Hurtado y los hijos, ya para
Malvazá. Juan Calambás Sánchez también terminó en Morales,
donde compró una tierrita vendiendo los animalitos que tenían,
y recogiendo cebolla:
Aurelio a mi me quería, pero en ninguna parte me dio tierra
para yo tener mis animales. A veces yo me aburría mucho. Finada
mi mamá tenía cuatro caballos y cuatro vacas y de noche, a las ocho
de la noche, los sacaba al potrero para que fueran a comer, y a las
cuatro o cinco de la mañana otra vez los recogía, antes de que se
diera cuenta. Siempre hacía así y no dejaba ver. Entonces él mismo ya me propuso compra a las vacas, que tu ganado está sufriendo mucho […]
Aurelio compró todo el ganado […] Con eso fue que compré
esto donde hoy estoy viviendo. Con la venta del ganado de mi
mamá se compró […] Pero también tuve un buen lote de cebolla
allá arriba, detrás de la quebrada del Takpi. Yo vendía y vendía cebolla para completar la plata para esta tierra. Eso lo hice aquí con
la mujer.
Aunque más adelante él y su familia recibieron lotecitos en
Coscorrón133, que aún tienen, no quiso volver, se quedó en tierra caliente.
133
Ver La Empresa y El Coscorrón, p. 439.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [389]
Como allá arriba yo sufría tanto, tenía esta tierra acá, vine pensando de presto, pero cuando bajé acá como que para arriba otra
vez no me dio ganas de ir. Me quedé y me quedé y hasta ahora estoy
aquí […] Detrás de mí bajó mi yerno Alonso también y ellos también se quedaron. Para mi fue mejor. Yo para arriba ya ni pienso.
Y hasta ahora estoy aquí pasando.
Acá siempre es bueno porque da el cafecito, maicito, la yuca,
el fríjol. Eso me pareció bueno. Después ya bajó el hijo Francisco
también y ahora están por aquí. A veces se ponen a pensar los trabajos que hay que hacer arriba, pero yo digo que no piensen arriba. Y aquí están, no se han ido.
A nosotros nos sirvió muchísimo una decisión que desde
muy pequeño habíamos tomado con mi mamá de trabajar duro
y cultivar la tierra donde fuera y como fuera, para poder tener
comida en casa. Esta decisión sagrada —en la que aún hoy en
día sigo creyendo— nos salvó la situación, y muy rápidamente
decidí desenyugarme del terraje. En julio de 1960, apenas 15 días
después de que me casé, salí del Gran Chimán, dejando a mis
padres y hermanos y demás familia, pero siempre pensando en
nuestra mejor vida. Allí la situación era invivible porque las tierras habían sido usurpadas y estábamos cada vez más estrechos.
Por eso salí. Tomé el camino a Mondomo, diciéndome que el
mundo es grande y Dios debe existir en toda parte, y pensando
que en cualquier parte uno podía vivir. Allá me radiqué todo el
tiempo a trabajar, como era mi intención.
Pero, al igual que con anteriores terratenientes, no todos salieron. Como dice Luis, algunos se “subieron encima de las peñas,
pero vivieron”. Este fue el caso de mi papá, de mi familia. Mis padres y hermanos se quedaron, siguieron siendo terrajeros hasta
1970, cuando con la organización indígena se pudo abolir el
terraje. Yo duré largos 10 años por fuera y regresé en los años 70,
decidido a apoyar las luchas indígenas que estaban surgiendo en
mi pueblo y en mi comunidad de terrajeros.
Cuando comenzó la lucha, vine porque a Jacinta mi hermana,
que fue la piedra angular de la pelea, la tenían acorralada, jodida.
Aurelio. Yo pensaba que no tenía ninguna necesidad, pero mi
mamá, mi papá, mis hermanos, todavía existían en esas tierras
[390] l a f u erz a de l a g en te
del Gran Chimán y estaban peleando. Entonces pensé solidarizarme con ellos y con otras gentes que estaban allí, que todavía
batallaban por defender sus derechos. Me parecía que YO quedarme por fuera, sin aportarles nada, era injusto. Por eso vine a
solidarizarme con ellos, a compartir con ellos, no solamente en
las charlas, no solamente en las reuniones, sino que también me
dediqué a ir junto con ellos a trabajar134.
Analizando hoy en día esta situación, uno piensa que si ni
trabajando con juicio para uno alcanza para vivir, los terrajeros
cómo y con qué podríamos haber subsistido, regalando el esfuerzo de nuestro trabajo a otros, y además pagando sanciones
cuando nos agarraban un animalito en los potreros al borde de
nuestras casitas.
Agoniza la terrajería
y surgen las primeras luchas de esa época
Hasta 1960, cuando dividieron la hacienda, Aurelio y Pacho
estuvieron trabajando en sociedad las tierras que habían comprado. Cuando se dividieron, ya había empezado a moverse la
reforma agraria de los años 60’s y veían alguna posible afectación
de sus tierras. En ese momento Aurelio empezó, en un lote de tierra suyo que llamaban Ambaló, a hacer planes para casas, a construir, pensando no admitir ahí la introducción de la reforma agraria; quería evitarla a toda costa, porque todavía había bastantes
terrajeros y él no quería ni soltarles la tierra, ni liberarlos a ellos,
porque los necesitaba como mano de obra. Demoró más de dos
años construyendo eso, el Pueblito de la Fundación Mosquera135.
Como ya los tenía clasificados, sabía cuántos terrajeros posiblemente iban a quedar con él. Entonces construyó en ese lugar, para
que la gente viviera ahí en esas casas, con unos pequeños solares,
para tenerlos ahí al servicio de la hacienda.
134
A picar la tierra para recuperarla.
135
En 1963 Aurelio Mosquera formó legalmente una Fundación para traspasar
las tierras y otros bienes que iba a ceder o vender a los terrajeros, de la cual él era
presidente. Fue a través de esa Fundación que hizo todos los movimientos de tierras y demás.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [391]
Mientras tanto ya habían partido la tierra, y también dividieron a la gente. Entonces en ese momento dijo Aurelio: “Los
que se van conmigo, van para la Fundación Mosquera”. En cambio Pacho Morales no hizo ninguna construcción y simplemente dijo: “Los que se van con Aurelio pues se van; los que quieran
quedarse conmigo, se van para arriba. Busquen allá arriba a
dónde vivir”.
En poco tiempo los mismos terrajeros limpiaron los potreros,
se acabaron los montes. Entonces Aurelio y Pacho ya comenzaron
a lanzarnos. Nosotros nos plantamos para no ir, aunque hicieran
lo que hicieran. Pero los otros se fueron ya para lo caliente. ¡Y nosotros tan tercos! Aunque nos diera hambre, resistimos.
A los que resistieron los mandaron a hacer rancho en el yuksro,
para que vivan allá, pero como pajes de ellos. De la planada nos
sacaron hacia lo puro alto, y la casa de nosotros los mismos
terrazgueros la tumbaron, por órden del terrateniente. Tal Rafico
y tal ermanto Vicente, nosotros y otros subimos al yuksro. Y el resto a Fundación. De lo plano ya nos lanzaron a todos136 .
(Pedro)
Cuando hubo esa división de las tierras y los terrajeros, toda
la parte plana ya la habían quitado, pero mi papá no quería irse
porque estaba en una tierra de toda su vida. Además, las huertas
que podía seguir trabajando quedaban arriba. Por otro lado,
como desde hacía mucho tiempo a los terrajeros los tenían fraccionados políticamente y Pacho Morales era liberal, mientras que
Aurelio Mosquera era conservador, políticamente mi papá se
entendía con Pacho. Entonces se fue para arriba.
Construyó una casa en un filo que llaman El Águila, ya casi
en el páramo, muy alto, bien frío. Demoró un poco de tiempo
sacando el plan para el rancho. Como no tenía agua, la trajo por
canal y construyó la casita con unas láminas de zinc y embutió.
Pero eso tan alto era muy frío realmente. Además, un plan recién construido, el piso de tierra, húmedo, eso era casi invivible.
136
Los que se fueron para Pueblito eran terrazgueros de Aurelio Mosquera; los
que se fueron para arriba, a lo inhabitable (yuksro), eran de Pacho Morales.
[392] l a f u e rz a d e l a g e n te
Pero ya la casa vieja de abajo, eso ya estaba advertido, tanto por
Aurelio como por Pacho, que de allí los terrajeros tenían que trasladarse. Y empezaron a tumbar las casas. La de Pascual Morales,
la de Vicente Muelas, la de Antonio Calambás, todas esas casas
que existieron ahí, en ese momento empezaron a echar abajo. La
de nosotros fue la última en ser desbaratada.
Con Mario Córdoba nos habían quitado las tierras y a la
abuela Rufina fue él quien le había desbaratado la casa de abajo
y la había metido, sin tierra, en la casa de Pedro Calambás, a
quien acababan de expulsar. Como ahí no se acostumbró, terminó yéndose para Malvazá, donde murió de frío. A la abuela
Gertrudis le habían dejado el pedacito de la casa, la casa vieja de
nosotros, la casa paterna, la casa donde por primera vez yo sembré maíz al voleo, y esta casa fue la que tumbó Mosquera en 1962.
Cuando la desbarataron, yo ya estaba viviendo en Mondomo y
no los vi hacerlo. Yo quise llevar a mi papá y a mi mamá para
allá, pero ellos no quisieron ir. Entonces subí, porque sabía que
ellos tenían unas cosas para sacar de ahí: un baúl, una cama, unas
ollas de barro, y ayudé a subir todo al nuevo rancho. Yo ya no
vivía ahí, me había ido en 1960. Pero fui a ayudar a subir las cosas ya en el 61. En ese entonces, hasta que subieron, todavía estaban pagando terraje.
El traslado no fue voluntario. A la gente la obligaron a salir.
Les desbarataron las casas y ‘a la brava’, es decir, con la policía,
les hicieron irse para arriba o recibir, en el caso de los que se
quedaron con Mosquera, las casas con huerto que construyó en
Pueblito. Esto fue en 1962. Mi hermana Bárbara recuerda que:
Ha sido tan horrible… Dividieron la gente un patrón con otro.
Entonces Aurelio hace las casas como en la parte más plana, como
más cerca al pueblo, unas casas más o menos vivibles, mientras que
Pacho mandó a la gente a las peñas. Les dijeron sí, construyan, pero
nada más. Yo, por ejemplo, vivía allá encima de la peña. A mi me
tocó vivir allá íngrima sola. Y para allá cargamos esas ollas grandes, porque habían pues ollas de barro; todo lo que podíamos llevar lo llevamos allá. Tocaba subir lomas muy empinadas para poder llegar allá. Gastaba una hora para poder llegar del plano hasta
allá. Mi tío Rafael estaba más arriba todavía. Entonces los más perjudicados éramos nosotros.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [393]
Mi papá quedó con Pacho y Jacinta quedó con Aurelio. Mi papá
aceptó subir allá porque nosotros teníamos trabajaderos allá. Por
eso aceptamos.
En ese momento del problema, Pedro se va a estudiar a la escuela, al Núcleo que estaba recién fundado, porque allí enseñaban
ebanistería y un poco de cosas, y mi papá llevó a mi mamá para
Mondomo a vivir allá. Como había unos cerdos, unos ovejos, una
vaca, por salvarlos me dejaron a mí. Sola íngrima. En ese entonces yo tenía como doce, trece años, por ahí más o menos.
Entonces me quedé sola, cuidando los animales, cuidando la
casa. Pero sola sola. Era una casa en la peña. Yo salía de la casa y
había una peña así. En estos inviernos tan feos, había un matorral
bonito, y allí era la única parte sequita. Yo me sentaaaba allí a escuchar el canto del búho. Y lo único que se escuchaba era bramar
esos novillos de Pacho Morales. De día oía los mayordomos, subía también don Pacho Morales, y eran los que hablaban con los
novillos. Yo me acuerdo los gritos que pegaba Pacho Morales.
Aunque Bárbara estuvo por momentos sola en esa casa del
yuksro, Pedro también vivió ahí. El recuerda lo difícil que era
organizarse, como niño que era, para vender o comprar cualquier
cosa en el yastau, por lo lejos y escarpado del lugar donde quedaba la casita.
Como yo ya sabía trabajar, entonces allá sembré papa, col, cualquier cosa. Ya el día lunes bajaba aunque fuera con coles. Pero no
bajaba al pueblo, sino a lo plano no más, para madrugar por la
mañana. Como el caballo no subía, si compraba remesa tocaba
subir a la espalda.
En ese tiempo no tenía ni reloj. Vivía con mi hermana Bárbara en el yuksro. Un día bajábamos antes del amanecer, arriando
caballo, pues si madrugaba se podía vender algo, pero si cogía el
día no se podía vender nada. Bárbara ayudó a cargar y bajamos
en lo plano. Yo solo ya vine arriando el caballo de arriba. Me acosté
y me dormí, y a lo que desperté no más me vine. No sabía qué hora
era. Vine donde el taita Juan Sánchez. Entonces iba a pasar por el
molino abajo, pero la entrada del molino tenía llave. ¡Y no amanecía! Y la puerta abría a lo que amanecía. Si hubiera estado abierto
habría pasado, descargado el caballo, y habría dormido un rato.
[394] l a f u erz a de l a g en te
Si no podía pasar, ¡quéee podía hacer! Ni cantaba el gallo cuando
ya bajé allá.
Cuando me vi abajo ya sentí temor y entonces ya no caminé
más y dejé el caballo, con carga y todo, para que comiera pasto. La
carga era pesada, de 10 arrobas. Yo estaba pensando que el caballo
no podía aguantar y se iba a caer. Y allí pues ni quién ayudara a
cargar. ¡Pobre caballo! Comía pasto pero se sentía fatigado. Entonces lentamente se echó con carga y todo. Yo lo dejé descansar. Pensé
que se ladearía la carga. Por el peso de la carga el caballo se quejaba. Al buen rato cantó el primer gallo, y el caballo siguió echado.
Al rato el caballo se levantó lentamente, con la carga y todo. Ya comenzó a comer pasto. Estuvo un buen rato. Otra vez cantó el gallo y ya vino despacito.
Bajé al pueblo antes de amanecer y ahí también estuve esperando un buen rato. Los que madrugaban ya bajaron. Busqué la
forma de pasar y pasamos. ¡Seguro que vine como a las 10 de la
noche no más!
En el sitio donde vivíamos era fatigoso para cargar remesa y
para bajar los productos hasta lo plano, en la espalda no más. Era
tan difícil que yo sentía que no había nada que hacer. Además, aunque Pacho dejaba trabajar, de todas formas nos jodía para hacernos aburrir. Por eso ya me aburrí allí y en ese entonces ya fuimos
para Malvazá. Por eso me fui.
Por esa época ya habíamos comprado la tierrita en Malvazá.
Pero, así como sucedía con Mondomo, la familia tampoco se iba
para allá y seguía en Chimán, a pesar de todos los problemas.
Era pensado irnos sí, pero a mi mamá no le caía bien el clima,
a mi papá tampoco. Por el frío era que no querían ir y así quedamos pagando terraje nuevamente. Cuando compramos fue en el 63.
Yo no me fui por mis padres que también tenía que llevar. Y
Javier como estaba pagando terraje, tenía que estar en la hacienda. También era que allá no daba sino papa, así comidas frías, en
cambio acá, pagando terraje, tenía una huerta en Coscorrón, donde
podíamos sembrar maíz, fríjoles, en fin toda comida de lo más cálido. Nos ha gustado eso, entonces no quisimos salir del todo, sino
que pensábamos era seguir trabajando ahí.
Pedro era el que estaba en Malvazá, pero también venía a ayudar a papá porque él quedó pagando terraje. Ninguno fuimos del
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [395]
todo. Como era un lote pequeño, entonces no fuimos todos, sino
que quedamos acá. Como teníamos nuestra tierra, pagando terraje,
aun cuando en peñasco, había a donde sembrar.
(Jacinta)
Mientras tanto, de igual manera estaba pasando con los otros.
De los que se fueron para arriba, un mayor que llamaba José
María Paja no quería ir, él estaba también amañado. Entonces
Pacho le dijo: “Si quiere vivir aquí, busque por allá arriba algún
lugar donde construir”. No dijo a dónde, sino busque, pero arriba, no en la parte plana. Donde no estorbara para tener sus
potreros, sus ganados. Bien alto. Entonces este pobre anduvo por
allá y encontró un lugar. Luchó y luchó tratando de excavar para
hacer su casita; había unas rocas grandes, dele por allá y dele por
acá, y no podía hacer el plan para su casa.
Finalmente construyó encima de la peña y estuvo unos cuatro años allá, donde se murió su hija Jacinta. Ya después de esto se
fue para Morales.
(Jacinta)
Se fue y, no se cómo, se hizo a una tierra por Morales y allá
vivió todo el tiempo. Hace unos tres años murió. José María Paja.
Y eso mismo pasó con mi tío Rafael. Él subió a una manga
más arriba, a lo último, donde hoy está el oso. Subió allá porque
había una fuentecita de agua. Construyó la casa. Pero él tenía
varios hijos, niños pequeños, y era difícil vivir en eso tan frío, en
una casa recién construida, que no era casa de vivir, que no tenía
nada, ni puertas, solamente techo para proteger de la lluvia. No se
cuánto tiempo estuvo allá: sacó el plan, construyó, y estuvo habitando un tiempo, con los niños y todo. Pero en semejante altura,
en ese frío, se aburrieron mucho él, la mujer, y los hijos.
A los que se fueron con Aurelio a las casas y huertas de Pueblito, por un tiempo los dejaron usar en común un lotecito de
10 hectáreas llamado La Banqueta. Según recuerda Jacinta:
[396] l a f u e rz a d e l a g en te
La Banqueta nos dio junto con las casas de Fundación, para
que mantuvieran la vaca, el caballo, así. En común fue que nos dio
a todos los terrazgueros que habitamos allí, las 16 familias para las
que él construyó las casas. A Javier mi esposo y al papá les dio una
casa gemela en Fundación, y nos dio también para que trabajen
La Banqueta.
Ese lote es al lado de la casa de Fundación; al voltear no más
es. Colinda con esas casitas. Un lote nos dio, fuera de los lotes individuales, para que mantuvieran en común.
Pero finalmente ese lote se los quitaron nuevamente y lo volvió a coger Mosquera:
Quitaron a todos, quedó el mismo dueño. Ahora poco fue que
vendió al incora. Ahora sí lo trabajan en común, pero los de Fundación.
(Jacinta)
Años después, por ahí en 1970, les dieron Medialoma, un lote de unas 60 has., como para tener en común animales de las 16
familias que vivían en Fundación. Pero éste también les fue quitado tres años más tarde, cuando Aurelio decidió escriturárselo
a quienes le eran más fieles, creando así serios problemas entre
los mismos indígenas, pues los que estaban allí se rehusaban a
salir, mientras que los nuevos propietarios procedieron a sacarles su ganado.
Nosotros también teníamos vacas allí. Pero después lo quitó
y entregó a tres familias de terrazgueros de allí, que colaboraron
137
para arrancar cebolla . La quitó e hizo un papel que entregó a
taitas Alfonso y Lorenzo Gembuel y Anselmo Pechené; les dio de
a 20 hectáreas a cada uno de los que estaban con él y les escrituró
individualmente. Ellos eran los que ayudaban contra nosotros, entonces a ellos les dio gratuitamente.
[…] y ya comenzaron a sacarnos de Medialoma. Nos dejaron
así vacíos; después de que teníamos mangas, ya nos lo quitaron
137
La cebolla de los terrajeros que fueron lanzados en 1972.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [397]
todo. Era en común, pero volvió a quitar, así como la de La Banqueta, que también nos quitó. Entonces teníamos vacas y no había donde tenerlas.
(Jacinta)
Así es que la gente que estaba en Pueblito no tenía tierra
donde trabajar. Benilda, la esposa de Juan Calambás Sánchez,
cuenta:
En Pueblito donde nosotros estábamos no había nada. Entonces fuimos a ganar por allá por El Chero. Los hombres se fueron a
trabajar en Chimán y yo me cargué a mi hija Dionisia y allá estuve trabajando en El Chero […] El patrón tenía tierra allá, pero ellos
no vivían ahí sino en Cali. Nosotros éramos con mi Dominga y
ahora la mujer del finado Juan; éramos las tres que íbamos a ganar, y fue a las tres que nos pusieron a sembrar pino allá. Como allá
había buena cosecha de maíz, entonces quisimos mas bien ganar
maíz por el trabajo. Mi hijo mayor andaba trabajando por allá y con
lo que él ganaba compraba la panelita y nosotros conseguíamos el
maicito. ¡Ah! nosotros sí sufrimos harto. Así pasamos.
En 1960, cuando salí de El Chimán, estaba en pleno apogeo el descuento del terraje. Esa explotación, aunada a las divisiones de tierras y de gente que estaban haciendo Aurelio y
Pacho para mantener el control sobre sus haciendas, hizo que
un grupo de terrajeros, aburridos con la situación, se decidiera a luchar para obligar al gobierno, al Estado, a hacer adquisición de tierras, porque en ese momento estaba todo el auge de
la reforma agraria. Alguna gente como Julio Tunubalá, la Cooperativa Las Delicias138 y otros, ya estaban como decidiendo, ya
estaban como tratando de organizar para empezar a moverse
a recuperar la tierra.
Entonces mi tío Rafael, de vivir allá en un lugar tan frío, tan
alto, casi en una situación invivible, se hartó y dijo: “Yo, me voy
a luchar, a luchar”. Convidó a otras gentes, a mi papá entre ellos,
para que acompañaran en la lucha por la recuperación de la tierra. Él encabezó a organizar y se bajó. Dijo: “Yo voy a luchar a
138
Ver Cooperativa Las Delicias, p. 422.
[398] l a f u e rz a d e l a g en t e
ver qué pasa. Yo no puedo seguir viviendo aquí, humillado,
arrumado arriba en la loma”.
José Sánchez, terrazguero de Chimán, me contaba los recuerdos que aún tiene de esos momentos.
Me parece que fue el compañero Javier de San Fernando que
vino aquí a hablarnos, a insistirnos, que ustedes están sufriendo
mucho, que es bueno que reclamen la tierra, como en otras partes
que fueron terrajeros y ya no pagan terraje y están luchando por
las tierras. Aquí también dijeron ya a no pagar más terraje.
Por eso se enojaron los patronos. Lo que decían era que el
que no pagara terraje se fuera. Entonces dijimos, pues no nos
vamos, y nos organizamos. Como taita Javier organizó, nosotros
dijimos, vamos a recuperar. Así que salimos y empezamos a trabajar y empezaron a agarrar también. Agarraron y metieron en
las cárceles.
Para los terratenientes el pasto, los potreros, eso era sagrado,
eso era intocable. Pero Israel Muelas se decidió, empezó allí a
picar la tierra. Él era un muchacho muy jovencito —hoy todavía vive por allá por Morales— que estaba en las tierras de Pacho y anduvo acompañando, acompañando, hasta que al fin dijo: “Tanto hablar… ¡yo sí me lanzo!”. Y él fue el primero que
arrancó solo, con una pala, con una herramienta de trabajo, a
voltear el llano, a hacer eras donde nunca era tocado. Porque
eso era intocable, eso era para el ganado; ver y no tocar, casi era
la consigna de los terratenientes para los terrajeros. Entonces,
que era un atrevimiento, que era una invasión, que él era un
pícaro roba-tierras. Israel fue el primero en ir a parar a la cárcel. Eso fue como en 1968-69. De allí fue que empezó. Hace poco
estuve hablando con él sobre estas cosas y me relató algunos de
sus recuerdos.
Cuando empezamos a trabajar en la tierra fue así. Cultivar para
mi era muy importante […] porque siempre ha habido crisis de
hambre. Por eso necesitábamos cultivar, pero estábamos muy
arrinconados…
Entonces vinieron las divisiones entre Aurelio y Pacho, y mi
papá todavía no había hecho el rancho. Mientras andaba correteando para hacer la casa, Aurelio vino. Estábamos nosotros los
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [399]
docitos abajo en la orilla del río Molino y le dijo: “¿Por qué no pasó
rápido?” Cuando dijo eso, empujó a mi papá y lo tumbó y él cayó
sentado. Así hizo el hoy Aurelio Mosquera.
Yo me sentí muy profundo, sentí mucho dolor cuando vi empujar a mi padre. Entonces me separé allí y me quedé parado pensando.
Llegaron a hacer hasta ese grado, nosotros siendo nativos de
aquí […] desde el principio. Yo no se por qué maltrataban tanto a
la pobre gente de nosotros. Y eso yo quedé pensando y pensando,
y anduve y anduve, pensando y pensando qué hago yo.
Para trabajar teníamos unos pedacitos arriba en la montaña,
pero no teníamos un pedacito así un poco más planito. Si nos
hubiera dado un pedacito mejor, así fuera pequeñito, hubiera sido
menos difícil. En ese entonces ya la cebollita empezó a decrecer.
Arriba en la falda era bastante frío, por lo que la cebollita se vino
acabando acabando. Entonces yo le dije al finado Pacho que: “Acá
afuerita tengo visto un pedacito de plan, ¿por qué no me da a cultivar?”. Como arriba la cebolla se vino acabando, entonces yo pedí
el favor de que me diera un pedacito allí en el plan. Él me contesto que: “Arriba donde tienes es más grande y acá donde estas pidiendo el plan es muy pequeñito”. Y se fue sin darme respuesta.
Como yo había avisado ya, allí yo decidí. Entonces me fui a levantar las eras ahí, y las levanté en todo el lote, yo solito. Gasté tres
días y nada pasó. Estaba eso silencio. En ese momento el mayordomo era kasuku Ignacio. Entonces él vino a dar vuelta, lo vio,
no dijo nada y se fue. Yo seguí trabajando. A mi pariente José
Sánchez le pedí al partido un bulto de papa para sembrar ahí en
compañía. Ya sembré la papa y también puse la posteadora e hice
el cierro con alambre. Entonces ahí a mi me iban a coger preso.
Cuando me iban a llevar a la cárcel, andaban los de San Fernando, ahora el compañero Javier, y como decían que estos eran compañeros de nosotros, yo fui a avisar. Me dijeron: “Escóndase unos
días”. Y yo anduve por ahí escondiendo.
Mientras me estaba escondiendo, encontré a Aurelio y le dije
que me diera trabajo, que me diera algo para hacer. Aurelio me dijo
que usted tiene un patrón y vaya pídale trabajo a él, vaya trabaje
allá donde Pacho.
De andar escondiendo no sabía yo qué hacer. En ese momento mi primo Julio Tunubalá estuvo haciendo acuerdos y me dijeron: “Vaya a la cárcel, qué se hace”. Y dijeron que ellos ayudaban. Entonces fui y me presenté para irme a la cárcel. El alcalde no era el
[400] l a f u e rz a d e l a g en te
titular sino había un reemplazo no más. Era de apellido Rengifo. Y
este alcalde empezó a regañarme. Pero yo no me dejé regañar de él
[…] Como yo respondí, no me querían. Por eso no me mandaron
directo a la cárcel, sino me mandaron al calabozo. Eso me hicieron
y me dijeron que yo era desobediente, sólo porque le respondí.
El calabozo, afortunadamente, me tocó en tiempo de verano.
Eso me presenté a las diez de la mañana y como a la una me metieron al calabozo. En la tarde, ya como a las cinco y media, me
pasaron a la cárcel […]
Entonces la gente ya, de ver que yo solo me metí, hablaron que
por qué no podemos meter también entre bastantes. Yo había estado diez días en la cárcel y ya ellos también se metieron a trabajar
allá mismo donde yo cultivé, al piecito de mi labranza. Yo había
cultivado en un planito, pero la gente que fue se hizo en una parte
más visible. Ellos también vinieron a la cárcel diez días después.
Pero todos salieron primero de la cárcel y a mi me dejaron otros
cinco días más, porque me calificaron como cabecilla, por haber
empezado y por responder a la autoridad […] Por eso me tuvieron cincuenta y un días. Eso sí me acuerdo yo clarito. En ese entonces tenía yo mis 18 años, o sea que yo era joven.
Desde que tenía 15 años salí a jornalear en Andalucía (Valle).
Allá me fui un año y regresé. Entonces anduve pensando y pensando y estudiando y estudiando, hasta que decidí hablar a los patrones. Yo hablé a todos dos patrones. A Aurelio le dije que me diera
trabajo y a Pacho le pedí que me dejara trabajar en la tierra. Yo no
dije más que la tierra que tenía allá en lo bien frío me la cambiara
por una un poco más abajo, un poco más abrigado. Eso fue lo que
no me quisieron cambiar. Como no me respondieron nada…, y
como ya estaba dicho…, como yo pedí permiso y no me lo dieron…, entonces fue que me metí…
Como él empezó, ya estaba en la cárcel, mi tío Rafael, Julio
Tunubalá y otros, comenzaron también a organizar y trajeron
gente de Guambía. Los guambianos vinieron. Como era arriba
y aquí en la Empresa, en la puerta, tenían llave, no podían pasar.
Entonces fueron por arriba, que allá no veía ni el mayordomo
ni nada. No podían subir por el camino recto, por los puentes,
sino que daban la vuelta por atrás, atravesando el páramo. Hacían
un sacrificio enorme para poder llegar allí. Al principio tenían
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [401]
Metieron tantos a la cárcel que parecía que ya no quedaba quién continuara la lucha.
miedo también, entonces trabajaban de noche para dejar las huellas no más y de día huían, se iban otra vez. Trabajaban y se iban,
trabajaban y se iban. Hasta que un día, ya no vamos a hacer así
clandestino, sino vamos a hacer público. Entonces mi tío Rafael,
con otra gente que acompañó, con los hijos, la mujer, un grupo
grande, se metieron ya en la mitad del pasto. Ya no era por allá
por la orilla, sino por la mitad.
Como Pacho Morales era un gritón, de esos mandones, humillativo, salió allá con la policía. Y a no mas llegó, a tío Rafael
dicen que lo encontró allá trabajando y se fue a darle trompadas. Tío Rafael dizque tenía herramienta de trabajo y también
le iba a dar. Pero como estaba la policía, se metió en medio y no
dejó pelear más. Pero lo trajeron y metieron a la cárcel. No recuerdo a quiénes más, pero era el ‘grupo de los 40’, o sea, los que
[402] l a f u e rz a d e l a g e n te
Fotos: Victor D. Bonilla
inicialmente ayudaron a recuperar las tierras y que después fueron expulsados de la Empresa El Chimán139.
Los tuvieron un buen tiempo en la cárcel, no se si quince días
o un mes, pero cuando salieron volvieron otra vez y otra vez. Tío
Rafael estuvo varias veces en la cárcel, acusado de invasión. Entonces eso fue como el inicio, el comienzo. Por la mala situación,
por la mezquindad a la tierra.
Metieron a tantos a la cárcel que parecía que ya no había
quién continuara la lucha. Pero:
Venían más y más nuevos. Todas las semanas, hoy taita Javier
recogía gente. Empezamos a picar los potreros. A nosotros nos
139
Ver Empresa Comunitaria El Chimán, p. 427.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [403]
encarcelaron, a unos 60 días, a otros 30 días. A mi y al papá del
actual alcalde de aquí, taita Julio, no nos mandaron a la cárcel […]
Entonces nosotros lo que hacíamos era ir a visitar en las cárceles a
los que estaban allá y ayudar aquí a las mujeres que quedaban. A
nosotros nos dijeron que miraran a toda la gente, llevando remesa y todo. Como estábamos por fuera, hablábamos con los patrones, preguntando cuánto tiempo era que iban a meter en la
cárcel. También queriendo saber si es que la tierra nos la iban a
entregar o no…
Nosotros cada ocho días nos estábamos dando cuenta, llevando remesa a las mujeres, y éramos los dos haciendo todo eso. Como
la gente dejó botados los animales, eso también nos tocó a nosotros cuidar, además de ir a verlos en las cárceles. El trabajo era igual
los que estaban allá en la cárcel y los que iban a picar tierra. Taita
Julio el flautero y yo así hacíamos. Nosotros que no estuvimos en
la cárcel sufrimos igual. Afuera también era trabajando.
La primera vez que metió en la cárcel a la gente, todos los sábados íbamos allí a donde la señora Ana Julia, llevábamos leña, comida, cocinábamos ahí y llevábamos a la cárcel. Así hacíamos.
Primero a Aurelio le tocó matar unas vacas y dar en la cárcel, pero
los que estaban en la cárcel también reclamaban, porque esa carne no era solamente para nuestra gente, sino para que comieran
todos los presos. Cuando se acabó, la gente siguió reclamando.
Y aquí la gente, todos estaban en la cárcel. No quedaban sino
mujeres. A algunos mayores los querían, como mi Abelino, como
el taita Pacho. Los sacaron, pero con advertencia de que no se asociaran con los de afuera y volvieran a trabajar en la tierra. Era una
orden. Si volvían vuelta, era ya para 90 días de cárcel.
El patrón casi nos venía ganando a nosotros metiendo a todos
a la cárcel. Y como todos estaban en la cárcel, ya no había más gente
quien fuera a trabajar en la recuperación. Era para que no se parara que el compañero Javier andaba hablando por allá en Guambía, en Anisrtrapu. Cada ocho días venían de a diez, de a diez. Mientras unos estaban en la cárcel, venían ellos.
(José Sánchez)
Después de que las tierras y la gente fueron divididas, durante
algún tiempo más siguió el pago de terraje. Pero poco a poco
l a lucha —aunada a la amenaza que para los terratenientes
significaban las Leyes 135 de 1961 y 1ª de 1968 de Reforma Agraria—
[404] l a f u e rz a d e l a g en te
fue dando resultados. Unos años después, en 1970, tanto Aurelio
como Pacho ya habían liquidado la terrajería. A partir de ese año
ya no obligaban a trabajar, el terraje ya fue abolido. Ya dieron por
cancelado el pago del terraje.
Todo 1970, hasta 1º de diciembre, trabajamos. Ahí ya dejamos
de trabajar porque Aurelio nos llamó a una reunión y dijo que ya
no se trabajara más terraje, que él dejaba ya libres. Tenía que trabajar, pero jornaleando; él pagaba. Así fue que quedó. Ya no nos
hizo trabajar así cuenta de él, gratuito, no.
Nos llamó, hizo una reunión en la escuela de Chimán, para
aclarar que ya no siguieran pagando más terraje. Llamó a todos
los terrazgueros. Habríamos algunas 20 o 25 familias todavía.
Decía que ya era justo, que a él habían ayudado, entonces ya
no siguieran pagando más terraje. Así aclaró en la reunión y así
quedó, y así quedamos sin pagar terraje, desde 1970. Porque Javier
ya lleva 30 años de no pagar terraje.
Pacho Morales igualmente. Como eran del mismo patrón,
solamente dividió la gente, dividió la tierra, en cuanto a terraje
también fue lo mismo. Igualmente así en 1970 fue que terminó él
también. Es que ellos dos eran los dos patrones y se pusieron de
acuerdo y terminó en 1970 a todos los de Chimán.
En Santiago en ese momento no había ni un terrazguero. Desde mucho antes no había ni uno. Yo no se desde cuándo será que
no hubo terrazgueros allá, porque donde yo alcancé a conocer, allí
no había ni uno. Eran solamente potreros donde mantenían ganado bravo, así.
En San Fernando también, yo no alcancé a conocer, pero
dizque era tal Julio Garrido que era el dueño y a la hora allí tampoco alcancé a ver terrazgueros. Que ya eran lanzados. No se cómo
habrá sido, pues allí no habían y aquí en Chimán sí habíamos terrazgueros hasta todo 1970.
(Jacinta)
Es bueno aclarar que el terraje no fue abolido por el buen
corazón de los terratenientes, como ellos quisieron hacernos pensar. Hay que tener en cuenta que la terrajería tenía dos caras: el
pago del terraje por parte de los indígenas y la ‘cesión’ de un lote
de tierra para ellos, por parte del terrateniente. En la eliminación
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [405]
de la exigencia de trabajo gratis para el terrateniente, la lucha de
nuestra gente fue un factor fundamental. Pero la otra cara del
problema era la usurpación original de nuestras tierras por parte de los blancos, de manera que con la eliminación de la terrajería los indígenas no sólo quedábamos sin la obligación de pagar terraje, sino también sin tierra. Al terrateniente le convenía
el trabajo gratis que nosotros le proporcionábamos, pero no el
tener que permitirnos trabajar en algunos lotes de las haciendas.
La legislación sobre reforma agraria de los sesentas garantizaba
a los terrajeros, así fuera en el papel, algunos derechos en cuanto al uso de la tierra, razón por la cual ésta se convirtió en una
carta potencialmente contraria a los intereses terratenientes: tener terrajeros en una hacienda abría la posibilidad legal de tener que hacer reforma agraria en esas tierras. Y eso era lo último que querían los terratenientes. Así que eliminaron la
terrajería. Y entonces los terrajeros quedaron sin la carga del pago
de terraje, pero también sin los lotecitos que por muchos años
les habían permitido producir su subsistencia.
Es por ello que, a pesar de que la terrajería ya había sido eliminada, fue tan difícil organizarse para obtener ingresos. Los que
estaban allá, tanto los que se fueron para arriba con Pacho, como los que se fueron a la Fundación, quedaron convertidos como en jornaleros agrícolas.
Los de la Fundación, que antes eran terrajeros, le iban a
trabajar al mismo terrateniente en la hacienda, a sus quehaceres, pero ya no iban a trabajar de balde, sino que a cambio de
ese trabajo les daban una plata, les pagaban un salario. Pero ya
no tenían derecho a cultivar en ninguna parte. Ese era el nuevo cambio.
A mi y a Cruz mi hermano don Aurelio nos tenía puro templando alambre por los bordes de las carreteras (cuando se acabó
el terraje). A eso nos sacó y nos dejó estrictamente para eso. Entonces ya nos pagaban […] Solamente con Murillo duré 21 años
templando alambre, cercos.
El terraje no me acuerdo cómo acabó. Pero me acuerdo que
Murillo decía que trabajen permanentemente conmigo que nosotros vamos a pagar. Ya no era pagando terraje sino pagando plata,
[406] l a f u e rz a d e l a g en te
subió a decir Aurelio personalmente. No se por qué dejaron de cobrar el terraje, eso sí no se.
Y entonces les soltó a todos para que ya no pagaran terraje. Los
de Ambaló también, a todos […] La cuadrilla que pagaba terraje,
siguieron trabajando, pero por dinero.
(Juan Calambás Sánchez)
Lo mismo ocurría con los que iban para arriba. Pero para
arriba con Pacho fue más difícil, porque ni siquiera contaban con
una casita vivible y tampoco había suficiente trabajo para jornalear.
Mi papá se subió simplemente porque era su tierra, porque no
quería salirse de ella, y allí hizo su escampadero, su casita.
Los que pasaron a Fundación tenían un salario más fijo que
los que se fueron con Pacho, porque Aurelio organizó su ganadería y también cultivó mucho en la tierra allá. Sembró papa y no
se qué tanta cosa hizo, pero ocupó mucha gente. Él tenía previsto
para tener a su gente trabajando ahí como jornaleros. En cambio Pacho no cultivaba, sino simplemente tenía ganadería que,
así fuera lechería, para cercos, los alambres, eso se mantiene con
poca gente, entre dos o tres personas. Por eso para arriba Pacho
utilizó muy poca gente. Me acuerdo que mi papá lo que hizo fue
contratos para limpiar potreros.
Finalmente, tras mucho forcejeo de lucha, de trabajo, a
Aurelio le tocó ceder legalmente parte de la tierra para unos
terrajeros, y parte venderla al incora para que pagaran a largo plazo140. Lo mismo pasó con Pacho Morales, quien no cedió tierra, pero sí le tocó vender para adquisición de la reforma agraria.
140
En 1970, mediante oficio de mayo 20, Aurelio ofreció al incora la donación
de 20 Unidades Agrícolas Familiares (uaf) para igual número de familias de
terrajeros (14 de ellos con nombres específicos), la venta de cuatro uaf para otros
cuatro, así como la donación de las 15 casas de Pueblito de la Fundación Mosquera
y una casa en Medialoma. Según la Escritura 133 del 22 de agosto de 1973 de Silvia,
Aurelio finalmente cedió —realmente la Fundación Mosquera vendió por 1
peso— a 13 terrajeros (que no incluyen los cuatro que llamarían ‘desleales’, aunque en el mencionado oficio sí los había incluido), una finca de 58 has. en Morales, Medialoma (60 plazas) y Pueblito (95 plazas) con las casas.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [407]
Así es como Aurelio,
[…] conciente del peligro que para sus restantes propiedades
y las de sus amigos representaba un triunfo de la línea que traían
los luchadores, se propuso entorpecerla. Y así lo hizo: dispuso
entregar gratuitamente Coscorrón y parte de Chimán a los luchadores y entró a negociar el resto de Chimán con incora para que
estableciera allá una de sus empresas comunitarias […]
(Cooperativa Las Delicias, 1978, p. 28)
En todo caso, Aurelio no pudo hacer lo que él quería: que los
terrajeros todos quedaran amontonados en el Pueblito de la
Fundación Mosquera para él poderse quedar en el resto de las
tierras. Se le desbarató su plan, diría yo. Una parte se fue a una
empresa comunitaria que se creó en Chimán y otra parte quedó
finalmente respaldando al terrateniente en la Fundación. Pero ahí
también quedaron entre ellos cuatro terrajeros y sus familias:
Javier Morales, Juan Calambás, Cruz Calambás y Juan Tunubalá,
a quienes él calificó como desleales al objetivo que tenía.
Como Aurelio quería el control total de la situación, no aceptaba que estas cuatro familias de terrajeros se quedaran en Pueblito. Entonces comenzó a acosarlos para que se salieran de ahí
y se fueran a Coscorrón, un lote que colindaba con la empresa
comunitaria creada por el incora, donde él aseguraba que había cedido tierra para ellos. Decía que no admitía su estadía en
la Fundación, y trató de meter en las casas a otros indígenas que
no eran terrajeros, pero que estaban a su favor. Aurelio siempre
decía: “Allá por la laguna (Coscorrón) cedí la tierra y allá tienen
la tierra, váyanse para allá”. Pero la gente de allá decía que no
había ninguna tierra cedida, que allá no tenían conocimiento de
eso. Negaban.
A pesar de las intenciones de Aurelio de sacarlos del Pueblito
de la Fundación, estas cuatro familias de terrajeros siempre se
mantuvieron ahí con los otros, alegando que a ellos los habían
obligado a salir de sus antiguas casas y huertas con la promesa
de Aurelio de que estas nuevas casas y solares las tendrían de por
vida y en compensación por sus servicios como terrajeros. Jacinta
cuenta que:
[408] l a f u e rz a d e l a g en t e
De allí de Fundación eran 16 casas que construyó el patrón don
Aurelio mismo. Pero pues cedió, y luego cuando se presentó el
problema de arrasar las huertas arriba en Oskowampik, también
nos quería sacar de lo que nos dio en Fundación.
Esas casas las dio fue para que vivieran allí en cambio de las
casas que destruyó arriba. Y a la hora, cuando se presentó el problema, quería sacar de allí también, y la huerta pues quería quitar y
pasar a los mismos compañeros de trabajo que lo apoyaban. Quería hacer un lanzamiento, y que nosotros fuéramos para El Coscorrón, un lotecito que anteriormente los terrazgueros, tío Rafael
y otros, habían logrado ganar allá.
Pero pues nosotros no queríamos dejar y no dejamos. Y así está
hasta este momento.
Pero por esto hubo otra enredada lucha, un forcejeo con el
terrateniente y con los mismos terrajeros que hacían parte de la
nueva empresa creada por el incora, de lo que hablaré más
adelante.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [409]
Mis inicios en el movimiento indígena:
ya me había ido pero pensé solidarizarme
Mi papá tenía mucho miedo. Decía que los te-
rratenientes tenían mucho dinero, abogados, tenían toda la autoridad y pensaba que era casi imposible ganar las tierras. Decía
que por qué no más bien comprar tierra en otra parte, buscar la
vida en otra parte. Tenía miedo, no solamente de que encarcelaran, sino de que mataran. Porque él decía que por allá en el año
1945, cuando recién entró Mario Córdoba, cuando empezó a
quitar las tierras en ese entonces, él quiso ayudar a organizar a
la gente para no dejárselas quitar. Pero que el terrateniente se dio
cuenta que mi papá estaba hablando sobre ese tema, y un administrador de nombre Pedro Roa lo llamó allá, lo llevó allá solo y
le pegó una insultada bien fea. Entonces cogió mucho miedo a
raíz de eso. Por eso él decía que los blancos, con todo el poder
que tienen, podían hacer un daño muy grande a los indígenas,
que él no quería ver eso, y que era bueno que recuperaran las
tierras, pero que las consecuencias serían muy graves. Por eso él
no quería meterse y por eso no acompañó.
Yo como estaba en Mondomo, siempre para venir de allá a
Silvia en ese entonces era difícil, sobretodo porque yo no tenía
dinero, y eso siempre sabe tener unos costos para ir y venir, entonces se necesitaba algún dinero en el bolsillo para moverse.
Como allá yo todavía no tenía sino escasamente para sobrevivir,
no me daba mucho margen para salir. Por eso no pude venir así
inmediatamente cuando empezó la lucha. Pero como quería
acompañar, ya después no me resistí, y vine. La gente estaba luchando. Unos ya estaban en la cárcel, y otros se reunían mucho.
Yo no conocía a Javier Calambás, y en algún momento lo encontré en el parque de Silvia. Nos saludamos y hablamos allí.
Él me explicaba la forma como el movimiento indígena estaba
[410] l a f u e rz a d e l a g en te
organizando y querían recuperar en ese momentico. Decía que
la tierra siempre fue de los indígenas, de nosotros, que hoy está
en manos extrañas, y que los indígenas teníamos que recuperarla.
Decía que no era cualquier cosa la lucha de nuestros antepasados, de los abuelos y de los padres, que todo el esfuerzo que hicieron no fue cualquier cosa, que había que rescatarlo, y que eso
solamente la gente podía hacerlo. Que había que luchar. Entonces me pareció que todo eso era importante. Yo seguí hablando
con él, quería ingresar, ya por ahí me fui arrimando, arrimé también a la Empresa de Chimán, quería participar, arrimé a varias
charlas, y por ahí empecé.
Pero mi papá no quería que me metiera. Él realmente tenía
miedo. Veía todo el poder, la represión que se podía desatar contra los indígenas, y decía que antes que él muriera no quería ver
alguno de sus hijos muerto. Esa era su consigna. A mi me decía,
una y otra vez: “Pero si yo le di una tierra en Mondomo para que
viva ahí, trabaje ahí, viva de eso; ¿qué necesidad tiene de venirse
a meter aquí a que nos molesten, qué necesidad? ¡Vaya trabaje
allá!”.
Yo no obedecí a mi papá en ese punto, no lo acaté. Siempre
recordaba a Luciano Muelas, a Carlos Muelas, todos los esfuerzos que hicieron. Ya en ese entonces Javier Calambás nos habló
del título extrajuicio 1051 de 1912 y me dio una lucecita de que
fue ¡muy importante en ese entonces! Y que era increíble que
desde entonces nosotros hubiéramos perdido ese derecho a tener la tierra. Me parecía que habían sido muy importantes las
luchas de esa época y también lo que queríamos hacer en ese momento. Yo no quería quedarme por fuera.
Entonces, como los terrajeros del Chimán venían organizándose para recuperar nuestras tierras, con el apoyo de la gente de la Comunidad y de la Cooperativa de Las Delicias, volví para
apoyar a la gente. Ahí fue que, no solamente yo, sino todos:
Jacinta, Pedro, Bárbara que estaba estudiando, muchachita,
Faustina, Manuel, ingresamos. No sabíamos cuándo finalizaría,
sabíamos que era difícil, nos encontrábamos contra la muralla,
pero queríamos hacerlo, así nos golpeara.
Los terratenientes y las autoridades del municipio tenían un
gran interés en no dejar levantar la fuerza del movimiento
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [411]
indígena, y por eso trataron de aplacarnos, de apagar la llama
por completo. Por eso hubo una época muy difícil.
Recuerdo un día en que todos fueron a parar a la cárcel. Muchos guambianos del Resguardo que vinieron a solidarizarse,
ellos también fueron a parar a la cárcel, además de los terrajeros. Recuerdo a María Antonia Trochez, la mamá de Javier Morales, una mayora de más de 80 años, una viuda, anciana, nacida y criada ahí, fue a parar a la cárcel por el solo hecho de estar
trabajando en su parcela, por el solo hecho de seguir insistiendo
que era su parcela, pues no tenía más de dónde vivir, de qué vivir, a dónde ir. Mi mamá también, Jacinta, todos los de la casa
fueron a parar en la cárcel.
Mi mamá fue a la cárcel solamente porque nos apoyaba
moralmente. Ella ni siquiera estaba en la parcela, no había ido
al trabajo y, abusivamente, nos la cogieron en la casa en Silvia.
La policía hizo barrida una tarde, una recogida en la casa, por
orden del terrateniente y del alcalde de ese entonces, que yo recuerdo, tengo en la memoria, que se llamaba Jorge Rengifo, quien
apoyaba fuertemente al terrateniente. Y se la llevaron a ella también, y la encarcelaron junto con los demás en la cárcel de hombres de Silvia. Ni siquiera en la cárcel de mujeres, sino juntos en
el mismo patio, en los mismos salones de la que llamaban Cárcel de Hombres del Circuito.
Como en ese entonces a todos nos calificaban de comunistas, guerrilleros, influenciados por otras gentes, a mi mamá, una
anciana, simplemente porque estaba con nosotros, la llevaron
con la acusación de ‘invasora’. Ellos lo llamaban ocupaciones
de hecho, invasiones. Por esa acusación, Jacinta, Faustina, Luis,
casi todos, todos, estaban en la cárcel. Yo fui el único que me
escapé porque no estuve en el momento de la barrida; por eso
pude de alguna manera tratar de buscar un abogado y la presión de la fuerza de la Comunidad haciendo manifestaciones
de protesta, para poder sacar a estas personas que estaban en
la cárcel.
También me tocó ver morir de física hambre a Cruz Calambás. El hombre era trabajador, pero pobre, porque todo el tiempo fue terrajero y un terrajero no tiene ninguna posibilidad de
levantarse económicamente, ni para la subsistencia. A él le hizo
[412] l a f u e rz a de l a g e n te
un lanzamiento el terrateniente Aurelio Mosquera, y mientras
lo tenían en la cárcel, los pocos cultivos que tenía los destruyó
con la policía. Incluso utilizó a los mismos indígenas terrajeros
que todavía estaban aliados a su lado para destruir. Lo que ya
estaba maduro, lo recolectaron y lo distribuyeron; el resto de los
productos lo trajeron a Silvia y lo repartieron también entre los
pobladores, como si fueran suyos. Los verdaderos dueños
estaban en la cárcel y otros estaban aguantando hambre, y el terrateniente, solamente por someter, por dominar, por humillar,
hizo esa destrucción. Este Cruz Calambás quedó con los brazos
cruzados; no tuvo absolutamente nada de qué subsistir. Algunos
meses después murió de física hambre. No hubo ayuda, nadie
decía nada, nadie apoyaba nada. El alcalde estaba en contra, el
cura igual, los gamonales del pueblo lo mismo, el Cabildo de
Guambía de ese entonces también estaba en contra. No había
nadie que diera la mano. Por eso lo vi morir de hambre y tuvimos que recolectar para su entierro.
Jacinta recuerda también la muerte de este compañero:
En 1974, Cruz Calambás murió. Él siempre se alimentaba del
jornal y de lo que producía, y como le quitaron la cebolla y tampoco le daban trabajo, de pensar mucho, él murió de pena moral.
Cuando estaba enfermo de muerte, estaba de gobernador
Anselmo Muelas141, al que le decían ‘el bimbo’. La mañana del lunes Cruz murió y el martes tuvimos una reunión con el Cabildo,
y los que nos iban a expulsar de la casa de Fundación Mosquera
estaban con don Aurelio y el alcalde, en el Concejo Municipal de
Silvia. Vinieron todos los cabildos. Era el día de la sacada. Yo tenía
mucha rabia. Como eran lanzados, no tenían nada, y murió.
Entonces decidí pedir limosna para el entierro y, para ver qué
hacía, primero pedí al gobernador. Yo le dije así en público, en castellano, ante los abogados, los policías y todo el mundo, los que
eran lanzados y los que iban a lanzar: “Del sufrimiento, de pena
moral, murió y aquí está la mujer, aquí están los hijos pequeños,
que llaman Antonio y Ramiro, aquí están, vean, mírenlos. Ya murió y para el entierro nos tienen que dar limosna. Recolecten y
141
Gobernador del Cabildo de Guambía en 1974.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [413]
Primera marcha hacia Bogotá, realizada en 1972, para reclamar nuestros derechos.
Ésta fue disuelta por la fuerza pública, en Tunía. Foto: Victor D. Bonilla.
dennos”. Dije que no hay con qué hacer el entierro, y Aurelio estaba ahí sentado. Nuestra gente, el gobernador, no nos dio. Aurelio se levantó ligerito y me dio 50 pesos.
La limosna no la recibí yo, sino la hice recibir por la viuda y
los niños. Esos 50 pesos de Aurelio serían como hoy 20 mil; le habrá servido algo. El ataúd lo dimos nosotros, me acuerdo que lo
dio Lorenzo, y lo enterramos. El patrón nos dio, pero el gobernador que era de nuestra gente no nos dio. Como tenía rabia, nos
quería ayudar a echar, por eso sería que no nos dio.
Cruz era el que más le había trabajado todo el tiempo al patrón.
A finales de 1972 Cruz, junto con los demás, había peleado
mucho para defender sus derechos. Se dirigió al incora, a la
Procuraduría, a la prensa, para lograr divulgación del problema
[414] l a f u e rz a d e l a g en te
y apoyo, pidieron que se hiciera reforma agraria en esas fincas,
que el incora comprara. Pero de nada sirvió. Cruz murió de
pena moral y de hambre. Su muerte quedó registrada en la prensa
nacional 142.
Fue a finales de 1972 que se dio la persecución implacable
contra el movimiento indígena que se estaba desarrollando. Ellos
veían que se estaba creando una alternativa para los indígenas
del Cauca, y las autoridades del departamento, del municipio, al
igual que las autoridades nacionales, no querían que surgiera. Eso
fue en esa época.
Yo veía esa gran injusticia y recordaba toda la historia de explotación tan inhumana que sufrimos como terrajeros. Pusieron
a trabajar gratuitamente a nuestros abuelos y a nuestros padres
por tanto tiempo, los explotaron, y por último éramos sacados
a la fuerza, encarcelados, incendiadas las chozas, destruidos los
cultivos, destruidos los utensilios, quitadas las herramientas de
trabajo. Y de ver tanta humillación, tanto sometimiento, tanto
abuso que cometían con los terrajeros, mirando todos esos problemas, pues eso me ha hecho fortalecer mi decisión de integrarme al movimiento indígena, de solidarizarme con mis hermanos, con otras gentes, con otros terrajeros que allí sufrían, que
no tenían qué comer, que deambulaban por las calles porque no
había nada que hacer. Pensé que frente a esta injusticia yo tenía
que meterme ahí, involucrarme también en el problema.
Entonces mi integración fue, primero, porque fui terrajero,
y segundo, porque vi con mis propios ojos esa gran injusticia con
extraños y con mis hermanos de sangre que también estaban
sufriendo las mismas consecuencias. Pero no pensé que me iba
a encontrar un camino tan largo.
Como el movimiento indígena no era fuerte, decidí contribuir para empezar a hacerlo en esa región. Gente había, deambulaba por todas partes, pero no había una organización, no
había lo que hoy llamamos la concientización. La mayoría de los
indígenas no hablaban de la recuperación de la tierra; creían
que las tierras no eran de nosotros, que los terratenientes eran
142
El Espectador, en su edición del 15 de mayo de 1974, reportó estos encarcelamientos y la muerte de Cruz Calambás.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [415]
intocables, que nunca se les podía hacer nada. Frente a eso tratamos de organizar.
Como yo me había retirado de las tierras del Gran Chimán
por el mismo acoso, no tenía ninguna relación con los guambianos. Cuando volví comencé a integrarme, relacionándome principalmente con la Cooperativa de Las Delicias y algunas personalidades de la Comunidad. Y así, lentamente, fuimos
avanzando. Pero fue un momento muy difícil.
En ese entonces nuestro pensamiento se concentraba en
recuperar la tierra para poder cultivar los alimentos y construir
una casa, tener un caballito para el mercado, la vaquita de leche.
La subsistencia física era lo fundamental. Y a mi me parecía muy
importante poderme integrar para recuperar una tierra que parecía que nunca iba a volver en manos de nuestra gente. Los terratenientes tenían mucho poder, mucho dinero, y las autoridades militares, civiles, los religiosos, tanto católicos como
protestantes, todos todos estaban a su favor. Entonces parecía que
era imposible que unas tierras que ya habían pasado en manos
de los blancos por tantos años volvieran a manos de las comunidades indígenas.
Pero como ya se había experimentado con la recuperación
de las tierras de la Empresa El Chimán, se había probado que sí
podían regresar a nuestras manos. Sabía que era una situación
difícil, riesgosa, pero a mí me gustaba. Parecía que era muy justo pelear ante el alcalde, ante el juez, hablar en público por el derecho; me parecía que era muy válido aprender a pelear por un
derecho. Por eso, cada vez me concentré más, cada vez enfrentaba más al alcalde, al terrateniente, empecé a pelear, a alegar, y eso
me llevó a profundizar cada vez más y más.
En busca de la reivindicación de ese derecho empecé a salir
a otras partes, empecé a charlar con otras gentes, empecé a relacionarme con los no indígenas, pues también había gente de
afuera que aportaba y que apoyaba. Con ellos parecía que cada
vez me animaba más. Después de una reunión uno salía más
alegre, más contento, con más posibilidades, pese a que muchas
veces fuimos reprimidos, a que también nos sentíamos frustrados. Pero parecía que no había otra alternativa diferente a ese
movimiento, parecía que el único camino era ese que habíamos
[416] l a f u e rz a de l a g en te
encontrado, y que nuestro objetivo era un tesoro muy valioso:
recuperar nuestro antiguo territorio que había sido arrebatado
de las manos del misak.
Yo mismo no tuve un lugar por los lados de Guambía. No lo
tuve. Había vivido 10 años en Mondomo, en unas tierras extrañas, donde hace tanto calor, donde hay tantos insectos, moscos,
culebritas y todo lo demás, y al llegar a Guambía me parecía que
el aire que uno recibe, el ambiente que uno recibe, era muy agradable, muy rico. Y recuperar tierras de esa naturaleza, esas tierras donde nací y crecí, nuestras tierras, parecía que era muy
válido, un tesoro incomparable. Entonces eso me hizo concentrar cada vez más y más. Me puse a andar, me puse a salir.
Afortunadamente en mi vida no aprendí a gastar dinero en
licores, en vicios. Lo que pude haber gastado en eso lo invertí en
el movimiento. De pronto no le di plata a nadie, pero sí un mínimo recurso que pude adquirir me sirvió para transportarme,
para mi subsistencia. Nunca pensaba que perdía tiempo y dinero, sino que sentía que era una inversión que a largo plazo produciría, si no a mi, a otros les podía reportar. Entonces me parecía que no podía hacer más sino contribuir.
Mondomo fue una base para mi acompañamiento
Yo no salí de Mondomo. Mondomo siempre fue como una
base para mi, donde por lo menos tenía qué comer. Me producía comida, y a varios de los terrajeros que fueron lanzados los
llevé allá para que recogieran un maíz, unos plátanos, para que
subsistieran con algo. Cuando no podía llevarlos yo, los mandaba
para que ellos mismos fueran, sacaran y llevaran. Porque yo veía
la gran necesidad.
Ya después empecé, no sólo a darles comida, sino a compartir, a ir a las reuniones, a apoyar. La mayoría de la gente todavía
no tenía conciencia de la importancia de recuperar la tierra, como tampoco en el campo político del pensamiento indígena,
pero en ese momento se estaba dando un auge. El cric hacía
reuniones ya en Jambaló, Paniquitá, Popayán, en Silvia mismo,
en Malvazá, Moras, Mosoco, Tierradentro, por el norte del
Cauca, muchas reuniones, protestas, manifestaciones. Era un
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [417]
auge, se estaba fortaleciendo el movimiento indígena. Entonces
Mondomo me daba algunos pesos para salir, para el transporte,
para la comida, para lo que necesitaba.
Pero a Mondomo nunca la abandoné. Yo hacía un trabajo con
un doble propósito: trabajaba duro en Mondomo —todo el
tiempo he trabajado duro, pero en esos momentos trabajé más
duro porque sentía que era una situación muy difícil y que no
podíamos quedarnos agachados frente a los abusos de los terratenientes—, cada vez intensifiqué más los trabajos, trabajaba
dos días en la semana, y luego me iba a las reuniones. Así pude
subsistir todo el tiempo, casi 20 años, sin hacer ruptura total de
la finca, ni tampoco al movimiento indígena.
Parecía que esa era mi vida, parecía que yo estaba aportando algo, que estaba aprendiendo algo, que estaba conociendo a
Guambía, al Cauca, parecía que yo estaba conociendo a los blancos, a los políticos que muchas veces nos engañaban. Porque
cuando uno es niño, joven, uno aguanta hambre y sufre, pero ni
cuenta se da por qué. Pero en ese momento empecé a descubrir
el pensamiento de los blancos, de los políticos, del cura, empecé
a aprender a discriminar una cosa de la otra, y entonces para mi
fue muy importante. Pero al mismo tiempo empecé a hacerme
una vida difícil.
Muchas veces, cuando hacían lo que llama hoy la ‘recuperación’, cuando se lanzaban a hacer un trabajo, pasara lo que pasara, arriesgando la vida, ir a parar en la cárcel, cuando se lanzaban a la consigna de ese entonces de la Asociación Nacional
de Usuarios Campesinos-anuc, que era: ‘¡A desalambrar!’, yo
también me integré a desalambrar, a recuperar la tierra. Otras
veces me integraba en las mingas que hacían, no en la región,
no en Guambía, sino mingas comunales con los paeces, en
Pitayó, en Jambaló, o por allá en Popayán donde también había solidaridad.
Yo siempre pensaba en aprovechar el tiempo al máximo y me
integré al trabajo con un doble propósito: hacíamos el trabajo
material, pero a la vez también hacíamos el trabajo político. Las
dos cosas paralelamente. Cuando podía, estaba con ellos trabajando con la herramienta en la mano, ya con el machete, ya con
la pala o con lo que fuera, y cuando no, pues estaba en el trabajo
[418] l a f u e rz a d e l a g e n te
de las largas noches de reunión. También, en los momentos de
descanso, siempre discutíamos el problema político y el problema social que en ese momento se vivía, para ir creando conciencia sobre el pensamiento indígena. Entonces me integré a eso: a
compartir en las charlas y a compartir en el trabajo, todo a lo
largo, desde que empecé.
Nosotros estábamos radicados principalmente en Silvia,
donde ahora estamos. Pero había una concentración, un centro,
que era la Cooperativa de Las Delicias. Como el Cabildo de
Guambía en ese entonces estaba a favor del terrateniente, no
había quién protegiera; solamente la Cooperativa y sus dirigentes
apoyaban a este grupo de indígenas terrajeros. Por eso siempre
nos concentrábamos ahí; era como la base. Muchas veces nos
reuníamos también en la casa nuestra, y siempre compartíamos,
siempre resolvíamos algunos problemas ahí.
Pero la mayor parte del trabajo lo hemos hecho casi subterráneo, como si fuéramos delincuentes, pues no podíamos hacer
reuniones visibles porque éramos perseguidos, reprimidos por
la fuerza pública. Y en realidad, nosotros no hacíamos otra cosa
que lo que hasta hoy llamamos y es muy popular, que hasta el
niño mas pequeño hoy menciona la palabra: ‘recuperar’. Solamente sobre esas ruedas veníamos rodando.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [419]
La recuperación fue por etapas
y comenzó donde aún estábamos
algunas raíces
La recuperación de nuestras tierras se hizo por
etapas, por partes. Si antes de 1970 había empezado la lucha y se
habían ganado algunos lotecitos, eso no quería decir que se habían
ganado todas las tierras del Gran Chimán. Y todavía en 1992, los
terratenientes tenían tierras allí. Entonces se luchaba por partes.
¿Por qué se luchó primero por estos lados del Oskowampik?
Porque por estos lados estábamos todavía algunas raíces, algún
vestigio de la existencia de los terrajeros. Porque hay que entender
que en el Cauca el movimiento indígena, la lucha por la tierra,
se empezó fue de los terrajeros. De los terrajeros, tanto paeces,
como guambianos, que existían. Ellos fueron los que empezaron. Era un movimiento débil porque los terrajeros eran sumamente pobres, los más humillados, los más sometidos, pero a la
vez tenían raíces de qué agarrarse. Por eso se empezó a luchar
por estos lados.
Los terrajeros siempre existieron allá como una semillita, como una raicita. Yo les he dicho a los guambianos de tierra libre,
aunque a ellos no les guste, que ustedes no saben, no conocen,
lo que es ser terrajero y tener hambre. Yo se que hay guambianos
muy pobres, que tienen muy poquita tierra, pero han sido libres,
nadie los ha molestado, nadie los ha puesto a trabajar de balde.
Si trabajan y no son bien remunerados, al menos reciben algo,
por lo menos comida. Ustedes han tenido autoridad, ustedes han
tenido un territorio reconocido. Nosotros no. Nosotros no hemos tenido autoridad, a nosotros nos han puesto a trabajar sin
darnos un centavo, ni siquiera comida. ¡Ustedes mismos tampoco nos han volteado a mirar! Hablamos lo mismo, vestimos lo
mismo, pensamos lo mismo, y sólo por el hecho de ser terrajeros
nos han rechazado. Y fue esa situación de exclusión, de abandono,
[420] l a f u e rz a d e l a g e n te
de explotación, la que hizo que en los terrajeros creciera la semilla de la rebeldía frente a tanta injusticia, y fue la que, en últimas, generó el movimiento indígena que llevó a la recuperación
de nuestras tierras y posteriormente al reconocimiento de muchos derechos más.
Esa raicita que todavía no se cortaba, para los de tierra libre
también fue muy válida. Yo creo que en ese momento ambos
fueron sumamente válidos. Ellos no tenían un argumento fuerte para pelear, mientras que los terrajeros sí, los terrajeros tenían
una raíz: que aquí está mi choza, que aquí está mi parcela, aquí
están los vestigios nuestros de que estas tierras son nuestras. Nos
sacaron sí. Era un argumento de que allí existía la vida, la raíz.
Pero no había una fuerza organizativa, no había una multitud
de gente para confrontar. Entonces este pequeño grupo iba allá
a decirles: “¡Apóyennos, apóyennos! Compartamos la tierra”. No
estábamos diciendo simplemente ayúdennos, como una minga
que solamente se ganan un bocado de comida, no, sino vengan,
trabajen y compartamos. ¡Vivan aquí también que tierra hay!
Entonces escuchaban eso, se pudo conjugar lo uno con lo otro,
y hubo un entendimiento.
Los terrajeros solos no habrían podido de pronto hacer todo
lo que se hizo. Habrían hecho algo, sí, pero no una confrontación tan grande como la que se dio en la finca llamada Las Mercedes, que todavía hasta 1980 existió, lo que hoy es Santiago. Allá
no había ni un solo terrajero porque ya los habían desalojado a
todos, ante todo porque trajeron un ganado de casta, toros de
lidia, y con eso los corrieron a todos. Y los terrajeros que habían
sacado de ahí y estaban al otro lado del río sin poder hacer nada,
no tenía una fuerza capaz de enfrentar una situación tan dura;
primero, por el tanto poder que tenía el terrateniente, y segundo
porque tampoco se arriesgaban fácilmente a los cuernos de los
toros, cosa que no era nada fácil. En 1980 se necesitó una fuerte
organización, un buen Cabildo, un buen gobernador y el grueso
de la Comunidad; fue lo único que pudo recuperar a Santiago.
Los de tierra libre solos tampoco tenían conciencia de que
esas tierras eran de los guambianos. ¡Nooo! Habían pasado
muchísimos años y ya el guambiano estaba convencido de que
esas tierras no eran suyas. Por eso nos costó trabajo convencerlos,
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [421]
hacerles creer, hacer pensar en su cabeza que esas tierras eran
nuestras, del misak… y hacerles pensar que los terrajeros también éramos misak. Fue difícil. Pero se conjugó una cosa con la
otra y eso dio efectividad.
Los de El Chimán esperaban mucho; se ponían contentos
cuando bajaban unos 200-300 guambianos a recuperar la tierra,
se ponían alegres porque con ellos sí había una fuerza para trabajar. Con lo que no concordaban era con que de pronto traían
muchos problemas, porque allí viven con una serie de conflictos
de límites entre ellos, mientras que nosotros los de El Chimán,
por la imposición autoritaria de los terratenientes, éramos sumamente respetuosos, porque el terrateniente nos ponía en regla. Creía uno que estaban mejor en tierra libre porque ellos tenían la autoridad del Cabildo, y cosa que no. Entonces había
cierta incompatibilidad por el manejo mismo de las costumbres.
Entre los terrajeros había menos conflicto, no peleaban, no había problemas así graves, mientras que en la Comunidad había
mucho conflicto con el papá, con el hermano, con quien fuera
había mucho problema, especialmente de linderos.
Hoy recuerda uno que todavía143, 20 años después de iniciadas las recuperaciones, el terrateniente Aurelio Mosquera tiene
algunos lotes enredados por ahí, que los guambianos han perdido
de vista, no han echado a ver. Pero también se han venido ganando las tierras, porque eso ha sido una eterna lucha, especialmente de nosotros los terrajeros. Entonces esto se ha venido
dando por etapas.
Cooperativa Las Delicias
La que se podría considerar como primera recuperación de
nuestro antiguo territorio de Gran Chimán fue la de la hacienda San Fernando. Aunque ésta no fue una recuperación de verdad, sino una compra, no se puede negar que el negocio fue producto del proceso de organización que se venía dando entre los
terrajeros y los de tierra libre. Según se lee en la cartilla de la Cooperativa, Las Delicias, 15 Años de Experiencias:
143
1992.
[422] l a f u e rz a d e l a g en te
Hacia 1960 la situación general de explotación y humillación
que padecíamos los guambianos era muy grave. Las familias habían crecido y la tierra seguía igual para unos y para otros era peor,
porque los patrones comenzaron a echar a los terrajeros que quedaban en las haciendas, ante el temor de que ya venía la reforma
agraria. (p. 5)
Fue entonces que Julio Calambás Muelas y Vicente Tombé comenzaron a reunirse con algunos terrajeros de las veredas Las
Delicias, Tapias, Chimán y San Fernando, en el rancho de uno de
ellos, en esta misma hacienda. Allí analizaron los problemas, terminando en que había que hacer un censo de familias para conocer la necesidad y comenzar de ahí una nueva lucha para recuperar las tierras robadas […] (p. 5)
[…] en 1961 el grupo ya reunía a 20 compañeros activos quienes constituían un pequeño Comité de Lucha […] (p. 6)
A lo largo de los siguientes años y con la intervención de
fanal y utracauca, estos compañeros formaron el Sindicato
Gremial Agrario de Las Delicias y en 1963 la Cooperativa Las
Delicias. Simultáneamente, el Comité de Lucha vino apoyando
a los terrajeros, tratando de reunir a todos los expulsados, incluso
a los que estaban muy lejos ya, y enviando peticiones al incora
para que compraran las mejoras a los terratenientes y le devolvieran las tierras a nuestra gente.
Taita Javier Calambás cuenta que:
Ya en el 61-62 […] todos los religiosos y las religiosas levantaron un movimiento social […] y pusieron la Radio Sutatenza.
Entonces vino la Alianza para el Progreso y allí en ese programa
de Sutatenza empezaron a difundir […] Dicen que sacaron cualquier cantidad de millones de dinero los gobiernos.
Esto era para los verdaderamente necesitados, pero aprovecharon fue los mismos ricos, los grandes terratenientes, que hicieron
programas para beneficiarse ellos. Con eso mejoraron las fincas,
mejoraron las ganaderías. Como Aurelio Mosquera y Pacho Morales, allí donde dice Aguablanca, pusieron hasta placa en el puente
con esa denominación de Alianza para el Progreso […] Para la
gente no quedó sino Radio Sutatenza, lo que se llamó Acción Popular Cultural.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [423]
Ya empezaron a hablar que va a funcionar la reforma agraria
y todo eso, y que en Cuba ya empezó la reforma agraria. Aquí
en Colombia con la Ley 135 empezaron a hablar a la gente bien
bonito […]
Nosotros dijimos […] que necesitamos ampliación de la tierra. Vinimos insistiendo, varias veces proponiendo comprar la tierra de Las Mercedes. Hablamos y hablamos hasta que hicimos
varias citas. En Silvia nos reunimos dos veces con los Caicedos,
dueños de la hacienda, con la sociedad de ellos, Las Mercedes, y
después con ellos mismos nos reunimos en Popayán. Allá nos
preguntaban que qué querían ustedes, que ellos estaban dispuestos a ayudar, que para ellos era muy difícil el traslado de los animales bravos, pero […] que querían ayudar […]
Nosotros insistimos en que lo que necesitábamos era la tierra,
que de alguna manera debemos negociar. Entonces pedimos que
hicieran una oferta voluntaria al incora para entrar en un proceso de negociación. Nosotros fuimos también al incora y allá nos
dijeron que si había posibilidades que ellos negociarían. Eso nos
dijeron los del incora. Entonces nosotros estábamos un poco alegres, contentos. Pero después dijeron que hacer esa negociación
como decían ellos era imposible, que los animales eran bravos y
que tenía un costo muy alto hacer ese traslado. Entonces nos negaron venderla.
Mandamos una carta, donde manifestamos que si no nos
venden la tierra, la Comunidad se iría encima […] Ellos nos respondieron que si actuaban en la forma como manifestaron, que
ellos tenían autoridad, leyes, ejército. Y con eso nos acabaron ese
proceso.
Entonces no demoró nada en venirse ya el Cabildo con toda
la gente y resultó como si nosotros hubiéramos mandado a hacer.
Por todo eso nosotros no pudimos hacer la ampliación que queríamos.
Pero mientras el incora no respondía favorablemente, el
Sindicato sí logró, con el apoyo de fanal, comprar la hacienda
San Fernando, mediante un préstamo de la Caja Agraria, para
los que tuvieron el dinero con que dar la cuota inicial. Esto se
hizo el 13 de junio de 1964. En 1968 la deuda fue trasladada al
incora. El compañero Javier cuenta:
[424] l a f u erz a d e l a g e n te
Empezamos nosotros organizando la Cooperativa y prestando unas platas. En ese entonces nadie nos decía qué debemos hacer y entonces nosotros empezamos a hacer todo a nuestra manera de pensar. El único objetivo de nosotros era que la tierra llegara
a nuestras manos, así que nos metimos a comprar.
Después el incora quería comprar más tierra, pero la gente
entró allá a no comprar, sino a apoderarse de la tierra con la fuerza de la gente. Por esa vía querían hacer ya la ampliación.
Desde 1912 […] los terratenientes tenían un dominio de 50
años —eso hacía cuando nosotros compramos San Fernando—.
Pagando catastro y todo eso, para ellos eso era legal. Como en los
municipios ya habían registrado y todo eso, tenían poder de dominio sobre la tierra. Entonces ellos tenían razón de no aflojar la
tierra así fácil. Pero nosotros compramos San Fernando legalmente, con escritura. En ese título demuestra […] que ahora ya
los dueños son los de la Cooperativa […]
La de nosotros es una cosa sagrada aquí, que no venga aquí
alguien que no haya luchado. El título que nosotros tenemos es importante como cuestión legal, pero como cuestión natural es otra
cosa. Como nosotros propios nativos, dueños, eso es lo legítimo.
Para hacer todo esto nosotros no hemos hecho sólo con nuestra fuerza, no podemos decir eso, sino que había unas organizaciones populares como fanal, utracauca, que tenían otros intereses, pero vinieron aquí. Nos trajeron hasta Bogotá hasta el
llamado Tercer Congreso de fanal. Nosotros anduvimos con
nuestro título en mano y así hicimos algunos amigos. Un José
Antonio Colorado reconoció que la posición de nosotros era importante de haber pensado en recuperar nuestras tierras. En una
finca cerca de Bogotá, a través de fanal habían recuperado una
tierra los campesinos y era una finca modelo y que íbamos a hacer igual. Entonces quedaron de acuerdo con los sindicatos y quedó
de venir a Silvia y el sindicato le dio pasaje para que viniera, y aquí
llegó. Por allí ahora donde vive mi yerno, José Antonio Colorado
dijo que esto sí vamos a comprar […] Como estaban aquí los nativos, esta tierra tiene que llegar en manos de ustedes.
Nosotros ya teníamos el proyecto de cooperativa, no muy bien
ordenado pero teníamos. Entonces lo llevaron para Popayán y luego a Bogotá. Este Colorado nos ayudó a gestionar en la Caja Agraria. Fue en la época que el préstamo que hacían a los indígenas era
de mil pesos para la agricultura, y para ganadería era de cuatro mil.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [425]
Como nosotros estábamos haciendo una solicitud de 250 mil pesos, los blancos de Silvia y los indígenas mismos se burlaban de
nosotros; nos decían que nosotros éramos unos locos. Frente a eso
nosotros tuvimos el valor de no agacharnos.
Con ese proyecto estuvimos en Bogotá haciendo solicitudes.
El gerente de la Caja Agraria de ese entonces era José Elías del Hierro. Nos recibió […] con el señor Colorado. Estábamos allí en la
mesa y Colorado dijo que si ustedes hacían el préstamo a la Cooperativa para que ellos compren la tierra, esta institución fortalecerá
y será muy superior. La respuesta que dio José Elías del Hierro fue
que era posible. Entonces nos quedamos ocho días en Bogotá, porque en esos días iban a reunir ellos e iban a hacer la aprobación.
Colorado fue muy importante para nosotros porque nos presentó a mucha gente […] Si este señor no nos apoya en la forma como
nos apoyó, a los indígenas en ese entonces ¡qué nos iban a hacer caso!
Por eso yo soy convencido de que hay algunos blancos buenos.
Esta primera recuperación de las tierras del Gran Chimán
mediante compra al terrateniente, aunque fue muy importante,
también nos creó muchos problemas entre los indígenas, pues
favoreció a los que tenían más recursos económicos y nos puso
en el camino de la privatización individual de la tierra. Además
nos puso en manos de blancos de toda índole, asesores de las
diversas instituciones, quienes comenzaron a definir qué debíamos hacer y cómo, con nuestras tierras y con la Cooperativa.
Y para rematar, como había que pagarle la deuda a la Caja
Agraria, los socios tuvieron que trabajar cuatro días a la semana
para la Cooperativa, es decir, la gente quedó bajo el yugo de un
nuevo sistema de terrajería, en el cual el nuevo patrón era la Caja
Agraria, y posteriormente el incora.
En 1970, un grupo de socios de la Cooperativa, cansados de
ver cómo ésta no daba soluciones a sus problemas, ni a los de
los terrajeros, formaron el Sindicato del Oriente Caucano con
otros 200 compañeros, entre guambianos y paeces. Esto lo hicieron para buscar recuperar las tierras y eliminar el terraje junto
con los Cabildos, los cuales también necesitaban un cambio en
su conformación y orientación. Resultado de este proceso fue la
creación del cric, en 1971.
[426] l a f u e rz a d e l a g e n te
En ese momento, el proceso de recuperación de las tierras del
Chimán estaba en camino, en medio de una fuerte represión
orquestada por los terratenientes. Pero nuestra gente no cedía.
Empresa Comunitaria El Chimán
El 24 de febrero de 1971, en Toribío, nace el Consejo Regional Indígena del Cauca, cric, impulsado por terrajeros y no
terrajeros interesados en el movimiento indígena, entre ellos
guambianos y paeces de todo el Cauca, indígenas coconucos, los
de Puracé, y yanaconas, con la asesoría de no indígenas. Este surgimiento era particularmente importante para los indígenas esclavizados al terraje en las haciendas de los blancos, muchos de
quienes estaban literalmente arrumados en los establos de los ganados, sin derecho a nada en las tierras que nos pertenecían. Este
problema fue recogido en el programa de trabajo de siete puntos del cric, uno de los cuales era el no pago de terraje144.
Cuando el cric nació, la terrajería en las haciendas ubicadas en antiguo territorio guambiano ya se había acabado, pero
continuaba el problema de tierras, por lo que ya se había iniciado
el proceso de lucha por reconquistarlas, y ya teníamos algunas
recuperaciones. Se venía dando una difícil tarea que significó
enfrentamientos con los terratenientes, con las autoridades locales,
regionales y nacionales, e incluso con los religiosos. Porque los
terrajeros o exterrajeros no teníamos derechos, éramos sólo objetos de trabajo, sin la protección de las autoridades, y mirados como
gamines de los que hoy en día ve uno en las calles de las ciudades,
aunque los terrajeros nunca fuimos mendigos, a pesar de no tener tierras donde cultivar para la supervivencia.
Frente a este proceso de ruptura y rebeldía, los exterrajeros
no tuvimos respaldo de ninguna institución del Estado, no teníamos recursos, y tanto hombres como mujeres fuimos a parar a
144
Los siete puntos del programa del cric eran: 1) Recuperar las tierras de los
resguardos, 2)Ampliar los resguardos, 3) Fortalecer los cabildos indígenas, 4) No
pagar terraje, 5) Hacer conocer las leyes sobre indígenas y exigir su justa aplicación, 6) Defender la historia, la lengua y las costumbres indígenas, y 7) Formar
profesores indígenas para educar de acuerdo con la situación de los indígenas y
en su respectiva lengua. (cric, 1971?, p. 25).
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [427]
las cárceles. Desde los púlpitos de los templos y los estrados del
Estado éramos calificados y señalados como comunistas y guerrilleros, estrategia usada por los terratenientes y las autoridades
para no dejar levantar un movimiento indígena con autoridades
propias que condujeran su destino.
Como en El Salado (Las Delicias), que las hermanas decían que
eran comunistas. En ese entonces el alcalde, el cura, decían que
eran chusma. Yo no entendía a qué se referían cuando hablaban
de chusma. Hoy en día mirando, no era sino para amedrentar a la
gente y sin saber qué era. Claro que no era conveniente para ellos
y por eso los calificaban de malos.
(Mario Calambás)
Ellos lo que querían era tener a los indígenas resignados, a
su cuenta, trabajando en las haciendas, o explotándolos en otras
formas, como el jornaleo agrícola.
Después de la hacienda San Fernando, la siguiente recuperación fue la de las tierras en las cuales se organizó la Empresa Comunitaria El Chimán, que hoy todavía existe, aunque sólo en parte.
En 1966 todavía existían unos terrajeros y ellos fueron los que
empezaron a movilizarse. Como sacaron algunas leyes en favor de
esta gente, había mucho comentario de que estas tierras de los terratenientes iban a quedar ya para los arrendatarios.
Cuando creamos el movimiento, pensamos y creímos que el Cabildo nos iba a ayudar. Mas bien empezó a acosarnos que nosotros
también habíamos conformado un comunismo allí, y entonces
empezó la bola de que a nosotros nos iban a sacar a todos y a incendiar. A unos decían que los iban a mandar a la isla de Gorgona.
De todo eso no tuvimos miedo con el papá del compañero Javier
Calambás, quien decía que: “Yo quisiera estar otros 20 años para
ver esas tierras en nuestras manos, pero no voy a poder estar” […]
A raíz de todo esto hicimos todo ese esfuerzo a ver qué nos llegaba, así nos encarcelaran. Entonces nos logramos recuperar. Primera recuperación, quitamos un pedazo a Aurelio Mosquera y otro
a Pacho Morales. Eso fue creado una empresa. Nosotros no estábamos muy seguros de esa empresa, entonces Julio Tunubalá Hurtado habló mucho e insistió mucho para esa empresa. Entonces,
[428] l a f u e rz a de l a g en te
ahí a nosotros ya nos sacan con el incora. Y así fue nuestra lucha
hasta el día de hoy.
(Joaquín Morales)
Pero ésta, al igual que San Fernando, no fue una verdadera
recuperación, en la que el Estado entrega las tierras al Cabildo
gratuitamente, en reconocimiento de que éstas son de los indígenas, reconocimiento que posteriormente se haría a través de
un acta del incora. Aunque la transacción se efectuó por la presión de la lucha de nuestra gente, que obligó a los terratenientes
a cederle y a venderle al incora unas 480 hectáreas, se trató de
un negocio mediado por una institución del Estado, a la cual
quedaron endeudados los indígenas.
El incora compró la tierra para que los indígenas trabajaran, explotaran, y con eso pagaran en dinero al Estado. Entonces era una recuperación, pero no era una recuperación de
verdad. El indígena quedaba esclavizado, endeudado por 15 años.
Así se adquirió la Cooperativa de Las Delicias y la Empresa El
Chimán, y tanto a la una como a la otra les tocó acabar de pagar
la tierra porque tenían un convenio firmado.
Pero, además del endeudamiento que implicó la forma en la
que se adquirieron las tierras, el tipo de propiedad y la organización impuestas por el incora para trabajarlas —a lo que se
acomodaron el cric y las directivas de la Empresa que eran del
cric— se convirtieron en problemas adicionales, de los cuales
subsisten secuelas aún hoy en día. Por un lado, se privilegió a
unos pocos, generándose una división entre nuestra gente y, por
otro, dado que la tierra así adquirida no es tierra de resguardo,
se posibilitó la privatización individual de las mismas, con el consecuente riesgo, que en los últimos años se ha convertido en una
realidad, de nuevamente perder nuestras tierras a manos de los
blancos. Ya conocemos de algunos casos en los que guambianos
que hicieron parte de esa Empresa Comunitaria han comenzado a hipotecar, arrendar y hasta a vender lotes a gente del pueblo, argumentando que éstas son privadas y no de resguardo. Esas
tierras que fueron tan luchadas, que costaron tantas lágrimas a
tantas generaciones de guambianos, ahora, por el manejo que dio
el gobierno inicialmente, y por la falta de claridad de quienes han
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [429]
dirigido y conformado esas organizaciones, fácilmente pueden
volver a manos de los blancos, se pueden perder.
Jacinta recuerda que esas tierras se recuperaron porque como
la gente tenía gran necesidad, fueron a picar:
En ese momento entraron a picar entre terrazgueros y otros
de la Comunidad que veían también la necesidad y colaboraron.
De pronto ya visitó el incora y vendió el patrón de nosotros.
Tanto Aurelio como Pacho Morales vendieron lotes para los terrazgueros reconocidos. Cada cual vendió su pedazo y formaron
un solo lote para crear la empresa.
La adquisición de tierras que hizo el incora fue especialmente para lo que en ese entonces llamaban Unidad Agrícola
Familiar. Para eso vendió el terrateniente, exclusivamente para
los terrajeros, para 14 terrajeros en toda el área de El Chimán, es
decir, para 14 unidades agrícolas familiares145.
Con esas tierras el incora formó una Empresa Comunitaria, forma de organización mediante la cual el gobierno quería
imponer una especie de trabajo colectivo, un trabajo entre todos y también una distribución de la producción entre todos, sin
tener en cuenta la historia de la gente y sus características.
Pero los terrajeros estaban aburridos, cansados de recibir
órdenes, de tener que hacer lo que les mandaban, de no tener
libertad, y no era fácil aceptar la imposición de las reglas de lo
que parecía un nuevo patrón. Como la gente decía, ellos no
145
Según Aurelio Mosquera, la Hacienda El Chimán, compuesta por dos lotes
—Chimán y Santa Clara— tenía 1320 hectáreas. Él cedió gratuitamente al
incora 280 has. para formar Unidades Agrícolas Familiares para 14 terrazgueros.
Como eran 18 terrazgueros en total, el incora compró las 80 has. para los otros
terrazgueros. Además vendió 400 has. a 14 colonos y dio promesa de venta sobre 150 has. a otros 10 indígenas. Según Mosquera, estos lotes los cedió con el
compromiso de que los terrajeros desocuparan las tierras que él se iba a reservar
y, como no lo hicieron, los lanzó (El Liberal, junio 5 de 1973 y marzo 28 de 1974).
De acuerdo con la Escritura 133/73 de Silvia, los terrajeros favorecidos fueron:
Eulogio Sánchez, Celestino Pechené, Alonso Pechené, Manuel Tunubalá, Alfonso Gembuel, Efráin Pechené, Lorenzo Gembuel, Anselmo Pechené, María Velasco
vda. de Tunubalá, Alfonso Pechené, Lorenzo Pechené, Anselmo Velasco y
Anselmo Pechené.
[430] l a f u e rz a d e l a g e n te
querían ser terrajeros del incora. Por eso no todos quisieron
integrarse; algunos quedaron allí y otros que querían su parcela, su lote, no quisieron entrar a ella y prefirieron irse.
Recuerdo un Antonio Calambás, que tuvo derecho, se fue;
Jacinto Tunubalá, que también tuvo derecho, tampoco se quedó; Cruz Tunubalá, que había sido el cabo del terrateniente, que
le sirvió todo el tiempo, a él también le reconocía para que viviera, pero también salió; igualmente hizo parte José Antonio
Trochez, pero tampoco se quiso quedar.
Por otro lado, aunque la lucha por la tierra la hicieron los
terrajeros, junto con los guambianos que ya no eran o que nunca habían sido terrajeros, mientras esta lucha se estaba dando a
nivel de base, en la Comunidad, en el trabajo, en la recuperación,
ahí peleando en el terreno, las negociaciones se estaban haciendo
en Popayán, en Bogotá, y no eran los terrajeros de base, sino el
recién creado cric, especialmente su presidente Julio Tunubalá,
quien estaba en eso. Entonces ahí llegó la intromisión del cric
sobre los terrajeros, sobre la Empresa, y eso dio para que sucediera lo que la Cooperativa de las Delicias y nosotros consideramos un mal manejo que no compartíamos.
Las tierras se ganaron en nombre de los terrajeros, quienes
fueron la raíz fundamental, y el terrateniente mismo, el gobierno, el incora, tuvieron que reconocer que por la existencia de
los terrajeros se adquirió esa finca, y se adquirió para ellos.
Pero los terrajeros reconocían que otras gentes, antiguos
terrajeros y no-terrajeros de la Comunidad, habían aportado, y
que ese aporte, ese sacrificio, había que reconocerlo. Y la manera de hacerlo era que ellos también participaran en la tierra. Ellos,
el llamado ‘grupo de los 40’, no tenían derecho legal; sólo los que
habían sido terrajeros. Pero, desde nuestro punto de vista, la tierra se había ganado entre todos, terrajeros y no-terrajeros, así que
nosotros queríamos que todos los que participaron en la lucha,
en la recuperación, tuvieran derecho a vivir, a producir y a subsistir de eso.
Pero no sucedió así. Ya cuando tuvieron las tierras al alcance
de la mano, la directiva de la Empresa y el cric, asesorados por
el incora, empezaron a actuar solos, a ser los únicos, y se dañó
el pensamiento en ese momento. Ellos pudieron manipular y
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [431]
convencieron a los empresarios del Chimán para que expulsaran
a los de tierra libre —algunos de quienes eran antiguos terrajeros
expulsados ya hacía mucho tiempo— que habían contribuido
para recuperar esa tierra.
José Sánchez, quien hizo parte del grupo que se integró a la
Empresa Comunitaria creada por el incora y ahora vive en La
Chorrera, expresa bien el pensamiento que se estaba impulsando
dentro de la Empresa en ese momento. Él cuenta que, cuando la
gente estaba en la cárcel, y en vista de tanto problema que se le
había creado por la presión de los nuestros,
Aurelio decidió que iba a negociar la tierra, pero no para la
gente que venía de afuera, sino para los terrajeros de acá adentro.
Decía que era para los que siempre habían acompañado, que eran
terrajeros, que ya era como en familia, porque eran obedientes y
trabajaban bien. Que eran honrados además.
Decidió vender la tierra al incora, pero advirtió que la
tierra no era para la gente de afuera, sino para los terrajeros. Y
entonces nos tuvieron hasta que negociaron e hicieron todo el
papeleo, y eso nos demoró en la cárcel hasta unos 60 días.
Los grupos de afuera, del Anisrtrapu, de Guambía y de Michambe, empezaron a decir que la tierra había que distribuir iguales; reclamaban todo el tiempo que ellos habían estado trabajando, que les dieran en tierra. Es aquí donde nosotros peleamos bien
feo. Conseguimos una plata prestada y contamos todos los días trabajados, a todos les pagamos en plata, y se fueron. Eso decidimos
en una asamblea. Nos reunimos dos días discutiendo esto. Allí decidimos que la tierra le tocaba únicamente a los terrajeros.
Como fueron pagados, no pudieron hacer nada y se fueron.
Por eso no pudieron seguir reclamando. Si no fuera así, no nos
hubiera tocado nada de tierra a nosotros […] no iba a alcanzar.
Así fue como nos quedó la tierra sólo para nosotros.
Entonces conformamos la Empresa y trabajamos 15 años en
agricultura y ganadería. Prestábamos plata en la Caja Agraria, para ganadería prestamos plata en el Banco Ganadero. Esos 15 años
trabajamos semanales cuatro días. Sembramos papa, trigo y limpiando los potreros, y de la venta de los productos de la agricultura y de la ganadería estábamos permanentemente haciendo consignaciones hasta que acabamos de pagar la tierra.
[432] l a f u e rz a d e l a g e n te
Nosotros no compartíamos esa actitud, para nosotros esos
no eran los principios. Primero, porque ésta era prácticamente
la primera recuperación en el Chimán, era una experiencia muy
grande, era como un experimento para prueba de que las tierras
podían regresar otra vez a manos de las comunidades indígenas;
segundo, porque era un pacto y se había convenido que todos
los que se integraran a luchar tendrían participación, tenían derecho a vivir en esa tierra, a producir y a usufructuarla. Entonces las peleas internas empezaron por eso, por lo que nosotros
considerábamos que era un mal manejo político y económico
de los recursos conseguidos, especialmente de la tierra.
Como tres meses después de haber fundado la Empresa,
expulsaron a los del grupo de los 40 que en ese entonces estaban integrándola, que habían luchado y que pagaron cárcel, que
pagaron la sanción, la multa y todo lo que la represión los obligó. Los expulsaron entre el incora, los directivos del cric y los
directivos de la Empresa en ese momento. Ellos tomaron la misma actitud de los terratenientes: expulsar.
El argumento del incora, defendido por los del cric y por
la directiva de la Empresa, era que había mucha gente y así la
Empresa no podía ser eficiente.
El incora siguiendo su política de hacer empresas comunitarias para unas pocas familias, se opuso a que las 48 que habían
luchado por Chimán tuvieran parte en la Empresa Comunitaria,
alegando que eran demasiadas y que solo cabían 24 […]
(Cooperativa Las Delicias, op. cit., p. 29)
También decían que había unos guambianos que vivían lejos, en La Campana, Ñimbe, Anisrtrapu, y llegaban tarde. Porque son dos horas de camino y pusieron un horario estricto: que
a las siete u ocho de la mañana había que llegar al trabajo. Y empezaron a fallar porque, primero, regresaban a sus casas tarde, cansados, y mientras descansaban, dormían al otro día, llegaban
tarde al trabajo. Entonces, que llegaban tarde. Y no recuerdo que
otros argumentos, pero todos eran sólo una justificación para no
reconocerlos.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [433]
En realidad el único interés del cric y de los directivos de la
Empresa, asesorados por el incora a quien lo que le interesaba
era la rentabilidad económica y no el problema social, fue usar
al grueso de la gente de Guambía para recuperar las tierras, pero
una vez en sus manos, no cumplieron lo acordado; fue todo un
engaño. Ellos no pensaron sino en sus propios intereses, y después nunca participaron ni apoyaron la lucha para recuperar las
demás tierras del Gran Chimán; ni el cric, ni la Empresa hicieron nada por recuperar las demás tierras para la otra gente. Una
vez solucionado su problema personal, los demás no les interesaron para nada.
Desde ese momento nosotros empezamos a tener problemas.
Estaban sacando a los del Resguardo, pero también querían sacar a los terrajeros que no estaban de acuerdo con esa actitud
tomada, como Cruz Calambás, Juan Calambás, Juan Tunubalá,
Jacinta, Javier. El que no estaba con ellos, también para afuera
junto con los otros.
Y lo que era peor: sacaban a los terrajeros, a los verdaderos
dueños, y a los luchadores, y traían gente de afuera, de Guambía
mismo, pero que no eran terrajeros ni habían luchado por la tierra, gente sumisa que no decía nada y los apoyaba en todo.
Entonces comenzamos a tener problemas con el incora, con
el Ejecutivo del cric, al que le decíamos que por qué orientaba
de esa manera, y así mismo cuestionábamos a los directivos de
la Empresa.
Julio Tunubalá, un terrajero que inicialmente fue un buen
dirigente, fue nombrado presidente del cric y de la Empresa, y
entonces él hacía presencia en Popayán, a nivel departamental,
y también en Bogotá, con el apoyo de la gente de la Empresa y
de no indígenas. Los terrajeros no tenían ningún poder porque
eran sumamente pobres y no tenían ni siquiera para ir a Popayán, mucho menos para ir a Bogotá. Y como no había una organización que representara a los terrajeros a esos niveles, Julio
cogió fuerza y, a través suyo, la influencia del cric y su poder
sobre los terrajeros se hicieron grandes. Así se impusieron sobre
ellos.
Con un poder en el incora, otro en el cric, y otro en la
Empresa, Julio Tunubalá juntaba los tres poderes, demasiado
[434] l a f u e rz a d e l a g en te
Mapa 6 División de El Chimán entre Francisco Morales y Aurelio Mosquera y ubicación de zonas en conflicto.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [435]
poder, que no usó para bien de sus hermanos terrajeros, sino
para reprimirlos. Porque el indígena también, cuando tenía el
poder, nos apretaba las tuercas lo mismo que el terrateniente, lo
mismo que los alcaldes, lo mismo que hacían los jueces blancos.
A los terrajeros que todavía tenían parcelas dentro de esa Empresa se las quitaban y metían los amigos de Julio, y si había cultivos los destrozaban. Como hacía el terrateniente, así mismo le
hacía el indígena a sus hermanos, a los terrajeros especialmente.
Y entonces, ¿qué hacíamos nosotros? No podíamos agacharnos a llorar. Íbamos a meternos ahí, pasara lo que pasara. ¡Esto
es nuestro! Y volvíamos a sembrar allí. Hasta que por fin nos
hacíamos respetar también dentro de la Empresa. Era un problema ya interno, pero la represión era igual a la del blanco.
En una ocasión en que tuvimos que ir a Bogotá a resolver
asuntos relacionados con la lucha que veníamos dando simultáneamente contra el terrateniente, mientras nosotros estábamos
peleando, pasando malos ratos allá, los de la Empresa, Julio
Tunubalá, Álvaro Tombé, quien después fue también presidente
del cric, en vez de apoyarnos, se metieron a una huerta que tenía Jacinta mi hermana en Coscorrón. Era una parcela que aún
conserva Faustina abajo en el río Molino, al ladito de Agustín
Tombé, la cual trabajaban casi entre todos porque, como recientemente nos habían lanzado, era la única que quedaba; era una
huerta donde tenían maíz y fríjol que estaba para recolectar. Se
metieron allá para quitárnosla también.
¡Los productos se los robaron, se los llevaron como si fueran de ellos! Y le metieron gente y palearon, limpiaron y sembraron maíz allí. Ya nos sacaron a nosotros. Cuando llegamos, nosotros contentos porque dimos la pelea en Bogotá, acabamos de
contar, cuando otro problema… Nos dijeron: “¡Ay! qué te parece que allá los de Chimán se metieron a la huerta y cogieron el
maíz, el fríjol, lo llevaron y repartieron a la gente, limpiaron y
sembraron”. ¡Ya se habían metido a la huerta! Nos quitaron la tierra otra vez. Nos quitaron, nos sacaron. ¡Qué rabia! Nos tocó
pelear con Julio directamente, como presidente del cric y de la
Empresa.
Entonces empezamos a denunciar estos atropellos dentro de
la Comunidad. Cada vez que había una reunión, lo denunciaba.
[436] l a f u e rz a d e l a g e n te
Como yo andaba mucho, ya salía mucho, en la anuc, los sindicatos, Javier Calambás me llevaba para todas partes, entonces
hablaba y denunciaba esas cosas. Para evitar estas denuncias, ellos
perdieron el trabajo, perdieron la semilla y nos cedieron el lote
otra vez. Hicimos respetar la huerta.
Y éste es sólo un ejemplo. Pero hubo una serie de casos como
ese, no sólo con nosotros, sino con otros también. Fueron violentos, daban un trato tan inhumano, que uno preguntaba: “Para
qué van a hablar de organización, de compañeros, de derechos,
si ustedes son los primeros que violan e irrespetan el derecho”.
Yo siempre peleaba de afuera, porque yo no hacía parte de la
Empresa Comunitaria, pero los que vivían adentro, a diario recibían mal trato. ¡A diario! Era un martirio realmente para la
gente que vivía ahí.
Unos años después, por el mal manejo del Ejecutivo del cric,
de los directivos de la Empresa y del incora, la Empresa terminó dividida en Empresa Comunitaria El Chimán y Empresa
Comunitaria La Chorrera-La Conquista146. Esta última se separó de la empresa originalmente creada y finalmente fue disuelta,
se individualizó.
Cuando acabamos de pagar la tierra fue donde unos decían
que querían seguir trabajando con la Empresa. Yo empecé a plantear como con unos cuatro, como con taita Manuel Muelas, quien
decía que no debíamos fregar más con esto […] Por eso él empezó a trabajar nada más dos días lo de la Empresa. Y el resto de los
días siempre le quedaba para ir a trabajar en lo de ellos.
Ahí con el taita Juan Tunubalá, toda la producción del trigo,
de la papa, empezaron a pagar muy bajito, y eso nos creamos
problema entre nosotros mismos.
Como los del incora habían dicho que si ustedes no trabajan bien, a los 10 o 15 años repartirían la tierra, entonces nosotros
empezamos a reclamar, fuimos allá al incora y ya decidimos repartir. Ahí quedaron bravos como unos cinco, con Juan y otros. A
nosotros los diez nos repartió la tierra y nos dio. Ellos dijeron que
146
La Empresa original se llamó Chimán, y cuando se dividió, la mitad volvió a
llamarse Chimán.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [437]
iban a continuar con la Empresa, pero no se qué decidieron, que
también repartieron.
El problema lo crearon ellos mismos; nosotros estábamos
trabajando bien. Ellos no trabajaban, pero a la producción sí querían repartir igual igual. La gente que trabajaba, trabajaba los días
completos, y ellos no trabajaban sino uno o dos días. Entonces a
ellos quisimos pagarles menos, y empezaron a alegar. Decían que
no repartían bien la producción, igual, y ahí empezamos el problema. Y entonces repartimos la tierra y se acabó todo.
(José Sánchez)
Y no sólo la Empresa, sino también el movimiento terminó
dividido. El cric se partió, y aún hoy en día vivimos las secuelas de lo que sucedió entonces. Hay que reconocer que la organización dio luces, un camino: que había que recuperar la tierra. Pero en el proceso todo se tergiversó, se desvió la línea
política, se olvidó la lucha por la tierra para todos los que no la
tenían. La raíz fundamental de la división fue la tierra, y eso no
podrá negarlo nadie.
La pelea interna que se tuvo que dar en la Empresa fue dura,
por estar recién empezando y por no haber una fuerza. Además,
porque se tuvo que dar al mismo tiempo que se seguía luchando contra los terratenientes, lo que la hizo más difícil de lo que
ya era. Pero los que se decidieron a dar esa pelea sacaron sus lotes para vivir, y quedaron ahí.
Javier y Jacinta, Cruz Calambás, Juan Calambás, Juan Tunubalá, hoy ellos tienen allí; no la mejor tierra, pero por lo menos
tienen el orgullo de no haberse dejado sacar. Pelearon con los
blancos, cuando hubo problemas internos pelearon también
entre ellos, pero se hicieron respetar, así les dijeran individualistas, así fueran mal calificados. Hicieron respetar su tierra y ahí
están.
Los que no defendieron sus parcelas terminaron yéndose. Como había tanta molestia interna, porque para hacerlos aburrir
hicieron lo mismo que los blancos: les ponían cercos de alambres bien tupidos en los caminos, para que no tuvieran por donde
pasar, los trataban mal, entonces ellos ya aburridos dijeron:
“¡Páguennos, nosotros nos vamos!”. Repudiaban sí, lo odiaban
[438] l a f u e rz a d e l a g e n te
porque tenían que abandonar sus tierras, su casa, pero no quisieron pelear.
La Empresa y El Coscorrón
El caso del lote llamado El Coscorrón, donde tienen la familia Sánchez, Juan Calambás, Juan Tunubalá y otros, muestra como la creación de la Empresa Comunitaria sirvió fue para dividir a la gente, para estimular los apetitos de unos pocos y los
abusos contra quienes de una u otra forma estaban en desacuerdo con las nuevas formas de autoridad indígena recién impuestas. Existía una escritura de esa tierra a favor de unos terrajeros específicos, porque el terrateniente le traspasó al
incora, para que esa institución les adjudicara a ellos como en
Unidad Agrícola Familiar. Ahí estaban los nombres, con cédula
y todo, de para quiénes era la tierra. Y, con escritura en mano,
no se estaban quedando sino con el papel, mas sin la tierra. Los
estaban sacando. Ya por último el alcalde de Silvia tuvo que respaldarlos, porque tenían esa escritura.
Lo que sucedió fue que, dentro de la negociación que hizo
Aurelio con el incora, incluyó un lote de unas 53-56 has. conocido como El Coscorrón, el cual lindaba con los terrenos sobre
los que se constituyó la Empresa Comunitaria El Chimán. Este
lote fue asignado por Mosquera específicamente para cuatro familias de terrajeros, con el propósito de que éstas se salieran de
las casas y terrenos de El Pueblito de Fundación Mosquera.
Jacinta cuenta que:
Aurelio vendió un lote al incora para terrazgueros reconocidos, quienes formaron una empresa comunitaria. Además vendió
para Unidad Agrícola Familiar a la familia Sánchez, que yo conocí: Segundo Sánchez, José María Sánchez, Miguel Antonio Sánchez,
Custodio Sánchez. De lo que yo vi, vendió 80 has. para esas cuatro familias.
Cuando negoció allí el incora con don Aurelio, nosotros teníamos una huerta de reserva de muchos años, pagando terraje,
un lote de mantener animales, de mantener siembras: El Coscorrón. La huerta que teníamos finado Juan, la mamá, que tenía en-
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [439]
seguida de nosotros, como vivíamos en Fundación, sembrábamos
allí. Ese lotecito de 56 has. también entró en esa negociación, como
147
donación para cuatro terrazgueros reconocidos .
Pero la Empresa Comunitaria se conformó, de hecho, no sólo
sobre los terrenos que los terratenientes cedieron y vendieron
para ese fin, sino que abarcó lo vendido para los Sánchez, más
lo de Coscorrón. Fue así como se generó un conflicto entre los
mismos terrajeros, pues los que venían trabajando esas huertas
se rehusaron a abandonarlas, ya que, no solamente las consideraban suyas desde hacía mucho tiempo, sino que, al mismo tiempo, ellos estaban siendo expulsados de sus casas y huertas en El
Pueblito, a cambio de la cesión definitiva de ese lote.
Como allí entraron a trabajar otros, el hoy en día Álvaro y
otros, pues esa familia a la que le vendió, los Sánchez, como era
recuperado, como era trabajado entre varios, ellos dijeron que
vendió fue a ellos; ellos fue que cogieron y hasta hoy día están
manejando. Los Sánchez […] para quienes vendió, no están en esa
Empresa.
[…] La parte de Coscorrón, […] lo donado a las cuatro familias […], a esa huerta también dentraron a trabajar los que estaban formando Empresa. De pronto venían a quitarnos, diciendo
que nosotros no habíamos ayudado allí. Nos cosecharon el maíz,
fríjoles, y todo eso nos quitaron de las huertas, y sembraron maíz
de ellos. Entonces también lo iban a quitar, diciendo que no había para nosotros, que a nosotros no nos dio don Aurelio, sino que
ellos habían dentrado en negocio. No querían entregar, estaban era
negando, negando.
Pero don Aurelio decía que sí había, que fueran para allá, que
sí tenían parte Javier y otros reconocidos, que le había entregado al
Cabildo ese lote para que nos arreglara a nosotros, era que decía.
147
Según la Escritura 744 del 6 de julio de 1972 de la Notaría 2ª de Popayán, en ese
año Virginia de Mosquera, esposa de Aurelio, cedió al incora un pedazo de
Chimán (56 has.) que parece corresponder a Coscorrón, y vendió otro de 80
has., ambos “con destino específico para los terrajeros reconocidos por el
incora”. El lote cedido es para Juan Sánchez, Javier Morales, Juan Calambás,
Cruz Calambás y Julio Tunubalá y el vendido para los cuatro hijos de Juan
Sánchez.
[440] l a f u e rz a d e l a g en te
Ya no era problema con el patrón. Nos querían sacar era los
de la Empresa, allí la misma gente, cuando era presidente Julio, y
Álvaro y otros dirigían, que nunca ni el patrón mismo nos había
quitado. A nosotros nos dio muy duro, nos levantó problema entre nosotros indígenas mismos. Así nos trató a nosotros.
Así mismo ha de haber hecho aburrir a otros también. Nosotros no entramos dentro de la Empresa, pero pues así nos hizo. Para
que no fuéramos a trabajar nos hizo caer el puente, sacaba la semilla y cortaba. Así hicieron los de la Empresa.
Con todos estos problemas, nosotros entramos haciendo trabajos con mingas. Toda la gente de allí, en Medialoma, taita Alfonso
y todos, así como trabajábamos juntos en el terraje, mingábamos
a todos sin que quedara ni uno. A los que vivían más bravos, como
a mi esposo Javier no se le ocurría que esa gente estuviera disgustada, entonces en todo el recorrido de la invitación a la minga no
dejaba ni uno, mingaba a todos todos, que para él era normal. Casi
todos venían, con excepción de algunos. Entonces nos acompañó
mucha gente en este proceso; a la Cooperativa y a otras gentes recogíamos.
Yo no quería tener enfrentamiento entre indígenas; yo estimaba. Como nuestra gente no entendía, no quise estar lejos de ellos,
quería era tenerlos cerca; aun cuando hubieran hecho el lanzamiento con sus manos, pero pues ellos no tenían la culpa. Yo no
sentía que fueran enemigos, no quería tener enemistades con los
vecinos. Por eso era que yo hacía mingas.
Pero también pues, aquí me estaba perdiendo éste que entregaba don Aurelio, diciendo que la parte de Coscorrón era de nosotros, y que la Empresa salió diciendo que no era de nosotros.
Como esta huerta era nuestra de mucho antes, cuando pagábamos
terraje, por eso yo no quería dejar perderla aun cuando no les
gustara a los de la Empresa, que es nuestra gente misma, pero pues
se venían encima de uno por no dejarlos que nos quitaran ese lote.
Como los de Fundación sí sabían que esa huerta era de nosotros, venían tranquilamente a ayudarnos. Por eso yo los invitaba a
ellos también. Así fue que hacía minga para no dejar perder esta
huerta. Y no la perdí.
(Jacinta)
Así pues se formó la Empresa El Chimán: con lo vendido y
lo cedido, y hasta con lo que estaba designado para terrajeros
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [441]
específicos. El gobierno, a través del incora, el cual tenía bien
claro qué y para quiénes habían vendido y cedido los terratenientes, pues era a través suyo que se hacían todas las negociaciones, en vez de ayudar para que se respetaran los derechos de
cada cual, lo que hizo fue asesorar y apoyar al cric para crear
una división entre terrajeros y gente del Resguardo, y mantener
silencio ante los enredos generados por el terrateniente, ayudando con eso a dividir a los terrajeros148. Todo esto fue creando problemas entre la gente, hasta que finalmente la Empresa terminó
dividiéndose.
Yo allí dentro de la Empresa no estuve, ninguno de los cuatro,
porque nos hicieron creer que no había para nosotros. La familia
Sánchez sí estuvo. Ellos estaban allá, pero de pronto, como allí
empezó a sacar fue este Julio Tunubalá, que era el problemático,
entonces a ellos los fueron sacando.
Comenzaron a sacar gente de allí que había. Entonces hubo
como división de la Empresa, por ese mal trato que estaba pasando. Decían que se dividieron por sacar a la gente, porque trató mal;
así contaba la gente. Hubo problemas familiares, que estaba sacando, que no dejaba trabajar. Decían que estaban pasando más
mal que con los patrones […]
(Jacinta)
148
La manipulación llegó a tal grado que, aunque en 1970 el terrateniente hizo
una escritura a favor de los cuatro terrajeros, todavía a finales de 1981 éstos
—Juan José Sánchez, Juan Calambás, Anunciación Hurtado vda. de Calambás,
Javier Morales y Juan Tunubalá— estaban solicitando al Cabildo de Guambía
que les fueran adjudicadas las tierras de La Laguna-Coscorrón (53 has.), lo cual
lograron antes de terminar ese año. No queda claro sobre qué base legal el Cabildo hizo esta adjudicación, pues sólo hasta 1990 Aurelio Mosquera (Fundación
Mosquera) donó al Cabildo de Guambía El Coscorrón. En la Escritura 2520 del
3 de septiembre de 1990 de la Notaría 2ª de Popayán, se lee: “Con esta donación
se cumple la promesa que hace aproximadamente 20 años hizo [...] el señor
Aurelio Mosquera Caicedo y por lo cual, los miembros de la comunidad de
Guambía vienen poseyendo y explotando el predio objeto de la donación”. En
el mismo documento se especifica que el Cabildo de Guambía recibe el predio
especialmente para quienes ya están asentados allí, que en ese momento ya eran
12 personas.
[442] l a f u e rz a d e l a g e n te
Finalmente el movimiento también se dividió
Hubo un momento en que ya el movimiento indígena se
dividió y nosotros nos separamos del cric.
El 15 de julio de 1973 se hizo el Tercer Congreso del cric,
que también se conoce como Primer Encuentro de Indígenas
En 1973 se realizó en Silvia el Tercer Congreso del CRIC, también conocido
como Primer Encuentro de Indígenas Colombianos. Nos reunimos alrededor de
4000 indígenas de todas partes del país, en medio de un ambiente muy hostil.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [443]
Colombianos, que nunca antes había surgido algo de esa naturaleza. El historiador Juan Friede decía que nos habíamos reunido por primera vez alrededor de 4000 indígenas de más de
2000 kilómetros de distancia. Porque llegaron delegados desde
la Sierra Nevada de Santa Marta hasta Quito; había indígenas
paeces, arhuacos, yanaconas del Cauca, coconucos, inganos y
kamëtsas de Sibundoy, y muchos más. Ese encuentro nacional
de indígenas tan importante, tan valioso, tan positivo, estaba programado para hacerse en Tierradentro, pero el gobierno no lo
permitió, alegando razones de orden público; finalmente éste se
logró hacer en Silvia, donde estaba todo el peso de los terratenientes. Muchos paeces no pudieron llegar porque la policía tenía orden de obstaculizar la movilización, llegando al punto
de prohibir la salida de los indígenas hacia Silvia, pues decían que
era una reunión de comunistas.
En el Encuentro, a pesar de haberse hecho en La Cooperativa de Las Delicias, en pleno territorio guambiano, como el
Cabildo estaba a favor de los terratenientes, no se contó con la
presencia masiva de guambianos; sólo los de la Cooperativa y
los terrajeros estuvimos ahí. Nosotros asistimos y estábamos
contentos por los discursos, la expresión de la gente, las relaciones y todo lo demás. Pero detrás de la apariencia, en el fondo, teníamos serios problemas con el cric y los directivos de
la Empresa.
Tuvimos muchas otras asambleas, muchas reuniones, muchas veces intentamos arreglar los problemas, pero nunca pudimos solucionarlos; cada vez se antagonizaban más y más, hasta
que por fin los llevamos a Toez, Tierradentro, en 1974, al Cuarto
Congreso del cric. Allá se peleó, se dieron los debates, se destapó todo. Porque el cric y la Empresa de El Chimán querían
aparentar que ésta era como un espejo, lo más brillante que
se pudiera imaginar, lo más democrático. Y nosotros, con la
Cooperativa de Las Delicias, fuimos y desenmascaramos que en
la realidad no era así.
En 1975 nos abrimos oficialmente del cric. Hasta allí todavía éramos dependientes; peleando, pero defendíamos al cric.
Yo por lo menos tomaba la bandera del cric como hoy tomar
la bandera guambiana, porque era un símbolo de libertad, que
[444] l a f u e rz a d e l a g en te
Yo tomaba la bandera del CRIC como hoy tomar la bandera guambiana,
porque era un símbolo de libertad, que daba como una esperanza. Foto: Victor D. Bonilla
daba como una esperanza. Pese a los problemas que teníamos,
yo defendía al cric en ese entonces, porque estaba haciendo un
trabajo importante por todo el Cauca, con los paeces, los
yanaconas y demás. Estaba impulsando un programa dentro del
cual era central la recuperación de la tierra, el no pago de terraje
y el respeto por la cultura. Había mucha gente en la cárcel, a
muchos dirigentes como a Gustavo Mejía y al cura Pedro León
Rodríguez los asesinaron en este proceso, y a nosotros nos parecía que era un trabajo importante, y acompañábamos. Cuando
murió Gustavo Mejía, por primera vez los guambianos —la Cooperativa y los terrajeros— se movilizaron para protestar por el
asesinato de un dirigente. Yo iba mucho a la sede del cric en
Popayán. Al comienzo, antes de haber estos problemas, iba tal vez
dos veces en la semana, como de solidaridad o de respaldo o a
ver qué consejos tenían. Llevaba algo de lo que estaba sucediendo,
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [445]
pero también recogía algún mensaje para llevar a la Comunidad
otra vez.
Pero en su relación con los terrajeros guambianos no estuvimos de acuerdo, tuvimos contradicciones todo el tiempo. Por
eso, después ya empecé a retirarme, porque ya sabía uno perfectamente que allí era donde tomaban decisiones. Ya en 1975 los
de la Cooperativa y todos los demás guambianos que asistimos
a un encuentro en San Fernando, en la Cooperativa, decidimos
no tomar más la bandera del cric, ya nos retiramos oficialmente.
No más con ustedes; pase lo que pase, nos vaya como nos vaya,
nosotros nos separamos de ustedes. Hasta allí.
Desde entonces nosotros salíamos por todas partes a denunciar, no sólo al terrateniente y al incora, sino también la actitud
del Comité Ejecutivo del cric.
Duramos cinco años dentro del cric, pero esos cinco años
fueron de una continua pelea: peleando con el terrateniente, con
la Empresa El Chimán, con el Ejecutivo del cric, con el incora;
peleábamos con todo mundo, y muchas veces parecía que uno
se encontraba en un callejón sin salida.
Recuerdo una época en que parecía que el movimiento
indígena se nos había acabado. El cric estaba partido en pedazos, nosotros andábamos por ahí flotando, sin una tolda donde
arrimar. ¡Casi nos acabamos! Y así demoramos mucho tiempo.
Pero la Cooperativa de Las Delicias siempre estuvo al tanto
de la situación y sirvió mucho para mantenernos durante todo
ese tiempo. Yo creo que por eso hasta hoy sigue siendo una Cooperativa importante pero pobre, porque de los proyectos económicos que organizan, como una tienda, de allí financian la
lucha de la gente. Eso ha pasado todo el tiempo en la Cooperativa. No se ahora si se habrá levantado algo económicamente,
pero la Cooperativa gastó mucho dinero en la organización de
la gente para recuperar la tierra.
En todo caso todo esto nos llevó a confrontar grandes consecuencias. Como el Ejecutivo del cric siempre manejó con un
doble filo, nadie creía cuando uno hablaba de todas estas cosas
que estaban pasando, nadie creía que Julio fuera así, nadie creía
que el Ejecutivo del cric fuera así, nadie creía que en Guambía
estuviera sucediendo tanta cosa. Se creía que todo estaba como
[446] l a f u e rz a d e l a g en te
un paraíso. ¡Mentiras! Hasta que Guambía reconoció que teníamos la razón cuando, en 1980, el incora con el Ejecutivo del
cric y los directivos de la Empresa El Chimán hicieron juicios
de lanzamiento también entre ellos.
Lanzamiento de Julio Tunubalá
Años después, ya en 1980, Julio Tunubalá, ex-presidente del
cric, ex-presidente de la Empresa, dirigente regional del Cauca
y también dirigente nacional, terminó expulsado de lo uno y de
lo otro, y finalmente encarcelado y lanzado de su tierra. El Ejecutivo del cric, sus asesores, y el incora, se encargaron de dañarlo, de desviarle sus principios. Él era un terrajero, pobre, que
no tuvo nunca nada, y lo pusieron a manejar grandes recursos
de financiación externa que llegaban al cric a través de una Fundación Andina, que creo que hasta ahora existe; fuera de eso llegó a manejar dinero de la Empresa y dinero de los créditos que
hacía el incora. Entonces se convirtió en amo y señor; se creció tanto, se desvió tanto, que cuando los dirigentes y asesores
del cric reconocieron la gravedad del problema, ya Julio era irrecuperable.
Entonces lo expulsaron del Ejecutivo del cric y lo destituyeron de la presidencia de la Empresa. Ya sin dinero, no pudo soportar vivir así y empezó a sacarse a escondidas el ganado de los
mismos compañeros de la Empresa. Hubo un momento en que
se empezó a perder ganado y no sabían quién era. Era el mismo
ex-dirigente, era el mismo ex-presidente, era el mismo compañero suyo que se lo estaba llevando. Un buen día lo cogieron con
dos vacas en Pueblo Nuevo, y lo regresaron a la cárcel de Silvia,
con la policía, con las vacas, en el mismo camión; ya Julio ahí,
triste, bien alicaído.
Sus compañeros de la Empresa, aburridos con él, le entablaron, con la asesoría de los abogados del incora, una demanda
de juicio de lanzamiento de la Empresa. Habían aprendido de
los terratenientes cómo lanzaban a los terrajeros y así mismo le
hicieron. Julio estaba en la cárcel, pero estaba la esposa con siete
hijos pequeños. Y con todo el descaro, ante el público, llevaron
a las autoridades e hicieron ese lanzamiento.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [447]
Recuerdo el día en que fueron como unos 10 policías y un
juez a lanzarlos. ¡Que un lanzamiento a la esposa de Julio Tunubalá! ¡Es que era increíble! Era increíble que los mismos que un
día lo abrigaron tanto, le dieron tanto poder, tanto dinero, que
lo estimaban, ayudaban, le dieron toda la libertad para que hiciera lo que quisiera, hoy tomaran esa decisión de ¡lanzar a la
calle! No buscaron otro sitio dónde pudieran meterse, sino que
¡los tiraron a la calle!
El Cabildo de Guambía, que parecía que hasta ese entonces
nosotros éramos sin Dios y sin ley, Segundo Tunubalá que era el
gobernador, cuando subió allá decía al juez: “Vine, ¡favor no lancen, no tiren a la calle. Favor! ¡Yo vengo a ver porque se que ellos
son guambianos, es mi gente, es de mi sangre, es mi sangre! Por
eso vine a ver”. Segundo Tunubalá decía así. Es sangre de nuestra sangre, por eso vine a ver qué pasa. Clamaba para que no lanzaran a la calle. Y el juez nunca acató; tuvo tanto poder, con la
policía, que no acató al gobernador, ni a la gente.
El gobernador de Guambía vino en un momento que entre los
mismos misak estaban haciendo cosas muy feas, haciendo lanzamiento de unos contra otros. Él dijo que: “Yo vine a ver porque es
nuestra gente, porque es nuestra sangre”, y pidió que se abstuvieran
de hacer ese lanzamiento. Este acontecimiento fue muy duro. Los
blancos hicieron de igual manera a nosotros, pero los misak solamente por no entender, no resolver un problema interno, llegaron a hacer a ese extremo de gravedad. Esto fue muy horrible, muy
feo; ante toda la Comunidad nos pasamos una gran vergüenza.
Viendo todo esto, nosotros resistimos todo ese lanzamiento.
(Jacinta)
Recordando ese vergonzoso momento, taita Segundo me
decía:
Yo como tengo el criterio de que allá donde nosotros, la gente, por más que estén equivocándose, allá no se expulsa en la calle
con todas sus pertenencias, por más que sea delicado se va hablando despacio y en la calle no se puede dejar; entonces yo planteaba
eso. Y me calificaron que yo venía abusando a la tierra de ellos y
que el Cabildo no podía venir acá a intervenir en las propiedades
[448] l a f u e rz a d e l a g e n te
privadas. Que ellos estaban con la orden del Estado, por la ley del
Estado, bajo la ley del incora, que hay un régimen puesto […]
Quien decía ser el abogado señalaba que ya iba llegando la
hora, que el presidente de la organización había dado este plazo.
Entonces empezaron a discutir que había hecho muchos daños y
que ni a esos ha querido arreglar y ahora no había sino que aplicar. Acusaban a la mujer de no haber dado cumplimiento en los
trabajos […]
Como era un acto tan importante, tan trascendental, tan triste, tan doloroso, yo también me hice partícipe, me fui a ver. Era
muy duro. Los policías sacaban a esta señora, la señora se agarraba duro en un pilar para tratar de defenderse, y los policías la
arrancaban a la fuerza y la tiraban a la carretera. Las cosas, todo
lo que tenían, la policía también las sacó y tiró en la mitad de la
carretera. ¡Todo! Y así fueron sacando. Los niños lloraban, gritaban, el público protestaba, el gobernador protestaba, pero no
había nada que valiera. El juez dio una única orden, los policías
acataron, los dueños, los demandantes, había a favor y en contra, pero el hecho fue que hicieron ese lanzamiento.
Yo allí volví a pelear con los de la Empresa. Yo hablaba para
que no lanzaran. Hubo otra gente que protestó también. Pero
ellos decían que ¡aquí mandamos nosotros, esto es de nosotros,
ustedes qué vienen a meterse!
La casa quedó vacía. Yo vi un cerro de cosas que quedaron
allá en la mitad de la carretera, ahí. La señora, de la ira, no las
recogió, y ahí se perdió todo. Ese era el desorden más grande.
Como odiaban tanto a esta señora, una gente inmediatamente
subió al techo de la casa y trun, trun, trun, empezaron a desclavar, a bajar el techo. ¡Bajaron el techo! No quedaban sino las cuatro paredes. Hicieron más de la orden del juez, quien no hacía
sino el lanzamiento de sacar las cosas y tirarlas en la calle; de
destechar no dio orden el juez, sino que ellos lo hicieron. Y todo
con la complicidad del incora, del Ejecutivo del cric, de los
mismos directivos de la Empresa. ¡Eso fue desastroso!
Parecía increíble que después de luchar tanto para lograr
qu e nunca más fuéramos lanzados de nuestras tierras, que nunca
más fueran quemadas nuestras casas, que nunca mas fuéramos
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [449]
maltratados, por nadie, ahora de nuevo unos que habían sido
terrajeros le hicieran todo eso a uno de los mismos y a su familia, y peor aún, después de que ellos mismos lo habían apoyado
en todas sus actuaciones, en todos sus manejos. Y aunque por
todas las maldades que nos había hecho debimos haber pensado que estaba recibiendo su merecido, en realidad no fue así y
sentimos mucho dolor.
Jacinta mi hermana fue piedra angular en la lucha de los últimos terrajeros. Cuando
el terrateniente Aurelio Mosquera le ofreció bala antes de ser expulsada de su
huerta, la respuesta de ella fue: “Mátennos que pa’ morir hemos nacido”.
[450] l a f u e rz a d e l a g e n te
Para morir hemos nacido:
últimos lanzamientos
de los terratenientes
Como hemos relatado a lo largo de este escrito,
los terratenientes siempre buscaron que los terrajeros ocuparan
el mínimo posible de tierra en las haciendas, para así poderlas
convertir en potreros y desarrollar sus actividades de ganadería
extensiva. Por eso, desde un comienzo hicieron todo lo posible
por aburrir a la gente para que se fuera. Y muchos lo hicieron,
muchos como yo salieron para donde pudieron, con tal de no
aguantar más la situación de opresión y hambre que se vivía en
las haciendas. Pero muchos se quedaron.
Como también hemos venido contando, entre los terrajeros
que no se fueron hubo quienes comenzaron a recuperar tierras
y, con el apoyo de algunos guambianos de tierra libre, se inició
un proceso de organización y lucha que —junto con los riesgos
que para los terratenientes implicaba la posible aplicación de las
leyes de reforma agraria en sus predios— ejerció suficiente presión sobre ellos como para forzarlos a entrar en negociaciones
con el incora, en el contexto de la reforma agraria que el gobierno estaba adelantando. Ello culminaría eventualmente en la
recuperación para los indígenas de todo el Gran Chimán.
Pero la pelea fue dura. Los terratenientes habían decidido entorpecer la lucha, no sólo entrando a negociar, sino también ofreciendo prebendas a algunos indígenas e introduciendo nuevos
actores en el conflicto: blancos del pueblo, indígenas del Resguardo, el Cabildo mismo, a quienes comenzó a ceder y vender tierras, con el fin de dividir para seguir reinando.
A mediados de 1972 se produjeron una serie de lanzamientos de terrajeros que insistieron en seguir cultivando en sus huertas de siempre, entre ellos la familia del esposo de mi hermana
Jacinta; a ellos el terrateniente los comenzó a sacar a la fuerza de
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [451]
las tierras. Jacinta, a quien le tocó vivir esta experiencia, cuenta
cómo ella, “siendo mujer y sin estudios”, debió enfrentar esta
última etapa de la imposición terrateniente, que en su caso fue
encarnada por Aurelio Mosquera.
Los recuerdos de Jacinta
Yo, recogiendo los granitos de uno en uno, lo que yo había
entendido del problema, con eso yo salí.
Cuando nosotros fuimos niños, taita Anselmo Muelas nos
explicaba que siempre iban a pie hasta Bogotá, que vinieron
quitándonos casi todo en 1912, que los que andaban en Popayán,
que llamaban Manuel Quintín Lame y José Gonzalo Sánchez, su
secretario —que fue de Totoró y era de nuestra misma gente—,
hablaban a nuestro favor y venían de noche a escondidas, porque los blancos no querían verlos. Venían siempre hasta Bogotá
con el papá de ahora taita Javier Calambás, que era jovencito. El
gobernador de ese entonces se llamaba Feliciano Ulluné y gobernaba donde había bastante gente guambiana; él sí apoyaba a la
gente de acá.
Taita Anselmo llegaba a quedarse y contaba todo esto. Contaba y lloraba y recordaba que ellos habían sido expulsados del
Sruktrapukulli hacía 20 años. Cuando había todas esas tierras,
cultivaban para que hubiera de todo, fríjol, mauja, arracacha,
ganado, y comían de eso. Recordaba todo esto, recordaba el plato
de comida fuerte que tenía carne, que la cuchara quedaba parada en el centro, y decía que ahora andaba así sin con qué comer,
y lloraba. Esto escuchamos nosotros entre los tres: Carlos nuestro primo, Lorenzo y yo. “Era en 1912 y ahora ando por aquí sufriendo”, decía. Cargaba yerbas de guayabilla, granizo, frailejón,
y con la venta de esto tenía que comprar sal, panela y sus cositas.
Nosotros preguntábamos y preguntábamos y escuchábamos.
Entonces el mayor dijo que siquiera ustedes nos están escuchando, y dijo que: “Algún día estas tierras serán de ustedes, ustedes hoy son niños pero van a estar grandes y, cuando estén
grandes, peleen”.
Cuando empezaron a sacarnos en esta última etapa, nos acordamos de toda esa historia del mayor Anselmo. Siempre venían
[452] l a f u e rz a d e l a g en te
expulsando, desde 1912 venían expulsando, pero ahora fue a
nosotros que nos hicieron lanzamientos. Empezaron a lanzar a
Javier y mama Antonia, mi suegra, y ellos no comprendían el castellano, al igual que el papá y la mamá de Juan ‘Pastor’. Taita Juan
Calambás tampoco respondía a los problemas. Venían destruyendo los cultivos, las casas, quemando y todo. No nos dejaron
nada que comer, no nos dejaron sino el plan de la casa. Destruyeron todos los cercos, los alambres de púa, todo se lo llevaron.
Hicieron eso tan horrible. Pero yo no lloré, y con el finado Juan
Tunubalá anduvimos mucho.
También abrimos como un nuevo camino para donde taita
Javier Calambás y, de tanto caminar, el camino se amplió. Él también habló lo de 1912 y contó que ellos tenían el documento de esas
tierras e insistió en que nos paráramos firmes, que fuéramos fuertes. Ellos siempre prometieron estar detrás de nosotros. Entonces
nos sentimos con cierta claridad y nos sentimos respaldados.
No sabíamos qué quería decir ‘lanzamiento’
Nosotros no éramos mucha gente, éramos mi finada suegra,
la mujer de Juan, y otros que estábamos cultivando y arrancando cebolla en las huertas que teníamos en las partes altas de la
hacienda, porque ya en lo plano nadie tenía149. Las vacas acabamos nosotros mismos. Apenas teníamos cebollales, ajos y ulluco150 allá en Tsoshankullu, que semana a semana mejoraban.
Había un buen lote de finada suegra y había un rancho que una
parte tenía palos y otra parte tenía paja. Alcanzamos a hacer un
rancho grandecito y a veces íbamos a quedarnos. Como la mayora estaba, hacía falta el rancho. Así fue que hicimos en conjunto. Así era lo que teníamos. Y ahora querían sacarnos.
Cuando nos dimos cuenta fue que empezaron a decirnos que
nos saliéramos. Nosotros no queríamos salir y dijimos que no
149
Hay que recordar que Aurelio Mosquera pasó a los terrajeros al Pueblito y les
cedió Banqueta, con el compromiso de salirse de los demás lotes. Pero ellos no
se salieron, siguieron cultivando, y fue de esas pequeñas huertas de máximo una
plaza de extensión que los comenzaron a lanzar en 1972.
150
También papa, haba y coles, según la Diligencia de Reconocimiento y Avalúo.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [453]
íbamos a salir, porque todas las semanas cosechábamos y vendíamos la cebolla. Nosotros no salimos y entonces nos empezaron a mandar papeles. Llegaron hasta allá a la huerta donde
estábamos arrancando cebolla, gritándonos que saliéramos. Nos
decían que si no salíamos nos quitaban por la fuerza.
El manimocho151 subió con un tal Pedronel y el alcalde. Llegó y allí gritaron, y mandaron a arrancar toda la cebolla. Y yo
respondí:
—“Yo no voy a arrancarla. Yo de aquí ¡pa’ donde voy a coger! Usted mismo dijo que no fuéramos a ninguna parte, que
podíamos mantener esas huertas de Tsoshankullu. Yo vivo de esa
cebolla no más”.
—“Yo sí te puedo lanzar, o sino, ¡te voy a quemar ya!”.
—“Quémeme, yo no voy a vivir para siempre. Para morir estoy. ¿Por qué no me mata ya mismo?”.
¡Sería para asustarme! Yo estuve en el rancho, detrás de un
alambre. Él estaba abajo del alambre, gritando. El patrón dijo:
—“Salga y venga aquí”.
Será pa’ pegar, pensé. Entonces respondí:
—“Pa’ qué vino. Usted venga hasta aquí”.
Yo no salí. Estuve contestando desde el rancho no más. No
sé qué me pasó, que no me dio miedo. Que si a la otra venida
encontraba el cerco así, él mismo lo destruía. Que estaba avisando por las buenas. Ya a lo último estaba bravo y dijo que alzaran
la cebolla. Yo dije otra vez: “¡No voy a alzar!”. Y no la alcé. Seguí
cogiendo la cebolla.
¡Ese cebollal era grande! Si uno arrancaba arriba, abajo ya estaba retoñado. Así arrancábamos nosotros. Por eso no hice caso.
Allá subieron de nuevo a la huerta y dijeron que ustedes ya
estaban advertidos que salieran, qué están haciendo que no han
arrancado la cebolla, tienen que arrancarla. Nosotros dijimos que
no íbamos a arrancarla y que no íbamos a salir. Allí empezaron
a decir ya que nos iban a disparar, que nos iban a matar. Entonces yo dije: “Mátennos que nosotros pa’ morir hemos nacido”.
Andaban con otras gentes que decían que eran peritos y con
151
Se refiere a Aurelio Mosquera, quien perdió una mano cuando trataba de dinamitar un lechero, cerca al establo en La Clara.
[454] l a f u e rz a de l a g en te
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [455]
policías. Nosotros hicimos el trabajo normal que siempre hacíamos. Arrancábamos la cebolla, pero dejábamos la semilla.
Decían que iban a hacer lanzamiento y nos llegó la notificación del alcalde Antonio Manzano. Ese papel no lo dirigió a los
hombres. Como yo era habladora, como hasta ahora, me lo mandaron a mi. Quién sabe qué habría pasado si el lanzamiento, estos papeles, lo hubieran hecho al esposo, a Javier, y no a mi. Llegó con la amenaza de que si nosotros voluntariamente no
arrancábamos la cebolla, si no recogíamos todo, ellos harían el
lanzamiento152. Nosotros respondimos que no teníamos que
arrancar la cebolla y lo demás, porque estábamos en lo nuestro.
Después llegó otra notificación que decía que los cultivos que
ustedes tienen, con los peritos y los abogados ya hicimos los
avalúos y que, por lo tanto, los enseres que había allí ya eran de
ellos. Y avisaron que tal día iban a arrancar y destrozar, que para
ustedes ya es el lanzamiento. A cuenta de la mayora mandaron
un perito para avaluar el lote del cebollal y el de otros también.
Ese lote era para cuatro personas, entonces querían sacar a todos.
Un día de lanzamiento era para los cuatro. El papel que recibí
era del abogado Alberto Velasco.
Nosotros nos fuimos a la Cooperativa porque ellos ya se habían organizado, ya tenían tierra y otras cosas. Decía la gente que
en la Cooperativa estaban hablando en favor de la gente pobre,
y entonces nosotros nos fuimos con Juan. Ellos nos dijeron que
la tierra es de ustedes, que algún día tiene que llegar en manos
de ustedes, y que nosotros hemos encontrado unos documentos. Nos dijeron: “No se dejen expulsar, y si ordenan que arranquen la cebolla, ustedes mismos no lo hagan, no salgan por voluntad propia, que si los sacan ellos sería distinto, y nosotros
vamos a estar siempre atentos”.
Los papeles esos de notificación que nos llegaron, nosotros
ni siquiera entendíamos qué era eso, con finado Juan. No sabíamos
152
El 10 de agosto de 1972, el alcalde, por solicitud del apoderado de Aurelio
Mosquera, los notifica de la demanda de lanzamiento por ‘ocupación de hecho’,
es decir, alegando que ellos ya no eran terrajeros sino invasores. No debemos
olvidar que tan solo un año y medio antes Aurelio mismo había informado a los
terrajeros sobre su decisión de eliminar la terrajería. Se hace ahora evidente la
motivación de esta decisión.
[456] l a f u erz a de l a g en te
qué quería decir ‘lanzamiento’. Como no entendíamos bien castellano… Entonces con Pedro fuimos a preguntar a la alcaldía,
cuando estaba de secretaria María Inés, y ella dijo: “¡Ay Virgen
santísima! a ustedes los van a lanzar de sus casas, vayan a ver qué
hacen”. Nos fuimos y allá estuvimos sentados todo el día y nadie
llegó, en todo el día no pasó nada en la casa. ¡Estaban era arriba
en los cultivos!
Bien tarde ya bajaron con el tractor cargado de cebolla, papa,
ullucos y coles, con los mismos terrajeros que estaban a favor del
terrateniente153. A nuestros hombres, como no obedecieron para
arrancar la cebolla, los mandaron a la cárcel. A mi no me dejaron ir, ya me retuvieron, y que tenía que estar en la casa sin poder
ir ni a Piendamó, ni a ninguna parte. Como ya habían avaluado,
querían arrancar, arrasar ellos mismos. Yo insistí que no es de ustedes, que yo voy a cosechar más. Llevé caballo. Yo cargar sí cargaba. Entonces vieron que yo estaba allá y en la puerta ya pusieron
candado. Ya pasó la notificación y arrancaron todo.
En esos momentos taita Alfonso Gembuel, el que vive en Medialoma, vivía en la Quinta de Aurelio. Él no había ido a ayudar
a arrancar cebolla, pero a él también le regalaron. Taita Alfonso
recibió, pero como era muy amigo, vino a avisar que recibió la cebolla, pero que él no fue a arrancar. La mamá de taita Alfonso me
quería mucho; me llamaban awelá. De eso había quedado alguna
amistad. Como arrancaron la cebolla y como taita Alfonso también era terrajero, pero además era empleado del blanco, le llevó
un bulto de cebolla y se lo regaló. Entonces vino a preguntar que
ahora yo ¿qué hago con su cebolla? Como él era bondadoso, dijo
que para mi es como molesto. Yo le respondí que como usted no
fue el que fue a arrancar, usted verá qué hace con la cebolla; yo
me entiendo con el patrón. De ahí fue que empecé a pelear.
Los cultivos eran de Cruz, Teresa la mamá de Juan, y de
nosotros. Entonces fuimos a ver y ya no había ni una mata de
153
Aunque ya se había acabado el terraje, se siguen denominando terrajeros, pues
seguían bajo el dominio terrateniente y con todos o más de los problemas que
sufrían con el sistema de la terrajería. Es así como eran obligados por el terrateniente a arrancar y quemar lo de otros ex-terrajeros, lo cual muchos hacían contra
su voluntad.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [457]
Javier Morales Trochez, esposo de mi hermana Jacinta, nunca se doblegó ante la
represión terrateniente. Hoy en día sigue trabajando en las tierras que defendió.
Foto: Bárbara Muelas Hurtado.
cebolla. Todas las puertas estaban con candados. Pero nosotros,
así hubiera llaves, íbamos siempre allá donde fueron las huertas.
Entonces ya empezó que nosotros no entendíamos, que no escuchábamos, que nos iba a mandar a la cárcel, al Buen Pastor.
A mi marido Javier ya lo encarcelaron. La mamá de Javier, sin
cebolla y sin nada, y su hijo en la cárcel, se quedó llorando.
Encarcelaron a todos
Yo así a medias, atropellado, entendía el habla castellana y encontré que los mayores como Javier, la mamá de Javier y otros,
no entendían ni así. Frente a esa situación, cuando empezó la
represión, no supieron defenderse absolutamente nada. Lo único que hacían era que lloraba la mamá, lloraba el hijo, y había
[458] l a f u e rz a d e l a g e n te
otros hermanos de Javier, pero tampoco tenían un instrumento
de defensa, no tenían habla.
Entonces mama Antonia me dijo que usted que sabe hablar
castellano, hable a ver qué va a hacer con nosotros. Todavía a Juan
no lo habían agarrado, pero rapidito lo agarraron también, mientras andábamos en la Cooperativa. Y a los otros, Juan Calambás,
Cruz Calambás, también los agarraron y los metieron a la cárcel.
Entonces no había quién representara, ni quien hablara porque
todos estábamos encarcelados. Yo me fui a la alcaldía, que por
qué hacía todas estas cosas; y el alcalde dijo que ustedes tienen
la culpa porque ustedes no quisieron salir. Como era el mismo
alcalde que había hecho el lanzamiento…
Ellos ya habían avaluado. Los cultivos y la casita de mi suegra y los elementos que tenían de la casa eran bastantes y, además, llevaron el alambre. En ese momento la casita más grande
era la de mama Antonia y ella era la que tenía más cosas; eso se lo
llevaron y se quedaron con todo. Hasta allí, ella como guardaba
cosas antiguas, lo que llamaban la botijuela y unas bateas, como
se quedó sin nada, quedó llorando más. Cuando avaluaron,
avaluaron un poquitico ahí no más154. Ella tenía también cultivo,
pero el que ella tenía ni en cuenta tuvieron; solamente la notificaron. Viendo eso, a mi no me dio satisfacción. Como los mayores
vivían era de su trabajo y no sabían hablar castellano, entonces lo
que hacían era llorar y llorar. Ver eso a mi me dio mucho dolor.
Pero yo como tenía rabia, nunca lloré. Decidí no llorar en ninguna
parte, ni en la cárcel, ni en ninguna parte, a ver qué me pasaba.
El cultivo de las otras personas lo pasaron por encima. A ermanto Cruz, que murió, quien tenía un pedazo de cebolla155, y a
Juan Tunubalá, sí avaluaron los peritos156. Juan Calambás no tenía cultivos; encontraron solamente una manga de ganado y por
eso solamente quedó en la notificación, y no hubo ningún avalúo, pero le quitaron la manga.
154
Esta casita, tan importante para la mayora, su hogar, fue declarada en la Diligencia de Reconocimiento y Avalúo como ‘rancho inservible’.
155
También papa.
Tenía cebolla, papa, maíz, col, arracacha, alverja y haba, según la Diligencia
de Reconocimiento y Avalúo (Agosto 18, 1972).
156
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [459]
Con Juan Tunubalá íbamos a comentar todo esto a la
Cooperativa de las Delicias. Eran tres hermanos: uno llamaba
Manuel Jesús, que ya está muerto, que ojalá descanse en paz, los
otros eran taita Mariano y Javier. Nos dijeron que no tuviéramos
miedo, que haga lo que haga, lo que hay que hacer es una demanda. Ellos siempre dijeron que el problema era de nosotros
y, con insistencia, la pelea teníamos que darla nosotros, que ellos
respaldarían siempre, que nosotros que sentíamos el dolor éramos los que teníamos que hacer. Entonces explicó que así no
sirvieran para mayor cosa, ahí estaba Asuntos Indígenas y que
también había algunos abogados en el incora. También dijeron que con el Cabildo no podíamos contar: “¡Ustedes qué van
a ir a decirle al Cabildo, esos no van a hacer nada para ustedes!”.
El día del lanzamiento hubo una reunión en el Concejo, a la
que invitaron al Cabildo para decirles que nos recibieran. Nosotros nunca habíamos hablado con el Cabildo, y ese fue el primer día que hablamos. Empezamos a hablar con taita Isidro Almendra157, que fue el que estuvo cuando empezaron a lanzarnos,
para explicarle la situación y pedirle que si tenía tierra que nos
recibiera, pero que si no, pues que dijera que no nos podía recibir. El patrón mismo fue el que convocó al Cabildo de Guambía,
a su gobernador, taita Isidro, para decirle que recoja a estos
terrajeros, que se los lleve. La respuesta de taita Isidro fue que ni
ellos cabían en el Resguardo, que por lo tanto no podía recibirnos: “La gente allá donde nosotros es mucha. Si pudiera recibirlos lo haría, pero no puedo. Arreglen ahí no más, dándoles tierra en Chimán”, le dijo al patrón.
Nosotros acudimos a la comunidad grande158 pensando que
nos iba a ayudar a resolver, pero no. Javier Calambás sí nos había dicho que el Cabildo de Guambía no nos recibiría, que tierra no tenían ni para ellos, y que la Cooperativa tampoco tenía
tierra para recibirnos, que ellos apenas estaban empezando. Pero
sí nos garantizó que si en algún momento llegaba la desgracia
de ser expulsados sin ninguna posibilidad, albergarían a la gente
en algún lugar de su Cooperativa.
157
Gobernador del Cabildo de Guambía en 1972.
158
Al Resguardo de Guambía.
[460] l a f u e rz a d e l a g en t e
En esa hora estuvo el Procurador y Asuntos Indígenas.
¡Quiénes no más serían! El alcalde también. Ese es el primer día
que vimos a nuestro Cabildo. Los blancos también eran desconocidos.
Nosotros siempre demandamos toda esa destrucción. Por
estos cultivos ellos habían consignado una plata en la Caja Agraria, pero como teníamos odio nunca recibimos eso. Entonces me
amenazó que porque era muy respondona, que era grosera, y me
dijo:
—“Te encarcelo”.
—“Encarcéleme que yo nada le debo”.
—“Aguardate que te mando para Santa Magdalena”.
Yo no sabía dónde era, pensé que Santa Magdalena era más
allá del mar, entonces le dije que quería ir a conocer. Al fin me
encarceló.
Me dijeron que fuera a recibir la plata, y había que firmar lo
mío, lo de mama Antonia y los otros. Como yo era peleadora, a
mi me había consignado unos pesos más, eran 1.980 pesos, que
incluían las cercas y el rancho. Lo de los otros era nada. A Juan
Tunubalá era 1.280 pesos, pero lo de finado Cruz no eran sino
250, incluyendo el alambre de las cercas. Lo de taita Juan
Calambás se quedó en la notificación, porque él no tenía cultivo y no le reconocieron los cercos. Yo no recibí porque eso era
una injusticia. “Devuélvanos la tierra y, si no quieren vernos aquí,
compren tierra en otra parte y dénnosla”, dije yo.
Fue cuando Aurelio llamó al Cabildo para mandarnos al Azufral. Nosotros decidimos no ir. Dijimos que para allá para el
Azufral vayan ustedes, que nosotros vamos a ir a vivir donde
siempre hemos vivido, que es de nosotros. El Cabildo y todos
estaban de acuerdo con que allá había buenas tierras y nos dijeron que fuéramos.
Como no pudieron darnos la plata a la fuerza, hicieron una
reunión en el Concejo Municipal y nos llamaron. Allí era la interrogación que quién había aconsejado para que hiciera todo
esto. Alguna gente de la Comunidad que no estaba de acuerdo
con nosotros también tenía muchas ganas de mandar a la cárcel
a los de la Cooperativa, a Trino Morales, a Mario Yalanda, que
siempre fueron buenos con nosotros y nos apoyaron. Los jueces
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [461]
ya los habían llamado a ellos primero. A Mario Yalanda acababan de hacerle interrogación, y enseguida estaba yo. Yo estaba allá
sentada y Mario, en guambiano —qué tan bueno es saber hablar una lengua distinta a la de los blancos— me dijo ante el juez:
“Cuidado Jacinta, no vaya a estar respondiendo mal; escuche bien
y responda bien”. Eso a mi me dio valor como para no equivocarme. Yo pensé entre mi, ¡qué haré!
Entonces empezó la interrogación y lo primero que dijeron
fue que quién le había ordenado. Yo le dije que nadie me había
ordenado, nosotros lo estamos haciendo porque es nuestro derecho. Querían era agarrar a Trino y a Mario y a los de la Cooperativa. Pero ¡quién va a estar avisando! Me debe haber ayudado
mi Dios. Cuando empezó la interrogación yo fui respondiendo,
y después vide que he dado buena respuesta. Tenía mucho miedo. Y eso nos sirvió posteriormente. Allá también planteé los derechos, para que reconocieran, no con esa pequeña injusticia,
sino que paguen con algo justo para con esa plata poder comprar tierra en alguna parte. No quedaron de pagar. Pedro dijo que
reconociera.
—“So gran pendejo, ¿no querés el establo?”.
—“Algún día llegamos al establo”, contestó Pedro.
Como ya llegamos. Y yo dije:
—“Algún día llegaremos al plan de la casa que era nuestro”.
En esa forma le hablamos. Yo sabía pelear así, aunque nos
despreciaran y miraran mal, porque nosotros de todas formas
teníamos que llegar allí. Llegamos y ahora estoy contando.
¡De la cárcel casi salgo como profesora del sena !
A mi me llevaron de todas maneras a la cárcel, pero como
yo no había hecho nada, alguien me aconsejó que en la cárcel no
vaya a estar firmando cosas sin saber qué es, sino que cualquier
documento que pasen allá a que firme, siempre apele eso. Y yo
así lo hice. Todo esto después para el abogado salió bien. Así he
andado yo.
Fueron tres veces de detención. La primera, en 1972, fue que
estuviera al entorno de Silvia, que yo no tenía derecho ni a salir
a Piendamó o a Totoró, a ninguna parte. Esa detención era por
[462] l a f u erz a d e l a g e n te
el hecho de no recibir la plata y era hasta que recibiera la plata
por los alambres, por la cebolla, por los ranchos y todo159. Los
amigos y los compañeros siempre estaban por ahí cerca diciendo que no reciban. Siempre la Cooperativa fue muy política, dijeron: “Ustedes no vayan a estar recibiendo, que si reciben no
tienen nada más que hacer, ahí terminan”.
La segunda detención, o sea la primera vez de cárcel, me mandó 27 días. Fue en el mismo 1972, cuando volvimos a la huerta a
cultivar, y en vista de que no quisimos recibir los pagos. Como
no era sino por la plata que no recibí, no era mucho el pago de
cárcel. Yo andaba trabajando en la misma huerta de donde nos
habían lanzado, y de allá de la roza me cogieron. Fueron los policías y me trajeron. Éramos cuatro que estábamos: yo, Juan
Calambás, Juan Tunubalá y Cruz Calambás. Y no me acuerdo si
al papá de Juan también lo encarcelaron. De pronto sí. Inmediatamente después encarcelaron a la mamá de Juan, a la abuela
Antonia, a mi mamá, a Faustina y a la hija de Joaquín de la Chorrera, que llama Agustina. Los metieron aquí en la cárcel de Silvia
mismo, pero a Faustina y a Agustina las mandaron al Buen Pastor en Popayán. La cárcel de aquí yo no la conocí, a mi me mandaron a Popayán. A los otros sí, una y otra vez, en la cárcel de
Silvia. A la mujer de Juan Tunubalá, que llama Josefina, también
le tocó ahí. A ellos siempre los tenían en Silvia no más, pero a
mi me mandaban a Popayán, porque me tenían por alevosa,
respondona.
Como había que pagar una fianza y nosotros no teníamos
con qué, querían que recibiera esa plata para que pagara al juez.
Mucha gente del pueblo decía lo mismo, que ustedes reciban esa
plata, que si reciben no irán a la cárcel. De alguna manera los que
andaban afuera hablaron y me sacaron; en ese entonces andaba
un abogado político que llamaba Omar Henry Velasco, y ese me
sacó. Mientras tanto el período de taita Isidro terminó, porque
eso no es sino de un año.
La segunda vez que me mandaron a Popayán, ya en 1974, me
acusaron de que era demasiado terca, y por eso me mandaron
159
En realidad, todas las veces fue por invasora, porque siguió yendo a la huerta
a cultivar, e insistía en no recibir la plata de las mejoras.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [463]
dos meses. Juntos en ese momento, al mismo tiempo, había otros
encarcelados. Los hombres, Pedro mi hermano, Juan y otros,
estaban todos en Silvia, pero a mi las dos veces fue a Popayán,
con Faustina. Me mandaron allá, para que estuviera comiendo
bueno (risas).
Allá en la cárcel también me preguntaban e interrogaban, y
yo siempre respondí lo mismo, que era por la injusticia y que
consideraba que eran nuestros derechos. “Estoy pagando aquí
cárcel, pagando una injusticia, porque no he hecho absolutamente nada”, siempre he dicho. En la cárcel escribí algunas ideas que
mis amigos hicieron publicar en El Periódico de Popayán del 3
de mayo de 1974.
A mi me mandaban allá a hacer oficio y yo lo hacía porque,
como soy enseñada a trabajar en el campo, a mi no se me daba
nada, por feas que fueran las tareas. Yo no sentía mucho aburrimiento; estuve fue tejiendo mochilas. Como me gustaba hacer oficios, no me gustaba estar de balde, hacía lo que ellos me
mandaban a hacer, y entonces les dije que me trajeran un merino para recuperar el tejido de mochila guambiana. Tejí mochilas y luego, entre las varillas de las ventanas, ahí armé la cincha
sin pedir permiso a nadie, sin explicarle a nadie, y la tejí sin
macana, solamente con los dedos. Cuando ya había avanzado
bastantico en el tejido, la monja guardiana se dio cuenta de lo
que estaba haciendo y reconoció que estaba buena, y fue a traer
una macana y me prestó.
Allí ya empezaron a quererme y me mandó a tejer para ellos
también. Si hubiera estado otro tiempo más, ya me estaban preparando porque necesitaban una profesora para tejidos en el
sena. Pero me llegó la boleta de libertad. ¡Por otro tantico hubiera ido yo también allá al sena, de profesora! Así he andado
siempre.
De todo eso hemos peleado y hemos peleado. El incora me
dio un abogado que llamaba Bernardo Bermúdez, y esto lo llevamos hasta el Tribunal del Cauca. En esa demanda llevamos los
peritos a atestiguar, a buscar vestigios de los cultivos y todo eso.
Es como los tiestos en arqueología, encontrar huellas, vestigios.
Encontraron todo, las huellas, las raíces de los cercos, los planes
de la casa. Cuando dimos poder al abogado entre los cuatro,
[464] l a f u e rz a d e l a g en te
Carta de Jacinta desde la cárcel, publicada en El Periódico el 3 de mayo de 1974.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [465]
como no había más quien gestionara, siempre fuimos yo y Juan.
Como a nosotros nos quitaron todo, la cebolla y las huertas, nos
quedamos sin oficio, las manos libres. Entonces nos dedicamos
solamente a eso por más de dos años, a andar y a andar. Como
los de la Cooperativa hacían minga y otros también, entonces andábamos en minga para abajo y para arriba. Hemos llevado esta
pelea hasta el Tribunal, y el abogado nos diligenció bien, pero
como era con los ricos, ellos también tenían abogados, y creo que
deben haber hecho mucha cosa para obstaculizar. Como los
blancos son así…
El abogado nos hizo bien el trabajo, que casi tuvimos la posibilidad de volver a llegar donde nos hizo el lanzamiento. Pero eso
se perdió, se quedó así.
No pudimos llegar específicamente en el sitio donde nos
hicieron el lanzamiento160. Pero ganamos por el otro lado, porque siempre existían los derechos y pudimos quedarnos en el
Pueblito de la Fundación, que también hicieron mucho esfuerzo para sacarnos de allí, donde ahora vive Javier, de donde ellos
mismos nos habían adjudicado. Siempre fue muy importante
que algunos pedazos de tierra y la casa de Pueblito los ganamos.
160
En diciembre de 1973 la Gobernación del Cauca revocó el acto de lanzamiento,
por haber sido tramitado en forma antiprocesal e injusta. Según el abogado de
los terrajeros, la resolución “ratificó el reconocimiento de terrazgueros de la hacienda Chimán [...] Al presentarse la cesión y la venta de una parte de la finca al
incora para el fin aludido en las Leyes 135 de 1965 y 1ª de 1968, no por ello perdieron 3 de los demandados el carácter de terrazgueros que tenían desde tiempo atrás para convertirse en ocupantes de hecho de los predios cuestionados,
como lo entiende el Abogado-Actor. Téngase en cuenta que la Ley 1ª de 1968, lejos
de tener el alcance propuesto por el doctor Velasco-Caicedo (abogado de Aurelio),
redundó en beneficio de los arrendatarios, aparceros o similares”. Pero finalmente
el pleito se perdió, por términos vencidos.
[466] l a f u e rz a de l a g en te
La recuperación que fue frustrada
Por esos mismos años, el proceso de recupera-
ción fue frustrado. Nosotros, sin Cabildo, sin una organización
muy grande, íbamos venciendo al terrateniente. Pero se atravesó el Cabildo y el maestro Tumiñá se dejó comprar, y negoció
con los terratenientes Aurelio Mosquera y Francisco Morales.
Nuestro objetivo era recuperar la tierra y el objetivo del terrateniente era no dejar que lo hiciéramos. Tumiñá sirvió ahí como agente defensor del terrateniente, intervino para bloquear
el proceso, puso a muchos guambianos y también a muchos
blancos del pueblo en contra nuestra, con la garantía del terrateniente de darle a los blancos unas tierras bien baratas, y a los
guambianos, además de también venderles, regalarle un lote al
Cabildo161, más diez mil ladrillos para un centro de salud en el
Pueblito162, ahí al lado de la casa del profesor Tumiñá. Y la gente
decía que también había recibido unas cabezas de ganado y algún recurso económico en efectivo, aunque en reciente conversación con el profesor él negó esto último.
Cuando Isidro Almendra fue gobernador, nosotros no entendemos cómo surgió, pero cuando nos dimos cuenta fue que este
Tumiñá apareció en la Fundación y rumoraron que ya habían
hecho la primera reunión con el blanco, quien lo había citado para reprimirnos, para que ayudara a sacarnos de la tierra. Nosotros
le explicamos a él, tratando de hacerle entender, creyendo que iba
a ser comprensivo. Pero él nada que se convenció; se convenció de
lo contrario, y ya hizo el primer viaje a Popayán.
161
Según parece, se los dio de palabra y sólo hasta 1976 se los escrituró (Escritura
20 del 10 de febrero de 1976 de la Notaría Única de Silvia).
162
Vereda El Pueblito del Resguardo, diferente al Pueblito de Fundación
Mosquera.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [467]
Sin embargo, Isidro Almendra no estuvo del lado del terrateniente. Pero como hubo cambio de cabildos, ya los siguientes
cabildos fueron distintos, ya vino Antonio Tumiñá, sobrino del
profesor Tumiñá, de gobernador. Como el Cabildo no estaba con
nosotros, el patrón se fue a llamarlo, hablando bien bonito y ofreciendo regalar tierra, diciendo que nosotros éramos los malos y
lo jodíamos mucho. Y como los blancos son así, mientras nosotros peleábamos, a ese nuevo gobernador le empezaron a regalar
tierras, ladrillos, ganado. Ellos recibieron estos regalos y empezaron a decir que los malos éramos nosotros. No entraron a nuestro
favor, sino que lo que debía de ser para nosotros lo recibieron ellos.
El lote de terreno que recibieron era como para sacarnos a la
fuerza. Pero allí mantuvimos el ganado de nosotros; ellos lo sacaban, pero nosotros lo volvíamos a meter. Allí entramos entonces
a pelear también contra nuestra misma gente, con ese Cabildo y
con el profesor Tumiñá.
Finalmente no pudieron sacarnos, ni recibiendo tierra, ni vacas, ni ladrillo, porque nosotros no peleamos por pelear, sino pensando en que cuando niños pasamos trabajos. Por eso fue que nos
enfrentamos a los blancos.
(Jacinta)
Esta versión de Jacinta la confirma Mario Calambás cuando
dice:
Mi papá contaba que Aurelio Mosquera le regaló tierra al
Cabildo, pero a condición de que no vinieran a trabajar más acá y
más bien atajaran a los que estaban yendo a recuperar. Como estos que iban a trabajar no eran organizados por el Cabildo, solos
ya estaban levantando cabeza, el Cabildo no pudo frenarlos. No
pudo atajar. El Cabildo hacía llamados, pero estos estaban fuera
de su control y no acataban.
Mi papá sabía estar hablando que regaló diecinueve hectáreas,
y además recibieron plata. Hicieron fiesta y tomaban aguardiente, e hicieron todos esos compromisos, pero el compromiso solamente lo hicieron ellos.
El gobernador Antonio Tumiñá mismo —quien al igual que
su tío, el profesor, niega haberle servido al terrateniente—, en su
[468] l a f u e rz a d e l a g en te
versión de los hechos deja ver con claridad las artimañas del terrateniente, el uso de alcohol para manejar a los indígenas, y la
actitud asumida por las ‘autoridades’ del Resguardo.
José Antonio Trochez, que también fue gobernador, […] vino
diciendo que Aurelio Mosquera estaba dando tierras baratas a
nuestra gente, […] y como agradecimiento por las tierras ya recibidas iban a venir a celebrar en Pueblito. Entonces me llamó a mi
para que acompañara a este acto […] Decían que iba a subir, y subió […] Se reunieron todos los compradores, que eran bastantes:
Jesús Antonio Tunubalá, Esteban Ulluné y otros. Eran hartos […]
A los unos ya les había entregado las tierras y había recibido la
plata, y otros todavía tenían deuda […] Allí empezó como la amistad que he tenido con don Aurelio. Esto era como el recibimiento.
Como a él le gustaba también el aguardiente, allí estaba entre nosotros tomando aguardiente […]
Don Aurelio me dijo que si el Cabildo necesitaba algo y él podía ayudar, que él había venido a eso […] Entonces se habló de que
el Cabildo no tenía fondos para un viaje a Bogotá y […] que si él
podía ayudar algo económicamente para esto. Él dijo ahí mismo que
él contrataba un bus […] Entonces yo empecé a conocer fue por eso.
Tiempo después de que vinimos de Bogotá me vino hablando de las tierras otra vez […] Después me invitó para que viniera
a verlas, que viniera a ver lo del compromiso, y que ya había entregado al misak […] Me llevó allá por todas partes, entre ellos a
donde el tocayo José Antonio Trochez, a quien le habían entregado bastante tierra, y también a Cástulo Quijano163. A kasuku Esteban Ulluné le había entregado 20 plazas. Me mostró todo eso, toda
la gran cantidad de tierra que entregó.
Regresamos de nuevo en la casa de la hacienda, en el establo,
y vi un poco de terneros […] que dicen ser el Redpool […] Don
Aurelio dijo que todo eso era de él y que me regalaba dos terneros
para la Comunidad, que si quería llevármelos. Yo dije que […]
como nosotros vivíamos en un estrecho, no podíamos tener cuidando un ganado porque no teníamos tierra; que ya que nos iba a
dar los terneros, que nos diera con algo de tierra para mantenerlos allí. Él se sonrió, pero no dijo nada. Entonces se quedó así de
ese tamaño en ese momento.
Un día yo venía para Piendamó y en el puente El Humilladero
me dijo: “La tierra que usted pidió, yo ya resolví darles”. Y me dijo
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [469]
que le acompañara para el siguiente sábado. Yo no me fui nada para
donde iba, sino que me regresé para avisar a mis compañeros. Hice
que avisaran a toda la gente, para que los que pudieran acompañar nos acompañen para eso. Fuimos a ver primero lo de Esteban
Ulluné, que le había dado la tierra fiada, pero como no le pagó le
volvió quitar la tierra, y esa la iba a dar al Cabildo. Entonces nosotros aceptamos recibir eso, y se quedó así. Esto dijo que había donado al Cabildo, pero el ganado no fue dado.
El día de la cita yo bajé con mis alcaldes. Aurelio arrimó al
estanco y no me acuerdo si fueron dos o tres litros, pero los sacó.
Y ellos primero fueron los que me gastaron: Aurelio. Como a él
también le gustaba tomar, y como nos regalaba tierra, nosotros los
que decimos que somos el Cabildo, ¿no darle nada? Mucho misak
los martes llegaba a demandar y nos llevaban aguardiente, y nosotros no gastábamos ese aguardiente. Entonces había unos sobrantes, no me acuerdo si eran 12 o 20 medias de aguardiente. Todo
éste lo cargamos y llevamos y allá nos lo tomamos.
Entonces se nos fue agotando el tiempo, como siempre es así,
y ya se vino el cambio del periodo. Hasta ese entonces no fue por
escritura, sino en palabra. Los Cabildos posteriores fueron los que
hicieron las escrituras. De eso ya yo no me di cuenta qué fue lo que
hicieron.
Y recibieron la tierra. Según la escritura, al Cabildo le dieron 19.9 plazas de un lote llamado Ulchures, frente a Medialoma, en lo que hoy llaman Santa Clara. Mi hermana Bárbara
comenta:
El Cabildo, como no entendía, empezó a apoyar a los que iban
a comprar. Porque en vista de que ya la gente iba ganando, el terrateniente ofreció esas tierras en venta; toda la hacienda en venta.
Entonces, ya compró Cástulo Quijano, ya compraron unos guambianos que eran José Antonio Trochez, Esteban Ulluné, Jesús
Antonio Tunubalá, un poco de personas fueron comprando en diferentes sitios. Entonces, allí salía ganando nuevamente el terrateniente y, claro, la lucha se frustró, porque los mismos guambianos
estaban comprando.
163
Blanco del pueblo.
[470] l a f u e rz a d e l a g e n te
Ya no se podía luchar con un solo terrateniente, sino ya tocaba enfrentar a toda esa gente que compró. Compró la gente del
pueblo, compraron los guambianos, compraron hasta unos caleños, y se hicieron varios dueños. Fue la táctica del terrateniente:
vender así, para enfrentar entre todos.
Esto pasó con la hacienda El Chimán, pero ya no con las tierras de la Empresa El Chimán; eso ya estaba quieto.
Después del lanzamiento empezaron todas esas cosas, porque
don Aurelio sabía perfectamente que ya estaba avanzada esa lucha.
Por no perder, ofreció en venta a todo mundo. Entonces compraron,
y allí estaba metido el Cabildo apoyando a los que querían comprar.
También recibieron otras prebendas, como los diez mil ladrillos que le pidieron al terrateniente dizque para construir un
centro de salud. Pero estos ni siquiera fueron utilizados para este
propósito y, como cuenta el mismo Antonio Tumiñá:
Los ladrillos se estaban partiendo y se estaban perdiendo.
Como yo estaba construyendo mi casa y me faltó un poquito […]
entonces a los miembros de la Junta de Acción Comunal les dije
que tenía este faltante, y hablé con el maestro para que me prestara dos mil ladrillos. Eso lo devolví hace poquito…
Los demás ladrillos habían sido ‘prestados’ a otras personas
de Pueblito y, según lo que contó el profesor Tumiñá, a finales
de 2001 estos aún no habían sido devueltos. Cuando recién se los
dieron, nosotros veíamos el cerro de ladrillo ahí al lado de la casa
de Tumiñá, y protestábamos por esa actitud del maestro.
La construcción de la casa del gobernador Tumiñá fue juzgada por muchos en la Comunidad, según su propia versión,
como prueba de que él había recibido dinero del terrateniente:
[…] la gente empezó a decir que estaba construyendo con la
plata de la comunidad que me había dado Aurelio.
Pero él niega que esto fuera cierto, como también rechaza la
acusación de que hubiera recibido ganado de Aurelio:
Antonio Ulluné, que había sido mi alguacil, dijo que me vio trayendo los terneros, y que yo me le robé a la Comunidad este ganado.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [471]
Yo conseguí solamente un ternero […] Cuando pasamos en
la hacienda, negociaron 12 novillas, entonces mi compadre Cruz
Morales […] me preguntó si quería un ternero y que si tenía un
saldo de plata le diera parte, y la otra parte me daba fiado […] Entonces los que vieron dijeron que había recibido regalado para la
Comunidad, y cuando éste se reprodujo y se hizo varias, todos me
dijeron que tenía el ganado de la Comunidad.
Su esposa, Jacinta Paja, también considera que ellos han tenido que sufrir humillación y rechazo de su propia gente, sin
motivo:
En verdad es que a ratos nos ha tocado sufrir […] Nuestros
hermanos han calificado que hemos robado, pegándonos y
diciéndonos contrarios […] Y tuvimos que venir de arriba hasta
acá (Piendamó) por tanta cosa que ha pasado, que a nosotros nos
daba hasta vergüenza salir caminando. Pero nosotros no hemos
robado, no hemos hecho mal a nadie.
Sobre los acontecimientos relacionados con la venta de tierras a indígenas de tierra libre y a blancos del pueblo de Silvia,
así como con la donación del terreno al Cabildo, Jacinta comenta:
En ese entonces, después del lanzamiento, como la carretera
era buena, trajeron gente en carro, hasta en tractores, y trajeron
todo el Cabildo e hicieron reunión en la escuela con los blancos.
En esta reunión acordaron hacer Junta de Acción Comunal. La
Junta que hay no fue creada por nosotros; fue creada en ese en164
tonces, para que nos sacaran a nosotros, con gente venidera y
los de la Comunidad que se metieron a comprar tierra de entrometidos, como José Antonio Trochez, Esteban Ulluné y varios más.
Esteban Ulluné fue uno que traicionó. Él decía que nos iba a
apoyar, entró a luchar en las reuniones de nosotros, y después se
fue con el terrateniente. Cuando estábamos en pleno problema, él
recibió un lote junto con los blancos, lo trabajó, hizo casa, pero finalmente lo perdió. Yo estaba a punto de ir a la cárcel y él estaba
164
Los blancos del pueblo.
[472] l a f u e rz a d e l a g en te
hablando bien con nosotros […] Vino ahí a la oficina de incora,
que estaba frente a la actual ferretería de Antonio Reyes, y allí fue
que estuvimos hablando […] Ese tal Esteban entró diciendo que
en vez de ir mama Jacinta a la cárcel, iría él, que no me preocupara, que ellos irían. Pero a la hora se fue con el terrateniente.
Aurelio iba a entregarles en un mismo día a los blancos y a los
guambianos que iban a comprar tierra. Para entregarla los llamaron ese día, y ahí él se fue como perro hambriento. Trajeron a varios blancos y guambianos a quienes les ofrecieron tierras, para
presionarnos. En medio de esa situación fue que recibió el Cabildo la tierra, cuando estuvo Antonio Tumiñá de gobernador.
Otra gente también hizo como Esteban. Yo como mujer, si
hago mal, me quedo con eso; y si hago bien, también me quedo
con eso. No hablo dos y tres palabras, ni me volteo. Yo soy firme.
Ellos parecían locos, no ayudaron bien. Por eso nosotros pasamos
muchas dificultades.
Cuando recibieron la tierra dada al Cabildo, éste pidió contribución a la Comunidad para comprar alambre y cercaron esa tierra, y
entonces formaron esa Junta. Y con esa fuerza a nosotros ya nos
querían sacar. El presidente era un tal Efraín Binasco, un blanco.
En esa reunión, desde que inició la discusión, no se qué me
pasó, pero me enfrenté de igual a igual. Como hablaban maltratándonos y Javier, mi esposo, es tan callado, y así era la mamá,
también callada, entonces a mi me dio rabia porque ellos lloraban.
Al ver yo, me pareció que podía enfrentarme y agarré a contestar.
Como mis hermanos se encontraban repartidos, yo agarré a
contestar, porque al ver yo, era muy feo cuando nos lanzaron. Estaba respondiendo bien porque había oído hablar a los mayores
sobre 1912 y me acordé de lo más antiguo, que esas tierras eran de
nosotros. Como así hicieron, agarré a contestar. Como la tierra es
de nosotros, pensé, ¡aunque nos saquen!
En ese entonces ya teníamos la tierra en Malvazá, aunque endeudando, pensando en pagar aunque fuera jornaleando. Como tenía
para donde irme, pensé y me planté, y frente a frente seguí alegando.
Porque al que no se enfrenta lo sacan fácil. Sentía respaldada para
pelear, porque si las cosas salían mal teníamos para dónde ir.
Los terratenientes nos tenían bien analizados. Sabían el grado
de organización que teníamos y sabían que al Cabildo lo podían
comprar. Pero también sabían que con el apoyo del Cabildo no
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [473]
era suficiente, y que necesitaban además a los blancos del pueblo. Por eso les cedieron y vendieron tierras a ellos también.
Según el certificado 81-103 del 17 de marzo de 1981 de la Registraduría de Silvia, entre agosto de 1975 y octubre de 1978
Aurelio Mosquera escrituró casi 900 plazas de tierra de Santa
Clara a blancos de Silvia (Antonio José Cabal, Pedro Nel Córdoba Bolaños, Fernando León Durán Rivera, Gloria Durán de
Alba, Mario Angulo Doria) y a más de 20 guambianos (Mariana
Tunubalá de Muelas, Vicente Tunubalá Muelas, Eulogio Tumiñá
Muelas, Cruz Muelas Muelas, Francisco y José Antonio Hurtado Muelas, Avelino Hurtado Tunubalá, Manuel Ussa Almendra,
Jesús María Morales, Avelino Almendra Tombé, Joaquín
Yalanda Campo, Jesús Antonio Tunubalá, Esteban Ulluné Ussa,
Juan Bautista Ussa Tumiñá, Juan Tunubalá, Lorenzo Tunubalá
Tunubalá, Trino Morales Díaz, Cruz Tunubalá Tumiñá, Julio
Hurtado Morales, Miguel Antonio Muelas Tunubalá, Alcides
Hurtado Calambás, Eulogio Tumiñá Muelas, José Antonio Hurtado Muelas, Miguel Antonio Muelas Tunubalá), además de las
19 plazas del Cabildo de Guambía.
Durante la gobernación de Antonio Tumiñá hubo muchos
conflictos con el profesor Tumiñá y el Cabildo, todo a raíz de los
negociados que tenían con Aurelio Mosquera para no dejar avanzar la lucha de los terrajeros en Chimán. El caso del viaje a Bogotá, para el cual el terrateniente les financió el bus expreso del
que habla el gobernador Tumiñá, fue uno de ellos:
Nosotros teníamos acosados al Ministerio de Gobierno, Asuntos Indígenas, y denunciábamos las actitudes de Aurelio y de las
autoridades del municipio y departamento. Entonces, para ellos
tomar nuevamente prestigio y desprestigiarnos a nosotros como
mentirosos, para decirle al gobierno que el terrateniente era un
buen tipo, bondadoso, que era un humanista, que les daba tierra
y todo lo que los indios necesitaran, y que los que jodían, nosotros los Muelas y otros, no eran sino los desobedientes, los desleales, en una ocasión Aurelio Mosquera y Pacho Morales les dieron
un bus cerrado de Silvia y mandaron un carrado de guambianos
a Bogotá. Tumiñá vino con ese carrado de guambianos.
(Jacinta)
[474] l a f u e rz a d e l a g en te
Claro que hasta razón tendría en eso de que éramos desleales, pues como dice Mario Calambás:
La gente cuando ya no acata, claro que es desleal. Como ya no
regalaban su fuerza de trabajo a ellos, entonces para ellos ya eran
desleales. Cuando la fuerza de trabajo ya no iba para allá sino que
venía para acá, lo hacía porque ya tenía otra concepción. Ahí es,
por ese lado. Cuando por todo los jodían y nada hacían, entonces
ellos estaban bien. Así miraba yo desde afuera.
En todo caso nosotros también vinimos, yo personalmente
vine, vino Jacinta y Juan Tunubalá y otros poquitos; pero
vinimos con la decisión de desenmascarar a Tumiñá. Ellos fueron de día, nosotros vinimos en la noche. Sabíamos que iban a
llegar exactamente al Ministerio de Gobierno, Asuntos Indígenas. Cuando llegaron, nosotros ya habíamos llegado y estábamos allí en la puerta. Cuando ellos entraron, nosotros nos integramos y entramos ahí también. Y de allí, nada que nos
separábamos. Donde quiera que ellos iban, allá íbamos nosotros y los desmentíamos. Les desbaratamos esa venida. Peleamos. Yo estaba recién comenzando y no tenía ninguna experiencia de pelear, pero allí peleamos, le cobramos la tierra, los
ladrillos, y lo incomodamos mucho. Hasta que por fin Tumiñá
y el gobernador se calmaron.
Venía una gente muy buena, como Samuel Velasco y otros,
que eran concientes del problema de nosotros, pero no tenían
ningún poder, ni fuerza para tomar decisión sobre el Cabildo,
porque Tumiñá era el que dirigía, y todo lo que decía él, eso hacían. De esa ocasión Jacinta recuerda que:
Vinimos acompañados con los de Cooperativa, con finado
Juan. Fuimos a la oficina de incora para contar lo que estaba pasando allá, para aclarar que nosotros no somos malos, y a hablar
de nuestros derechos. Llegamos antes que ellos, aunque a ellos les
habían entregado carro.
Para enfrentar, como era entre los mismos, no me daba miedo. En la oficina había mesas con puestos asignados. En la silla para
el gobernador ya estaba yo sentada. Aunque ganaran esta vez, yo
pensé que por lo menos me daría el gusto de haber ocupado la silla
del gobernador.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [475]
Aurelio mismo había conseguido una casa grande donde había todo; yo no recuerdo cómo llamaba ese hotel, pero era un hotel grande, donde había todo de comer, de beber. Había arrendado el patrón mismo. Este hotel era solamente para ellos, y nosotros
nos metimos.
En Bogotá apareció taita Gerardo Morales. Dijo que si él conociera los problemas, ayudaría; y además que no tenía poder, que
solamente era secretario del Cabildo, que nosotros estábamos al
aire, que no teníamos ningún respaldo de este Cabildo.
Aunque nosotros decíamos que éramos de la misma gente,
hablamos la misma lengua, nunca nos quisieron entender. Yo y el
finado Juan Tunubalá entramos hablando con mucha claridad y
no nos dejamos, pero a mi me tocó muy duro.
Hubo autoridades de nuestra misma gente que no supieron
pensar para beneficio de los suyos, y más bien se aliaron con los
terratenientes, como decía taita Segundo Tunubalá:
Como el caso de Antonio de Pueblito […] Ese fue el que recibió a Aurelio un pedazo de tierra. En vez de plantear para el bien
común, recibió solamente el Cabildo unos ladrillos y tres cabezas
de ganado. Junto con el profesor Tumiñá recibieron eso y se hicieron al lado del terrateniente.
Siempre pensaban solamente en ellos, no pensaban cabalmente, sino para el bolsillo de ellos nada más. La justicia debían hacerla legalmente, pero no lo hacían. Por eso es que a ustedes les tocó
tan duro en ese momento.
Los terratenientes utilizaron la falta de claridad del Cabildo
y del profesor Tumiñá para obstaculizar nuestra lucha, porque
en realidad ellos no sabían nada sobre nosotros, nunca habían
conocido cómo vivíamos los terrajeros, ni cuáles eran nuestros
problemas, y no entendieron que nosotros teníamos la razón y
no el terrateniente. Ellos se dejaron convencer, se vendieron, y
se vinieron en contra de nosotros, e hicieron cuanta cosa para
quitarnos fuerza, para reprimirnos. Y nunca les interesó lo que
sucediera con los terrajeros, pues no nos conocían, ni nos consideraban como de su misma gente. Como lo expresa el mismo
Antonio Tumiñá:
[476] l a f u e rz a de l a g e n te
A mi me nombraron de gobernador y yo solamente estaba
encargado de velar por mi Comunidad. Anduve yo con ese compromiso. Nosotros solamente pensamos recibir todo lo que nos
regalaran para nuestro Cabildo y Comunidad.
[…] sobre la terrajería cómo fue, como nosotros no hemos
sufrido en carne propia, entonces no entendemos en claro eso.
Como nosotros no sabíamos la vida de ustedes, sus sufrimientos […], entonces no se si hicimos mal o hicimos bien.
Las reservas del Cabildo son para los sin tierra
Como no había tierra, y no había más qué hacer, los terrajeros
que habían sido lanzados se metieron en esa tierra que regaló el
terrateniente al Cabildo. Se metieron allí porque no había más a
donde. Nosotros hacíamos el argumento de que ellos también
hacían parte de la Comunidad y por eso tenían derecho.
Fue tan horroroso que el blanco le diera una tierra al Cabildo
de Guambía con la única condición de que nos reprimiera para
expulsarnos. La tierra esa que regalaron al Cabildo, que después
fue comprada por Rafael Hurtado, la ocupamos nosotros con un
ganadito.
Estando en Bogotá descubrimos la Legislación Indígena. Encontramos que en la legislación decía que a la gente que carecía de tierra el Cabildo estaba obligado a darle tierra. Entonces tomamos más
fuerza para seguir ocupando esa tierra. Nosotros planteamos al
Cabildo de Guambía que como la Legislación Indígena obliga a tener reserva, y la reserva es para los que no tienen, que esto es nuestro: “Ahora lo que recibieron ustedes es de nosotros, porque a nosotros nos han lanzado”. Y no soltamos la tierra.
El Cabildo la había arrendado a particulares. “Aunque así sea.
Cuando nosotros teníamos problemas nunca vinimos donde ustedes, el problema era de nosotros. ¿Por qué no dejaron arreglar a
nosotros mismos. Ustedes por qué se entrometen? Como el Cabildo recibió reserva, eso es de nosotros”, con el finado Juan Tunubalá
planteamos. “Si no se hubiera entrometido el Cabildo, el patrón nos
habría cedido en alguna parte. Como se entrometieron… ese ahora es de nosotros”. Y no aflojamos. Entonces como teníamos el ganado, ellos no podían ocupar ni volvieron a arrendar.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [477]
Pero mientras nosotros estábamos ocupando y teníamos ganado ahí, una noche, con machete, cortaron todo el ganado y nos
lo mataron. Solamente escaparon algunitos que no se dejaron
alcanzar del machete.
Con Juan nos movimos mucho a Popayán, veníamos a Silvia,
así las autoridades no nos escucharan, los jueces, el alcalde, y también en el incora-Popayán. Harto que corrimos, y los pocos animales que teníamos ahí se nos acabaron.
(Jacinta)
La pelea fue larga, dura y difícil. Duramos como unos tres a
cuatro años peleando allí en esa tierra que regaló el terrateniente
Aurelio al Cabildo. Pero como la pelea era compleja y tenía varios frentes, la solución tenía que ser de conjunto, y así lo fue.
Como los terrajeros que en ese momento encabezaban la lucha
estaban peleando a la vez por los lotes y casas de Fundación, el
lote de Coscorrón y el cedido al Cabildo, finalmente se logró la
solución de estos conflictos de manera simultánea.
Defendiendo la casa de Pueblito y aclarando lo de Coscorrón
La insistencia de los terrajeros que habían sido lanzados, en
ocupar el lote cedido por Aurelio al Cabildo, les sirvió para
defender las casitas y huertas de Fundación, de las cuales también los querían sacar. Pero ese pleito de Fundación se pudo
ganar porque, además, desde el principio los terrajeros se habían rehusado a aceptar el lanzamiento de sus casas, a cambio del lote Coscorrón que, para rematar, la Empresa Comunitaria les estaba negando. Entonces, lo uno con lo otro les
permitió entrar a negociar con el terrateniente, y así lograron asegurar sus hogares.
La ganada de ese pleito de Fundación fue porque insistimos
en no aceptar ese primer lanzamiento. Después de tres veces de encarcelamiento, Aurelio nos llamó por las buenas con el mayordomo. Nosotros, al principio no queríamos hablar con él, pero ya a
la cuarta vez que nos llamó aceptamos, y nos fuimos a hacer una
entrevista aquí en el molino.
[478] l a f u erz a de l a g en te
Le preguntamos que qué era lo que le pasaba de hacernos estos encarcelamientos, después de haber dicho que de allí no se moviera nadie. Que aclarara bien lo que dijo, porque nosotros no
entendíamos por qué nos hacía lanzamiento de Fundación, diciendo que para nosotros la tierra estaba en el Coscorrón.
Como también teníamos el problema del lote frente a
Medialoma que había recibido el profesor Tumiñá para el Cabildo,
entonces nosotros, mientras no aclararan, seguíamos dentrando
donde le habían dado al Cabildo.
Así es que le pedimos a Aurelio que nos diera las escrituras de
Fundación para nosotros estar claros. Como eso le daba global a
todos, le dijimos que nos diera independiente a cada uno el lotecito, y él comprometió a dar la escritura y sí nos cumplió. Y así,
tenemos hasta este momento reconocido y firmado con las manos de él, pues ya hablamos por las buenas.
Cuando hicimos las escrituras de Fundación, en ese momento mismo dialogamos muy bien con don Aurelio lo de la laguna
(Coscorrón), qué verdad era, para nosotros irnos a trabajar, para
no seguir molestando allá donde recibió el Cabildo. Nosotros creíamos que de pronto estaba engañando la Empresa, o el mismo don
Aurelio. Entonces preguntamos bien, y dijo don Aurelio que él no
estaba engañando, que él había entregado al incora y al Cabildo
para que a ustedes les adjudiquen, que sí era cierto que él le había
entregado al incora para las cuatro familias. Entonces ya el mismo don Aurelio nos hizo descubrir.
Yo hice una minga grande donde teníamos siempre la parcela, con los de la Cooperativa, los de Chorrera que también estaban con nosotros, y los de Fundación que siempre nos acompañan. Fuimos a picar en todo el camino; cogimos un lote grande y
picamos. Como ya nos dijo don Aurelio que sí era cierto que había cedido a las cuatro familias las 56 has., entonces nosotros ya
descubrimos eso y haciendo esa minga fuimos a trabajar.
En ese momento que hicimos minga grande, ya de ver que
nosotros veníamos venciendo, de ver que nosotros no dejamos, esa
vez ellos, los de la Empresa, tenían un tractor, quitaron el alambre, los postes, ya sacó en esos momentos, y ya nos dejó trabajar.
Así fue que ganamos, y así fue que calmamos, porque ya conseguimos donde trabajar.
Entonces nosotros sí dividimos para esas cuatro familias que
donó don Aurelio al incora para que el Cabildo de Guambía nos
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [479]
volviera a arreglar a nosotros. En esa forma fue que nos cedió, para
esas cuatro familias reconocidas. Nosotros no formamos ninguna empresa, sino que directamente, hasta este momento, disfrutamos trabajando así en parcelas. Peleando fue que rescatamos este
donado de 56 has.
Así hemos estado y no hemos aflojado, y no soltamos la tierra
de Fundación, el Pueblito; también hicimos que resultara para
nosotros esa tierra de Coscorrón que tenía la Empresa El Chimán.
(Jacinta)
Pero para obtener las escrituras de Fundación, los terrajeros
tuvieron que hacer un compromiso con el terrateniente de no
volver a ocupar el lote del Cabildo.
El compromiso que tuvimos fue que nosotros sacábamos
los animales de ese lote que él dio al Cabildo, pues nosotros cada
que nos sacaban los animales al circo de toros de Silvia volvíamos
a meterlos allá donde era del Cabildo, diciendo a ese cabildo
Tumiñá que, mientras no arregle, para qué se entremetió. Nosotros
reclamábamos al Cabildo, y a don Aurelio también, que en vez de
dar al Cabildo nos diera a nosotros que no teníamos: “¿Por qué
le da al Cabildo y por qué no nos arregla a nosotros?”. Entonces,
así en ese enredo, pues para aclarar hicimos este compromiso.
Como dijo que desocupáramos y entregáramos al Cabildo, que
sacáramos los animales que teníamos allí, nosotros sacábamos sí,
pero cuando nos dieran la escritura a todos. Ya en eso, pues sí quedó de dar las escrituras a las casitas de Fundación para cuatro familias, directamente para cada uno. Sí quedó de firmar; ese fue el
compromiso.
Un día dijo que si en esta mañana nosotros sacamos los animales, él ese día mismo firmaba. Así hicimos el compromiso. Sí
sacamos bien de mañana y él por ahí 10 a 11 de la mañana nos
firmó la escritura de las casitas de Fundación para todos cuatro:
Juan Calambás, Cruz Calambás, Juan Tunubalá y Javier mi esposo. Así era el compromiso y así fue que arreglamos ya en ese
momento.
Eran 16 familias. De eso, nosotros éramos cuatro, entonces
12 familias también quedaron allí, pero a ellos dio la escritura en
global. A nosotros sí nos dio escritura independiente, a todos
[480] l a f u e rz a d e l a g en te
cuatro que nos estaban lanzando. Así hicimos el arreglo. Los otros
ahora poco fue que arreglaron. Pero nosotros fuimos los primeros que conseguimos las escrituras directamente con el mismo
patrón.
Así aseguramos la casa donde vivíamos y el lote de Coscorrón.
Entonces ya no volvimos a meternos en el lote del Cabildo. Comprometimos de no volver a meter allá, sino que nos arreglara lo
de Fundación y que nos arreglara lo de Coscorrón que mencionaba. Y dejamos en paz. Así calmó. Eso fue en el 76, con el gobernador Antonio Tombé.
(Jacinta)
Por último, de ver que el profesor Tumiñá y el Cabildo fueron impotentes contra nosotros, el terrateniente volvió y les
arrebató la tierra y vendió a otros. Porque el convenio de darles ese lote allá en La Clara se había hecho con escritura, pero
con un título oneroso que exigía al Cabildo ayudar a bloquear
las luchas, o de lo contrario la tierra sería devuelta al dueño, al
terrateniente. Eso lo hizo Aurelio. Como no logró paralizar, no
logró bloquear, porque los terrajeros, en compañía de los de tierra libre, siguieron la lucha, ese convenio se fue al suelo, se fue
a pique. Según me contaba el profesor Tumiñá, Aurelio metió
abogado y el título fue abolido. La demanda, según Antonio
Tumiñá, fue por ‘lesión enorme’. Entonces al Cabildo le tocó
devolver esa tierra.
Aurelio, para que el Cabildo no saliera con las manos vacías,
en compensación por la tierra le dio 200 mil pesos. Con esa plata él mismo ayudó a buscar la casa que hoy es del Cabildo, en
Silvia. Jorge Rengifo, el ex-alcalde, tenía esa casa para la venta por
200 mil pesos, le entregó esa plata y recibieron la casa.
A lo último ya no pudieron hacer nada. Ya llegó la hora de salir
del Cabildo y ya les dieron casa en Silvia.
(Jacinta)
Así es que esa casa que hoy tiene el Cabildo es también producto de nuestra lucha y no del gran corazón del terrateniente.
Dice Pedro:
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [481]
Los de kausro eran bien vestidos y nosotros con vestidos
rotitos nos miraban con desprecio. Pero esa gente no tenía ni casa
165
de Cabildo; tenían casa prestada no más .
La casa que ahora tiene el Cabildo es esfuerzo y trabajo de nosotros. No es regala’o por el patrón así por así al maestro Tumiñá
y a Antonio Tumiñá, cuando era gobernador; no por buena gente, sino por el trabajo y el esfuerzo nuestro en ese momento, para
que ayudaran a sacarnos para pasarnos al Resguardo, o para que
fuéramos pa’ donde quisiéramos, para eso les dio, para que nosotros no siguiéramos peleando.
Pero la casa no la compraron a nombre del Cabildo de Guambía, sino de la Junta de Acción Comunal de la vereda del profesor
Tumiñá. Después ya, en 1982, durante la gobernación de Abelino
Dagua, nosotros, la Cooperativa, apoyamos para que eso no fuera
para la Junta de Acción Comunal, sino para que el Cabildo se
metiera ahí. Así es como esa casa quedó para el Cabildo de
Guambía. Pero yo no se hasta ahora si legalmente el título aparece a nombre del Cabildo o de Acción Comunal de la vereda del
profesor Tumiñá.
El leído también se ha sabido equivocar:
el Profesor Tumiñá
Francisco Tumiñá fue el primer profesor guambiano. Él enseñaba en la escuela de su vereda. Tenía mucha influencia dentro
de los cabildos y era la persona que siempre recibía a los funcionarios y otros visitantes colombianos o extranjeros que venían al Resguardo, por considerarse el leído y tal vez porque se
contaba entre las pocas personas que hablaban bien el castellano.
Cuando se dieron las últimas luchas por eliminar la terrajería y
por recuperar las tierras que se encontraban en manos de los terratenientes, el profesor Tumiñá desempeñó un papel muy importante, pero no a favor de los indígenas, sino a favor de los terratenientes, aunque hoy en día él niega haber estado a su favor.
165
El Cabildo utilizó una casa prestada de un señor Rubén Pitingo, según Jacinta.
[482] l a f u e rz a d e l a g en te
A mi me acusaron siempre que trabajaba en favor de los blancos. Por eso hasta mi casa me la dañaron. Pero mi conciencia era de
que yo no estaba a favor de los blancos, ni he trabajado para ellos.
(Profesor Tumiñá)
Sin embargo, al preguntarle por qué se le acercó Aurelio en
ese momento, regalándole tierra, ladrillo, ofreciendo ganado,
ofreciendo carro, cuando los terratenientes jamás les regalaban
nada, así estuvieran muy urgidos, cuando jamás tomaban
aguardiente con ellos, ni se acercaban al misak, su única respuesta fue:
Eso lo sabe solamente Antonio (Tumiñá) porque él fue el
gobernador. No se si estos regalos los hizo Aurelio por su propio
gusto. Eso yo no lo se bien, eso yo no me di cuenta.
Cuando le pregunté a Antonio Tumiñá si él pensaba que
Aurelio había hecho todo eso solamente porque era buena gente, o porque quería que ellos lo apoyaran, o por qué pensaba que
se había dado este acercamiento de parte del terrateniente, lo que
dijo fue:
Ahí si yo no puedo saber […] qué pensaba en su hígado. Yo
no se si nos vieron muy pobres, porque el Cabildo no tenía fondos y estábamos como quejándonos que no podíamos ir a Bogotá. Yo no se qué pensó él. Pero […] nunca fue un compromiso
que como Cabildo defendiéramos su hacienda. Yo nunca he comprometido a defender su hacienda, ni verbalmente, ni en serio.
Éste nunca dijo […] ayúdenme a proteger lo mío; eso nunca fue hablado. De la parte del Cabildo tampoco nunca hubo
compromiso. Creo que no lo hizo solamente porque era generoso, sino algo pensaba que íbamos nosotros a prestarnos y favorecer a él, creo que él vino esperando alguna oferta de nuestra
parte para favorecerlo, debe haber venido con una segunda intención […] Como él nunca dijo que lo ayudáramos ni nada,
entonces no hubo tal cosa, nosotros no tuvimos ningún compromiso de esa naturaleza […] De pronto nosotros por ignorancia
nos hubiéramos comprometido a ayudar, si él nos hubiera planteado eso.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [483]
Pero todos nosotros sabemos que cuando estaba en pleno
auge el proceso de organización y recuperación de tierras, el
terrateniente Aurelio Mosquera, en vista de que no podía frenar
la fuerza del movimiento, acudió al Cabildo y al profesor Tumiñá
para que le ayudaran. Y también sabemos que el profesor, en vez
de defender a su gente, le dio todo su apoyo al terrateniente y
consiguió el apoyo del Cabildo, de la Comunidad y de muchos
blancos del pueblo para él. Por eso, aún hoy en día los que fueron terrajeros guardan un triste recuerdo de quien debió haber
sido el defensor por excelencia de sus derechos. Muchos comentan que como él era el que sabía, el que tenía conocimientos,
pensaron que los favorecería, pero que más bien usó esos conocimientos en contra de su propia gente.
El compañero Javier Calambás cuenta que los blancos decían
que el profesor Tumiñá tenía “una cabeza pero bellísima”.
Entonces yo pensé que cuando dicen una cabeza bellísima era
que sabía mucho y que nos iba a ayudar […] Pero el pensamiento
que tiene él no es de ayudar a los misak, sino a los blancos. Dice
que los blancos son los honorables, esa es la palabra que tiene, y
considera que los misak no somos honorables.
A mi pensar, hablaba tanto de un viaje que hizo a los Estados
Unidos, pero no hablaba en favor de los indígenas, sino para fortalecer a los blancos. Y decía que nosotros había que respetar a ellos
y a ellos había que hasta quitar el sombrero, descubrir la cabeza.
Así vide enseñando. Entonces yo me di cuenta que él aprendió y
tiene el mismo hígado de pensar que no es para nosotros, que no
está a nuestro lado. Por eso hace poco yo estuve recordando y
diciendo a la gente que el escudo que él dibujó, encima puso un
cordero dormido como símbolo de pacifismo. Nosotros, como respuesta, mandamos una nota diciendo que los guambianos no éramos ovejos, sino que estábamos luchando por la tierra, y mandamos un folleto de los campesinos con un machete así largo en alto.
Se creía que él era el único conocedor, sabio, sabedor, y de ahí
salió lo que él mismo decía a nosotros: comunistas. Hoy todo mundo sabe y ahora esa ley que decían del comunismo ha expandido por
todo Guambía: las tierras fueron distribuidas. Cuando hablamos ya
de la tierra y el derecho de nosotros, y empezaron a recuperar y recuperaron, entonces ahí fue que vino a doblegar y a agacharse.
[484] l a f u e rz a d e l a g e n te
Hoy en día ya no tiene nada que hablar, pero él tenía el trabajo
de ser el profesor, y de ahí que a los niños les enseñaba lo que los
blancos le ordenaban que debía de enseñar […] A estas alturas, ya
cumplidos los años, ahora ya quedó pensionado, ya no tiene nada
que hablar. Propiamente el profesor Tumiñá es, en el fondo de mi
pensamiento, enemigo del desarrollo de la comunidad guambiana.
Manuel Jesús Muelas comentaba que:
Él fue como el primer profesor, el que sabe, tiene conocimientos,
y a los demás considera que sigan siendo ignorantes. La palabra
de él es la correcta, entonces quiere que todo el mundo acate su
palabra. Él cree que lo que hablan otras personas es incorrecto.
Finalmente él no pudo hacer nada; los otros dirigentes estaban
haciendo el trabajo bien, pensando para toda la gente.
Su influencia sobre el Cabildo y sobre la comunidad en general era grande. Por eso fue tan nefasto para nosotros que, en vez
de estar a nuestro lado, estuviera al lado del terrateniente. Siempre la pelotera era con él porque andaban los otros miembros
del Cabildo, pero se mantenían callados, no decían nada, siempre delegaban en él. “Lo que decía él era correcto para ellos, por
eso se mantenían callados”, comentaba Bárbara mi hermana.
El gobernador no hacía sino estar al lado, parado mirando. Yo
vi una vez en el Núcleo que el gobernador lo único que hacía era
leer un escrito que Tumiñá había hecho, y no lo que él quería decir propiamente de su pensamiento.
Cada vez que un extranjero llegaba a Guambía, el gobernador
siempre traía alguna ruana o sombrero para obsequiarle, y Tumiñá era el que recibía y entregaba. El gobernador parecía un niñito
no más. El que hablaba y el que estaba al frente era él. Cualquier
intervención la hacía el profesor, y los gobernadores se veía que
estaban muy contentos, se inflaban, se crecían, porque tenían a éste
hablando por ellos.
(Luis)
Su discurso estaba siempre centrado, no en las necesidades
de la gente, sino en cuestiones religiosas y en sus recorridos en
el extranjero.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [485]
Con Bárbara pensamos que, como él era el único castellano
y el único que era “Popayán pueblo, patrón de mandar, espejo
comprar, ovejo maleta…”166 (risas).
Jacinta tiene muchos y tristes recuerdos del profesor Tumiñá,
sobretodo porque no reconocía que los terrajeros éramos también misak:
Al Núcleo una vez vino un funcionario de lejos, del Vaticano,
representante del Papa, a contar que el Papa había mandado una
plata del Poppulorum Progressum (1968) para comprar tierra para
la gente pobre, que con eso había que hacer la Reforma Agraria.
Así hablaban. Entonces taita Juan Sánchez nos comunicó para que
nos reuniéramos a ver qué era. Había que reunir harta gente y reclamar, y como estaban convocando y además era un domingo, nos
fuimos un poco de la gente de la hacienda, que también fui con
nuestro Lorenzo. Hablaron y hablaron mucho.
En eso empezó a hablar el profesor Tumiñá, y dijo que aquí
en la comunidad de Guambía no faltaba nada. Dijo que tenían
todo: alverja, papa y todo lo demás, y ganado, mulas, etcétera. Y
nosotros ahí sufriendo, nosotros entre las lágrimas. Así estaba hablando Tumiñá. Nosotros creímos que era cierto cuando él decía
que en la comunidad de ellos no les faltaba nada, porque no conocíamos esas tierras.
Se daba de cacique, y que era el líder, pero en vez de hablar en
favor de la gente, hizo todo lo contrario. Como líder no defendió
cuando decían que había esa plata para las necesidades de la gente. Lo que dijo fue que aquí no había necesidades. Él no debe haber tenido necesidad; nosotros sí las teníamos. En ese momento
estaba Lorenzo; habría pensado hablar algo —era muy tierno, joven, Lorenzo—, entonces pidió la palabra, pero no se la dieron. Eso
pasó con Tumiñá en el Núcleo.
Él nunca reconoció que éramos los mismos misak, y empezamos la dura pelea. Yo cuestioné al profesor que si no éramos guam166
Hace mucho tiempo, cuando los primeros patronos llegaron a Silvia, pero
tenían sus sedes en Popayán, a los terrajeros les mandaban como cargueros con
bestias. Los indígenas no sabían el castellano. Caminaban, los ojos visualizaban
y los llevaba el camino, pero lo difícil era la comunicación con la gente en el transcurso del camino. La gente mestiza que encontraban les preguntaban: “¿Para
dónde va?”, y el indígena respondía: “Popayán pueblo, patrón de mandar”, y les
[486] l a f u e rz a d e l a g en te
bianos cómo es que nosotros hablamos guambiano. Nosotros nos
hemos quedado enredados, un grupo pequeño, aislados del resto
de la comunidad grande que es Guambía, quitados las tierras,
empobrecidos, que no teníamos ni un trapo para cubrir el cuerpo, entonces ya teníamos miedo hasta de salir al pueblo. Fuimos
un grupo discriminado de extrema pobreza. Pero él ni siquiera sabía, ni siquiera conocía lo que éramos nosotros, y tanto en el Concejo Municipal, como en la alcaldía de Silvia, como también en Bogotá en las instituciones, particularmente en el incora, leía un
documento escrito en mano, y calificaba que esta gente eran los
terrajeros desleales y que por eso eran para expulsar de esas tierras.
En ese entonces yo ni entendía bien el castellano, pero pude
entender ese calificativo de ‘desleal’. Nosotros dijimos: “Para usted saber que éramos terrajeros desleales ¿es que usted estuvo
arrancando maleza con nosotros, estuvo trabajando con nosotros?
¿Cómo le consta a usted que somos terrajeros desleales?”. Yo con
ira le dije al profesor Tumiñá que usted no fue terrajero, usted
nunca vivió con nosotros, nunca estuvo con nosotros, no lo habíamos visto nunca, entonces usted cómo hizo para saber todo
esto, para venir a calificar esto; nosotros a usted no lo conocemos.
Planteamos que nosotros, porque conocemos, porque sufrimos,
porque hemos pagado terraje, sabemos que somos de ahí, y por
eso consideramos que tenemos unos derechos. Y así planteamos
en el Concejo, en las alcaldías y en todas las instituciones en Silvia,
Popayán y Bogotá.
Me he equivocado mucho pensando que el profesor Tumiñá
podría representar a nuestro favor. Como el que más conocimiento
tenía era él, guardábamos la esperanza de que iba a representarnos, pero no fue así y por eso nos peleamos mucho. Allí me di
perfecta cuenta que él jamás representaría a la gente pobre, que no
conocía la hacienda de los terrajeros y, cuando vino, lo hizo en
contra de nosotros. De todo esto, como nosotros teníamos la razón, no perdimos; encontramos algo y lo tenemos en nuestras
manos. Y así hemos pasado, y así descubrimos que a los pobres no
voltearía a mirar. Y así terminó.
preguntaban: “¿Qué lleva?”, y respondían: “Espejo comprar, ovejo maleta”. Esas
fueron como las primeras hablas castellanas del indígena, que nunca conocía esta
otra habla. Esta oración de respuesta la aprendieron muchos a decir casi igual
siempre. Muchos años después, cuando el mismo indígena comprendió un poco
más el castellano, la oración se convirtió en un chiste entre nosotros.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [487]
Cuando lo llamó el patrón y ofreció prebendas, recibió todo
eso: la tierra, las vacas y los ladrillos. Ya luego trajeron los blancos,
también los guambianos, los que más tenían, y el patrón prometió vender la tierra. El profesor vino también apoyando eso, solamente para sacarnos a nosotros y meter otra gente. Entonces salimos peleando duro. Nosotros ya en él no creíamos nada. “Usted
por qué viene a meter en las cosas que no son suyas, que no sabe,
usted no conoce nuestro problema”, le decía. Tumiñá fue siempre
de allá de la parcialidad, pero vino acá a tocar lo que no debía haber tocado. Él fue inteligente, pero a veces como que se le iba la
inteligencia.
Como el proceso siguió, con mi papá decían que eran amigos.
Siempre venía aquí a la casa a saludarlo, y un día llegó y pidió perdón. Pensé que debía ser así. Trajo un agua y nos sentamos a hablar. Entonces yo pensé que él se había equivocado y, como ya
habían pasado las cosas, ya habíamos recuperado, pensé que yo
también en algunas cosas me habría equivocado de haber peleado tanto. Desde allí ya seguimos saludándonos, pues él había pedido perdón; pero quedó bien reconocido que no iba a representarnos. Así me di cuenta que el leído también se ha sabido
equivocar.
[488] l a f u e rz a de l a g en te
Esperando al grueso de la gente
Mientras las cuatro familias de terrajeros man-
tenían la lucha con el terrateniente, el incora, el cric, las directivas de la Empresa Comunitaria, y el Cabildo, la Cooperativa seguía encabezando el trabajo por la recuperación de las otras
tierras. La interferencia del Cabildo y del profesor Tumiñá a favor del terrateniente dificultó y retardó las cosas, pero finalmente
se produjeron las movilizaciones masivas que permitieron la recuperación de importantes extensiones de nuestro antiguo territorio.
De esos acontecimientos Jacinta cuenta:
Cuando la situación se fue agravando, el patrón nos llamó a
mi y a Juan Tunubalá, para decirnos que nos daba una tierra, que
comprometemos a darles para que no sigan allá con esa gente, para
que se separen y para que no vayan ustedes más a la cárcel, y no
peleemos más.
Nos quiso hacer como a Tumiñá, para que no viniera la gente
masivamente. Nos ofreció 10 hectáreas, del molino para arriba,
frente a la Misión Evangélica Ambachico, donde están cultivadas
ahora las fresas. Así como le había dado al Cabildo, de igual manera nos ofreció a nosotros para que nos quedáramos con eso. Era
una estrategia también darnos allí cerquita, condicionado a que
no subiéramos más arriba a pelear.
Pensábamos mucho con Juan que si recibíamos las 10 hectáreas, como la situación era muy crítica y no teníamos nada qué
hacer, ni a dónde ir, no nos daría ni sueño ni nada. Pero más bien
fuimos a contarle a Javier Calambás y él dijo que había mucha
gente sin tierra en Guambía, que ellos estaban levantando un censo
para ver cuánta gente guambiana no tenía tierra, que no cediéramos, que no aflojáramos, que en algún momento toda esta gente
desataría a venir a recuperar todas esas tierras. Decía que la gente
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [489]
Javier Calambás Tunubalá, un dirigente que nos orientó en un sentido amplio, para
recuperar nuestras tierras e identidad.
[490] l a f u e rz a d e l a g e n te
del común, que también fue de la hacienda, estaba esperando en
algún momento la recuperación.
Como también había otro poco de gente en la que había mucha resistencia para esto, Javier insistió mucho para que nosotros mismos, los terrajeros, fuéramos a hablar con ellos, porque
a nosotros sí nos iban a escuchar. Pero fuimos y hablamos, y la
respuesta que daban era que aquí donde estamos estamos bien,
aquí nos regalan comida. Que se sentían bien. Y vimos que no
había posibilidad de que vinieran a respaldar. Javier decía que
algún día tendrían que entender e insistió mucho para que no
cediéramos.
Viendo esa situación de escasez de tierra, decidimos no aceptar resolver solamente el problema de los dos, sino que atendimos
la petición de Javier para más adelante resolver el problema de
todos. Entonces, en vez de recibir, seguimos recuperando con los
de la Cooperativa. Ahí fue cuando me mandaron a la cárcel por
segunda vez (1974).
De todas maneras, entre nosotros no más podíamos dar un
golpe duro al patrón. Ya había posibilidad de vencer entre pocos.
Fui a avisar a todos los que estaban en lo caliente, pero ellos no
hicieron caso. Nos miraron como si hubiéramos estado mintiendo. En ese entonces taita Abelino Dagua era presidente de la Junta
de Acción Comunal en San Antonio (Morales). Ellos también eran
terrazgueros. Les avisamos, pero no quisieron venir. Dijeron que
ellos ya habían comprado sus lotecitos en tierra caliente y que allá
estaban bien, que trabajáramos nosotros nomás.
También fuimos a Malvazá, porque la gente vivía en un pantanero. Vivía por Malvazá, en Las Ánimas, un hijo de Anselmo Muelas, ese que, cuando estaba joven, se había ido con taita Luciano
Muelas y Carlos Muelas a acompañarlo hasta Bogotá ¡a pie! Entonces me fui a invitar a ellos también. Que nos pasa este problema, pero dicen los de la Cooperativa que de pronto podríamos recuperar. Y como nosotros sabíamos que en 1912 había
andado el abuelo Muelas, pues pensamos que un hijo de ese
podía venir a acompañar. Fuimos a invitar, pero él se había vuelto
creyente en la religión evangélica Alianza Cristiana, y pues tampoco quiso.
Entonces no había nadie para nosotros. Así fue que planteamos
casi solos, con los pocos de la Cooperativa, con los pocos de la
Comunidad y los de la hacienda. Por eso, la lista de los que salieron
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [491]
167
fue de unas 60 a 62 personas no más . De todos los que nosotros
quisimos invitar, pues no salió sino esta gente. Ni el Cabildo de
aquí, ni los de abajo nos voltearon a ver. Nos dejaron a nosotros
solos. Muy pocos salieron.
Como ya estaba planteado pedir ampliación de las tierras con
la Cooperativa, como el Cabildo de ese entonces no quería, nosotros habíamos hecho documentos de solicitud, peticiones, en La
Clara y todo eso168. Todo esto lo hicimos para que no se diera como
sucedió en 1912, una traición con la gente.
Entonces, lo poquito que pagaban de los avalúos del lanzamiento, nosotros no recibimos. No recibimos ni la plata, ni tampoco la tierra que decían que nos iban a dar. Siempre esperamos
al grueso de la gente, así ellos nos hubieran rechazado. Y por el
hecho de haber escuchado a Javier, y de nosotros no haber cedido
por nada, fue que se logró venir todo ese grueso de la gente que
hoy está en esas tierras.
Yo tengo que agradecerle mucho mucho a la Cooperativa, porque decía que el problema era de ustedes, y ustedes sigan insistiendo, las mujeres también tienen que hablar, las mujeres también
tienen que pelear. Ellos a las mujeres no nos dejaban atrás, sino
que nos apuntalaban y nos apoyaban. Decían siempre que ustedes contesten, ustedes respondan, nosotros cómo hacemos. Que
así fueran los indígenas o los blancos, tienen que enfrentar son
167
Los que fueron a la cárcel, según la lista de Jacinta son: Asención Tunubalá
Gembuel, Lucía Sánchez, Agustina Morales, Joaquina Sánchez, Jesusa Tunubalá,
Juan Tunubalá H., Javier Morales T., Lorenzo Muelas H., Joaquín Tombé Y., Felipe Tombé Pillimué, Luis Ortega, José Tunubalá, Francisco Tombé P., Miguel
Antonio Tumiñá, Anselmo Tunubalá T., Juan Tunubalá T., Francisco Tumiñá,
Luis Felipe Paja Y., Eulogio Tumiñá P., Cruz Tumiñá Cantero, Jesús María Paja,
Agustín Tunubalá, Mario Calambás, Domingo Morales, Juan Ignacio Tombé,
Joaquín Calambás, Avelino Calambás, Vicente Calambás P., Vicente Yalanda Y.,
Manuel Fernández, Antonio Morales V., Ignacio Morales, Antonio Tombé,
Avelino Trochez T., Juan Yalanda, Vicente Tombé, Juan Sánchez, Julio Sánchez,
Joaquín Morales C., Manuel Jesús Muelas, Julio Yalanda, Manuel Trino Yalanda,
Jesús María Calambás, Juan Calambás Sánchez, Cruz Calambás Sánchez, Marcos Cuchillo, Javier Calambás, Javier Tunubalá, Joaquín Morales Trochez, Antonio Tunubalá, Joaquín Tombé, José Antonio Cantero, José Antonio Morales, Javier Morales, Manuel Ulluné, Antonio Tunubalá, y Cruz Calambás M. En otra
lista aparecen además Antonio Ulluné, Cruz Ulluné, José Velasco, Custodio
Tumiñá, Joaquín Chirimuscay, de La Chorrera y El Chimán.
168
Se refiere a las muchas cartas de petición que enviaron al incora para que
le comprara a Aurelio y les adjudicara a ellos.
[492] l a f u e rz a d e l a g en te
ustedes. Que usted, así sea mujer, hable, porque cómo en otras
partes, como las mujeres paeces, ya hay hasta gobernadoras. Solamente los guambianos hemos sido así, que dejamos a la mujer
atrás. Entonces yo sentí que esto era un gran apoyo, y seguimos
confrontando: a blancos y al misak. Yo iba hablando, no importaba que fuera el alcalde, el juez, los abogados, y no derramé lágrimas frente a ellos. A los de la Cooperativa no se les puede olvidar
nunca este acompañamiento.
José Gonzalo Sánchez, Manuel Quintín Lame, todo el mensaje que vinieron dando, el resultado es la tierra que tenemos recuperada, que dicen que es la madre y como madre está produciendo
y va a seguir produciendo. Esto es como un ejemplo a la gente
nueva que hay, y las que vendrán, para que vivan de ella; ni deben
vender, ni deben arrendar, ni deben hipotecar, que la tierra solamente se necesita trabajarla. Si esto se diera, como deseamos que
sea, será nuestro bienestar a largo plazo.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [493]
José Joaquín Paja, Gobernador de Guambía en 1853.
Acuarela de Henry Price.
[494] l a f u e rz a d e l a g e n te
La autoridad guambiana
Es difícil saber cuál fue el comportamiento de
la autoridad guambiana en las épocas más antiguas. Sabemos
que en algunas situaciones estuvieron del lado de nuestra gente y hasta fueron reprimidas por hacerlo. Cuando se trabajó por
conseguir el título 1051 de 1912, el gobernador de la época estuvo activo, como consta en los papeles correspondientes. Pero
también hay mucho comentario de la parcialidad de estas
autoridades a favor de los terratenientes, lo cual no es de extrañar, si se recuerda que ellos eran nombrados por los blancos para adelantar actividades en su beneficio. En las últimas
épocas de la terrajería y dominio terrateniente, la actitud de la
autoridad guambiana fue, en general, bastante lamentable.
Unos más y otros menos, los Cabildos estuvieron del lado de
los terratenientes, y nunca nos reconocieron, ni mucho menos
apoyaron, en la búsqueda de soluciones a nuestros múltiples
problemas.
En ese entonces yo vi varios gobernadores. En la negociación entre Aurelio y el Cabildo, especialmente fue un sobrino
del maestro Tumiñá mismo: Antonio Tumiñá. Él era el gobernador en ese momentico, él fue quien hizo el pacto, él fue quien
negoció. Pero hubo otros gobernadores que tampoco nos apoyaron. Siempre se creía que el terrateniente era amo y señor,
que tenía mucho dinero, mucho poder, y que frente a eso,
¡pobres indios, pobres terrajeros! no tienen ningún poder,
nunca harán nada. Ese era el argumento. Entonces, que lo mejor, para no pelear, para no tener problemas, era renunciar a
los derechos, quedarse callado, conciliar, así se murieran de
hambre, así estuvieran pobres. Esa era la consigna del Cabildo.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [495]
Jacinta cuenta que:
La autoridad del Cabildo en esas reuniones lo que aconsejaba
a los terrajeros era que, cuando hable el patrón hay que escuchar,
hay que acatar, que con el patrón hay que ser formal, hay que ser
leal, al patrón hay que respetar. Nosotros respondimos que por qué
tenemos que acatar, por qué tenemos que escuchar, si nos vienen
hablando malo para nosotros. Teníamos rabia, furia con el patrón.
Isidro Almendra no estaba a favor del patrón. Siempre habló
a favor de nosotros. Cuando yo estaba en la cárcel, él me venía a
ver. No era malo porque entendía. Él era a las buenas, y así estuvo.
De ahí en adelante fue que surgieron los males.
Apenas comenzaba seis meses de pelea y tal Antonio Tumiñá
[…] fue quien más nos persiguió. En Bogotá él hablaba a las buenas, habló un poco a favor de nosotros, pero dijo que él no podía
hacer nada. En Popayán ha estado saludando a las buenas. Él no
era culpable; los blancos tenían la culpa y él les creyó los cuentos.
Antonio Tumiñá fue el que recibió la tierra (1973). Como iban
cambiando el Cabildo cada año, iban traspasando, diciendo que
todo era regalado. Pero nosotros no nos salimos.
Con el que más peleamos fue con taita Juan Tunubalá de Puente Real (1975), y con taita Anselmo Muelas del Cacique (1974). Taita
Anselmo del Cacique estaba al pie de lo que decían los blancos, y
él fue el que nos mandó presos. Después siguió taita Juan Tunubalá
de Puente Real (1975). Con ese peleamos todo el año.
Con el finado taita Juan Tunubalá Hurtado nos tocó ir hasta
Popayán peleando. Peleábamos en Asuntos Indígenas. La gente, los
demás miembros del Cabildo, ya no acompañaban al gobernador,
porque sabían que los terrajeros tenían la razón y no querían meterse en la pelea. Pedimos una reunión y asistieron dos personas
no más. Con el alcalde fue que vinieron. Y a nosotros todavía nos
tildaron de malos en la oficina. A mi me dio rabia esa vez.
A taita Juan lo sentó ahí. Entonces yo le dije a un tal Marco
Aurelio169: “A ese terco para qué lo invitó a la reunión. Otra vez no
me lo vuelva a invitar, porque estoy perdiendo tiempo”. Al gobernador fue que lo llamé terco. Al decir eso le dio rabia porque él creía
que era muy sabio para que una mujer lo insultara. A mi me parecía que me iba a estripar ahí no más. Pero Juan planteaba sólo
169
Marco Aurelio Paz, Jefe de Asuntos Indígenas del Cauca.
[496] l a f u e rz a de l a g en t e
para sacarnos, diciendo que éramos malos. Entonces yo dije: “Donde ustedes yo no voy, porque no tengo nada que hacer”, y le dije
que no se siguiera entrometiendo. “Lo que hacemos nosotros, nosotros lo haremos. Otra vez no me vuelvan a invitar a la reunión”.
Así me vine. Él anduvo bravo, que ni hablaba.
Un día lunes de ofrendas (1975), nos sacaron todos los animales de la tierra del Cabildo hasta el circo de los toros de Silvia. Nos
echaron como la primera vez. En ese entonces aún andaba el finado
Juan, pero ese día no vino; me dejó a mi sola. Me acompañó un tal
ahijado Francisco. Cuando llegamos a la alcaldía estaba Manolo
Martínez de Asuntos Indígenas, que lo trajo Lorenzo para que hablara con el alcalde Jorge Rengifo. “¿Usted por qué le está echando
más leña al fuego haciendo más acusaciones, en vez de ayudar a los
indígenas un poco. Por qué esta atizando más?”. Le dijo Manolo
enojado. “Hoy mismo vayan y entren, mientras resuelven”. Manolo
Martínez habló a favor. Entonces otra vez me dejó entrar los animales a la manga. Hasta ese blanco estaba en favor de la gente, pero
nuestra misma gente estaba en contra. Andábamos así.
Se me hace que fue a mediados de enero de 1976 que taita Antonio Tombé de la Campana, que hoy vive, planteó para no recibir el
mando como gobernador, por el problema de nosotros. Dijo que si
no arreglábamos nuestro problema, no recibía la gobernación. Entonces citaron al gobernador Juan Tunubalá con un alguacil, para pedirnos perdón, en la casa del Cabildo, y nosotros quedamos ya a las
buenas. Antonio Tombé recibió al bastón de mando peleando y en
ese año no dijo nada. Como estuvo enfermo, ni nos quiso lanzar. Así
fue que pasó. Taita Antonio no era malo, y así pasó a las buenas.
A partir de 1976 los problemas con los Cabildos mermaron,
debido al acuerdo que hicieron los terrajeros con el terrateniente
de no entrar más al lote del Cabildo, a cambio de recibir las escrituras de Pueblito.
Taita Anselmo Muelas de Michambe (1977) pasó calladito el
año. Ese no colaboraba con nosotros, ni trataba de echarnos. Manuel Jesús Tombé (1978) tampoco nos molestó. Después, con taita Javier Morales de Guambía Nueva (1979) tampoco pasamos trabajos. Como comenzaron nuevas luchas…
(Jacinta)
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [497]
Y fue sólo hasta 1980, con el finado taita Segundo Tunubalá,
que la autoridad del Cabildo nos reconoció como guambianos,
porque él sí sabía que éramos guambianos, pues su papá siempre le dijo así.
Siempre he considerado que ustedes también eran gente nuestra, sangre nuestra…
Mi padre se dio cuenta que la tierra de allá del otro lado era
del misak, pero ya las habían quitado. Cuando él ya se iba formando
[…] oyó decir que la tierra ya era de los terratenientes. Ya empezaron la revuelta de la expulsión y sacada de la gente. Los que se
iban a ir, que se fueran, y los que se quedaban lo hacían como terrazgueros. A los que quedaban les entregaban algunos montes
para limpiar, para que sea potrero para el terrateniente. Todo era
limpieza para el ganado y para el ganado. Y a no mas tuviera limpio, era para que soltara. Eso supo mi papá siempre.
Entonces mi mayor, mi padre, decía que nosotros no somos
distintos, sino somos los mismos, y decía que eran los mismos
guambianos, pero que habían quedado ya de terrajeros. Y siempre quedaron bajo el dominio del terrateniente. Él siempre hablaba
que era nuestra misma gente.
(Segundo Tunubalá)
Así que fue sólo hasta que taita Segundo fue gobernador que
la autoridad guambiana nos reconoció. Antes éramos tratados
como si no fuéramos la misma gente, como gente mala.
Los terrajeros tuvimos muchos problemas con el Cabildo y,
en general, con nuestra gente de tierra libre. Muchos de ellos nos
desconocían y despreciaban, nos decían que no éramos guambianos, nos trataban como extraños.
Hubo maltrato a los terrajeros de parte de la gente de este lado
[…] El Cabildo también, hasta hace poco, a los terrajeros los manejaba con cierta indiferencia. Como ellos acá a este lado vivían
bien, no pensaban en los de allá […] Eso así vivieron. No se a la
vista de ellos si fue conciente o inconcientemente, pero a la vista
de todos es incorrecto.
(Mario Calambás)
[498] l a f u e rz a d e l a g en te
Por eso, hubo un momento en que pensamos crear un Cabildo aparte. Pero no lo hicimos. Pedro mi hermano comenta esta
situación así:
Nosotros sabíamos pensar y recordar que esta hacienda de nosotros y el título de 1912 se perdió, y volvimos a encontrar. La gente de ese lado, kausro y Anisrtrapu, si ellos nos hubieran desconocido les habría ido muy mal. No habrían podido trabajar en este
lado. Nosotros pensábamos crear otro Cabildo en este lado, con
los de la hacienda no más, recogiendo los que eran de aquí no más.
Como nos despreciaban, por eso pensábamos crear el Cabildo por
la quebrada.
Pero como no eran todos los que nos despreciaban, los que
pensaban mal, por eso, finalmente nos quedamos juntos:
Los que pensaban mal, si hubieran sido más de la mitad… pero
eran pocos los que nos miraban mal. Algunos pensaban bien y
algunos por ignorancia. Más tarde reconocieron. A la gente ignorante no le hicimos caso. Si ellos no hubieran dejado de molestarnos, habríamos nombrado nuestro propio Cabildo.
(Jacinta)
Todos recordamos siempre cómo las autoridades y alguna
gente de tierra libre se vendieron al terrateniente, sin pensar en
nosotros, y cómo sólo fue con el esfuerzo de nuestra lucha que
logramos recuperar nuestras tierras.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [499]
Taita Segundo Tunubalá
y la primera insurrección guambiana
Después de Chimán, pasó mucho tiempo an-
tes que volviéramos a recuperar una finca así grande. Lo fuerte
fue ya Santiago.
Desde lo de El Chimán, durante toda esa década de los setentas, ya éramos conscientes de que había que organizarnos y que
para eso había que llegar donde cada persona, donde cada familia, y en algunos casos a las mismas autoridades. Permanentemente hacíamos reuniones con los de la Cooperativa, pero además había guambianos que se reunían independientemente, sin
Cabildo, y con ellos también discutíamos.
Hubo un momento en que nosotros nos metimos en la
Comunidad, en el Resguardo, no solamente a hablar, sino a trabajar con ellos; nos ofrecimos a ir para ayudar a trabajar en la
tierra, y así lo hicimos. En ese momento conocí un poco más a
Guambía, porque me llevaban a trabajar en la montaña.
Para que la gente tomara conciencia, había que hablar un
poco de la historia. Javier Calambás decía que “estas tierras fueron de nosotros, nos pertenecen a nosotros, estas tierras nos las
quitaron, pero los dueños somos nosotros”. Eso mismo nos habían dicho los viejos, los que lucharon antes, por eso la primera
vez que yo lo oí hablando así, eso como que me dio un convencimiento de que así era. Entonces, casi como ese discurso llevábamos siempre.
Allá llevábamos el casete del Tercer Congreso del cric, del
Primer Encuentro Indígena Nacional, y hacíamos escuchar a la
gente, explicando que ese era el principio que se quería, que ese
encuentro del 73 en Silvia fue muy importante, que el planteamiento de los arhuacos sobre el derecho, de los nariñenses sobre el derecho, de los paeces, de los negros, de los campesinos,
[500] l a f u e rz a d e l a g e n te
Gerardo Morales (1988), Segundo Tunubalá (1980), Ricardo Tunubalá (1981),
Abelino Dagua (1982) y Vicente Calambás (1983) (de derecha a izquierda) se
cuentan entre los primeros gobernadores de una nueva época, en la cual la
autoridad guambiana recuperó su autonomía.
de todos aquellos que hablaron, era muy importante. Todo eso
discutíamos con la gente en Guambía. Entonces, como que
aprendimos de eso, y cada vez fuimos profundizando más nosotros también.
En ese momento ya había salido el libro de Quintín Lame,
entonces lo compramos y leímos. Nos parecía ¡tan importante!
cuando Quintín decía que mientras exista un puñado de indígenas que reclamen los derechos, la tierra ahí va a estar y se podrá
recuperar170. Y eso como que nos reafirmaba mucho el derecho.
Lo mismo nos acordábamos de taita Anselmo Muelas, que cuantas veces llegaba nos explicaba que “estas tierras ustedes reclamen, que nosotros hemos peleado pero las perdimos, reclamen”.
En guambiano ‘el derecho’ se dice “esto es de nosotros”, y
cuando se dice que “es de nosotros” estamos hablando de que
170
Lame Chantre, 1971, p. 133.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [501]
nunca a nadie fue vendido, ni se han hecho traspasos, sino que
nos quitaron por la fuerza, y eso hay que recuperar. Entonces eso
como que fuimos madurando y ese discurso, para nosotros poder convencer, fue muy importante. Porque los guambianos
creían que esas tierras jamás podrían recuperarse, que eran del
terrateniente y que ellos tenían mucho poder. Entonces el discurso de convencimiento era hablar del derecho.
Yo me acuerdo tanto cuando taita Ricardo Tunubalá salía y
decía: “Hay que recuperar sin pago, sin pago a la tierra”. En el
Tercer Congreso plantearon los paeces de Caldono, Patricio
Ácalo, que: “Nos sostenemos hasta lo último a no pagar por la
tierra”. Cuando él decía así, a uno le parecía que era increíble,
porque sin pagar la tierra ¿cómo? Pero cada vez iban afirmando
más el derecho. Fue lento, pero sabíamos que existía ese derecho.
Ya saliendo de Guambía, recuerdo mucho que, desde antes
de retirarnos del cric, también se hacían muchas reuniones
con algunos paeces que tampoco estaban conformes con el
Ejecutivo. En ellas la influencia del pensamiento de Quintín y
otros viejos dirigentes de los terrajeros era muy fuerte. Esto fue
fortaleciendo el desarrollo de un movimiento, entre esas comunidades al margen del cric.
Javier Calambás tenía relación con Jambaló, Pitayó, y de alguna manera nos habíamos relacionado también con los paeces de
Aguablanca, donde estaban organizados en una empresa comunitaria llamada La Andrea. Y ellos ya nos invitaron a donde
otros, ya ampliamos más, y por eso yo empecé a subir a Munchique. Entonces nos fuimos extendiendo un poco. No me
acuerdo exactamente con los de Novirao cuándo empezamos
la relación, pero también nos relacionamos con ellos. Se estableció también una relación con los indígenas de la empresa La
Betulia de Malvazá. Además, estuve en una empresa comunitaria
de los campesinos en Patía, porque también era importante, y
allí fue donde —por insistencia de Javier, quien me decía que
yo sí podía y tenía que hacerlo— por primera vez yo hablé en
público. Allí como que relacionamos con alguna gente, y se fue
ampliando así de esa manera, lentamente. Entonces, empezamos
fue a caminar y a caminar, a hablar a la gente, y en eso pasaron
esos años.
[502] l a f u erz a de l a g en te
Durante muchos años me dediqué a caminar, a hablar a la gente, tratando de hacer
un aporte para recuperar nuestros derechos.
Yo al lado de Jambaló no caminé mucho, para allá caminaba era Floro Tunubalá. Como que sectorizábamos un poco. A mí,
por lo que yo estaba en Mondomo, me tocaba lo que calificaban
el Norte, que estaba más cerca. A Jebalá he ido en algunas asambleas, o he estado en algunos encuentros, pero no he estado así
tan de cerca. En cambio a Novirao sí iba con mucha frecuencia.
Me parecía una comunidad paez tan fácil para llegar, para relacionar, que eso en un ratico se va allá y se vuelve vuelta. Me parecía tan importante, tan estratégica. A otras comunidades
paeces, como Polindara, nunca llegué.
En ese entonces los paeces de Jambaló estaban en un importante proceso de recuperación de tierras, mediante ocupaciones
de hecho, y con su ejemplo también tomaron igual camino los
indígenas de Jebalá, Novirao y Munchique-LosTigres.
Los de Jambaló, como nosotros, trabajaban con el cric hasta
que, con las divergencias políticas que hubo, ellos también se
separaron. No me acuerdo exactamente el año. Me acuerdo de
un dirigente que fue varias veces gobernador, Francisco Gembuel, que trabajaba con nosotros recuperando la tierra, se movía con nosotros, ya independiente del cric, creo que hasta 1982.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [503]
Y recuperaron bastantes tierras que estaban en manos de hacendados de Santander de Quilichao.
Pitayó en cambio no avanzó mucho en las recuperaciones,
porque allá era muy concentrada la política de los partidos tradicionales y los dirigentes eran muy liberales. Que me conste que
hayan recuperado así como Jambaló, no. A Quichaya bajamos,
nos acompañaban de vez en cuando, nosotros también íbamos
allá, pero Quichaya nunca pudo consolidarse, porque era una
comunidad muy aislada, muy politizada por el partido conservador, creían mucho en ellos.
Mientras tanto, en Guambía ya venían algunos pequeños
cambios. Ya Floro y otros empezaron a hablar a la Comunidad;
ya se fue como madurando, madurando. Los gobernadores no
arrancaron a la recuperación, ni enfrentaron los problemas, pero por lo menos dejaban que la Cooperativa y nosotros hiciéramos, nos daban la razón. Veían que era importante recuperar la
tierra, que organizar era importante; lo que no querían era enfrentar. Yo creo que no estaban preparados políticamente.
De muchas, muchas reuniones pequeñas que se hicieron en
Guambía por todas partes, ya vino el año 1980 con el gobernador Segundo Tunubalá, cuando se hizo una gran reunión en la
escuela de Michambe. Después se hizo otra más masiva en el
Núcleo Escolar, donde se creó la bandera, donde fue aprobado
el Manifiesto Guambiano, y también otra cartillita que se llamaba
La Proclama del Derecho. Esta fue como la reunión más importante en la toma de decisiones. Se hizo ya como unos 20 días antes
de la toma de Las Mercedes, entre el 28 y el 29 de junio. En su
intervención para dar comienzo a esta reunión, taita Segundo se
dirigió a todos nosotros con las siguientes palabras:
Hermanos indígenas guambianos, paeces y de otros resguardos, compañeros campesinos, obreros, estudiantes y demás sectores populares, señoras y niños.
Ahora para nosotros están llegando cosas muy buenas […]
Eso yo me estoy sintiendo. Por eso quiero dirigir estas palabras […]
Lo de nosotros va a ser a partir de este momento. Estamos buscando para dar una salida, y esto hay que explicar a toda la gente.
Así estoy sintiendo que me está llegando.
[504] l a f u erz a d e l a g e n te
Taita Segundo Tunubalá fue el primer gobernador guambiano en reconocer a los
terrajeros como misak, y fue él quien encabezó la primera verdadera recuperación
de El Gran Chimán. Foto: Bárbara Muelas Hurtado.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [505]
Indígenas hoy aquí, hoy nos ha tocado ver entre todos […]
nosotros. Entre todos nos estamos dando cuenta aquí de unas
barreras que nos estaban atravesando, unas divisiones. Hicieron
unas separaciones y […] estas divisiones nos han hecho los blancos. Así ha sabido ser. Los políticos y la religión son los que han
venido haciendo estas divisiones. Nos implantaron a nosotros así
y nosotros hasta ahora vinimos a caer en cuenta. Eso nos toca que
pensar nosotros mismos.
[…] antes de la Conquista […] vivíamos nosotros comúnmente. Así ha sabido ser. Y entonces nuestras riquezas vinieron
explotando posteriormente: el oro y la tierra. Nosotros ni siquiera
nos dábamos cuenta cómo nos robaron, y hemos estado perdiendo la totalidad de nuestra cultura. Eso estamos descubriendo.
Hemos vivido esclavizados y explotados, como unos animales que nos hacen cargar las cargas. Así nos ha tocado vivir. Nosotros bien perdidos, no entendíamos nuestros derechos perdidos.
Eso nos toca ver ahora a nosotros. Y esto siempre estaré continuamente avisando. Esto nos toca que pensar nosotros cómo la
tierra se nos perdió. Cuando dicen los derechos perdidos, es que
han sabido estar perdidas nuestras tierras. Esto hasta ahora está
perdido en su totalidad […] Eso es lo que hay que pensar. Y esto
toca entre todos, pueden ser grandes o pequeños, sin ningún distinción hay que hacer la unidad entre nosotros.
Pero es que hay que pensar muy de fondo cómo va a ser para
nuestros hijos, para los hijos que están levantando. Hay que hacer
la unión como sea, hay que aliar con los cabildos de otros resguardos, con otras parcialidades. Es como hoy, que estas gentes que
hoy nos acompañan es el comienzo de este trabajo.
Pero hoy la gente está hablando mucho de que lo que estamos
haciendo es malo. Dicen que queremos robar las tierras. No es que
queremos robar las tierras, sino que nosotros estamos pensando
en las tierras que hemos perdido. Eso es lo que estamos pensando
con nuestra unidad en la comunidad. También necesitamos que
nos fortalezca nuestros cabildos.
Estos que estaban perdidos, parece que en muy corto tiempo
nos va a llegar en nuestras manos. Por eso yo en este momento
estoy hablando a nuestra gente. Hay que hacer un esfuerzo de la
unidad, que nosotros no somos poquitos. Parece que en este punto
no debemos tenerle miedo a nadie. Por esta razón estoy invitando a mi gente. He dicho que va a llegar esta concentración. Me ha
[506] l a f u e rz a d e l a g e n te
tocado estar explicando a todos los compañeros, no solamente yo,
sino muchos, como algunos compañeros presentes aquí, que tienen mayores conocimientos. Y ellos nos están dando ánimo a nosotros para hacer más fuerza. Y algunos mayores que tienen mayor entendimiento, nos estamos integrando. Y esto pensemos entre
todos cómo sea una salida para sacar adelante. Esto hay que pensar para los hijos del futuro.
[…] ¡Desde antes esto fue de nosotros! Resguardos y todas las
demás haciendas, desde antes ¿de quién fueron? (coro: De nuestras gente). Desde antes, esas tierras de la hacienda, ¿de quién fueron? (coro: Fue de nosotros). Y ahora ¿de quién es? (coro: Es de
nosotros). ¡Viva la autoridad indígena! (coro: Que vivan) ¡Vivan los
derechos indígenas! ¡Viva el pueblo guambiano! (coro: Que viva).
Después de esta gran asamblea siguieron las reuniones hasta que se fijó la hora y el día en que se iba a recuperar. Entonces
esto fue un proceso constante.
Ya cuando la autoridad guambiana asumió la responsabilidad política de recuperar las tierras, evolucionó más rápido.
¡Nosotros poquitos habíamos demorado tanto tiempo!
Pero lo cierto es que, mientras los paeces, no sólo los de Jambaló, venían avanzando muchísimo —Jebalá mismo, Novirao
mismo, a pesar de ser grupos pequeños, y el norte del Cauca—,
Guambía nada y nada y nada. Nos movíamos nosotros los terrajeros y los de la Cooperativa, pero la autoridad no asumía esa
responsabilidad. Y mientras no asumía el mismo Cabildo, la
misma autoridad, pues no había otro que pudiera convocar. Por
eso los paeces habían tomado una actitud crítica frente al Cabildo de Guambía. Pero como taita Segundo Tunubalá asumió
la responsabilidad, lo convocaron allá en Jambaló, y allá le dijeron los paeces que los guambianos estaban ocupando muchas
tierras de ellos. Y eso era cierto; en esos tiempos bajaban muchos
guambianos allá, ocupando tierra de los paeces. A veces cedían.
Esta vez dijeron: “Aquí han venido muchos guambianos que están ocupando tierras nuestras. Ustedes también tienen tierra,
ustedes también tienen que recuperar para el bien de su comunidad, porque al no recuperar nos van a seguir ocupando más y
más”. Asumieron una actitud crítica frente a la autoridad.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [507]
Como taita Segundo sí estaba entusiasmado, él sí quería y venía asumiendo la responsabilidad, ese encuentro de paeces y
guambianos en Jambaló era para reafirmar la lucha por la tierra, el derecho a la tierra. Taita Segundo hablaba mucho del punto el Guayupe, allá en Jambaló, y decía: “En Guayupe me invitaron y me dijeron que ustedes también recuperen”. Él decía que a
veces le daba pena, le daba vergüenza, que tantos guambianos
allá y en verdad el Cabildo de Guambía no había asumido esa
responsabilidad de recuperar la tierra; pero que había que hacerlo. Entonces de allá vino decidido a asumir esa responsabilidad. Los paeces llamaron para que asumiera ese compromiso, y
fue muy fructífero. Vino, convocó cada vez más a la gente, y logró organizar masivamente.
Fue entonces, con el mayor Segundo Tunubalá, que para
nosotros se dio lo que yo siempre he llamado la primera insurrección guambiana que recordará la historia, en la que se produjo
una movilización muy grande, con un buen gobernador. Fue el
inicio de una segunda etapa fuerte de recuperaciones. Afortunadamente él pudo; tenía un criterio realmente organizativo, un
criterio de lucha, de trabajo, tenía el coraje necesario para confrontar la situación en ese momento, y pudo organizar. Yo siempre, cada vez que recuerdo, la llamo la insurrección guambiana
más grande que uno haya podido ver.
Santiago sí fue una recuperación de verdad y al Estado le tocó
reconocer que esas tierras eran de nuestras comunidades, que por
la lucha las habían vuelto a adquirir. La de hoy sí es una verdadera recuperación, porque la tierra se la DEVUELVEN a los indígenas. Ya ni la Comunidad ni el Cabildo quedan sometidos a un
nuevo endeudamiento. Pero eso ha venido lentamente.
De tooodas esas angustias, de tooodas esas tristezas, de toda
esa frustración, que muchas veces parecía que nos hubiéramos
acabado, en ese año, el 19 de julio, se entran los guambianos allá
en Las Mercedes, hacienda que había hecho parte del Gran
Chimán y que en ese momento estaba en manos de la familia del
ex-gobernador del Valle del Cauca, Ernesto González Caicedo,
quien la tenía para criar ganado de lidia, toros bravos.
Hasta ese momento los guambianos vivían como amarrados
de los políticos, del cura, de los jueces, del gobierno. Y ese día se
[508] l a f u e rz a d e l a g en te
desató, ya ese día no le hicieron caso ni al cura, ni al juez, ni al
terrateniente, ni al alto gobierno. Todos cogimos la pala y fuimos a trabajar. El gobernador encabezó la toma. Primero entran
más de 600 guambianos, pero los sacan. Dejan un receso de tres
días, descansan, vuelven y se organizan, le meten al tercer día
2000, al cuarto día eran 4000, 5000. Un día oí al ejército que decía
que allí había más de 7000 indios trabajando.
El terrateniente nos echó la tropa, nos echó gases, hubo
encarcelamientos, hubo muertos, el gobernador no podía salir
al pueblo, no podía andar con su bastón, le tocó esconderse para
evitar que le pasara algo; hubo mucha represión.
Pero la pelea fue, no solamente contra la fuerza pública, sino
también contra los toros bravos. A muchos de los que iban a trabajar los levantaban con los cuernos y los tiraban, y hubo muertos también. Eso fue una batalla campal, no solamente con el
ejército y la policía, sino también con el ganado bravo.
Fue permanente el trabajo durante casi dos años, porque uno
no puede ir un día, una noche, y abandonar. Había que estar ahí
hasta desalojar a los terratenientes con todos sus ganados, con
todos sus enseres. En esos días para mi fue la resurrección realmente. Me sentía tan satisfecho, que parecía que me brotaban
lágrimas de la alegría. Parecía que era imposible, que ya no había ninguna posibilidad, pero la gente estaba allí como una reserva, como una cosa guardadita, y en el momento en que se
necesitó, el Cabildo, el gobernador, llamó, y la gente acató, entró a recuperar y se hizo respetar.
Hasta ese entonces las luchas no habían sido tan masivas, porque los de El Chimán éramos poquitos, unos 100 guambianos
que iban a recuperar tierra, y de los 100 unos 20 eran menores y
otros 20 mujeres. Entonces, muchas veces a los menores y a las
mujeres les daban libertad, jodían a los hombres, a los mayores
de edad, y quedaban 50-60 en la cárcel, hasta tres meses en la
cárcel, y eso jodía, desmoralizaba. Así trataban de acabarnos. Pero
ya cuando fueron 2000-3000, ya no pudieron.
Eso nos sirvió, eso fue como el mejor abogado jurídico,
político, y desde entonces no pudieron atropellar tanto, ni reprimir tan violentamente como hasta ese momento. Hasta entonces no habían valido abogados, no valían jueces ni nada, porque
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [509]
la lucha legal no servía para nada; lo que nos vino a salvar fue la
lucha política. Muchos guambianos fueron a parar a la cárcel,
pero no así de un abuso absoluto. Así hubiera cárcel, siempre
había un poco más de respeto, una situación distinta a la que
hubo hasta ese momento. Entonces las condiciones vinieron mejorando un poquitico.
Sobre este importante momento de la recuperación masiva
con taita Segundo, Jacinta dice que:
En 1980 vino el grueso de la gente en cabeza de taita Segundo
Tunubalá. Hasta entonces nosotros no habíamos visto una autoridad que representara, que viniera con bastón, a este lado donde
los que éramos despreciados por esa autoridad.
En ese año hubo un cambio. Vino la gente a recuperar, se
movilizó. Si no hubiéramos hecho esa resistencia, de pronto no
habría habido ese sendero para entrar. Nosotros mantuvimos ese
camino de que tanto hablaba Javier. Nunca lo cerramos, sino que
caminamos para allá y para acá, haciendo mingas y demás. Nosotros insistimos mucho para que la Cooperativa siempre nos
acompañara, hicimos un esfuerzo para que ellos y el resto de la Comunidad pudieran venir a ocupar esas tierras, pensando no causarle daño al grueso de la Comunidad. Entonces se empezó a trabajar en gran escala y los blancos arreciaron el ataque.
Nosotros siempre insistimos al blanco, al terrateniente, que
mientras usted no ha querido resolver el problema, nosotros tarde o temprano tenemos que llegar al plan de la casa vieja, que era
nuestro. Estábamos decididos a llegar ahí, pasara lo que pasara.
Como era la palabra que habíamos dado de que ahí llegaríamos,
tocó que llegar. Entonces ya vino el cambio, la distribución de la
tierra, con el volumen de la gente de la Comunidad.
En ese mismo año los guambianos y paeces que no hacíamos
parte del cric, y los pastos, organizamos —con el apoyo de solidarios no indígenas— lo que se llamó la Marcha de Gobernadores, que salió del Cumbal, Nariño, hasta Bogotá. Ésta fue el
resultado de muchas idas y venidas, durante varios años, de
guambianos orientados por la Cooperativa Las Delicias y de indígenas de algunas comunidades paeces y pastos. Al regreso de
Bogotá, los integrantes de la Marcha entramos a la hacienda Las
[510] l a f u e rz a de l a g e n te
Trabajando en la recuperación de la hacienda Las Mercedes, la cual hacía parte de
nuestro antiguo territorio de El Gran Chimán. Foto: Victor D. Bonilla.
Mercedes para apoyar la recuperación que estaba en proceso. Al
siguiente año, en 1981, se realizó un encuentro en la Cooperativa, para celebrar los 10 años de la creación del cric, con el pensamiento de que el Ejecutivo era el que no servía y que en realidad el cric éramos todas las comunidades organizadas y en
lucha, aunque en verdad todo esto lo capitalizaba era el Ejecutivo. Los participantes en el encuentro se unieron a la gente que
se encontraba en la recuperación, y entonces en esos días unos
2000 guambianos y 1000 paeces subieron hasta allí para acompañar en el trabajo.
Desde 1970, para llegar a 1980 son diez años. Diez años en que
se organizaba y otras veces desorganizaba, diez años de insistencia, de creatividad. Porque no era nada fácil convencer a los
guambianos —muchos de quienes decían que “¡ustedes ni sueñen en ganarle esa tierra a semejantes millonarios!”—, y más
cuando los dirigentes, los que estaban a la cabeza, como los gobernadores, no estaban convencidos de que esas tierras podían
ser recuperadas.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [511]
Después de Santiago
De esto ya hace más de 20 años. Y desde enton-
ces no hemos podido avanzar mucho a lo largo de la recuperación. Si uno se pone a contar fincas, yo creo que hoy podemos
decir, con lo de Chero y lo demás, que se han recuperado unas
25 fincas o algo más.
Después de la recuperación de Santiago hubo un estancamiento de cinco años. Aunque unos pocos continuaron la lucha,
las movilizaciones masivas se paralizaron, y desde 1980 hasta 1985
no se pudo recuperar mucho más. Hubo numerosos problemas
a nivel interno y también con el gobierno. Por una parte, la Comunidad ya se había convencido de que las tierras eran propias,
suyas, y que no tenía por qué pagar, mientras que el incora, por
lo menos hasta finales de 1983, quería obligar a que la Comunidad y el Cabildo se comprometieran a un nuevo endeudamiento para pagar a 15 años. Por otro lado, el incora insistía en ‘explotar’ las tierras en Unidades Agrícolas Familiares, que eran de
20 has. por familia, en tanto que la Comunidad quería ‘trabajar’
con la mayor cantidad de gente posible, así a cada cual le tocara
muy poco.
Esos problemas obstaculizaron el proceso de recuperación
por cinco años, hasta que en 1985 logramos desbloquearlos para
negociar con el Estado, y pudimos arreglar también algunas dificultades que se habían creado dentro de la Comunidad, en la
misma finca recuperada.
En 1985, el pueblo guambiano, reconociéndome como un hermano de sangre, me eligió como su gobernador. Al asumir la gobernación de Guambía, encontré muchos problemas acumulados:
unos del Resguardo, entre comuneros, otros en la tierra recuperada de Santiago, y unos más con el Estado representado en el
incora. Había muchos problemas internos de alinderamiento
[512] l a f u e rz a d e l a g en te
En 1985 el Pueblo Guambiano, reconociéndome como su hermano de sangre, me
eligió como su gobernador. Foto: Bárbara Muelas Hurtado.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [513]
Asamblea en la casa de Santiago, para definir nuestras políticas; 1985.
de terrenos, que requerían corrección, y nuevas familias que necesitaban espacio para construir sus viviendas. También había
conflictos entre católicos y protestantes al interior de la Comunidad. Encontré también una discusión sobre la necesidad de desarrollar un plan para la educación guambiana, cuyo pensamiento y espíritu estuvieran centrados en una educación propia, pues
hacía más de 50 años que la educación al indígena estaba orientada desde afuera, por las instituciones del Estado y los gobiernos, y no era para la conservación de la identidad indígena, sino
todo lo contrario.
En las tierras recuperadas de Santiago encontré un conflicto
muy fuerte al interior la Comunidad, por falta de una distribución equitativa de las mismas. Por ello había una inconformidad general de los guambianos, lo que nos llevó a realizar muchas asambleas internas para aclarar que las tierras recuperadas
tenían el objetivo de resolverle la situación de falta de tierras a
[514] l a f u e rz a d e l a g e n te
la gente de más escasos recursos económicos. Todos tenían derecho, pero había que hacer una preferencia a la gente más necesitada.
Con el acompañamiento de muy buena gente, entre miembros del Cabildo: alcaldes, alguaciles, secretarios, y otros miembros de la Comunidad, logramos movilizar y reordenar la
distribución de las tierras, actividad que llamamos ‘reubicación’.
Le dimos tierra a los mayores de doce años, pues nuestra consigna era ayudar para que todos pudieran trabajar, así fuera en
lotes muy pequeños. Nuestra política era que ningún guambiano
Con la “reubicación” llevada a cabo durante mi gobernación en las tierras
recuperadas, buscábamos que ningún guambiano estuviera desocupado, para que
a nadie le faltaran los alimentos de la supervivencia.
Foto: Bárbara Muelas Hurtado.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [515]
estuviera desocupado, luchar entre todos, trabajar entre todos,
y beneficiarnos entre todos, para que a nadie le faltaran los alimentos de la supervivencia.
También encontré que las tierras recuperadas estaban sin
legalizar con el incora desde 1980. Cuando se recuperó Santiago, el Cabildo y sus dirigentes siempre pensaban que el Estado
debía reconocer todo el globo de terreno de los antiguos títulos.
Hubo un forcejeo permanente para someter a la Comunidad a
un nuevo endeudamiento, hasta que en 1982 llegó a Santiago el
entonces Presidente de la República Belisario Betancur, y lo reconoció como territorio indígena, ordenando que los recursos
provenientes del Fondo Agrario, invertidos en estas tierras, se entregaran gratuitamente a las autoridades indígenas. Sin embargo, los guambianos tenían desconfianza y nunca aceptaron negociar con el incora, por más que insistieran sus funcionarios.
Cinco años duró este impasse, y precisamente en mi gobernación empezamos a tramitar y a negociar con la institución del
gobierno. En 1983 el Consejo de Estado, absolviendo una consulta del Ministro de Agricultura, había abierto el camino para
que el incora pudiera ceder, es decir, entregar en forma gratuita, tierras a los cabildos indígenas171 . Este hecho, aunado a la
decisión del Presidente Betancur sobre el particular, validó la
lucha de los pueblos indígenas por la recuperación de sus territorios. En el caso de Guambía, finalmente el 14 de septiembre de
1985, con la presencia de los funcionarios del incora y del gobernador del Cauca, ante muchos testigos indígenas de distintos resguardos paeces y solidarios no indígenas, fue firmada en
una Asamblea la entrega de estas tierras, para con ellas ampliar
el Resguardo, mediante un Acta de Entrega que fue protocolizada
en la Notaría 2ª de Popayán. A esta Acta se le adjuntó una histórica Constancia del Cabildo y Pueblo Guambianos, firmada también por el incora y el Gobernador del Cauca, la cual hace parte
del documento protocolizado; en ella se reivindica todo nuestro antiguo territorio y se afirma el carácter de recuperación
que tuvo la acción de toma de las tierras de Santiago.
171
Consejo de Estado, Consulta nº 1978, 16 de noviembre de 1983.
[516] l a f u e rz a de l a g e n te
... (siguen dos páginas del documento y cinco de firmas)
Constancia en Acta de Entrega de Santiago.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [517]
Es así como la lucha nacida de los terrajeros lleva a que, por
primera vez en la historia de Colombia, el Estado reconozca
nuestro Derecho Mayor, el derecho que tenemos los indígenas a
nuestros territorios ancestrales, y nos haga entrega oficial de
parte de estos, sin obligarnos a pagar por ellos, sin tener que
quedar endeudados. No se puede negar que, después de tanta lucha y de tanto sacrificio, este hecho fue un triunfo para el Cabildo de Guambía y para los pueblos indígenas en general.
Estos dos hechos fueron muy relevantes, primero porque se
logró zanjar el problema interno de distribución de esta tierra,
y segundo porque se logró dar el primer paso para su legalización con el Estado colombiano. Después de ello ya el pueblo
guambiano se movilizó nuevamente para recuperar otras partes del Gran Chimán.
A finales de 1985, se empezó nuevamente a recuperar las tierras que antes habían sido de un solo dueño, del terrateniente
Aurelio Mosquera. Los pequeños lotes que Aurelio había vendido a muchos de los blancos de la población de Silvia, para
entorpecer la lucha de nuestra gente durante la década de 1970,
también tuvieron que recuperarlos los guambianos. Se trataba ya de fincas pequeñas, pero que pertenecían originalmente
al Gran Chimán. Hoy uno puede no recordar cuántas fincas
eran, pero fácilmente se puede decir que más de 15 fueron
recuperadas a partir de 1985, incluyendo especialmente una
hacienda grande, lo que hoy llaman Santa Clara, que era el fuerte
de Aurelio Mosquera.
Las últimas recuperaciones que he podido ver en este lento
proceso fueron las de 1989. Ya los guambianos pudieron llegar
hasta El Chero, casi colindando con el Resguardo de Totoró. Ha
sido lento realmente, pero fue positivo; pudimos llegar hasta allá,
lo que antes parecía que era imposible.
El proceso de recuperación de tierras debía estar acompañado de un proceso igual de recuperación del pensamiento propio, los valores propios, la educación propia, y demás. Las autoridades y dirigentes de Guambía se pusieron en la tarea, a partir
de 1980, de trabajar en otros campos para recuperarlo todo.
Durante mi año de gobierno le di especial atención, además de
la resolución de los asuntos relacionados con la recuperación de
[518] l a f u e rz a d e l a g en te
la tierra, a los temas del conflicto religioso que amenazaba con
dividir nuestra Comunidad, y a la educación.
El conflicto religioso en Guambía viene de largo tiempo,
pues, como es bien conocido de todos, desde la Colonia uno de
los intereses mayores de los blancos fue ‘cristianizarnos’, o sea,
lavarnos el cerebro con sus pensamientos religiosos, destruyendo nuestros propios sistemas de creencias. Pero en los últimos
años ese problema se había venido agudizando, con la entrada
de representantes de otras líneas de pensamiento religioso. En
1985 el conflicto llevaba más de 40 años y no había entendimiento
entre nuestra gente sobre ello.
Después de muchos diálogos, logramos zanjar las diferencias
y concluimos con un acto ecuménico entre sacerdotes católicos
y pastores protestantes. El resultado de esta labor fue que, al siguiente año de yo entregar el bastón de mando, el pueblo
guambiano eligió como gobernador a un protestante, Henry
Eduardo Tunubalá, a quien recibimos con mucho honor y gran
reconocimiento de la importancia de este hecho para nuestro
pueblo.
Durante mi gobierno se logró también producir el plan
educativo guambiano, para implementar una educación propia
en todo el Resguardo. Por primera vez ocurrió en Guambía que
se empezaron a rescatar nuestros conocimientos propios y nuestros propios valores, mediante un proceso de investigación con
los mayores, los ex-cabildantes, los maestros, la Comunidad en
general, y con el apoyo también de algunos no indígenas de fuera de la Comunidad. Hoy en día creo que fue muy importante
esta labor, porque fue una proyección a largo plazo, hecha con
el espíritu de modificar la educación tradicional del Estado con
otra de nuestra inspiración, para nuestra gente guambiana. El
objetivo no fue simplemente enseñar a escribir y a leer, sino profundizar en los conocimientos indígenas, mirar lo que somos y
hemos sido, para definir mejor nuestro camino futuro, antes de
que sea demasiado tarde.
Pero además del problema interno de Guambía y el de las
relaciones con el Estado, quise trabajar también el problema
externo de las comunidades. Desde 1975, cuando nos separamos
del cric, habíamos seguido trabajando independientemente, y
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [519]
En 1985 acompañé, en mi calidad de gobernador, a las autoridades paeces de
Novirao y Jebalá, a quienes el Estado se había negado a reconocer, para que fueran
posesionadas por el alcalde de Totoró. Foto: Victor D. Bonilla.
[520] l a f u e rz a d e l a g en te
conseguimos algunas relaciones con otras comunidades indígenas; con ellos continuamos el trabajo hasta los días de hoy.
Nosotros los guambianos, junto con los paeces que nos
acompañaban, que eran los de los resguardos de Novirao, la Paila,
hasta 1983 también los de Jambaló, igualmente un sector de
Munchique-Los Tigres, Jebalá y Naya, y los nariñenses que comenzaron en ese entonces: los resguardos de Cumbal, Panam,
Chiles y Mayasquer, queríamos un movimiento diferente, que no
fuera una copia del cric. Con ellos se hizo la primera Marcha
de Gobernadores, en 1980.
En ese entonces pensábamos en hacer una organización sin
cúpula, ni ejecutivo, sin presidente, sin cabeza visible, que tuviera
una estructura horizontal, y que quien convocara no fuera el
ejecutivo, ni el presidente, sino las mismas autoridades, los mismos cabildos; porque nosotros queríamos valorar era a las autoridades, que ellos fueran los que dirigieran, los que filosofaran
su pensamiento y dieran una orientación política a sus comunidades, y que fueran formando a los dirigentes. Queríamos
hacer algo diferente al cric, no tanto en los objetivos de trabajo
expresados en los 7 puntos, que eran importantes, sino en el
manejo político, pues había una gran diferencia entre lo que escribían y lo que uno vivía permanentemente, la forma como
actuaban. Tampoco queríamos copiar las organizaciones sociales de mestizos, de blancos, sino que deseábamos valorar a las autoridades de las comunidades.
Ya en el 82-83, la organización dejó de llamarse Gobernadores en Marcha, para darse el nombre de Movimiento de Autoridades Indígenas del Sur-occidente (aiso). Bajo esa denominación
se vino desarrollando. Pero teníamos algunos altibajos, porque
estas organizaciones que se piensan así horizontales, como no
tienen cabeza visible, un ejecutivo, un presidente, en cierta forma quedan al aire. Mientras no convocaran los cabildos, las mismas autoridades, los mismos gobernadores, no había quién lo
hiciera. Por eso en 1985, cuando fui nombrado gobernador, el
Movimiento estaba en decadencia: no se movilizaba, la gente
estaba quieta.
Me acuerdo tanto que algunos paeces me hicieron llegar
u n oficio en el que me preguntaban qué iba a hacer yo como
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [521]
Con Juan Tunubalá Hurtado, dirigente asesinado, en una reunión en Santiago; 1988.
Foto: Bárbara Muelas Hurtado.
gobernador, si iba a reactivar el aiso, o qué pensaba hacer.
Leyendo eso me preocupé; además, en ese momento yo tenía
ganas de trabajar y de moverme, ganas de hacer cosas, porque
había una enorme necesidad de ello. Entonces empecé a salir y
a convocar a la gente. Hice muchos viajes a Nariño, visité a las
comunidades paeces, los paeces me visitaron en Guambía, se
hicieron asambleas, salí también a las ciudades y visité a los
solidarios.
Ya como ex-gobernador de Guambía, después de 1985 y hasta 1990, tuve la autoridad para movilizarme, y entonces seguí haciendo mucha presencia en Nariño, pensando fortalecer el Movimiento. Y creo que fue efectivo. Yo no conocía Nariño, sólo
algunos pueblitos, pero en esos cinco años caminé bastante, casi
en todos los resguardos, y todo el trabajo se hizo a nombre del
Movimiento de Autoridades Indígenas del Sur-occidente.
En algún momento comenzamos a sentir la necesidad de empezar a hacer reconocer nuestros derechos en las normas legales,
[522] l a f u e rz a d e l a g e n te
así que, por sugerencia de algunos solidarios no indígenas, en
1989 me arriesgué a lanzarme a la Cámara de Representantes por
el Cauca, a nombre de nuestro Movimiento; pero no logramos
el apoyo necesario. Posteriormente, en 1990, fui candidato a la
Asamblea Nacional Constituyente por el mismo Movimiento
aiso, y en esta ocasión sí logramos llegar, gracias al apoyo de
muchos colombianos no indígenas.
Sintiendo que habíamos ganado un espacio a nivel nacional,
mediante el cual nos hicimos conocer y respetar de muchas otras
comunidades indígenas a lo largo y ancho del país, el Movimiento de Autoridades Indígenas del Sur-occidente se convirtió en el
Movimiento de Autoridades Indígenas de Colombia (aico). Éste
Movimiento existe aún hoy en día, aunque los objetivos y el camino trazados por las autoridades que originalmente lo crearon
fueron muy distintos a los propósitos, actividades, y formas de
actuar que se reflejan en la actualidad.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [523]
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Notaría 1ª de Popayán, 1881, Escritura 843
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[524] l a f u e rz a d e l a g en te
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l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [527]
Vocabulario Guambiano
Almentá actual apellido Almendra.
Anisrtrapu vereda El Cacique, Resguardo de Guambía
Ankuchu flor de color rosado del árbol de ese nombre;
apellido de indígenas de Totoró.
awelá nieta
awelú nieto
Bernabekullu Guaicada de Bernabé, a orillas del río Molino.
Chillikkullu Guaicada del Barro, llamada La Chorrera por
los blancos.
ermanto los hijos de los compadres son todos ermantos
entre sí.
Illimpi nombre que significa ave del agua; saliva.
inkiaraju interjección.
Isik nombre que significa viento; lana.
isirik persona peluda; usado para referirse a los blancos.
Kalimpiu Calibío.
kallim espíritu del mundo religioso guambiano que tiene
representaciones femenina, masculina, maligna
y benigna.
Kaluskutsintun sitio sagrado relacionado con los muertos, ubicado
cerca a donde recientemente construyeron una
planta de agua para Silvia.
Kalutu Caloto.
kansro espacio y tiempo de los muertos.
karunchi lagartija.
kasik cacique.
kasuku tío.
kausro las tierras ‘de arriba’, de antes de llegar al
páramo, donde no se produce ni maíz ni trigo.
Keltsi nombre que significa planta rastrera.
Kilkasro Quilcacé.
Kina apellido actual en Guambía; quina.
kueikmantsik espíritu del muerto, posteriormente interpretado
por religiosos como ‘diablo’.
Kuknuk Coconuco.
Kuruschak Planada de la Cruz.
Kuruschakketa Pie del Cerro de la Cruz.
Kurusketa Pie del Cerro de la Cruz.
[528] l a f u e rz a d e l a g e n te
Kurustañik Loma de la Cruz.
Kurusyuk Alto de la Cruz.
Kuskuru lugar en tierra paez, pasando el páramo de
Las Delicias.
Kolinchaku Quilichao.
lusek árbol de tierra fría utilizado para cercos y como leña.
machikchik diminutivo de paez.
Malpasrapchak Malvazá.
Matsorektun Cerro de los Jóvenes.
Maweipisu Laguna del Abejorro, entre Chimán y Mishampi.
michiya casa para el rito de paso de la pubertad femenina.
misak gente; así se autodenominan los guambianos.
misakmera plural de misak.
Mishkuetsikkullu Guaicada donde Mataron al Gato.
Mitsokulli Guaicada del Ciruelo.
musikoropik médico tradicional que se encarga de ‘limpiar’ la
casa donde vivía la persona recién muerta.
mutap tata padrino de bautizo.
Mutauta forma de dirigirse a los personajes más
respetados, como los caciques.
montsulak apodo que significa sopa de coles.
Natoashippi Quebrada de las Candilejas, sitio al que los blancos
conocen como La Bugueña.
Ñimpipisu Laguna de Ñimbe.
ñimpiro arcilla.
Nukotraksro Bogotá.
numama forma de dirigirse a la hermana mayor, a la esposa
del hermano mayor, a la hija mayor casada.
Nupirau Novirao.
Nupirrapu nacimiento del río Piendamó; vereda La Campana.
Nupitrapuik gentilicio para las personas de Nupirrapu.
nutata forma de dirigirse al hermano mayor, al esposo
de la hermana mayor, al hijo mayor casado.
Nuyapalo Plan de la Casa de Mama Manela; vereda San
Fernando.
Palotaro Paletará.
Panikketa Paniquitá.
panku banquito de una pieza labrado de un tronco.
pantso nombre que significa árbol motilón.
Pantsotaro Pancitará.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [529]
ladera del pasto.
espíritu de la nube (negra).
consulta al médico tradicional.
dirigir; mandar con el ejemplo personal.
zona en la vereda de Las Delicias, cerca al antes
llamado Núcleo Escolar, hoy Colegio
Agropecuario Guambiano, y un cementerio.
Pilarautu sitio donde hay árboles de piluk en el cerro del
mismo nombre.
pintsu nombre que significa árbol aliso.
pishau gente antigua.
pishimarop refrescar.
pishimisak espíritu equivalente en partes de Guambía al
conocido como kallim en Gran Chimán.
Pishimpala Pisimbalá.
pishinkuchip regar el refresco.
Pisintarau Pisitao.
Pisuchak Planada de la Laguna Takpipisu.
piuno niño del agua.
piurek plural de piuno.
Piuya Pioyá.
Pullantaro Polindara.
puin helada; nieve; espíritu de la montaña.
Rosaliakullu Guaicada de Rosalía, posteriormente denominada
Renterías por los blancos y actualmente conocida
como San Roque.
Soldadosorinkullu Guaicada del Soldado Enterrado.
srekollik señor rayo.
Sruktrapu Hondonada entre Peñascos; sitio denominado
Caracol por los blancos.
Sruktrapukulli/kullu Guaicada de Sruktrapu.
sronkatsiksro horizonte donde se oculta el sol.
Takpipisu Laguna del Agua de Hollín.
Takpipisuchak Planada de la Laguna del Agua de Hollín.
Takukullu Guaicada del árbol Taku.
tampalkuari sombrero tradicional elaborado en caña brava.
Takpi Quebrada del Agua de Hollín.
tata papá.
Tesha nombre.
Tius Dios.
pastutarau
patakalu
paya moropik
perakuallipik
Pesrotarau
[530] l a f u e rz a de l a g en te
tiusilli pájaro migratorio.
Trerosruktarau Falda de Piedra Podrida.
treromusik espíritu de los muertos que se presenta en forma
de mariposa o de sombra.
Tsaporaintun Alto de la Iniciación, sitio sagrado en Cresta de
Gallo, entre Chimán y Malvazá, donde se hacen
rituales con los jóvenes. También se aplica al filo
Cresta de Gallo, en general.
tsilo planta ritual que tiene espíritu y es secreta.
tsitso capa tejida con fibra vegetal.
tsosha chontillo.
Tsurakutun Loma de la Sierpe.
Tsoshankullu Guaicada del Chontillo.
Tuktaro Totoró.
Tumpe actual apellido Tombé.
Tumpekulli Guaicada de los Tombé.
Tunya Tunía.
Turimpiu Toribío.
Tompiu Timbío.
Umotun Alto del Pepo.
utsolekilli pájaro migratorio.
wañuktsi planta rendidora.
Warkatrapu territorio de la actual vereda de Santiago.
Warkullu Guaicada entre Peñascos, en el actual Santiago.
Wikyakullupi Río Molino.
yalo kaulli caballo negro.
Yaskapchak Planada de la Portada, cerca a la casa de la abuela
Gertrudis Muelas.
Yasrketa Sitio de los Borracheros, en Pablo Paja, al pie del
Cerro de los Jóvenes.
yastau poblado de Silvia.
yautu Popayán.
yuksro lo inhabitable; las tierras altas y pedregosas,
llegando al páramo.
Oskowampik región del Chimán donde vivieron las familias de
las abuelas Rufina Calambás y Gertrudis Muelas
(ver mapa).
nota: Todos los lugares en territorio guambiano que se
mencionan están ubicados en El Chimán, a no ser que
se diga otra cosa.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [531]
Glosario Castellano
(palabras que no están en el Diccionario de la Real Academia, o
que en este texto tienen una acepción diferente a las dadas en él)
abijaba
aguacerada
agüinche
almocabra
amistiar
angucho
bayeta
bimbo
bultear
cachimbo
chagrería
chiguaco
chistear
chucha
chumbar
criado
cueviar
culebrero
embute
encierro
enestico
azuzaba.
aguacero.
hoja metálica que al encabarse servía de machete.
almocafre usado en minería.
hacer las paces.
árbol cuya flor rosada se utiliza como medicina
para la tos ferina; apellido.
paño rectangular de color azul, el cual se envuelven
los hombres guambianos de la cintura hasta media
pierna, sujetándoselo con un cinturón.
pavo.
cargar bultos.
árbol grande que se usa para dar sombrío al café.
cuidado de los cultivos mediante personas
(chagreros) que se dedican a espantar los animales
que hacen daño, principalmente aves, monos,
ardillas, tirándoles piedras con una guaraca
(especie de boleadora).
mirla negra.
bromear.
animal que se cuelga de su larga cola desde las
ramas de los árboles y que suele salir de noche a
llevarse las aves domésticas.
ceñir con un chumbe o envolver a un bebé.
persona recogida y criada dentro de una familia ajena.
revisar la tierra después de la cosecha, para buscar
restos de comida; sin arrancar la mata, seguir la
raíz hasta encontrar la comida (papa, ulluco, etc.);
sistema de cosechar, por ejemplo la yuca amarilla.
donde hay mucha culebra.
arcilla pisada que se utiliza para rellenar las cajas
formadas por los estantillos y las varas de las
paredes en las casas de bahareque.
huerta de cultivo que el terrajero podía trabajar
para su propio sustento dentro de la hacienda.
muy rápidamente.
[532] l a f u erz a d e l a g en te
escampadero lugar donde protegerse del agua y, en general, de
las inclemencias del clima.
espedón corte de césped con tierra que se hace al elaborar
eras, o en actividades agrícolas similares.
gamín persona que vive en la calle.
granizo canelo de páramo utilizado como aromática.
guaicada pequeño valle transversal.
guango atado.
guayabilla planta rastrera de páramo de la que se usan las
hojas para hacer aguas aromáticas.
impasse atolladero.
jechar madurar.
jecho maduro.
jigrada medida de cantidad que corresponde a una jigra o
mochila llena.
juetear fuetear; dar latigazos.
lancar ir a las ancas.
letrear leer o escribir las primeras letras.
macana instrumento de madera dura que se usa para
apretar la trama cuando se teje en telar; ver
también el dra.
macollar retoñar, producir hijos (chupones en el caso del
café, colinos en el del plátanos, etc.).
mallal palo eje del trapiche para moler caña panelera, que
lo hace mover.
mambe sustancia caliza que se obtiene de piedras, conchas
y otras, utilizada en la masticación de la coca.
mangaje pago por el arriendo de una manga.
mauja tubérculo de color blanco o amarillo, con o sin ojo
negro.
mayora forma respetuosa de dirigirse o referirse a una
mujer de edad.
mejicano calabaza, vitoria.
minear trabajar en minería.
ovejo oveja o carnero.
paconga hierba tenida como maleza, usada por indígenas
para producir insecticidas.
pateador que da patadas.
plan tierras planas; terraza de vivienda; aterrazamiento.
posteadora serie de postes.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [533]
precautelativo precautelar.
puchicanga palito con mota de lana envuelta y amarrada en él,
de donde se saca la fibra para cardarla o hilarla.
quetenada las papas, maíz, etc. más grandes.
quicuyo pasto rastrero de clina frío.
ralladero instrumento para rallar yuca en el proceso de
producción de almidón.
rebrujar escudriñar; revolcar.
remesear comprar el mercado.
sabana páramo.
sobretana paja de páramo de hoja ancha para el techo
de las casas.
sólido solitario.
sombrero pandereta tampalkuari, en lengua guambiana.
Sombrero tradicional de los guambianos, tejido en
caña brava por los hombres.
sorondé árbol de tierra cálida, de fuerte corteza, la cual se
usa para armarrar cercos, armar embovedados o
paredes, en las casas de bahareque.
tanga’o golpeado.
tarabas instrumento para hilar cabuya y hacer lazos;
estribos de madera y cuero.
trabajadero pequeño rancho utilizado temporalmente como
punto de apoyo en el desarrollo de actividades
agropecuarias.
ulluco tubérculo.
verraca/o difícil, duro, severo; persona muy fuerte o guapa
a l enfrentar cualquier situación.
verraquillo palo con cuero amarrado en su punta, o perrero,
utilizado para fuetear.
yacoma tubérculo miniatura de color blanco o negro,
usado por médicos tradicionales de algunos
pueblos indígenas.
yaguará pasto de tierra cálida, acreditado como muy bueno
para lechería.
zaratano color de las plumas o piel de algunos animales,
que se distingue por presentar manchas de
distintos colores.
zoquear cortar una planta para que retoñe.
[534] l a f u e rz a d e l a g e n te
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [535]
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [535]
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