Roberto Parra - Cancionero Discográfico de Cuecas Chilenas

Anuncio
La vida que yo he pasado
olví una mañana de marzo a los bajos de Mena buscando algo. Sólo encontré sol, un
par de casas antiguas, una avenida, un canal seco. Allí estaba el puente aquel. Más allá
una iglesia, más abajo una casona y en el patio unos bototos embarrados. Un par de
animales encontré: unas cabras, dos caballos, un perro.
Caminé sin rumbo para probarme qué tan cerca seguíamos estando. Quise que me
llevaras hasta la casa en que pasaste temporadas, con señales de brisa, de árboles o de pájaros.
No fue así. Sólo una plaza me dio brillo y me refrescó. Sólo una ventana me devolvió
ligereza y calma. Estuve allí, buscándote, y al regresar sentí que venías conmigo, detrás de mí.
Estuve allí y eso es lo importante.
En 1971, en una localidad al norte de Santiago, en Peñuelas, conoces a mi mamá, Catalina Rojas, que también es folclorista. Ella se encontraba trabajando en los balnearios populares
del gobierno de Salvador Allende y tú estabas contratado con tu hermano Eduardo para cantar en los shows que se realizaban por las tardes. Se casan el 15 de septiembre de ese año en
el Registro Civil de La Estrella, del barrio de Pudahuel. Un par de testigos y listo. Celebraron
comiendo unos sandwich de pernil en un restaurante cercano. También hubo una pequeña
celebración en el pueblo de mi mamá, en Lontué, con su familia. Dicen que días antes habías
tenido una discusión con la abuela Clara y ella te dio una tanda que te hizo ver candelillas. A
cambia la vida con esta mujer, te ordenas y logras tener una familia.
En 1973, se encuentran viviendo con mi mamá en la calle Santa Rosa del barrio de Santiago en una comunidad de amigos. Nazco el 20 de enero de ese año en el hospital Salvador.
Escribes “Zafra”, al saber que tu mujer está embarazada.
Ha nacido Zafra
temblando de frío
en campo abierto
a la orilla del río
entre las totoras
creció como el lirio
jugando en el barro
echada al olvido
Sólo sé por carta
que es alta y morena
las pestañas crespas
como la verbena
su mirada fuerte
rompe las cadenas
abre las compuertas
De allí nos vamos a vivir a la hostería Las Perdices propiedad de tu amigo José Manuel
Herrera. Llegué de un mes de vida a este lugar. Al poco tiempo toman detenido a José Manuel
y lo torturan en Tejas Verdes, gracias a Dios no lo matan. Él no era político, pero en su hostería,
en esos años, se juntaban muchos personajes del gobierno constitucional de Salvador Allende.
Este hombre seguirá siempre muy vinculado a nuestras vidas, alegre, energético, atractivo, de
gran temperamento.
7
Fotografía de Álvaro Hope
Cultivaba rosas de todos colores en su jardín; rosas té de otro mundo. Escultor, dibujante, diseñador innato. Su patio era todo un bosque donde escondidas, de pronto, aparecían sus
esculturas. La hostería Las Perdices era sólo otra de sus creaciones.
“¡Mira las luces afuera hija, estamos llegando a Rancagua!” Era el año 1974. Yo voy sentada en tus piernas ya más tranquila, y es que rato atrás subió un vendedor y yo, que aún no sé
hablar, con mi dedo lo indico. Me has comprado una gran barra de chocolate, la que termino
en pocos momentos y en poco tiempo también nos encontramos en el baño del tren cambiando mis pañales, ayudados por una señora que era nuestra compañera de asiento. Viajamos
los dos solos, mi mamá se ha quedado en Santiago porque ya estaba por nacer mi hermana
Nina. Quiere que me quede unos días en Lontué al cuidado de sus hermanas mientras ella
se recupera. Pero hubo un cambio de planes. Nos bajamos primero en Rancagua a saludar a
un amigo tuyo, el pianista Robert Pière Núñez. Él es muy simpático, tiene dos lindas hermanas
que apenas llegamos se encargan de mí. Me toman en brazos, después comemos todos juntos.
Nos dieron una linda pieza pero con una sola cama demasiado alta. Me acuestas y me duermo,
luego tú vuelves con los demás. De pronto despierto y estoy debajo de la cama. Me voy gateando hasta un claro de luz en esa tremenda pieza y allí me quedo jugando con los dedos de
mi mano sin hacer ruido. Luego entras tú “¡Qué estás haciendo aquí, mijita! ¡Pucha el viejo pa`
tonto este, dejarla sola sabiendo que la cama era tan alta!” Estuvimos un par de días. Cuando
volviste a Santiago mi hermana ya había nacido.
Estamos en 1977, ya tengo cuatro años de edad. Es habitual que con mi familia vengamos
de paseo a esta plaza del centro de Santiago. Recuerdo que nos comprabas globos, algodones,
y más de alguna fotografía nos tomamos con mi hermana en el mes de diciembre con los viejos
pascueros que se instalaban en el medio de la plaza con sus trineos. Pero esta mañana sólo estamos los dos, supongo que te acompaño a hacer algún trámite. Es un día de sol, entre septiembre o enero, porque los árboles se ven muy verdes.
Por primera vez descubro la brisa, me hace reír porque juega con mi pequeño vestido.
Tú me compras un helado barquillo gigante de todos sabores y colores, pero es tan grande
que apenas alcanzo a probarlo cuando se me cae al suelo. Quedo tan sólo con el barquillo en
la mano, me pongo a llorar desconsoladamente. Tú me secas las lágrimas, sonríes, vuelves con
otro más grande que el anterior, pero se me vuelve a caer casi al lado del otro. La gente que
está sentada observa la escena, veo cómo empiezan a derretirse, vuelvo a llorar y por tercera
vez me compras el helado. Esta vez sí logro sostenerlo y me voy tomada de tu mano, disfrutándolo.
yoría de la gente es de provincia. Antiguamente se llamaba Barrancas y mucha gente lo sigue
llamando así. Dicen que era todo un pajonal, que habían limones, membrillares.
Hace 25 años mi abuela compró el terreno y tú levantaste la casa que es bien grande y
está llena de piezas. Está a pasos del aeropuerto por San Pablo y durante el día el ruido de los
aviones se escucha incesantemente. Por las mañanas tú y mi mamá se van a tocar folclor latinoamericano a la Vega. Como “El pájaro Chowi”, “El pájaro campana”; a veces los acompaña su
amigo guitarrista Sergio Pinto. Cada vez que tocas la guitarra a mí se me paran los pelos, siento
un vértigo, la gente te aplaude mucho. Llegan con harto sencillo a la casa, lo cuentan, nos traen
exquisitos panes de azúcar que después jamás volví a encontrar. También tocas junto a Lázaro
Salgado y su señora, la Emita.
Roberto Parra en casa de familia Montecinos.
8
duras penas en Santiago. Una noche que nos llevaron a uno de estos locales, mi hermana, al
Fotografía de Isabel Lipthey
los años 70.
ver que la gente no paraba de aplaudir, subió al escenario y te besó los pies, entonces el local
casi se vino abajo.
Cuando no van al mercado a tocar, nos acostamos los tres con mi hermana y nos cuentas maravillosos cuentos: “La honradez premiada”, “Chus pajaritos”, “La tortilla corredora”,
“La herradura”, “El viajero y las hadas”, “Las tres cabritas y el Lobo”, “La Caperucita”, “La lavandera”, historias chillanejas del Tué Tué o cuentos sacados de “Las mil y una noches”. A veces
los inventabas en ese mismo momento. Todos dejaban una enseñanza. A mí me parecía viajar,
podía ver realmente todos esos castillos y princesas, esos lugares, pueblos y selvas que con
tanta maestría nos describías. A veces llegaba la hora del almuerzo y yo aún no lograba regresar de todos ellos. Hay un personaje que inventaste amarrándote un pañuelo en el dedo, que
se llama Mademoiselle Lily. Ella viene de Francia y es muy tímida, sólo te habla las cosas al oído
y tú le traduces. También están los Luchines que son unos hombrecitos pequeños que viven
en una ciudad imaginaria que queda en frente del restaurante del Richard, debajo de un árbol,
pero sólo tú puedes verlos. Con la Nina les mandamos migas de pan para el invierno, trocitos
de géneros para que se vistan y tú se los pasas a dejar cuando vas a comprar el desayuno
(mucho tiempo después, casi como si te hubieran robado la idea, aparecieron los pitufos en la
TV). Mi mamá por esos días nos inscribe en el colegio a mi hermana Nina y a mí. La escuela
se llama 391 y queda a dos cuadras de la casa. La abuelita Clara nos ha cosido nuestro primer
delantal de cuadrillé azul. Recuerdo mi primer día de colegio, toda la gente nos saludaba en la
cuadra cuando nos iban a dejar.
La abuelita tiene la pieza más bonita. Tiene un balcón hermoso de madera que abarca
dos lados de la casa y termina en una galería techada.
Su casa es de dos pisos, en el primero tiene una vitrina con una loza azul que dicen
tostada, cosa que jamás puede faltar, ya que apenas comienza a bajar la harina, ella manda inmediatamente a comprar más a la Vega. Guarda también un frasco con cebolla en escabeche.
Tiene unos sillones azules y un cuadro de la Nenita en la pared (una hija suya que murió de
tuberculosis a los cinco años) Ella era hija del señor Ortiz. En la cama tiene un chal puesto a
los pies y varios choapinos por el suelo. Tiene un joyero con hermosos aros y prendedores
con pequeñas plumas. Unas cortinas hechas de puros pedacitos de género que fabrica en su
máquina de coser a pedal instalada sólo un poco más allá de la cama.
Tiene también un gran carácter. Guarda un sable dentro de la casa que es de algún Papaga, ella saca el sable.
capilla de San Francisco o a la parroquia de Luis Beltrán. El padre Enrique nos prepara para recibir el bautismo, ya niñas, con mi hermana. Son tiempos muy difíciles de dictadura, hay toques
de queda y mucha pobreza en el sector donde yo vivo.
Tú también tienes muchos amigos en el barrio (El Luciano, el viejo Paris, Don Tato, La
Marisol que te corta el pelo, el Panchito Cuchara, el Compipa) eres un hombre conocido y
respetado, no hay funeral en Barranca en que no te pidan tocar la guitarra. A veces vienes encabezando la caravana, otras veces en el auto de los familiares del muerto.
En 1980 publicas “Las Décimas de la Negra Ester”. Llegas a la casa con cajas llenas de
libros de la editorial y más que venderlos los regalas.
La importancia de “La Negra Ester” para Chile es inconmensurable y para nosotros
9
Maqueta de Chillán construida
por Roberto Parra. Fotografía de Luis
González.
10
También de conocer un mundo que ya habías dejado atrás hacía casi 20
años, antes de conocer a mi madre y del que no volviste a hablar con
nosotros, excepto en contadas ocasiones.
El 29 de octubre de ese año muere la abuelita Clara. Pienso que
es el golpe más duro de tu vida, ya que siempre dijiste que eras un Edipo total. Sufres mucho con su muerte. Por las noches vas a golpear a su
puerta borracho, sabiendo que ya no está. Es un período especial para
nuestra familia, de ajuste y cambios. Nos trasladamos a vivir a la casa
que ocupara antes la abuela. Con mi hermana estamos más grandes y
tú te dedicas a contarnos toda tu infancia. Nombras a vecinos y parientes en el Sur. Entonces un día comienzas a recrear todo tu barrio de
Chillán en cartón. Construyes una gran maqueta y en frente de ella nos
sientas en el balcón de la casa; entre atados de cebolla y ají; nos cuentas
dónde vive cada persona, por dónde ibas al colegio y a dónde te pasabas a jugar. O nos cuentas de cuando te enamoraste de una niñita mayor que tú, amiga de tu hermano Nicanor, llamada Zunilda. Cuentas que
ella tenía una tía muy estricta que no la dejaba salir, que la única vez que
estuviste más cerca de ella fue cuando fueron a un circo. Tú pagaste la
entrada, te sentaste a su lado y le tocaste la mano; al otro día ella se fue
de la ciudad y no volviste a verla nunca más.
Debe haber sido a principios de los ochentas. Recuerdo haberte ido a visitar varias veces al hospital con mi mamá y mi hermana. Te
llevábamos camisas limpias, pasta de dientes, cigarros, cuadernos para
que escribieras. Mi mamá nos preparaba igual que para un paseo. En un
bolso comida y bebidas para pasar el día contigo. Con mi hermana nos
poníamos tan felices, pero tú aun más de vernos.
Los patios del siquiátrico se veían muy verdes. Allí nos sentábamos, el día luminoso pasaba volando. A veces nos acompañaba algún amigo tuyo. Nos contabas las bromas que hacías
cuando todos se quedaban dormidos, todo siempre acompañado de grandes carcajadas. Nos
mostrabas lo que habías escrito en esos días.
Cuando había algo de plata, mi mamá se encargaba de que te atendieran en una clínica
privada. Recuerdo una en la calle Pío Nono, donde hiciste varios amigos, incluso casaste a una
pareja haciendo de cura. Recuerdo un día en esta clínica en horario de visitas, tú te encontrabas en el segundo piso con la ventana abierta de par en par tomando aire, parece es del tiempo en que aún fumabas. ¡Ah, te vimos desde lejos! No puedo olvidar cómo te brillaron los ojos.
Los enfermos se sentaban todos en tu cama a escuchar tus historias y se reían en patota. Ellos estaban por otras enfermedades, tu sólo para desintoxicarte del alcohol. Cuando nos
despedíamos nos prometías que volverías pronto a la casa, tal vez la otra semana, los médicos
ya estaban por darte el alta.
Cuando volvías a Barrancas (como tú le decías) todo comenzaba de nuevo, la casa se llenaba de vida con tu energía, con tus caricias. Nos ibas a buscar al colegio, nos comprabas muchos
dulces a la salida. Volvían los cuentos en las mañanas antes de levantarse, tu inconfundible guitarra.
Vivíamos los cuatro en la pieza del patio del fondo (todas las noches me sacabas al patio a mirar la luna) en el comedor había una pintura de la tía Violeta de colores un poco chillones. Es el nacimiento de Cristo. Me impresionaban mucho los pastores, San José y la Virgen,
porque todos parecían estar vivos.
Desde allí se veía el segundo piso de mi abuela, sus cortinas, sus plantas y aunque era un
poco chico el espacio, era un hogar. Debe ser porque estábamos todos juntos: mi mamá, mi hermana, tú y yo. Hay también una extraña ventana que tiene una cubierta de madera, esa cubierta
Fotografía de Luis González
rojo y ese rojo me recuerda a tu anillo con una piedra, a una camisa que tienes de ese color y a
una guitarra preciosa que llevaste en un viaje al Quisco. Para mí esa ventana tiene tus colores.
Cuando niñas nos contabas de las giras con el circo. Había un muñeco de madera que
se llamaba Don Cirilo que sólo movía la cabeza para decir sí o no. Nos contabas del Tony
Copito (tu personaje), del señor Corales (el tío Lalo), de las rutinas de telepatía. Nos reíamos
mucho sentados en el balcón de la casa de mi abuela en Serrano. Puedo verme mirando el
retamo, los duraznos priscos en el patio, mientras tú nos contabas estas historias y nos molías
la comida en el plato. Recuerdo un día nublado de mucho viento en que cayeron todos los
duraznos. Eran exquisitos, corríamos a recogerlos para después devorarlos. Creo que la semilla
de este árbol mi abuela la había traído del sur.
El año 1985 tengo 12 años. Después de catorce años tú y mi mamá ya no viven juntos.
Todo es producto de tus borracheras que han terminado por aburrir a mi mamá. Pero siguen
estando siempre cerca. Siguen cantando juntos. Ahora con mi hermana vivimos en la calle Los
más has faltado, te vienes el sábado en la mañana directamente desde la peña del Nano Parra,
tu sobrino, donde estás actualmente tocando con tu hermano. Llegas bien temprano y bien
trasnochado también. Con mi hermana esperamos con muchas ansias el día. Recuerdo todo el
itinerario que hacíamos, nos íbamos en ese tiempo en el bus Renca Ñuñoa, nos bajábamos en
Matucana, pasábamos a la pastelería San Camilo y después nos íbamos a Barranca.
Allí está viviendo contigo el tío Lalo que también se ha separado hace poco tiempo y
nos y pasarlo muy bien. A pesar de que yo a esa edad estoy con una gran depresión porque te
echo mucho de menos y también extraño la casa, mi barrio, mis amigos, cuando llego allá se me
pasa todo. Todos los primos somos de la misma edad y estamos en ese período de la adolescencia en que nos contamos nuestras cosas y salimos; son tiempos realmente hermosos. Navidades
en patota, años nuevos, 18 de septiembre, aventuras.
A mi mamá le sale un trabajo en Talca y nos trasladamos las tres con mi hermana hasta
esta ciudad. Pero allí mi depresión se agudiza. Con una amiga nos vamos todos los días por lugares de Talca, me vuelvo cimarrera empedernida, falto semanas completas al colegio, odio el liceo
de niñas, no logro acostumbrarme, pero sólo estoy un año allí. Tú nos escribes cartas para Talca.
Un verano planeo mi regreso a Santiago, ya tengo 15 años. Ese año cuando nos tocó vecon mi mamá. Al principio estuvimos con malas relaciones, pero con el tiempo se superaron.
Leonaora y Catalina Parra Rojas en las afueras
de Pudahuel, años 80.
Los 18 de septiembre los pasamos en el parque O`Higgins en la fonda “El Volantín“ del peruano César Huapaya que es tu amigo. Es la única fonda que toca cuecas y folclor toda la noche.
En ella toca gente del antiguo grupo Millaray, como mi madrina Gabriela Pizarro. En el día
damos vueltas por las fondas, compramos algodón, cabritas, anticuchos, sombreros de cartón.
El día 19 de septiembre nos perdemos en el parque, ya que todo lo tiene ocupado la parada
militar. Cuentan que en esta misma fonda “El Volantín”, un día mi papá llegó vestido de huaso,
todo de blanco, con espuelas y sombrero. Había llovido mucho, dicen que estaba bailando una
cueca con unos cuantos tragos demás, cuando se fue al suelo, fue un espectáculo.
11
Archivo Roberto Parra
Fotografía de Óscar Manzanares
El tío Nicanor está siempre cerca de nuestras vidas. Tú le dices hermano-padre, él le dio
el nombre a esa mezcla de estilos que haces en la guitarra y la llamó Jazz Guachaca. También
se cuenta que te dio un libro de Martín Fierro y te estimuló a escribir de esta manera tu amor
con la Negra Ester. Es tu admirador número uno y tú de él. Pasamos veranos todos juntos en
su casa de Isla Negra, en su casa de Conchalí y en la Reina. En estas tres propiedades tú has
trabajado haciendo reparaciones, pintando, estucando. Tienes de ayudante a Jaime Infanta, yerno del tío Nicanor, casado con su hija Panchita y gran amigo tuyo.
El tío Nicanor puede llegar a cualquier hora a buscarte y te lleva por una o dos semanas. Es todo un acontecimiento cuando viene, llega en un escarabajo blanco y todos corren de
un lado a otro en la casa.
En su terraza, en un comedor pintado de blanco invierno, conversan horas, se acuerdan
de Chillán, de su vecino don Andrés Bobadilla.
Tengo recuerdos de toda mi familia en estas propiedades con todos sus hijos. Y todos
tuvimos que ayudar cuando llegó con tules para proteger las camas de los zancudos en las
noches de Isla Negra.
El 9 de diciembre de 1988, en la plaza O` Higgins de Puente Alto, se estrena “La Negra
Ester” con la compañía Gran Circo Teatro. Vuelves tarde de las funciones de la Negra y te
quedas en el balcón de la casa mirando mucho tiempo las estrellas.
Ese año también publicas tu cuento “Entre Luche y Cochayuyo”.
En las mañanas te dedicas a ensayar tangos con mi hermana y hablar de Gardel.
Entre 1989 y 1994 realizas muchas giras por Chile, América y Europa con el Gran Circo
Teatro. Son períodos buenos, distintos, llenos de luz. Te gustó mucho México y sus calles de
adoquín. Allí visitas la tumba de Negrete. Vas a la Pirámide del Sol, y mientras vas subiendo,
como a la mitad de la cúspide, te encuentras con un vecino de Pudahuel.
Estuviste en la ciudad de Guanajuato en un festival Cervantino, en un teatro muy lindo.
Me contaste que te acordabas de cuando andabas recogiendo colas de cigarro en las calles de
San Antonio. Durante toda tu estadía en este país te sentías bastante enfermo, pero igual te
vienes de él con el corazón lleno de alegría
En el viaje a Inglaterra te caes al trago y te desaparecías a veces de la compañía. Un día terminaste tomando una botella de vino en la cuneta, justo afuera del teatro donde se estaba representando “La Negra Ester”. Se te acerca un hombre con otra botella, hablaba español, había sido
marino. Se vuelven amigos y tú le dices: esta obra que están dando aquí es mía, y él no te creía. Se
llamaba Kent. Al otro día los invitas a él y a su señora a ver la obra. ¡Tú eres un loco! te decía.
Al llegar a los años 90 dices que ya has perdido cerca de 90 guitarras en tu vida.
Son años realmente hermosos, tú ya tienes 70 años y sigues tan chicha fresca como
siempre. Pusiste un taller de guitarras y arreglo de muebles al lado de la casa y allí pasas prácticamente el día completo. Hay que llevarte comida. Allí escribes, tocas la guitarra, conversas con
los vecinos y también rabeas.
vino. A veces nos preguntas ¿qué pasó con ese borrachito que a veces se veía por aquí? ¿Que
habrá sido de él?
En 1991 se publican en Perú nuevos libros con tus cuecas, “Zafra” y la “Carmela Güena
Gente”. Se realiza también un video: “Esto es Jazz Guachaca.”
También te veo fabricar en el patio de la casa uñetas hechas con botellas plásticas de
shampoo. Pintar con pistola muchas guitarras rojas con negro, dejarlas secar y barnizarlas. Vas a
comprar madera para el taller a una barraca cerca de la casa en un triciclo. Pedalea tu sobrino
Navidad en la Florida, 1994.
Catalina Rojas y Roberto Parra en
San Antonio, años 80.
13
Talín, que está viviendo hace un tiempo con nosotros (hijo de tu hermano Lautaro). Era todo un
personaje este primo mío al que quise mucho. Alegre, cocinaba en la casa, te ayudaba en el tasaba los domingos o los lunes con la caña. Muchas historias hay con él, entre otras, una vez llegaron hasta Matucana en triciclo buscando no sé qué herramientas y después no podían volver.
A veces vas a la feria que se hace en Serrano. La gente del puesto del pescado son amigos tuyos y te regalan mariscos (almejas que son tus preferidas), después pasas a ver verduras
con una malla en la mano. Sé que te gustan los lirios, las uvas, las guindas, la cazuela de ave y de
vacuno, las sustancias, el pan de pascua, el agua con harina tostada, las prietas con papas cocidas,
las sandías con harina tostada, el ajo en el tomate, la ensalada de cebolla, el queso de cabeza, la
marraqueta, el mote con huesillos y las granadas. Tus árboles eran los sauces, tus pájaros los canarios, tu jugo el de zanahoria con naranja y la limonada.
Llegas con grandes bolsas de la feria, compras nueces para toda la semana.
Cuando compras el pan en las mañanas te demoras horas. Te vas y te vienes con el que
encuentres en el camino. Nos llevas el desayuno a la cama a la Nina y a mí. Ensayas largo rato
y sólo sé que es hermoso escuchar tu guitarra entre sueños. Sobre todo cuando tocas nuestras canciones, “Nina” o “Lala Jazz” que nos compusiste hace tiempo, una para cada una, como
siempre. Cerca de las nueve riegas las plantas del balcón; lo sé porque entonces te gusta silbar
canciones antiguas.
Hubo un día domingo en que el barrio de Pudahuel despertó distinto. Habían metido un
enseñando cómo se anunciaba el circo antiguamente, hija, estamos grabando un video”. Después se fueron a dar algunas vueltas por la cuadra. Yo también los acompañé, hasta llegar a la
plaza. Allí estuvieron un rato para terminar en una picada cerca. Fue un espectáculo muy lindo.
Todo el mundo salió de su casa primero con la intención de reclamar, pero después cuando te
veían se quedaban sin habla, para mí en esa escena está contenida la forma que tenías de ser y
también de alegrarnos la vida a todos. Pero ya en esa fecha se te ve más cansado, estás enfera la casa de mi mamá en Puente Alto en la calle Eusebio Lillo, ella te cuida, se hace cargo de tu
tratamiento. El año nuevo de 1995 fue la última vez que estuvimos todos juntos. Lo pasamos
pero te sentías muy mal. Siempre tuve la esperanza de que te mejorarías, pero no fue así.
Mueres el 21 de Abril de 1995 a las 10: 15 de la noche en la casa de mi mamá. Las dos
con mi hermana sin dejar de llorar te vestimos. Pusimos el Jazz Guachaca. Te puse uno de mis
anillos en tu mano, y mi hermana te puso en el bolsillo una foto donde aparecemos los cuatro, tú,
mi mamá, mi hermana y yo, nuestra familia. Te velan por petición tuya en la iglesia San Francisco,
en el centro de Santiago y eres enterrado en el Cementerio General. Las pergoleras al pasar te
Por un buen tiempo despierto y me acuesto llorando. Sigo lavando tus camisas y escobillándote los zapatos.
El otro día me dio mucha pena, hablaba con mi hermana que hoy vive en Alemania y
me contaba que había soñado que estaba contigo en alguna calle y que tomaban la antigua micro Tropezón. Tú ibas feliz con una camiseta blanca diciéndole que la muerte no existía. Seguían
derecho por San Pablo y volvían a recorrer las calles de antes.
Leonora Parra
14
15
onocí a Roberto en los balnearios populares organizados por el gobierno de Salvador
Allende. Fue en Peñuelas, en el Norte. Yo estudiaba teatro en la Universidad de Chile y
trabajaba de monitora de teatro con la gente que llegaba a veranear. Cuando lo conocí
me pareció una persona muy divertida, creativa y parecido a mi padre.
Por ese entonces ya había grabado sus cuecas para la Emi-Odeon.
El año 1971 lo acompañé en la guitarra en la grabación de “Las cuecas del Tío Roberto” con su sobrino Ángel para el sello Dicap. Se grabó en un estudio de la RCA, en la calle
Catedral y, entre otros que lo acompañaron, estaba Giolitto en batería, Traslaviña en el piano y
Casabón en el contrabajo.
El 15 de septiembre de ese mismo año nos casamos en el Registro Civil de Barrancas,
hoy Pudahuel, en la calle La Estrella, por San Pablo abajo. Para celebrar el acontecimiento, nos
fuimos a comer unos sánguches de pernil junto a los padrinos: María Isabel Fernández y su
marido Alejandro Sánchez, amigos de toda la vida.
Íbamos muy seguido a la peña de Carmen 340, donde tocaba Roberto. De hecho, el día
que tuve a mi primera hija, él estaba en la peña y quien me llevó al hospital fue un amigo uruguayo.
Ahí conocí a Alfredo Zitarrosa, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y tantos artistas que
pasaron por ese lugar, como Tito Fernández quien cantó ahí por primera vez en Santiago. También a Víctor Jara quien, a veces, con muy buena voluntad, en los días de huelga de locomoción
nos iba a dejar a la casa, en Las Perdices.
Nacieron mis hijas, María Leonora el 73 y María Catalina el 74. Mientras ellas crecían,
Roberto escribió mucho. Tenía un cuaderno grande de esos que usan los contadores. Después
se puso más ordenado. Le compré más cuadernos y le gustó la idea. Sus preferidos eran con
tapas azules claras.
Roberto era una persona muy creadora. Las 24 horas del día estaba inventando historias. A mis hijas eso les gustaba y desde niñas sintieron adoración por su padre. Cuando se iban
a acostar, él les contaba cuentos inventados por él y ellas gozaban mucho. Cada día inventaba
una historia distinta sobre sus andanzas que eran bien difíciles de creer.
Entre los años 71 y 72, Roberto ya había comenzado a escribir “La Negra Ester”. Al
comienzo eran unas veinte décimas que relataban la historia de San Antonio. Por esos años
pero yo le había sacado una copia y se puso muy contento. Entonces partió a la casa de Nicanor a mostrárselas y a él le gustaron mucho y le aconsejó que contara cada detalle de todo
lo que había pasado. Que recordara y escribiera. Así llegó a más de cien décimas.
En 1980 yo le ayudé a editar el pequeño libro artesanal que todavía circula por ahí y
libro. Eran años de mucha pobreza, así que tuvimos que estar varios días comiendo legumbres
que yo traía desde Lontué.
Cantando en La Vega, años 80.
17
junto a “El Desquite”, su otra obra de teatro.
Esos años fueron muy productivos: varios cuadernos se fueron juntando con muchas
cuecas, prosas y otros. A esto se sumaba su trabajo como músico. Comenzaron a aparecer
El año 82, cansada de la vida bohemia que llevaba Roberto, me fui de la casa con mis hijas. Roberto prometió cambiar y regresé por las niñas: ellas sufrían mucho sin su padre. Él también las adoraba y hacía grandes esfuerzos por acabar con su alcoholismo. Intentaba frenarlo y
se internó varias veces para hacer un tratamiento.
En esa época tocamos y cantamos mucho por todo Chile y lo acompañÉ en la grabación de sus tres instrumentales que más tarde bautizó como Jazz Guachaca.
y tuve que partir a Talca a trabajar en un proyecto con mujeres campesinas. Mis hijas viajaban
todas las semanas a Santiago para ver a su papá.
Así llegó el año 89 y se estrenó “La Negra Ester”, dirigida por Andrés Pérez. Entonces
las cosas cambiaron para Roberto. Viajó a Europa y México con la compañía y yo conseguí con
el subsidio habitacional una sencilla casa en La Florida, donde vivo hasta el día de hoy. Roberto
me ayudó a terminarla y a hacerle una ampliación pensando en un taller para que mi hija Catalina pintara con tranquilidad.
Unos años después volvimos a tocar juntos; el año 92 fuimos a la Universidad de San
Luis en Argentina y el año 93 al Festival Lago Ipacarai en Paraguay.
El año 94 lo noté enfermo. Se le detectó cáncer. Luego de ser intervenido, le sugerí que
se viniera a recuperar a mi casa porque en Pudahuel no tenía ni teléfono. Ese año pasamos la
Navidad todos juntos.
La compañía Gran Circo Teatro lo ayudó y con la idea de Willy Semler se reestrenó “La
Negra Ester”. Las funciones fueron un éxito, lo que sirvió para la segunda operación, pero sobre todo, como homenaje para su persona.
“Qué más puedo pedir”, me comentó ese día, después de la ovación que le
brindó el público cuando salió a saludar junto a los actores en el Plaza Vespucio, en el
paradero 14 de Vicuña Mackenna.
Roberto falleció el 21 de abril de ese año. Rodeado de su familia. Ese día sucedieron cosas curiosas que hoy puedo contar. Roberto murió a las 22: 20 de la noche y
en ese momento se cortó la luz en el barrio. Ese mismo día el grupo Los Tres estaba
actuando en México y también se quedaron sin luz.
Nicanor me contó, después del funeral, que al llegar a su casa escuchó la melodía de una cajita de música que había traído hacía muchos años de un viaje y que hacía
tiempo se había echado a perder, pero esa tarde la escuchó y me dijo “por supuesto
que fue Roberto quien la hizo sonar”.
Catalina Rojas
Santiago, 2012
18
udo haberse perdido en cualquier noche circense, de boite o de burdel. Pudieron haberlo acuchillado, como a alguno de sus amigos, en la puerta misma de la negra noche
de algún barrio rojo y pobre, de alguno de los tantos puertos y poblados de Chile que
recorrió. Pudo habérselo llevado la Pelá mediante el expediente de una enfermedad:
“Un año en el hospital
me salvan los matasanos
salgo un día de verano
como agua de manantial
silbando como el zorzal
llegué donde la Carmela”
Pero no. A esta versión masculina y rea de la Exiliada del Sur lo recupera el amor, la
amistad, los cuidados de manos a veces incluso desconocidas que, como por virtud de la
Providencia, llegan a rescatarlo. “Soy el diablo vendiendo cruces”, declaró a La Nación poco tiempo antes de cruzar el umbral. Y después de haberse empinado el vino del éxito, de los discípusatisfecho y hablando directamente con el “interlocutor mayor”.
Roberto Parra —mucho antes de ser el ‘Tío’ del sombrero y la guitarra, de las cuecas
choras, del Desquite y La Negra Ester— sube y baja por Chile. Como antihéroe de una road
movie, trabaja desde muy niño de lazarillo, cantando, llevando agua a las tumbas en cementerios
de pueblo. “Fue muy perra la infancia de nosotros, poca alegría, éramos muy pobres. Vendí diarios, lustré, vendí piñones, la Violeta cantaba”1
escritor Alfonso Alcalde se enganchará con los circos de carpas averiadas y sucias, de animales
famélicos, tan distantes de los espectáculos principales donde, como en el poema de Darío, hay
elefantes y plumas y brillos. Las plumas y los brillos de estos circos no resisten mucha luz: se
notarían los puntos corridos en las medias de las trapecistas, los trucos de los magos. Vendió y
cobró entradas, aprendió algunos números, se encariñó.
“El gran callejero, va de pueblo en pueblo, ganando apenas unas monedas como músico
o, cuando así no puede, enganchado en lo que venga: soldador, cerrajero, mecánico, carpintero, lazarillo, mueblista” enumera el periodista Cristóbal Peña en un artículo. A veces va en
dupla con su hermano Lalo. Otras tantas, solo o con amigos circunstanciales o de más largo
aliento. Si hubiese vivido en Estados Unidos, habría podido ser yunta de Kerouac, Bukowsky o
Miller, con quienes se bajaría botella tras botella. O, subido al mismo tren de carga que Woody
1. La vida intranquila, Fernando Sáez.
19
Fotografía de María Isabel Fernández
Guthrie, agarraría su guitarra y compondrían a dúo algún aire
jazzeado, con mezcla de música popular chilena y foxtrot gringo,
con dejos de Tommy Dorsey y Django Reinhardt.
Pero vivió en Chile, así es que en trenes y buses tercermundistas, en pobretonas casas de caramba y samba, fue gestando su música y su palabra. La primera no queda escrita —esa será
tarea posterior, de sus discípulos con estudios, teoría y partituras—; la segunda va tomando cuerpo en cuadernos de colegio,
ajados por el patiperreo de este recorrido que pareció no tener
del vino. Pero como él, no lo hicieron. Otro enigma. Encontraron
su camino a las manos cuidadosas de su mujer Catalina y de allí
a la imprenta. Igualmente Roberto halló —siempre— el camino
hacia una puerta que se abría a la acogida. ¿Cuántas veces se habrá preguntado: ‘¿Y pa dónde cortar? No me podía orientar. Estaba
el día nublado, chispeando. ¿Qué cresta hago aquí con la guitarra?
Y tapándola, pa que no se mojara mucho’”2. Con el frío y el viento
de séquito, ¿de cuánta necesidad se alimentaron sus palabras y su
música?
Conocedor de la escasez, se nutrió de un Chile a medio
camino entre la niebla, el abandono, la pobreza, la risa y el escape. Entre el sexo y el amor. Donde brillan destellos tan diversos
como los de un cuchillo en entrevero, como diría Borges, y los de
la mano amistosa extendida. Un Chile de compadritos y cabronas;
de realidades en sombras proyectadas por la luz de ampolletas
de baja potencia, que escondían las saltaduras de la pintura en las
murallas, las manchas en el piso, la falsedad de las falsas sedas. El
Chile del ‘ambiente’, donde llenó sus alforjas de vivencias, imágenes e ideas con las que maceró el licor de su creación.
En la hostería “Las Perdices”, 1974.
El mundo que Roberto Parra presenta en sus líneas estuvo
presente, pero oculto. Permaneció desconocido aunque, a veces,
se asomara en las páginas de crónica roja de las revistas de sucede los diarios izquierdistas que eran, por igual, académicos y de
elite. En ese país sacó carta de ciudadanía. Allí creó. En un país
soterrado y nocturno; en gama de grises, coloreado por su verso
y el carmín. Un país sin otra red de contención que la familia y los
amigos, siempre al lado, a veces medio invisibles, pero protectores.
2. Carlos Winckler. “Entrevista instantánea al tío Roberto Parra”. En Roberto
Parra. Ocho Libros Editores. Ediciones La Brocha, Santiago de Chile, 1996.
20
Fotografía de Ximena Soto, Pedro García
Entre los inicios de los 30 y los 50, escribió, tocó y cantó en el margen, desde la orilla
misma donde vivió al límite. Desde un margen que “contiene dentro de sí más humanidad de la
que se cree. Tanto más porque allí la humanidad está comprimida, aplastada contra sí misma (…)
Y de esa humanidad lateralizada, comprimida, puede brotar todo. Cualquier cosa. Cualquiera solidaridad, arte o cultura. Cualquier proyecto profundo de re-humanización… Esa humanidad profunda,
apretada contra sí misma, es el ‘topo de la historia’ (Karl Marx)” (Gabriel Salazar, 20103).
En la Estación Mapocho.
Su cueca y su foxtrot son parte del baile de los que sobran. De la gente fuera del poder, retratada en sus textos y sus cuecas. Y sus ojos burlones y picarescos la observaron desde
otra cabeza de esta Hidra Parra que miró/mira Chile por todos los lados y lo reinterpreta.
Desde la izquierda (“Me mandaron una carta, por el correo temprano…”, canta Violeta desde
Europa), aunque no desde la convencional, no desde una estructura partidaria. Desde el 30
hasta el 95, la historia de Chile fue el telón de fondo de su obra.
su vida, palpita la subversión. A la estructura familiar, la subvirtió en el prostíbulo y el bar, dando
del folclore tradicional campesino, la subvirtieron sus temas, las alusiones sexuales abiertas, el
uso del humor como gran estrategia intuitiva. Mucho se ha dicho que su obra cambia el sentido de la cultura popular en Chile. Discrepo. Roberto es —en sí mismo— un ser popular; pero
su música y su poesía, si bien toman de sus elementos para poder ser presentada —y repreSon un enigma. El tercero.
La única estructura que conoció y reconoció fue aquella variante, imprecisa e impredecible de la generosa solidaridad, que agradece en sus escritos. En sus recuerdos, siempre hay amigos que aparecen de la nada con algo para comer, con una cama donde reposar. En medio de la
dureza de ese mundo, de la delincuencia con que orilla, una ternura ingenua, que procede de la
amistad y del gesto complementario de la ayuda mutua, cruza sus páginas.
“La Carmela Güena Gente
pila de agua bendita
ayudal que necesita
ajuerino y parientes
yo viví con esa gente
en la calle las Aurora
eran puras zarzamoras
que diga don Emeterio
a los pies del cementerio
las cuecas daban la hora”.
En esa comunión con el otro, ya sea en el escenario duro del ambiente, en los corredores
de La Vega, en sus casas de Barrancas4 o La Florida, escribió y pensó la vida. Fue y creó con el otro.
3. Publicado en el diario La Nación Domingo, semana del 10 al 16 de enero de 2010, Santiago de Chile.
4. Hoy Cerro Navia.
21
“Ser con el otro que hay en mí, que es mi otro yo, que es el otro que yo soy. Ser con los otros
que son lo que yo no he llegado a ser, pero que podría o debería. Yo soy en la medida que los otros
son. Cuando yo creo, ellos crean en mí, desde mí. Cuando los otros crean están creando para mí, están creándome mi mundo, creando desde mi mundo. Yo soy los otros, con los otros yo soy. Los otros
no son sin mí. Algo de los otros no es cuando yo no soy”.
extravío de los pueblos a lo que sería el seguimiento de su sentido”5.
Esa dimensión es la que surge de la obra de Parra. Esa, y la del corazón enamorado,
conquistaron a los espectadores de La Negra Ester. Aquí y en Quebrada del Ají. Es la primera
5. Fidel Sepúlveda Llanos. “Nicanor, Violeta, Roberto Parra, encuentro de tradición y vanguardia”. En revista Aisthesis,
lectura posible, la más evidente, sobre la visión con que muestra lo público/privado del espacio
prostíbulo, bar o boite, del que saca a relucir la humanidad escondida.
Es, qué duda cabe, una mirada machista que sólo devela el romanticismo y tapa el dolor,
la violencia del hecho mismo de la transacción comercial por sexo y compañía. Un comercio, al
que Roberto Parra le puso música y alma. En vivo, en directo, y para la eternidad.
Cuando regresó a Santiago reconoció sobrinos y pasó a ser el Tío en la Peña de los
Parra. Se reencontró con su hermana Violeta y compartió pesares y soledades en La Reina.
Y comienza a salir del margen lejano en el que estaba. Las cuecas choras pasan a ser parte
del paisaje: El Chute Alberto, Las Gatas con Permanente
ramadas. Sin mayor discurso, forman un extraño puente de tres puntas que une lo folclóricocampesino, lo urbano-marginal y la cultura músico-poética de la izquierda, que nunca tuvo demasiada raigambre popular, sino que devino en ella.
Luego, acurrucado a la poderosa y acogedora sombra del árbol Catalina Rojas (cantante de raíz popular; al igual que él de familia de cantoras), como gato que de callejón pasa al
chalet
luthier, a ser padre de sus hijas.
Van quedando en el recuerdo y en el papel los días en que “estaba a veces conversando y decía
pa’donde, pal sur, pa’l norte, tiraba una chaucha, si era cara al norte, si era sello al sur. Así hubiera
estado en camisa o pata pelá llegaba un tren de carga y me iba no más. Loco total. Y sin ropa pa’
cambiarme ni nada, así no más, y sin instrumento, sin saber qué pasaría. Creo que viví loco y morí
cuerdo, como don Quijote”6.
Vida de dulce y agraz la suya. “La otra vez estuve analizando. La he pasado bien y mal. He
andado bien y mal vestido. He sido el más torrante de la tierra, el más botado, el tipo más bacán.
He tenido las hambrunas más grandes. Y he sido el más satisfecho. He pesado las dos cosas y quedan ahí: igual”7.
Hablar con el Tío era escuchar miles de historias y asomarse a sus enigmas. Su manera
de responder descolocaba, su estilo era —quizá sin buscarlo— el desconcierto. Como escribe
el maestro Fidel Sepúlveda en otro libro-antología, su esencia popular se manifestaba en el
hecho de vivir cada día como si fuera “el único y el último. Vivir una vida cargado por un poderoso
voltaje”. Por eso el día que cruzó el umbral, se fue la luz. No, no es una metáfora, aunque a él le
gustaría que lo fuera. Su voltaje cortado de golpe, dejó sin luz a La Florida, la noche del 21 de
abril de 1995.
María Eugenia Meza B.
Ñuñoa, 2012
6. Carlos Winckler. Op.cit.
7. Marcelo Mendoza. “Confesionario. La voz del bajo fondo”. En revista Apsi, Santiago de Chile. Del 3 al 9 de
agosto, 1987.
En San Luis, Argentina, 1992.
23
Descargar