Raimundo Fernández Villaverde: un homenaje

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RAIMUNDO FERNÁNDEZ VIUAVERDE,
UN HOMENAJE
Por el Académico de Número
Excmo. Sr. D. José María Serrano Sanz
Hay personas a la cuales un buen biógrafo ayuda en su destino historiográfico porque, casi inevitablemente, el autor acaba fascinado por su personaje y
lo lleva de la mano hacia la historia con mayúsculas. Raimundo Fernández Villaverde no ha tenido esa fortuna y acaso por ello está menos presente en la historia
de la España contemporánea de lo que sería razonable e incluso justo. Su gestión
en Hacienda en las difíciles circunstancias de 1899 es unánimemente reconocida,
cierto, pero como político que presidió dos veces el Congreso y otras tantas el
Consejo de Ministros está desdibujado. Se ha terminado reduciéndolo a la condición de "puente» entre los gobiernos de aquellos azarosos años del fin de la Regencia y los comienzos del nuevo reinado.
y en nuestra opinión su talla fue mucho mayor. Porque encarnó y defendió con voz propia una alternativa que acaso hubiera sido la más fecunda en la
España de aquellos años: la de afirmar sobre las sólidas bases de la ortodoxia financiera y el crecimiento económico cualquier planteamiento de regeneración y nuevo
papel de España en el mundo. Ello hubiera servido -para no perder el tiempo en
lucubraciones varias», como dijo su sucesor en la medalla núm. 3 de esta Real
Academia. Una alternativa que tenía además como señas de identidad la prolongación del prudente y equilibrado liberalismo canovista en política religiosa, militar e
internacional. El que parte esencial de su programa quedara sin materializar, no
justifica en ningún caso el olvido.
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Raimundo Fernández Villaverde nació en Madrid el día 20 de enero de
1848, en los albores, por tanto, de un año señalado en la historia europea del
siglo XIX. Apenas un mes después de su nacimiento estallaba en París la primera
revolución que, en palabras de Alexis de Tocqueville, "parecía hecha totalmente al
margen de la burguesía y contra ella» l. En España las ondas que llegaron de los
movimientos europeos fueron menores y rápidamente dominadas, gracias a la
previsión de! general Narváez, que ocupaba la presidencia del Consejo. Se limitaron a ciertos motines protagonizados por algunos progresistas, demócratas y republicanos en las ciudades y un breve episodio carlista en la Cataluña rural.
Estos sucesos no fueron, por cierto, ajenos a la familia de Raimundo
Fernández Villaverde, pues su padre, Pedro Mª, natural de Oviedo y catedrático de
esa Universidad, era también diputado en el Congreso por el partido moderado y
había sido subsecretario de Gobernación y consejero de la reina. Su madre Hermógenes García-Rivero era natural de Gijón. Fue bautizado Villaverde el 23 de enero
de 1848 en la iglesia de San Sebastián, parroquia a la que pertenecía el domicilio
de sus padres en la calle de la Gorguera núm. 3 de Madrid, y Raymundo fue el
primero de los 35 nombres que se le impusieron 2. Su madrina fue una tía materna, Modesta, y su padrino Ramón Martínez Montenegro, hijo de los marqueses de
Valladares, con feudo en Pontevedra, una provincia a la cual estaba ligado políticamente e! padre, diputado por el distrito de Caldas y estaría asociada más adelante y por siempre al propio Villaverde.
En 1862 obtuvo e! título de Bachiller en Artes con Sobresaliente en e! Instituto de San Isidro de Madrid y comenzó a continuación los estudios de Derecho en
la Universidad Central. Allí se licenciaría simultáneamente en Derecho Administrativo y Derecho Civil y Canónico en 1868 con un brillante expediente compuesto
únicamente de sobresalientes. Si el nacimiento había coincidido con un año singular, también el fin de su etapa formativa y el comienzo de su vida profesional
tendría lugar en un momento señalado, pues en 1868 la Gloriosa acabó con el
reinado de Isabel 11 y toda una época.
En sus primeros pasos tras concluir la carrera ejerció la abogacía, dio
clases en la Facultad de Derecho y frecuentó la Academia Matritense de Jurisprudencia. Sin embargo, la política estuvo cerca desde el principio. A los 24 años, en
1
A. DE TOCQUEv1llE, Recuerdos de la revolución de 1848, Ed. Trotta, Madrid, 1994, págs. 88
y 91.
2 Inscrito en el libro 77 de Bautismos, 154 vuelta, de la Iglesia Parroquial de San Sebastián en
Madrid. Se conserva copia en su expediente universitario. AHN, Fondo Universidades, Legajo 4010, 5.
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tiempos de Amadeo de Sabaya, fue elegido por vez primera diputado al Congreso
en las elecciones celebradas el 24 de agosto de 1872, que dieron lugar a las Cortes
constituidas el 1S de septiembre inmediato. Su distrito electoral, como se acaba de
señalar, fue Caldas en la provincia de Pontevedra, el mismo que antes tuvo su
padre. Resultó de nuevo elegido diputado en las Constituyentes de la I República
reunidas el 1 de junio de 1873 y disueltas tras la intervención del general Pavía a
comienzos de 1874. En las siguientes elecciones, las convocadas para las Constituyentes de la Restauración y celebradas el 20 de enero de 1876, fue una vez más
elegido diputado al Congreso, como ocurrió en las once elecciones restantes hasta
su fallecimiento en 1905. Desde 1876 su distrito electoral fue Puentecandelas,
también en la provincia de Pontevedra, convertida en feudo propio. En síntesis, una
experiencia parlamentaria temprana y amplísima, culminada con la Presidencia del
Congreso de los Diputados que ostentó en 1900 y 1903.
Durante las dos legislaturas del Sexenio formó parte de un pequeño
grupo, apenas organizado, cuyas raíces estaban en la Unión Liberal y yendo más
atrás, en las facciones no intransigentes del partido moderado. Conviene recordar
al respecto, que ante la revolución del 68 los miembros de la Unión Liberal se
habían dividido en tres grupos: algunos participaron del movimiento, como el
general Serrano, otros quedaron a la expectativa, como Cánovas y unos pocos se
mantuvieron fieles a Isabel 11, así Salaverría. Fernández Villaverde militó en el
segundo grupo en cuestión, que había comenzado a perfilarse en las Constituyentes del 69 y fue promovido directamente por Cánovas del Castillo. La presencia
política de Fernández Villaverde aunque significada fue limitada en esos años;
mantenerse en el Congreso en aquellas dos legislaturas no debió ser fácil para
alguien tan joven y con su significación política, por más que no fuese ésta todavía muy conocida. Intervino en las discusiones de presupuestos y en otras acerca
del déficit del Tesoro, sosteniendo siempre posiciones de ortodoxia financiera. Votó
en contra de la proclamación de la República el 11 de febrero de 1873, y a continuación, en las Cortes republicanas permaneció en la menguada minoría monárquica.
Pero todo cambió con la Restauración, cuando ya desde un primer
momento ocupó cargos políticos. Durante el quinquenio inicial recorrió diversos
puestos de la segunda línea de la política, quedando en puertas de la cartera ministerial, tal y como se confirmó en la segunda situación canovista. Se convirtió entonces en uno de los políticos más caracterizados del partido liberal-conservador, y ya
siempre se mantuvo en la primera fila como ministro, presidente del Congreso y
finalmente presidente del Consejo.
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Su primer nombramiento fue de concejal del Ayuntamiento de Madrid ya
en 1875, para encargarse de la hacienda municipal, hasta enero de 1877 cuando
pasó a ser Director General de Política y Administración Local, un cargo relevante
por las amplias competencias que e! gobierno tenía en la época sobre los Ayuntamientos. En agosto de 1878 es nombrado Interventor General de la Administración
del Estado, entrando de lleno en la administración económica y, además, en un
puesto muy significado dentro del Ministerio de Hacienda, e! departamento en el
que labraría su prestigio a lo largo de las sucesivas ocasiones en que lo regentó. En
1880 dió un paso adelante en su carrera política al ser nombrado Subsecretario de
Hacienda por Fernando Ces-Gayón. Era un puesto de mayor responsabilidad, más
visible, y además se asociaba a un ministro de la máxima confianza de Cánovas,
destinado a ser durante el siguiente decenio la referencia del partido liberal-conservador en temas hacendísticos.
La nueva singladura del partido liberal conservador como gobierno la
comenzó Raimundo Fernández Villaverde de nuevo en el puesto de Subsecretario
de Hacienda en enero de 1884. Sin embargo, estuvo allí poco tiempo, pues en
menos de tres meses el 30 de marzo, fue nombrado por Cánovas Gobernador Civil
de Madrid, un cargo decididamente político y sin componente técnico alguno. Que
e! Gobierno Civil de Madrid era un puesto de relieve lo muestran los dos antecesores de Villaverde, el conde de Toreno y José Elduayen. Que su gestión fue acertada para el Presidente del Consejo lo prueba su ascenso en poco más de un año
a la condición de ministro de la Gobernación. El 13 de julio de 1885 fue nombrado ministro por primera vez Raimundo Fernández Villaverde y, a pesar de su condición de técnico reputado en cuestiones económicas, pasó a ocuparse del ministerio más típicamente "político» en la Restauración, el de la Gobernación, y
sustituyendo nada menos que a Francisco Romero Robledo. De modo que a mediados de los ochenta, y antes de cumplir los cuarenta años, se había quitado la
etiqueta de "técnico» en cuestiones financieras y ampliado significativamente su
esfera de acción, pues que sólo a un político. en sentido estricto se le habría encargado tal cometido. Su experiencia fue breve porque apenas cinco meses después,
la muerte de Alfonso XII hizo que Cánovas cediera e! poder a Sagasta -elllamado "pacto del Pardo·.:- para acentuar el compromiso dinástico de los fusionistas y
Fernández Villaverde dimitió con todo el gobierno el 27 de noviembre de 1885.
Para entonces ya estaba en la élite del partido liberal conservador.
El nuevo status de Raimundo Fernández Villaverde en e! universo canovista se vió confirmado por su relevante pape! en la oposición durante los años del
"parlamento largo», cuando se centraron las críticas a los gobiernos de Sagasta en
la cuestión arancelaria y los problemas económicos, en general. Eran tiempos de
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una intensa crisis agrícola y un endurecimiento de las relaciones económicas internacionales, así como de un renacido déficit hacendístico e incertidumbres monetarias, problemas que contrastaban con la brillante gestión política de los liberales,
quienes al asumir la renovación de las bases jurídicas del Estado y la adopción final
del sufragio universal, confirieron a la Restauración una nueva legitimidad ante las
izquierdas. De manera que con esa división del trabajo cooperativa que existió
entre los dos grandes partidos dinásticos en vida de Cánovas y Sagasta, tan fructífera para la política española, el primero decidió asumir los cambios legislativos
aprobados y centrar su oposición en el flanco más abierto, la economía. Su programa en este ámbito consistía en una reforma arancelaria proteccionista para la agricultura, una posición de cierta fuerza para renegociar el tratado de comercio con
Francia, la estabilización presupuestaria inmediata, y en un momento posterior, la
monetaria.
Pues bien, en esta estrategia Fernández Villaverde iba a jugar un papel
crucial, como ya apunta la simbólica lista de firmantes a quienes acompaña en la
primera proposición presentada en el Congreso por los liberal conservadores para
subir los aranceles sobre cereales y harinas en 1887; encabezada por Cánovas del
Castillo, seguían el conde de Toreno, Francisco Silvela, Raimundo Fernández Villaverde, el vizconde de Campo Grande, el marqués de Pidal y Fernando Cos-Gayón.
Tras la disidencia de Romero Robledo, allí estaba 10 más granado del partido.
Además, Fernández Villaverde encabezó otra proposición del mismo signo en 1890
y fue uno de los más activos participantes en las discusiones arancelarias de la
segunda mitad de los ochenta.
Aquellos años significaron tiempo de maduración como hombre público
para Raimundo Fernández Villaverde, pero resultaron igualmente decisivos en la
esfera privada, pues contrajo matrimonio el 3 de junio de 1887, poco antes de
cumplir los cuarenta años. Se casó con M." de los Ángeles Roca de Togores, hija
del marqués de Molins, Mariano Roca de Togores, prohombre de la política y la
cultura españolas del siglo XIX y persona de la máxima confianza de Cánovas.
Raimundo Fernández Villaverde había entroncado con una familia de peso en la
vida social, política y cultural de la Restauración. A los pocos días de la boda su
esposa se convirtió en la primera marquesa de Pozo Rubio, título que iba a usar
con asiduidad el propio Fernández Villaverde.
También a finales de los ochenta, ingresaba Raimundo Fernández Villaverde en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Fue elegido en abril de
1888 para la medalla núm. 3, en competencia nada menos que con Marcelino
Menéndez y Pelayo, que sucedería un año después, precisamente, al marqués de
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Molins. Las dos primeras intervenciones de Villaverde en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas reflejan bien los dos matices que ya por entonces tenía su
personalidad pública, el de político en sentido estricto y el de experto en cuestiones económicas. El discurso de ingreso, leído el 19 de mayo de 1889 se tituló
"Consideraciones histórico-críticas acerca del sufragio universal como órgano de la
representación política en las sociedades modernas» y fue contestado por el conde
de Toreno, Francisco de Borja Queipo de Llano. Meses más tarde, en enero de
1890, poco antes de su segundo ministerio irrumpió el Villaverde economista con
un espléndido discurso, también en la Academia, acerca de "La cuestión monetaria», escrito para conmemorar el aniversario de la Corporación.
En todo ese tiempo, lógicamente, se perfiló como ministrable para cuando Cánovas recuperase el poder, y así se confirmó el 5 de julio de 1890, cuando
en su versátil condición de técnico y político -bien simbolizada en los dos discursos de la Academia-, el Presidente del Consejo lo destinó a Gracia y Justicia. La
teórica misión del ministro era completar la renovación del cuadro legistlativo
iniciada con energía por el fusionismo, si bien los problemas de partido se cruzaron en su camino, al ser esa la legislatura de la disidencia silvelista, en la cual
Fernández Villaverde jugó un papel destacado.
Los hechos transcurrieron en varios actos, comenzando por una aproximación entre Cánovas y Romero Robledo, quien deseaba reintegrarse a las filas de
la mayoría y poner fin a su propia disidencia, iniciada tras el pacto de El Pardo.
Silvela se mostró en desacuerdo y, confirmada la entrada de Romero en el gabinete el 23 de noviembre de 1891, dimitió. Hubo un cambio amplio de gobierno en el
que también salió Fernández Villaverde, alineado desde hacía tiempo con las tesis
silvelistas. Sin embargo, en ausencia de disidencia formal, el propio Villaverde
volvió al gobierno unos meses más tarde, el 25 de julio de 1892, esta vez a Gobernación. Para entonces había estallado un escándalo en el Ayuntamiento de Madrid,
regido por un romerista, Alberto Bosch, con los silvelistas en primera línea de
ataque, haciendo de la moralidad pública su bandera. Como ministro, Fernández
Villaverde encargó una investigación al subsecretario Eduardo Dato, en pleno
acuerdo con Cánovas. Cuando hubo concluído y con Bosch dimitido, los silvelistas
-y entre ellos Villaverde- se mostraron partidarios de trasladar los hechos al
ámbito judicial, mientras el Presidente del Consejo consideró suficiente la depuración de responsabilidades políticas ya reaiizada. Por tal motivo, abandonó Fernández Villaverde Gobernación el 30 de noviembre del mismo 1892, Silvela habló en
el Congreso del deber de "soportar» al jefe cuando no se puede estar de acuerdo
con él, Cánovas dimitió ofendido y la separación se consumó.
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Se trató de una extraña disidencia, pues que no fue reconocida como tal
por Fernández Villaverde ni por Silvela, sus dos grandes protagonistas...No somos
una agrupación disidente, no levantamos bandera política, estamos decididos a no
ser jamás en el seno del gran partido liberal-conservador fermento de discordia» 3,
diría el primero en su calidad de portavoz del grupo. La idea de fondo de Silvela
era que se necesitaba reconstruir el partido sin Cánovas, pero ..realizarlo contra
Cánovas sería una demencia y una temeridad insigne» 4. Había que esperar, en
consecuencia, a que el « patriarca de la Restauración» -en expresión de Galdósse retirase de la vida pública, para facilitar lo cual, proponía Silvela declararlo príncipe «como Bismarck o Espartero» s. Pero don Antonio, que era averso a los títulos
no sólo no se retiró sino que volvió al poder en 1895 y la extraña disidencia se
prolongó, por más que continuaran los contactos con personas del partido como
los Pidal o del entorno conservador, como Martínez Campos o Polavieja. Unos
contactos que propiciarían, tras el asesinato de Cánovas del Cástillo en agosto de
1897, una refundación del partido con tintes menos liberales, liderado por Silvela,
bajo el significativo nombre de Unión Conservadora. Dentro de la Unión, Fernández Villaverde se convirtió en uno de los hombres más destacados, siendo uno de
los firmantes del manifiesto fundacional el 31 de diciembre de 1897 junto a Martínez Campos, Azcárraga, Pidal, Silvela y Cos-Gayón.
Al día siguiente comenzó un dramático 1898, marcado para España, por
la guerra con Estados Unidos y la pérdida de las colonias. El gabinete Sagasta se
consumió en el empeño y a comienzos de 1899, el 4 de marzo concretamente,
los nuevos conservadores fueron llamados al poder. Silvela ocupó la Presidencia
y Fernández Villaverde una cartera de Hacienda decisiva para el cierre de las
heridas financieras del desastre. Allí realizó el ministro su gran obra, merecedora de inscribir su nombre con mayúsculas en la historia de la Hacienda y también
de la política española contemporánea. La nivelación del presupuesto, la conversión de la deuda y la reforma tributaria fueron los tres ejes de una actuación que
saneó la hacienda para un decenio, tras haber convertido en aparentemente
liviano el coste de la contienda. Aunque reconocida de inmediato por muchos,
su obra despertó tan fuertes resistencias que terminó por agotar a Fernández
Villaverde y provocar su dimisión en julio de 1900, dejando algunos proyectos
pendientes.
; Cit. en F. SILVELA, Artículos-Discursos, Conferencias y Cartas (3 vols.), Mateu A. Gráficas,
Madrid, 1923, pág. 18.
4 Ibid., pág. 113.
, Ibid., pág. 79.
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Tras el paso por Hacienda, la figura de Raimundo Fernández Villaverde se
agigantó y con 52 años recién cumplidos parecía destinado a ser uno de los árbitros de la política nacional. Y lo fue en efecto, aunque sólo durante un lustro, el
lapso que medió entre la salida del ministerio y su muerte en julio de 1905. Escaso tiempo, pero muy intenso, pues amén de haber estado de nuevo en Hacienda
tres meses a caballo entre 1902 y 1903, presidió en dos ocasiones el Consejo de
Ministros y otras tantas el Congreso de los Diputados. Pero fueron sobre todo años
en los que libró intensamente dos grandes batallas, en ninguna de las cuales triunfó. La primera debía permitirle completar su obra de política económica; la segunda, que le enfrentó a Maura, fue su lucha por la jefatura del partido liberal-conservador. Estamos ante el momento clave de su biografía política, que además
coincide con el de su madurez personal.
De ese último Raimundo Fernández Villaverde, el de la plenitud en la
madurez, recién sobrepasados los cincuenta años, nos han quedado algunos testimonios, gráficos y literarios, acordes con su preeminencia en el panorama político
y social español del momento. Está un retrato soberbio de Joaquín Sorolla para la
galería de presidentes del Congreso de los Diputados realizado en 1901, donde
aparece lleno de fuerza y decisión, aunque también se reflejan en su rostro, y en
un leve dejo de tristeza en la mirada, la intensidad y dureza de los tiempos. Es el
retrato de un hombre serio y enérgico, concentrado en el porvenir más que complaciente con el pasado. El propio pintor lo subraya con unas pinceladas de trazo
grueso que conforman un fondo austero, un vestuario severo y una mínima presencia de elementos decorativos: el sillón presidencial casi difuminado contra el fondo
rojizo, la esquina de la mesa que apenas sirve para apoyar una mano izquierda
decidida, algunos papeles y la campanilla de plata como única concesión.
No es difícil reconocer en él al personaje que nos legó Azorín a través de
sus crónicas parlamentarias: « el Sr. Villaverde es un hombre recio, sólido, enérgico,
decidido, batallador, audaz, temerario, impetuoso, formidable, prepotente, incontrastable; sus bigotes plomizos se yerguen amenazadores» 6. Esa debió ser su imagen
pública, aunque no alcanzara a reflejar su personalidad por entero. Así, según
desvela el conde de Romanones: «En la intimidad era encantador; su aspecto un
tanto fosco, provenía sólo de su físico que ocultaba un fondo todo bondad y sencillez. Su bigote indomable y sus cejas juntas, sus rebufidos al replicar en el diálogo
hicieron de él un hombre completamente distinto a la realidad» 7. Con ello coinci-
6
AZORíN,
Parlamentarismo español (1904-1916]. Obras completas, Caro Raggío Ed.
tomo XXI, Madrid, 1921, pág. 39,
7
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ROMANONES, CONDE DE (5J,), Notas de una vida, Renacimiento, Madrid, pág. 252,
de Llanos y Torriglia en la semblanza que hizo para la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación: "Trabajador, animoso, efusivo, estudiante siempre, consecuente en sus propósitos, ora infantil frente a la minucia, ora genial ante el problema gigantesco, brusco y afable a un tiempo, con apariencias meramente físicas de
altivez y delicadezas sin cuento en la realidad de su trato » 8. Y quien le sucedió en
la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Faustino Álvarez del Manzano,
hablaba de "la fortaleza de su carácter, que era excepcional y aún excesiva.. 9.
El Villaverde de esta última y densa etapa política no olvidó tampoco su
faceta académica. Siguió asistiendo a múltiples sesiones de la Real Academia de
Ciencias Morales y Políticas. Asumió la Presidencia de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y pronunció en ella dos notables discursos inaugurando los
Cursos 1900-1901 y 1901-1902 sobre algunos aspectos de la cuestión social 10. Pero
además ingresó en la Real Academia Española el 23 de noviembre de 1902 con un
discurso sobre -La escuela didáctica y la poesía política en Castilla durante el
siglo xv» contestado por Francisco Silvela. El texto de Villaverde es una nueva muestra de gusto por la erudición y de su minuciosidad en el tratamiento de un tema
lejano a sus quehaceres ordinarios.
Raimundo Fernández Villaverde dimitió de Hacienda el 6 de julio de 1900
y fue nombrado Presidente del Congreso de los Diputados el 22 de noviembre del
mismo año, un cargo que singularizaba su posición política, especialmente porque
sólo un mes antes había caído el gobierno Silvela y se había hecho cargo del gabinete el general Azcárraga, un hombre venido al mundo de la política "para servir
de puente » 11. En efecto, como en sus otras dos presidencias, no estaba destinado
el general a durar, y, dimitido a los pocos meses, la reina regente encargó a Fernández Villaverde la formación de gobierno en febrero de 1901. El episodio lo cuenta
en sus memorias Romanones con detalle y delectación, comprensible siendo que
él esperaba el fracaso del encargo, como en efecto aconteció, por aspirar a ser
ministro primerizo en una nueva situación liberal. Los acontecimientos se sucedieron como sigue. Villaverde redactó un programa de gobierno que comprendía tres
puntos: aprobar un presupuesto para concluir la estabilización, promover algunas
8 F. LLANOS y TORRIGLlA, Necrología del Excmo. Sr. D. Raimundo Fernández Villaverde,
Imprenta de Prudencio P. de Velasco, Madrid, 1910, pág. 65.
9 F. ÁLVAREZ DEL MANZANO, La ley mercantil como lazo de unión entre España y las repúblicas
hispano-americanas, en -Discursos de recepción-y contestación leídos ante la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.., tomo IX, Madrid, 1914, pág. 391.
10 -El Código civil y la cuestión social- y -Las Coligaciones industriales y las huelgas de obreros ante el Derecho-,
11 ROMANONES, CONDE DE (s.f.), Notas de una vida, Renacimiento, Madrid, pág. 270.
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reformas en el sistema electoral, a fin de eliminar el caciquismo y hacer más sincero el sufragio, y limitar el crecimiento de las órdenes religiosas, uno de los problemas candentes del momento. Proponía que el gabinete tuviese una duración limitada para cumplir tales objetivos y, por ello, solicitó el apoyo no sólo a los
conservadores sino también a Sagasta, quién rehusó otorgárselo 12. Saga sta obtuvo
el poder y Romanones su primer ministerio, pero el mero hecho de haber recibido
el encargo perfiló a Raimundo Fernández Villaverde como un candidato natural al
liderazgo liberal conservador.
Había sido, pues, un candidato con un programa, y no uno más de aquellos políticos que durante esos años de frecuentes vaivenes aspiraban a vestir la
casaca de presidente del Consejo como culminación de su carrera, aunque fuese de
modo bien efímero. La historiografía española, sin embargo, ha ignorado con escasas excepciones este intento de renovación de la «vieja política» promovido por
Fernández Villaverde. Es un lugar común convertir a Silvela en protagonista de un
regeneracionismo desde dentro y ver en Maura y Canalejas a los líderes que más
lejos llevaron su intento y más cerca estuvieron de dar un nuevo impulso a la vida
política española. En cambio Fernández Villaverde ha quedado en un segundo
plano. Podrá argumentarse que apenas tuvo ocasión de poner en práctica sus ideas,
porque su tiempo como Presidente fue breve. Sin embargo, desde nuestro punto
de vista, la originalidad y consistencia de su programa le hacen acreedor a una
mayor atención. Por eso no deja de asombrar la brevedad de las alusiones a Villaverde en la materia, reducido a menudo a otro «puente», otro Azcárraga 13.
y no fue tal. Sus propuestas se diferenciaban por sostener un liberalismo
más laicista que el del ala derecha del partido liberal conservador. Aunque, naturalmente, su punto fuerte estaba en la economía, pues pensaba en ella como la
base de la estabilidad social y política. Y también su singularidad, pues en aquellos
tiempos de retórica encendida, a menudo vacía y casi siempre plagada de contradicciones internas, él tenía un discurso formulado con los pies en la tierra y desarrollado con lógica y consistencia interna. Un discurso donde los medios materiales para alcanzar los objetivos se hacían explícitos. Era un programa que trascendía
lo meramente económico, aunque no se haya visto así, quizás porque no había
llegado aún en política el tiempo de los economistas. Bien claro lo vio, en cambio,
su sucesor en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, quien en su elogio
de Villaverde afirma: -En España la política financiera no sólo es necesaria, sino que
12
Ibid., pág. 273.
«Dos puentes-, así titula el capítulo correspondiente a Azcárraga y villa verde M. fERNÁNDEZ
ALMAGRO, Historia del reinado de D. Alfonso XIII, Sarpe, Madrid, 1986.
13
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es la única política posible, si no se quiere perder el tiempo en lucubraciones vanas
y en hermosos proyectos artísticamente trazados y elocuentemente defendidos,
pero imposibles de realizar por falta de medios. Un cerebro anémico sueña o delira, más no produce ideas sanas y fecundas; y la sangre del Estado es un producto
del alimento que una sabia organización financiera le proporciona» 14.
El programa económico de Raimundo Fernández Villaverde en el primer
quinquenio del siglo veinte era una prolongación del formulado desde el ministerio de Hacienda y tenía dos grandes líneas de acción: la presupuestaria y la monetaria. La presupuestaria "comprende tres partes: la primera consistía en el presupuesto de liquidación y nivelación; la segunda, el de reconstrucción, o sea el de
perfeccionamiento y mejora de los servicios, y la tercera, consecuencia de un estado de normalidad y de crecimiento de la producción y de la riqueza, la reducción
de algunos impuestos para aliviar al contribuyente» 15. Acabada la primera en 1900
con la instalación del superávit presupuestario por un decenio en España, era tiempo de pasar al "presupuesto de reconstrucción», es decir, a aumentar los gastos en
obras públicas, actividades productivas y educación, a fin de conseguir un crecimiento de la renta y la riqueza. Ese era el punto en que se encontraba la Hacienda española a su juicio en aquel quinquenio y uno de sus más firmes empeños en
1903 y 1905 fue poner en marcha su "presupuesto de reconstrucción»; nunca lo
consiguió. El liberal que era Villaverde confiaba en que el crecimiento económico
aseguraría los ingresos incluso con reducciones impositivas. Esa sería la tercera fase
de su plan presupuestario, que le habría permitido cerrar el círculo abierto en 1899
con la subida de impuestos que tantos sinsabores le produjo.
La otra cara de su programa económico estaba estrechamente ligada a la
anterior y era la definitiva estabilización monetaria que sólo se podía conseguir,
a juicio de Fernández Villaverde, con el ingreso de la peseta en el patrón oro. Esa
incorporación proporcionaría un horizonte de estabilidad financiera, aumentando
la confianza de los agentes económicos españoles y extranjeros y eliminando lo
que le parecían incertidumbres e inconvenientes de un cambio fluctuante. Tal fue
el propósito de su "Proyecto de ley para regularizar y mejorar el cambio exterior»,
uno de los proyectos angulares de su gobierno en 1903 que tampoco salió
adelante.
14 F. ÁLVAREZ DEL MANZANO, La ley mercantil como lazo de unión entre España y las repúblicas hispano-americanas, en -Díscursos de recepción y contestación leídos ante la Real Academia de
Ciencias Morales y Políticas-, tomo IX, Madrid, 1914, págs. 390-391.
lo A. GARCÍA ALIX, El Presupuesto de Reconstrucción. Política comercial, Banco y Tesoro.
Suhsistencias, Est. Tip. 1. Moreno, Madrid, 1907, pág. 16.
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Este programa económico, que comenzó siendo empeño personal de
Villaverde, acabaría ganando el apoyo de un nutrido y significado grupo de políticos, a menudo de procedencias diversas conocidos en la historiografía como "los
víllaverdístas-, Algunos procedían del propio grupo liberal conservador, como
González Besada o García Alix. Pero otros -señaladamente Santiago Alba- venían de la oposición ajena a los partidos dinásticos organizada en torno a la Unión
Nacional de Basilio Paraíso y Joaquín Costa en 1899; oposición por cierto, que hizo
sus primeras armas combatiendo los planes de Villaverde tras el 98. Esta capacidad
de Fernández Villaverde para atraerse a lo más significado y racional del regeneracionismo tampoco le ha valido en su destino historiográfico.
El año 1902 concluye la primera etapa de la Restauración, la de Alfonso XII y la Regencia, la de Cánovas y Sagasta. Han sido veintisiete años y al régimen de la Restauración le quedan por delante otros veintinueve, si contamos el
tiempo de la Dictadura y el apresurado epílogo final. El contraste entre la considerable estabilidad política e institucional de la primera etapa -a pesar de episodios
tan dramáticos como la guerra carlista del principio, la temprana muerte del rey y
la incógnita regencia, el asesinato de Cánovas o la derrota del 98-, y la precariedad que presidió la segunda -salpicada también de contrariedades externas al
sistema polític~, resulta notable.
Dos fueron los episodios que hicieron a 1902 singular: la asunción de las
funciones reales por parte de Alfonso XIII en mayo y la despedida como gobernante de Sagasta a comienzos de diciembre, apenas un mes antes de morir. Desde
ese momento los herederos quedaron solos en ambos partidos. Entre los liberal
conservadores la jefatura de Silvela parecía clara y ya había sido ejercida en el 99,
de modo que, constituidos en alternativa ante lo que se interpretaba como crisis
interna de los liberales, fue don Francisco quien recibió el encargo de formar
gobierno. Lo hizo recuperando a las dos estrellas de su anterior gabinete, Raímundo Fernández Villaverde y Eduardo Dato, aunque también incorporó a Antonio
Maura, quien, tras cruzar el pasillo --en terminología parlamentaria británica-, se
estrenaba como ministro conservador.
El gobierno tenía en su seno dos estrategias alternativas, que representaban caminos diferentes para continuar con las tareas de "regeneración» del gabinete de 1899-1900. Una era la encarnada por el propio Silvela, decisivamente apoyada ahora por Maura y bien servida en Marina por Sánchez de Toca. Borrar el 98
con una implicación clara en el juego de alianzas y estrategias europeo con la
apuesta africana de fondo; un juego en plena ebullición al calor de la nueva potencia alemana, los deseos del protagonismo de franceses e italianos y la permanente
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referencia británica. Participar requería poder naval, priorizando el gasto en defensa. Enfrentado a esta opción estaba Fernández Villaverde, por considerar que antes
de embarcarse en los gastos que exigía ese protagonismo en la escena internacional era preciso impulsar la economía española con un reforzamiento del gasto
público más directamente productivo y consolidar la confianza de los inversores
nacionales y extranjeros con una integración de la peseta en el oro. En suma: carreteras, pantanos, educación y patrón oro, con equilibrio presupuestario. Era un
programa que recogía las ideas del «presupuesto de reconstrucción- formulado por
Villaverde en 1899, amén de las aspiraciones de los regeneracionistas más racionales y que enlazaba con la tradición canovista de prudencia en política internacional.
Consciente de estas amplias diferencias, Fernández Villaverde «se resistió
denodadamente a entrar en el gobierno-, resume Llanos y Torriglia. Sin embargo,
Silvela consideraba su participación una «garantía de éxito- y Villaverde, ante la
insistencia, acabó cediendo. «Pero llegó un día, el 25 de marzo, cuando era la
ocasión de preparar definitivamente los nuevos Presupuestos y organizarlos de
suerte que fuese una realidad el empeño de la defensa nacional, de la Marina de
guerra y llegó el disentimiento formal de criterio. El Sr. Villaverde creyó, por razones que yo respeto, pero de las cuales no participo, que aún no había sonado la
hora de empezar esa obra- 16. Este es el resumen público que Silvela hizo meses
despues de la crisis y dimisión de Villaverde.
En abril y mayo de 1903 se celebraron elecciones al Congreso de los Diputados y el Senado, las primeras del reinado de Alfonso XIII, dando lugar a unas
Cortes decisivas en la biografía de Raimundo Fernández Villaverde. Primero porque
comenzó presidiéndolas, pero sobre todo, porque fueron el poder legislativo que
tuvo como interlocutor en sus dos gobiernos. Tras la constitución de las Cortes,
Raimundo Fernández Villaverde había optado a la Presidencia del Congreso de los
Diputados, consiguió el cargo con medio centenar de votos por encima de los que
tenía el partido y esto le dio una independencia de la que pronto hizo gala. En
mayo, en la reunión de las mayorías previa a la constitución de las cámaras, intervino pronunciando un discurso que no limitó a lo meramente protocolario, sino
que incluía según la prensa, «todo un programa de gobierno-. Otro tanto hizo al
tomar posesión de la presidencia del Congreso a mediados de junio, dejando definitivamente patente su condición de alternativa. Silvela dimitió en julio y él fue
llamado a presidir el Consejo. Aquel fue acaso su mejor momento aunque ciertamente resultó efímero.
16 F.
1923, pág. 242.
SILVELA,
Artículos-Discursos, Conferencias y Cartas (3 vols.), Mateu A. Gráficas, Madrid,
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Raimundo Fernández Villaverde alcanzó por vez primera la Presidencia
del Consejo de Ministros el día 20 de julío de 1903 y formó un gobierno de «altura.., en expresión de época, como muestra el protagonismo que muchos de los
ministros tuvieron en años sucesivos. Estaban Augusto González Besada en Hacienda, Eduardo Cobíán en Marina, Gabino Bugallal en Instrucción Pública y Rafael
Gasset en Agricultura, Industria y Comercio, que repetirían en sucesivos gobiernos
liberales o conservadores. Otro personaje destacado del gabinete era Antonio
García Alix, ministro de la Gobernación y uno de los pilares del villaverdismo
entonces y después, como González Besada o Cobián, aunque por el momento éste
perteneciera a la facción maurista, Los restantes ministros eran Manuel Mariátegui,
Conde de San Bernardo, en Estado, Santos Guzmán y Carballeda en Gracia y Justicia y Vicente Martitegui en Guerra. Y no se puede olvidar la presencia del joven
Santiago Alba como Subsecretario de la Presidencia, tanto por su significación en
la Unión Nacional cuanto por su futuro protagonismo en la política española. En
suma, el gabinete recogía algunos incondicionales, varios miembros de otras
tendencias del partido y además, a notorios personajes del regeneracionismo
económico como Gasset y Alba. Era un gobierno preparado para hacer política ..de
escuela y despensa » desde las sólidas bases económicas y presupuestarias del villaverdismo, Así [o percibieron y premiaron los círculos financieros con inmediatas
mejoras en la cotización de la deuda española, la peseta y la bolsa.
Las primeras actuaciones del gabinete transmitieron cierta prudencia,
como si Villaverde tuviese deseos de afirmarse en la opinión asegurándose a la vez
tiempo por delante. Los proyectos estelares del nuevo gobierno en los primeros
meses fueron los de Gasset sobre caminos y regadíos y el del propio Presidente
sobre la integración de la peseta en el patrón oro. En cuanto al Presupuesto,
González Besada trató de adaptar el Proyecto heredado del gobierno anterior para
tenerlo aprobado a final de año y preparar con más tiempo uno diferente. Pero no
hubo un enfrentamiento radical con los patrones de la situación anterior, a pesar
de sus manifestaciones previas, pues no se repudió radicalmente la construcción de
la escuadra ni se actuó en el control de las órdenes religiosas. Incluso se había
puesto al frente de Marina a Cobián, un maurista que con el tiempo se convertiría
en víllaverdísta acérrimo. Acaso esta prudencia desdibujó su gobierno y acabó
teniendo más costes que beneficios, amén de propiciar epítetos sutilmente descalificadores, como el de Maura refiriéndose a un «gobierno de gestión-,
Ciertamente, la situación que recogía no era halagüeña, pues en 1903 al
deterioro político era preciso añadir considerable agitación social con huelgas y
desórdenes públicos que continuaron en la segunda mitad del año. A pesar de ello,
en los primeros compases el gobierno se había desenvuelto con aplomo y en
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septiembre parecía consolidarse, al punto que Silvela hizo público su deseo de retirarse de la vida política a lo largo de aquella legislatura y lo reiteró en octubre en
sede parlamentaria. La sucesión por Villaverde parecía definitivamente establecida,
ocupando éste la presidencia. Pero en el mes de noviembre una serie de acontecimientos en el Congreso, intrascendentes en principio, cambiaron por entero la
situación.
Los protagonistas aparentes fueron republicanos e integristas, pues los
liberales continuaban en sus pugnas internas por determinar quien debía ser el
sucesor de Sagasta, fallecido meses atrás. En realidad, el problema estaba en la
presunta desunión del grupo parlamentario que apoyaba al gobierno, pues las
manifestaciones de Silvela y Maura siempre dejaban una sombra de duda. Las
oposiciones antidinásticas se concentraron en obstruir la aprobación del presupuesto y allí acabaron encontrando el filón cuando se les sumó el partido liberal.
Al comienzo de diciembre parecía difícil lograr la aprobación de las cuentas públicas y para no incurrir en déficit el gobierno sugirió que se pudiesen cobrar los
impuestos desde primero de año con arreglo al proyecto de presupuestos. Así se
recogió en una enmienda presentada por el diputado Domínguez Pascual, con
aquiescencia al parecer del gobierno; pero Villaverde reclamó el acuerdo de los
liberales ante la dudosa constitucionalidad de la medida y como éstos lo negaron,
dimitió el 3 de diciembre.
Le sucedió otra situación conservadora con Antonio Maura al frente y
apoyo externo del propio Villaverde, que duró un año. A lo largo de ese 1904,
Raimundo Fernández Villaverde participó en las discusiones del Congreso acerca
de la regularización del cambio de la peseta y mantuvo una actitud de apoyo al
gobierno Maura, si bien a cierta distancia. En el mes de abril, según la correspondencia de Silvela, éste en nombre de Maura había ofrecido a Villaverde la embajada en París como una forma de alejamiento elegante, y aunque la oferta parece que
fue aceptada, no llegó a consumarse el nombramiento. El gobierno Maura cayó en
el mes de diciembre y fue sustituido por el general Azcárraga, quien apenas se
mantuvo en el poder mes y medio, haciendo honor de nuevo a su consideración
de puente, en esta ocasión entre Maura y Villaverde.
El 27 de enero de 1905 tomó posesión el segundo y último gobierno presidido por Raimundo Fernández Villaverde. Formaban en él de nuevo los dos villaverdistas por excelencia, García Alix y González Besada, que intercambiaron sus
carteras respecto al gobierno del año tres, encargándose el primero de Hacienda y
el segundo de Gobernación. Repitieron con la misma cartera el general Martitegui
en Guerra y también el antiguo maurista y ahora villaverdista convencido, Cobián
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en Marina. En realidad, éste último ya estaba en el ministerio de Azcárraga, al igual
que Ugarte en Gracia y Justicia, el marqués de Vadillo en Agricultura, Industria y
Comercio y Juan de la Cierva en Instrucción Pública. La única novedad frente al
gobierno de Azcárraga y al anterior de Villaverde fue Villa-Urrutia en Estado,
nombrado ante la repentina muerte del Conde de San Bernardo, quien habría repetido la cartera de 1903. Era un gabinete menos llamativo que el de 1903 por la
ausencia de Gasset o Bugallal y además pronto perdió al ministro más singular,
Juan de la Cierva, quien dimitió en marzo y se pasó al maurismo. Los hombres fuertes que actuaron a menudo como portavoces del presidente e hicieron política más
allá de sus respectivas carteras fueron García Alix, González Besada y Cobián.
También fue un apoyo constante de Fernández Villaverde, como en su anterior
gabinete, el presidente del Congreso de los Diputados, el viejo Romero Robledo.
La situación política era abiertamente más precaria que en 1903, pues el
grupo parlamentario de la mayoría ya había mostrado entonces una sintonía superior con Maura que con Villaverde y el primero tendía a verse como el hombre fuerte del partido tras su paso por la presidencia. En consecuencia, la estrategia de
Villaverde, aconsejada al parecer por Romero Robledo, fue demorar la apertura del
periodo de sesiones de las Cortes y comparecer allí el primer día con múltiples
proyectos que condujesen la discusión hacia cuestiones concretas donde el gobierno pudiera ser fuerte en lugar de abandonarse a la retórica política parlamentaria
donde era más débil.
Los preparativos del gobierno primero y en la primavera algunos viajes del
rey por España y también a Francia, donde sufrió un atentado sin consecuecias, y
Gran Bretaña, donde conoció a la futura reina Victoria Eugenia, fueron el argumento utilizado para mantener las cámaras cerradas, hasta que su apertura se hizo
inevitable en junio. Entonces el gobierno se presentó con un buen conjunto de
proyectos de ley para su discusión. El ministro de Hacienda había preparado los
proyectos de Presupuestos generales del Estado para 1906, Bases arancelarias y
nuevo arancel de aduanas, así como la creación de una Caja Nacional de Ahorros.
El ministro de la Gobernación acudió con un proyecto de reforma de las haciendas municipales. El ministro de Marina presentó otro sobre construcción de Fuerzas navales y el de Instrucción Pública y Bellas Artes un proyecto de ley de instrucción primaria. En el ámbito económico cambió esta vez las prioridades y postergó
la cuestión cambiaria en beneficio del "presupuesto de reconstrucción", diligentemente elaborado por García Alix. También emprendió éste la elaboración de unas
nuevas bases arancelarias que fundamentasen un renovado arancel y otra ronda
negociadora de convenios comerciales pues los vigentes tocaban a su fin. Sin
embargo, todo esto no sirvió de nada y los debates fueron por otro camino.
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El día 14 de junio finalmente se abrió el período de sesiones de Cortes con
pocas incógnitas en el ambiente. Silvela había muerto el 29 de mayo y Maura estaba decidido a afirmar su autoridad en el seno del partido derribando a Villaverde
para quitarle su posición de fuerza. En sólo cuatro sesiones quedó claro que la
supervivencia del gobierno era incompatible con aquellas Cortes y el acuerdo sobre
la necesidad de poner fin a la situación fue completo, incluido el del propio gobierno. De ahí que el día 20 de junio todos aceptaran una votación para certificar la
anunciada derrota, aunque según la prensa de la época, tuviera Villaverde la esperanza de obtener a seguido el decreto de disolución 17. Perdida la votación, sin
embargo, los liberales reclamaron el poder con apoyo de Maura y el rey llamó a
Montero Ríos entregándole el preciado decreto de disolución. Habían concluido las
Cortes de 1903 y el.tiempo de Villaverde como presidente del Consejo.
Ni un mes de vida le quedaba a Raimundo Fernández Villaverde en ese
momento y, sin embargo, empleó a fondo esos días en organizar un grupo que
pudiese concurrir a las inmediatas elecciones, puesto que era una evidencia la
ruptura del partido liberal conservador. Apenas una semana más tarde, el 26 de
junio, Cobián invitó a sus antiguos compañeros de gabinete a un almuerzo en
Lhardy con presidencia de Villaverde y allí se pusieron las bases para organizar
un grupo, el cual "estimaron que por la doctrina que sustenta y por las personas
que están a su lado tienen perfecto derecho a denominarse el verdadero partido
liberal conservador, apartados de exagerados clericalismos y de toda idea reaccionaria», decía El Imparcial del día 27. A ellos iban a unirse también, se informó, algunos de los exministros más tradicionales del partido, como Romero
Robledo, el duque de Mandas, Tejada de Valdosera, Danvila y Bugallal, reclamando así la pureza de la herencia canovista. Se constituyó un comité para
comenzar los trabajos y Villaverde anunció que no se iría de vacaciones hasta
mediados de agosto.
Sin embargo, como decía el ABe del 16 de julio, "la muerte se ha declarado maurista-, porque el día 15 de julio de 1905 a las ocho de la mañana moría
Raimundo Fernández Villaverde en su casa de Madrid, a consecuencia de un derrame cerebral. Según la prensa de la época, se había encontrado mal el día anterior
yen pocas horas se produjo el desenlace. La Gaceta de Madrid del día siguiente
publicaba en primera página un Real Decreto por el cual se establecía que el cadáver del "eminente patricio» don Raimundo Fernández Villaverde tendría honras
17 "Entre tanto explotan los amigos del gobierno la hipótesis de que el rey entregará a villaverde el decreto de la disolución", El Imparcial, 19 de junio de 1903. Noticias parecidas pueden verse
en los demás diarios.
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fúnebres de Capitán General con mando en plaza y la presidencia del duelo correspondería al Consejo de Ministros.
y aunque el mismo 17 se volvieron a reunir los villaverdistas, solos, su
fuerza decayó rápidamente. Llegaron a presentarse a Cortes y a formar un pequeño grupo de 17 diputados que se mantuvo apenas un año; entonces se disolvió:
algunos permanecieron independientes, otros pasaron al partido liberal y los más
volvieron al conservador de Maura. Pero no hay que engañarse. Murió el hombre.
A pesar de ello, la estela del villaverdismo persistió largos años en la política económica española, ya fuera como ejemplo de enérgica determinación, ya como programa cuyos aspectos pendientes era necesario recuperar. El superávit presupuestario
se mantuvo durante casi diez años seguidos y el programa de saneamiento financiero también, como asimismo el propósito de estabilizar el cambio de una peseta
que ya no volvió en decenios a los bajos niveles de la primavera del 98.
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