Maestro, que yo pueda ver

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Maestro, que yo pueda ver
“Después llegaron a Jericó, cuando Jesús salía de allí
acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. El hijo
de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al
camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso
a gritar: “Jesús, hijo de David, ten piedad de mí” Muchos lo
reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte,
“Hijo de David ten piedad de mi”. Jesús se detuvo y dijo:
“Llámenlo”. Entonces llamaron al ciego y le dijeron: “Ánimo,
levántate, Él te llama” y el ciego arrojando su manto se puso
de pie de un salto y fue hacia Él. Jesús le preguntó: “¿Qué
quieres que haga por ti? Él le respondió: Maestro, que yo
pueda ver”. Jesús le dijo: “Vete, tu fe te ha salvado”.
Enseguida
comenzó
a
ver
y
lo
siguió
por
el
camino”.
Marcos 10, 46-52
Para contemplar esta cita bíblica, vamos a sumar también
algunas expresiones de la homilía del Papa Benedicto XVI del
día domingo 28 de octubre, donde justamente el Papa comentaba
este texto que era el evangelio de ese día, para también
acercar su mirada y su palabra desde la contemplación que
juntos podemos hacer de este texto. Un texto donde justamente
nos acerca la persona, la presencia de este hombre ciego,
mendigando al borde del camino. Bartimeo, estaba precisamente
sentado al borde del camino pidiendo limosna.
El Papa nos comenta entorno a este texto, que todo el
evangelio de Marcos es un itinerario de fe, que se desarrolla
gradualmente en el seguimiento de Jesús. La curación de
Bartimeo es la última curación prodigiosa que Jesús realiza
antes de su pasión. El va camino a su pasión, a la Jerusalén
que lo recibe para aclamarlo como rey, pero también luego para
condenarlo injustamente. Y en ese hecho tan transcendental en
la vida de nuestro Salvador, está este hecho también. Esta
situación particular, Bartimeo, un hombre ciego al borde del
camino. Y no es casual que sea la presencia de un ciego la que
se encuentra en este momento antes de que el Señor se entregue
en Jerusalén. Es una persona, el ciego, que ha perdido la luz
de sus ojos. Sabemos también, por otros textos, nos dice
justamente el Papa Benedicto, que en los evangelios, la
ceguera tiene un importante significado. Representa al hombre
que tiene necesidad de la luz de Dios, necesidad de la luz de
la fe. ¿Para qué es que tienen necesidad de la luz?, nos dice
el Papa, para conocer verdaderamente la realidad y recorrer el
camino de la vida. Estas palabras del Papa que justamente las
ubica él como una interpretación, como la lectura de cómo es
que se encuentra Bartimeo, se puede trasladar a cada una de
nuestras vidas, a cada una de nuestras existencias. Podemos
ser nosotros Bartineo.
Te invito a vos a que te ubiques en esa situación, a que nos
ubiquemos como ciegos junto a Bartimeo. Porque muchas veces
perdemos la luz en los ojos, perdemos visión, caemos en estado
de ceguera y no podemos ver la realidad en su sentido más
profundo, más pleno, más real. A veces vemos mucho, decimos
mucho, describimos la realidad, la criticamos, sentimos que la
comprendemos, que porque la padecemos la conocemos y la
describimos y la describimos negativamente. Pero sin embargo a
pesar de que viendo creemos que comprendemos la realidad, que
estamos recorriendo un camino, sin embargo nos quedamos sin
saber cómo recorrer el camino, cómo vivir bien y cómo
fundamentalmente vivir bien con los otros. Estamos
permanentemente en situación de conflicto, de discusión, de
polarización de nuestras miradas de la realidad en cuanto a
cómo la describimos, a cuanto cómo nos ubicamos frente a ella,
y sin embargo aunque creemos ver, aunque creemos que tenemos
la mirada justa de la realidad, no podemos aprender a vivir en
el camino de la vida y del camino de la fe. Para esto es que
justamente el Papa nos propone a nosotros también ubicarnos en
la situación de ceguera, ubicarnos como necesitados de la luz
de Dios. Necesitados de la luz de Dios es ser o estar
necesitados de su presencia en nuestra vida, de su presencia
entre nuestras vidas, necesitados de su presencia en la vida
familiar, en la vida laboral, en la vida social. A gran escala
nuestro país o en los vínculos, en la calle o en los mínimos
vínculos que tenemos entre nosotros. Para esto necesitamos la
luz de Dios, la luz de la fe, nos dice Benedicto. Para conocer
verdaderamente la realidad y recorrer el camino de la vida.
Te propongo a que nos ubiquemos como ciegos necesitados de
luz, de Dios que es la luz y que se hace luz para nosotros y
así poder ver y caminar.
Consigna de hoy: ¿En qué situaciones de tu vida estás
necesitando de la luz de Jesús? ¿En qué momentos o situaciones
de tu vida recibiste la luz de Jesús, la luz de su presencia?
Descubrir el grito de Bartimeo como una oración confiada.
Bartimeo representa al hombre que reconoce el propio mal y
grita al Señor con la confianza de ser curado. Esta es la
situación de él y es la situación en la que muchas veces
nosotros también nos encontramos. Bartimeo reconoce su mal,
reconoce el estado, la situación en la que se encuentra, está
al borde del camino y al enterarse de que va pasando Jesús,
grita, pega un grito. Bartimeo estaba ahí, al borde del
camino, es un excluido, está al margen del camino de la vida,
está al margen del camino de la fe. Y es por esto que también
grita con fe, grita para ser escuchado. Gritas también porque
ocurría en aquel tiempo lo que lamentablemente ocurre muchas
veces hoy también. Bartimeo era un mendigo que estaba al borde
del camino. Había otros tipos de mendigos también, aún otros
que muchas veces tenían visión, podían ver, pero estaban
enfermos, o no tenían familia o eran huérfanos. Y esos
mendigos estaban rodeados muchas veces mientras pedían,
mientras tenían un lugar al borde del camino para pedir ayuda,
estaban rodeados por los que conocemos habitualmente con el
nombre de avivados, una especie de mafiosos que le sacaban lo
que esta gente mendigando recibía en las limosnas. Los
utilizaban para hacer dinero, les daban un lugar, les decían
vos pedís acá y luego le retiraban lo que ellos recibían en
cuanto a las limosnas que recibían de quienes pasaban y les
daban algo ante sus pedidos. Por eso que Bartimeo era uno de
estos, estaba al borde del camino, acorralado por su ceguera,
por no estar en el camino de la vida y por estar vigilado por
quienes se avivaban y hacían dinero con su propia ceguera.
Pero al enterarse que Jesús pasa, él pega un grito. Podemos
imaginarnos esto. Muchas veces nos ubicamos en una situación
religiosa o de oración, de silencio, de quietud, de mucha
armonía, pero también esa oración muchas veces, un grito ante
la situación de necesidad extrema, un grito que se hace
oración, un grito que Jesús escucha. A veces también tenemos
que animarnos a vincularnos con el Señor a través de un grito
que exprese nuestra necesidad. Porque el Dios en el que
creemos, Jesús de Nazaret, el Señor que se ha acercado a
nuestra vida, que se acerca también al mundo de hoy en su
infinidad de situaciones de injusticia, de dolor, de
necesidades, es un Dios vivo. Creemos en un Dios vivo. Y
porque nuestro Dios está vivo es que podemos hablarle, podemos
gritarle, como Bartimeo. Jesús, hijo de David ten piedad de
mí. Y el evangelio nos dice que muchos lo reprendían para que
se callara, pero fíjense lo que decía el ciego Bartimeo
mientras muchos lo querían callar. Dice el evangelio: “Pero él
gritaba más fuerte, Hijo de David ten piedad de mí”. Esta es
la oración de Bartimeo en su circunstancia. También puede ser
nuestra oración en la circunstancia que nos encontremos. Pedir
a Jesús por nuestra ceguera, pedir a Jesús la luz que es su
presencia, para que Jesús se meta en nuestra vida, en nuestra
existencia, se meta en nuestra ceguera y por su presencia
quedemos iluminados, por su presencia podamos ver lo que
queremos ver y muchas veces no podemos. Situaciones,
conflictos, realidades de nuestra vida en las cuales tenemos
que afrontar, resolver. Queremos aprender a ver, queremos
aprender a resolver bien nuestras cosas y muchas veces no
sabemos cómo. Pidamos la presencia de Jesús para hacer
discernimiento con él. El Dios en el que creemos es un Dios
que está vivo, que escucha nuestras oraciones, que escucha
nuestros gritos y nos quiere ayudar a que nos pongamos en
camino, a que recuperemos la visión para ver la realidad
profundamente, para que la realidad no nos pase por el costado
sino que la podamos ver realmente en plenitud, en profundidad.
Pidamos esta gracia al Señor, que nos escuche para lo cual
necesitan también que nosotros como Bartimeo, le gritemos
nuestras necesidades, no solo las personales, sino las
familiares, las culturales, las sociales, las necesidades que
como nación necesitamos en este tiempo de nuestra vida, del
año, del camino que hacemos juntos en Argentina. Pidámosle a
Jesús lo que necesitamos. Hijo de David, tened piedad de
nosotros.
La ceguera de Bartimeo está más cerca de nosotros de lo que
pensamos. Aún cuando tenemos visión en nuestro sentido de la
vista, muchas veces perdemos visión en cuanto al horizonte de
vida, en cuanto al sentido de vida, en cuanto en qué pensó
Dios para mí y cómo llevar adelante esa misión en la vida que
nos propone el Señor.
Hasta aquí hemos mirado mucho la situación de Bartimeo y nos
hemos visto a nosotros mismos en la situación de Bartimeo,
pero lo central y lo principal en este evangelio es que está
Jesús, el Hijo de Dios que es el que reconoce a Bartimeo.
Jesús, Señor de la vida se hace presente. ¿Y qué es lo que
hace Jesús frente a esta situación del mendigo ciego al borde
del camino?
Jesús dice “Llámenlo” Pocas palabras de Jesús aparecen aquí en
este relato de la curación del ciego Bartimeo. Es la primera
palabra y clave, “Llámenlo”, dice Jesús. Jesús nos llama en el
grito que le estamos haciendo a Él. Jesús nos llama de la
situación en la que estamos, si estamos al borde del camino,
si estamos en ceguera, si estamos en la situación de opresión
en la que se encontraba Bartimeo, si gritamos, Jesús nos dice
“Llámenlo”, nos hace buscar para que nos encontremos con Él. Y
este llamado de Jesús, despierta en los que estaban alrededor
de Él, justamente el mirar, el atender a esta persona que
estaba en el borde del camino. Y estas personas le dicen a
Bartimeo, ánimo, levántate. Fijémonos cómo la presencia de
Jesús, y esta palabra llámenlo, provoca estas realidades,
ánimo, provoca el levantarnos de la situación en la que
estamos. La presencia de Jesús no nos deja igual, no nos deja
encerrado en nosotros mismos. De hecho le dicen Él te llama y
el ciego arrojando el manto dice la palabra de Dios, se puso
de pie de un salto y fue hacia Él. En este arrojar el manto,
lo podemos contemplar a Bartimeo como envuelto en un trapo, en
un manto, como metido en su problema, encerrado en su
problema. Él lo que hace al escuchar el llamado de Jesús,
salta, arroja el manto, sale de su encierro, sale de su
ceguera, no se queda encerrado en sí mismo, ha sido escuchado
por el Señor y este Señor que ahora lo llama provoca en él un
salto, un levantarse, un ponerse de pie, un seguir buscándolo
al Señor porque se pone de pie para ir hacia Él. Y Jesús le
pregunta “¿Qué quiere que haga por ti?”, y él responde:
“Maestro que yo pueda ver”.
Jesús provoca eso en nosotros, nos levanta, nos habla, nos
dirige su palabra personalmente a nosotros y también nos
pregunta qué necesitamos, ese es el Dios en el que creemos, un
Dios que está vivo, nos atiende, se acerca ante nuestra
necesidad y nos pregunta qué necesitamos.
El ciego Bartimeo le respondió: “Maestro que yo pueda ver”.
Así como decíamos, poder apropiarnos del grito de Bartimeo,
también podemos apropiarnos de esta palabra, de este pedido de
Bartimeo frente a la presencia de Jesús esta mañana. “Maestro
que yo pueda ver”.
Muchas veces ponemos muchos medios para ver lo que tenemos
que ver, para resolver lo que tenemos que resolver, para
hacernos cargo de lo que aparece en torno nuestro como
responsabilidades y no vemos como responder. Y esa situación
no siempre, aunque nos duele y nos dificulta vivir con ellas,
no siempre es porque no queremos, es porque no podemos, porque
no sabemos. Y para eso también Jesús se nos hace presente en
la vida, para poder ver, para poder ver cómo ve Él la
realidad. Lo que supone, que tenemos que tirar el manto de lo
que nosotros creemos que es la realidad. Muchas veces tenemos
como aprendido, como sabido cómo es nuestra realidad, cómo son
nuestros problemas o cómo deberían ser las soluciones, pero
seguimos sin salir de nosotros mismos y de nuestra ceguera.
Encontrarnos con Jesús supone tirar el manto de lo que
conocemos. Dejar a un lado lo que sabemos de nuestros dolores,
sufrimientos y conflictos, y preguntarle de cara a Él,
“Maestro quiero ver” Para recibir una luz que no viene de
nosotros mismos, que viene de la presencia de Jesús, que se
hace presente Él con su luz, con su presencia en nuestros
corazón, en nuestra inteligencia. Para que con Él podamos
discernir, ver la realidad y tomar las decisiones.
La fe nos salva. La fe en Bartimeo lo salvó de su ceguera,
pudo ver. Jesús hace eso. Restablece nuestra dignidad
personal, nos pone de pie, nos escucha y atiende a nuestro
pedido.
Queremos que el Señor se siga haciendo presente, le pedimos a
Jesús lo que necesitamos.
En el último versículo, el 52, donde Jesús que ha recibido el
grito de Bartimeo, que lo ha llamado, que le ha preguntado
¿Qué quieres que haga por ti?, que ha escuchado el pedido, le
dice, “Vete, tu fe te ha salvado”. Enseguida comenzó a ver y
lo siguió por el camino. Pocas palabras, pocas expresiones,
pero muy significativas para una persona que ha estado en la
situación de Bartimeo. También esta puede ser nuestra
situación, que siendo escuchado por el Señor, somos llamados y
Él nos pregunta qué necesitamos y podemos vincularnos con Él.
Esta es la propuesta que tenemos desde la fe, desde la
comunidad eclesial, acercarnos a Jesús, ha abrirnos a una
presencia que no es cualquier presencia. Es la presencia de
Dios, es la presencia del hijo de Dios Padre que se hace
presente en el camino de nuestra vida para justamente
llamarnos, recibirnos, escucharnos y obrar en nosotros, obrar
grandes milagros, que los necesitamos como en el caso de la
ceguera de Bartimeo, como también el milagro de poder ver con
el corazón, aquellas realidades de la vida que no sabemos cómo
encararlas, cómo resolverlas. Él es la luz que necesitamos
para esas situaciones y Él quiere serlo y por eso en aquel que
deposita su confianza en Él, no queda defraudado. Nosotros
también estamos llamados a poder recibir la vida de Dios, a
poder escuchar de la boca de Jesús, “Vete, tu fe te ha
salvado”, para lo cual tenemos que arrojarnos en fe a la
presencia de Dios, escucharlo y recibirlo y nosotros mismos
seremos testigos y podremos dar testimonio de lo que significa
dejar que Jesús que es la luz se meta en nuestra vida, tome
nuestra existencia, haga sus milagros en nosotros. La palabra
dice que enseguida Bartimeo comenzó a ver y lo siguió en el
camino.
Esta también es la propuesta de la fe, la propuesta de la
comunidad eclesial para cada uno de nosotros. Sumarnos al
camino, seguir el camino. El camino es justamente el
itinerario de fe que podemos realizar en torno a la palabra de
Dios, en torno a la vida de los sacramentos, en torno a Jesús
Eucaristía que nos escucha y nos recibe, en torno a la
comunidad que quiere celebrar y aprender a vivir la fe y la fe
compartida con el mundo. Jesús nos quiere restablecer en el
camino de la caridad y del servicio, para transformar las
realidades a través de nuestra propia vida llena de Dios, a
través de nuestra propia existencia, restablecida en su
dignidad, para caminar con otros, para celebrar la vida, para
servir y para amar. Para eso Jesús nos vuelve a poner en el
camino.
Esta es la gracia que le pedimos al Señor. Déjate tocar por
Dios, déjate curar por Dios, escúchalo al Señor y deja que Él
te restablezca en el camino de la vida y en el camino de la
fe. Él puede obrarlo también en cada uno de nosotros.
Dejémonos también tocar por Él, llamar por Él y animar a
seguir en el camino de la vida.
Padre
Melchor López
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