Juan Germán Schroeder, autor, adaptador y director

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Juan Germán Schroeder, autor, adaptador y director de teatro (19 18
- 1997) cuenta en su producción dramática con una pieza inspirada en
el mito del asesinato de Agamenón, aunque proyectada en unas coordenadas espacio-temporales concretas y lejanas que no pretenden la integración en el tiempo y el espacio míticos. La obra pertenece a un grupo
de dramas que se pueden denominar, con F. Ruiz Ramón, 'poemáticos'
"por el lenguaje y la construcción de la acción mediante situaciones de
gran riqueza simbólica"229.Fue escrita en 1951 y estrenada en el teatro
de la ciudad de Reinscheid en Alemania y en 1960 en Barcelona230.
Se trata de una obra en la que se pueden identificar algunos personajes y elementos significativos de la Orestía, aunque en ella no se
pone de manifiesto explícitamente en ningún momento esta identidad.
229
F. Ruiz Ramón, Historia del teatro español. Siglo XX, Madrid, Cátedra, 19752.
La obra fue traducida y puesta en escena en diversas ciudades alemanas con indudable éxito. Al alemán fue traducida por el hispanista Hans Scholeger con el título de
Der Haus des Dabios, también traducida al francés por Georges Pillement, y al checo
por Zdenek Smid.
230
Aparece publicada en el número 49/50 de Yorick, dedicado a "La generación frustrada de los años 50", en el que el autor da valiosas claves
para la lectura del drama. Afirma Schroeder haber intentado abordar
en La esfinge furiosa la problemática del existencialismo católico, así
como la crisis del concepto de pecado, aunque "el resultado fuera una
obra poco ortodoxa y considerada casi h e r é t i ~ a " ~ ~ ~ .
La obra se desarrolla en una Ibiza conservadora que el dramaturgo
observa desde la carretera de San Antonio. El contraste de una casa
pintada de negro con la blancura de la arquitectura isleña, tal y como la
describe en la pieza, le provoca la impresión de que guardaba luto por
alguna tragedia acaecida entre sus paredes232.A partir de esta imagen
real, grabada en la memoria del escritor, surge La esfinge furiosa, profundamente influida por un entorno cultural que permitía que llegaran a
las manos de Schroeder libros de autores como Miller, Williams, Betti,
Cocteau, Fabri, Giraudoux, O'Neill, Synge, Priesley, Montherlant,
Wilder, Saroyan, Anouilh, Pirandello, etc; y españoles como Unamuno,
Buero, Sastre o Mihura, todos ellos adquiridos clandestinamente fueron
especialmente apreciados por el autor. Además, junto a este numeroso
elenco de posibles influencias, él mismo indica su conocimiento de los
clásicos y el probable influjo de éstos en su obra:
Por aquellos tiempos anduve empolladísimo en tragedia griega. Habíamos perdido los años de la guerra nuestra y los siguientes con la otra
alrededor sin poder atender nuestra formación y hacia mis treinta tuve
que bucear en los orígenes, leer en cuenta atrás. Mercedes de la Aldea
preparaba un Edipo Rey, que estudiábamos juntos, con el que al año
siguiente reinauguró el Griego, abandonado, casi ruinoso, sin camerinos; yo adaptaba un Agamenón y una Hécuba, que siguen inéditas, y
un Hipólito coronado que Dolly Latz dirigió más tarde, dentro de sus
tres veranos helénicos en Montjuich, y preparaba pausadamente una
versión de Medea, en versión libre y endecasílabos cotejando textos de
Eurípides y Séneca que en el 54, al declinar interpretarla Elvira Noriega
... (p.170)
231
"Análisis de una obra", Yorick 49-50, 1971, pp. 5 1-55. Citamos por esta edición.
232
Cf. "Análisis de una obra", cit., pp. 52-53.
Edipo, Fedra, Medea, todas estas lecturas y trabajos dramáticos influirán indudablemente en su creación, como se descubre al examinar el
texto de La EsJinge, donde se encuentra una fisión de rasgos, de situaciones y de caracteres cuyo referente no es unívoco, no responde a un solo
modelo sino a la asimilación de diversos textos clásicos y posteriores.
La imagen de la casa ibicenca y sus dos habitantes vestidas de
negro le impulsa a realizar un drama en el que se auna la originalidad
y el conocimiento del teatro griego y la literatura contemporánea internacional. La obra se divide en dos partes, en la primera se describe la
situación y se plantean desde el principio los problemas fundamentales
que darán lugar a la catástrofe tras situar a los personajes: Pescadores,
Ariel, Andrea, Ana y Gregorio, dentro del ambiente marinero y del
espacio de la casa de los Dabio. En la segunda parte y a medida que
avanza la lectura de la obra, se hace más evidente la dirección que el
desenlace adoptará y el paralelo con la historia clásica se advierte con
claridad. La primera parte se cierra con la llegada de Sandro, un joven
extranjero que enamorará a Andrea. El cambio en la personalidad de
ésta y la cruda desnudez bajo la que se mostrará Ana, una madre furiosa, consciente de las aventuras de la esposa de su hijo, son la nota
característica de esta parte que llevará hasta la catástrofe, las muertes
y un oscuro final en el que cada uno de los personajes, de uno u otro
modo, queda cerrado sobre sí mismo, sin posibilidad de conciliación o
esperanza. En la segunda parte, como ocurre con la fábula, cada uno de
los caracteres, en especial Andrea, comienzan a manifestar con mayor
claridad rasgos y comportamientos heredados de los clásicos. Además
a todos ellos los invade una especie de furor que los hace semejantes,
en diversas ocasiones, según describe el texto, a Furias o Erinies ávidas
de sangre y venganza.
Aunque sin más división que la señalada, se puede adivinar en la
lectura de la obra una estructuración interna que se inaugura con un prólogo a cargo del coro de pescadores, tras el que tendrá lugar la entrada
de Andrea. Los agones ligados entre dos personajes son frecuentes y
en ocasiones se producen situaciones entre éstos y Ariel (corifeo) que
pueden recordar los kornrnós de la tragedia. Las intervenciones de los
pescadores tienen como finalidad, en los momentos clave en que aparecen, introducir la acción comentando el pasado de los hechos, detalles
que caractericen el lugar, los personajes y las sensaciones que despierta
el ambiente en el que se va a desarrollar la acción, como si se tratase
de estásimos corales aislados. En la transición entre ambas partes de la
pieza la tensión se sostiene con una nueva larga intervención de este
grupo coral (p. 32 SS.)en el que se hacen reflexiones sobre la raza de los
Dabio, observados desde el exterior a lo largo de los años.
La familia de los Dabio equivale, aunque con manifiestas variantes,
a la saga de los Atridas, paralelo que ya señalaba el autor:
Lo que nunca pude eludir ni sabría razonarlo, y hoy me parece incuestionable dada la inequívoca escena con que finaliza la primera parte fue
la ambigüedad del tema enigma-esfinge hieratizando la encarnadura vital del personaje, ese secreto lúbrico de Andrea-Cliternnestra,inconcreto, impreciso en móviles, con el que traté de que no perdiera su postura
lejana; esa admonición de la conciencia desvelada, de los presagios de
Ana, a lo Casandra anciana; esa premonitoria referencia del coro y de
Ariel a la casa vacía, en busca de otorgarles una especie de condición
intemporal respecto a la real de su sumisa esclavitud. Gregorio, como
Agamenón, regresa, y esa escena abyecta del recibimiento de Andrea
fue uno de los ejes, no así la turbia entre madre e hijo, hacia el final,
surgida a raíz de una confidencia que me hizo una anciana, una vieja
mendicante por los caminos de la isla, sin familia, sin lares -exiliada a
lo Edipo y Antígona en Colonna-, que no había previsto...". (p. 172)
Junto a esta variedad, en ocasiones Ana nos recuerda a la Medea
capaz de sacrificar a sus hijos por un exceso de amor; y Andrea a una
Fedra que prefiere morir por su propia mano tras haber contemplado
(en este caso también ejecutado) la muerte del hombre que ama, o cree
amar. Egisto; como los pretendientes de Penélope, se encarna en la figura de Ariel, mientras que Andrea en la primera parte recuerda a la silenciosa esposa de Ulises que aguarda la llegada del fruto obtenido con
Gregorio, Agamenón. El confiicto que se desarrolla en la obra, origen
del problema trágico recuerda, sin duda, al que presenta García Lorca
en Yerma, aunque el desenlace se aleje también del modelo del autor de
Fuente Vaqueros.
El coro de pescadores interviene sólo en la primera parte de la pieza, dialogando coli Ariel que jugaría en esta intervención inicial el papel
de corifeo presentado como un extraño personaje, alegoría de la muerte,
que ronda los entornos de la casa de los Dabio, como el recuerdo de
la tragedia que está por venir. Sandro, el bello y fuerte forastero, se
comporta como un Egisto movido solamente por la pasión erótica que
despierta en Andrea.
Schroeder presenta la escena en el marco de una zona costera coronada por la presencia de la mansión de los Dabio en la que el espacio
del ágora marítima y de la luctuosa casa se intercambian a lo largo de
toda la obra, sirviendo cada uno de ellos de lugar de unos personajes
determinados. Ana, por ejemplo, es la mujer ligada al hogar, de donde
saldrá una sola vez, autodesterrada, para no volver jamás. Andrea, que
ha pasado de la casa del padre a la del marido, rehúsa salir a la plaza y
su único contacto con el exterior, antes de la llegada de Sandro, es su
mirada hacia el horizonte marítimo, desde el porche de la mansión, en
espera del retorno de Gregorio. Frente a ellas, que siempre están, los
hombres llegan y se van continuamente del centro neurálgico que constituye la casa familiar. El varón, como tradicionalmente, pertenece a la
pólis y está dedicado a su trabajo, la casa es su punto de referencia, el
lugar al que volver, como Agamenón o como Odiseo.
El lenguaje es claro, en ocasiones de alto tono lírico y fuerza trágica. Las acotaciones son frecuentes aunque breves, sólo las dos con las
que se abre cada una de las partes describen minuciosamente el ambiente y la escena del drama, prestando atención a elementos significativos
como la luz y el color que se irán matizando durante el desarrollo. El
resto, sobre todo en la última parte, describe detalladamente los estados
de ánimo y las reacciones de los personajes. La lengua de las didascalias no resta elevación y poesía al registro que Schroeder elige para su
tragedia.
Es necesario destacar que, pese a que la obra no está ambientada en
el entorno de la tragedia clásica, el autor pretende su evocación, en los
elementos escenográficos, situando como fondo la casa de los Dabio:
La blanca casa de los Dabios, alzada sobres unas gradas, recorta su
fachada en el azul intenso del cielo. Sus dos pequeños cuerpos laterales
en los que se abre una ventana, hállanse unidos por un porche de tres
arcadas sostenidas por delgadas colunznas toscanas alzadas sobre un
alto plinto. El exterior e interior del atrio, las columnas y los plintos,
así como un alto zócalo que bordea la casa, pintados de negro. Dos
rústicos bancos encalados se adosan a los muros. (p. 28)
También se produce en algunos casos la alusión del pasado en el
atuendo de los personajes que, aunque característico de la sociedad
ibicenca del momento, recuerda, salvando las distancias sobre todo de
tonalidad, el vestuario y el arreglo clásico. Esta relación, sin embargo,
se dará únicamente en las mujeres. El vestuario masculino en general
corresponde al atuendo marinero de diario, dependiendo éste del tipo de
personaje que lo lleve.
Es importante tener en cuenta el elemento religioso que en este
caso sirve de transfondo para toda la pieza. La conciencia del pecado,
el recuerdo de la moral tradicional y la transgresión de los principios del
catolicismo se plantean y se debaten durante toda la pieza que comienza
con una cita del Génesis. La acción está enmarcada en la España franquista, tradicional y de un conservadurismo religioso llevado al extremo que, en parte, es desencadenante del conflicto. El tema principal es
el de la esterilidad y la lujuria, sus causas, consecuencias y efectos.
En la obra de Schroeder es muy significativo el papel de los símbolos rescatados de la Orestía. Por una parte el contraste de luces y sombras aparece, desde el primer momento, durante todo el desarrollo hasta
llegar, en contraposición con lo que ocurriera en Euménides, a una total
oscuridad final. Por otra, nos parece que las múltiples alusiones que a la
red en sus diversos significados se realizan en la Orestía y se rescatan
ahora, unidas al ambiente marinero de la Ibiza inspiradora, hacen de
la obra una alegoría de la fatalidad, jugando con las imágenes de los
pescadores, redes reales, y de la catástrofe que sufren los personajes,
atrapados en sus redes ficticias.
Como la heroína clásica Andrea es una mujer fuerte, razón por la
que Ariel, joven de unos veinte años, la desea. Ella también se encuentra sola, abandonada por su marido Gregorio, un nuevo Agamenón que,
aunque no ha marchado a la guerra de Troya, se dedica únicamente a su
trabajo. Gregorio, "es rico y es el patrón y, además es un hombre maduro. Da sombra y es un Dabio" (p. 30), nos dice Andrea.
Frente a este esposo se siente "dormida", acepta resignada su condición, rasgo que la aleja de la Cliternnestra esquilea. A estas características
se añade un nuevo elemento, Andrea, como la Yerma lorquiana, no consigue tener hijos y su esterilidad constituye la primera y fundamental clave
trágica de la pieza puesto que provoca la frustración y la reacción de los
personajes y da lugar a la peripecia que desvela la verdad. La unión con
Sandro y la afirmación de Andrea antes de morir de que de él ha engendrado un hijo desvelará definitivamente la impotencia del marido. A la
esterilidad se asocia la lujuria, considerada como pecado y condenada en
la óptica de una mentalidad arraigada al catolicismo más enérgico.
La figura de Andrea sufrirá una transformación al comenzar la segunda parte de la obra y contemplar a Sandro, entonces su actitud hierática se transforma, como señala la acotación, en una feliz sonrisa que
conservará durante todo el tiempo que pase junto a él. Si el matrimonio
de Andrea está marcado por la esterilidad, si como Ariel afirma utiliza
a Sandro para que le de un hijo y si verdaderamente en el momento de
morir Andrea ha conseguido concebir su retoño, ella encuentra en Sandro su salvación, puesto que gracias a él se demuestra que su existencia
de mujer tiene algún sentido ya que, durante toda la obra, se insiste en la
función de la mujer junto a1 marido, que no es otra sino la procreación
ya que una mujer seca como la tierra, está vacía.
En las primeras escenas de la obra la protagonista aparece como
una resignada Penélope que espera los sucesivos regresos de su esposo.
Como aquella, contempla el mar confiada en la vuelta de Gregoriol
Odiseo-Agamenón y es asediada por Ariel, el pretendiente que permanece en tierra, temeroso del mar, para cortejarla.
La espera del hombre se identifica, por lo tanto, con la espera del
hijo, verdadero motivo de la tragedia interior que sufren Andrea, Ana y
Gregorio. Al recibir por primera vez a Gregorio, Andrea se muestra fría,
distante y esquiva y pasando, entonces, de Penélope a sincera Clitemnestra, comienza a ser consciente de la insatisfacción que le produce la
presencia de su esposo, y el vacío que en ella deja cuando está ausente.
La imagen de Andrea con la que se cierra la primera parte de la obra
supone el final de la mujer dormida, para abrir la segunda parte con una
esposa que se ha dejado ya llevar por la lujuria y que es arrastrada por la
pasión, pese a ser consciente del acto pecaminoso que está cometiendo,
que no "es sangre sino culpa" (p. 36). No obstante, una fuerza interior le
impide marcharse con Sandro y su condición de esposa casada, las raíces que han madurado en su tierra, le prohiben abandonar a Gregorio.
A la manera de una heroína senecana, Andrea se debate entre la
pasión que la atormenta y la razón que no le permite marcharse, consciente de la falta que supone la infidelidad que está cometiendo. Por
momentos se siente culpable y piensa que todo es una pasión que los
pudre; en una transición la culpa se torna en miedo a perder a Sandro
y reconoce en sus sentimientos el verdadero amor, siempre vigilado
por la mirada clara de la luna. Además, Andrea es consciente de que el
amor que la une al forastero se basa en el misterio, él sigue junto a ella
porque es "su esfinge" en tanto que huyendo con él conseguiría sólo ser
SU "cansada amante". Pero las razones de Andrea no se conocen hasta el
final de la obra al admitir que ella busca en Sandro el hijo que Gregorio
no le puede dar. Andrea admitirá más tarde que se unió a Sandro con el
único fin de engendrar, que en él encontró la semilla que Gregorio no
poseía y que, por lo tanto, su lugar estaba en la casa de los Dabio, donde
el hijo de Gregorio nacería, desconocedor éste de la verdad. Ella goza
de la libertad personal suficiente como para marcharse, pero se siente
determinada a quedarse, ha sido azotada por el destino con un golpe
traumático: la imposibilidad de engendrar descendencia, y la única divinidad que puede ayudarla a luchar contra la naturaleza se ha hurnanizado en Sandro. Parte de la tragedia de Andrea y Gregorio la constituye
su incapacidad de comunicación, están aislados cada uno en un mundo
diferente, casi ciegos por lo que respecta a su entorno y sufren las consecuencias de sus propios sentimientos y de los de los demás.
Desde el momento en que se une a Sandro y despierta de su letargo
vital, Andrea adquiere una extraña y enigmática capacidad de fingir y
ocultar la verdad, tanto frente al extranjero, que la considera una esfinge, con un misterio sin desvelar, como junto a Gregorio, a quien es
capaz de engañar. Sólo al final de la pieza se desvela el misterio de la
esfinge, cuando la furia interior se apodera de Andrea, tal y como lo
describe la acotación: Andrea anda por la escena, con reprimidafuria,
oyéndosele un rugido primitivo que araña un hombre (p. 41).
Andrea se descubrirá al final poseída completamente por la fuerza
ctónica de la furia, por el poder letal de la tierra madre y la fuerza vivificante de la creación hasta que el misterio de la esfinge, adornada con
los collares de la familia, se revela al estrangular a Sandro. La fábula
mítica se desdibuja, Andrea no ejecuta a su marido sino a su amante
y, una vez cumplido su cometido, termina con su vida, ahorcándose
con los collares evocadores del adorno de Harmonía233.El suicidio es
el único modo de revelarse y despertar del sueño anulador en el que la
casa de los Dabio la había sumido, negándole además a Ana la deseada
descendencia. Demostrada la esterilidad de Gregorio, queda la mancha
de la lujuria y de la infidelidad y busca la muerte no como autocastigo
sino como redención final, como último acto de una libertad que se
cifra en la negación de cualquier otra posibilidad de continuar y que
la hace pasar de una figura sumisa y gris, adornada por la contención
de una mujer ejemplar, a una grandiosa heroína trágica que encuentra
su esencia en la posesión de su propia existencia, lejos de Gregorio, de
Sandro y del nefasto Ariel. Su primer acto de libertad es el asesinato de
Sandro, al que mantendrá siempre junto a ella, negándole la posibilidad
de unirse a otra mujer. Con su muerte, provocada por su conciencia,
Andrea nos recuerda a Fedra, incapaz de vivir con Teseo pero tampoco
con Hipólito.
Ana representa el poder ctónico, la fuerza de las oscuras tinieblas,
la Erinis del pasado que comunica con el mundo de los muertos de entre
los que consigue las fuerzas para seguir adelante y que mantiene vivo
el poder de la sangre, defendiendo los valores tradicionales dentro de
una inquebrantable y rígida religiosidad. Una mujer vieja, obsesionada
tan sólo con la idea de perpetuar su raza y dignificar a los suyos. Ana es
sangre, luto y tinieblas, está dotada de una fuerza extraordinaria, imperturbable en su dolor y caracterizada por una extraña capacidad profética
que le han conferido los años, el sufrimiento y el peso de un linaje que
ve extinguirse sin solución.
Cf. Ma J. Ragué, Lo que fue Tvoya, cit. Como se sabe, Harmonía recibió unos
famosos collares y un peplo en su boda. Los collares, fabricados por Hefesto fueron
transmitidos de generación y generación por la casa real de Tebas. En cuanto a su
procedencia cf. A. Ruiz de Elvira, op. cit., p. 175.
233
Yocasta, Medea, Casandra y terrible Erinis, con un innegable perfil
lorquiano, acaba autodesterrándose, su imagen final de espaldas a su
amada casa, alejándose cansada, recuerda al último Edipo ciego, sumida ahora en la más absoluta soledad. Ana está siempre presente porque
ella es el alma de la casa de los Dabio, la única verdadera superviviente,
la madre de todos y la tierra que hace crecer las semillas del linaje. Ella
es la furia y ella ve las furias de los demás porque pone en evidencia pecados escondidos en los que la rodean. Para Ana a Gregorio "lo domina
una furia que puede destruimos" porque lo pierde la lujuria con Andrea,
a la que ama "desordenadamente". Sobre ella pesa, casi más que sobre
la pareja, la onerosa esterilidad de su hijo por lo que instiga a la pareja
a buscar una solución que perpetue la raza. Con el fin de no deshonrar
manifiestamente a Gregorio, aceptará en silencio la infidelidad de su
cónyuge.
La madre Dabio se enfrenta a todos los personajes, haciéndoles ver
su verdad por encima de todo. Sólo ante Ariel muestra su debilidad y
las dudas y temores que en ocasiones la atormentan, puesto que en él
encuentra su voz oculta, su destino, aquel que es capaz de revelarle su
fin (p. 43). Como Andrea, aunque desde el principio aparece inquebrantable, su personalidad va cobrando fuerza a lo largo de la pieza, hasta
que se decide a ejecutar a su amado hijo. Ella busca en Ariel un trasunto
humano del oráculo divino que la empuje a actuar, ella es la que se
tomará venganza por el pecado cometido y lo expiará con la muerte de
Gregorio en la que cifra su salvación, puesto que está siendo engañado
por una adúltera. Frente a Andrea es dura, le recrimina sus actos y sobre
todo su incapacidad de engendrar un descendiente; en sus monólogos
refleja la fuerza que la empuja, una fuerza de ultratumba que le transmite el coloquio con los difuntos que surgen a su alrededor, recordándonos
en algunos momentos las sombras del más allá de la escena senecana
que volvían a la tierra para animar el crimen y las oraciones alrededor
del túmulo de Agamenón que en la tragedia griega proporcionaban el
impulso para realizar el acto de venganza. Poseída por una furia que
le llega del reino de la muerte, se arma de valor y exclama: ''¡Bendita
seas, resurrecta furia, que me colmas de ira y me adoncellas!" Gracias
a ella es capaz de escuchar, tras haberlos invocado, las voces de los
Dabio desaparecido^^^^. Como Casandra, presagia el desastre que está
por venir y que han ido anunciando las muertes pasadas y las presentes. Profetiza el Apocalipsis: la destrucción de la casa de los Dabio, las
grietas que la amenazan y el pecado que la derrumba. Lamenta, como
las Erinies en Euménides, la pérdida de los valores tradicionales, el
desorden que rige el presente y la necesidad del restablecimiento de
las leyes del génos. Junto a su hijo, aunque no pierde la dureza que le
aportan los años y su condición de matriarca, se muestra más tierna, necesitada de cariño y anhelante de los recuerdos de su amor infantil. Es
entonces cuando se convierte en una Yocasta, casi deseosa del incesto,
celosa de su nuera y quejosa de la desatención que le profesa su adorado
"Edipo". En su momento final, cuando frente a Gregorio se decide a
ejecutarlo, Ana se transforma en una anciana Medea que sacrifica a sus
hijos por amor, para preservar a Gregorio del peligro de la deshonra.
Tras la muerte de éste, Ana aparece en escena en una imagen paralela a
la de Clitemnestra, una vez ejecutado Agamenón, a la que nos recuerda
en su dimensión ctónica, en su unión con las fuerzas no vivas y en su
imperturbabilidad. Con las manos ensangrentadas, sola a las puertas de
su casa, reflexiona sobre su crimen:
ANA.- Yo no lo he matado. Ya estaba muerto. Ya no era Gregorio:
a ese lo mataste tú. Pero al otro, a mi hijo, a éste sí, a éste lo he
matado yo.
Como Pélope sobre sus hijos, Ana lanza una maldición sobre Andrea:
ANA.- Si has logrado engañarme, que tus huesos se esparzan por
los campos y Dios te niegue su misericordia. (p. 41)
La madre de Gregorio se considera mano ejecutora de la justicia
divina (recordándonos las palabras de Clitemnestra tras la muerte de
Escena que puede haber sido inspirada, además de por los prólogos senecanos, por
el kommós de Coéforos en el que los vengadores, como Ana, invocan al muerto para
cobrar su fuerza y poder ejecutar su cometido. Cf. pp. 61-63.
234
Agamenón)235y aplica esta justicia aunque para ello tenga que sacrificar a su único hijo con el fin de borrar la mancha de su culpa y
esperar hasta el día del juicio, cuando se volverán a encontrar ambos.
También entrega a Andrea los collares de la familia, que, como la túnica de Medea, parecen tener en sí mismos la maldición y la muerte.
Permanece erguida, hasta el momento en que contempla la casa vacía,
la maldición de los Dabio hecha realidad y su destino escrito en las
piedras de los muros, entonces abandona su hogar y se destierra, se
aplica el peor castigo al que se puede someter, arrancando sus raíces
dolorosa y definitivamente de la casa familiar, con ello deja presumir
al espectador su muerte cercana, tal vez ejecutada por su propia mano,
una vez que ha conseguido preservar los oídos de Gregorio del dolor
de la verdad.
Los personajes masculinos, en general, están dotados de una fuerza mucho menor. Gregorio no comparte con el Atrida las campañas
de Troya, ni la realeza, ni el exceso y la desmesura que conducen a
éste a la destrucción sino que su falta, nos dice Ana, está en la lujuria
con que se acerca a su esposa. No ha sacrificado a su hija, ni ha vuelto
acompañado de Casandra, sin embargo su figura, su distanciamiento y
su ceguera ante una realidad amenazante lo acercan en su configuración general a Agamenón. Retorna cada noche y cada noche corre el
peligro de que Andrea, desesperada, no salga en su busca. Es el patrón,
el último Dabio, dedicado a su trabajo y preocupado, aunque no en
exceso, por la descendencia que no llega. En él está la esterilidad y la
conciencia de este hecho lo atormenta menos que a Ana pero más que a
Andrea y lo llevará a sospechar, sin mucha convicción y sólo en los ú1timos momentos, la traición de su esposa. En su encuentro con Andrea
lo vemos cariñoso y atento y como el clásico esposo de Clitemnestra
permanece ajeno a la infidelidad de ésta hasta el momento de su muerte
pero, a diferencia de lo que le ocurre a aquel, si bien es una mujer la
que lo ejecuta, no se trata de su esposa, sino de su madre, que lo sacrifica para preservarlo de la vergüenza de haber sido deshonrado. Frente
a ella se muestra más duro y despreocupado, aunque reconoce amarla
sin necesidad de demostrarlo continuamente. Como la de Agamenón,
235
Cf. A., A. 1432.
su muerte es el preámbulo de otras muertes en la familia. La muerte
de Gregorio en el interior convierte a Ana en Medea y Clitemnestra al
mismo tiempo, y a sí mismo en un Agamenón ignorante de la traición,
como el clásico, y en un Edipo renegado que sucumbe bajo los brazos
de su madre.
Sandro es un extranjero, un ocasional Egisto, cobarde y superficial
que nada tiene que ver con la casa, con la familia ni con la tradición que
ésta arrastra. Sandro cree utilizar, disfmtando de un amor que "es sólo
unas horas" y, sin embargo, es utilizado. Un mediocre Jasón, extranjero
llegado por el mar, que no consigue llevarse consigo a Andrea, la nueva
hechicera, y que se destruye bajo el poder de la Esfinge furiosa.
Por su parte Ariel, que en un primer momento podía parecer el
nuevo Egisto, es el más complejo y misterioso de la tríada de varones.
Caracterizado por su juventud, es diferente a los demás por su temor
al mar, en el que ve la inmensidad, en el que perdió a su padre. El
agua que, imperturbable, contempla con sus ojos de espuma y algas la
tragedia de los Dabio. Por momentos encarna la tentación, incitando
a Andrea a la infidelidad al explicarle sus intenciones. También Ariel
participa de un misterioso y ambiguo don profético, junto a Ana presiente los desastres fuhiros y, aunque ésta en ocasiones prefiere no
darle credibilidad, finalmente no podrá evitar confiar en él y seguir las
indicaciones de Ariel que presiente en Sandro, apenas verlo, un peligro
para los Dabio y merodea la casa cuando éste se encuentra con Andrea
anunciando, con su voz de corifeo, la futura desgracia: "ya se acerca el
destino de los Dabio [. ..]"236.
Ariel desvela el secreto de Andrea, animando a Ana a cobrarse la
venganza, él es la semilla de la discordia y la voz de la verdad oculta, y
será también la personificación del remordimiento y del recuerdo siempre presente de la mácula culpable. Sin embargo, él mismo se define no
como un daímon, según lo considera Ana, ni como el fatum personificado; él no es una parca que teje los hilos del destino, sino que son los
hechos "los que se precipitan sobre vosotros". Se convierte así en mero
observador distanciado que participa como ser omnisciente de la des236 Cf. por ejemplo el estribillo profético que repite el coro en la Electra de Sófocles:
474-477 y 489-49 1.
125
gracia de todos, que conoce el presente, recuerda el pasado y augura un
nefasto porvenir y que todavía siente el dolor del desprecio de Andrea.
Ariel comprende los símbolos de la naturaleza, teme el sol que todo lo
abrasa, el mar que devora a los hombres y la luna en la que distingue los
reflejos rojizos que señalan la muerte (p. 48). El Único que permanece
intacto hasta el final cuando, desaparecidos todos, queda frente a la casa
como si fuera la muerte triunfante, la luz del pecado, la destrucción que
finalmente consigue dejar la casa vacía.
Partiendo de un teatro lírico, de la palabra, con el registro trágico,
elevado y poético, se mezclan los ambientes situándose la tragedia del
nuevo Agamenón en las playas de Ibiza. Ya no existe palacio sino casa,
el reino del protagonista son sus redes y las barcas y la campaña de Troya la salida diaria al mar. Andrea, la nueva Clitemnestra, permanece en
el ámbito del hogar, junto a la otra mujer, la madre, y siente la ausencia
de su esposo. Alrededor de estos personajes protagonistas se encuentra
el coro de pescadores liderados por un corifeo, Ariel, que comparte
rasgos de diversos personajes, hasta convertirse en representación de la
muerte. Los temas principales son la esterilidad, la lujuria -provocada
por esta- y el rencor. La llegada de un extranjero, nuevo Egisto, hace
que la tensión se desborde, que los caracteres se muestren en situaciones extremas y dejen que surjan incluso las fuerzas internas que los
unen a sus difuntos, como es el caso de Ana. Hasta que se produce la
tragedia, mezclándose en ella diferentes elementos que nos recuerdan
tanto a desenlaces clásicos como actuales.
Schroeder presenta una sociedad que, inrnersa en una religiosidad arcaica, mantiene una organización social determinante que fácilmente en
algunos aspectos se puede identificar con la griega. Afi-onta un tema de
actualidad y refleja la influencia de otros autores, baste recordar la Yerma
lorquiana o a la fuerte Bernarda que, muerto su esposo, gobierna con
rigidez su casa. Se centra además el autor en las diversas frustraciones de
los personajes entroncando éstas con rasgos de distintas figuras clásicas.
El problema de la mujer-esposa en una sociedad cerrada regida por un
patriarcado inflexible aparece planteado desde el principio y la necesidad
del mantenimiento del génos se convierte en una lucha no sólo de los
padres, sino de todos aquellos que desean que no se extinga la familia.
Todos estos elementos han sido enmarcados en un cuadro empañado de misterio, de sensaciones de temor, claroscuros y significativos
cambios de luz, inspirados en parte en la trilogía clásica, para aportar un
tono decididamente simbólico a las redes y al mar que sirven de fondo
a la acción.
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