Reseña del Fallo “Simón” - Anuario de Derechos Humanos

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La Corte Suprema Argentina frente al Legado de la Última Dictadura Militar:…, Mariano Fernández V. / pp. 165-174
La Corte Suprema Argentina frente al
Legado de la Última Dictadura Militar:
Reseña del Fallo “Simón”
Mariano Fernández Valle*
I. Introducción
El día 14 de junio de 2005, en una decisión histórica, la Corte Suprema
de Justicia de la Nación Argentina dictó sentencia en el caso “Simón1” y
declaró la inconstitucionalidad de las Leyes 23.492 y 23.521, conocidas
como leyes de “Punto Final” (PF, año 1986) y “Obediencia Debida” (OD,
año 1987) respectivamente. Asimismo, ratificó la Ley 25.779 que en el
año 2003 las había “anulado” y privado de todo efecto jurídico por
contrariar principios constitucionales y diferentes obligaciones asumidas
por el país en el marco internacional. Como se explicará, las leyes de PF
y OD, durante su vigencia, impidieron el procesamiento y castigo de los
responsables de la comisión de crímenes aberrantes en la última dictadura
militar (1976-1983).
Esta reseña presentará brevemente los antecedentes del caso “Simón” y
analizará aquellos argumentos de Derecho Internacional de los Derechos
Humanos que determinaron la decisión adoptada en él.
* Abogado, profesor de
Derecho
Constitucional
Universidad de Buenos
Aires y Universidad de
Palermo, Argentina;
asesor de la Honorable
Cámara de Diputados
de la Nación
Argentina;
coordinador de
proyectos del Centro
de Implementación de
Políticas Públicas para
la Equidad y el
Crecimiento (CIPPEC).
1
“Simón, Julio Héctor y
otros s/ privación
ilegítima de la
libertad, etc., causa
17.768“.
II. Las Leyes de Punto Final y Obediencia Debida
II.a. Motivación política y contenido
Interpretadas a su mejor luz, estas leyes tuvieron básicamente dos
objetivos: por un lado, evitar el deterioro de la incipiente democracia
argentina (reinstaurada en el año 1983), amenazada por un importante
sector de las Fuerzas Armadas; por otro, pacificar al país y, principalmente,
a los diferentes sectores sociales y políticos enfrentados a partir de la
caída del gobierno de facto.
En resumidas cuentas, la Ley 23.492 ordenaba la extinción de las acciones
penales contra integrantes de las Fuerzas Armadas, de seguridad, o de
grupos terroristas, si no hubieran sido ya citados a indagatoria o no lo
fueran dentro de los 60 días contados a partir de la promulgación de la
ley. Por su parte, la Ley 23.521 presumía, sin admitir prueba en contrario,
que quienes a la fecha de comisión del hecho se desempeñaban como
oficiales jefes, oficiales subalternos, suboficiales y personal de tropa de
las fuerzas armadas, de seguridad, policiales y penitenciarias, no eran
punibles por los delitos cometidos entre el 24 de marzo de 1976 y el 26
de septiembre de 1983 por haber obrado en virtud de obediencia debida.
La misma presunción se aplicaba a otros funcionarios si no se resolvía
judicialmente, antes de los treinta días de promulgada la ley, que habían
Este comentario, junto
con el documento principal a que se refiere,
están disponibles en
www.anuariocdh.uchile.cl
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2
Caso “Ramón Juan
Alberto Camps y
otros” (310:1162), y
posteriores (311:80;
312:111; etcétera).
3
Caso “Camps”, op.
Cit., considerandos
Nos 33 y 34.
tenido capacidad decisoria o que habían participado en la elaboración
de órdenes. Tanto la ley de PF como de OD excluían de su ámbito de
aplicación a determinados delitos (ej: sustracción y ocultamiento de
menores).
II.b. Su primer análisis de constitucionalidad: convalidación por parte
de la Corte Suprema de Justicia (año 1987)
Debe destacarse que la Corte Suprema de Justicia, muchos años antes
del caso “Simón”, tuvo la oportunidad de pronunciarse sobre la validez
de ambas leyes, ratificando su constitucionalidad. Así, en el caso
“Camps”2 se entendió que la Ley 23.521 no puede interpretarse “con
olvido de la particular coyuntura política que la motiva ni con indiferencia
por los efectos que podría desencadenar su invalidación por este Tribunal”,
y que mediante la ley impugnada “los Poderes Ejecutivo y Legislativo
han decidido, ante el grave conflicto de intereses que la sociedad argentina
afronta en torno a este tema, conservar la paz social encauzando la
voluntad popular en medidas que clausuren los enfrentamientos, en
procura de alcanzar como meta indispensable la unión de los
argentinos”3.
II.c. Su derogación y posterior anulación
Entre idas y vueltas, el 26 de marzo del año 1998 el Congreso Nacional
derogó ambas leyes mediante la Ley 24.952, lo que constituyó más que
nada un acto simbólico en virtud de que la derogación sólo operaba
para el futuro y por ello no afectaba de ningún modo la situación legal
de los beneficiarios del punto final y la obediencia debida.
Sin embargo, la muerte definitiva de estas leyes la determinó la Ley
25.779, cuyo artículo 1 las declaró “insanablemente nulas”, pretendiendo
de esta forma restarles todo efecto jurídico y eludir así las restricciones
que el principio de ley penal más benigna imponía en favor de los
perpetradores.
III. El fallo “Simón”
III.a. Los hechos
La decisión que ordenaba el procesamiento con prisión preventiva de
Julio Héctor Simón llegó a la Corte Suprema de Justicia proveniente de
la Sala II de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y
Correccional Federal de la Ciudad de Buenos Aires.
Se imputaba al entonces suboficial de la Policía Federal Argentina el
secuestro de José Poblete, su esposa Gertrudis Hlaczik, y la hija de ambos,
Claudia Poblete, el día 27 de noviembre de 1978. Todos ellos habrían
sido llevados a un centro clandestino de detención, donde el matrimonio
habría sido torturado por Simón y luego trasladado sin que se conozca
hasta el momento su paradero.
Como se verá a lo largo de este escrito, la cuestión encerraba diversos
planteos de constitucionalidad. La defensa de los imputados apeló a la
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autoridad de las leyes de PF y OD, sostuvo que se había extinguido la
acción penal contra sus beneficiarios y cuestionó la constitucionalidad
de la norma que las anuló. Por su parte, los acusadores plantearon parte
de su estrategia en la inconstitucionalidad de dichas leyes y en la validez
de la norma anulatoria. En este escenario, la Corte tuvo que abocarse al
análisis de todo el marco legal citado.
4
Votaron por la
inconstitucionalidad
los jueces Petracchi,
Boggiano, Maqueda,
Zaffaroni, Lorenzetti,
Argibay y Highton. En
disidencia el juez Fayt.
El juez Belluscio se
abstuvo.
III. b. Fundamentos
5
Se pronunciaron
expresamente sobre la
validez de la norma
anulatoria los jueces
Petracchi, Maqueda,
Zaffaroni, Lorenzetti y
Highton.
6
En Argentina el control
de constitucionalidad
es judicial, difuso
(cualquier juez puede
declarar la
inconstitucionalidad
de una norma), se
ejerce frente a casos
concretos y con efecto
inter partes.
Si bien la mayoría de los jueces declaró la inconstitucionalidad de las
leyes de PF y OD4 y la constitucionalidad de la ley anulatoria5, no todos
lo hicieron sobre la base de los mismos argumentos. Debe resaltarse que
cada uno de los ministros de la Corte Suprema redactó su propio voto.
Este hecho admite varias lecturas: refleja la complejidad del asunto tratado
y, a su vez, revela la falta de diálogo existente en el tribunal, en parte,
motivada por la incorporación reciente de nuevos magistrados. Lo cierto
es que esta situación dificulta la posibilidad de extraer una doctrina
mayoritaria de la sentencia. No existe la doctrina de la Corte en materia
de inconstitucionalidad de las leyes de PF y OD o en lo relativo a la
constitucionalidad de la ley anulatoria del Congreso Nacional, sino
diferentes doctrinas propias de cada uno de los votos, en alguna medida
divergentes. De todas formas, dentro de un diseño institucional donde
las sentencias de los jueces sólo tienen efectos frente al caso concreto6,
es esperable que la Corte sea nuevamente llamada a tratar causas similares
y delimite mejor los alcances de su jurisprudencia.
III.b.1. La progresiva evolución del sistema internacional e interamericano
de protección de los Derechos Humanos
El fallo se fundó principalmente en la normativa internacional e
interamericana de Derechos Humanos, y en principios generales de
Derecho Internacional Público. Sin excepción, los jueces hicieron uso
de disposiciones de la Convención Americana sobre Derechos Humanos
(CADH), el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP),
y la Convención Interamericana sobre la Desaparición Forzada de
Personas, entre otras, así como de las decisiones emanadas de los órganos
supranacionales contralores de estos instrumentos.
Quien en forma más explícita apeló al régimen supranacional para fundar
su voto fue el juez preopinante Petracchi. Él se encontraba en una posición
incómoda, considerando que en el pasado (causa “Camps”) había
convalidado las leyes que en este fallo invalidó. Este cambio, en palabras
del propio Petracchi, respondió a la evolución y progresividad del
Derecho Internacional de los Derechos Humanos y de las decisiones de
sus órganos de vigilancia, que indubitablemente ya no autorizan al Estado
“a tomar decisiones cuya consecuencia sea la renuncia a la persecución
penal de delitos de lesa humanidad, en pos de una convivencia social
pacífica apoyada en el olvido de hechos de esa naturaleza” (Considerando
N° 14). El voto analizado deja en evidencia las fuertes restricciones que
el marco general de respeto y garantía de los Derechos Humanos impone
a los Estados. Con apoyo en el Informe 28/92 de la Comisión
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7
CIDH, “Consuelo
Herrera c. Argentina”,
Informe N° 28, 2 de
octubre de 1992.
8
Corte IDH, Caso
Barrios Altos
(Chumbipuma y otros
c. Perú), Serie C,
N° 75, 14 de marzo de
2001.
9
Corte IDH, Caso
Velázquez Rodríguez,
Serie C, N° 4, 29 de
julio de 1988.
10
Observaciones finales
sobre el informe de
Argentina, adoptadas
en su sesión N° 53,
5 de abril de 1995.
11
Los jueces
intervinientes
consideraron que las
leyes de PF y OD
operaron como
verdaderas amnistías.
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que estableció que las
leyes de PF y OD eran violatorias de los artículos 1, 8, y 25 de la CADH7,
en los casos “Barrios Altos8” y “Velásquez Rodríguez”9 de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH); y en las observaciones
finales sobre Argentina del Comité de Derechos Humanos de la ONU10,
el juez Petracchi declaró la violación del deber de garantía por parte del
Estado Nacional en virtud de que no creó las condiciones legales
necesarias para la efectiva protección de los Derechos Humanos en su
territorio. Entendió que el Estado incumplió su deber de proteger el
derecho de acceso a la justicia de las víctimas y que la amnistía11, que
antaño constituía una amplia facultad política de los gobiernos,
actualmente no puede impedir la investigación y sanción de delitos como
los imputados a Simón. Petracchi fundó su giro respecto de lo decidido
en el caso “Camps”, apelando principalmente a la labor de los órganos
de control en la precisión del contenido de obligaciones internacionales
que al momento de su anterior pronunciamiento él consideraba difusas
e indeterminadas.
También la jueza Highton de Nolasco destacó la responsabilidad
internacional que pesaba sobre el Estado argentino a raíz del dictado de
las leyes de PF y OD. Sostuvo: “El Congreso Nacional no se encontraba
habilitado para dictar las Leyes 23.521 y 23.492; y al hacerlo ha vulnerado
no sólo principios constitucionales, sino también los tratados
internacionales de derechos humanos, generando un sistema de impunidad
con relación a delitos considerados como crímenes de lesa humanidad,
del que se deriva la posibilidad cierta y concreta de generar responsabilidad
internacional para el Estado argentino” (Considerando N° 18).
Sin embargo, el contrapunto de las afirmaciones precedentes fue
claramente expresado por el juez Fayt. En lo que constituyó la única
disidencia en la causa, el magistrado decidió mantener la misma posición
que sostuvo en el caso “Camps”. Más allá de la resolución final, debe
decirse que el exhaustivo análisis argumentativo del juez obliga a meditar
seriamente sobre la tensa relación existente entre el avance progresivo
del Derecho Internacional de los Derechos Humanos y el margen de
discrecionalidad política de los Estados. Destacó que las decisiones de
organismos supranacionales son necesarias para garantizar el pleno
respeto de los derechos, pero a la vez imponen una cierta visión en
desmedro de la construcción de cada una de las comunidades políticas.
Fayt sostuvo que los tratados deben ajustarse y guardar conformidad con
los principios de derecho público establecidos en la Constitución
argentina, y que es indudable que nuestros constituyentes han consagrado
desde antiguo un propio “margen nacional de apreciación” delimitado
por esos principios de derecho público. Por ello, continúa, es inaceptable
en nuestro sistema sostener la primacía del derecho internacional frente
a la propia Constitución Nacional (Considerando N° 55).
Es evidente que los ministros Petracchi y Fayt respondieron al avance del
Derecho Internacional de los Derechos Humanos de formas opuestas.
Mientras que el primero reveló una sumisión absoluta a la doctrina de
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las entidades supranacionales de control12, el segundo dejó a salvo cierto
margen de interpretación en manos de los Estados y sostuvo la
superioridad de las decisiones de sus poderes constituyentes frente a
obligaciones internacionales que las contraríen. Lo cierto es que esta
dicotomía tampoco es nueva en nuestra historia judicial. La Corte Suprema
siempre se ha comportado en forma pendular con relación al análisis de
la jerarquía entre el derecho internacional y el derecho constitucional
argentino, y en lo relativo al grado de obligatoriedad que las decisiones
de las entidades supranacionales tienen para los tribunales locales13.
12
Opción cuyo análisis
excede los objetivos
de este trabajo, pero
que también puede
resultar problemática.
13
En los casos
“Ekmedjian c.
Sofovich” (Fallos
315:1492), “Giroldi”
(Fallos 318:514), la
Corte reveló un fuerte
respeto a las
decisiones de la CIDH
y de la Corte IDH,
destacando la
obligatoriedad de su
doctrina en lo relativo
a la interpretación de
las cláusulas de la
CADH. Tiempo
después, en el fallo
“Feliccetti” (Fallos
323:4130), la Corte
afirmó que estas
decisiones sólo
ofrecen pautas de
interpretación valiosas
pero no determinantes
para los tribunales
locales.
14
Asimismo, señala el
juez que mientras que
las leyes peruanas
crearon un sistema de
impunidad absoluta,
las leyes argentinas no
lo hicieron.
(Considerandos
Nos 81, 82, 83).
15
Nino, Carlos S., “La
validez de las normas
de facto”, en la
“Validez del
Derecho”, Ed. Astrea,
Bs. As., 1985.
16
CSJN, “Arancibia
Clavel, Enrique
Lautaro s/ homicidio
calificado y asociación
ilícita y otros; causa
N° 259”.
17
Moreno, Fernando R.
“¿Estamos
abandonando cada
vez más el principio
de legalidad?”, Sup.
Penal, Bs. As., mes de
julio de 2005.
III.b.2. El precedente Barrios Altos y su aplicabilidad al presente caso
Todos los jueces que conformaron la mayoría apelaron a la doctrina sentada
en el precedente de la Corte IDH establecido en el caso peruano “Barrios
Altos” y sostuvieron su aplicación a la causa analizada, en virtud de las
analogías existentes. Dicha sentencia, como señala Petracchi, establece
indudablemente “la inadmisibilidad de las disposiciones de amnistía y
prescripción, así como el establecimiento de excluyentes de
responsabilidad que tiendan a impedir la investigación y sanción de los
responsables de violaciones graves de los derechos humanos” (Considerando
N° 30). A su vez, nuestro máximo tribunal señaló que “Barrios Altos” no
constituye un fallo aislado, sino que forma parte de una sostenida línea
jurisprudencial del órgano interamericano en el mismo sentido.
Si bien existen diferencias fácticas entre el caso peruano y el argentino,
la mayoría del caso “Simón” no las consideró relevantes a los efectos de
aplicar la doctrina de la Corte IDH. Sólo la disidencia de Fayt se apartó
de dicha apreciación y resaltó que el carácter democrático de las leyes
de PF y OD les da una legitimidad que no poseen las leyes peruanas de
autoaministía que impidieron la investigación de los hechos y la sanción
de los responsables (Considerandos Nos 79, 80)14. Sin embargo, debe
decirse que Fayt marca una diferencia relevante, pero en absoluto
determinante. Es cierto que el origen democrático de una norma le otorga
a ella una validez prima facie que no posee una norma de facto o emanada
de un período autoritario, pero aún así esa presunción de validez puede
caer cuando el contenido de la norma viola Derechos Humanos o
mínimos estándares morales 15 . El origen de una norma ofrece
presunciones relevantes, pero no hipoteca las posibilidades de realizar
un adecuado análisis sustantivo.
III.b.3. Derecho consuetudinario internacional y Ius Cogens
En la causa “Simón”, la Corte Suprema retomó el criterio que había
expuesto en el caso “Arancibia Clavel”16, relativo a la imposibilidad,
derivada del derecho consuetudinario internacional, de extinguir la acción
penal para la persecución de delitos de lesa humanidad. Los jueces
Boggiano, Maqueda, Zaffaroni, Highton de Nolasco y Lorenzetti aplicaron
dicho precedente y resaltaron que, aun en ausencia de norma escrita
que lo disponga, estos delitos son imprescriptibles y no pueden ser
amnistiados17.
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19
Es importante aclarar
que la mayoría de las
afirmaciones de la
jueza Argibay se
supeditan a que los
delitos que se imputan
a Simón sean
considerados de “lesa
humanidad”. Como
ella indica, esta
clasificación todavía
puede ser refutada
dado el estado del
proceso. Sin embargo,
continúa, será también
la Corte Suprema
quien revise la
clasificación cuando
exista sentencia
definitiva
(Considerando Nº 15).
CSJN, Fallos 287.76.
El ministro Boggiano, quien fundamenta su voto principalmente en
argumentos de Derecho Internacional Público, destacó que estos
imperativos se encontraban plenamente vigentes al momento de la
promulgación de las leyes de amnistía, con independencia de su
recepción por el derecho positivo (Considerando N° 42). Con esta
afirmación el juez rechaza una de las principales defensas de los
imputados, fundada en el principio de legalidad y en la irretroactividad
de la ley penal. Los acusados sostenían que, al momento de ser
amnistiados estos delitos, no se encontraba vigente en Argentina la
Convención sobre la Imprescriptibilidad de Crímenes de Guerra y de los
Crímenes de Lesa Humanidad y la Convención Interamericana sobre la
Desaparición Forzada de Personas. Asimismo, alegaban que los delitos
de lesa humanidad, como tales, no se encontraban tipificados en el
ordenamiento local.
Frente a esos argumentos, los jueces respondieron que dichas
convenciones no hicieron más que ratificar principios que ya regían por
formar parte del derecho consuetudinario. A su vez y a mayor
abundamiento, tanto el juez Boggiano como la jueza Argibay18 destacaron
que la misma Convención sobre Imprescriptibilidad autoriza su aplicación
retroactiva. Dice Boggiano: “Ante el conflicto entre el principio de
irretroactividad que favorecía al autor del delito contra el ius gentium y
el principio de retroactividad aparente de los textos convencionales sobre
imprescriptibilidad, debe prevalecer este último, pues es inherente a las
normas imperativas de ius cogens” (Considerando N° 43).
Además, la jueza Argibay consideró que la posibilidad de aplicar dicha
Convención con independencia de la fecha de comisión de los hechos
no viola el principio de legalidad, ya que la prescripción de la acción
penal no forma parte de éste (Considerando Nº 16). En este punto la
jueza se diferenció del resto de sus colegas y del precedente sentado por
la Corte en el fallo Mirás19. Mientras todos ellos consideraron que en
términos generales la prescripción es parte del principio de legalidad,
pero que frente a delitos de lesa humanidad no debe contemplarse, la
jueza sostuvo que directamente la prescripción no forma parte de dicho
principio.
Debe decirse que el juez Boggiano fue muy cuidadoso en limitar los
alcances de su decisión a los crímenes de lesa humanidad, dejando abierta
la puerta a la validez de las leyes de PF y OD respecto de otro tipo de
delitos. Esto es de radical importancia, ya que los efectos de las sentencias
de los tribunales son para las partes y no generales, razón por la cual
nada obsta a que este juez defienda la validez de las amnistías frente a
delitos que no sean de lesa humanidad en casos que lleguen a su
conocimiento. Es interesante remarcar cómo esta interpretación se
diferencia claramente de aquella que movió al Congreso Nacional a dictar
la Ley anulatoria 25.779. Para el juez existe un marco de aplicación de
las leyes de PF y OD por fuera de los delitos de lesa humanidad. No
obstante, el Congreso optó por retirarlas del sistema jurídico y privarlas
de efectos frente a cualquier caso.
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Respecto de la supuesta violación del principio de legalidad por la
aplicación retroactiva de tipos penales, el juez Maqueda agregó que la
desaparición forzada de personas no sólo configuraba un crimen de lesa
humanidad para la ley internacional, sino que dicha conducta se
encontraba también tipificada en el orden interno como delito de
privación ilegítima de la libertad, lo que implica preservar el principio
de legalidad, cuyo fin es que cualquiera que vaya a cometer un acto
ilegal esté advertido con anterioridad que su conducta constituye delito
y conlleva una pena (Considerandos Nos 83, 84, 85). De esta forma, el
juez no sólo apeló a la ley y costumbre internacionales, a los principios
de Ius Cogens, y al derecho de gentes20, sino que también destacó que el
ordenamiento interno ya tipificaba este tipo de delitos, aun sin
denominarlos con la nomenclatura internacional.
III.b.4. Los derechos de las víctimas
Si bien la existencia de un supuesto derecho de las víctimas al castigo de
los perpetradores se vislumbra en la mayoría de los votos y se deriva de
la aplicación de los casos “Velásquez Rodríguez” y “Barrios Altos”, el
juez Maqueda lo explicita y afirma que las Leyes 23.492 y 23.521
desconocen todo rol a las víctimas del terrorismo de Estado y a sus
familiares para acudir a los tribunales a solicitar el esclarecimiento y la
sanción penal de los responsables (Considerando N° 29).
20
Incorporado a la
Constitución argentina
en el artículo 118.
21
El artículo 18 de la
Constitución argentina
sostiene que “...las
cárceles de la Nación
serán sanas y limpias,
no para el castigo de
los reos detenidos en
ellas sino para su
seguridad...”.
22
Ver Pastor, Daniel R.
“La deriva
neopunitivista de
organismos y activistas
como causa del
desprestigio actual de
los derechos
humanos”. Separata
Nueva Doctrina Penal,
Tomo A, Bs. As., 2005.
En frontal oposición, la disidencia del juez Fayt ofrece algunas señales
de alerta que obligan a una discusión más profunda sobre el punto.
Sostiene el juez que “el derecho de la víctima a obtener la condena de
una persona en concreto, de ninguna manera se compadece con la visión
del castigo en un Estado de Derecho” (Considerando Nº 83).
Es de lamentar que no exista en el fallo un análisis exhaustivo del alcance
de este derecho ni de los problemas que puede traer aparejada su
exigencia en Estados con justificaciones no retributivas de la pena
(Argentina, por ejemplo) 21. Aun así, las críticas que señala Fayt son de
cuidado y pueden extenderse también a la línea jurisprudencial de la
Corte IDH, que a mi criterio se encuentra peligrosamente volcada hacia
un reconocimiento cada vez más amplio del derecho a obtener una
sanción penal como forma de reparación para las víctimas22.
IV. Ley 25.779: nulidad por inconstitucionalidad de las leyes de Punto
Final y Obediencia Debida
Es imposible cerrar este comentario sin hacer referencia al análisis de la
ley anulatoria, de trascendental importancia en la causa decidida. Como
se dijo, la derogación de las leyes no permitió que se impulsaran los
procesos judiciales pendientes y, por ende, no liberó a la República
Argentina de su responsabilidad internacional por violación del deber
de respeto y garantía de los Derechos Humanos. Por ello, el Congreso
Nacional intentó mediante la Ley 25.779 ofrecer una solución general
que prive de todo efecto jurídico a las normas de PF y OD, anulándolas
por inconstitucionales.
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Ley 23.040. La validez
de dicha nulidad fue
ratificada por la Corte
Suprema en la “Causa
originariamente
instruida por el
Consejo Supremo de
las Fuerzas Armadas
en cumplimiento del
decreto 158/83”, del
30 de diciembre de
1986.
24
Fundamentos de la ley
anulatoria 23.040.
No abundan en nuestra historia ejemplos de este tipo. Sólo existe un
importante precedente del año 1983, relativo a la anulación por parte
del Congreso Nacional de la Ley de facto 22.92423. Dicha ley había sido
dictada por el gobierno militar y preveía una amplia amnistía para quienes
habían formado parte de él. Al anularla, se describían sus vicios de la
siguiente manera: “En primer lugar, al beneficiar principalmente a quienes
estaban directamente representados por el gobierno que la dictó, la ley
concede una verdadera autoamnistía que constituye un privilegio
repugnante al principio de igualdad ante la ley (…) En segundo lugar, la
ley en cuestión se hace pasible de la nulidad insanable que el artículo
29 de la Constitución Nacional imputa (...) a todo acto que implique la
concesión de la suma del poder público (...) En tercer lugar, la
descalificación de la aberrante doctrina de los gobiernos de facto implica
conceder a las normas de ese origen sólo una validez precaria, la que
queda precluida cuando, como en este caso, el contenido de la norma es
claramente inicuo (...) Al ser esta ley insanablemente nula –como
expresamente se lo declara–, ella no tiene efecto jurídico alguno, y en
especial es completamente inaplicable el principio de la ley más
benigna....”24.
Es claro que estos argumentos no pueden traspolarse directamente al
análisis de la Ley 25.779. La ley 23.040 declaraba nula a una ley de
facto, mientras que la segunda priva de efectos jurídicos a dos normas
sancionadas por un gobierno democrático (PF y OD). Sólo cinco de los
jueces se pronunciaron en el fallo “Simón” ratificando expresamente
la constitucionalidad de la Ley 25.779, con argumentos nuevamente
dispares.
El juez Maqueda validó la Ley 25.779 y recalcó que es evidente que no
sólo el Poder Judicial revisa la constitucionalidad de una norma, sino
que también los poderes políticos deben hacerlo de forma previa a su
entrada en vigencia. Ahora bien, frente a ello, fácilmente podría
argumentarse que este caso es diferente, ya que se analiza si el Poder
Legislativo obró dentro de sus facultades cuando declaró la nulidad de
normas que estaban plenamente vigentes y que produjeron efectos
jurídicos.
Zaffaroni y Lorenzetti en principio defendieron el monopolio judicial
del control de constitucionalidad y rechazaron los argumentos sobre los
cuales se justificó en el Congreso la ley anulatoria. Ambos jueces
analizaron pormenorizadamente el debate parlamentario y descartaron
uno a uno los argumentos que allí se ofrecieron. Así, sostuvieron que no
es posible fundar la nulidad de una ley sobre la base de razones tales
como el análisis de su conveniencia, el grado de libertad existente al
momento de promulgarla, o la necesidad de crear un orden jurídico no
contradictorio. Dijo Zaffaroni: “Es verdad que el Congreso de la Nación
suele sancionar leyes presionado por las circunstancias con mucha
frecuencia y eso es materia corriente en la política de cualquier Estado.
Abrir la puerta de futuras nulidades invocando el estado de necesidad o
la coacción en cada uno de esos casos importa sembrar una inseguridad
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jurídica formidable” (Considerando N° 23). Y continúa sosteniendo que
si “la contradicción entre normas vigentes facultase para la anulación de
leyes, no sería difícil anular la mayoría (...) El legislador puede incurrir
en contradicciones (...) pero es tarea de los jueces reducirlas...”
(Considerando N° 28). Sin embargo, aun habiendo rechazado los
argumentos previamente citados, tanto Zaffaroni como Lorenzetti
concluyeron que podría admitirse por vía de excepción la posibilidad
de que el Congreso prive de todo efecto jurídico a una norma cuando
existe un claro mandato internacional que impone la unidad de criterio
en todo el territorio, y están en juego el ejercicio de la soberanía, la
esencia de la Constitución y la dignidad de la Nación. Bajo la
comprensión de que este caso presentaba dichas características, ambos
jueces ratificaron la norma 25.779.
25
El voto de la jueza
Highton llama la
atención sobre la falta
de claridad que reina a
la hora de determinar
a cuáles mecanismos
deben o pueden apelar
los Estados a los
efectos de liberarse de
responsabilidad
internacional.
26
CSJN, Fallos 32:135.
27
CSJN, Fallos 33:133.
Por su parte, la jueza Highton recordó que la ley anulatoria pretendió
subsanar infracciones y cumplir de manera adecuada las obligaciones
asumidas mediante tratados internacionales de Derechos Humanos,
eliminando los impedimentos normativos para la investigación y la
punición de delitos aberrantes. Entendiendo que este era uno de los
efectos de la aplicación del caso “Barrios Altos”, la jueza consagró la
validez constitucional de la Ley 25.77925.
Finalmente, el juez Petracchi también sostuvo la validez de la norma
anulatoria, pero con un argumento exclusivamente pragmático. Aunque
defendió el monopolio judicial de esta facultad, resolvió que constituiría
un formalismo vacío no reconocer la validez de una norma que resuelve
la situación de las leyes de PF y OD de la misma forma en que, a su
criterio, deben hacerlo los jueces (Considerando Nº 34).
Si bien cada uno de los votos posee sus particularidades, las apreciaciones
vertidas en los párrafos precedentes permiten extraer las siguientes
conclusiones y observaciones: Es claro que la mayoría de los magistrados
sostuvo que en principio sólo el Poder Judicial tiene la facultad de anular
una norma vigente por inconstitucional, más allá de que en este caso
concreto se haya reconocido dicha facultad, por vía de excepción, al
Poder Legislativo. Leído en clave política, ninguno de los jueces está
dispuesto a entregar fácilmente el enorme poder que representa tener la
última palabra en cuanto a la constitucionalidad de una norma. Sin
embargo, cabe contraargumentar y decir que el control de
constitucionalidad en Argentina es judicial porque los mismos jueces se
lo adjudicaron. En ausencia de una referencia explícita en la Constitución,
los magistrados de los célebres casos “Sojo”26 y “Municipalidad de la
Capital c. Elortondo”27 se adjudicaron este poder, emulando lo decidido
por la Corte norteamericana en “Mardbury vs. Madison”.
Asimismo, también es importante recalcar que no es posible sostener
livianamente que el Congreso invade funciones judiciales cuando anula
una norma por inconstitucional. Aunque la Corte Suprema haya abusado
de este argumento, no puede determinarse la existencia de una violación
de poderes, si primero no se explicita cuál es la visión de la democracia
que se defiende. La decisión democrática, luego de la deliberación y la
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Anuario de Derechos Humanos 2006
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Nino, Carlos Santiago.
“La Constitución de la
democracia
deliberativa”, Ed.
Gedisa, Barcelona,
2003, c.7; Gargarella,
Roberto, “La justicia
frente al gobierno”, Ed.
Ariel, Barcelona,
1996, p. 58.
participación de los potenciales afectados, tiene un valor epistémico que
jamás puede tener una sentencia. No debe perderse de vista que los
jueces están alejados de la voluntad popular, no tienen legitimidad
democrática y se manejan con el enorme margen de discrecionalidad
que los textos constitucionales permiten, sin mayores controles políticos
y ciudadanos28.
Para concluir, debe ponerse al descubierto que la misma inseguridad
jurídica que temen jueces como Zaffaroni a la hora de reconocer al Congreso la facultad para anular una norma tiene lugar cuando son ellos
mismos los que conservan el monopolio de este poder. Principalmente
en sistemas como el argentino, donde el control judicial es difuso y no
existe obligación legal de seguir los precedentes.
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