“¿Todos estamos bien? Género y parentesco en familias de transmigrantes poblanos” María Eugenia D´Aubeterre Buznego Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Benemérita Universidad Autónoma de Puebla [email protected] Prepared for delivery at the 2001 meeting of The Latin American Studies Association Washington, D C, September 6-8, 2001 “¿Todos estamos bien? Género y parentesco en familias de transmigrantes poblanos” Introducción Diversos estudios han documentado una variedad de estrategias jurídicas adoptadas para arbitrar conflictos conyugales en poblaciones del México rural e indígena y han puesto al descubierto, asimismo, prácticas e ideologías jurídicas que contribuyen a reproducir la dominación masculina (Nader y Metzger, 1963; Collier, 1973, 1995; Martínez y Mejía, 1997, Chenaut, 1997). Pero poco sabemos de cómo operan estas estrategias cuando la vida comunitaria desborda los linderos geográficos de las localidades, es decir, cuando las relaciones familiares y conyugales aparecen organizadas en esos espacios sociales multisituados, que trascienden las fronteras de los estados nacionales, y que los analistas de las llamadas “nuevas migraciones”1 han denominado “espacios sociales transnacionales”2. Trataré de ilustrar estos procesos mediante información etnográfica recabada durante el quinquenio de 1991-96 y a comienzos del pasado año, en San Miguel Acuexcomac, una localidad de 1,198 habitantes amestizados (INEGI, 1997) de origen nahua, perteneciente al Municipio de Tzicatlacoyan, ubicado en la parte central del estado de Puebla, México. En un tiempo muy corto, la migración de los migueleños a los Estados Unidos se ha convertido en un estilo de vida. A comienzo de los años 80, básicamente hombres ya casados o unidos migraban temporalmente al vecino país con fines laborales, pero, desde inicios de los 90, mujeres solteras, casadas o unidas y jóvenes apenas egresados de la secundaria se han incorporado progresivamente a este “circuito migratorio transnacional” (Rouse, 1991; Goldring, 1996) bajo distintas modalidades que comportan breves estancias o la residencia prolongada en diversos condados del estado de California y más recientemente en 1 El término se emplea para referir los flujos migratorios ocurridos después de 1965, integrados por no blancos, no angloparlantes ni europeos, procedentes de América Latina, el Caribe y Asia. Más “bimodales que antes en términos de sus perfiles socioeconómicos y educativos, han sido definidos como actores de una nueva era transnacional; hoy, al mismo tiempo están aquí y allá, y en este proceso transforman tanto sus lugares de origen como las sociedades que los hospedan, cfr. Suárez Orozco, “Crossing: Mexican Inmigration...”, p. 9 y ss. 2 Este concepto da cuenta de las importantes modificaciones cualitativas de los procesos migratorios internacionales, entre los que destaca el hecho de que estos desplazamientos de colectivos humanos en el espacio ocurren cada vez menos en una forma unidireccional y por única vez, sino constituyendo cada vez más flujos pendulares, duraderos y diferenciados, que dan lugar a nuevas realidades sociales, por encima o más allá de la separación geográfica espacial de las regiones de procedencia o de llegada”, se trataría de espacios sociales multisituados o plurilocales (Pries, 1997: 18). 1 Utha o en la ciudad de Las Vegas; de tal forma que en la actualidad un número creciente de niños y niñas, no obstante su filiación a esta comunidad, ostenta simultáneamente la ciudadanía estadounidense por haber nacido dentro de los confines territoriales de ese país. El propósito de esta ponencia es examinar algunos ajustes en la vivencia de la conyugalidad propiciados por los diversos arreglos residenciales que ha desencadenado la migración a los Estados Unidos e ilustrar, asimismo, la renovada importancia de la moral del parentesco en la regulación de los conflictos maritales en esta comunidad de transmigrantes. Se ha dicho que la continua circulación de bienes e información favorecida por el desarrollo de las telecomunicaciones constituye uno de los soportes y la expresión tangible de la reproducción de los vínculos de los “transmigrantes” (Basch et al, 1995) en estas comunidades “multisituadas”; no obstante, cabe reconocer al mismo tiempo que la migración masculina puede propiciar el debilitamiento de los compromisos morales y económicos de los cónyuges que se ausentan de sus localidades de origen a veces por larguísimas temporadas. En efecto, algunas autoras en escenarios similares han definido al abandono conyugal como uno de los costos sociales de la migración (Szasz, 1999, Marroni, 1999a, Fagetti, 1999). Postulo que, en tales circunstancias, las demandas interpuestas por las migueleñas ante la instancia formal de procuración de justicia local se ven obstaculizadas, no sólo por los sesgos androcéntricos de prácticas jurídicas ajustadas a la normatividad del derecho positivo y del derecho consuetudinario, articulados contradictoriamente (Sierra 1993, 1995; Chenaut, 1990, 1997), sino por las tensiones mismas que conlleva la vivencia de un vínculo inscrito, hoy, en un espacio social transnacional que escapa, en buena medida, a las regulaciones jurídicas del estado mexicano. Virtualmente liberados de los constreñimientos jurídicos del derecho positivo, los deberes y derechos que emanan del parentesco3, permeados por las representaciones patriarcales de género, se erigen entonces como normas que condicionan la suerte, el bienestar material y emocional de mujeres y niños aquejados por el abandono transitorio o definitivo de padres y esposos migrantes. Por su parte, para las mujeres migrantes residentes con maridos o amasios en los Estados Unidos el cruce de la frontera supone, entre otros cambios significativos en su experiencia de vida, la disposición formal de nuevos recursos de queja cuando sus derechos se ven lesionados. En un segundo apartado de estas notas ilustro los alcances y la valoración que los actores hacen de estos recursos, insospechados para las pasadas generaciones de mujeres. 3 Adopto la propuesta de Cucchiari, quien define al parentesco como un sistema de relaciones o categorías sobre las que se distribuyen y se heredan diferencialmente deberes, derechos, estatus y papeles. Señala este autor que lo que distingue al parentesco de otros sistemas es una idea subyacente de sustancia compartida: “consustanciación”. De una cultura a otra la sustancia crítica puede ser el semen, la sangre menstrual, la leche materna y hasta el alimento. La consustanciación es un elemento crucial del parentesco, lo contrario no es verdad. La utilidad de este concepto”es su facultad para manejar tanto el parentesco “real” como el adoptado a manera de variantes de un tipo de sistema cultural” (Cucchiari, 1996:188 y ss). 2 Hemos vivido más tiempo separados que juntos: la conyugalidad a distancia. En 1978, por primera vez, Francisco ingresó a los Estados Unidos como mojado, tenía entonces 18 años. La gente aquí se comenzaba a ir, y yo también tenía esa ilusión, –me refirió Francisco cuando lo conocí en 1993– quiero conocer el norte, quiero conocer el norte, pero, ¿quién me lleva? Y dice mi hermano: si quieres vamos. Pero nos cuenta un amigo que trabajaba en Fresno, en lo de la pizca de la uva, y digo, pues vamos a ver; y nos fuimos a Fresno que está como a cinco horas de Los Ángeles... En 1981, después de cuatro años de noviazgo, Francisco contrajo matrimonio con Sara, oriunda de San Miguel: ella tenía 16 años y él entonces contaba con 20. Pasados tres años, en los que convivió en la casa de sus suegros mientras Francisco continuaba alternando el trabajo en la milpa con sus viajes a Fresno, Sara se alivió del primero de los cuatro embarazos gestados a lo largo de su vida conyugal. En ese año la pareja se hizo de una casa propia, edificada en un predio cedido por el suegro de Sara. Desde entonces a la fecha, Francisco ha sostenido la misma postura: a pesar de que desde 1989 cuenta con la documentación migratoria que legaliza su residencia en los Estados Unidos, ha insistido en que su esposa e hijos deben permanecer en San Miguel. Pasada casi una década de nuestro primer encuentro, pude entrevistar de nuevo a Sara a mediados del 2000. Su experiencia, aunque singular, se asemeja a la de sus coetáneas, de esas decenas de mujeres que a comienzos de los años 80, cuando se disparó la migración al norte, se iniciaban como madres o a la de aquellas de mayor edad que en esas fechas estaban en la etapa final de su vida fértil. Como siempre se iba, yo sabía que se iba a estar cuatro o cinco meses, a veces menos, –me relató Sara– se sigue yendo un año o año y medio y allá está; siempre, de por sí, así hemos vivido todo el tiempo. Se acostumbra uno. Hay señoras que me dicen que no podrían estar así, solitas, con la responsabilidad de la casa y luego como aquí lo meten a uno en cargos de las escuelas. Del kinder fui vocal, de la primaria vicepresidenta y en la telesecundaria tesorera. En esos cargos, nombran al esposo, pero como él no está... yo siempre he cumplido con esos cargos, además, con lo de la casa, con lo de los hijos, con los animales y hasta sembramos también. Para los tiempos de cosecha viene él dos o tres meses y se vuelve a ir otra vez. Para cultivar, ocupo el tractor, para labrar busco a mi papá, yo los ayudo a ellos y ellos me trabajan lo mío, de por sí siempre nos hemos estado llevando. Ahora 3 que él está aquí, en el pueblo, somos mayordomos de la virgen de Guadalupe y de la alcancía, antes teníamos dos mayordomías chiquitas, pero ya cumplimos. Para el cargo a veces él no venía, entonces yo busco alguien que represente: mi papá o el papá de él, ese es el que va a representar, entonces él manda el dinero y yo voy a hacer la compra y hacer todo, pero él es el que manda los recursos, pero yo soy la que estoy organizando todo para dar de comer. Como le digo a usté, hemos vivido más tiempo separados que juntos. Cuando ya se fue a trabajar, ya nos habla por teléfono, tal día les va a llegar el dinero, vayan a recibirlo; y ahora como está aquí, pos no, nos estamos aguantando. De por sí, yo y mis hijos sí lo pensamos, si lo sueño, pero estamos sabiendo que está lejos y que está trabajando. Esta modalidad de vida conyugal, que pone en cuestión el binomio espacio social espacio geográfico, conyugalidad y corresidencia, y que en otros trabajos he definido como conyugalidad a distancia (D´Aubeterre, 2000), supone, no obstante la no corresidencia, las continuas negociaciones entre marido y mujer en la toma de decisiones concernientes a los procesos de producción y reproducción que involucran al grupo doméstico valiéndose del soporte de las telecomunicaciones; implica la obligatoriedad de la fidelidad femenina y el cuidado y la atención que las mujeres deben prodigar a hijos y pertenencias del marido, incluidos bienes sociales y simbólicos (Bourdieu, 1999) tales como el honor, el prestigio y las relaciones valiosas. Comporta, asimismo, el mantenimiento y reproducción del vínculo conyugal mediante el continuado desempeño de los maridos como proveedores económicos, definición fundamental de la masculinidad en este contexto, íntimamente ligado a su reconocimiento como figuras de autoridad legítimas del grupo. Inscrita en un nuevo espacio social gestado por prácticas económicas, políticas y culturales que trascienden las fronteras nacionales, esta modalidad de vida conyugal y familiar que cristaliza en los llamados hogares transnacionales encierra una serie de costos emocionales y sociales, así como diversas formas de dominación y explotación económica, encubiertas por la ideología del parentesco, ya identificados en diversos estudios (Basch et al, 1995). Además, tal como lo han advertido Hondagneu Sotelo y Ávila (1997), no conlleva, en sí misma, a un cuestionamiento de las representaciones hegemónicas de género: con un mayor o menor grado de compromiso efectivo, los hombres pueden seguir desempañando las obligaciones de asistencia material conyugal y paterna, y asumir formalmente el desempeño de algunos cargos civiles y religiosos desde distantes locaciones geográficas. Por otro lado, la notable participación de las mujeres no migrantes en la vida comunitaria, en la preservación y ampliación del capital simbólico de estos grupos no se traducen siempre en un mayor control sobre los bienes tangibles e intangibles. Los hombres migrantes, pese a sus ausencias, siguen monopolizando estos bienes (D´Aubeterre, 2000). Un intrincado nudo de representaciones, entre la que destaca la noción de cabeza de familia indefectiblemente asociada a la figura masculina, metáfora corporal por excelencia de la dinámica conyugal y familiar, 4 oculta e invisibiliza el enorme protagonismo de las mujeres no migrantes en la reproducción no sólo de sus grupos domésticos, sino de todo el tejido social comunitario. Aquí las mujeres no hacen borlotes: estrategias de las mujeres ante el abandono e infidelidad marital asociados a la migración. La migración ha reordenado la vida familiar de estos grupos domésticos de ejidatarios y pequeños propietarios que, hasta hace unos años, basaban su sustento exclusivamente en la comercialización artesanal a pequeña escala y la producción agrícola para el autoconsumo: la ampliación de la oferta educativa, una incipiente dotación de servicios, la proliferación de viviendas más confortables y cambios en las pautas de consumo material y cultural, entre otros aspectos, tienen como soporte la afluencia de migradólares procedentes del otro lado de la frontera norte. De acuerdo a una encuesta aplicada en 1991 a 51 grupos domésticos, más del 47 % de los hombres que encabezan estos grupos realizaban alguna actividad laboral que los retenía en los Estados Unidos por períodos de tiempo prolongados. La mayoría de ellos estaban ya desligados o tenían una mínima participación en la producción agrícola familiar, casi todos eran migrantes a la ciudad de Los Ángeles u otros condados circunvecinos, donde obtenían ingresos como comerciantes informales; otros trabajaban como operarios en pequeñas factorías y una porción minoritaria, tal como era característico en los inicios de los años 80, seguía desempeñándose como jornaleros agrícolas en los campos de California. Sus edades oscilaban entre los 23 y los 49 años. Mayoritariamente indocumentados, el ritmo de sus ires y venires del norte aparece modelado, hasta hoy, por su estatus migratorio, por el carácter regulado o no de la actividad laboral realizada al otro lado de la frontera, la compulsión del desempeño de algún cargo civil y religioso en la localidad de origen y por una serie de factores más aleatorios, ligados a la dinámica interna de estos grupos domésticos (obligaciones rituales, muertes, enfermedades, proyectos económicos, etc.) y a la calidad de los vínculos reproducidos en el tiempo, pese a la distancia geográfica. Tal como lo advierte Hondagneu-Sotelo (1997: 552), la separación de la vida laboral de la vida familiar constituye la separación de los costos de mantenimiento de la fuerza de trabajo de los costos de la reproducción de la fuerza de trabajo. Estos migrantes transnacionales trabajan para mantenerse a ellos mismo en los Estados Unidos y para dar soporte a la reproducción de sus hijos, a la nueva generación de trabajadores residentes en México, al otro lado de la frontera. Bajo este arreglo familiar, estos padres y maridos ausentes –al igual que sus padres y sus abuelos lo hicieron mientras se mantuvo vigente el Programa Bracero (1942-1964)- dan cumplimiento desde localidades distantes al mandato de género que los define como proveedores de sus hogares. La frecuencia de sus regresos temporales, de sus telefonemas, regalos y recados, la regularidad y el monto de sus remesas son los 5 indicadores que permiten calibrar la densidad de los compromisos morales y económicos de los ausentes con esposas, amasias y demás familiares residentes en el pueblo. La conyugalidad a distancia, organizada en un espacio social transnacional, define o ha definido la situación de vida regular o transitoria de una porción importante de las migueleñas y migueleños de las dos últimas generaciones. Así, la reproducción de estos hogares, caracterizados por la dispersión espacial de sus miembros, puede verse vulnerada por una serie de contingencias que amenazan el mantenimiento del vínculo conyugal y el cumplimiento de las obligaciones paternas. Empleo el término de estrategias jurídicas para referir las prácticas adoptadas por las mujeres en la búsqueda de la resolución de los conflictos maritales y en la demanda de las sanciones correspondientes apelando a una normatividad cultural compartida por esta colectividad. Tal como lo advierte Vallejo (1999) entre las nahuat de la Sierra Norte de Puebla, las migueleñas pueden recorrer diversos “itinerarios” y apelar a distintas instancias de arbitraje en la búsqueda de resolución de sus demandas en caso de conflictos conyugales. No obstante, el abandono y la desobligación paterna, asociada a la migración, rara vez mueven a estas mujeres a denunciarlas ante las autoridades civiles locales, es decir, ante el Juzgado de Paz4, perteneciente a la Junta Auxiliar de San Miguel Acuexcomac, instancia de procuración de justicia dependiente, a su vez, del Juzgado de la cabecera municipal de Tzicaltlacoyan, adscrito al Distrito Judicial de Tecali de Herrera. Aquí, las señoras casi nunca hacen eso, quizás poco — dice el Presidente Auxiliar en funciones con orgullo no disimulado— . Si el esposo ya no le manda dinero pos su papá responde, o los suegros responden, pero nunca las mujeres hacen borlotes, por eso aquí ni un casamiento que lo hagan con el Juez termina en divorcio; se separan pero al ratito él se juntó con otra persona y ya, pero nunca que haya un papel de divorcio. Y al ratito ya puede volver con su esposa,¿por qué? Porque nunca hay un divorcio (Don Fernando, 41 años, enero de 2000). Cabe señalar que, en general, las mujeres se abstienen de acudir a esta instancia de arbitraje, usualmente, sólo cuando esposos o amasios hacen uso de la violencia física y las quejosas pueden demostrar que no propiciaron tales arrebatos, se apela a este recurso con la pretensión de que el agraviante modifique su proceder y sufrague los costos de la atención y cura de lesiones causadas a la víctima; de acuerdo a la gravedad de la denuncia las sanciones varían desde las amonestaciones verbales, la imposición de multas en dinero y a lo sumo, un arresto carcelario durante 24 horas (D´Aubeterre, 2000). 4 Ni el juez de paz ni el agente del Ministerio Público locales son profesionales del derecho, oriundos de la localidad, son designados por el presidente auxiliar para ejercer ad honorem estos cargos, cuya designación, cada tres años, es sancionada de acuerdo a los usos y costumbres en asamblea comunitaria abierta. 6 Se estima que la estrategia apropiada en casos de abandono es solicitar la intervención de padres o padrinos de casamiento, figuras de autoridad claves en la sacralización del matrimonio, en la promoción de un vínculo de carácter corporativo que une la vida de los contrayentes y de sus respectivas familias de orientación. Migueleñas y migueleños comparten la opinión de que los suegros deben interceder en estos casos procurando la restauración del vínculo suspendido y hacer uso de la autoridad paterna para reconvenir el comportamiento del padre-marido ausente. Tal como lo afirma el presidente auxiliar actualmente en funciones, hijos y mujeres abandonados por el migrante deberán confiar en la asistencia de suegros y abuelos para resolver su sobrevivencia económica. Desde luego, el cumplimiento de esta obligación emanada de los vínculos de parentesco está sujeto, en realidad, a la calidad, al tono de las relaciones entre las nueras, sus suegros y sus afines en general. Asimismo, la vulnerabilidad de estas mujeres adquiere distintos matices de acuerdo al número de hijos, de sus edades y las posibilidades económicas de sus padres y suegros. Los recursos materiales y simbólicos de los grupos domésticos no son un dato fijo, por el contrario, se modifican a lo largo del ciclo doméstico. Otro elemento que modela estas situaciones es la calidad del vínculo contraído con el migrante: crecientemente entre las jóvenes generaciones el matrimonio civil es valorado como un contrato que permite pelear los intereses en caso de conflicto marital. El estar casadas de registro civil al menos representa para las mujeres un recurso a esgrimir ante las posibles amenazas de despojo de casas y terrenos a las que pueden exponerse cuando la relación marital se ve suspendida por el olvido y por otras contingencias, entre ellas, la muerte del cónyuge. Por lo excepcional en este contexto, quiero referir el testimonio de una autoridad local quien me relató una estrategia alterna adoptada hace unos cuantos años por una mujer víctima del abandono de su esposo migrante: Supe de un caso en que a una mujer le pasó así, no más que el marido que se había ido al norte trabajaba en el campo, tenía un patrón. Entonces ella sabía como se llamaba aquel patrón. Entonces fue a Puebla con un licenciado del partido, y le dijo “si quieres mandamos una carta al patrón donde trabaja”. Mandaron la carta y allí le dijo el patrón al hombre: “Mira, tú estás fracasando en esta forma, tus hijos no les mandas dinero, tu mujer no le mandas dinero, si yo quiero perjudicarte te voy a echar siete años a la cárcel, no más por desabandonar a tu familia”. Entonces ese señor lo que hizo fue que ya empezó a venir, empezó a mandar centavos a su señora, se corrigió. Entonces yo lo que pienso es que si se quiere hacer algo hay que ver en que parte se le puede reportar a la migración de ahí, para que ellos lo echen para acá. Pero hasta la fecha no se cómo puede hacérsele cuando los hombres las desabandonan. (Juez de Paz, marzo, 1995). 7 La migración a los Estados Unidos ha propiciado, asimismo, formas inéditas de poliginia y adulterio, frente a las que las estrategias convencionalmente adoptadas años atrás por las mujeres, y las prácticas de arbitraje adoptadas por las autoridades locales resultan hoy del todo improcedentes. En efecto, la denuncia y posterior celebración de las audiencias públicas en las que se arbitran tradicionalmente estos conflictos se ciñen a un script normativo y a una puesta en escena en la que denunciantes, denunciados y testigos se enfrentan en un duelo verbal mediante argumentaciones y contrargumentaciones que las figuras de autoridad sopesan casi siempre en la búsqueda de un arreglo tendiente a la restauración del vínculo conyugal, a un reajuste a las posiciones antes ocupadas, alteradas en el transcurso de estos “dramas sociales”(Turner, 1987: 74-75). El escenario se altera visiblemente cuando estos conflictos desbordan las demarcaciones territoriales de la localidad de origen. Ahora las “otras” están allá: ¡Para que voy a ir con la autoridad! — me dijo una mujer ante mi desatinada sugerencia— si la otra vieja no está acá! Para que nos careáramos necesita que esté aquí la otra mujer. Si fuera de acá, hasta le unta uno, uno mismo agarra a la otra y hasta le pone sus trancazos... La ausencia de denuncias ante las autoridades civiles en estos casos, no sólo puede explicarse por la desterritorialización de las relaciones sociales, políticas y económicas en estas llamadas comunidades transnacionales (Kearney, 1995: 554), por la desconfianza de las mujeres ante las complicidades entre autoridades y demandados, con frecuencia emparentados o unidos por vínculos de amistad, o por la fallida competencia y corruptelas del aparato judicial del estado mexicano en la regulación y administración de un vínculo que sigue siendo percibido en estas sociedades campesinas como el aglutinante de la vida familiar, sino además por el fuerte peso de representaciones de género compartidas por hombres y mujeres. La representación de la sexualidad masculina como desbordante, incontenible, la asunción de que el cumplimiento cabal de las obligaciones como proveedores materiales de esposas e hijos legítimos les concede a los varones la prerrogativa de ser infieles explica que las mujeres casi siempre se abstengan de denunciarlos en estos casos (D´Aubeterre, 2000): Lo que pasa es que muchos de los que están en los Estados Unidos rentan casas de puros hombres solos, y ni crea usté que no van a tener mujer allá, las tienen pero en la calle. A mi no me importa con tal que me mande dinero y que las tenga en la calle. Y es que los hombres no se aguantan solos, sin mujer; en cambio aquí vaya usted a muchas casas y las señoras están solas (Mercedes, 18 años, madre de un hijo, amasia de un migrante recurrente a California, junio 1995). 8 Sometidos a las leyes gabachas: el recurso de la demanda al otro lado de la frontera. Al igual que en otras localidades del Estado de Puebla, en Acuexcomac la migración masculina a los Estados Unidos adquiere un ritmo acelerado en la década de los 80 (Binford, 2000, Marroni, 1999) y la reunificación familiar y el establecimiento de la vida conyugal al otro lado de la frontera es una práctica en aumento en los últimos años posibilitada, no sólo por las características estructurales del mercado laboral estadounidense (Cornelius, 1999; Fernández-Kelly y García, 1997) y la consolidación de las redes migratorias. Un factor fundamental que no puede soslayarse es el cambio en las relaciones intergeneracionales e intergenéricas5. En la nueva generación de migrantes, entre esos hombres y mujeres que hoy rondan los 20 años de edad, parece emerger un nuevo ideal de vida conyugal y, aunque algunos jóvenes hoy siguen mostrando las mismas reticencias que sus padres de llevarse sus esposas al norte, otros, por el contrario, valoran crecientemente relaciones más cálidas y estrechas con esposas e hijos (D´Aubeterre, 2000). Muchos de ellos han sido, durante su infancia, beneficiarios de las remesas de padres ausentes, de esos “padres de cheque” que refiere Mummert (1995: 128) en una comunidad michoacana de migrantes a los Estados Unidos. La aspiración a ejercer, en su turno, una paternidad más plena podría ser uno de los “efectos generacionales de la migración”6. En San Miguel, este proceso tiene apenas la profundidad de una década, un período corto que permite, sin embargo, atisbar en esas fisuras de la vida conyugal y en las estrategias empleadas por estas mujeres para encararlas en la sociedad que las aloja al otro lado de la frontera. En efecto, ya es del conocimiento de todos los residentes allá y acá, que entre esa nueva generación de migueleñas, radicadas hoy en el norte en compañía de cónyuges e hijos, algunas, desprovistas en buena medida de la cobertura cercana que se espera de padres y suegros en la localidad de origen, se han valido de los recursos que el sistema jurídico anglosajón tiene previstos en caso de violencia y/o abandono conyugal. Todas y todos aseveran que las mujeres allá tienen más ley, incluso muchos afirman que en el norte las mujeres son las que mandan, que las leyes les dan su lado preferente, pero, como dicen los abuelos, mandaran allá, pero aquí los hombres 5 Tal como lo han puesto de relieve otros estudios, la creciente incorporación de las mujeres unidas o casadas a los circuitos migratorios no puede explicarse, exclusivamente, por las características de los nichos laborales en los que se insertan en la actualidad estas trabajadoras, ni por los efectos de las leyes de amnistía que legalizan la estancia de los indocumentados y sus familias en el vecino país. Un factor fundamental que no puede subestimarse es el cambio generacional y las transformaciones ideológicas y culturales que involucran tanto a hombres como mujeres (Gledhill, 1995: 155-156). Entre migrantes dominicanas, por ejemplo, las reunificación familiar era usualmente un subterfugio para alcanzar metas personales y abandonar su condición de dependientes de los ingresos de sus maridos migrantes (Repack 1997: 248). 6 Gail Mummert, comunicación personal. Para un análisis de los efectos de la migración en el ejercicio y en los significados de la maternidad y la paternidad en San Miguel Acuexcomac, véase Fagetti, 1995. 9 somos los que mandamos, porque así debe de ser7. Hombres y mujeres, desde luego según el matiz generacional, valoran diferencialmente la intervención del Estado en los asuntos conyugales y familiares. Todos y todas reprueban los posibles excesos de esta injerencia, consideran que las autoridades pueden cometer abusos en la adjudicación de sanciones ante prácticas habituales en la crianza de los hijos o al valerse del recurso de la deportación de los maridos. La vulnerabilidad de la condición migratoria de los indocumentados y/o el racismo imperante en la sociedad que los aloja dan fundamento a las suspicacias que albergan los migueleños frente a la probidad de las leyes gabachas, y alientan las incertidumbres que rodean las decisiones sobre donde organizar la vida familiar, acá o allá Mi gusto es que mis hijos nazcan allá — me dijo una joven mujer residente en California— pero es mejor que se críen aquí en San Miguel, porque la mayoría de los muchachos de aquí cuando ya están más grandes la mayoría se van para allá y les cuesta mucho pasar [la frontera], entonces a mi hijo cuando ya esté grande y quiera ir para allá no le va a costar nada[..]. Pero es mejor que se críe aquí, porque allá los cholos ya no respetan, y no les puede uno pegar porque nos llevan a la cárcel, porque llega la policía y nos los quita. Aquí que les pegue uno [a los niños] hasta donde les quiera uno pegar y no nos hacen nada. Las migueleñas suscriben un parecer ambivalente frente a la legislación operante en el vecino país en materia familiar. Por un lado, las mujeres objetan a esta legislación el desconocimiento de derechos y prerrogativas “naturalmente” inherentes a los progenitores, tales como el ejercicio de su autoridad como figuras disciplinarias legítimas; en suma resienten el verse privadas de sus facultades para administrar castigos a los menores en contextos urbanos de altas tasas de criminalidad y violencia asociada al consumo de drogas (Repack, 1997: 251). Pero, al mismo tiempo, la mayoría reconoce las ventajas de la legislación y la mayor imparcialidad de la procuración de justicia anglosajona en el terreno de las relaciones conyugales. El testimonio de Gloria, una joven residente en Los Ángeles en compañía de su esposo, su suegro y otros parientes, ilustra esta valoración ampliamente compartida por las mujeres migrantes: Allá si el hombre me pega, yo llamo a la policía y se lo lleva, o sea que no me puede andar pegando, si mi esposo me dejara él me tiene que dar pa´la renta y para mantener al niño. Y nada más lo puede ir a visitar de vez en cuando, no lo pude ver a diario y no me lo puede quitar, porque la patria potestad la tengo 7 Algunos estudios reportan, sin embargo, que los niveles de violencia conyugal e intrafamiliar pueden incrementarse bajo las condiciones de incertidumbre que rodean a los hogares de migrantes y que si los hombres maltrataban a mujeres e hijos en sus lugares de procedencia reproducen estas prácticas en las nuevas localidades de asentamiento (Repack, 1997: 250). 10 yo. Y tampoco pueden cuando van a la corte, que tienen que estar a no se cuantos metros de mi casa, tiene que estar lejos para que no me moleste, y si me sigue molestando de nuevo llamo a la policía y de nuevo lo meten más años. Aquí hay ya como dos casos de migueleños que les pegaban a sus esposas, y hasta ahora les está llegando el dinero del “welfer” por los niños que son nacidos allá, ella es de aquí pero como los hijos son nacidos allá el gobierno los está manteniendo, y aunque ya no tiene marido no se preocupa, nada más se dedica a cuidarlos. En cambio aquí a las autoridades les vale una tostada que si te dejaron o que cómo mantienes a tus hijos. Allá es diferente porque los ayuda mucho el gobierno. Una prima mía también recibe el guelfer y no trabaja, pero también su esposo tiene la obligación que le de pa´la renta, pa´la comida y si no se lo da, lo echa a la corte (enero, 2000). Pero no todas pueden acceder a este recurso. Robert Smith (1998: 83-84) ha reparado en la vulnerabilidad y los avatares de los migrantes mexicanos indocumentados frente a las prácticas discriminatorias del sistema de procuración de justicia estadounidense, inducidas por las contradicciones de un proyecto dual, “incluyente-excluyente” del estado-nación en materia de derechos reconocidos a los residentes en su territorio. En este contexto y, en particular dadas las repercusiones de la modificación del artículo 187 en el Estado de California, para las migueleñas indocumentadas, cuyos hijos no han nacido en el territorio estadounidense, denunciar el abandono o la violencia marital entraña serios dilemas8, tal como puede apreciarse en el testimonio de Rafael, un prospero migrante de 41 años que va y viene de California desde finales de los años 70: La policía interviene –me dijo- peor si tienen un hijo de por medio, entonces si se pone brava la policía contra el hombre, la verdad se pone difícil. Las mujeres se demandan con la policía y si llega hasta la corte, nos lleva directamente al bote y ya dentro de la cárcel llega el día de mi corte. Entonces por pegarle le ponen tanto de multa y si no hasta que cumpla su sentencia. No a todos los echan para acá, depende del juez o de la suerte, de si a la hora que salen no está la migra. A veces la migración está esperando cerquita de la corte y si no tiene papeles lo regresa para atrás, o si no directamente el juez 8 Al parecer, estos atropellos no sólo tienen como blanco a la población indocumentada, el simple hecho de tener procedencia mexicana puede propiciarlos. El 10 de septiembre de 1999, en una nota casi marginal, el periódico La Jornada reseñaba el arresto y posterior deportación de un mexicano de 49 años, originario del estado de Durango, por el Sistema de Inmigración y Naturalización bajo el cargo de golpear a su esposa. El deportado contaba con residencia legal desde hace 29 años, y hacía 22 que había contraído matrimonio con una ciudadana estadounidense con la que procreó cinco hijos, nacidos en ese país. La nota añadía que su cónyuge desmintió que la hubiese golpeado, “dijo que había interpuesto una solicitud en el consulado de los Estados Unidos en Ciudad Juárez, para que se permitiera a su esposo regresar a Carlsbad (Nuevo México), pero las autoridades consulares le informaron que el trámite podía demorar hasta diez años. 11 lo manda de una vez pa´fuera. Pero a otros, cumpliendo la sentencia y si ve que la señora está desamparada, le dicen: ¿Qué pides tú por él? Que lo encierren, pero no quiero que lo saquen para fuera, porque si no, ¿quién va a mantener a mis hijos? Y a veces se ha visto que ya se reconciliaron, y el hombre le dice: “dile que no me saquen”. Eso es lo que hacen, y aunque a muchos los saquen para fuera, pos vale madre, la gente entra y sale, es normal, a nosotros los migueleños nos vale, ya estamos recurtidos en eso (Don Benito, 43 años, enero de 2000). Conclusiones Aunque el Programa Bracero repercutió en San Miguel Acuexcomac tardíamente y fueron relativamente pocos los que se incorporaron a este primer flujo migratorio internacional, las ausencias temporales de padres y esposos por motivos laborales sentaron las bases para una progresiva redefinición de los significados de la conyugalidad y para el surgimiento de un modelo de vida conyugal en el que la corresidencia de maridos y esposas se interrumpe de trecho en trecho. A partir de los años 80 la migración de los migueleños a los Estados Unidos adquirió las proporciones de un fenómeno masivo; en este horizonte y hasta la fecha coexisten en esta comunidad de transmigrantes dos arreglos de vida conyugal y familiar: en un caso el intercambio de afectos, provisiones y trabajo entre los cónyuges se organiza en un mismo espacio geográfico, sea en la localidad de origen, a este lado de la frontera o en los Estados Unidos, donde un importante número de migueleñas de las nuevas generaciones ha ido a establecerse, esas que no han querido esperar pacientemente la llegada más o menos oportuna de cartas, llamadas telefónicas, cheques y money orders. En otros casos, tales intercambios pueden organizarse a la distancia, cuando los compromisos morales y económicos se refrendan entre localidades ubicadas a uno y otro lado de la frontera norte, donde hombres y mujeres cumplen con sus respectivos mandatos genéricos ajustados al paradigma patriarcal de la pareja conyugal. Ambos arreglos gozan de la legitimidad y el reconocimiento que les confiere la comunidad; no son en sí mismos arreglos acotados por límites infranqueables: sobre todo las parejas más jóvenes pueden transitar a lo largo de la vida conyugal de una a otra situación. Sin embargo, difieren considerablemente los escenarios sociales en los que se organiza la vida conyugal en esta comunidad que se reproduce en un espacio social transnacional, así como difieren los recursos y las estrategias adoptadas por las mujeres en situaciones de crisis conyugal: en la localidad de origen las autoridades civiles tienen un escaso margen para intervenir en el arbitraje de conflictos que desbordan su jurisdicción territorial; además, sesgos y prejuicios sexistas en la aplicación de la norma alientan la desconfianza de las mujeres ante las autoridades locales. En consecuencia, la estrategia más socorrida es apelar al arbitraje de figuras de autoridad familiar, confiar en la cobertura de los vínculos de 12 parentesco, la influencia y la capacidad de maniobra de estas figuras, paradójicamente, han podido resistir con mayor facilidad los embates de las nuevas condiciones de vida transnacional. El parentesco y los imperativos morales que de él se desprenden parecen ser un sistema que supera en flexibilidad y eficacia a las frágiles disposiciones del derecho positivo nacional frente a las cambiantes condiciones bajo las que se reproducen los grupos domésticos en estas poblaciones campesinas que organizan sus vidas a uno y otro lado de la frontera norte. Sin embargo, esta cobertura de asistencia y arbitraje que brinda el parentesco, si no del todo inexistente para las que radican en los Estados Unidos (D´Aubeterre, 2000a), puede ser aun más azarosa, y aunque en el vecino país cuenten con mayor protección legal para afrontar el abandono o la violencia marital, en la práctica, el status migratorio de las mujeres, sus cónyuges e hijos condiciona el pleno ejercicio de sus derechos como residentes en esa llamada tierra de promisión. Para las migrantes el cruce de la frontera supone también el cruce, temporal o irreversible, de sistemas normativos, el tránsito a un escenario multicultural en el que se entrecruzan género, clase y etnicidad, quizá, de manera más descarnada. Bibliografía Basch, Linda et al., 1995, Nations Unbound, Transnational Proyects, Postcolonial Predicaments and Deterritorialized Nation States, New York, Gordon and Breach. Binford, Arthur L., 1999, “Migración transnacional, criminalidad y justicia popular en el estado mexicano contemporáneo”, Conflictos transnacionales y respuestas comunitarias, L. Binford y M.E. D´Aubeterre, (eds), Puebla, ICSyH/Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, COESPO(en prensa). Bourdieu, Pierre, 1999, La dominación masculina, Barcelona, Anagrama, Col. Argumentos. Chenaut, Victoria, 1997, “Honor y ley: la mujer totonaca en el conflicto judicial en la segunda mitad del siglo XIX”, Familias y mujeres en México, S. González y J. 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