cuba: comunismo carismatico

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INTERNACIONAL
CUBA: COMUNISMO
CARISMATICO
JORGE I. DOMÍNGUEZ
El Sr. Domínguez, profesor de Administración
Pública en la Universidad de Harvard,
reseña aquí cuatro libros recientes sobre
la revolución cubana.* Ellos tocan principalmente:
el problema económico, el hecho de ser
una revolución personalista (y su índole represiva),
las relaciones internacionales de Cuba,
y su contribución al pensamiento marxista
en Latinoamérica. Domínguez es autor de
Cuba, Orden y Revolución (1978) y coautor
(con Marc Lindenberg) de Centroamérica:
Crisis Actual y Perspectivas Futuras (1984),
Los subtítulos son de Mensaje.
La revolución cubana y los
escritos sobre ella han llegado
a un punto de reflexión a mediados de los ochenta. Con
la perspectiva de un cuarto de
siglo, desde que Fidel Castro
tomó el poder, es evidente que
Cuba sigue encarando tres
preocupaciones conexas: 1)
¿Cómo puede conducir la política exterior de una gran potencia un pequeño país, todavía subdesarrollado? 2) ¿Cuan
factible es la combinación de
crecimiento económico e igualitarismo, bajo un régimen
marxista-leninista? 3) ¿Cómo
puede ser gobernada Cuba sin
depender únicamente de los
extraordinarios t a l e n t o s de
una sola persona?
Los observadores del exterior podrían agregar una cuarta preocupación, de índole
más teórica: ¿cómo se relaciona la historia revolucionaria
de Cuba con las corrientes
ideológicas más vastas que informan la vida intelectual de
América latina y la de quienes
creen en la significación intelectual duradera del marxismo? Por fortuna, una nueva
oleada de textos académicos
MENSAJE. N° 352, SEPTIEMBRE 19S6
ha empezado a abordar estas
importantes cuestiones.
En enero de 1986, Cuba conmemoró el 27? aniversario del
derrocamiento de Fulgencio
Batista y del inicio del mandato revolucionario. El gobierno del presidente Castro ya
no es nuevo y, mucho menos,
juvenil. Su historial de realizaciones y reveses, en el país
y en el extranjero, es el tema
de los cuatro libros que aquí
se reseñan. Se trata de obras
muy diferentes en su contenido, estilo y orientación intelectual, pero arrojan mucha
luz, en conjunto, sobre la notable historia e impacto de
una de las revoluciones más
destacadas del siglo... y la
única que ha consolidado un
poder, en América, contra los
deseos del gobierno de los
Estados Unidos.
La difícil economía
Claes Brundenius, autor que
simpatiza ampliamente con las
metas del gobierno cubano y
con muchas de sus políticas,
ha escrito una obra correcta,
técnica, bien informada cuan-
titativamente, sobre la economía de Cuba bajo el gobierno
revolucionario. La obra de
Brundenius, junto con la de
Carmelo Mesa-Lago,1 cuyo excelente trabajo sobre la economía de Cuba es complementado y también criticado por
Brundenius, sirven conjuntamente para formular ciertos
juicios acerca del historial del
desempeño económico cubano
a largo plazo. Considerando la
índole contenciosa del tema,
conviene bosquejar un incipiente consenso.
La economía cubana se recuperó rápidamente de la guerra civil en que fue derrocado
Batista. Pese a ello, dicha economía se derrumbó en los
años sesenta por diversas razones, que abarcaron desde la
imposición de sanciones económicas por los EE.UU., hasta la incompetencia administrativa del gobierno cubano
(y del propio Castro). Los cubanos comunes sufrieron por
esa causa. Brundenius ideó un
índice compuesto para medir
• Claes Brundenius. Revolutlonary Cuba: The Challenge of Econoralc
Growth wlth Equity (Cuba revolucionaria: el desafío del crecimiento
económico con equidad). Doulder.
CO. Westview, 1984;
Carlos Alberto Montaner. Fidel Castro y la revolución cubana. Barcelona. Plaza & Fanés. 1983;
Pamela F.ilk. Cuban Foreign Policy:
Carlbbcan Tcmpest (Política exterior cubana: tempestad caribeña).
Lcxlngton, MA, Lexington Books,
1985;
H. Michael Erisman. Cubn's InternattonaT Relmlons: The Analomy of
a Nationaüstlc Foreign Polfcy (Relaciones internacionales de Cuba la
anatomía de una política exterior
nacionalista). Boulder. CO, Westview, 198?.
1 Véase especialmente Carmelo MesaLago, The Economy of Soclallst Cuba (La economía de la Cuba socialista) , Albuquerque. NM, Unlversity
of New México Press, 1981.
365
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el desempeño en la satisfacción de las necesidades básicas de la población. El averiguó que "el desempeño, en
materia de necesidades básicas. .. mejoró rápidamente en
los dos o tres primeros años
que siguieron a la revolución.
Sin embargo, después de 1962,
hubo un período de relativo
estancamiento e incluso decadencia, hasta 1970" (p. 91). Para decirlo con crudeza, Cuba
perdió un decenio de crecimiento económico, en el cual
declinó su capacidad para satisfacer las necesidades básicas de la población: la justificación misma de la revolución.
La economía cubana se recuperó en forma impresionante durante la primera mitad
de los años setenta. También
esto sucedió por diversas razones, entre ellas, el espectacular aumento del precio mundial del azúcar, así como la
introducción de reformas organizacionales. En la segunda
mitad de los setenta, la tasa
de crecimiento económico se
redujo notablemente, pero siguió siendo positiva. Entre los
factores negativos figuraron
la reducción del precio mundial del azúcar y el despliegue
de decenas de miles de soldados cubanos para combatir en
ultramar. Entre los factores
positivos, se registró un marcado incremento de los subsidios soviéticos para la economía c u b a n a (especialmente
después de 1976) y un mejor
manejo y administración de
la economía en la propia Cuba.
Por lo tanto, contrariamente a lo que suele decirse, hace
mucho tiempo que la economía cubana dejó de ser una
"mutilada". Desde principios
de los años setenta, ha logrado satisfacer aunque modestamente las necesidades básicas
de la población. El gobierno
implantó una importante redistribución del ingreso, a
principios de los sesenta, y
consiguió evitar la intensificación de las desigualdades durante los setenta. La economía de Cuba sigue teniendo
problemas porque los niveles
de eficiencia todavía son bas366
tante bajos. Además, las habilidades administrativas son
escasas aún. Es indudable que
el crecimiento económico se
produce, en gran medida, gracias al apoyo soviético y, en
menor grado, al de Europa
oriental. Sin embargo, la economía sí crece y así lo ha hecho, en forma modesta, durante algunos años.
El consenso académico acerca del desempeño en los ochenta no se ha formado todavía;
de hecho, existen pocas publicaciones acerca de ese período. Desafortunadamente, las
estadísticas económicas cubanas para la primera mitad de
los ochenta han sido distorsionadas por una importante
"reforma de precios" (es decir, alzas de precios) al comienzo de este decenio. El
sistema estadístico de Cuba
tiene todavía que generar datos creíbles para el período
1980-1982 —de obvias penurias
económicas— acerca del cual
las cifras oficiales sugieren un
auge económico nada convincente. No obstante, estadísticas oficiales subsecuentes (y
más creíbles), además de otras
observaciones independientes,
inducen a pensar que la economía cubana empezó a crecer nuevamente en la segunda
mitad de 1983, y que su crecimiento prosiguió en 1984, según una tasa que igualó a la
más elevada de América latina. Ese fue un acontecimiento
sin precedente en la historia
económica de la revolución
cubana.
El crecimiento de Cuba en
1984 pareció ser un importante hito: aunque el precio mundial del azúcar cayó en forma
sustancial, la economía cubana creció. Esto sucedió, en
parte, porque la integración
extraordinariamente estrecha
de Cuba con las economías soviética y europeas orientales
resguardó a la isla del descenso que se produjo en el mercado mundial y, también en
parte —como acertadamente
lo argumenta Brundenius, aunque con exageración— porque
una estrategia de sustitución
de importaciones había en-
sanchado la base económica
cubana más allá del azúcar.
Sin embargo, aun a mediados de los ochenta, los problemas económicos de Cuba siguen siendo muy serios. Las
economías cubana y soviética
han llegado a estar tan estrechamente vinculadas, que sus
tasas de crecimiento tienden
hoy a fluctuar de consuno; en
este sentido, Cuba ha llegado
a ser realmente muy "dependiente" de la URSS. Más aun,
a partir de 1981, la Unión Soviética le retiró a La Habana
sus anteriores subsidios económicos similares a donativos
(basados en precios artificialmente elevados para el azúcar), obligando así al gobierno
cubano a recurrir más a los
préstamos soviéticos, pagaderos en condiciones favorables,
pero no exentos de intereses.
Difícilmente han mejorado los
niveles de eficiencia. El mal
desempeño económico de Cuba se evidencia especialmente
en el sector externo: ha sido
incapaz de diversificar mucho
sus exportaciones para no depender tanto del azúcar. Según Castro, Cuba no pudo entregar siquiera la cantidad de
azúcar, níquel y frutos cítricos (sus exportaciones principales) que estaba obligada a
embarcar en 1984, según sus
contratos con la Unión Soviética y con países de Europa
oriental. Por lo tanto, en diciembre de 1984, Castro ordenó una importante reelaboración del plan central de 1985,
imponiendo la austeridad en
el consumo nacional y orientando la economía hacia el
fomento de las exportaciones.2
A juicio de Castro, la planificación central no había producido un proyecto aceptable
para el futuro próximo. Entonces, por su propia autoridad, suspendió los mecanismos institucionalizados cuya
consolidación había tardado
tanto tiempo. En su lugar, sobre una base ad hoc y confiando en antiguos camaradas de
sus primeros años en el po2 Granma (La Habana), enero 4, 1985,
Suplemento Especial, p. 4.
MENSAJE, N» 352, SEPTIEMBRE 1986
INTERNACIONAL
der, Castro sacó un nuevo
plan para 1985, improvisado
en forma expedita, en el cual
se pedía al pueblo —una vez
más— que sacrificara el presente por un futuro siempre
huidizo, en el cual semejante
austeridad no sería ya tan común. Esta reorientación de
las políticas económicas dio
básicamente en el blanco, aun
cuando resultó dolorosa y se
aplicó como una intromisión
que, a la postre, fue lesiva. La
economía cubana requirió un
amortiguamiento de la demanda interna, después de 18
meses de expansión, junto con
una atención mucho mayor a
las exportaciones y al cumplimiento de los compromisos
económicos internacionales.
Personalismo
Los sucesos de diciembre de
1984 destacan todavía, en forma abrumadora, el papel personal de Castro (tema del libro de Carlos Alberto Montaner). El prólogo de Montañer
aclara que no se trata de una
obra académica. La intención
del autor es criticar agudamente la revolución cubana,
sobre todo lo que se refiere al
liderazgo del propio Castro.
El estilo de Montaner es el de
un ensayista, y escribe con
ingenio y habilidad literaria;
sin embargo, su obra no nos
ayuda a entender por qué
cuenta el gobierno revolucionario con un apoyo genuino.
Cuba ha tenido una revolución auténtica; Castro cuenta
con un respaldo popular considerable. Este libro tampoco
nos ayuda a entender cómo es
que se ha vuelto el régimen
un tanto más institucionalizado y, merced a estas nuevas
capacidades, más apto para
proyectar su poder en otros
países. Lo que Montaner sí
hace muy bien es lo que se refiere a su intento de exponer
la índole represiva del régimen.
La revolución cubana nunca
ha sido "liberal" en ningún
sentido de la expresión, pero
a veces resulta especialmente
MENSAJE, N? 352, SEPTIEMBRE 1986
áspera e intolerante. Montaner explora en detalle este tema, doloroso pero importante,
en lo que atañe a la vida intelectual, la religión, la sexualidad, la raza, el encarcelamiento por causas políticas y la
libertad de expresión, de asociación y oposición en materia de política. El nos recuerda que el papel de Castro en
la revolución no puede ser pasado por alto y que no debemos permitir que los cambios
organizacionales nos hagan
perder de vista la persistente
importancia de ese personaje
o el costo que su ejercicio del
control ha impuesto sobre los
cubanos.
El historial político de los
últimos años (generalmente
más allá de la época cubierta
por Montaner) subraya una
vez más este punto. Durante
"Cuba actúa
en el exterior
como potencia...'
este período, parte de la crisis
nacional de Cuba fue la crisis personal de Castro. A finales de 1979, éste optó por destituir a docenas de los más
altos funcionarios del gobierno, comenzando por muchos
miembros del Consejo de Ministros, como respuesta a una
economía vacilante, a la creciente indisciplina y a la intensificación del descontento.
Poco después, él quedó estremecido por la muerte de Celia Sánchez, su secretaria personal y confidente desde la
guerra civil de los años cincuenta; más tarde, en ese mismo año, se sintió afectado por
el suicidio de otra vieja camarada, Haydée Santamaría. Entre tanto, millares de cubanos
se apiñaban en los terrenos de
la embajada del Perú en La
Habana, después que Castro
cometió el error de cálculo
de retirar los guardias cuba-
nos de esa embajada y dar a
conocer que no se impediría
el acceso a la misma. Eso
marcó el inicio de la cadena
de acontecimientos que habían
de desembocar en la dramática migración de más de 125.000
personas a los Estados Unidos, por el puerto de Mariel.
Por último, en mayo de 1980,
en otro misterioso lapsus de
juicio político o de control, la
Fuerza Aérea Cubana atacó a
un barco de la Guardia Costera de Las Bahamas, sin provocación alguna, causando su
hundimiento y la muerte de
cuatro de sus tripulantes (por
lo cual, bajo presión de otros
países caribeños, Cuba tuvo
que presentar disculpas y pagar indemnización).
El destacado papel personal de Castro volvió a evidenciarse en octubre de 1983,
cuando los Estados Unidos y
varios países caribeños de habla inglesa intervinieron en
Granada. Castro se encargó
personalmente de dirigir la
respuesta de Cuba. El ordenó
que todo el personal cubano,
cuando se viera atacado, combatiera hasta la muerte antes
que rendirse. Muchos reservistas cubanos, a quienes les
fueron proporcionadas armas,
c o m b a t i e r o n valientemente
aunque la victoria era del todo imposible. Empero, Castro
se sintió herido y humillado
cuando la mayoría de los cubanos de Granada, incluidos
los altas oficiales, acabaron
por rendirse. Su expectativa
de que los cubanos se autoinmolaran por una revolución
granadina cuya más reciente
hazaña —el asesinato del Primer M i n i s t r o Maurice Bishop— acababa de ser censurada por el propio Castro, no
es sino un ejemplo más de las
demandas extremas e irrazonables que él le impone a menudo al pueblo cubano.
Un año más tarde, después
de los recortes que hizo en el
aparato de planificación económica para reducir sus dimensiones, Castro arremetió
contra el aparato ideológico
del Partido Comunista: así,
unilateralmente y sin mira367
INTERNACIONAL
miento, intervino en otra institución cuya construcción había requerido largo tiempo.
Contando con el apoyo del
Comité Central, obtenido en
una reunión de emergencia, él
destituyó al secretario del partido encargado de ideología,
lo cual inició una reacción en
cadena que ha desembocado
en la destitución de muchos
funcionarios claves que estaban a cargo de los medios de
comunicación masiva, de la
propaganda y de asuntos religiosos c ideológicos.3 Es probable que haya más cambios
y que el proceso culmine con
la renovación del Comité Central, en el 3er. Congreso del
Partido, en febrero de 1986.
Así pues, en conjunto, el
gobierno intensamente personal de Castro sigue siendo una
grave limitación para la dirección del propio gobierno y
el partido cubanos en forma
368
institucionalizada y estable, a
fin de edificar una revolución
que sea genuinamente socialista y no sólo la "expresión
heroica" de la personalidad
de un hombre: una revolución
heredada de Marx y Lenin, no
de una mezcla de Blanquí y
Bonaparte.
Pese a todo, muchos de esos
mismos acontecimientos ilustran el enorme éxito de Castro. A pesar de aflicciones
personales e indudables errores, él salvó la revolución en
1980. Logró incluso convertir
el éxodo de Mariel en una situación embarazosa para un
presidente de los Estados Unidos que, primero, dio la bienvenida y después trató de detener aquella migración inesperada. Castro puso en situación
embarazosa a sus enemigos
de la comunidad cubana-estadounidense de los Estados
Unidos, al deportar realmente
a buen número de delincuentes cubanos. (El gobierno de
Cuba recalca que todos los
que salieron de la cárcel para
ir a los Estados Unidos lo hicieron por su propia voluntad,
pero es obvio que ese era un
ofrecimiento que muy pocos
habrían rechazado). Durante
la época de la invasión de
Granada, él concentró a los
cubanos en favor de aquel gobierno y sintió orgullo por todos los que combatieron. Castro encontró la justificación
para muchas de sus políticas
de defensa y seguridad interna, en los actos realizados por
los EE.UU. en Granada; además, obtuvo el apoyo adicional que necesitaba, de su propio pueblo y de la Unión Soviética, para mejorar el desempeño económico en 19831984. Así pues, el historial de
los últimos cinco años puede
considerarse, en cierto sentido, como un microcosmos de
las vicisitudes de Cuba bajo
Castro. El ha conseguido gobernar la isla por más de un
cuarto de siglo porque es el
único, entre todos los líderes
revolucionarios, que cuenta
con la combinación de visión,
crueldad y sentido práctico,
que le permite recuperarse de
los errores pretéritos y poner
en vigor las medidas necesarias para seguir en el poder.
Proyección al exterior
La misma combinación de
visión y crueldad que se evidencia en la forma en que
Castro administra la economía nacional y las cuestiones
políticas, se refleja también
en las relaciones exteriores de
Cuba. La revolución cubana
ha sido siempre demasiado
grande, a los ojos de sus líderes, para una isla tan pequeña. Desde 1959, el nuevo
gobierno cubano empezó a
proyectarse hacia el exterior,
primero en pequeños pasos
para apoyar movimientos revolucionarios en los países
vecinos y, finalmente, en una
escala mundial. Según cuentas
oficiales, decenas de millares
de cubanos prestan servicio
ahora en docenas de países de
todo el Tercer Mundo. Una
causa todavía mayor de preocupación, para los Estados
Unidos y sus aliados, es el
despliegue permanente de bastante más de 20.000 soldados
cubanos (a veces hasta 36.000)
en Angola, de un número algo
menor, pero también sustancial, en Etiopía y de algunos
millares de asesores militares
en otros países. Decenas de
miles de personas, provenientes de docenas de países, han
estudiado también en Cuba y
más de 20.000 disfrutan cada
afio de becas para ese efecto,
a mediados de los ochenta.
Casi simultáneamente, Pamela Falk y H. Michael Ertsman han publicado buenos
libros generales sobre la evolución de la política exterior
cubana, colocándose con ello
al lado de Carla Robbins, quien
publicó otro buen libro sobre
el tema hace un par de años.4
Es sorprendente que este importante tema haya sido abordado inicialmente en artículos
o que se haya incorporado como parte de obras más extensas sobre cuestiones cubanas.
i
Ibld., febrero 1. 1985.
MENSAJE, N? 352, SEPTIEMBRE 1986
INTERNACIONAL
Este nuevo auge de los libros
acerca de la política exterior
de Cuba constituye un reconocimiento, un tanto tardio
de que la isla sí cuenta hoy en
los asuntos mundiales.5
Los libros de Falk y Erisman comparten varias características. Ambos están dirigidos a un público de carácter
general, y los dos son bastante breves. Ambos se sirven en
forma extensiva (y a veces un
tanto acrítica) de fuentes no
cubanas, a expensas de las
fuentes de la propia Cuba. En
compensación, en las dos
obras se dedica espacio considerable a la republicación de
discursos y otros documentos
correspondientes a las relaciones internacionales de Cuba,
casi la cuarta parte del libro
de Falk está dedicada a esos
materiales. Esta característica permitiría que un maestro
universitario encomendara a
los alumnos el estudio de materiales primarios por su propia cuenta (empresa encomiable y, hasta ahora difícil, en
la enseñanza de la política exterior cubana). Ambos libros
hacen énfasis en las relaciones de Cuba con países del
Tercer Mundo y con los Estados Unidos, a expensas de las
relaciones que sostienen con
Europa oriental y occidental
y, en forma un tanto sorprendente, también con la Unión
Soviética. Ambos autores destacan de igual modo las cuestiones políticas, a expensas de
las militares, y económicas.
No obstante, cada autor
adopta un enfoque diferente
para abordar la sustancia de
los asuntos exteriores de Cuba. Falk parece abarcar mucho, dedicando breves secciones a la política exterior cubana antes de la revolución,
a las actividades externas de
Cuba en el periodo inmediatamente posterior a la victoria
revolucionaria, y a otros eventos más recientes. Puede decirse que virtualmente, esta
autora tiene algo que decir
sobre cada uno de los temas
de la política exterior cubana.
Erisman, en cambio, se ha enfocado mucho más en la políMENSAJE, Ni 352, SEPTIEMBRE 1986
tica exterior de Cuba desde
principios de los años setenta,
después de presentar una somera exposición de antecedentes. Falk insiste especialmente en los diversos escenarios
geográficos de las actividades
internacionales de Cuba, con
capítulos dedicados a episodios y aspectos diferentes de
la política cubana hasta América latina y África. Erisman,
en cambio, ha elegido un tema de gran envergadura —el
mundialismo cubano— y lo ha
explorado a través de su impacto y consecuencias sobre
el Movimiento de los No Alineados, los Estados Unidos y
la Unión Soviética.
La conclusión más importante de estos dos volúmenes
es, tal vez, que el tema de la
política exterior cubana realmente existe: ésta no es tan
sólo un apéndice de la política
soviética. En realidad, tratar
de comprender las actividades
de Cuba en todo el mundo,
buscando sus causas en forma
exclusiva —o preponderante—
en Moscú y no en La Habana,
no es sólo insuficiente sino
tonto. Una segunda conclusión importante es el amplio
alcance de la política exterior
de Cuba. De hecho, una de las
dificultades de escribir un libro sobre este tema es, precisamente, lo mucho que dicho
tema podría abarcar. Hay cubanos a lomo de camello en
el desierto o abriéndose paso,
machete en mano, en medio
de selvas tropicales. Hay cubanos tripulando tanques en
plena guerra y conduciendo
Jeeps para ir a curar niños en
sitios remotos. Algunos cubanos se esfuerzan por derrocar
a gobiernos establecidos y
pugnan por imponer otros regímenes. Cuba actúa en el exterior como potencia, atrapada dentro de los recursos y
restricciones de un país pequeño.
países. Por mucho tiempo, los
Estados Unidos han estado legítimamente preocupados por
los aspectos militares de las
relaciones soviético-cubanas.
Esto incluye no sólo el persistente compromiso de los Estados Unidos por prevenir el
despliegue de armas estratégicas en Cuba, sino también
una preocupación creciente
por el incremento registrado
en los suministros soviéticos
para fortalecer la capacidad
militar convencional cubana.
Esta última se ha desplegado
en guerras en Angola y en el
Cuerno de África: las fuerzas
armadas cubanas han adquirido la capacidad potencial suficiente para amenazar a algunos aliados de los EE.UU. c
incluso a los propios Estados
Unidos, en el escenario específico de sus preocupaciones
ante la posibilidad de una guerra convencional, en toda forma que llegara a estallar en
Europa.
Los Estados Unidos y sus
aliados tienen también preocupaciones legítimas ante el
apoyo de Cuba al derrocamiento de muchos gobiernos establecidos. En los años sesenta,
Cuba era en ocasiones casi indiscriminada en sus empeños
revolucionarios, pues los dirigía contra gobiernos democráticos o autoritarios cuyo único común denominador era
que estaban alineados con los
Estados Unidos. El apoyo cubano a los movimientos revolucionarios se ha vuelto más
selectivo, pero sigue siendo
una fuerza desestabiliza dora
en ambientes determinados,
especialmente en el norte de
Centroamérica y en el suroeste y noroeste de África.
La preocupación ante el apoyo de Cuba a estados revolucionarios ya establecidos, en
todo el Tercer Mundo, tiene
características más complejas. Por ejemplo, ni los Esta-
Sin embargo para los Estados Unidos y sus aliados, es
posible identificar con cierta
precisión las preocupaciones
que plantea la propagación de
la revolución cubana a otros
* Carla Ann RobMni, The Cubu
Threat (La amenaza cubana), Nueva York, McCraw-HIH, 19B3.
5 Estoy trabajando tarnblln en un libro sobre los asuntos Internacionales
cubanos, que es la fuente de algunas declaraciones que aparecen aquí.
369
INTERNACIONAL
dos Unidos ni Cuba (y, por
cierto, tampoco la Unión Soviética) apoyaron los empeños
de Somalia para echar por la
fuerza a los ogadenses de Etiopía en 1977-1978. La preocupación de los EE.UU. se centraba, más bien, en las consecuencias secundarias de los
despliegues de tropas cubanas
y soviéticas para ayudar a
Etiopía en la tarea de repeler
la invasión somalí. Igualmente, la mayoría de las partes
externas al conflicto apoyan a
Namibia en su independencia
de Sudáfrica, pero Washington
desea también que las tropas
cubanas se retiren de Angola,
en relación con el proceso de
emancipación de Namibia. Resulta aun más compleja la
preocupación de los EE.UU.
por otros elementos más sutiles de la influencia cubana en
ultramar, ya sea mediante el
despliegue de asesores técnicos y maestros de escuela, o
por el curioso caso del liderazgo cubano en el Movimiento de los No Alineados (curioso porque es difícil encontrar
un país que esté más alineado
que Cuba con la Unión Soviética).
Por muy generalizada que
haya sido la participación cubana en el extranjero, su eficacia es menor desde finales
de 1979 tanto a causa de los
errores de la propia Cuba,
como debido a la política de
otras partes, entre ellas el gobierno de los EE.UU. En comparación con lo que ocurría a
mediados de los setenta, Cuba
está mucho más aislada en el
Caribe de habla inglesa y en
América latina, en términos
relativos, comercia mucho menos con países de Europa occidental, Canadá y Japón. Su
influencia es menor en el Movimiento de los No Alineados.
Su personal ha sido expulsado de Granada, Jamaica y Surinam. Ha retirado casi todas
sus tropas de Etiopía, lugar
donde su misión quedó cumplida en gran parte. El amplio
rango de sus relaciones de gobierno a gobierno significa
que tiene menos radio de acción para apoyar el derroca370
miento de gobiernos establecidos, de modo que esto último
es ahora un rasgo menos persistente en la política cubana.
En diciembre de Í984, después
de largas discusiones, el Comité Central del Partido Comunista Cubano convino en
decir a sus conciudadanos que
tenían que estar preparados
para luchar por su cuenta, en
caso de una guerra en el Caribe: en otras palabras, que
no podían esperar que los soviéticos declararan la guerra
contra los Estados Unidos tan
sólo para rescatar la revolución cubana.6 Los revolucionarios cubanos siguen pareciendo muy grandes en la defensa
de sus políticas... pero ya no
nos parecen gigantes de tres
metros.
A mediados de los años
ochenta y para tratar de recobrarse de estos reveses, Castro abordó el tema de la enorme deuda que los países latinoamericanos han contraído
con bancos e instituciones crediticias internacionales y con
gobiernos extranjeros. El argumentó que gran parte de
esta deuda era ilegítima, pagadera de acuerdo con intereses de usura y que, por todo
ello, debía ser repudiada. Pese
a ello, Castro distinguió entre
las deudas "buenas" y las "malas"; indicó que las primeras
sí tendrían que ser reconocidas.7 Las deudas de la propia
Cuba, contraídas no sólo con
otros países comunistas, sino
también con bancos internacionales, eran deudas "buenas"; La Habana ha renegociado su deuda y ha hecho
fielmente sus pagos hasta el
presente. El argumento de los
líderes cubanos acerca de las
"malas" deudas latinoamericanas persigue, pues, un objetivo básicamente político: congraciarse con los nuevos gobiernos democráticos que han
accedido al poder en gran parte de Sudamérica en los últimos años y, por ende, extender la influencia cubana en el
exterior. Independientemente
de la eficacia que esta táctica
pudiera tener, otros países latinoamericanos pueden bene-
ficiarse con la posición radical de Cuba, porque ésta los
hace parecer más moderados
y, además, puede facilitarles
la tarea de conseguir mejores
condiciones de sus acreedores.
En conjunto, y a pesar de
sus problemas, las relaciones
internacionales de C u b a siguen siendo impresionantes
por su alcance e impacto. Cuba es todavía una fuente de
influencia para sus aliados y
de preocupación para sus adversarios. Es probable que su
propia política exterior siga
manifestándose por mucho
tiempo, "no con gemidos sino
con gran estrépito".
Aporte al pensamiento
marxista
Ante la resistencia de la revolución cubana en su país, y
su capacidad para proyectar
su influencia en el extranjero,
quizá r e s u l t a sorprendente
que la aportación cubana al
discurso intelectual marxista,
aun dentro de América latina,
haya sido tan insignificante.
En un libro publicado en 1984,
Sheldon Liss, notable historiador diplomático, volvió su
atención hacia el examen del
pensamiento marxista en América latina.8 Los capítulos de
su libro están organizados por
países, lo cual produjo la consecuencia i m p r e v i s t a , pero
equitativa, de que a Cuba se
le dedica sólo poco más del
10% del texto. De hecho, Cuba
no ha aportado gran cosa a
la evolución del pensamiento
marxista en Latinoamérica durante todo el siglo XX. Su
propia revolución se debió
más a la audacia de un pufia6 Granma, febrero 4, 1985.
7 Para el texto del discurso de Castro
en el reciente "Diálogo continental
sobre la deuda externa", convocado
en La Habana y al cual asistieron
participantes gubernamentales y empresariales de varios países latinoamericanos, véase Servicio Exterior
de Información Radiofónica, Daily
Report: Latín America (Washington,
DC), afiO. 6, 1985, pp. Q/l-26.
8 Sheldon B. Liss, Marxlst Throught
In Latín América (Pensamiento marxista en Latinoamérica), Ucrkeley,
CA, Unlverslty of California Pre»s.
1984.
MENSAIE, N? 352, SEPTIEMBRE 1986
INTERNACIONAL
do de individuos, que al liderazgo del Partido Comunista
o a la conciencia y militancia
del proletariado.
Incluso después de la victoria revolucionaria, Cuba constituía más un problema que
una solución en el desarrollo
del pensamiento marxista latinoamericano. Como acertadamente dice Liss: "Los críticos de la Izquierda Revolucionaria han acusado a los cubanos de pasar de la teoría como
guía para la acción, a la acción como medio para construir la teoría, y han señalado
que los intelectuales vivientes
no desempeñaron un papel
importante en las primeras
etapas de la revolución".9 Liss
es menos convincente cuando
declara que, con el transcurso
del tiempo, Castro ha llegado
a estar más convencido de la
utilidad de la teoría y que, en
consecuencia, los intelectuales
han llegado a ser parte más
MENSAJE, N* 352, SEPTIEMBRE 1986
importante del proceso revolucionario. Sin embargo, en el
libro de Liss no figuran dichos intelectuales. Sus estudios prácticos de "pensadores" cubanos vivos sólo incluyen a hombres de acción:
miembros de la Oficina Política del Partido Comunista de
Cuba. Se trata de hombres
muy talentosos e intelectualmente solventes (Castro, Carlos Rafael Rodríguez y Blas
Roca), pero difícilmente son
una prueba de la importancia
o la intensidad de la vida intelectual en la Cuba contemporánea.
Como Montaner nos los recuerda, la vida intelectual en
Cuba es problemática, en el
mejor de los casos. El acertado análisis de Liss arroja mucha luz sobre las causas de
esto, desde una perspectiva
mucho más comprensiva hacia el tema de su estudio, que
el libro de Montaner. Liss ar-
guye que, desde una perspectiva teórica, los éxitos de la
revolución cubana significaron
que "Castro y sus camaradas
demostraron que Marx, Engels y Lenin se equivocaron".10
En realidad, la revolución cubana todavía es difícil de explicar desde una perspectiva
marxista-leninista; no existen
análisis serios a este respecto.
Por lo más, sigue siendo un
desafío para la tradición intelectual marxista, el presentar
una explicación teórica convincente que vincule a Castro
con aquellos a quienes él mismo refutó. No obstante, lo que
sí pueden proporcionarnos los
libros aquí reseñados son análisis útiles de los m é t o d o s
empleados, aunque no las justificaciones teóricas de la tradición revolucionaria —verdaderamente única— de Cuba. •
* Ibid.. p. 270.
•o ibid., p. 2 » .
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