Mesa temática: El trabajo no clásico Título: Los microbuseros de la ciudad de México. Reflexiones sobre la identidad colectiva en un oficio entre el estigma social y el prestigio gremial. Autor: Carlos León Salazar Institución: Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Posgrado en Estudios Sociales. Línea de Estudios Laborales. Correo electrónico: [email protected] Resumen: Las actividades laborales de los choferes de microbuses en la ciudad de México –al conducir el vehículo y en sus interacciones con los pasajeros– se enmarcan en una serie de reglas escritas y no escritas, cuyo aprendizaje, seguimiento y/o trasgresión definen las recompensas objetivas y subjetivas que obtiene día con día el operador. Esta ponencia reflexiona en torno a las prácticas cotidianas de los operadores de transporte público en relación con las apreciaciones negativas por parte de los usuarios –que construyen un estereotipo despreciable de los choferes– y con la apreciación y reconocimiento de las habilidades de los choferes dentro del gremio transportista –como elementos que generan prestigio–, así como en la importacia de estos elementos en la construcción de una identidad colectiva. Palabras clave: Microbuseros, Trabajo no clásico, identidad colectiva. Presentación: Esta ponencia es parte del resultado de un trabajo más amplio, el que, coordinados por el Dr. Enrique de la Garza, varios estudiantes e investigadores confluimos con el interés de abordar el análisis de la constitución de identidades y acciones colectivas en trabajadores llamados ―no clásicos‖. Refutando las tesis del fin del trabajo como eje articulador de las relaciones sociales y como fuente primordial de identidad para los sujetos, nos dimos a la tarea de analizar las condiciones productivas, el mercado de trabajo y las formas de regulación en un conjunto de actividades que se distancian de las preocupaciones teóricas y analíticas más ―clásicas‖ de los estudios laborales; es decir del trabajo industrial y del obrero como sujeto de estudio preferencial. Un interés que guió las investigaciones fue el de contemplar a los trabajadores ―no clásicos‖ como sujetos sociales; es decir, como actores que se mueven en ciertas estructuras y que, con su diario operar, construyen los sentidos para actividad laboral. Buscamos, por ello, conocer y analizar las prácticas laborales, en el entendido que éstas se asocian directamente con la capacidad de construir significados compartidos; asimismo, hemos considerado la eficacia de otros ámbitos de la vida de los sujetos —como la familia, la religión, las actividades de esparcimiento— en la conformación de identidades colectivas. La identidad colectiva, tal como aquí la entendemos, tiene un primer nivel de concreción que se deriva de prácticas comunes en determinados ámbitos de relaciones sociales, donde se comparten procesos de construcción de significados a partir de la apropiación y reelaboración de códigos culturales disponibles en el entorno. Estos procesos de identificación de un grupo social o una comunidad, abstraen sus oposiciones internas, para configurarse como un ―nosotros‖ que se diferencia de ―los otros‖. Existe, de tal modo, una identidad inmediata, que se construye en la interacción cotidiana compartida entre los sujetos que forman parte de una comunidad. Pero puede construirse también a partir de una intersubjetividad mediata, en la que no necesariamente haya un límite territorial o temporal determinado. En ese sentido, la identidad no únicamente tiene que ver con la biografía individual, sino que también involucra una memoria histórica colectiva que identifica a una colectividad que conjuntamente recupera, resemantizando, los sentidos de los predecesores y no sólo a las propias experiencias individuales (De la Garza, et. al, 2010.) En este entendido, en ésta ponencia reflexionamos acerca de las prácticas laborales, así como de los campos de interacción, de los códigos de la cultura que son apropiados y reelaborados como formas simbólicas en su relación con el medio y el objeto de trabajo, y de las narrativas que, como mitos o ritos, se articulan para configurar una identidad colectiva entre los choferes de microbús en la ciudad de México. Presentamos, primero, algunos rasgos generales de la situación del transporte concesionado de pasajeros en la capital de país, que constituyen factores estructurales dentro de los cuales se desenvuelven la actividad diaria de los microbuseros. Enseguida, analizamos las prácticas laborales de los choferes, destacando sus habilidades en el control del medio de trabajo (es decir, el manejo del microbús) y en sus relación con el objeto de trabajo (es decir, en la interacción cara a cara con los usuarios). Procuramos, después, identificar los campos de interacción y los códigos culturales que llegan a configurar una identidad colectiva entre los microbuseros, así como anotar los ámbitos de socialización ―no laborales‖ en que se recrea y fortalece tal identidad colectiva. Concluimos esta ponencia con unas breves reflexiones finales Algunos rasgos del caso de estudio. A mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, cuando entra en crisis cuantitativa y cualitativa el servicio de trasporte colectivo de pasajeros prestado por la empresa paraestatal ―Ruta 100‖, comienza una etapa en que crece aceleradamente el otorgamiento de concesiones a particulares para otorgar el servicio. Si bien en una primera etapa se introdujeron combis para el traslado de usuarios, la gran demanda de movilidad se reflejó en una paulatina sustitución por microbuses, vehículos con mayor capacidad de carga, pero —ante la ausencia de un marco normativo que fijara las especificaciones técnicas— con características heterogéneas en su fabricación y con denominadores comunes de deficiencias estructurales en la capacidad de carga, la incomodidad y el hacinamiento de pasajeros y pocas medidas de seguridad. Actualmente, el trasporte concesionado de pasajeros, prestado mayoritariamente con microbuses deteriorados (en su mayoría, con alrededor de 15 y 20 años en circulación), constituye la primera modalidad de traslado de pasajeros en el Distrito Federal. Si bien su número constituye apenas el uno por ciento del total de la flota vehicular, su participación en la movilidad de pasajeros sobrepasa el 50%; para dar una idea más precisa acerca de su importancia, baste decir que por cada uno de los usuarios diarios del Sistema de Transporte Colectivo Metro, 2.7 usuarios abordan cada día algún microbús. En lo que concierne a la forma de organización del trabajo en el servicio concesionado de transporte colectivo de pasajeros , empezaríamos por señalar que sus entidades básicas son las Rutas. En su carácter técnico, las Rutas se conforman por ramales, es decir, por uno o varios recorridos definidos a partir de un origen y un destino autorizado por la Secretaría de Transporte y Vialidad (SETRAVI). En su forma jurídica, las Rutas se constituyen como organización de concesionarios, amparadas como Asociaciones Civiles sin fines de lucro y, por tanto, sin obligaciones para reportar movimientos financieros y sin ninguna responsabilidad laboral con sus agremiados, menos con los operadores de vehículos, ni con el personal administrativo que ocupan. Otro dato que hay que señalar es que la normatividad para el trasporte colectivo concesionado en los microbuses nunca ha previsto la existencia de una relación laboral entre propietarios de vehículos –titulares de las placas– y los choferes. En tal marco, la relación entre el concesionario y los choferes, a los que ―se les dan a trabajar‖ los vehículos, se da según un acuerdo verbal, donde se establecen los montos de la renta o cuenta (según la capacidad del vehículo y la rentabilidad de la Ruta), la periodicidad de la entrega de los dineros convenidos (diario, semanal) y el tipo de jornada que cubrirá el operador del vehículo (medio turno, turno completo). Estos acuerdos nunca contemplan el otorgamiento de alguna prestación laboral para el chofer (vacaciones, aguinaldo, pago de horas extras, etcétera), ni procuran el acceso a la seguridad social, tanto para el concesionario como para el operador. Lejos de una preocupación por apegarse a la normatividad vigente (de por sí exigua), o por el cuidado y mantenimiento de los vehículos (ni por la limpieza, en casos notables), dentro de la lógica de obtener ―lo más que se pueda‖, es congruente superar por mucho la capacidad de carga de los microbuses, desobedecer las señales de tránsito, buscar ocupar la vialidad desplazando a los automóviles particulares, invadir acotamientos y banquetas, pararse en lugares inadecuados para cargar pasaje, conducir con exceso de velocidad, entre otras prácticas reiteradas que omiten considerar el orden vial y las necesidades de comodidad y de seguridad de los usuarios. Para la ciudadanía, entonces, hay una ausencia total de virtudes que permitan apreciar positivamente el transporte concesionado. De ahí que a menudo sea clasificado por los habitantes de la ciudad en el lugar común del ―mal necesario‖, al presentarse como un servicio que se fue haciendo cada vez más necesario en su cantidad, tanto como cada vez más deficiente en su calidad. Por otro lado, la normatividad en torno al transpo rte concesionario ha mantenido en reserva la facultad del gobierno para establecer la tarifa del servicio. La persistencia de un bajo costo del pasaje, durante ya varias décadas, ha eximido a las sucesivas autoridades capitalinas del ―costo político‖ derivado de la prestación deficiente del servicio de transporte colectivo de pasajeros. Las valoraciones negativas, por parte de los habitantes de la ciudad, hacia un servicio que se ha hecho cada vez más necesario en su cantidad tanto como cada vez más deficiente en su calidad, recaen exclusivamente sobre los transportistas. La combinación los elementos antes mencionados (la forma jurídica que ampara a las Rutas para evitar cualquier responsabilidad laboral; el modelo de ―la cuenta‖ como determinante de los ing resos del concesionario y del operador; y las tarifas congeladas como política pública) ha fomentado la competencia por el pasaje como carácter que define al transporte concesionado en la ciudad de México. ―La batalla del centavo‖, como se le conoce en el medio, se ha consolidado como única vía para obtener ingresos que garanticen al conductor, en primera instancia, el pago de la cuenta y, después, obtener para sí mismo ―lo más que se pueda‖. Acerca de las condiciones de trabajo de los operadores de transporte colectivo, algunos indicadores, elaborados a partir de datos en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), pueden darnos algunas nociones. Según las cifras, 77.44% de los choferes perciben ingresos por comisión, con lo que se confirma la mayoritaria presencia del modelo de ―cuenta‖ como mecanismo que regula la relación entre operadores y concesionarios. Sólo el 10.88% obtiene ingresos ―por lo que deja el negocio‖; es decir, el dato consigna a operadores que a la vez son titulares de la concesión del vehículo que manejan. En lo concerniente a la duración de la jornada de trabajo, los datos disponibles demuestran una alta concentración en los rangos de duración más allá de las 48 horas a la semana. Un 40.95% se ubica en el rango de 49 a 83 horas a la semana y un 18.08% trabajan más de 84 horas a la semana, es decir, más de 12 horas diarias durante los siete días de la semana. Respecto a los ingresos de los choferes, el 75.32% obtienen entre uno y cuatro salarios mínimos. Pero es importante destacar el carácter inestable de los ingresos que obtienen los choferes, ya que en ello intervienen varios factores fuera de las posibilidades de control de los choferes, tales como el día de la semana, la cercanía de los días en que los usuarios reciben pagos, las condiciones climatológicas, las épocas festivas del año, los periodos vacacionales, la competencia por el pasaje de otros medios de transporte, etcétera. El carácter de los ingresos de los operadores puede ser motivo de angustia permanente, ya que ―viven al día‖, en constante incertidumbre respecto a la permanencia en la conducción del vehículo; cualquier desperfecto que impida la circulación de la unidad, o ya por el eventual ―despido‖ por parte del propietario del vehículo, implica para el operador la pérdida de su fuente de trabajo, no pudiendo recurrir, por la inexistencia de una relación contractual formal, a ningún mecanismo de defensa de su permanencia en el empleo. Prácticas laborales Los elementos antes mencionados acerca de la situación del trasporte colectivo de pasajeros y sobre las condiciones laborales de los microbuseros, constituyen un marco estructural dentro del cual se desarrollan un conjunto de prácticas laborales, que definen la viabilidad de, primero, pagar la cuenta, y, después, obtener para sí ―lo más que se pueda‖. Estas prácticas laborales —en relación con el medio de trabajo y con el objeto, en la conducción del microbús y en la interacción con los pasajeros— sin embargo, no sólo siguen una lógica racional, afín a la consecución de beneficios monetarios. Las actividades diarias de los microbuseros también se invisten de una dimensión simbólica que se configura a partir de los procesos compartidos de construcción de significados, donde se procesan los códigos culturales para crear configuraciones concretas que dan sentido a la situación concreta de la actividad laboral en la conducción de microbuses. En los siguientes apartados, analizamos las prácticas laborales de los microbuseros, bajo el entendido de que las prácticas sociales son la clase de ―cosas‖ que se definen por tener un sentido y, por tanto, son inseparables de ciertas construcciones de significados. Las prácticas sociales tienen expresiones objetivas y subjetivas concomitantes, son desplegadas espacial-temporalmente y a la vez son formas de concebir y entenderse a sí mismo y al mundo social. De tal modo, las prácticas laborales de los microbuseros, con sus contenidos subjetivos y subjetivos, son procesos que configuran procesos de identificación en la comunidad de trabajo, configurándose, aún con sus contradicciones internas, como un ―nosotros‖ que se diferencia de ―los otros‖. Las habilidades del operador en la conducción del vehículo En lo que tiene que ver con la conducción del microbús, las habilidades del chofer no se limitan sólo al conocimiento necesario para poner en circulación y controlar un vehículo, sino que implica también un manejo de información específica, concerniente a las condiciones mecánicas del auto, los horarios de mayor y menor afluencia de usuarios, las características de las vialidades y la situación de la competencia por la prestación del servicio. Para los choferes, la aprehensión de las prácticas relacionadas con el manejo del microbús sólo es posible, literalmente, sobre la marcha; es decir, durante los procesos de inserción, trayectoria y ejercicio de aprendizaje práctico. Las actividades que el chofer efectúa cotidianamente al manejar el microbús y que definen la factibilidad del ganar ―lo más que se pueda‖, se enmarcan en una serie de características estructurales, entre las que ya hemos señalado la baja tarifa, las variaciones en la afluencia de pasaje, las condiciones mecánicas del microbús, el tráfico vehicular y la eventual presencia de supervisores policiacos de tránsito y vialidad. Estos factores se presentan como elementos fuera del control del chofer; a lo que puede recurrir, para de algún modo compensar la situación que resultaría contraria a sus finalidades, es precisamente a su intervención exclusiva en el control del medio de trabajo, es decir, en el manejo del microbús. Así pues, al conducir su unidad, el operador cuenta con márgenes para decidir, según la experiencia acumulada, la velocidad de marcha y los horarios en que le resultan más convenientes circular. En ese sentido, durante el trabajo de campo para esta investigación, pudimos presenciar, a bordo de distintos microbuses, procesos de enseñanza aprendizaje sobre la marcha para hacer viable ―ganar lo más que se pueda‖ por el trabajo en la conducción de la unidad de transporte de pasajeros. En esos casos, un operador novato, situado al volante, recibe instrucciones de un chofer más experimentado. Las recomendaciones se refieren a cuánto tiempo debe durar la jornada de trabajo, a la hora en que es conveniente comenzar a trabajar, a los horarios en que hay más usuarios, a las calles dónde se podía encontrar competencia de otros micros y a los momentos en que es conveniente acelerar o aminorar la velocidad del vehículo. En algunos casos, incluso, el operador más experimentado señala algunas fallas mecánicas específicas del microbús, e indica sugerencias prácticas al principiante para impedir que los desperfectos detengan la marcha del vehículo. La habilidad para controlar el medio de trabajo es reconocida como un atributo exclusivo del gremio transportista; tanto así que hay una jerga específica para denominar las destrezas que aplican los choferes en s us prácticas cotidianas. Así, según la oportunidad o la necesidad de acaparar pasajeros lo requieran, el operador puede ―meter pata‖ o ―aplastarse‖, para avanzar más rápido o más lento, respectivamente. A la práctica frecuente de conducir con exceso de velocidad, rebasando unidades de transporte público para recoger más usuarios y dejando sin posibilidad de conseguir pasajeros al conductor de la unidad que va quedando rezagada, se le denomina ―dar pepino‖, en una subyacente alusión sexual de sometimiento de un operador por otro. En la competencia diaria por ganar el pasaje, la capacidad de un operador para resultar ―vencedor‖, es motivo de orgullo y de demostración de hombría; el realce de los atributos masculinos es un código compartido por los operadores de microbús y al que recurren para dotar de sentido sus actividades cotidianas. Por otro lado, eventualmente y merced a motivos fuera de su control, los choferes pueden llegar a obtener buenos ingresos durante un lapso de la jornada de trabajo. Es el caso, por ejemplo, cuando el conductor logra cubrir el monto de la cuenta apenas durante pocas horas de trabajo. En torno a esto, algunos choferes han construido una narrativa que —además de especificar el horario del inicio de la jornada, los lugares en los que se halla la mayor afluencia de usuarios y la destreza para evitar encuentros con otros vehículos—, hace referencia a la magia, tal como en el siguiente fragmento de relato a continuación: ―Hoy traía la magia; de que traes la magia, ya la hiciste: si comienzas a trabajar con la magia, subes y bajas lleno‖ (Operador anónimo, registrado en observación de campo, 4/09/2009) A este respecto, la magia, según la caracterización de Frazer (1991), es el conjunto de habilidades, ejecutadas mediante conocimientos y prácticas concretas, que pretende producir resultados contrarios a las limitantes impuestas por leyes externas, para crear un beneficio u obtener un fin, y que a la vez se relacionan con cierto orden en la organización social del grupo. Siguiendo esta argumentación, si bien los choferes se sitúan en contextos complicados, en gran medida determinados por causas ajenas a su voluntad, no dejan de reivindicar sus medios y posibilidades de incidencia para la consecución de resultados para ellos positivos. A través de su forma de conducir el vehículo, los microbuseros demuestran su capacidad para obtener resultados deseados, a pesar de las adversas condiciones estructurales de la prestación del servicio y los imprevistos cotidianos. En el orden interno del gremio microbusero, donde la lógica de ―ganar lo más que se pueda‖ define el carácter del proceso de trabajo, las prácticas de los choferes se invisten con un amplio sentido de legitimidad, generar prestigio para los operadores más hábiles y experimentados y son constitutivos de vínculos identitarios entre la comunidad de trabajo de los microbuseros. Hacia afuera, sin embargo, tales prácticas son comprendidas en otros términos; muestra de ellos son los reiterados descalificativos con que los usuarios juzgan las maneras de conducir de los choferes , o los constantes estereotipos con que se representa a los microbuseros, asociándolos a imágenes negativas de cafres, nacos, ignorantes, y La interacción con los pasajeros Al igual que en otras actividades de servicio, en el proceso de trabajo en el transporte público, es imprescindible la presencia del usuario para que el producto se pueda generar (De la Garza, 2006; 18). El pasajero, de tal modo, se inserta directamente tanto en la producción del servicio, como objeto de trabajo, del mismo modo que en su consumo inmediato. Las prácticas de los operadores de transporte en su interacción con los usuarios son del todo congruentes con lógica de ganar lo más que se pueda, quedando en segundo plano la satisfacción óptima de las necesidades de los pasajeros. Si bien hay notables excepciones, en las que el operador se dirige de forma amable hacia los usuarios y procura prestar un servicio de transporte digno, en la mayoría de los casos se puede verificar un muy escaso interés de los choferes respecto a la comodidad y a la seguridad de los pasajeros. El desprecio de los operadores hacia los usuarios, en algunos casos, se manifiesta cuando se refieren a éstos como ―el ganado‖. En sus prácticas laborales diarias, el chofer debe insistir para que cada usuario, después de abordar, ocupe el menor espacio posible en el microbús; las expresiones del habla a las que recurre han sido ya convertidas en frases de uso común: ―Váyanle pasando, ¿no?, la bajada es por atrás‖ ―Nada más si se van recorriendo en doble fila, por favor‖ En lo que tiene que ver con los altercados cotidianos entre usuarios y choferes, por la incompatibilidad entre la demanda de comodidad y seguridad de los primeros frente a los esmeros de los operadores para transportar una mayor cantidad de pasajeros, otras narrativas nos dan cuenta de las dificultades para la mutua comprensión de las características del servicio de transporte colectivo: ―Lo que la gente no entiende es de que por los tres pesos que pagan no se le puede dar un mejor servicio… de veras que no sale. Que si vas lento, que se les hace tarde; si vas rápido, que le bajes. ¡Ah!, pero eso sí, quieren que los subas y los bajes donde a ellos se le hinche la gana; ¡Quieren que los recojas y los lleves hasta la puerta de sus casa!, ¡Ni que fuera taxi! …Y mira: si voy a estar pensando en lo que cada uno quiere, nunca le voy a dar gusto a nadie... Por eso mejor yo a lo mío; y la neta, la neta, se oye mal, pero por mí, que digan misa‖ (Humberto Flores, operador, Ruta 14, 13/07/2009) En una ocasión, viajando a bordo de un microbús circulando en Periférico Sur, un usuario se dirigió a gritos hacia el chofer, reclamándole por conducir a exceso de velocidad, a lo que el operador simplemente contestó: ―Así manejo yo, y si no te gusta hazle como quieras; vete en un taxi, o caminando, o agarra otro micro, aquí está lo de tu pasaje‖ (Operador anónimo, registrado en observación de campo, 3/08/2009) Sin embargo, a pesar de las afirmaciones de los choferes antes expuestas, en las que podría interpretarse cierta despreocupación o un cinismo explícito para enfrentar el descontento de los usuarios, lo cierto es que el chofer se somete a una tensión constante, en la que prefiere sacrificar la buena apreciación que de él llega a formular el pasajero, a cambio de obtener los ingresos monetarios necesarios para el pago de la cuenta y para sí mismo como retribución por su jornada diaria de trabajo: ―A veces sí se siente gacho, que todo el tiempo te vean mal y que por lo menos de naco y de cafre no te bajen… pero, ¿ps qué se le hace?, así es esta chamba y hay que saber rifarse‖ (Lorenzo Vargas, operador, Ruta 13, 8/08/2009). De tal modo, el conflicto con los usuarios es una posibilidad latente que los operadores de microbús enfrentan cotidianamente. En ocasiones, tales problemas llegan a expresarse en airadas discusiones e incluso derivan en enfrentamientos con violencia física. Sin embargo, también es notorio cómo en muchos casos, ante los reclamos de los pasajeros o de automovilistas particulares, los choferes de microbús optan por una actitud de indiferencia, haciendo caso omiso de los reclamos y simplemente concentrándose en continuar realizando su trabajo del modo que para ellos resulta más provechoso. Pareciera que los operadores ven tales eventos como parte de la normalidad con la que desarrollan su trabajo, y su respuesta es más bien la despreocupación ante los incidentes cotidianos que podían enfrentarlos contra los usuarios. El control del medio de trabajo y la identidad como conductor. Antes ya mencionamos el control del vehículo como mecanismo primordial al que puede acceder el chofer de microbús para definir la viabilidad de obtener ingresos. Apuntaremos a continuación algunas reflexiones en torno a los componentes simbólicos de la relación del operador con su medio de trabajo, que buscamos recuperar aquí como expresiones de subjetividad, de auto reconocimiento e identidad colectiva. Entre los microbuseros, las habilidades manuales para controlar el vehículo, la sagacidad para sortear los imprevistos cotidianos y la capacidad para definir de una forma útil para el chofer las situaciones de interacción con los pasajeros, son motivos de mutuos reconocimientos en el interior del gremio tra nsportista y se valoran como saberes exclusivos de los practicantes del oficio. De tal modo, el dominio del vehículo en su aspecto instrumental, como medio de trabajo para obtener ingresos, es un atributo distintivo de los conductores de vehículos de transporte público; tal particularidad no es accesible para cualquiera. A través de la exhibición y el realce de la habilidad de manejo en sus prácticas cotidianas, los choferes invisten de un reconocimiento colectivo para su trabajo, diferenciándolo de otros tipos de actividad. En ese sentido, es pertinente destacar que en las sociedades contemporáneas, los vehículos participan en una densa red de significados, de ocupación del espacio urbano, de velocidad y movilidad, de connotación fálica de masculinidad, de resguardo ante contingencias externas, de proyección narcisista y de dominio del sujeto sobre la máquina. Los automóviles suelen constituirse como elemento identitario y de diferenciación tanto personal como colectiva (Aguilar, 2003). Es decir, además de su aspecto instrumental, como medio de trabajo, el control del microbús tiene también un componente simbólico para el chofer, tal que permite a los operadores utilizarlos como medios expresivos para comunicar información sobre la propia identidad y como instrumentos de emisión de mensajes que destacan las elecciones valorativas y estéticas de los operadores. En el control del medio de trabajo y su utilización como medio expresivo, el operador inclusive desarrolla la habilidad, manipulando la palanca de velocidades y oprimiendo alternadamente los pedales, para hacer que el microbús emita sonidos que pueden comunicar mensajes de desafío para otros automovilistas, de apremio para los pasajeros o de galanteo hacia alguna transeúnte. Entre otros mecanismos a los q ue el chofer recurre para subrayar un auto reconocimiento con el vehículo, es notoria la ordenación estética de su campo inmediato de trabajo. La música es, sin duda, una alternativa muy frecuente para generar un entorno familiar, en el que chofer puede reconocerse y que, de algún modo, imprime una marca personalizada que ofrece un mensaje rápidamente descifrable sobre la propia identidad, asequible tanto para los miembros del gremio como para los usuarios del servicio. Frecuentemente, el sistema de sonido en los microbuses es propiedad del conductor, quien destina sumas de dinero considerables para instalar el auto estéreo más sofisticado o las bocinas más potentes en el vehículo, aun cuando no sea de su propiedad. La colocación de accesorios e insignias decorativas, siempre al alcance del campo visual del operador, y muy raramente en la parte trasera o en los laterales del interior del vehículo, también constituye un medio para el despliegue de la subjetividad (Pross, 1980). En esta ordenación, el chofer esparce símbolos que destacan sus creencias religiosas, sus hábitos de consumo, sus preferencias deportivas, sus gustos musicales, o que le permiten recrear la presencia de algún ser querido, representado en una fotografía o en un objeto de uso personal. Algo que aparece con reiterada frecuencia entre los accesorios que el chofer instala en su entorno, son los emblemas o utensilios que tienen que ver con lo automovilístico. Es muy común que el chofer se rodee de estampas de marcas de autos de prestigio (Ferrari, Mercedes-Benz, Opel, Lamborgini, Audi), de banderas a cuadros, de reproducciones en miniatura de cascos para conductores, de logotipos de carreras automovilísticas; en ocasiones, las insignias son colocadas sobre la palanca de velocidades o sobre el volante que manipula cotidianamente el conductor, sustituyendo u ocultando las características originales del microbús. Veríamos en lo anterior la operación de un dispositivo subjetivo que permite al chofer una disyunción simbólica de su condición como microbusero, para adscribirse plenamente, en cambio, a una identidad como conductor. En la elaboración subjetiva de este deslizamiento de sentido, puede influir toda la carga negativa con que se han instituido los patrones de valoración para el trabajo de los conductores de transporte colectivo, en contraposición con los atributos generosos, socialmente compartidos, con base en los cuales se generan significados de prestigio para los automóviles y sus conductores. No obstante, la estética que generar los microbuseros al marcar simbólicamente su entorno, es particular y distintiva del gremio, diferenciándose de la estética que puede acompañar a los conductores en otro tipo de vehículos. En la interacción inmediata, No solamente interiorizan los códigos relativos a lo automovilístico disponible en el entorno cultural, sino que los retoman selectivamente y los reprocesan para crear una configuración —que articula los significados de prestigio, de masculinidad, estatus, de dominio sobre la máquina, etcétera— que da sentido a la práctica concreta de los microbuseros en la conducción del vehículo de transporte público. Ámbitos de reforzamiento y recreación de la identidad colectiva de los microbuseros Hasta aquí hemos destacado las habilidades de manejo, el control sobre el medio de trabajo y las interacciones con los pasajeros, como algunos elementos del proceso de trabajo de los microbuseros que generan formas de comunicación y reconocimiento mutuo entre los miembros del gremio y llegan a constituirse como elementos de identidad colectiva. En sus prácticas laborales cotidianas, los operadores comparten vínculos comunicativos y elaboran colectivamente atribuciones simbólicas para las destrezas en la conducción, para los vehículos que controlan y para el trato hacia los pasajeros; con los que trazan su identidad y se diferencian de los trabajadores en otros oficios e incluso con choferes de otras Rutas. Los paraderos o las bases de la Rutas, son también puntos de encuentro en los que los choferes mantienen una interacción directa entre sus similares y con los checadores y cacharpos. En estos espacios, durante el tiempo que los vehículos permanecen formados esperando turno para cargar pasaje, los operadores participan en conversaciones y juegos, comparten alimentos y, en ocasiones, al finalizar la jornada de trabajo, escuchan música y consumen bebidas alcohólicas. Es notorio, en muchos casos, la connotación sexual de las conversaciones y de los juegos entre los miembros de la Ruta; sus pláticas comúnmente están cargadas de narraciones de ―aventuras y conquistas‖ con mujeres, de albures entre ellos y suelen acompañarla con ademanes y tocamientos de simulación de sometimiento sexual. Con ello, veríamos también una connotación de competencia simbólica y de expresión de masculinidad que refuerza la identidad colectiva de los operadores de transporte público. Pero la intensidad de los vínculos compartidos entre operadores de microbuses no únicamente puede darse durante el desarrollo del proceso de trabajo en el territorio que abarca la Ruta y en el espacio común compartido en las bases y paraderos. A pesar del carácter individualizado del proceso de trabajo, en el que la obtención de ingresos depende del ejercicio personal de las habilidades y se prescinde de la cooperación con otros operadores –a los que, por el contrario, hay que ―vencer‖ en la competencia por el pasaje–, los choferes suelen compartir otros ámbitos de socialización, más allá del que implica compartir el trabajo en una misma Ruta. Es frecuente, en ese sentido, que los choferes una Ruta se organicen para formar equipos deportivos (de fut-bol, preferentemente) e inscribirse en algún torneo para asistir semanalmente a practicar el juego, con lo que también refuerzan y recrean un ambiente de competencia y de identidad masculina. Los días sábados o domingos, los choferes acuden acompañados por sus familias a los campos deportivos, llevando insignias y gritando consignas o porras que los identifican como miembros de la Ruta; también, en varios locales sedes de las Asociaciones, se exhiben ostentosamente fotografías de los equipos deportivos o los trofeos obtenidos por la Ruta en las competencias en las que participan. Otro tipo de actividades que los choferes miembros de una Ruta y sus familias comparten, conjuntamente con los concesionarios, son las fiestas de los aniversarios de la Asociación o del cumpleaños de los líderes. Es muy común también, los días 12 de diciembre, la celebración de la Virgen de Guadalupe, cuando los miembros de la Ruta (tanto concesionarios como operadores) organizan misas y convivencias en torno a los altares construidos en los paraderos o en los locales de la Ruta. En estos casos, no es únicamente la celebración religiosa la que congrega a los choferes, sino también la oportunidad para compartir alimentos y bebidas alcohólicas y participar en bailes amenizados por conjuntos musicales o grupos ―sonideros‖. Estos ámbitos de socialización refuerzan los vínculos de confianza y de amistad entre choferes, también pueden cumplir la función de atenuación o de restauración simbólica de los eventuales problemas entre operadores por las pugnas de la competencia diaria por el pasaje. Las fiestas también relajan la relación jerárquica entre los concesionarios y los operadores, al compartir, en condiciones de igualdad, el orgullo por la pertenencia a una Ruta. Reflexiones finales Una forma de concreción de la identidad colectiva se deriva de prácticas sociales comunes en determinados ámbitos de relaciones sociales. Hemos analizado aquí las prácticas laborales de los microbuseros en relación con su medio de trabajo, en las interacciones con los pasajeros y en otros espacios de socialización. Procuramos contemplar las prácticas laborales de los microbuseros tanto en sus dimensiones objetivas y subjetivas, constitutivas de una identidad colectiva que las inviste de un amplio sentido de legitimidad en el interior del gremio. Si bien los operadores de microbuses en la ciudad de México continuamente generan incomodad entre los usuarios, accidentes y riesgos permanentes para los peatones y automovilistas, en el interior de su colectividad la atención a esta problemática es prácticamente nula. En sus prácticas laborales cotidianas, los operadores de microbuses apropian de forma selectiva los códigos culturales del entorno, reprocesándolos para dar sentido a su actividad y destacando los atributos positivos que les permiten afrontar las condiciones adversas para su trabajo. De este modo, llegan a construir una identidad ―para‖ que tiene una orientación inmediata; es decir, para dar sentido a la capacidad para desenvolverse ante los factores estructurales fuera de su control (como el estado mecánico de las unidades vehiculares, los montos de la tarifa, la competencia de otras modalidades de transporte, las características de las vialidades, la ausencia de mecanismos que garanticen un ingreso estable, entre otros), destacando los atributos positivos, que se reflejan en una construcción de prestigio y reconocimiento por el dominio de tales prácticas. Sin embargo, las mismas prácticas son, desde fuera del gremio, contempladas como lesivas para el conjunto de la ciudadanía. Estas lecturas contradictorias que hacen los choferes y la ciudadanía de los códigos con los que se elabora el sentido de la actividad laboral en el servicio de transporte de pasajeros, sin duda, acrecienta la diferenciación entre el ―nosotros‖ y ―los otros‖; de ahí, quizá, que la forma más recurrente de representar a los microbuseros sea a través de su caricaturación o estigmatización. La construcción de estas imágenes sobre los operadores de microbuses se sustenta en una ―alteridad visible‖; es decir, en la construcción de los estereotipos de los microbuseros, se deja en la opacidad los factores estructurales que condicionan el conjunto de prácticas iterativas de los microbuseros. Bibliografía Aguilar Nery, J. (2003). ―Masculinidades, choferes y espacio urbano en la ciudad de México‖, en Convergencia, No. 33, septiembre-diciembre. pp. 201-224 Recuperado de http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/105/10503309.pdf [12/04/2009] De la Garza, Enrique, et. al. (2010). ―La Querella de las Identidades: ¿pasado sistemático, presente fragmentario?‖, en De la Garza, Enrique y Neffa, Julio César (coords.), Trabajo, identidad y acción colectiva. México: CLASCO, UAMIztapalapa, Plaza y Valdés. Frazer, J. G. (1991). La rama dorada: Magia y religión. México: Fondo de Cultura Económica. López Saldivar, I. (1997). Nadie está satisfecho... Los derroteros del transporte público concesionado en el DF. México: UTEHA, ACOMEX. Loyzaga de la Cueva, O. (1989). ―Conflicto de la Ruta 100, Dirección Sindical y Ofensiva Estatal‖ en El cotidiano, No. 30, julio-agosto. pp. 24-29. Navarro Benítez, B. (1995). Gestión del transporte público de la ciudad de México. México: UAM-Xochimilco. Pross, H. (1980). Estructura simbólica del poder: Teoría y práctica de la comunicación pública. Barcelona: Gustavo Gilli S. A.