INTERIOR revista MAYO 2016_int. REV. diciembre 2006

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RESUCITARÉ
EN EL PUEBLO SALVADOREÑO
José María Tojeira, sj*
Fecha de recepción: abril de 2016
Fecha de aceptación y versión final: abril de 2016
Resumen
A partir de la frase «si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño», atribuida a Mons. Romero por un periodista, se recorre la veracidad de esta afirmación
desde el fuerte simbolismo de su persona, que a partir de su muerte martirial se
ha ido engrandeciendo y volviendo cada día más universal. El martirio, vinculado a la defensa de las víctimas y en plena identificación con ellas, se presenta
como la base de su universalidad y de su simbolismo humano y cristiano.
PALABRAS CLAVE: martirio, víctimas, justicia, paz.
I shall rise again in the salvadoran people
Abstract
The truthfulness of the statement attributed to Monsignor Romero by a journalist, «if they kill me, I shall rise again in the Salvadoran people», is played out
from the beginning, looking at the strong symbolism of the person himself, who
has become elevated and increasingly universal since dying a martyr’s death. A
martyrdom connected to the defense of victims, while fully identifying with
them, is presented as the foundation of his universality, as well as his human and
Christian symbolism.
KEY WORDS: martyrdom, victims, justice, peace.
*
Director de Pastoral Universitaria en la Universidad «José Simeón Cañas»,
UCA, de El Salvador. <[email protected]>.
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1. Introducción
En una entrevista periodística, Mons. Romero decía, entre otras cosas:
«si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño». Algunos comentaristas y algunas biografías negaron la autenticidad de la frase. Pero quien estuvo más cerca de Mons. Romero, el sacerdote Ricardo Urioste, que fue
su vicario general durante los tres años de gobierno del arzobispo, aseguraba que era perfectamente posible que Mons. Romero hubiera pronunciado esas palabras. La gran confianza que el hoy beato tenía en el
pueblo salvadoreño y la fe radicalmente evangélica que sabe que la vida
entregada como semilla fructifica en los demás aseguran que el modo de
pensar de Mons. Romero era absolutamente coherente con la frase transcrita por el periodista mexicano. Treinta y seis años después, podemos
hacer una reflexión sobre el significado de esa frase. Ciertamente, esa
afirmación de Romero continúa vigente. En la ceremonia de la beatificación, celebrada el 23 de mayo del año pasado, se calcula que estuvieron presentes 300.000 personas. Cuando, el día del décimo aniversario
de su muerte, se anunció que se iniciaba el proceso diocesano de canonización, había en la catedral de San Salvador un máximo de tres mil
personas. Eran todavía tiempos de guerra civil, y el peso el partido ARENA, fundado por el autor intelectual del asesinato del arzobispo, era impresionante. El Gobierno, la Corte Suprema, la mayoría en la Asamblea
Legislativa y los medios de comunicación más importantes estaban en
manos de una derecha política que consideraba a Mons. Romero como
un obstáculo para su afán de monopolio de la verdad. Las acusaciones
sobre el supuesto compromiso político revolucionario de Mons. Romero estaban presentes incluso en las voces de algunos obispos salvadoreños. Veinticinco años después del anuncio de Mons. Rivera, se llega, al
fin, a la ceremonia de la beatificación, y aproximadamente un 5% de la
población total del país acudía a la Misa al aire libre.
Su figura, por la potencia de su voz comprometida con la justicia y con
la paz, se había hecho cada vez más conocida y admirada a nivel internacional. En esta tierra americana, en la que tantas veces los opciones
políticas iban teñidas de violencia, la opción preferencial de Mons. Romero por los pobres fue asumida desde la fuerza de la palabra, desde la
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conciencia cristiana y evangélica de la radical igualdad en dignidad de las
personas y desde un estilo personal de cercanía humana y solidaria para
con los más humildes y sencillos. Sobraron incomprensiones y ataques
desde el primer momento. Pero la resistencia de este arzobispo en la verdad y en la defensa de las víctimas se fue imponiendo sobre traiciones y
denuncias, críticas y resistencias. Frente a la persecución y el asesinato de
sacerdotes y laicos que se apoyaban en el mensaje del pastor, surgieron
también, a nivel internacional, diferentes formas de solidaridad. Doctorados honoris causa, presentación de su candidatura al premio Nobel de
la Paz, visitas solidarias... fueron haciéndose cada vez más frecuentes.
Cincuenta días antes de su muerte, al recibir un doctorado honoris causa en Lovaina, Mons. Romero expresaba la situación conflictiva de El
Salvador y el fundamento cristiano de una opción por los pobres, que tenía indudables repercusiones políticas: «Entre nosotros siguen siendo
verdad las terribles palabras de los profetas de Israel. Existen entre nosotros los que venden al justo por dinero, y al pobre por un par de sandalias; los que amontonan violencia y despojo en sus palacios; los que
aplastan a los pobres; los que hacen que se acerque un reino de violencia, acostados en camas de marfil; los que juntan casa con casa y anexionan campo a campo hasta ocupar todo el sitio y quedarse solos en el país.
En esta situación conflictiva y antagónica, en que unos pocos controlan
el poder económico y político, la Iglesia se ha puesto del lado de los pobres y ha asumido su defensa. No puede ser de otra manera, pues recuerda a aquel Jesús que se compadecía de las muchedumbres. Por defender al pobre ha entrado en grave conflicto con los poderosos de las
oligarquías económicas y los poderes políticos y militares del Estado»1.
2. El martirio como base de su resurrección
Esta defensa de los pobres desde el seguimiento de Jesús de Nazaret fue
sellada con su sangre el 24 de marzo de 1980. Un día antes, había dirigido un llamamiento a los soldados y policías en su homilía dominical:
1. O. ROMERO, Discurso en Lovaina al aceptar un Doctorado H.C., 2 de Febrero de 1980.
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«Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar
que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios, que dice “No matar”».
En esa misma homilía, dirigiéndose al gobierno y a la Fuerza Armada,
insistía: «En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos
lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les
ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!»2. Las razones
de su asesinato quedaban en este contexto muy claras. En otro contexto
distinto, pero al igual que Gandhi, tocaba las fibras más profundas de lo
humano y del anhelo de justicia y cambio social de la mayoría de la población salvadoreña pobre, que deseaba paz cuando por todas partes se
respiraba represión y violencia. Más allá de la complejidad de la situación en El Salvador, su muerte tenía un inobjetable matiz martirial que
multiplicaba la fuerza de su palabra y el significado de su figura como
persona histórica. El sufrimiento por una causa ennoblece siempre a la
persona. Y cuando esta arriesga su propia vida, o la da, el olvido queda
para siempre derrotado por la memoria. Los antiguos cristianos, desde la
propia fe, tenían muy clara la fuerza del testimonio hasta la muerte. Las
palabras de San Juan Crisóstomo sobre el martirio pueden todavía hoy
aplicarse a Mons. Romero: «En la guerra, caer el combatiente es la derrota; entre nosotros, eso es la victoria. Nosotros no vencemos jamás haciendo el mal, sino sufriéndolo. Y la victoria es justamente más brillante, pues sufriéndolo podemos más que quienes lo hacen. Con ello se
demuestra que la victoria es de Dios, pues es una victoria contraria a la
del mundo. Y esa es la mejor prueba de fuerza»3. Estas ideas eran repetidas, en otro contexto y con otras palabras, por el propio Mons. Romero
en una de sus homilías dominicales: «Sepan que hay una violencia muy
superior a la de las tanquetas y también a la de las guerrillas; es la violencia de Cristo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Es, en
definitiva, «la violencia del amor, la de la fraternidad, la que quiere convertir las armas en hoces para el trabajo»4.
2. O. ROMERO, Homilía del 23 de Marzo de 1980.
3. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, BAC, T. II, p. 161.
4. O. ROMERO, Homilías del 21 de enero de 1979 y del 27 de noviembre de 1977.
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Esta victoria del débil, que simultáneamente defiende arriesgada y enérgicamente a los débiles y perseguidos con la fuerza de la palabra, tiene una
clara dimensión cristiana, y también una enorme fuerza humana. Muestra, en definitiva, la capacidad de la persona de amar hasta el extremo de
dar la vida en servicio y solidaridad con quienes son considerados nada por
el poder de la fuerza bruta. Y ha sido precisamente esa fortaleza de Romero en la defensa del débil lo que ha hecho, en estos 36 años, que su figura
se agrande, que no se olvide, que siga siendo estímulo para quienes buscan
un mundo más solidario, fraterno y justo. En las líneas que siguen pondremos algunos ejemplos y momentos en los que se percibe el crecimiento de su figura y la universalización de su significado.
3. De despojo de la historia a presencia histórica universal
El asesinato de Mons. Romero tuvo resonancia mundial. Pero las circunstancias que rodearon su entierro, con el estallido de una bomba y
los tiroteos contra la multitud que llenaba el parque central de San Salvador (27 muertos y 200 heridos, según informes de la Embajada Norteamericana), añadieron magnitud a la situación. Se manifestaba con
una enorme brutalidad y crueldad el esfuerzo por arrancar de la realidad
y de la historia dolorosa de El Salvador a una de las pocas personas que
públicamente mantenían de un modo simultáneo la solidaridad con las
víctimas y la esperanza de un futuro más dialogante y socialmente justo.
El autor intelectual del crimen, el militar Roberto D’Abuisson, tras la
muerte del obispo se fue imponiendo como el hombre clave de la política salvadoreña, acumulando un extraordinario poder. Fundador y líder
máximo del partido de derecha, ARENA, que en 1989 llegaría al poder
y permanecería en el mismo durante 20 años, se presentaba como salvador del país. La Comisión de la Verdad, establecida tras la guerra civil
salvadoreña, afirmaba 13 años después del asesinato que «este crimen
polarizó aún más a la sociedad salvadoreña y se convirtió en un hito que
simboliza el mayor desprecio por los derechos humanos y el preludio de
la guerra abierta entre el gobierno y las guerrillas»5. Aunque el Mayor
5. Informe de la «Comisión de la Verdad» sobre la guerra de doce años en El SalSal Terrae | 104 (2016) 437-448
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D’Abuisson ya había sido acusado del asesinato de Mons. Romero, la
Comisión de la Verdad insistió en que había «plena evidencia de que...
dio la orden de asesinar al arzobispo y dio instrucciones precisas a miembros de su entorno de seguridad, actuando como escuadrón de la muerte, de organizar y supervisar la ejecución del asesinato»6. La conclusión de
esta Comisión contribuyó a poner más claridad internacional en las motivaciones del asesinato de Mons. Romero. Al revés, la figura del autor intelectual del asesinato se desintegraba, a pesar de ser el gran icono de la derecha y del partido gobernante, mientras el hoy beato brillaba con mayor
intensidad.
Un elemento que contribuyó también a la actualidad de Romero fue la
adopción que hicieron de él como figura ejemplar cristiana una serie de
Iglesias no católicas. Desde los inicios, una serie de iglesias bautistas,
episcopales y luteranas salvadoreñas recibieron como mártir a nuestro
obispo. El Consejo Mundial de las Iglesias ha mantenido también una
relación importante con las actividades en recuerdo de Mons. Romero.
La comunión de las iglesias en el reconocimiento del martirio del arzobispo dio ciertamente amplitud y dimensión universal a nuestro beato.
Un hecho significativo fue la inclusión de una imagen de Romero en la
fachada de la catedral anglicana de Westminster, al lado de otras diez
grandes figuras martiriales del siglo XX, como Martin Luther King, Dietrich Bonhoefer, Maximilian Kolbe y otros. Hoy, al contrario de tiempos
pasados, la dimensión ecuménica de quienes son propuestos en procesos
de canonización se va mostrando como un elemento primordial.
Y finalmente, precisamente por su coraje a la hora de defender los derechos de los pobres y las víctimas, su libertad personal y su independencia, Monseñor Romero se ha vuelto una figura señera a nivel universal.
El 21 de diciembre del año 2010, la Asamblea General de las Naciones
Unidas decidió por unanimidad proclamar el 24 de marzo como «Día
Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Gra-
vador, titulado De la locura a la esperanza. Editado en la revista ECA, Estudios
Centroamericanos, n. 533, Marzo 1993, p. 180.
6. Ibid., p. 274.
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ves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas». La elección del día no es fortuita, y la página web de la ONU explica que el propósito del Día es promover la memoria de las víctimas de violaciones
graves y sistemáticas de Derechos Humanos y su derecho a la verdad y la
justicia, rendir tributo a quienes han dedicado su vida a proteger y defender los Derechos humanos y «reconocer en particular la importante y
valiosa labor y los valores de Monseñor Óscar Arnulfo Romero de El Salvador»7. Al hablar de sus valores, el texto de la página web le llama «humanista consagrado a la defensa de los derechos humanos, la protección
de vidas humanas y la promoción de la dignidad del ser humano». Y afirma que sus «llamamientos constantes al diálogo y su oposición a toda
forma de violencia para evitar el enfrentamiento armado... le costaron la
vida el 24 de marzo de 1980».
En este contexto llega la beatificación de Mons. Romero como mártir,
que es, así mismo, una manera de continuar el proceso de su relevancia
eclesial y significación histórica. En la tradición de la Iglesia resultaba
indispensable la admiración y devoción popular a la persona concreta
ya fallecida para llegar a la proclamación de santidad. En algunos momentos de la historia se le daba culto público a quien era considerado
santo y posteriormente era reconocido como tal por el obispo. Es el
«sensus fidelium», lo que hoy podríamos llamar la intuición de los fieles cristianos, el que origina y da garantía a los procesos de canonización. Dadas las necesarias investigaciones sobre la persona que se promueve a los altares, los procesos de beatificación y canonización se
prolongan a veces en exceso. Y, por eso mismo, en muchos casos la inicial devoción hacia una persona puede caer en el olvido. En el caso de
Romero, a pesar de la lentitud del proceso y del exceso de precauciones
en el examen de la persona y de sus escritos, homilías, etc., la devoción
popular continuó creciendo con el tiempo. La dimensión política de la
santidad de Romero retrasaba el proceso y amedrentaba a algunos sec-
7
Una descripción más amplia tanto de los objetivos del Día como de los valores
de Mons. Romero puede verse en la dirección http://www.un.org/es/events/
righttotruthday/
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tores eclesiásticos. Un papa latinoamericano, conocedor de las terribles
tragedias de nuestras guerras sucias y de la necesidad de presentar ante
ellas una dimensión profética y justiciera, desbloqueó finalmente el lento proceso de beatificación.
4. El por qué de la resurrección en el pueblo
Hoy Mons. Romero, incluso desde antes de su beatificación, tiene calles
con su nombre, aparece en las estolas y casullas de muchos sacerdotes,
abundan los posters con su rostro, tiene estatuas y canciones, inspira movimientos sociales y de solidaridad... Aparece en dos películas al menos.
Una, titulada «Salvador», en la que se le ve brevemente en el momento
de su asesinato (en una circunstancia –al dar la comunión– distinta de la
real, que fue durante el ofertorio). Y otra, titulada «Romero», dedicada a
su persona. Sus biografías abundan. Tres de ellas, traducidas a diferentes
idiomas. Ciertamente, su ejemplaridad está claramente reconocida. Sin
embargo, cuando hablamos de «resurrección en el pueblo» no solo salvadoreño, sino cristiano y universal, decimos algo más que «popularidad», «éxito temporal» o «moda acorde con la cultura de los tiempos».
Esbozar la hondura de esta afirmación trasciende incluso la intencionalidad que el propio Mons. Romero podía poner en la frase. Durante el
tiempo de compromiso con los pobres y víctimas que le llevó al martirio, y a lo largo de los años posteriores a su muerte, se puede decir que
se cumple aquello que decía San Basilio, una vez terminadas las persecuciones, comentando el triunfo de los mártires: «Antes ciertamente la
muerte de los santos se apreciaba con el llanto y con las lágrimas... Ahora, en cambio, nos alegramos en la muerte de los santos. Pues la naturaleza de los tristes ha sido cambiada después de la cruz»8. Y, efectivamente, el dolor surgido ante la muerte violenta e injusta de Mons. Romero
se ha ido convirtiendo en estos 36 años en fiesta y alegría por el triunfo
del que amó como Jesús, hasta dar la vida por los demás.
8. SAN BASILIO, Homilía XVII, Patrología Griega 31 (Migne), p. 485.
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Desde las persecuciones de los primeros siglos del cristianismo, quienes
reflexionaron sobre estos temas identificaron al mártir con la persona de
Jesús. La narración del «Martirio de Policarpo de Esmirna», del siglo II
de nuestra era, muestra ya una serie de detalles en la narración que muestran un cierto paralelismo con la pasión de Jesús. Tertuliano no dudaba
en decir: «Cristo está en el mártir»9. Orígenes, al reflexionar sobre el martirio, señala la relación entre los mártires y los apóstoles. Se trata, en definitiva, de una cercanía más especial a Jesús que hace que, aunque mártires son todos los que dan testimonio del Señor, la cercanía a Él en la
muerte y la admiración de esa entrega hacen «que solo se llamara mártires a aquellos que dieron testimonio con la efusión de su sangre»10. Si el
martirio es ya, de por sí, una identificación con Jesús, presupone además
permanecer firmemente arraigado «en la verdad y la justicia contra el ímpetu del perseguidor» y resistir «hasta la muerte por Cristo»11. Identificación que se da materialmente en la muerte y que es el símbolo del triunfo de la víctima sobre la injusticia.
En el caso de Mons. Romero, además, se da, para muchos que lo conocieron o que han reflexionado sobre su vida, la convicción de que es una
especie de nueva presencia de Cristo en la historia de nuestros días. El P.
Ignacio Ellacuría, que encabeza junto con Romero, Rutilio y otros la lista que la Conferencia Episcopal de El Salvador envió a Roma cuando
Juan Pablo II, en torno a las festividades del segundo milenio, pidió a todas las Iglesias una lista de mártires del siglo XX, decía que «con Mons.
Romero pasó Dios por el Salvador». En toda santidad, por supuesto, se
ve un reflejo de la bondad y la fuerza de Dios. Pero pocos santos han llegado a ser considerados, incluso durante su vida, como «copias» actualizadas de la persona de Jesús. En la historia de la Iglesia, un caso connotado de ello es el de San Francisco de Asís. Muchos de sus coetáneos lo
consideraron como una nueva presencia del Señor. Pues bien, con Mon-
9. TERTULIANO, De Pudicitia, Patrología Latina 2 (Migne) p. 1027
10. ORÍGENES, Comentario sobre San Juan, Patrologia Griega, 14 (Migne) pp.
175ss.
11. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologica II-II, q. 124.
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señor Romero pasó algo de eso. Sobre todo después de su muerte, mucha gente de todo tipo y nivel comenzó a sentir que el recuerdo del santo le daba fuerza, resistencia, capacidad de resiliencia ante persecuciones
y desventuras. Gente sencilla vinculaba la fortaleza que le daba el recuerdo de Romero con la experiencia de los apóstoles de la resurrección
de Jesús. Sentían que el obispo no había muerto y que se había unido de
nuevo, y de un modo más intenso tras su muerte, a la vida resucitada y
llena de fuerza del Señor Jesús. Y desde esa vida comunicaba también
vida y fortaleza para enfrentar el diario quehacer y la responsabilidad
cristiana.
Desde esta experiencia de lo que podríamos llamar «fortaleza resurreccional» se han reeditado sus homilías, se han redactado sus biografías y
se ha publicado el impresionante Diario de los dos últimos años de su
arzobispado, grabado inicialmente por él mismo en cinta magnetofónica y transcrito posteriormente12. La misma resistencia que algunos sectores eclesiásticos pudieron tener frente a su persona provocaba entre muchos cristianos un mayor afecto, identificando al obispo mártir cercano
a los pobres con el Jesús perseguido por quienes ponían la religión más
en el cumplimiento de normas que en el servicio y amor al prójimo.
Aunque es evidente que a Jesús hay que buscarlo en el Evangelio, la fuerza del testimonio de sus seguidores lo actualiza y hace presente con una
enorme fuerza. Los tres años agónicos de su labor arzobispal se iniciaron
pronto. Cuando, en junio de 1977, acudió al pueblo de Aguilares para
solidarizarse con los habitantes de aquel lugar, que ya habían sufrido meses antes el asesinato del párroco Rutilio Grande13, les decía: «A mí me
12. O. ROMERO, su Diario, publicado por el Arzobispado de San Salvador en el décimo aniversario de su muerte, coincidiendo con la apertura del proceso diocesano de beatificación, en el año 1990. En 2015, coincidiendo con su beatificación, se editaron también en disco las grabaciones de su diario y de sus
homilías.
13. Amigo cercano de Mons. Romero, el jesuita Rutilio Grande fue asesinado, junto con otras dos personas, el 12 de Marzo de 1977. Desde esa fecha fueron asesinados varios de los laicos colaboradores de la parroquia de Aguilares, y un par
de meses después fueron deportados y durante unos días desaparecidos en GuaSal Terrae | 104 (2016) 437-448
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toca ir recogiendo atropellos, cadáveres y todo eso que va dejando la persecución de la Iglesia. Hoy me toca venir a recoger en esta iglesia, en este
convento profanado, un sagrario destruido y, sobre todo, a un pueblo
humillado, sacrificado indignamente. Por eso, al venir... les traigo la palabra que Cristo me manda decirles: una palabra de solidaridad, una palabra de ánimo y de orientación y, finalmente, una palabra de conversión»14. Recoger despojos de la historia, destrozados por el poder que se
idolatriza y destroza a quienes desean justicia y libertad, hizo de Romero un símbolo de misericordia y cercanía a su pueblo, inolvidable para
muchos.
Este identificarse con los que sufren, ver en muchas de las víctimas de la
historia y de la guerra civil a verdaderos mártires, arriesgarse por ellos,
convirtió también a Mons. Romero en símbolo de todos los desheredados y olvidados de la historia salvadoreña. Muchos de los que eran asesinados en aquellos años no solo eran «descartados» violentamente de la
historia salvadoreña, sino también enviados a una especie de basurero de
la historia. Los asesinos pensaban que sembrando el terror cosecharían
silencio y olvido. Mons. Romero les devolvía la dignidad a las víctimas,
las hacía presentes y les otorgaba el título de mártires. «Al celebrar el primer aniversario de Felipe de Jesús Chacón, también me di cuenta de que
nuestra tierra le ofrece al papa, como le dije en mis visitas pasadas, ¡mártires! ¡Qué horror cuanto me contaban! El rostro despellejado de Felipe
de Jesús y, lo que es peor, difamado en la prensa como un cuatrero, cuando se trata de un catequista valiente que supo llevar el evangelio hasta sus
consecuencias más arriesgadas»15. Sobre los sacerdotes asesinados tam-
temala tres jesuitas que todavía quedaban en la parroquia. Hoy la arquidiócesis
de San Salvador ha iniciado el proceso diocesano de beatificación de Rutilio.
14. O. ROMERO; Homilía en Aguilares, 19-6-1977.
15. Homilía 27 de agosto de 1978. En sus homilías repite con frecuencia nombres:
«Recordemos, por ejemplo, a Filomena Puertas, a Miguel Martínez, a tantos
otros queridos hermanos que han trabajado, que han muerto y que en la hora
de su dolor, de su agonía dolorosa, mientras los despellejaban, mientras los torturaban y daban su vida, mientras eran ametrallados, subieron al cielo. ¡Y están
allá victoriosos!» (30 de octubre de 1977).
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bién decía que «son verdaderos mártires en el sentido popular... son hombres que han predicado precisamente esa incardinación en la pobreza, son
verdaderos hombres que han ido a los límites peligrosos donde la UGB
amenaza, donde se puede señalar a alguien y se termina matándolo como
mataron a Cristo... El hecho de haber dejado que les quitaran la vida y no
haberse huido, no haber sido cobardes y haberlos situado en esa situación
de tortura, de sufrimiento, de asesinato, es para mí tan valioso corno un
bautismo de sangre y los ha purificado»16. No es raro que, habiendo tanta
muerte martirial, los parientes, amigos y personas de buena voluntad que
sospechaban la dificultad de recordar a tanta gente asesinada volcaran en
el recuerdo de Mons. Romero tanto su propio sufrimiento como la esperanza de resurrección. Resucitar en el pueblo salvadoreño se torna así una
resurrección vicaria de tanta víctima que, como dice el Apocalipsis, incluso desde el Reino de Dios, continúa pidiendo justicia: «Dominador Santo
y Justo, ¿hasta cuándo estarás sin hacer justicia y pedir cuentas por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?» (Ap 6,10).
El Salvador es tierra de mártires y de gracia, pero la violencia sigue causando hoy crimen y muerte. El índice de homicidios del año 2015 anda
en torno a los 100 asesinatos por cada 100.000 personas. Las raíces de
esta terrible situación, que supera en número de muertos a países actualmente en guerras internas, son fundamentalmente culturales, estructurales (injusticia social y desigualdad) e institucionales (impunidad y escasa efectividad de las instituciones). Romero permanece en ese difícil
contexto como esperanza y como signo de superación de la violencia.
Este 24 de Marzo recién pasado, «con ocasión de la fiesta del amado beato Óscar Romero», el actual arzobispo, Mons. José Luis Escobar, publicó
su primera carta pastoral, titulada «Veo en la Ciudad Violencia y Discordia». Bajo el amparo de Romero se exige paz y justicia. Nuestro arzobispo
santo permanece resucitado en esperanza y en compromiso personal con
la construcción de la paz.
16. Homilía 23 de septiembre de 1979. La UGB mencionada es la Unión Guerrera Blanca, escuadrón de la muerte que amenazaba y asesinaba en los tiempos
previos a la guerra civil salvadoreña.
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