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pampa
pensamiento/acción política
Responsable Editor
Claudio Lozano
Consejo Editor
Karina Arellano
Lucía De Gennaro
Sebastián Scigliano
Fernando Bustamente
Martín Rodríguez
Arte de tapa e ilustraciones
Ana Celentano
Participan en este número
Alejandro Kaufman
Maristella Svampa
Isabel Rauber
Ernesto Laclau
Eduardo Rosenzvaig
Diseño y composición
Nahuel Croza
Agradecimientos
Ariel Minimal
Rafael Chinchilla
Soraya Giraldez
Héctor Maranessi
Instituto de Estudios e
Investigación CTA
Redacción
[email protected]
Administración
Av. Independencia 766
C1099AAU - Buenos Aires
Teléfono: 4307-3637
sumario
apuntes de un debate
PERSPECTIVAS
DE UN MOVIMIENTO POLÍTICO Y SOCIAL
A PARTIR DE LAS MEMORIAS DEL 2001
10
Claudio Lozano / Avance popular, crisis de hegemonía
y obstáculos para la profundización democrática
(Argentina 2001-2006)
11
Alejandro Kaufman / Politizar lo experto
26
Maristella Svampa / Modelo de dominación,
tradiciones ideológicas y figuras de la militancia
37
Isabel Rauber / Construir el actor colectivo
50
pensar lo nacional
LA CONJURA SANGRIENTA DEL DESIERTO
72
Fernado Bustamante / De fundaciones,
desiertos y otras pertenencias nacionales
73
Karina Arellano / “La vanguardia es así”
81
comunicación, lenguaje, discurso
90
ENTREVISTA / Ernesto Laclau. Populismo o la lógica
de la dicotomización como práctica hegemónica
91
Lucía De Gennaro / Sobre los posibles usos
del concepto de articulación
97
Sebastián Scigliano / Instituciones
103
Eduardo Rosenzvaig / La fragilidad y el Capitalismo
108
La pampa es una ilusión;
es la tierra de las aventuras desordenadas
en la fant asía del hombre sin prof undidad.
Todo se desliza, animado de un movimiento
ilusorio en que sólo cambia el centro de esa
grandiosa circunferencia. Ahí el hombre grosero
empieza de nuevo; el hombre culto concluye.
EZEQUIEL MARTÍNEZ ESTRADA
editorial
Una ilusión trae certidumbre. Pampa no es el terreno pampeano ni su mapa, es una ilusión obsesionada por lo real que no termina de ser huella ni
destino. Es la zona oscura del mundo imaginario, necesariamente verdadera para pensar lo nuestro, su grandeza y su
horror. Significación del llano que devela otros terrenos, fallas
que ponen en jaque sus propias representaciones. Allí no hay
contradicción sino convivencia y conciencia de lo ausente.
Pues la patria no es una llanura. Es, en todo caso, un entramado de ondulaciones modales, de modos de habitar lo propio,
que conjugan el verbo en tonos armónicos a veces, crispados
otras. Y si es la Pampa su fondo eterno, lo es en tanto cuestión
a resolver, en tanto pregunta abierta e irresuelta. De conjurar
la inmensidad se trata, entonces, la palabra, esta palabra.
Libertad –grito sagrado–, que queda flotando en cada instante de la historia como un banco de niebla que nada disuelve ni
aleja a su paso. Históricamente, la libertad exacerbada retóricamente se expuso en programas y mecanismos culturales
mientras las condiciones materiales para que exista lo libre en
la vida cotidiana de los argentinos se hundieron en el desprecio por el otro. Los intentos de refinamiento de los instintos
pampeanos, o sea, los esfuerzos por convertir a la Pampa en
algo social, culto, limpio y espiritual, fueron las máscaras de
una naturaleza que desde el momento que se nombra no conoce otra historia que la de circunstancias que existen desunidas.
En ese sentido, la cultura nacional y sus legitimaciones no terminan de nombrar lo nuestro.
Humedades, islas y pamperos. Una certidumbre, un divorcio
y una necesidad. La frase memorable de Martínez Estrada propone una mirada y trae una serie de resortes a la experiencia
interrogativa de qué hacer con Argentina. ¿Cómo pensar la cultura de un país sin caer en el extremo cuidado de la historia?
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Los modos en que se interpretó la historia, el tiempo, el
mundo; las ideas, la acción política y la cultura instalaron al
pensamiento exclusivamente en las lecturas coyunturales y los
medios; ese enjambre de papers y sus corsets proyectuales,
que en muchos casos no han hecho otra cosa que generar su
propia supervivencia. Así, la discusión se ha reducido a la
denuncia de responsables, cadenas de castigos, cifras presupuestarias, meras declaraciones de derechos, nombres de personas e ineficaces llamados a la participación. Desde esa
impronta, las políticas de estado y los medios son los que protagonizan los reclamos sobre una cultura argentina posible y el
peligro, justamente, será que la dimensión de lo pensable y
deseable en Argentina quede reducido a la gestión o la mera
representación.
Por su parte, la inteligencia argentina no fue ajena a un pensamiento fundado en la especialización que reprodujo más
poder de los jefes de empresas, de los altos funcionarios, de los
dirigentes de grandes organismos profesionales y políticos, por
un lado, y más sumisión de los que sólo tienen acceso a los
resultados del conocimiento, en el mejor de los casos, por el
otro. El enmascaramiento del instinto dejó en nuestro presente
una cultura cruzada por la compleja relación entre lo vital y lo
voluntario pampeano –“el hombre grosero empieza de nuevo,
el hombre culto concluye”–. Máscaras para ocultar un instinto
ancestral que desea dejarse doblegar al paso de la historia.
Infantil reflejo para disfrazar la naturaleza desoladora, imaginario estético o formas reguladas de un comportamiento impaciente que buscó trascender el tiempo.
Esgrimir la palabra contra un país injusto e incapaz de aceptar la libertad no sosiega el cansancio que han provocado las
discusiones sin horizonte alguno. En esta trama, la labor intelectual quedó, también, tan huérfana como otros de aquel
gesto de voluntad ante la historia que la comprometía con la
vida, que le otorgaba sentido a su propia condición.
Ilusión, potencia, palabra. Somos hijos del siglo deseosos de
ser arrancados de la promesa incumplida, de la nostalgia cons| 8 | pampa
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tante. Umbral entre el cuerpo que acepta la violencia sin mediaciones y lo real que arranca a la reflexión de ese mismo horror.
¿La intención? Aceptar que el papel de unir en esta Pampa
y sus múltiples horizontes posibles es aportar a una transformación de la política y la cultura que siembre condiciones para
un terreno más libre, más justo y comprensible. Comprensible,
justamente, para entender que la libertad es mucho más difícil
de construir que la justicia. Unir, como principio activo de
hacer fraternal un encuentro que no juzgue, que no envenene,
que asuma la honda tristeza, que libere. Proteger la poética ilusión de una vida armoniosa, sin enojos ni culpables.
editorial
Intento de ingresar a un lugar de discusión más interesante
que el terreno resquebrajado de las pragmáticas identitarias.
Acción previa y posterior al mutismo. El debate de ideas sobre
cultura y política en la Pampa ha sido silenciado por derecha
y por izquierda. No puede permitirse que se renueven las figuras policiales que dejaron fuera las palabras que produzcan
una discusión permanente y estructurante. Instituciones culturales que discutan y construyan hábitos y creencias para una
convivencia pampeana, final y justamente armónica. Empezar
y concluir en un mismo movimiento. | pampa
CONSEJO
EDITOR
pampa | 9 |
apuntes de un debate
p er sp ec t i vas de un mov imient o p olít ic o
y s o c i a l a p a r t ir de l as memo r i as del 20 01
A MEDIADOS de 2005 el Espacio de Subjetividad,
Discurso y Acción Política del IEF organizó una
mesa de reflexión sobre las perspectivas de movimiento político y social. Cuatro son los trabajos que
conforman esta aproximación a repensar la condición actual
que atraviesan las organizaciones políticas y los vínculos sociales que poseen como colectivo desde su activismo cotidiano.
Participaron de este encuentro –junto a los integrantes de la mesa
nacional de la Central de Trabajadores Argentinos–, y del presente dossier, Alejandro Kaufman, Maristella Svampa, Claudio
Lozano e Isabel Rauber.
Desde Pampa consideramos oportuno reproducir parte de aquel
trabajo compartido con los representantes de la Central, ya que
la construcción política y la significación de esta organización
sindical constituye una red de ideas, políticas y acciones que
expresan significantes de amplios idearios de los sectores populares organizados. Desde esa perspectiva, su trascendencia en la
constitución de movimiento político es un marco de reflexión
privilegiado desde donde analizar los diferentes procesos de
transformación de las prácticas que acontecieron a partir de la
crisis del 2001, las distintas caracterizaciones de la etapa que
conviven desde esos días y las referencias ideológicas y conceptuales que juegan a la hora de proponer país.
La relación entre movimientos sociales, acción política y representación recorre las diferentes reflexiones y relatos. La misma
remite a problemáticas como la ausencia de conducción consciente del campo popular; la crisis de hegemonía; las nuevas formas de dominación y figuras de la militancia; el drama
del micro-fascismo argentino y la pregunta por el actor
colectivo de la acción movimientista que recorre el pensamiento de la militancia y el activismo contemporáneo.
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Avanc e popular, cr isis de hegemonía y obst áculos para
la prof undización democrática (A rgentina 2001-2006)
por CLAUDIO LOZANO
Lo que aquí se expone es una “reflexión situada” a partir de dos puntos
de referencia fundamentales. Por un lado,
una práctica concreta de construcción e
intervención política desde la Central de
los Trabajadores Argentinos. Por otro, una
concepción que tributa en un proyecto
emancipatorio, entendiendo que es el ejercicio de la soberanía popular lo que permite poner en suspenso las condiciones de
dominación y favorece el avance a “situaciones políticas de mayor justicia”. Ese
ejercicio de la soberanía popular, dada la
historia de nuestro país, le otorga, desde
nuestra visión, a los trabajadores y al trabajo un lugar principal, y dadas las transformaciones recientes obliga a considerar
como trabajadores tanto a los asalariados
en blanco de los sectores más dinámicos,
como a aquellos que transitan en la informalidad, la ilegalidad y el desempleo.
I. Reflexionar desde las memorias
del año 2001
¿Qué fue lo que sostuvimos en aquel
momento? Afirmamos que los procesos de
movilización política que nuestro país
viviera durante el año 2001 y que se sostuvieron durante el 2002 habían sido
capaces de cuestionar la hegemonía que
los sectores dominantes construyeran en
nuestra sociedad durante la nefasta década
del noventa. El año 2001 podía ser caracterizado como el verdadero final de la dictadura militar. Es decir, aquel momento en
el cual los procesos de resistencia y construcción política que nuestra sociedad
había puesto en marcha desde el genocidio dictatorial en adelante, habían permitido desarrollos organizativos y expresiones
colectivas lo suficientemente importantes
como para cuestionar, en autonomía, las
estrategias dominantes. Nuestra lectura no
acentuó la evaluación exclusiva y excluyente del 19 y 20 de diciembre.
Pretendimos situar dichas jornadas en el
marco de lo que había ocurrido durante
todo el año 2001. Entendimos que se
había vivido un importante proceso de
movilización política a nivel nacional y
regional. Proceso que comenzara a nivel
de América Latina con la primera reunión
del Foro Social Mundial de Porto Alegre
–febrero del 2001–, y que en términos
locales había continuado con el derrocamiento del intento de colocar a López
Murphy –paladín del neoliberalismo–,
como Ministro de Economía del Gobierno
Aliancista. El citado derrocamiento se dio
bajo un marco de movilización política y
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fractura del gobierno de De la Rúa. La
incorporación de Cavallo al Gabinete de
entonces y su estrategia del “déficit cero”
fue resistida con fuertes movilizaciones
populares en todo el país. Se vivieron
luego las elecciones de octubre del 2001,
que bien pueden caracterizarse como una
verdadera advertencia popular al sistema
institucional, signadas por la estrepitosa
derrota del gobierno nacional que sacó
5.500.000 votos menos que dos años
antes; el triunfo de un justicialismo que
ganó perdiendo 1 millón de votos y un
espectacular incremento del ausentismo
electoral. A posteriori, entre el 14 y el 17
de diciembre, se materializó la consulta
popular del Frente Nacional contra la
Pobreza, experiencia inédita de participación convocada y realizada por un arco
amplísimo de organizaciones populares de
diferentes características y que obtuviera
una masiva respuesta a la propuesta enarbolada de “Ningún hogar pobre en la
Argentina” que fue legitimada por más de
tres millones de votantes. Es en este recorrido de todo el año 2001 donde nosotros
ubicamos la “reacción popular” del 19 y
20 de diciembre. Reacción que amasó su
potencia en el desarrollo político previo
de la experiencia popular, pero que en
ningún caso se vinculó con ninguna estrategia explícita de organización alguna. Sin
embargo, en paralelo con lo expuesto, una
mirada en profundidad de los acontecimientos de aquel momento, sí permite
observar los movimientos que realizara
una parte del sistema político articulado
con facciones del poder económico local,
en dirección a promover una estrategia de
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“desestabilización institucional”. Es fácil
hilvanar la relación entre el Gobierno de
la Provincia de Buenos Aires de aquel
momento, los comportamientos de
Eduardo Duhalde, la conformación del
denominado “Grupo Productivo” –UIASRA-CAME, etc.–, y la propuesta devaluacionista, en el marco de la penuria de
legitimidad que atravesaba el gobierno de
la Alianza. La mixtura entre la estrategia
de una parte del sistema de poder de la
Argentina y la reacción popular, ante el
hambre, el desempleo, la definición del
Estado de Sitio y la sustracción del dinero
por parte de los bancos, son los componentes de las históricas jornadas del 19 y
20 de diciembre. Reacción popular que se
transformó en el acontecimiento capaz de
llevar al límite la ilegitimidad del sistema
de representación.
Todo el proceso de movilización política fue capaz de poner en crisis la hegemonía de los sectores dominantes. Utilizamos, por tanto, para la caracterización
de ese momento, la idea gramsciana de
crisis de hegemonía. Idea entendida como
“aquel conjunto de relaciones que definen el funcionamiento de una sociedad y
que en determinado momento histórico
no pueden reproducirse bajo el liderazgo
de las clases dominantes y con el reconocimiento de las clases dominadas”1.
Durante el 2001 se hizo manifiesta la
imposibilidad de los sectores dominantes
para mantener el régimen vigente bajo
condiciones de legitimidad. La segunda
definición que situamos en relación estricta con el 19 y 20 de diciembre, es que del
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APUNTES DE UN DEBATE
mismo modo en que esas fechas mostraron la potencia de la movilización popular en su capacidad para ilegitimar un
régimen de desigualdad y cuestionar las
prácticas deleznables del sistema político
tradicional, también revelaban el límite de
las experiencias populares. La peculiaridad de la situación argentina consistió en
que la “crisis de hegemonía” convivió
con la “ausencia de dirección consciente
de la experiencia popular”. Las luchas
populares fueron capaces de clausurar la
experiencia neoliberal –en lo que hace a
sus núcleos fundantes de sentido y como
perspectiva de futuro para el país–, al
tiempo que abrieron condiciones políticas
para poner en discusión un nuevo proyecto de sociedad. Sin embargo, la experiencia política de los sectores populares accedió a esta nueva etapa en ausencia de una
organización política reconocida por el
conjunto de las organizaciones populares
y en capacidad de intervenir en el nuevo
momento institucional. Confirmado el fracaso durante la experiencia democrática
de las fuerzas históricas de la Argentina
–radicalismo y justicialismo–, como canales para afirmar procesos de reforma social
en la etapa post-dictatorial, la puesta en
marcha de nuevas experiencias tanto en
el campo social como institucional no
habían logrado afirmar una dirección
consciente del campo popular. Es en función de esta caracterización que nuestra
Central sostuvo que era necesario aportar
a la tarea de construirla, señalando entonces la necesidad de promover un Nuevo
Movimiento Político Social y Cultural en
nuestro país. Definición que sostuvimos
ratificando que para esa nueva experiencia
política resultaba estratégica la consolidación de una Central de Trabajadores.
Como en toda crisis de hegemonía, que
como es obvio supone también la existencia de diferencias al interior del bloque
dominante respecto a cómo organizar el
régimen capitalista en la Argentina –dolarización vs. devaluación–, señalamos en
aquel momento que ante la misma se planteaban, a futuro, tres escenarios: 1) el mantenimiento autoritario del bloque dominante en el poder; 2) la reconstrucción hegemónica del bloque en el poder y 3) la afirmación de una nueva coalición política
que permitiera replantear las condiciones
vigentes en nuestra sociedad. Planteada la
visión respecto a lo acontecido durante los
años 2001 y 2002, ¿qué efectos produjo
sobre la presente etapa política abierta en
el 2001 –y sobre la experiencia de las
organizaciones populares–, el hecho de
que la misma se haya transitado en ausencia de una dirección consciente del campo
popular?; ¿cuál de los tres escenarios que
formuláramos como hipótesis de salida de
la crisis de hegemonía estamos transitando?
II. Sobre la etapa política post-2001
La capacidad que nuestro pueblo mostró de hacerse presente, cuestionando las
representaciones tradicionales –incluida
la de los medios de comunicación–, no
sólo ilegitimó al régimen dominante, sino
que logró ponerle límites a la estrategia
de violencia económica y de autoritarispampa | 13 |
mo político, que se expresara desde el
final del gobierno de De la Rúa hasta la
convocatoria electoral realizada por el
Gobierno de Duhalde. La frase expuesta
merece dos aclaraciones. Por un lado, la
referencia a que durante el proceso de
movilización política se cuestionó la propia representación de los medios de
comunicación supone reconocer que
éstos proponen como lógica de la política: el espectáculo y la escena, donde el
marketing mediático sustituye la participación popular y confina a la ciudadanía
al lugar de espectadores pasivos que
deben opinar y/o elegir sobre la escena
presentada. La ruptura con esa lógica,
expresada en los niveles de movilización
de la sociedad y en el papel dinámico y
central que ocuparon las nuevas organizaciones populares –entre ellas nuestra
Central–, fue una de las claves del año
2001. Asimismo, el intento de mantenerse
de manera autoritaria por parte del bloque
en el poder, que casualmente fuera uno
de los escenarios que habíamos previsto,
encontró límites para su afirmación o perpetuación en el marco de las movilizaciones del año 2002, siendo su momento
final la respuesta popular a los asesinatos
de Maximiliano Kosteky y Darío Santillán.
Es en ese contexto en el que emerge el
Gobierno del Presidente Kirchner.
La movilización popular y los límites a
la estrategia autoritaria de Duhalde, a la
opción de Reutemann y a la propuesta
electoral de De la Sota, definirán el terreno que posibilitará, en el marco de la
nueva gestión institucional, la materializa| 14 | pampa
ción de un conjunto de cuestiones centrales para la lucha popular. En tal sentido,
deben destacarse aspectos del momento
inaugural de la gestión gubernamental.
Uno de ellos es la afirmación de un nuevo
discurso público cuestionador de la lógica
y el paradigma de los noventa, reivindicativo de la militancia y los ideales de los
setenta, comprometido con el logro de justicia para con los crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura y fundado en apelaciones a la cuestión nacional y
la distribución del ingreso. Por otro lado,
la renovación de la Corte Suprema de
Justicia y una nueva política en materia de
Derechos Humanos que promovieron la
depuración de las Fuerzas Armadas, la
derogación de las leyes de obediencia
debida y punto final, y el traslado del
máximo ícono del horror –la ESMA–,
desde la Armada a los organismos de
Derechos Humanos. También, se afirmó
un discurso público en materia económica
y política que provocó, incluso, conflictos
con el Ministro de Economía Roberto
Lavagna –procedente de la gestión anterior–, y que se basaba en:
• Señalar la corresponsabilidad de los
organismos multilaterales de crédito
(FMI, Banco Mundial) en la problemática del endeudamiento externo.
• Afirmar una nueva estrategia en
materia de relación con las privatizadas que incluía la recuperación del
papel del Estado (Ej: estatización del
Correo y del espacio radioeléctrico),
y que impedía el aumento de tarifas.
• Apertura al diálogo con las distintas
organizaciones populares pluralizanjulio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
do incluso la interlocución sindical.
El recibimiento de la CTA por parte
del propio Presidente de la Nación
así como la incorporación de la
misma al Consejo del Salario son
ejemplos de lo mencionado.
• Reivindicación de las políticas de
ingresos basadas en la recuperación
del salario mínimo y de los haberes
mínimos jubilatorios.
• Reivindicación de una idea de transversalidad como criterio para la construcción de una coalición política
capaz de transitar la nueva etapa en
vigencia.
• Puesta en forma de una nueva estrategia en materia de política exterior,
que por lo menos en las definiciones
políticas y regionales rompe con el
“alineamiento automático con los
Estados Unidos”, al tiempo que parece buscar mayores márgenes de autonomía (Ej.: Mercosur, Venezuela,
modificación en las relaciones con
Cuba, etc.).
¿Qué impacto produjo esta peculiar
combinación entre crisis de hegemonía y
ausencia de dirección consciente sobre el
desarrollo de la coyuntura política? La
ausencia de una dirección consciente no
resultó neutral en el devenir de la coyuntura política y, en consecuencia, el marco de
cuestionamiento popular al régimen vigente, que signara los primeros momentos de
la gestión Kirchner, comenzó a modificarse. Dicha ausencia permitió, con antelación al gobierno de Kirchner, la “reorganización de la sociedad argentina y por lo
tanto la resolución de la crisis en lo relativo
a sus fundamentos estructurales”. Es decir,
los aspectos centrales de la reorganización
social post-crisis fueron encarados durante
la fase autoritaria que encarnaran De la
Rúa primero y Duhalde después.
Cuatro cuestiones fueron esenciales en
dicho período. En primer término, tuvo
lugar la estrategia de contención represiva sobre la movilización popular. Los
hechos que acontecen entre el 19 y 20
de diciembre del 2001, y el asesinato de
Maximiliano Kosteky y Darío Santillán,
reemplazaron la metodología de “represión legal” que se había afirmado durante
los noventa y que se expresara en el
aumento sistemático de “militantes procesados”, por la amenaza, el atentado y
el asesinato de militantes populares.
Segundo, la reorganización del patrón de
acumulación de la economía argentina
vía devaluación, fijó las nuevas condiciones de explotación de la fuerza laboral
en base a la fijación de un nuevo piso
salarial. Tercero, se consolidó un cuadro
de violencia social en base a la ampliación de los niveles de pauperización de
la sociedad. Y, por último, se afirmaron
condiciones para la reconstitución del
vínculo –puesto en crisis–, del sistema
político tradicional con los sectores
populares. La combinación de elecciones
en etapas –no simultáneas–, y la instrumentación del Plan Jefas y Jefes de Hogar
coadyuvaron a dicho objetivo.
Consideremos. Tanto la reorganización
del patrón de acumulación vía devaluación
pampa | 15 |
como el cuadro de violencia social producido por el nivel de pauperización de la
sociedad, obligan a considerar dos cuestiones. En primer lugar, el impacto que produce sobre una sociedad movilizada, la
percepción de que las condiciones de resolución de la crisis definieron un deterioro
brutal del nivel de vida de la población
–los niveles de pobreza saltaron de
14.600.000 personas a finales del 2001 a
casi 21.000.000 a finales del 2002–. En
segundo lugar, aparece claramente que el
“ajuste brutal sobre las condiciones de
vida” fue previo a la asunción del gobierno
de Kirchner. Es más, es impensable la recuperación que vivió la actividad económica
por fuera de dicho ajuste vivido. Éste,
acompañado de una nueva situación internacional con precios inmejorables y bajísimas tasas de interés en el plano mundial,
definieron las condiciones para desplazar
la valorización financiera y sustituirla por
la posibilidad de realizar ganancias extraordinarias en los negocios de exportación y
luego en los segmentos del consumo asociado a los sectores más acomodados de la
población. Son estas condiciones las que
están por detrás de la recuperación de la
actividad económica que, como es sabido,
comienza a plantearse a partir del segundo
semestre del año 2002. Es decir, la fase
ascendente del ciclo económico es previa
a la asunción del actual gobierno; tanto
como la agudización de la desigualdad
que sostiene la fase ascendente. Desde esta
perspectiva es difícil pensar que el patrón
de acumulación inaugurado luego de la
crisis resolverá lo que en gran medida lo
constituyó. Dicho de otro modo, la desi| 16 | pampa
gualdad no es la “deuda pendiente del
patrón de acumulación inaugurado”, es en
gran medida su “condición de existencia”.
Por otro lado, queda claro, que con
tasas de desocupación que superaban el
20% y niveles de pobreza por encima del
50%, las prácticas de intervención sobre
los sectores populares del sistema político
dominante habían sido desbordadas y
puestas en cuestión por el avance y desarrollo de experiencias de organización
popular y base territorial. En este marco, el
pasaje durante el año 2002 de un total de
200.000 planes para desocupados a cerca
de 2.200.000 con el Plan Jefes –donde sólo
250.000 tuvieron por destino las “organizaciones territoriales de trabajadores” y la
gran mayoría fue administrada por vía
estatal ya sea nacional, provincial o municipal–, transformó a estos “planes” en un
instrumento estratégico en la recomposición de las citadas prácticas de intervención sobre los sectores populares de cara a
las elecciones distritales que en el marco
de una salida institucional “controlada”
se desarrollaron a partir del año 2003.
Seguramente el pasaje de la Argentina
del “que se vayan todos” a la del país en el
que “no se fue casi ninguno”, tiene bastante que ver con lo expuesto. También éste
es el contexto concreto en el que se inscribe la gestión de Kirchner, ya que, a nivel
de los gobiernos provinciales, las modificaciones fueron prácticamente inexistentes.
La ausencia de una dirección consciente
de la experiencia popular, posibilitó que el
julio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
reordenamiento post-crisis de la sociedad
argentina fuera encarado por el viejo y
cuestionado sistema institucional articulado
con la facción devaluacionista del poder
económico local. Proceso éste que se desplegó en un escenario ciertamente autoritario donde los contenidos de represión física
y social resultaron claves. Es decir, la resolución de la crisis de hegemonía requirió
del pasaje por el escenario del “mantenimiento autoritario del bloque en el poder”.
Sin embargo, pese al límite que exhibieron
las fuerzas populares y que impidiera la
intervención de las mismas en el rediseño
institucional y económico, sí pudieron
volver a aglutinarse frente a la agresión de
la fase autoritaria cuestionando su continuidad y evitando el triunfo de Menem.
III.Sobre la etapa económica
post-devaluación
El primer aspecto a señalar es que luego
de producida la devaluación con sus
secuelas de ajuste en materia de ingresos,
se observa una inversión del signo que
venía describiendo en los últimos años la
economía argentina. Del proceso de caída
en la actividad económica y destrucción
del empleo que se abriera en 1998, se inicia a partir del segundo semestre del año
2002 una fase de recuperación de la actividad y creación de puestos de trabajo
que, como es obvio, actúa como bálsamo
de contención para amplios sectores de la
comunidad. Este hecho que claramente
otorga mayores y mejores condiciones
para la legitimación de cualquier gestión
gubernamental, debe ser puesto siempre
en el marco de las determinantes estructurales que definen y rodean el citado proceso. Corresponde precisar los siguientes elementos a efectos de desmontar ciertas afirmaciones que contribuyen a re-situar, bajo
un discurso diferente, la ya conocida teoría del derrame. Formulación que más allá
de intencionalidad alguna impacta naturalizando la pobreza y potenciando las
expectativas en la remanida idea de que
el crecimiento resolverá en algún futuro
los problemas heredados del pasado.
Concepción que le asigna al presente el
sólo lugar de la espera. Los elementos a
precisar son los siguientes:
1. Aún con las importantes tasas de crecimiento que ha registrado la economía
en los últimos tres años, el producto por
habitante –riqueza– que genera nuestro
país es apenas superior al del año 1974.
Es decir, Argentina es un país que exhibe un cuadro de estancamiento estructural que lleva ya tres décadas –0,2% de
crecimiento anual durante 30 años–
durante las cuales hubo momentos de
ascenso y declive en el comportamiento
económico. Afirmar que ya ingresamos
en un proceso de crecimiento que se
sostendrá en el tiempo supone que se
habrían modificado las tendencias que
hasta el momento exhibiera la Argentina
en materia de inversión. En la práctica,
esta variable, determinante del futuro
económico del país, evidencia no sólo
una magnitud reducida como para sostener un proceso de crecimiento con las
tasas que hasta el momento se han dado,
pampa | 17 |
sino que además mantiene severos problemas de composición. En este sentido,
la vigencia de una fuerte desigualdad en
la distribución de los ingresos –los ingresos populares representan el 26,7% del
PBI– define que el ritmo de expansión y
la composición de la demanda en el
mercado local, esté determinado por los
sectores de mayores recursos –representan aproximadamente el 60% del
consumo total de los hogares–. Por esta
razón, una parte sustancial de la inversión –prácticamente el 60%– son “ladrillos” asociados al boom inmobiliario de
carácter residencial y privado que se
despliega en los principales centros urbanos del país. Es decir, el componente
de capital reproductivo en el total de
inversión es muy bajo, lo cual, por lo
menos, transforma en aventuradas aquellas hipótesis de que hemos ingresado en
una senda de crecimiento sostenido.
2. Considerando el ciclo corto desde que se
inicia el proceso recesivo –mediados del
98–, a finales del 2005 se superaba el
nivel de actividad de aquel momento –no
obstante, aún estábamos por debajo en
términos de producto por habitante–,
pero sobre la base de otro esquema de
negocios, y en base a un cuadro social
que revela mayor desempleo, menores
ingresos y mayor empobrecimiento.
3. Lo expuesto indica que tiende a cristalizarse un nuevo escalón más bajo en términos de nivel de vida a la salida de la
crisis. Esto es así porque la economía
postdevaluación combina mayor riqueza con más pauperización relativa. Asimismo, los datos disponibles indican
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una reducción del impacto social del
crecimiento. En concreto, la generación
de empleo es menor, la proporción
entre empleo ilegal, informal y formal
no se modifica sustantivamente, y los
puestos de empleo registrados exhiben
menores ingresos que los históricos. Lo
señalado es tan cierto como el hecho
objetivo de que el 2005 revela mejores
condiciones sociales que el año 2002.
4. El nuevo esquema fiscal a partir de la
devaluación medido a valores constantes –es decir sin considerar la inflación–
permite sacar dos conclusiones. En primer lugar, que el 70% del superávit se
explica por el ajuste del gasto público.
Pero además sobre este gasto menor, la
expansión de los gastos en inversión se
financia con el retroceso de la masa de
salarios y de la asignación de recursos
en partidas sociales.
5. Los procesos mencionados de caída en
la participación de la masa de ingresos
de los ocupados y de ajuste fiscal indican que la cúpula empresarial más
concentrada ha logrado restablecer sus
condiciones de rentabilidad en base a
una mayor explotación de la fuerza
laboral, al tiempo que pudo descargar
el pago de deuda pública dominantemente sobre el ajuste del gasto. A su
vez, la consideración de los nuevos
niveles de rentabilidad que benefician
a la producción de bienes en desmedro
de los servicios, exhibe los mayores
márgenes en las actividades de menor
valor agregado (a saber: petróleo,
minería, agroindustria, siderurgia elemental, etc.).
julio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
6. Argentina demuestra que a pesar de los
cambios en el esquema de precios producidos por la devaluación, sigue siendo una economía capitalista donde
muy pocas empresas en muy pocos sectores realizan ganancias extraordinarias
a expensas del resto de las empresas y
del conjunto de la sociedad. Esto
redunda en el mantenimiento y profundización de la desigualdad y en una
baja tasa de inversión que nos devuelve
una y otra vez al estancamiento por distintas razones. A saber: agotamiento de
la capacidad instalada, estrangulamiento externo, inflación, conflictividad
social, deterioro de la fuerza laboral y
de su base de recursos naturales, etc.
Los elementos descriptos permiten precisar entonces que la etapa actual transita
en el marco de la legitimidad que otorga
a la gestión gubernamental la fase de
ascenso del ciclo económico, pero que la
misma aparece amenazada por la reducción a futuro del derrame social del crecimiento, y por los limites que resultan del
tipo de reorganización estructural que se
consolidara en la economía argentina
luego de los últimos treinta años. En
suma, más allá de la coyuntura de relativa
mejoría que en términos económicos se
observa respecto a la situación de “fondo
de pozo” que Argentina exhibiera hasta
mediados de 2002, la economía nacional
sigue evidenciando una profunda desigualdad –resultante del colapso de la convertibilidad y la devaluación–; mantiene
una baja tasa de inversión, y tiene por lo
tanto, un pronóstico reservado.
IV. La ausencia de dirección conciente
Los efectos que ha impuesto la ausencia
de dirección consciente del campo popular se han hecho presentes en tres niveles:
1. Dificultades en la relación del gobierno con las organizaciones populares
En tanto las experiencias populares que
crecieron durante los noventa y que protagonizaron las movilizaciones del final de
la década, se construyeron en disputa con
las prácticas de intervención que el justicialismo tiene sobre los sectores populares
–Ej.: intendentes, gobernadores, CGT,
etc.–, y el nuevo Presidente era parte de
esa estructura; la primer clave de la relación entre el gobierno y las organizaciones
fue la distancia e incluso la desconfianza.
Parece conveniente considerar este punto
a la hora de evaluar las diferencias políticas que se observan en los distintos países
de la región. Más allá de la gestión concreta que puede darse hoy en Brasil, Uruguay, Bolivia o Argentina, lo cierto es que
Lula, Tabaré y Evo Morales fueron parte
del proceso concreto de construcción de
las nuevas fuerzas de signo popular de
dichos países –PT, Frente Amplio, MAS–.
En Argentina, la década del 90’ fue el
momento donde, por primera vez en
mucho tiempo, se consolidaron estrategias
de poder popular claramente por fuera de
la experiencia de un Justicialismo que
emergió –Menem mediante–, como el rostro institucional principal del sistema de
dominación. En el marco de dicho proceso, Kirchner se mantuvo dentro de la estructura del Justicialismo y más allá de afipampa | 19 |
nidades o vínculos personales con algunos
dirigentes o referencias, no participó orgánicamente del citado proceso. Esta situación sumada al control minoritario que el
nuevo Presidente tenía sobre la estructura
del Justicialismo, favoreció una estrategia
de centralización de las decisiones en el
Ejecutivo vía el uso de los decretos de
necesidad y urgencia, que tendió a afirmar
la gestión más en el decisionismo presidencial que en la potenciación de la movilización y la organización de la sociedad.
La ausencia de dirección consciente se
expresó en el hecho objetivo de que las
experiencias populares y la gestión del
nuevo gobierno no eran el resultado de
un proceso común. Esto limitó la capacidad de transformar a las instituciones en
canales de convocatoria para una gestión
más abierta, donde la voluntad de participar que la población había exhibido a la
hora de cuestionar, pudiera transformarse
en una mayor intervención orgánica de la
sociedad en las decisiones. No se apeló a
recursos institucionales que promovieran
la participación directa como el plebiscito
o la consulta popular, que permitieran a
la sociedad un mayor protagonismo en la
definición de la nueva etapa del país. No
se promovieron formas más directas de
participación social en la asignación de
los recursos públicos, ni tampoco se profundizó el respaldo legal a una mayor y
mejor organización de los trabajadores al
interior de las empresas. En este marco
general, y más allá de aspectos puntuales
donde determinadas decisiones institucionales actuaron articuladas con la participa| 20 | pampa
ción de las organizaciones populares –Ej.:
Anulación de las Leyes de Obediencia
Debida y Punto Final, Cooperativas de
autoconstrucción de viviendas, convenio
colectivo para los estatales nacionales, Ley
de Financiamiento Educativo, desarrollo
rural, etc.–, el proceso descrito abrió paso
a formas de relación del gobierno con las
organizaciones sujetas a maniobras donde
la demanda de adhesión, es decir de oficialismo, ocupaba un lugar central en el
vínculo. Asimismo, el no ser parte de un
proceso común de construcción produjo
el efecto inverso en el seno de las experiencias populares. En algunos casos el
discurso y ciertas realizaciones institucionales fueron “leídas” por algunos sectores
como estrategias de “apropiación oficial”
dando lugar a cuestionamientos opositores
fundados más en el “pasado o en la historia” de quienes gestionan, antes que en el
resultado concreto de la propia gestión.
En síntesis, la “ausencia de dirección
consciente”, es decir el hecho objetivo de
que la construcción popular y la nueva
gestión no eran el resultado de un “proceso común de construcción”, se expresó en
la instalación como dicotomía dominante
de la etapa del dilema oficialismo-oposición. Situación que inhibió la posibilidad
de potenciar la participación y la organización de la sociedad en el proceso de
toma de decisiones.
2. Desconfianzas, conflictos y fracturas
entre las organizaciones populares.
El hecho objetivo de una gestión que
era capaz de enunciar un discurso que
julio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
retomaba núcleos importantes de la experiencia de las organizaciones populares e
incluso daba lugar a logros institucionales,
pero que al mismo tiempo era percibida
como ajena a la propia construcción,
abrió debates al interior de las organizaciones respecto al alineamiento que las
mismas debían tener frente al gobierno.
Por tanto, el dilema “oficialismo-oposición” debilitó la capacidad y la iniciativa
que había sido propia de las organizaciones populares limitando su protagonismo
en el plano nacional y recluyéndolas en
estrategias sectoriales, temáticas o locales.
Por cierto, si estas organizaciones habían
sido protagonistas del proceso de movilización de los noventa, esto también debilitó la participación de la sociedad.
3. Dilema Oficialismo-Oposición,
menor protagonismo popular y límites
en la gestión gubernamental
El hecho objetivo de que la nueva gestión y el avance de las organizaciones
populares no fueran el resultado de una
“estrategia común” signó de contradicciones a la gestión gubernamental.
Posibilitó que el dilema “oficialismo-oposición” desplazara de la agenda pública
el debate acerca del “país que hay que
hacer”, y debilitó el proceso de participación de la sociedad. En tanto fuera este
último punto el que determinó la novedad política del proceso argentino abierto
en el 2001, esto obviamente impactó
sobre la gestión gubernamental.
Así, del original discurso acerca de la
corresponsabilidad de los organismos
multilaterales, el gobierno ha terminado
adoptando la denominada “política de
des-endeudamiento” que en la práctica
supuso que no podía negociarse en autonomía con el FMI, y que la opción consistía en “comprar nuestra libertad”
pagando hasta el último centavo. En concreto, si se rifó nuestra soberanía endeudándonos, el des-endeudamiento propone re-comprar la autonomía pagando no
sólo intereses sino capital al FMI, el
Banco Mundial y el BID. Esta estrategia
se coronó con el pago total con reservas
al FMI. Pago éste que evidenció los puntos de contacto que la estrategia de desendeudamiento tenía con las propuestas
que los Estados Unidos venían impulsando al interior de los organismos multilaterales y que consistían en bajar la exposición de los mismos ante sus principales
deudores. Es decir, recuperar su cartera
de créditos –Ej.: Rusia, Brasil, Argentina–,
a efectos de evitar que estos organismos
requirieran de mayores aportes por parte
del Tesoro norteamericano. Obviamente,
la original idea de la “corresponsabilidad” implicaba que la solución a la crisis
de la deuda suponía compartir costos con
los acreedores, incluidos los organismos
multilaterales. Lejos de ello, Argentina
–aún en el marco del default–, nunca
dejó de pagar, asumió todos los costos y
maximizó sus pagos en el momento de
mayor crisis social. Así, entre el año 2002
y el 2005, cuando la recuperación económica no lograba retornarnos ni siquiera
a las deterioradas condiciones de vida del
año 1998, Argentina completaba pagos
del orden de los U$S 30.000 millones.
pampa | 21 |
Del mismo modo, del planteo original
que incluía la re-estatización de actividades que habían sido privatizadas, se ha
pasado al explicito paradigma de la “reprivatización” y al objetivo de tratar de retener a los “operadores privados” articulado
con dos definiciones concretas. Por un
lado, la “búsqueda de una supuesta burguesía nacional en un contexto donde la
cúpula empresarial revela una extrema
extranjerización, y donde los pocos grupos
locales que subsisten exhiben un comportamiento transnacionalizado que supone
el mantenimiento de fondos fuera del país.
Por otro, la postergación de importantes
definiciones –Ej.: rescisión del contrato de
Aguas Argentinas– en función de los avances del proceso de renegociación de la
deuda pública. Lo que produjo las siguientes consecuencias: 1) Consolidación de un
esquema de negociación con las privatizadas que si bien se funda en reducirles la
rentabilidad respecto a las ganancias extraordinarias que obtuvieran en los noventa,
se ve acompañado por una menor exigencia en materia de compromisos de inversión y el traslado de dicha responsabilidad
al Sector Público y a la comunidad ya sea
vía uso de recursos impositivos, la aplicación de “cargos tarifarios específicos”, o
la participación directa –aunque minoritaria–, del Estado en algunas empresas con
dificultades. 2) Creciente articulación con
grupos empresarios que fueron partícipes y
beneficiarios del proceso de decadencia de
la Argentina –Eurnekian, Brito, Techint–. 3)
Renuncia a rescindir contratos absolutamente incumplidos –Ej.: Aeropuertos,
Aguas Argentinas, ferrocarriles–, avance en
| 22 | pampa
asociaciones de dudosa conveniencia –Ej.:
sociedad con Eurnekian en Aeropuertos o
participación en Aerolíneas–, mantenimiento de la operatoria en manos de concesionarios privados luego de efectuada la
rescisión –Ej.: ferrocarril San Martín–, o
constitución de sociedades anónimas con
mayoría estatal pero conducidas por los
viejos socios de las privatizadas –Ej.: el
sindicalismo de Lingeri, y Carlos Ben,
Director Adjunto de Aguas Argentinas, al
frente de la nueva AySA–. 4) Mantenimiento del Régimen Privado de Fondos de
Pensión –condición del Canje de Deuda–,
y renuncia a modificar la regulación de los
noventa en el mercado de hidrocarburos.
Asimismo, de la apertura al conjunto
de las organizaciones sociales y sindicales se pasó a la interlocución privilegiada
con la CGT y a la ausencia de avances
en el terreno de la libertad sindical. Y, de
las iniciativas que promovían la necesidad de modificar la Ley de Radiodifusión
planteada por la dictadura y que postulaban la importancia de la comunicación
pública, se pasó a la renovación hasta el
2015 de las licencias a los multimedios
más poderosos de la Argentina.
Por último, de la convocatoria a la
transversalidad se pasó a una estrategia
donde la estructura del Partido Justicialista
es el soporte principal del denominado
Frente para la Victoria. Esto supone el
predominio en parte importante de la
geografía política del país de muchos
cómplices de lo ocurrido en los noventa
en diferentes planos de la realidad.
julio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
Podría decirse que el proceso descrito
por la gestión del gobierno refleja cierta
estabilización, límite e incluso retroceso
en el potencial de cambio que, de algún
modo, se esbozara al inicio del mismo.
Sólo se mantienen, en términos de continuidad, las definiciones en materia de
Derechos Humanos, los gestos en materia
de política regional y algunos procesos
de carácter sectorial –Ej.: Educación–.
En síntesis, luego de la crisis del año
2001-2002, arribamos al 2006 con un
debate signado por el dilema oficialismooposición que no sólo atravesó la contienda electoral sino que incluso intervino en
las organizaciones populares condicionando sus prácticas, fragmentándolas, e impidiendo la profundización del vínculo de
las mismas con la propia sociedad. Estos
han sido los limites que la ausencia de
dirección consciente le ha planteado tanto
a las organizaciones populares como a la
propia gestión del gobierno. Es obvio que
lo expuesto redunda en la dificultad para
profundizar la etapa política que supimos
abrir en el año 2001 y le resta oxígeno a
las necesidades de cambio que las condiciones de nuestro país exigen.
V. Efectos sobre la construcción
política y conclusión
El predominio de la dupla oficialismooposición sitúa el debate en un terreno
donde el centro de la discusión pareciera
ser quién gobierna, y no la construcción
política dirigida a resolver el límite ex-
puesto en la crisis del 2001. En ese marco,
el papel de la construcción política indudablemente se posterga y es sustituido por
la tarea de acompañar la gestión en curso
–ya que para los oficialistas la misma ha
resuelto en la práctica la ausencia de
dirección–, u oponerse para derrotar lo
vigente, dirección que predica en el
desierto y sin posibilidad de recuperar los
aspectos de una etapa política donde el
avance popular ha hecho sentir sus efectos. Este impacto del dilema oficialismooposición, en el marco de una fase de
ascenso del ciclo económico, conduce a
ocupar dos lugares absolutamente improductivos. O bien se es oposición, en un
marco donde el nuevo discurso dominante
recupera ejes básicos del avance popular y
donde las mejoras en materia económica
tienden a sumir ese planteo en el aislamiento político, o bien se hace oficialismo
subordinando la estrategia de las organizaciones populares a los tiempos de una gestión estatal que es resultado de límites que
hay que modificar, y para lo cual se
requiere de un accionar autónomo respecto a dichos tiempos y en capacidad de
considerar el conjunto de los aspectos de
la coyuntura nacional.
La dupla oficialismo-oposición como
lógica para guiar la intervención en el
contexto actual, al desplazar y fracturar el
debate sobre el Proyecto de país a construir, sólo permite el desarrollo de estrategias sectoriales o distritales, pero obtura el
avance en problemáticas de carácter global o colectivo. Si bien la gestión Kirchner
emerge en el marco de la derrota de la
pampa | 23 |
fase autoritaria posterior a la crisis de
hegemonía y obturando el escenario de
reconstrucción hegemónico del bloque en
el poder, la ausencia de estrategias explícitas que tiendan a replantear la matriz
distributiva resultante de las últimas tres
décadas de la Argentina, indica que no se
transita por un escenario donde se esté
forzando, con claridad, una nueva y transformadora coalición política. A su vez, la
ausencia de dirección consciente del proceso popular, mencionada, ha debilitado
la participación popular al tiempo que le
ha puesto límites al potencial de cambio
que el gobierno parecía exhibir al
comienzo de su gestión.
Lo hasta aquí expuesto se sostiene en
la idea de que sin la explícita apertura a
la conformación de la citada “dirección
consciente” no habrá posibilidad de transformar el límite que la sociedad argentina
le puso al bloque en el poder, en la afirmación de ese tercer escenario que esbozáramos como una de las alternativas en
que puede derivar una crisis de hegemonía: “la construcción de una nueva coalición política capaz de replantear las condiciones de dominación”. Más aún, si se
mantuviera la situación actual es factible
que se profundice el repliegue de la
sociedad y que, consecuentemente, se
afirmen condiciones para legitimar un
orden político sostenido en una profunda
desigualdad.
La necesidad de promover un Nuevo
Movimiento Político, Social y Cultural,
sigue siendo absolutamente imprescindible
| 24 | pampa
para sostener un proyecto emancipatorio
que requiere, en nuestro país, de manera
estratégica, de la consolidación y desarrollo de una organización que nuclée al
conjunto de los trabajadores. Esto es así,
en principio, por dos razones. La primera,
radica en que en el marco de una Argentina signada por la existencia del drama
que suponen 14 millones de argentinos en
situación de pobreza, no hay construcción
política posible en base a la sola enunciación de una sociedad futura que se logrará
cuando quienes la anuncian tomen el
Estado. Esto sólo cobra sentido en tanto
exista capacidad de intervenir en el presente concreto limitando el daño que la
desigualdad impone y abriendo instancias
concretas y permanentes de reforma y
resolución de las problemáticas sociales
más inmediatas. El plano principal de la
disputa política se da en base a la capacidad de intervención concreta que el discurso y la organización puedan tener
sobre la vida cotidiana. De lo contrario,
no hay práctica política en capacidad de
disputar con la estructura actual del justicialismo, el replanteo de las condiciones
de la dominación. Desde esta perspectiva
es que se transforma en imprescindible la
necesidad de una organización que articule al conjunto de los trabajadores y de los
sectores populares.
En segundo lugar, la idea de construir
un nuevo Movimiento Político no puede
ni debe subsumirse en una estrategia electoral. Afirmación esta que no limita ni
cuestiona la necesidad de dar todas las
disputas electorales que el objetivo del
julio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
avance popular exija. Sólo se intenta con
lo expuesto destacar el aspecto sustancial
del planteo. Si asumimos una definición
integral del Estado interpretando como tal
a aquel conjunto de instituciones que definen las condiciones de funcionamiento de
la sociedad, es indispensable afirmar que
en el presente contexto de internacionalización y concentración del poder económico, no alcanza con ocupar las instituciones existentes para modificarlo. Existe
una ruptura en la relación entre el voto y
la decisión efectiva sobre el rumbo de la
sociedad. Una y otra vez, el poder económico se transforma en interlocutor privilegiado de quienes gobiernan sobre la base
de la manifestación de un desequilibrio
básico fundado en el hecho de que quienes gobiernan la economía votan cotidianamente mientras la sociedad vota una
vez cada dos y cada cuatro años. Puesto
en términos sencillos: si en una localidad
los recursos públicos se asignan sin tomar
en cuenta los intereses de la comunidad,
eso ocurre porque la propia comunidad
no ha logrado gestar aquellas instituciones
que de manera concreta le permitan intervenir en dicha decisión. Asimismo, si en
una empresa se practica una estrategia de
sobreexplotación de los trabajadores, esto
no habla sólo del carácter de la patronal
sino de la falta de organización colectiva
de los trabajadores. Por ende, la organiza-
ción en los barrios, en los sectores de trabajo, en las empresas, no tiene como
objetivo la sola coordinación de las reivindicaciones de los sectores populares.
Define la condición para la afirmación de
una nueva institucionalidad popular que
permita gobernar nuestro país en un sentido de mayor justicia. Es por esto que la
organización barrial debe ser pensada
desde la creación de instancias institucionales que permitan la disputa del presupuesto público, y la organización al interior de los establecimientos privados no
debe entenderse como una simple disputa
con la CGT. Es imposible subordinar al
poder económico más concentrado si los
trabajadores de las citadas empresas no
están en capacidad de recuperar para el
colectivo de la organización social las unidades económicas en las que participan.
Es por esto, porque está en juego el
gobierno de la sociedad ya que supone
avanzar en la alteración de sus condiciones de reproducción, que la decisión de
las principales firmas de los grupos locales
y extranjeros es impedir, de cualquier
modo, la organización de los trabajadores
en sus establecimientos. Dicho de otro
modo, no hay sociedad que pueda organizarse en base a relaciones de mayor igualdad, si no hay un actor social concreto, un
sujeto, en capacidad de disputar palmo a
palmo este objetivo. | pampa
NOTAS:
1
ERNESTO LACLAU, CHANTAL MOUFFE; “Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia”- Fondo de Cultura Económica. 2004.
pampa | 25 |
Po l i t i z a r
l o
e x p e r t o
por ALEJANDRO KAUFMAN
Memoria I
Estaba sentado en un avión, hace como dos meses.
Mientras esperábamos despegar, nos informaron que el
avión no saldría porque había paro. Nos bajamos y la gente
empezó a increpar a las empleadas de Aerolíneas que estaban
en tierra. Yo me puse a discutir con unos pasajeros sosteniendo
que la huelga era un derecho constitucional. Ellos siguieron protestando. Empezamos a gritar y respondí: “Váyanse a una dictadura. Si ustedes no pueden soportar un paro es porque son nostálgicos de otros momentos históricos”. Entonces uno de ellos
me dijo “Usted debe ser empleado público. ¿De qué trabaja?”.
Yo contesté: “Soy profesor universitario” Replicó: “De qué universidad?” “De la universidad pública”, contesté. “Vio. Es lo que
yo decía. Es empleado público”. Eso estaría relacionado con el
modo en que la experiencia colectiva contemporánea está
estructurada por los medios. Este es, hoy, un aspecto central de
la acción política. Es decir: el escenario donde tiene lugar el
debate es el escenario de los medios de comunicación. Hace
unos días, de hecho, analizábamos con Maristella Svampa cómo
los mejores militantes populares quedaban vencidos por el dispositivo mediático. Y esa es toda una cuestión.
Traigo esta experiencia para aclarar desde dónde estoy
hablando. En primer instancia, hablo desde ser un empleado
público; de la universidad pública. Ese es un lugar, el lugar universitario, el lugar del conocimiento experto.
Hay una segunda dimensión desde la cual analizar eso que se
conoce como intelectual, que para mí es un trabajo. ¿En qué
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APUNTES DE UN DEBATE
consiste el trabajo de intelectual? En politizar lo experto. No
dejarlo en el gabinete académico o en el lugar de la prestación
de servicios sofisticados, sino llevarlo al plano político, al plano
público. Someter al saber al riesgo de la conversación. El material que se propuso como lectura previa a esta jornada tiene que
ver con eso1. Y quiero decir algo sobre esa cuestión que apareció claramente en las reflexiones y producciones post 19 y 20.
Una tercera perspectiva desde la cual intervengo es la del
activista, en el sentido de base. Es decir, alguien que en la vida
cotidiana se compromete con las situaciones de poder y de trabajo. Es algo que nos puede abarcar a todos siempre, aunque
hay quienes se ausentan de esa escena.
Esta breve introducción me sirve para decir algunas cosas
sobre la conversación que tuvimos con María Moreno, para
Página/12.2 Esa fue una conversación atravesada por el espíritu
de ese momento que no tenía que ver, entonces, ni con el rol
del universitario ni con el rol del intelectual. Tenía que ver con
el rol del activista, con el rol de intervenir sobre esa situación
corriéndose completamente de los lugares de las biografías y
del encasillamiento.
La conversación con María Moreno se produjo en caliente, en
el momento donde no se sabía que iba a pasar. Todavía no se
había cumplido un mes del 19 y 20 de diciembre. Hay que recordar que duró varios meses el período en el que uno no podía
saber si iba a cobrar el sueldo, se iba a tener que ir del país o si
iba a haber una guerra civil. La letra escrita, con el transcurso del
tiempo, le da otra perspectiva a las conversaciones. La discusión
fue cambiando. Porque es importante considerar que muy poco
tiempo después del 19 y 20 había pasado ya la ola, más cuando
hacemos evaluaciones del 2001 y los eventuales aciertos o errores que se han tenido.
Aquel acontecimiento fue del tipo de los que des-estructuran
completamente todo lo que se puede creer o pensar, en ese
momento, acerca de la vida social o política. Es lo que caracteriza a un momento revolucionario, insurreccional, un momento
1 “La multitud creadora”.
Nota de opinión de
Horacio González, en
Página/12, 13 de enero
2002. “Qué clase mi
clase sin clase”, nota de
Nicolás Casullo, en
Página/12 del 13 de enero
de 2002. “Uno no constituye una acción política
por los ahorros”, entrevista a Alejandro Kaufman,
28 de enero del 2002, por
María Moreno.
“Cacerolas, multitud, pueblo”, entrevista a Horacio
González, 11 de Febrero
del 2002, en Página/12,
por María Moreno.
2 “Uno no constituye una
acción política por los
ahorros”, entrevista a
Alejandro Kaufman, 28 de
enero del 2002, por María
Moreno, en Página/12.
pampa | 27 |
digregatorio. En la circunstancia no se sabe qué carácter va a
tener. Porque el relato sobre eso se produce a posteriori. En la
investigación histórica se empezó a ver en las últimas décadas
cómo se configuraron los relatos de las grandes revoluciones. Es
decir, de qué manera había un momento informe, indeciso y no
definible que después adquirió definición, decisión y características nítidas por los relatos posteriores.
Nosotros, que en Argentina siempre estamos discutiendo todo
porque somos grandes discutidores de las circunstancias, en el
momento del acontecimientos del 19 y 20 de diciembre estábamos hablando de libros, por ejemplo. A mí me preguntaban por
libros. Me cuestionaban sobre qué pensaba sobre los libros que
bajan de los barcos en el puerto, se traducen y los leemos a ver
qué tenemos que pensar. Y en esa conversación con María
Moreno había un intento de des-estructurar esa actitud de que
había que leer un libro para entender el acontecimiento de
diciembre 2001. Porque ese momento insurreccional es un
momento en que los libros se deshacen en pedazos. No hay
libros. Cuando hay un acontecimiento, una irrupción popular, es
cuando las instituciones, y con ellas los libros, se han disuelto.
Pero eso dura muy poco. Duró cierta cantidad de semanas en
que todos los discursos de los movimientos populares y las organizaciones sociales entraron en estado de disolución.
Esa conversación fue publicada dos días antes del llamado
encuentro de los piqueteros con los caceroleros, que después fue
empleado como una crítica contra la posición que yo sostenía,
como si el encuentro donde los caceroleros le cebaban mate a
los piqueteros que llegaban de Liniers caminando hubiese cambiado lo que se estaba diciendo ahí. Y, visto desde ahora, podemos pensar una cosa bien distinta. Lo que trataba de hacer ahí
era ver en ese momento lo que fue muy claro después: ¿qué era
lo que estaba demandando la sociedad en ese momento? Porque
las demandas no son necesariamente tan claras como uno puede
suponer, sobre todo cuando se des-estructuran los discursos
como en una insurrección. Buena parte de ese movimiento social
estaba demandando un capitalismo eficaz, la ilusión que había
tenido en el período anterior y que había entrado en crisis.
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julio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
Esto me lleva a señalar la siguiente idea: en los últimos 30
años hemos tenido dos crisis conocidas por todos, el genocidio
y la crisis de la disgregación económico social, la de la salida de
los ´90, de la convertibilidad. Esta no es una crisis solamente
económica o solamente social. Es una crisis mucho más profunda. Es una crisis moral, es una crisis del lazo social. Es una crisis
de las expectativas, una crisis de la historia y una crisis de los
discursos. Es una crisis del país que se sustentaba sobre la educación pública, por ejemplo, en la que se llegó a discutir si se
iba a comer o a educarse a las escuelas.
Hay un tema que me parece clave y que estaba alimentando
la exposición de ese momento y otras posteriores, que es sobre
la funcionalidad de los acontecimientos político-sociales en la
Argentina. Hay una pregunta para hacerse: ¿a qué fue funcional
la desaparición de personas o la sustracción de los niños en
nuestro país? Y otra pregunta para hacerse es: ¿a qué fue funcional la crisis de la post-convertibilidad? La cuestión es: ¿son esas
las preguntas que hay que hacerse? ¿hay que preguntarse si esas
crisis fueron funcionales o puede haber crisis que no sean funcionales? ¿todo en la historia tiene que ver con una coherencia
funcional que lleve a una articulación entre lo que sucede y
ciertas consecuencias? Yo creo que no. Yo creo que la historia
tiene también componentes de contingencia, de azar, de no
racionalidad, de destrucción social. No es cierto que los países
no pueden morir. Hay países que mueren, que fracasan. Este es
un tema muy caro para nosotros, los argentinos, que siempre
miramos hacia arriba y no hacia abajo. Siempre miramos a
donde no llegamos y no adonde nos podemos caer. Como nos
hemos caído, sería bueno que empecemos a mirar qué hay
abajo. Abajo está Paraguay, está Albania. Es decir, países con
grandes crisis de todo tipo que han perdido la oportunidad histórica de ser otra cosa de lo que son. Nosotros estamos en ese
dilema. Esto se articula con otra cuestión que es cuál es el interlocutor de la acción político social. Porque hay uno que es el
Estado, de eso no hay ninguna duda, sobre esto estamos llenos
de experiencias, de discursos. Pero hay otro que es el poder político económico que en Argentina tiene características que no lo
igualan con los poderes político-económicos de otros países.
pampa | 29 |
Memoria II
Tengo una idea, que no sé qué base empírica puede tener
–eso habría que estudiarlo–, y es que lo que pasó el 17 de
diciembre de 2001 tiene profundas conexiones con lo que pasó
el 19 y 20 de diciembre de 2001. Sin embargo, noto en el discurso de la CTA un tono de derrota, como si hubiera algo que
lamentar. La palabra de Juan González, que me parece de una
consistencia ejemplar, donde describe fenómenos objetivos,
materiales, de enorme significación, está pronunciada con tono
de fracaso, que es lo que quiero cuestionar. Tiene una tonalidad
vinculada con las representaciones en el sentido más amplio, es
decir, con los relatos.
¿Cuál es el problema de que una organización sindical represente a una parte y no al todo de un movimiento político y social?
Creo que no hay una apreciación de la significación que tiene la
consistencia, supervivencia y continuidad de la CTA en un país
donde no hay nada que haya sobrevivido, donde hay muy pocas
instituciones que hayan sobrevivido como instituciones. Uno de
los fenómenos que está ocurriendo en nuestro país es que creemos que todo está destruido, aquello que está destruido y aquello que no. Ahí es donde está lo destituyente. A mí me ha pasado discutir con los alumnos sobre si la Universidad había sobrevivido o no a la crisis; me decían que no. Entonces, yo preguntaba,
¿cuál es el objetivo esencial de la Universidad? ¿No es acreditar el
conocimiento, dar títulos, enseñar? ¿Se está haciendo eso o no? ¿O
acaso se venden y compran los títulos? Que sería lo que podría
haber pasado si hubiera ocurrido con la Universidad lo que pasó
con otro conjunto de instituciones. En ese sentido, ustedes no han
cesado en el cumplimiento de su objetivo esencial, bregar por las
mejores condiciones para los que trabajan. Esto en un contexto
nacional donde los bancos no son bancos y roban, la policía no
es la policía, la corte suprema no es la justicia. Hay una larga lista
de instituciones que se hicieron, verdaderamente, pedazos.
Me quiero referir, entonces, a la cuestión de la consulta que
organizó el Frente Nacional contra la Pobreza, impulsado por la
CTA, pocos días antes del 19 y 20 de diciembre. Cuando apare| 30 | pampa
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APUNTES DE UN DEBATE
ció, yo la subestimé por una tendencia libresca cultural nuestra
que dice que hay que leer a Toni Negri, Paolo Virno, esos libros
sobre autonomismo, que se supone que hay que leer para comprender lo real. En este sentido, realmente estoy muy disconforme con los modos en que se dan esas discusiones. Si se relee el
debate sobre diciembre de 2001, se verá que eludo completamente discutir los textos de Virno. Porque lo que tiene que hacer
un colectivo social es construir su propio lenguaje. En algunas
intervenciones de estas jornadas de la CTA, incluso aquellas que
reflexionan precisamente sobre la experiencia de la consulta,
existe un lenguaje propio. Ese es un lenguaje auténtico, genuino, con una historia, producto de un desenvolvimiento. Eso es
un logro. Hay un logro lingüístico, vinculado con las prácticas.
Y eso tiene consistencia. Ha sobrevivido y está intacto. Lo cual
no quiere decir que en los relatos eso tenga representación. En
los relatos pasan otras cosas. Entonces, hay que analizar los relatos, ver qué pasa con los relatos y distinguirlos de las prácticas.
En eso es en lo que fallamos.
Yo estaba en Jujuy el 17 de diciembre, hasta el 19. El 19 a la
tarde, me fui al aeropuerto de Jujuy, sin haberme enterado de
nada. Cuando llego al aeropuerto, en la televisión estaba puesto
el canal Todo Noticias. Fue una experiencia interesante. En TN
había una revolución, en el aeropuerto no había pasado nada.
Pero quiero contarles lo que me pasó el 17. Como decía, yo
había menospreciado la consulta, por esta intoxicación libresca
que uno tiene. Son pequeñas cosas, es un símbolo. El problema
es valorar las pequeñas cosas. Y eso uno lo puede hacer retrospectivamente. Lo que me hizo valorarla mucho después, fue
recordar a una profesora de la Facultad de Humanidades de la
Universidad de Jujuy, que todo el 17, estuvo sola, con un escritorio en la puerta de la Facultad, sin dejar pasar a nadie sin que
firmara. Estuvo todo el día ahí, prácticamente sin comer y con un
entusiasmo que me hizo pensar que estaba pasando algo. Lo que
se desenvolvió después fue toda esa energía que estuvo implementándose en la firma de la consulta. Es decir, lo que puso la
práctica de la consulta fue un límite moral, un límite ético a la
hecatombe que estaba ocurriendo y que alimentó el movimiento
insurreccional del 19 y 20 de diciembre.
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Lo que ocurrió ahí fueron una serie de relatos. El tema del
damnificado no se acota sólo en el ahorrista. Damnificados
somos todos. La indemnización laboral tiene que ver con haber
sido damnificado en la pérdida del trabajo. La condición de
damnificado tiene que ver con la lógica del capital. Hablamos
de la lógica del capital como si fuera algo ajeno y externo a
nosotros. Se terminó el tema de la revolución. Se terminó hace
mucho. Esto de que el soviet era la lógica del capital: el soviet
no era ni la lógica del capital, ni estaba en contra. En cualquier
caso, triunfó la lógica del capital. Uno puede pensar en utopías,
puede tener ideas justicieras, pero estamos estructurados por la
lógica del capital. Esta lógica es la que determina que en la
agenda se hable de los piqueteros, porque ése es el negocio de
los medios de comunicación. No es negocio hablar de los trabajadores, sino de los piqueteros. Artificializar un fenómeno –que
en definitiva es parcial– y convertirlo en la agenda. Eso es lo que
lleva a este tono de derrota que tiene que ver con que no podemos dar cuenta de lo real. Lo real es lo que somos nosotros. Lo
real es este discurso acerca de una historia, de un conjunto de
militancias, de prácticas concretas. Lo otro también es lo real, es
lo social. Pero hay una sensación de que al discutir los términos
teóricos que sí están en crisis –o sea el concepto de clase, de trabajo, de sociedad–, es la misma institución la que entra en crisis
y no siempre es necesariamente transferible. Viendo desde afuera a la CTA, he encontrado un modo de actuar institucional,
política y prácticamente que tiene consistencia, que ha definido
ciertos objetivos, que tiene una articulación con las prácticas y
que ha logrado dar cuenta de esas prácticas, aunque haya que
discutir las representaciones y los discursos.
Hay que hacer esta distinción, porque sino caemos en una
desmoralización y desvalorización sobre lo que se cree y lo
que se hace. Caemos en el microfascismo argentino. Nosotros
no tenemos “la suerte” de tener un buen y verdadero fascismo,
como Chile, como la Alemania Nazi. Sino que vivimos en el
microfascismo argentino, el del “mientras tanto”. Este “mientras tanto” significa: “ellos tienen hambre pero mientras tanto
yo quiero pasar”, “mientras tanto paso y que se mueran de
hambre”, “yo sigo yendo a mi trabajo, llegando puntual por| 32 | pampa
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APUNTES DE UN DEBATE
que su hambre no es mi problema”. Hay una estructuración a
nivel de un relato sobre eso que se impone desde los medios
de comunicación y las prácticas sociales. Esto es lo que hay
que combatir. Y, en diciembre del 2001, la consulta popular
estaba combatiendo eso. Porque estaba colocando a cada
sujeto frente a la idea de hacer algo, que parece muy ínfimo y
trivial como votar: Pero, ¿votar por qué? ¿Por un candidato en
este país de la lista sábana? No, era imponer una reflexión a un
sujeto sobre qué es lo que puede ser deseable en una sociedad,
sobre la necesidad de definir un piso desde el cual dar la discusión. Y en este sentido, creo que lo que sí fue un fracaso
colectivo en relación con el tema sobre el que trataba la consulta, es la universalización de los planes sociales. Porque el
único recurso, que proviene de hace más de 20 años en
Europa, para sostener una ética y una política del trabajo, es la
cuestión del piso salarial universal. La gente sobra en este
mundo del capitalismo avanzado. Ese es el problema. Ha habido una explosión demográfica. El recurso humano perdió
valor. Entonces, las luchas sociales giran alrededor de establecer el valor de las personas, de los ciudadanos. Y esto sólo se
ha logrado hacer, articulado con la lógica del capital, que es
una lógica de la ciudadanía y el consumo, mediante el discurso
del salario mínimo, universal, del piso salarial universal, independientemente del trabajo. Todo sujeto, por el sólo hecho de
existir tiene un salario mínimo, porque ésa es la base para los
derechos humanos, para la democracia, para la sociedad. Si
alguien se muere de hambre porque está desocupado debido a
las fluctuaciones del capital, no hay sociedad viable posible,
sólo hay guerra civil, disgregación, catástrofe. Es el estado en
que estamos nosotros. Es parte de nuestro fracaso colectivo no
haber logrado imponer en la agenda, salvo como una especie
de extravagancia, la cuestión de ese piso.
No creo en esta cuestión de las nuevas subjetividades. La
moda de hablar sobre las nuevas subjetividades es un relato
muy superficial sobre la forma de entender a los movimientos
piqueteros. Acá tenemos discrepancias que pueden no ser
librescas o teóricas, porque lo que puede ser válido en un terreno teórico, hay que ver cómo se articula en un colectivo social.
La palabra subjetividad es mucho más densa que la forma en la
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que se suele usar. No significa que uno se pone una insignia o
que vive de una manera determinada, sino que abarca al conjunto de las prácticas sociales. Yo no estoy negando la existencia de los piqueteros, lo que quiero decir es que esto se articuló con una subjetividad autoritaria clientelista que tiene que
ver con “el hecho maldito del país burgués”, para citar a John
William Cooke, con todas sus complejidades. No creo que se
pueda discutir la Argentina si no se discute ese hecho y
muchos de los debates eluden discutirlo porque hablan desde
una perspectiva ideal.
Cuando se habla de autonomismo en términos teóricos, se
ignora completamente la historia concreta de los últimos 50
años en Argentina. La Argentina no se puede discutir si no se
discute el peronismo y el gorilismo. Yo me defino mucho más
como un anti-gorila que como un peronista. Pero, claro, los
gorilas lo empujan a uno al peronismo. Hay una estructura de
poder y una estructura cultural en la Argentina ligada con esta
tensión. El gorilismo es básicamente el desinterés por la suerte
concreta de los sujetos concretos de la sociedad concreta.
Porque uno puede preguntarse cómo puede alguien sentarse en
una mesa y definirse como gorila. Yo a ellos les pregunto por
qué no se definen también como “nazi”. Ser gorila en Argentina
es adherir a estructuras abstractas –el democratismo, el republicanismo, el contrato moral, la corrección científica–, donde
uno se abstrae de lo real. La experiencia de la consulta era un
comportamiento vinculado con un contrato moral. El contrato
moral implicaba que se firmaba por un punto de partida ético
de cualquier discusión. Pero quedó desdibujado y no es casual
que ocurra eso. Y esto tiene que ver con el por qué se habla de
lo que se habla y no se habla de lo que no se habla. Ahí es
donde están las hegemonías. No hay que buscar tanto para ver
cómo se produce la hegemonía en una sociedad. Lo que se ha
hecho de la manera más perversa en Argentina es convertir en
tema de agenda, de espectáculo, a la miseria, la pobreza, la
lucha por la miseria. Lo han convertido en un tema obsceno.
Qué más quieren los medios que vayan los piqueteros a discutir cómo se están muriendo de hambre. Hay que sospechar de
esta democracia. ¿Cómo es que es tan fácil hablar? ¿Cómo es
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APUNTES DE UN DEBATE
posible una sociedad donde todos los actores sociales están
presentes? O esa es la imagen que se construye porque esos
actores no son todos, son sesgados, manipulados y construidos
por los medios de comunicación.
Hay que entender en qué medida el fenómeno de los piqueteros, el fenómeno cacerolero, el fenómeno del 2001 fueron
también co-construidos por los medios de comunicación. Y por
los intelectuales. Porque esta discusión que presentó María
Moreno en Página/12, es una discusión entre intelectuales
donde lo que se estaba poniendo en cuestión –desde una postura muy minoritaria, porque éramos sólo dos los que estábamos argumentando una posición frente a todos los demás–,
eran justamente los relatos. Se trataba más de hacer el poema
sobre los relatos –“oh qué maravillosos que sois los que están
las calles”–, en lugar de preguntarse qué es lo que se estaba
diciendo o lo que realmente se estaba pidiendo. Finalmente,
hay algo que me parece clave y es la conciencia clara que tenía
la CTA de que el problema era la universalización, y esto implicaba no tener un comportamiento oportunista sobre la relación
de trabajo y desocupación. Como sí, contrariamente, lo hace
cierta izquierda con su oportunismo movilizante massmediático, que es solo un recurso para colocar escenas en la televisión.
Acá hay un punto de discusión sobre las prácticas concretas
y reales. Hay que valorizarlas, sostenerlas, independientemente
de su visibilidad mediática. Porque la visibilidad mediática no
da cuenta de lo social. Es una representación. Y está tan en crisis como todas las demás. Pero como es ella la que se representa a sí misma tiene la capacidad y el poder de ocultar sus propios puntos ciegos. Es lo único que no se discute, el poder de los
empresarios mediáticos. Y todo el mundo tiembla frente a ellos.
Entonces, lo que tiene que hacer un movimiento social es dejar
de tener miedo al poder mediático, discutir el poder mediático,
pelear contra ese poder y no ser su rehén, como está ocurriendo. Esa idea de que la agenda nos amenaza de una manera y
que estamos en crisis porque la agenda nos dice que estamos en
crisis, hay que discutirla. Lo que digo no excluye de ninguna
manera que todos los textos, los discursos y las teorías están
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absolutamente en crisis y eso hay que discutirlo muy profundamente: el concepto de trabajo, de capital, la tecnología y todas
las problemáticas están en una crisis extrema. Entonces, creo
que hay que valorizar prácticas instituyentes, instituidas, prácticas de valorización de los derechos laborales y dar una lucha
por la representación de eso, pero no de acuerdo con las reglas
de los medios de comunicación hegemónicos. | pampa
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Modelo de dominación, tradiciones ideológicas y figuras de la militancia
por MARISTELLA SVAMPA
Comienzo con una auto-presentación. Alejandro Kaufman recordaba
una conversación telefónica que mantuvimos hace unos días, y subrayaba que
nosotros, en tanto profesores de la Universidad estatal, somos trabajadores
públicos, empleados públicos. Yo opiné
que había que ver cuál era la significación de esa caracterización, pues en realidad el Estado nos paga para que seamos
“expertos”. En este sentido, no va de suyo
que seamos intelectuales, que hagamos
intervenciones públicas como éstas. Y
esta tarea no es fácil, pues tampoco el
intelectual se confunde con el activista.
En realidad, la tarea del intelectual se
define en un equilibrio muy frágil que se
establece entre el compromiso y el distanciamiento, uno y otro necesarios para
la comprensión y la reflexión social. Por
otro lado, y por sobre todas las cosas, la
función intelectual es la de establecer
conexiones, crear puentes y vinculaciones entre distintos mundos. El intelectual
se define, de alguna manera, por su naturaleza anfibia, por su pertenencia a diversos mundos. Este es el gran desafío nuestro ante una sociedad que está muy fragmentada y, sobre todo, ante la proliferación de expertos que solo hacen intervenciones autoreferenciales, sin estable-
cer las conexiones o puentes con otras
realidades. A eso apunta la Universidad
pública que existe hoy en Argentina: a
formar expertos, antes que intelectuales.
Sobre la temática que nos convoca yo
quisiera subrayar tres ejes, o al menos
avanzar sobre tres temáticas para la discusión: hacer una caracterización del modelo de dominación; reflexionar sobre la
colisión de las tradiciones ideológicas a la
que asistimos a partir de 2002-2003 y,
finalmente, delinear algunos rasgos de las
figuras de la militancia que hoy asoman
como tendencias mayores. No me detendré en un análisis de la significación de
las jornadas del 19 y 20 de diciembre del
2001. En realidad, esas jornadas deben
insertarse en un proceso de movilización
mayor, que presenta diferentes etapas o
ciclos. Uno de ellos se inició en 1996/97,
a partir del surgimiento de las organizaciones de desocupados. Otro ciclo se
abre con las jornadas de diciembre de
2001, que marca la presencia de diferentes movilizaciones y sujetos sociales. No
olvidemos que el 2002 fue un año absolutamente extraordinario en el doble sentido
del término. Primero, porque anunció una
crisis generalizada –tanto en lo económico como en lo social y lo político–.
Segundo, porque dio emergencia a un
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nuevo protagonismo social, a partir de las
múltiples movilizaciones y experiencias
de auto-organización. En este sentido, y
más allá de los avatares presentes, las jornadas del 19 y 20 de diciembre tuvieron
una gran productividad y abrieron un
nuevo escenario político.
El modelo de dominación
En América Latina, la entrada en un
nuevo orden socio-económico implicó la
conjunción de dos procesos diferentes:
por un lado, la profundización de la trasnacionalización de la economía; por el
otro, la reforma drástica el aparato estatal, que produjo el desmantelamiento del
marco regulatorio del régimen anterior.
Este doble proceso, que atravesó en gran
medida el conjunto de los países latinoamericanos, desembocó en la institucionalización de una nueva dependencia, cuyo
rasgo común sería la exacerbación del
poder conferido al capital financiero, a
través de sus principales instituciones
económicas (FMI, Banco Mundial). En
este nuevo escenario, la economía se
separó y autonomizó, disociándose bruscamente de otros objetivos, entre ellos, la
creación de empleo y el mantenimiento
de un cierto estado de bienestar, ejes del
modelo de acumulación anterior.
Esos procesos resultaron ser más destructivos en la periferia globalizada que
en los países desarrollados, en donde los
dispositivos de control público y los
mecanismos de regulación social suelen
ser más sólidos, así como los márgenes
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de acción política de los propios Estados
nacionales, bastante más amplios. En
estas latitudes el proceso de “reestructuración” del Estado fue crucial. En realidad, antes que “extinguirse” o aparecer
como un fenómeno “residual”, el Estado
fue reformulado y reapareció bajo nuevos
ropajes. El caso argentino aparece aquí
como paradigmático. Por un lado, a lo
largo de los ´90, la drástica reconfiguración de las relaciones entre lo público y
lo privado tuvo como resultado el vaciamiento de las capacidades institucionales
del Estado. Por otro lado, la dinámica de
consolidación de una nueva matriz estatal se fue apoyando sobre tres dimensiones mayores: el patrimonialismo, el asistencialismo y el reforzamiento del sistema represivo institucional.
En efecto, en primer lugar, asistimos a
la emergencia de un Estado patrimonialista, esto es, al servicio de la lógica del
nuevo modelo de acumulación del capital, que tendría a su cargo impulsar el
desarrollo de la dinámica privatizadora,
favoreciendo la constitución de mercados monopólicos, protegidos por el propio Estado. En segundo lugar, en la
medida en que las políticas en curso
implicaron una redistribución importante
del poder social –generando un contingente amplio y heterogéneo de “nuevos
perdedores”–, el Estado se vio obligado a
reforzar las estrategias de contención de
la pobreza, por la vía de la distribución
–cada vez más masiva– de planes sociales y de asistencia alimentaria a las
poblaciones afectadas y movilizadas. En
tercer y último lugar, el Estado se encajulio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
minó hacia el reforzamiento del sistema
represivo institucional, apuntando al
control de las poblaciones pobres, por
medio de la represión y criminalización
del conflicto social. Así, frente a la pérdida de integración de las sociedades y el
creciente aumento de las desigualdades,
el Estado aumentó considerablemente su
poder de policía, lo cual implicó un progresivo deslizamiento hacia un “Estado
de seguridad”.
Este cambio de matriz societal fue
acompañado por grandes transformaciones de la política, que darían origen a un
nuevo modelo de dominación, asentado
sobre tres ejes: una determinada articulación entre política y economía, un estilo
de acción política y nuevas estructuras
de gestión. Así, el primer rasgo y tal vez
el más notorio del “modelo argentino”
fue sin duda el alcance que tuvo la
subordinación de la política a la economía, como resultado del reconocimiento
de la “nueva relación de fuerzas”. En los
primeros años, esta sumisión de la política a la economía formó parte de una
estrategia mayor de legitimación que,
apoyada en la situación de emergencia,
se esforzaba en subrayar el carácter ineluctable de las reformas. Dicha estrategia
apuntaba a despolitizar las decisiones,
restarle su carácter contingente, producto
de una conflictualidad, enfatizando con
ello el carácter unívoco de las reformas.
En este sentido, el establishment político
se esforzó en dar por sentado la identificación entre orden liberal y nueva dinámica globalizadora, naturalizando por
ende, la nueva dependencia.
En la mayoría de los países latinoamericanos estos procesos se apoyaron y, en
consecuencia, terminaron por reforzar la
tradición presidencialista existente. En
algunos casos, como el argentino, la
confluencia de una tradición hiper-presidencialista y una visión populista del
liderazgo –marcada por la subordinación
de los actores sociales y políticos al
líder–, aceleró la desarticulación de lo
económico respecto de lo social, al tiempo que garantizó el proceso de construcción política de una suerte de “nueva
soberanía presidencial”, frente al vaciamiento de la soberanía nacional, que
emergió así como la clave de bóveda,
esto es, la pieza fundamental, del nuevo
modelo de dominación política.
El tercer elemento del modelo es la triple inflexión de la política como gestión.
Esta inflexión se refiere al pasaje a un
determinado modo de “hacer política”
vinculado al mandato de los organismos
multilaterales, que puede ser sintetizado
como un nuevo modelo de gestión estatal. Las nuevas estructuras de gestión se
asientan sobre tres características fundamentales: la exigencia de profesionalización, la descentralización administrativa
y la focalización de la política social.
Dichas estructuras se nutren de un modelo de gerenciamiento, “la cultura del
management”. Según esta concepción, la
profesionalidad y el conocimiento colocarían al experto en una posición óptima
para aprehender el interés público o
general y, en consecuencia, para implementar las políticas más adecuadas. A su
vez, esto fue acompañado por un proceso
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de descentralización administrativa del
Estado, sobre todo de la salud y la educación. Asimismo, la focalización de políticas sociales conlleva intervenciones territoriales muy precisas en relación al cada
vez más empobrecido universo popular,
que tiene como telón de fondo el quiebre
o desdibujamiento del mundo obrero.
Dichos ejes fueron la clave para la reformulación desde el Estado de la relación
con las organizaciones sociales, peronistas y no-peronistas. Como consecuencia
de ello, las nuevas estrategias de intervención territorial fueron produciendo un
entramado social en el cual se insertaron
las organizaciones comunitarias, cada vez
más dependientes de la ayuda del Estado.
Estas políticas tuvieron un fuerte impacto en el mundo popular, acentuando el
proceso de territorialización que venía
viviéndose desde la última dictadura militar. Por un lado, el escenario daría cuenta
de la transformación del peronismo en
relación al mundo popular, en la medida
en que éste dejará de ser una contracultura política para transformarse en “clientelismo afectivo” y, en el límite, en un puro
lenguaje de dominación que se apoya
sobre intervenciones territoriales focalizadas. Por otro lado, la territorialización irá
develando la emergencia de un denso
tejido organizacional, en el cual adquiere
cada vez mayor relevancia la figura de los
militantes sociales. Esta red de militantes
sociales le va a otorgar, sin dudas, un
nuevo colorido a ese mundo popular.
Cierto es que entre 1999 y el 2001,
con la gestión de la Alianza, ese modelo
de dominación asentado tanto en la
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sumisión de la política a la economía, en
el liderazgo de tipo presidencialista, decisionista; en la triple inflexión de las
estructuras de gestión, se desmantela, se
desencastra, se desarticula. Pero se
desencastra de manera provisoria, no
definitiva. A partir del 2003, con Kirchner
asistimos a una recomposición de ese
modelo de dominación, visible en la reafirmación de la continuación de ciertos
elementos, como el decisionismo y la
consolidación de las estructuras de gestión, garantía misma del modelo asistencialista y clientelar. Esta continuidad fue
facilitada nuevamente por la convergencia entre una tradición hiper-presidencialista y una visión populista del liderazgo.
En relación al estilo de acción política,
el presidente Kirchner se hizo cargo de
ambos legados. Al igual que Carlos
Menem –diferencias de contexto estructural mediante–, Kirchner retomó ese espacio y fortaleció aun más el lugar de la
soberanía presidencial, pero con el objetivo de redefinir y otorgar mayor variabilidad a la relación entre economía y política. Así, puede afirmarse que existe una
suerte de “recuperación del espacio de la
política”, en la medida en que Kirchner
logró construir nuevos márgenes –variables– en dicha relación, en el contexto de
la nueva dependencia. Sin embargo, la
relativa “recuperación de la política” se
ha hecho en provecho del fortalecimiento
de la soberanía presidencial, de la
ampliación de la esfera de decisionismo
y personalismo del Ejecutivo y, por ello,
en desmedro de las propuestas de innovación y democratización política.
julio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
Por otro lado, y aunque parezca paradójico, la crisis del 2001 otorgó al peronismo una nueva “oportunidad histórica”,
pues le permitió dar un enorme salto a
partir de la masificación de los planes
asistenciales. Además, este proceso se vio
fortalecido por la dinámica de “reperonización” de importantes organizaciones
piqueteras (FTV, Barrios de Pie), caracterizadas por una fuerte matriz populista. En
este nuevo escenario, los dispositivos del
clientelismo afectivo se potenciaron y, a
la vez, se transformaron, asegurando así la
consolidación del modelo “desde abajo”.
La colisión de las tradiciones ideológicas
La Argentina actual presenta una faz
paradójica. Por un lado, el país aparece
recorrido por una proliferación de conflictos y movimientos sociales, en torno a
temas como el reclamo salarial, las
demandas de los desocupados y la defensa del habitat, entre tantos otros. Un conjunto de acciones colectivas que, en gran
parte, presenta un fuerte anclaje territorial, una clara propensión a la organización asamblearia y abarca una multiciplicidad de organizaciones y movilizaciones
sociales. Gran parte de estas movilizaciones sociales han sido y son portadoras de
una politicidad que desafía tanto los límites como las distorsiones estructurales del
sistema representativo vigente.
Por otro lado, pese a la tan mentada
crisis del sistema institucional y de los
partidos políticos tradicionales, manifiesta
a partir de 2001, pese a la vitalidad de
las acciones y movimientos sociales,
éstos presentan una gran dificultad por
constituirse en una nueva alternativa político-social o, de manera más modesta, de
lograr una traducción político-institucional que apunte a una real vinculación
entre los diferentes actores sociales y
políticos movilizados. Más aún, las elecciones parlamentarias de octubre de
2005 parecen indicar que “desde arriba”
el escenario político se halla cada vez
más caracterizado por una suerte de
“peronismo infinito”, hoy fortalecido
tanto por el debilitamiento de los restantes partidos tradicionales como por la
pérdida de los pocos escaños que poseía
la izquierda parlamentaria, mientras que
“desde abajo” el desarrollo de una fuerte
política asistencial y clientelar, a lo que
hay que sumar la crisis de las organizaciones de desocupados, asegura al partido en el poder su reproducción política,
en la relación con los sectores populares
más vulnerables.
En este eje me gustaría hacer referencia
a algunos de los principales obstáculos
que presentan los movimientos sociales
en su proceso de articulación políticosocial, a nivel interno. Acerca de los factores externos sólo quisiera hacer mención, una vez más, a la productividad
política del peronismo, la cual se nutre
menos de una supuesta vocación de
poder que estaría ausente en sus opositores, que de un hábil liderazgo presidencial que sintetiza legado decisionista y eficacia populista, así como de una demanda de normalidad institucional vehiculizada por una sociedad golpeada por el despampa | 41 |
vanecimiento de la ilusión neoliberal
–pertenencia a un supuesto “Primer
Mundo”–, la posterior amenaza de disolución social, vivida bajo la gran crisis de
2001-2002. Por supuesto, todo ello no es
independiente del contexto de fuerte crecimiento económico que atraviesa el país.
En realidad, quisiera mencionar algunos de los factores propiamente internos
que dificultaron una verdadera articulación del espacio militante. Para ello, voy
a referirme al estado actual de las tres
vertientes que recorren hoy el campo de
las izquierdas. Sin duda, lo más notorio
dentro del espacio militante ha sido la
creciente fragmentación organizacional,
lo cual se halla ligada a las posiciones y
diagnósticos asumidos por las distintas
corrientes de la izquierda. En realidad,
lejos de buscar las convergencias estratégicas, las diferentes vertientes ideológicas
han potenciado el conflicto interno y,
con ello, la división ad infinitum de
movimientos y organizaciones. Veamos
más precisamente los problemas y dificultades expresados por cada una de
estas vertientes.
En primer lugar, en todo este proceso
cabe una responsabilidad mayor a la
izquierda partidaria. Sobre todo en sus
diferentes variantes del trotskismo, cuyo
grado de dogmatismo ideológico, cuya
visión cortoplacista del poder, del sujeto
político y, por consiguiente, de la estrategia de construcción política, han sido
mayores. La misma caracterización de
“argentinazo” referido a las jornadas de
diciembre de 2001 alimentaba la apelación a la movilización constante que
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tenía, sin dudas como horizonte, la figura
de la insurrección. En ese sentido, fueron
notorios los errores de diagnóstico político realizados por la izquierda partidaria,
sobre todo, en lo que se refiere a la negación del cambio de oportunidades políticas –la redefinición del escenario político
a partir de 2003 y la demanda de “normalidad”–, como a la subestimación de
la productividad del peronismo. Esta
ceguera ideológica contribuyó al éxito
del proceso de deslegitimación y aislamiento social de las organizaciones de
desocupados que llevará a cabo el
gobierno nacional a partir de 2003.
Por otro lado, hay que tener en cuenta
que las inveteradas tentativas de la
izquierda partidaria por forzar una suerte
de hegemonía dentro del campo militante
suelen terminar, más temprano que tarde,
en fuertes implosiones organizacionales e
ideológicas, lo cual se ha venido traduciendo en el vaciamiento del capital político y simbólico de los nuevos movimientos. Así sucedió en 2002 con las incipientes asambleas barriales; proceso que
entre 2003 y 2004 alcanzaría a las organizaciones de desocupados. Además, en
tiempos electorales los partidos de
izquierda suelen acentuar el énfasis instrumental respecto de las organizaciones
sociales, en detrimento de su autonomía
decisional –concepto por demás tabú al
interior de los partidos– y del desarrollo
de una lógica de construcción más territorial –ligada al trabajo comunitario y los
emprendimientos productivos–, tan inherente a las organizaciones de desocupados. En este sentido, la izquierda partidajulio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
ria refleja una perspectiva muy “clásica”
de lo que es la sociedad, basada en el
modelo fabril, salarial, el cual impregna
su lectura acerca de las clases sociales, el
poder y el Estado. En fin, esto alimenta
una visión muy miserabilista acerca de la
nueva red de militantes sociales y de la
tarea que realizan las nuevas organizaciones sociales; todo lo cual se traduce
en una gran dificultad por entender los
elementos innovadores de las nuevas
organizaciones y la potencialidad de ciertas experiencias de recreación de los
lazos sociales desde el mismo barrio.
En segundo lugar, podemos señalar el
rol más reciente que puede adjudicarse a
la izquierda populista, que ha terminado
por reactivar los elementos más negativos
de la tradición nacional-popular, a partir
de su alianza con N. Kirchner. Aclararé
qué entiendo por populismo o matriz
nacional-popular –que utilizo de manera
indistinta y sin connotaciones peyorativas.
Para decirlo de manera esquemática, la
matriz nacional-popular se asienta sobre
tres principios o afirmaciones mayores:
• La conducción a través del líder –un
liderazgo carismático o personalista,
según los casos, con fuerte retórica
nacionalista.
• Las bases sociales organizadas –la
figura del Pueblo-Nación.
• La constitución de una coalición
interclases, condición para una
redistribución de la riqueza más
equitativa –un modelo socio-económico integrador, que implica la afirmación del Estado.
De esta manera, la tradición populista
presenta diferentes variantes, según los
ejes que estén presentes y la manera en
que se articulen entre ellos. En este sentido, hay que señalar que la tradición
populista argentina retoma elementos
diferentes respecto de aquellas otras
experiencias que recorren el continente,
como es el caso de Bolivia, donde la tradición nacional-popular reaparece ligada
a las demandas de nacionalización de los
hidrocarburos, que proclaman el conjunto de los actores movilizados. Asimismo,
pese todas las afinidades –más deseadas
que efectivamente existentes–, el modelo
kirchnerista poco tiene que ver con el
proyecto propugnado por Chávez en
Venezuela, cuyo carácter controvertido y
ambivalente nos advierte ya acerca del
carácter multidimensional de esa experiencia populista. A diferencias de las
experiencias citadas, en Argentina, la tradición populista tiende a desembocar en
el reconocimiento de la primacía del sistema institucional, a través del protagonismo del Partido Peronista, por sobre
aquel de los movimientos sociales.
Esta inflexión no es solo el resultado
de una relación histórica o de un vínculo
perdurable entre partido peronista y organizaciones sociales, sino que responde a
una cierta concepción del cambio social:
aquella que deposita la perspectiva de
una transformación en la reorientación
política del gobierno, antes que en la
posibilidad de un reequilibrio de fuerzas
a través de las luchas sociales. Esta primacia del sistema político-partidario tiende a expresarse en una fuerte voluntad de
pampa | 43 |
subordinación de las masas organizadas a
la autoridad del líder –como lo ilustran
de manera evidente tanto los sindicatos
de la otrora poderosa Confederación
General del Trabajo, así como actualmente las organizaciones piqueteras oficialistas–. Al mismo tiempo, esto se
expresa a través de la desconfianza hacia
las nuevas formas de auto-organización
de lo social y sus demandas de empoderamiento y autonomía. En realidad, como
para la izquierda partidaria, para la tradición populista argentina y sus herederos
actuales, la cuestión de la autonomía de
los actores constituye un punto ciego,
impensado, cuando no una suerte de
paradigma incomprensible y hasta “artificial” en función de nuestra geografía de
la pobreza. Asimismo, esta no-tematización denota que el populismo argentino
–en todas sus facetas, independientemente de las internas partidarias– tiene un
gran desconocimiento de las nuevas tendencias organizativas globales, al tiempo
que no valora las nuevas prácticas políticas ni el impacto positivo que éstas
podrían ejercer en un proceso de reformulación del contrato social, en un sentido incluyente.
En tercer lugar, no es posible soslayar
el rol que han tenido aquellos grupos que
componen el heteróclito espacio de las
organizaciones independientes, caracterizados por una narrativa autonomista. No
hay que olvidar que las nuevas experiencias militantes –sobre todos en los jóvenes– se nutren de un ethos común: aquel
que afirma como imperativo la des-buro| 44 | pampa
cratización y democratización de las
organizaciones y se alimenta, por ende,
de una gran desconfianza respecto de las
estructuras partidarias y sindicales, así
como de toda instancia articulatoria
superior. Por ello mismo no es casual la
fuerte resonancia que en Argentina ha
tenido lo que genéricamente se ha venido denominando “autonomismo”. Esta
nueva narrativa política, que atraviesa un
conjunto de colectivos y movimientos
contra la globalización neoliberal, se
nutre también del pensamiento de un
sector de la filosofía política italiana,
especialmente de la obra de Toni Negri y
Paolo Virno y, a nivel continental, reconoce su modelo de referencia en la experiencia y el discurso zapatista. Sin embargo, en Argentina ha sido muy influyente
también la versión visiblemente más simplificada que presenta el libro de
Holloway, “Cambiar el mundo sin tomar
el poder”.
En realidad, hay autonomía y hay autonomismos. Así, la defensa de la autonomía
recorre hoy una parte importante de las
experiencias sociales y políticas contemporáneas. Pero el “autonomismo” es otra
cosa; se refiere a una visión hiperbólica
de la autonomía y, como tal, presenta una
crítica radical a cualquier forma de poder,
aún aquellas que apunten a la posibilidad
de construir articulaciones superiores en
vista de la producción de un bloque contra-hegemónico. Así, pese a que el campo
de la autonomía es mucho más amplio y
variopinto que lo que las referencias anteriores indican, lo cierto es que en Argenjulio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
tina éste tuvo su inflexión hiperbólica
entre los movilizados años 2002 y 2003.
En fin, convengamos que si la izquierda
partidaria y populista posee más de un
punto ciego respecto de la comprensión
de las nuevas formas de auto-organización de lo social, para el caso del autonomismo su dificultad estriba tanto en su
visión unidimensional del poder y la relación con el Estado, como en la negación
de la posibilidad de pensar la instancia
de la articulación política como algo más
que una coordinación horizontal de
movimientos diferentes. No es raro que,
para muchos militantes que se reconocen
en el autonomismo, la noción misma de
“hegemonía” –en un país donde el pensamiento de izquierda de hace unas
décadas nomás estuvo muy marcado por
la obra de A.Gramsci– se haya convertido en una suerte de cristalización de
todos los males...
Lo cierto es que la tentación hegemonizante de los partidos de izquierda no
hizo más que potenciar los elementos
extremos del campo autonomista, que en
muchos casos confundió la defensa de la
diferencia con el llamado a la pura fragmentación, así como tendió a disolver la
lógica política en la acción contracultural, o en una suerte de afirmación de
autonomía de lo social –la ontologización de lo social–, carente de mediaciones. Por otro lado, en el marco de una
lógica recursiva de lo social, dicho exceso tuvo su traducción posterior en una
reacción de rechazo a toda forma de
defensa de la “autonomía”. Por ello, no
es raro que a la hora actual, sobre todo
dentro del campo piquetero y las organizaciones contraculturales, se haya registrado una suerte de involución por parte
de ciertos grupos y colectivos militantes
que, decepcionados de la poca repercusión política que han tenido las promesas
de democratización y horizontalidad sostenidas por el autonomismo –pues la
política de Kirchner ha traído consigo
una profundización del clientelismo en el
mundo de los sectores populares– y ante
el nuevo cierre de las oportunidades políticas, hoy tiendan a refugiarse en una
defensa por demás ortodoxa y dogmática
de los principios revolucionarios clásicos.
Insisto que cuando afirmo que a partir
de 2002 se entrecruzaron y potenciaron
los elementos más reactivos de estas tres
tradiciones ideológicas, estoy minimizando los elementos positivos que están presentes en otras experiencias del campo de
las organizaciones sociales, y que creo
necesario rescatar. Respecto de la narrativa autonomista, es importante tener en
cuenta que la autonomía aparece no sólo
como un eje organizativo, sino también
como un planteo estratégico, que remite a
la “autodeterminación” de los sujetos.
Asimismo, esta aspiración converge con
la valorización de la práctica en sí misma,
en tanto modalidad de construcción política, antes que la adhesión a las grandes
declaraciones ideológicas o a los acuerdos programáticos. Ambos ejes atraviesan
de manera central el proceso de recomposición de las subjetividades políticas
contemporáneas. Respecto de los partidos
de izquierda, uno puede advertir también
la importancia de elementos que remiten
pampa | 45 |
a la centralidad que adquiere la interpelación clasista, muy especialmente en contextos de grandes asimetrías sociales y
económicas. Sin duda, ello nos ayuda a
recordar que en Argentina en 30 años
hemos pasado del “empate social o
empate hegemónico –como se lo denominaba en sociología–, a la “gran asimetría”, reflejada en la distancia entre la
elite económica y política y los sectores
subalternos, que engloban tanto a las
fragmentadas clases medias como a los
empobrecidos sectores populares. Por
último, la tradición nacional-popular nos
recuerda la necesidad de repensar desde
una óptica “positiva” el rol del Estado
nación. Y ello en un contexto de debilitamiento del Estado nacional y en el marco
de una dependencia que, como diría
Guillermo O’Donnel, ha llegado a niveles que ni remotamente imaginaban
aquellos que escribieron sobre ello en los
años ’60/’70.
En definitiva, la posibilidad del surgimiento de un nuevo sujeto político que
pudiera encarnar la fuerte expectativa de
cambio que recorría la sociedad argentina de principios del nuevo milenio se
desvaneció, no sólo ante la vuelta a la
normalidad institucional encarnada por
el “peronismo infinito”, sino también por
la abierta divergencia que se instaló
entre las diferentes vertientes ideológicas
que recorren el movilizado campo de las
organizaciones sociales. Así, lo sucedido
entre 2003 y 2005 deja planteado no
sólo la importancia de la disputa cultural
y simbólica en toda puja política frente
al proceso de estigmatización de las
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luchas sociales, sino la necesidad de tender puentes y articulaciones entre los
elementos más positivos y aglutinantes
de las diferentes vertientes de la izquierda –la tradición nacional-popular, la tradición marxista clásica y la narrativa
autonomista–, que recorren y forman
parte del acervo popular.
Nuevas subjetivades
y formas de la militancia
El tercer eje que quiero presentar alude
al proceso de recomposición de las subjetividades políticas. En los últimos años
han surgido nuevas figuras de la militancia y me atrevería a decir, aunque el término suene complicado, un nuevo ethos
militante, entendiendo por ethos un conjunto de orientaciones éticas y políticas
que estructuran la acción.
Por encima de las diferencias sociales
y nacionales, uno de los componentes
más significativos de las movilizaciones
sociales contemporáneas es
1) la auto-organización comunitaria.
Esta dimensión “material”, ligada a la producción y reproducción de la vida, a partir
de la gestión de las necesidades básicas,
aparece como uno de los rasgos constitutivos de los movimientos sociales en América Latina, tanto de los movimientos campesinos, muchos de ellos de corte étnico,
como de los nuevos movimientos urbanos,
asociado a la lucha por la satisfacción de
las necesidades más elementales;
2) la acción directa, a saber, nuevos
repertorios de acción que enfatizan la
julio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
acción sin mediaciones, como los bloqueos, cortes, ocupaciones, entre otros y
3) el desarrollo de prácticas asamblearias, a través de formas de democracia
directa y participativa. Así, las estructuras
de movilización existentes se colocan en
tensión respecto de las formas jerárquicas y centralizadas canalizadas tanto por
los partidos de izquierda –sean de cuño
leninista o de matriz socialdemocráta–,
como por las organizaciones latinoamericanas que propugnan una suerte de
movimientismo tradicional, propias de la
matriz populista.
Mi hipótesis es que estas dimensiones o
tendencias de los nuevos procesos de
movilización se constituyen en los ejes
organizadores que van configurando las
subjetividades militantes contemporáneas.
Estos ejes nos proporcionan así una nueva
entrada para leer las relaciones entre
dimensiones subjetivas de la política y
nuevos modelos de militancia, al tiempo
que nos ayuda a complejizar las relaciones entre política y marcos ideológicos.
Un primer abordaje de dicha temática
nos permite detectar dos figuras centrales
de la militancia: en primer lugar, la figura
“local” del militante social, que encontramos en diferentes movimientos sociales de
América Latina; en segundo lugar, la figura
“global” del activista cultural, que se halla
difundida en distintas latitudes, tanto en
los países del centro como de la periferia.
Aclaro, que estoy hablando de las grandes
tendencias, a fin de señalar los elementos
centrales de un proceso. En este sentido,
la tendencia revela la centralidad del
militante social o territorial y del activista
cultural. El militante sindical posee un rol
muy importante, pero en la actualidad no
aparece como el protagonista central de
los nuevos procesos sociales.
Veamos brevemente las dos figuras
enunciadas más arriba.
• El militante social o territorial. El
desarrollo de redes territoriales, concebidas como estrategias de sobrevivencia,
tiene una larga historia en América Latina.
Durante los ´60/´70, éstas dieron origen a
los llamados “movimientos sociales urbanos” cuyas demandas –servicios básicos,
títulos de la tierra–, se orientaban hacia el
Estado, lo cual ponía de manifiesto las
limitaciones “integracionistas” del modelo
nacional-popular. Sin embargo, en los ´90,
la globalización en su versión neoliberal,
caracterizada por la superación de las
fronteras, así como por el desmantelamiento del Estado social, produjo una
inflexión mayor en el heterogéneo mundo
de los sectores populares latinoamericanos. Como hemos señalado antes, la
implementación de un nuevo modelo de
gestión, asociado al discurso neoliberal y
al mandato de los organismos multilaterales, produjo así la acentuación del proceso de empobrecimiento y territorialización
de los sectores populares, a través de una
batería de políticas sociales focalizadas.
En consecuencia, las nuevas redes territoriales se constituyeron en el locus del conflicto, en la medida en que fueron emergiendo como el espacio de control y
dominación neoliberal, a través de las
políticas sociales compensatorias, al tiempo que se convirtieron también, en diferentes países de América Latina, en el
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lugar de producción de movimientos
sociales innovadores. Este proceso colocará en el centro de la nueva política local
la figura del mediador, a través del “militante social”.
La centralidad que ha adquirido el militante social, como hemos visto antes, se
halla vinculado al proceso de territorialización de los sectores populares y a la lucha
por la sobrevivencia. Aunque no conoce
una figura única ni una evolución lineal,
el militante social aparece desde el origen
asociado al peronismo. En los últimos
años, dicha figura ha conocido diferentes
inflexiones. En este sentido, tocaría a las
organizaciones de desocupados la tarea de
abrir una brecha en este transformado
mundo popular, por fuera del peronismo,
tornando posible la emergencia de nuevas
prácticas políticas, a través de la resignificación política de la militancia territorial,
cuyos ejes serían precisamente la crítica
al clientelismo y la afirmación de la dignidad. En consecuencia, entre 1997 y 2002,
el surgimiento de nuevas organizaciones
de tipo territorial, aunque no llegó a cuestionar la hegemonía del peronismo, puso
en evidencia no sólo el deterioro de la
relación entre el peronismo y el mundo
popular, sino también la posibilidad de la
politización de lo social. Más aún, la
nueva experiencia se fue apropiando y
actualizando con las apelaciones más plebeyas del mundo popular, tan asociadas al
peronismo de otras épocas, como expresión auténtica de la gente “de abajo”.
•El activista cultural. La expansión de
colectivos culturales, tanto en el ámbito
de la comunicación alternativa como de
| 48 | pampa
la intervención artística, constituye una
de las características más emblemáticas
de las nuevas movilizaciones sociales.
Muchos de estos colectivos se basan en
grupos de afinidad, que desaparecen una
vez realizada la acción. En este sentido,
en tanto movimientos de “experiencia”,
donde la acción directa y lo público aparecen como un lugar de construcción de
la identidad, no resulta extraño que gran
parte de estos grupos se agoten en la
dimensión cultural-expresiva y no alcancen una dimensión política. Sin embargo,
en otros casos, sobre todo en países capitalistas periféricos como el nuestro, los
colectivos culturales deliberadamente
buscan una mayor articulación con los
movimientos sociales, constituyéndose en
creadores de nuevos sentidos políticos y
culturales, o bien, asumiendo el rol de
reproductores de los acontecimientos en
un contexto de intensificación de las
luchas sociales. Esta forma de militancia
expresa así una vocación por el cruce
social y la multipertenencia, en el marco
del desarrollo de relaciones de afinidad y
redes de solidaridad con otras organizaciones. La experiencia argentina de los
últimos años refleja a cabalidad el desarrollo y eclosión de nuevos colectivos
culturales, cuya tarea ha ido fructificando
o declinando en función de su mayor o
menor articulación con movimientos
sociales.
Estas dos figuras enfrentan hoy obstáculos diferentes. En el caso del militante
social, ello se ve reflejado en las dificultades por politizar lo social en el marco
de un “cierre” del peronismo desde abajo
julio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
y ante las limitaciones que presupone
una tarea tan asociada a la gestión de las
necesidades básicas. La actual crisis de
las organizaciones de desocupados no es
ajena al estallido de esta tensión, ya inscripta en sus mismos orígenes. Asimismo,
los militantes o activistas culturales han
contribuido de manera decisiva a recrear
los sentidos de la protesta –como en
nuestro país, sobre todo a partir del año
2002, y hasta el presente, aún sin tener la
visibilidad de los años anteriores–. Sin
embargo, hoy, el lazo con los movimientos sociales aparece muy debilitado o,
por el contrario, cuando éste existe, el
activista cultural se halla muy encapsulado en el espacio militante. El tema no es
menor, pues el activista cultural es, como
el intelectual, un anfibio, y en ese sentido
tiene que llevar a cabo, un rol articulador, particularmente importante en tiempos de fragmentación social y aislamiento
de las experiencias militantes. Cómo politizar la tarea del militante social, vincularlo con otros ámbitos –sobre todo, con
el sindical–; cómo dotar de una nueva
dimensión articuladora el trabajo del activista cultural, aparecen hoy como dos de
los grandes desafíos. Aunque no son
seguramente los únicos. | pampa
pampa | 49 |
Const r uir el actor c olect i vo
por ISABEL RAUBER
1.
Condiciones nuevas
para la izquierda
Las condiciones sociopolíticas del continente se han modificado sustantivamente
en los últimos cinco años. Luchas sociales
y levantamientos populares marcaron el
ritmo de las resistencias de los pueblos
ante la embestida neoliberal y su secuela
de destrucción de los aparatos productivos
industriales y rurales, de saqueo de los
recursos naturales, de apropiación descarada de los bienes nacionales, de robar los
depósitos bancarios de ahorristas privados... La desocupación, el hambre, el
analfabetismo y las enfermedades curables
volvieron a enseñorearse por los campos
empobrecidos y los suburbios de las grandes ciudades latinoamericanas. Y todo ello
a nombre de la modernización, el progreso y la democracia.
Esta situación –que parecía por momentos, inevitable e indetenible–, está comenzando a ponerse en cuestión y a revertirse.
Procesos político-sociales como el de
Venezuela bolivariana, han conmovido las
fibras dignas y patrióticas de hombres y
mujeres de estas tierras: campesinos, trabajadores urbanos empleados y desempleados, pobladores originarios, mestizos,
negros, mulatos, intelectuales y profesio| 50 | pampa
nales conscientes de la realidad, y muchos
otros sectores. Brasil, con Lula, recomenzó
la senda del cambio iniciada por Cuba.
Hoy, Bolivia es el más digno ejemplo
de que sí es posible cambiar esta realidad
de opresión, discriminación, saqueo e
injusticia. No es cualquier sector el que
ha asumido la representación de todos los
bolivianos, sino, ni más ni menos que uno
de los más discriminados entre los discriminados –por derecha y por izquierda–:
los cocaleros. Haciendo posible lo imposible, un descendiente de los pueblos indígenas, un campesino sin tierras para cultivar como no sea la hoja de coca, es decir,
un cocalero, encabeza el gobierno nacional como ayer las luchas urbanas, los cortes de carreteras, la oposición parlamentaria, la unidad de todas las fuerzas sociales
a favor de Bolivia libre y soberana.
En Chile, la Presidencia del país fue
ganada por una mujer claramente identificada con el progresismo. Igualmente un
gobierno de este corte dirige los destinos
de Argentina desde el 2003. En Uruguay,
el Frente Amplio, llegó a ser gobierno
nacional en el 2005, luego de más de 35
años de luchas y resistencias.
Esto sin olvidar el significativo y trascendental levantamiento indígena de Chiapas,
en el 94; los levantamientos indígenas de
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APUNTES DE UN DEBATE
Ecuador y sus llegadas al gobierno nacional en dos ocasiones; las resistencias
populares en Perú, Colombia, Paraguay;
los aportes de la izquierda salvadoreña.
Todo esto marca un cambio sustantivo
en la situación sociopolítica actual del
continente, sobre todo en la región suramericana. La participación en elecciones
nacionales, estaduales, provinciales y
municipales se abre paso como camino
para los cambios buscados. Luego de
Brasil y Venezuela, con la llegada de Evo
a la presidencia de Bolivia, la vía democrática –que después de la experiencia
chilena del 73 parecía un camino inestable y poco confiable–, ha mostrado nuevas aristas y posibilidades si se asume
articulada a una estrategia de construcción de poder propio desde abajo, y –a la
vez– como parte medular de ella.
La coyuntura ha cambiado: ya no es la
de los años 80 y 90, cuando reinaba el
pensamiento único neoliberal del “fin de
la historia”, del “no queda otra”. Hoy está
claro, resulta palpable para los pueblos
de este continente, que es posible otro
mundo, que es posible otro país, si los
pueblos asumen conscientemente la responsabilidad y la tarea de construirlo,
desde abajo, día a día. Y esto, como dijera el Presidente Hugo Chávez en la clausura del último Foro Social Mundial policéntrico realizado en Caracas, no es para
mañana, es ahora que puede hacerse.
Para ello, la política revolucionaria
enfrenta hoy varios desafíos, uno de ellos
central: construir el actor social y político
colectivo capaz de llevar adelante los procesos sociales y políticos concretos nece-
sarios para transformar las sociedades en
las condiciones de la democracia latinoamericana, con las oportunidades que ella
brinda hoy y a pesar de sus limitaciones;
profundizarla, transformarla, es parte también de las tareas sociotransformadoras.
El gobierno, una herramienta
posible para la transformación
No existe justificación, después de la
realidad actual de Venezuela, para afirmar que es imposible hacer transformaciones sociales radicales siendo gobierno,
argumentando –por ejemplo– que el
Estado está en manos de sectores enemigos y que no se tienen aún las fuerzas
necesarias para impulsar los cambios previstos. Si el peso del Estado burocrático y
oligárquico es mayoritario, la experiencia
venezolana enseña que es posible hacer
lo que haya que hacer para construir las
fuerzas propias, para desarrollar y fortalecer la participación protagónica del pueblo en el proceso y, con ella, construir
desde abajo el poder del pueblo que es, a
la vez, un proceso de construcción del
sujeto revolucionario, de su conciencia y
organización revolucionarias. Es precisamente por ello que en el proceso revolucionario venezolano cristaliza hoy la
experiencia de transformación política y
cultural –práctica-educativa– que se
viene gestando en distintas latitudes de
nuestro continente. Los logros están a la
vista, también los desafíos.
La participación en la disputa política
por el gobierno nacional resulta clave. En
pampa | 51 |
las condiciones actuales, lo contrario implicaría, de hecho, la negación de toda
política y tornaría un sinsentido la lucha
de clases, la acumulación de fuerzas y la
construcción sociopolítica toda, ya que
–de antemano– se les impondría un límite que –por definición– no se desearía
traspasar.
El problema radica, por un lado, en
cómo superar la desconfianza instalada
en las mayorías populares hacia los partidos políticos, los políticos y la política, y
–anudado a ello–, por otro, en cómo
hacer política de un modo y con un contenido diferente al tradicional. Porque
hacer política es imprescindible y fundamental, tanto para lograr alguna salida
positiva a las luchas reivindicativo-sociales, como para el desarrollo político de
sus protagonistas. “No resulta suficiente
protestar contra las injusticias. No resulta
suficiente proclamar que otro mundo es
posible. Se trata de transformar las situaciones y tomar decisiones efectivas. Y en
ello radica la pregunta acerca del poder.”
[FRANÇOIS HOUTART: 1]
En esta perspectiva, la participación en
parlamentos y gobiernos provinciales,
estaduales y nacionales, resulta central.
Lo que podría entenderse como vía electoral para realizar las transformaciones
sociales, resulta hoy un camino medular
para el proceso de construcción, acumulación y crecimiento de poder, conciencia, propuestas y organización política
propias, en proceso de (auto)constitución
de los actores sociales y políticos en sujeto popular del cambio.
Esta es una definición de fondo, estraté| 52 | pampa
gica y primera. Deja sentado, de inicio,
que participar en elecciones, llegar a ser
gobierno de un país –con todos los desafíos que ello implica–, es parte de un camino que puede contribuir enormemente a
impulsar la transformación social hacia
objetivos superiores. Estar en el gobierno
dota a las fuerzas sociales transformadoras
de un instrumento político de primer
orden que, en conjunción con el protagonismo de las fuerzas sociales extraparlamentarias populares activas, puede abrir
puertas para promover transformaciones
mayores. Ni la participación electoral, ni
el ser gobierno provincial o nacional
constituyen –en esta perspectiva–, la finalidad última de la acción política.
Por un lado, esto define los métodos y
el o los instrumentos a emplear, crear,
etcétera. Por otro, indica la apertura de
un largo proceso de cambios, que es
–precisamente– lo que caracteriza las
transformaciones sociales de la época
actual, pues la transición a otra sociedad
supone, necesariamente, la articulación
de los procesos locales, nacionales y/o
regionales con el tránsito global hacia un
mundo diferente –y la formación del
sujeto revolucionario global–.
Se puede avanzar –de hecho ocurre–
en el ámbito de un país, pero es necesario
ir generando simultáneamente consensos
regionales e internacionales, interarticularse con otros procesos sociotransformadores de similar orientación. En Latinoamérica se abren hoy grandes oportunidades
para ello, dada la coincidencia histórica
de gobiernos –cuando menos– críticos del
sistema neoliberal global. Es una situación
julio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
que emerge como resultado de la acumulación de resistencias y luchas de los pueblos, que marca el predominio de la tendencia transformadora que se abre paso
en medio (a través) de la casualidad.
El desafío es, en este sentido, superar la
sorpresa y poner en marcha propuestas
concretas que permitan, por un lado, fortalecer (y articular) las organizaciones sociales populares y, por otro, profundizar los
procesos de cuestionamiento de las medidas regresivas del neoliberalismo, frenar su
implementación y, de ser posible, anular
su vigencia. Sobre esa base, y simultáneamente, el objetivo es avanzar en la construcción de alternativas concretas, desarrollar programas de gobierno que –teniendo
en cuenta la correlación de fuerzas existente y las posibilidades de modificarla
favorablemente–, impulsen el máximo
posible los procesos sociotransformadores.
La participación en elecciones, en inferioridad de fuerzas, tiene sentido cuando
es parte de un camino de acumulación
política. En esa relación, es un objetivo
coyuntural en situación de avanzar hacia
la realización de determinados pasos, establecidos en función de la estrategia global.
Esta supone la conquista del ámbito gubernamental nacional como herramienta política primera para impulsar desde el gobierno transformaciones mayores. En tanto tal,
lo electoral es siempre instrumento, medio
y vía, nunca un objetivo en sí mismo.
No se trata de llegar al gobierno para
ocupar cargos, sino hacer de los cargos
una palanca capaz de propiciar el avance
colectivo hacia los objetivos consensuados
socialmente, de concretar determinadas
propuestas previa y colectivamente definidas, y de crear otras. Esta es, de última, la
trascendencia de la tarea. Y llama también
a no minimizar la decisión de quienes
desempeñarán determinadas funciones a
través de los cargos de gobierno. En cualquier caso, todo esto debe ser diseñado y
decidido con la participación plena de
los actores sociales y políticos articulados
orgánicamente, concientes de por qué se
hace lo que se hace, y para qué.
Gobierno y proyecto alternativo
La vida se juega ahora y es ahora
cuando hay que responder por ella. Esto
supone identificar los elementos comunes
a partir de los cuales sea posible articular
actores sociales con problemáticas y propuestas diversas, coordinar acciones concretas combinando la lucha por la sobrevivencia y por reivindicaciones inmediatas, con la defensa (y construcción) de la
soberanía nacional, regional, continental
y global de los pueblos. Tales coordinaciones podrían ser un paso hacia la constitución de frentes populares: por la paz,
a favor de la vida, por el derecho al trabajo, a la producción de alimentos, a la
educación, a la salud, a la protección de
la naturaleza, etcétera.
PROYECTOS DE ENTRADA
Proponer políticas para ello, implica
construir alternativas programáticas y
organizativas que cristalizarían en lo que
denomino –con Dieter Klein–, proyectos
de entrada o de partida.
pampa | 53 |
Se tata de proyectos que se construyen
poniendo el énfasis político en solucionar
o paliar la problemática social, política,
económica y cultural en la coyuntura en
la que intervienen. Resultan condicionados por la correlación de fuerzas existente
en los ámbitos local e internacional, y –a
la vez– estimulados por las posibilidades
que este “escenario” les brinda.
Pensar en los proyectos de entrada,
llama a concentrar los esfuerzos colectivos en la construcción del programa
político (de oposición y/o gobierno), en
primer lugar, a partir de las propuestas
programático alternativas.1
En interacción dialéctica con los proyectos de entrada, el proyecto estratégico
alternativo podría considerarse como un
proyecto de salida. En referencia a él, los
proyectos de entrada pueden considerarse tales, por estar articulados a una proyección estratégica que los incluye y
sitúe como parte de un –prolongado–
proceso histórico de transformación de la
sociedad, dotándolos de un sentido y una
perspectiva de continuidad, desafiando a
sus creadores y protagonistas a explorar
nuevos caminos para avanzar hacia
metas superiores.
En ese sentido, los proyectos de entrada constituyen (la posibilidad de dar) un
paso en dirección a los objetivos estratégicos, y (la posibilidad de ser) un puente
en transición hacia ellos. Atravesar dicho
puente no es algo que ocurrirá inevitablemente, dependerá de muchos factores,
por ejemplo, de la modificación favorable de la correlación de fuerzas internas y
externas, de la voluntad política (con| 54 | pampa
ciencia, capacidad de comunicación, de
organización, de participación, de resistencia y de lucha) de las amplias mayorías populares y sus organizaciones
(socio)políticas, de su capacidad para
constituir y reconstituir permanentemente
la dirección política colectiva-plural del
proceso, también sujeta a las –cambiantes– necesidades políticas de las coyunturas sociohistóricas y sus requerimientos.
ESTAR ATENTOS AL ADVENIMIENTO
DE LA POSIBILIDAD U OPORTUNIDAD
Los acontecimientos políticos internos y
externos, el curso de la lucha de clases en
los ámbitos local y/o global, pueden desencadenar sucesos político-sociales imprevistos y modificar repentina y temporalmente
la correlación de fuerzas. Esto podría
resultar favorable para iniciar procesos
que posiblemente abran puertas para una
posterior transición hacia la implementación de un proyecto de entrada.
Se trata de sucesos cuya ocurrencia no
ha sido planificada por algún actor político-social. Son situaciones que se presentan, por ejemplo, luego de un estallido
social como el ocurrido en Argentina, en
diciembre de 2001, o en Bolivia –aunque
de modo menos espontáneo e imprevisto– con la expulsión de Sánchez de
Losada, en 2003. Ellas modifican repentinamente, por un lado, las relaciones de
fuerza (y de poder) entre los sectores del
poder en conflicto y, por otro, la relación
de fuerza entre el sector o bloque de
poder con los sectores sociales populares
y sus luchas, inclinando –temporalmente
o, a veces incluso, fugazmente– a favor
julio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
de ellos la balanza política de las fuerzas
sociales enfrentadas.
Es el momento en que se abren posibilidades para que las luchas sociales, con sus
propuestas concretas, se impongan por
sobre los conflictos internos del poder. Es
decir, se abren posibilidades concretas
para un accionar abiertamente político.
Repentinamente se abre un período
muy favorable para que las fuerzas populares en lucha puedan colocar, por ejemplo, en el mejor de los casos, sus propuestas programáticas concretas como
alternativa de gobierno nacional, o –en
caso de no estar en condiciones para ello–
para aliarse o apoyar a una fuerza política
de avanzada que –en ese momento– tenga
capacidad para asumir el control de la
crisis sociopolítica nacional. Se trataría
de un sector político que estará jaqueado
por la sociedad que le reclama soluciones, y por la presión que sobre él ejercerán los fragmentos más reaccionarios del
bloque del poder, ansiosos por recuperar
su hegemonía dentro del bloque de
poder y en la sociedad.
Aún en tales condiciones, es conveniente no subestimar ni simplificar la situación, y desechar las oportunidades que
pudieran presentarse para consolidar y fortalecer la fuerza propia. Dichos gobiernos
pueden abrir procesos que signifiquen una
posibilidad hacia la transición, creando
condiciones para un posterior advenimiento de gobiernos nacional-populares. Es
decir, serían una oportunidad para crear
las condiciones para caminar hacia una
perspectiva de transición, hacia la instalación de un gobierno propio.
Dicha oportunidad, a diferencia de la
que emerge como resultado de la acumulación política orgánica –como sería el
caso, por ejemplo, de la llegada de Lula a
la Presidencia de Brasil–, es simplemente
algo que sucede. Es un producto de la crítica social que, por acumulación, en
medio (del caos) de innumerables luchas
y tendencias en disputa, sin que maduren
todas las fuerzas que se forman en su
seno, transforma la tendencia o fuerza
predominante en oportunidad histórica
para la concreción de la posibilidad.
La coyuntura que allí se conforma,
abre al campo popular las ventanas hacia
la posibilidad de imprimirle un sentido
propio al curso de los acontecimientos,
orientándolo hacia posibles procesos
ulteriores de transición. Pero ello no afirma que esa posibilidad sea factible de
alcanzarse, indica solo que la disputa
tiene un terreno favorable para desplegarse.2 Señala la apertura de un período en
el que es posible robustecer las fuerzas
propias, ampliar la capacidad de comunicación y diálogo con las mayorías, consolidar las organizaciones, y construir
propuestas concretas que favorezcan la
profundización de la posibilidad hacia la
apertura de un proceso más claramente
orientado hacia la concreción de un programa de liberación nacional (proyecto
de entrada), estratégicamente articulado
al proyecto alternativo (de salida).
La ambivalencia de las oportunidades
que se abren o que podrían abrirse indica
precisamente que los resultados pueden
conducir a situaciones mucho peores que
las iniciales, pues las variables que interviepampa | 55 |
nen son múltiples y dinámicas: económicas, políticas, culturales... y los desafíos
enormes. Pero habrá que aprender a convivir con la incertidumbre, las ambivalencias
y los riesgos, y avanzar en medio de ellas.
En el pensamiento político, esto exige
superar las concepciones finitas, acabadas
y cerradas, trabajar con conceptos abiertos, no terminados, transformar la concepción reduccionista positivista acerca de la
verdad y la práctica. Pero resulta que
nuestra estructura de pensamiento fue
construida con fundamentos lineales, unidireccionales y unidimensionales, estáticos
y dicotómicos. Tomemos, por ejemplo, el
concepto de estrategia: En los años 60-70
parecía que, de la definición de una estrategia correcta (“científicamente” argumentada), dependían –en lo fundamental– los
aciertos políticos y el logro de la victoria.
Sin embargo, la experiencia demostró que
ello no era razón suficiente... Porque las
estrategias no son en sí mismas la posibilidad del cambio, sino una puerta (semiabierta, abierta, o cerrada) hacia ella.
Con el desarrollo de la participación
popular organizada como base y sustento
del proceso, un gobierno popular puede
avanzar en las transformaciones hasta
donde se lo proponga, en la medida que
–a partir de las fuerzas acumuladas– vaya
modificando a su favor la correlación de
fuerzas, y vaya construyendo consenso
entre los suyos, con pluralismo y tolerancia, sin desesperación, pero –a la vez– sin
perder un minuto de labor. El actual proceso sociotransformador de Venezuela
constituye –vale reiterarlo– un valioso
ejemplo de ello.
| 56 | pampa
Contrastando positivamente con la
experiencia del gobierno de Brasil, encabezado por el Partido del Trabajo que
mantuvo los cánones tradicionales de la
representación y acción políticas, la experiencia venezolana resulta esperanzadora,
convocante y desafiante. Ella arroja luces
largas, por un lado, para asumir la lucha
democrático-electoral como parte importante y vital del proceso de transformación
social. Ayuda a entender que ser gobierno
no obliga a obedecer los designios del
FMI, al contrario, demuestra que puesto a
disposición de los intereses del pueblo, el
gobierno se transforma en una herramienta
política de primer orden para promover e
impulsar transformaciones sociales, económicas, culturales, y construir empoderamiento popular, avanzando hacia la transformación radical de la sociedad. Articulado a ello, por otro lado, deja claro que
–en tales condiciones–, la fuerza política
central del gobierno está más allá de los
cargos, las instituciones, y las posibles
alianzas con sectores de la oposición política vinculados al poder que se busca contrarrestar y transformar, radica en su capacidad de articular la gestión gubernamental con la participación protagónica, creativa y organizada del pueblo (fuerza político-social extraparlamentaria).3
2.
Desafíos de la política
Construir el actor colectivo,
fuerza político-social del cambio
La hipótesis es: Construir un amplio
julio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
movimiento sociopolítico que articule las
fuerzas parlamentarias y extraparlamentarias de los trabajadores y el pueblo, en
oposición y disputa a las fuerzas de dominación parlamentaria y extraparlamentaria
del capital (local-global); es decir, una
amplia fuerza social de liberación que
coordine su accionar político en los ámbitos parlamentario y extraparlamentario.
En un primer momento, esta fuerza se
irá nucleando a través de la confluencia
creciente de actores sociales y políticos en
la certeza de lo que no quieren: el capitalismo. Poco a poco, se irá abandonando la
identidad negativa y el anticapitalismo
podrá dar cauce –labor de formación político-cultural mediante–, a la construcción
de la propuesta alternativa de superación
del capitalismo, es decir, al proyecto de
liberación, patriótico, indo-afro-latinoamericanista y solidario con los pueblos del
mundo. En ello radica la clave revolucionaria de esta opción estratégica.
Resulta fundamental que la participación electoral se discuta, construya y
desarrolle articulada a un proceso político
mayor de construcción del actor colectivo, amplia fuerza social y política capaz
de acumular y avanzar hacia transformaciones mayores más allá del capitalismo,
hacia una alternativa nacional y continental de liberación de los trabajadores y el
pueblo, creada y construida –desde abajo
y día a día– colectivamente. Este es el
sentido y la significación política central
del llamado a la construcción de un
movimiento político-social, núcleo articulador horizontal de una amplia fuerza
social parlamentaria y extraparlamentaria
de los trabajadores y el pueblo, capaz de
constituirse en actor colectivo protagonista de la transformación (sujeto popular).
El problema no radica en lo electoral
como tal, sino en cómo se implementa lo
electoral, dentro de qué estrategia, y
cómo –a partir de dónde, hacia dónde y
con quiénes– se construye estratégicamente mediante lo electoral. El problema
es, una vez más, para qué. Y esto se
expresa en la relación entre la estructura
política, el proceso de la toma de decisiones, la selección de quienes ocupan cargos y desempeñan determinados roles, y
las vías de participación de las mayorías
del pueblo. Se expresa en la relación
entre las organizaciones políticas y los
movimientos sociales, entendiendo que
unos y otros son protagonistas del cambio
social y de la política, sujetos políticos del
proceso sociotransformador. De conjunto,
concertando propuestas, reclamos sectoriales e intersectoriales, y un programa
común, pueden dar cuerpo a lo que será
el actor social y político colectivo, fuerza
social de liberación, fundamento para
construir la participación parlamentaria y
hacer del gobierno nacional un instrumento de todo el pueblo para la transformación de la sociedad.
La experiencia revolucionaria de Venezuela y, particularmente, el reciente
triunfo del MAS en Bolivia, abren pistas
acerca de las posibilidades políticas que
tiene una amplia fuerza político-social
cuando es capaz de combinar la acción
parlamentaria con la de un fuerte movimiento social y político anticapitalista, de
los trabajadores y el pueblo todo. Uno y
pampa | 57 |
otro proceso demuestran que –pese a los
límites que impone la democracia burguesa–, es posible cuestionar el poder
político, social, económico y cultural del
capital. En esta perspectiva, estar en el
gobierno significa acceder a un instrumento privilegiado para profundizar la
participación democrática y, sobre esa
base, impulsar –desde abajo– la formación y maduración del sujeto revolucionario, de su conciencia, sus organizaciones y su proyecto.
Además de un sentido estratégico, la
participación electoral tiene, para la
izquierda, objetivos propios cuya concreción no se puede subestimar ni relegar a la hora de ejercer el gobierno. Si el
esfuerzo por acceder al gobierno y
gobernar, fracasa, ello puede implicar un
freno en el caminar hacia la estrategia
definida, y sus implicaciones pueden ser
más o menos graves en función de las
fuerzas y acumulaciones puestas en
juego. Si la responsabilidad del fracaso
no cabe a las fuerzas populares, puede
significar un fortalecimiento de la perspectiva estratégica popular. Todo dependerá de las razones del fracaso, de la
conducta de los líderes implicados, y de
su interrelación con el pueblo, protagonista primero y último del proceso.
Por temor a equivocarse, algunos sostienen que lo mejor es no participar en las
elecciones, no disputar poder en ese ámbito, ni desde ese ámbito. Sin embargo, lo
más adecuado y necesario es prepararse y
preparar al pueblo para ello. Transformar
la sociedad es transformar un modo de
vida, y ello no es ni será un camino alfom| 58 | pampa
brado con pétalos de rosas; habrá inconvenientes de uno y otro sentido, pero el
peor de todos es el de no atreverse a participar, a crear, a construir.
UN NUEVO TIPO DE DEMOCRACIA
Desarrollar un nuevo tipo de democracia en lo político, económico, cultural,
en el derecho, en la moral, como base
para la construcción de una sociedad
solidaria y un poder popular revolucionario, implica también y simultáneamente
construir un nuevo tipo de relación sociedad-estado-representación política,
abriendo los mayores cauces para que el
pueblo –en tanto protagonista– se reapropie plenamente de sus capacidades y
derechos ciudadanos, participando también en las decisiones políticas y asumiendo las responsabilidades que ello
implica. Esto es, en definitiva, lo que
impulsará como nunca antes –junto a
transformaciones económicas radicales
que instalen un nuevo tipo de racionalidad económica–, el proceso de superación de la enajenación humana en lo
social, cultural, político, en la producción
científico-técnica, etc., y se traducirá en la
construcción, desarrollo y consolidación
de un nuevo modo de vida humano,
digno, solidario y justo.
Y nada de ello puede relegarse para
después de “la toma del poder”. El debate acerca de los actores sociales, del sujeto o los sujetos del cambio, acerca de la
relación entre los movimientos sociales y
los partidos políticos, el debate acerca de
la necesidad de superar las vanguardias
julio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
–siempre autoproclamadas–, y la cultura
vanguardista, elitista y sectaria, el debate
acerca del desarrollo de la conciencia
política, la subjetividad, la superación del
individualismo, la definición de los perfiles de la utopía social (nuevo socialismo)
que cada pueblo desee darse a sí mismo,
se desarrolla desde el presente y tiene
que ver directamente con la búsqueda de
superación de la enajenación en todos
los ámbitos de la vida social e individual.
Es parte de la movilización social-cultural
que contribuirá a impulsar las búsquedas
de la liberación humana, que son también –por eso–, las búsquedas de la felicidad colectiva e individual.
Ampliar el contenido de la política
y sus protagonistas
Los planteamientos expuestos definen
hoy nuevos sentidos, contenidos y formas
de lo político y la acción política, e indican correlativamente quiénes los diseñarán y harán realidad.
En los actuales procesos de cambios en
Latinoamérica, lo político y la acción
política se vuelven ámbitos de promoción
de la participación creativa, activa y responsable de las mayorías populares, hacia
la formación de una amplia fuerza social
y política capaz de modificar a su favor la
correlación de fuerzas, de impulsar y concretar los cambios para avanzar más allá
del capital. Y esto reclama modificaciones
de fondo en la concepción tradicionalmente difundida y aceptada de la política,
lo político y el poder.
Si coincidimos en que “(...), la política
es básicamente un espacio de acumulación
de fuerzas propias y de destrucción o
neutralización de las del adversario con
vistas a alcanzar metas estratégicas”
[GALLARDO 1989: 102-103], la práctica política es, por tanto, aquella que tiene como
objetivo la construcción de poder propio
y, simultáneamente, la destrucción, neutralización (o consolidación) de la estructura del poder hegemónico, de sus medios
y modos de dominación. El ámbito de lo
político –amplio, móvil y dinámico–, resulta demarcado en cada momento por las
prácticas políticas concretas de los actores
(sociales y políticos) que las llevan a cabo,
por sus ejes temáticos y sus ritmos de
implementación.
En este sentido, la política –que es un
arte–, tiene que orientarse a descubrir en
cada situación concreta las potencialidades que existen para impulsar el desarrollo de las fuerzas propias, para hacerlas
emerger y desplegarse en función de los
fines propuestos en ese momento con
convergencia estratégica. Y eso se interrelaciona con la capacidad para modificar
la correlación de fuerzas existente.
Construir el actor colectivo, fuerza propia
cuya existencia se articula a la modificación
de la correlación de fuerzas a favor de los
cambios, exige cambiar la visión tradicional (restringida) de la política que se plantea construir fuerza política sin construir
fuerza social, que reduce, en tal caso, la
acción política al ámbito partidario, y centra la acción de los partidos en las luchas
por el acceso y el control de las instituciones del poder estatal y gubernamental.
pampa | 59 |
El sentido revolucionario-transformador
de la política radica en cambiar la correlación de fuerzas existente hegemonizadas por el poder del capital, por otra favorable al proyecto social alternativo. Este
empeño será posible si se articula –simultáneamente– a la construcción del actor
colectivo capaz de diseñar y llevar a cabo
dichas transformaciones. Solo una amplia
y poderosa fuerza social (político-social)
podrá hacer realidad los anhelados caminos de liberación, a la vez que los va
diseñando y construyendo.
La interrelación de fuerzas sociales,
políticas, económicas, jurídicas y culturales en pugna, define una determinada relación de poder, caracteriza su hegemonía y
su capacidad de ejercer la dominación y
el control sobre el conjunto social en
beneficio de los intereses de una clase.
Aceptar esto supone un cambio en la
concepción del poder: este no se restringe a lo institucional estatal y gubernamental, va más allá, abarca y se funda, se
crea y se recrea sobre el conjunto de
relaciones sociales regidas por el predominio (hegemonía) de los intereses, las
aspiraciones y las miradas de la clase
dominante (hegemónica).
Es por esto, precisamente, que el poder
no se puede “tomar”. En realidad cuando
se hablaba de “tomar el poder”, se reducía el poder al aparato institucional estatal-gubernamental, y era eso lo que se
tomaba –o se pretendía tomar– por asalto. Pero en ningún caso, ello significó
una garantía de hegemonía porque la
hegemonía abarca lo cultural, lo ideológico, la subjetividad, y eso no se “toma”,
| 60 | pampa
ni se “conquista”, ni se “decreta”, se
construye. Basta recordar a modo de
ejemplo, las dificultades de los revolucionarios rusos en los primeros años que
siguieron a la Revolución de Octubre.
La polémica entre tomar el poder o
construirlo (desde abajo) se plantea sobre
ejes falsos. Porque el nuevo poder social
popular alternativo liberador y de liberación, necesariamente conjugará ambos
espacios: el del poder que emerja de las
nuevas interrelaciones sociales construidas desde abajo y el de los ámbitos institucionales del Estado y el gobierno conquistados en las contiendas políticas
establecidas para ello (elecciones). Y esto
supone también modos de conjugación
nuevos entre los movimientos sociales y
políticos.
EJES CENTRALES
La acción política debe concentrar
esfuerzos en construir las articulaciones
entre los diversos actores sociales, sus problemáticas y aspiraciones, y diseñar las
herramientas organizativas, políticas y
culturales que hagan posible la formación
de una amplia fuerza social de liberación
del actor sociopolítico colectivo capaz de
definir los cambios y llevarlos adelante.
PRINCIPIOS PARA LA ACCIÓN
• Articular múltiples ámbitos, problemáticas, tareas y actores sociales y
políticos
• La fuerza política de liberación radica
en el pueblo, no en las vanguardias
julio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
• Modificar las modalidades de la labor
política
• Concebir al proceso de resistencia,
lucha y transformación social como
un proceso político-pedagógico de
formación y autoformación de conciencia (de poder y de sujetos)
• Abrir el campo de acción políticaideológica a los medios de comunicación masiva
• Conquistar la cabeza y el corazón de
millones de seres humanos
• Construir el ideal social a partir de la
cotidianeidad
• Rescatar críticamente las enseñanzas,
las propuestas y los valores creados
por los diversos actores sociales
• Formar un nuevo tipo de militante
• Abrir los espacios al protagonismo de
las mayorías
Construir poder popular desde abajo
¿CONTRAPODER, ANTIPODER U OTRO PODER?
El punto de partida de esta propuesta
pasa por entender que el Poder se constituye como síntesis articuladora políticosocial-cultural de las relaciones sociales
levantadas a partir de la oposición estructural capital-trabajo, que instaura desde
los cimientos mismos el carácter de clase
de las múltiples interrelaciones entre las
fuerzas sociales del capital y las del trabajo, entre las luchas por la hegemonía y la
dominación, y las luchas de resistencia y
oposición a ello, que –de conjunto– definen una determinada correlación entre las
fuerzas (de clase) a escala social. El polo
hegemónico dominante se expresa institucionalmente –sobre la base de una múltiple e intrincada madeja de dominación
cultural, ideológica y política que atraviesa todo–, en la constitución de un determinado tipo de poder político y su aparato estatal y gubernamental. El Estado es
solo una parte del poder político y del
Poder social (de la relación hegemónica
de poder del capital sobre el trabajo, y –a
partir de allí– sobre toda la sociedad).
Esto habla también de la necesidad de
atender a los diferentes modos de producción de la hegemonía dominante y de
dominación y, a la vez, a los diversos
modos posibles de construcción de contra-hegemonía popular. En el momento
actual, en Latinoamérica, esto supone, en
la mayoría de los países, la necesaria
reconstrucción de un proyecto nacional de
liberación, que –definiéndose en interacción e integración con los otros países de
la región y el continente– rescate las identidades históricas y promueva la formación
de nuevas identidades colectivas conjuntamente con los procesos de (auto)constitución del sujeto popular del cambio, tal
como ocurre, por ejemplo, en el proceso
revolucionario venezolano actual.
No se trata realmente de un contrapoder,
camino que ya fue ensayado por las revoluciones históricas, y lejos de romper con
el predominio de la lógica del capital,
ésta sobrevivió en ellas más allá del capitalismo. El desafío es, en este sentido,
construir alternativas que se planteen ir
más allá del capital y ello solo puede
empezar desde el presente, no puede
pampa | 61 |
quedar relegado para el día de mañana.
Para ello, la coherencia entre medios y
fines resulta vital.
No se trata de un antipoder, concepto
que –muy abreviadamente– recrea hoy
–más o menos ingenuamente–, los postulados anarquistas. Pero vivimos una época
de enfrentamiento local y mundial de fuerzas que luchan, unas a favor de la defensa
y de la sobrevivencia de la humanidad, y
otras representando a las fuerzas reaccionarias del consumo, la muerte y la barbarie. Éstas, desarrolladas y defendidas por el
poder mundial centralizado y agresivo del
capital imperialista, no pueden derrotarse
si no es enfrentándole otro poder.
La opción de las fuerzas a favor de la
vida es la de construir ese otro poder,
fuera del dominio de la lógica del capital, basado en la participación democrática plena del conjunto de actores sociales y políticos, organizados y no organizados, construyendo interrelaciones horizontales y nuevas modalidades de representación y organización política. Éstas,
lejos de separarse de lo social (la sociedad) y darle la espalda, deberán hacer de
la participación protagónica y conciente
de las mayorías, el bastión para la construcción de una amplia fuerza social de
liberación, promotora e impulsora
–desde abajo– de las transformaciones
posibles (y deseadas), del actor sociopolítico colectivo.
La construcción de poder propio por
los trabajadores y el pueblo es parte del
proceso de de-construcción de la ideología y las culturas dominantes y de dominación. Este constituye, simultáneamente,
| 62 | pampa
un proceso de construcción de nuevas
formas de saberes, de capacidades organizativas y de decisión y gobierno de lo
propio en el campo popular. Son nuevas
formas que constituyen modos de empoderamiento local-territoriales, comunitarios, bases de la creación y creciente acumulación de un nuevo tipo de poder participativo-consciente –no enajenado–
desde abajo, de desarrollo de las conciencias, de las culturas sumergidas y
oprimidas, con múltiples y entrelazadas
formas encaminadas a la transformación
global de la sociedad.
Según los paradigmas vigentes en el
siglo XX, la toma del poder se consideraba requisito indispensable para transformar la sociedad. En virtud de ello, los
problemas sectoriales e incluso cuestiones
de fondo como la discriminación y explotación de los pueblos originarios, de los
negros, la subordinación y opresión de las
mujeres, los problemas de la naturaleza,
etc., eran considerados “contradicciones
secundarias”. Consiguientemente, las propuestas –reivindicativas– que se dirigían a
ellos, eran tratadas como factores que distraían la atención de la “cuestión fundamental” y, por tanto, debían esperar hasta
después de la toma del poder. A partir de
allí, se suponía, las soluciones llegarían
mecánicamente desde arriba.
Hoy resulta claro que la transformación de la sociedad con sentido liberador y de liberación humana, nunca será
posible si no comienza a impulsarse y
construirse (realizarse) integralmente
desde el presente, en las resistencias, las
luchas y las construcciones cotidianas de
julio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
lo nuevo en todos los ámbitos en que
ello se lleve a cabo.
La supuesta contraposición entre tomar
el poder o transformar la sociedad resulta
–desde esta perspectiva– falsa, pues la
transformación de la sociedad desde
abajo no excluye la conquista del poder
político, solo que la ubica como parte de
un camino de construcción de poder propio, más amplio y complejo, y no relega
la búsqueda de soluciones a los problemas inmediatos, para un mañana hipotético que –como sabemos–, nunca será
diferente del presente si no comienza a
construirse desde ahora.
En esta dimensión, la conquista del
poder político resulta instrumental. Es
parte del camino de la transformación, en
el momento en que la construcción y la
acumulación de conciencia, de poder
social, de organización y voluntad colectiva social lo hagan posible.
Resulta conveniente hacer un llamado
de alerta frente a posibles lecturas o interpretaciones gradualistas, ajenas a las dinámicas complejas del movimiento social
actual. Porque los planteamientos analíticos, forzosamente expresados uno después del otro, pudieran sugerir que primero hay que construir el poder para luego
tomarlo. Pero no se trata de eso; es desde
otra lógica que se sustenta el planteo: la
del poder entendido como síntesis de
determinadas fuerzas sociales, económicas culturales y políticas en interacción
múltiple, diversa, yuxtapuesta. Por tanto,
los modos de luchar contra ella, no pueden pensarse linealmente, sino también
superpuestos, yuxtapuestos, múltiples,
diversos, simultáneos, cambiantes e
imprevisibles, abriéndose caminos en
medio de incertidumbres y sorpresas
constantes.
Ciertamente, es necesario un mínimo
de acumulación previa. El proceso revolucionario venezolano es clave, es el ejemplo de la transformación social en nuestra
época. Allí, con una fuerza política mínima organizada, y con una parte del poder
institucional del estado: las FFAA, Chávez
se propuso conquistar una parte del poder
político: el gobierno.
Haciendo del gobierno una herramienta política privilegiada para desatar y
desarrollar las potencialidades sociales
contenidas en los sectores populares olvidados, explotados y excluidos, Chávez ha
emprendido la tarea de construir la fuerza
social de liberación, la fuerza política
principal del cambio: el pueblo conciente
y organizado constituido en sujeto de su
historia. La conformación del actor colectivo (sujeto) sociotransformador no fue
una premisa para el acceso al gobierno;
está siendo una resultante, parte de una
obra colectiva, con el empeño consciente
del propio pueblo en autoformación y
autoconstitución en sujeto de su historia.
La acción política popular que tuvo lugar
contra el golpe contrarrevolucionario y
pro-imperialista ocurrida hace más de
dos años, demuestra con creces que
dicho proceso está en marcha.
No hay un antes y un después en las
tareas políticas y sociales, en la construcción de poder propio desde abajo. La
explicación lógica analítica nos obliga a
guardar un ordenamiento en la exposipampa | 63 |
ción, pero éste no se corresponde con la
vida real, dinámica, abierta y siempre
capaz de sorprendernos rompiendo con
todo intento por esquematizarla.
Construir un nuevo tipo
de organización política
La actual estrategia de construcción de
poder propio social, cultural y político
desde abajo plantea el desafío de construir un actor colectivo que, lejos de
ahondar la fractura entre lo social, lo político y sus actores, los integre, articule y
cohesione.4
La nueva estrategia de poder reclama
fundar –desde la raíz, desde abajo– un
nuevo tipo de organización política, horizontal y participativa. Sería errado suponer que esta tarea se resuelve cambiando
el nombre del partido, o fundando otro
pero manteniendo el mismo contenido.
Se requiere de un instrumento político
capaz de promover la articulación de los
actores aislados encaminada a la conformación de una amplia fuerza social y política, base para la constitución del actor
colectivo. Para ello, simultáneamente, el
desafío consiste en avanzar en la construcción de un programa político de oposición
y/o gobierno propio, articulado al proyecto
alternativo, soporte político para la conformación de una articulación social y política, base para la conformación de una
dirección sociopolítica plural de los procesos de resistencias y luchas sociales en
cada país. Esta reclama la conjugación
consciente de protagonismos, identidades,
| 64 | pampa
problemáticas y experiencias singulares,
porque se trata de una dirección que solo
puede construirse con la participación
directa y plena de todos los actores sociopolíticos implicados en ella.
TRANSFORMAR LAS RAÍCES Y LOS MODOS
DE LA REPRESENTACIÓN POLÍTICA
La representación política, en cualquiera de sus modalidades, expresa y condensa un determinado modo de relación
entre lo social y lo político, que supone a
su vez un determinado modo de entender
las interrelaciones entre lo que se conoce
como sociedad civil y sociedad política,
entre Estado y sociedad y la intermediación que para ello se ha erigido desde el
poder hegemónico: los partidos políticos,
establecidos jurídicamente como los
representantes y voceros de los ciudadanos “de a pie” ante las instancias política
y de gobierno, es decir, como mediadores
entre la sociedad (civil) y el Estado. Este
tipo de mediación y representación político partidaria sintetiza el despojo de los
derechos políticos ciudadanos, reduciéndolos –en el mejor de los casos– al hecho
de votar por algunas autoridades gubernamentales cada cierto tiempo. Correlativamente, reclama la delegación de las facultades políticas ciudadanas, haciendo de la
ciudadanía una condición pasiva.
En el sistema democrático-burgués, los
derechos políticos del ciudadano común
quedan circunscriptos al acto eleccionario,
sin intervenir en las decisiones que adopta
luego el gobierno electo (municipal,
comunal, estadual, provincial, nacional).
julio 2006 | nro.1
APUNTES DE UN DEBATE
El proceso de vida y desarrollo de la sociedad resulta fuera de su alcance y comprensión, y se le presenta como ajeno a su
cotidianidad. Este extrañamiento o ajenamiento político se consuma una y otra vez
mediante la reiteración de las prácticas de
despojo (y delegación) que se conjugan y
retroalimentan en cada acto (y estructura)
de representación políticas así concebidas,
interrelación fracturada que se profundiza
aun más en las actuales democracias de
mercado, que tornan a las sociedades en
incomprensibles y hostiles a los propios
ciudadanos que las construyen y dan vida
con su trabajo y espiritualidad.
Todo despojo de derechos, de facultades, de espacios, etcétera, supone (e
impone) la delegación de los mismos
hacia quien despoja y viceversa, a escala
individual y colectiva. Y esto se produce
y reproduce en los diferentes sectores de
la sociedad, como parte de la ideología y
cultura hegemónicas del poder y –por
ende–, también de la contracultura, la
que germina (solo) como respuesta (reacción) a la dominante, y que –como toda
negación– lleva implícita los rasgos fundamentales del fenómeno que niega. Es
por ello que la contracultura que se gesta
por oposición, hereda gran parte de la
lógica de funcionamiento del poder y de
la cultura que rechaza. Al no construir
una cultura propia, diferente, radicalmente transformadora y removedora de lo
viejo, el horizonte político de las fuerzas
sociopolíticas opositoras se agota en la
(pequeña) aspiración corporativa de convertirse en poder hegemónico una vez
que la “tortilla se vuelva” (contrapoder).
En este sentido, entiendo la reflexión de
István Mészáros cuando señala que el
modus operandi de los partidos políticos
de la clase obrera fue marcado por la oposición a su adversario político dentro del
estado capitalista, para la cual se crearon y
desarrollaron. De esa forma, explica él, los
partidos políticos obreros, también el leninista, espejaron en su propio modo de
funcionamiento y articulación, la estructura política subyacente (el estado capitalista
burocratizado) a que estaban sujetos.
El centralismo democrático como base
lógica de la estructuración de dichos
“partidos de nuevo tipo”, y como base de
la formación y caracterización de su militancia, en casi un siglo de prácticas de
diverso corte y alcance, desnudó el rostro
verticalista-autoritario de una democracia
centralista –popular y revolucionaria por
intención y definición–, basada en la
jerarquización piramidal de las decisiones, en la obediencia de arriba hacia
abajo de los militantes (de la clase y de la
sociedad), y en la subordinación de todas
las organizaciones “de masas” (sociales,
sindicales, culturales, religiosas, etc.) a las
decisiones partidarias. En ese contexto,
las organizaciones sociales fueron concebidas, creadas y desarrolladas como
correas de transmisión de las decisiones
partidarias hacia los sectores sociales que
representaban. En América Latina, la
mayoría de los partidos comunistas y de
izquierdas rigió su estructuración y funcionamiento por tales paradigmas.
Organizarse reflejando la estructuración y la lógica del funcionamiento político del adversario, impidió a tales partidos
pampa | 65 |
buscar y construir una forma alternativa
propia, de transformación, organización, y
control del sistema. Centrados exclusivamente en la dimensión política del adversario, permanecieron absolutamente
dependientes de su objeto de negación.
[Ver: MÉSZÁROS 2001: 75]
Es justamente esa réplica de la lógica
jerárquica, subordinante y verticalista del
capital la que tipifica el modo tradicional
de representación política de la izquierda, representación política que –en virtud de ello– lejos de caminar hacia la
eliminación de la enajenación política
de los representados –síntesis de todas
las enajenaciones sociales–, la afianzó y
multiplicó a partir de recrear la fragmentación entre lo social y lo político, y la
subordinación jerárquica de los actores
sociales a los políticos.
Regida por la lógica reproductiva del
poder del capital, esa fragmentación se
tradujo en la separación entre las organizaciones obreras sindicales y sus expresiones políticas, y –como lo recuerda críticamente Mészáros [2001-b: 66]– fue asimilada en la concepción que sirvió de plataforma constitutiva y funcional de los partidos de izquierda (“de la clase”), que se
mantiene hasta la actualidad.
Es por ello que el debate acerca de la
relación entre lo político y lo social trasciende la cuestión de las formas organizativas, sintetiza y expresa el debate
sobre el proyecto estratégico, los sujetos
y las tareas que debe realizar. Y esto
replantea la articulación entre las llamadas sociedad civil y sociedad política
sobre nuevas bases: Supone la re-apro| 66 | pampa
piación por parte del pueblo de la política y lo político, constituyentes propios de
su ser ciudadano plenamente capacitado
y con derecho a decidir sus destinos además de construirlos.
• HACIA UNA REPRESENTACIÓN POLÍTICA
QUE SE ASIENTE Y PROMUEVA LA PARTICIPACIÓN
PLENA DE LA CIUDADANÍA
Los pueblos han avanzado, han hecho
sus experiencias, han aprendido de aciertos y errores, y se han enriquecido como
protagonistas de su historia; buscan caminos para representarse a sí mismos, creando nuevas formas de democracia participativa en los distintos ámbitos de la vida
política y social donde construyen sus
organizaciones y desarrollan sus luchas.
La democracia directa se abre paso como
una opción viable en los casos más sólidos (estables con crecimiento), y reclama,
a su vez, articularse con nuevas formas de
representación. Estas tendrían entre sus
características primeras, la de propiciar y
promover la participación directa y, a la
vez, encontrar los nexos para articular
uno y otro modo de participación política
de la ciudadanía, es decir, las formas de
democracia directa con formas nuevas de
representación.
• LAS FORMAS DE ORGANIZACIÓN
Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA, CONTIENEN
–EN GERMEN– LAS FORMAS DE ORGANIZACIÓN
DEL PODER POPULAR
Si partimos de aceptar como un principio inalienable, que la transformación
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APUNTES DE UN DEBATE
de la sociedad es obra de los actoressujetos sociales constituidos, como sujetos plenos, en sujetos políticos, resulta
claro que al discutir las formas de organización y representación política actuales para la transformación, discutimos
–en germen– las nuevas formas de organización del poder –nueva dialéctica en
la [inter]relación entre sociedad civil y
política, en base al protagonismo ciudadano y su [re]apropiación de la política
como parte inalienable de su ser–.
Para ello hay que revertir las relaciones
entre Estado y sociedad, entre política y
ciudadanía, abrir los espacios políticos al
protagonismo colectivo. Y ello solo puede
hacerse desde abajo y cotidianamente,
desarrollando organizaciones abiertas y
articuladas horizontalmente, capaces de
construir identidades colectivas, plurales y
unitarias, sobre la base del respeto y la
aceptación positiva de las diferencias.
Esto supone revalorizar el contenido de
la interrelación unidad-diferencia-identidad, para –sobre esa base– replantearse
hoy una lógica de unidad diferente, que
reconozca las diferencias, para construir
desde ellas, los puentes hacia la unidad.
Este es un camino posible para construir
colectivamente en diversidad y pluralidad.
El camino contrario conduce, ya se ha
visto, irremediablemente, de la diferenciación al antagonismo, y del antagonismo a
la ruptura. Se trata de una unidad que no
aspira a la uniformidad y unicidad del
pensamiento, ni de las propuestas, ni de
las organizaciones; no se basa en la creencia de la existencia de una verdad
única y válida para todos, sino que reco-
noce la verdad como una resultante histórico-social (cambiante) de verdades parciales que existen (están presentes) y se
expresan fragmentada y entremezcladamente en los pensamientos, en las prácticas y realidades de los distintos actores
sociales. Por eso, construir la verdad
colectiva en cada momento no es equivalente a una simple sumatoria, se trata de
una sumatoria, pero en sentido de articulación-integración.
La nueva democracia será posible –ya
se avizora– sobre la base de la democratización de lo nuestro en un doble sentido: democratizando las organizaciones y
espacios existentes, y manteniéndolo
abierto siempre a la posible llegada de
nuevos actores.
En Latinoamérica han madurado las
condiciones sociales y políticas para
avanzar hacia la construcción-constitución de nuevas instancias políticas y de
ámbitos plurales del quehacer político
(articulación de distintos actores sociopolíticos y sus propuestas). Y todo esto reclama por organizaciones políticas capaces
de promover el protagonismo de las
mayorías, de organizarlo y conducirlo.
CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DE LAS NUEVAS
ORGANIZACIONES POLÍTICAS
Las tareas que emanan de las problemáticas sociohistóricas concretas, son las
que van definiendo a los actores-sujetos,
y estos al proyecto y a los instrumentos.
Es por ello que el sentido de la organización política en la actualidad, pasa –en
primer lugar– por descubrir los nexos
pampa | 67 |
concretos que permitan construir puentes
articuladores entre los actores sociales
fragmentados, entre sus problemáticas,
propuestas y aspiraciones; resulta vital
también llegar al ciudadano común no
organizado, y promover su participación
en los debates acerca del quehacer
actual, convocándolo permanentemente
a ser partícipe de la definición de las
decisiones sociales y políticas que se
tomen. Esto significa, en síntesis, recrear
el ámbito y el sentido de lo político,
haciendo de la política una actividad
colectiva, protagonizada por el pueblo.
En segundo lugar, y articulado a lo anterior, es necesario replantearse los modos
orgánicos de existencia, construcción y
desarrollo de la organización política (no
reducirla a un partido) capaz de dar
cuenta hoy de esta realidad, y de resolver las tareas estratégicas y coyunturales.
Teniendo en cuenta este contenido
político-social, resulta evidente que las
actuales organizaciones políticas requieren de estructuras flexibles y abiertas,
capaces de articular a los actores sociales
y políticos diversos, a los ciudadanos
organizados y a los no organizados, con
sus múltiples propuestas y aspiraciones. El
desafío es, entonces, poner en sintonía el
instrumento político con el sentido y los
modos de la acción política sociotransformadora que reclaman los tiempos actuales. En tal sentido, vale subrayar los
siguientes aspectos:
1. La organización política tiene un carácter instrumental; es una herramienta para el logro de determinados
fines.
2. La organización política no es del
sujeto político (ni social, ni histórico).
El sujeto es irreductible a la organización.
3. No hay sujeto político separado e
independiente del sujeto social, del
sujeto histórico.
4. La construcción-articulación del
sujeto popular implica una nueva y
diferente relación política y orgánica entre los partidos y los movimientos sociales.
5. Ser de izquierdas es, ante todo, una
actitud práctica revolucionaria de
lucha contra la hegemonía y la
dominación del capital.
6. Construir una nueva mística.| pampa
NOTAS:
1
2
Son propuestas reivindicativo-concretas cuya realización tiene un alcance político-nacional e implica un
profundo cuestionamiento al sistema. Por ejemplo: defensa del agua, de la energía, lucha por la tierra, por
el trabajo, contra los transgénicos, etc. Estas propuestas se anudan directamente a lo programático porque
responden a demandas reivindicativas que demandan soluciones de marcado rumbo alternativo. Tienen
una clara dimensión estratégica alternativa.
La presencia de una posibilidad no implica que “lo posible” llegue a ser necesariamente realidad; no define una situación, sino lo que esta podría llegar a ser. Abre puertas, sin garantías.
| 68 | pampa
julio 2006 | nro.1
3
4
Venezuela bolivariana revolucionaria constituye, por todo ello, un vivo ejemplo de la propuesta estratégica de transformación social desde abajo, sin recetas ni proyectos o programas preestablecidos, construyendo –sobre la base de iniciales definiciones estratégicas claves– los caminos indispensables para que,
colectivamente, se vayan definiendo los rumbos y ritmos parciales, las urgencias coyunturales, etcétera.
Lógicamente, la participación activa y positiva de amplios sectores de las FFAA en dicho proceso no
puede pasarse por alto; habrá que encontrar las maneras y los caminos para construir alianzas similares
en cada país, o buscar otras opciones. Todo proceso tiene su sello propio que lo hace excepcional, quizá
el de Venezuela sea ese. Pero la copia no es válida. Está comprobado que copiar y transplantar experiencias es fuente segura de errores.
Por ello no coincido con los enfoques de algunos intelectuales que convocan a la izquierda partidaria tradicional a democratizarse, reconociendo como parte de la izquierda a lo que ellos denominan “izquierda
social”, para poder organizarla alrededor suyo. Este propuesta se limita a sumar la “izquierda partidaria” y
la “izquierda social”, subordinando jerárquicamente lo social a lo político, es decir, manteniendo la división entre lo político y lo social, y la lógica subordinante jerárquica y excluyente del capital.
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Traducción libre de Pasado y Presente XXI).
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la mirada
por MARTÍN RODRÍGUEZ
el feto en un campo abierto,
el universo
en orden, de un lado el amor,
más allá el trigo,
del otro lado la madre, las cruces y el agua,
pero tronó la sangre
que rodea su nacimiento (el pesebre sencillo,
de barro y arcilla) separando alma y carne, pelos
y huevos, casi sin amor.
lo viejo y lo nuevo estaban queriéndose unir en él,
pero partía la cosecha en el tren,
un tren que parte la mirada:
lo que parte y lo que queda
gelatinoso,
en las vías, el tren pasando por un campo
virgen
paja, pesebre y fuego, un tren lleva al niño
hacia la ciudad,
y en esa criatura celeste
anida el cuero antiguo
de un árbol genealógico
con la rama raquítica
* “Maternidad Sardá”, Editorial Vox, 2005.
pensar
lo
nacional
la c onjura sangr ient a del desier t o
TODAS las naciones posibles caben en la pregunta
por su destino común. Indagarse por el sentido de
lo nacional, por su espíritu, por sus circunstancias,
es un ejercicio, entonces, de reconversión de proyecto, en el más vital de sus sentidos. Se trata de componer lo
nacional, restaurarlo del desgarro que la historia le produjo.
La pregunta por la nación empieza en el límite que marcan
sus fundaciones extranjeras respecto de lo propio, de lo que ya
era en esta latitud, y termina en el destino criminal, sangriento
de los hacedores del drama nacional. Si el desierto es tal solo
para el que lo mira desde afuera y esa mirada es la que organiza la Nación / institución, entonces no queda más para los desterrados en tierra propia que la locura, la desazón o
la sangre. Y en ese devenir luctuoso la patria se vuelve a fundar, una y mil veces, cada vez que se mata
y se muere en contra de lo andado y a favor de lo
por venir. Pero esos renaceres cuentan la muerte
como el estigma amado, como el signo infranqueable de ser todo el tiempo naciente. Así, el sentido
último de esa tragedia, el alma que la alienta, vive
oculta tras el velo que las miles de representaciones
–de la política, del arte, de la retórica– han construido como trama de lo vivible, o al menos de lo durable, en armonía con los muertos y con los vivos.
Condición de la vanguardia, matar y morir en una
sola estocada, se ha vuelto el drama que los sujetos
de esta nación en hechura deben conjurar, como un
patrulla en busca de la tumba que la nombre. Lo
que tienen por delante: un desierto de palabras que
deben reescribir.
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De fundaciones, desier tos y otras per tenencias nacionales
por FERNANDO BUSTAMANTE
No existe ningún documento de civilización
que no sea al mismo tiempo
un documento de barbarie.
WALTER BENJAMIN
La noción de desierto ha estructurado
los discursos sobre nuestra Nación
desde su fundación. Hector A. Murena
había sugerido que también las fundaciones de las ciudades han definido el destino
nacional. La noción de desierto se vincula
con ideas como barbarie, y la de fundación
pareciera tener que ver con la de civilización, o quizás también con la de barbarie.
Desde diciembre de 2001 han proliferado las vocaciones a la refundación de la
Argentina. Quizás sea pertinente entonces
esta reflexión hecha desde uno de los
escenarios desérticos por excelencia de
campañas militares, políticas y sojeras, el
Chaco Salteño, la región de mayor diversidad indígena del país.
Preparándonos para los bicentenarios
de la independencia, exploremos algunas
posibles relaciones entre desiertos y fundaciones como un eje quizás esclarecedor de lo nacional.
Las ciudades y sus nombres
Dice H. A. Murena que tres tipos de
nombres eran otorgados a las ciudades en
la antigüedad1. En primer lugar, nombres
útiles, de conocimiento público, de uso
profano. En segundo lugar, nombres
sacerdotales, religiosos en su aspecto
abierto para la comunidad eclesial, exotéricos. Por último, nombres secretos,
esotéricos, místicos, que son el fundamento de los otros dos.
En el sentido místico, espiritual de los
nombres secretos residía su capacidad
fundante, un nombre con la naturaleza
de la palabra primigenia, cuya pronunciación era la misma creación de lo humano
en recta relación con la tierra habitada.
El abandono de la tierra donde descansaban los ancestros era prohibido por la
religión, porque esta religaba al hombre
con los dioses y con la tierra –y sus
pobladores espirituales, visibles para los
de percepción dispuesta. El cielo y la tierra unidos con los hombres sensibles y
respetuosos, era el sentido común de la
habitación humana, aquello que comunicaba a la comunidad.
Si el fundar supone que el fundador
abandona su tierra de origen, era necesapampa | 73 |
rio entonces, restaurar la ofensa de aquel
abandono de la tierra originaria. Para
ello, durante el rito de fundación se debía
arrojar terrones del suelo abandonado en
el mundus, bóveda cavada en el lugar de
la fundación, signo de la bóveda celeste
sobre la tierra. La presencia de la tierra
antigua en la nueva lavaba la trasgresión
del destierro y hacía, a esta tierra nueva,
originaria.
Fundaciones poscolombinas
Según dice Murena, entonces, era culpable quien viajaba. Y los hombres que
fundaron ciudades poscolombinas eran
hombres dedicados a viajar; sus ciudades
no tuvieron nombres secretos. Se ha
dicho que había motivos religiosos en el
origen de estas incursiones. En general no
ha sido así. El hombre poscolombino ha
demostrado una incapacidad general para
contemplar reverentemente los signos de
estos cielos y esta tierra, y percibir la ligazón de lo creado como totalidad, y la
correspondencia que al ser humano toca
en ello. Nombres como Río de la Plata y
Argentina muestran las intenciones de
aquellos hombres, que no vinieron a fundar ciudades, porque no vinieron a habitarlas. No fueron sus pretensiones saldar
el abandono de la tierra de origen para
hacer de estas tierras unas en las que interactuar con sus númenes, como signo de
la vitalidad de sus existencias interiores.
Más bien, algo muerto había en sus espíritus, vinieron a violar y a regresar cargados
de botines. Eran hombres solos, desliga| 74 | pampa
dos de sus pares, de los dioses y de la tierra. Eran hombres sin religión, sin una
voluntad de habitar en comunidad: fundaron sin nombres secretos que dar. De
igual modo que desde la Conquista, en el
siglo XX, estas corrientes de hombres
vinieron a hacerse (con) la América.
Fiebre del oro: El campamento
En América, señala Murena, se fundaron campamentos. El campamento indica
precariedad, provee los medios para un
habitar transitorio. Es apto para la extracción de riqueza, sin compromisos con la
tierra de la que se aprovecha, susceptible
de ser desmontado rápidamente y montado nuevamente en el siguiente lugar al
que se despojará de sus valores. Aquí, solo
los nombres útiles son necesarios, allí se
agota su sentido. La única ley que rige en
el Campamento es la fiebre del oro. Esta
ley estuvo en el espíritu del despojo colonial, y se estableció definitivamente
cuando Buenos Aires, el campamento
más excelente, impuso su dominio a las
provincias: fiebre de renta de aduana.
Tuvo un punto alto en el tratado RocaRunciman; y su historia se extiende hasta
nuestros días. Pero la Fiebre del Oro termina cada vez por conducir al caos. Así ha
ocurrido con la separación de la Corona
luego de 1810, con la caída de Rosas en
1853, con las masas sin oriente que habían aparecido en 1930, con la siesta oligárquica en el gobierno durante 1943, y con
el laissez faire de 1965. Qué habría dicho
Murena del manotazo encabezado por la
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pensar lo nacional
mafia sindical a partir de 1973, o de la
frustración de las clases medias despojadas
durante toda la década de los 90, expresada en diciembre de 2001.
Refundaciones
El odio estuvo en el origen de estas
fundaciones nuestras, continúa Murena,
donde la Fiebre del Oro es la ley. Luego
del caos al que ésta conduce, se ha pretendido cada vez reestablecer el Orden,
esa disciplina militar con que se debe
regir a los habitantes del Campamento
para impedir el despedazamiento mutuo.
Se busca una refundación, una vuelta a la
prehistoria del nombramiento. Pero aquel
momento fundacional era el de la retención de los hombres ya afiebrados. Estos
hombres que ignoraban la religión implícita en la dación de un nombre secreto,
sin interés de apaciguar la tierra, de aplacar las fuerzas –numinas– que la recorren, y carentes de voluntad de formar
comunidad. Esta es la pureza de origen a
la que estas refundaciones buscan retornar. Este origen es el de la Conquista, la
Colonia, y su continuidad no es rota por
la Independencia.
Pampa al Norte
Las llanuras de todo el país por igual
están llenas de horizontes, completas de
extensión, son desiertos de nacionalidad
y conflictos sociales.
Las habitaciones fundadas en las plani-
cies al norte de Argentina, y en toda América, fueron predominantemente los Campamentos. Los hubo históricamente de
distintas clases, y construyeron consecuentes representaciones de desierto,
como estrategia de legitimación de sí y
de su función predadora.
Las fundaciones deben hacerse, por
definición, en lugares no habitados, en
desiertos, en lugares sin humanidad. El
desierto debía ser transformado en civilización, a través de la fundación de lugares
habitables. Esto requería delimitarlo, establecer con él una frontera. Los mojones
de esta frontera eran esos asentamientos
más o menos estables. La transformación
del desierto supuso el corrimiento de la
frontera que el mundo conocido tenía con
él. Los campamentos necesitaron despejar
el territorio de indígenas, fundar más
campamentos, ocupar el territorio, declararlo nacional y extraer las riquezas naturales. En este control territorial estatal y en
su transformación a través de la empresa
privada consistió el mandato civilizador
para la fundación de esta Nación.
Retomamos aquí algunos momentos históricos señalados por Héctor Trinchero2.
Los dominios del demonio3, los misioneros imaginaron que la evangelización
se justificaba por una vasta porción del
mundo en la que Dios no habitaba. El
padre jesuita Pedro Lozano decía en
1736: “Es innumerable el gentío (en
América), que retirado del comercio, ya
de castellanos, ya de portugueses, que
pudieran franquearles las puertas del
Cielo, perecen miserablemente en las
tinieblas de su infidelidad”4. Con estos
pampa | 75 |
escritos, se inauguran narrativas sobre los
indígenas del Chaco como seres endemoniados y muy hostiles al conquistador, y
donde el mismo Satanás en persona combatía contra los avances de los españoles.
A las llanuras chaquenses, el despojo
de su control indígena les llegó muy
avanzado ya el siglo XIX. En el Chaco no
se trató del exterminio de estos pueblos,
como en las incursiones de conquista
pampeanas, sino de su sometimiento
como mano de obra odiada y servil. En
esta etapa, las incursiones eran privadas,
solventadas por las burguesías provincianas del norte, propietarias de ingenios
azucareros.
Así, a mediados del siglo XIX, la mirada sobre la región chaqueña fue productivista, con necesidad de sistematizar los
recursos y las personas según el espíritu
de la ciencia. El gran Chaco de J. Fontana
de 1881 es la obra de referencia de la
época, donde se lee por ejemplo sobre las
matanzas de indígenas: “miles de seres
humanos, completamente ajenos al mal y
dispuestos a ser cuanto el hombre civilizado hubiese querido que fuesen, perecieron
al golpe sangriento de la crueldad y el
fanatismo”5. Aunque está escrito en una
época posterior, durante las campañas
militares a los desiertos de la Patagonia y
el Chaco, este relato representa las visiones humanistas y positivistas sobre la
región y sus pobladores indígenas.
Los campamentos en su modalidad
militar aparecen con su propio repertorio
de relatos en tiempos de Roca, ya como
Ministro de Guerra de Avellanenda, ya
bajo su propia presidencia de campamen| 76 | pampa
tos. Relatos preferidos por estos sedientos
y uniformes hombres, con descripciones
del territorio, útiles para las maniobras
militares, o para establecer la belicosidad
de los naturales; o narraciones de sus
hazañas pasadas e imaginarias. Relatos
todos lobbistas del negocio de la guerra.
Para Roca, a los “holgazanes y estúpidos”
pueblos del Chaco convenía reemplazarlos, en los ingenios, con los pampas capturados en la campaña del desierto.
Aquí, una forma particular de capitalismo empuja militares con su oficio a la
frontera y tracciona la polea del lenguaje
conquistador. Ascenso de la burguesía
de Buenos Aires y aliados, sobre todo de
Santa Fe; descenso de los ingenios azucareros del norte. Triunfan, se invisten de
la estatalidad y delegan la institución de
la nacionalidad en las fronteras a quienes les convencieron de esas guerras
contra el indio.
Ha pasado el tiempo de las incursiones
a costas de los dineros privados. Es ahora
el estado quien planifica los campamentos militares y les destina la mitad de
todos los recursos oficiales, en estos tiempos de Roca. Aumento de uniformes, pertrechos y disciplina se transforman en
fines en sí mismos, y desde esos quehaceres se narran este desierto boscoso y
sus hirustos pobladores. Ya no son, estos
naturales, susceptibles de participar en el
desarrollo de los campamentos en los
ingenios. Son belicosos, holgazanes, estúpidos e incompatibles con la civilización,
que debe fundar ahora campamentos
militares para hacerse camino sobre sus
cadáveres.
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pensar lo nacional
Estas visiones de lo desértico, narradas
así, según las fuerzas de cada época, han
convivido y pugnado, entre sí y con otras
narraciones, por su lugar en los discursos
de la nación. La idea de la incompatibilidad básica entre el indio y la civilización,
como una frontera infranqueable, pervive
en el sentido común, en ciertos discursos
sobre la diversidad cultural y, durante un
período de tinieblas, en las ciencias sociales –que abonaron una noción de cultura
aislable de otras con las que se infunde.
Los mandos militares más inhumanos se
beneficiaron de escrituras antropológicas
sobre la región del Chaco, que engrosaron
la frontera de sentido con el aborigen. Animismo y relatos mitológicos estaban en el
centro de sus descripciones. La irracionalidad, como una parte, ocupó el lugar del
todo de la cultura. La antropología fenomenológica argentina consolida el espacio
social indígena como escindido del resto
de nosotros. Así se oscurece la historia de
vínculos y violencias que delinean identidades entre sociedades. Aquel Estado pervertido, que exilió otras escrituras sobre el
desierto, recibió complacido estas6.
Por fin, la muerte disolvió su régimen,
se reabrieron los Congresos y la ley se
ocupó del indígena. En su horizonte aparece el desarrollo7. Es que la visión que
del desierto se forja, es de atraso y de
falta. Los habitantes del desierto son
ahora los más pobres entre los pobres, y
sus necesidades e intereses aparecen
como de sentido común: se pierde de la
vista sus distinciones culturales. En la ley
salteña, la integración del aborigen al
mercado parece ser menos un instrumen-
to entre otros posibles, y más bien el fin
no declarado. La frontera con el indio
debe sufrir una abstracción, ya no debe
ser territorial –el reclamo territorial los
sumiría en el atraso– sino económica.
Una nueva frontera más sutil, pero no
menos trazable, subyace a las invocaciones del progreso: la sojera.
La nacionalidad restringida
A esta altura, están claros los pilares de
la estatalidad argentina: unidad de territorio e identificación de la Nación con él.
Estrategia esta de construcción de identidades –nacional y salteña–, vía de interpelación de los sujetos, prenda de extorsión
en la palabra política oficial frente a dignidades disputadas, indígenas y criollas.
La salteñidad estaba en la filiación con
los gauchos de Güemes, símbolos estos
valorados por su aporte a la independencia nacional. Y la continuidad filiatoria
era dada por la tierra, por el nacimiento
en ella. El ser salteño solía consistir en
haber hecho un aporte a la fundación de
la Nación y a la consolidación de su
territorio. Hoy, los relatos del poder imaginan un mundo donde la sangre salteña
es la de aquellos gauchos –se omite referencia al componente indígena, donde el
oficialismo es la fuerza política autóctona y genuina, y donde cualquier crítica u
oposición significa renegar de la herencia de Güemes.
El deseo de una nación aparte es la
prenda del discurso oficial con que extorsiona, frente a la opinión pública, a la
pampa | 77 |
organización indígena Lhaka Honhat,
cuando media su reclamo territorial en la
cuenca del río Pilcomayo. Están, dice el
Gobierno, instigados por los ingleses –la
Iglesia Anglicana–, extranjeros interesados
en desmembrar nuestra tierra. Extranjeros
en su tierra, los indígenas reclaman un
título de propiedad, no una declaración
de independencia.
El aborigen sería, en Salta, bárbaro, atrasado y pobre. Los funcionarios construyen
su imagen de los pobladores de este desierto con la medida que va del atraso al progreso. Atraso sería un espacio vital, recursos naturales y defensa de las pautas tradicionales de su aprovechamiento. Progreso
sería sobre explotación de recursos y mano
de obra indígena por emprendimientos
multinacionales. No habría, entonces, en
este desierto, pobladores con especificidades, no habría cultura sino pobreza, no
habría alternativas económicas ni de organización social, sino solo atraso.
Luego de Colombo, las fundaciones
dieron a la luz solo campamentos, que
siguen proliferando hoy en forma de campamentos petroleros y finqueros en la
región8. La fiebre del oro que los rige ha
sido desculpabilizada en los años noventa
y hoy sigue siendo actualizada. No hay
intención de fundar comunidad. La fiebre
de tierra, de soja, de madera, no cesa.
Relatos del desierto:
Lo indígena en lo nacional
La noción de desierto ha estructurado
los discursos sobre nuestra Nación desde
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su fundación, quizás más de lo notado.
Esta noción se vincula con ideas como
barbarie, y la de fundación pareciera
tener que ver con la de civilización. El
mote desierto parecía apelar a la nada
que necesitaba ser escrita, nombrada,
pronunciada. Nadie puede escribir en el
desierto, piensa Sarmiento, que imagina
un caos original sobre el que se proyectarían las claves de lectura positivistas de
la generación del ´80. La misma idea de
desierto impide pensar en la rapiña: no
habría nada de valor allí, y de haberlo
sería poco y disponible, como pago simbólico a cambio del bien de llevar la
civilización. Ese vacío estaría reclamando fundaciones.
Haber nombrado estas extensiones
como desierto constituye un acto profundamente político; ha producido el sentido de que el momento fundacional, el
momento de origen de la vida (civilizada) fue el exterminio y la llegada del
hombre blanco y su Dios. Ha sido político porque ha establecido una realidad,
ha naturalizado la perversión. Pero la
conquista del desierto ha sido en rigor de
verdad la desertificación de la humanidad de las pampas.
Entonces, nombrar es un hecho político. El nombre ordena el caos de lo real,
ejerce el poder de la creación allí donde
el lenguaje parece volver a una relación
primordial con las cosas. El acto de nombramiento decide por los aspectos presentes en el Ser que serán los distintivos.
Por lo tanto infringe violencia.
Esto parece ser lo que Murena tenía
claro e intentaba establecer, pensando
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pensar lo nacional
desde fuentes esotéricas y desde la experiencia mística: la palabra original, el
nombre, abre el mundo, tiene el poder de
fundarlo y tal parece que también de desfondarlo, es decir, de que esa fundación
sea un paradójico despojo de su fondo
espiritual, ético, sin más, humano.
Nombres útiles y nombres secretos. Los
nombres criollos y los indígenas señalan
una confrontación entre relaciones diferenciadas con la tierra en el chaco salteño. Digamos al pasar que los nombres
que los indígenas otorgaron a la tierra fueron todos secretos para los blancos, tanto
más cuanto se le niega a su lengua, aún
en nuestros días, su poder de nombrar.
Por un lado, nombres de generales, de
gobernadores, de fundadores de campamentos y nombres de campamentos (Campamento Vespucio9) se oponen, por otro
lado, a nombres de hechos, de historia,
de pertenencia, no como promesa de
hacer propia la tierra y ligarse con ella,
sino como testimonio de que ya habitaban y eran de la tierra cuando algo ocurría a esos originales. Nombres que evidencian una percepción sobre el
mundo10. La toponimia wichí muestra
que nombrar la tierra es, para ellos, ubicar las fuentes de agua y manifestar la
diversidad biológica del monte chaqueño
y su vitalidad. Siguiendo a Murena, estos
podrían ser los nombres útiles. Pero también, para los wichí, dar nombre a los
lugares tradicionalmente ocupados es
señalar las marcas de la encarnizada
lucha entre los principios cosmológicos
opuestos –la Vida y la Muerte– de la que
los wichí participan. Quizás estos sean
aquellos nombres secretos dados en contemplación de los númenes de la tierra
de los que hablaba Murena.
¿Qué han narrado los indígenas en el
desierto? Volviendo a Sarmiento, ni
siquiera él puede obviar, y es deslumbrado por el rastreador, quien sí puede leer
en el desierto. Señal de la presencia de
otras escrituras. El desierto siempre es tal
para quien lo mira desde fuera.
¿Qué desierto narraban los indígenas?
Nuevamente el componente indígena en
el pensamiento nacional, como reverso.
Decía Mansilla: “en el desierto mandan
los narradores, los que saben transmitir
al lenguaje la pasión de lo que está por
venir.”11 En la región chaqueña, sin
embargo, hablan permanentemente del
pasado, pero para recrear y reinterpretar
el presente. En estas sociedades horizontales hasta la exasperación, sus autoridades sin poder detentan la palabra, no
como complemento del poder, más bien
como su negación. Entre los indígenas,
parece ser autoridad no quien es capaz
de imponer su voluntad, sino quien es
capaz de recrear permanentemente lo
real, de sostener una visión del mundo,
de hacer el presente verosímil.
En estos desiertos, aprovechados de formas tradicionales por sus pobladores originarios, el lenguaje tiene una función más
cercana a la primordial. Las sociedades
indígenas de las llanuras chaquenses no
experimentan una escisión entre el tiempo
mítico y el tiempo histórico. Viven aún
allí, y conviven y disputan con los espíritus (en wichí ahät=espíritu) dueños de la
naturaleza por sus recursos. Los relatos
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orales ancestrales sobre los dueños de la
naturaleza cambian de sentido al haber
cambiado el contexto de la enunciación,
cuando quienes se adueñan de los recursos naturales son nuevos aparecidos
(ahätäy=criollo, blanco).
¿Cuáles son los relatos indígenas de
hoy? No es el discurso ambientalista de
Greenpeace sobre la reserva de Pizarro.
Los indígenas chaqueños siguen siendo
hoy lo Otro no asimilable, incluso para
los movimientos sociales, muchas veces
constituidos sobre una noción de trabajo12. El relato que resuena es el reclamo
por las tierras. Sus argumentos son los de
un relato sobre el reconocimiento de que
la realidad puede ser –y la suya es– otra,
o de lo contrario serán exterminados.
Otro concepto de desarrollo, de uso de
los recursos naturales, de organización
social horizontal, de relación con el lenguaje. Desde el comienzo, la presencia
indígena se yergue allí como testimonio
de esa verdad apropiada por los filósofos
y los poetas, verdad intolerable para el
proyecto homogeneizador de nación
concebido por la generación del 80, e
improcesable para nuestras instituciones
tal como las concebimos todavía: ante
tantos llamados a la refundación de lo
existente, son posibles y además necesarias otras instituciones, otros nombres y
otros relatos, esta vez con poder fundante
de comunidad.| pampa
NOTAS:
H. A. MURENA, El nombre secreto o un intento de explicación de ciertos males argentinos y americanos,
pasados y presentes, Pensamiento de los Confines, Buenos Aires, nº 7, 2º semestre 1999.
2 TRINCHERO, H. (2000) Los dominios del demonio, Bs. As., Eudeba.
3 sic. TRINCHERO, op. cit.
4 TRINCHERO, op. cit.
5 Citado en TRINCHERO, op. cit.
6 TRINCHERO, op. cit.
7 CARRASCO, MORITA (2000) Los derechos de los pueblos indígenas en Argentina, Buenos Aires, VinciguerraIWGIA. (cap. II)
8 Estos tipos de explotaciones se desplazan para realizar obras a través de cientos de kilómetros a lo largo
de los gasoductos, o para trabajar por sectores las plantaciones latifundistas. Para ello son necesarios los
campamentos.
9 Localidad al sur de Tartagal.
10 PALMER, J. (2005) La buena voluntad wichi. Una espiritualidad indígena, Grupo de Trabajo Ruta 81.
11 PIGLIA, R. (2000) Crítica y ficción, Buenos Aires, Seix Barral.
12 El pueblo wichí, con un trasfondo cazador-recolector, no se siente interpelado desde la cultura del trabajo
asalariado. El trabajo no constituye una fuente de identificación, esa función es cumplida por la tierra y la
lengua. Tampoco es considerada un valor la productividad. La caza, la pesca y la recolección en estas
regiones subtropicales inhóspitas requieren más bien resistencia.
1
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julio 2006 | nro.1
“ L a
v a n g u a r d i a
e s
a s í ”
por KARINA ARELLANO
“Intentaron hacernos creer que el mundo era
demente, deforme, absurdo, caótico e imbécil.
Esa era la trampa. La sentencia condenó al universo a la locura.”
DE
FRAGMENTO DEL GUIÓN DE LA PELÍCULA “EL PROCESO”
ORSON WELLES, BASADA EN LA OBRA DE FRANZ KAFKA
1.
Hasta ahora, la nación es situación permanente de los hombres. Aún ahora, es, hasta que su desaparición demuestre lo
contrario. Escribir en el tiempo donde las naciones dejaron ver su
costado fétido, su aspecto moribundo, podría ser prefigurado
como el relato de su propia muerte, o bien, como su potencia de
resurrección o, final y más modestamente, cómo el relato de su
dificultad, de su prolongada desdicha. La desdichada paradoja
nacional, en nuestro caso, es el patriotismo no fundado en el
amor por el pasado, sino en la ruptura violenta con él.
2.
Sostiene Nicolás Casullo que “hay una obra Facundo en
nosotros permanentemente pensando que sí, que el país se
puede proyectar con un gran estadista, un gran guerrero o un gran
autor”1. Esta frase presenta al desnudo la pregunta por el fundamento de la patria y señala los desafíos a los que se enfrenta la teoría. Efectivamente, en nuestra experiencia, la política –como estrategia de representación republicana–, ha sido separada de la ética
–como misión de lo colectivo respecto al ser humano– y de la
estética –en tanto conciencia trágica de la irrealidad del mundo–.
Tal separación propone a la teoría crítica lecturas centradas en
los diferentes tipos de vínculos que se tejen disolviendo singularidades, absorbiendo esferas y recreando voluntades en esta
zona indistinta que presenta, también, lo nacional actualmente.
1 NICOLÁS CASULLO,
Revista Pensamiento
en los Confines,
La condición del intelectual, número 14,
Fondo de Cultura
Económica de Argentina, junio de 2004.
pampa | 81 |
3.
La política moderna bajo la que se independiza nuestro
país pertenece al ámbito de la representación. Situó en el
centro el conflicto entre Estado y sociedad civil. Mientras que su
pretensión fue moldear la realidad nacional de acuerdo a un
ideal político social conforme a la razón, su fisura fue el deseo
de revertir el orden social establecido por el desborde de esa
escena de representación nacional. Esas dos características
recrearon, por un lado, la absorción de lo ético y moral con su
consecuente quita de autonomía y el aporte a la consumación
de pretensiones estéticas no significantes.
4.
La condición experiencial del presente nacional propone
repensar los vínculos entre política y moral. Dice Simone
Weil2 que las reglas para cuidar la salud de la república no
deben ser las mismas que las reglas para cuidar el alma del pueblo. Argumenta que cuando la responsabilidad por la salud del
Estado obliga a sus subordinados a emplear cualquier medio,
incluso el sacrificio de sus propias personas, por ende su condición soberana, se establece como absoluto algo sin conexión
con lo que redime el alma del pueblo. Cuando la política se
establece como absoluto opera ocultando la necesidad de la
vida espiritual nacional y la soberanía nacional se traduce en
fidelidad hacia las instituciones del Estado. Así, no existe más el
pueblo soberano, existe la soberanía del Estado.
5.
2 SIMONE WEIL, Echar raíces, Editorial Trotta,
1996.
3 TULIO HALPERIN
DONGHI, El revisionismo histórico argentino
como visión decadentista de la historia
nacional, Siglo XXI
Editores Argentina
(Mínima), 2005.
Buenos Aires.
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La supremacía de ‘la política ante todo’, esa inspiración
maurrasiana –que bien comenta Halperin Donghi3–, transformó lo político en punto de partida y de llegada. Bajo tal
absorción de la necesidad moral hubo que sojuzgar espíritus y
desoir pretensiones del pasado que traían consigo la conexión
redentora. Trágicamente, lo verdadero es que el espíritu del pueblo que derrama su sangre es el único hacedor de la epopeya,
no hay táctica ni subordinación que lo reemplace. La desdicha
de la política nacional es olvidarlo.
6.
El progreso modernista y lo estadista ejemplar, como usinas
de la soberanía fueron parte de una ilusión que hoy podrá
reclamar el simulacro del mito republicano – no existe ejemplo
más contemporáneo que la “plaza del sí”-, para sobrevivir a
julio 2006 | nro.1
pensar lo nacional
hechos terribles que necesitan recuperación moral pero, paradójicamente, ya no podrán servir de objeto al amor necesario para
enfrentar un nuevo desconcierto. La vida moral no sale de su
aniquilación a través de un Estado garante de democracia. No es
novedoso, pero vale la pena repetirlo, cuando el patriotismo se
vuelve hacia el Estado deja de ser popular.
7.
La violenta pedagogía con la que se quiso imponer lo libre
en estas tierras, “la renovación”, convirtió al patriotismo en
un deber sagrado hasta que dejó traslucir su identidad con las
realidades heredadas de la Argentina arcaica. Ahí, pasó a ser
vergonzoso, torpe y estéril. La ruptura, el asalto, la precipitación
fueron las claves para hacer a las fuerzas subterráneas –hacedoras de nuestra historia– invisibles, relativas y olvidadas... o traidoras. ¿Por qué esperar con esta voluntad hacedora de lo nacional más que la reacción?
8.
¿Qué nación quedó a la vista cuando se obturó completamente la obediencia de los argentinos a los poderes
públicos? El desprecio hacia el Estado y la tendencia hacia la
estafa que hemos vivido en las décadas post-dictadura, son síntomas del odio que profesamos a instituciones organizadas
bajo el signo de invencibles máquinas electorales que aún no
poseen la capacidad civil de solidarizarse con los intereses
nacionales. Ese odio, enfermedad del alma nacional, redunda
en los rencores excitados por una república que histórica y
deficientemente utilizó la vida popular, su lazo con la arcaica
armonía criolla, como alimento institucional que no arribó a
ningún lugar que no se condiga con el recurso oportunista de
monopolizar el presente. En tal sentido, la espectacularización
de situaciones republicanas no solo termina moldeando el
carácter político nacional: también despierta ilusiones y
demandas de terminar con el rencor y frustración en la vida
pública. Más allá de que actualmente aceptemos pagar algún
precio a cambio de paz civil, nadie en esta tierra puede llevar
su sacrificio más allá de lo que su alma lo inspira. Existe un
espíritu cautivo que no se sosiega en el montaje de un espectáculo. Una conciencia histórica de lo nacional que no se
funda en las restauraciones.
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9.
La violencia es el resultado de la disyuntiva entre el orden
de la historia y la sumisión voluntarista a la política. En este
plano la vanguardia como marca indeleble de la política nacional, podría ser pensada como la exacerbación de una épica de
lo nuevo que le debe más a la voluntad que a la necesidad o
desde otro lugar, responde exclusivamente a la necesidad de
ser lo que le falta.
10.
La condición experiencial del presente nacional propone también repensar los vínculos entre política y estética. Nuestra ruptura violenta con el pasado, ¿no responde en un
punto a la ansiedad y reclamo estético de vanguardia? La voluntad vanguardista de tener un pasado para convertirlo en objeto
de odio y precipitar el desconcierto posibilita la disolución de lo
que representa nación y democracia. La voluntad de acontecimiento que proyecta el sin sentido acabó por ser realidad en esta
tierra. Consideremos: la voluntad vanguardista es cobarde en
tanto no puede vivir la angustia inherente a la imposibilidad de
un sujeto social libre de opresión. Necesita crear no solo un
tiempo sino también un sujeto para odiar: el traidor a la patria o
el que no es digno de pertenecer a ella. El procesado.
11.
¿Podía haber vanguardia sin reclamo de que todo se
trastoque? No hay síntesis histórica, ni paradigma progresista alguno que medie entre el afecto negativo –prejuicios,
temores, culpa– que emerge en nuestra trama y la certeza voluntarista de transformación radical vanguardista. Hay desborde de
la representación, pensamientos más veloces que la síntesis. Es
imposible la protección del sistema representacional nacional
bajo el régimen de la excepción. Mejor dicho, cuando la excepción se convierte en la regla, existe la tentación política de acumular sobre la singularidad o unir en la diversidad. Se desdibuja
la obligación ética de situarse en lo denso que implica la homogeneidad indiferenciada funcional a las relaciones más injustas.
12.
...(un pensamiento que testimonie el origen de la relación argentino-argentinidad, su frágil e invencible pacto
de adhesión, el estado de ánimo que existe luego de la consumación siniestra de la sangre)...
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julio 2006 | nro.1
pensar lo nacional
13.
No es vano recordar, ahora, nuestras formas de pensar
lo nacional, tan contextualmente necesarias, tan marcadas por un revisionismo materialista que ejemplificó con la muerte a manos de los poderes facciosos para continuar el cuidado
de la historia de una Nación, que quizá no esperaba que la decodifiquen objetivamente para aprender a desconfiar de su realidad. Vale la pena poner el ojo en la historicidad liberal que se
empecinó en hacer comprensible una experiencia nacional fundada en la profunda transformación de la economía y la sociedad que significara la lectura ejemplar ante las instituciones de
los demás países hispanoamericanos. Ambos rasgos de voluntad
política en Argentina, con sus obsesiones en el paradigma del
progreso no pueden negar, todavía, que la epopeya civil no pasó
en estas tierras por los cánones clásicos de la razón y la ley.
14.
La reconciliación entre nuestra historia –el lenguaje de la
conciencia colectiva– y la representación de la nación
–el teatro de la imagen pública–; reclama una decisión: escoger
entre la recuperación del alma de la nación y la ambición por la
grandeza argentina dentro de Latinoamérica. Lo que se pone en
juego en tal decisión es la propia existencia. Luego de tanta ruptura, asalto y precipitación, el conflicto identitario de los argentinos podría someterse a la protección y la espera. Un gesto compasivo y redentor de aquel legado que marcaba el lado fértil de
nuestra tierra, agua que continúa en las napas de lo no dicho.
Aquello, todavía no se somete al sacrificio de lo comprensible
porque el diálogo moral, estético y ético entre argentino que
recrea el mito, argentino que concluye en el pensamiento y argentino que civiliza se produce más allá de las normas de comunicación vigentes. Igualmente, la desesperada búsqueda de respuestas
al “nosotros” pertenece también a un proceso de verdad que lo
autorice a decirse argentino. Así, el pensamiento sobre lo nacional se encuentra en condiciones de asumir que la primera violencia en Argentina ha dejado sin habla a lo que le ha sobrevivido y, por ende, podría arriesgar que su voluntad de acelerar
ese devenir nacional de lo que ocurre en pos del sujeto nacional que debería, no se emparenta con la necesidad nacional de
devenir eterna.
pampa | 85 |
15.
Dice Simone Weil que “el hecho de que un ser humano posea un destino universal solo impone una obligación: el respeto”4. Una reunión nacional realizada conforme a
un modelo eterno se hace imposible de palpar si no rastrea su
respeto virtuoso en las señas de una imaginería previa a la
impronta vanguardista, previa al horror y a la pérdida de la experiencia. Los argentinos debemos estar obligados para con ello.
Eso es lo opuesto a cualquier ironía o provocación. Es asociar a
la fuerza humana una parte de saber supremo que le susurre
aquello que hay que hacer al tiempo que la despreocupe de lo
que debía ser. Su devenir espera.
16.
¡Espera! Como niño que intenta volver una y otra vez al
regazo maternal, nuestra nación puede volver a acurrucarse ante un tibio sol de mayo –aquel que debía salir después
de la lluvia bendita del veinticinco–, hasta dejar saldadas las
representaciones de sus dos alegorías fundacionales y fundamentales: el continnuum de la sangre derramada, su capacidad
homicida, suicida y la marca franca de la obediencia a la vida
armónica y justa, su natural capacidad creadora, aquella que
acontece entre esos sostenidos estados de guerra civil, la usina
de su supervivencia.
Olas de sentido a las orillas de la comunidad nacional.| pampa
4 SIMONE WEIL, op. cit.
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caminar
por ARIEL MINIMAL
Si sólo importara el sol,
y no hubiese dónde volver.
Si caminar fuera todo
y no existiera otro modo
de curtir más esta piel.
El tiempo me acuchilló,
me quiso dejar tirado atrás.
Me quiso cargar con todo,
y si me olvide que todo
es mucho para compensar.
Ay, vida, si lo que se ve se va
ay, vida, dame ojos para ver
un poco más allá
* Tema “Caminar” del disco “Folklore” de Pez, 2004.
comunicación,discurso y política
TODO discurso es, en toda su dimensión y profundidad, la mediación simbólica insoslayable de todo
lazo posible. Transitar el entramado reflexivo de la
pregunta por la relación entre palabra y mundo es, a
un tiempo, alejar definitivamente la ilusión de una aprehensión
inmediata de “lo real”, e imaginar lo social, lo subjetivo como
efectos discursivos.
Las producciones contenidas en este tercer momento, recogen
esta pregunta por lo discursivo desde la decisión de abandonar
la tranquila certeza de los significados instituidos, para trabajar
sobre el horizonte de la discursividad, la fluctuación de los sentidos, la derivación de los contextos. Anclados a la indagación
sobre el decir posible –en su sentido más amplio–, discuten la
idea de límite como potencialidad y la identidad –de los sujetos,
de los procesos–, desde la conflictividad y la imposibilidad constitutivas, impulsando el pensamiento hasta la potencialidad de
imaginar una contradictoria indeterminación estructural.
Sobre este supuesto de la imposibilidad de aprehensión del mundo por fuera de la materialidad del
lenguaje, se problematiza la distancia entre representación y mundo cuando la palabra deviene institución, organización, Estado. Emerge, entonces, la
búsqueda por iluminar la falla, el doblez, la dimensión simbólica oculta tras su ilusión de transparencia, que sitúa a la reflexión en el vértigo de pensar
lo resistente a la simbolización, el sujeto inacabado, la sociedad como totalidad imposible. Por
detrás, la idea de contingencia, de aquello que,
atravesado por un conflicto constitutivo, debe transitar la tensión constante para devenir ser. La falta y
el exceso, al mismo tiempo.
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Ernesto Laclau / Populismo o la lógica de la
dicotomización como práctica hegemónica
Hegemonía y Estrategia Socialista presentaba el concepto de
antagonismo social como posibilidad para la operación política
capaz de articular las luchas contra las diferentes formas de
opresión, como alternativa política eficaz al orden injusto. En
los últimos años, las coyunturas políticas de los países de nuestra región, parecen enmarcar la actualización de este pensamiento en un debate alrededor del concepto de populismo.
Como aporte a la discusión, estas breves preguntas a Ernesto
Laclau aparecen como intento de focalizar la relación entre el
populismo como lógica estructurante del espacio social y su
dimensión en la lucha hegemónica en relación a las demandas
que circulan en nuestro colectivo social, para indagar sobre los
éxitos y fracasos de las luchas de los movimientos populares.
En su concepción de populismo, tiene vital importancia la
forma en la que se organizan y articulan las demandas
sociales. En ese marco, el Estado cumple la función de satisfacer –o no– esas demandas en torno de las cuales se articulan las
prácticas y los discursos populistas. En cuanto a la situación
regional actual de América latina, está por estos días muy difundida la idea de la existencia de estados populistas, lo que sería,
a priori, desde su perspectiva, una aparente contradicción. ¿En
qué medida es pensable, para usted, un concepto como ese?
–Hagamos algunas aclaraciones. Para mí el término populista
no es peyorativo, como no lo es hegemonía tampoco. En segundo lugar, populismo no se refiere ni a un tipo de estado.
Tampoco a un tipo de ideología; la larga marcha de Mao fue
populista y también lo fue el fascismo italiano, con lo cual tenemos toda la gama de ideologías posibles.
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A lo que se refiere el populismo es a una cierta forma de construcción de lo político, a una modalidad posible que consiste en
la dicotomización de los espacios sociales y políticos. Es decir,
dividir la sociedad en dos campos y apelar a “los de abajo” frente al “poder”. Siempre que hay una construcción de lo político
que enfatiza este momento de dicotomización, tenemos populismo en el sentido más clásico de la palabra.
Ahora bien, toda sociedad tiene un aspecto institucional por
el cual ciertas demandas son absorbidas idealmente dentro del
sistema. Cuando esto no ocurre, empieza a producirse entre
todas las demandas insatisfechas una cierta solidaridad, lo que
yo llamo una equivalencia. Es esta lógica de la equivalencia la
condición de posibilidad del populismo, en tanto da lugar, finalmente, a la construcción de un pueblo.
Desde este marco, un estado populista es aquel desde el que
se promueve directamente esta lógica de la dicotomización
social. Perón en 1943 o 1944, como parte de un gobierno, al
producir su discurso dicotómico por excelencia –“Braden o
Perón”–, estaba llevando a cabo un populismo desde el aparato del estado. Pero, al mismo tiempo, el populismo puede ser
llevado a cabo desde fuera del estado.
Usted tampoco utiliza peyorativamente el término hegemonía.
Sin embargo, en la agenda política argentina de estos días ha
aparecido con mucha recurrencia el término “hegemonismo”,
con una carga valorativa claramente desfavorable. ¿Tiene sentido hablar de hegemonismo?
–Sería necesario analizar qué se quiere decir con eso. Cuando
el Partido Comunista Chino hablaba de la política hegemónica
de la Unión Soviética, hablaba simplemente de la política del
poder. Cuando se usa hegemonismo en ese sentido, se refiere
al intento de crear poder.
Por supuesto que en la teoría de la hegemonía tal cual la
hemos desarrollado nosotros, la cuestión no es tan simple, en
tanto se afirma que no hay identidad social que no se construya
como sistema de poder. Esto implica que, cualquier política,
desde este punto de vista, va a ser hegemónica. Lo cual tampoco
es una calificación peyorativa ya que una fuerza política que no
quisiera tomar el poder sería como una suerte de masoquismo.
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julio 2006 | nro.1
COMUNICACIÓN,
LENGUAJE, DISCURSO
Otra expresión que ha circulado en el último tiempo en los
espacios de militancia, es la frase que habla de “una vuelta de
la política” como proceso dado en los últimos años. ¿Cómo lee
usted, a la luz de esa frase, la política en los años ’80 en nuestro país?
–En Argentina, después del 2001, se dio un gran desarrollo
de la protesta social. Pero esa protesta social, que tuvo muchas
formas interesantes y que continua hoy de alguna manera, no
condujo directamente a una politización. Al contrario, el lema
era “que se vayan todos”, o sea, el rechazo de la arena pública como esfera de acción. El resultado es que se llegó a las
elecciones de 2003 con poca participación en relación al
grado de movilización que se había creado a nivel social, y las
elecciones se resolvieron dentro de la partidocracia más tradicional. En este marco, la cuestión se resolvió de manera exitosa, en tanto el elegido fue Kirchner; por supuesto, el resultado
hubiera sido muy distinto si el ganador hubiera sido Reuteman
o De la Sota.
A partir del momento de la asunción, lo que ha llevado a
cabo el gobierno es un esfuerzo por poner juntos el nivel vertical de la politización y el nivel horizontal de la protesta social.
De modo que el estado sea más sensible a los reclamos, pero
que estos reclamos puedan plantearse de una manera más institucionalizada, es decir, se politicen. Siempre va a haber una
suerte de tensión en estos dos momentos. Si la cosa avanza
mucho hacia el lado de la institucionalización, lo que pueden
darse son formas de cooptación. Si la protesta social se mantiene absolutamente separada de lo político, se condena a la impotencia y, a largo plazo, a la disgregación.
Desde luego que hubo política durante los años ´80 y ´90;
pero después de 2001 se produjeron fenómenos totalmente nuevos, inéditos hasta entonces, que es necesario repolitizar.
En relación a esta construcción de demandas populares que usted
plantea, ¿qué rol cree usted que tiene las organizaciones políticas autónomas del estado, como los sindicatos, por ejemplo?
–Todo tipo de demanda amerita un tipo de institucionalización, y no todo tipo de institucionalización está ligada a una
forma política enmarcada en el sistema de partidos que luchan
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por el estado. Un sindicato es, en principio, una forma de aglutinar y encauzar demandas, pero su tarea inmediata no es
tomar el estado. Toda demanda social que entra en una cadena de equivalencias puede hacerlo a través de formas que no
están necesariamente asociadas con lo estatal. Depende también del contexto social en el que se inscriban. Hay ciertas
situaciones de marginalización extrema de ciertos sectores
sociales que, para ser lanzados a la arena histórica y política,
requiere un tipo de institucionalización que muchas veces es
provista por el sistema de partidos. Por ejemplo el APRA, en el
norte de Perú, fue siempre un tipo de organización política que
tenia un rol organizador de la sociedad civil. El PC italiano
tenía las mismas características. Pero el Partido Laborista inglés
nunca ocupó ese rol, en tanto existe una sociedad civil mucho
más organizada y los partidos son sólo la maquinaria para
ganar elecciones.
Pareciera que esta distinción puede tener que ver con el desarrollo integral de las sociedades en términos económicos y
sociales.
–No necesariamente. Estos fenómenos se dan en sociedades
altamente desarrolladas también. Las movilizaciones por la baja
de impuestos en California, por ejemplo, que se dan en un contexto social y económico de alto desarrollo, tienen características marcadamente populistas.
Desde esta perspectiva, ¿cómo lee la demanda de seguridad
que se registra en nuestro país?
–Creo que la demanda de seguridad estuvo ligada a una crisis
tan profunda que produjo la proliferación del crimen en muchísimas áreas. Desde esta perspectiva, entiendo que el mejoramiento
de la situación económica, que colabora con la disminución del
crimen, va a producir que esa demanda de seguridad baje.
Volviendo al contexto latinoamericano, y entendiendo que,
desde su perspectiva, las formaciones sociales tienen en su
base un alto grado de indeterminación. ¿Cómo es posible pensar, entonces, en contextos regionales de cierta aparente
homogeneidad, como es el de América Latina hoy?
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julio 2006 | nro.1
COMUNICACIÓN,
LENGUAJE, DISCURSO
–Indeterminación no quiere decir necesariamente falta de
determinación contextual. Por lo que el contexto del tipo de
régimen populista que se está generalizando en América Latina
hoy en día responde a una serie de cosas.
En primer lugar, la democracia y el liberalismo no fueron
sinónimos, ni mucho menos términos complementarios, en la
historia europea. A principios del siglo XIX, el liberalismo tiene
una forma de organización política perfectamente respetable,
mientras que la democracia era un término peyorativo, era el
“gobierno de la turba”. Fue necesario todo el complejo proceso político europeo del siglo XIX para llegar a esta simbiosis
entre liberalismo y democracia, a tal punto que hoy decimos
“liberal / democrático” como siendo la misma cosa.
Esa síntesis no se produjo tradicionalmente en el caso de
América Latina. El liberalismo fue la ideología de constitución
de los estados oligárquicos, a mitad del siglo XIX, que tenían
escasa capacidad de absorber las demandas de las masas. De
modo que cuando esas demandas desbordan el sistema institucional liberal, tenemos una democracia nacional populista,
pero que iba en contra de las formas liberales como tales. En
general, fueron los regímenes nacionalistas de base militar los
que expresan este nuevo tipo de demandas.
Lo que ocurre hoy día es que venimos de la experiencia de
las dictaduras brutales de los años ´70 y ´80, que golpearon por
igual a la tradición liberal / democrática y a la nacional / popular, de modo que crearon las bases para una convergencia de
todas ellas. Hoy no hay populismo en América Latina que se
presente como oponiéndose al estado liberal / democrático.
Me preguntaron en varios países, en las últimas semanas, si
no hay una posibilidad autoritaria en el populismo. Les respondí que, claramente, si hay una posibilidad de autoritarismo en la
experiencia latinoamericana en los últimos 30 años, no ha estado ligada al populismo, sino al neoliberalismo económico.
La otra gran experiencia de fracaso fue la del neoliberalismo
de los años ´80 y ´90, que llevó a varios países al borde del
colapso –a la Argentina muy notoriamente– y entonces, hoy
día, lo que estamos viendo es el desarrollo de políticas más
pragmáticas. Esto no implica un pasaje del endiosamiento del
mercado al endiosamiento del estado, pero es evidente que el
pampa | 95 |
estado va a pasar a cumplir funciones de regulación mucho
más importantes que las que cumplió en la década pasada, lo
cual me parece una buena cosa. Se está dando una democracia participativa de base más amplia, modelos económicos
mucho más pragmáticos y, como resultado de todo esto, creo
que podemos pensar en sociedad democráticas más estables
que las que la región tuvo en los años recientes. | pampa
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julio 2006 | nro.1
Sobr e l o s p o sibl es uso s del c onc ept o de ar t ic ulac ión
por LUCÍA DE GENNARO
Las categorías son los contornos
difusos e imaginarios que, como
intento siempre fallido, trazan los límites
del decir posible sobre lo real y delimitan
lo pensable de nuestras realidades históricas. En su transcurrir puede que lo realpensable-deseable sea fagocitado por
ellas, que su uso termine por perder su
capacidad explicativa. Plantea Foucault
que la interpretación es infinita porque
no puede acabarse nunca, en tanto no
hay nada primario que interpretar, “en el
fondo –dice– todo es ya interpretación;
cada signo es en sí mismo no la cosa que
se ofrece a la interpretación, sino interpretación de otros signos”1. Sobre esta
trama densa parecen emerger reflexiones
añoradas de sentidos últimos, develamientos esenciales, totalidades absolutas,
identidades plenas y modos ontológicos
acabados que clausuran más que inaugurar las posibilidades de imaginar nuestro
territorio y los sujetos que lo habitan.
I.
En las últimas décadas el transcurrir de
las organizaciones políticas populares
–cada día más alejado de los sujetos que
pretenden contener–, ha provocado la
pregunta por su identidad y devenir. Este
hecho multiplicó los intentos de revisión
de la lógica del espacio político y los
modos de constituirse de los sujetos en su
entramado. Se reprodujeron, entonces,
reflexiones que, en una misma operación
teórica, al tiempo que se sitúan en un
plano cruzado por esa valiosa indagación, parecen clausurar alternativas de
respuestas cuando intentan saldar las distancias entre palabra y mundo.
En tanto operan sobre los modos de
constitución de los espacios políticos
populares, estos aportes hacen surgir
algunas inquietudes sobre las posibilidades del pensamiento cuando éste pretende convertirse en decálogo, mapa o guía
para la práctica política. Cruzadas por el
fatal olvido de la distancia entre la puesta
en discurso de un concepto y sus implicancias ontológicas, estas reflexiones
quedan ante la irresponsabilidad política
de la mera pretensión teórica. Reducen
muchas veces al pensamiento a la empobrecida circulación de “nuevas” acepciones, sin el agregado en la imaginería política de la potencialidad de la experiencia
crítica radical que inauguraran otros
modos de indagar sobre lo social en los
que supuestamente se inscriben.
El concepto de “articulación”, lamentablemente, no ha corrido mejor suerte. Su
pampa | 97 |
interpretación, su uso, dentro de la teoría
crítica que recorre actualmente los textos,
conferencias, producciones destinados a
la platea de los militantes sociales; convoca a pensar su a priori material, a hacerse
cargo del servicio que puede brindar a la
invisibilidad de aquello que la teoría que
lo engendrara pretendía hacer visible: el
orden y desarrollo irrestricto de la crueldad del capitalismo. La impresión de su
materialidad en tanto sentido se traduce
en una sospecha verdadera: el uso abominable sumado al gesto honesto de abrazarse a él, lo termina exacerbando como
si con el conjuro de lo “articulado” la
honestidad intelectual quedara redimida
de pensar la desunión del campo popular.
Así, sujeto a la simple enunciación exacerbada, el concepto queda atado a un
trágico destino de determinación acomodaticia, lógica analítica cerrada y pensamiento por oposición.
II.
Todo pensamiento arraiga sobre las
posibilidades de su tiempo histórico de
explicar el mundo, su relación con el
pasado y su idea sobre el devenir. Si, tal
como afirma Habermas2, la modernidad
es la época caracterizada por la concepción de evolución, novedad y el progreso
infinito del conocimiento y del mejoramiento social; los tiempos de la post-politica, la virtualización de lo real y el desarrollo de las nuevas tecnologías, proponen nuevas interrogaciones sobre la relación palabra-mundo.
La constitución de la subjetividad a
| 98 | pampa
partir de la nominación en Lacan, la
noción althusseriana de interpelación
como constitutiva de la identidad subjetiva dentro de un horizonte ideológico, el
sí mismo situado en nudos de circuitos
comunicativos que lo atraviesan y lo
constituyen en una red de relaciones
complejas en Lyotard; alumbran modos
posibles del ser sujeto como resultado de
relaciones diferenciales y contingentes.
Explicaciones que centran la identidad no
ya en relación con los grandes relatos
dadores de mundo, como mero lugar de
subjetivación de la estructura, sino desprovista de esencias últimas y determinaciones cerradas a las que remitir todas las
acciones y los acontecimientos posibles.
El sujeto incompleto, borrado, tiene
como correlato el abandono de la idea
de la sociedad como totalidad que aparecía tanto en el planteo de la dicotomía
marxista como en la concepción del sistema orgánico funcional. En ruptura con
este sentido, propone Zizek3 el rastreo de
concepciones ontológicas que imaginan
la naturaleza de lo social a partir de una
brecha constitutiva entre el ser y el acontecimiento, entre lo universal y lo particular; tal como era concebido dentro de la
lógica hegeliana y que aparece, aún,
replicado en Marx. A saber, Laclau y la
imposibilidad de reducir lo particular a lo
universal –el primero en tanto fenómeno
del segundo–; Badiou y la brecha entre el
ser –estado de situación– y el acontecimiento de la verdad. En ambos casos,
para escapar al orden ontológico último,
la operación teórica consiste en plantear
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una subjetividad política que se constituya en la decisión ética –de carácter contingente–, sobre un fondo infinito de posibles multiplicidades de ser: sin universo
positivo, determinaciones, lógicas estructurales. Más radicalmente, para estos dos
autores, tanto el acontecimiento como la
capacidad del significante particular –que
adquiere la categoría de vacío para hacer
emerger la totalidad social siempre imposible–, se fundan en aquello que no
puede ser nunca representable.
Fragmentación de las identidades, virtualidad del mundo, contingencia de la
lógica de constitución de lo político. El
planteo de la constitución de los sujetos
de la emancipación por fuera de los
grandes relatos legitimadores, lleva a
Laclau y Mouffe4 a la crítica de la determinación endógena del vínculo hegemónico, es decir, a situar el problema de la
hegemonía por fuera de las determinaciones de clase. Si la identidad se constituye en un terreno distinto al que operan
las prácticas discursivas hegemónicas –la
estructura económica–, la presencia de
esta en el campo político se daría como
meras “representaciones” de clase y la
operación hegemónica consistiría sólo
en la “alianza de clases”. Identidad de
clase en el orden de las esencias; vínculo
hegemónico en el orden de las circunstancias, como sombra, mera consecuencia, segunda narración que debe su ser
siempre a la primera.
Para devolverle a la operación hegemónica toda su capacidad de operación
política, estos autores retoman el desarrollo teórico de Althusser. Imaginan otro
vínculo posible desde un nuevo concepto
de articulación, fundado en la sobredeterminación de las relaciones sociales.
Articulación ligada, entonces, ya no a
cualquier tipo de relación de elementos,
sino a una fusión que supone formas de
reenvíos simbólicos y pluralidad de sentidos. La formación de la identidad como la
presencia de unos objetos en otros, sitúa a
la articulación como un tipo de relación
muy distinta a la planteada por una mera
“alianza de clases”. Sentidos, matices,
trazos, perspectivas, elementos y rasgos
identitarios, que hacen emerger a cada
uno de los sujetos en los otros, componiendo una nueva forma identitaria, una
palabra con capacidad de decir lo colectivo donde las singularidades se diluyen en
el mismo instante de su pronunciamiento.
Aquello que ellos llaman discurso.
Si la hegemonía política, como lógica
de la articulación y de la contingencia,
pasa a implantarse en la propia identidad
de los sujetos políticos que ella genera,
en el instante mismo del vínculo con un
discurso con capacidad enunciativa articulatoria y aglutinadora, ¿qué implicancias tiene potenciar este aporte teórico
como capacidad de revisar nuestra práctica política cotidiana para escapar realmente del orden de las esencias al orden
de las circunstancias?
Si, justamente, estamos hablando de la
crisis de los espacios políticos en tanto su
capacidad de enlazar lo deseable como
pampa | 99 |
colectivo social con un discurso que
pueda decir lo justo y alumbrar otro
modo de reconstruir el lazo con los victimizados en diálogo con la memoria sensible del sujeto político popular ¿qué
consecuencias plantea pensar lo político
desde un sujeto que instaura su práctica a
partir de una decisión ética, no fundada
en la legitimación de una pertenencia
anterior –ya se trate de la clase, el pueblo
o cualquier otra entidad preestablecida–?
La distancia entre la representación y
lo representado centra nuestra mirada en
la necesidad primaria de la nominación
como constituyente de la subjetividad y
del entramado discursivo que diga lo
político sin ninguna esencia última a la
que remitirle todas las acciones posibles.
¿Podemos creer que esto se agota en la
formación de nuevos espacios políticos
cruzados por la “capacidad de articular
consensos” entre “actores heterogéneos”
para alcanzar “objetivos comunes” a un
supuesto sujeto político popular?
III.
Sin intención de desarrollar ninguna
revisión ontológica, la breve recapitulación anterior muestra miradas interesantes
para releer los sentidos que funcionan
como horizonte de la práctica a la hora
de producir política en las organizaciones
populares. Y regresa la cuestión de cuáles
son los planos de constitución del sujeto,
según las lógicas de articulación en los
espacios políticos de estas organizaciones.
Mucha de la bibliografía que aporta
| 100 | pampa
los supuestos de base para la acción política, presenta a la fragmentación y la sectorialidad de las luchas como el eje central en la imposibilidad de su desarrollo.
Aparece, entonces, en la explicación teórica, la noción de “articulación” como
recurso constante. Operación que implicaría, por un lado, la identificación de las
raíces de todas las problemáticas que cruzan a los conflictos protagonizados por
los sujetos político populares e incluiría
un segundo momento de integración en
propuestas comunes. Homologación
entre articulación y coordinación que
conllevaría a la construcción del denominado “proyecto estratégico”; dividido en
diversas prácticas: elaboración de propuestas ligadas a problemas reivindicativos, “articulación” de éstas, mediante el
consenso, en un plan de acción común.
Si coincidimos en que uno de los
aportes esenciales del revisionismo marxista es colocar a la formación de la
identidad en el preciso momento en que
la operación discursiva puede establecer
un decir colectivo. Esto es, no hay identidades –de clase, popular, o lo que fuere–
establecidas con anterioridad a la formulación de la palabra política, ¿cómo imaginamos la eficacia política de un planteo que vuelve a sujetar la identidad a
un momento anterior a la práctica?
Entendiendo que este tipo de articulación “consensual” debe operar, necesariamente, sobre identidades cerradas que
se relacionan sólo en términos de alianzas de clase, imaginar los nuevos espacios políticos a partir de grados de
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LENGUAJE, DISCURSO
“negociación” entre actores que,
mediante grandes debates y puestas en
común, llegan a constituirse en sujetos
políticos, nos coloca ante identidades
cerradas previas al proceso de constitución de su vínculo con lo político. Es
decir, ante una operación que vuelve a
situarlas en la lógica de la determinación
y en el terreno exterior a la práctica y al
discurso político mismo.
Central para pensar el espacio político
posible en nuestro colectivo social, la pregunta por la fragmentación de la subjetividad, permite situar la indagación sobre
complejos procesos que atraviesan a los
sujetos actuales en el mismo instante que
se constituyen frente a la vacuidad de
sentidos. Apartados de este movimiento,
algunos aportes empobrecen la visión
ligando lo fragmentario a la mera diversidad de demandas o de necesidades.
Irresponsabilidad política que tiene su
correlato dentro de las organizaciones
populares en la mera puesta en común
de listas inacabables de reivindicaciones.
Grandes estrategias y tácticas que cristalizan en propuestas políticas que aspiran a
“tender puentes”, “construir redes” o crear
“nodos de articulación”, como modalidades de los procesos de “construcción de
poder” que, hasta ahora, debemos decirlo, sólo construyeron listados infinitos de
heterogéneas reivindicaciones.
Esta producción de sentido, basada en
la aspiración a la recomposición del todo
social, olvida que sin más real ultimo que
develar, la operación hegemónica –del
actor político que se trate– opera sobre la
sociedad en tanto la constituye desde sus
valores morales, sus parámetros éticos,
sus modalidades de legitimación, sus
nociones sobre lo subjetivo y lo colectivo. Son aportes que al colocar la acción
política dentro de una supuesta “batalla
cultural” ligada a la de-velación de la
lógica del capital, son responsables de
contribuir a desgastantes prácticas políticas que desvían la reflexión sobre el sujeto político popular y su verdadero y violento litigio por el sentido.
La crisis profunda que atraviesan los
espacios políticos populares, requiere de
una imaginería política que pueda dar
cuenta de estos procesos de traducciones y alarmantes desfasajes; de la escasa
presencia de las cosas en el lenguaje
que fracasa una y otra vez en su intención de nombrarlas. En este tiempo cruzado por la tragedia del lenguaje y la
representación, la única posibilidad para
un proyecto emancipatorio desde lo
popular, que realmente encarne en la
compleja subjetividad de nuestra tierra,
se sitúa en la operación discursiva que
diga la hermandad en la opresión. Se
necesita más audacia para imaginar una
palabra que libere de las operaciones
discursivas del neoliberalismo que para
esgrimir una palabra que ajusticie dentro
de la rentabilidad que él mismo propone. Entendiendo que la libertad es justamente el límite de la obediencia militante al respeto radical por el otro y que su
capacidad política consiste en religar un
relato sobre el devenir colectivo con
pampa | 101 |
cada una de las historias cotidianas que
hacen a lo subjetivo nuestro. Nadie
niega que la puesta en juego de la
potencialidad de un pensamiento que
imagine un discurso con capacidad de
articulación política es un desafío; siem-
pre y cuando, ese pensamiento sea
capaz de contener nuevamente un modo
de decir lo social desde el paradigma de
lo justo y verdadero; aquel capaz de
encarnar en las acciones cotidianas de
los hombres de nuestra tierra. | pampa
NOTAS:
1
2
3
4
FOUCAULT, MICHEL, Nietzsche, Freud, Marx, El Cielo por Asalto Buenos Aires, 1995
HABERLAS, J. El discurso filosófico de la modernidad, Taurus, Madrid, 1989.
ZIZEK, S., El espinoso sujeto. El centro ausente de la ontología política, Paidós, Buenos Aires, 2001.
LACLAU, ERNESTO y MOUFFE, CHANTAL, Hegemonía y estrategia socialista, Siglo XXI, Madrid, 1987.
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Instituciones
por SEBASTIÁN SCIGLIANO
1.
En Match Point, la última película de Woody Allen, hay un
crimen. Un crimen brutal, despiadado que, además, son
dos: el de la bella y desafiante Nola Rice –Scarlett Johansson– y
el del hijo que lleva en camino. Es, a decir verdad, EL CRIMEN,
el de la vida que todavía no es, el de todas las vidas posibles.
Un asesinato mítico, el del vientre, que, sin embargo, lejos de
desencadenar la debacle de los personajes de la trama, organiza una suerte de reposo final en el que todo va tomando la
forma de la tranquilidad, la armonía y el progreso. En realidad,
lo que hace posible el regreso de la calma no es el crimen, sino
la combinación entre su calculada desfiguración y la serie de
biografías candorosas que ese crimen permite seguir con vida:
obviamente, el culpable no es culpado y la muerte de ese hijo
y de esa mujer permiten el nacimiento de otro hijo, fruto de un
vientre, ahora sí, público y aceptable.
¿Qué nos interesa de esto? Lo que finalmente queda en pie: el
matrimonio, la institución que organiza la vida burguesa y alrededor de cuyos conflictos se enrosca, en parte, la película. Hay,
para que esto sea posible, un cuidado entramado de secretos y
silencios –y su revés, esos diálogos insoportables y perfectos que
sostienen la ocasión, que el bueno de Woody sabe manejar con
maestría– y que es, en definitiva, lo que hace posible que la historia siga, a pesar de, o casi gracias a, esos crímenes inconfesables. Una maldad: la única forma en que uno de los personajes
consigue reconstruir el crimen con todos sus detalles –uno de los
policías que investiga el caso–, es soñándolo.
2.
Toda institución es inconfesable. Lo es en el sentido de
que su fin último, que es también su origen, debe permanecer celosamente oculto, a riesgo de destruir su empresa.
pampa | 103 |
Llámese al proceso despojo, sustracción, crimen o deseo. Todo
instituto supone una desigualdad nuclear y, al mismo tiempo,
desgarradora y muda. Es cierto, no es esto una novedad. El estado de naturaleza de las sociedades contemporáneas vive de ese
hiato de origen; es su motor y su combustible a la vez. El capitalismo, es ni más ni menos que eso: un despojo. Sin embargo,
y a pesar de cierta extendida iluminación sobre el problema, las
instituciones, como la cultura, ay, funcionan. Y lo hacen en
buena medida gracias al entramado simbólico que son capaces
de concebir, más o menos concientemente, y que vela convenientemente esa situación embarazosa e inconfesable.
3.
A la gestión de esa malla de protección se la conoce como
comunicación institucional. Henos aquí, entonces. Instituciones, formas reguladas de la interacción humana, estatuto de
relaciones, intercambio. Unidades celulares de producción de
sociabilidad; extensos campos de fuerza. La forma institucional
es una razón, y su propia razón instituyente es, en última instancia, siempre un relato, una manera de contar la ley, la celebración del rito, su puesta en acto. Y alrededor de esa pequeña
épica, las instituciones organizan sus escalafones, sus sistemas
de ascenso, sus premios y castigos, sus entonaciones. La comunicación institucional es la forma pública de ese polifonismo, es
el coro. Y como tal, renueva cada vez esa invocación, la refuerza al tiempo que la desnuda. Es que toda comunicación construye un mito de la transparencia, juega a ocultar lo que muestra y develar lo que oculta. Su autonomía es, en realidad, un
juego de espejos, en el que lo aparente es lo extraño. El acto de
comunicación es una invocación ilusoria. Gestualidad, rito,
puesta en escena, el acto de comunicación restituye el sentido
de pertenencia común, ilumina, produce ilusión.
4.
5.
La iluminación es una providencia artificial, como toda
providencia.
El sistema de participaciones en la malla de la comunicación institucional es, entonces, necesariamente un doblez.
Es decir: la forma de ser sujeto de la comunicación en las instituciones es un pliegue, un desdoblamiento. Porque la misma
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COMUNICACIÓN,
LENGUAJE, DISCURSO
trama comunicacional tiene sus propias formas ritualizadas de
invocación, su propio sistema de mentira. Que, al mismo tiempo, produce el efecto institucional del mito y su invocación. Es
un engranaje doble, la máquina adentro de la máquina. Entonces, la forma de ser de los comunicadores institucionales es la
forma de ser institución, es decir, su forma de habitar la institución es la forma institucional. Todo sujeto productor de comunicación institucional cuelga de una soga doblado sobre sí mismo.
Esa es la forma virtuosa de la ética que la institución construye:
verse a uno mismo cometiendo el crimen. La escena del doblez
es el núcleo de la razón sínica que alienta todo ejercicio comunicativo en el seno de las instituciones. A decir de Zizek1: todos
saben que lo hacen, y aún así, continúan haciéndolo.
6.
¿Cuándo empieza una institución? ¿Cuántos deben creer?
La respuesta es una tentación: uno solo, pero uno cada
vez. El “efecto institución” es una recreación, un episodio. Ninguna institución nace de una vez y para siempre. Es muy probable que ahí resida su fortaleza, en la capacidad de reponer
su sentido cada vez que es invocada. Sin embargo, como es de
imaginar, esa escena encarna, también, un alto grado de fragilidad, porque la invocación siempre oculta la posibilidad de la
profanación, como dice Giorgio Agamben2, la posibilidad de
restituir el uso profano de lo sagrado. Pero para evitar esa profanación está la comunicación institucional, el discurso suturante, el que vuelve creíble el hechizo. Y los comunicadores
institucionales son los obreros de esa colmena, quienes ejecutan la partitura del rito, los que hacen institución. De ahí la sospecha de que las instituciones son su comunicación, son en
tanto se comunican como instituciones. Quiero decir: lo institucional se amalgama en ese relato de ser institución, que
necesita confirmarse todo el tiempo.
7.
Consecuencia: hay un no tiempo de las instituciones. Como
fenómenos de consenso, las instituciones deben ser eternamente presente. Lo paradójico es que ese efecto de atemporalidad es el resultado de un relato que las cuenta como siendo. El
discurso del presente permanente es el discurso de la publicidad, en la que nada envejece –vale recodar aquella publicidad
1 ZIZEK, SLAVOJ, Zizek,
Slavoj, Ese oscuro
objeto de la ideología.
2 AGAMBEN, GIORGIO,
Profanaciones.
pampa | 105 |
de una administradora de fondos jubilatorios cuyo slogan era for
ever young–. El presente permanente es, también, el tiempo del
deseo. Institución, publicidad, deseo. Todos ocultan algo, todos
guardan un cadáver en el armario.
Sin embargo, como rito, las instituciones proponen una memoria, la invocación de una memoria que se “presentifica”, que se
consolida como monumento. En esa operación paradojal del
presente eterno que invoca una memoria es en la que intervienen los comunicadores institucionales, como contadores del
mito, como rapsodas.
8.
No hay, sin embargo, comunicación sin mal entendido,
sin confusión. Es decir, solo el desbalance simbólico que
produce una situación de incomprensión, de duda o de paradoja, crea la necesidad de la explicación, de la restitución del sentido, la profanación. La situación de eventualidad de la institución como episodio consensual está todo el tiempo amenazada
por la salida de cauce, por el desvarío. Como explica Eduardo
Rinesi a propósito de Hamlet, la representación del crimen del
padre, como fuera del relato, como recreación, es lo que permite destrabar el engaño, quitar el velo, poner color ahí donde
había –una supuesta– transparencia3. El territorio de la comunicación no es nunca una llanura; es siempre, al menos, un grupo
de ondulaciones modales, en el que la diferencia de niveles es
lo que permite –lo que vuelve necesario– la comunicación. Es
lo que permite revelar el nombre del autor del crimen.
9.
3 RINESI, EDUARDO,
Palabras Cruzadas.
Política y comunicación el Hamlet, en
Zigurat nro. 3.
| 106 | pampa
Frente a la forma ética de habitar lo institucional que la
institución les propone a los comunicadores, hay una
forma estética, la posibilidad del juego con la farsa, con la puesta en relieve de las contradicciones entre mito e historia, entre
celebración y juego, entre lo aparente y lo aparecido, capaz de
poner entre paréntesis las identidades y sus solidificaciones.
Ética y estética se necesitan mutuamente, son, en realidad,
parte de un mismo proceso que configura el terreno complejo
y poroso de lo comunicacional, que desanda las instituciones y
las pone enfrentadas a sí mismas. Es un proceso conflictual, en
el que se diputa la capacidad de instituir el “sentido genuino”.
Lo que seguro no hay es institución sin conflicto, sin política.
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10.
Una maldad: la única forma en que uno de los personajes de la película de Woody Allen puede desentrañar la verdad sobre la muerte de Nola Rice, es soñándolo. La
escena es fascinante: ese personaje, un policía “excéntrico”, le
cuenta a su compañero de investigación, alucinado y de un
tirón, toda la trama del crimen –que el espectador ya conoce,
claro está–, pero que ninguno de los otros personajes de la historia podría reconstruir, ni siquiera él mismo. Cuando su compañero, escéptico, le pregunta cómo consiguió armar esa historia le confiesa, avergonzado, que lo soñó. La historia oficial,
que la película se encarga de subrayar como azarosa y forzada, encuentra otra explicación, resuelve el dilema de otra
forma. Esa forma, la forma pública, les permite a todos convivir con el crimen sin conflicto, sin culpa y sin castigo. Esa es la
ética de la película de Allen. La estética está en la figura de ese
policía que construye fantasías en el sueño del wisky. La verdad parece ser hija de la sin razón, de la fantasía, del juego, de
la representación. Pero no hay verdad sin mito, ni sueño sin
vigilia. Y de eso vivimos. | pampa
pampa | 107 |
La fragilidad y el Capitalismo
por EDUARDO ROSENZVAIG
Evidentemente no experimentará temor quien cree que nada
puede sucederle (...) Sienten miedo aquellos que juzgan probable
que algo les pase (...). Los hombres no piensan así cuando se
encuentran o creen hallarse en la plenitud de la prosperidad, y en
consecuencia se muestran insolentes, desdeñosos y temerarios.
[Pero si] conocen la angustia de la incertidumbre, tiene que haber
alguna esperanza de salvación, por exigua que sea.
ARISTÓTELES. RETÓRICA
1. El recuerdo
El recuerdo icónico de mi infancia es la
pampa y el ombú. Solitario, raro en la
inmensa planicie verde. Como la Tierra,
rara, solitaria en la inmensa planicie azul
del universo.
La soledad de la Tierra en el Universo
conocido se percibe como una relación
única entre pensamiento y sentimiento.
La originalidad de la Tierra, productora
de vida, tiene algo del ombú, esa hierba
transformada en árbol gigantesco.
La fragilidad de la Tierra, como en el
ombú, es un tronco blando, increíblemente
blando, hecho de agua. Sólo un delicado
equilibrio medioambiental y la casualidad,
permiten que la hierba se haga árbol antes
que el pampero la arranque de cuajo.
2. El cuadro de la evolución del Universo
En las fases tempranas de la expansión
| 108 | pampa
del Universo se formaron los núcleos de
los elementos livianos: hidrógeno y helio.
Nacieron condensaciones que dieron origen a estrellas y galaxias. Reacciones termonucleares en el seno de las estrellas
que dieron lugar a la fusión de los elementos más pesados.
En nuestro Universo se formaron cien
mil millones de galaxias, de las cuales
una es la nuestra: la Vía Láctea. Esta vía
que parece de leche, está compuesta de
gases, polvo y unos cuatrocientos mil
millones de soles. Uno de estos soles es
nuestro Sol, situado en un oscuro brazo
del espiral. Una estrella corriente, anodina, vulgar.
Alrededor del Sol y otras estrellas
comenzaron a formarse los planetas. Por
lo menos en el tercer planeta alrededor de
este sol –la Tierra– hace cuatro mil millones de años atrás, se dieron condiciones
favorables para la vida. ¿Cómo pudo crearse un complejo de condiciones tan
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COMUNICACIÓN,
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poco probable para la aparición de la
vida? Dos posibilidades.
UNO. Nuestro Universo atravesó innumerable cantidad de ciclos –expansiones
y compresiones–. Las constantes físicas
originadas en el inicio de cada ciclo,
cambiaban de uno a otro. Nosotros aparecimos en un ciclo donde se creó una
combinación de constantes físicas y otras
propiedades favorables a la formación de
estructuras complejas y sistemas vivos.
DOS. Otra posibilidad sería que en el
mundo de la materia haya infinidad de
universos distintos, cada uno con su complejo de constantes y propiedades físicas.
Y que nosotros estemos en aquel que permite precisamente la existencia de la vida.
En cualquiera de estos dos sentidos
nuestro Universo es único.
Pero, además, la Tierra se halla a una
distancia del Sol que le permite obtener
una cantidad óptima de luz y calor.
La Tierra es el único planeta del sistema
solar que posee hidrosfera –agua que entra
en la composición de la célula viva–.
La composición única de la atmósfera;
la fuerza óptima de la radiación solar que
llega a la superficie terrestre –con la capa
de ozono que protege a todo lo vivo del
componente duro de la radiación ultravioleta–.
Pero, además, en nuestra galaxia existe
una zona con condiciones favorables para
el surgimiento de la vida; el llamado círculo de corotación, vinculado a la estructura espiral de la galaxia, que en realidad
es un “círculo de la vida”. Justamente en
él nos encontramos nosotros junto con el
sistema solar.
Además, el Sol se halla entre dos brazos de la galaxia, lejos el uno del otro.
Por eso la vida en la Tierra –escribe Carl
Sagan–, no está amenazada por la radiación nefasta de las nuevas estrellas que
nacen en estos brazos, o sea, en lugares
de acumulación de la materia.
3. El cerebro humano
El cerebro humano se parece al globo
terráqueo y al ombú en que está dividido
en dos hemisferios. El encéfalo se parece
a un hongo, cuyo pie es el tronco cerebral, su parte más antigua. Desde aquí se
dirigen los reflejos más importantes:
deglución, respiración, ritmo cardíaco.
Encima se halla el diencéfalo, surgido
con los primeros mamíferos que habitaron
nuestro planeta unos ciento cincuenta
millones de años atrás. En él se encuentran los centros del olfato, el gusto, las
emociones.
Por último, está el sombrerete, la parte
más joven, también formada hace millones
de años. Aquí se concentra nuestra capacidad para percibir señales, hablar y pensar.
Pareciera, entonces, que hay tres cerebros en uno. Durante nueve meses en la
cabeza del embrión se forman las neuronas; a razón de veinticuatro mil por minuto, llegando a diez mil millones.
Los físicos calcularon que el número
más grande conocido –de la ciencia física– es 1088, o el número que expresa la
cantidad de partículas elementales –electrones, protones, neutrones– de todo el
cosmos conocido. No estaba tan lejos el
matemático siciliano Arquímedes que en
pampa | 109 |
el siglo III a.C. estimó en su libro El arenario que harían falta 1063 granos de arena
para llenar el cosmos. Cifras grandes: 1018,
por ejemplo, es un trillón; para contar un
trillón a un número por segundo necesitaríamos vivir más que la edad del Universo,
unos treinta y dos mil millones de años.
Quedamos en el número más grande:
1088. Pero hay fenómenos que compiten
con este número. Cada célula nerviosa de
nuestro cerebro se une con decenas de
otras por medio de axones y dendritas.
Estos enlaces se hacen a una velocidad
media de una milésima de segundo. Yo
digo, “¿Quiénes somos nosotros?” y el
cerebro tardó ese tiempo en comprender
la frase, en hacer las relaciones necesarias. Un segundo dividido en mil partes.
Se ha calculado que el cerebro necesita
hacer una serie de combinaciones en esa
milésima de segundo, superior a 10100.
Es decir un número superior a todas las
partículas que hay en el Universo.
El tejido nervioso tiene dos coloraciones: el gris, como resultado de la acumulación de neuronas, y el blanco, de la
asociación de sus apófisis –axones y dendritas–. La sustancia blanco-grisácea de
varios milímetros de espesor que cubre
los hemisferios del cerebro es lo que nos
hace tomar conciencia de los sucesos de
nuestra vida. Por ejemplo, que un ombú
en la pampa verde, es algo raro y también hermoso.
No existen dos neuronas idénticas.
Cada una es una complicadísima fábrica
química, con cientos de miles de substancias diferentes y miles de fermentos catalizadores que provocan una multitud de
| 110 | pampa
reacciones bioquímicas ininterrumpidas.
Las neuronas “conversan” entre ellas en
varios idiomas: en el de la química, en el
de los impulsos eléctricos. Las diez mil
millones de neuronas únicas, y sus enlaces en combinación del 10100 y sus idiomas para –a la velocidad de una milésima
de segundo– decir: “El ombú es solitario,
original, frágil como la Tierra”.
4. El capitalismo
Aquí tengo las declaraciones de un
economista. Recibido en la Universidad
Nacional de Tucumán, profesor, doctorado en la Universidad de Chicago en
1972, asesor de Cavallo entre 1991 y
1999 en el Ministerio de Economía de la
Nación, consultor del BID y experto de la
OEA, hincha de Boca, aficionado a la
pesca del pejerrey. Carlos Pucci acaba de
decir a la prensa la conclusión de toda su
vida de académico, ejecutor económico y
creador de la última frase conocida del
sistema dominante: “El capitalismo no
puede tener sentimientos”.
Todo lo que hemos explicado en esta
tangente singular del Universo hasta llegar a la vida, el cerebro, los sentidos,
para que el hombre viva en un sistema
que carece y que no puede tener sentimientos. Como si todo hubiese sido para
nada. Para lo que Kurosawa llamara en
su film Los sueños, una estupidez. Una
gran estupidez.
En la Universidad de Chicago hay una
sola escultura en los jardines. El campus
es bello, se parece a Cambridge por el
verdor y los edificios simulando la piedra
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COMUNICACIÓN,
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medieval. La estatua es en bronce, obra
de Henry Moore, el gran escultor contemporáneo. Se trata de una estatua a la
bomba atómica. Porque, allí, un científico de la Universidad creó la teoría de la
bomba. Recibió el premio Nobel por eso.
La Universidad de Chicago, entonces,
creó la bomba atómica y el neoliberalismo. Dos bombas.
Creó la posibilidad de una guerra final
y creó la teoría del capitalismo de vivir
en una sociedad cuyo sistema de producción, distribución y consumo carezca de
sentimientos. Con la amenaza de las
bombas –las armas y la economía sin
sentimientos– el mundo rico pretende
sostenerse como poder global. Con la
realidad del sistema sin sentimientos pretende dividir al género humano en dos
mitades, como los dos hemisferios del
cerebro, y como los dos de la Tierra y los
dos del ombú. El hemisferio de la riqueza
y el hemisferio de la exclusión.
El que tiene hambre no puede pensar
en la naturaleza; así como al que está
saciado no le interesa pensar en el que
tiene hambre. La Tierra está en peligro.
Toda la evolución de la tangente está en
peligro.
Pero el planeta es indivisible, como la
relación entre el ombú y la pampa. En
Estados Unidos, se respira el oxígeno
generado en las selvas ecuatoriales brasileñas. La lluvia ácida, emanada de las
industrias contaminantes del Medio Oeste
de Estados Unidos, destruye los bosques
canadienses. Con el efecto invernadero
ocurre otro tanto. Yo vi los bosques quebrados del Canadá cuando, hace algunos
años, llegó a hacer el frío suficiente para
que el agua se congelase. Los clorofluorcarbonos de los aerosoles de Italia provocan cáncer de piel en Australia.
Un llamamiento de la Comisión conjunta de ciencia y religión (1990) denomina lo que está ocurriendo “Crímenes contra la Creación” ¿No es un crimen contra
la creación un sistema de vida que se perciba y defina sin sentimientos?
Este sistema –sin sentimientos– ahora
pretende ser dueño del agua en el
mundo. De la hidrosfera donde nació la
vida, casi como de lo que está compuesto el tronco del ombú. Avanzamos en la
comunicación global; retrocedemos en
los sentimientos globales. La cara de
Bush es la cara del mundo rico. ¿Cómo
es posible que se adueñen del agua, de la
hidrosfera donde nació la vida, el origen
de los sentimientos, empresas cuya razón
de existir es negarlos?
Ahora se sabe que el mundo animal se
desarrolló en forma tan impetuosa no
sólo gracias a la selección natural
–Darwin– sino también con otros instrumentos. Entre ellos el amor. Es decir formar pareja con un ser que no le es indiferente. Darwin desarrolló parte de la
teoría de la selección sexual, en base a
la mayor atracción. Ahora se sabe que
ocurrió la instancia del amor.
En vez del capitalismo considerar
sagradas las condiciones ambientales suficientes a la vida, sacralizó el beneficio, la
desigualdad, la explotación colonial tardía
con su metáfora dramática llamada deuda
externa. Si no es posible un sistema de
producción, de distribución, de intercampampa | 111 |
bios y de consumo con sentimientos, no
habrá alternativas al crack de la Tierra. Se
llame como se llame, esa nueva relación
social-ambiental, no será ya capitalismo.
6. Lo otro
En Uruguay hay un monte de ombúes.
Si el ombú es ya raro de ver, mucho más
un bosque de ombúes. Algo extraordinario, tan único en su entrelazamiento
casual de circunstancias.
Cada vez es más raro ver un ombú en
la pampa. Sobre todo en una pampa talada por la soja transgénica y el Randap.
Desaparece toda flora bacteriana que
obstruya “por arriba y por abajo” a la
soja, aunque sirva a los nutrientes de
otras múltiples especies, entre ellas esa
| 112 | pampa
hierbita llamada ombú. Se corta catastróficamente la cadena biológica, la relación
entre bacterias, flora, fauna y el desierto
aparece como metáfora –el campo amarillo uniforme de la soja– y como realidad,
el ecocidio.
Proponer otro sistema, con sentimientos, es la tarea actual de la especie homo
sapiens. Tarea univalente. Tarea sin alternativa. Tarea de la propia evolución natural. La tarea de la originalidad del ombú o
de la Tierra. La tarea de un planeta vecino
a un solcito vulgar, entre otros cuatrocientos mil millones de soles en la Vía Láctea.
Es más fácil encontrar la punta de la
madeja de un sistema con sentimientos,
que contar uno por uno todos estos soles.
Tenemos unos segundos para hacerlo. No
más a escala de la vida en la Tierra. | pampa
julio 2006 | nro.1
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