RESPUESTA A MINISTRO DE DEFENSA falsos positivos

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Bogotá, enero 30 de 2012
Dr. JUAN CARLOS PINZÓN BUENO
Ministro de Defensa Nacional
Ciudad
Ref: 116350/MDVPAIDH-725 – 22 de diciembre de 2011
De toda consideración.
Le agradezco su carta de la referencia, en la cual comenta ampliamente
nuestra publicación “Deuda con la Humanidad -2” y comparte informaciones, análisis y recomendaciones pertinentes.
Es loable el esfuerzo que usted reseña allí, desplegado en el diseño e implementación de medidas relativas a la instrucción de las tropas en el
campo de los derechos humanos, al mejoramiento de los controles de
las operaciones, a los cambios administrativos y disciplinarios, a la colaboración con los poderes judiciales y al trámite de quejas de las poblaciones. Es posible que algunas de estas medidas hayan influido en la disminución de casos de “falsos positivos”, aunque dicha práctica aún no
ha sido erradicada y se siguen presentando casos, como lo muestran
nuestros informes periódicos.
Sin embargo, permítame compartirle, Señor Ministro, una convicción que
la experiencia me ha ido imponiendo, a mi pesar, a través de muchos
años. La mayoría de los crímenes de lesa humanidad que comprometen
a agentes del Estado, en especial de la fuerza pública, no se deben a carencia de normas o de controles formales institucionales. La mayoría de
esos crímenes burlan las normas y burlan los controles, aún más, en el
diseño mismo de los crímenes están previstas las formas de darle apariencia legal a la actuación de los agentes del Estado mientras se echa
mano de mecanismos de ficción e informalidad para garantizar la eficacia de los crímenes, incuestionablemente motivados en posiciones políticas que identifican a las capas gobernantes.
Un ejemplo palpable de esto lo puede encontrar en el Anexo 7 de nuestro Informe, en el cual se recoge alguna parte del trabajo realizado por el
Juez 94 de Instrucción Penal Militar, adscrito a la Brigada XVII de Carepa,
Dr. Alexander Cortés Cárdenas, en su paso por dicho juzgado entre 2007
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y 2008. Como puede comprobarlo, Señor Ministro, un bloque muy significativo de expedientes había ocultado, bajo el rótulo de “muertes en
combate”, verdaderas ejecuciones extrajudiciales que debieron pasar a
la jurisdicción ordinaria. Pero lo que más impresiona en el análisis de
esos expedientes, es que las mismas órdenes de operaciones incorporaban las normas del Derecho Internacional Humanitario y los informes de
operaciones lo presentaban todo bajo apariencias legales, mientras el
verdadero camino del crimen se cubría con ficciones y falsos testimonios, muchas veces respaldados por funcionarios judiciales cooptados,
todo amparado por el estatuto del Fuero Militar que permite que el expediente, una vez lograda la calificación de “muerte en combate” tras las
primeras diligencias manipuladas, pase a la jurisdicción penal militar,
donde jueces como el Dr. Cortés son una verdadera excepción. La persecución de la que él fue víctima y su exilio, demuestran, además, que en
el Gobierno no hay interés alguno en tener jueces como él, sino todo lo
contrario, impedir que haya jueces como él.
Usted cuestiona, Señor Ministro, que utilicemos el término “ejecución extrajudicial” para referirnos a la calificación técnica del “falso positivo”,
aduciendo que en la legislación colombiana no existe ese tipo penal sino
el de “homicidio agravado”.
En realidad, desde que nuestro Banco de Datos asumió unas categorías
jurídicas para clasificar las violaciones más graves a los derechos humanos, hacia 1995, decidimos asumir las categorías del derecho internacional y no las del derecho interno, teniendo en cuenta que la misma noción de “derechos humanos” hace referencia a exigencias del ser humano como ser humano y no como ciudadano de un Estado particular, por
lo cual la referencia a los instrumentos que la comunidad internacional,
a través de las Naciones Unidas y otras instancias, ha ido estableciendo,
como interpretación de lo que los Estados deben reconocer y respetar
en el ser humano como tal, haciendo caso omiso de su legislación interna, debería ser la guía fundamental en la elaboración de nuestras categorías.
En los documentos básicos del derecho internacional de los derechos humanos, la eliminación de una vida humana puede obedecer a un proceso
judicial que culmina en pena de muerte, en aquellos Estados que aún la
conservan, o puede obedecer a conductas que se colocan fuera del proceso legal (acto extrajudicial o arbitrario) o que desconocen las garantías
del proceso (ejecución sumaria). La Resolución 1989/65 del 24 de mayo
de 1989 del Consejo Económico y Social de la ONU, emitió los Principios
relativos a la prevención e investigación de las EJECUCIONES EXTRALEGALES, ARBITRARIAS O SUMARIAS.
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El experto Antonio Blanc Altemir, en su libro “La violación de los derechos humanos fundamentales como crimen internacional” (BOSCH Casa
Editorial, Barcelona, 1990) explica así el término: “Las ejecuciones arbitrarias o extrajudiciales constituyen homicidios deliberados de personas
por causa de sus verdaderas o presuntas actividades políticas, o de su
religión u otras creencias, origen étnico, sexo, color o lengua, perpetrado
por orden de un Gobierno o con la complicidad del mismo. El elemento
diferenciador respecto a las ejecuciones sumarias radica en que mientras en éstas interviene un tribunal generalmente constituido precariamente (en ocasiones por personas sin formación jurídica alguna) y que
actúa sin las debidas garantías, en las ejecuciones arbitrarias o extrajudiciales no participa ningún tribunal, llevándose a cabo las ejecuciones
ya sea directamente por las fuerzas de seguridad a iniciativa propia o siguiendo órdenes superiores, o por grupos civiles que actúan por instigación, tolerancia o complicidad de aquellas. Las ejecuciones extrajudiciales suelen tener lugar en situaciones de conflictos civiles internos o tras
la toma del poder en forma violenta por un nuevo Gobierno y generalmente con el objetivo de reprimir y disuadir a los grupos de oposición,
mediante la acción directa o a través de grupos paramilitares que están
formados en ocasiones por miembros de las propias fuerzas armadas y
de seguridad o por personas que actúan bajo su tolerancia o connivencia” (pg. 383/384)
También cuestiona usted, Señor Ministro, el que hayan sido incluidos,
entre los anexos, casos como el del Palacio de Justicia (1985) y el de los
vigilantes y funcionarios de la Universidad Libre de Barranquilla (1992).
El caso de Barranquilla ciertamente no responde a los parámetros del
“falso positivo”, pero su inclusión en el informe, como lo explicita el mismo título: “El germen social de los Falsos Positivos: Vidas “desechables”
en venta”, obedecía al deseo de llevar a los lectores a calibrar, desde
una ética fundamental de la vida, la monstruosidad del Falso Positivo,
ubicando algunos de sus rasgos esenciales en otro contexto y mostrando
que la distancia entre eliminar una vida por ganar unos pesos y eliminarla por ganar una condecoración, unos días de descanso, un ascenso, una
satisfacción de sus jerarquías, es una distancia muy pequeña o nula.
El caso del Palacio de Justicia, a mi juicio, sí corresponde a los parámetros del “falso positivo”. Nadie ignora hoy día, después de las numerosas
investigaciones realizadas sobre el hecho, que la versión que ha querido
imponer la fuerza pública sobre las desapariciones allí comprobadas, es
la de que esas personas murieron en el enfrentamiento armado que se
dio en el interior del Palacio; que eran parte directa o indirecta de los
combatientes insurgentes y que sus cuerpos fueron calcinados. Ha habido, pues, por parte de las instituciones militares, una insistencia en que
fueron “muertos en combate” y no desaparecidos forzadamente y ejecu-
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tados extrajudicialmente, como lo han comprobado las investigaciones
judiciales con acopio de pruebas. Por lo tanto, llenan los parámetros de
los Falsos Positivos.
También cuestiona usted, Señor Ministro, el que nos separemos en algún
aspecto del Informe del Relator de Naciones Unidas para las Ejecuciones
Extrajudiciales. Si bien él conceptúa en algún aparte de su Informe que
no se trata de una política de Estado, añade inmediatamente que tampoco se trata de casos aislados y afirma que han sido perpetrados a lo
largo y ancho del país por un elevado número de unidades militares. La
experiencia nos ha ido enseñando a leer el estilo diplomático de los funcionarios intergubernamentales y ello nos lleva a percibir allí las súplicas
del Gobierno colombiano para que no se calificara, en un informe de tan
gran importancia, de “política de Estado” algo que se revelaba tan evidentemente sistemático y tan afianzado en mecanismos tan corrientes
en la institucionalidad de la fuerza pública, como las recompensas, los
fondos reservados y el manejo de otra cantidad de estímulos, y tan articulado a unas directrices represivas que venían de los más altos niveles
del Gobierno, como la propaganda de ventajas o triunfos militares sobre
un adversario y los éxitos (todo lo ficticios que hoy se estén revelando)
de una presunta política de desmovilizaciones.
Debo confesarle, Señor Ministro, que al revisar los numerosos archivos
que organizaciones de derechos humanos pusieron a mi disposición para
este estudio, me limité, por disciplina metodológica, a registrar los casos
en que se llenaban los parámetros esenciales del “falso positivo” en la
redacción misma de las denuncias. Pasé por alto numerosísimos casos
en que el sentido común me llevaba a concluir que se trataba de un “falso positivo” pero donde la redacción literal de la denuncia no lo confirmaba, muchas veces por falta de detalles secundarios. Eso me llevó a
pensar que el número de casos, fuera del sub-registro ordinario que tenemos en nuestra base de datos, debido a otros numerosos factores,
puede llegar a ser tres o cuatro veces mayor que el que recogimos en el
Informe. De allí que sólo hablemos de una “muestra” (pag. 11) y que
nuestra convicción sea la de que estamos frente a una práctica sistemática, con todas las características de una política de Estado. Es imposible
creer que 1741 crímenes de esa magnitud pueden darse como “casos
aislados” o al margen de todo control de las instituciones.
Lo anterior se refuerza en la sistematicidad metodológica, lo que nos llevó a describir el “Kit del Falso Positivo” como algo que se ha vuelto rutinario en las unidades castrenses, pues el sólo hecho de ver que la misma secuencia, con los mismos rasgos e instrumentos, se repite en tantos
rincones del país, le impone a uno la convicción de que se trata de métodos cuidadosamente diseñados y compartidos que trascienden je-
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rarquías y geografías para imponerse como práctica rutinaria al servicio
de objetivos inconfesables.
Sus argumentos, Señor Ministro, en favor de una lectura que no responsabilice a las instituciones de fuerza pública de estos horrores, no me resultan convincentes. Si bien el término “positivo” [como reducción de la
expresión “resultado positivo” que revelaría una rutinización de la práctica] puede no figurar en la doctrina ni en el lenguaje oficial de las Fuerzas Militares, sin embargo, como lo expresé antes, lo más grave de lo
que nos ocurre no recorre las vías legales, oficiales ni formales, sino que
utiliza enormes redes de vías ilegales, ficticias, informales y de camuflaje para actuar, escudándose, en los momentos de escrutinio, en lo legal
y formal que quedó intacto.
Ojalá su argumento, según el cual: “Cada miembro de nuestra institución está obligado a cumplir su función constitucional de acuerdo a los
objetivos estratégicos planteados. En desarrollo de esta función, su deber se traduce en resultados específicos que se adecúan a la Constitución y la ley. Cualquier acción o resultado que se aparte de estos postulados debe ser correctamente investigada” no corresponde a la cruda realidad. Si esto fuera realidad, Colombia sería un paraíso y no tendríamos
una memoria tan dolorosa de crímenes de Estado por centenares de millares que esperan una justicia que no asoma por ninguna parte. La realidad es que se actúa permanentemente en contra de la Constitución y la
Ley y que casi nada se investiga y todo permanece en la impunidad.
¿Acaso desconoce, Señor Ministro, los centenares de crímenes perpetrados por Ejército y Policía, en unidad de acción con estructuras paramilitares, contra la Comunidad de Paz de San José de Apartadó? ¿A qué se
debe la negativa del Gobierno a que se cree una comisión que evalúe la
administración de justicia de Urabá, sumida en podredumbre moral tan
aterradora, como factor eficaz para que esos crímenes se sigan perpetrando hasta hoy?
También cuestiona usted, Señor Ministro, el uso de la expresión “muerte
en combate” e insinúa que utilicemos más bien la de “muerte en desarrollo de operaciones militares”, contexto en el cual hay muertes que se
ajustan a la ley, como las dirigidas a un objetivo militar debidamente
identificado, o responden a un uso de la fuerza legítimo. Sin embargo, no
considero de importancia esta distinción, dado que los casos de Falsos
Positivos se definen justamente porque la “muerte en combate” es ficticia y justamente para ello se utilizan los falsos uniformes de camuflaje,
las armas colocadas sobre los cadáveres, los combates simulados y
otros subterfugios, con el fin de justificar el hecho como “muerte en
combate”, o sea, como ataque a un objetivo militar debidamente identificado, el cual, si no es eliminado, puede eliminar al atacante “legal”, revistiendo, por lo tanto, un carácter de “legítima defensa”.
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Celebro que su Ministerio esté revisando las políticas de incentivos y recompensas y someta a control los gastos reservados. Pero no sólo el Relator de Naciones Unidas pudo comprobar la incidencia de esos factores
en los Falsos Positivos, sino que se han dado confesiones de altos mandos de unidades militares, en las cuales se evidencia el uso que le daban
a esos estímulos. Con todo, estoy profundamente convencido, Señor Ministro, de que las políticas de recompensas, desarrolladas por los últimos
gobiernos colombianos, han arruinado la moral pública; han arruinado el
valor de la vida humana; han convertido la “verdad” en una mercancía
envilecida y han forzado al aparato judicial a sumergirse en la más repugnante podredumbre moral.
Le ruego excusarme por las opiniones y conceptos que contradicen los
suyos y los de su institución, pero he preferido responderle desde una
muy larga y muy dolorosa experiencia personal.
Del usted, atentamente,
Javier Giraldo Moreno, S. J.
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