Untitled - la Bienal de Flamenco de Sevilla

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25/09/2016
PAÍS: España
FRECUENCIA: Diario
PÁGINAS: 9
O.J.D.: 4194
TARIFA: 4944 €
E.G.M.: 37000
ÁREA: 875 CM² - 100%
SECCIÓN: SEVILLA
/ SEVILLA /
25ElSeptiembre,
Correo de Andalucía 2016
Domingo, 25 de septiembre de 2016
9
La memoria del olvido
Antonio Zoido
Fugacidad y permanencia del tiempo
En los años 90, la Bienal de
Flamenco de Sevilla luchó contra
quienes pensaban que el tiempo
estaba inmóvil, o que no existía
{Se
vivía febrilmente; cada
día se celebraba una efeméride de altura inmarcesible
pero, por debajo de aquella
actividad inusitada, la cotidianidad dejaba estampas
que podrían haber pasado a
la Historia si sus cronistas las
hubieran visto y anotado. En
1991, año del IV centenario
de la muerte de San Juan de
la Cruz, se inauguraban las
nuevas salas del Pabellón
Mudéjar, en la Plaza de América, con una exposición de
alusiva al místico de José
Manuel Broto, José María Sicilia y Miquel Barceló. La tarde anterior a su apertura,
cuando el recinto era aún
una sala de pasos perdidos y
cajas de embalaje resonaron
unos aldabonazos en la
puerta lejana del museo que,
al abrirla un conserje, enmarcaron las figuras de Curro Romero y Camarón: venían a abrazar al pintor mallorquín que, poco antes,
había ilustrado el disco Potro
de rabia y miel del de la Isla.
Aquel año no había Bienal
pero el triángulo formado
por aquellos personajes, unidos por San Juan de la Cruz
(poco después Enrique Morente convertiría en jondo su
hondo Cántico Espiritual)
era una señal de por dónde
iban a ir las cosas.
La Bienal del 92 pasó, envuelta en la nube del universalismo del año, metió el Giraldillo en el baúl de los recuerdos, o sea, perdió su
condición de concurso y ganó el de muestrario de un arte que ya andaba de compadreo –igual que Camarón,
Curro Romero y Miquel Barceló– con las demás. Si Sevilla había cambiado de pies a
cabeza, el evento flamenco
de otoño y el mismo flamenco habían ido adquiriendo
nuevos valores y matices.
Pero el divorcio existente
entre la ciudad nacida de los
jirones de la Exposición Iberoamericana de 1929 y la que
había emergido de las celebraciones del V Centenario
del Descubrimiento de América tenía su paralelo en los
territorios del cante, el baile
El apunte
(Creció)... Seguramente
impulsada por el ejemplo que le daban cientos y más cientos de aficionados extranjeros...
Fueron ellos, desde la
primera hora, constantes y generosos testigos
de pasión y cargo, mecenas más incluso que
los naturales del país.
De modo que por ellos y
por la energía que levantó entonces la Vietnam –como la llamaban
los gitanos de las Tres
Mil– alcanzó el respeto
y la consideración...
y el toque. La Sevilla y la afición tradicionales seguían
ensimismadas en cánones
inamovibles a pesar de que
un huracán lo hubiera movido todo. De la misma manera
que unos no se daban cuenta
de la posición privilegiada
que la ciudad había ocupado
en el mundo durante varios
años y de que las nuevas infraestructuras entre las urbes
más modernas, los otros no
veían ni los puestos que el
flamenco subía en el ranking
internacional de las músicas,
ni que existían artistas que,
partiendo de su acervo clásico, ensayaban nuevas formas
de expresar la potencialidad
que contenía, ni, por supuesto, lo que ello significaba en
el panorama de la industria
cultural.
También dispuso signos arrebatados por la
polémica, la controversia y el escándalo, por
la admiración, por la
envidia y por los celos;
y se encendían lo mismo candelas de júbilo
que hogueras para quemar herejes.
Cada vez
llegaban más
foráneos para
asistir a los
espectáculos
Por eso –lo mismo que Sevilla– la Bienal comenzó a cubrir una etapa desvaída en la
que, aparte de la endémica
falta de presupuesto y de un
equipo estable de organización, estuvo presente el cansancio. Seguramente el dolor
de cabeza de la resaca postexpo no dejaba pensar porque, por un lado, la capital de
Andalucía ya tenía, además
del Lope de Vega, el Teatro
de la Maestranza, el Central y
el Alameda de propiedad pública y, por otro, como si respondieran a la llamada de un
axioma del materialismo histórico, muchos artistas habían comenzado a crear espectáculos de gran formato o
de formas y contenido que se
adaptaban a espacios que podrían ser considerados «de
arte y ensayo»; ambos venían
como anillo al dedo a los
nuevos espacios escénicos.
Los carteles de cada una
de las ediciones se quedaban
algo cortos aunque, en el de
1996, Tato Olivas diseñara el
nombre del evento partiendo
José Luis Ortiz Nuevo
Érase una vez una
ciudad...
Pregón del XXV Aniversario de la Bienal.
Espectáculo de Israel Galván en la Bienal de Flamenco. / José Luis Montero
de la imagen del teclado de
un piano: los antiguos esquemas de Pepe Romero se habían abierto en flor para hacer del instrumento que, según
Manuel
Torre
–escuchando tocarlo a su tocayo Falla– emitía «soníos negros», un elemento imprescindible de ahí en adelante.
La Bienal de Flamenco,
encontrando por sí sola el camino, estaba a las puertas
del palacio platónico habitado por los arquetipos, las
Ideas de cuya imagen nacen
las imitaciones. Sevilla fue
desde antiguo una ciudad de
arquetipos: la Giralda, con
cientos de hijas en todo el
mundo, la Casa de Pilatos,
prototipo de tantos edificios,
la Semana Santa, la Feria... El
nuevo siglo le regaló otro
porque, a partir de entonces,
y con un equipo a cuyo frente estaba Manuel Herrera, el
evento otoñal (que ya con
anterioridad había inspirado
algunos, como el Festival de
Arte Flamenco de Mont de
Marsan, en Francia) fue
viendo nacer muchos de corte parecido aquende y allende Despeñaperros, los Pirineos y la Mar Océana.
Cada vez eran más los foráneos que arribaban durante esos días para asistir a los
espectáculos y en cada edición se percibía la eclosión
en todas sus vertientes de un
arte que, nacido como el jazz
en la infamia, asimilaba
cuanto de las demás se ponía
a su alcance pero eso no lograba romper la inercia de
gente incapaz de comprenderlo ni embeber a la clase
empresarial en la muleta de
un negocio prometedor por
más que estuviera ante la
vista que aquello tenía las
mismas posibilidades que la
eclosión primaveral de cien
años antes, cuando el comercio y la industria contribuyeron a su realce.
Se buscó –como siempre–
la mejor programación, se intentó encontrar fórmulas que
permitieran la producción de
espectáculos, se siguió encargando los carteles a autores de renombre internacional como Luis Gordillo o Tapies, se los desplegó en
forma de banderolas por la
ciudad, se creó –por primera
vez– un equipo estable, se
cuadraron las cuentas del debe y el haber, se conectó con
las universidades y se dieron
becas de investigación...
Fueron aquellos años en
los que la Bienal luchó contra la fugacidad del tiempo y
contra quienes pensaban
que el tiempo estaba inmóvil. O, simplemente, que no
existía. ~
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LO QUE DICE LA CRÍTICA DE LA XIX BIENAL DE
FLAMENCO DE SEVILLA EN LA PRENSA SEVILLANA
(12)
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Cuando la guitarra se agiganta Gerardo Núñez y Dani de Morón lideran dos distintas aproximaciones a la sonanta
Fermín Lobatón Sevila 22 SEP 2016
La programación de la Bienal, bien poblada de guitarras en esta edición, ha propiciado que en dos noches seguidas se
sucedan aproximaciones muy distintas al instrumento de seis cuerdas provenientes de dos artistas que pertenecen a
generaciones consecutivas. Ambos casos representan el cambio de rol que la sonanta ha experimentado en las últimas
décadas abandonando su antiguo papel secundario para convertirse en líder de su propio espectáculo. Han sido casos
en los que la guitarra se ha agigantado, adquiriendo unas dimensiones colosales por razones bien dispares.Las
composiciones de Gerardo Núñez han marcado época y pueden llegar a ser bien conocidas por el aficionado que sigue
sus conciertos. Sus falsetas, sus melodías han tenido siempre un gancho especial y una peculiar calidez. Por eso
resultaba atractivo escuchar el resultado de su traslado a la rica sonoridad de una big band. El vehículo tradicional del
swingpuesto al servicio del compás y las armonías flamencas. Existen muy pocos ejemplos de esta asociación, aunque
en nuestro país no se puede olvidar el trabajo del saxofonista Perico Sambeat, en el que, no por casualidad, participó
Núñez, que probablemente ha sido el guitarrista de su generación que ha optado por un formato más jazzero.Y,
definitivamente, su música se engrandeció multiplicada por el cromatismo y la contundencia de los metales y el soporte
de una sección de ritmo espectacular que iba del piano de Moisés Sánchez a las palmas de Carmen Cortés, la batería
de Marc Miralta, el cajón de Cepillo y el contrabajo de Toño de Miguel. En total veintidós músicos en escena, porque
esta era una big bandtradicional con sus líneas de saxos, trombones y trompetas al completo y un director, Kike
Perdomo, que ha compuesto unos arreglos sobrios y eficaces que no oscurecen el protagonismo de la guitarra, que
siempre manda y señala el camino.Tangos, tanguillos, soleares y bulerías y también martinete en la voz de Carbonell.
Más baile, que Carmen Cortés se desplegó con generosidad en diversos apuntes y en una soleá bien completa con el
acompañamiento casi exclusivo de la sección de ritmo. Los formatos fueron cambiando de uno a otro tema –Templo del
lucero, Calima, Sevilla…- para terminar en la apoteosis de La Habana a oscuras.De la casi madrugada del Teatro
Central a la fresca noche del miércoles en el Real Alcázar. Otra guitarra y también líder, porque Dani de Morón decidió
que, tras dos discos de concierto, iba, en el tercero, que se llamará 21, a poner su toque al servicio del cante en una
llamativa inversión del rol tradicional, porque es el guitarrista el que invita a los cantaores a los que quiere acompañar y
en los que quiere inspirarse para tocar. Cada uno con su estilo, su metal y su acento. Cuatro de las voces que estarán
en su disco –Rocío Márquez, Jesús Méndez, Duquende y Arcángel- acompañaron al guitarrista en su gran noche.Antes
de acompañar, Dani se presentó de forma apabullante, condensando en un solo estilo todos los recursos que
caracterizan su toque. Armonías rítmicas y contratiempos frenéticos a la velocidad de una bulería de vértigo. Una
guitarra que también parecía multiplicada de tanta música como salía de ella. Pero tras esa tarjeta de presentación
llegaría el reto de la noche y de su disco: un sucesivo cambio de registro para los timbres de cada uno de los invitados.
Pasar del toque discreto, casi secundario, como tradicionalmente se entendía, para dejar en un apunte o en una falseta
su ya reconocible firma como un brochazo de genialidad: una reconocible melodía apenas insinuada en una fina síncopa
como muestra de tantos ejemplos.Crea la atmósfera para la granaína de Márquez y le teje un tapiz de la calidad del
mosaico árabe que tenía a su espalda para su milonga marchenera. Con Jesús Méndez abandona la dulzura y baja a la
tierra con un toque vigoroso y grueso para su cante torrencial. Vuelve a la delicadeza de un finísimo trémolo para
acompañar los aires levantinos de Duquende y se templa más si cabe para ilustrar el ralentizado y muy ligado discurso
por tientos de Arcángel. En la parte central, el reto superlativo de Israel Galván. Su baile, que con un toque de aparente
burla esconde su alta exigencia, se asoció con a la música del guitarrista con pasmosa naturalidad.La exigencia artística
de la coplaEl reparto vocal ofreció un pobre interés con un resultado nada satisfactorioDestacaron el dominio de la
partitura de Gallardo y la brillantez de Sánchez·
MANUEL MARTÍN MARTÍN·
Sevilla·
@LaAzagaya23/09/2016 'Can
andaluza'Espectáculo: 'Canción andaluza de Paco de Lucía' / Dirección musical y guitarrista solista: Jose María Gallardo
/ Piano: Moisés Sánchez / Guitarras: Juan José Suárez 'Paquete' y José del Tomate / Percusión: Israel Suárez 'Piraña' /
Colaboración especial: Lole Montoya y Parrita / Lugar y fecha: Real Alcázar. 22 de septiembre de 2016 (Dos estrellas)
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24 Septiembre, 2016
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El segundo de los conciertos previsto en el Real Alcázar ha desembocado enun homenaje a la copla a través de las
ocho canciones populares que conforman el disco póstumo de Paco de Lucia, 'Canción Andaluza',a más de un fugaz
recorrido por aquellos paisajes del algecireño que formaron parte de su infancia, teniendo como colores las tonalidades
creadas por Quintero, León y Quiroga y como referente la voz que para él fue el símbolo de la copla: Marifé de Triana.
Ha sido José María Gallardo el que ha representado el sueño no cumplido de Paco de Lucía, escenificar la obra y dar
"vida a esas composiciones y recordar al maestro de Algeciras" a través de una producción de las que no se estilan en
estos tiempos flamencos, aunque sí hicieron historia en aquellas Quincena de Flamenco y Música Andaluza del Teatro
Lope de Vega que precedieron a la Bienal. Sin embargo, el reparto vocal ha ofrecido un pobre interés, con un resultado
nada satisfactorio.
El espectáculo contó con una producción que funcionó bien al principio por ser muy actual, lejos de relecturas ni
aspectos conceptuales de ningún tipo, lo que, a través de la guitarra de Gallardo, respiramos el encanto y seducción del
pasodoble 'Romance de valentía', las ausencias 'En tierra extraña' o el papel vital que cumplió el pianista de jazz Moisés
Sánchez a partir del 'Pena, penita, pena', en el que Gallardo introdujo el fraseo de 'Entre dos aguas'.
Hubo, mismamente, embeleso y ensoñación en las bulerías 'María de la O' con la incorporación del percusionista Piraña
al dúo anterior, y los tres entregaron el tema 'Ojos verdes', con el que quedaron pintados muchos sentidos a los pies de
la Giralda, pero a partir de ahí el espectáculo descendió con las idas y venidas de los músicos, los tiempos muertos y,
sobre todo, con los invitados, Lole Montoya y Parrita, que no estuvieron a la altura de las exigencias de una Bienal de
Flamenco.
A Lole la vimos fuera de sitio en las bulerías 'Te he de querer mientras viva', de León y Quiroga, e incluso en una serie
de tangos para los que tampoco encontró mucha ayuda en las guitarras de Jesus de Rosario y José de Tomate,
enmendando la plana estos dos en la interpretación de la 'Chiquita piconera', de León, Callejón y Quiroga.
Urgía estimular, por tanto, la acción escénica y llegó el prodigio de la noche, el 'Adagio' del 'Concierto de Aranjuez, que
Gallardo dedicó a Paco de Lucía para, junto a Moisés Sánchez, ser capaces de despedazar el corazón del más
impasible en grandes sonetos, o hacer de poeta a quienes sueñan con los anhelos del algecireño.
Todo prometía a retomar la escalada al éxito. Pero nuestro gozo en un pozo, porque a partir de aquí de nuevo
contabilizamos los minutos con el reloj de las eternidades, pues el 'Romance de Juan Osuna' que cantaba Caracol se
durmió en la garganta reducida de Parrita, así como sus pobres tangos o el tema 'Señorita', de León y Solano, y que
encumbrara el utrerano Enrique Montoya. Menos mal que de nuevo Moisés Sánchez y Piraña agitaron la música que
naufragaba en las olas del recuerdo.
Sólo algunas canciones andaluzas de Paco de Lucía han cobrado vida y contadas emociones percibimos en la
propuesta de José María Gallardo, que al menos ha conseguido que todo estuviera en su sitio y en su época, pues
resultaba coherente y de bella factura. Pero la exigencia artística de la copla es irrefutable y no admite que la tensión
decaiga a lo largo del concierto o que las armas de la propuesta se basen en dos voces inoperantes, una perdida en la
visualización de la letra y la otra seriamente agotada, por lo que la lectura positiva del espectáculo se bifurca entre la
brillantez del virtuoso Sánchez y el gran dominio de la partitura de las coplas de Gallardo.
Tributo al maestro en tono menorEl nuevo homenaje que le dedicó la Bienal a Paco de Lucía anoche en el Alcázar
estuvo en tono menor. La idea de llevar al directo por primera vez su obra póstuma, ‘Canción andaluza’, desafinó como
una guitarra de tómbolaManuel Bohórquez / Sevilla / 23 sep 2016 / 07:38 h. Paco de Lucía no tiene suerte en la Bienal.
En vida tampoco, aunque le recordamos grandes conciertos. Recuerdo un titular de una de esas veces: “Paco de Lucía,
en tono menor”. Creo que era así. Le temía a la Bienal como a una vara verde, según él, porque se le ponían en primera
fila del teatro algunos guitarristas o aficionados a la sonanta de Ricardo o Melchor, y lo crujían con la mirada cuando se
desviaba lo más mínimo de los cánones. Pues anoche, en el nuevo tributo que le dedicó el festival sevillano, la cosa
estuvo también en tono menor. La idea no era desdeñable, llevar al directo, por primera vez, su obra póstuma, Canción
andaluza, el homenaje que el genio de la Isla Verde dedicara a la copla a través de ocho piezas fundamentales del
género. Una joya del joyero de su discografía. El escenario era el mejor, el Patio de la Montería del Real Alcázar, con
lleno absoluto. No era para menos. Sin embargo, la noche no dio de sí lo que se esperaba, desafinó como una guitarra
de tómbola. Incluso hubo un momento, cuando el guitarrista José María Gallardo estaba interpretando el adagio del
Concierto de Aranjuez, que el pianista, Moisés Sánchez, confundió la partitura con la lista de la compra de Mercadona.
Fue solo un accidente, vale, se le pusieron flamencos los papeles, pero qué mala pata. Menos mal que el guitarrista
sevillano nos había deleitado ya con varias maravillas de Quintero, León, Quiroga, Penella, Álvarez y Valverde, con su
elegancia y enorme sensibilidad, sin que se le fuera ni una sola nota. Todas se le fueron a una columna del equipo de
sonido, que tuvo un inoportuno resfriado. Ojos verdes, En tierra extraña, Pena, penita, pena, Romance de valentía... La
historia de la copla. No es la copla el fuerte de Lole Montoya, porque hasta tuvo que leer en un atril su canción, haciendo
luego unos tangos con la voz tan floja como una almohada de plumas. La voz más angelical del cante sevillano estuvo
también en tono menor, aunque sea siempre un dulce para los paladares más nostálgicos. A ver si el valenciano Parrita
nos araña el alma, como acostumbra, pensamos, y lo intentó zambreando por Caracol, con un metal de voz tan gitano
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que, bueno, como la noche estaba cortita, nos supo a gloria. También recordando, que no emulando, porque eso es
imposible, al gran Enrique Montoya en Señorita, de León y Solano. Y poco más que contar. Lo mejor, que la noche no se
hizo eterna, aunque la música de Paco lo sea. Hay que seguir intentándolo, en la Bienal o fuera de ella, porque el
maestro tenía mucho de Sevilla en su toque, parte del alma del Niño Ricardo, el señor Serrapí. Y por muchas más cosas,
entre otras, porque una ciudad como Sevilla, una de las cunas del flamenco, y un festival de la categoría de la Bienal, no
pueden pinchar siempre en hueso cada vez que intentan homenajear al artista flamenco más grande de todos los
tiempos. Hay que rendirle honores, pero que sea en tono mayor. Y si no es mucho pedir, con siete bemoles.
Famenco / Canción Andaluza de Paco de Lucía / Calificación: * *XIX Bienal de Flamenco. Tributo a Paco de Lucía.
Dirección musical y guitarrista solista: José María Gallardo. Piano: Moisés Sánchez. Guitarras: Jesús de Rosario y José
del Tomate. Percusión: Piraña. Artistas invitados: Lole Montoya y Parrita. Real Alcázar, 22 de septiembre de 2016.
No hay vencedor sino Paco de LucíaLa interpretación de la obra póstuma del genio de Algeciras, «Canción Andaluza»,
ha sido un homenaje digno, pero no emocionante Alberto García Reyes Sevilla22/09/2016 Lo de José María Gallardo en
el Alcázar ha sido un verdadero romance de valentía. Sus formas clásicas le restan a la «Canción Andaluza» de Paco de
Lucía, obra celestial del dios de la guitarra, ese tempo flamenco que el de Algeciras le metía incluso a su respiración. El
sevillano no tiene ese juego del elástico rítmico ni de pulsación trepidante que tenía el genio de todos los genios. Pero se
ha empapado las composiciones de su obra póstuma en apenas un mes. Y salió al escenario más puñetero del mundo a
tocar por Quintero, León y Quiroga siguiendo el patrón paquero, pero proponiendo su propio latido, algo más rígido que
en la anarquía jonda. El héroe de la noche estaba anunciado en la inscripción de la fachada del Palacio de Pedro I: «No
hay vencedor sino Paco de Lucía». Y Gallardo ha tirado de esa pena, penita, pena de su ausencia para darle enjundia a
las coplas que el hijo de la portuguesa había escuchado en su casa de la Bajadilla cuando era un chavea. Fue una
interpretación seria, muy seria. Honradísima. Digna de un artista que merece mucho más reconocimiento del que tiene
en su tierra. Todo sonó impoluto y siguiendo con exactitud las composiciones originales. Con arreglos más simples y
claqueta. Pero con todas las notas. Sin excepción. Y con todos los cambios rítmicos en su sitio. La entrada de María de
la O por bulerías. Sólo con piano y cajón. Algo metálico el sonido. El viraje a los tangos-rumbas de Ojos Verdes. Todo
estaba rigurosamente encajado según había sido concebido por su autor. Aunque la realidad es que la pátina de
flamencura tuvo que ponerla Jesús de Rosario con José del Tomate para la voz lunera de Lole Montoya.Me duele hasta
la sangre de lo mucho que me gusta esa gitana, de la clase con la que canta, pero esta vez estaba enconsertada porque
no se sabía la letra y en la afinación bordeó varias veces el precipicio mientras consultaba con el atril. Lole ya no es la
que fue por tangos morunos, pero evoca una época que sólo puede traer felicidad a la memoria. Hasta rozada, que lo
estaba y mucho, suena a un tiempo mejor. Aunque quizás tendría que dosificarse a partir de ahora. Pero yo la he de
querer mientras viva. Como a Paco, el Mambrú, que vio pasar entre las manos del Rosario su versión de Chiquita
Piconera...Lo que había sobre el escenario era dignidad. Pero para acercarse al de Algeciras hay que emocionar. Él
tenía toda la técnica del mundo y se la pasó por el arco del triunfo en busca del ole. No quería cosas imposibles. Quería
música invencible. Por eso no morirá nunca. Porque incluso en las fatigas de los guitarristas que han tenido el valor y el
buen gusto de homenajearlo aparece por detrás imponiendo su ley. Que es la ley. La única ley que tendrá ya para
siempre la guitarra flamenca. La carta magna del toque. Gallardo lo buscó en alguna estrella de las que rondan la
Giralda para recordar el Concierto de Aranjuez que montaron juntos. El sonido fallaba. El recuerdo no. Aquella forma de
meterle mano a la obra de Rodrigo volvió locos a todos los clásicos. «Maestro, que Dios te bendiga», le dijo el sevillano.
Dios bendiciendo a un dios. Y luego Parrita le cantó las zambras caracoleras poniendo la mano en el evangelio. Ese
gitano tiene clavito y canela, incluso cuando los desconchones le impiden llegar a la cima del tono. Es tan personal por
tangos que siempre merece la pena, hasta cuando se acuerda de otro monstruo como Pansequito y canta como un
péndulo en el aire. Paco, que le tocó a los más grandes, lo adoraba. Algo tiene el agua cuando la bendicen. Y el
flamenco, como decía Enrique Montoya, lleva casi un siglo con un nombre en la boca y nunca lo pronuncia delante de la
gente. Anoche estuvo en Sevilla, su señorita y su pena infinita. Venciendo otra vez al tiempo hasta en la ausencia de
pellizco. Francisco Sánchez Gómez. «No hay vencedor sino Paco de Lucía», escribieron los moros en el Alcázar hace
700 años.
Canción andaluza de GallardoJuan Vergillos
Actualizado 23.09.2016
canción andaluza de paco de lucía. Guitarra y dirección: José María Gallardo.Cante: Parrita, Lole Montoya. Guitarras:
Jesús del Rosario, José del Tomate. Piano: Moisés Sánchez. Percusión: Israel Suárez 'Piraña'.Lugar: Real Alcázar.
Fecha: Jueves 22 de septiembre. Aforo: Casi lleno.
Fue una chapuza. No en la ejecución artística sino en la producción. En la comunicación. La idea es excelente:
homenajear a Paco de Lucía haciendo su última obra y contando para ello con su grupo y colaboradores. Y también con
su familia, ya que José María Bandera, que era sobre quien inicialmente recayó el peso de la propuesta, es, además de
miembro de su grupo durante años, sobrino del de Algeciras. Pero el elenco inicial se cayó. No vino el sobrino ni
tampoco Josemi y Juan Carmona, como estaba previsto. Hace unos días en la página web de la bienal apareció, no
como noticia sino en el apartado del programa dedicado a este recital, el grupo que finalmente vino anoche y también la
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leyenda de que "el elenco del espectáculo ha sufrido una modificación sin verse afectado el contenido artístico del
mismo". Esto no es cierto. Porque José María Gallardo no es un guitarrista de flamenco sino clásico. Al tratarse de un
intérprete de otro género, evidentemente el contenido artístico sufrió una alteración drástica. Aunque se haya mantenido
el programa original, cosa que no sé con exactitud. La copla andaluza tiene la ventaja de que está en la memoria
sentimental de todos nosotros y el inconveniente de que ha sufrido tantas versiones que es una música manida. Eso es
lo que pudimos escuchar anoche, una música manida y familiar. En la versión de un guitarrista clásico. Así que este
cambio tan fundamental en el programa inicial tendría que haberse comunicado abierta y claramente a los aficionados.
Este repertorio tan familiar y manido se puede convertir en música exquisita gracias al genio de Paco de Lucía. O gracias
al bellísimo timbre y la entrega emocional de Parrita, que ha dedicado su último disco al género y que salvó los muebles
anoche con sus zambras caracoleras y el Señorita de Montoya. Aunque fueron los tangos que cantó el valenciano lo
único vivo que escuchamos en el Alcázar en un deslavazado concierto que, para que no faltara nada, acogió incluso el
Adagio del Concierto de Aranjuez en versión para guitarra y piano. Lole estuvo fría, rígida, tanto en la versión de Te he
de querer mientras viva como en sus tangos.
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