Descarga - Debate Feminista

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Dirección Marta Lamas
Redacción Cecilia Olivares
Comité editorial Marta Acevedo
Enid Álvarez
Marisa Belausteguigoitia
Gabriela Cano
Dora Cardaci
Mary Goldsmith
Lucero González
Marta Lamas
Sandra Lorenzano
María Consuelo Mejía
Araceli Mingo
Hortensia Moreno
Cecilia Olivares
Mabel Piccini
María Teresa Priego
Raquel Serur
Estela Suárez
María Luisa Tarrés
Portada Carlos Aguirre
Diseño Azul Morris
Producción Alina Barojas Beltrán
Administración
María Perea Meraz
Ventas Ana Rosa Solís
Apoyo editorial Patricia Ramos
Publicidad Elvira Bolaños
Índice
editorial
ix
heridas, muertes, duelos
El lugar herido
Luis Miguel Aguilar
3
Mis cadáveres
Carmen Boullosa
23
Memoria, parentesco y política
Ana María Amado
51
Resentimientos
Jean Améry
76
desde esta tribuna
La comandanta esther en el congreso de la unión
Teresa Carbó
101
desde el cuerpo
Retrato de mi cuerpo
Phillip Lopate
153
poesía
Poetas negras
167
políticas públicas
Veinte años de políticas de igualdad
de oportunidades en España
Judith Astelarra
179
El traje nuevo de la emperatriz
Francisco Cos-Montiel
211
¿Políticas con perspectivas de género
o el género como política?
Haydée Birgin
261
desde la mirada
Política en imágenes
Lorena Alcaraz
271
desde el recuerdo
El duelo, entre la antropología y el psicoanálisis
Araceli Colin
281
desde la disidencia
Resistir
Susan Sontag
289
desde Nicaragua
Los nombres de la Rosa
María López Vigil
301
desde la convivencia
Gay de mierda
Román Revueltas Retes
323
No es por vicio ni por fornicio
María Teresa Priego
325
desde Argentina
Lo imposible sólo tarda un poco más
Raquel Robles
331
desde el diván
Sólo cólera
Adam Phillips
337
lecturas
Entendernos
Gabriela Cano
343
Las mujeres y la tierra
Teresa Valdés
347
La prostitución en México
Rosío Córdova Plaza
352
Para ubicar el género
Matthew C. Gutmann
357
Comentarios sobre Debates en torno a una
metodología feminista
María J. Rodríguez-Shadow, Martha García Amero,
María Eugenia D‘Aubeterre, Antonella Fagetti
360
argüende
Foximiliano y Martota
Jesusa Rodríguez
383
Y si la historia
Liliana Felipe
398
colaboradores 403
editorial
Editorial
A
unque la escritura y la creación en general siempre parten de la
intención de dar a conocer nuestras ideas, nuestros sentimientos o intereses, de compartirlos con quienes los leen, escuchan
o miran, en el caso de las heridas, las muertes y los duelos el deseo de
poner en palabras o imágenes lo vivido/lo desaparecido se entreteje con
la necesidad de revisar —tal vez más de una vez, seguramente una y
otra vez— el golpe que la muerte asestó a nuestra vida.
Después de vivir la muerte de un ser querido, o de vivir muchos
años marcada por el temor a la muerte, después de sobrevivir a la destrucción sistemática de 6 millones de personas o haber crecido huérfano
de padres asesinados por el estado argentino, queda la expresión: la recreación como una manera de entender y entendernos, o por lo menos
como la búsqueda de comprensión, en algunos casos, de aceptación.
Trabajar, atravesar, elaborar un duelo son expresiones que forman
parte del lenguaje ordinario, a partir del trabajo de Freud, y sin embargo el duelo mismo es algo que en nuestra época no sabemos muy bien
cómo manejar. ¿Qué expresiones de duelo son “aceptables”?, ¿cuánto tiempo
es el tiempo “normal” de duración para un duelo?, ¿existen un duelo
sano y uno patológico?, ¿se llega realmente a la terminación de un duelo?
Seguramente que para la elaboración del duelo (para sobrevivir a la
muerte que nos deja descolocados, mutilados, sin techo que nos cubra ni
suelo sobre el que pisar) sirve de ayuda la puesta en relato de la vida de
quien falleció; para aliviar por muy levemente que sea las heridas sirve
de ayuda volver a ellas, contemplarlas, verlas cicatrizar y quedarse con
las cicatrices que ineluctablemente formarán parte de uno para siempre.
En la sección que abre este número de DEBATE FEMINISTA hemos
reunido cuatro artículos que tocan la muerte desde lo individual y desde lo socio-político. Luis Miguel Aguilar aborda lo inrelatable: la muerte de su hijo pequeño. Desde el “lugar herido”, desde la conciencia de
que esa falta lo acompañará toda la vida, Aguilar escribe de una manera
tan honesta y conmovedora que no queda más que agradecerle compartir su dolor con tantos lectores anónimos.
Carmen Boullosa retoma un tema que atraviesa gran parte de su
obra literaria: el temor a la muerte, que la lleva a huir constantemente de
ix
editorial
la adultez, el compromiso, la estabilidad. “Mis cadáveres” hace un recuento de todos los momentos en que la muerte tocó a su vida, momentos que se entretejen con aquellos en los que cobró conciencia de su
cuerpo como separado, deseante, capaz de gozar.
Ana María Amado realiza una lúcida lectura de las recreaciones
que llevan a cabo los familiares de las víctimas de la dictadura argentina
y las inscribe dentro del ámbito político: el reclamo de los hijos que ya
adultos reconstruyen las vidas y las elecciones de sus padres, los padres que reviven la muerte de los hijos, la violencia homicida y la orfandad universal.
Jean Améry, quien estuvo internado en varios campos de concentración, entre ellos Auschwitz, explora y comparte —aunque sin esperar simpatía— las razones que le impiden olvidar, su negativa a perdonar,
su reclamo a la nación alemana para que no borre de su memoria el
periodo nazi de su historia. En este caso se trata de heridas que nunca
cicatrizaron, por más que Améry, a través de su escritura, intentó, en
palabras de Primo Levi, “superar lo insuperable”.
Cuatro artículos más de este número tocan la temática de la primera sección. En desde el recuerdo, Araceli Colin ofrece un homenaje a la
antropóloga Noemí Quezada, a la vez que reflexiona sobre la muerte y
el duelo como objetos de estudio, por un lado, y como vivencias personales, por otro. Susan Sontag, en desde la disidencia, alude al carácter
innecesario, amoral e injusto de las circunstancias del conflicto palestinoisraelí; desde las puntualizaciones semánticas y políticas que viene realizando a partir del 11 de septiembre de 2001, Sontag expresa su respeto
a los soldados israelíes que rechazan servir para dominar y humillar al
pueblo palestino. En desde Argentina, Raquel Robles complementa en
ciertos aspectos el artículo de Ana María Amado, con una reflexión
sobre el esperado fin de la impunidad y la posibilidad de retomar los
sueños de los padres asesinados así como los sueños propios. El psicoanalista inglés Adam Phillips, en desde el diván, nos deja ver cómo la
rabia —uno de los estados/estallidos que caracterizan al duelo y también al enfrentamiento ante el sinsentido y la inutilidad del exterminio
masivo de seres humanos— es resultado de la frustración de nuestros
ideales, de un mundo ideal que al parecer sólo existe en nuestra imaginación.
Mientras que con estos artículos se apuntala el cuerpo central de
este número, a partir de un intercambio de miradas con la comandante
x
Esther, Teresa Carbó realiza un apasionante análisis del discurso que la
comandante zapatista pronunció en el Congreso en 2001. Su presencia y
sus palabras, las que nos dieron a muchas de nosotras una entrañable
sorpresa, son sopesadas en todos sus aspectos en desde esta tribuna.
El escritor estadounidense Phillip Lopate escribe amorosa e irónicamente sobre sí mismo: la apariencia de su cuerpo, sus posibilidades
reales y las soñadas, su historia, las partes preferidas y las que le causan molestias; elabora, así, un retrato de sí mismo al escribir un retrato
de su cuerpo.
Mónica Mansour nos presenta cuatro poemas de cuatro poetas
negras del continente americano que tocan el tema de la negritud
imbricado con el del ser mujer en un mundo en el que pareciera que
esas dos condiciones implicaran, como expresa June Jordan, que se
nació y se vive “equivocada”.
La sección desde la mirada nos ofrece las fotografías de Lorena
Alcaraz, “política en imágenes”: cuerpo, manos y barro ilustran los conceptos y vivencias centrales de la equidad, la participación, la diversidad y la libertad.
En la sección de políticas públicas, dos especialistas en el tema de la
perspectiva de género, Judith Astelarra y Francisco Cos-Montiel, nos ofrecen elementos valiosos para ir haciendo una evaluación de experiencias.
Astelarra revisa las formas en que los institutos de la mujer han aplicado
las políticas de igualdad de oportunidades y sus resultados en España.
Especialmente interesantes son los hallazgos que muestran cambios de
actitudes, aunque queda la duda de si dichas transformaciones se deben
principalmente a la labor de las instancias que se encargan de políticas
dirigidas a terminar con la discriminación en contra de las mujeres. Por
su parte, Cos-Montiel analiza, mostrando su pertinente aparato teórico, la
gestión del Instituto Nacional de las Mujeres en México, y concluye que,
por lo menos hasta ahora, más que género, tela o nuevos ropajes, lo que
hay son sobre todo discursos y proclamas. Y aunque la sección está dedicada únicamente a analizar las instancias que en España y México se
ocupan de la transversalización del género, le sumamos unos comentarios agudos de Haydée Birgin, nuestra compañera argentina.
En desde Nicaragua, María López Vigil nos ofrece un panorama a la
vez desolador y esperanzado de este país centroamericano como marco
para la historia de Rosa, la niña nicaragüense que, violada en Costa
Rica, finalmente pudo someterse a un aborto terapéutico en su país.
xi
editorial
Las múltiples vicisitudes que rodearon el caso, y la rápida y humanitaria intervención de las feministas nicas son recordatorio del trecho todavía largo que hay que recorrer para que sea respetada la voluntad de las
mujeres y niñas en materia de sexualidad y reproducción. Hacemos un
llamado desde estas páginas a quienes tengan conocimiento de casos
similares, para que nos hagan llegar la información. Es imprescindible
ir documentando estas lamentables experiencias.
Ante la reciente declaración vaticana en contra de las uniones de
personas homosexuales, María Teresa Priego y Román Revueltas escribieron sendos artículos periodísticos que reproducimos con gusto. Las
arcaicas posturas de la jerarquía de la iglesia católica, que prohiben las
relaciones erótico-amorosas entre dos personas del mismo sexo, fomentan la homofobia.
Lecturas presenta esta vez cinco libros fundamentales. En primer
lugar, Gabriela Cano comenta el Diccionario de cultura homosexual, gay y
lésbica de Alberto Mira cuyo objetivo, a decir de Cano, es informar sobre
obras, creadores y públicos gays. Enseguida Teresa Valdés presenta Género, propiedad y empoderamiento de Magdalena León y Carmen Diana
Deere, obra que recoge información de doce países de América Latina
sobre el tema de la tenencia de la tierra y el acceso a ella. Rosío Cordova
hace una lectura plena de sabiduría y humor de La prostitución y su
represión en la ciudad de México (siglo XIX) de Fernanda Núñez. “Para
ubicar el género” es la reseña de Matthew Gutmann sobre Gender’s Place: Feminist Anthropologies of Latin America que incluye los trabajos de
estudiosas estadounidenses y latinoamericanas. Para finalizar incluimos las cuatro presentaciones del libro compilado por Eli Bartra, Debates en torno a una metodología feminista, obra central para quienes están
interesadas en la investigación feminista.
Como siempre, cerramos con la sección argüende. El espectáculo
de cabaret político que Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe han venido
impulsando a lo largo de varios años, realiza esta vez un viaje al pasado
y retoma una parte de la historia patria para criticar el presente. También incluimos la inefable canción de Liliana: hay que oírla.
Cecilia Olivares
xii
heridas, muertes y duelos
Luis Miguel Aguilar
El lugar herido*
Luis Miguel Aguilar
E
staba anocheciendo cuando llegamos a la casa. Regresábamos
del hospital y por primera vez en muchos meses María, mi mujer, y yo estábamos alegres. Al bajarnos del coche y ver la casa
me vino a la mente el verso de Luis Rosales: “Gracias, Señor; la casa está
encendida”.
Pensé de golpe en lo que habría pensado mi tía Luisa si me hubiera oído pensando ese verso con el Señor enmedio. Meses atrás ella me
había dicho, cuando las cosas estaban complicadas: “Aunque no creas
en Dios, ofrécele tu sufrimiento a él, como hacen los católicos”.
Ahora, aunque seguía sin creer en Dios, creí en el verso de Rosales
como en la mejor descripción disponible de un íntimo recobre. Mientras María sacaba las llaves de la casa pegué la cara a la colcha; la colcha
tapaba por completo a un pequeño bulto que yo llevaba en brazos: era
nuestro hijo Eduardo. Su médico lo acababa de dar de alta con las palabras: “Ahora podrá tragar hasta piedras”.
Eduardo había nacido ocho meses atrás en el mejor sitio en que
pudo nacer en ese momento, un hospital del gobierno especializado en
esterilidad, embarazos de alto riesgo y enfermedades perinatales, el Hospital de Perinatología. Fue una casualidad; años atrás, como María no
lograba embarazarse, sacó ficha en ese hospital para atendernos ahí.
Después de analizar muestras de mi semen y realizarle varios estudios
a María, descubrieron que ella tenía un problema poco visto y no sin
cierta extrañeza poética: un “ovario infantil”, un ovario que nunca se le
había desarrollado. Le dieron a María el tratamiento que acabó con nuestra “esterilidad primaria” y poco después nacía nuestro hijo Felipe, de
* Publicado en Nexos núm. 299, noviembre 2002. Agradecemos al autor el
permiso para su reproducción.
3
heridas, muertes, duelos
quien María bromeaba: “Es hijo tuyo, mío, de la doctora de ‘Perinato’ y
del omifin”, las pastillas inductoras de ovulación en que consistió la
parte central del tratamiento. Felipe nació en ese mismo hospital. Todo
salió tan bien, el hospital y los médicos eran tan buenos, incluso el
pago —según la categoría económica— era tan accesible, que decidimos
seguir atendiéndonos ahí.
Un hospital público de alto nivel como Perinatología era, lo entendimos desde el principio, una lucha decisiva y minuciosa contra los
hábitos de los usuarios. Entendimos, es decir, las reglas estrictas en
materia de visitas y control de pases: bastaría aflojar un segundo, una
cláusula, esas reglas, para que el hospital se volviera —como lo vi en el
hospital de La Raza unos meses después— una romería, una kermess,
una sala de costura con mujeres estridentes, una sala de ensayo de estudiantinas y un comedero. Tres años después del nacimiento de Felipe,
para el nacimiento de nuestro segundo hijo, volví a recordar las reglas de
Perinatología en materia de visitas incluidas las visitas de los padres.
Sólo se admitían de las doce de la mañana a las cuatro de la tarde. Para
el nacimiento de Felipe, María entró al trabajo de parto en la mañana y
a las ocho de la noche me dijeron desde el mostrador de recepción
que mi hijo había nacido por cesárea, que pesaba tanto y que estaba
bien. Sólo pude conocer a Felipe hasta el día siguiente.
Con el nacimiento de nuestro segundo hijo todo empezó de un
modo similar. María y yo habíamos ido a una consulta y la doctora
decidió que se quedara. Fue un día en vano; a la noche, porque el cuello
uterino no dilataba, de la sala de parto regresaron a María a su cama en
el espacio que compartía con otras mujeres. En la recepción me dijeron
que el parto sería hasta el día siguiente y me fui a la casa. María me
habló desde un teléfono público de monedas, ubicado en el pasillo
junto a su cama, para confirmármelo. A la mañana siguiente fui muy
temprano a Perinatología. Me avine otra vez a las rutinas del hospital,
pensando siempre que María era larga para sus trabajos de parto. En la
sala de recepción, incluso, frente al mostrador, sólo podía estar una
persona por cada paciente. Por eso a los familiares y amigos que me
ofrecieron compañía les dije que no tenía caso, puesto que sólo yo podía estar en la recepción. A mediodía salí a comer a un restaurante de
comida rápida. Para hacer más tiempo, y porque no llevaba que leer, me
metí a una librería de Cristal de la zona y recuerdo haber comprado una
reedición de la Antología de la literatura fantástica de Silvina Ocampo,
4
Luis Miguel Aguilar
Borges y Bioy Casares. Al regreso pregunté si sabrían algo. Me dijeron
que mi paciente aún estaba en trabajo de parto y que ellos me avisarían
en cuanto supieran. Me senté a leer en una silla; luego seguí leyendo de
pie; luego leí sentado de nuevo; luego empecé a leer sin leer, entonces
cerré el libro y volví a preguntar sobre el mostrador. Eran ya las ocho y
media de la noche. Había pasado media hora desde que, tres años atrás,
en situación similar frente al mostrador, me habían dicho ya que Felipe
había nacido. Me dijeron que aún no sabían nada y que debía esperar.
Mejor: que cuando supieran algo ellas me vocearían. La señorita, y luego la señorita que llegó al cambio de turno, fueron voceando nombres y
cada uno de los respectivos familiares fue al mostrador a recibir información, hasta que el lugar se vació. Me quedé solo mientras la señorita
hablaba con policías e intendentes en la rutina nocturna de recepción.
Luego empezó a hablar por la red interna para preguntar por mi
paciente. La respuesta era la misma: aún no había informes. Un camillero
que pasaba ahí por tercera vez me preguntó, solidario, si aún no sabía
nada. La señorita acabó ofreciéndome un café como para informarme
aunque fuera eso.
Hacia la medianoche me llamaron al mostrador. Me dijeron que
había sido varón, que pesaba tanto, que la mamá estaba bien, pero
que el bebé había tenido problemas al nacer y que estaba “pendiente
por pediatría”. Pregunté varias veces de qué problemas hablaban y en
todas ellas me dijeron que no podían informarme más. Que al día siguiente, a primera hora, los médicos me informarían todo. Me dijo que
ella no sólo no sabía más: en caso de saberlo, tenía estrictamente prohibido decirlo.
Salí del hospital a una noche fría y deshabitada de octubre. No recuerdo si regresé en taxi o si había llevado nuestro Volkswagen. No recuerdo
quién llamó a mi casa —el teléfono sonó mientras yo entraba a ella—
para preguntarme qué había ocurrido. Recuerdo haberle dicho a quien
llamó que la cosa se había complicado y que lo sabría hasta el día siguiente. Subí y le dije a la muchacha que ya podía irse a su cuarto en la
azotea, puesto que ella se había dormido en un sofá del cuarto de Felipe
para cuidarlo en nuestra ausencia. Vi que Felipe siguiera dormido y al
salir de su cuarto dejé abierta la puerta, por si le pasaba —¿qué le iba a
pasar?— algo. Recuerdo haberme metido en la cama sin pensar en dormirme, con la simple idea de dejarme estar ahí y esperar que pasara el
tiempo. En algún momento me dormí pero abrí los ojos mucho antes
5
heridas, muertes, duelos
de que sonara el despertador. Como a las seis y media de la mañana
llamé por teléfono no recuerdo a qué tía de Felipe para que fueran por él
a mi casa más entrada la mañana y avisé a la muchacha para que lo
vistiera y le preparara mudas de ropa.
Llegué a las siete de la mañana al hospital y me pasaron de inmediato con un médico.
—¿Qué tiene? —le pregunté sin más.
—No diga “tiene”. Tuvo. Lo que tenía ya no lo tiene. Yo mismo lo
operé. Me dio su nombre y se presentó como cirujano pediatra.
Mi hijo Eduardo había nacido con una malformación congénita,
una atresia esofágica. Su cirujano me explicó entonces qué era eso y
me lo dibujó en una bolsa de papel estraza que estaba sobre un escritorio. Atresia esofágica quería decir que su esófago estaba incompleto,
interrumpido antes de llegar al estómago y, en cambio y para mal,
estaba conectado a donde no debía: a los pulmones, y por los dos
lados. Con una obra maestra de microcirugía el médico le había abierto el esófago, le había corregido la trayectoria desviada hacia los pulmones, y lo había conectado al estómago. Me dijo que a las doce podía
pasar a verlo —aun en este caso seguían vigentes las reglas del hospital— pero me recomendaba ver primero a mi esposa cuando se abriera
el horario de visitas.
Faltaban cinco horas. Bajé de una vez a la donación obligatoria de
sangre y no califiqué por ser alérgico a la penicilina y a la sulfa. Les dije
que otras veces había donado sin que eso lo impidiera. Me dijeron que
este era otro tipo de hospital: mi sangre iría a dar sobre todo a recién
nacidos, y en tal caso mi sangre no servía. Salí a desayunar y sólo me
entró media taza de café. Luego me puse a caminar, perdiéndome, por
las calles de las Lomas —el hospital estaba en esa colonia— y en cierto
momento me dio terror que me ocurriera algo en la calle y regresé, casi
corriendo, al hospital, decidido a no moverme de ahí. Me formé media
hora antes de las doce frente al mostrador donde se controlaba el acceso
y se daban los pases para visitas.
María avanzó hacia mí metida en la bata del hospital, caminando
con dificultad por el dolor de la cesárea. Abrazados, lloramos largamente. Me dijo que Eduardo —era el nombre que habíamos convenido
en caso de que fuera niño; María lo usaba por primera vez— había
nacido a las cinco y media de la tarde del día anterior, 30 de octubre de
1990. Sólo le dijeron que era niño y que debían llevárselo de inmediato
6
Luis Miguel Aguilar
a revisión porque tenía muchas secreciones en la boca y en la nariz. A
María le pusieron una inyección para dormirla y cuando despertó estaba en la sala de recuperación. Preguntó por su hijo varias veces y nadie
le podía decir nada. La subieron al cuarto avanzada la noche; María se
quedó sobre su cama con las luces apagadas y sin saber qué había ocurrido. Curiosamente, entre las otras camas de las mujeres con las que
compartía el cuarto, la cama de María daba a un ventanal sin cortinas
desde donde podía ver el consultorio del pediatra de Felipe, que colindaba con Perinatología. Comprobó que el pediatra trabajaba hasta tarde
porque las luces siguieron prendidas un buen tiempo; cuando se apagaron, María se quedó trabada de desesperación y no durmió en toda la
noche. En la mañana le preguntó a una enfermera, que le dijo:
—Creo que se lo llevaron a UCIN —y se fue. Otra enfermera entró
y María le preguntó por qué su hijo estaba en UCIN.
—Uy —dijo la enfermera—, si está en UCIN es muy grave. Y se fue
también sin decir más. Como a las diez de la mañana María vio a un
doctor y le suplicó que la ayudara a averiguar qué había pasado con su
hijo.
—Voy a ver y subo a decirle— y no volvió. Poco después subió el
cirujano que había operado a Eduardo y le explicó a María lo mismo
que a mí.
María ya había visto a Eduardo; no me dijo nada de cómo había
visto a Eduardo: me adelantó simplemente todo lo que yo debía hacer
antes de entrar a UCIN. Esto, UCIN, quería decir Unidad de Cuidados
Intensivos Neonatales. Bajamos al cunero de UCIN. Sólo podía entrar
uno de nosotros por vez. En un espacio contiguo al cunero una enfermera me hizo seguir uno a uno todos los pasos de asepsia antes de
entrar: debía lavarme las manos tres veces, y dos más untármelas con
desinfectante. Debía entrar con una bata y un gorro esterilizados; debía
ponerme un cubrebocas y meter los pies en unas botas de cirugía desechables colocadas sobre los zapatos.
Mi hijo Eduardo estaba metido en uno de los capelos del cunero.
Lo vi retorcerse del dolor y las molestias, y llorar, pero el llanto no se
oía por el capelo de acrílico. Eduardo tenía una sonda que le entraba
por la boca al estómago; un parche de gasa le cubría la herida que le
atravesaba la espalda. Tenía la aguja del suero en un pie. Sólo tuve el
deseo interno —¿formulado a quién?— de ofrecerme yo, sustituirlo, y
librarlo del dolor. Todo el cunero era un infierno paradójico: varios re7
heridas, muertes, duelos
cién nacidos cruzados por el dolor, pequeños pero infinitos cuerpos en
sufrimiento hasta un punto incontemplable e intolerable para cualquier
adulto, y sin embargo el mejor sitio en que esos niños podían estar en
ese instante. Era como si Eduardo hubiera muerto y hubiera regresado
de la muerte.
Eduardo estuvo cuatro días en el cunero de terapia intensiva, mismo tiempo en que dieron de alta a María. A Eduardo lo pasaron entonces a UCIREN, es decir, la Unidad de Cuidados Intermedios de Recién
Nacidos. Para las visitas diarias a Eduardo, el hospital sólo permitía
una hora por la mañana y otra por la tarde. María y yo alternábamos
media hora y media hora. Uno de esos días María salió del cunero más
destrozada que otras veces. Oyó cómo la doctora de turno le decía a un
padre que su hijo no viviría mucho. Aun así, añadió la doctora, ahí lo
mantendrían con vida lo más que se pudiera. El padre ya sabía, pero no
era lo mismo “saberlo” que saberlo. María lo vio alzar los ojos al techo.
Su hijo había nacido sin encéfalo, con sólo un pedazo de cerebro. En su
cuna estaba tapado con pañales para que la gente, desde el ventanal que
separaba al cunero, no pudiera verlo.
Los pasos de rutina para la visita eran igual de estrictos que en la
terapia intensiva. En terapia intermedia Eduardo debía estar sentado
siempre sobre una silla Evenflo puesta sobre la cuna. Un día al llegar a
visitarlo recibimos la mala noticia de que el esófago no había cerrado
bien de la operación y se le había hecho una fístula. Entonces le hicieron una segunda operación: una gastrostomía, es decir, un hoyo en el
estómago para alimentarlo por medio de una sonda. Otro día nos recibieron con la mala noticia de que había tenido neumotórax, es decir,
que se le había desinflado un pulmón. Ahora Eduardo tenía una segunda sonda que le salía del pulmón y bajaba por el costado hacia una
bolsa, con el fin de que drenara. Días después nos recibieron con la
mala noticia de que Eduardo tenía una neumonía.
El segundo día de visita en terapia intermedia, mientras yo me
untaba desinfectante en las manos antes de entrar a ver a Eduardo, una
mujer en el lavabo de junto me dijo:
—Llore menos y háblele más.
Yo soportaba un poco mejor la cosa pero inevitablemente me quebraba en cada visita, en cuanto me acercaba a la cuna de Eduardo.
—Está usted muy preocupado —siguió la mujer—. Pero yo veo
bien a su hijo. El mío lleva aquí dos meses. Pesó un kilo cincuenta
8
Luis Miguel Aguilar
gramos. Lo operaron del corazón y de un paro respiratorio. Cuando
entre usted a la visita, no le hable de la enfermedad, háblele “normal”.
El mío ya está tomando leche. El suyo se ve muy bien.
—Sí. Son muy fuertes. Son más fuertes y más valientes que uno
—le dije—, uno que anda por ahí lloriqueando.
—Háblele normal. Ellos lo oyen y les gusta. El mío ya llora cuando lo dejo con la enfermera.
Las palabras de esta mujer eran parte del tejido de solidaridades
que se van creando en un hospital y en un área de un hospital como
ésos. Le comenté a María sobre esta mujer, se la describí y me dijo que
ya había hablado con ella varias veces. Se llamaba Silvia Galván. Era
una mujer pobre. Vivía en Milpa Alta. Hacía dos horas de ida y dos de
regreso a Perinatología. Le dijo a María que los primeros quince días
estaba desesperada. Luego se calmó al aceptar lo que todos: su hijo no
podría estar mejor en ninguna otra parte. Aquí el niño tenía oxígeno y
atención. Si el paro respiratorio le hubiera dado en Milpa Alta, a solas
con ella, se habría muerto.
La recomendación de Silvia Galván era una de las primeras cosas
que solicitaban, casi exigían, las enfermeras y los médicos de terapia
intermedia. Hablarles a los niños era una parte del tratamiento. En mis
turnos comencé a contarle a Eduardo la historia del único libro cuya
lectura yo toleraba en esos días sin sentir el deseo de tirarlo a la basura:
el Mahabharata. Yo leía en dos versiones, ambas abreviadas, al español y
al inglés. Es así, le conté a Eduardo, porque este libro en sánscrito no se
ha traducido completo a ninguna lengua occidental. Este libro tiene
quince veces el tamaño de la Biblia. O bien: si la Ilíada tiene unos veinte
mil versos, el Mahabharata tiene quinientos mil. Al final de todas las
posibles interpretaciones, le conté a Eduardo, maha en sánscrito quiere
decir grande y total; y bharata, hindú, pero más generalmente: hombre.
Es la gran historia de los Bharata, es decir: la gran historia de la humanidad. El centro es la terrible disputa intestina de una familia, de unos
primos: los kauravas, los hijos de Kaurava, y los pandavas, los hijos de
Pandu.
Le conté a Eduardo sobre el hecho notable de que este poema, el
más largo de todas las literaturas, existía para llegar a un segundo o a un
instante: el momento en que el dios Krishna ilumina o instruye a uno de
los pandavas, Arjuna —en lo que después se ha manejado en ediciones
separadas, pero que es sólo una parte del Mahabharata, el “Bhagavad
9
heridas, muertes, duelos
Gita”—, para que entre a la pelea en contra de sus primos, los kauravas.
O más allá: Krishna ilumina o instruye a Arjuna para que se venza a sí
mismo, para que derrote sus contriciones y sus aprietos, y actúe trágicamente.
Le conté a Eduardo cómo Krishna le dice a Arjuna que su elección
no es, no puede ser ya, entre la paz y la guerra, sino entre la guerra y
otra guerra. Arjuna pregunta “¿Dónde va a desarrollarse esa otra guerra? ¿En el campo de batalla o en el fondo de mi corazón?”. “No veo ahí
una verdadera diferencia”, contesta Krishna. Le conté a Eduardo el
momento en que el rey ciego Kaurava, para evitar la guerra, les concede
unas tierras a sus sobrinos, los hijos de Pandu. Cuando se queda a
solas con su mujer, Gandhari —quien al casarse con él se ha puesto una
venda de por vida, para ser ciega también como su esposo— y con su
consejero, Bhisma, Kaurava les pregunta si ha actuado bien. Bhisma le
dice que sí. “Los hijos de mi hermano Pandu”, dice Kaurava, “son
como mis hijos”. Su esposa Gandhari le dice: “Pero tienes en el corazón una preferencia secreta”. “También tú, Gandhari”, dice Kaurava.
Gandhari dice entonces: “Y cuando se prefiere a los propios hijos en
lugar de a los hijos de los otros, la guerra está próxima”.
Le conté y le conté a Eduardo, sobre todo, el momento en que los
pandavas, en la errancia por los bosques después de haberlo perdido
todo, llegan a un estanque y quieren beber de él. El estanque les dice
que antes deben responder a varias preguntas (a lo cual me refería como
“el cuestionario Mahabharata” cada vez que se lo contaba a Eduardo).
Los pandavas, entre ellos Arjuna, no aguantan la sed, beben compulsivamente del estanque, y mueren. Sólo el mayor de ellos, Yudishtira, se
dispone a responder las preguntas del estanque. Luego, cuando
Yudishtira responde acertadamente, el estanque se revela como el
Dharma, el Orden del mundo. Yo repetía para Eduardo las preguntas
del estanque y las respuestas de Yudishtira hasta llegar emocionado a
las tres últimas, decisivas. “¿Quiénes son más numerosos, los vivos o
los muertos?”. “Los vivos”, responde Yudishtira, “porque los muertos
ya no son”. “¿Cuál es la gran, la mayor de las maravillas?”. “Que cada
día la muerte golpea a nuestro alrededor, y vivimos como si fuéramos
eternos cada día”. Llega la última pregunta: “¿Qué es lo inevitable para
todos nosotros?”. Yudishtira no responde, como yo la primera vez, “la
muerte”. Menciona otra cosa y atina.
Al hablarle a Eduardo sólo nos permitían acariciarle la cabeza debido a los tubos que tenía metidos en el cuerpo. Un día María logró
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Luis Miguel Aguilar
cargarlo, por ocurrencia de una enfermera que le prestó un uniforme
para que los médicos no se dieran cuenta. María hacia otras cosas en el
hospital. Los primeros días, para que le bajara la leche, María amamantaba a otros niños del hospital cuyas madres no podían hacerlo. Luego,
todas las tardes, después de la visita, ella se metía al banco de leche y
con un extractor eléctrico que funcionaba por vacío se sacaba la leche
para Eduardo, leche que las enfermeras metían después en un tubo
capaz de albergar medio litro de líquido, tubo conectado a la sonda
metida en el estómago de Eduardo. Y, abundante en leche como era,
María siguió siendo la nodriza ocasional de otros varios niños de
Perinatología.
Yo esperaba afuera, a la puerta del hospital, siempre con gran cantidad de gente, familiares bulliciosos pero, por bendición, aislados —o
bajo el acceso restringido que mencioné del interior de Perinatología.
En la visita de las tardes María y yo llevábamos siempre a nuestro hijo
Felipe que entonces, ya lo dije, tenía tres años. Esa tarde me distraje por
alguna cuestión de pases de visita en la ventanilla cuando oí que alguien gritaba algo referido a que un niño iba a matarse. Volví la cabeza
y de golpe tuve la vista de Felipe que bajaba a toda velocidad desde la
rampa larga y empinada de Perinatología, subido sobre su cochecito de
plástico. Felipe llevaba su coche todas las tardes y yo daba por hecho
que —como había sido las otras veces— sobre su cochecito Felipe daría
unos pasos horizontales, tomando únicamente un vuelo corto con los
pies y de lado a lado de la rampa; que nunca se le ocurriría hacer lo que
ahora había hecho: lanzarse en bajada vertical desde lo alto de la rampa,
sin frenar siquiera con los pies, dejando que las ruedas tomaran toda la
velocidad posible. Vi venir lo peor, y en un segundo se me agolpó todo:
el miedo, la culpa, la certeza de que yo había sido un estúpido puesto
que ahora nuestro otro hijo acabaría también en el hospital, si no era que
muerto. Sobre el carrito Felipe iba de bajada y a toda velocidad rumbo a
los gruesos barrotes de la reja de Perinatología; pero en un instante
mágico Felipe dio un golpe maestro hacia la derecha con el volante de
su cochecito y siguió en terreno plano hasta que el cochecito perdió
velocidad y gradualmente se detuvo. Con toda tranquilidad Felipe me
sintió abrazarlo cuando llegué a él, tarde para otros efectos, aunque bajé
la rampa corriendo lo más rápido que pude. Nunca dejaré de agradecerle a Felipe lo que siguió después: acabó montando, todos los días, un
show con su carrito. Se volvió una acción, incluso un alivio, no sólo
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heridas, muertes, duelos
para mí sino para los familiares que abundaban a las puertas de Perinatología. Quienes lo veían por primera vez gritaban de nuevo que el niño
iba a matarse al final de la rampa. Los que llevaban días con un paciente
adentro del hospital sólo se reían, acostumbrados, y hablaban del “niño
piloto”.
Al mes de estancia en Perinatología, dieron de alta a Eduardo. No
podría aún comer por la boca, pero todos los cuidados podríamos hacerlos en nuestra propia casa. María y yo le hicimos al médico un cuestionario más central para mí, entonces, que el del Mahabharata. ¿Con
quién hablar en caso de emergencia? ¿Lo llevábamos de nuevo al hospital? Si regurgitaba, ¿lo llevábamos directo al hospital o no sería tan
urgente? ¿Cómo limpiarlo? ¿Cómo bañarlo? ¿Se puede bañar con la
sonda? ¿Cómo lavar el material? ¿Cómo esterilizar el equipo que compremos? ¿Qué rapidez de goteo era la adecuada para que la leche viajara
de la bolsa de suero —que en la casa sustituiría al tubo de medio litro del
hospital— a la sonda y al estómago de Eduardo? ¿Cómo se hacía el manejo de la sonda? ¿Cómo acomodarlo en la silla, cómo saber la inclinación? ¿Hay que desconectarle la sonda mientras no está comiendo, es
decir, mientras no está recibiendo la leche por el estómago? La sonda se
le puede salir: ¿qué hacer en caso de que la sonda se zafe? ¿Cómo colocarle el pegamento del pañal para que no se pegue, a su vez, a la sonda?
¿Puede encimarse el pañal sobre la sonda? María, siempre la más valiente de los dos, recibió varias de las respuestas a estas preguntas mediante algunas lecciones que le dieron las enfermeras. Yo no me atreví
ni a tomarlas.
El día en que Eduardo salió del hospital yo estaba haciendo los
últimos trámites en el ventanal que controlaba todo el acceso junto a la
rampa de Perinatología. Silvia Galván llegó ahí por su pase.
—¿Cómo va su hijo? Yo lo veo muy bien.
—Tan bien que ya nos vamos –le dije, sonriendo ampliamente.
Entonces Silvia Galván se quebró.
Me dijo llorosa que le daba mucho gusto, pero que ahora, su hijo,
cuándo. Ahora me tocó a mí alentarla, no sé con cuántos lugares comunes que yo sabía inútiles sobre “cómo todo saldría bien”, “ya ve, siempre hay salida”, y le pedí que siguiera siendo tan valiente como lo había
sido hasta ahora. Le pedí su teléfono para que le habláramos. Me dio el
teléfono de un estanquillo de su calle, porque no tenía teléfono en su
casa. Yo no sabía ser la Silvia Galván de Silvia Galván en materia de
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Luis Miguel Aguilar
aliento. María salió por fin con Eduardo envuelto en una frazada gruesa
y grande, y Silvia Galván volvió a quebrarse en cuanto los vio. María
hizo algo mejor: me dio a Eduardo y abrazó largamente a Silvia Galván.
Le di a Eduardo a María e hice lo mismo. Luego del abrazo nos despedimos sin palabras y yo hice entonces algo útil: le di a Silvia varios de
los klínex que yo llevaba siempre y sólo retuve uno para mí. Ella asintió
con la cabeza, se dio la vuelta, tomó su pase del mostrador y entró al
hospital. Un par de días después marqué el teléfono y ahí dijeron no
conocer a ninguna Silvia Galván. No volvimos a saber de ella.
El hecho de que Eduardo estuviera ya en la casa empezó a ser para
nosotros una de las formas más redondas de la alegría. Fue difícil al
principio cumplir con todas las indicaciones necesarias, pero María era
ciertamente una diosa de los cuidados y la alimentación de Eduardo.
Alguna vez se zafó la sonda y yo aterrado vi fuera de su sitio el globito
que entraba al estómago por la gastrostomía; ese globito era el final del
tubo y funcionaba también como ancla. María se lo metió a Eduardo de
nuevo, como pudo y sin dudar, y salimos corriendo a Perinatología. Ahí
nos enseñaron cómo poner la sonda. María fue la única que aprendió; a
la siguiente vez en que la sonda volvió a zafarse ella metió sus manos
decididas y mágicas en el asunto y le colocó de nuevo la sonda a Eduardo. “De algo me sirvió ser bióloga”, me decía mientras yo la miraba con
alivio y admiración.
Eduardo aún hacía su vida sentado en la silla de plástico, puesta
sobre la cuna, o en nuestros brazos. No podía estar acostado debido al
reflujo. Y debido a esta palabra, reflujo, María y yo acabamos hartos de
la gente que decía conocer niños que tenían lo mismo que Eduardo,
“reflujo”, y nos inundaban de recetas y consejas. Creo que las tres primeras veces explicamos lo de la atresia esofágica, pero a la cuarta dejamos de hacerlo por su inutilidad frente a las embestidas de ese género
médico-literario donde alguien más tuvo lo mismo que otro, o peor.
María y yo acabamos por decir que sí, que les haríamos caso, a todos
los comparadores y aconsejantes.
Eduardo creció sus primeros dos meses comiendo por el hoyo del
estómago. María seguía sacándose la leche con un aparato y llenaba la
bolsa de suero. Como un acto reflejo, Eduardo comenzaba a succionar
en cuanto la comida le entraba al estómago por la sonda. Le dábamos a
chupar un dedo para aliviarle la ansiedad oral. Hacíamos visitas continuas al cirujano y seguíamos por radiografías el esófago de Eduardo. Él
mejoraba y hubo un momento en que ya pudo dormir acostado.
13
heridas, muertes, duelos
Eduardo tenía dos meses y medio de nacido cuando nos dieron
la buena noticia en una visita al médico: la radiografía indicaba que la
fístula había cerrado. Eduardo ya podría comer por la boca. El médico
nos dijo que lo conveniente era no cerrarle aún el hoyo en el estómago
por cualquier cosa. Hubo que enseñarlo a comer por la boca. Nunca
aceptó fórmula láctea ni biberón sino el pecho de María. Eduardo tardó
unos quince días en aprender. Y cuando aprendió debió agradecer como
nada la admirable persistencia de su madre en extraerse la leche y no
perderla, ni haber decidido cortársela: se dio sus primeros golosos y
rabiosos banquetes directamente de los pechos de María, quien al principio debía apartarlo un poco para que Eduardo bebiera con menos
avidez y no se inundara por dentro con las fuentes del paraíso.
Eduardo había nacido también con otros males menos urgentes.
Tenía el corazón del lado derecho y una válvula abierta. Debimos llevar
a Eduardo a la sección cardiológica del Hospital Infantil. Ahí el médico
nos dijo que Eduardo podría vivir con el corazón del lado derecho y, en
el caso de la válvula, era muy pronto como para pensar en operarlo y se
podría esperar a que cerrara sola, como ocurría con frecuencia en estos
casos. María y yo agradecimos, por dentro, que para Eduardo no fuera
necesaria otra operación urgente.
Eduardo llegó a estar tan bien que el médico le quitó la sonda del
estómago. Fue una fiesta. A los dos días el hoyo del estómago ya se le
había cerrado.
Unos meses después yo me estaba tomando unos tragos en casa
de un amigo cuando María llamó por teléfono para decirme que Eduardo estaba mal: se ahogaba con la leche y la devolvía. Salí corriendo
hacia la casa mientras María le hablaba al cirujano de Eduardo. Como
no contestaban, a la primera hora del día siguiente llevamos a Eduardo
a urgencias de Perinatología.
A Eduardo se le había vuelto a cerrar el esófago o, mejor dicho: la
cicatriz de la operación, al cerrarse, había cerrado también al esófago,
estrangulándolo. La cicatriz apenas dejaba un hilito libre en la pared
izquierda, insuficiente para que pasara la leche. Lo que seguía, nos dijo
el cirujano, era una sesión o una serie, de “dilataciones”. Dos veces por
semana debíamos llevar a Eduardo a un hospital, ahora privado, donde
su cirujano atendía por las tardes, para que en efecto le dilataran el
esófago a Eduardo. Esto consistía en irle metiendo hilos de acero por
el esófago, cada vez de mayor grosor según el avance del tratamiento,
14
Luis Miguel Aguilar
hasta que el canal se abriera nuevamente. Llevábamos a Eduardo al
hospital una hora en cada una de esas tardes. La maravilla de Eduardo
era que aún se reía cuando su madre lo dejaba sobre la plancha del
quirófano y en manos de una enfermera —le pusieron a Eduardo “el
bebé que ríe”—, y Eduardo no lloraba y no luchaba sino hasta darse
cuenta de que al acostarlo sobre el quirófano lo que seguía para él era
verse rodeado de los médicos y otras enfermeras que lo anestesiaban
para que poco después su cirujano hiciera las dilataciones. En una sesión el médico aprovechó para quitarle el frenillo de la lengua: también
con eso había llegado Eduardo al mundo. Después de entregar a Eduardo con la enfermera, María regresaba conmigo y esperábamos en el
comedor del hospital. Ahí rumiábamos la sensación de ser unos traidores, traidores necesarios, para Eduardo. Aún me trastorno, no sé si
hacia el lado bueno, el lado de la esperanza, o el lado malo, el lado de la
desesperación, cada vez que vuelvo a enfrentarme al olor a baguette y
café en los comedores de los hospitales.
Nos regresaban a Eduardo dormido y enrojecido, un poco hinchado, después de cada dilatación. Lo tapábamos bien al salir; María manejaba y yo llevaba a Eduardo en brazos. En el coche, rumbo a la casa,
Eduardo comenzaba a despertarse. Su primera reacción al despertar era
una sacudida, un espasmo de temor; comenzaba a llorar, con un sonido
ronco por las dilataciones —que se sumaban a una ronquera ya fija en
Eduardo desde su primera operación, causada porque le habían cortado
un nervio asociado a las cuerdas vocales—, y en cuanto me veía, y
asociaba mi cara con mi voz, entre los restos de la anestesia Eduardo
volvía a tranquilizarse y a sonreírme.
Con las dilataciones Eduardo podía seguir comiendo por la boca.
Al cabo las dilataciones no funcionaron y a Eduardo se le volvió a cerrar
el esófago. Su médico decidió operarlo de nuevo, operarlo ahora del
reflujo gastroesofágico: al provocarle agruras, los jugos gástricos provocaban también el cierre del esófago. Después de la operación hubo que
regresar a Eduardo a las dilataciones. Las primeras dilataciones fueron
por la boca; ahora tuvieron que hacerle a Eduardo otra gastrostomía,
esta vez para que las dilataciones fueran desde el estómago a la boca,
jalando el hilo de acero por ambos extremos. Ahora Eduardo tenía fijo
un hilo negro que le entraba desde la nariz y le cortaba las aletas de la
misma; María lo curaba y trataba de apartarle el hilo de la nariz, aflojándolo un poco y pegándoselo arriba de la boca con cinta de microporo.
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heridas, muertes, duelos
El hilo le llegaba a Eduardo al estómago y le salía por el hoyo de la
gastrostomía; ese hilo estaba ahí para servir de guía permanente, sin
tener que retomar el camino de nuevo, y conducir los hilos de acero
durante las dilataciones. Por esos días nos cambiamos de casa. Para sus
primeras dilataciones Eduardo había salido de nuestra casa en la colonia Escandón. Para la última de ellas, después de la operación, había
salido de nuestra casa de la colonia Condesa frente al Parque México. Y
a ella regresábamos, con Eduardo liberado de las dilataciones, ese atardecer en que habían prendido las luces y toda la casa estaba encendida.
No sólo eso: después de muchos años de estar apagada, la fuente del
Parque México estaba también encendida. Era como un recomienzo de
todo; era como si Eduardo hubiera regresado de una segunda muerte.
Sin dilataciones, Eduardo volvió a comer por la boca ya libre de
hilos, cintas adhesivas y sondas. Del corto tiempo que siguió, veo a
Eduardo en la carreola, frente al lago de los patos del Parque México,
haciendo sus ruidos roncos por el intento de zafarse el cinturón y avanzar hacia los patos. Eduardo imitando a un muñeco de cuerda que con
las manos se tapaba y destapaba la cara siguiendo una música. Eduardo
gateando y sonriendo siempre. Eduardo jalándole los chinos a Felipe.
Eduardo y sus primeras palabras.
Cerca del día en que Eduardo cumplió su primer año, el 30 de
octubre de 1991, tuvimos que llevar a mi tía Luisa, mi segunda madre
—que en ausencia de mi padre fue también mi segundo padre— de
emergencia al ABC, el hospital inglés. Desde meses atrás se quejaba
de dolores; mejor dicho: minimizaba esos dolores con el descuido o
el desdén del roble por su muérdago. Era reacia a los médicos; alguien le dijo que sus dolores eran “de ciática” y tomó pastillas autorrecetadas para eso, que le debieron arder de la peor manera puesto que,
entre otras cosas, como supimos después, tenía una úlcera reventada.
La última tarde, antes de llevarla en ambulancia al hospital, ya no se
podía sostener en pie. Otro médico le había recetado una lavativa. Para
ese efecto yo la ayudé a caminar rumbo al baño, cargándola con mis
brazos bajo sus hombros. La lavativa no funcionó. Cuando volví a meter
los brazos por sus axilas y la levanté para llevarla a su cuarto de nuevo,
sentí su aliento y era el aliento de la muerte. Le hablamos a otro médico
quien nos dijo que la internáramos de inmediato. En el hospital inglés
supimos por fin que tenía una peritonitis. Esto se complicó más porque mi tía Luisa tenía problemas cardiovasculares. El médico nos dijo
16
Luis Miguel Aguilar
que era necesaria una operación, pero que esta operación no garantizaba que mi tía se salvara. Añadió que, si su madre estuviera en ese
caso, él la operaba. Le dijimos que lo hiciera y mi tía vivió: en terapia
intensiva, con una traqueotomía y un drenaje del pulmón, puesto que
le había dado un neumotórax como a Eduardo. Mi tía Luisa estuvo a
punto de morirse varias veces de paros respiratorios y cardiacos. En las
visitas yo apenas podía tolerar ver a esta mujer, que había sido toda la
fuerza para nosotros, sus sobrinos, sus hijos, sin hablar, hinchada de
agua, con la mirada perdida, como si en los ojos tuviera la sal del suero,
con tubos de astronauta metidos en la tráquea y en el cuerpo, crucificada en un reposet.
A los veinte días, por el costo económico, no pudimos sostener ya
a mi tía Luisa en el hospital inglés y la trasladamos al hospital de La
Raza, único con los aparatos y cuidados que necesitaba. Cuando la dejamos ahí, aun sabiendo que los médicos la cuidarían, me sentí como si la
hubiéramos dejado, sola, en una terminal de autobuses. Volví a sentirme
como si me hubieran vaciado. Comprendí como nunca, viendo hacia
atrás, las restricciones de Perinatología: en la Raza los pases estaban también restringidos pero los familiares y amigos de los pacientes se las
arreglaban para hacer sentir que era como si estuvieran comiendo tortas
sobre las camas de los enfermos en terapia intensiva. Esta sensación no
sólo la ocasionaban las visitas. Recuerdo como una de las cosas más
desagradables de mi vida a los estúpidos camilleros berreándose unos a
otros y pegando repetidamente con monedas o con llaves a las puertas de
los elevadores para entretener su impaciencia mientras el elevador llegaba
al piso. Al dejarla en la Raza sentí a mi tía más lejos, en todos los sentidos, que en el hospital inglés. Era el 21 de noviembre de 1991.
El 12 de diciembre estábamos comiendo en casa de mi suegra por
ser el santo de una cuñada mía. Eduardo estaba junto a la mesa, sentado en su silla alta de madera. Roía y comía un bolillo mientras tomaba
una botella con atole de arroz, porque estaba mal del estómago. En eso
vi que María, a mi lado en la mesa, se levantaba abruptamente de la silla
y gritaba que su hijo se estaba ahogando. Lo sacó de la silla y le golpeó,
le golpeamos —yo me había levantado también— el pecho y la espalda
pensando que se le había atorado el pan. Lo apretamos por la espalda, lo
volteamos de cabeza y lo seguíamos golpeando. María trató de sacarle el
pan de la boca: Eduardo le mordió terriblemente el dedo y se quedó
inconsciente. Alguien fue a llamar a una ambulancia mientras alguien
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heridas, muertes, duelos
más recordaba que un médico vivía en el edificio de junto a la casa de
mi suegra. Salimos corriendo con Eduardo. El médico no estaba pero se
apareció por ahí una enfermera. La enfermera sacó unas mangueritas
absurdas y trató de metérselas a Eduardo por la boca. Se lo arrebatamos
y volvimos a correr a la calle en espera de la ambulancia que no llegaba.
Pasó una patrulla, la detuvimos y le dijimos al conductor que nos llevara al hospital más cercano, que era el Metropolitano de la colonia Roma,
puesto que estábamos en la colonia Condesa. En la parte trasera de la
patrulla María le daba a Eduardo respiración de boca a boca, Eduardo
no respiraba. Los patrulleros se detuvieron a hablar con otra patrulla y
les dije a gritos que aceleraran. A Eduardo le salía gran cantidad de
moco por la nariz.
Tenía ya la vista perdida, casi en blanco, y sus hermosas pestañas
estaban húmedas por las previas lágrimas de lucha contra la asfixia.
En el Metropolitano los médicos de guardia no supieron qué hacer
y llamaron a la pediatra del hospital, quien resultó conocida de María
por la escuela primaria. Revivió a Eduardo. Entonces no lo sabíamos;
luego lo supimos: no debió hacerlo. Eduardo había pasado más de cuatro minutos sin respirar. Y otra cosa que esa doctora nunca debió hacer,
como lo hizo, fue responsabilizar a María al decirle que ella había salvado a muchos niños, hijos de ex alumnas de la escuela, en peor situación que Eduardo. La insinuación obvia de esta mujer era que María no
había actuado a tiempo. Creo haber gritado y golpeado las paredes del
hospital, puesto que un policía me dijo que tendría que sacarme si
seguía escandalizando. Me derrumbé sobre el piso y contra una pared
de la sala de espera. Ahí supimos que a Eduardo no se le había atorado
el pan; había aspirado el atole de arroz por los bronquios. Tampoco
sabíamos que esa, la broncoaspiración, podía ser una de las consecuencias de la atresia esofágica, aun “curada”. Y en ese momento sólo nos
quedaba saber qué tanto había sido el daño en el cerebro. La doctora nos
dijo que ella no podría saberlo y que debíamos llevar a Eduardo a un
hospital que sí tuviera cuidados intensivos para niños y aparatos más
complejos.
Ya era de noche cuando en una ambulancia llevamos a Eduardo al
hospital Ángeles. Ese primer día sólo nos dijeron que a Eduardo le
habían inyectado psicofármacos para protegerle las neuronas. María y
yo dormimos, o no dormimos, esa noche en la sala de espera. Eduardo
estuvo cuatro días en la terapia intensiva. En esos cuatro días alguno de
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Luis Miguel Aguilar
los médicos que desfiló por ahí llegó a decirnos que el daño de Eduardo no era irreparable: quizá, por ejemplo, no serviría para las matemáticas pero podía ser un genio de la música. Y nosotros abrigamos esos
días la esperanza de la “rehabilitación en lo posible”. Al quinto día
subieron a Eduardo a un cuarto. Esto nos dio más esperanzas. La duda
era por qué no despertaba. Eduardo sólo encogía las piernas.
Tiempo antes, al segundo día, mi madre había estado con nosotros en la sala de espera. Pensé que a mi madre se le juntaban ahora, en el
mismo nivel de consternación, mi tía Luisa y mi hijo Eduardo en
terapia intensiva. Me sorprendió lo que hizo al verme. Me abrazó llorosa y me dijo en relación con Eduardo: “Qué bueno que no fuiste tú.
Qué bueno que te tengo a ti”. Me vino de golpe algo que meses atrás
había ocurrido en una playa en la que yo estaba. Una madre y un padre
gritaban desesperados en busca de un niño que se había perdido. Las
otras madres pasaron el brazo sobre el hombro a sus hijos respectivos y
los llevaron hacia ellas en un gesto que era casi un temor, casi un acto
desafiante, casi un placer. Entendí que lo ocurrido a un hijo importaría
siempre más que lo ocurrido a cualquier familiar, incluyendo una madre o un padre. Uno, no sé, puede avenirse a la idea y al consuelo de
que lo ocurrido a alguien que ha estado en el mundo antes de nosotros
puede obedecer incluso al “paso natural” de las cosas; no así con alguien que ha estado después. El principal lugar herido en una sala de
hospital, y el lugar herido irrestañable, el lugar herido por siempre
dentro de uno mismo, es el lugar del hijo herido.
Al sexto día la neuróloga nos dio los resultados de la tomografía
cerebral. Las respuestas a cada pregunta que le hacíamos eran como
puñaladas: Eduardo ya no podría hablar, ni ver, ni caminar. La tomografía eran meras nieblas y humos ocupando su cerebro. Estaba, es
decir, descerebrado. Lo tendrían en el hospital una noche más pero no
había ahí ya nada que hacer. Le pregunté a la neuróloga si no habría una
salida para Eduardo; ella repitió que no, que el daño era irreversible.
—Yo hablo de otra salida —le dije. Me contestó que cualquier cosa
al respecto estaba fuera de la ley. Añadió que la naturaleza haría lo suyo y
que “estos chiquitos” solían durar vivos hasta veinticinco años. Oír esto
nos quebró todavía más. La opción de otra salida se la planteé también al
pediatra de mis hijos que nos visitó esa misma noche; me abrazó y me
indicó que no con la cabeza. Luego nos dijo que Eduardo no duraría vivo
mucho tiempo; un año, quizá. Entendí que de cualquier modo María y
yo estábamos solos ante la tercera muerte de Eduardo.
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heridas, muertes, duelos
En un momento me quedé a solas con Eduardo en el cuarto del
hospital. Lo vi parpadear, con los ojos continuamente estrábicos. Vi
cómo movía la lengua entre los labios y cómo los brazos se le retorcían.
Me hinqué sobre su cama y lo abracé.
—Te mentí —le dije—. La vida es una mierda y la respuesta del
Mababbarata es una mierda. Y este hospital también. Vámonos —le supliqué— a la casa.
En la casa habilitamos un cuarto para cuidar a Eduardo. Le habían
hecho de nuevo una gastrostomía para que lo alimentáramos por ahí.
Tenía un colchón de agua, como mi tía Luisa en el ABC y en La Raza,
para no llagarse. Contratamos una enfermera para que nos ayudara. A
Eduardo había incluso que pasarle continuos algodones húmedos por
la boca para evitar que se le partieran los labios hasta sangrar. Cuidábamos y alimentábamos a Eduardo; ahora, para otra muerte.
Ese mismo diciembre nuestro otro hijo Felipe acababa de cumplir
cuatro años. Desde el kínder al que iba nos llegó el reporte de que
diariamente Felipe pedía pasar al frente del salón y contaba una y otra
vez lo que le había ocurrido a su hermano. Alguien nos aconsejó que
hiciéramos lo mismo que Felipe y que en nuestro caso pidiéramos ayuda profesional. Alguno de los médicos nos había dado una tarjeta con
el nombre y número telefónico de un doctor. María y yo fuimos y no
aguantamos ni dos sesiones. Cuando el doctor empezó a dar los primeros pasos rumbo a un psicoanálisis en la segunda sesión le dije a María
que no volveríamos y me dije que yo sabía más de la “elaboración del
duelo” que cualquier otro. En cualquier caso, este duelo María y yo nos
lo estábamos echando, ya, a pie y a piel viva.
Con lo de Eduardo yo había espaciado mis visitas a mi tía Luisa en
el hospital de la Raza. A fines de ese mismo diciembre una hermana me
dijo que mi tía, a señas o no recuerdo cómo, había dicho que quería
verme. Con gran esfuerzo pidió que le diéramos papel y pluma para
apuntar algo; tan sólo logró borronear unos garabatos incomprensibles.
Eran referidos a Eduardo. Nunca supe qué quería decirme. Volví a recordar con tristeza su tímida sugerencia, cuando nació Eduardo, de que
ofreciera mis sufrimientos a Dios como hacían “los católicos”; tristeza
al notar la distancia que me separaba de ella en ese terreno, al darme
ella explicaciones como si se tratara de alguien de otra familia o tribu o
religión. Esa misma noche, la madrugada del domingo 29 de diciembre
de 1991, la enfermera que cuidaba a mi tía por las noches llamó a mi
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Luis Miguel Aguilar
casa —el primer teléfono familiar que topó con su ojo—para decirme
confundida y temerosa que mi tía estaba ahí, que todavía estaba ahí,
que como siempre estaba ahí, pero muerta. La realidad se volvía tan
obvia como el peor de los refranes: los males no llegan solos. El tiempo
me ha consolado de la muerte de mi tía; sólo lamento su larga estancia
inútil en las terapias intensivas de los hospitales. Sus hijos habríamos
preferido otra cosa.
Mi casa se inundaba de pérdida por todas partes y había que sacarla de la casa a cubetazos todos los días. “Quiero tener otro hijo, como
sea” me dijo una noche María con llanto de rabia y pena. Buscamos ese
hijo. Las primeras veces, en cuanto nos veníamos, a la mezcla de placer
colmado y vacío de muerte sólo lográbamos tolerarlo con lágrimas. Al
momento de venirnos yo me derrumbaba sobre María mientras ya me
tomaba el llanto; a ella le ocurría lo mismo y seguíamos un rato trenzados, sollozantes, plenos, huecos, culpables, cundidos de vida y muerte, rebosados de torpeza humana.
Una de esas noches oímos desde el cuarto de Eduardo gritos largos y espantosos, de alguien aterrado o en el pico del dolor. La enfermera ya había prendido la luz; Eduardo se convulsionaba y soltaba esos
gritos desde las profundidades de quién sabe qué pozo intolerable para
nosotros. Le hablamos de inmediato a la neuróloga: no podía ser que
Eduardo no estuviera sufriendo, puesto que pegaba esos gritos y tenía
esas convulsiones. Nos dijo que eran sólo descargas eléctricas; recetó
por la sonda un anticonvulsivo, fenobarbital, y diazepam por vía rectal.
La falta de salida ni siquiera nos había ahorrado, a Eduardo y a nosotros, esas tormentas insoportables de un cerebro roto o en brumas, errante.
María tendría unos tres meses de embarazo cuando me despertó
una noche. Estaba sangrando. Fuimos corriendo al hospital de México,
era la madrugada del domingo 12 de julio de 1992. Llegamos tarde, o
daría igual llegar a tiempo: María abortó. Se nos recrudeció todavía más
la pérdida de Eduardo.
Exactamente un mes después nos llamó mi suegra desde su casa.
La enfermera de Eduardo gustaba de llevarlo ahí para que “paseara”. Mi
suegra nos dijo que a Eduardo le estaba bajando la temperatura, cosa
que desde días atrás le estaba ocurriendo. María y la enfermera le daban
té por la sonda para calentarlo; un médico nos diría después que era así
porque el daño había llegado ya al tallo cerebral. Aunque la casa de mi
suegra estaba muy cerca de la nuestra, nos retrasó el embotellamiento
21
heridas, muertes, duelos
en una calle. Cuando María y yo llegamos a casa de mi suegra y tomamos a Eduardo entre los brazos, yo creí que aún vivía. Mi suegra me
dijo que no. Lo que parecía seña de vida y brotaba de él era sólo aire
muerto, aire inútil, aire posterior a la muerte. Eduardo murió por cuarta y definitiva vez la mañana del 12 de agosto de 1992.
En un apunte para un poema tengo escrito: “Cuento sus días: se
fue muy joven. Cuento lo que sufrió: murió muy viejo”. Se dice que
Enrique I de Inglaterra dejó de sonreír por el resto de sus días después
de la muerte de un hijo. Yo sonreí de nuevo cuando dejé de luchar por
obtener el olvido y acepté, por el contrario, que el hoyo dentro de mí
estaría y estará ahí por siempre. Y también al recordar que Eduardo
volvía a reír después de los peores momentos.
****
Yudishtira esperaba la última pregunta.
—¿Qué es lo inevitable para todos nosotros? —preguntó el estanque.
—La felicidad —contestó Yudishtira.
Y el estanque se abrió para él y sus hermanos.
22
Carmen Boullosa
Mis cadáveres
Carmen Boullosa
(
E
scribo este párrafo al terminar de redactar las páginas que siguen.
Emprendí una aventura de conocimiento sobre mi persona, sobre la formación de mi cuerpo, tomando como espejo algunos
cadáveres con los que tuve relación en mi infancia y adolescencia. No
son páginas folklóricas, si alguien quiere ver aquí calaveras de azúcar,
catrinas sonrientes o altares de muertos cubiertos de velas y cempazúchitl,
será prudente que busque en otro sitio. Son ciertas memorias tocadas,
despertadas por mis preguntas adultas. En ellas he hecho con mi persona lo que como novelista acostumbro practicar con mis personajes. He
seguido unos pasos, indagando, intentando explicar qué los mueve, dónde
están los resortes de esos actos y sentimientos, y, sobre todo, describir lo
que va ocurriendo. Ni he alterado, ni he forzado una ruta: solamente he
mordido esos pasos con mis ojos, y he intentado entenderlos. Lo mismo
ocurre con el personaje de una novela. No lo fuerzo: lo veo actuar. Él
responde a un motor que yo no gobierno, que no es el destino sino otras
fuerzas: la trama, su mundo, su atmósfera son espejos y representaciones de una verdad poética. La vida no tiene esta cualidad, el destino es
caprichoso —cierto y peca de lugar común—, hace lo que le da la gana.
Pero las personas, como los personajes, responden a una lógica, sus
motivos y pulsiones tienen razón de ser, y fueron estos los que intenté
olfatear en estas páginas. Para ello me revisé, como a un bolsillo me
sacudí para ver qué restaba adentro, me exploré y articulé lo que vi. ¿Me
gusta haber pasado por esta experiencia? ¿Me alivia, me hace más ligera,
me ha hecho más feliz, me siento en algo liberada? ¿O me pesa, me ha
disgustado, ha sido un pasaje incómodo? Ni una ni otra. ¿Prefiero el
papel de personaje literario o ser el puño invisible que observa y dicta en
otros? Prefiero sin duda el papel de autora, el de quien trabaja con los
personajes: espátula, escalpelo y lupa en mano. Los personajes sienten la
espátula, el escalpelo y la lupa corriendo sobre su cuerpo. La espátula es
de metal, el escalpelo corta, la lupa quema y el cuerpo los resiente. Elegí
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heridas, muertes, duelos
intuitivamente un punto, un foco para avanzar. Hago el recuento de los
cadáveres con los que tuve contacto para caminar hacia mi cuerpo adulto.
Estoy por cumplir cincuenta años, en la orilla de una nueva etapa de mi
vida. Mis hijos son casi adultos, mi cuerpo comienza a dejar la primera
madurez para alcanzar una segunda que, si acaso no será más esplendente, por lo menos tendrá más kilos a bordo y menos ansiedades y torpezas. Con estas páginas viajé por mi juventud, mirándola a la luz de ciertas
aventuras interiores de mi infancia. “Juventud, divino tesoro, ya te vas”,
y decirlo me alivia más que lo que adelante he escrito. No temo en el
futuro la vejez, lo que temí fue abordar mi cuerpo de mujer. Aquí explico
la naturaleza de ese abordaje, de ese temor, y me despido de él:)
¿Cuál fue el primero? Los insectos que pegábamos con cera de
Campeche en el fondo de cajas de galletas, después de haberlos aturdido con éter, son lo que salta a contestar mi pregunta. La mariposa amarilla con pintas negras, el abejorro gordo de los mismos colores, el
saltamontes, el grillo, el escarabajo: entre uno y otro ejemplar no mediaba más de medio centímetro. No era válido repetir la especie y había
los que traían historia. La parda y enorme mariposa nocturna —parecía
tener ojos abiertos sobre sus enormes alas— que ocupaba más de un
cuarto de caja, nos aterrorizó varias noches revoloteando ruidosa de
una esquina a otra del cuarto hasta que la encontramos de día dormida
en un doblez de la cortina y la atrapamos sin darle tiempo a despertarse. Si hubiéramos comparado nuestra mano con su cuerpo puede que
hubieran medido lo mismo. El abejorro había vivido merodeando las
macetas de la terraza que daba al cuarto de las niñas, sin que nos atreviéramos a acercárnosle, hasta que un día comenzó a agonizar de tanto
comer y beber. Lo recogimos del borde de la jardinera, todavía temiéndolo, y le aplicamos el éter que tal vez ya ni falta hacía. Ninguno de los
que vivían en las cajas de galletas carecía de anécdota, aquel bicho había
caído bajo un vaso en el barandal de la cocina, la araña de cuerpo rojizo
era un hallazgo en el pasillo del cuarto de nuestros papás, etcétera, pero
una verdadera historia sólo la tenían unos pocos. Digo que estos cadáveres son los primeros que saltan a contestar ¿cuál fue el primero? Pero
varios años atrás ya estaban las tortugas traídas de Tabasco a la terraza
de casa de mi abuela, mi Mami, para la sopa y el estofado, y entre
tortugas e insectos estaban los patos y las gallinas. Todos estos, más un
par de conejos (que, como los patos y los pollitos, habían caído en
nuestras manos por el camino de la kermés o de la feria, premios de
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Carmen Boullosa
tómbolas, rifas, juegos de canicas o de tiro al blanco, deambulaban por
la casa, impuestas mascotas temporales) eran pasados a cuchillo después de haber tenido un relativo trato con nosotros. Sus días paraban
en los guisos de Inés, la cocinera de mi casa o en de los de la Mami.
Nos comíamos a nuestros cadáveres, con mayor o menor conocimiento
de causa, con mayor o menor repugnancia o placer. Algunas veces engañados del todo: ¿cuántos moles o pipianes no fueron vestimentas
comestibles de animales que habían “desaparecido”? Si las sacaban de
la terraza, las tortugas se enterraban en el jardín, y no había modo de
encontrarlas hasta que a ellas les daba la gana. Pero los patos, pollos y
conejos se esfumaban sin explicación apenas pesaran un par de kilos.
Un pollito murió demasiado tierno para acabar en la cazuela. Alguien le prensó el cuello con la puerta de la cocina cuando todavía era
rubio, un bebé pollo: quedó con la cabeza mirando hacia atrás, piando
su dolor estridente. Cuando esto pasó, ya era yo adolescente y Hanna,
mi amiga —que tenía vocación de médico—, lo degolló para que dejara
de sufrir. Lo enterramos en el jardín, con gran ceremonia. En el entierro
participé activamente, escribí los versos de la lápida de cartón, excavé el
hoyo. De la decapitación no quise saber ni pío. Pero este pollo es muy
posterior a los otros cadáveres que aquí enumero.
Mucho antes que él, llegaron los cangrejos, un aparte porque no se
podía socializar en ninguna medida con esos seres apestosos. Huelen
fuertísimo. De adulta, ya nacida mi hija María y embarazada de Juan,
compré unas docenas en el mercado de Villahermosa, y cargué con
ellos en el avión hacia la Ciudad de México. Los acomodé bajo mi asiento, en dos cajitas idénticas a las que los portaban cuando yo era niña. La
azafata rastreaba la proveniencia del olor, intentando averiguar dónde
estaba el pañal sucio. No confesé mi pecado, porque no tenía sentido,
para qué, igual íbamos a aterrizar con ellos. Mi único consuelo era saber
que el viaje de Villahermosa a la Ciudad de México no dura más de una
hora (consuelo ante el hedor nauseabundo y la vergüenza que me daba
cargar con ellos y castigar tan malamente a los demás pasajeros). ¿Cambiaría algo las cosas confesar que yo era la culpable de la pestilencia? La
azafata no hubiera abierto la ventana para arrojarlos afuera, así todos los
ahí presentes tuviéramos ganas de hacerlo.
Huelen en verdad, no discretamente. Fue hasta ese viaje en avión
que comprendí la magnitud de su peste. ¿Cómo no me di cuenta antes?
Los cangrejos eran parte de la constante mercancía “importada” por mi
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heridas, muertes, duelos
abuela a la Ciudad de México en cajas de cartón, cada una amarrada con
mecate, que íbamos a recoger a la estación de autobuses ADO, Autobuses de Oriente. Con ellos llegaban las tortugas que ya mencioné y una
mercancía muy variada: frutas frescas, negras conservas en frascos (icacos,
nanches, orejas de mico —que eran papayas verdes, con aspecto de
cazuelitas y crujientes), ostiones en escabeche sellados al vacío, en un
caldillo de vinagre blanco con especias y hierbas, zanahoritas y chiles,
queso de Chiapas envuelto en celofán rojo, muy oloroso, que le poníamos a la sopa de fideos, bolas de queso holandés y mantequilla en lata
azul que había cruzado el océano antes de entrar por Chetumal, el puerto libre, y viajar vía Comalcalco-Villahermosa a México.
Apenas cazaban los cangrejos, con tiras frescas de papiro les amarraban las manos, y los acomodaban en cajas de cartón pequeñas con la
intención de que no se asfixiaran. Era imprescindible asegurarse de
cocinarlos vivos, y corroboraban su estado al desamarrarlos, antes de
echarlos a la enorme vaporera honda y brillante, de aluminio bruñido,
la misma en que mi abuela cocía por horas los tamales. La tapa sellaba
la enorme olla alargada. Ya llena de bichos, echaban agua por la boquilla aplanada y ancha del costado inferior.
En el momento en que tía Luz, la cocinera, encendía la hornilla,
las manos de los cangrejos comenzaban a rascar el metal. Ahora que lo
recuerdo me parece espeluznante, pero entonces no, casi lo contrario:
oír a los cangrejos intentar escapar mientras los cocinaban vivos, era el
sonido del regreso al orden.
Porque en la carretera a Comalcalco, después de muchas horas de
viaje —primero llegábamos a Villahermosa, de por sí distante de la
Ciudad de México, pero como aún no había puentes, se cruzaban en
lentas pangas los ríos—, al anochecer, casi al llegar, con las llantas del
coche en movimiento planchábamos decenas o cientos o miles de cangrejos, y ése sí que me parecía un ruido escalofriante.
Al caer la tarde, millares de cangrejos corrían al mar, y en algunos
trechos cruzaban la estrecha carretera. La primera vez que oí sus caparazones tronar bajo el peso de las llantas, el ruido me despertó. Era un
ruido hostil; pregunté asustada qué era, y mi abuela me respondió: “es
la mata de cangrejos, Carmelita”. Me asomé por la ventana del coche y
traté de ver la vegetación en la poquísima luz que los faros proyectaban
a los lados. Mata, arbusto, planta, en eso pensaba. ¿De cangrejos? El
mundo estaba lleno de sorpresas. Volví a preguntar, y escuché la mis26
Carmen Boullosa
ma, idéntica contestación. Me volví a asomar, por más que busqué, no
vi a ninguno de los dos costados de la carretera nada que me pareciera
una “mata de cangrejos”. Insistí: “¿qué es ese ruido?, ¿qué suena?”
“Son los cangrejos que bajan al mar en la noche”. ¿Bajan al mar? ¿Viniendo de dónde bajaban al mar? Como en el coche el quebradero de
caparazones retumbaba a diestra y siniestra, era difícil identificar su
fuente, al volver a asomarme miré hacia arriba, creyendo que el ruido
vendría del techo y fui bajando los ojos. Al tocar con ellos el elusivo
asfalto, intuí los cientos de cangrejos cruzando la carretera, y nuestro
coche pisándolos. Digo “intuí” porque era la hora cero, no había manera de ver gran cosa. Con los ojos había ayudado al oído a entender de
dónde brotaba el ruido.
Nosotros estábamos invadiendo el territorio de los cangrejos. Ellos
eran los dueños de ese trecho de la tierra, con los micos, las serpientes
y quién sabe cuántos otros animales, los que producían el ensordecedor
alboroto que había escuchado al anochecer y al amanecer, cuando nos
quedábamos a dormir en la casa de unos familiares a la orilla de la
playa. Pero esto era distinto: estábamos adentro de su territorio, pisábamos lo mismo. Retiré la cara de la ventana porque lo que había creído
ver me daba ansiedad. Teníamos que dejar atrás este asfalto cubierto de
cangrejos cuanto antes. No podíamos detenernos porque se nos subirían. No podíamos esquivarlos, no había cómo. No podíamos bajarnos
del coche: nos destrozarían con las tenazas. Era escalofriante. Me refugié
en el fondo del asiento, oyendo a mi abuela charlar con Gustavo, que
iba al volante. No paraba de hablar y el ruidero de los cangrejos parecía
no asustarla. A mí me tenía aterrorizada. Yo no podía ni siquiera abrir la
boca para pedir auxilio, preguntar siquiera si faltaba mucho por llegar,
pedir que corriéramos más rápido. El coche avanzaba con exasperante
lentitud. Quebrábamos a los cangrejos, como a vidrio, a nuestro paso,
y yo sentía que nosotros nos quebrábamos, quedaba demostrado que no
éramos amos y señores, que no controlábamos nuestro entorno, que
nosotros éramos los frágiles, no los bichos hechos papilla a nuestro
paso. Los cangrejos ganaban la partida, nuestros enemigos, nuestros
vencedores. Cuando llegamos a Comalcalco, lloré un buen rato, a voz
en cuello, no quería que apagaran la luz de mi cuarto. Tenía mis razones
muy fuertes para temer la noche.
Ahora —meses después del viaje a Comalcalco, antes de que nazca mi hermana María José, tengo cuatro años— cocemos a nuestros
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heridas, muertes, duelos
enemigos. Las manos de los cangrejos suenan como uñas que arañan
las paredes de la vaporera. ¡Tanto mejor! Pronto sólo quedará el silencio. Yo lo espero sentada en la cabecera de la mesita rectangular del
pequeño antecomedor, frente al refrigerador abullonado IEM de los años
cuarenta. Se acerca la hora cero y estoy ya en la oscuridad. En la cocina
oigo a mi abuela hablar sin parar sobre el arañar de los cangrejos. Entre
la cocina y el antecomedor hay un vano estrecho. Desde mi silla se ve la
enorme tamalera sobre la pequeña estufa blanca, pero mi abuela queda
fuera de mi vista. Estoy recordando la carretera y su marea de cangrejos, y comparo los sonidos (las tenazas en la tamalera, el tronar de la
queratina bajo el coche, la voz de la Mami aquí y allá. Siento algo parecido a la victoria: ahora nosotros gobernamos. Por un instante soy intensamente feliz, plena felicidad de una arrogante que se cree a prueba
de todo. Pero no me detengo en este sentimiento más de un instante.
La luz de la tarde se está yendo a pasos agigantados. Los cangrejos
pierden vigor adentro de la ardiente vaporera. La voz de mi abuela parece también retirarse. Todo a mi alrededor se apaga, pero no yo, no yo.
Siento intensamente algo que no sé qué es.
Estoy sentada sobre mi pie, la pierna doblada en el asiento. Así he
conseguido quedar lo suficientemente alta como para extender en la
mesita mis brazos, y tenerlos frente a mis ojos. Es tan intenso lo que
siento y que no sé cómo nombrar, que me sujeto a la mesa firmemente,
con los diez dedos me agarro a la orilla con delgado filo de aluminio,
y lo hago con tanta fuerza que me lastima. Aprieto más y más, y siento; y lo que siento queda enmarcado por el dolor en mis dedos. Siento
con toda intensidad eso que no sé qué es, que creo, ahora que le estoy
poniendo nombre, es mi piel, mi borde. Todo me queda lejos, todo se
está alejando más: las cercanas paredes oscuras, la luz del día, mi abuela, el casi inaudible arañar de los cangrejos. La voz de mi abuela suena
aún más lejos, como si ella también, como la luz, como los cangrejos,
se apagara.
Pero yo no me apago. Sigo apretando los dedos para darme seguridad. Además, al hacerlo, subrayo lo que estoy sintiendo, mi borde,
mi piel, el límite frente al mundo de mi persona.
De golpe he comprendido que yo acabo en mi piel, que irremediablemente yo termino en ese límite. En esta doméstica versión de la hora
cero tampoco mis ojos ven más allá de mi nariz, ni mis oídos escuchan
ya ningún arañazo, y casi nada a mi abuela.
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Carmen Boullosa
Yo atenta sigo sintiendo esto que he descubierto, sin saber si me
gusta o no, si es o no soportable mi conocimiento, incómodamente
asombrada. Acabo en mi piel, estoy separada, rota de los otros. Aprieto
más la mesa con los dedos, más a mí misma contra el pie en que estoy
sentada: toda soy mis bordes. Las cercanas paredes altas casi parecen
tocarme.
La Mami se afana en la cocina, haciendo no sé qué. Deseo llamarla
y abrazarla, pero no lo hago, temo que aun abrazándola continúe sintiendo esto que me ha sido revelado. Me agarro todavía con más fuerza
al borde de la mesa, siento el borde casi cortándome ya los deditos. La
puerta de la cocina que da a la terraza se abre, oigo el balde metálico de
agua apoyarse en el piso. Es Felipa en su guerra perpetua: trapea del
amanecer al anocher todos los rincones, para que la casa esté siempre
limpia como una pátina de altar.
Un segundo después del sonido del balde de agua, alguien a mis
espaldas entra al antecomedor, y dice: “¿por qué en la oscuridad?”.
Giro la cabeza y veo una mano en el apagador de la luz, encendiéndolo.
Su voz y la luz rompen mi estado de alerta. Hablo, me asombra oír mi
propia voz. Mi voz sale de mí y toca mi alrededor. De nuevo estoy en
contacto con el mundo.
Esa pompa de la conciencia acaba de reventar, aliviándome (“¿por
qué en la oscuridad?”, ¿para qué preguntármelo a mí, que no alcanzo
por más que alce mis brazos la altura del switch?). “¿Por qué en la
oscuridad?”
Oigo esa frase, y se suelta el cordel de la alegría, me dan ganas de
reír, “¿por qué en la oscuridad?”. ¿Y yo por qué nunca he echado mano
de ella? Cuando padecía de ataques de pánico, cuánto bien me hubiera
hecho repetirla, “¿por qué en la oscuridad?” y con ella romper una
jaula de índole parecida a la que percibí esa noche. Pero nunca la usé,
nunca la traje a cuento. No la había vuelto a traer al presente hasta ahora
que recuerdo la muerte de esos cangrejos y la aparición, en las tinieblas
de la cocina, de mi piel.
Aquella tarde, la frase mágica hizo la luz y apagó mi conciencia:
como si eso que yo sentía requiriera distancia de la luz y de la lengua.
Mientras triunfábamos sobre los cangrejos, gobernándolos, mi conciencia reemplazó al simple sabor de una victoria cruel con el de otra. Otra
igualmente cruel, porque al vencer a Natura yo resultaba la vencida, la
derrotada por la certeza del borde, del límite de mi persona. Porque esa
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heridas, muertes, duelos
conciencia era todo menos triunfante, no era la voz de un gobierno sino
la de lo que no se puede gobernar. ¿Por qué el sonido fúnebre de los
cangrejos, y el caer de la tarde me dieron ese conocimiento de mí misma? En el pequeño antecomedor se me había abierto un universo: el de
sentirme intensamente separada de los otros. Piel, yo llamaría piel a esa
experiencia. ¿Por qué ese día me convertí en mi piel?
Aventuro una explicación sobre por qué no recuerdo haber tenido
conciencia del olor de los cangrejos, como ignoré cuánto hedían hasta
que viajé con ellos en un avión veintiséis años después; creo que el olor
me cercó y me convirtió en un aparte, que fue no estar alerta del intenso
olor lo que me acorraló en mí misma, lo que me llevó a mi límite, a mi
piel. Era como si antes de esto yo hubiera vivido derramada en los
demás. Para “cercarme” no bastaba saberme en mi piel, este conocimiento no era lo suficiente para hacerme separada de los otros, porque
recuerdo un momento preciso previo en que también fui mi piel sin
experimentar lo demás.
Ya lo mencioné de paso páginas atrás. Debí haber sido muy pequeña, por el incidente que tuvo necesariamente que precederlo. La Mami
me tenía en los brazos para “lavarme la colita”, uso su expresión, literal.
Me cargaba con su cuerpo inmenso —nunca dejé de percibirlo inmenso, ni cuando, al final de su vida, se encogió; así la vieran mis ojos más
baja que yo, no podía evitar sentirla grande como una giganta—, vestida con su bata blanca del laboratorio, me llevaba en vilo con un solo
brazo. Con el otro, me doblaba las piernas, acomodándolas para que no
se me mojaran los calcetines. Yo traía zapatos de trabilla, negros. Me
encantaría recordar que fueran rojos, porque siempre quise unos zapatos rojos. Bajo la llave abierta del grifo en el lavamanos blanco y pequeño de su baño, puso mi “colita” y la lavó. El agua tibia y sus manos me
dieron un placer enorme, un placer genital. Cuando me retiró del agua,
abrazada firmemente a su brazote le pedí: “más, Mami, más”. Ella me
contestó, sin darse cuenta del trance en que yo estaba “ya, ya está limpia tu colita, Carmelita”.
Lo recuerdo como si fuera ayer, y estoy segura de que soy mucho
menor a la que apretaba los dedos contra el borde de la mesa en el
antecomedor por dos motivos: me sentaba en mi pie para hacerme más
alta y alcanzar a reclinar el cuerpo a ratos en la mesa, pero también me
sentaba en mi pie para sentir bonito, ya conocía esa sensación, me acompañaba a menudo y sin ninguna ansiedad de ella, y, dos, porque si no,
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Carmen Boullosa
por la intensidad de la sensación que me cayó encima mientras caía la
noche y los cangrejos rascaban la vaporera, de haber sido aún frágil el
control de mis esfínteres, sin duda me habría orinado. Me hacía pipí
cuando sentía una emoción intensa, como una vez que recuerdo perfecto en la ronda del patio de la escuela.
Iba yo al Margarita de Escocia, que estaba donde ahora el Hotel
Presidente Chapultepec. Era la escuela del Opus Dei, pasaron por esas
negruras mis papás. Era la mañana, había una luz pálida y tierna, y
formábamos un círculo para cantar. No sé qué me conmocionó, pero
recuerdo que algo me sacó de mis cabales, y de inmediato sentí el calor
resbalando por las piernas, el humillante charco bajo mis calcetines y
los zapatos blancos empapados. La “miss”, la maestra, me reprendió
frente a todas, y sentí una humillación que sólo puedo equiparar a muy
pocas, tal vez sólo a una: cuando un colega me colmó, por e-mail, de
insultos cien por ciento inmerecidos. Mi incontinencia de tres años y
la incontinencia e iracundia inexplicables de otro al que, de pronto, yo
resultaba incómoda —por antipatías que he despertado en otros, para
las que tengo explicaciones: en México todas mis virtudes son defectos— quedan en mí emparentadas. Me alivia escribirlo, un accidente
calma al otro, aunque no tengan en sí ninguna relación. Acepto que la
orina es inaceptable, pero de las cóleras ajenas no tengo ni responsabilidad ni gobierno. Los dos recuerdos tienen un punto ardiendo en común: la tribu me manifestaba su repudio.
Volviendo a mi primer recuerdo de placer genital, bajo el chorro
de agua, en los brazos de mi abuela, diría que también tuve un cierto
nivel de conciencia de mi piel, pero que el placer fue tan grande que me
asimiló al agua, al brazo de la abuela, a su bata blanca y a su persona.
Por el placer yo formaba parte de lo que me rodeaba.
Esa primera sensación genital fue a su manera una verdadera orgía. El placer no me recogía: me volcaba sobre mi abuela. Sentir no me
sumergía en mí misma, me hacía ser del mundo, me permitía entregarme. Estaba en sus brazos, protegida. No formaba parte de ella, pero el
placer no me separaba, me incorporaba a los otros. En cambio, al oír a
los cangrejos morir mientras anochece, mi pie apretado contra mi vulva, lo que siento me aleja del mundo. Mis dedos se sujetaban a la orilla
cortante de la mesa, buscando lastimarse, porque el dolor era lo único
que podía retenerme. Lo demás no me asía, no me tomaba, no me
abrazaba: me difuminaba. Mi piel me borraba de los otros, me forzaba a
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heridas, muertes, duelos
una aventura hacia adentro de mí, a territorios que yo no tenía gana
ninguna de conquistar a los cuatro años.
Los cangrejos serían mis prisioneros en la vaporera ardiente, pero
su olor me había hecho conocer que yo era la prisionera de mi cuerpo.
Su olor me cercó, era tan intenso que me separó, me marcó. Los cangrejos triunfaron. El olor lo invadió todo, y no entró en mí, me señaló
como un aparte. Eso por un lado, pero insisto en que creo que también
mi conciencia fue provocada por la ilusión de control, de gobierno, a la
que ya hice mención: saber a los cangrejos adentro de la vaporera en
lugar de verlos y oírlos correr libres hacía el mar, me hizo por una parte
la victoriosa, pero esa victoriosa portó la conciencia como corona de
laurel. Sería que yo los había vencido, pero tampoco podía yo escapar.
Estaba adentro de mí misma, tan encerrada como ellos. Ventiséis años
después, en el avión, la peste de los cangrejos también me señaló: yo
era la responsable del malestar colectivo. O la irresponsable —si se
prefiere— que traía la carga fétida.
Lo había hecho involuntariamente, no tenía idea de que olieran
tan mal, y no los documenté como equipaje para que no se murieran
con los cambios de presión. Pensé que irían más seguros conmigo arriba. A fin de cuentas, eran viejos conocidos, casi de mi familia. Del
mercado habíamos pasado corriendo al hotel por nuestras cosas y, abordando de un salto el avión, no tuve oportunidad de percibir su olor.
Como dije ya, no recordaba ningún olor, no quedó fijado en mi conciencia de niña. Llevaba conmigo, también, aunque documentados como
equipaje, los icacos, mameyes, pejelagartos ahumados que mi abuela
no importaba nunca porque los despreciaba por plebeyos: eran platillo
de pobres. Tortuga no encontré, ya casi no quedaban, el deterioro
ecológico de Tabasco es un escándalo. Entre el petróleo y la ganadería
han arrasado con el bosque tropical. Veintiséis años después, también
yo gobernaba la situación porque yo era la hacedora, así fuera
involuntaria. Yo perdía de nuevo, yo nos infligía en el avión un tormento de peste inaguantable. Pero en esta ocasión no caí por esto en mi
piel, nada de eso. Tampoco recordé el atardecer que aquí he relatado.
Venía embarazada de mi Juan, al lado de Alejandro, el padre de mis dos
hijos, llena de vitalidad y alegría. Eran nuestros mejores años juntos, y
fueron muy mejores. Habíamos llevado una obra de teatro que escribimos juntos (Alejandro era el único actor, una obra cómica, X-E-Bululú,
tuvo buena fortuna, nos dio de comer varios años) al teatro María Teresa
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Carmen Boullosa
Montoya. La obra no gustó, ni siquiera cayó bien. Nosotros estábamos
envanecidos, creyéndola monedita de oro, pero no. Sería oro, pero no
en Tabasco (“Ven, ven, ven. / Ven, ven, ven./ Vamos a Tabasco / que
Tabasco es un Edén”, decía la letra, no muy imaginativa, de una canción que estuvo de moda en mi infancia). Nos habíamos envanecido,
porque no vimos que la obra no era apropiada para ese teatro. La creíamos cualquier cosa, por arrogancia, y no era un comodín, un jocker:
era lo que era, una obra deliciosa de cabaret que podía ser representada
en teatros de cámara porque el trabajo del actor era simplemente delicioso, pero el bululú se desmoronaba en cuanto pieza “seria”. Ese fracaso profesional no me dolía un ápice. Yo, embarazada, feliz, me sentía el
Mundo. No exagero. Cierto nivel de ansiedad que tuve en el primer
embarazo no estaba presente. Yo sabía que no perdería mi cuerpo irremediablemente, yo sabía lo que me esperaba, a nada había que tenerle
miedo, que no fuera a los malos ginecólogos. Esta segunda ronda era,
como ocurre con las experiencias artísticas, mucho más disfrutable.
Perdida la sorpresa, me esperaba la dicha.
De niña, oyendo a los cangrejos rascar, yo era, como he dicho,
piel. Embarazada de mi Juan a los treinta años, yo era tanto cuerpo
como es posible imaginar, la mayor dosis posible en una persona. Vivía
un pasaje erótico de nueve meses. No diez, ni cien hombres en una
noche (¡Dios me libre de esa maldición!), sino la percepción de que yo
era pura cuerpa noche y día: ¡cuerpa, cuerpa, cuerpa y cuerpa! Si no los
nueve meses, por lo menos siete sólo se me fueron en sentir, en gozar,
en oler, en percibir, en ser piel. Cargada, yo misma era una bala de
placer y de vida. Y quería contar historias, escribía buena parte del día,
cuando no estaba en mi teatro o conversando con amigos. Cada día
tenía cuarenta horas.
Los cangrejos en la vaporera se acercan más a los insectos en las
cajas de galletas que a los animalitos de los guisos. No sólo por sus
respectivas capas externas de queratina, no por sus cabezas enormes y
sus ojos fuera de la cabeza, no por sus largas patas con espinas, de
artrópodos o rosales. Insectos y cangrejos debían ser gobernados por
nosotros porque eran una amenaza. Los enormes escarabajos, las arañas, las mariposas nocturnas, los alacranes, las libélulas, los abejorros,
representaban un orden opuesto al civil, contrario al orden doméstico.
Era un deber mayor controlarlos. No los matábamos al guisarlos o ensartarlos sobre la cera de Campeche: los fijábamos, restaurábamos el
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heridas, muertes, duelos
orden. Las mariposas, así fueran siempre bienvenidas, quedaban al lado
de las arañas y los escarabajos. Eran las únicas víctimas de nuestra
cacería. No les teníamos miedo. No eran una amenaza. Casi parecían al
volar objetos decorativos. Eran un error en nuestras cajas de galletas.
Eran el orden humano entre los insectos.
Un par de años después de que pasara nuestra manía coleccionista, mis papás fueron al Brasil a un encuentro del MFC (Movimiento
Familiar Cristiano). Entre las chucherías que trajeron había algunos objetos adornados con alas prodigiosas de mariposas tornasoladas. Recuerdo especialmente un cenicero azul. Viendo su belleza, sentí hambre
de cazar otra vez insectos, ya fueran repugnantes o atractivos, por el
ansia de coleccionarlos. Intenté revivir nuestra afición, pero no conseguí gran cosa, no éramos coleccionistas obsesivas, lo que habíamos sido
era obsesivas preservadoras del orden civilizado. Pinchando insectos
sosteníamos el orden civil, defendíamos las leyes y las costumbres. No
era crueldad: era civilidad.
Nuestra colección tenía un ejemplar estrella. Había caído en nuestras manos un murciélago secado al sol. ¿O era embalsamado? Nos lo
regaló un cura (¿cuál?), en Huejutla, en Hidalgo, cuando pasamos ahí
un año, como familia misionera. ¿En qué consistía nuestra misión?
Para llevar-la-palabra-de-Dios peinábamos el área en un jeep acompañados de un tocadiscos portátil, un proyector, una batería para enchufarlos, una pantalla y varias tiras de filminas que contenían ilustraciones
de vidas de santos. Era una verdadera hagiografía panfletaria. Estaba,
por ejemplo, la vida de “Mambo, el niño mártir” (tras anunciarlo, ¡tiiiiin¡,
se oía un timbre en el acetato indicando que había que girar la perilla de
la filmina en el proyector, cambiar la imagen en la pantalla). En esos
años, el idioma predominante en las calles lodosas de Hidalgo no era el
español. Se hablaba otomí, era la lengua de mercar en el amplio mercado que se tendía frente a la iglesia los sábados. El entonces padre Lona,
luego arzobispo de Tehuantepec, oficiaba en esa iglesia. Daba la misa en
otomí frente a una iglesia sin bancas, la congregación sentada en el
piso, a veces dándole la espalda. Era un pueblo indio, y el padre Lona
respetuoso se sumaba a su orden.
Con sus alas extendidas, el pequeño murciélago ocupaba todo el
largo y ancho de su propia caja de galletas Mac-ma. La caja era roja, el
fondo color cartón y el murciélago con cara de ratón del tono de nuestro
cabello castaño. Si no recuerdo mal, todo el cuerpo estaba cubierto de
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Carmen Boullosa
este cabello corto, un pelambre de ratón. Las orejitas eran como de
mico, de chango. Mi memoria se confunde con el área de los ojos, por
segundos los recuerdo abiertos, las cuencas vacías, por momentos los
párpados bajos también cubiertos de pelambre, pero dudo que los murciélagos tengan párpados. Lo cierto es que no tengo ni idea de cómo
eran sus ojos, aunque los observé muchas veces, porque sabía verlo
soñando. Pasé muchos ratos observando atentamente al murciélago. Lo
encontraba muy atractivo, y lo usaba como una base. Lo veía, pero me
viajaba mirándolo. Era mi base para imaginar. Abría la caja, acercaba mi
carita a la de él, fijaba en él los ojos, y ¡adiós mundo!: me iba. A mi
manera yo estaba enamorada de él.
Estábamos orgullosísimas de nuestro murciélago. Años después
alguien me lo tiró a la basura junto con el resto de todos nuestros trofeos de infancia. Qué le habría costado no hacerlo, pero esa alguien
estaba ansiosa por borrar con urgencia nuestra memoria de “su” casa, la
casa de mi mamá. No me explayo porque es un lugar común el de la
lucha mujeril por el territorio del hogar, que desata aquí y allá guerras
cuasitroyanas. En nuestro caso también hubo decesos, uno literal, pero
si contamos los caídos diría yo que la ganadora tenía escrito en su escudo más de un muerto. En carne y hueso, tirados por la madrastra a la
basura quedaron varios. Borró a los niños lo más que pudo. Pero ésa es
otra historia, muy fastidiosa, y en lo que toca a mi murciélago tal vez
debiera yo agradecerle de todo corazón que se haya desembarazado de
él. Si no, quién sabe, tal vez viviría empacando y desempacando al
murciélago en todos mis ires y venires, le tenía yo tanto aprecio... ¿Lo
habrían incautado en la aduana alemana, en la frontera con San Diego o
en el JFK?, ¿habría sobresalido de alguna manera de los otros tiliches
que cargo como ancla portátil?
Y ella: ¿guardaba a los caídos al fondo de sus imaginarias cajas de
galletas? No. Hacía cuanto podía por borrar a los niños que le estorbaban, a la de tres años, al de seis, al de nueve, a la de quince. Quería
desaparecerlos.
Años después me enfrenté con un cadáver de otro tipo. Yo tendría, calculo, trece años. En clase de biología diseccionamos una rana.
La abrimos viva para verle palpitar el corazón. La imagen de su corazón abierto y caminando me imantó. La habíamos dormido con éter,
como a los insectos de nuestra colección. Al clavarle el bisturí en el
pecho, la rana pataleó un par de veces. Pasado este momento, sus pier35
heridas, muertes, duelos
nas cayeron laxas, yertas, inertes, muertas. Nuestro bisturí abrió la coraza torácica (¿quién manejaba la navaja con tanta destreza?, ¿la maestra?) y exhibió el corazón. Se movía loco, aunque el adjetivo es
injustificado y absurdo, pero en verdad se movía enloquecido, con premura, con ansiedad, a contrapelo con el destino, probablemente con
ritmo, con pulso, pero cada palpitar expuesto parecía ser una convulsa
sorpresa. Se movía, sí, loco, ignorante de que nosotros estábamos matando a la rana. Se movía loco, sin prestarnos ninguna atención oyendo
los dictados de otras órdenes intocables, muy fuera del gobierno de
nuestro bisturí, ajeno a nuestra curiosidad. Yo le toqué las piernas, sus
piernas muertas, y le acaricié la piel. La respuesta fue nula. La textura
de su piel en mis manos me habló: decía que la Tierra tiene una maquinaria, que ésta era frágil y a veces visible, que está conectada a algo fuera
de nuestro alcance. Vi y vi y vi ese corazón, bebiendo de él lo que los
antiguos sabían verles a los dioses. El corazón loco estaba en diálogo
con el origen de la vida, era impermeable a la muerte.
Llevábamos batas de laboratorio, y estábamos apiñadas alrededor
del cuerpo de la rana, oíamos la voz de la maestra. Creo que el grupo se
sentía superior a la rana, un simple objeto de estudio. Pero el grupo
también, lo adivino en el silencio, se sabía inferior al corazón, se sabía
más frágil que ese empecinado pum-pum. Yo no me sentí ni menos ni
más, la rana y yo éramos iguales. Simpaticé con el corazón vivo y con
sus patas muertas. Alguna dijo que sentía repugnancia. Yo dije que me
daba miedo, pero no expliqué por qué: el corazón abierto exponía mi
propia mortalidad.
La herida de la rana la hacía viva a nuestros ojos. En donde no
estaba herida, en cambio, estaba muerta, sus piernas fláccidas caían
sobre la mesa. Su abierto pecho exponía un corazón vigoroso que corría
y se nos escapaba hasta que, de pronto, dejó de palpitar. Un alfiler
mayor que el nuestro se le había clavado y había paralizado al corazón,
uno de cabeza invisible, uno que nosotras no controlábamos: la muerte.
La inmovilidad me sorprendió mucho menos que el corazón andando.
Me tuvo muy sin cuidado. Dejé de ver al animal. Había perdido para
mí todo atractivo. Me retraje. Puse mi mano sobre el pecho. No sentí
nada. Pedí permiso para salir al baño, y casi corriendo me arrojé afuera
del laboratorio hacia donde no hubiera ni ranas ni corazones ni pechos
abiertos ni ancas sin vida.
Ingredientes para guisos, un objeto de estudio, ejemplares de colección eran los muertos más cercanos. En todo caso, la muerte estaba en
36
Carmen Boullosa
casa bajo completo control. El cuchillo de la cocina, las tijeras carniceras,
los vapores del éter y el bisturí tenían la facultad de matar, pero toda
muerte restauraba el orden doméstico, era para el arte culinario o el
estudio científico (aunque jamás entendí del todo en qué consistía la
lección de biología que nos llevó al corazón abierto). Nada literal. Y tan
no entendí que esquivé como pude la siguiente clase, donde lo que veríamos sería a un pobre conejo destazado, y era superior a mis fuerzas.
Había algunos peligros relacionados con la muerte: una mañana,
doña Luz, la cocinera, lavaba la cabeza recién cortada a una tortuga. Con
su reflejo último, la cabeza brincó de su mano derecha y la mordió en el
pulgar izquierdo, tan fuerte, que doña Luz acabó en el doctor y su pulgar mutilado. La mordió la cabeza muerta. Seguramente le había dolido
hasta la médula, pero era tan vieja que de cualquier manera sus manos
parecían previamente mordidas por cuanto bicho se pueda uno imaginar. Unas manitas pequeñas, las de tía Luz, pequeñitas y llenas de arrugas y de marcas.
La cabeza muerta que había brincado ayudaba a esfumar el límite
entre la vida y la muerte. No era una frontera intraspasable. Las tortugas muertas mordían más que las vivas. Que yo supiera, en casa nadie
había sido mordido por una tortuga. La muerta había estado más viva
que las que gateaban en la terraza.
Un día en una carretera que no merece el nombre, un camino
lodoso y estrecho que recorríamos en alguna de nuestras correrías misioneras, yendo tal vez de Platón a Tantoyuca —los nombres me intrigaban, y ahora simplemente con su cosmopolitismo me fascinan—, un
camión de redilas cargado de pasajeros acababa de volcarse cuando acertamos a pasar. La escena era dantesca. Los pasajeros se ayudaban unos
a otros a levantarse, cubiertos del lodo rubio y batidos de sangre. Los
niños lloraban. Sólo había un herido de seriedad, un viejo que mercaba
miel y trozos de panal. La miel venía en botellas de leche, de vidrio
grueso. Las debía haber cargado colgando del mecate amarrado al cuello de las botellas, como hacían los vendedores de miel de la región. Un
mecate detenía el papel encerado con que las tapaba, y las unía unas a
otras, como un racimo. Cargaba los trozos de panal —que los niños
mordisqueábamos espantándoles las abejas— en una charola. El vidrio
se había roto, la charola había regado la mercancía y el pobre hombre se
había abierto la cabeza. Mi mamá se ofreció a atenderlo, y se separó de
nosotros yendo hacia él para lavarlo y curarlo, así su única acreditación
37
heridas, muertes, duelos
fuera haber tomado un curso improvisado de primeros auxilios. Aquí
mi recuerdo se confunde. ¿Lo curó, o no pudo hacer nada por el viejo?
No lo sé. ¿Vi al viejo? Creo que sí, lo recuerdo, pero no sé si su imagen
es una construcción verbal, si lo inventé para tapar algo atroz. El recuerdo de ese día está fresco, los colores aparecen tal como los vi, brillantes,
tal vez más intensos, pero hay algunos trechos de esta memoria que,
me parece, son recreaciones, particularmente el pasaje donde mi mamá
cura al herido. Mi recuerdo es preciso, los colores brillan, los sonidos
me llegan intactos, pero en el momento en que aparece el herido, cambia la tonalidad, y el silencio envuelve la imagen. Creo que lo que ocurrió fue que mi mamá lo fue a ver y no pudo hacer nada, que el mielero
se rompió irremediablemente, que su cabeza se partió en dos como un
huevo contra el camino. Que ahí hubo un cadáver. ¿Pero existió este
cadáver?
A lo que debo atenerme es a los otros, pues este muerto es un
fantasma; me quedo con los insectos, las tortugas, las materias primas
de los guisos y años después mi rana de pecho abierto. Están también
las uñas cortadas, esos trocitos sonrientes de luna que son como el
cabello tirado en el piso del salón de belleza, una imagen inquietante.
Un trozo de mi cuerpo se volvía cadáver. Mis hermanos varones, cuando eran muy pequeños, lloraban cuando los llevaban a la peluquería,
yo, antes de que ellos nacieran, antes de los cinco, odiaba que me cortaran las uñas de los pies. Me amenazaban con cosas terribles para persuadirme de dejarme cortármelas. Decían que si no lo permitía, lo harían
cuando yo durmiera (la idea me aterraba), porque si no las uñas se
curvarían y entrarían de vuelta a mis dedos de los pies, volviéndome
una monstruo. El miedo sólo hacía peor las cosas, me cazaban por toda
la casa como a un animal, persiguiéndome, me amenazaban, en lugar
de con arco, flecha, dardos o lanza, con los alicates en mano, y yo
daba de saltos exaltados, de miedo y excitación. En cuanto al cabello...
Las vírgenes de los altares, me decían, usaban cabello natural. Los
curas —que en mi infancia no tenían la mala fama que hoy es vox populi—
se los habían cortado a las monjas, y con ellos habían hecho las pelucas
virginales. El cabello me obsesionaba. Cuando varios años después oí
en una tienda de campaña, en un campamento de niñas scouts, que el
cabello y las uñas siguen creciendo en los muertos, no me pareció extraño. Eran materia corporal a prueba del cuerpo, más resistentes, más
perecederos. Y estaban los dientes también. Se caían y salían otros. En
38
Carmen Boullosa
esto había dolor, y sangre, mucho más chocante que el asunto de las
uñas o la peluquería, pero como éstos tenía su lado satisfactorio: uno
era gratificado por perderlos. Ponía el diente bajo la almohada, amanecía en su lugar un regalo. Y estaba Mother Michael en la escuela, nos
los pedía, decía que quería hacerse un collar con ellos. Yo nunca le di
ninguno. Una tarde, rebuscando en el cajón del buró de mi mamá, a la
pesca no recuerdo de qué, encontré nuestros dientes en una cajita. No
fue el único secreto que le descubrí: otro día topé con una cajetilla de
cigarros mentolados —jamás fumaba en casa— y una nochecita su envase de anticonceptivos. Esto lo guardé para mí, en cambio una compañera de salón, María Eugenia, cometió la indiscreción de contarnos que
había descubierto que su mamá tomaba anticonceptivos. Hacía pocos
meses había nacido su noveno hermano. Un día que estaba yo de visita
en su casa (una mansión recién construida, en mármol excesivo, con
detalles de un lujo desaforado), su mamá recibió una llamada de teléfono de otra mamá, que le reclamaba que su hija estuviera difundiendo
en la escuela un comportamiento tan inmoral, tan poco ejemplar, que
tan mala influencia podía ejercer en nosotras, las adolescentes que ya
leíamos a Cortázar. Yo la vi recibiendo el regaño de la amiga, y correr al
cuarto de María Eugenia, donde le plantó una regañiza ejemplar.
En ese mismo palacio oí hablar de otros cadáveres. El papá de mi
amiga era entonces el abogado de la Woodrich Euskadi en México. Habíamos presentado como trabajo para la clase de español una peliculita
en superocho que aunque nada tenía que ver con Cien años de soledad,
decíamos y creíamos que era sobre ella. Fue un escándalo entre los
papás, o un doble escándalo: ¿por qué nos habían dejado a leer un libro
tan inmoral?, y ¿en qué diantres estábamos pensando? Nuestro video
los espeluznó porque no se le entendía ni pío. Armaron frente a las
monjas una pequeña contrarrevolución para protegernos.
Pero muy sin querer traje a cuento a estos congelados personajes,
dignos representantes de la especie llamada “honorables padres de familia”, a los que aún hoy, cuando la pornografía está al alcance de
cualquier usuario de internet y las imágenes sexuales y de violencia no
tienen techo en la televisión y el cine, escandaliza que sus hijos lean
Aura de Carlos Fuentes. No, de los cadáveres que quería hablar era de
los que le oí mencionar al papá de María Eugenia: “¿por qué están
perdiendo su tiempo en esas tonterías? ¡Cuál Cien años de soledad ni que
ocho cuartos! Yo he mandado matar a más de tres, yo no me ando por
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heridas, muertes, duelos
las ramas”. ¿Dónde estaba la moraleja de su recriminación? ¿Qué nos
quería hacer comprender? ¿Que era un asesino?, a mí eso me quedó
muy claro. ¿Será posible que haya querido decir esto, que nos lo haya
espetado con orgullo rodeado de sus prendas de caza —la estrella era
un oso polar de pie, pero había también un buen número de cabezas de
otros pobres animales en las paredes—, en el estudio de su nuevo y
lujoso palacio? A él sí que lo rodeaban cadáveres, y los había hecho con
su propia mano: animales coleccionados en Alaska y diversos países de
África, más tres probablemente honestos dirigentes sindicales.
Había otro papá afecto a la cacería en nuestra generación. Tuvo
un desenlace trágico. Lo raptaron en alguno de sus viajes africanos, lo
mantuvieron cautivo, y cuando regresó ya se le había botado la chaveta.
Se volvió loco, abandonó a la familia, tiró todo por la ventana. Tenía
dos hijas mujeres, una casa tan lujosa como la del abogado —era
mueblero—, llena de mármoles y vidrios polarizados, que ocupaba
una manzana completa y parecía un barco, encallado ahí por error,
hecho de un material equivocado. Los animales disecados me horrorizaban. Aunque yo también tuve uno, ahora recuerdo. ¿Qué era? Una
ardilla. ¿De dónde salió? ¿Del mismo cura que nos dio el murciélago?
Creo recordar que sí. Fue algo pasajero, la recuerdo y se desvanece. Me
veo mirando de qué está rellena en algún punto de la rota piel, pero
creo que es sólo un deseo de algo que nunca hice. En todo caso, el
bicho no significó nada en mi infancia, no lo asocié con las prendas de
cacería, ni con las patas de elefantes donde nos sentábamos en torno a
la alberca en casa del mueblero, ni con el descomunal oso polar que
rugía silencioso de pie eternamente, en el estudio de dos pisos con
cuarto secreto, en el palacio del abogado prestanombres, como oí que
decían de él. Ni con los cangrejos o los conejos que nos comíamos.
Mi papá es vegetariano desde hace muchos años. Me acuerdo, aún
niña, oírlo despotricar en contra de la carne. Pero no conseguía despertar mi repulsión. Tampoco la siento aquí, con mi conciencia adulta,
mientras visito mis temporales mascotas guisadas. He sentido repulsión por comer carne una sola vez en mi vida: después de estar en el
hospital cerca de un ser querido, cuando lo sometían a una operación
de la columna. Yo di a luz las dos veces por el vientre, me abrieron para
sacarme a mis dos hijos, me hicieron cesárea, pero nunca lo pensé, no
dejé que mi cirugía me tocara la cabeza. La de Mike sí que me tocó y me
horrorizó, no consigo todavía recuperarme. No soporto aún pensar que
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Carmen Boullosa
a un cuerpo que yo amo lo estén abriendo con escalpelo, y quitándole
un huesito, o un cartílago, que para el caso es lo mismo. Estaba Mike en
el hospital, y yo no podía comer cuando volvía a casa. Carne, su carne,
una carne que yo he amado, se volvía un objeto bajo el ojo de un cirujano. Y el pensamiento retumbaba, tocando también a la carne que pongo en la estufa... Como si someterse a la sabiduría tijeril del Dr. Babú
volviera al cuerpo amado el de un animal, lo emparejara. La operación
desposeía a mi amado del alma, lo cosificaba, el proceso lo convertía en
un objeto que un utensilio podía cortar, zurcir... El filo que le abría las
carnes me lastimaba también a mí. Carne, lo hacía ser no la del deseo,
no la consciente que yo amo, sino algo no humano. Trato de poner en
palabras lo que sentí cuando lo operaban y en su recuperación. Aún me
afecta, cuando esto escribo, me infecta de repugnancia, no hacia su
persona, sino hacia la carne animal, hacia el proceso del cirujano.
Mis papás se amaban. Vivíamos en una casa agradable, llena de
luz. Nuestro mundo era feliz, y lo peor que podía pasar en casa era un
berrinche mío o las ansiedades de mi papá, que eran muchísimas. Cualquier cosa lo exasperaba. Era casi un histérico. Vivía obsesionado con
peligros hipotéticos, como, por ejemplo, resbalarse de la regadera y
morir. Eso lo tenía preocupadísimo. Mis berrinches eran también algo
sólido, contundente, gordo y notorio, y todo un riesgo.
Fuera de estos dos detalles, todo era algo muy parecido a la alegría, a la felicidad. Sobre todo para mí. Mi hermana mayor cargaba con
las ansiedades de mi papá. A mí me dejaba liberada de toda carga,
dispuesta a conseguir lo que me diera la gana con muy eficaces berrinches categóricamente grandes.
Hasta que murió mi mama. La mató a los 37 el rayo de un tumor
cerebral diagnosticado o, para ser más precisa, conjeturado post-mortem.
Era 1969, no había nada parecido a un scanner cerebral.
Recuerdo perfecto cuando vi su cuerpo muerto. Era más hermosa
que nunca. Yo nunca la había encontrado fea, pero tampoco nunca la
había visto más hermosa. La última imagen, dormida y en paz, bien
peinada, carecía de su adorable risa, pero también del cansancio y la
tensión que a veces la asediaban. Tenía seis hijos, estudiaba una segunda carrera profesional, sicología, iba y venía por el mundo llena de
compromisos. Se cansaba, se atoraba. No parecía estar muerta, estaba
en un estado perfecto. Mi bella durmiente. No había príncipe que pudiera despertarla, mi papá no tenía el poder. Pero yo esperé durante
41
heridas, muertes, duelos
semanas y luego meses que despertara, no me hacía a la idea de que
pudiera ella estar muerta. Esa bella no podía ser un cadáver. No era la
lección que yo entonces había aprendido, no se parecía a un objeto.
Seguía animada, a su manera, pues obedecía a algo que yo no podía
controlar. Mis cadáveres eran objetos bajo mi mando. Yo los clavaba, yo
los atesoraba, yo los controlaba. Incluso al del viejo mielero: yo lo borraba. El abuelo era un no-es. Los que coleccionaban los padres de familia eran trofeos, objetos, cosas, sus expresiones teatrales los cosificaban
más, parecían hechos voluntariamente para adornar. Mi mamá tenía
que despertar. Esperé, hasta que el único hombre que ella amaba, mi
papá, comenzó a cortejar a una mujer que no supo traer nada parecido
a la felicidad a la casa, ni para papá, ni para ninguno de nosotros, pero
esa es otra historia, muy larga y fastidiosa. Fastidiosísima.
Después de mi mamá, murió María José, mi hermana, cinco años
menor que yo. Tenía precisamente quince cuando murió, y yo estaba por
cumplir los veinte. También vi su cadáver, arreglado y maquillado para
que no se viera en él la huella del accidente automovilístico que la había
matado. También la vi hermosa y en paz, en la misma funeraria, Gayosso.
Tampoco podía ella ser un cadáver: yo había dormido demasiadas noches a su lado, para guardarme de mis miedos nocturnos, la había tenido
demasiado cerca de mí, ella había sido mi sombra, nuestra luz, la alegría
de la familia. Tenía un temperamento dulce, era un sol, siempre sonreía.
La había esperado ansiosamente mi mamá cinco años. Era una bebé deseada. La mayor cargaba, como he dicho, las ansiedades de mi papá. Yo
a mi manera exageraba la ausencia de esta ansiedad, y del miedo a parirme
que tuvo mi mamá. Era además la consentida de mi abuela. Seducía a
todos, y no dejaba que nadie me impusiera un no. María José estaba
afuera de las tensiones y ansiedades, y provenía, como un ángel, de una
pareja idílica. Parecía hija de la luz. Mi papá, que padecía de intensos
dolores de úlcera (ahí lo más extraño de la muerte de mi mamá: el enfermo en casa era él, no ella), le pedía que le pusiera sus manitas en la boca
del estómago. Se acostaba en su cama, María José apoyaba en él las palmas de sus manecitas, y mi papá decía que era su mejor medicina. No
sólo para él: para todos nosotros era nuestra mejor medicina. Se nos
amargó con la persecución de la mujer de mi papá. Abandonada, detestada por quien ocupaba el sitio de mi mamá, se llenó de tristezas. Pero
para nosotros seguía estando cargada de esa reserva de dulzura. Y seguía
respondiendo a todo, en la peor de las adversidades, con una sonrisa.
42
Carmen Boullosa
Los dos no-cadáveres de mi mamá y María José mi hermana están
en la zona de confusión que media entre la vida y la muerte. No, no
podía ser que no estuvieran vivas, estaban demasiado cercanas a mí
como para imaginarlas, comprenderlas muertas. Y el trabajo del enterrador —el mismo estilo para las dos— las había regresado inmóviles a
la vida. Eran como la cabeza de la tortuga que mordió a la tía Luz, lo
muerto que está vivo. Como esa cabeza, brincaban de ahí a acá, y me
lastimaban, me mutilaban. No habían muerto sin mí. Parte de mí misma las acompañaba. Durante años soñé que volvían, las veía regresar,
estaban de vuelta. Sus muertes eran viajes transitorios.
Aprendía mal y a medias una lección: la gente se moría. Al morir,
¿dónde quedaba?, ¿eran ya para siempre inaccesibles? Transitaba como
la cabeza de la tortuga, de la vida a la muerte, preguntándome dónde
estaba la línea segura. Y no veía bien a bien dónde pararme para saber
que estaba en territorio firme. Sobre todo porque comenzaba una exploración que ponía en juego la apariencia de los vivos.
Mi hermana mayor está con su novio, que es hasta la fecha su
marido, en una fiesta, en un jardín en San Ángel, en Avenida de La Paz,
una multitudinaria fiesta de paga. Ella está apoyada contra un muro, y
cuando los descubro mi hermana me queda al frente y mi cuñado está
dándome la espalda. La cara de mi hermana tenía una expresión que
me volcó el corazón: parecía muerta. No sé si salió una exclamación de
mi boca, de mi memoria brotó una imagen: yo ya conocía esa expresión
en esa cara.
Habíamos ido de día de campo con mi tío Gustavo. Llevábamos
comida, un mantel, pelotas y ganas de pasar un buen rato al aire libre.
Con Gustavo esto era lo más fácil. Iba la Mami, mi abuela, él, mi mamá
tal vez y nosotras dos. Era un día soleado y tibio. Él enfila por la carretera vieja hacia Cuernavaca, estaciona el coche bajo unos árboles frente
a un prado sin fin, y unos pasos más allá tendemos nuestro pic-nic.
Con Gustavo todo era alegre, todo era fiesta. Tiene el mejor temperamento que he conocido en mi vida. Y no es esa su única virtud.
Aquel día de campo ocurrió antes de que Gustavo se fuera a Italia
a estudiar, estaba en la Berzelius, donde habían estudiado mis papás.
María José no había nacido, ni estaba Teté, mi mamá, embarazada de
ella. Yo tendría, cuando más, cuatro años, Lolis cinco y unos meses.
¿Por qué de día de campo? Imagino que en la casa de mi abuela se vivía
alguna de las tormentas provocadas por mi tía Rosa —que era bellísi43
heridas, muertes, duelos
ma, que vivía con intensidad, como una ráfaga, sus años jóvenes, buscando cómo complacerse a ella y cómo complacer a los demás, sin
conseguir ninguno de los dos, intentando conciliar y provocando guerras: por ejemplo, entró al Opus Dei, sin duda porque mis papás estaban ahí, porque a su mamá le parecía un destino decente, y la
organización llenó de sinsabores y amarguras a mi abuela; luego, obediente del temor de mi abuela a los hombres, se enamoró de un primo,
el hijo de la hermana de mi abuela, alguien de la casa no podía ser
peligro, y en su complacencia trajo el escándalo, el enfado de mi abuela
y de toda la familia, porque era casi un incesto y porque no era un joven
promisorio y trabajador como mi papá lo había sido, como lo era mi tío
Gustavo. Qué extraño el destino de Rosa: obediente, desobedecía; conciliadora y complaciente, irritaba e insatisfacía. Se sacrificaba de balde.
¿Y quién pedía el sacrificio? Creo que el sacrificio era sacrificado porque ella era, como dije, bellísima, porque era atractiva, porque deseaba,
porque era joven y quería vida, por eso; y, como decía, tal vez por
alguna tormenta de estas Gustavo debió sacar a la Mami a pasear para
espantarle tristezas y malos sabores. Ahora lo pienso, no lo sé de cierto.
En un momento dado, Lolis se levantó a jugar a la pelota, mientras
los “grandes” conversaban alrededor del mantel en el piso, y yo me
quedé con ellos. Nuestra pelota era de varios colores. Me bastaba verla
moverse para sentir que yo también jugaba. No sé por qué me sentía tan
perezosa, tenía un poco de sueño, tal vez, o simplemente estaba contenta con la cabeza apoyada en las piernas dobladas de mi abuela. De pronto mi hermana gritó. Ella nunca se quejaba de nada, tenía el carácter
más dulce y llevadero que uno pueda imaginar, el contrario al torrencial
mío. Mi hermana mayor era incapaz de un berrinche, de un grito injustificado. Yo la mordía al vapor por cualquier pretexto, como a mi compañero preferido de juegos, Poncho, Pablo Alfonso mi primo —me
pasa todavía que me acuerdo de él tal y como era entonces, me dan
ganas de ponerme a jugar con él... ¡y de morderlo! Lolis, decía, chilló
un ¡ay!, y así como yo respondí saltando como un resorte hacia ella, los
demás, también extrañados de oírla quejarse, voltearon a verla: había
levantado una piedra del suelo, y le había picado un alacrán que había
escondido bajo ésta.
El alacrán era rubio. Cuando un alacrán es rubio, así sea pequeñito
como el que miramos en la mano de Lolis, más vale correr al doctor.
Esto lo sabía de sobra mi tío Gustavo. Lolis, además, no era una adulta,
44
Carmen Boullosa
una persona de cinco años es mucho más vulnerable al veneno. Subimos todo al coche apresurados, aventando los triques en la cajuela, y
nos enfilamos a Cuernavaca, más cercana de donde estábamos que la
Ciudad de México. Yo me senté al lado de Lolis. Gustavo hablaba sin
parar mientras manejaba lo mas rápido posible, y la Mami le pedía que
no corriera, “¡por Dios, Gustavo, nos vas a matar a todos!”. Antes de
llegar a Cuernavaca, Lolis perdió totalmente la conciencia. No, no estaba dormida. Respiraba distinto a cuando dormía; yo le tenía muy bien
medida su respiración nocturna, como desde entonces era insomne...
Venía pegada a mí, se apoyaba en mí, desvanecida dejaba todo su peso
en mi persona, la boca entreabierta, los ojos cerrados, tan relajados, tan
sin resistencia que restaban un ápice abiertos: parecía dormir más allá
del sueño. La Mami decía, con voz angustiada, “¡se nos va, esta niña se
nos va!”. Recuerdo con toda claridad que me gustó su expresión, que a
pesar de lo que estaba ocurriendo yo no compartía ningún sentido de
alarma; que observaba, medía, oía, ponderaba, juzgaba y disfrutaba, sí,
disfrutaba: era todo nuevo para mí, inédito, jamás imaginado.
Gustavo buscaba en el laberinto de las calles de Cuernavaca la clínica de un doctor conocido. Llegamos. Sacaron a Lolis del coche cuando ya era verdaderamente un fardo. No le quedaba un ápice de voluntad
a su cuerpo. Nunca, nunca había sido más hermosa, ni su piel más
pálida, ni sus labios más bien delineados.
La sacaron, y Gustavo me dijo, con voz relajada, para tranquilizarme, “ahora la ponen en la plancha, y nos la regresan”. ¿La plancha? ¿La
regresan? Ahí no entendí nada, pero no me atreví a preguntar. No quería oír explicaciones, quería comprender de primera fuente. Pedí permiso para entrar con ella. Me dijeron que no, por supuesto. Esperamos
mucho tiempo. Lolis no salía. A la emoción seguía la espera. Yo estaba
exhausta. Me quedé dormida, y no recuerdo más. Todo quedó de pronto en el pasado.
No sé cómo fue que di con ellos dos en una fiesta tan grande en el
rincón más escondido del enorme jardín, tal vez por puro instinto,
haber pasado una infancia tan apegadas la una a la otra me hacía saber
dónde encontrarla en un pajar. Ahí la descubrí idéntica a como había
sido al final de aquel día de campo, en el coche, en la carretera y en las
calles infractuosas de Cuernavaca. Mi hermana se estaba yendo, lejos,
hasta donde no podía yo más alcanzarla. Me dejaba. Parecía una muerta, mucho más que los otros cadáveres que he traído a cuento.
45
heridas, muertes, duelos
Se estaba yendo, pero estaba viva, corría hacia algún lugar que me
estaba vedado. Se iba, como el corazón abierto que yo había un día visto
palpitar para mí desnudo. Tenía el corazón abierto. Más todavía: ella era
toda corazón abierto. Se desvanecía, pero corría. Esa especie de muerte
que la aquejaba no le hendía la punta del alfiler directo en el pecho,
reteniéndola como a aquellos insectos en el fondo de cajas de galletas.
Estaba clavada a la pared del jardín, pero el bisturí que la hería la despertaba.
No los interrumpí, no me hice notar. No los abordé. La dejé irse;
sin sentir remordimiento; me di la vuelta y me perdí no en la multitud
que, o bailaba, o, si era mujer, esperaba a ser sacada a bailar, si hombre,
pescaba con los ojos a quién sacar a bailar. Me perdí pero sin irme a
ningún lugar, sin comprender. No ataba cabos: eso no tenía nada que
ver con mi piel, ni con el agua tibia en mi “colita”, ni conmigo. Yo no
podía simpatizar. Algo se había roto entre nosotras, algo irreparable.
En mi cabeza esta fiesta se liga con otras, las mismas canciones,
los mismos vestidos, los zapatos, las medias, el peinado, y de pronto
soy yo la que desea, yo la que entra ahí, al punto donde uno puede, de
tanta carne, evaporarse.
Habían pasado tres o cuatro años desde que la rana expusiera a
mis ojos su corazón palpitante cuando comencé a soñar con ella. En
lugar de tener la herida en el pecho, la tenía entre las piernas y sangraba, sangre roja de mamífero. Mi rana de laboratorio se volvía una rana
violada. Sus piernas parecían las blancas ancas del aparador del carnicero, teñidas por la sangre de la violencia.
Esa rana era yo. Mi conciencia era para mí lo contrario que la princesa y su beso en el príncipe encantado. Los labios de la bella princesa
volvían al sapo un príncipe. Mi conciencia hacía a la bella un sapo. Y al
ver al sapo abierto en la improvisada mesa de cirugía del laboratorio de
la escuela, estalló algo adentro de mí, algo que me viene aún persiguiendo. O, mejor dicho, el estallido consiguió dónde encarnarse. Vi
en la rana abierta mi persona, la herida que me caracterizaba, y la guardé.
La imagen me ha acompañado siempre. Es una contrapropuesta a
la del Sagrado Corazón. En el Sagrado Corazón, el Cristo de cabellos
largos y mirar beatífico está vivo así tenga el corazón expuesto. Está
vivo y no está desnudo. Sólo en el trecho que ocupa su corazón no tiene
ropas, aunque hay los Sagrados Corazones que se las arreglan para en46
Carmen Boullosa
señar el corazón fuera de la túnica. Ni su corazón palpita, ni tiene las
piernas abiertas, ni las tiene tampoco laxas. Tal vez ni las tiene: lo retratan de la cintura para arriba. Su corazón no es su mortalidad, como el
corazón de la rana, sino su inmortalidad; no es la confirmación de su
carnalidad, sino la ratificación de su carácter no carnal. No está ni vivo
ni muerto, pues ni palpita ni mata a la figura. El Cristo es tan espíritu,
que le pueden abrir de un tajo el pecho, ponerle de fuera el corazón, y
él, tan contento, se queda mondo y lirondo.
Los insectos no tenían cielo: se acababan donde nosotros los poníamos, adheridos con cera de Campeche y puntas de alfiler al fondo
de cajas de galletas. Su eternidad dependía del cuidado que poníamos
en conservarlos. Morían dormidos: del sueño del éter transitaban a la
inmovilidad total. Nuestras mascotas temporales pasaban del juego a la
cazuela, un cuchillo intermedio y a veces una retahíla de mentiras para
escondernos el puente que habían cruzado. Su eternidad era nuestra, de
juguetes pasaban a ser alimento, sin mayor consagración que el fuego
de la estufa y las salsas. A veces parecían brincar de aquel lado al nuestro, como cuando la cabeza de la tortuga le mordió el pulgar a tía Luz.
La rana del laboratorio no moría. Sus piernas morían por un corte en el
pecho. La rana vivía en mis sueños, representando la aproximación de
la muerte animal a mi vida.
Mi abuela Lupe, la mamá de mi papá, murió cuando me separé de
mi primer compañero, y él fue al entierro. Yo no. No recuerdo por qué,
si porque no quería ver a mi familia, dar la cara y ratificar que, no
contenta con el escándalo de no haberme casado, ahora abandonaba a
mi no-marido apenas cumplidos los dos años de cohabitación, o si no
fui porque estaba yo en batalla campal con mi papá. Él fue el lado responsable de nosotros dos, así ya no existiera el dos que habíamos formado.
El dos que habíamos sido es el cadáver visible último que quiero
traer aquí a colación. Ya no éramos los dos una entidad. Yo rompí con
ese amor porque, creí entonces, me había enamorado de otro. Sí es
cierto, me enamoré de otro. Pero las alas de Cupido no son, como lo
creían los dioses, hijas únicamente del capricho. Responden a necesidades y deseos previos, caldean el aire donde ese raro pajarraco con
cuerpo humano que se llama Amor puede volar. El amor no aparece en
cualquier sitio. En mi caso, me enamoraba para huir. Separarme de él
fue mi primera huida. Me separé de una persona estupenda con quien
47
heridas, muertes, duelos
bien pudiera haber hecho, formado, un mundo en común. Huí a lo
idiota. ¿De qué? A primera vista, sólo de un hombre genial y responsable que me adoraba y a quien yo también adoraba, y del muy agradable
mundo de su familia, a quienes sigo queriendo y siempre seguiré queriendo, de nuestros amigos, en parte porque quería seguir corriendo
lejos de mi propia familia. Pero no es el motivo sólido del acto. Me
atrevo ahora a revisarlo porque después de esa primera huida, escapé
de otro segundo amor, un hombre también estupendo, a quien yo también adoraba, con cuya familia también hice nexos profundos, con quien
también pude haberme hecho de un mundo en común, también a los
dos años, y tras él hubo un tercer amor, con quien no tuve tiempo de
hacer casa, pero con quien he hecho en cambio una amistad a prueba de
todo conflicto, y un cuarto, con sus variantes. Por esto, porque no fue
que yo haya roto con sólo uno es que me pregunto: ¿de qué huía yo?
Dejé de huir cuando tuve mis hijos e hice un mundo en común
con Alejandro. Nunca he sido más feliz, nunca he estado más completa, más plena. De una manera distinta, se coló el espíritu Houdini, y
también escapé de él, aunque distinto porque los últimos años los dos
escapábamos de los dos. Corríamos al unísono. Ya que me puse simple, diré que así como los quince primeros fueron espléndidos, los
últimos fueron tristes. Estábamos juntos pero nos dábamos la espalda,
éramos un par de huidos, sin refugio, dos actores responsables a la par
del silencio en que habitábamos. Y esa es historia de otra índole, harina
de otro costal, en la que no voy a abundar aquí.
¿De qué huía cuando salía corriendo de una buena historia amorosa, como una estampida hacia otra? Quería escapar de formar parte de
mi familiar ejército de cadáveres. El amor me hería —porque el amor
hiere, abre a los actores—, y antes de que mi cuerpo sucumbiera del
todo, yo me echaba a correr. Como si amar fuera a terminar por clavarme el alfiler en el punto preciso, hasta inmovilizar para siempre mi
pecho. Se me cruzaron los cables. De los juegos infantiles y un experimento en el laboratorio escolar, de la cabeza de la tortuga muerta saltando sobre el pulgar de la cocinera yo saltaba a verme a mí misma como el
siguiente posible blanco. ¿Por qué no yo, si había caído mi mamá y
María José? ¿Qué me aproximaba a ellas? No el piquete de un alacrán
venenoso, sino el deseo, el beso, el cariño, el amor. Más amor, más
cariño, más posibilidad de ser yo la siguiente de cuerpo inerte. Más
riesgosa todavía la combinación amor-estabilidad: a mis ojos comenza48
Carmen Boullosa
ba a parecerme a los insectos en el fondo de una caja de galletas. La
inmovilidad era aún más peligrosa. Si corría, tendría alguna posibilidad de salvarme. ¿Y la tengo?
Ahora escribo de mis cadáveres para dejar de una vez por todas de
escaparme, para, rastreándolos desde el primero, verlos a los ojos y
dejar de huir. No esquivo la muerte corriendo de esta manera: me pierdo en cambio parte de la vida. Quiero una vida estable, si esa figura
existe, o por lo menos no una que me obligue a huir. Con las huidas
necesarias que presenta la vida bastan, las obligatorias no son pocas,
¿para qué desear más?, ninguna falta hace agregarse una identidad
Houdini. De joven yo fui Houdini. Fui una maestra de la fuga, abandoné casa tras casa que fundé, me até a cadenas firmes, las que llevaba
años construir, y las tumbé para asombro de mí misma.
No podía separarme de las dos mujeres que estaban muertas y
habían sido parte esencial de mi vida: mi mamá, mi hermana. Su muerte había coincidido con mi adolescencia, con la muerte de mi cuerpo
niño y el nacimiento de mi cuerpo adulto. Yo no las dejaba ir, sin mí, a
ninguna parte. Viajaba yo afectivamente en el mundo de los muertos. A
menudo me faltaba el aire. El terapeuta dijo que me sobreoxigenaba,
que debía aprender a respirar. Me recomendó ponerme una bolsa de
papel de estraza en la boca, y respirar un tiempo ahí dentro, hasta calmarme. Yo no me sobreoxigenaba, aunque técnicamente él tuviera la
razón: me cerraba los pulmones para aspirar como ellas dos tierra. Nada
me había preparado para verlas salir, para verlas abandonarme. Mi hermana mayor me había abandonado también, de otra manera. Y yo había
aprendido a cruzar esta línea de abandono. Yo me abandonaba a mí
misma. El mundo erótico se abría para mí con una atracción irresistible. Tenía sus peligros. El primero era, en efecto, que obligaba a un
abandono. El segundo era que forzaba a una representación de la muerte pequeña. No hacía falta levantar una piedra y encontrar un alacrán
mortífero para caer en un sopor que emulaba la muerte, para irse.
Había aprendido a amar, a enamorarme, a desear, a gozar. Pero me
había tocado tomar la lección al lado de la muerte de mi mamá y mi
hermana. La vida, maestra de todas las cosas, me daba una lección
confusa. Yo era muy joven y le tomé al pie de la letra su palabra. Entendí que necesitaba huir si quería salvar el pellejo. Dejé a un espléndido
compañero, luego abandoné al segundo, al tercero, al cuarto. Huía porque no quería ser el bicho en el fondo de la caja de galletas, la rana del
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heridas, muertes, duelos
pecho abierto, la cara maquillada y serena en el cajón de Gayosso. Huía
enamorándome, entregándome, yéndome, engarzando una fuga a la
otra. Fui la Houdini, como he escrito aquí.
Como Houdini, no me moriría en alguna fuga equívoca. Me he
escapado con el cuello completo. No sé de dónde saco la reserva vital
para soportar sin agriarme tantos estrujones, conjeturo que seguramente del cajón de todos mis tesoros, de la infancia. Ahora he comprendido otra lección: no tengo hacia donde correr. Aprendí a hacer una suma
equivocada a la hora en que las adolescentes aprenden a viajar en su
cuerpo erótico. Ahora deshago la suma equivocada: nadie muere de
una pequeña muerte. Y además morir no es lo peor que puede ocurrir
en la vida. Pregúntenle si no a mi pollo, el que Hanna (mi querida, mi
amada Hanna, Alejandra Bravo Mancera, me acuerdo siempre de ti)
sacrificó para aliviarle el dolor en mi cocina.
50
Ana María Amado
Memoria, parentesco y política*
Ana María Amado
E
l propósito de este trabajo es doble: ensayar una lectura de diversas estrategias de memoria de los familiares de las víctimas de
la dictadura militar argentina; y a la vez, en la costura de política y biología que ofrecen algunos de esos relatos, establecer la dimensión que los inscribe en tanto operación política.
Es conocido que Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y la agrupación H.I.J.O.S.1 —según la secuencia histórica de aparición formal que
tuvieron en la escena pública argentina a lo largo del último cuarto de
siglo— se convirtieron en voces centrales en la tarea de agitar la escena
pública con el escándalo de la muerte y de las exigencias de reparación
a través de formas verdaderamente novedosas de intervención. Sus relatos dan cuenta del crimen y desafían con su radicalidad un género
preciso de adjudicación: el testimonio como instrumento de denuncia,
de memoria o de herramienta jurídica, el discurso científico de las identificaciones, la fuerza simbólica de la representación estética son planos
* Una versión de este trabajo se publicó en Revista Iberoamericana, núm. 202,
primer trimestre de 2003, órgano del Instituto Internacional de Literatura Latinoamericana, Pittsburgh, Estados Unidos, con el título “Herencias. Generaciones y
duelo en las políticas de la memoria”. Algunos de sus conceptos integran la ponencia presentada en el coloquio “Democracia, comunicación y sujetos de la política en
América Latina contemporánea” UAM–Xochimilco , México, D.F., 10-14 de febrero de
2003. El trabajo se desarrolló en el marco de la investigación subsidiada por el programa UBACYT, de la Universidad de Buenos Aires.
1
Los hijos de desaparecidos son el eslabón generacional más reciente en las
políticas de la memoria. Organizaron su agrupación a finales de 1995 e hicieron su
primera aparición pública en marzo de 1996 en la masiva marcha convocada para
conmemorar los veinte años del golpe militar, con un nombre que transforma su
posición generacional en anagrama de una estrategia: “Hijos por la Igualdad y la
Justicia contra el Olvido y el Silencio”.
51
heridas, muertes, duelos
diferentes desde los que articulan sus estrategias de memoria y a la vez
perfilan nuevos núcleos narrativos para los linajes de sangre cortados
por la violencia homicida.
En tanto el parentesco y sus principios normativos aparecen aquí
en la base de la interpelación al poder, resulta ineludible su relación con
Antígona desde una relectura crítica destinada a revisar la relación entre
parentesco y estado en el contexto contemporáneo y sus crisis. Con esa
intención, Judith Butler volvió recientemente sobre la obra de Sófocles
para subrayar la ejemplaridad del estatus político de esta figura femenina que desafía al estado no sólo a través de un acto —el entierro de su
hermano— sino de la operación de lenguaje en que este desafío se condensa.2 Los análisis canónicos de Hegel, Lacan o de feministas como
Luce Irigaray, que se inspira en ambos, construyen por distintas vías
una figura que articula una oposición pre-política a la política: Antígona
representaría el parentesco como una esfera que condiciona la posibilidad de la política sin haber ingresado nunca a ella. Esta suerte de idealización de los lazos filiares en los presupuestos de la inteligibilidad
cultural abona tanto las posiciones hegelianas como las del legado estructuralista, que saldan sus divergencias, como apunta Butler, separando el parentesco de la “guarida” social. Empeñada en desmoronar
esta brecha, dirige sus argumentos contra la fuerza de edicto de la
noción de lo simbólico que Lacan aplica a su lectura de Antígona,
como umbral de reglas que hacen la cultura posible e inteligible y
desafía: “no puede sostenerse la distancia entre lo social y lo simbólico, no sólo porque lo simbólico mismo es la sedimentación de prácticas sociales, sino que las radicales alteraciones en el parentesco demandan
una rearticulación de las presuposiciones del psicoanálisis y las teorías
del género y la sexualidad” (19). Lo simbólico sería, precisamente, lo
que resiste a todo esfuerzo para reconfigurar las relaciones de parentesco a alguna distancia de la escena edípica y sus leyes normativas.
Antígona, cuya misma posición simbólica deviene incoherente ya
desde su legado familiar, infringe el mandato del poder al enterrar a su
hermano. Pero su acción se afirma y potencia en el acto verbal en el cual
ella responde a Creonte (ese acto de lenguaje que la implica en el exceso
2
Butler 2000: 502. La traducción de los fragmentos citados es de mi autoría.
52
Ana María Amado
masculino: “No sería yo hombre, ella lo sería”, dice Creonte3 ), el acto
en el que desafía la ley, en el que asume la voz de la ley para volverse
contra ella. Es decir, emerge en su criminalidad para hablar en nombre
de la política y de la ley, absorbiendo el lenguaje del estado contra el
cual se rebela para su política de oposición. En su acción, por lo tanto,
transgrede normas de género y de parentesco. Frente a las interpretaciones que leen el destino de Antígona como signo necesariamente fatal,
Butler hace hincapié en aquellas características de su transgresión, para
defenderla como figura representativa del carácter contingente del parentesco y desafiar las teorías que toman esa contingencia como necesidad inmutable.
Genealogía y representación
En el marco de estas reflexiones deseo rescatar algunos de los relatos y
discursos de familiares de las víctimas del terror estatal, desde su peculiar entretejido de imaginario familiar y representaciones políticas. Esos
relatos y discursos son fragmentarios y parciales en la fijación y transmisión de experiencias que organizan la memoria colectiva, pero a la
vez determinantes en su proyección sobre el presente político. En los
actuales debates sobre la valoración de distintos signos y escenas que
construyen la dimensión pública de la memoria, aquellas prácticas suelen ser consideradas, por un lado, como una suerte de límite para “la
elaboración intelectual, moral y política de (ese) pasado”. En la misma
dirección del pensamiento idealista que ubica a Antígona como figura
del duelo por antonomasia (el de la esfera de lo privado) y como arquetipo de la exclusión injusta pero inevitable que produce el estado, se
considera con cautela o escepticismo el valor político de acciones que
fundarían su legitimidad a partir de la condición familiar afectada.4 Desde
3
Sófocles, 1992: 502.
En esa dirección, Hugo Vezzetti, por ejemplo, interroga con una dosis de
desconfianza “las líneas de fuga, el sentido en suspenso” que atribuye a algunas
acciones de recuperación del pasado y, concretamente, a las movilizaciones públicas desarrolladas por H.I.J.O.S, entre ellas el escrache. Para Vezzetti, la dimensión
personal de la memoria, el circuito de los lazos de sangre y generaciones trabajando
4
53
heridas, muertes, duelos
otro tipo de mirada, estos relatos son leídos a partir de la pura sustancia
afectiva del dolor y en este sentido retomados sólo dentro del aura de
legitimidad que todo vínculo de sangre —el que liga a la madre, las
madres, con sus hijos, especialmente— concede al dolor por la pérdida.5 Estos argumentos en su reducción soslayan, sin embargo, la importancia central de las estrategias que subyacen a esta terca condición
de reminiscencia como continuo trabajo de duelo, y cuyas simbolizaciones específicas para hacer presente el pasado como catástrofe, revelan los fundamentos mismos de la sociedad donde viven y actúan. Si el
estado —el gran padre, la Ley— desplegó su potencia criminal dentro
de una jurisdicción que la lógica misma de su función manda proteger,
como es la familia, es de este núcleo del que, como contrapartida, debían salir en primer término las voces de distintas generaciones para
denunciar los crímenes del poder e interpelar a las instituciones de las
cuales son en cierto modo sus huérfanos.
Las voces de Madres, Abuelas e H.I.J.O.S dan cuenta de la desaparición de la legitimidad institucional de un estado que al poner su maquinaria de muerte en funcionamiento se puso íntegramente fuera de la
ley. Su reclamo se expresa desde la llaga abierta de una ausencia, apela
a los vínculos biológicos como sello de identidades o al linaje familiar
como fundamento privado de la historia. Pero es a la vez una demanda
sobre la responsabilidad del poder en ese hueco de representación, una
cuestión pendiente e ineludible para la reconstrucción comunitaria.
Pierre Legendre, autor que desde el derecho, la antropología y el
psicoanálisis se preocupa como Butler por el malestar que rodea las
nociones de parentesco, define la genealogía como “teatro de la verdad
siempre con “restos dispersos como los pedazos rotos de un rompecabezas, generarían un círculo vicioso cuyas consecuencias se orientan menos a la verdad [...]
que a rearmar una matriz identificatoria con el pasado”. En Vezzetti 1998.
5
El duelo como pura escena del lamento, de estado de reminiscencia, es
recuperado desde la escena del mito o de la tragedia. Al amplificar desde esta estética
los circuitos de repetición de las demandas de familiares, su pura secuencia circular,
se subraya aquello que en sus palabras tiene el valor de lo emotivo, de lo insondable
—una interpretación legítima—, como huella perdida de toda positividad en sus
prácticas. Cuando no son leídos como obturación del discurso político a secas.
Véase distintas intervenciones en la revista Confines, núm. 3, septiembre de 1996,
particularmente los artículos de Óscar del Barco, Ricardo Forster, Alejandro Kaufman.
54
Ana María Amado
y de la justicia”, en tanto se presenta como “una escena amueblada con
las formas de los discursos sociales de la creación y de la procreación a
la vez”, con todas sus implicaciones imaginarias y simbólicas (Legendre
1996: 36). Porque más allá de sus acentos ficcionales, la interrogación
genealógica abarca no sólo lo que concierne a la reproducción humana,
sino a la captura de subjetividades por la entidad familiar, las referencias mismas de legitimidad que implica en tanto espacio jurídico y sus
obvias consecuencias políticas. Un forzamiento del sujeto humano, en
suma, que lleva implícita la pregunta sobre el poder, responsable no
sólo del andamiaje de la lógica jurídica (otra ficción), sino de poner en
marcha aquellos contenidos fundamentales de la transmisión —pueden llamarse mandatos de la cultura, o aludir a ellos, según propone
Legendre, como “Textos fundamentales”— que moldean lo individual
como subjetividad (81). Cuando la topografía de esos textos y la
juridicidad misma que los sostiene está alterada —esta alteración tiene
varias causas, entre ellas los avances tecnocientíficos en la reproducción, pero en nuestro país la alteración tiene una gravedad criminal en
la base—, los principios de la genealogía inician su disolución.
Los familiares de las víctimas asumen en este sentido un desafío
profundamente político al demandar a las instituciones en nombre de
la Memoria, Verdad y Justicia (eslogan base de todas sus convocatorias
públicas). No sólo porque hablan en nombre de los acontecimientos
pasados y su memoria, sino porque expresan su reclamo en nombre de
los vínculos de parentesco, de una genealogía filiar de la cual lo social
y lo histórico no pueden disociarse. El anudamiento de los lazos biológicos sellado en los orígenes puede encontrar su lugar en el mito, en
esa vertiente por la cual los grandes mitos de la humanidad hablan en
el límite de la palabra para ordenar la naturaleza humana. Pero es el
lugar de la institución el que finalmente legitima la cuestión mitológica
de la procedencia, al proporcionar el marco jurídico y legal donde se
construyen y entretejen las filiaciones biológicas, sociales y políticas.
Ese espacio, a la vez familiar y social, ha sido destruido en la
Argentina por la dictadura genocida. Con sus acciones soberanas llevadas a cabo sobre lo comunitario entendido como bastión familiar tutelado
y apropiado por el estado-padre (Filc 1997:76), rompió todo principio
lógico de causalidad. Confiscación de derechos de sus ciudadanos, asesinatos masivos y aún impunes, fueron seguidos en el estado democrático por políticas de desheredamiento social, desigualdad extrema,
55
heridas, muertes, duelos
miseria y exclusión. La ruptura de los pactos de filiación por parte del
estado-nación es la llaga abierta en la actual catástrofe política y social
del país, por la que los familiares de las víctimas desaparecidas demandan simultáneamente. Perdido el derecho político a la referencia, ellos,
al igual que las víctimas de la salvaje exclusión neoliberal, aparecen
expulsados de las posibilidades subjetivas de integrarse a la filiación
social. Situación que se verifica en las alianzas cada vez más extensas de
Madres, Abuelas e Hijos con otras organizaciones del campo político y
sindical ligadas a acciones de resistencia colectiva.6
En estas acciones de intervención, como en el resto de sus discursos y producciones, puede leerse una continuidad que arranca con la
asociación literal de crimen y genealogía, acometida por el orden
institucional de los militares genocidas que acompañaban una retórica
de moral familiarista con la aniquilación generalizada de sus miembros.
La familia política
La filiación es, sobre todo, una institución de esencia política, en tanto
puesta en orden de lugares, de posiciones en la trama familiar. Las
relaciones de parentesco se inscriben en un orden de sucesión que adjudica a cada uno su lugar, sin confusiones ni interpolaciones posibles.
6
La consigna convocante de la masiva movilización del 25° aniversario del
golpe (el 24 de marzo de 2001) condensa una representación que reúne el pasado con
el presente, la barbarie del terrorismo de estado con los padecimientos actuales: El
poder económico y los gobiernos de turno garantizan que el genocidio de ayer quede impune
y continúe con el genocidio de hoy. Basta de hambre, entrega, desocupación y represión.
Basta de impunidad. En esa ocasión uno de los oradores centrales fue el Subcomandante
Marcos, en comunicación telefónica desde México. Durante la XXI Marcha de la
resistencia (que consiste en 24 horas de ocupación de la Plaza de Mayo, entre miércoles y jueves de la primera semana de diciembre) y como indicio de la crisis institucional
que cobraría características decisivas pocos días después con la renuncia del presidente de la Rúa, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, H.I.J.O.S y otros organismos
de derechos humanos, junto a la CTA (Central de Trabajadores Argentinos) y ATE
(Asociación de Trabajadores del Estado), rodearon la casa de gobierno con una cinta
de clausura —semejante a la utilizada en los vallados policiales— que en grandes
caracteres equiparaba los siguientes términos: “impunidad-exclusión-desocupaciónhambre-represión-inseguridad”.
56
Ana María Amado
El viaje de un punto al otro de los ciclos de vida humana, del puesto de
hijo a padre, de hija a madre, etc., se conforman como una escena
sucesiva que el psicoanálisis acompaña con la economía inconsciente
del incesto. Lo que precede no puede confundirse con lo que sigue,
bajo la prescripción occidental del forzamiento edípico como principio
de organización, en aquello que de lo contrario se convertiría en caos o
magma. Este mandato de “a cada uno su lugar”, división familiar que
implica contabilidades complejas (en el rubro del inconsciente y en sus
derivaciones jurídicas), es la herramienta por la que una sociedad civiliza el inconsciente a través del juego de funciones que a su vez son
representaciones (Legendre 1996:35).
Si en los espacios institucionales todas las funciones se articulan a
partir de una representación, en el sentido de que algo o alguien es
delegado para representar la verdad del sistema, ¿qué sucede ante la
ausencia de delegados de ese juego de verdad en la relación con las
instituciones? ¿Cuáles son las consecuencias si la función de garantía
del orden en el sistema mayor, el del estado, es reemplazada por una
acción desintegradora, de asesinato y luego de olvido impune respecto
a la muerte de una generación de padres? O, como se interroga Judith
Filc sobre la cuestión del despojamiento económico social, ¿qué acontece cuando las fronteras de los espacios familiar y nacional se desdibujan,
cuando se rompen los pactos, cuando procesos de fragmentación social
alteran la organización familiar y social que garantiza la construcción
de una historia identificatoria? Para una respuesta posible vuelvo sobre la palabra representación, ligada al juego estético de los dispositivos genealógicos y que quizás por este origen figura en la creación
artística de muchas maneras.7 Pero con representación aludo también
al hecho de que esos dispositivos se juegan en tanto apuesta de lengua-
7
Géneros diferentes en su propuesta estética en Latinoamérica giran con frecuencia alrededor del poder y la función paterna como cláusulas de equilibrio (o desequilibrio) familiar. En gran parte de las obras fílmicas, teatrales o literarias de la década del
noventa, los espectros, los fantasmas que se resisten a pasar, toman la figura del padre.
De El padre mío de Diamela Eltit a La ingratitud de Matilde Sánchez en la literatura. La
mayoría de las obras teatrales alternativas en Argentina, entre ellas A 1500 metros debajo
del nivel de Jack, de Federico León, Señora, esposa, niña y joven desde lejos, de Marcelo
Bertuccio. También en films, desde El viaje de Fernando Solanas a Estación central de
Walter Salles, pasando por Principio y fin de Arturo Ripstein.
57
heridas, muertes, duelos
je. Es lo que vincula esta cuestión con la figura de Antígona releída por
Butler, cuando insiste en que su acto de insubordinación se expande
sobre todo a su representación o actuación en el discurso. Apropiándose de esta premisa implícita, es entonces desde otro ejercicio y valor de
las designaciones que Madres, Abuelas e Hijos, como deudos de aquellos miles que el asesinato suprimió de los linajes, enuncian esa ruptura a modo de desafío al mandato, asumiendo el magma, alterando
metafóricamente sus vínculos en el orden de sucesión, intercambiando
lugares, salteando la prescripción legitimada para la secuencia filiar.
En el cuerpo a cuerpo con las víctimas, la metáfora resuena en su
función cabal de sustitución. Las Madres dicen haber sido paridas por
sus hijos, enfatizando ese segundo nacimiento en el que aprendieron
todas las astucias de la vida a la intemperie. Los H.I.J.O.S, a la inversa,
hablan de “parir a sus padres”, en el sentido de que sus acciones por
recobrar su identidad implican simultáneamente devolver a sus padres
la condición de sujetos, estatuto que con su desaparición el estado pretendió arrasar. Elvira Martorell subraya la diferencia generacional en
estas posiciones: “El desaparecido como hijo, el desaparecido como
padre o madre”. A pesar de los distintos lugares que ocupan madres e
hijos en la cadena, ambos enunciados transgresores tienen consecuencias iguales respecto al desafío verbal con el que desarreglan las normas
sucesorias del parentesco (Martorell 2001: 169).
Madres paridas por hijos que han sido desaparecidos. Padres
paridos por los hijos vivos. Este reconocimiento invierte la escala
generacional, sobre todo de parte de H.I.J.O.S, ya que al mencionar a
sus padres con el nombre propio se nombran a sí mismos. A diferencia
de la demanda colectiva de las Madres, H.I.J.O.S subjetiviza la suya,
paso imprescindible para recuperar una identidad arrasada (la de los
padres) y otra que se pretendió arrebatar (la de los hijos), para partir
desde el cada uno al sujeto colectivo (Martorell 2001: 158).
La condición común de tener hijos desaparecidos se refleja en los
escritos de Juan Gelman y Rodolfo Walsh cuando aluden a ellos desde
metáforas que violentan la dirección de la genealogía. En el poema que
Gelman dedica a la madre después de su muerte, los versos escanden
la superposición de sus cuerpos, la extreman incluso con figuras en las
que de la fusión inicial madre-hijo es de él que ella nace. (¿nunca me
nacerás? / ¿las palabras son estas cenizas de adunarnos? /(...) ¿Vos en
yo? / vos de yo?) (2000: 85-87). En la búsqueda incesante que emprendió
58
Ana María Amado
del nieto o nieta nacida durante el cautiverio de su hijo y nuera, dirige
una carta abierta a ese ser entonces espectral donde reitera el signo de
esa inversión. Le explica las causas de su itinerario sin reposo para
encontrarlo y sugiere una unidad virtual para esa mutua condición de
abandono: “Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en
mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él”.8 Walsh, en
“Carta a mis amigos”, escrita desde la clandestinidad y en plena dictadura, rescata las virtudes militantes de su hija Vicky y proporciona los
detalles del combate final que terminó en su muerte. En su descripción
hay una transfiguración casi mística del cuerpo de la hija, con el que
termina por fundirse en un duelo de excepción: “Su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy yo quien renace de ella”
(1996: 282), dice, en un desorden sucesorio que resuena como homenaje
y a la vez promesa de una continuidad sin fisuras. En un bello texto
dedicado a las filiaciones políticas en la literatura y en las prácticas
militantes, María Moreno se detiene en los vínculos simétricos entre
padres e hijos como germen que de la familia biológica deriva hacia una
familia política. Este tipo de vínculo subyace a la militancia común de
los Walsh y preside el deslizamiento generacional que él se permite en
el ritual de duelo ejecutado en esa carta, donde escribe: “He visto la
escena con sus ojos: la terraza sobre las casas bajas, el cielo amaneciendo y el cerco. El cerco de 150 hombres, los FAP emplazados, el tanque”
(281) . Moreno se detiene en esa descripción, que supone ver el último
paisaje divisado por Vicky en el momento de su decisión con sus mismos ojos, “sustituyendo el cuerpo masacrado como si fuera posible de
este modo darle vida, percibir por última vez en el mismo espacio la
cadena de las generaciones y, al mismo tiempo, imaginar la corporalidad del enemigo y ensayar su propia muerte, a la manera de un juicio
a solas cuyas leyes no son las mismas que las públicas” (Moreno 2000:
101).9
8
La carta fue publicada en diversos medios, entre ellos, el periódico Página 12
de Buenos Aires, en 1995. En el 2000 encontró en la capital uruguaya, Montevideo, a
su nieta, hoy de 24 años.
9
Entre los análisis de índole política dedicados a “Carta a mis amigos” de
Walsh, es relevante para el aspecto que se trata aquí el que realiza Horacio González en
su ensayo “Una imagen filmada de Azucena Villaflor”.
59
heridas, muertes, duelos
Borrados el espacio y el tiempo, cuerpos y lugares se vuelven uno
en palabras que fundan, de este modo, nuevas representaciones para
rehacer las huellas de los vínculos deshechos en la conflagración.
La política de recuperación de identidades de los nietos apropiados que llevan a cabo las Abuelas se inscribe en este orden de restauración. En los relatos de las Abuelas o en los de los nietos recuperados
hay un énfasis común y reiterado en la simetría de rasgos físicos, en el
rastro material del vínculo de sangre, pero que desde las Abuelas se oye
como un reemplazo, “en sus ojos vi de pronto a mi hija”, o “su cara, su
modo de caminar, son los de su padre”.10 En los testimonios de Abuelas sobre sus pesquisas, en el fondo de la narración de sus peripecias
para la recuperación del nieto, se escucha una continuidad virtual de la
vida de los desaparecidos, pero en una constelación en la que no figuran como padres, sino como hijos de sus madres (Rosenberg: 1996). Si
bien el mapeo genético ocupa el centro de sus operaciones jurídicas de
legitimidad filiar, las Abuelas admiten hoy que la cuestión de la identidad agita el fantasma del nombre y de los fundamentos mismos en el
fondo de esa movilidad política del enlace familiar, en un escenario
mucho más complejo que el familiarismo positivista y conservador que
reduce la identidad a los linajes de sangre.11 Tan valioso como el banco
de datos genéticos de esta agrupación resulta el mosaico narrativo que
organizan con cada nuevo dato de los crímenes que alteraron las líneas
genealógicas del pasado y ahora proliferan en relatos de ubicación todavía incierta en el sistema institucional de filiaciones.12
10
En Botín de Guerra, filme testimonial de David Blaustein (Buenos Aires,
2000).
11
La respuesta masiva de jóvenes que dudan de su identidad a la estrategia de
convocatoria desplegada por la agrupación de Abuelas en los medios de comunicación, pone esta cuestión en primer plano respecto a la generación actual de jóvenes
veinteañeros.
12
Un ejemplo en este sentido es el hallazgo (por el capitán retirado José Luis
D´Andrea Mohr, recientemente fallecido) de los libros de partos del Hospital Militar
de Campo de Mayo y del de la ciudad de Buenos Aires, con los registros de nacimientos de 1974/1978. Un documento que inicialmente apareció en las pantallas de
televisión como pura coyuntura y desplegado dentro de un discurso informativo
repleto de nombres de mujeres, de fechas, pesos de bebés, horas, números de historias clínicas y apellidos del “profesional” que las asistió, disparó una serie de historias
complejas, de incontables relatos sobre identidades flotantes de madres desaparecidas
60
Ana María Amado
H.I.J.O.S.,
herencias
La noción de identidad ronda el destino de los huérfanos y desafía a la
comunidad, desde un fondo oscuro que supera la racionalidad de los
montajes legales pensados para la soldadura social. Nociones que pueden integrarse a las inquietudes de Butler sobre la idea de parentesco
citadas en el inicio de este artículo: ¿dónde reubicar el dogma del padre
y la ley del nombre que pertenece a la misma ficción, como garantía de
separación prolija de las generaciones, para lidiar con las vías sinuosas
de la subjetividad, para maniobrar con la tentación indecible de sus
interpolaciones? Si las ficciones fundadoras correspondientes al “garito
de la Ley” reclaman el marco del mito o la tragedia, la reconstrucción
del montaje de los vínculos familiares ensaya rehacer una y otra vez sus
propios textos como compensación de una ausencia.
La apuesta de H.I.J.O.S pugna por una identidad irresuelta entre
gestos destinados a la repetición, a la identificación con la generación
de sus padres y a la vez a una refundación de nociones de la ley, de la
justicia, de la política. La repetición puede ser leída en la posición de
identidad como “hijos” que los reúne y los nombra, en la reivindicación que muchos de ellos sostienen de la opción revolucionaria de la
generación de los setenta, en el modelo repetitivo y querellante de los
escraches —máquina mixta de movilización callejera que conjuga arte,
política y memoria— destinados a la denuncia pública de los verdugos
de sus padres. La modalidad de su reclamo es conocida: intervención
en lugares específicos de la ciudad, politización del espacio con opera-
y de bebés perdidos. Como mediación ya imprescindible, las Abuelas acudieron al
lenguaje binario de la informática para cruzar datos y fechas de partos de las
detenidas-desaparecidas, con los nacimientos y adopciones que figuran en las
obras sociales de las FFAA y de seguridad. A cada resultado, un nombre, en relación
con otros nombres. A cada opción, la apertura de la trama a otras posibles (un
dispatch narrativo, al modo de Barthes, en los laberintos de esa trama siniestra
diseñada por el poder asesino) que proseguirá luego sus propios carriles, con
protagonistas diferentes, en esta narración iniciada por la investigación de un ex
capitán del ejército y tendida a encontrar la verdad del origen. Rastreados al milímetro en cada versión, las Abuelas reúnen los hilos dispersos y los retraman en el
género de la sospecha —género detectivesco al fin, que exige identificar a los
responsables del asesinato en nombre de la víctima supliciada— con el que desde
hace más de 20 años guionizan sus búsquedas.
61
heridas, muertes, duelos
ciones que delimitan y marcan fronteras, inversión de los cuerpos en
cada demanda, es decir, la presencia física como parte de una economía
ideológica que no admite la abstracción del discurso de la política, ocupación de la calle a través del ruido, el sonido atronador, seguido de la
puesta en común de historias personales que se hacen colectivas.13 Desde su desafiliación familiar y social, producen lugares de identificación
con otros desafiliados (hasta en sus vestimentas se colocan del lado de
los excluidos), su interpelación al estado pone en evidencia a la ley y la
justicia que los desampara. No es difícil reconocer en esa ennumeración
el modelo de las posteriores movilizaciones sociales en la crisis económica e institucional, que atraviesan la ciudad convocadas con el ritmo
de los “cacerolazos”, como denuncia de funcionarios, protesta civil e
interpelación a los poderes en su defección con los ciudadanos.
La insistencia en la reproducción de escenas del pasado asoma en
los distintos formatos estéticos con que se expresan los integrantes
de la agrupación. En “Arqueología de la ausencia”, ensayo fotográfico de
Lucila Quieto, la superposición de imágenes de los hijos con las de los
padres desaparecidos resulta alucinante: Lucila junto a su padre, el
montonero Carlos Alberto Quieto, la misma idea repetida con el protagonismo de otros compañeros que aceptaron participar de la extraña
comunión. Ceremonia de encuentro que rehace las fotos imposibles de
un álbum familiar deshecho hace 25 años y restauradas por la duplicación en un tiempo sin lógica: cuerpo a cuerpo, cara a cara de hijas/hijos
con sus madres o padres de la misma edad en el momento de su de-
13
Escrache es un palabra tomada del lunfardo (argot) porteño, proveniente del
piamontés. Entre sus varias acepciones de origen, está ligada a “fotografiar”, según
el diccionario de lunfardo de J. Gobello, y remite a la fotografía que debían sacarse los
inmigrantes para obtener el pasaporte o un documento de identidad. Dicha foto
inevitablemente los “mostraba”, los escrachaba. En el tango se utiliza con su significado más común, que es exhibir o revelar en público alguna miseria íntima de alguien.
Los escraches de H.I.J.O.S. asumen estos sentidos. Se instalan frente al domicilio de
un militar genocida identificado o de alguno de sus cómplices en la dictadura con
una ruidosa presencia pública que incluye la lectura del historial del verdugo por
altoparlantes, murgas, pintadas en la calle y aceras, despliegue de carteles, canto de
consignas y también la narración, por turno, de sus propias historias. La práctica se
realiza desde el 96 hasta la actualidad. Sus propuestas en relación a los escraches se
sintetizan en “9 hipótesis para la discusión”, publicadas en la revista Situaciones,
núm. 1 y actualizadas en Situaciones núm. 5.
62
Ana María Amado
saparición, efectos de presencia que pasan del sentido figurado al “real”
de un cuadro fotográfico. El ya no es pero es todavía analizado por Barthes
en La cámara lúcida resulta literal en la temporalidad anulada por el transporte de un espejismo y por la paradoja visual que llama a la comparecencia de los espectros. “La imagen destemporalizada de la fotografía
comparte con fantasmas y espectros el ambiguo y perverso registro de lo
presente-ausente, de lo real-irreal, de lo visible-intangible, de lo aparecido-desaparecido, de la pérdida y del resto”, dice Nelly Richard en la
excelente lectura que dedica a la fotografía y la desaparición (2000: 165).
La yuxtaposición de cuerpos no cubre, sin embargo, todos los sentidos de la imagen fotográfica. Las fotos del álbum se conservan como
huellas privilegiadas del cuadro familiar arrasado y resultan insoslayables aun en los filmes en los que se concede primacía a la palabra.
(h)historias cotidianas de Andrés Habegger se organiza con la sucesión de
seis relatos testimoniales de hijos e hijas de compañeros de la agrupación.14 En su filme Andrés Habegger, hijo del dirigente montonero
Norberto Habegger, elude la primera persona y legitima su propia perspectiva a través de otras voces, como si hubiera una dificultad en hablar
en nombre propio acerca de la desaparición.15 El lugar indeterminado
que ocupa su historia entre las de otros o el rasgo de una identidad
perdida tiene su correlato gráfico en la reiteración de la letra “h” (letra
fantasma, presente en la letra escrita pero ausente en la fonética del
14
Este filme se estrenó en Buenos Aires el 22 de marzo de 2001 como parte de las
conmemoraciones de los 25 años del golpe militar y luego en casi todas las ciudades del
interior del país. Formó parte de muestras de cine latinoamericano en Ginebra en
noviembre del 2001 y en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en diciembre de
2001. Reúne una importante lista de coproductores y apoyos. La producción ejecutiva es de David Blaustein, realizador de Cazadores de utopías (con militantes de la organización Montoneros) y Botín de guerra, con Abuelas de Plaza de Mayo.
15
La misma operación de Pilar Calveiro en su libro sobre los campos de concentración en Argentina, a pesar de haber sido secuestrada y torturada en varios de
ellos. El recurso a una voz narrativa neutra o una subjetividad con puntos de vista
rotativos para aludir a la desaparición se encuentra también en experiencias
ficcionales, como la construcción en abismo de Un muro de silencio (Stantic, 1992), El
ausente (Filipelli, 1990) y Garage Olimpo (Bechís, 2000). En mi trabajo “Valores ideológicos de la representación...” aludo a este tema (250). Véase también la hipótesis de
Jean-Louis Deotte en “El arte en la época de la desaparición” (149) respecto a los
problemas de legitimación de la voz y las firmas de las obras cuando se refieren a
víctimas de la desaparición.
63
heridas, muertes, duelos
español): está en el nombre de los capítulos que de modo casi arbitrario
dividen el film: huellas, historias, hijos, hoy; en el propio apellido del
autor; también en el inicio del título, (h), que remeda la marca sucesoria
entre varones en el linaje patriarcal. Cada testimonio es luego
individualizado, cada uno de ellos alude a las dificultades de armar
(entre mentiras y necesarios disimulos) una “verdadera historia” personal de lo sucedido, pero las narraciones superpuestas terminan por
construir un solo relato. La carga implícita de reproche y admiración
por partes iguales que les merece la generación de sus padres no resta
protagonismo a los hijos cuando afirman sus identidades en la enunciación de sus proyectos: en los trabajos, vocaciones, elecciones que
describen, reúnen a modo de obediencia promiscua pasado y futuro en
la crónica del presente de la ciudad.
En el nombre del padre
Me detendré más extensamente en el filme Papá Iván, de María Inés
Roqué, para analizar las estrategias con las que organiza una narrativa
personal sobre la historia, o sobre aquella porción de historia que la
involucra en sus consecuencias personales. Desde el título anticipa su
condición de hija del personaje biografiado, pero el énfasis en el vínculo familiar para interrogar al pasado no interfiere con la afirmación de
una mirada crítica y sin concesiones al perfil heroico de la generación
paterna. El cara a cara con la imagen del padre guerrillero para elaborar
el duelo de la pérdida instala a la vez una petición de distancia (cada
uno en su lugar), formulada desde el personal e irreductible espacio de
experiencia de una hija que replantea la legitimidad ideológica de una
herencia. Al igual que los hijos que testimonian en la película de
Habegger, María Inés Roqué16 incorpora como conflicto, antes que como
homenaje, los términos que sostenían y sostienen aquel vínculo, sintetizados en la pregunta implícita que recorre su filme: ¿Qué hiciste (conmigo) a causa de tu guerra, papá? Vuelve entonces sobre los años de
16
Inscribo nombre y apellido en cada referencia a la autora, ya que designarla
como “Roqué” podría inducir a la confusión con su padre. Y llamarla “María Inés”
sería conceder al familiarismo con el que se suele aludir a las autoras mujeres.
64
Ana María Amado
plomo,17 cuyas figuras centrales son la guerra, el combate, la violencia
militar, el triunfo, la derrota, la muerte, convoca a los protagonistas de
la resistencia armada, busca desandar los pasos de aquella generación y
articula un relato que básicamente expone las heridas (esta vez simbólicas) de la identidad.
Desde el comienzo, el relato está acompañado de modo intermitente por la lectura de una carta que el padre dirigió a ella y a su hermano cuando eran pequeños, antes de su pasaje a la clandestinidad. Fechada
en 1972, es la única alusión que establece cierta cronología en el filme.18
En esa larga carta, el padre desgrana las justificaciones políticas e ideológicas de su elección por la violencia armada, en la que se escucha la
moral implícita (detrás de todo testamento hay una moral) que compensa el abandono de los hijos con la legitimidad histórica de una causa
colectiva. Su retórica tiene la lengua dura de la experiencia, para hablar
de una opción (cristiana) que lo destina a los otros. La disyuntiva de esa
elección encuentra eco en el relato de la hija: ¿reconstruir una imagen?,
¿reconstruir la historia o la historia de una elección? María Inés Roqué
no toma una, sino todas las opciones a la vez, pero descifrando ese
oráculo paterno: pone todo su texto bajo sospecha. Al descomponerlo,
deja en evidencia sus pistas falsas, la disonancia de la verdad en la
17
En este sentido, su abordaje se incluye dentro la serie narrativa dedicada a las
organizaciones guerrilleras. Una serie poco extensa, en la que figuran los largometrajes
Cazadores de utopías, de David Blaustein, y Montoneros.Una historia, de Andrés Di
Tella. En las versiones fílmicas de este subgénero (cuya versión literaria sería una
obra como La voluntad de Martín Caparrós), la palabra testimonial de los militantes
—la de los militantes varones sobre todo— varía de la dimensión analítica a la visión
autocrítica de las armas, sin mayor resquicio para lo personal en sus discursos de
balance político. Aún no se han analizado lo suficiente las diferencias de género
(sexual) en la construcción de esos relatos de guerra, que el filme de Di Tella, por
ejemplo, hace evidente cuando entre los testimonios que incluye cobra fuerza y
significación el de Ana, una guerrillera montonera cuya memoria entreteje los años
de fuego, clandestinidad y tortura con imágenes domésticas y filiales.
18
En Botín de guerra, de David Blaustein, Juliana García (una de las nietas
recuperadas por Abuelas) incluye en su testimonio la lectura de una carta que le
escribió su padre en la etapa de su gestación. Entre el tono alborozado de la bienvenida y la gravedad testamentaria, estas cartas dirigidas a los hijos exhiben el signo
paradójico de la tensión entre la apuesta a la vida que implica la decisión generalizada
de tener hijos y formar una familia en la situación de peligro extremo que se vivía en
la clandestinidad, y el reconocmiento implícito del riesgo de muerte.
65
heridas, muertes, duelos
apelación de cada época. Porque esa carta con el relato del padre es,
también, el sello que condensa el abismo que media entre tiempos y
espacios. El tiempo toma la forma del flashback o del viaje en el tiempo
de otros, de distintos personajes que, debidamente interrogados, por
ella, testimonian sobre los hechos. Cada versión resulta en sí misma
una pequeña narrativa intercalada que prolifera en su relación con otras
historias. Entretejidos con las palabras del padre en la carta, a las cuales
ella presta su propia voz, los testimonios de los militantes y ex guerrilleros hablan del pasado desde un presente reflexivo en el que dejan
entrever distintas formas de derrota, enfrentados a repentinos fantasmas y como en un diálogo de sombras. Expone a la mirada el paso del
tiempo en los rostros, en los cuerpos de los sobrevivientes que compartieron con su padre la militancia foquista, los incomoda con el tenor
de las preguntas, registra sus dudas cuando salen del libreto aprendido
porque los detalles accesorios, las minucias de las antiguas escenas
sobre las que son interrogados son más difíciles de precisar que los
términos globales de la política a la que respondían sus acciones armadas. No se oyen más que balbuceos ante la consulta perentoria (“¿Estuviste en acción con él?”, pregunta a uno de ellos. “Sí.” “¿Cómo fue?”,
insiste “Y... no sé qué me preguntas... (largo silencio), era cuestión de
desmitificar, este..., quiero decir, él todo lo hacía sencillo...” ).
El relato de la madre, en cambio, intercala inesperadas tramas de
afecto, introduce desvíos minimalistas en el cerrado Logos masculino
sobre la violencia histórica. Por fuera de un familiarismo conservador,
desprovista de sentimentalidad forzada, la madre repone el paisaje interior —en el sentido doble de la interioridad, la doméstica y la individual— de aparente intrascendencia frente a la historia espectacularizada
en la versión paterna: la angustiosa espera familiar del guerrero, su
miedo ante la acumulación de armas en la casa, las estrategias para
defender la seguridad de los hijos, la noche fría y cerrada en que el
padre se marchó a la clandestinidad, su rechazo visceral a la opción de
las armas (“Tu mamá tenía una incapacidad constitucional para la violencia...”, lee ella en la carta paterna. “No pasas a la clandestinidad por
ser la mujer de alguien”, razona, a su tiempo, la madre). No se trata de
una oposición banal o simplificadora respecto de la legitimidad paterna
o materna en la transmisión generacional de valores, ni de responder a
un supuesto patrón de género en la adhesión o rechazo de las armas.
De hecho, el dilema entre cuerpo e identidad, abierto de algún modo
66
Ana María Amado
para las mujeres que optaban por las armas,19 ingresa también a la encuesta de María Inés Roqué con la narración de una anciana ex combatiente de la misma guerra (“El oráculo de Delfos, la llamaba mi papá”,
la presenta), que da cuenta de los usos militantes y el valor estratégico
otorgado a la teatralización femenina en las acciones de violencia (“Me
amparaba el pelo blanco y este aspecto de ir siempre a la feria a comprar
zanahorias”, dice por su parte la cordobesa María Bournichón). Pero es
la voz de la madre, finalmente, la que liga los fragmentos biográficos en
un montaje narrativo que expone la relación entre cuerpo, ideología,
poder y género femenino, como quien anuda las potencialidades
discordantes de lo político y lo histórico con las vidas privadas. La
versión desgarrada de la traición personal que sufrió de parte de su
marido (se entera de otra mujer y un hijo en su vida de militante clandestino) es finalmente el correlato de otras traiciones que asoman en el
filme con distinto signo y que de modo diverso afectaron a los integrantes del proyecto político de la generación de su padre.
En Papá Iván la voz femenina en off, la de la propia autora-narradora en un encabalgamiento de posiciones, utiliza una primera persona
que, a modo de enlace de las secuencias del relato, adopta sucesivamente
el registro de la confesión, la deriva monologante de los sentimientos o
la expresión de su desgarramiento personal, operación que alcanza su
punto más alto con la lectura, en voz alta, de la carta del padre, en un
“yo” común que sugiere una perturbadora superposición de cuerpos.
Ese “yo” autobiográfico se designa en la materialidad de la voz (su
acento mexicano delata una vida desarrollada en el exilio) y se enfatiza
en la escritura (subtítulos que referencian a cada personaje o situación
desde la narradora: “mi mamá”, “mi tío”, “mi papá...”). Pero como en
19
Diamela Eltit, al analizar las respectivas autobiografías de Alejandra Merino
y de Luz Arce, ambas militantes del MIR, fue pionera en introducir categorías de
género para considerar las prácticas paramilitares de las mujeres en las organizaciones armadas chilenas de los años setenta, cuando “dispusieron sus cuerpos para la
emergencia de una guerra posible [...] actuaron teatralmente en un escenario paródico
la simbología onírica latina de los setenta, en donde el cuerpo de las mujeres quebraba su prolongado estatuto de inferioridad física para hacerse idéntico al de los hombres, en nombre de la construcción de un porvenir colectivo igualitario”. En Eltit
2002. Véase también Diana 1997, con exhaustivas entrevistas a las integrantes de las
organizaciones armadas de distinto signo en Argentina.
67
heridas, muertes, duelos
toda autobiografía, la primera persona desarma las categorías de la ficción y el documental al contaminarlas y convocarlas en una zona límite.20
Cada secuencia es una estación del viaje que, en sentido literal y
figurado, María Inés Roqué emprende hacia el pasado. Desde Walter
Benjamin, el complejo del recuerdo y la memoria aparecen aliados a
representaciones topográficas para poner de manifiesto la postura de
los sujetos frente a los rastros e imágenes de la historia, ya sea en el
escenario de la memoria colectiva o de la individual. Los sitios revisitados cumplen la doble función de escandir el relato, situándose a la
vez como lugares de encuentro (o de mera búsqueda) y como puntos
precisos del pasaje: umbrales que marcan el acceso al pasado (Weigel
1999: 191). Bajo este patrón, María Inés Roqué organiza un filme itinerante, una suerte de road movie por la ciudad de Buenos Aires o el
interior del país: calles, casas, rutas, paisajes rurales y urbanos, distintos medios de transporte configuran una escena móvil y viajera por
los diferentes espacios geográficos donde sucedió el pasado.21 Se trata
de ir al encuentro de los sentidos plurales que unen arqueología y
memoria, contenidos en la ya célebre frase con que el sobreviviente
Simon Srebnik abre el proceso del recuerdo en Shoa de Claude Lanzman,
mirando antiguos paisajes del horror: “Difícil de reconocerlo, pero
todo estaba ahí”. Como el poder de lo visual fracasa una y otra vez
cuando se trata de mirar realmente el pasado —ésa es sobre todo la
inmensa lección transmitida por Lanzman en Shoa— sólo puede con-
20
Las características formales de Papá Iván permiten formular, además, algunas reflexiones sobre el estatuto del testimonio cinematográfico, por lo general inscrito dentro del verosímil realista del documental, ya sea porque trata de hechos que
entran en la legalidad de lo ocurrido o por la poca distancia que tienden sus imágenes
con el referente. La evocación en primera persona, en principio, instala al género en
la conocida paradoja autobiográfica: la matriz ficcional de un yo en proceso de memoria somete la “verdad” que pretende documentar a la tensión que instala el deseo
entre los recuerdos vividos y los recuerdos narrados. Tensión que en este caso vincula la forma de los hechos —o el modo de recordarlos— con la forma del relato.
21
Ana, la militante y ex prisionera de un campo de concentración que desgrana su historia en Montoneros. Una historia (1996) de A. Di Tella, rehace geográficamente,
en clave literal y metafórica, su itinerario laberíntico de activismo clandestino a bordo
de su auto. Idéntico recurso en Juan, como si nada hubiera sucedido (1990), de N.
Echeverría, y En memoria de los pájaros (2000), de Gabriela Golder, entre otros títulos
del género.
68
Ana María Amado
fiarse a la voz, a las voces de los testigos la recuperación de los hechos
pretéritos y sus escenografías, públicas o privadas. Esto desemboca,
en Papá Iván, en un desciframiento que al final se vuelve paranoide,
porque al reconstruir esas versiones es el presente de quien se aventura en la empresa el que salta en pedazos.
El desorden de la historia
El objetivo de la empresa (auto)biográfica de María Inés Roqué no es
solamente rehacer el trayecto político militante de su padre; desea conocer también las circunstancias que rodean la muerte de quien es descrito por sus compañeros como “un cuadro militar de gran audacia y
valor personal”, indagar también acerca del oscuro destino de su cuerpo. La versión que ofrece de la escena de su muerte tiene rasgos similares a la que realiza Rodolfo Walsh cuando en “Carta a mis amigos”
relata la muerte de su hija Vicky. Como se indicó antes, en ese escrito
ofrece los detalles de la resistencia que ella y unos pocos combatientes
ofrecieron a un desigual cerco del ejército (los 150 soldados en tierra,
tanques, helicópteros), hasta su resolución en una muerte con rasgos
singularmente épicos: de pie en el borde de la terraza, en camisón blanco, con los brazos en cruz y una carcajada, Vicky, al igual que un compañero a su lado se dispara a la sien, después de desafiar: “Ustedes no
nos matan, nosotros elegimos morir” (Walsh 1996: 282). Para narrar esta
escena Walsh recurre a un efecto de representación que consiste en desplazar su voz —procedimiento reiterado en su escritura— y dejar los
pormenores de los hechos a cargo de un soldado conscripto participante del cerco militar. Hay otro tono, otra dicción para los detalles de la
violencia brutal de esa escena inenarrable, pero en ese tono del testigo
cabe la admiración y hasta el arrepentimiento a partir de esa imagen
que luego lo perturba al punto de transmitirla al padre (“Era flaquita,
tenía el pelo corto y estaba en camisón. Empezó a hablarnos en voz alta
pero muy tranquila. No recuerdo todo lo que dijo. Pero recuerdo la
última frase, en realidad no me deja dormir. ‘Ustedes no nos matan,
dijo, nosotros elegimos morir’. Entonces ella y el hombre se llevaron
una pistola a la sien y se mataron enfrente de todos nosotros”, 282). Ese
testimonio —un gesto o una prueba de redención del soldado ante la
grandeza moral del enemigo— permite a Walsh la claridad de la “reflexión sobre esa muerte”, de la que puede renacer con orgullo.
69
heridas, muertes, duelos
En el relato de María Inés Roqué se invierte el lugar de los protagonistas —esta vez una hija se propone reconstruir en su narración la
gesta final del padre— y, aunque el inventario del combate final se
parece al de Walsh, somete los detalles a un peculiar escamoteo. Están
allí el cerco desigual, la resistencia solitaria y prolongada del guerrillero acorralado en un tiroteo con armas de todo calibre, hasta su suicidio, en este caso con la pastilla de cianuro (la que cada militante
llevaba consigo para no caer con vida en manos del enemigo). La minuciosa descripción del combate, sin embargo, está a cargo de un
testigo que —según lo señala su misma encuesta— participó en la
cacería del jefe guerrillero como traidor, es decir, como ex militante
pasado a la fila de los militares. Este énfasis en la devaluación ética de
quien relata el momento decisivo de la muerte (“Me dijeron que usted
propuso un brindis por la muerte de mi padre”), perturba el estatuto
de búsqueda de la “verdad” como fundamento narrativo de la investigación de María Inés Roqué, que dedica un importante segmento de
su filme a exponer las fisuras del “yo” testimonial, a mostrar la pasta
ficcional que constituye sus llenos o sus lagunas. El silencio de lo
inenarrable que Giorgio Agamben señala como la armadura infranqueable aun en el decir más explícito del testimonio (2000: 33) aparece
intempestivamente bordeando la palabra de los testigos a través de escenas sin nombre, aquellas donde sus relatos evocan la memoria de la
tortura o el terror, como el caso de uno de los compañeros del padre,
“quebrado” en la tortura, que “cantó” su dirección clandestina. Los
subtítulos que acompañan cada testimonio redundan en la aclaración
de los términos, “Marcar: señalar, delatar”, “Quebrarse: cantar, dar información al enemigo […]”. El aparente desorden de la historia cuando se convoca a todos los protagonistas (aquí la historia comparece
con rasgos más complejos que la rígida moral revolucionaria que el
padre sugiere en la carta, la misma moral que ataba a los Walsh, padre
e hija, como cuadros combatientes en la misma organización) se corresponde con el desarreglo del procedimiento formal, que transita de
un testimonio al otro sin lograr otra cosa que la renovación de sus
dudas.
El imprevisto contraste que introduce la figura de la muerte del
héroe relatada por un traidor aparece como un desvío que contamina
(casi a modo de metáfora organizativa) el laberinto de acciones y de
actores convocados para la laboriosa construcción previa de su biogra70
Ana María Amado
fía. A semejanza de “Tema del traidor y del héroe” de Borges22 —una
referencia inevitable, aunque Papá Iván resulta más cercana a la traducción fílmica del relato borgiano que realizó Bertolucci en La estrategia de
la araña por su énfasis en lo generacional, lo histórico y lo político—,23
la narración coral sobre la aparente épica de una vida cambia finalmente
de signo en el texto de la hija cuando indaga sobre los pormenores del
enigma de la muerte del padre. Como en la sucesión de relatos de los
hijos en el filme de Habegger, hay una imagen indecidible entre el perfil épico del protagonista de una gesta histórica colectiva y el de un
desertor en la economía de los afectos privados, un desajuste de emblemas que para los hijos no ofrece otro final que el desamparo.
“Pensaba que se había volado con una bomba... me atormentaba la
imagen de un cuerpo despedazado” monologa en off, con la imagen
que muestra su propio cuerpo en tierra, sentada en el cordón de la
vereda (como en el grabado en el que Durero representa la melancolía:
una mujer en el suelo, la mirada perdida y la cabeza entre las manos),
frente a la casa de Haedo donde tuvo lugar hace algo más de 20 años el
enfrentamiento relatado. Había logrado recomponer un cuerpo que imaginaba despedazado, para perderlo de inmediato. “No tengo nada de él,
ni tumba, ni cuerpo. Creí que esta película iba a ser una tumba...pero
no...” La palabra “tumba”, por sí sola, expande su sentido: ¿una piedra,
una lápida, un documento, un monumento? Resuena como metáfora,
pero con una sustracción: a cambio de lugar de homenaje con un nombre, se tiene la memoria melancólica de una mutilación.
María Inés Roqué interroga al pasado en sus escenas trascendentes
(la formulación de las estrategias de la violencia a través de los ex combatientes y guerrilleros) y en las aleatorias o contingentes (el clima doméstico, las maestras de escuela primaria compañeras del padre, hoy
expresión de la penuria del gremio, etc.) y de esa colección de espectros
que convoca surge lo fracasado, lo derrotado, las huellas de todo lo que
fue. Y si se dirige a ese pasado en nombre de los vínculos familiares, lo
hace eludiendo por igual toda utopía de restitución, ya sea de políticas
22
Véase “La muerte desviada” en Molloy 1999: 62-63.
La estrategia de la araña, Bernardo Bertolucci (Italia, 1970) basada en “Tema
del traidor y del héroe” de Borges.
23
71
heridas, muertes, duelos
o de mandatos de identificación con el lugar del padre. En este acto
final de ruptura necesaria no hay espejos, ni dobles, sólo el desafío de
una reconstrucción que María Inés Roqué ofrece sin cierre, sin final
domesticado con una ceremonia de adiós o promesa de futuro. Si un
duelo realizado supone el pasado como algo ya cumplido en el propio
núcleo de su representación, la indefinición de su salida narrativa sugiere que para ella es aún una operación en suspenso.
Su operación de memoria tiene la impronta testimonial y afectiva
de los familiares de las víctimas que mencionaba al comienzo de este
trabajo y que, al manifestarse desde la afectividad, desde el dolor
irreductible, logra sin embargo inscribir en la comunidad nuevos relatos con consecuencias políticas. La distancia generacional entre Rodolfo
y Vicky Walsh como familia biológica y política quedaba abolida en el
tiempo único para sus militancias respectivas. María Inés Roqué restablece esa brecha en el final de su filme y como otro punto de partida,
desde un modelo de relevo diferente entre las generaciones: ya sea porque su narrativa mínima busca recuperar una enunciación trabada por
el “yo” grandilocuente y utópico de la generación paterna, porque enfrenta su doxa con la contracara de la derrota, porque escapa de la encerrona dialéctica de los relatos de la militancia política del pasado con
las asimetrías de restos confesionales, de residuos que se resisten a ser
narrativizados.
El duelo como apertura
La metáfora del ida y vuelta generacional con la ocupación simbólica
del lugar de los seres perdidos desafía —desde lo político— su clasificación. Trasciende el alerta del dogma edípico que asoma en las críticas a
los gestos de “identificación” o el molde que enmarca sus acciones,
como suele hacerse con el desafío de Antígona, en el ejercicio del dolor
insondable o la palabra indecible. La metáfora de “un cuerpo sobre otro”
resiste a su vez las coordenadas tendidas por el par freudiano de duelo
y melancolía: no hay clausura ni cumplimiento de duelo en estas operaciones de sustitución. Tampoco remedan el pantano melancólico que,
por pura indiferenciación con lo perdido, condena a una unidad sin
resquicios con lo ausente. En este caso, la condición de reminiscencia,
que parece trazar un escenario hecho de repetición y circularidad en
relación con la muerte del ser querido como punto inaceptable de la
72
Ana María Amado
historia, es a la vez llave de querella contra el poder, los poderes que la
fundan. No hay una intención mesiánica ni restitutiva en los grupos de
familiares —que asocian sus voces y actúan en nombre de una familia
generacional, Madres, Abuelas, Hijos— con la cual sus reclamos sólo
terminarían por abonar los valores intrínsecos de las ficciones filiares
predestinadas por la institución. Los relatos con los que abren nuevas
cadenas significantes de la genealogía (cadenas eslabonadas, como dije,
desde la estrategia metafórica de la sustitución) reclaman a la Ley desde
el borde de lo innombrable, desde el lenguaje de los sentidos disueltos
y a modo de contra-mito sobre las operaciones criminales de la historia.
Su insistencia sobre la historia —sobre el pasado en nombre de la historia— rebasa incluso el dilema de filiación en sí mismo, ahí donde las
subjetividades en juego provocan hoy más preguntas que respuestas,
para ampliar la resonancia política de sus enunciados. De ahí que sus
operaciones críticas encuentren eco en todas aquellas que resisten en el
borde de las lógicas inclementes y totalizadoras que el presente exclusor
reserva para las economías del olvido y la memoria. Y que reclaman
nuevas miradas sobre las desestimadas ficciones de origen para activar
otros relatos de “una cultura posible e inteligible”.
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75
heridas, muertes, duelos
Resentimientos*
Jean Améry
A
lgunas veces ocurre que en verano viaje por un país floreciente.
Huelga mencionar la limpieza modélica de sus grandes asentamientos urbanos, de las idílicas villas y pueblos, recomendar
la calidad de las mercancías, elogiar los productos artesanales trabajados con industria y maña o la impresionante combinación de modernidad mundana y conciencia histórica soñadora que se manifiesta por
doquier. Todo esto ya forma parte de la leyenda y es motivo de entusiasmo para el mundo. Permítasenos sobrevolar este punto con un par de
alusiones. Las estadísticas muestran también que al hombre de la calle
le va bien la vida, como es deseable que le vaya a todos los hombres en
el mundo: hecho que desde hace mucho tiempo se considera ejemplar.
En cualquier caso, he de confesar que no logro entablar una verdadera
conversación con las personas que me encuentro en las autopistas, en
los trenes o en los foyer de los hoteles, por muy cortés que sea su
comportamiento; no soy, por tanto, capaz de formarme un juicio sobre
el alcance y la profundidad de esa aparente urbanidad.
De vez en cuando, trato con intelectuales: no podrían ser más educados, modestos y tolerantes. Tampoco más modernos, y siempre me
parece harto increíble cuando pienso cuántos de ellos que pertenecen a
mi propia generación, todavía ayer juraban por Blunck y Griese, pues
en las conversaciones sobre Adorno o Saul Bellow o Natalie Sarraute no
ha dejado ninguna huella.
El país, por el que casualmente viajo, no sólo ofrece al mundo un
ejemplo de prosperidad económica, sino también de estabilidad democrática y mesura política. Plantea ciertas reivindicaciones territoriales y
* Tomado de Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de superación de una
víctima de la violencia, Pre-textos, Valencia, 2001.
76
Jean Améry
lucha por la reunificación con aquella parte de su cuerpo nacional que
le fue arrancada de forma violenta y sometida a una tiranía extranjera.
Sin embargo, en tales cuestiones se comporta con una discreción loable; como ya desde hace tiempo es palmario, su afortunado pueblo no
quiere saber nada de agitadores nacionalistas y demagogos.
No me siento a gusto en ese país bello y pacífico, habitado por
gentes industriosas y modernas. Por qué razón, se habrá ya adivinado:
pertenezco a esa especie de hombres, por fortuna en vías lentas de extinción, que por convención se denomina víctimas del nazismo. El
pueblo del que hablo y al que interpelo en estas páginas, muestra escasa comprensión de mi rencor reactivo. Pero ni siquiera yo mismo lo
entiendo del todo, al menos por el momento, y por este motivo querría
aclararme las ideas en este ensayo. Guardaría gratitud al lector que quisiera acompañarme en este trecho, incluso cuando, en las horas que
exige su lectura, le acometiera más de una vez el deseo de dejar el libro
aparte.
Hablo como víctima y escudriño mis resentimientos. No es una
empresa placentera, ni para el lector ni para el autor, y tal vez haría bien
si comenzara disculpándome por mi falta de tacto, que desgraciadamente se manifestará en estas páginas. El tacto es una buena facultad e
importante, ya sea cultivada por la educación, que se expresa en el comportamiento externo y cotidiano, ya sea que proceda del corazón o del
espíritu. Pero por importante que sea, no es útil para el análisis radical
que nos proponemos abordar conjuntamente aquí y por ello no me
quedará más remedio que prescindir de él, aun a riesgo de ofrecer una
imagen poco simpática. Es posible que muchos de nosotros, víctimas,
hayamos perdido completamente el sentido del tacto. Emigración, resistencia, cárcel, tortura, internamiento en el campo de concentración
—todo esto no es, ni pretendo que sea, una disculpa para la carencia de
tacto. Pero basta como explicación de sus causas. Abordaremos el asunto sin miramientos, pero con aquellas buenas maneras de escritor que
mi esfuerzo por ser sincero y la materia misma imponen.
Mi tarea sería más fácil si intentara reducir el problema al ámbito
de la polémica política. Entonces podría apelar a los libros de Kempner,
Reitlinger, Hanna Arendt y alcanzar, sin posteriores esfuerzos espirituales, una conclusión asaz plausible. Entonces se desprendería que
los resentimientos sobreviven en las víctimas porque en la escena pública de Alemania occidental todavía se encuentran en activo personali77
heridas, muertes, duelos
dades próximas a los verdugos, porque, a pesar de la ampliación del
plazo de prescripción para los crímenes graves de guerra, los criminales gozan de buenas oportunidades para envejecer con honores y sobrevivir triunfando sobre nosotros, como garantiza la actividad que
desarrollaron en sus buenos tiempos. ¿Qué se habría ganado, sin embargo, con semejante polémica? Prácticamente nada. Algunos alemanes dignos de respeto combatieron por la causa de la justicia en nombre
nuestro, y la defendieron mejor, con mayor firmeza, incluso de un modo
más razonable de lo que nosotros mismos fuimos capaces de hacer.
Pero a mí no me interesa una justicia que en este caso histórico particular tendría un valor meramente hipotético. Mi objetivo es describir la
condición subjetiva de víctima. Mi contribución consiste en el análisis
introspectivo del resentimiento. Lo que me encomiendo es la justificación de un estado psíquico que es condenado igualmente por moralistas
como por psicólogos: los primeros la juzgan una mácula, los segundos
la consideran una suerte de morbo. Debo confesar mi participación en
el resentimiento, asumir la mácula social y aceptar sobre mí la enfermedad legitimándola como una parte integrante de mi personalidad.
Esta confesión es un trabajo harto ímprobo y además somete a mis
lectores a una inusitada prueba de paciencia.
Los resentimientos como dominante existencial de mis semejantes
son el fruto de una larga evolución personal e histórica. Todavía no
habían aflorado ni lo más mínimo el día en que desde Bergen-Belsen,
mi último campo de concentración, regresé a casa hacia Bruselas, donde, sin embargo, no tenía patria. Todos nosotros, verdaderos resucitados,
teníamos el aspecto que mostraban las fotos conservadas en los archivos y fechadas en abril y mayo de 1945: esqueletos reanimados con
conservas de Cornedbeef angloamericanas, fantasmas rapados y desdentados, apenas capaces de prestar rápidamente testimonio para luego
esfumarse en el lugar que les correspondía. Sin embargo, nos consideraban héroes, si hemos de prestar crédito a las pancartas que colgaban
sobre las calles, donde cabía leer: Gloire aux Prisonniers Politiques! Sólo
que los carteles se ajaban enseguida, y las guapas asistentes sociales y
enfermeras de la Cruz Roja, que en los primeros días se habían presentado con cigarrillos americanos, no tardaron en cansarse de tanta solicitud. Durante bastante tiempo se dieron unas circunstancias que me
dejaban en una posición social y moral totalmente insólita y en gran
medida embriagante: me encontraba —como partisano superviviente y
78
Jean Améry
judío perseguido por un régimen odiado por los pueblos— en relación
de entendimiento recíproco con el mundo. Quienes —como los poderes inquietantes que transforman al protagonista de la Metamorfosis de
Kafka— me habían torturado y degradado a vil insecto, causaban ellos
mismos repugnancia a los vencedores. No sólo el nacionalsocialismo,
sino Alemania misma fue objeto de un sentimiento universal que comenzando por el odio cuajó ante nuestros ojos en el desprecio. Nunca
más, como se decía entonces, ese país “amenazaría la paz mundial”. Se
le permitiría vivir, pero nada más. Sería el patatal de Europa y como tal
se le consentiría servir al continente exclusivamente con su afán industrioso. Se hablaba mucho de la culpa colectiva de los alemanes. Mentiría descaradamente si en este punto no reconociera sin ambages que yo
también asumía esta acusación. Me parecía haber sufrido los crímenes
como injusticia colectiva: el funcionario con camisa parda y esvástica
sobre el brazalete no me inspiraba menos temor que el simple soldado
raso. Además no conseguía olvidar a aquellos alemanes que contemplaban sobre un pequeño andén cómo se descargaban y apilaban los cadáveres transportados en el vagón de ganado de nuestro tren de
deportación, sin que jamás asomara sobre alguno de esos rostros petrificado una sola expresión de horror. El crimen y la expiación colectivas
se podrían haber contrapesado, reestableciendo el equilibrio de la moralidad universal. Vae victis castigatisque.1
No había motivos para que se incubaran resentimientos, ni siquiera se daba la ocasión propicia. Por supuesto, tampoco quería oír hablar
de compasión por un pueblo sobre el que, a mi juicio, pesaba una culpa
colectiva y una vez con ánimo bastante indiferente colaboré con un grupo de ciudadanos de cuáquera diligencia a cargar un camión que debía
transportar ropa usada a los niños de la Alemania depauperada. Los
judíos, se llamasen Victor Gollancz o Martin Buber, que ya entonces
irradiaban un pathos de perdón y reconciliación, me resultaban casi tan
desagradables como aquellos otros que no tardaron en volar apresuradamente a Alemania, occidental u oriental, desde los Estados Unidos,
Inglaterra o Francia, para —en tanto reeducadores— arrogarse el papel
1
“¡Ay de los vencidos y castigados!”. Paráfrasis de una cita de Tito Livio (“Vae
victis [esse]”, Ab urbe condita V, 48, 9) que posteriormente pasó a expresar proverbialmente aquella situación donde una fuerza derrotada ha de aceptar la condiciones
impuestas por el correspondiente poder victorioso.
79
heridas, muertes, duelos
de praceptores Germaniae. Por primera vez en mi vida compartía el estado
de ánimo de la opinión pública que resonaba a mi alrededor. Me sentía
muy a gusto en el papel absolutamente insólito de conformista. La Alemania patatal y la Alemania de las ruinas se me antojaban una región
del universo naufragada. Evitaba el uso de su lengua, es decir, la mía, y
elegí un pseudónimo de resonancias románicas. Por cierto, no sabía la
hora que daba realmente el reloj político de la historia mundial. Pues
mientras me parecía haber vencido sobre mis verdugos de ayer, los
vencedores reales ya se aprestaban a elaborar planes para los vencidos
que no tenían nada, pero absolutamente nada que ver con los patatales.
En el momento en que me figuraba, a causa del destino padecido, haber
dejado a la zaga a la opinión mundial, ésta ya estaba a punto de sobrepasarse a sí misma. Me creía en el seno de la realidad del tiempo cuando en verdad se me había hecho retroceder a una ilusión.
La sorpresa me sobrevino por primera vez en 1948, durante un
viaje en tren a través de Alemania. Cayó en mis manos una hoja de
periódico de las fuerzas de ocupación americanas, y recorrí con la vista
una carta al director en que de forma anónima, remitiéndose al GI,2 se
decía: “Procurad no engordar a nuestra costa. Alemania volverá a ser
grande y poderosa. Liad el petate, hatajo de bribones”. El remitente,
manifiestamente inspirado en parte por Goebbels, en parte por
Eichendorff, no podía siquiera barruntar, a la sazón, que esa Alemania
estaba en efecto destinada a celebrar una grandiosa resurrección de su
poder, mas no en contra, sino en el bando de los soldados de uniforme
caqui de las fuerzas transatlánticas. Me sorprendió el hecho de que pudiera existir un corresponsal semejante, y de oír una voz alemana que
se expresaba con un tono distinto al que, a mi juicio, debía imponerse
durante largo tiempo, es decir, el tono de contrición. En los años siguientes se hablaría cada vez menos de contrición. La Alemania paria
fue primero acogida en la comunidad de los pueblos, después se la
cortejó y por último fue preciso contar con ella desapasionadamente en
el concierto de poderes.
No sería justo exigir a nadie que en esas circunstancias —en un
contexto de prosperidad económica, industrial e incluso militar sin parangón— siguiera rasgándose las vestiduras dándose golpes en el pe-
2
Abreviatura inglesa para referirse al soldado [raso] americano.
80
Jean Améry
cho. Los alemanes que, como pueblo, se sentían, sin duda, víctimas,
puesto que se habían visto obligados a soportar no sólo los inviernos de
Leningrado y Stalingrado, los bombardeos de sus ciudades, el proceso
de Nüremberg, sino también la fragmentación de su país, se manifestaban comprensiblemente dispuestos tan sólo a “superar”,3 como a la
sazón se decía, el pasado del Tercer Reich. En esos días, al par que los
alemanes conquistaban con sus productos industriales los mercados
mundiales, y no sin un cierto equilibrio, se ocupaban de esa superación en su propia casa, se recrudecieron nuestros resentimientos aunque tal vez sería más discreto considerarlos tan sólo míos.
Era testigo de cómo los políticos alemanes, entre los cuales si no
estoy mal informado, sólo pocos se habían distinguido en la lucha de la
resistencia, buscaban sin pausa y con entusiasmo la incorporación a
Europa: no les costaba ningún esfuerzo vincular la nueva Europa a aquella
otra Europa que Hitler ya había comenzado a reorganizar exitosamente,
a su modo en el periodo comprendido entre 1940 y 1944. De improviso
se abonó un terreno para resentimientos, sin que fuera preciso que en
las ciudades alemanas empezaran a profanarse cementerios judíos y
monumentos en memoria de los combatientes de la resistencia. Bastaban conversaciones como la que mantuve con un comerciante del sur
de Alemania mientras desayunaba en cierto hotel. Aquel hombre intentaba convencerme, no sin antes informarse cortésmente de si era judío,
que en su país no existía odio racial. Aseguraba que el pueblo alemán
no guardaba rencor al judío; como prueba aludía a la generosa política
de reparación promovida por el gobierno, como, por lo demás, reconocía el joven estado de Israel. Yo me sentía detestable ante aquel tipo de
ánimo tan equilibrado: Shylock que reclamaba su libra de carne. Vae
victoribus! Quienes habíamos creído que la victoria de 1945 era, al menos en una pequeña parte, también la nuestra, nos vimos obligados a
revocarla. Los alemanes no guardaban ya ningún rencor contra los combatientes de la resistencia y contra los judíos. ¿Cómo podíamos aún
dirigirles a aquellos tipos exigencias de reparación? Hombres de ascendencia judía de la talla de un Gabriel Marcel mostraban asimismo un
3
“Bewaltigen”. Recuérdese el subtítulo de este libro “Tentativas de superación
[“Bewaltigungsversuche”] de una víctima de la violencia”.
81
heridas, muertes, duelos
gran empeño en tranquilizar a sus compañeros y coetáneos alemanes:
sólo un odio obstinado, reprochable moralmente y ya sentenciado por
el tribunal de la historia, se aferraba a un pasado que evidentemente no
era sino un accidente laboral de la historia alemana y en que el pueblo
alemán en su totalidad no había participado.
Yo mismo, sin embargo, muy a mi pesar, pertenecía a esa minoría
de réprobos que abrigaban rencor. Reprochaba tercamente a Alemania
sus doce años de régimen hitleriano, me reconcomían en mi interior el
idilio industrial de la nueva Europa y los salones majestuosos de Occidente. Así como antaño en el campo mi actitud incorrecta me señalaba
cada vez que se pasaba revista, ahora “llamaba la atención”, tanto a mis
viejos compañeros de lucha y de sufrimiento, ansiosos de reconciliación, como a mis adversarios apenas convertidos a la tolerancia. Alimentaba mis resentimientos. Y puesto que no puedo ni quiero
superarlos, he de vivir con ellos y estoy obligado a explicarlos a aquellos contra los que están dirigidos.
La opinión general considera que Nietzsche ha formulado la última palabra sobre el resentimiento, como se expresa en La genealogía de
la moral:
[...] el resentimiento determina a aquellos seres, a los que la verdadera reacción, la del acto, les está vedada, que sólo se resarcen con una venganza
imaginaria. ...El hombre del resentimiento no es ni franco ni ingenuo, ni
íntegro ni recto consigo mismo. Su alma mira de reojo; su espíritu ama los
escondrijos y las puertas falsas, todo lo oculto le interesa como su mundo, su
hospicio, su consuelo...4
Así habló quien soñaba con la síntesis del bárbaro y del superhombre. Deben darle réplica aquellos que fueron testigos de la fusión
del monstruo y del subhombre; estaban presentes en forma de víctimas, cuando una cierta humanidad realizó la crueldad en la alegría
festiva, como Nietzsche mismo había expresado presagiando algunas
teorías antropológicas modernas.5
4
La cita de Améry reúne dos pasajes del epígrafe diez del tratado primero de la
Genealogía. Cf. F. Nietzsche, La genealogía de la moral, Alianza, Madrid, 1983, pp 4244. Seguimos sólo en parte la versión de Andrés Sánchez Pascual.
5
Améry parece referirse al siguiente pasaje, que, como víctima de la crueldad
nazi, debió darle bastante que pensar: “Ver sufrir produce bienestar; hacer sufrir,
82
Jean Améry
Pero al sugerir pareja tentativa de réplica ¿me encuentro en la posesión de mis plenas facultades mentales? Me ausculto con sospecha:
podría estar enfermo, pues la cientificidad objetiva, partiendo de la observación de nuestra condición de víctima, ha elaborado, con admirable
distanciamiento, el concepto de “KZ-Syndroms” [síndrome de campo
de concentración]. Todos nosotros padeceríamos, según leo en un libro,
recién publicado, sobre Secuelas tras la persecución política, no sólo daños
físicos, sino también psíquicos. Los rasgos caracteriológicos que condicionan nuestra personalidad estarían desfigurados. Desasosiego nervioso y repliegue hostil sobre nuestro propio yo serían los síntomas de
nuestro cuadro clínico. Estaríamos, según dicen, “deformados”. Esto
me hace pensar de pasada en mis brazos dislocados tras mis espaldas
durante la tortura. Pero todo esto me obliga también a redefinir nuestra
deformación o torcedura como expresión de una humanidad con un
rango moral e histórico superior a la salutífera derechura. Es preciso
delimitar, pues, mi resentimiento desde dos perspectivas, defenderlo
frente a dos definiciones: contra Nietzsche que condenó el resentimiento desde una perspectiva moral, y contra la moderna psicología que lo
reduce a un conflicto perturbador.
Esta delimitación reclama suma cautela. La autocompasión seductora y consoladora podría embaucarnos. Pero créaseme que me protegía
de ese sentimiento sin esfuerzo, pues en las mazmorras y campos de
concentración del Tercer Reich, todos nosotros, debido a nuestra inde-
más bienestar todavía —ésta es una tesis dura, pero es un axioma antiguo, poderoso,
humano— demasiado humano, que, por lo demás, acaso suscribirían ya los monos;
pues se cuenta que, en la invención de extrañas crueldades, anuncian ya en gran
medida al hombre y, por así decirlo, lo ‘preludian’. Sin crueldad no hay fiesta: así lo
enseña la más antigua, la más larga historia del hombre —¡y también en la pena hay
muchos elementos festivos! F. Nietzsche, La genealogía de la moral, Alianza, Madrid,
1983, pp. 75-76. Con la mención a “algunas teorías antropológicas modernas”, es
probable que Améry aluda a las investigaciones sobre la naturaleza sagrada del poder
que Georges Bataille, Roger Caillois o Michel Leiris, entre otros, realizaron, bajo la
inspiración de Durkheim y Mauss, en el circulo del Collège de Sociologie de París,
concretamente en los años treinta. Precisamente, uno de sus objetivos era comprender
fenómenos sociales como la guerra o el poder nazi sobre la base del conocimiento
etnográfico de otras culturas más arcaicas. Cabe así destacar dos ensayos de Roger
Caillois, ambos de 1939, “Sociología del verdugo” y “La fiesta”, en Denis Hollier (ed.),
El Colegio de sociología, Taurus, Madrid, 1982, [trad. Mauro Armiño].
83
heridas, muertes, duelos
fensión y fragilidad absolutas, tendíamos a despreciarnos antes que a
compadecernos. No creíamos en las lágrimas.
No se me oculta que el resentimiento no sólo es un estado antinatural, sino también lógicamente contradictorio. Nos clava a la cruz de
nuestro pasado destruido. Exige absurdamente que lo irreversible debe
revertirse, que lo acontecido debe cancelarse. El resentimiento bloquea
la salida a la dimensión auténticamente humana, al futuro. No se me
escapa que el sentido del tiempo de quien es presa del resentimiento se
encuentra distorsionado, trastocado, si se prefiere, pues desea algo doblemente imposible: desandar lo ya vivido y borrar lo sucedido. Volveremos a tratar esta cuestión. En cualquier caso, ese hecho explica por
qué el hombre del resentimiento no puede secundar aquel llamamiento
a la paz que con tono jovial nos exhorta al unísono a no mirar hacia
atrás, sino hacia delante, hacia un futuro mejor y común.
Contemplar el futuro con ánimo sereno me resulta tan costoso
como demasiado fácil a los perseguidores de ayer. Tampoco me siento
capaz, quebradas como tengo las alas por el exilio, la clandestinidad y
la tortura, de participar en los altos vuelos éticos que nos propone a las
víctimas un hombre como el publicista francés André Neher. Nosotros,
proscritos, exhorta el hombre de espíritu sublime, deberíamos interiorizar y asumir en una ascesis emocional nuestro sufrimiento pasado, así
como nuestros verdugos aceptan y se hacen cargo de su culpa. Confieso que me faltan ganas, talento y convicción. Me resulta imposible aceptar
un paralelismo entre mi andadura y la de aquellos tipos que me golpearon con las porras. No deseo convertirme en cómplice de mis torturadores, exijo más bien que se nieguen a sí mismos y me acompañen en la
negación. Las montañas de cadáveres que nos separan no se pueden
aplanar, me parece, mediante un proceso de interiorización, sino, por
el contrario, mediante la actualización, o dicho con mayor exactitud, la
resolución del conflicto irresuelto en el campo de acción de la praxis
histórica.
Se ha llegado al punto de que resulta necesario defenderse cuando
se plantean tales reflexiones. Sé qué objeción suscita cuanto he expuesto aquí, a saber: que no es sino un modo de disfrazar con palabras
bellas o no tan bellas, mas en cualquier caso pretenciosas, un deseo de
venganza bárbaro y primitivo felizmente superado por el progreso de la
moralidad. Hombre del resentimiento, como confieso que soy, vivía en
la sangrienta ilusión de que, gracias a la libertad de devolver el dolor
84
Jean Améry
que la sociedad me concedía, podía ser desagraviado por todos mis
padecimientos. En compensación por las heridas que me había infligido el látigo, esperaba —sin atreverme a reclamar que el verdugo ahora
indefenso sufriera bajo mi propia mano—, al menos, la indigna satisfacción de saber a mi enemigo preso; con ello me figuraba haber resuelto la contradicción de mi demencial y distorsionado sentido del tiempo.
No es fácil defenderse de un reproche tan simplificador, y se me
antoja del todo imposible vencer la sospecha de que yo ahogaba la odiosa realidad de un instinto perverso en la verbosidad de una tesis
inverificable. Hay que correr el riesgo. Si reconozco mis resentimientos, si concedo que me siento “implicado” al pensar nuestro problema,
no se me olvida tampoco que soy rehén de la verdad moral de este
conflicto. Me parece un absurdo lógico que se me exija objetividad en la
confrontación con mis verdugos, con sus cómplices o tan sólo con los
testigos mudos. El crimen en cuanto tal no posee ningún carácter objetivo. El genocidio, la tortura, las mutilaciones de toda especie, objetivamente, no son más que cadenas de eventos físicos, descriptibles en el
lenguaje formalizado de las ciencias naturales: son hechos en el seno
de una teoría física, no actos en el seno de un sistema moral. Los delitos del nacionalsocialismo, ni siquiera para el ejecutor que, sin excepción, se sometía al sistema normativo de su Führer y de su Reich, poseían
una cualidad moral. El criminal que no se siente vinculado a su acción
por su conciencia, la ve sólo como objetiva acción de su voluntad, no
como fenómeno moral. Wajs, el lacayo de las SS de origen flamenco,
alentado por sus amos alemanes que me golpeaba en la cabeza con el
mango de la pala cuando no excavaba lo suficientemente rápido, sentía
la herramienta como la prolongación de su mano y los garrotazos como
embates de su dinámica psicofísica. Sólo yo estaba y estoy en posesión
de la verdad moral de los golpes que aún hoy me resuenan en el cráneo
y, por tanto, me siento más legitimado a juzgar, no sólo respecto a los
ejecutores, sino también a la sociedad que sólo piensa en su supervivencia. La comunidad social no atiende sino a su propia seguridad, y no se
deja afectar por la vida dañada: mira hacia delante, en el mejor de lo
casos para que no se repita algo similar. Mis resentimientos existen con
el objeto de que el delito adquiera realidad moral para el criminal, con el
objeto de que se vea obligado a enfrentar la verdad de su crimen.
Wajs, el SS de Amberes, asesino en serie y torturador particularmente experimentado, ha pagado con la vida. ¿Qué más puede exigir
mi malvada sed de venganza? Pero la cuestión no estriba en si he escu85
heridas, muertes, duelos
driñado a fondo en mi fuero interno, no consiste ni en la venganza ni
tampoco en la expiación. La persecución era en última instancia la experiencia de una extrema soledad. Lo que me importa es redimirme de un
desamparo que aún perdura desde entonces. Wajs, el hombre de las SS,
experimentó la verdad moral de sus crímenes cuando se situó frente al
pelotón de ejecución. En aquel instante estaba conmigo —y yo ya no me
encontraba a solas con el mango de la pala. Quiero creer que en el
momento de su ejecución deseó exactamente como yo, revertir el tiempo, cancelar los hechos. Cuando se le condujo al patíbulo dejó de ser
enemigo para convertirse de nuevo en prójimo. Si todo se limitase a un
asunto entre el SS, Wajs y yo, si no hubiera tenido que soportar el peso
de toda una pirámide invertida de militantes y colaboradores de las SS,
funcionarios, capas, generales condecorados, habría podido, al menos
así me lo parece hoy día, morir sereno y reconciliado con el prójimo
que exhibe la insignia de la calavera.
Pero Wajs de Amberes no era más que un caso entre mil. La pirámide invertida sigue clavándome con su vértice sobre el suelo: por ello
los resentimientos son de una índole tan particular que ni Nietzsche ni
siquiera Scheler, cuando estudió el tema en 1912, habían podido barruntar. De ahí mis reparos a la reconciliación, dicho con más exactitud: el convencimiento de que una disponibilidad a la reconciliación
proclamada públicamente por las víctimas del nazismo no puede representar más que insensibilidad e indiferencia frente a la vida o conversión masoquista de una exigencia de venganza auténtica reprimida.
Sólo perdona realmente quien consiente que su individualidad se disuelva en la sociedad, y quien es capaz de concebirse como función del ámbito colectivo, es decir, como sujeto embotado e indiferente. Acepta con
resignación los acontecimientos tal y como acontecieron. Acepta, como
dice un lugar común, que el tiempo cura las heridas. Su sentido temporal no está “desquiciado”, es decir, no se sale del “quicio” biológicosocial para emplazarse exclusivamente en el ámbito moral del tiempo.
Pieza desindividualizada e intercambiable del mecanismo social, vive
plenamente integrado en su seno, y al perdonar se comporta de acuerdo
con la reacción social al crimen, tal como la describe el penalista francés
Maurice Garçon en el debate sobre la prescripción de los delitos:
Ya el niño —nos instruye el Maestro— al que se recrimina por una desobediencia
pasada, responde: ¡pero si pasó hace tiempo! El ya haber pasado hace tiempo
se le antoja la forma más natural de disculpa. Y también nosotros reconocemos
en la distancia temporal el principio de la prescripción. El delito provoca
86
Jean Améry
inquietud en la sociedad; pero tan pronto como la conciencia pública se olvida
del delito, desaparece también la desazón. El castigo demasiado alejado temporalmente del delito pierde su sentido.
Esto es una verdad trivial y palmaria, en cuanto se refiere a la
sociedad o al individuo que se socializa a sí mismo moralmente y se
disuelve en el consenso. Pero carece de cualquier relevancia para el ser
humano que se concibe a sí mismo como moralmente único.
Sin duda, se me reprochará que, gracias a un truco, no hago sino
adecentar mi odio a toda reconciliación presentándolo a la luz favorable
de la moral y de la moralidad. A lo que también respondo que soy
plenamente consciente de que la aplastante mayoría de las no víctimas
del mundo se negarán a aceptar la validez de mi justificación. Pero qué
más da. En los veinte años consagrados a reflexionar sobre cuanto me
sucedió creo haber comprendido que todo perdón y olvido forzados
mediante presión social son inmorales. Quien perdona por comodidad
e indolencia se somete al sentido social y biológico del tiempo que
también suele denominarse “natural”. La conciencia del tiempo natural
arraiga de hecho en la cicatrización de heridas como proceso fisiológico
y se ha proyectado en representación social de la realidad. Pero justamente por esa razón, tal conciencia no sólo posee un carácter extramoral,
sino antimoral. Negar su aquiescencia a cualquier evento natural, también pues al encoramiento biológico provocado por el tiempo, es derecho y privilegio del ser humano. Lo pasado, pasado; he ahí una sentencia
tan verdadera como hostil a la moral y al espíritu. La capacidad de
resistencia moral incluye la protesta, la rebelión contra lo real, que es
razonable sólo mientras sea moral. El hombre moral exige la suspensión del tiempo; en nuestro caso, responsabilizando al criminal de su
crimen. De esa guisa, este último podrá, consumada la reversión moral
del tiempo, relacionarse con la víctima como semejante.
No soy tan iluso como para figurarme que, mediante los argumentos
aquí esgrimidos, pueda haber convencido a los compatriotas de los criminales o a quien, como no víctima, pertenece a la inmensa comunidad
de los ilesos del mundo. Pero mis palabras no pretenden persuadir, me
limito a dejarlas caer sobre el platillo de la balanza, por lo que puedan
pesar. ¿Pero cuál será su peso? Eso dependerá en parte de mi capacidad
para atemperar, al menos, mis resentimientos, que necesariamente han
de manifestarse durante el análisis, de tal modo que no sofoquen completamente su objeto. En mi esfuerzo por limitar su campo de acción
debo regresar una vez más a lo que he definido someramente como culpa
87
heridas, muertes, duelos
colectiva. Es un término casi tabú, no sólo hoy, sino ya desde 1946,
pues si se quería que el pueblo alemán representara el papel europeo
que se le había atribuido, no se le podía ofender. Se ocultaba. Avergonzaba haber acuñado un concepto aparentemente tan irreflexivo. Aunque
no me resulte fácil, me veo obligado a insistir en él tras haberlo definido
suficientemente y asumir los riesgos correspondientes.
Culpa colectiva. Naturalmente, sería un puro disparate sugerir que
los alemanes, en cuanto comunidad, compartían una misma conciencia, una misma voluntad, una misma capacidad de acción, y que además eran culpables de las mismas. Pero es una hipótesis aplicable si
con el término no se entiende sino la suma, devenida objetivamente
manifiesta, de comportamientos culpables individuales. Entonces, la
culpa de cada alemán particular —responsable de sus acciones y omisiones, de sus palabras y sus silencios— se transforma en la culpa global de un pueblo. Antes de ser aplicado, el concepto de culpa colectiva
debe desmitificarse y depurarse de sus mistificaciones. De ese modo
pierde su connotación oscura y fatal, para convertirse en una vaga afirmación estadística, la única que muestra alguna utilidad.
Me he referido a una vaga afirmación estadística, pues faltan datos
precisos y nadie puede corroborar cuántos alemanes estaban al corriente de los crímenes del nacionalsocialismo, los aplaudieron, incluso los
cometieron o con impotente aversión toleraron que fueran perpetrados
en su nombre. No obstante, cada uno de nosotros, en cuanto víctimas,
ha hecho su propia experiencia estadística, si bien tan sólo aproximativa y no expresable en cifras, pues en los años cruciales vivíamos —
algunos clandestinamente, en el extranjero, bajo la ocupación alemana,
otros sin salir de Alemania, trabajando en fábricas o encerrados en cárceles y campos— en medio del pueblo alemán. Por esta razón, podía y
puedo afirmar que los crímenes del régimen se me han revelado como
actos colectivos. Quienes en el Tercer Reich se apartaron del sistema
—ya fuera sólo callando, dirigiendo una mirada de odio a Rakas, el
“SS—Rapportführer”,6 dedicándonos una sonrisa compasiva o bajando
6
El “Rapportführer”, oficial de las SS, era una especie de secretario general del
trabajo que supervisaba (Rapport) la nónima de presos en la revista matutina y nocturna, dando parte, entre otras incidencias, de las muertes, ausencias o fugas.
88
Jean Améry
los ojos en señal de vergüenza— no fueron lo suficientemente numerosos como para compensar la balanza en mi estadística sin cifras.
No he olvidado nada, ni siquiera a esos pocos valientes con que
me he topado. Están conmigo: Herbert Karp de Danzig, el soldado inválido que en Auschwitz-Monowitz me dio a compartir su último cigarrillo; Willy Schneider, el obrero católico de Essen, que se me dirigía
con el ya olvidado nombre de pila y me ofreció pan; “Meiste” Matthaus,
el químico que el 6 de junio de 1944, con un suspiro atormentado, me
dijo: “¡Por fin han desembarcado! Pero ¿lograremos aguantar hasta que
hayan conquistado una victoria definitiva?”. No me faltan buenos compañeros. Ahí estaba el soldado de la Wehrmacht de Munich, que tras la
tortura en Breendonk me arrojó un cigarrillo encendido a través de los
barrotes de la celda. Ahí estaba el caballeroso ingeniero báltico Elsner,
el técnico de Graz cuyo nombre ya no recuerdo, que en BuchenwaldDora, me salvó de la muerte en un pelotón de tendido de cable. A veces
me aflijo por su destino que tal vez no acabara bien.
No es culpa de estos buenos compañeros ni mía que, tan pronto
como ya no se encuentran ante mí en su singularidad, sino en medio
de su pueblo, disminuya bastante su peso. Un poeta alemán escribió
un texto titulado “Altbraun” que intenta describir la pesadilla de una
mayoría con camisa parda:
...y si algunos están en minoría al mismo tiempo frente a muchos y todos,
entonces frente a todos lo son aún más que frente a muchos y el conjunto de
todos forma respecto a algunos una mayoría más poderosa que respecto a
muchos...
Yo tenía que ver sólo con “algunos”, y respecto a ellos, los muchos, que me debían parecer todos, formaban una mayoría aplastante.
Los hombres valientes que me habría complacido tanto salvar, ya se han
sumergido en la masa de los indiferentes, de los maliciosos e indignos,
de las Megerias, viejas y grasientas o jóvenes y bellas, de los ebrios de
autoridad que creían cometer un delito no sólo contra el estado, sino
contra sí mismos, si no apostrofaban a la gente de nuestra condición
con tono imperativo. El grupo de los muchos no se nutría de hombres
de las SS, sino de obreros, archiveros, técnicos, mecanógrafas —y sólo
una minoría entre ellos llevaba la insignia del partido. Tomados en su
conjunto, eran para mí el pueblo alemán. Sabían muy bien lo que pasaba en torno a nosotros y lo que nos hacían, pues al igual que nosotros
sentían el olor a chamusquina procedente del campo de exterminio cer89
heridas, muertes, duelos
cano, y algunos exhibían ropas que la víspera aún habían llevado, antes
de ser despojadas, las víctimas recién llegadas a la rampa de selección.
Cierto día, un trabajador honesto, el maestro montador Pfeiffer, me
mostró orgulloso un abrigo de invierno, un “abrigo judío”, según sus
palabras, que se había agenciado gracias a su astucia. Estimaban que
todo estaba en orden y no me cabe la menor duda de que habrían votado por Hitler y sus cómplices si, a la sazón, en 1943, se hubiera convocado a elecciones. Obreros, pequeños burgueses, académicos, bávaros,
habitantes del Saar, sajones: se volvían indiscernibles. La víctima se
veía empujada, lo deseara o no, a creer que Hitler encarnaba realmente
al pueblo alemán. Mis Willy Schneider y Herbert Karp y Meister
Matthaus no podían sostenerse contra esa concentración popular.
Me parece, no obstante, que en mis reflexiones anteriores he “cuantificado”, lo que, si se quiere dar crédito a los filósofos morales, supone
un pecado imperdonable contra el espíritu. Lo que importa no son las
cantidades, sino los símbolos y actos simbólicos, los signos determinados cualitativamente. Quelle vieille chanson! —y, sin embargo, su antigüedad no la ha tornado venerable. Quien espere obstruirme el camino
reprochándome cuantificaciones inadmisibles, que se pregunte si en la
vida cotidiana, jurídica, política y económica, así como en las dimensiones más elevadas y supremas de la vida espiritual, renunciamos a la
cuantificación. Quien posee cien marcos no es un millonario. Quien en
una pelea araña la piel al adversario, no le ha infligido una herida grave. Para la escala de valores del lector, Du bist Orplid, mein Land es una
obra menor que Guerra y paz. El hombre de estado democrático tiene
que ver con la cantidad tanto como el cirujano que diagnostica un tumor
maligno, como el músico que compone una obra para orquesta. También
yo, cuando en medio del pueblo alemán, temía en cada momento caer
víctima del exterminio ritual, me veía obligado a contabilizar el número
de buenos camaradas, por una parte, y de traidores e insensibles, por
otra. Lo quisiera o no, me vi forzado a aceptar una culpa colectiva de
índole estadística, y cargo con el lastre de ese saber en un mundo y en
una época que ha proclamado la inocencia colectiva de los alemanes.
Insisto, la culpa colectiva pesa sobre mí, no sobre ellos. El mundo,
que perdona y olvida, me ha condenado a mí, no a aquellos que asesinaron o consintieron el asesinato. Yo y la gente como yo somos los
Shylocks, no sólo moralmente condenables a los ojos de los pueblos,
sino también estafados en nuestra libra de carne. El tiempo ha consu90
Jean Améry
mado su obra. En silencio. La generación de los exterminadores, de los
constructores de cámaras de gas, de los generales siempre dispuestos a
estampar su firma, sumisos a su Führer, envejece con dignidad. Acusar
a los jóvenes, empero, sería absolutamente inhumano y a todas luces
antihistórico. ¿Qué relación habría de tener un estudiante de veinte
años, crecido al socaire de la nueva democracia alemana, con las acciones de sus padres y abuelos? Sólo un odio acumulado, bárbaro,
veterotestamentario, podría soportar su lastre y pretender cargarlo sobre las espaldas de la inocente juventud alemana. Una parte de la juventud, no toda, afortunadamente, protesta también con la buena
conciencia jurídica de quienes se sustentan sobre el suelo firme del
sentimiento natural del tiempo. En un semanario alemán leo la carta de
un jovenzuelo de Kassel que expresa elocuentemente el enojo de la nueva generación alemana por las malas personas que odian y rezuman
resentimiento, porque son, en todos los sentidos, intempestivos. Cito:
“...al final nos hartamos de oír siempre la misma cantinela: que nuestros padres han matado a seis millones de judíos. ¿Cuántas mujeres y
niños inocentes han asesinado los americanos con sus bombardeos,
cuántos boers han matado los ingleses en la guerra de los boers?” La
protesta se presenta ante nosotros con el énfasis moral de quien está
seguro de su causa. Apenas osa uno objetarle que la ecuación
“Auschwitz-campos de boers” es falsa matemática moral. Pues el mundo entero entiende ciertamente la indignación de los jóvenes alemanes
frente a los rencorosos profetas del odio y se pone, sin vacilar, de parte
de aquellos a quienes pertenece el futuro. Futuro es, por lo visto, un
concepto valorativo: lo que será mañana posee más valor que lo que fue
ayer. Es un deseo que arraiga en la percepción natural del tiempo.
No me resulta fácil responder a la pregunta de si guardo rencor a
la juventud alemana por el dolor que me infligió la generación vieja. Es
razonable aceptar que los jóvenes están libres de culpa individual y de
la suma de las culpas individuales que dan lugar a la culpa colectiva.
Debo y quiero concederles el crédito de confianza que corresponde al
ser humano cuya vida está abierta al futuro. A lo sumo, cabe exigir a ese
joven que no defienda su inocencia con un tono tan exaltado y arrogante, como el adoptado por el autor de la carta anteriormente citada. De
hecho, hasta que el pueblo alemán, incluidas las jóvenes y recientes
generaciones, no se decida a vivir completamente libre de la historia
—y no parece haber ningún indicio de que la comunidad nacional con
91
heridas, muertes, duelos
la conciencia histórica más arraigada del mundo pueda adoptar de repente semejante actitud—, hasta entonces tendrá que asumir la responsabilidad por aquellos doce años a los que, por lo demás, ella misma no
fue capaz de poner término. La juventud alemana no puede apelar a
Goethe, Mörike o a Freiherr von Stein y olvidarse de Blunck, Wilhelm
Scháfer y Heinrich Himmler. No es legítimo reclamar para sí tradición
nacional cuando es honorable y negarla cuando, encarnando el olvido
de todo sentido del honor, proscribe a un adversario tal vez imaginario
y seguramente indefenso. Si ser alemán significa reclamarse descendiente de Matthias Claudius, entonces también entraña sin duda alguna incluir en el árbol genealógico a Hermann Claudius, el poeta oficial
del partido nacionalsocialista. Thomas Mann era consciente de este hecho cuando en su ensayo “Alemania y los alemanes” escribió:
Para un espíritu nacido alemán es imposible afirmar: yo represento la Alemania buena, justa, noble, sin mancha... nada de lo que les he contado sobre
Alemania procede de un saber ajeno, frío, distante; todo anida en mí, todo lo
he experimentado en mí mismo.
La edición del tomo de ensayos de donde extraigo mi cita se titula
Edición escolar de autores modernos. No sé si los ensayos de Thomas Mann
son efectivamente objeto de lectura en las escuelas alemanas y cómo los
comentan los profesores. Sólo me cabe esperar que la juventud alemana
no encuentre harto dificultosa la relación con Thomas Mann y que la
mayoría de los jóvenes no participen de la indignación del remitente
anteriormente citado. No me cansaré de repetirlo: Hitler y sus crímenes
también forman parte de la historia y de la tradición alemanas.
Para retomar mi explicación del resentimiento de las víctimas
nada mejor que adentrarse en el dominio de la historia y de la historicidad alemanas. Pero antes es preciso definir su cometido objetivo.
Tal vez no sea más que una necesidad particular de purificación, pero
desearía que mi resentimiento —personal protesta contra la cicatrización del tiempo como proceso natural y hostil a la moral, mediante la
que reivindico una absurda, sí, pero auténtica reversión humana del
tiempo— desempeñe una función histórica. Si cumpliera la tarea que
le atribuyo, podría representar históricamente un estadio en la dinámica moral del progreso universal y reemplazar a la incumplida revolución alemana. Tal reivindicación no es menos absurda ni menos
moral que el anhelo individual de reversibilidad de los procesos irreversibles.
92
Jean Améry
Para aclarar y allanar mi tesis basta con reformular mi convicción
ya expresada de que el conflicto irresuelto entre víctimas y carniceros
tiene que exteriorizarse y actualizarse, si ambos, oprimidos y opresores,
pretenden comprender un pasado que, desgarrado aún por antagonismos irreconciliables, remite, sin embargo, a una historia común. Sin
duda, tal exteriorización y actualización no pueden consistir en una
venganza que sea proporcional al sufrimiento padecido. No puedo demostrarlo, y, sin embargo, estoy seguro de que durante el proceso de
Auschwitz ninguna víctima pensó siquiera colgar a Boger de su propio
artilugio de tortura, el llamado “columpio de Boger”.7 Menos aún nadie
en sus cabales habría osado proponer el absurdo moral de ejecutar a la
fuerza a cuatro o seis millones de alemanes. En ningún caso menos que
en éste la aplicación del jus talionis habría representado una sinrazón
moral e histórica. Queda excluida como solución tanto la venganza,
como la expiación que se me antoja problemática, sensata sólo desde un
punto de vista teológico y, por tanto, a mi juicio, del todo irrevelante, y
por supuesto una purificación por medios violentos me parece, en cualquier caso, históricamente impensable. Pero ¿cómo afrontar la situación dado que me he referido expresamente a una disputa en el campo
de la praxis histórica?
Pues bien, el conflicto podría dirimirse logrando que en un bando
se conserve el resentimiento y en el otro se despierte, gracias a este
afecto, una actitud de desconfianza respecto a sí mismos. Acicateado
exclusivamente por los aguijones de nuestro resentimiento —y de ninguna manera por una disposición subjetiva a la reconciliación casi siem-
7
Wilhelm Boger (1906-1977), desde los dieciséis años militante de las juventudes nacionalsocialistas antes de la subida de Hitler al poder, trabajó como oficial SS
en la temida “Sección política” de Auschwitz entre 1942 y 1945. Desde 1958 condenado a cadena perpetua en el proceso de Auschwitz. Tristemente célebre por la celosa
aplicación de una máquina de tortura, el llamado “Bogner-Schaukel”, una especie de
potro de madera con una barra metálica que permitía colgar al preso boca abajo y
balancearlo mientras se golpeaban sus genitales puestos al descubierto. Sobre este
infame personaje y su labor como verdugo en la “Politische Abteilung” de Auschwitz,
léanse los testimonios de Hermann Langbein y Raya Kagan incluidos en Auschwitz
Zeugnisse und Berichte [ed. H. G. Adler/H. Langbein/Ella Lingens-Reiner], Europaische
Verlagsanstalt, Hamburgo, 1995, pp. 155 ss. y 169. También Hermann Langbein,
Menschen in Auschwitz, Europaverlag, Munich/Viena, 1999, pp. 567-570.
93
heridas, muertes, duelos
pre sospechosa y objetivamente hostil a la historia—, el pueblo alemán
adquiriría conciencia de que no cabe neutralizar un fragmento de su
historia nacional con el tiempo, sino que es necesario integrarlo. Si no
me falla la memoria, Hans Magnus Enzensberger ha escrito que
Auschwitz es el pasado, el presente y el futuro de Alemania; pero su
opinión, por desgracia, no cuenta mucho porque tanto él como quienes
se encuentran a su altura moral no son el pueblo. Con todo, si oponiéndose al silencio del mundo, nuestro resentimiento alzase su dedo amonestador, entonces Alemania en su conjunto e incluso en sus
generaciones venideras conservaría el recuerdo de que no fueron alemanes quienes vencieron al dominio de la infamia. Llegaría a comprender,
no pierdo del todo la esperanza, su pasada connivencia con el Tercer
Reich como la total negación no sólo de un mundo acosado por la
guerra y la muerte, sino también de su mejor tradición autóctona, no
reprimiría o paliaría los doce años, que para nosotros fueron realmente
un milenio, sino que los reclamaría como negación real del mundo y de
sí mismos, como su patrimonio negativo. Se verificaría sobre el campo
histórico cuanto previamente he descrito hipotéticamente para la esfera
estrictamente individual: dos grupos de seres humanos, opresores y
oprimidos, convergerían en el deseo de invertir el tiempo y, por tanto,
en la moralización de la historia. Elevada por el pueblo alemán, el pueblo realmente victorioso y rehabilitado de nuevo por el tiempo, la exigencia tendría un peso inmenso, suficiente para que ya estuviera
satisfecha. La revolución alemana sería recuperada, Hitler revocado. Y a
la postre se cumpliría realmente para Alemania aquel objetivo que antaño el pueblo no tuvo fuerza o voluntad de realizar y que en el juego de
poder político tuvo después que parecer innecesario: la extinción de la
ignominia.
Cada alemán puede imaginarse por sí mismo cómo se debe llevar
esto a la práctica. El autor de este ensayo no es alemán y no puede
impartir consejos a este pueblo. En el mejor de los casos puede imaginarse vagamente una comunidad nacional que rechazase todo, sin excepción, cuanto llevó a cabo en los días de su más profundo
envilecimiento, sin excluir los logros aparentemente más inofensivos
como la construcción de autopistas. Persistiendo en su sistema de referencia exclusivamente literario, Thomas Mann expresó esta idea en una
de sus cartas: “Tal vez sea superstición”, escribió a Walter van Molo,
94
Jean Améry
pero ante mis ojos los libros que de algún modo pasaron la censura en Alemania entre 1933 y 1945 se me antojan carentes de todo valor e incluso indignos
siquiera de tenerlos entre las manos. Les impregna un hedor a sangre y a
ignominia; sería mejor desecharlos, sin excepción, como maculatura.
Que el pueblo alemán hiciera maculatura espiritual no sólo con
los libros, sino con todo cuanto se organizó durante esos doce años: he
ahí la negación de la negación, un acto asaz positivo y salvador. Sólo de
esta guisa sería legítimo pacificar subjetivamente el resentimiento y
declararlo objetivamente superfluo.
¡A qué suerte de extravagante ensoñación moral me he entregado!
Ya veía incluso cómo se les mudaba el rostro de rabia a los viajeros
alemanes sobre el andén de 1945 a la vista de los cadáveres apilados de
mis camaradas, y cómo se avalanzaban con gesto amenazante contra
nuestros —sus— verdugos. Gracias a mi resentimiento y a la catarsis
alemana provocada por su aguijón, ya soñaba con la reversibilidad del
tiempo. ¿No fue un alemán quien arrebató la pala al SS Waj? ¿No fue
una mujer alemana quien recogió a un hombre aturdido y quebrantado
por la tortura, y le curó su heridas? ¡Que no haya visto todo sin el freno
de la irreversibilidad del tiempo, un pasado revertido en futuro y superado en verdad y para siempre!
No sucederá nada por el estilo, estoy seguro, a pesar de todos los
esfuerzos honrados de los intelectuales alemanes, que al final son, en
verdad, como los otros les reprochan: unos desarraigados. Todo presagia que el tiempo natural rechazará y, a la postre, ahogará la reivindicación moral de nuestro resentimiento. ¿La gran revolución? Alemania
no la recuperará, y nuestro rencor se quedará con las ganas. El Reich de
Hitler, aún durante algún tiempo, seguirá interpretándose como un
accidente de trabajo en la obra de la historia. Pero al fin y al cabo no será
más que historia, ni mejor ni peor de lo que es cualquier época histórica dramática, tal vez manchada de sangre, pero a fin de cuentas un
Reich con su cotidianidad familar. El retrato del bisabuelo en uniforme
de las SS colgará en la salita, y a los niños en las escuelas no se les
hablará tanto de las rampas de selección como del sorprendente triunfo
sobre el paro general. Hitler, Himmler, Heydrich, Kaltenbrunner, serán
simples nombres como Napoleón, Fouché, Robespierre y San Just. Ya
hoy incluso en un libro que se titula Sobre Alemania y que contiene
conversaciones imaginarias de un padre alemán con su hijo menor, leo
que a los ojos del joven no existe ninguna diferencia entre bolchevismo
y nazismo. Cuanto sucedió entre 1933 y 1945 en Alemania, se enseñará
95
heridas, muertes, duelos
y afirmará, podría haber sucedido en cualquier otro lugar bajo condiciones análogas; y ya no se insistirá en el hecho baladí de que aconteciera precisamente en Alemania y no en cualquier otro lugar. En un libro
titulado Rückblick zum Mauerwald el exoficial del estado mayor alemán,
el príncipe Ferdinand van der Leyen, escribe: “...de una de nuestras
posiciones en el extranjero nos llegó una nueva aún más espantosa. Allí
pelotones de las SS habían penetrado en las casas y desde las azoteas
habían arrojado al asfalto niños recién nacidos”. Pero el asesinato de
millones de seres humanos perpetrado con eficacia organizativa y precisión casi científica por un pueblo altamente civilizado se juzgará deplorable, de ningún modo único, al lado de la sangrienta deportación de
los armenios por los turcos o a los ignominiosos actos de violencia
cometidos por las autoridades coloniales francesas. Todas las diferencias se desvanecerán al incluirse en un sumario “siglo de la barbarie”.
Nosotros, las víctimas, quedaremos como los realmente incorregibles,
los implacables, como los reaccionarios hostiles a la historia en el sentido literal de la palabra, y, en última instancia, aparecerá como avería
del sistema el hecho de que algunos de nosotros hayamos sobrevivido.
Viajo a través de un país floreciente y cada vez aumenta más mi
malestar. No puedo decir que la gente no me reciba por doquier con
hospitalidad e íntima comprensión. ¿Qué más podemos exigir por nuestra parte si los periódicos alemanes y las emisoras de radio nos conceden la posibilidad de dirigir a los alemanes graves reproches descorteses
y además nos retribuyen por ello? Estoy seguro de que hasta los más
benévolos al final han de perder la paciencia con nosotros, como el
joven remitente, citado en páginas anteriores, que decía “estar harto”.
Me encuentro en Frankfurt, Stuttgart, Colonia y Munich con mis resentimientos. Mi rencor, que conservo por amor propio, por razones de
salud personal, cierto, pero también para que sirva de provecho al pueblo alemán, no lo acepta nadie excepto los medios de comunicación que
lo compran. Lo que me ha deshumanizado se ha transformado en mercancía que vendo al mejor postor.
País de la fatalidad donde los unos se encuentran eternamente a
plena luz y los otros eternamente en la oscuridad. Lo atravesé de punta
a cabo en los trenes de evacuación que bajo el empuje de la última
ofensiva soviética nos condujeron desde Auschwitz hacia el oeste y
después desde Buchenwald a través del Norte hacia Bergen-Belsen.
Cuando la vía férrea cruzaba un extremo de tierra nevada de Bohemia,
96
Jean Améry
las campesinas se acercaban corriendo al tren de la muerte para ofrecernos pan y manzanas; la escolta tenía que dispersarlas disparando tiros
al aire. En el Reich, sin embargo, semblantes pétreos. Un pueblo orgulloso. Un pueblo orgulloso, también hoy. El orgullo, no cabe negarlo,
ha engordado un poco. Ya no se manifiesta más en el movimiento
triturador de las mandíbulas, sino que resplandece en la satisfacción de
la buena conciencia y de la alegría comprensible por haber salido con
éxito una vez más. Ya no invoca más los hechos de armas heroicos, sino
la productividad sin par en el mundo. Pero es el mismo orgullo de
antaño, y por nuestra parte es la impotencia de entonces. ¡Ay de los
vencidos!
He de ocultar mis resentimientos. Aún puedo creer en su valor
moral y en su validez histórica. Aún. ¿Por cuánto tiempo? Sólo el hecho de que tenga que plantearme una pregunta tal muestra el carácter
atroz y monstruoso del sentido natural del tiempo. Tal vez, un día no
muy lejano, me llevará a condenarme a mí mismo, haciéndome aparecer la exigencia moral de inversión como la cháchara absurda, que ya es
hoy para los listillos que presumen de sintonizar con la razón del mundo. Ese día, el pueblo orgulloso en que zozobran mi Herbert Karp, Willy
Schneider, Meister Matthaus y algunos intelectuales contemporáneos
habrá vencido definitivamente. En el fondo, los temores de Scheler y
Nietzsche no estaban justificados. Nuestra moral de esclavos no triunfará. Los resentimientos, hontanar emocional de toda moral auténtica,
que fue siempre una moral para derrotados, tienen escasa o absolutamente ninguna oportunidad de amargar a los dominadores su malvada
obra. Nosotros, víctimas, debemos “despachar“ nuestro rencor reactivo,
en aquel sentido que el argot concentracionario daba antaño al término
“fertigmachen”, sinónimo de “matar”. Debemos despacharlo y lo haremos pronto. Hasta entonces pedimos paciencia a quien se haya sentido
desasosegado por nuestro rencor.
Traducción: Enrique Ocaña
97
desde la tribuna
Teresa Carbó
La comandanta zapatista Esther en el Congreso
de la Unión: un análisis de su desempeño
escénico como intervención política*
Teresa Carbó
La etnografía de un encuentro casual
P
udiera decirse que este texto que escribo pende de un guiño
(Geertz 1973: 6), guiño que en realidad no fue tal. En cualquier
caso, lo que ocurrió esa mañana puede definirse como el transcurso de un cierto lapso de contacto visual entre la comandanta Esther
y yo, tal como se produjo en el pueblo de la Magdalena Petlacalco, en la
zona del Ajusco al sudoeste de la ciudad de México, el lunes 19 de
marzo de 2001.
Aunque la idea de pender es tal vez infortunada, es cierto que muchas cosas parecen girar en torno a ese incidente menor de naturaleza
personal. Después de alguna reflexión, he llegado a la conclusión de
que se trató de un encuentro plenamente dialógico. Si lo propio de tan
raro y afortunado evento comunicativo, tal como lo esboza June Nash
(2001: 231), es el acto de “escuchar y responder con una conducta transformada”, entonces la definición resulta más que apta, porque es literalmente cierto que gracias a ese encuentro me vi movida a realizar, esta
vez, un tipo diferente de trabajo; a emplear un enfoque metodológico
distinto de mi práctica habitual de investigación en el análisis del dis-
* Esta es una versión previa del artículo publicado en Journal of Language and
Politics, John Benjamins, vol. 2(1), 2003, con el título “Comandanta Zapatista Esther
at the Mexican Federal Congress: An Analysis of Performance as Politics”. La autora
agradece a debate feminista publicar esta versión que es la que ella prefiere.
101
desde esta tribuna
curso parlamentario. Una disposición renovada de búsqueda de significado, nutrida por la necesidad de ocuparme de los cuerpos y las voces
y no sólo de las transcripciones de textos orales, es el resultado de esa
breve interacción, durante la cual el contacto visual fue, según yo, de
orden comunicativo, sostenido y recíproco.1 Se ajustó, además, a lo que
pudiéramos concebir como “turnos (comunicativos) de mirada”, allí
incluida la emisión de señales de frontera (sin importar cuán infinitesimales en sustancia y extensión), y la alternancia de los polos de producción-recepción; todo esto y un mundo más, en la construcción y el
intercambio cooperativos de mensajes no verbales de (presumible) coincidente orientación.
Sucedió que en una asamblea pública inesperada e improvisada, y
con escasa asistencia, la comandanta Esther me aseguró (calladamente)
que era posible aún la esperanza, que con el tiempo se vería y que no
había nada de sorprendente en el hecho de que la lucha de los zapatistas
fuera larga, difícil y demandante. En el momento en que capté su mirada, me resultó obvio que Esther estaba respondiendo a mis señales
exteriores de preocupación (y tal vez incluso de desaliento) ante el reducido número de personas que habían logrado estar presentes en esta
visita realmente inesperada. Los asistentes eran sobre todo mujeres
mayores (abuelas u otros miembros femeninos de la familia extensa),
con niños muy pequeños (de preescolar, a causa de la hora: poco después del mediodía), así como representantes de la prensa y una escolta
policial, junto con algunos vecinos no nativos del pueblo, como una
servidora. El de la Magdalena era el tercer pequeño mitin al que asistía,
siguiendo el recorrido de los zapatistas hacia la ciudad. Habían empezado en Santo Tomás Ajusco, el pueblo más alto en el cerro, y habían
ido bajando a San Miguel y después a la Magdalena. El tamaño de estos
pueblos disminuye precisamente en ese orden, como también disminuía la asistencia vecinal.
1
John Berger (2001:15, cursivas mías) describe con las siguientes palabras el
“impulso de pintar”, misma inclinación humana que, a la luz de su teoría del mundo
visible, se puede reformular como el impulso de mirar, ver y aprehender, observar o
describir: “El impulso de pintar no viene de la observación ni del alma (que probablemente es ciega), sino de un encuentro: del encuentro entre el pintor y el modelo” [o
entre quien actúa y el público]. El texto termina con este enunciado: “Hoy, tratar de
pintar lo existente es un acto de resistencia que instiga a la esperanza” (p. 22).
102
Teresa Carbó
El contacto visual en la Magdalena Petlacalco se compuso de cuatro partes, y su primer segmento fue la proyección (inicialmente inconsciente) de mi propia fisurada y ambigua presencia. Ahí estaba yo,
sin duda; también había estado en el Zócalo de Santo Tomás y de San
Miguel (en este último, la configuración espacial daba a Esther una
visión más panorámica y detallada de los participantes). Pero al mismo
tiempo, yo no estaba allí, realmente allí. Estaba distraída, desconcentrada
e incómoda, a la vez que desanimada. Y, repentinamente, mientras uno
de los otros tres comandantes (varones) pronunciaba su discurso,
una fuente de energía realmente poderosa captó mi atención. Era la
mirada de Esther que, sin lugar a equívoco, se dirigía a mí y se mantenía fija en mí por un periodo breve (aunque sostenido), hasta que a las
dos nos quedó claro que yo había recibido el mensaje. La suya no era
una mirada impositiva o dominante. Por el contrario, era tranquila y
clara, para nada pesada, y con una chispa de humor claramente perceptible en la refracción luminosa de sus ojos oscuros. Éstos estaban estrechamente ceñidos por el negro pasamontañas, y la mirada en su conjunto
dejaba traslucir comprensión y entendimiento.2
Esther mantuvo el contacto visual conmigo durante los dos segmentos subsecuentes, mientras ella conservó el piso (Sacks et al. 1974).
Las unidades, si acaso lo fueron, estuvieron puntuadas por una pausa
infinitesimal que consistió en una muy (muy) rápida ojeada a nuestro
entorno físico compartido, inmediato, junto con una fijación ultra mínima de la mirada hacia el frente, por encima de nuestras cabezas, en
una dirección que coincidía con la ubicación de la ciudad (y del futuro,
y de los proyectos y los anhelados objetivos, supuse yo). Luego, una
despedida muy breve y simultánea, cuarta y última parte del intercambio, y eso fue todo. Y, sin embargo, sea lo que fuera lo que así me tomó
por sorpresa en el tercer mitin, el hecho es que la teoría ya lo había
2
Tal vez vale la pena comentar que el área de los ojos en la apariencia física de
los rebeldes ha quedado sin duda investida con un mayor valor semiótico, dado el
efecto constante de los pasamontañas sobre sus rostros. Incidentalmente, aparte del
estatus simbólico de los pasamontañas (tema del que se han ocupado Marcos, con
cierta amplitud, y algunos analistas), los pasamontañas como emblema del movimiento zapatista constituyen un fenómeno visual de particular extrañeza, a pesar de
la cual muchos (mexicanos y no sólo, simpatizantes y adversarios) se han acostumbrado rápidamente a esa imagen.
103
desde esta tribuna
anticipado: “[c]uando un individuo o actor representa el mismo papel
ante el mismo público en diferentes ocasiones, es probable que surja
[entre ambos] una relación social” (Goffman 1959: 16).
Lo que yo sentí fue que con el callado encuentro de miradas se
producía en mí una notable transformación, aunque desde luego no fue
ninguna cosa de orden místico. Sólo puedo sintetizar la experiencia
como el logro de una comprensión de cierto tipo. Sin duda, un entendimiento que era muy satisfactorio y al mismo tiempo intenso, agudo,
con un efecto general de fortalecimiento y llamada de alerta a erguirse y
prestar atención. Estoy convencida de que la idea de comprender es la
clave principal del fugaz encuentro. Cuando uno comprende, pienso,
muchas cosas concuerdan (aunque sea un momento), y se produce nueva
energía e impulso hacia la acción, con un sentido más claro de orientación y propósito.
Los significados de este incidente pueden considerarse individuales y únicos. Sin embargo, también se les puede ver como una (suerte
de) ventana hacia un tema que sin duda atañe al análisis del discurso
parlamentario y político: la posibilidad de una transformación personal
(científica, metodológica) como motor y consecuencia de una práctica
comunicativa (compartida). Al elaborar este artículo no dejé el incidente de lado; por el contrario, lo tomé como un elemento clave para la
emergencia y configuración activas del objeto de investigación y las
modalidades de su manejo metodológico. De hecho, este tipo de objeto
de investigación, que es de naturaleza semiótica y combina facetas científicas y personales, explica mi impulso hacia el enfoque multidisciplinario que aquí se exhibe en términos prácticos. Así se logra captar más,
espero, de la materialidad carnal de la intervención de Esther ante el
Congreso de la Unión, y más también de su característica presencia en
escena, desde el punto de vista de una observación participante. Todo
esto será argumentado y expuesto de manera (ligeramente) narrativa. El
uso de ciertos elementos selectos del análisis proxémico de los cuerpos
significantes en acción, la observación de algunos procesos de construcción teatral y manejo del yo público en espacios institucionales, así
como la aplicación de descomposición textual al nivel sintagmático de
los textos verbales, forman parte también del análisis. Algunas fotos
periodísticas e imágenes que circularon en torno a las recepciones que
los zapatistas tuvieron por parte de públicos asombrosamente distintos
cada vez, se han colado también en el presente análisis, en el contexto
104
Teresa Carbó
de la actividad analítica desatada por el encuentro de la investigadora
con (sólo) algunas de las capacidades comunicativas de Esther.3
Los principales conceptos operativos y los datos completos se describen más adelante. Sin embargo, es importante subrayar aquí que, a
pesar de la naturaleza aparentemente aleatoria del material empírico
con el que trabajo y de su amplitud, es un hecho que todas las bases de
la subsecuente descripción están teóricamente iluminadas y metodológicamente sostenidas por conceptos específicos de los campos lingüístico, antropológico y etnográfico, en el marco de una concepción
ampliada del análisis de discurso. Tal concepción es una versión abierta y generosa del espacio disciplinario, que no sólo se ocupa de fenómenos (sólo) verbales, sino que observa también otro tipo de datos
discursivos, puesto que el flujo de los acontecimientos en la vida real y
la práctica efectiva en situaciones comunicativas (sean éstas explícitamente políticas o no) nos confronta siempre con su múltiple y enigmática resonancia.4
La Caravana por la Paz y la Dignidad
Para cuando tuvo lugar el suceso aquí descrito, la Caravana zapatista ya
llevaba varios días en la Ciudad de México. Sus integrantes (Marcos
entre ellos) estaban a la espera de una invitación a la escena parlamentaria para presentar sus puntos de vista sobre la iniciativa presidencial
de Ley de Derechos y Cultura Indígenas, que estaba a dictamen en el
Congreso de la Unión. Las perspectivas en ese momento eran sombrías, y si los honorables miembros del poder legislativo no se ponían
de acuerdo con cierta premura sobre la importancia, para el proceso
3
Este experimento metodológico se puede considerar como una instancia de
lo que Bob Hodge (1985:141) llama un análisis “puesto de cabeza”. “Los análisis
puestos de cabeza son típicamente tentativos e inconcluyentes. Pero muestran
algo de la complejidad del trabajo real de crear significados, y pueden sugerir
también la presencia e importancia de otros sistemas que no habían entrado antes
en el análisis.”
4
Cabe también aducir que según Turner (1987:79), “se puede detectar [ya en el
tiempo en que él escribía, hace quince años] una considerable ruptura de las fronteras entre diversas artes y ciencias convencionalmente definidas, y entre éstas y las
modalidades de la realidad social”.
105
desde esta tribuna
de paz, de un encuentro directo entre los legisladores y los visitantes
rebeldes, los zapatistas tendrían que abandonar la ciudad. El nutrido
comité de comandantes (veinticuatro en total) se dividió ese lunes 19 de
marzo en varios grupos pequeños que acudieron a visitar diferentes
puntos de la ciudad, en demanda de apoyo. El Ajusco es un área boscosa
de montaña, una región de arcaicos asentamientos indígenas y de temprana cristianización e incorporación a la vida (y al servicio) de la ciudad capital. Durante los años revolucionarios, fue también una vía segura
de acceso a la ciudad, por montes y valles, para los zapatistas de Emiliano.
Zona de simpatías zapatistas y acusados hábitos rurales, como los de la
Caravana, el Ajusco era un destino natural para alguno de los subcomités. Más aún porque la comitiva zapatista se alojaba en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), también en el sur de la ciudad.
Unos días después, el 28 de marzo descubrí, con auténtico deleite,
mientras veía la transmisión por tele en cadena nacional del tan esperado encuentro público entre el poder legislativo y los comandantes
zapatistas en el recinto parlamentario, descubrí, decía, que Esther iba a
ser (estaba siendo ya, ante nuestros propios ojos) la oradora principal.
Allí se encontraban por fin, “en el Congreso”, bajo los reflectores de los
medios nacionales, y la comandanta Esther se construía a sí misma
como la actriz central en el reparto, mientras describía su tarea como
portadora del mensaje oficial de los rebeldes, en el marco de una compleja escenificación, y lograba desempeñar, con perfecta compostura,
ese papel de “estrella” en la empresa colectiva (Goffman 1959: 100). Desde luego, la escena parlamentaria era formal, e incluía varias fases y
numerosos participantes dentro de una micro-coyuntura muy delicada
en términos políticos (y semióticos). Y sin duda Esther hizo de todo
ello un trabajo magnífico. Ese mediodía (la) Esther nos ofreció (éramos
varios millones en ese momento) un desempeño virtuoso en el género
de la contienda política y semiótica en arenas públicas de carácter
institucional.
La “temporada” —o ciclo de lucha política y semiótica— en que el
suceso se produjo (26 de febrero a 6 de abril de 2001) había sido cuidadosamente preparada por los zapatistas mediante esta Caravana de comandantes, que debía venir, y vino, a la ciudad capital para dar a conocer sus
puntos de vista sobre los temas cruciales de los derechos étnicos, la ley
de inminente aprobación y la discusión sobre la autonomía y la paz a
nivel nacional. Los Acuerdos de San Andrés, estancados, y la guerra de
106
Teresa Carbó
“baja intensidad” (no declarada) que libran las numerosas tropas (y grupos paramilitares) estacionados (y deambulando) en la zona de la selva de
Chiapas eran el telón de fondo para la iniciativa de la Caravana. Los
zapatistas fueron escoltados, custodiados y acompañados por diversas
ONG (entre ellas, el grupo italiano de los “Monos blancos” y otros muy
cooperativos globalifóbicos), representantes de organizaciones indígenas,
simpatizantes variopintos, equipos de prensa y de los medios, y miembros de la sociedad civil (bajo diversos membretes y modalidades). Llegaron al Distrito Federal tras un itinerario geográfico intrincado y moroso,
a lo largo del cual suscitaron procesos de movilización, reunieron grandes marchas, pronunciaron discursos, escucharon a la gente y se quedaron a pernoctar tanto en pequeñas comunidades como en ciudades
regionales de cierta importancia: un tour5 semiótico poderoso, estimulante, pacífico y satisfactorio. Mientras recorrían el territorio en una caravana de varios autobuses, podía entenderse que estaban re-inscribiendo,
en términos topográficos y simbólicos, su presencia real en la tierra que
habían defendido históricamente y por la que aún peleaban.
Para Esther, ésos fueron días exigentes: ella fue una de las mujeres
que hablaron en la celebración del 8 de marzo, Día de la Mujer, en un
pueblo a las afueras de la ciudad. También se contó entre los oradores
en una enorme concentración (el 22 de marzo) ante las puertas cerradas
del Congreso, unos días después del mini-tour por el Ajusco, y antes
de que fueran por fin invitados (en una reñida votación) al recinto legislativo. Yo estaba entre la multitud que ese día, bajo un implacable sol
urbano, se esforzaba por divisar a los comandantes, situados allá lejos
en una especie de plaza o avenida transversal. La voz clara y tranquila
5
El compuesto léxico “Zapatour” utilizado en algunos medios internacionales
no es del gusto de algunas personas de la escena local o de con/textos españoles.
Ciertamente no está documentado en el conjunto mexicano de datos con el que
trabajo y que sí da testimonio de otros apelativos. El artículo de fondo en el número
146 de Memoria (abril de 2001, p. 25, en el que la caravana zapatista mereció la portada
y el artículo principal) la llamaba “Caravana de la Dignidad”. El respeto y la dignidad
han sido de hecho demandas cruciales de los rebeldes desde el inicio de su levantamiento. La revista estudiantil La Guillotina la llamaba la “Marcha del Color de la
Tierra” y también “La Marcha de/por la Dignidad” o “La Marcha de/por la Esperanza”. Un registro más completo de (virtualmente) todos los discursos de los comandantes en su camino hacia la capital se puede encontrar en la siguiente dirección de
internet: http://www.ezlnaldf.org/comunica/01030801.htm.
107
desde esta tribuna
de Esther, de modulación simple y timbre sonoro, fue notable, y de nuevo produjo un efecto de transmisión de energía. El meollo de su mensaje fue organizativo: instó a los manifestantes a no conceder la derrota
(el hasta ese momento denegado encuentro en el Congreso); habló, por el
contrario, de defender los logros alcanzados, e incluso de crecer. Empleó
para esta invitación a la esperanza varias metáforas de cultivo y cuidado terrenal, que exhiben un inconfundible sabor agrario. Hablaba en
tono eficaz y sensato, aunque cálido, con algunas expansiones retóricas
tanto en la letra de sus formulaciones discursivas como en las pautas de
entonación: una auténtica líder entre miles de mujeres zapatistas, tanto
militares como civiles, que se están haciendo oír y ver en la primera
línea de una lucha étnica, política y social por la autonomía y el respeto
en el México actual, de frente al globalizado (sub)mundo.
Criba de datos (cambiantes)
Los primeros datos para este estudio son las experiencias arriba descritas, tal como fueron elaboradas en anteriores tratamientos de (algunos
de) los muchos temas que la actuación de Esther en el Congreso el 28 de
marzo de 2001 puede activar (Carbó 2001 y 2002, Rovira 2001). El contenido semántico que asigno a la interacción visual como tal no tuvo como
única fuente la mirada de Esther en la Magdalena Petlacalco. Surgió de
una compleja configuración de significados, conforme yo procesaba lo
que me era transmitido por las instancias de acción pública suya que
pude observar directamente: la comandanta zapatista Esther en el Ajusco
(y en el centro), una mujer indígena haciendo trabajo político en pro de
un conjunto de demandas y principios (estos últimos, de alcance universal o “resonancias posmodernas”). A partir de ahí, construí (recopilé, más bien, entre lo que me llegaba a casa) un mínimo conjunto
paradigmático de datos con fines de investigación, como algo distinto
de un corpus (o caso histórico amplio): una totalidad compleja que fuera
manejable para el estudio de un proceso semiótico dinámico. Los materiales seleccionados tienen por finalidad poder y bastar para (en un
enfoque documental “minimalista”) transmitir ciertos aspectos de una
actuación particular, en algunas de sus múltiples modalidades y en su
cautivante maestría (y misterio y fluidez).
El carácter mixto de los datos puede considerarse una circunstancia beneficiosa, dado el énfasis metodológico que algunos autores po108
Teresa Carbó
nen en el empleo de múltiples perspectivas para alcanzar etnografías
que se anclan en un espacio y en las condiciones estructurales de los
fenómenos (ver Nash 2001: 15, 221; Turner 1987: 79).
El bricolage de datos que sostiene las siguientes observaciones analíticas es éste: cierta cantidad de observación participante en encuentros
públicos, realizada con ánimo etnográfico (no como trabajo de campo en
sentido estricto) en tres grupos pequeños y una concentración masiva. A
ello se añade la experiencia privada de la transmisión por televisión del
acto principal, durante la cual fue posible obtener información sobre la
disposición de los cuerpos en el espacio y algunos criterios generales de
escenificación, mientras iban desarrollándose las actuaciones, observadas en tiempo real a través de no más de tres cámaras fijas en una misma
transmisión para todos los canales de televisión. Además, algo de la
prensa matutina del día siguiente. La Jornada, un periódico nacional de
orientación crítica, es/ha sido claramente simpatizante del movimiento
zapatista desde su inicio. El 29 de marzo, al día siguiente de la visita al
Congreso, publicó un suplemento de aparición no regular, Perfil, que
suele estar dedicado a la reflexión (principalmente) política. Allí se reprodujeron versiones íntegras y literales de algunos de los discursos pronunciados en la solemne ocasión y, en lugar destacado, desde luego, el
de Esther, que había sido el principal.6 De ahí extraje la versión escrita de
su texto con la que trabajo. De las siete fotos periodísticas en blanco y
negro que aparecieron junto a los textos escritos en esa edición específica
de Perfil, seleccioné dos imágenes para esta presentación: la de la portada
y un pequeño “retrato” de Esther al habla.7
6
El discurso apareció en el núm.24, Racismo y mestizaje, 2001, de debate feminista. N. de la E.
7
El conjunto analítico contiene también cuatro imágenes en color. Tres de ellas
sirvieron de portada para tres números sucesivos de la revista Memoria (145, 146 y
147), durante los meses de marzo, abril y mayo de 2001. La cuarta es la fotografía de
portada del número 1271 de Proceso (11 de marzo de 2001), y registra una importante
entrevista del conocido periodista crítico Julio Scherer García a Marcos, realizada en
otra zona rural de la capital, Milpa Alta, el 9 de marzo de 2001, con la cobertura por
televisión de la antigua enemiga de Proceso, Televisa: todo el suceso fue un verdadero
milagro del mundo de los medios masivos posmodernos. En la foto, los dos hombres ocupan un primer plano cercano al espectador, sentados frente a frente con
todo el cuerpo visible: piernas, sillas, posición de las manos, etcétera. El escenario
físico es el patio principal de un edificio colonial, probablemente un convento. Por
tanto, puede decirse que el conjunto analítico completo que considero mi universo
109
desde esta tribuna
A estas alturas es, por lo tanto, bastante evidente que sea lo que
fuere que quisiera yo atestiguar sobre el episodio de contacto visual, el
significado que le atribuyo es una completa reconstrucción, si no es
que una fabricación de pies a cabeza; un efecto ex post, cabe esperar que
“descubierto mediante la acción selectiva de la atención reflexiva” (Turner
1987: 97). A su vez, todos los distintos componentes de este mínimo
paquete analítico son, sin duda, configuraciones. Esos (conjuntos de)
textos verbales y visuales y la conexión entre ellos (invisiblemente) urdida son el resultado de procesos de resignificación que realizaron otras
personas; provienen de las vías de circulación de los mensajes a través
de diferentes medios de comunicación y de (los conjuntos de) transformaciones que así experimentan. En realidad, los datos y el análisis sólo
atestiguan la naturaleza polimorfa y fugaz de las operaciones de creación y recreación de sentido. Esto, sin embargo, no debe ser un obstáculo: el análisis de discurso, la observación etnográfica, (algunos
de investigación incluye varios componentes adicionales y numerosas facetas (reales
o potenciales). Por ejemplo, es posible mostrar el trabajo retórico que se materializa en
la versión periodística del discurso de Esther en La Jornada, donde aparentemente el
editor introdujo la estructura de los párrafos, en comparación con la versión de internet,
que tiene una presentación textual muy diferente. Esta última, que considero mucho
más cercana a los originales de Esther (de los que no dispongo), está toda en mayúsculas, con algunos blancos gráficos, aproximadamente vinculados a un patrón de
puntuación muy simple: comas y puntos. Se puede encontrar en las siguientes direcciones: en español: http://www.ezln.org/marcha/2001328a.es.htm, “Mensaje central
del EZLN ante el Congreso de la Unión, miércoles 28 de marzo de 2001, Comandanta
Esther”; en inglés: http://www.ezln.org/marcha/2001328a.en.htm, “Words of Comandanta Esther at the Congress of the Union”; en italiano: http://www.ezln.org/marcha/
2001328a.it.htm, “Comandante Esther dalla tribuna del parlamento”. Empecé a trabajar con la versión periodística porque fue la primera que llegó a mis manos. Al mismo
conjunto analítico pertenecen respectivos números de dos publicaciones (hasta entonces para mí desconocidas), en las que la Marcha ocupaba la portada, cortesía de un
sobrino mío que estudia arte. Una de ellas, titulada Conciencia, se publica en la capital
de un estado vecino, Tlaxcala, con financiamiento del organismo oficial de atención a
los jóvenes (Instituto Tlaxcalteca de la Juventud); la otra es un trabajo conjunto de
estudiantes de las dos principales universidades de la ciudad de México: la UNAM
(Universidad Nacional Autónoma de México) y la UAM (Universidad Autónoma Metropolitana). Los jóvenes periodistas vienen de las carreras de letras, ciencias políticas,
economía, diseño, sociología y comunicación, a nivel licenciatura. El elocuente título
de la revista es La Guillotina (Exigió lo imposible!); el número en cuestión es el 47, verano
de 2001. No me ocupo aquí de manera explícita de ninguno de estos datos, pero todo
este material ha sido recogido, puesto aparte (como diría De Certeau) y observado, si
no en efecto leído, por la analista.
110
Teresa Carbó
de) los estudios sobre los medios masivos y la historia, todos juntos y
múltiplemente contaminados, pueden fundirse en una disposición analítica de tipo particular. Ello no tiene nada de sorprendente: “lo que
llamamos nuestros datos son en realidad construcciones nuestras sobre
las construcciones de otras personas acerca de lo que ellos y sus compatriotas estarían haciendo”, dice Geertz (1973: 9), y añade:
Nada hay en esto de particularmente erróneo, y en cualquier caso es inevitable.
Pero sí lleva a pensar que en la investigación antropológica hay más actividad
observacional y menos actividad interpretativa de la que en verdad hay. Ya
desde el mismísimo fundamento factual, desde la base de dura roca, si es que
existe alguna, de toda la empresa, estamos explicando: peor aún, ya estamos
explicando explicaciones. Guiños sobre guiños sobre guiños.
Ni modo y que así sea. También puede considerarse que el guiño,
o contacto visual, implica (condensa) un gran volumen de experiencia
compartida o información histórica: los contextos (vistos en plano medio o en relación con los remotos orígenes) del levantamiento, el desarrollo inicial y el seguimiento secuencial del movimiento zapatista desde
su inicio, en enero de 1994, dentro de la muy compleja e interesante
escena política nacional del México contemporáneo. La cantidad de literatura especializada que se ha escrito sobre la rebelión de Chiapas ya es
inmensa, prácticamente inmanejable. Sólo puedo referir a los lectores,
para algunas perspectivas e interpretaciones generales, a unos pocos (e
iluminadores) títulos como De Vos (2002), García de León (1997), Gilly
(1997), Díaz-Polanco (1997), Harvey (1998) y Rovira (1997). Este último se
centra en las mujeres y es muy esclarecedor; De Vos presenta un espléndido estudio histórico de la región entre 1950 y 2000, en el último
volumen de una trilogía que abarca casi quinientos años. Los dos siguientes autores trabajan sobre cuestiones étnicas y estudios campesinos, también con una perspectiva histórica. Los otros dos son excelentes
obras de antropología política: sobre la demanda de autonomía y la
lucha por la tierra como conceptos claves. El conjunto ofrece una sólida
y precisa visión general sobre la rebelión zapatista, desde múltiples
puntos de vista y con una profundidad estructural de larga duración
que hace el asunto más comprensible dentro de su complejidad.8
8
Otros títulos recientes, como Arnson y Benítez (2000) reproducen (y editan,
con un muy agradable sabor oral) las actas de un encuentro (mayormente académico) que fue patrocinado por el Woodrow Wilson Latin American Program y que reu-
111
desde esta tribuna
A ello debe sumarse el trabajo de June C. Nash, una antropóloga del
grupo de Chicago, que inició su trabajo de campo en Amatenango
del Valle, Chiapas, a fines de los años cincuenta. Durante los siguientes
cuarenta años, visitó la zona con regularidad. Alrededor de 1986, empezó de nuevo a hacer trabajo de campo con sus estudiantes por varios
años. Estaba prácticamente allí justo durante los tiempos previos a la
insurrección, y su reciente libro (2001) es una presentación amplia y
precisa de la zona, la gente, las cuestiones involucradas, los conflictos,
los programas oficiales y el lento tejido de nuevas formas de comunicación política y de lucha moral, coincidentes con una migración masiva
y la recreación y el reordenamiento de las maneras sociales. “Estar ahí”,
el epítome de Nash para los estudios de comunidad que la iniciaron en
la práctica antropológica, también se puede aplicar a su haber estado
allí en la ventajosa posición del testigo (Goffman 1959: 9). Gracias a ese
estudio, es posible observar, sin desencanto ni lamentos, lo que ella
llama “contraestrategias indígenas frente a los procesos de globalización”, es decir, las formas de resistencia, nada ingenuas, que adoptan
los grupos étnicos frente a las “instituciones económicas invasoras que
minan [sus] estrategias de subsistencia” (Nash 2001: 247). El libro sitúa
nió, en enero de 1999, una combinación realmente interesante de actores políticos
“pro” y “contra”, algunos de los cuales, como Manuel Camacho Solís, tuvieron
responsabilidades del más alto nivel por parte del gobierno federal en las negociaciones con los zapatistas. Chenaut y Sierra (1995) es una buena selección de textos de
diversos especialistas sobre los distintos aspectos legales de las cuestiones étnicas en
México y América Latina, desde el punto de vista del derecho tanto constitucional
como consuetudinario. Villoro (1999) hace un tratamiento (verdaderamente) filosófico de los temas de la diferencia, la otredad y la pluralidad, a la luz de las luchas
étnicas por el reconocimiento de los derechos políticos, culturales y sociales. Sánchez
(1999) es una buena revisión de las fases históricas del indigenismo institucional
mexicano, así como un seguimiento cuidadoso y esclarecedor de los principales
textos y tomas de postura de los zapatistas sobre el tema de la autonomía. Carbó 1983
presenta un debate de 1952 en el que son claramente visibles algunos rasgos canónicos del tratamiento discursivo parlamentario mexicano del tema de los grupos étnicos.
Carbó (1990 y 1997) ofrecen (respectivamente) un sumario de formas lingüísticas para
definir la “otredad” de los grupos étnicos frente a la así llamada sociedad nacional, y
un panorama del discurso de las políticas mexicanas para los grupos indígenas en el
marco de la retórica oficial posrevolucionaria. Para fines documentales, las
compilaciones publicadas en México por la editorial Era son particularmente cuidadosas y confiables. Tanto Memoria (mensual) como Proceso (semanal) siguieron de
cerca el levantamiento zapatista y sus consecuencias.
112
Teresa Carbó
con claridad las cuestiones de la etnicidad, la autonomía, la diferencia
(y el respeto) dentro de un contexto histórico específico en los Altos y la
Selva de Chiapas, en un mundo neoliberalizante, global e inescapable.
En su lucha por la supervivencia, los grupos étnicos se han globalizado,
y están creando nuevas posiciones sociales y políticas de sujetos. Tal
como lo hizo Esther en la famosa ocasión parlamentaria.
El drama social en la actuación parlamentaria
El concepto de actuación, la ejecución de un drama ritual de significación política y social, tal como es desarrollado por Victor Turner (1987:
74-5), se ajusta muy bien a las múltiples y variadas dificultades que se
me presentaron al ocuparme de la acción simbólica de Esther. La naturaleza problemática de mi postura analítica es más grave porque intento
seguir la resonancia que ella creó en mí como integrante de los públicos
a los que se dirigía. Un impulso analítico de este tipo está por supuesto
cargado de potenciales malentendidos, desde una admiración académica condescendiente ante un trabajo semiótico de primer orden, hasta el
riesgo de simple error al situar o detectar los patrones específicos de
acentuación, prosódica y argumentativa, propios de Esther. El impulso
de trabajo es a la vez personal y profesional, pero la distancia que media
entre las condiciones de vida de Esther y las de una investigadora urbana es inmensa, y aunque ambas personas comparten un cierto espacio
nacional —determinado país—, habitan mundos totalmente diferentes.9
Soy una analista de discurso y he trabajado durante muchos años sobre
el discurso parlamentario para cuestiones indígenas, pero está por
definirse con exactitud la naturaleza parlamentaria de la intervención
de Esther. No soy, sin embargo, una experta en el discurso zapatista,
aunque colaboré con un proyecto de investigación sobre la repercusión
internacional del movimiento zapatista en la prensa de algunas ciuda-
9
Éste es el exacto territorio en el que Vargas-Cetina (2001:69) detecta las diferentes formas de falso reconocimiento en que incurrimos “nosotros los mexicanos” (una
generalización, en mi opinión) “cuando se trata de los pueblos indígenas contemporáneos”. Aunque un poco demasiado severo, y un tanto escéptico, este artículo es
de leerse porque proporciona un ángulo de visión de (algunos aspectos de) la rebelión étnica de Chiapas que rara vez son tratados tan abiertamente.
113
desde esta tribuna
des capitales (Francia, Alemania, México, España, Estados Unidos)
(Huffschmid 2000 y 2001). Pero, y esto es crucial, no soy indígena y mi
lengua materna es el idioma oficial y dominante del país. Además, no
conozco ninguna de las lenguas mesoamericanas de México, alguna de
las cuales debe ser la lengua materna de Esther.
Sin embargo, si hemos de incluir en el objeto de investigación
cuerpos y miradas y otras experiencias aparte de las sólo verbales (tales
como ciertos ecos particulares que forman parte de la respuesta del
propio analista a una instancia dada de acción semiótica pública), quiero dar aquí testimonio de que la actuación de Esther en la escena legislativa tuvo sobre mí (y seguramente sobre otros millones de seres
humanos) un notable efecto curativo. Después de tanto tiempo y tanto
esfuerzo de tanta gente, y a pesar de tan denodada, feroz y mezquina
oposición en todos los niveles de la escena política, allí estaban sin
duda, los mismísimos zapatistas, en el Salón de Sesiones Plenarias de
la Cámara de Diputados, en la tele de todas las casas, por medio de la
voz y la presencia de esta mujer indígena enmascarada, de pequeña
estatura y paso firme, en paz consigo misma y con todos los demás,
que actuaba con un talento sin paralelo.
La capacidad curativa de su aparición pública y su actividad semiótica puede adscribirse a los procesos simbólicos que Turner percibe
en las fases reparadoras de los dramas sociales (negociar, transformar,
cambiar, reconocer los hechos, adaptarse a un nuevo estado de cosas).
En el contexto traumático de la guerra de Chiapas hoy día, la presentación de los zapatistas en el Congreso de la Unión era, ante todo, una
situación no violenta. Felizmente, era un encuentro mutuamente acordado, de naturaleza comunicativa y política, para una confrontación
argumentativa y razonable. El acontecimiento y todo cuanto lo rodeó
lograron una convergencia de fuerzas de la mayor importancia para
México, su cultura política y su tejido social básico. La estructura entera
de un drama social puede verse como “el proceso de convertir valores y
fines particulares, distribuidos entre una gama de actores, en un solo
sistema (que puede ser temporal o provisional) de significado compartido y consensual” (Turner 1987: 97). Esto y nada menos es lo que Esther
consiguió en el escenario: una renegociación de los límites y las identidades de los grupos, una redistribución muy original del derecho a
actuar y de las pretensiones de legitimidad semiótica, en una situación
de (micro)crisis, junto con la creación de nuevos significados y símbo114
Teresa Carbó
los, mediante un trabajo comunicativo público, a la vez observante de
las reglas e innovador (por momentos, cercano a un estatus fronterizo).
El resultado de la fase reparadora, dado que actúa en el idioma
metafórico de un proceso ritualizado (Turner 1987: 75), puede ser “o
bien la integración del grupo social perturbado, o bien el reconocimiento y la legitimación sociales de un cisma irremediable entre las
partes contendientes”. En realidad, en cualquier punto del tiempo (y
del espacio) los resultados pueden ser numerosos, conforme se van
produciendo bifurcaciones sobre bifurcaciones en las múltiples y crecientes redes de acontecimientos que constituyen cualquier instancia
particular de actividad semiótica. Esto permite (autoriza) al etnógrafo,
al analista de discurso, al semiótico y al antropólogo social “congelar”
cierto ángulo o “toma” (Becker 188: 24), un punto de vista dentro de un
universo inmensamente complejo e inabarcable de fenómenos
interconectados (Nash 2001: 272). La toma, o sede de la observación,
puede muy bien ser aquella que se le presentó a la ahora-analista en su
vida cotidiana; y es uno, sólo uno, de la miríada de posibles enfoques
ante el acontecimiento. El curso de las cosas, o su trama, continúa y
evoluciona como y donde le es posible, siguiendo líneas de indeterminación en la vida social y semiótica (Moore 1975: 219), mientras los
participantes ponen en acto una lucha continua por los significados y
los mensajes. En el Chiapas actual la guerra semántica (Barthes 1984) es
por cierto enconada, a menudo mortífera, y la cantidad de energía que
los zapatistas han dedicado a las luchas semióticas (la creatividad literalmente vital del movimiento en la esfera de prácticas significantes de
amplio alcance y múltiple resonancia) no es gratuita.10 Los fenómenos
de comunicación tienen una importancia crítica para las posibilidades
de mera supervivencia del zapatismo, de trasponer el aislamiento, con
graves necesidades materiales y en el marco de una decidida militarización invasora y hostil (ver Nash 2001: 272, n. 8).
10
Algunos aspectos de la interesantísima vertiente semiótica de la lucha de los
rebeldes por obtener reconocimiento y autonomía se examinan en Belausteguigoitia
Rius (1995, 1998, 2001), Mier (1995), Rajchenberg y Héau-Lambert (1996), Peña-García
(2000), Emilsson y Zaslavsky (2000), Zaslavsky (2000), Huffschmid (2000, 2001), Rovira (2001),
Carbó (2002),Gutiérrez (2002), Hernández (2002), Moreno (1998), Ruiz (2002a, 2002b),
Vanden (2001, 2002). Aunque cabe pensar que la importancia de las prácticas significantes
en el movimiento zapatista y su transformación e intenso despliegue mediante operaciones estratégicas pudieran haber tenido mayor eco en los campos académicos.
115
desde esta tribuna
Frente al efecto de fijación que una toma determinada produce,
conviene subrayar el carácter procesal de los acontecimientos. Al respecto, me gustaría (re)deferir a Sally F. Moore y June C. Nash, y evocar
el énfasis que ellas ponen en la crucial importancia del tiempo en las
prácticas etnográficas, y la necesidad de un concepto del tiempo modulado de manera flexible, si uno quiere lograr descripciones matizadas y
densas.
La vida social presenta una variedad casi infinita de situaciones finamente
distinguibles y todo un despliegue de situaciones bastamente diferenciadas.
Contiene también campos donde la competencia es continua. Procede dentro
del contexto de un conjunto siempre variable de personas, en momentos cambiantes en el tiempo, en situaciones que se transforman e interacciones parcialmente improvisadas. Existen reglas, costumbres y marcos simbólicos
establecidos, pero éstos operan en presencia de zonas de indeterminación o
ambigüedad, de incertidumbre y manipulabilidad. El orden nunca se impone
del todo, ni podría hacerlo. Los imperativos culturales, contractuales y técnicos siempre dejan brechas, requieren ajustes e interpretaciones para ser aplicables a las situaciones particulares, y están ellos mismos llenos de ambigüedades,
inconsistencias y a menudo contradicciones (Moore 1975: 220).
La argumentación entera donde aparece esta aseveración, toda la
exposición de la autora sobre la naturaleza paradójica de la intervención
analítica, tiene particular relevancia para los problemas conceptuales de
la actuación de Esther, y de las recepciones que esa actuación se propuso y proyectó. Por su parte, June Nash (2001: 221), al ocuparse específicamente del levantamiento zapatista, dice lo siguiente: “La fluidez de la
condición humana puede captarse para cada momento en un continuum
[red o terreno, sugeriría yo] espacio-temporal, de manera tal que ilumine las fuerzas en operación”.
Esther bajo los reflectores
En este análisis, Esther es el foco principal. Considero mi tarea como
un intento personal, fragmentario, de “ponderar [sus] propios recursos
y [sus] fundamentaciones de creencias y acciones, y la manera en que
éstas se comunican a grupos más amplios” (Nash 2001: 222). Sería mi
(muy ambicioso) objetivo articular (algo de) la teoría de Esther sobre el
drama social; mostrar que la tiene en efecto y la despliega en su desempeño, en lo que efectivamente dice y hace. Pero parecería necesario
mucho más contexto del que puedo proporcionar en este espacio para
116
Teresa Carbó
entender la amplia y compleja gama de los muchos aspectos de la actuación pública de Esther. Por ejemplo, como mujer indígena, el mero
hecho de que la responsabilidad comunicativa recayera sobre ella para
esa ocasión debe apreciarse sobre el telón de fondo de lo que sólo recientemente está dejando de ser el comportamiento comunicativo característico de las mujeres indígenas: un silencio público virtualmente
total. La comandanta Esther, oradora notable, es hasta donde se sabe de
origen tzeltal; su porte físico sugiere que tiene veintitantos años (tal vez
un poco más), y su desempeño comunicativo en espacios públicos es
altamente eficaz. Ésta es toda la información disponible, dado que se
trata en efecto de una indígena rebelde no identificada, en este caso
encargada de una tarea específica que contó (por el día) con el pleno
reconocimiento legal oficial del gobierno mexicano.
En el encuentro parlamentario, Esther tuvo locación inicial. El suyo
fue el primer turno discursivo sustantivo, una vez concluido el elaborado protocolo de entrada, instalación y bienvenida. Su primer macro
acto de habla (párrafos 1-12/102) se dedicó a una tarea de alto riesgo,
soberbiamente resuelta. A saber, presentarse como portavoz del mensaje
oficial del CCRI (Comité Clandestino Revolucionario Indígena) del EZLN
y, a la vez, aludir directamente al tema de por qué era ella y no el
subcomandante Marcos, la encomendada con esa tarea; contra las expectativas de todo el mundo, a las cuales hizo específica referencia.
Sabemos que nuestra presencia en esta tribuna provocó agrias discusiones y
enfrentamientos. Hubo quienes apostaron a que usaríamos esta oportunidad
para insultar o cobrar cuentas pendientes y que todo era parte de una estrategia para ganar popularidad pública. Algunos habrán pensado que esta tribuna
sería ocupada por el Sup Marcos y que sería él quien daría el mensaje central de
los zapatistas. Ya ven que no es así (párrafos 4 y 7, versión de La Jornada).
Por respeto al Congreso y al encuentro que se estaba celebrando,
explicó, no habían elegido como representante en esa tribuna a un miembro del ejército rebelde. El subcomandante Marcos es sólo un jefe militar y ellos, los comandantes indígenas, son la legítima y más alta
autoridad civil, la dirección del movimiento rebelde. Ése fue su mensaje, claro, pragmáticamente subrayado, relativo a las controvertidas cuestiones de la dirección indígena/no-indígena y del peso relativo de los
sectores militar/civil dentro del movimiento.
En la misma zona textual de fase inicial dio todavía otro paso
discursivo inesperado: reconoció explícitamente el valor simbólico de
la tribuna (el elemento de mobiliario físico), la exacta locación espacial
117
desde esta tribuna
desde la cual hablaba, admitiendo que el acceso a “la tribuna” había
sido motivo de una ardua lucha por parte de los zapatistas y de una
intensa oposición por parte de otros sectores de la escena política nacional. También identificó su propia presencia y tarea comunicativa como
un “símbolo”.
Esta tribuna es un símbolo. Por eso convocó tanta polémica. Por eso queríamos hablar en ella y por eso algunos no querían que aquí estuviéramos. Y es un
símbolo también que sea yo, una mujer pobre, indígena y zapatista, quien
tome primero la palabra y sea el mío el mensaje central de nuestra palabra como
zapatistas.
Esta referencia casi brechtiana al uso deliberado que los zapatistas
hacen de los espacios institucionales y los recursos simbólicos constituye otra vuelta de tuerca en el ejemplo político que se podía considerar
que los zapatistas estaban brindando (tácitamente) a su público específico (los legisladores). Como tal, también es prueba de que éstos son
tiempos de “efervescencia social”, como Turner (2001: 77), siguiendo a
Durkheim, los llama; cuando las posiciones relativas de los actores y
sus límites se negocian y transforman siguiendo nuevas líneas de fuerza en el trazo de las alianzas.
Durante su actuación en la sala de sesiones, Esther mantuvo un
control expresivo impecable; ni una sola nota en falso perturbó el tono
de su presentación; estaba claro que había gozado de una dirección
escénica más que adecuada (Goffman 1959: 52). El manejo de miradas
que exhibió la comandanta no fue demasiado elaborado, y ello resultaba
razonable, dadas las condiciones materiales en las que se desenvolvía.
Esther estaba de pie, en una posición aislada, plenamente visible, sus
pies calzados con huaraches o algún tipo de zapatos bajos (sin tacones,
calcetines ni medias), frente a un podio que resultaba demasiado alto
para ella y sobre el que había dos micrófonos. Se mantenía erguida y
alerta sin ninguna tensión perceptible. Cuando alzaba la cabeza y los
ojos (y algo de la parte superior del torso), en los finales de las unidades compositivas comunicativas, su mirada era de nuevo firme y clara,
enfocada en la distancia pública de fase cercana, según Edward T. Hall
(1982: 123), entre 3.5 y 7.5 metros. Mientras hablaba, una de las cámaras
hizo varios acercamientos a la zona de sus ojos. Por lo que se podía
apreciar en la transmisión televisiva, es posible que tuviera a algunos
legisladores (sólo unos pocos) frente a ella, a una distancia social de
fase lejana, 2 a 3.5 metros (Idem: 122), a los que tal vez dirigía más
específicamente algunas partes de su discurso.
118
Teresa Carbó
Gracias a la presencia de un muy buen sistema de sonido, su
modulación vocal no requirió esfuerzo para sostener el volumen ni una
pronunciación particularmente marcada (como en el Ajusco), de modo
que su melodía comunicativa personal resultaba perceptible y, una vez
más, convincente. Aunque a veces se notó que sus acentuaciones retóricas no correspondían exactamente al patrón sonoro del discurso público en español estándard, la musicalidad de su producción vocal era
agradable de oír. En todo caso, me pareció que cierta monotonía llegó a
imponerse en algunos tramos de su discurso, en la zona media, aunque
no se ha hecho aún el estudio de su prosodia en español.
La fotografía 1 apareció en la página ii (de viii) del Perfil del 29 de
marzo. No es particularmente elocuente, pero da cierta sensación
volumétrica de Esther, junto con una idea básica de su apariencia en el
momento del habla. También es prueba del tributo que la visión periodística rinde a la convención del yo-como-personaje (Goffman 1959: 252),
es decir, una especie de psicobiología de la personalidad que asigna
(predominantemente) a la parte superior del cuerpo el valor de yo (mismo). Esta noción, que busca la “individualidad”, es particularmente
inadecuada en el caso de individuos cuyos rostros, precisamente, entre
todos los elementos que componen la parte superior del cuerpo, están
cubiertos. Sin embargo, un cuerpo y una cabeza vivos y comunicantes
nunca pierden del todo la expresividad. Como se ha señalado, ésta se
traslada (y se concentra) en las áreas de la cara que quedan desnudas.
En la fotografía, Esther levanta los ojos de lo que está leyendo, pero no
mira a la cámara. En la toma ligeramente oblicua es bien visible su área
ocular (incluidas las cejas y el puente de la nariz). No hay agitación en
la superficie de sus rasgos; todo parece en su lugar, alerta y enfocado;
también tranquilo y cauteloso. En términos de atavío, la opción se situó hacia el extremo formal del espectro; Esther llevaba un atuendo
étnico completo: blusa, falda y quesquémetl o chalila, un conjunto sin
duda demasiado abrigado para el recinto, pero que inequívocamente
procedía de los fríos Altos de Chiapas. Ninguna concesión a la forma
“occidental” de indumentaria fue visible en el caso de Esther, aunque
algunos de los otros comandantes (varones) llevaban gorra encima del
pasamontañas.
La naturaleza parlamentaria precisa del acontecimiento en el que
los zapatistas fueron recibidos era una solución inteligente (cuyo origen
o autoría se ignora) a un impasse de procedimiento (entre tantos otros,
119
desde esta tribuna
de todo tipo, origen y nivel). Los zapatistas habían pedido un encuentro con “el Congreso (de la Unión)” (sin más condiciones públicamente
conocidas, pero...). El gobierno tuvo una línea de conducta confusa,
obviamente dividido en bloques, líneas y sectores opuestos, mientras
el aparato político partidario mostraba en la escena nacional una situación volátil y muy complicada, y existía siempre el riesgo de que la
movilización de masas en la ciudad capital escalara. Cuando el tiempo
ya casi se acababa, el PRD, Partido de la Revolución Democrática, oposición de izquierda, y algunos —numerosos— diputados del viejo y conocido PRI, Partido Revolucionario Institucional, lograron vencer en la
votación al partido en el gobierno, el PAN. En el último minuto, los
comandantes rebeldes visitantes fueron invitados a una reunión conjunta de las dos comisiones encargadas del análisis de la Ley de Derechos Indígenas: una de Asuntos Indígenas y la otra de Estudios
Constitucionales; es decir, a un supuesto encuentro a puerta cerrada,
aunque fue transmitido en vivo en cadena nacional. Esto también es un
buen indicio incidental de la medida en que la paradoja como principio
práctico, constitutivo, permea la política mexicana incluso en su funcionamiento institucional, oficial. Por su parte, los zapatistas, con infalible buen sentido semiótico, prefirieron la fuerza tangible de un espacio
físico (el salón de sesiones plenarias de la Cámara de Diputados) antes
que una discusión sobre el estatus jurídico del encuentro. Aceptaron la
invitación. Así, algunos expertos juristas (un poco demasiado) puntillosos del partido en el gobierno, y todos aquellos que detestan la idea
de ver a “una bola de indios alzados” en el Congreso tuvieron la satisfacción formal de que no se violaba la Constitución al dar la palabra a
oradores que no eran legisladores en ese (solemne) territorio de naturaleza institucional.
La semiótica zapatista
Llevar hasta el límite el trabajo semiótico ha sido característico de la
lucha zapatista. A este respecto, la presencia de Esther en el Congreso
no fue una excepción. En esa misma ocasión, tuvo lugar otra instancia
de la manera creativa en que los zapatistas conciben y emplean las potencialidades del sistema. La fotografía 2 muestra a los comandantes
cantando el Himno Nacional en la clausura de la ceremonia parlamentaria: su saludo, con la mano izquierda en ángulo a la altura de la sien,
120
Teresa Carbó
es militar, y no civil (que hubiera requerido el brazo derecho doblado
horizontalmente con la mano cruzada a la altura del corazón); pero claro: se trata de insurrectos. Ofrecen sus respetos a uno de los símbolos
nacionales más hondamente arraigados en la práctica civil de la sociedad mexicana, y lo hacen a su propio modo, no autorizado. Se puede
decir que cumplen las reglas a contrapelo, y así actúan sobre (y contra)
muchas de las prácticas y rutinas del estilo mexicano de dominación
política. Si suponemos que el saludo es una puesta en escena militar
del patriotismo, entonces los zapatistas logran actuar lo que son: una
nueva forma de rebelión étnica armada, con múltiples facetas y recursos inesperados, en grave confrontación con el estado de cosas establecido.
Es también novedosa su lectura auto-constructora de la épica nacional. El zapatismo declara y reclama como su fundamento la continuidad histórica con una determinada tendencia revolucionaria
campesina dentro de la historia mexicana del siglo XX e incluso antes.
El general Emiliano Zapata y su lucha por la tierra (y las formas campesinas de vida social y régimen de gobierno) son desde luego una fuente
de inspiración central, pero hay otras, desde la guerra de independencia (Morelos, Hidalgo) en el siglo XIX, hasta, más profundamente aún,
antiguas costumbres, creencias y modalidades expresivas étnicas propias de Mesoamérica (ver Gilly 1997 y Rajchenberg y Héau-Lambert
1996). Como movimiento armado, no son particularmente militaristas y
siempre han insistido en su esperanza de desmantelar su actual forma
insurreccional, cuando la rebelión ya no sea necesaria para hacerse ver
y oír. Los zapatistas, y vale la pena insistir en ello, no son terroristas de
ninguna especie. Son rebeldes armados de un peculiar género humanista, que característicamente han apelado a la razón en las cuestiones
conflictivas y a la acción simbólica como forma preferida de intervención política.
El 1º de enero de 1994, con ocasión de su primera aparición pública y declaración de intenciones, los zapatistas sólo llevaron a cabo, desde un punto de vista estrictamente militar, unos pocos actos de
“propaganda armada” (como un viejo paradigma los habría calificado),
muy impresionantes y eficaces, de nivel regional. Desde luego, tuvieron un costo en vidas, aunque todo obedeció a una cuidadosa planeación,
en la que se desempeñaron con precisión y éxito notables. Literalmente
tomaron por asalto todas las cabeceras municipales importantes de la
121
desde esta tribuna
región, y desde allí lanzaron su Primera Declaración de la Selva
Lacandona. Después, se retiraron a posiciones no reveladas, en las Montañas del Sureste Mexicano. En mitad de la celebración del Año Nuevo, los mexicanos de las ciudades y el resto del mundo quedamos
pasmados. Su entrada en escena fue abiertamente teatral, y el momento elegido se ajustó puntualmente al ingreso oficial de México en el
TLCAN (y al estilo-de-vida-del-Primer-Mundo para-todos-nosotros parasiempre-jamás, y otras sólidas seguridades ofrecidas por el entonces
presidente Carlos Salinas de Gortari). Lograron abrir un canal comunicativo y empezaron a hacer uso de él mediante el extenso, argumentativo
y poderoso texto de declaración de guerra y de principios políticos (ver
EZLN 1994: 33-5).
El diseño de la página del Perfil de La Jornada en el que apareció la
fotografía 2 merece cierta atención. El título está situado en el borde
inferior, colocación que no es poco habitual, y aunque el mensaje lingüístico no se presenta en tipografía de gran tamaño, su contenido y su
forma sintáctica (“Llegó al Congreso la palabra verdadera”) son interesantes. Verbalmente, los zapatistas no están nombrados de manera directa; se les asimila a una entidad abstracta, positivamente valorada: “la
palabra verdadera”. Ello es un claro eco tanto del discurso de Esther en
la ocasión, como de la conocida reapropiación zapatista de una antigua
forma tzeltal de auto-identificación grupal (“los hombres verdaderos”,
“los que hablan una palabra verdadera”), nuevo ejemplo de cuán activo
está el pasado en la lucha semiótica de los grupos indígenas mesoamericanos contemporáneos (ver Nash 2001: 235). En el nivel de la estructura de la frase, el orden sintáctico preferente del español (SVO) se invierte,
con el verbo en una estructura preposicional y la expresión locativa (el
Congreso) en lugar inicial, lo que subraya la naturaleza casi inalcanzable de esa posición de habla.
Sin embargo, por muy lejano e improbable que tal acontecimiento
pudiera parecer, según los ecos producidos por el orden sintáctico, la
foto atestigua que sí ocurrió, después de todo. La cámara logra encuadrar a siete comandantes desde una posición oblicua, elevada y presumiblemente distante (aunque sólo se distingue confusa o mínimamente
a los individuos situados en la esquina superior izquierda e inferior
derecha), que es la dirección en la que corre la línea que define la composición entera de la imagen. Esther se encuentra exactamente en el
medio de ellos, y prácticamente ocupa el centro geométrico de toda la
122
Teresa Carbó
página. La blancura de su atuendo tradicional femenino aumenta el
efecto de focalización.
Para un lector habitual del periódico, un posible itinerario de lectura de toda la portada puede iniciar con una breve ojeada de abajo
hacia arriba para simplemente constatar la presencia del encabezado
estándard del suplemento. Una vez resuelto eso, la unidad inmediata
siguiente de aprehensión es el recorrido visual de los comandantes a lo
largo de la línea estructural descendente, con un alto involuntario (un
close-up, de formato pequeño) en el sexto individuo, con quien el espectador se encuentra de pronto en marcada cercanía, casi intimidad. De
ahí, la mirada se traslada al texto verbal en el margen inferior. Y luego,
cuando ha concluido el desciframiento del mensaje verbal, un rasgo
textual “dado” dentro de él promueve un “cierto” trecho visual subsecuente. Me refiero al hecho de que “verdadera”, último elemento léxico
de la frase, es un adjetivo que bien puede aplicarse a un individuo
humano del sexo femenino. La posibilidad de esta identificación semántica se añade a la “naturalidad” del movimiento de lectura que regresa desde el extremo inferior derecho de la página y sube hacia el
centro del escenario/página, donde se encuentra (con) Esther. El proceso de aprehensión hace, pues, una última parada en su pequeña figura,
resuelta y bien definida.
En la lengua dominante
Durante el transcurso de todo su desempeño parlamentario, Esther actuó en español, y lo hizo con notable eficacia. Leyó de hojas sueltas
(papel blanco tamaño carta), más al estilo de un político que en el caso
del resto de los mítines de la Caravana (incluido el del Ajusco), donde
todos los comandantes (también Esther) llevaban cuadernos escolares
(un tanto maltratados) con espirales de plástico y pastas de cartón. Mientras Esther leía en el Congreso, ciertos movimientos expresivos de cabeza y ojos fueron puntuando la materialización de variadas unidades
semánticas y niveles de enunciación en su oratoria, a la cual mantuvo
todo el tiempo en clave media, con un código de énfasis más sutil que
fuerte. De hecho, se desenvolvió como si siempre hubiera poseído esa
soltura, y como si nunca hubiera tenido que “abrirse paso a trompicones
a través de un periodo de aprendizaje” (Goffman 1959: 47). El español
es segunda lengua para Esther, debemos recordar, aunque la calidad de
123
desde esta tribuna
su actuación fue tal que, poco después de concluida la escena, se la
comenzó a identificar como maestra, es decir, como parte del sector
más bilingüe de los grupos étnicos.11 Desde un punto de vista teatral, su
condición de portadora de una palabra colectiva fue confirmada por
su persona enmascarada y su particular aplomo. Y a la vez, logró actuar
un yo (¿su yo (misma)?) “presentado mediante una actuación que rompe
los papeles establecidos [...] y que declara ante un público determinado
que uno ha experimentado una transformación de estado y de estatus, se
ha salvado o condenado, elevado o liberado” (Turner 1987: 81). Desde otro
punto de vista convergente, también se la puede considerar como un
individuo “que ocupa temporalmente una posición, en un acontecimiento que implica inversión y cambio de los marcos y símbolos sociales y
culturales”, y que genera “formas sociales en el proceso de remplazar las
reglas o formas existentes por nuevas reglas o formas (es decir, el paso de
un tipo de ordenamiento determinado a otro)” (Moore 1975: 228-9).
El hecho de que el español sea la lengua de comunicación pública
de Esther y que lo emplee con tanta naturalidad comunicativa produce
una inversión nítida de la evidencia acumulada de datos sobre el discurso-parlamentario-sobre-asuntos-indígenas con el que trabajo (Carbó
1996, vol. 2). Hay muchas ocasiones en la práctica parlamentaria en que
los grupos étnicos y su contribución específica a la identidad nacional
mexicana son mencionados, invocados y celebrados, aunque ni remotamente son tantos los casos de personas indígenas físicamente presentes
en la Cámara. Sucedió, por ejemplo, el 12 de octubre de 1940, en el
último año del periodo presidencial de Lázaro Cárdenas, cuando se
celebró el aniversario oficial del descubrimiento de América por Colón
con una sesión solemne del Congreso de la Unión en reconocimiento a
la política de “rehabilitación de los indígenas” seguida por el presidente. Un discurso en náhuatl (en realidad, en “idioma azteca”) añadió su
11
“Una escena correctamente representada y actuada lleva al público a imputarle un yo al personaje representado —esta imputación, este yo, es un producto de la
escena que resulta de ella, y no es su causa” (Goffman 1959: 252, cursivas del original).
La cita resuena de un modo extraño ante la aparición enmascarada de Esther. ¿Qué
yo es su yo (misma) detrás de la máscara? Si se la quitara ¿cuánto más sabríamos? He
ahí el juego de imbricaciones de las cajas chinas, aunque sólo sabemos lo que los
zapatistas nos hacen saber: Esther es una mujer indígena en armas, que habla en
nombre de muchos otros. Eso debería bastar.
124
Teresa Carbó
pauta sonora a la solemne (y devota) ceremonia. Una transcripción, de
dudoso estatus ortográfico, apareció en el Diario de Debates, seguida de una
(auto-denominada) traducción, proporcionada por el mismo individuo,
un diputado de origen no precisado (dentro de la sesión), probablemente un mestizo. Según su propia versión española del “idioma de
los indígenas” (así nada más, sin ninguna marca visible de inclusión
del propio hablante), el hablante transmitió los contenidos ideológicos de los dominadores en un idioma mesoamericano que sin razón
expresa resultó que él hablaba. Dedicó la mayor parte de ese privilegiado turno discursivo a agradecer efusivamente a Cárdenas por haber “rescatado” a los pueblos indígenas de cuatrocientos años de olvido.
Ese diputado bilingüe parecía encontrarse allí simplemente como
contraprueba de una exclusión sistemática, una presencia sólo un poco
más activa que la que se otorgó, unos dos años más tarde, a los representantes de diversos grupos étnicos, cuando la presión de Estados
Unidos sobre México durante la Segunda Guerra Mundial cobraba ya su
cuota en cuanto a escenificaciones rituales de valor ideológico e intención política. La sesión parlamentaria del 24 de diciembre de 1942 se
consagró a un homenaje del Congreso “al indio mexicano” (literalmente: forma masculina, definida, singular), frente a ese “perturbado individuo en Europa que sostiene teorías racistas contra la democracia en el
mundo”. Durante todo el homenaje, los individuos étnicos que según
reporta el Diario estuvieron presentes guardaron completo silencio; fueron gráficamente invisibles (Carbó 1988). Esther, por su parte, apeló al
español, idioma oficial y dominante en el México contemporáneo, emblema de la ocupación colonial y del subsecuente control oficial en manos
de los otros. Utilizó el español, como los demás comandantes zapatistas
habían estado haciendo a lo largo del itinerario de la Caravana, para
transmitir lo que ella/ellos quería/an hacer llegar a un público inmensamente variado, en encuentros públicos de tipo cara-a-cara y también de
circulación electrónica potencialmente ilimitada.
Movimientos estratégicos
En cuanto a las tareas propiamente parlamentarias, la aprobación del
proyecto de Ley de Derechos Indígenas no era el objetivo principal de
Esther; su intervención no se proponía realmente persuadir a los diputados de que votaran esa propuesta, ni debe medirse en esos términos su
125
desde esta tribuna
éxito o fracaso. Después de lo difícil que había resultado simplemente
llevar a los zapatistas hasta el Congreso (junto con otros signos negativos
en la escena política), se pensaba (tácitamente) que la versión de ley que
el zapatismo impulsaba no sería aprobada en la Cámara (como no lo fue,
a mediados de agosto del mismo año). Los rebeldes estaban —habían
estado— trabajando en términos de otros objetivos y procedimientos:
sobre el supuesto de que la verdadera lucha corresponde a la sociedad
civil y no a las estructuras políticas en un sentido tradicional. Por lo
demás, estas estructuras, al igual que el poder legislativo en un régimen
abiertamente presidencialista, ya atravesaban en 1994 una creciente crisis
de legitimidad. La intervención de Esther en marzo de 2001, si algo
hizo, fue contribuir a la profundización de esa “falla”, la fisura irreversible entre un aparato político dominante y obsoleto y un conjunto de
movimientos y demandas de base que plantean una resistencia crítica.
Esther libra hábilmente una batalla (no sólo) semiótica contra el estado de cosas prevaleciente, y se asegura de que su mensaje llegue a
destino, tanto a través de sus palabras como de su comportamiento no
verbal, negando, entre otras cosas, el derecho exclusivo de los diputados
y senadores de aprobar leyes socialmente aceptables y justas. Para el
logro colectivo de instrumentos legales, argumenta la comandanta, también deben ser escuchadas las voces de otros participantes, como los que
ella representa ese día. Su cuerpo la acompaña cuando así actúa, con
aplomo y fuerza, en contra de los fundamentos ideológicos mismos del
Congreso como única institución autorizada para establecer principios y
normas aceptables de comportamiento social. Esther logra esto mediante
varias jugadas estratégicas diferentes, vinculadas entre sí.
En el texto verbal, su segundo macro acto de habla (párrafos 13-22/
102) fue un comentario extenso sobre la institución parlamentaria, los
valores de igualdad, justicia y sabiduría que se suponen allí prevalecientes, la ausencia de temor (al castigo o a la muerte) con la que los
legisladores pueden expresar sus propias opiniones libremente, incluso si éstas difieren de las de otras personas, en notorio contraste con la
suerte de los dirigentes campesinos e indígenas presos o asesinados (a
quienes ella rindió homenaje en su texto). En suma: Esther desplegó un
amplio conocimiento (idealizado) de los principios que se supone dan
fundamento a la institución legislativa, y, en cierto sentido, llegó a sonar como una auténtica habermasiana cuando describía los atributos y
tareas parlamentarias como un ejercicio de argumentación racional e
126
Teresa Carbó
incluyente, un encuentro basado en la plena democracia de pensamiento y de palabra.
Hace unos días, en este recinto legislativo, se dio una discusión muy fuerte y,
en una votación muy cerrada, ganó la posición mayoritaria. Quienes pensaron
diferente y obraron en consecuencia no fueron a dar a la cárcel, ni se les
persigue, ni mucho menos fueron muertos. Aquí, en este Congreso, hay
diferencias marcadas, algunas de ellas hasta contradictorias, y hay respeto a
esas diferencias (párrafo 13).
Nada dijo sobre la conocida y más que imperfecta práctica de las
responsabilidades legislativas en el México presidencialista (ver Carbó
1987). Lo que Esther necesitaba, por lo menos en lo tocante a la definición inmediata de la situación, era una imagen ideal del parlamento, en
la que su público directo pudiera cómoda o virtuosamente imaginarse
incluido. Además, su detallado conocimiento de cómo debía ser una
Cámara servía para comprometer a su público en un acuerdo tácito
sobre aquellos principios, consenso que con seguridad habría de ser
válido también para la presente y compartida ocasión.
Esta atmósfera de entendimiento cívico generalizado constituyó
un logro excelente; más aún ante lo que todavía estaba por venir en el
mismo encuentro. En locación final en el nivel de su intervención completa (párrafos 77-86/102), Esther llevó a cabo otro notable acto de habla,
de naturaleza inesperada en el escenario dado, pero íntimamente asociado a las complejas bases para la construcción de su identidad que
habían permitido a los zapatistas llegar hasta allí. Se trató de un acto de
habla típicamente militar: el anuncio de una tregua y, en concordancia
con ello, la emisión de instrucciones a sus subordinados, específicamente al subcomandante Marcos, sobre ciertas posiciones en la zona de
conflicto, de las que el ejército federal acababa de retirarse, siguiendo
instrucciones del presidente Fox. Al replicar (es decir, repetir y responder) al acto del presidente de la República, Esther se iguala con ese
puesto supremamente elevado en el régimen político. Al actuar en un
escenario social de carácter institucional y naturaleza quintaesencialmente
civil, bajo el control legal exclusivo del “equipo contrario” (Goffman
1959: 92), Esther forzó los límites lo más posible, tomando en cuenta el
hecho de que su posición de habla real en ese momento particular la
hacía virtualmente intocable, sin importar lo que dijera (ni más ni menos que un legislador, por una vez).
Primero. Ordenamos al compañero Subcomandante Insurgente Marcos que,
como mando militar que es de las fuerzas regulares e irregulares del EZLN, dis127
desde esta tribuna
ponga lo necesario para que no se realice ningún avance militar de nuestras
fuerzas sobre las posiciones que ha desocupado el Ejército Federal, y que ordene
que nuestras fuerzas se mantengan en sus posiciones actuales de montaña.
El cuidado visible que los zapatistas habían puesto en la escenificación específica en el Congreso de la Unión no fue ninguna sorpresa.
June C. Nash (2001: 240-3) categóricamente los declara no sólo muy aptos en términos simbólicos, sino claros ganadores en su lucha con la
burocracia oficial por los espectáculos en espacios públicos. Cita a este
respecto la magistral utilización que hacen los zapatistas de los zócalos,
siempre que han tenido acceso a ellos, y considera que el gobierno
recurre a un mayor (y creciente) control militar, debido a su incapacidad (la de la parte oficial) para la guerra semiótica.12 Creo posible explorar la configuración propia de un régimen discursivo zapatista con la
idea de que su conducta comunicativa introduce una carga renovada de
densidad semiótica vital (de naturaleza, en última instancia, vida/muerte), en un discurso público por lo demás inane. Logran así provocar
cambios, transformaciones y reacomodos en el orden social. Es notable
también su capacidad para crear configuraciones significantes
novedosas, es decir, para exhibir conjuntos sincréticos de significados
y mensajes que no se habían visto antes en la escena política mexicana.
Por ejemplo, en el Congreso Nacional Indígena convocado por los
zapatistas en enero de 1996 y bautizado por el comandante Tacho como
“Fiesta de la palabra”, la escolta de seguridad de los veinticuatro comandantes que asistieron estaba formada por mujeres (Nash 2001: 151),
invirtiendo así todas las figuraciones estereotipadas sobre la fuerza y la
debilidad relativas de la identidad femenina y masculina. Diversas experiencias organizativas en la región han contribuido a esa competencia
comunicativa, aumentando la permeabilidad de las fronteras discursivas
y ampliando los horizontes expresivos de los indígenas. Las cooperativas de tejedoras, por ejemplo, fueron discursivamente cruciales, y la
teología católica de la liberación, considerada por Nash (2001: 227) y
otros como “el alma del movimiento subregional”, les proporcionó experiencias de hermandad y acción comunitaria, a la vez que fuerza espiritual y moral. Desde su herencia maya hasta las confrontaciones
12
Sobre la entrada de la Caravana zapatista al zócalo de la ciudad capital y el
itinerario seguido por las calles del centro histórico (el mismo del Ejército Libertador
del Sur), véase Arango 2002.
128
Teresa Carbó
significantes locales y regionales, los zapatistas se han mostrado afectos
a las paradojas, las inversiones, las metáforas y los paralelismos retóricos.
Lo que estaba —está— en juego para ellos, y no sólo en este encuentro específico con los legisladores, es la construcción de bases para
“una definición de la situación” a escala nacional en la escena política
mexicana. Les preocupaba/preocupa específicamente “definir la naturaleza de la relación de los actores involucrados en la interacción” (Goffman
1959: 4, n. 3), en este caso, los grupos étnicos y las instituciones mestizas de poder. También el marco de cierto tipo de interacción: la que se
“establece [...] para expresar diferencias de opinión” (Idem: 10, n. 7). En
conjunto, y según Goffman (1959: 9-10; cursivas mías), mantener un
acuerdo de superficie, un “venero de consenso”, es una tarea necesariamente colectiva. “Juntos, los participantes contribuyen a una única definición general de la situación que involucra no tanto un acuerdo real
sobre lo que existe, sino más bien un acuerdo real sobre cuáles demandas
relativas a qué asuntos se habrían de atender en ese momento”.
Las mujeres indígenas toman la palabra
Esther, sin duda, tenía mucho que decir respecto a cuál agenda (y la de
quiénes) era la que tocaba en esa ocasión. Además del segmento
discursivo (casi una cátedra) sobre la economía política de la palabra (si
ésta emana de privilegiados contextos institucionales como el Parlamento o de otros), Esther también hizo muy buenos señalamientos,
tanto narrativos como argumentativos, sobre la cuestión de las mujeres, durante el largo tramo de su discurso que estuvo destinado al
tema (párrafos 38-68/102). El campo (feminismos, estudios de mujeres y
de género, y zapatismo) se ha convertido en toda una formación
discursiva, y es correcto que así sea. La bibliografía anexa incluye sólo
algunos de los títulos que, en mi opinión, representan mejor la complejidad de una perspectiva de género ante las demandas étnicas y campesinas, junto con la aplicación generalizada, en las zonas rebeldes y
fuera de ellas, de conjuntos de “usos y costumbres tradicionales”, no
necesariamente exentos de formas patriarcales de dominación.13
13
Todo el libro de Hernández Castillo es una buena introducción a este complicado panorama de problemas; compilaciones excelentes son Lovera y Palomo (1997)
129
desde esta tribuna
Ciertamente es llamativo y estimulante ver a jóvenes mujeres indígenas que están en la primera línea de una lucha política (high-tech y de
escala global) salir de la selva, con los rostros enmascarados y nombres
supuestos. Lo que pueda llegar a saberse sobre el proceso previo de
construcción de tan buena nueva será bienvenido. Por ejemplo, vale la
pena señalar que en la Selva Lacandona, Chiapas, muchas mujeres han
tomado las armas (casi el 40 por ciento de las fuerzas regulares zapatistas);
son jóvenes, solteras, viudas, divorciadas, “particularmente movidas
por una nueva visión de la feminidad étnica” (Nash 2001: 180). Junto
con sus hermanas, madres y abuelas (las generaciones van rápido), hasta ahora habían sido las guardianas de diversos conjuntos de prácticas
y nociones culturales, sociales y étnicas de origen maya o de otros grupos mesoamericanos. En realidad, han hecho mucho más que eso: han
garantizado la reproducción física del grupo como tal, con intensivo
trabajo materno, en condiciones materiales más que difíciles (ver Nash
2001: 15-29; 179-82, y passim). Y en los últimos tiempos, cuando todo
esto, que constituye una verdadera (y sin duda injusta) “técnica de supervivencia preñada de marcas de género” (Nash 2001: 247), se ve amenazado hasta su núcleo mismo por las fuerzas globales desatadas, la
presencia movilizada que en la zona de conflicto se ha enfrentado a las
fuerzas militares, al ejército de ocupación, ha sido (predominantemente) la de las mujeres (Nash 2001: 183).
Discursivamente, Esther había introducido la cuestión de género
desde el principio, al ocuparse del valor simbólico de que fuera ella,
una mujer de origen indígena, la portavoz designada (y no Marcos u
otro cargo militar); es decir, auto-refirió en primer lugar su intervención
como la de una mujer indígena. En el segundo tratamiento del tema de
las mujeres (el principal), Esther formuló una narración y descripción
—en primera persona femenina del plural— de las condiciones de vida
(particularmente duras) de las mujeres en los contextos étnicos rebeldes (y no rebeldes) del México contemporáneo.
y Rojas (1995), así como La Correa Feminista (1994), esta última compilada por una
publicación feminista mexicana crítica y bien conocida. Ver también Carlsen (1999),
Jaidopulu Vrijea (1999), Millán (1996), Carbó (2002) y Díaz-Polanco y Sánchez (2002;
sección: “Indigenismo y autonomía: Mujeres insumisas”, pp. 103-19). Vargas-Cetina
(2001) contiene varias observaciones agudas sobre la posición de las mujeres en los
contextos étnicos contemporáneos.Véase asimismo Belausteguigoitia (2000), Castro
(2000), Freyermuth y Manca (2000), Freyermuth y Fernández (1996), Gil (1999), Millán
(1998), Oehmichen (1999), Valladares de la Cruz (2001).
130
Teresa Carbó
Yo quiero hablar un poco de eso que critican a la Ley Cocopa porque legaliza la
discriminación y la marginación de la mujer indígena. [...] Quiero explicarles
la situación de la mujer indígena que vivimos en nuestras comunidades, hoy
que según esto está garantizado en la Constitución el respeto a la mujer.
Hizo una etnografía crítica, autobiográficamente fundamentada, de
las relaciones hombre/mujer, y dejó perfectamente claro que las mujeres zapatistas no están satisfechas con el actual estado de cosas; criticó
expresamente a los hombres y su trato violento contra las mujeres en la
interacción familiar, y distinguió cuidadosamente entre rasgos (o líneas)
buenos o malos, aceptables o no, de los usos y costumbres para con las
mujeres. Se ocupó, en resumidas cuentas, de los derechos reproductivos y de la salud, de las oportunidades laborales (tierra y crédito para
las mujeres en igualdad de condiciones que los hombres), de la libertad
de expresión y de pensamiento, de la educación, del respeto a la diferencia y de la paz. Contra el objetivo intelectualmente paternalista asumido por los varones blancos dominantes, consistente en dar protección
legal a las mujeres indígenas rechazando precisamente la Ley de Derechos Indígenas que los propios pueblos indígenas estaban proponiendo (otra bonita paradoja operativa), Esther también se aventuró en el
coto constitucional, contra-argumentando sobre las supuestas ventajas
del proyecto de ley oficial.
Se acusa a esta propuesta de promover un sistema legal atrasado, y se olvida
que el actual sólo promueve la confrontación, castiga al pobre y le da impunidad al rico, condena nuestro color y convierte en delito nuestra lengua.
Todo su discurso está atravesado por matizadas formas de tratamiento del auditorio y por modalidades de interpelación de amplio
alcance; la selección léxica es simple, con unos pocos préstamos de un
vocabulario más urbano (de tipo “revolucionario”); la estructura sintáctica
también es no-compleja, aunque en absoluto monótona. De hecho, Esther
mostró pleno dominio de numerosas figuras retóricas clásicas como la
negación, la repetición, el contraste, las preguntas impersonales y otras.
Los conectores argumentativos (pero, por eso, así que, si, porque, entonces)
fueron abundantes y cuidadosamente utilizados en el apretado tejido
del componente textual de su actuación. En general, y por sobre la enorme diferencia de género, lengua, etnicidad, clase, educación, edad, alfabetización y experiencia rural-urbana que la separa de sus muy variados
públicos, Esther logró una actuación ajustada y sólida de drama político y social, también desde un punto de vista verbal y discursivo. ¿Quién
le está haciendo qué a quién?, era la pregunta que surgía de inmediato
131
desde esta tribuna
ante la transmisión televisiva de su despliegue semiótico en el Congreso de la Unión, mientras se abría paso con donaire a través de la complejidad de las múltiples relaciones asimétricas en esa ocasión específica.
Su amplio tratamiento del tema de las mujeres fue claramente un movimiento importante en su estrategia comunicativa, una poderosa toma
de postura dentro de la correlación política de fuerzas de ese momento.
Y ciertamente se dirigió con esmero a sus aliados (reales o potenciales).
Si ahora se puede ver con optimismo el camino de la paz en Chiapas es gracias
a la movilización de mucha gente en México y en el mundo. A ella le agradecemos especialmente [...] También ha sido posible por un grupo de legisladores
y legisladoras, que ahora están frente mío, que han sabido abrir el espacio, el
oído y el corazón a una palabra que es legítima y justa.
Vista en conjunto, se puede considerar que la actuación de Esther
en el Congreso cubrió diferentes fases en un orden muy interesante.14
En primer lugar, se ocupó de los temas de la autoridad civil/militar, la
agencia y la representación políticas, a la vez que introducía, en una
locación temprana y señalada, la cuestión étnica que su presencia simbolizaba. En seguida, trabajó los temas de mujeres (y los asuntos constitucionales) y, tras haber establecido su plena capacidad como
comandanta de origen indígena, llevó a cabo (puso en escena o actuó) in
situ un acto plenamente militar.
Ciertamente aparecieron muchos otros temas y ocuparon secciones funcionales de construcción o de enlace a lo largo de su discurso
pero, en el actual nivel de análisis textual en el que estoy trabajando,
estos (macro)actos de habla, o movimientos discursivos, destacaron,
y obtuvieron abundante atención de la prensa nacional al día siguiente. A continuación un ejemplo de su elocuencia en un tramo de alto
diapasón.
Así es el México que queremos los zapatistas. Uno donde los indígenas seamos
indígenas y mexicanos, uno donde el respeto a la diferencia se balancee con el
respeto a lo que nos hace iguales. Uno donde la diferencia no sea motivo de
muerte, cárcel, persecución, burla, humillación, racismo.
14
“Las actuaciones nunca son amorfas ni abiertas, tienen una estructura
diacrónica, un principio, una secuencia de fases que se superponen pero que pueden aislarse, y un final [...]. Su estructura no es la de un sistema abstracto; ésta se
genera a partir de oposiciones dialécticas entre procesos y entre niveles de proceso”
(Turner 1987:80).
132
Teresa Carbó
Obviamente, Esther no llegó por sí sola a semejante nivel de maestría. Cientos, miles de mujeres indígenas comparten esta larga marcha
hacia el empoderamiento y la acción pública. Formas incipientes de
activismo social y político, la interacción con autoridades no indígenas
y con organismos gubernamentales o, más recientemente, con las ONG,
la experiencia de luchas legales por la tierra y otras demandas campesinas, en el marco de una intolerable injusticia regional y de graves privaciones materiales en la vida diaria, todo ello (y más cosas) han contribuido
a ese fin. June C. Nash (2001: 179) constata que “aunque rara vez se
habla de ello en la literatura sobre los conflictos agrarios y la organización política, estos grupos de mujeres representan el cambio más revolucionario habido en la sociedad chiapaneca, ya que han llevado a la
mitad de la población que tenía vedada la participación política a desempeñar papeles activos en la sociedad civil”.
Conclusión: vinculación versus violencia
La exploración precedente ha tenido por objeto describir, analizar e interpretar cierta cantidad (un conjunto de conjuntos) de datos discursivos,
semióticos, de carácter particular (personal y científico al mismo tiempo, aunque ambas modalidades tienen desde luego una inflexión
experiencial), y hacer esto a la luz de algunos planteamientos teóricos
propuestos en estudios cualitativos del comportamiento social humano. El nivel principal de observación ha sido lo que Turner (1987: 79)
llama “la compleja relación entre la vida social y su representación cultural”. Ahora es necesario examinar los resultados de este intento. Hasta aquí, parece haber producido algunas pistas interesantes para el caso
presente (y tal vez no sólo para éste).
Por ejemplo, si se evalúa el acontecimiento desde el punto de vista
de la (cantidad y naturaleza de la) ganancia política obtenida por las
distintas partes (el poder legislativo y el EZLN), parece que las posibilidades de una situación en la que todos salieran ganando, que existieron
en el nivel de esa coyuntura nacional específica, fueron desperdiciadas
por la parte de los actores parlamentarios. En sentido opuesto, los
zapatistas lograron cosechar todo cuanto la ocasión les ofrecía, y que
implicaba considerables ventajas en el mapa estratégico de la situación,
tanto en el momento exacto del encuentro como en la larga duración del
conflicto. El poder legislativo desaprovechó la oportunidad de acoger
133
desde esta tribuna
sonoramente a los rebeldes a las prácticas civiles, y a la vez de invitar a
la sociedad en general a un amplio debate sobre un asunto urgente,
abriendo un espacio democrático de encuentro y reflexión cívicas en
beneficio de la paz social y el entendimiento generalizados. En vez de
eso, el jaloneo en torno a la mera presencia física de los zapatistas en los
recintos parlamentarios exhibió a los legisladores como anfitriones poco
generosos o como políticos miopes. Se puede argüir inclusive que este
comportamiento suyo, antes del acto, redujo su papel al de una especie
de cancerberos. Claramente, no hicieron del encuentro una piedra
fundacional para un nuevo orden discursivo, y la ocasión conservó,
desde el lado legislativo del escenario, el carácter de un incidente aislado. Sin embargo, esto no privó a los zapatistas del éxito en su propia
actuación. De hecho, ellos confirmaron, en forma notable, hasta qué
punto vale la pena trabajar en el nivel de los procesos simbólicos en
casos de conflicto, lucha y divisiones. De igual manera, nos dieron a
todos una demostración muy buena y convincente del alcance y la profundidad con que debe apelarse a la dimensión semiótica en el tratamiento de los conflictos, utilizándola como manera viable de intentar la
reconstitución del tejido social dañado, preferible, sin duda, a la fuerza
y la coerción.
Este resultado desigual para los diferentes actores (en diversas proyecciones de duración temporal) parece una instancia de la omnipresencia de la indeterminación parcial que Sally F. Moore (1975: 233) detecta
en el orden social y cultural, y que en este caso trabajó en favor de la
agenda zapatista. De hecho, fue la propia acción semiótica organizada y
creativa de los zapatistas la que puso a funcionar para sus fines la cuota
de indeterminación existente en la coyuntura. Como escribe Moore: “Incluso en aquellas materias en las que hay reglas y costumbres social y
culturalmente establecidas, se puede generar indeterminación mediante la manipulación de las contradicciones, inconsistencias y ambigüedades internas existentes en el universo de elementos relativamente
determinados”. La situación reinante en el país en 2001, de numerosos
cambios agudos y traumáticos en el régimen político mexicano y ciertamente también en la escena parlamentaria, es un contexto fundamental
de la visita de los zapatistas al Congreso y de su acrecentada capacidad
para beneficiarse de la creciente indeterminación de la esfera política, al
luchar en términos pacíficos, semióticos y argumentativos, por un cierto reparto del poder de definición (Goffman 1959: 254), de sí mismos y
134
Teresa Carbó
de los demás. Si tomamos en cuenta la realización particularmente
exitosa del encuentro público en sí mismo y los múltiples efectos de
resonancia que éste creó en distintos espacios de participación social
en México, resulta estimulante prestar atención a la siguiente idea:
“Todo drama social altera la estructura del campo social relevante, así
sea de manera minúscula [...]. Un nuevo poder puede haberse canalizado hacia una nueva autoridad y una antigua autoridad [puede haber] perdido [parte de] su legitimidad” (Turner 1978: 92). A este respecto,
el silencioso mensaje de Esther en la Magdalena Petlacalco aún se
sostiene: cabe la esperanza.
En cuanto a los métodos o enfoques, podemos preguntarnos cuáles
serían las implicaciones de observar la micropolítica como actuación,
para una teoría del discurso político o de la acción semiótica de tipo
estratégico. Una cuestión decisiva a este respecto es el hecho de que, en
un análisis de discurso crítico, materialista e históricamente informado,
la actuación se concibe como mediada por y susceptible a la acción de
dimensiones políticas más amplias que las locales, y de condiciones
materiales estructurales nada obvias, tanto discursivas como de otro tipo.
En esa precisa medida, por tanto, hay que plantear muy seriamente el
asunto crucial de cuáles son “las condiciones y las formas de interacción que permiten la introducción de o la adaptación a ciertos tipos de
cambio en las reglas del juego” (Moore 1975: 229). En el caso de los
zapatistas, para que sus palabras y demandas fueran atendidas, hubo
que efectuar (o actuar) una rebelión armada. Ése fue su movimiento
inicial (violento, sin duda), que sirvió para crear un escenario público
que no existía antes para ellos (ni para los innumerables desposeídos de
poder en este país). Lo que vino después es algo por entero distinto, y la
actuación de Esther en el Congreso de la Unión es buena prueba de ello.
Si “las actuaciones, y particularmente las actuaciones dramáticas,
son las manifestaciones par excellence de los procesos humanos sociales” (Turner 1987: 84), hay mucho que aprender de la actuación de Esther.
Lo que ella hizo fue presentarse, hablar, argumentar, explicar, llamar e
invitar, todo ello en una escenificación teatral ritual de la paz. Puso en
escena (mostró y demostró) cómo se vería (y sonaría) la paz si se le
diera una oportunidad. Fueron ellos, los rebeldes, los indios levantados en armas, quienes trabajaron más y con más virtuosismo en el
nivel de los procesos simbólicos, para salvar (o tratar de salvar) la inmensa distancia que ha prevalecido históricamente entre “ellos” y “no135
desde esta tribuna
sotros”, el resto de la sociedad mexicana llamada nacional (es decir, no
indígena). De igual manera, apelaron a la formación social más amplia
posible (la humanidad, nada menos), para proponer una renegociación
del poder que constituye de hecho una nueva ética de la comunicación política. Fue patente que la acción dramática de Esther (en la escena parlamentaria y fuera de ella) se nutría de fuentes que no eran/son
(sólo) las de una insurrección militar convencional. Había una fuerza y
un vigor, una energía, en esa acción dramática, una materialidad tal de
la acción significante, que sólo puede adscribirse a lo que Turner (1978:
91) llama el efecto “vinculante” de los desempeños ritualizados. El concepto de vinculación capta perfectamente la esencia de la tarea que Esther
cumplió en el Congreso.
Desde el punto de vista del mundo vivido de los zapatistas y de
sus antiguas fuentes de inspiración étnica, Esther estaba haciendo “trabajo comunitario”. Estaba “haciendo comunidad”, podríamos parafrasear. La comunidad es una realidad fundamental en las formas de vida
y las posibilidades de resistencia de los grupos étnicos mesoamericanos contemporáneos. Ciertamente es un concepto operativo clave para
las estrategias de supervivencia de los zapatistas en el actual estado de
guerra. Organización colectiva vinculada a la tierra (y a las luchas por
ésta), en la que las asambleas son la más alta autoridad legal localmente
reconocida, la comunidad es ante todo una forma de compartir el trabajo, el esfuerzo propiamente físico, para realizar tareas y faenas, sobre
todo rurales, particularmente duras. Éstas apenas alcanzan a cubrir las
necesidades de la reproducción básica de los grupos indígenas, pero
instituyen y recrean una organización activa desde un punto de vista
discursivo gracias a la cual se mantienen integrados en redes comunicativas locales y regionales. Importantes responsabilidades sociales,
culturales y rituales también se comparten en la comunidad y tejen
patrones multiformes de reciprocidad en la trama de su tejido social.
Esta estructura de acción simbólica es una esfera social crucial, una
matriz compleja (no exenta de contradicciones y líneas de diferenciación, casos de “inadaptación” o conflicto) en la que todos los miembros
se consideran comprometidos por motivos de pertenencia histórica (incluidas la lengua y la cultura) y de opciones políticas presentes. Así
pues, permite a las comunidades re/crear redes vigorosas y flexibles de
acción colectiva, auto-construcción, reconocimiento, debate y diálogo
en los espacios de su vida cotidiana. (En la actualidad, está claro que
136
Teresa Carbó
los miembros de la comunidad virtual zapatista proceden de incontables contextos diferentes.) Por medio de estos recursos los grupos indígenas permanecen (o tratan de permanecer) inteligibles, reconocibles y
vinculados entre sí, en condiciones materiales extremadamente difíciles en la escala local y regional y con urgentes necesidades en cuanto a
proyección política y visibilidad social y semiótica.
A la luz de estas prácticas y nociones, es posible ver que la tarea de
Esther en el Congreso, ante un público nacional (y supranacional) realmente amplio, era cumplir con su parte de trabajo comunitario, en la
forma de una responsabilidad pública de carácter discursivo. La vocera
(inesperadamente) femenina designada por el movimiento cumplió de
forma magistral su tarea en la ocasión, acercando posiciones contrarias,
explicando y asociando, ejemplificando, argumentando y razonando,
interpelando y convocando: vinculando, de hecho, por sobre y en contra de la guerra y la violencia (o el silencio).
Finalmente, un hallazgo muy importante que este proceso analítico nos ofrece a los especialistas del discurso puede describirse como
un renovado estado de alerta teórico y metodológico ante el papel crucial
que esos arcaicos procesos humanos de vinculación social realmente
desempeñan en diferentes instancias de la vida política. Un estudio
cuidadoso de esta dimensión básica de lo político podría ayudarnos a
buscar, y a encontrar, vías menos dolorosas para cambiar el mundo
presente.
Traducción: Paloma Villegas
137
desde esta tribuna
Agradecimientos
Este texto (y sobre todo el intenso trabajo que su primera versión requirió) ha gozado el privilegio de los comentarios críticos y el apoyo afectuoso de los siguientes queridos colegas y amigos: Luisa Martín Rojo,
Robert Hodge, Gabriela Vargas-Cetina, Anne Huffschmid, Tessa Brisac,
Paloma Villegas, Mabel Piccini e Ingala Robl.
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Teresa Carbó
FOTO 1
COMANDANTA ESTHER
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desde esta tribuna
Foto de Heriberto Rodríguez
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Teresa Carbó
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desde esta tribuna
Foto de Carlos Ramos Mamahua
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Portada de Perfil, suplemento de La jornada, 29 de marzo de 2001.
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Teresa Carbó
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desde el cuerpo
Phillip Lopate
Retrato de mi cuerpo*
Phillip Lopate
S
oy un hombre que se va de lado. Cuando me siento, mi cabeza
se empina a la derecha; cuando camino, la parte superior de mi
cuerpo se abalanza a examinar antes que yo la calle. De un modo
o de otro, parezco fuera de eje —o sin eje para usar la jerga del holismo.
Mi postura desfachatada, la tendencia a dejarme ir o a colocarme en
perezosas o contorsionadas malas posturas, sin duda contribuyen a disminuir mi dolor de espalda. De vez en cuando y por poco tiempo,
corrijo mis malos hábitos, hago ejercicios todas las mañanas, me siento
derecho, respiro hondo, pero siempre un demonio interior que insiste
en acercarse oblicuamente al mundo resiste la perpendicular.
Creo que si tuviera hombros más amplios estaría más anclado en
la escuadra. Pero mis hombros son estrechos, apenas más anchos que
mis caderas. Comprarme trajes es algo vergonzoso. En su Vida de Picasso,
Françoise Gilot cuenta que Picasso insistía en que el sastre fuera a su
casa, era muy sensible a la desproporción de su cuerpo —en su caso
todo hombros, nada de piernas. (Cuando crecía yo en Brooklyn, mi
héroe era Sandy Koufax, el pitcher judío de los Dodgers. En los pantanos vacíos de los ensayos del coro hebreo en Feigmenbaums’ Mansion
y Catering Hall, mis fantasías me hacían pichar con grandiosa curva, y
ponchaba a veintisiete bateadores de un hilo. Como no me crecieron los
hombros, mi identificación con este héroe se apagó; me volví escritor
en lugar de convertirme en un Koufax.)
Creo que el incansable ladearse de mi cabeza es un intento por
distraer la atención de su miserable base. Quiero que la gente vea mi
cabeza, en parte también porque yo vivo la mayor parte del tiempo en
mi cabeza. Mi hermana, que estudió para masajista, a menudo me pone
* Tomado del libro: Portrait of my Body, Anchor Books, Nueva York, 1996.
Agradecemos al autor el permiso para su reproducción.
153
desde el cuerpo
al tanto de los problemas que conlleva no integrar cuerpo y mente, por
ejemplo la tensión en el cuello. Una vez, hace algo así como diez años,
estábamos juntos en la playa, ella escudriñaba mi cuerpo con el ojo
crítico de una hermana. “Te estás poniendo fofo”, me dijo, “debieras
hacer a diario ejercicio. Mírame, no tengo un gramo de más porque yo
hago ejercicio todos los días.” Intentó pellizcarse una inexistente llantita,
celebrando, como si fuera su costumbre, sus atributos físicos con el
entusiasmo gritón y carnavalesco de un tercero.
“Pero” —me aventó un hueso de consolación— “tu cabeza es muy
dominante. Hay en ella una intensidad...” Una alumna mía de posgrado
(que estaba un poco chiflada) le dijo a alguien que en mis clases solía
verme el aura alrededor de la cabeza. Uno de los motivos por los cuales
me gusta enseñar es que se centran unas quince miradas en mí, con
tanta intensidad paranoica que no pueden sino ayudar a generar un
aura y atribuírmela.
También tengo una mirada dominante, tristes y grandes ojos cafés
que pueden ser leídos como amables o severos. Una vez me vi varias
horas en un video. Descubrí con horror que mi cara se movía en distintas y no coordinadas velocidades: algunas veces, mi boca reía y las
cejas se curvaban de regocijo, mientras que mis ojos fríamente calibraban qué efecto le causaba yo al entrevistador. Soy algo así como un
actor. Y, como la mayor parte de los intérpretes, el humor que más
percibo en mi persona es el de la vigilia preservadora de energía.
Pero esta expresión es a menudo interpretada como un signo de
benevolencia, tal vez por la manera en que nuestra cultura acostumbra
leer los ojos de color café. Me considero un ser decidido hasta la exageración, egoísta, incluso un poco cruel —en mi caso, conozco demasiado bien la estrechez de mi compasión, de modo que me asombra que la
gente reporte como primera impresión de mi persona la de un ser amable, gentil, solícito. En mi juventud me sentía obligado a aparentar dinamismo, arrogancia, intimidación; quería imponerme como el alma
de la fiesta; ahora, más seguro de mí mismo, reservo para mí mi energía, de este modo atesoro información y juzgo mejor. Esto a veces da la
impresión equivocada de que estoy ligeramente deprimido. Por supuesto,
muy aquí entre nos, ya no tengo la energía que algún día tuve, y la
acumulación de experiencias me ha hecho, casi contra mi voluntad,
más amable y más triste.
Algunas veces siento que mi boca se arquea hacia abajo, mostrando una sonrisa irónica, lo que, en el mejor de los casos, confirma a los
154
Phillip Lopate
otros que necesitamos tomar las cosas un poco menos en serio —porque formamos parte de la misma comedia— y, en el peor de los casos,
expresa el escepticismo del que se siente superior a los demás. Esta
sonrisa, que puede ser encantadora cuando no peca de altanera, tiene
algo de timidez trenzada con mundaneidad —digamos la de un hombre cultivado al que a menudo avergüenza la testaruda superficialidad
de los otros o sus vanas ilusiones. Pero muchas veces mi sonrisa irónica no es nada más que una casilla neutral frente a gente que no parece
apreciar mi “aportación”. Odio esa detestable media-sonrisa mía; yo
quiero entrarle, participar, ser llamativo, desconsiderado, vulgar.
A veces, percibo en mí mismo una especie de hedor psíquico, no
me gusto en lo más mínimo, pero por orgullo empecinado actúo como
un hombre que se tiene aprecio. A los ojos de todos parezco equilibrado, firme, sanguíneo, cuando dentro de mí estoy sintiendo asco de mí
mismo, arcadas de vómito que rayan en lo suicida. ¡Qué maravilla es
ser malinterpretado! Si yo hubiera creído ser comprendido a primera
vista, no me habría molestado nunca en convertirme en escritor. Y la
verdad es que nunca soy completamente malinterpretado, porque hay
otra parte de mi persona que está siempre completamente satisfecha
consigo misma.
Me envanezco de las siguientes partes de mi cuerpo: mis ojos, mis
dedos y mis piernas. Es cierto que mis piernas son largas y no muy bien
formadas, pero la vanidad que me provocan tiene menos que ver con su
gracia que con su contribución a mi altura. Montaigne, un hombre del
bando de los chaparros, escribió que “la belleza de la estatura es la única
belleza de los varones”. Pero aunque no lo hubiera dicho nunca Montaigne,
yo continuaría atribuyendo una buena parte de mi autoestima y benévolo liberalismo al hecho de ser alto. Cuando salgo a la calle, me siento en
la mejor de las disposiciones hacia los enjambres humanos (casi siempre más chaparros que yo); las multitudes no sólo no me hacen menos,
me llenan de vitalidad; y me tienta pensar que mi pasión por el urbanismo está ligada a mi altura. No quiero de ninguna manera sugerir que
sólo los altos amamos las ciudades, sólo que, en mi caso, parte del placer
que siento al caminar en las calles atestadas, surge de la confianza que
tengo de poder ver por arriba de las cabezas de los otros, y de proyectar
una encumbrada figura cuando vagabundeo por las aceras.
Algunos de mis mejores amigos han sido... ¡chaparros! Hombres
brillantes, colmados de ideas poéticas y mundanas, que merecen todo
155
desde el cuerpo
mi respeto, y el del mundo. Pero algunas veces he tenido que sobreponerme al impulso de estrujarles las cabezas; y sospecho que han desarrollado cierto estilo de una más formal naturaleza noli me tangere, en
gran parte como una respuesta al impulso de apapacharlos que sentimos los más altos por ellos.
La casualidad de mi altura me ha inclinado tanto a una informalidad aparentemente igualitaria, como al deseo de liderar. Si no hubiera
sido escritor, sin duda me habría convertido en político, incluso me
enfilé hacia allá en mi adolescencia. Desde que crucé el metro ochenta,
siempre he sentido poseer algo que asemeja una espontánea autoridad
tipo Gregory Peck cuando me dirijo a un auditorio. Desconozco el pánico escénico, incluso he buscado con avidez la situación donde pueda
lanzar discursos, dar conferencias, participar en mesas redondas, y casi
siempre sobrepasar a aquellos con quienes comparto un escenario. Ser
alto es ver al mundo desde arriba, y encontrar sus ojos en tus términos.
Pero este tema, el noblesse oblige de los altos, es bastante provocador y
peligroso, así que mejor no hablar más de él.
La imagen mental que uno tiene de su propio cuerpo cambia más
lentamente que el cuerpo mismo. La mía quedó inmersa durante un
buen tiempo en mis veintes, cuando yo era alto y delgado, pesaba 61
kilos, y podía devorar cuanto me viniera en gana. Comía comida barata
y llenadora, hamburguesas con queso, pizzas, sin pensar un instante
en la báscula. El metabolismo de un joven permite cualquier dieta. Para
acabarla de amolar, mientras más viejo se es, más cultivado se tiene el
paladar —y mientras más reveses, mayor inclinación a llenar los vacíos
y los enfados con los placeres de la mesa.
Entre los treinta y los cuarenta, subí cuatro kilos, la mayor parte en
el tramo intermedio. Desde entonces, mis tripas han crecido notablemente, y ahora propino a las básculas más de 67 kilos. Que me llevó un
buen tiempo darme cuenta de esta transformación puede corroborarse
en el hecho de que continué comprándome ropa de la misma talla (cintura 33, cuello 15 y medio), hasta que un día una novia me hizo notar
que toda me quedaba apretada. Racionalicé esta circunstancia como el
resultado de un cambio en las modas (creía ser inconscientemente leal
al apego de los años sesenta por los pantalones embarrados) y también al hecho de que sin duda las prendas de vestir se encogen inevitablemente en las lavanderías, no pensé que el problema tuviera que ver
con mi propio cuerpo. Esa novia comenzó a comprarme, para cumplea156
Phillip Lopate
ños y fiestas, tallas más amplias, y me pareció muy disfrutable este
nuevo estilo más holgado, más baggy, que me permitía abotonarme los
pantalones sin sufrir, o usar corbata, pues por primera vez en años
podía abotonarme el primer botón de la camisa. Pero pasó un tiempo
considerable antes de que yo mismo entrara a una tienda y pidiera mi
verdadera talla.
La ropa puede disfrazar los defectos de nuestros cuerpos, hasta un
cierto punto. Yo me visto con mucho optimismo, combino este color
con aquel otro, mezclo mis diseñadores japoneses o italianos favoritos,
coordino diseños y texturas, escojo corbatas, y luego paso al espejo del
baño a ver el resultado. Traigo en la cabeza una imagen ideal del efecto
que produciré al usar una elección específica de prendas, basada, sin
duda, en los modelos varones de ciertos anuncios de modas —y quedo
siempre tan lejos de esta belleza de gigolo insaciable, que no puedo
evitar sino sentirme desilusionado cuando resulta ser que soy tan
deprimentemente yo mismo, estrecho de hombros, talmúdico, esa boca
tristona, invariable, esa larga, estrecha boca, esos ojos que juzgan, la
nariz de gancho semítica, todo lo cual expresa tanto la tensión de mis
logros intelectuales, como la tabula rasa de la inmadurez... porque hay
ahí, todavía, bajo la imagen, un niño mirándome en el espejo. Un niño
al que aceleradamente se le está echando para atrás el contorno del cuero cabelludo.
¿Por qué es que he permanecido siendo un niño todo este tiempo,
bien entrado en los cuarenta? Me acuerdo que cuando tenía diecisiete
dibujé un autorretrato frente al espejo. Me sentí tan desanimado por esa
barbilla débil y esos ojos dominantes, que terminé enfocándome en el
cuello de la camiseta de algodón. Desde entonces he hecho lo posible
por volverme más rudo, pero todavía encuentro en el espejo esa incertidumbre persiguiéndome —escudada por una cáscara de cinismo fanfarrón, tal vez, pero no tocada por la sabiduría. Así que me acerco al
espejo sin mucho ánimo, sin alegrarme en lo más mínimo, como haría
si me topara con el más alejado de mis conocidos, y me aproximo paso
a paso a este schmuck de ceño fruncido.
Sin embargo, sería un insulto para los que trabajan bajo la carga
de una verdadera fealdad que yo me hiciera pasar por un hombre sin
atractivos. Algunas veces soy incluso guapo, si entrecierras los ojos y
me figuras parecido al más cercano beau idéal. No tengo ni un ápice de
la virilidad de un cowboy, cierto, pero creo que quepo muy bien en la
157
desde el cuerpo
categoría de un nerd adorable, o la del profesor distraído que despierta
la curiosidad de algunas mujeres. “Lindo” es la palabra usada con frecuencia por aquellas a quienes tengo la suerte de atraer. Pero, de nuevo,
únicamente atraigo mujeres que son sólo de una manera un poco extraña hermosas: las bellas que hacen a cualquiera voltear a verlas, las bellezas profesionales, ésas nunca sienten interés por mí. Para ser preciso,
les soy invisible. Esta total falta de interés de ellas por mí siempre me
ha fascinado. ¿Se deberá sólo a que la belleza atrae a la belleza, tanto
como la riqueza a la riqueza?
Pienso en el pobre (no en relación con su talento literario) Cesare
Pavese, que se la pasó cazando estrellitas, modelos y bailarinas —exquisitas beldades que no podían apreciar su encanto, moroso y de cafetería. Antes de suicidarse, escribió un poema dirigido a una de ellas
“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos” —promoviéndola de esta manera,
injustamente, de amante que rechaza a verduga. Tal vez Pavese creía
que sólo las mujeres hermosas —y no los críticos literarios, que siempre le otorgaron premios literarios— lo veían con claridad, con visión
perfecta, y tenían el derecho a juzgarlo. Si yo hubiera sido más testarudo, y un poco masoquista, tal vez hubiera seguido sus pasos, y
cazaría a una beldad hasta que arrinconándola la obligara a decirme,
como un oráculo, que lo que no podía atraerla era precisamente mi
apariencia, mi aspecto, mi físico. Entonces, tal vez, conocería algo
crucial acerca de mi cuerpo, antes de pasar a mi siguiente encarnación.
Jung dice en alguna parte que pagamos con mucho tiempo y a
muy alto precio por aprender de nosotros lo que un extraño puede ver
a simple vista. Es así lo que siento que me pasa con mi espalda. Si
dejamos a un lado los probadores de las tiendas, ninguno de nosotros
tenemos manera de saber cómo nos vemos desde la espalda. Es el área
de nosotros mismos cuya apariencia podemos controlar menos, y es tal
vez por esto nuestra parte más honesta.
Yo divido las espaldas en dos tipos: la mía, y las de todos los
demás. Las de los otros son a menudo misteriosas, exquisitas y simpáticas de una manera pavorosa. Siempre he amado las espaldas. ¡Caminar atrás de una mujer hermosa con un vestido sin espalda, y saborear
cómo un buen par de homóplatos son realzados por su propia sombra,
tiene el mismo poder de romperme el corazón que un pómulo embrujador! Me pregunto qué quiere decir de mi persona el que yo adore una
parte del cuerpo que apunta al abandono. ¿Quiere decir que soy un
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Phillip Lopate
glotón del abandono, o que soy un tímido voyeur que prefiere miradas
subrepticias a las directas y retadoras? A menudo he sentido el amor
más profundo en el preciso instante en el que mi amada me da la espalda para dormirse.
Mi espalda no me despierta ningún sentimiento autoerótico. No
puedo siquiera imaginarla, visualmente es una extraña para mí. La conozco sólo como un estorbo que entró a mi conciencia hace veinte años,
cuando empecé a padecer dolor de espalda. Sí, todos sabemos que el
homo sapiens está mal construido; nuestra postura erecta ejerce demasiada presión en la base de la espina; la principal causa de ausencia laboral
es el dolor de espalda. Como soy escritor, paso el día sentado, y con
esto agravo el problema. Mi espalda es enemiga de mi vida de escritor;
si no hago ejercicio a diario, me empieza a doler inmediatamente; y si
lo hago, no estoy tampoco a salvo. Podría decir más, pero no hay nada
más aburrido que este tema. Un padecimiento tan común y corriente no
le otorga ningún carisma al sufriente. Uno tiene que agregarle dramatismo de alguna u otra manera, como en la frase: “El dolor de espalda me
está matando”.
Una columna de chismes diría lo siguiente sobre mi cuerpo: mis
cejas crecen bastante peludas a todo lo ancho de mi frente, tanto que
cada vez que voy la peluquería, el peluquero diplomáticamente me pregunta si no quiero que me las arregle. (Por lo general contesto que no,
porque asocio las cejas espesas con una virilidad balzaciana, élan vital;
pero algunas veces acepto con displicencia, para calmar su fastidiosa
insistencia)... Mi ombligo es un modesto, no un vistoso, remolino, una
ranura empotrada, como el de mi padre. A pesar de esto, me encanta
olisquearme el dedo después de haber jugueteado con él: un olor muy
agrio, subterráneo, imposible de describir, pero digamos que una combinación de calcetines viejos de gimnasia con tripas rellenas (la palabra
yiddish para este guiso cebolliento de intestinos molidos es, muy apropiadamente, kishkas)... Tengo una cicatriz en mi lengua desde la infancia, debo suponer que me la gané por haber aterrizado de alguna manera
contra un objeto punzante. O tal vez la mordí muy fuerte. Como tengo
el hábito de sacar la lengua como un perro cuando estoy haciendo un
esfuerzo físico, tal vez para acicatear mis músculos, puede que me la
haya agarrado en una de ésas... Hago rechinar los dientes, dormido o
despierto. Despierto, la sensación me pone en alerta, y me aterriza,
cuando me da por las ensoñaciones. Otra manera que tengo de traerme
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desde el cuerpo
al mundo es pinchándome el cachete —agarro un pellizco de carne
hacia abajo, y lo estrujo—, como una vez vi a JFK hacerlo en un desfile
de automóviles, en una filmación... Me pellizco así sobre todo cuando, dando mis clases o en otras ocasiones frente al público, estoy
intentando mantener mi concentración mental. También me rasco la
nuca cuando, en público, siento tensión, tanto que a veces me saco
ronchas y llagas, que terminan por tener costras; y es una delicia arrancarme las costras... Mi nariz me pica siempre que pienso en ella, y me
la rasco muy seguido, especialmente cuando estoy en la cama intentado
dormirme (tal vez porque entonces estoy consciente de mi respiración).
También me hurgo la nariz, me la escarbo insistentemente, cuando nadie —¡espero!— me está viendo... Tengo una cicatriz blanca del tamaño
de un moneda pequeña en la parte blanda de la rodilla; de niño, me
estrellé corriendo contra la defensa de un coche, todavía me acuerdo
cuando me quedé observando con fría calma cómo corría la sangre,
salía como de un hermoso durazno a medio comer... Por lo regular, la
vista de mi propia sangre me pone horrendamente nervioso. Cuando
me sacaban una muestra de sangre, solía desmayarme, ahora puedo
controlarme, me muerdo por dentro los cachetes mirando insistentemente en sentido contrario a la acción de la aguja... Me gusta limpiarme la cerilla de las orejas tan frecuentemente como sea posible (el olor
es peculiarmente sulfuroso, lo asocio con el de los cuerpos de insectos
muertos). Me niego a oír las advertencias de que es peligroso introducirse
objetos en los oídos para limpiárselos. Amo los Q-Tips sin moderación; los compro en cantidades fabulosas, y los almaceno tal y como un
refugiado almacenaría comida enlatada... Mis tobillos son largos y parecen de simio; no les tengo ningún apego, están tan lejos, que bien
pueden pertenecer a otra persona... Mis nalgas planas no son
ofensivamente grandes, pero ninguna tiene la apariencia soñadora que
uno ve en los anuncios de jeans... Tal vez por esta razón, me perturbé
puritanamente cuando los traseros comenzaron a ser considerados en
Madison Avenue, por ahí de los años setenta, como crucial equipo sexual,
y empecé a recibir los ensayos de alumnas adolescentes declarando que
les gustaba tal chavo sólo porque tenía “unas pompas chulas”. Me incomodaba; según yo el meollo del asunto estaba en otro lugar.
Acerca de mi pene no hay nada, creo, inusual. Tiene un tallo café,
con un hongo rosa cuando jalo el pellejo hacia atrás. Como muchos heterosexuales varones, no tengo mucha información que me permita compa160
Phillip Lopate
rarlo con otros, así que me siento como un verdadero novato cuando
estoy entre mujeres u hombres gays que se explayan deleitándose en las
diferencias de los penes. Me preocupa que me vayan a juzgar duramente, que me ridiculicen como los niños que me arrancaron el traje de
baño en un campamento de verano cuando yo tenía diez años. Pero, tal
vez, simplemente lo declararían un pene común y corriente, que cambia de tamaño con los estímulos del clima y la hora del día. De hecho
mi pene sí tiene una peculiaridad: dos agujeros para orinar. Están muy
cercanos el uno al otro, por lo regular corre sólo un chorro de orina,
pero si un pelo queda atrapado entre los dos agujeritos, u ocurre algún
otro contratiempo, dos chisguetes salen en direcciones distintas al mismo tiempo.
Esta parte de mi persona, que tan sinecdóticamente se identifica
con el cuerpo masculino (como el término “miembro viril” sugiere), me
ha dado simultáneamente muy poca y mucha información acerca de lo
que significa ser un hombre. Tiene una personalidad de gato. Yo le he
suplicado que se comporte mejor, que sea menos retozón, o más, dependiendo del momento; he obedecido su intuición en asuntos de amor,
ignorando el sentido común, y he pagado el precio; pero también he
aprendido a apreciar que tiene su muy particular forma de inteligencia
y que vale la pena hacerle caso, o si no uno pagará otro precio.
Sólo decir la palabra “impotencia” en voz alta, me pone nervioso.
Solía temblar cuando la veía impresa, y su pariente cercana “importancia” —si uno lo mira bien— me produce el mismo efecto, como si
estuvieran publicando a voces uno de mis secretos. Pero ¿por qué tendría que ser mi secreto, cuando la verdad es que mi pene me ha dado
regularmente erecciones todos estos muchos años —excepción hecha
de, digamos, una docena de veces, cuando yo era todavía muy joven?
Porque, aunque no sea para mí un problema, ha dominado una buena
parte de mi pensamiento adulto masculino. No necesito sino irme a la
cama con una mujer, para quedar a su merced. El poder de la declaración de un pene fláccido, “no te quiero”, es tan severo, tan cruelmente
directo, que continúa por ejercer una fascinación, fuera de toda proporción, sobre su incidencia real. Esas pocas veces en que yo fui incapaz
de “funcionar”, fueron como si una pared me forzara a tomar otro camino —exacto como cuando a los diecisiete intenté suicidarme, y me vi
forzado a abandonar el pesimismo por un buen tiempo. Cada una de
esas veces me ha enseñado, de manera asaz dolorosa, que no podía
161
desde el cuerpo
manejar el mundo del modo en que lo había interpretado previamente,
que mi confusión y mi rabia estaban siendo descubiertos. Debía volverme más astuto, o, si no, crecer.
Pero por la misma razón por la que me vi obligado a dejar eso
atrás, estas dos opciones de mi juventud —la impotencia y el suicidio— continúan gobernando una lealtad subterránea, como si hubieran
sido más “honestas” que las estrategias descarriadas por las que opté, la
sobrevivencia y la “potencia”. Digámoslo de esta manera: algunas veces
topamos con una persona que hace años vivió una crisis nerviosa, y
que parece solidificada sobre un terreno lodoso, su vulnerabilidad afianzada de tal manera que parece peligrosa; percibimos que dejó en dicha
crisis una porción crucial de su persona, y que de ahí para acá ha crecido rígidamente jovial. Así el suicidio y la impotencia se convirtieron
para mí en los caminos no tomados, las rutas que yo reprimí.
Siempre que escucho una anécdota sobre la impotencia —una mujer
que ha sido capaz de encamar a un ex sacerdote que había sido célibe
y que era incapaz de hacer el amor, primero acostándose a su lado
durante seis meses sin tocarlo, después acariciándolo durante otros seis
meses, después llevándolo lentamente hacia el abrazo sexual—, yo creo
que están hablando de mí. Me identifico completamente: esto a pesar
de que —y prometo no volver a repetirlo— he sido capaz de hacer el
amor casi siempre que se ha requerido. Aunque no lo crean, no estoy
presumiendo cuando lo digo: una parte de mi persona desprecia su
virilidad, como si todo fuera un truco mecánico que violase mi naturaleza natural, la de un hombre impotente aterrorizado por las mujeres,
completamente aislado, separado del mundo.
Ahora veo de qué manera he idealizado la impotencia: la he conectado con un repudio del mundo, como una especie de integridad, como
en El misántropo de Molière. La he conectado con esa parte de mi persona que, así sea yo gregario y social, continúa insistiendo en que soy un
recluso, demasiado bueno para esta vida. Obviamente es cierto que no
vivo aterrado por las mujeres. Exagero este terror para conseguir un
efecto más dramático, un mero propósito efectista.
Una última palabra sobre la impotencia: una vez, cuando pasaba
por el periodo en que salía con muchas mujeres, como queriendo voluntariamente ignorar mi lado hipersensitivo, y forzarlo a adquirir callo
arrojándome a la fuerza a situaciones extrañas (y no sólo sexuales) y
presenciando que yo era capaz de salir más o menos airoso, salí con
162
Phillip Lopate
una mujer que era muy atractiva, alta y rubia, se llamaba Susan. Trabajaba en algo que tenía que ver con música pop, era seguidora del religioso visionario futurista Teilhard de Chardin y creía ser una pacifista
religiosa. De hecho, me dijo que su número de teléfono era un anagrama: NO-A-LA-GUERRA. Yo creí que bromeaba, y me carcajée, pero ella
me echó una mirada de esas que matan. Debo decir que todas las mujeres con las que fui o casi fui impotente eran de naturaleza solemne. El
acto sexual me ha parecido siempre ridículo de diferentes maneras, y
me siento muy cómodo cuando una mujer que se mete a las sábanas
conmigo comparte el sentido de pomposidad cómica que hay atrás de
la grandilocuencia retórica de la carne. Es como si la prosa del cuerpo
se viera drásticamente exprimida en verso medido. Si yo hubiera sido
amante de D. H. Lawrence, no sé cómo le habría hecho para dejar de
carcajearme, y estoy seguro de que él se habría enfadado bastante conmigo. Pero para mí una sonrisa diciendo “todo esto pasará”, tiene más
efecto erótico que ninguna otra cosa.
Se dice que si un hombre tiene largos, largos dedos, también tiene
un largo pene. Puedo decir con completa certeza que mis dedos son
muy largos y sensitivos, la parte más perfecta, elegante y hermosa de
toda mi anatomía. No son perfectos del todo —el último nudillo de mi
dedo medio derecho está torcido siempre, me lo rompí en un partido
de softball cuando trataba de bloquear la base—, pero incluso esta
ligera desfiguración, anuncio de mi mortalidad, a mis ojos añade encanto a la belleza de mis manos. Mi pene no despierta en mí nada
parecido al gusto que me da contemplar mis dedos. Manos de pianista,
me han dicho a menudo; y aunque no toco el piano, derivo de esta
afirmación una satisfacción estética tan pura y apolínea como soy capaz
de sentirla. Puedo verme los dedos durante horas. No debe sorprender
que me los meta tan a menudo a la boca, que me coma las uñas para
tenerlos más cerca. Cuando escribo, casi siento que ellos, y no mi intelecto, son los inteligentes progenitores de mi texto. Cualquier narcisista, fetichista y orgulloso sentido de la masculinidad que yo acaso tenga
de mi cuerpo, debe empezar y terminar en mis dedos.
Traducción: Carmen Boullosa
163
poesía
poetas negras
Poetas negras
E
n los distintos países de América, con sus respectivas circunstancias históricas, la población negra, traída originalmente para
la esclavitud y la servidumbre, ha vivido en una situación de
desventaja, cuando no de crueldad e injusticia. Con el paso de los
siglos, las independencias y algunas revoluciones, se han proclamado y aprobado diversas leyes para evitar y castigar la discriminación
racial. Sin embargo, no han sido suficientes para lograr la libertad y la
igualdad: no sólo la tradición pesa mucho, sino que también a muchos les conviene que pese. Todavía hoy, ya en el siglo XXI, los negros
de cada país de América, a su modo y manera, siguen luchando por
una vida que otros considerarían lo mínimo necesario dentro de su
sociedad. Además, América, como parte de Occidente, comparte ese
sistema social demasiado masculino y demasiado pálido (too male and
too pale, se dice) que ha dejado también a las mujeres en un plano
secundario, como otra forma de discriminación. Presentamos aquí unos
ejemplos, de entre muchos, de poetas negras que se refieren a esta
combinación de situaciones. Ana Irma Lassén de Puerto Rico da una
respuesta clara y contundente a la visión estereotipada y folklórica del
poeta negrista Luis Palés Matos. Angela Lopes Galvao participa en
una publicación de poesía negra y su editorial y fundación correspondientes, fundadas en São Paulo para llenar un vacío notable para los
escritores negros. Evelyne Trouillot habla de la supervivencia en un
país tan pobre y desamparado como es Haití. Y June Jordan, nacida en
Nueva York de familia jamaiquina, habla claramente de lo que es ser
una mujer negra en Estados Unidos y extiende esa experiencia al ansia
de imperialismo que reina en nuestro mundo.
Mónica Mansour
167
poesía
Ana Irma Rivera Lassén [Puerto Rico, 1955]
Negro, negra,
Negro, negra,
hermanos y hermanas de la piel y del dolor,
hoy quiero romper los recuerdos
del pueblo que duerme entre las palmeras
con rumor de canto monorrítmico en el viento.
Porque seguimos soportando.
Un clamor de bongó recuerda
los días en que las horas blancas no existían.
¡África abuela!
¡África madre!
Sueños
y
sangre,
dolor
y
llanto.
En la espalda
quedaron los testigos.
Cadena de recuerdos.
Esta noche...
sí,
me obsede a mí también la visión de un pueblo negro.
Mi pueblo leyenda,
esclavo de la historia,
que vive escapándose del día.
Vengo de mano con Tembandumba
abriendo filas,
con fuerza de Congo,
168
poetas negras
con los ojos cargados de versos
venimos buscándonos,
(no culipandeando)
desde el fondo del caño.
Nuestra jungla grita,
ya no canta para despertar
el tótem ancestral,
el arrabal no bate tambores sacramentales,
sólo almas,
almas cargadas del azúcar más agria,
que crecen escondidas,
que surgen del bongó centenario
que lanza la sangre
de los dioses que callaron.
Monstruo de sexo y baile
(así te cantaron muchos)
envuelto en cientos de pliegues negros
que arden en la soledad olvidada
de tanto vivirla,
tus quijadas que no suenan
ni para comer “exploradores”
se crispan de dolor ante el espejo
y se quiebran de cansancio.
Tú que regaste continentes
creyendo
que la libertad tenía cara blanca y pelo lacio,
ocultando la piel bajo las miradas,
tú,
mi pueblo,
hoy escucho un clamor centenario en el fondo de mi sangre.
Y veo que revientan tambores
en toda América,
y que te crecen voces
y miles de brazos
y que me dices
que te cansaste de llorar tu pena fría.
169
poesía
Hoy vengo de mano con Tembandumba,
a buscarte,
porque nos obsede la visión de un pueblo nuevo.
Angela Lopes Galvao [Brasil]
Sed
deja escurrir esa sangre
que riega mi alma
labra mi sueño
siega mi calma
deja escurrir esa sangre
que lava nuestro camino
encubre esa agonía
reseca nuestro destino
deja escurrir esa sangre
que se burla de mi dolor
subyuga mi entraña
lacera ese amor
deja escurrir esa sangre
que calla esa voz altiva
sacia ésa mi sed
justifica esa doctrina
deja escurrir esa sangre
que sorbió mi desgracia
ocultó mi nombre
mató a mi raza
deja escurrir esa sangre
que enloda mi tiempo
170
poetas negras
esclaviza mi cuerpo
mercadea mi miedo
deja escurrir esa sangre
que mutila mi pasado
Evelyne Trouillot [Haití, 1954]
Al final de la mirada
Al final de la mirada
mi ternura enganchada
al malestar de la tierra
su sombra bajo mis pies
mis negaciones
mis ansias de huir
y mis dos brazos abiertos
Tantos agujeros en el cielo
de odios y de quimeras
Frente a los espacios
reguladores
de las conciencias y de las calles
Se sobresalta en mí
nido precario pico abierto
un pajarito temerario
¿Quién se atreve todavía a amar a este país
y decirlo?
171
poesía
June Jordan [Nueva York, 1936]
Poema sobre mis derechos
También esta noche y necesito dar un paseo y aclarar
mi mente acerca de este poema sobre por qué no puedo
salir sin cambiarme de ropa de zapatos
la postura del cuerpo la identidad de género la edad
la situación como mujer sola en la noche/
sola en las calles/sola no es el asunto/
el asunto es que no puedo hacer lo que quiero
hacer con mi propio cuerpo porque tengo
el sexo equivocado la edad equivocada la piel equivocada y
supongamos que no es aquí en la ciudad sino allá en la playa/
o lejos dentro del bosque y yo quisiera ir
allá sola a pensar en Dios/o a pensar
en niños o a pensar en el mundo/todo esto
revelado por las estrellas y el silencio:
no podría ir y no podría pensar y no podría
quedarme allí
sola
porque necesito estar
sola porque no puedo hacer lo que quiero hacer con mi propio
cuerpo y
quién diablos dispuso las cosas
así
y en Francia dicen que si el tipo penetra
pero no eyacula entonces no me violó
y si después de acuchillarlo si después de gritos si
después de rogarle al imbécil y aún si después de azotarle
un martillo en la cabeza si aún después de eso si él
y sus amiguitos me cogen después de eso
entonces di mi consentimiento y no hubo
violación porque al fin entiendes al fin
me cogieron otra vez porque yo estaba equivocada estaba
equivocada otra vez por ser yo siendo yo donde estaba/equivocada
de ser quien soy
172
poetas negras
que es exactamente como Sudáfrica
penetrando en Namibia penetrando en
Angola y quiere decir eso quiero decir cómo sabes si
Pretoria eyacula cómo se verá la evidencia la
prueba de la eyaculación del monstruo con botas en Tierranegra
y si
después de Namibia y si después de Angola y si después de
/Zimbabwe
y si después de que todos mis parientes y parientas se resisten
/aún hasta
la autoinmolación de los pueblos y si después de eso
perdemos de todos modos qué dirán los muchachotes alegarán
mi consentimiento:
Me Entiendes: Somos la gente equivocada con
la piel equivocada en el continente equivocado y de qué
diablos se sienten todos tan sensatos
y según el Times de esta semana
en 1966 la CIA decidió que tenían un problema
y el problema era un hombre llamado Nkrumah así que
lo mataron y antes fue Patricio Lumumba
y antes fue mi padre en los terrenos
de mi universidad prestigiada y mi padre temeroso
de entrar a la cafetería porque dijo que
estaba equivocado la edad equivocada la piel equivocada la
identidad de género equivocada y estaba pagando mi colegiatura y
antes
fue mi padre diciendo que yo estaba equivocada diciendo que
debería haber sido varón porque él lo quería/un
varón y que debería haber tenido la piel más clara y
que debería haber tenido el pelo más lacio y que
no debería estar tan loca por los muchachos sino más bien debería
serlo/un muchacho y antes
fue mi madre rogando por cirugía plástica para
mi nariz y frenos para mis dientes y diciéndome
que soltara los libros que los soltara en otras
palabras
conozco bien los problemas de la CIA
y los problemas de Sudáfrica y los problemas
173
poesía
de la Corporación Exxon y los problemas de América
blanca en general y los problemas de los maestros
y los predicadores y el FBI y los trabajadores
sociales y mi Mamá y Papá particulares/conozco
bien los problemas porque los problemas
resultan ser
yo
yo soy la historia de la violación
yo soy la historia del rechazo de quien soy
yo soy la historia del encarcelamiento aterrado de
mí misma
yo soy la historia de asaltos con agresión y ejércitos
ilimitados contra lo que sea que quiera hacer con mi mente
y mi cuerpo y mi alma y
si se trata de salir a caminar por la noche
o si se trata del amor que siento o
la santidad de mis fronteras nacionales
o la santidad de mis dirigentes o la santidad
de cada uno de mis deseos
que conozco desde mi personal e idiosincrático
e indiscutiblemente único y singular corazón
he sido violada
será porque he estado equivocada el sexo equivocado la edad equivocada
la piel equivocada la nariz equivocada el pelo equivocado la
necesidad equivocada el sueño equivocado la geografía equivocada
el sastre equivocado yo
yo he sido el significado de la violación
yo he sido el problema que todos procuran
eliminar por una forzada
penetración con o sin la evidencia de baba y/
pero que esto sea inconfundible este poema
no es consentimiento no doy mi consentimiento
a mi madre a mi padre a los maestros al
FBI a Sudáfrica a Bedford Stuy
a Park Avenue a American Airlines a los ociosos
excitados en las esquinas a los asquerosos ocultos en
los coches
174
poetas negras
No estoy equivocada: Equivocada no es mi nombre
mi nombre es mío es mío es mío
y no puedo decirte quién diablos dispuso las cosas así
pero puedo decirte que desde ahora mi resistencia
mi simple autodeterminación de día y de noche
bien podría costarte la vida.
Traducción: Mónica Mansour
175
políticas públicas
Judith Astelarra
Veinte años de políticas de igualdad
de oportunidades en España
Judith Astelarra
Las políticas de género
E
xisten diversos tipos de estrategias políticas para impulsar políticas públicas en contra de las desigualdades de género. Sin
embargo, la estrategia que más se ha generalizado a nivel internacional en los últimos quince años es la de igualdad de oportunidades. La igualdad de oportunidades en la tradición política liberal clásica
implica que todos los individuos han de tener la misma oportunidad y
que las desigualdades (se habla de diferencias pero en realidad se trata
de desigualdades) que se producen se deben a los distintos méritos que
tienen las personas. Es decir, todos han podido utilizar las mismas
oportunidades, pero como son diferentes (aquí sí que aparece el concepto de diferencia), algunos son más capaces que otros, entonces terminan siendo desiguales. Existen, por lo tanto, desigualdades injustas
que deben ser corregidas, cuando no se ha tenido en el punto de partida las mismas oportunidades, y desigualdades que sólo expresan las
diferencias meritocráticas y que son legítimas.
¿En qué actuaciones se expresa esta estrategia? Lo primero que se
hace es revisar los marcos legales y toda la legislación existente, porque
en efecto persistían muchas desigualdades en la propia ley. Al mismo
tiempo se impulsan ciertas medidas para que la ley se aplique. Sin
embargo, cuando se hacen las primeras evaluaciones en los Estados
Unidos, pionero en esta materia, y en muchos países europeos, se constata que la igualdad de oportunidades no produce igualdad en los resultados. Las reformas legales y las actuaciones públicas no producen a
continuación los cambios necesarios en la realidad social de las mujeres, de modo que se pueda afirmar que la discriminación ha desapareci179
políticas públicas
do. El análisis, los datos y las evaluaciones que se hacen de las repercusiones de estas políticas muestran que el problema radica en que el punto de partida entre hombres y mujeres para la participación en el
mundo público no es igual.
Frente a esta limitación de las políticas de igualdad de oportunidades aparece una primera respuesta: si las mujeres no son iguales
en el punto de partida, hay que corregir el punto de partida. Eso implica hacer un paquete de políticas relativamente diferentes para corregir este punto de partida. El primer tipo de modificación de la estrategia
de igualdad de oportunidades es la acción positiva. La acción positiva
consiste en un mecanismo para corregir la desventaja inicial de las
mujeres: en igualdad de condiciones, primar a una mujer sobre un
hombre. Si bien la acción positiva es un primer mecanismo para superar la limitación de las políticas de igualdad de oportunidades, sin
embargo, siguen subsistiendo problemas, a pesar de la acción positiva,
que han comenzado a mostrar que se debe intentar abordar el fondo del
problema.
La discriminación no desaparece porque, como los estudios muestran sistemáticamente, la incorporación de las mujeres al mundo público no transforma su rol de amas de casa. Las mujeres siguen siendo las
responsables total o parcialmente del ámbito doméstico, independientemente de cualquier otra actividad que desempeñen. Es lo que se define como la doble jornada de las mujeres. Es decir, la aplicación de
las políticas de igualdad de oportunidades, que son políticas para que las
mujeres accedan al mundo público, cuando comienzan a producir resultados en cuanto a esta incorporación, muestran inmediatamente el
tema del ámbito privado y su incidencia en las actividades de las mujeres. Es la estructura familiar y el rol de las mujeres en ella lo que hace
que las mujeres no consigan una posición igual a la de los hombres ni
en el trabajo ni en la política ni en la vida social. Por ello los nuevos
derechos que se han otorgado a las mujeres tienden a ser formales y no
sustantivos. A la desventaja familiar hay que añadir otros elementos,
ideológicos o de poder, que hacen que se les dé a las mujeres un rango
secundario en las actividades públicas a las que han tenido acceso.
A partir de este análisis, en los últimos tiempos se ha buscado acompañar las medidas de igualdad de oportunidades en el ámbito público
con medidas que permitan una redistribución del trabajo doméstico entre mujeres y hombres. Ello ha surgido a partir de analizar cómo funcio180
Judith Astelarra
na la vida social y cómo se equilibra la ausencia con la presencia de las
mujeres, cosa que también sucede en el caso de los hombres.
Limitaciones de la equidad: ausencia y presencia de las mujeres
Las políticas de igualdad de oportunidades intentan corregir la ausencia de las mujeres en aquellos lugares públicos en que están presentes
los varones. Esta lógica de corregir las ausencias sociales de las mujeres
parece partir del supuesto de que las mujeres no hacían nada. Era un
colectivo que estaba por allí, en la familia, y “no trabajaba”. Estaban
discriminadas porque no estaban en los lugares donde había que estar.
Por lo tanto, lo que había que hacer era simplemente eliminar las barreras legales, económicas, sociales, culturales y de poder, para que pudieran acceder a estos puestos sociales. Cuando se comienza a intentar, a
través de las diferentes políticas de igualdad de oportunidades, conseguir este objetivo, es cuando se descubre que la contrapartida de esta
ausencia es la presencia de las mujeres. Las mujeres no estaban donde
había que estar no porque no hicieran nada sino porque estaban ocupadas en otros ámbitos de actividad social. Se trataba del ámbito privado
cuya institución principal es la familia, que es una unidad de producción de bienes y servicios vinculada a la reproducción humana y al
mantenimiento cotidiano de las personas.
Hay que agregar, además, que las funciones de las mujeres no se
cumplen sólo en el hogar. Las mujeres ponen muchas horas de participación colectiva, pero en otro tipo de organizaciones que no son las
organizaciones económicas, sociales y políticas clásicas. Las mujeres
participan en una serie de organizaciones ligadas a necesidades sociales de la colectividad: cuidado de los grupos más desfavorecidos, trabajo en el nivel vecinal y local; participación en la mejora de las condiciones
de la vida cotidiana. Esta participación se hace de forma voluntaria,
pero tiene una gran trascendencia, y se suma al trabajo realizado por las
mujeres en el hogar.
Alcance y limitaciones de la igualdad de oportunidades
La conclusión, por lo tanto, es que si se quiere abolir realmente la discriminación de las mujeres, es necesario cambiar la organización social
181
políticas públicas
que le sirve de base y la dicotomía entre las actividades públicas y las
privadas. Esto supone políticas públicas de más envergadura y con objetivos más amplios que la mera búsqueda de igualdad de oportunidades entre las mujeres y los hombres en el ámbito público. Supone, por
un lado, modificar las características y la relación entre mundo público
y mundo privado que han caracterizado a nuestra sociedad moderna.
Por otro lado, propone eliminar la base cultural y política que ha sustentado la jerarquía entre lo masculino y lo femenino, lo que se remonta
a varios milenios y que ha permeado casi todos los tipos de organización
social que conocemos. No es posible que esta profunda tarea de cambio de todo tipo se produzca sólo con la puesta en marcha de políticas
públicas; supone una verdadera revolución de la sociedad y de las personas. La sociedad debe organizar su base privada, en especial los servicios producidos en la familia, de otra manera. Las personas deben
modificar radicalmente, en lo que respecta al género, sus ideas, sus
modos de actuar y sus valores.
Veinte años de políticas públicas en España
Incorporar el tema en la agenda pública
Desde los comienzos de la transición democrática se asumió la necesidad
de impulsar políticas que garantizaran derechos iguales para las mujeres.
Primero se creó la Subdirección de la Mujer en el Ministerio de Cultura y
a partir de 1983 se creó el Instituto de la Mujer, organismo autónomo con
rango de dirección general que ha dependido primero del Ministerio
de Cultura, después del de Asuntos Sociales y actualmente del Ministerio del Trabajo y Asuntos Sociales. Desde el primer momento, el
Instituto de la Mujer asumió que las políticas públicas por la equidad
de género deberían ser impulsadas por todo el gobierno. El órgano
superior del instituto, su Consejo Rector, formado por representantes de
alto nivel de doce ministerios y por seis mujeres —elegidas por la dirección del instituto por su aporte a la causa de las mujeres— tuvo a su
cargo impulsar y echar a andar políticas de igualdad de oportunidades.
La incorporación de España a la Comunidad Europea le dio mayor
soporte a las actividades del Instituto de la Mujer ya que sus planes
generales fueron asumidos por el gobierno español. Asimismo, siguiendo el modelo europeo, el Consejo Rector decidió organizar el trabajo de
182
Judith Astelarra
la administración pública española en un Plan de Igualdad de Oportunidades. Así se han aprobado en el Consejo Rector tres planes de igualdad de oportunidades para los años 1988-1990; 1993-1995 y 1997-2000.
Los planes han obtenido la aprobación del Consejo de Ministros del
gobierno y establecen áreas de actuación, objetivos y acciones e indican
cuáles son los organismos del gobierno que deberán ejecutarlos.
En las 17 comunidades autónomas también se han creado Institutos de la Mujer que han elaborado sus respectivos planes de igualdad
de oportunidades. Al mismo tiempo, la administración local española
se ha incorporado al desarrollo de políticas de igualdad de oportunidades y en muchos ayuntamientos españoles también existen planes de
igualdad de oportunidades. En las otras instituciones del estado se han
creado, asimismo, instancias de actuación a favor de los derechos de las
mujeres. Existen comisiones específicas en el Congreso de los Diputados y el Senado español y en los parlamentos autonómicos.
A lo largo de los años ochenta y noventa se impulsaron por lo
tanto, desde los distintos niveles del ejecutivo, políticas públicas de
igualdad de oportunidades. En algunos casos (Instituto Vasco de la Mujer)
estas políticas fueron un paso más allá y se potenció la incorporación
de la acción positiva como una forma de actuación. En este contexto
parece interesante analizar cuál es el rol que han tenido los planes de
igualdad de oportunidades. Tres parecen ser las características más
importantes del contexto en que estos planes se elaboraron y se deberían poner en marcha:
1) No había tradición en la administración y en los parlamentos
centrales y autonómicos de aplicación de este tipo de políticas públicas.
2) Por el tipo de objetivos que se proponían estos organismos, su
actuación debería ser global, puesto que la discriminación que buscaban combatir y eliminar requiere impulsar acciones en todas las áreas
de actuación pública.
3) Cambiar la situación de las mujeres supone el compromiso de
los propios agentes sociales. Esto es, la sociedad en su conjunto debe
aceptar que existe discriminación contra las mujeres, que esto debe eliminarse y que para ello hay que modificar formas de conducta y una
organización social y económica que es la que genera y mantiene esta
situación.
Estos tres rasgos del contexto político y social en los que se realizarían explican las características mismas de los planes que se elaboraron
183
políticas públicas
e impulsaron en los gobiernos central y autonómicos. En efecto, los
planes no sólo respondían a una necesidad instrumental, es decir, organizar la actuación en esta temática, sino que era necesario comenzar
por explicitar en qué consistían las políticas públicas de igualdad de
oportunidades y de acción positiva. En esta medida, los planes eran
útiles para hacer frente a la falta de tradición en actuaciones de este tipo
en estas instituciones y para mostrar el carácter de globalidad que necesariamente habían de tener las políticas públicas en este tema. Esto es
lo que podríamos denominar “poner el tema en la agenda pública”.
En lo que respecta al compromiso de la sociedad en la consecución de los cambios necesarios para eliminar la discriminación, se trata
de un proceso que requiere de mucho más tiempo. Sin embargo, hay
que comenzar por legitimar el tema, es decir, que sea conocido, que se
sepa cuales son sus orígenes y que se cree consenso en cuanto a que
se trata de una situación que hay que modificar. El movimiento feminista de los setenta y ochenta planteó la eliminación de la subordinación femenina como una reivindicación propia. Para que se convirtiera
en una reivindicación asumida por todas las mujeres y también por los
varones, se requería su aceptación por parte de toda la sociedad. Ello
suponía que se creara conciencia de que había que emprender acciones
sociales, políticas y culturales, tanto gubernamentales como no gubernamentales, para cumplir con este objetivo. Los planes de igualdad
de oportunidades establecían como uno de sus objetivos la creación de
una opinión pública favorable a su propuesta y la búsqueda de este
compromiso social frente a los cambios requeridos. La globalidad con
que se abordaba la problemática permitía también sensibilizar a la sociedad sobre el carácter complejo de la problemática.
Se ha de decir que estos planes no son, estrictamente hablando,
planes, pues un plan supone señalar no sólo objetivos, como hacen estos, sino especificar los resultados que se espera obtener en el periodo de
tiempo de su ejecución y los recursos que se asignarán. En este caso,
incluso las acciones que se proponen, aunque son muy concretas, no
están cuantificadas. Por ejemplo, una acción puede proponer que se debe
mejorar la detección y tratamiento del cáncer de mama. Si no se especifica a qué porcentaje de las mujeres debe alcanzar esta acción, sólo con que
en un par de hospitales se haya mejorado la atención, ya se habría cumplido la acción. Es decir, no son planes en el sentido que no está claramente especificado en qué periodo de tiempo, a qué sector de la población
y qué recursos se van a destinar a ciertas acciones. Esto también dificulta
184
Judith Astelarra
la evaluación sobre el impacto que estas medidas han tenido y sobre su
alcance real.
Este aspecto refuerza la hipótesis de que los planes han sido, por
lo menos en su primera etapa, sobre todo un instrumento de incorporación de la temática de la discriminación de las mujeres en el estado. Las
primeras evaluaciones que se hacen en el gobierno central muestran
este hecho. Lo que se realiza son memorias de actividades. La evaluación consiste en decir cuáles de aquellas acciones propuestas en el plan
han sido desarrolladas, dónde y por quién. Es decir, evalúan en qué
medida el estado está comenzando a adecuar su actuación para garantizar el principio constitucional de no discriminación por razón de sexo.
Desde esta perspectiva, el objetivo de incorporar el tema de la discriminación a la agenda pública es importante. La discriminación de las
mujeres no es un problema sectorial, precisamente porque el sistema
de género es global y determina espacios y conductas sociales tanto
masculinas como femeninas. Si lo que afecta a la mitad de la población, la femenina, es sectorial, entonces también lo sería todo lo que
afecta a la otra mitad, es decir los hombres. Así, la dimensión de
género se debe incorporar como una actividad normal de todas las
políticas públicas que se echan a andar.
Los resultados: la opinión de las expertas
En un estudio Delphi1 que abordaba el acceso de las mujeres al empleo
y la combinación con el trabajo asalariado, las entrevistadas consideraron que el mayor énfasis había estado en su incorporación al mercado
de trabajo. Para las expertas, estos cambios se debieron en parte a las
políticas de igualdad de oportunidades que se impulsaron en España a
través de planes. Consideran que tuvieron aspectos positivos, pero tam-
1
Estas conclusiones se han obtenido de un estudio Delphi hecho con un
conjunto de expertas. Formó parte del informe español que he realizado para la Red
Europea sobre “Políticas para conciliar el trabajo asalariado y el doméstico” coordinado por la Universidad de Tilburg: Judith Astelarra, “The Evaluation of Policies in
Relation to the Division of Paid and Unpaid Work in Spain”, European Network on
Policies and the Division of Unpaid and Paid Work, WORC, Tilburg University,
Países Bajos, 2001.
185
políticas públicas
bién han dejado problemas sin resolver que deberán ser abordados en
el futuro. Entre lo positivo destaca:
1. La creación de un nuevo marco legal, en especial las leyes en
contra de la discriminación.
2. El hecho de que la discriminación de las mujeres forma ya parte
de la agenda pública. Independientemente del partido que gobierne, se
ha asumido que el estado debe actuar en contra de la discriminación.
3. Se ha contribuido a crear una opinión pública que está a favor de
la igualdad entre las mujeres y los hombres y a sensibilizar a la población sobre los problemas que afectan a las mujeres.
Entre los problemas que no se han resuelto se destaca:
1. Existen aún factores en el mercado de trabajo que conducen a la
discriminación de las mujeres. Por ejemplo, en las tasas de desempleo
o en el hecho de que se las sigue ubicando en las profesiones “femeninas” (secretarias o dependientes de comercio) independientemente de
su educación.
2. No se han diseñado políticas para proveer de servicios que
sutituyan el trabajo doméstico y se está muy lejos de los países de
Europa del Norte en este aspecto.
3. Se ha ignorado a la familia y no se ha desarrollado una política
que haga compatible la igualdad de oportunidades para las mujeres con
el necesario cambio en las familias que ello comporta. Sólo en 1999 se
ha aprobado una ley para permitir conciliar familia y empleo.
4. No hay cambios estructurales de más profundidad como, por
ejemplo, la flexibilización de los horarios laborales para que hombres y
mujeres puedan conciliar la actividad laboral con la familiar.
Estrategia política de los planes de igualdad de oportunidades
La opinión de las expertas se confirma si se analizan las medidas que
han sido impulsadas desde los planes de igualdad de oportunidades.
Las políticas de igualdad de oportunidades pueden ser clasificadas desde distintas categorizaciones. A partir de otros estudios,2 las medidas
propuestas en los planes de igualdad de oportunidades pueden ser
2
Categorías elaboradas para la evaluación del Primer Plan de Acción Positiva de
gobierno vasco, que posteriormente he utilizado en el análisis del modelo
del plan de igualdad de oportunidades impulsado en España a través de la categorización de las medidas propuestas en los planes de igualdad de oportunidades.
EMAKUNDE,
186
Judith Astelarra
clasificadas en términos de cuál es su estrategia general de actuación.
Desde esta perspectiva se pueden establecer diferentes niveles. En primer lugar, tendríamos los siguientes tres niveles generales:
1. Actuar sobre el conocimiento, informando, sensibilizando y formando a las personas.
2. Actuar directamente en contra de la discriminación y a favor de
la igualdad real entre mujeres y hombres.
3. Crear organizaciones y estructuras para abordar las políticas
antidiscriminatorias: instituciones públicas y organizaciones privadas.
Aunque los tres niveles son importantes, el que aborda con mayor
profundidad y de modo más directo la construcción de una sociedad
más igualitaria entre mujeres y hombres es el segundo. Estas acciones
posibilitan una igualdad de oportunidades real y pretenden eliminar
las situaciones de discriminación que se producen hacia las mujeres, lo
que implica realizar transformaciones radicales tanto en el comportamiento individual como en la organización social.
Efectivamente, el primer nivel de actividades busca transformar el
nivel ideológico, de modo que la desigualdad entre mujeres y hombres
sea considerada como algo negativo en la cultura democrática. El tercer
nivel hace referencia a la necesidad de que existan organizaciones especializadas, tanto en la administración pública como en la sociedad, cuya
finalidad sea actuar en contra de la discriminación. En consecuencia,
tanto el primero como el tercero pueden ser considerados pre-requisitos para desarrollar políticas directas de segundo nivel.
En la siguiente tabla se muestra la distribución de todas las medidas propuestas en todos los planes de igualdad de oportunidades (tanto del gobierno central como de las comunidades autónomas).
Conocimiento, información,
sensibilización y formación
Actuaciones directas contra la
discriminación
Apoyo a instituciones políticas, organizaciones
privadas y cooperación internacional
Total
187
Frecuencias
Porcentaje
2587
63.7
774
19.0
702
17.3
4063
100.0
políticas públicas
Estos tres niveles han sido desagregados en diferentes categorías.
1. El primero se dividió en tres categorías:
1.1 Las medidas cuyo objetivo era ampliar la cultura de las mujeres, la información sobre sus derechos o aspectos específicos de
su discriminación, y las que buscaban sensibilizar a las mujeres
o a la sociedad en general sobre la discriminación de las mujeres.
1.2 Las medidas que buscaban sacar a las mujeres de la invisibilidad y contribuir a difundir la dimensión de género en la sociedad.
1.3 Las medidas destinadas a la formación y educación de las
mujeres. Se excluyó la formación directamente destinada a incorporarlas al mercado de trabajo (que se consideró acción directa).
2. La acción directa en contra de la discriminación se dividió en
dos tipos:
2.1 Acción directa individual que busca darle un apoyo personalizado a las mujeres que sufren alguna forma de discriminación.
Aquí se incluyó la formación ocupacional o la asistencia legal.
2.2 Acción directa asistencial que busca ayudar a una mujer discriminada en forma asistencial, por ejemplo, las casas de acogida
de las mujeres maltratadas.
2.3 Acción directa estructural que busca cambiar las estructuras
que generan discriminación. Aquí se incluyó la legislación antidiscriminatoria, las medidas de acción positiva, etc.
La siguiente tabla muestra una distribución de estas categorías (agrupando 2.1 y 2.2) en todos los planes.
Frecuencias
Porcentaje
Cultura, información y sensibilización
1761
43.3
Creación de conocimiento de género
419
10.3
Formación
323
7.9
Acción estructural
405
10
692
17
463
11.4
4063
100
Acción individual, asistencial y
formación ocupacional
Apoyo y subvenciones a asociaciones de mujeres,
instituciones públicas y cooperación internacional
Total
188
Judith Astelarra
Las dos tablas muestran que la mayoría de las acciones se han
dado en el terreno de la educación, información y sensibilización de las
mujeres sobre sus derechos a incorporarse al mundo público y en la
sensibilización de la población en general. También se han creado las
estructuras de actuación. Sin embargo, ha habido mucha menor acción
directa y ésta se ha concentrado en la legislación y en la formación
ocupacional.
La distribución de las acciones que se proponen en los planes no
muestra diferencias significativas entre las del gobierno central y las
comunidades autónomas o entre las autonómicas entre sí. Lo que resulta más significativo es que tampoco se diferencian si se las compara
agrupándolas según el partido político que gobernaba, al establecerlas
tanto en el gobierno central como en los autónomos. Los cuadros siguientes recogen la distribución de acciones en los planes elaborados
por gobiernos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), por gobiernos del Partido Popular (PP) o por gobiernos nacionalistas en el País
Vasco y Cataluña (CIU, Convergència i Unió) en Cataluña y el PNV (Partido Nacionalista Vasco) en el País Vasco.
Planes de gobiernos PSOE (gob. central y autonómicos)
Cultura, información y sensibilización
Creación de conocimiento de género
Formación
Acción estructural
Frecuencias
Porcentaje válido
585
39.1
183
12.2
105
7.9
148
10
297
17
178
11.4
1496
100.0
Acción individual, asistencial y
formación ocupacional
Apoyo y subvenciones a asociaciones de mujeres,
instituciones públicas y cooperación internacional
Total
189
políticas públicas
Planes de gobiernos PP (gob. central y autonómicos)
Frecuencias
Porcentaje válido
751
45.9
153
9.4
Formación
133
8.1
Acción estructural
149
9.1
255
15.6
195
11.9
1636
100.0
Cultura, información y sensibilización
Creación de conocimiento de género
Acción individual, asistencial y
formación ocupacional
Apoyo y subvenciones a asociaciones de mujeres,
instituciones públicas y cooperación internacional
Total
Planes de gobiernos nacionalistas (Cataluña y País Vasco)
Cultura, información y sensibilización
Creación de conocimiento de género
Formación
Acción estructural
Frecuencias
Porcentaje válido
425
45.6
83
8.9
85
9.1
108
11.6
140
15.0
90
9.7
931
100.0
Acción individual, asistencial y
formación ocupacional
Apoyo y subvenciones a asociaciones de mujeres,
instituciones públicas y cooperación internacional
Total
La homogeneidad en la tendencia de distribución indica que el
modelo que se ha aplicado es un típico modelo de igualdad de oportunidades. El énfasis principal ha estado en crear las condiciones para
que las mujeres pudieran acceder al mundo público, a través de la
formación y el conocimiento de sus derechos. Al mismo tiempo se ha
buscado que la sociedad se sensibilizara sobre la problemática de la
discriminación de las mujeres y se creara una opinión pública favora190
Judith Astelarra
ble a los derechos de las mujeres. Se ha cambiado, por lo tanto, la
cultura ciudadana de las mujeres: de considerarse amas de casa han
pasado a verse como ciudadanas en el mundo público.
Políticas de igualdad y cambios en la situación social de las mujeres
En estos años de vigencia de los planes se han producido profundos
cambios en la situación social de las mujeres. Esto se constata al utilizar
indicadores sociales que miden la posición de las mujeres en la educación, el empleo, la opinión pública a favor de la igualdad y otras variables. Es difícil evaluar el impacto que las políticas de igualdad de
oportunidades han tenido en estos cambios, porque ello exigiría diseños
cuasi experimentales de investigación que son imposibles de desarrollar
para variables de tanto alcance. Sin embargo, se puede afirmar que las
políticas impulsadas explican, aunque sea en parte, los cambios que se
han producido en los últimos veinte años en la situación de las mujeres
españolas. Esto formaba parte de un enfoque general de las políticas públicas de incorporar a las mujeres españolas al mundo público: tanto a la
economía como a la política, la cultura y la actividad social.
El punto de partida en España cuando comenzó la transición a la
democracia había sido muy bajo en estos aspectos. La dictadura franquista había sido extremadamente patriarcal, prohibiendo a las mujeres
el acceso al mundo público, obligándolas al rol de amas de casa y estableciendo una absoluta autoridad del padre de familia sobre la esposa y
los hijos. Las mujeres españolas exigieron igualdad de derechos y participaron ampliamente en las movilizaciones que condujeron a la transición democrática. Veinte años después de la aprobación de la
Constitución que prohibía la discriminación por razón de sexo, la situación de las mujeres españolas ha cambiado notablemente. Los cambios
se pueden analizar comparando la situación de las mujeres a través del
tiempo o comparando a hombres y mujeres. Otra forma de hacerlo es
comparar a las diferentes generaciones de mujeres. Este es el criterio
que asumiré en lo que sigue.
En el análisis de las estadísticas que comparan a todas las mujeres a
través del tiempo o a las mujeres con respecto de los hombres no queda
claro un factor importante y es que los cambios se han producido sobre
todo en las generaciones más jóvenes. Desde esta perspectiva, he partido
de la hipótesis de que las transformaciones han surgido como parte del
proceso de la transición. Así he distinguido tres generaciones de mujeres
españolas: la generación pre transición (educada y que vivió parte de su
191
políticas públicas
vida bajo el franquismo); la generación de la transición (la que fue educada en el franquismo pero hace la ruptura con él) y la generación post
transición (que era muy pequeña o nació después de la democracia).3 En
el anexo se presentan datos que muestran algunas diferencias entre las
tres generaciones, obtenidos de diversas fuentes secundarias. De la lectura de esos datos se pueden extraer unas primeras conclusiones generales:
1. Ha habido un cambio espectacular en los niveles educativos (tabla 1) que afecta a hombres y mujeres. La mayor diferencia entre ellos se
produce en el caso de la educación superior: mientras que las mujeres de
la pre transición con títulos universitarios son la mitad que los hombres,
en la generación post transición los superan por un 5 por ciento.
2. Este cambio también se ha producido en el acceso al mercado de
trabajo (tabla 2).
3. En el terreno de las ideas, la generación joven también muestra
que ya no cree en la ideología tradicional sobre la división sexual del
trabajo, es decir, el hombre responsable del sustento y la mujer del
hogar (tabla 12.1).
4. Estos cambios con respecto a la idea de que las mujeres deben
educarse y entrar al trabajo asalariado no se han producido en el mercado de trabajo. En primer lugar se sigue considerando que el hombre
tiene prioridad en el empleo lo que produce un mayor desempleo femenino (tabla 3). No sólo esto, sino que la tabla muestra que las mujeres
tienen el doble de desempleo en las carreras universitarias feminizadas,
pero tres veces más en las masculinizadas y en el caso de las ingenierías llega a ser cuatro veces mayor. Esto muestra que, aunque se intenta
que las carreras masculinas dejen de serlo, el mercado de trabajo no ha
cambiado la concepción y luego del esfuerzo para que las mujeres se
incorporen a estas carreras las penalizan más que en las femeninas.
Un segundo factor que muestra este mismo problema aparece en
la tabla 4. Si se analiza el porcentaje de mujeres en la categoría ocupaciones femeninas (especialmente secretarias y dependientas de comer-
3
Para ello se tomó la edad en el año 1977: generación pre-transición la que tenía
35 años y más; generación de la transición, entre 15 y 34 años y generación posttransición, menos de 14 años. Los datos que se han analizado para los noventa,
transfieren estos grupos de edad al año 1997, lo que hace que la edad de los tres
grupos sea: 55 y más, de 35 a 54 años y de 14 a 34 años. Los datos que se utilizan
provienen de diferentes fuentes, entre 1995 y 1999.
192
Judith Astelarra
cio) se ve que es mucho mayor en la generación joven que en la de la
pre transición. Estas son mucho menos en cantidad, pero están mejor
distribuidas. Más aún, el techo de cristal es menor en este grupo que en
el de la transición.
5. Los cambios no se han producido entre las tres generaciones en
cuanto al ámbito doméstico y la familia. Para comenzar, se refleja en la
natalidad (tabla 5). No sólo baja sino que, al cruzarla con la ocupación y
la educación, vemos que ambos factores inciden en el descenso. Con
respecto a la natalidad, lo que resulta interesante es que las opiniones
con respecto a la evaluación sobre su decremento y a las razones que lo
producen es bastante similar en las tres generaciones (tablas 6 y 7). Las
tres generaciones lo valoran negativamente y consideran que la principal razón es la económica. La incorporación de las mujeres al trabajo
asalariado aparece mucho más abajo en la tabla. El número ideal de
hijos (dos) también es compartido por las tres generaciones (tabla 8). De
la misma manera lo que aparece más importante como factor para contribuir al aumento de la natalidad para las tres generaciones es el aporte
económico directo a las familias, ya sea por la vía de exención fiscal o
de subsidio (tabla 9).
6. En cuanto al trabajo doméstico, como muestran las tablas 10 y
11, las mujeres de la post transición siguen siendo las principales responsables del trabajo doméstico (menos en el caso de cuidado de enfermos). Pero los hombres jóvenes dicen que hacen un poco más de trabajo
doméstico de lo que dicen las mujeres jóvenes, mientras que en los
mayores, los hombres parecen no tener problema en admitir que las
mujeres son las que lo hacen todo.
7. Las actitudes sobre la familia también son bastante más complejas. En muchos casos no hay casi diferencia entre las tres generaciones (tabla 12, del 2 al 4). De la misma forma, las mujeres jóvenes
también reflejan ambigüedades sobre la combinación de la maternidad con el trabajo asalariado (tabla 13). El sector de la población que
reivindica el trabajo a jornada completa es el que no tiene hijos o los
hijos ya han abandonado el hogar.
8. También en su representación política tanto a nivel de Parlamento Nacional como de los parlamentos en las comunidades autónomas ha habido un fuerte incremento de la presencia femenina (tabla 14).
Se trata de una primera aproximación de análisis y los datos presentados deberían ser complementados con muchos otros. Sin embargo,
parecen confirmar lo que diversos estudios han señalado. Hay una gran
193
políticas públicas
diferencia en cuanto al acceso al mundo público entre las mujeres jóvenes y las mayores. Sin embargo, como hemos visto la discriminación
continúa en el mundo público al que se incorporan y ha habido pocos
cambios en cuanto a sus actividades familiares. Es decir, hemos corregido la ausencia de las mujeres del mundo público, pero sin cambiarlo. Y
continúa el problema de cómo resolver sus presencias. Esto último supone que existe una ausencia de los hombres en el ámbito doméstico que
corregir, pero sin que exista una demanda masculina para ello.
Es difícil considerar que los cambios producidos sólo han sido
consecuencia de las políticas de igualdad de oportunidades. Sin embargo, alguna relación se puede establecer entre ambos. Del análisis que se
ha hecho de los planes de igualdad de oportunidades se puede concluir
que su énfasis principal está en que las mujeres entren al mundo público y la mayor parte de las medidas propuestas están en la dirección de
concienciar a las mujeres sobre sus derechos, informando y sensibilizando sobre la igualdad de oportunidades. También es un objetivo sacar a las mujeres de la invisibilidad a través de la realización de estudios.
Pero no ha habido mucha actuación sobre este mundo público para que
realmente dé cabida a las mujeres, ni se han producido para ello los
cambios necesarios en sus estructuras de género. Este es el gran desafío
del futuro, no sólo por razones de justicia sino porque los cambios que
se han producido hasta ahora, como muestran muchas experiencias,
pueden ser reversibles.
La otra área importante de actuación es sobre las presencias de las
mujeres y sobre la conciliación de trabajo doméstico y asalariado. Abordaremos este tema a continuación.
Políticas para combinar trabajo doméstico y trabajo asalariado
Para el análisis de cómo se ha abordado la conciliación entre el trabajo
doméstico y el asalariado se clasificaron las medidas de los planes de
igualdad de oportunidades en función de una tipología desarrollada en
una investigacion europea coordinada por la Universidad de Tilburg
sobre las políticas para combinar el trabajo doméstico y asalariado.4 Las
categorías establecidas eran:
4
Del informe antes citado para la Red Europea. Estudio coordinado por la
Universidad de Tilburg.
194
Judith Astelarra
1. Organización del tiempo de trabajo (prácticas de empleo flexible, permisos de paternidad/maternidad, etc.).
2. Abolición de la discriminación entre hombres y mujeres en el
mercado laboral (salario, acceso, promoción, etc.).
3. Desarrollo de servicios sociales financiados adecuados a las necesidades familiares y de las mujeres.
4. Adaptación de esquemas fiscales y de la seguridad social a los
diversos modelos de trabajo.
5. Organización del tiempo escolar (tiempo de ocio, guarderías).
En la siguiente tabla se muestran los porcentajes de medidas clasificados en estas cinco categorías, para todos los planes y separadamente para todos los planes del gobierno central y todos los de las
comunidades autónomas.
Tipos de políticas y acciones en todos los planes
de igualdad de oportunidades (%)
Planes del
gobierno central
Planes de las
comunidades
autónomas
Todos los
planes
1. Organización del tiempo de
trabajo
10.2
6.7
7.2
2. Abolición de discriminación
laboral de género: acceso al
mercado de trabajo
77.6
79.1
3. Servicios para la mujer
8.2
9.6
9.4
3.1
2.7
2.8
1
1.9
100% (98)
100% (626)
4. Esquemas fiscales
5. Organización tiempo
escolar
Total
78.9
1.8
100% (724)
Para ver si detrás de las políticas había existido una estrategia de
comenzar incorporando a las mujeres al mundo público para luego
abordar la conciliación entre el trabajo asalariado y el doméstico se consideraron dos periodos de tiempo: entre 1988 (fecha del primer plan) y
1994 y entre 1995 y el 2000. Los datos obtenidos se presentan en la siguiente tabla.
195
políticas públicas
Tipos de políticas y acciones en los planes: 88-94 y 95-00
Planes del
gobierno central
Planes de las
comunidades
autónomas
Todos los
planes
88-94
95-00
88-94
95-00
88-94
95-00
1. Organización del tiempo de
trabajo
11.8
8.5
5.8
7.9
6.5
8
2. Abolición de discriminación
laboral de género: acceso al
mercado de trabajo
68.6
87.2
81.8
75.6
80.2
77.3
3. Servicios para la mujer
11.8
4.3
7.8
11.8
8.3
10.7
4. Esquemas fiscales
5.9
--
2.6
2.9
3
2.5
2
--
2
1.8
2
1.5
100%
(51)
100%
(47)
100%
(347)
100%
(279)
100%
(398)
100%
(326)
5. Organización tiempo
escolar
Total
Como se puede ver en estos datos, la mayoría de las medidas
estuvieron encaminadas a la abolición de la discriminación de género
en el ámbito laboral, definida, como hemos visto antes, básicamente
como la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo. Es decir, la
corrección de su ausencia en este campo. Prácticamente no se ha hecho
casi nada en cuanto a los otros tipos de medidas que en estos momentos se están impulsando en muchos países europeos con el fin de permitir la conciliación entre ambos ámbitos. La primera vez que se aborda
este tema en España es en el debate y la aprobación de la ley de Conciliación de vida laboral y doméstica. Antes de ello en los planes se incluyen algunas medidas, pero se trata tan sólo de algunas campañas de
sensibilización sobre el problema, no de actuaciones para corregirlo.
Para analizar este tema en más profundidad se utilizó un estudio
Delphi5 en que se preguntó sobre las políticas de conciliación de vida
familiar y laboral. Las respuestas de las expertas fueron las siguientes:
5
Estudio Delphi parte de informe a la Red Europea que ha sido citado anterior-
mente.
196
Judith Astelarra
1. Desarrollo de políticas.
—Algunas medidas han permitido evitar la “penalización” de las
mujeres que trabajan aunque no se puede decir que hayan permitido la
conciliación: permisos de maternidad y paternidad; contratos a tiempo
parcial y las prácticas de empleo flexible.
—La ley del 99 sobre Conciliación de la vida familiar y laboral,
especialmente la modificación relativa a los permisos, excedencias y
reducciones de jornada; la reducción de las cotizaciones a la seguridad
social en la contratación por interinidad derivada de la sustitución por
maternidad.
2. Otros factores que han contribuido a la conciliación.
—Empleo de ayuda externa que es de dos tipos: 1) remunerada en
el caso de las mujeres de clase media y alta; 2) de otras mujeres de la
familia, en especial las abuelas.
—La reducción de la natalidad que equivale a la disminución en la
demanda de servicios no remunerados. Las estadísticas sobre los índices de natalidad muestran que las responsabilidades domésticas (maternales) y las laborales siguen siendo difícilmente compatibles para las
mujeres.
3. Carencias y déficits.
—Políticas de servicios. Hay una carencia estructural de servicios
de atención a las personas (niños y mayores). Faltan: 1.- guarderías; 2.servicios de proximidad; 3.- medidas de cofinanciación pública de los
servicios; 4.- instrumentos innovadores de ayuda mutua en el campo
de la conciliación de la vida laboral y familiar.
—Políticas sectoriales. 1.- No hay políticas que estimulen y aporten criterios innovadores al desarrollo de las economías de los nuevos
servicios como sectores considerados emergentes y claves para la generación de empleo y bienestar. 2.- No se promueve eficazmente el acceso
de las mujeres al conocimiento y utilización de las tecnologías de la
información y la comunicación y el analfabetismo digital podría ser
una nueva barrera en la posibilidad de combinar el trabajo asalariado y
el doméstico. 3.- Falta una ampliación de las redes de transporte público que tienen una incidencia muy significativa en la mejora de la conciliación puesto que afectan la organización de los tiempos vitales. 4.También déficits en ámbitos más “sofisticados” como la posibilidad “real”
de reordenación de la vida laboral según la trayectoria de vida.
—Políticas de orden legal. 1.- El marco legal no posibilita ni estimula sistemas de trabajo flexible, incluyendo la reestructuración de
197
políticas públicas
horarios y el teletrabajo en casa o en áreas próximas al lugar de residencia. 2.- Tampoco permite la reducción de jornada laboral por guarda
legal de menores o por personas mayores o enfermas a cargo del trabajador/a.
—Políticas organizativas. 1.- Los modelos de organización en las
empresas se siguen basando en criterios de plena disponibilidad e, independientemente de las necesidades objetivas de producción, la disponibilidad requerida no sólo no disminuye sino que aumenta
generándose un clima de gran presión entre los y las profesionales.
Esta presión es más fuerte cuanto más joven se es, es decir, precisamente en el momento en que toca constituir una familia. 2.- En el ámbito de la empresa, de la economía y en el ámbito de los directivos parece
inexistente la presencia femenina. No se normaliza que la vida profesional es compartida por hombres y mujeres y que la vida familiar y el
entorno doméstico también debe ser percibido de la misma manera.
—Políticas culturales. 1.- Las políticas vigentes no “prestigian”
humana y socialmente el rol de hombres y mujeres en la familia y en el
hogar sino que asumen que el único prestigio emana del rol profesional. El lema es: “calidad total en la profesión, servicios mínimos en el
hogar”. 2.- Hay un déficit en la pluralidad de imagen en la economía y
las empresas que al no mostrar la presencia femenina no normalizan la
necesidad de que hombres y mujeres compartan el trabajo familiar como
comparten el laboral.
4. Demandas sociales de políticas para la conciliación.
—Hay una demanda social generalizada pero que no se expresa
adecuadamente.
—Las mujeres sólo ven las necesidades cuando se encuentran en
determinadas situaciones. Cuando están trabajando y se plantean tener
un/a hijo/a; cuando se ven en la necesidad de cuidar al padre o la madre
enfermo/a y trabajan fuera; cuando se separan o divorcian y quedan con
hijos/as a su cargo necesitando acceder a un empleo.
—Las demandas de conciliación son erráticas y heterogéneas lo que
se debe principalmente al predominio de dinámicas “familistas” en el
intento de cubrir las necesidades de conciliación, y al mantenimiento, en
términos de bucle funcionalista, de la premisa cultural de que los niños
menores de tres años y, cada vez más, las personas mayores deben ser
cuidados dentro del núcleo familiar y preferentemente por la madre.
—Este es un tema que se ha situado fuera de la agenda pública lo
que lo ha silenciado. Aún perdura una visión de la familia como espa198
Judith Astelarra
cio privado con problemas que deben ser resueltos privadamente o bien
recurriendo a la solidaridad familiar o bien comprando servicios privados. Esto se deriva de la situación de cambio compleja y muy plural de
las familias españolas.
—Falta organización de la demanda, excepto en pequeños grupos
organizados y sensibilizados de mujeres. Esto se debe a la tradicional
dificultad de las mujeres para la demanda organizada, entre otras cosas,
porque disponen de muy poco tiempo para reuniones.
—El mensaje social asumido es que ya no existen discriminaciones, las mujeres pueden estudiar lo que quieran igual que hacen los
hombres, las mujeres pueden trabajar en lo que quieran igual que los
hombres. Se han suprimido las discriminaciones directas o evidentes y
eso ha creado un espejismo que, por un lado, desmoviliza a las mujeres
y, por otro, culpabiliza a las propias mujeres. La idea que circula es: si
no trabajas es porque no quieres y libremente has escogido quedarte en
casa renunciando a tu independencia económica.
—Las demandas de los grupos organizados se refieren a los permisos de maternidad y guarderías. También en términos generales, hay
una cierta demanda de “no penalización” por cargas familiares. Pero
esta demanda es menor, o por lo menos más segmentada y circunscrita
a determinados colectivos de mujeres, respecto a cuestiones más
“creativas”: reorganización compleja de los tiempos de trabajo (productivo) o de los tiempos sociales en general.
—Se ha de potenciar la demanda latente. 1) Es necesario colocarla
con creatividad, en los titulares de una nueva agenda social en la que
las mujeres han de hacerse escuchar con ideas, propuestas, ilusiones,
compromisos y respuestas. 2) El estado ha de tener un papel activo y
promotor de políticas y dado que las mujeres en gran medida están
todavía muy condicionadas a conseguir un equilibrio entre el trabajo
doméstico y asalariado se han de incorporar servicios, programas, políticas y campañas de divulgación que modifiquen la situación actual. 3)
Es desaconsejable el diseño y desarrollo de políticas unitarias y con un
fuerte componente normativizador en este ámbito. Más bien deberían
implementarse políticas facilitadoras de la negociación y de la innovación.
199
políticas públicas
Anexo
Tablas
Tabla 1. Estudios completos por sexo y grupos de edad
Mujeres
Hombres
55 +
16-34
35-54
55 +
16-34
35-54
Analfabetos
0.38
1.38
10.04
0.55
0.79
4.27
Sin estudios
1.36
8.24
35.54
1.70
6.45
30.46
Estudios primarios
8.21
35.29
42.73
10.99
32.72
45.04
Estudios secundarios
62.89
38.02
7.89
64.75
38.88
11.39
Estudios superiores
27.16
17.07
3.80
22.01
21.16
8.84
100
100
100
100
100
100
Total
Fuente: EPA (Encuesta de población activa), octubre-diciembre 1999
Tabla 2. Tasa de actividad por años, sexo y grupos de edad
Tasa de actividad
por grupos de edad (1999)
Tasa de actividad económica
Años
1970
1975
1980
1985
1990
1995
1997
1999
Hombres
79.5
76.4
72.2
68.7
66.7
62.7
63.4
64
Mujeres
23.3
27.6
27.1
27.8
33.3
36.2
37.2
39
Mujeres
Hombres
16-34
56.72
68.72
35-54
54.27
93.05
Fuente: EPA, oct.-dic. 1999.
Fuente: Instituto de la Mujer
(Ministerio de Trabajo y Asuntos
Sociales).
200
55 +
21.65
57.65
Judith Astelarra
Tabla 3. Tasas de desempleo según nivel de educación
Total
Hombres
Mujeres
15.86
11.14
23,02
Analfabetos y sin estudios
20.14
17.98
23.69
Primarios
14.48
11.11
21.69
Secundarios
17.15
11.64
25.85
Técnico-profesionales (grado medio y superior)
16.90
10.18
25.86
Ingenieria y Tecnología
6.99
5.23
20.50
Ciencias de la Salud
8.75
4.43
11.40
Humanidades
15.37
9.62
18.85
Ciencias sociales y jurídicas
14.40
9.79
17.77
Ciencias experimentales
13.15
8.43
20.17
Otros estudios superiores
17.23
12.99
21.29
Tercer Ciclo (doctores)
1.74
0.88
3.39
Total
Nivel de estudios
Estudios superiores
Fuente: INE (Instituto Nacional de Estadística) España en cifras, 2000
Tabla 4. Categ. de ocupación de hombres y mujeres ocupados (%)
Hombres
Ocupaciones
Mujeres
16-34
35-54
años
años
13
4
8
16
11
10
17
18
11
10
9
7
11
10
4
4. Empleados administrativos
6
7
5
19
14
8
5. Personal de catering, protección y venta de comida
12
8
6
28
19
15
6. Empleados calificados en agricultura y pesca
4
6
13
1
4
12
7. Artesanos, industria manufacturera
y de la construcción, minería
2
25
22
4
3
4
8. Operadores de instalaciones y maquinaria,
montadores
14
14
14
5
4
3
9. No calificados
8
9
10
15
21
28
10. Fuerzas armadas
1
1
1
—
—
—
101
101
16-34
35-54
años
años
1. Altos cargos en administración pública y privada
6
11
2. Científicos técnicos y profesionales e intelectuales
10
3. Apoyo técnico y profesional
97
Total
Categorías 1, 2, 3 edad de 25 aa 34 años
Fuente: EPA octubre-diciembre 1999
201
101
55 +
101
98
55 +
políticas públicas
Tabla 5. Natalidad en España
Natalidad y ocupación
Tasa de natalidad
1960
1970
1975
1980
1985
1990
1994
1996
1999
2.8
2.8
2.8
2.2
1.6
1.4
1.2
1.1
1.07
Amas de casa
Jubiladas
Autónomas
Con salario fijo
Tiempo parcial y
desempleadas
Natalidad y educación
mujeres 25-34 años
1.97
1.52
1.46
1.07
Analfabetas
Sin estudios
Primarios
Universitarias
0.85
3.13
1.57
1.36
0.33
Fuente: INE, 1999.
Fuente: INE, 1999.
Fuente: Instituto de la Mujer.
Tabla 6.
Como usted sabe seguramente sabe, el número de nacimientos en España
ha descendido considerablemente en los últimos diez años. En su opinión,
esto es para la sociedad española:
Hombres
Total
18-34
35-54
55 +
0.5
0.4
0.8
0.3
0.5
0.2
0.5
0.7
12.8
13.6
13.4
11.2
11.2
14.0
12.0
7.9
13.7
12.3
11.8
17.4
13.3
15.1
12.2
12.5
60.9
63.5
62.2
56
60.1
56.4
63.8
60.4
6.7
6.0
7.1
7
6.7
8.7
5.9
7.5
5.3
3.8
4.8
7.8
8.0
5.5
5.1
12.9
0.2
0.2
0.0
0.3
0.2
0.0
0.5
0.2
100
100
100
100
(1201)
(447)
(397)
(357)
(1285)
(436)
(392)
(457)
Mujeres
Muy bueno
Bueno
Ni bueno ni malo
Malo
Muy malo
No sabe
No contesta
Total
202
Judith Astelarra
Tabla 7.
¿Cuáles cree usted que son las razones por las que algunas parejas no quieren tener hijos o tienen menos de los que realmente les gustaría tener?
Hombres
Total
18-34
35-54
55 +
82.7
85.5
84.4
77.2
78.3
83.4
76.3
75.0
25.2
28.6
23.1
23.4
25.2
21.0
24.2
30.2
21.2
21.1
23.1
19.1
19.7
22.2
21.9
15.2
5.5
3.9
7.2
5.8
6.2
9.0
5.2
4.3
20.5
18.8
19.5
23.7
26.7
26.6
28.4
25.5
3.3
1.6
3.1
5.8
2.4
0.9
2.6
3.6
100
100
100
100
(1177)
(441)
(390)
(346)
(1261)
(433)
(388)
(440)
Mujeres
Por motivos económicos
La carga que implican los hijos
Pesimismo ante el futuro
Empezaron a tenerlos muy tarde
La incorporación de la mujer al mercado laboral
Otras razones
Tabla 8.
¿Cuál es en su opinión, el número ideal de hijos para una familia de nivel
social semejante a la suya?
Hombres
Mujeres
Media
Desviación típica
Total
Total
18-34
35-54
55 +
2.29
2.20
2.27
2.42
2.40
2.21
2.33
2.67
0.79
0.74
0.86
0.77
0.78
0.67
0.73
0.85
(1150)
(433)
(381)
(336)
(1224)
(428)
(379)
(417)
203
políticas públicas
Tabla 9.
A continuación voy a leerle algunas medidas que podrían fomentar el
incremento de la natalidad. ¿Cuál cree Ud. que sería la más eficaz?
Hombres
Mujeres
Mayores deducciones por los hijos en los impuestos
Dar una ayuda especial a las familias con más hijos
Promover el trabajo a tiempo parcial de mujeres con hijos
Ampliar los permisos de maternidad
Aumentar el número de guarderías
Otras medidas
No sabe
No contesta
Total
Total
18-34
35-54
55 +
30
31.9
29.1
28.6
19.3
20.1
20.4
17.5
41.8
42.2
39.4
41.5
41.6
40
41.1
43.8
10.6
10.3
13.1
8.1
17.2
23.5
19.1
9.4
1.8
2.5
1.8
1.1
2.9
5.3
2.3
1.1
4.2
2.5
6.3
4.2
7.1
6.6
8.2
6.6
4.2
3.6
4
5
3.6
1.1
4.3
5.3
7
4.9
5.5
11.2
8.2
3.4
4.3
16.2
0.4
0.2
0.8
0.3
0.2
0
0.3
0.2
(12.3)
(448)
(398)
(357)
(1287)
(438)
(392)
(457)
Fuente tablas 6 a 9: CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas, Madrid), barómetro,
marzo 1998, Estudio núm. 2283.
Tabla 10. Mujeres e intensidad en el uso del tiempo. (%)
Trabajo pagado y
Sólo tareas
tareas domésticas
domésticas
No hijos
DISPONIBILIDAD DEL TIEMPO
Excesivo
5.9
17.2
20.5
Suficiente
23.0
45.1
32.0
No sufiente
71.1
37.7
47.5
83.0
48.8
51.6
17.0
51.2
48.4
RITMO USUAL DE TRABAJO
Rápido
Tranquilo
Fuente: Madrid, Colectivo Ioé, “Tiempo social contra reloj”. Instituto de la Mujer,
1996.
204
Judith Astelarra
Tabla 11. Actividades domésticas por sexo y generaciones
1. Persona que se hace cargo del lavado de ropa.
18-34
35-54
Total
55->55
M
H
M
H
M
H
M
H
Siempre la mujer
73.1
59
81.3
73.9
85.9
86.7
80.8
76
Habitualmente la mujer
11.4
17.4
9.1
12.9
6.7
5.1
8.9
10.7
Más o menos por igual o ambos a la vez
10.9
16.7
5.9
10.7
3
4.1
6.2
9.3
Habitualmente el hombre
—
2.8
0.3
—
—
0.7
0.1
0.8
Siempre el hombre
—
—
—
0.3
1.1
0.3
0.4
0.3
Una tercera persona
2.5
0.7
2.8
1.2
3
1.7
2.8
1.3
Depende
1.5
2.1
0.3
0.3
—
0.3
0.5
0.7
NS/NC
0.5
1.4
0.3
0.6
0.4
1
0.4
0.9
Total
100
100
100
100
100
100
100
100
(201)
(144)
(353)
(326)
(270)
(293)
(824)
(763)
2. Persona que se hace cargo de cuidar a los miembros de la familia que
están enfermos.
18-34
35-54
Total
55->55
M
H
M
H
M
H
M
H
Siempre la mujer
19.7
41.2
50.7
33.2
57.8
44.1
50.7
34.9
Habitualmente la mujer
11.3
10.1
17.6
17.2
17.8
14.1
15.8
14.9
Más o menos por igual o ambos a la vez
54.2
43.7
29.7
45.2
19.6
36.9
29.8
43.7
Habitualmente el hombre
2.1
—
0.6
0.9
0.7
0.7
0.5
1.1
Siempre el hombre
—
—
0.3
0.6
0.7
1.4
0.4
0.8
Una tercera persona
0.7
0.5
0.3
0.3
1.5
0.7
0.7
0.5
Depende
4.2
3
0.3
0.3
1.5
0.7
1.3
1.2
2.2
0.4
1.4
0.7
2.9
100
(325)
100
100
100
100
(270)
(290)
(822)
(757)
NS/NC
Total
7.7
1.5
0.6
100
100
100
(142)
(199)
(353)
205
políticas públicas
3. Persona que se hace cargo de decidir que se va a comer al día siguiente.
18-34
35-54
Total
55->55
M
H
M
H
M
H
M
H
Siempre la mujer
61.7
44.8
77.1
62.5
77.3
75.1
73.4
64
Habitualmente la mujer
12.9
14
9.9
12.9
10.8
7.8
10.9
11.2
Más o menos por igual o ambos a la vez
21.9
31.5
11.3
22.2
9.3
14.7
13.2
21
Habitualmente el hombre
—
2.1
—
0.3
0.4
—
0.1
0.5
Siempre el hombre
0.5
2.1
0.3
0.6
0.7
1
0.5
1.1
Una tercera persona
1
0.7
0.8
0.3
1.1
—
1
0.3
Depende
1
2.8
0.3
0.3
—
0.7
0.4
0.9
NS/NC
1
2.1
0.3
0.9
0.4
0.7
0.5
1.1
100
(325)
100
100
100
100
(269)
(293)
(823)
(761)
Total
100
100
100
(201)
(143)
(353)
Fuente: CIS, España para ISSP (International Social Science Program), 1994-Family
and Changing Gender Roles II.
Tabla 12. Actitudes sobre la vida familiar
1. El deber de un hombre es ganar dinero, el de una mujer es cuidar de
su casa y su familia.
18-34
55+
35-54
Total
M
H
M
H
M
H
M
H
Totalmente de acuerdo
10.9
17.3
29.7
37.6
63.9
66.9
34.5
38.5
Ni de acuerdo ni en desacuerdo
4.2
7.7
9.9
9.7
11.7
10.4
8.5
9.1
En desacuerdo
83.5
73
57.7
49.1
21.4
18.4
54.6
49.5
NS/NC
1.3
1.9
2.7
3.7
3
4.3
2.3
3.2
100
(448)
100
(199)
100
(353)
100
(325)
100
(270)
100
(290)
100
(822)
100
(757)
Total
206
Judith Astelarra
2. Trabajar está bien, pero lo que las mujeres realmente quieren es un
hogar y tener hijos.
18-34
55+
35-54
Total
M
H
M
H
M
H
M
H
Totalmente de acuerdo
32.8
37.9
44.2
44.9
63.2
63.7
46.6
47.6
Ni de acuerdo ni en desacuerdo
8.5
8.4
11.1
12
10.5
8.9
10
9.7
En desacuerdo
55.8
47.5
39.9
37.1
19.8
19.6
38.7
36.1
NS/NC
2.9
6.2
4.8
6
6.5
7.8
4.7
6.6
100
(448)
100
(467)
100
(414)
100
(384)
100
(429)
100
(347)
Total
100
100
(1291) (1197)
3. Tanto el hombre como la mujer deberían contribuir a los ingresos
familiares
18-34
55+
35-54
Total
M
H
M
H
M
H
M
H
Totalmente de acuerdo
90
87.4
88.2
80.4
74.1
70.3
84.1
80.2
Ni de acuerdo ni en desacuerdo
4.2
5.6
4.8
8.4
9.1
8.4
6
7.3
En desacuerdo
4.7
6.2
4.8
8.4
11.4
17.9
7
10.3
NS/NC
1.1
0.4
4.8
2.9
5.4
3.5
2.9
2.3
100
(448)
100
(467)
100
(414)
100
(384)
100
(429)
100
(347)
Total
207
100
100
(1291) (1197)
políticas públicas
4. Ver crecer a los hijos es uno de los mayores palceres de la vida.
18-34
55+
35-54
Total
M
H
M
H
M
H
M
H
Totalmente de acuerdo
88.4
81.1
96.4
92.1
94.6
94.8
93
86.6
Ni de acuerdo ni en desacuerdo
1.8
4.9
1.9
1.8
1.9
1.7
1.9
3
En desacuerdo
9.8
14
1.7
6
3.5
3.5
5.1
8.4
NS/NC
—
—
—
—
—
—
—
—
100
(448)
100
(467)
100
(414)
100
(384)
100
(429)
100
(347)
Total
100
100
(1291) (1197)
Fuente: CIS, España para ISSP, 1994 - Family and Changing Gender Roles II.
Tabla 13. ¿Las mujeres deberían trabajar fuera del hogar
bajo estas circunstancias?
1. Después de casarse y antes de tener hijos.
18-34
55+
35-54
Total
M
H
M
H
M
H
M
H
Jornada completa
69.6
67.5
61.7
56.4
46
37.2
59.3
55.1
Tiempo parcial
22.1
16.6
20.1
20.9
22.9
22.5
21.7
19.7
Quedarse en casa
2.9
5.4
9.4
14.9
20.6
32.6
10.9
16.3
NS/NC
5.3
10.5
8.7
7.8
10.5
7.8
8.2
8.9
100
(448)
100
(467)
100
(414)
100
(384)
100
(429)
100
(347)
Total
208
100
100
(1291) (1197)
Judith Astelarra
2. Cuando hay un hijo que no tiene edad para ir a la escuela.
18-34
55+
35-54
Total
M
H
M
H
M
H
M
H
Jornada completa
16.1
17.9
11.9
14.9
9.1
4.0
12.4
13.2
Tiempo parcial
47.5
45.4
42.4
32.7
24.5
19
38.2
33.6
Quedarse en casa
29
25.7
38.5
44.2
57.9
68.9
41.7
44.2
NS/NC
7.4
11
7.3
8.1
8.4
7.2
7.7
9
100
(448)
100
(467)
100
(414)
100
(384)
100
(429)
100
(347)
Total
100
100
(1291) (1197)
3. Después de que el hijo más pequeño haya empezado a ir a la escuela.
18-34
55+
35-54
Total
M
H
M
H
M
H
M
H
Jornada completa
43.2
43
31.6
27.2
15.7
12.8
30.3
29.2
Tiempo parcial
42.7
36.9
45.1
40.3
43.9
34.8
43.9
37.4
Quedarse en casa
6.7
9.7
14.6
24.6
29.9
44.9
16.9
24.7
NS/NC
7.4
10.4
8.8
7.9
10.5
7.6
8.8
8.7
100
(448)
100
(467)
100
(414)
100
(384)
100
(429)
100
(347)
Total
209
100
100
(1291) (1197)
políticas públicas
4. Después de que los hijos se hayan ido de casa.
18-34
55+
35-54
Total
M
H
M
H
M
H
M
H
71
67.7
62
56
45.3
35.3
59.6
54.5
Tiempo parcial
14.3
13
15.6
16.5
16.4
20.5
15.4
16.3
Quedarse en casa
5.6
7.6
11.2
18.8
24.1
32.1
13.5
18.3
NS/NC
9.1
11.7
11.2
8.6
14.2
12.1
11.5
10.8
100
(448)
100
(467)
100
(414)
100
(384)
100
(429)
100
(347)
Jornada completa
Total
100
100
(1291) (1197)
Fuente: CIS, Spain for IISP, 1994 - Family and Changing Gender Roles I.
Tabla 14. Representación de las mujeres en parlamentos (número y
porcentaje de mujeres sobre el total de escaños)
86-89
Legislatura
93-96
89-93
%
M
total
M
%
M
Congreso
350
23
6.6
350
51 14.6 350
Senado
251
14
5.6
255
33 12.9 256
total M
1986
Parlamento Autónomo
M
74
6.4
M
1989
Parlamento Europeo
Total
M
60
9
% total
M
M
%
M
55 15.7 350
77
22.0 350
99
28.3
32 12.5 257
40
15.6
M
7.0
2000
M
total
1991
%M
81
%
M
total M
1989
%M
96-00
168
1995
2000
%M
M
%M
M
14.2
231
19.6
359
1994
%M
15.0
210
Total
M
64
21
%M
30.4
1999
%M
32.8
Total
M
64
22
%M
34.4
Francisco Cos-Montiel
El traje nuevo de la emperatriz: lecciones
de la integración de la perspectiva
de género en México
Francisco Cos-Montiel
Introducción
A
partir de 1975, año en que se celebra en México la primera Conferencia Internacional de la Mujer, los países del mundo han
llevado a cabo una serie de esfuerzos para atender los problemas que afectan a las mujeres. Una de las estrategias emprendidas fue
la de establecer algún tipo de maquinaria en las estructuras gubernamentales que estuviera a cargo de atender los asuntos y problemas de
quienes constituyen el 50% de la población de los países. Sin embargo,
la evaluación de la Década de las Mujeres durante la Conferencia de
Nairobi, Kenia en 1985 mostró que dichas dependencias habían alcanzado muy poco en términos de lograr que los “asuntos” de las mujeres
estuvieran en el centro del debate nacional o de la corriente principal
del desarrollo (Kabeer 1994, 2000; Moser 1989, 1993; Beall 1998; Kanji
2003; Razavi y Miller 1995; Goetz 1997). A excepción del sector salud, y
particularmente en materia de salud reproductiva, los problemas de las
mujeres seguían recibiendo poca atención o eran atendidos de manera
muy marginal. México no fue la excepción y en la década de los setenta
se echaron a andar diversas iniciativas en materia de planificación familiar al tiempo que se creó el Programa de Desarrollo de la Mujer, el cual
en un momento dado se transformó en el Programa Mujeres en Solidaridad. Estos programas no sólo tuvieron la influencia teórica de la corriente de “Mujeres en Desarrollo” (Tacher y Mondragón 1997; Sedesol
1994) sino que estuvieron inscritos en los paradigmas de desarrollo predominantes en la época. Los resultados de dichos programas fueron
diversos, pero una evaluación general muestra que si bien lograron aten211
políticas públicas
der algunas necesidades prácticas de las mujeres que viven en condiciones de pobreza, fueron incapaces de atacar las causas estructurales
de la desigualdad tanto entre hombres y mujeres como en lo que se
refiere a desigualdades más amplias.
Mientras tanto, en el terreno internacional, la categoría de género
que había sido acuñada en el campo de las ciencias sociales en los años
sesenta (Scott 1996; Lamas 1996, 2000), se había afianzado firmemente en
el terreno del desarrollo para tratar de explicar que las desigualdades
entre hombres y mujeres en una sociedad eran resultado de un complejo proceso en que a través de reglas, normas, valores y costumbres,
hombres y mujeres se posicionaban de manera distinta en el mundo
(Kabeer 1994, 2000). Así, el concepto de género en el contexto del desarrollo sirvió a) explicar que los papeles que hombres y mujeres desempeñan en la sociedad no son naturales, sino aprendidos y por lo tanto
mutables; b) integrar otras variables como raza, origen étnico, clase social y edad para explicar mejor la realidad; c) entender que los problemas de las mujeres no se pueden abordar independientemente de los
de los hombres, con quienes comparten una serie de relaciones sociales
y d) añadir una dimensión central de poder. Al mismo tiempo, los
movimientos de las Mujeres en el Sur, como Development Alternatives
of Women for a New Era (DAWN), no solamente aglutinaban una serie
de voces, sino que cuestionaban el modelo de desarrollo prevaleciente,
inundado de políticas de ajuste estructural que estaban teniendo efectos muy duros sobre la vida de las personas más pobres del mundo.
Hoy día, contamos con numerosos estudios que muestran cómo las
mujeres y la infancia sufrieron desproporcionadamente el peso del ajuste
estructural (Cornia et al. 1987; Elson 1991; Moser 1996; Chant 1996; Benería
1991; González de la Rocha 1994; Kanji 1995).
La IV Conferencia Internacional de Naciones Unidas para las Mujeres, celebrada en Beijing, China, en 1995, significó un cambio importante en el paradigma del género y el desarrollo, pues representó un
adelanto importante respecto a las conferencias anteriores ya que 1) puso
mayor énfasis en los asuntos de género en oposición a los asuntos de
mujeres; 2) reconoció la diversidad entre las mujeres mismas y las dificultades para articular los intereses de género; 3) aglutinó a grupos de
mujeres con demandas articuladas y una agenda establecida, lo cual se
reflejó en el foro paralelo de organismos no-gubernamentales y 4) reconoció que las maquinarias creadas en los países para el avance de las
212
Francisco Cos-Montiel
mujeres no han sabido ni podido colocar la agenda de género en el
centro de los debates nacionales e internacionales.
Caren Levy lo resume muy acertadamente (1992:135):
...los últimos 20 años han visto el florecimiento de un estrecho sector para las
mujeres, que se manifiesta en la creación de oficinas de “Mujeres en Desarrollo” en las agencias internacionales, en el montaje de Secretarías de la Mujer,
Comisiones de la Mujer y en la puesta en marcha de proyectos para mujeres
con grupos de mujeres. Uno de los rasgos más preocupantes de este sector es
que es débil. Se caracteriza por la falta de cualquier influencia política en términos reales, que se traduce en presupuestos bajos y poco personal, tanto en
número como en calificaciones. Un factor clave que subyace a estas características es la conceptualización tanto de los problemas como de las soluciones en
términos de mujeres y no de género.
Por tal motivo, una de las estrategias de la Plataforma de Acción de la
Conferencia de Beijing fue la de integrar la perspectiva de género en el
conjunto de las políticas,1 lo cual fue definido como situar los asuntos de
género en el centro de las decisiones de política, estructuras institucionales y asignación de recursos. Integrar la perspectiva de género en el
conjunto de las políticas no es lo mismo que institucionalizar una perspectiva de género. Sin embargo, ambos términos muchas veces se han
usado sin distinción en la literatura del desarrollo. El término “institucionalización” tiene connotaciones de cambio sostenido y a largo plazo,
lo que por consiguiente reconoce el conflicto entre las prácticas regulares de las organizaciones e inevitablemente refleja un conjunto particular de intereses y sus respuestas al cambio (Kanjee 2003). Por tal motivo,
México, al signar la Plataforma de Acción, se compromete a transversalizar
el género en la planeación del desarrollo, es decir a integrar una perspectiva de género en sus planes, políticas, programas y proyectos. Así,
el gobierno del entonces presidente Zedillo publica en 1996 el Programa
Nacional de la Mujer 1995-2000: Alianza para la igualdad y crea en 1998 la
Comisión Nacional de la Mujer, órgano desconcentrado de la Secretaría de
Gobernación.
Por otro lado, las organizaciones no-gubernamentales (ONG) Fueron vistas por la Plataforma de Acción de Beijing como una “Fuerza que
1
El término original en inglés “gender mainstreaming” no tiene una traducción exacta al español. En este ensayo yo utilizaré la traducción de la Unión Europea:
“integración de la perspectiva de género en el conjunto de las políticas” y “transversalización”, las cuales usaré indistintamente.
213
políticas públicas
impulsa el cambio” que moviliza a las bases de mujeres para desafiar la
subordinación de género en los niveles local, nacional e internacional
(Naciones Unidas 1995). Este optimismo se debe en parte al gran (y
creciente) número de mujeres involucradas en el sector de las ONG y la
cada vez mayor influencia que ejercen las mujeres en los debates de
políticas en el nivel nacional e internacional (Mayoux 1998). De igual
importancia resulta que la misión de las ONG generalmente es el combate a la pobreza o el empoderamiento2 (y no, por ejemplo, el crecimiento
económico). Esta visión tampoco fue ignorada por el gobierno de México, quien creó en la Conmujer un Consejo Consultivo y una Contraloría
Social donde participaban mujeres que pertenecían a ONG o con una
trayectoria en el tema. En enero del 2001 se creó el Instituto Nacional de
las Mujeres, que sustituía a la Conmujer y parecía cristalizar demandas
de décadas de las mexicanas tras un largo proceso de cabildeo con el
poder legislativo.
Este ensayo busca analizar el papel que ha tenido el Instituto Nacional de las Mujeres para avanzar en la estrategia de integrar la perspectiva
de género en el conjunto de las políticas públicas y examina tres aspectos
que han sido identificados como centrales en la literatura y la práctica del
desarrollo: el papel del desarrollo institucional, el liderazgo y la rendición de cuentas. Así, el ensayo se divide en varias secciones. La primera
examina los principales logros y retos que se han identificado en la
institucionalización de la perspectiva de género, poniendo especial énfasis en la experiencia sudafricana que, hoy por hoy, parece ser la más
exitosa en el mundo en desarrollo (Beall 1998). La segunda parte describe
el cambio que se da entre la Comisión Nacional de la Mujer y el recientemente creado Instituto Nacional de las Mujeres. La tercera sección examina críticamente el liderazgo, desarrollo organizacional y mecanismos de
rendición de cuentas del Inmujeres y cómo han impactado en el éxito o
fracaso de las políticas emprendidas. Finalmente, la sección de conclusiones explora algunas alternativas para mejorar la gestión del instituto.
2
El término ”empowerment”, tan generalizado en la nueva agenda de desarrollo, no tiene una traducción exacta al español. El Programa Universitario de Estudios
de Género de la UNAM lo traduce como “empoderamiento”, mientras que el sistema
de Naciones Unidas como “potenciación”. En este ensayo se ha utilizado el término
“empoderamiento” con el sentido de la traducción de la Unión Europea: capacitación (para una plena participación en los procesos de toma de decisiones).
214
Francisco Cos-Montiel
Estrategias para integrar la perspectiva de género
en el conjunto de las políticas: logros y desafíos
A pesar de las enormes dificultades a las que se han enfrentado las personas que buscan que el género se vuelva un aspecto central en la planificación del desarrollo, pocas personas en el interior de los gobiernos o las
agencias de desarrollo han analizado las dificultades y oportunidades
para integrar la perspectiva de género y generar conocimiento. El desarrollo es, o debería ser, una tarea basada en el conocimiento. La importancia
de conocer lo que funciona, y por qué funciona, es esencial para el éxito.
El conocer lo que no funciona es casi igualmente importante. El conocimiento, sin embargo —que tan frecuentemente se confunde con información—, involucra conciencia y la familiaridad que se desarrolla con la
experiencia y el aprendizaje (Smillie 1993). Tal como los mensajes que a
veces se envían, pero no se reciben, las lecciones que se enseñan, tanto
en la escuela como en la vida, no siempre se aprenden del todo. Lo
anterior es particularmente cierto en los niveles institucionales: la incapacidad para aprender y recordar es un fracaso reconocido y expandido
en la comunidad de desarrollo en general (Edwards y Hulme 1995).
Esto parece ser particularmente cierto en la institucionalización de
la perspectiva de género. La sección presente analiza las estrategias que
han buscado poner el género en el centro del debate del desarrollo, buscando identificar los logros y los desafíos. Rounaq Jahan (1995) ha dividido las estrategias que han sido utilizadas por las organizaciones de
desarrollo para integrar la perspectiva de género en estrategias institucionales y operacionales.
Las estrategias institucionales son intervenciones que buscan cambios estructurales en las que los gobiernos, así como las agencias, incluyen aspectos de localización de la responsabilidad para integrar la
perspectiva de género, rendición de cuentas, coordinación, monitoreo,
evaluación y políticas de personal. Las estrategias operacionales implican transversalizar la perspectiva de género en programas nacionales,
políticas macro, debates políticos, capacitación, investigación, herramientas analíticas y proyectos especiales. Un enfoque que busca incorporar la perspectiva de género al conjunto de las políticas va más allá de
la integración e implica lo que Jahan llama “establecer una agenda”. Este
enfoque busca transformar la misma agenda de desarrollo a través de la
introducción de la perspectiva de género, y fue crucial para la Plataforma
de Acción adoptada en la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, que
215
políticas públicas
hizo un llamado para promover las políticas en las que el género se
volvía transversal.3
Sin embargo, como lo señala Beall (1998), en la práctica aún persiste
mucha confusión sobre el significado de las políticas que intentan integrar una perspectiva de género. Se ha llevado a cabo mucho trabajo en el
aspecto técnico y operacional, particularmente en lo concerniente a la
capacitación, desarrollo de herramientas de análisis y en la planeación y
desarrollo de lineamientos. El trabajo que llevaron a cabo Caroline Moser
y Caren Levy en la Unidad de Planeación del Desarrollo en Londres en
los ochenta para desarrollar una nueva metodología reiterativa y de
planeación participativa ha tenido mucha influencia y ha sido muy utilizada por los promotores del género en muchos países del sur (Kanji
2003). Mucha de la capacitación en género que se llevó a cabo a finales de
los ochenta y principios de los noventa tuvo la influencia de este enfoque
de “planificación de género” y del trabajo realizado por el Instituto del
Desarrollo Internacional de Harvard y la oficina de Mujeres en Desarrollo
de la Agencia de Cooperación Norteamericana (USAID) (Razavi y Miller
1995). El análisis básico que se utilizó para capacitar era discutir los diferentes roles de la mujer y el hombre en contextos particulares y el acceso
desigual a recursos y toma de decisiones. Esto significa que si las intervenciones buscan ser efectivas y equitativas, las políticas de desarrollo y
de planificación deben reconocer las distintas necesidades de mujeres
y hombres. Los análisis situacionales que resultaron de este enfoque,
brindaron una riqueza de datos sobre las diferencias de las actividades de
hombres y mujeres en distintos contextos urbanos y rurales.
El trabajo de Moser, en su intento por influir sobre los planificadores de políticas públicas, ha sido criticado por concentrase demasiado
en los roles diferenciados de género, subvalorando la importancia del
poder y las relaciones sociales (Kabeer 1994). Kabeer argumenta que al
hacer hincapié en los roles de género se ignoran sistemas intrínsecos y
cambiantes de cooperación e intercambio entre mujeres y hombres que
3
Para algunas agencias internacionales, integrar la perspectiva de género al
conjunto de las políticas incluyó iniciativas que se centraban en apoyar el empoderamiento de las mujeres (SIDA) mientras que otras ( NORAD, DFID) adoptaron un enfoque con dos vertientes: i) atender las cuestiones de género como una parte integral
de todas las actividades del desarrollo y ii) apoyar actividades específicas para aumentar el empoderamiento de las mujeres y la igualdad de género.
216
Francisco Cos-Montiel
son potencialmente conflictivos. Este enfoque más complejo de “relaciones sociales” también ha influido en los programas de desarrollo y
capacitación en muchos países del Sur.
Una de las herramientas metodológicas más complejas para institucionalizar el género es la “Red de institucionalización” de Caren Levy
(1996). Ella esquematiza las condiciones bajo las cuales el género puede
ser institucionalizado, representadas por 13 elementos de la red, donde
cada elemento representa un sitio de poder. Levy comienza con la experiencia de hombres y mujeres sobre la realidad e incluye las presiones
de las bases políticas, estructuras políticas representativas, compromisos políticos, política y planeación, recursos, localización de la responsabilidad de institucionalización, procedimientos, desarrollo del
personal, metodología, dotación de programas y proyectos, investigación y construcción de la teoría (anexo 1, p. 259). El trabajo de Levy
reúne el realizado por diferentes grupos de personas en un rango de
esferas interrelacionadas de actividades: políticas, organizacionales, técnicas y de investigación; donde algunos actores operan en más de una
esfera. Sin embargo, es extremadamente difícil encontrar ejemplos positivos de un proceso tan completo en cualquier país o región. La realidad es mucho más fragmentada y ad hoc (Kanjee 2003).
En los años ochenta los esfuerzos para integrar a las mujeres al
desarrollo no lograron obtener resultados significativos debido a que las
instituciones no están exentas de la jerarquía de género, lo cual llevó en
los años noventa a hacer un gran énfasis en la necesidad de reestructurar
las instituciones para asegurar que éstas reflejen y representen los intereses de las mujeres (Kanji 2003). Como ya lo hemos notado, el concepto de
género emergió como una manera de distinguir entre la diferencia biológica y la desigualdad socialmente construida, mientras que el concepto
de relaciones sociales buscó marcar un giro entre mirar a mujeres y hombres como categorías socialmente aisladas y mirar las relaciones sociales
a través de las cuales se constituían mutuamente como categorías socialmente desiguales (Whitehead 1979; Elson 1991; Kabeer 2000). Las relaciones de género son un aspecto de relaciones sociales más amplias y, como
todas las relaciones sociales, se constituyen a través de las reglas, normas
y prácticas a través de las cuales se distribuyen recursos, se asignan tareas y responsabilidades, se otorga valor y se moviliza el poder. En otras
palabras, las relaciones de género no operan en un vacío social, a decir de
Kabeer (2000: 12) “son producto de las maneras en que las instituciones
se organizan y reconstruyen en el tiempo”.
217
políticas públicas
La construcción institucional de la desigualdad de género
Los primeros trabajos sobre género identificaron a la familia o al hogar
como el principal sitio de desigualdad en la división del trabajo y en la
distribución de los recursos. Si bien la organización familiar en el interior
de los hogares y de las redes familiares extensas es el sitio primario para
las relaciones de género, los procesos a través de los cuales se crean las
desigualdades de género no se limitan exclusivamente al hogar y a las
relaciones familiares. Más bien, se reproducen a lo largo de una gama de
instituciones, incluyendo muchas de las que se encargan de hacer políticas
públicas, cuya misión es precisamente encauzar las distintas formas de
exclusión y de desigualdad en las sociedades. Por esta razón, Kabeer
desarrolla un marco para analizar las desigualdades de género enfocándose en la construcción institucional de las relaciones de género y por lo tanto en
la construcción institucional de las desigualdades de género.
Pero ¿cuáles son estas instituciones y cómo construyen las relaciones de género como relaciones de diferencia y desigualdad? Una definición simple de instituciones es “un marco de reglas para la consecución
de ciertas metas sociales o económicas”, la organización se refiere a las
formas estructurales específicas que toman las instituciones (North 1990).
Para fines analíticos es útil pensar en cuatro ámbitos de instituciones
clave: el estado, el mercado, la comunidad/sociedad civil y la familia.
Así, el estado es el marco institucional más amplio para una serie de
organizaciones legales, militares y administrativas; el mercado es el marco para organizaciones como empresas, corporaciones financieras, y multinacionales; la comunidad está compuesta por varios grupos
suprafamiliares, incluyendo tribunales comunitarios, facciones políticas,
redes vecinales y organizaciones no gubernamentales, las cuales ejercen
una considerable influencia sobre sus miembros en aspectos particulares
de la vida; mientras que los hogares y las familias extensas son algunas
de las formas donde se organizan las relaciones familiares.
Pocas instituciones profesan explícitamente ideologías de desigualdad;
cuando éstas existen, tienden a explicitarse en términos que las justifican y
legitiman. Así, las desigualdades en el interior de las familias y la comunidad se atribuyen normalmente a las diferencias naturales, la voluntad
divina, la cultura y la tradición; mientras que en las empresas, las burocracias y otros cuerpos públicos, las desigualdades se racionalizan como la
operación de las fuerzas neutrales del mercado o de reglas de reclutamiento y promoción basadas en el mérito (Kabeer y Subrahmanian 2003).
218
Francisco Cos-Montiel
Otra herramienta para integrar la perspectiva de género es el llamado “Proceso P”, desarrollado por Beall para integrar la perspectiva de
género en la Dirección General VIII, encargada de la cooperación internacional en la Unión Europea. Como su nombre lo indica, esta herramienta
aborda la integración como un proceso y no como una solución que
puede darse de la noche a la mañana. Cada una de la ocho “pes” se
refiere a un punto que debe ser abordado durante la intervención: política, programación/proyectos, promoción, personalidades, participación,
procedimientos, práctica y partnership (sociedad o asociación) (anexo 2,
p. 260). Beall identifica diversas lecciones útiles de esta intervención:
1. La importancia de ser sensible al contexto de cada país con el fin
de identificar los mecanismos para integrar la perspectiva de género.
2. Reconocer que el ambiente institucional desempeña un papel
crucial para facilitar o limitar el proceso de integración.
3. Integrar la perspectiva de género a los lineamientos organizacionales y a los procedimientos de los proyectos es una condición necesaria, pero no suficiente, para transversalizar el género.
4. En este proceso, la construcción de la capacidad es un componente crucial, que debe por lo menos:
! generar demanda
! desarrollar apropiación del tema
! desarrollar competencia
5. En este proceso no es posible hacer uso de “recetas de cocina”,
ya que debe adoptarse un enfoque de proceso que debe ser:
! largo plazo
! coordinado
! reiterativo
6. La integración de la perspectiva de género requiere comprometer recursos.
7. Un enfoque de proceso puede facilitar la diseminación de las
lecciones en el nivel regional y tener mayor efecto para probar la efectividad de la estrategia.
Finalmente, el estudio de Menon-Sen sobre la transversalización
de la perspectiva de género en el Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD) en India (1999), se enfoca en la puesta en marcha de
la integración en el nivel organizacional, un área poco estudiada en
relación con el enfoque común en el nivel de política y programas. Ella
argumenta que las organizaciones grandes son como ecosistemas com-
219
políticas públicas
plejos, con varias comunidades y componentes en un estado de equilibrio dinámico. Aun cuando el ambiente general sea inhóspito, pueden
existir varios subsistemas donde conceptos como la equidad de género
hayan echado raíces. Menon-Sen argumenta que las “pioneras del género”, pueden cambiar el ambiente al trabajar con aliados externos. Sin
embargo, deben permitir que se exprese abiertamente el disenso, se
saquen los problemas a relucir y se conviertan en oportunidades para
profundizar los niveles de confianza y entendimiento mutuo en el interior del ambiente organizacional.
De acuerdo con Murison (2001), la integración de la perspectiva de
género es una forma de planeación estratégica, donde las organizaciones desempeñan un papel fundamental. Las organizaciones que tienen
mayor potencial son aquellas que tienen una cultura organizacional abierta, donde se comparte el conocimiento y se trabaja en equipo. Son organizaciones que “aprenden” y tienen las siguientes estructuras y procesos
(Schalkwyk et al. 1996.):
! voluntad política para alcanzar la equidad de género y un estatuto claro de política sobre este compromiso;
! estrategias calendarizadas para echar a andar la política, la cual
incluye mecanismos para asegurar que el personal entiende la política
y que cuenta con las competencias y los recursos para hacerlo;
! capacidad de seguimiento para asegurar tanto el aprendizaje
organizacional como la rendición de cuentas, siendo ésta el área donde
se requiere el mayor desarrollo.
Logros
En su libro titulado apropiadamente The Elusive Agenda: Mainstreaming
Women in Development, Jahan (1995: 110-113) resume los logros positivos
de la siguiente manera:
En primer lugar, el logro más importante es el aumento del nivel
de conciencia.
! La contribución económica de las mujeres como trabajadoras
asalariadas y no asalariadas, así como proveedoras en el hogar y empleadas de los sectores orientados a la exportación, ha sido ampliamente reconocida.
! Los derechos y las habilidades de la mujeres para tomar sus decisiones y el control de sus propias vidas son cada vez más aceptados.
! El conocimiento y las perspectivas de la mujeres para conseguir
objetivos de desarrollo sustentable han ganado reconocimiento.
220
Francisco Cos-Montiel
! Las prácticas discriminatorias que fueron aceptadas como naturales o pertenecientes al dominio privado, como el hostigamiento sexual
y la violencia doméstica, han llamado la atención pública y política.
Segundo, la especialización en temas de género ha mejorado con
el desarrollo de distintas metodologías para la investigación y recolección de datos, procedimientos y herramientas para la planeación y el
desarrollo de métodos de capacitación.
Tercero, las medidas y políticas de acción afirmativa han incrementado la participación de las mujeres en los cuerpos de tomas de
decisiones, así como su acceso a las oportunidades de desarrollo. Sin
embargo, los hombres siguen siendo mayoría en las instituciones del
sector público y del mercado, así como en las asociaciones de la sociedad civil más significativas. Entre estas asociaciones se encuentran los
sindicatos, las asociaciones de productores y profesionistas, y las ONG.
Cuarto, ha habido progresos en reformas legales para terminar con
la discriminación hacia las mujeres, con iguales derechos ante la ley en
aspectos personales, cívicos y políticos, en leyes que combatan la violencia contra las mujeres y acceso a instituciones y trabajos que antes
estaban restringidos para las mujeres.
El libro de Jahan está basado en un estudio, en los años noventa,
de una agencia internacional, y se centra en el cambio de las prácticas y
actitudes de las poderosas agencias de desarrollo, incluyendo a los gobiernos. Aunque sus conclusiones son que los temas de género aún no
forman parte de la corriente principal del desarrollo, evalúa generosamente los logros que se han obtenido. Sin embargo, apunta a una tendencia contradictoria: por un lado hay un incremento en la defensa y
conocimiento de los asuntos de género, y por el otro la depauperación
del mundo de la mujer.
El cambio del tema de las mujeres per se al tema de género ha
producido una extensión de los análisis sobre los aspectos que claramente pertenecen al papel reproductivo de las mujeres (salud, planificación familiar, educación), pasando por los roles económicos (empleo,
generación de ingresos, presupuesto de hogar), hasta los temas más
amplios de planificación macroeconómica, ajuste estructural y deuda,
degradación ambiental y conservación, y organización cívica y política
(Jackson y Pearson 1998: 5). Sin embargo, el cambio ha tenido lugar en
un contexto económico y político determinado y los promotores del
género están de acuerdo en que se han logrado mayores progresos en el
221
políticas públicas
aspecto analítico que en la transversalización de la perspectiva de género (Kanji 2003).
Desafíos
De acuerdo con Kanjee (2003) todavía existe un gran número de retos
para integrar la perspectiva de género a las políticas. Entre los principales se encuentran:
Redistribución del poder y los recursos: Como concluyeron muchas
analistas feministas, el meollo del asunto es la redistribución del poder
y los recursos (Jahan 1995; Razavi y Miller 1998; Kabeer 2000). Muchas
agencias de desarrollo y gobiernos han dado la bienvenida a los argumentos eficientistas y anti-pobreza para justificar las inversiones en
mujeres, ya que se justifica el crecimiento económico y la reducción de
la pobreza. En aquellos casos donde las inversiones en mujeres requieren de “una distribución del poder y los recursos —compartir las responsabilidades en las tareas reproductivas, igualdad entre hombres y
mujeres en derechos de tierra y propiedad, mayor voz en la toma de
decisiones— las agencias y los estados muestran menos entusiasmo”
(Jahan 1995: 125). Kabeer (2003) ofrece una visión sobre este dilema que
con frecuencia se presenta en las intervenciones de planeación:
Los argumentos instrumentales en algunas circunstancias son una manera de
atraer la atención de algunos planificadores de políticas públicas y donantes,
al hablarles en un lenguaje que comprenden. Sin embargo, tengo un problema
con la estrechez del instrumentalismo, por ejemplo, el crear simplemente
argumentos en los terrenos de lo que se puede hacer para el crecimiento o
reducción de la pobreza. Creo que los argumentos instrumentales deben ser
usados para impulsar y fortalecer el caso intrínseco para la igualdad. En cierto
modo, los argumentos instrumentales pueden ser usados para incorporar los
temas en la agenda.
La difícil frontera entre “género y mujer”: El uso del término “aspectos de género” o “perspectiva de género” para referirse primariamente a
las mujeres como un grupo homogéneo y/o a las mujeres y hombres
como un solo grupo de interés sobresimplifica realidades complejas.
Más aún, el mismo concepto de género empieza a cuestionarse como
una panacea para entender y resolver las desigualdades que existen entre hombres y mujeres, ya que parece ignorar dimensiones importantes
como la biológica o la psíquica (Lamas 2002). Como señala Cornwall
(2000), a las mujeres y a los hombres se los puede pensar fácilmente
como categorías individuales y de manera estereotipada: las mujeres como
generosas y cuidadoras y los hombres como egoístas e individualistas.
222
Francisco Cos-Montiel
Los hombres son vistos como la figura poderosa y opuesta. Sólo como
ejemplo, en el contexto de los jóvenes jornaleros agrícolas se encontraron fuerzas contradictorias en las nuevas identidades respecto de lo que
significa ser hombre o ser mujer en los procesos de migración (CosMontiel 2001). A través del ciclo de vida de las personas, las restricciones y oportunidades de ser hombre o mujer varían. En la práctica, el
análisis de género a menudo no se ha extendido para analizar la visión,
reacciones y problemas de los hombres.
Esto ha sido en parte abordado por estudios e investigaciones recientes sobre las masculinidades, los cuales ponen el énfasis en la manera en que los distintos contextos históricos y culturales moldean las
identidades de lo que significa ser hombre en una determinada cultura.
Género, diferencia y diversidad: El género no siempre es la diferencia
o identidad que afecta las elecciones y opciones de las personas y hay
numerosos ejemplos en los que las mujeres han colocado su identidad
o intereses comunes con los de los hombres, por ejemplo, en las luchas
anticolonialistas y antirracistas (Kanji 2003). La heterogeneidad de las
mujeres y su multiplicidad de identidades dificulta que las mujeres se
unan como un cuerpo político (Kabeer y Grynspan 2003). Esto no quiere
decir que los hombres no tengan múltiples identidades, pero en el caso
de las desigualdades de género, donde las mujeres generalmente están
subordinadas, las múltiples identidades de las mujeres pueden impedir acciones conjuntas. Las desigualdades de género se ven frecuentemente afectadas por la clase, raza, grupo étnico, edad, localidad y otras
particularidades en un contexto dado.
Reconocer esta diferencia y trabajar con la diversidad de las propias mujeres implica reconocer que se tendrá que lidiar con relaciones
de poder (Beall 1997). El poder, que se manifiesta en la habilidad de
ejercer coerción, de ignorar, de pasar por encima, de forzar o de controlar, es la habilidad de dictar una agenda o, de manera más positiva, es la
manera de influir sobre las cosas. Representa un gran reto acomodar las
diferentes identidades y las diferentes capacidades que tienen las personas para ejercer poder y de esta manera generar avances.
Cambio organizacional: Ni siquiera los más completos marcos para
institucionalizar la perspectiva de género, como la notable “Red de institucionalización” de Caren Levy, hacen suficiente hincapié en la importancia del cambio organizacional, particularmente de las normas y
cultura organizacionales. Las normas sociales no siempre son explíci-
223
políticas públicas
tas, sino que están enraizadas en la estructura y jerarquías de las instituciones, en las condiciones y requerimientos para el acceso y participación y en sus estructuras de incentivos y rendición de cuentas.
Aunque la literatura sobre instituciones y las formas que adoptan
(las organizaciones) sugiere que éstas varían considerablemente entre
unas y otras, y también entre culturas, sugiere también que puede resultar útil analizarlas en términos de una serie de componentes generales que las constituyen: reglas, actividades, recursos, personas y poder,
desarrollados por Kabeer (2000) a continuación:
“Desconstruyendo” las organizaciones
Reglas (cómo se hacen las cosas): Lo que distingue al comportamiento institucional
es que se rige por reglas y no por la idiosincrasia o el azar. Los patrones
distintivos de comportamiento institucional (oficiales o no oficiales, implícitos y explícitos) son inherentes a las normas, valores, tradiciones, leyes y
costumbres, limitan o permiten lo que debe hacerse, cómo debe hacerse, por
quién y quién se beneficia de ello. La institucionalización de las reglas tiene la
ventaja de que permite que las decisiones recurrentes para alcanzar las metas
institucionales se hagan con menor esfuerzo; su desventaja es que reducen la
manera en que deben hacerse las cosas al grado de la naturalidad o
inmutabilidad.
Actividades (qué se hace): La otra cara de la moneda de las reglas institucionales
es la generación de distintos patrones de actividades. De hecho, a las instituciones se les puede definir como un conjunto de actividades, regidas por
reglas, organizadas para satisfacer necesidades específicas o para lograr metas
específicas. Estas actividades pueden ser productivas, distributivas o regulatorias, que por su naturaleza están regidas por reglas, lo que significa que las
instituciones generan prácticas rutinarias que se reconstituyen a través de esas
reglas. Por lo tanto, con el paso del tiempo, la práctica institucional es un
factor clave en la reconstitución de la desigualdad social, por lo que al final, si
se desean transformar estas desigualdades sociales, se debe cambiar la práctica
institucional.
Recursos (qué se usa, qué se produce): Todas las instituciones tienen la capacidad
de movilizar recursos y existen reglas institucionales que dictan los patrones de
movilización y asignación. Dichos recursos pueden ser humanos (trabajo,
educación y habilidades), materiales (comida, activos, tierra, dinero) o
intangibles (información, capital político, buena voluntad, contactos) y pueden ser usados como insumos (inputs) en la actividad institucional o representar resultados (outputs) institucionales.
Personas (a quién se excluye o incluye en las actividades institucionales): Las instituciones se constituyen por categorías específicas de personas y pocas son completamente incluyentes, a pesar de las ideologías que profesan. Más bien, las
reglas y prácticas institucionales determinan qué categorías de personas se
incluyen (y cuáles se excluyen) y cómo se les asignan diferentes tareas, actividades y responsabilidades en el proceso de producción así como a quiénes se
224
Francisco Cos-Montiel
les asignan recursos. Los patrones institucionales de inclusión, exclusión,
posicionamiento y progreso expresan desigualdades sociales de clase y género
entre otras.
Poder (quién determina las prioridades y las reglas): Rara vez se distribuye el poder
equitativamente a través de una organización, a pesar de lo igualitaria que
puede ser su ideología formal. La distribución desigual de recursos y responsabilidades en una organización, junto con las reglas oficiales y no oficiales que
legitiman está distribución, tiende a asegurar que algunos actores institucionales tengan la autoridad para interpretar las metas y necesidades institucionales, así como la habilidad para movilizar la lealtad, el trabajo y la complicidad
de otros. Este poder se constituye como un rasgo integral de la vida institucional
a través de sus normas, reglas y convenciones, su asignación de recursos y
responsabilidades, y sus costumbres y prácticas. Los resultados de las prácticas institucionales, incluyendo su reconstitución a través del tiempo, reflejarán los intereses de quienes tienen el poder de hacer las reglas y cambiarlas.
La integración de la perspectiva de género en el conjunto de las
políticas nos lleva a temas que están típicamente enraizados en la “estructura profunda” de una organización (Rao et al. 1999). La mayoría de
las organizaciones han sido creadas por y para los varones, y por lo
tanto tienden a reflejar definiciones masculinas de acción, relevancia y
resultados. Reconocer estas estructuras es difícil, cambiarlas lo es aún
más. Requiere de determinación y estrategias multifacéticas y acumulativas, cuidadosamente diseñadas, que reconozcan el carácter sistemático del reto y la intrincada relación entre la estructura y el impacto. Pero
detrás de todo esto está presente la necesidad de voluntad política
(Murison 2001).
El PNUD, durante su programa de tres años para identificar y desarrollar las capacidades individuales y organizativas requeridas para integrar eficazmente la perspectiva de género, definió las capacidades
individuales mencionadas arriba, e inclusive identificó 12 barreras que
el personal experimenta de manera tan sistemática que ya constituyen
elementos de su estructura organizacional.
Las discusiones individuales con agencias de Naciones Unidas,
como la Organización Mundial del Trabajo, UNICEF y el Comité Interagencial de Equidad de Género de la United Nations Development
Assistance Framework (UNDAF), indican que estas barreras son comunes y de hecho forman parte de la “estructura profunda” de Naciones
Unidas. Sería importante abordar estas barreras si se desea realmente
que la incorporación de acciones para la igualdad de género se convierta en una realidad, sustituyendo la excesiva confianza que se tiene en
los enormes esfuerzos individuales de los miembros del personal en
225
políticas públicas
un ambiente que es básicamente adverso. La experiencia indica que una
manera efectiva de combatir estas barreras sería a través de un proceso
consultivo con los directivos, lo cual significa al mismo tiempo construir sus capacidades, apoyadas por mecanismos adecuados de rendición de cuentas. Sin embargo, esto todavía está por probarse (Murison
2001).
Participación: En la última década, se han llevado a cabo diversos
esfuerzos para involucrar a los grupos de interesados en los procesos
de políticas. Sin embargo, el análisis de género de algunas mediciones
participativas de la pobreza indica que, cuando se realizan consultas
con grupos en pobreza, las voces de las mujeres tienen a estar subrepresentadas y/o sus preocupaciones no se reflejan en la recomendaciones
finales (Whitehead y Lockwood 1999). Inclusive cuando el análisis de la
pobreza incluye desagregación por sexo, las estrategias de combate a la
pobreza pueden no ser sensibles a los intereses o necesidades de las
mujeres (Kanji 2003). La interacción de los grupos que verdaderamente
representen los intereses de las mujeres es crítica para la participación
en los procesos de conformación de políticas. Pueden ser de gran utilidad para abrir el debate sobre los intereses de las mujeres, en el corto y
mediano plazo, y en cabildear para que estos intereses se mantengan en
un lugar importante de la agenda.
Sin embargo, los grupos que representan los intereses de las mujeres de carne y hueso no necesariamente son las ONG de mujeres o las
ONG que trabajan con mujeres. Aunque nadie puede negar que las ONG
brindan servicios de apoyo a los proyectos participativos: facilitan el
acceso al conocimiento técnico, a la información y a fondos; otorgan
crédito y servicios sociales; algunas veces ayudan a establecer canales
horizontales de comunicación entre los diferentes movimientos y organizaciones que permiten el intercambio de experiencias y la coordinación de la acción más allá del ámbito local y establecen contactos entre
la acción de las bases e individuos, grupos e instituciones influyentes
al nivel nacional. En algunos casos, además, el apoyo táctico de las
ONG a las causas locales puede alcanzar niveles internacionales de publicidad y apoyo a través de la acción de ONG internacionales, particularmente cuando las luchas locales tienen que ver con preocupaciones
en áreas como protección ambiental, derechos humanos, salud, grupos
indígenas o educación (Stiefel y Wolfe 1994). Sin embargo, las ONG también pueden manipular las luchas participativas, crear nuevos vínculos
226
Francisco Cos-Montiel
de dependencia clientelista o perder sus vínculos con las bases, particularmente cuando dependen mucho de las financiadoras.
Este último punto parece ser particularmente cierto en el caso de
las ONG más grandes, donde a mayor crecimiento más tienden a parecerse a empresas privadas o al mismo gobierno y a olvidarse de quienes
legitiman su trabajo: los pobres y vulnerables (Smillie 1993). Algo similar sucede con los partidos políticos. Así surge la pregunta sobre ¿hasta
qué punto las ONG y los partidos políticos son representantes legítimos
de las necesidades e intereses de las mujeres? No existe una respuesta
única, pero sí tiene que ver con los mecanismos internos de participación y rendición de cuentas de estas organizaciones del tercer sector.
Estableciendo un hito: la experiencia sudafricana
Hoy por hoy, la experiencia sudafricana ha sido la más exitosa en el
mundo y es un alentador ejemplo de lo que había hecho falta en el pasado: un proceso de discusión que identificara la igualdad de las mujeres
como uno de los requisitos básicos para la democracia y una adecuada
determinación de los proyectos financiados por la comunidad internacional en cuyo diseño se invitó a las organizaciones civiles a participar
(Beall 1998; INSTRAW 2000).
¿Qué se requirió para establecer esta maquinaria? El establecimiento
de esta maquinaria incluyó tres pilares, y un actor poderoso que fue la
propia sociedad civil. Aunque estos pilares fueron el poder legislativo,
el gobierno y órganos independientes, las políticas con perspectiva de
género mejor formuladas no necesariamente vinieron desde arriba, al
contrario, vinieron de un proceso reiterativo: requirió la organización
de una base de grupos de la sociedad civil que recogieron y representaron los distintos intereses de género. Este fortalecimiento estratégico de
los grupos de mujeres se vio reflejado en el acceso a las mesas de negociación de las plataformas políticas y en la conformación de los gabinetes de gobierno.
Así, uno de los retos fue también el que las mujeres en posiciones
de decisión no estuvieran únicamente sobrerrepresentadas en el sector
social, sino que también establecieran los criterios económicos y en la
arena política. La inclusión de las mujeres en el área económica fue
fundamental, pues se ha comprobado que las medidas macroeconómicas
como los programas de ajuste estructural han afectado a las mujeres en
227
políticas públicas
mucho mayor medida que a los hombres. Este aumento en el número
de mujeres en las oficinas públicas constituyó un progreso significativo para establecer el primero de los pilares de la maquinaria nacional:
el poder legislativo. Dado que no fue suficiente con aumentar el número de mujeres parlamentarias, se realizaron una serie de cambios en el
interior del poder legislativo para hacerlo más sensible a las restricciones que enfrentaban las mujeres. Estos incluyeron, por ejemplo, el establecimiento de guarderías para los niños de las empleadas y las
parlamentarias, mayor número de sanitarios para las mujeres y que el
receso parlamentario coincidiera con las vacaciones escolares. En el interior del legislativo se establecieron estructuras, como por ejemplo una
“Unidad para el empoderamiento de las mujeres”, preocupada por la
capacitación y el fortalecimiento de la capacidad de las parlamentarias.
El segundo pilar de esta maquinaria fue el gobierno, por lo que se
volvió necesario establecer puntos focales de género en todas las secretarías de estado y definir los mecanismos de cooperación y coordinación entre ellos. Sin embargo, estos puntos focales no hubieran tenido
resultados significativos si no se les hubiera asignado los recursos suficientes, si no se desarrollaban los recursos humanos directivos y si no
se revisaban los procedimientos que estaban permeados por la jerarquía
de género. Este esfuerzo no era suficiente si no se extendía a los ámbitos
estatal, municipal y al nivel de la comunidad. El tercer pilar de esta
maquinaria fue un cuerpo independiente —una especie de ombudsman
de género— que tenía el objetivo de promover el respeto, la protección,
el desarrollo y el cumplimiento de los acuerdos por la equidad de género. Sus funciones incluían un papel de vigilancia, educación pública e
investigación de las instancias de desigualdad en las organizaciones
tanto públicas como privadas.
Asimismo, se consideró a las organizaciones de la sociedad civil
como una parte indispensable e integral de la maquinaria nacional, ya
que las organizaciones de mujeres estaban desarrollando un trabajo
importante en el monitoreo y emitiendo recomendaciones para lograr
avances en la equidad de género.
Finalmente, es importante resaltar que, dado el poco presupuesto
que generalmente se asigna a las iniciativas de género por parte de los
gobiernos, éstas fueron muchas veces financiadas por agencias internacionales de desarrollo. Esto no fue positivo ni negativo en sí mismo,
sin embargo, las experiencias exitosas a lo largo y ancho del mundo
tienen como característica común que las agendas fueron determinadas
228
Francisco Cos-Montiel
por los propios gobiernos y los proyectos contaron con la participación
de las organizaciones de la sociedad civil.
Como se puede ver, el proceso de “institucionalizar” la perspectiva
de género no es un simple ejercicio y la forma que tome dependerá, de
manera crítica, de dónde se localice primordialmente el centro de gravedad para lograr la equidad de género. Los problemas con las maquinarias nacionales y las iniciativas gubernamentales han sido tratados en
detalle por muchos autores, pero esto no debe convertirse en un argumento para la desilusión o el abandono (Beall 1998). Si bien el papel que
juegan las organizaciones civiles es fundamental, el proceso no sólo
debe emanar de las agencias internacionales de desarrollo, de las organizaciones de mujeres y de las ONG. El gobierno debe ser corresponsable
en el proceso, pues las consecuencias de dejar a las mujeres en la sociedad civil sin ningún tipo de apoyo significan perpetuar la fiebre de
participación y descentralización, la cual ha dejado a las mujeres exhaustas en el pasado, a sus organizaciones sin apoyo y muchas veces
explotadas. El proceso de institucionalización de la perspectiva de género no puede dejar de lado las estructuras y mecanismos para el
avance de la equidad en: a) el gobierno, sin importar cuán débil sea
éste; b) la representación política femenina, sin importar cuán inexperta o frágil pueda ser; c) las bases electorales y grupos de interés a
los que hay que rendir cuentas. Sin lugar a dudas, los fines que se
emplean para permear las estructuras y mecanismos necesitan ser primero negociados a lo largo de este eje.
De la Comisión Nacional de la Mujer al
Instituto Nacional de las Mujeres
Ante la presión que significaba la celebración en la Ciudad de México
de la Primera Conferencia Internacional de la Mujer, el principio de igualdad jurídica entre hombres y mujeres se integró a la Constitución Política del estado mexicano en 1974, mediante la reforma al artículo cuarto. A
partir de ese momento, se pusieron en práctica diversos programas y
acciones gubernamentales para intentar mejorar la condición de las
mujeres. La primera gran iniciativa, que data de 1974, fue el Programa
Nacional para el Desarrollo de las Mujeres. A partir de 1975, las reformas legislativas en pro de la igualdad jurídica del hombre y la mujer
han sido relativamente constantes. Sin embargo, al igual que en otros
229
políticas públicas
países del mundo, los cambios en la normatividad no garantizaron per
se mejoras significativas en la vida de las mujeres. En la realidad,
existen otros factores que han tenido (voluntaria o involuntariamente)
mayores impactos sobre la vida de las mujeres, como, por ejemplo,
las políticas económicas. Una clara ilustración la podemos encontrar
en los programas de ajuste estructural que tuvieron un efecto negativo
y desproporcionado sobre las mujeres.
El impacto diferenciado de los programas de ajuste estructural
Como consecuencia de las bajas en los precios del petróleo y los altos intereses
de la deuda externa a finales de los años setenta y a principios de los ochenta, en
1983 se aplicaron una serie de medidas de estabilización y ajuste estructural bajo
los auspicios del Programa de Austeridad del presidente De la Madrid. La
reestructuración y apertura de mercados que data de ese periodo y que continuó
en los años noventa en los gobiernos de los presidentes Salinas y Zedillo, han
incluido entre otras cosas la reestructuración del sector público y la reorganización del tejido productivo. Así, las políticas de ajuste estructural que se insertan
dentro del proceso de globalización han tenido un profundo efecto en el panorama económico, financiero, comercial y social de México. Si bien, a principios
de los noventa, la recuperación económica se estaba llevando a cabo, e incluso
México fue clasificado por el Banco Mundial como uno de los países en proceso
de ajuste con mayor éxito, la pobreza se exacerbó por la presión a la baja ejercida
en el ingreso con salarios congelados y los precios en constante aumento.
En el nivel micro, los cambios estructurales han sido implementados con
un alto costo y con consecuencias importantes para una gran proporción de la
población mexicana. En muchos hogares, la sobrevivencia dependió de agrupar
el ingreso de los miembros de la familia, particularmente el de las mujeres
(Benería 1991; Chant 1996a, 1996b; González de la Rocha 1994). A pesar de que
antes de las crisis de los ochenta y de 1995 ya existían severos problemas, todos
los indicadores parecen sugerir que la redistribución de recursos generada por
las crisis y las políticas de ajuste intensificaron las desigualdades. Por ese motivo, no obstante que en el caso de México los indicadores macro parecen apuntar
a una relativa mejoría en el país durante la década de los noventa, existe evidencia para afirmar que al nivel micro los ajustes se llevaron a cabo de manera muy
desigual tanto a lo largo de la frontera social como entre hombres y mujeres. Sin
lugar a duda, los hogares que se encontraban entre los más pobres y vulnerables
resintieron los severos efectos del ajuste estructural de los años ochenta y noventa, y al interior de los hogares las mujeres cargaron sobre sus hombros un
desproporcionado peso del ajuste por el cambio de la orientación exportadora
del país y los recortes a los servicios sociales que tradicionalmente proveía el
estado (Cos-Montiel 2001).
230
Francisco Cos-Montiel
En 1985, el gobierno estableció la Comisión Nacional de la Mujer
que representaría al país en la Conferencia de las Mujeres del Tercer
Mundo, celebrada en Nairobi, Kenia, en ese mismo año. En diciembre
de 1988, el programa Mujeres en Solidaridad se creó como parte del
Programa Nacional de Solidaridad, con el “único objetivo de mejorar la
calidad de vida de la población femenina de las zonas rurales y de las
colonias urbano-populares que viven en condiciones de pobreza”. El
programa “impulsaba acciones para resolver la problemática específica
de la mujer; reconocer el trabajo que desempeña y fortalecer su participación económica, política y social” (SEDESOL 1994: 206). Mujeres en
Solidaridad promovió la ejecución de proyectos sociales y productivos
que elevaran el nivel de ingresos de mujeres en zonas de pobreza. Sin
embargo, el programa seguía las líneas conceptuales del enfoque de
MED: 1) proyectos diseñados por y para mujeres; 2) desarrollo de proyectos productivos o énfasis exclusivo en actividades tradicionalmente
“femeninas” y 3) no atacaba las causas estructurales de la discriminación que enfrentan las mujeres. Si bien este programa atendía la problemática de las mujeres que vivían en condiciones de pobreza, no existía
en el país ningún órgano encargado de dirigir una política nacional que
buscara la equidad.
No fue sino hasta 1993 que, como parte de los trabajos preparatorios hacia la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, se instaló un
Comité Nacional Coordinador que elaboró un informe detallado sobre
la situación de las mujeres en México. Posteriormente, en respuesta a
los compromisos asumidos en dicha conferencia, el gobierno de México se dedicó a la tarea de formular el Programa Nacional de la Mujer
1995-2000, Alianza para la Igualdad (Pronam), el cual fue publicado
mediante decreto en el Diario Oficial de la Federación el 21 de agosto de
1996. El Pronam fue el principal instrumento gubernamental para integrar una perspectiva de género a las políticas y tenía como objetivo
principal “impulsar la formulación, el ordenamiento, la coordinación y
el cumplimiento de las acciones encaminadas a ampliar y profundizar
la participación de la mujer en el proceso de desarrollo e igualdad de
oportunidades con el hombre”. Asimismo, para establecer congruencia
con el proceso de participación de ONG que se dio durante la preparación y celebración de la Conferencia de Beijing, se crearon dos instancias no gubernamentales para apoyar el trabajo del Pronam: un Consejo
Consultivo y una Contraloría Social, integrados por mujeres con alguna
trayectoria en el tema.
231
políticas públicas
Originalmente, los objetivos generales del programa fueron nueve
y estaban relacionados con las esferas de la Plataforma de Acción de
Beijing: educación, salud, pobreza, oportunidades y derechos laborales, capacidad productiva, igualdad de derechos, oportunidades y responsabilidades, derechos de la mujer y toma de decisiones, violencia, e
imágenes plurales, equilibradas y no discriminatorias de la mujer. En
1999, se incluyó un objetivo adicional al Pronam sobre mujer y medio
ambiente.
Durante dos años, la coordinación general del Pronam asumió la
instrumentación y el seguimiento de las acciones realizadas por las dependencias del gobierno federal con el fin de dar cumplimiento a la Plataforma de Acción adoptada por México durante Beijing. El programa fue
expandiendo su capacidad de una entidad nueva y con enormes limitaciones de recursos hasta convertirse en un órgano que logró posicionarse
en la agenda de algunos sectores. En 1998, el reglamento interior de la
Secretaría de Gobernación estableció la creación de la Coordinación General de la Comisión Nacional de la Mujer (Conmujer) como órgano
administrativo desconcentrado de dicha secretaría y responsable de la
instrumentación del Pronam. Uno de los factores que facilitó este cambio
fue el liderazgo de su primera titular, el cual le permitió tener relativa
influencia en las secretarías de estado, donde por lo menos al nivel de
intención se empezaba a integrar la perspectiva de género. Otro acierto
fue obtener el apoyo de algunos organismos internacionales como el Fondo de Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM) y el Banco Mundial, con
quienes llevaron a cabo varios proyectos. Uno de ellos fue el primer Taller
nacional sobre análisis de género y políticas públicas, que se celebró en
abril de 1997 y cuyo objetivo era capacitar a distintos funcionarios sobre la
manera en que podían integrar un análisis de género en las políticas
existentes; a partir de este taller se desarrollaron otros estudios que dieron lugar a publicaciones como la Economía del género en México publicado por el Banco Mundial (Correia y Katz 2001). Como se ha visto, el
papel que desempeñan los organismos internacionales puede ser de
utilidad, tal y como lo demuestra el caso mexicano y el sudafricano,
cuando apoyan las iniciativas locales. Otros logros importantes de la
Conmujer fueron la creación del Programa Nacional Contra la Violencia
Intrafamiliar 1999-2000 (Pronavi), como derivación y ampliación de una
línea programática del Pronam.
En el ámbito institucional, en el interior de algunas dependencias
públicas, se crearon programas o puntos focales de género, como fue el
232
Francisco Cos-Montiel
caso del Programa de la Mujer de la Secretaría de Relaciones Exteriores,
o las direcciones de género en las Secretarías de Trabajo y Desarrollo
Social y en el ISSSTE. Además, se establecieron comisiones de equidad y
género en el H. Congreso de la Unión y en los congresos locales, y en
1998 se creó una comisión bicamaral denominada Parlamento de Mujeres de México. En el ámbito federal, para agosto del 2000 se habían
creado instancias para el adelanto de la mujer en 28 entidades federativas.
En julio de 1999, autoridades de la Conmujer y las integrantes del
Consejo Consultivo y de la Contraloría Social del Pronam se reunieron
con el secretario de Gobernación para presentarle la propuesta de creación del Instituto Nacional de la Mujer, como organismo descentralizado de la Secretaría de Gobernación, con personalidad jurídica,
patrimonio propio y domicilio en el Distrito Federal. Las consultoras y
contraloras del Pronam consideraban que las funciones de la maquinaria
de género habían puesto de manifiesto que éste requería no sólo de autonomía
técnica sino de ampliar su capacidad de gestión en todos los campos de
la vida nacional. Es por ello que hicieron el planteamiento de “crear
una institución que impulsara el fortalecimiento y avance de las políticas a favor de la equidad de género y de promover, coordinar, ejecutar y
dar seguimiento a las acciones y programas destinados a asegurar la
igualdad de oportunidades y de trato entre hombres y mujeres”
(Conmujer 2000). Este organismo además debía permitir la puesta en
marcha de investigaciones nacionales, proyectos piloto y las propuestas que estimara convenientes.
El Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) que sustituyó a la
Conmujer, fue creado por la ley publicada en el Diario Oficial de la Federación el 12 de enero del 2001 como un organismo público descentralizado de la administración pública federal, con personalidad jurídica,
patrimonio propio y autonomía técnica y de gestión para el cumplimiento de sus atribuciones, objetivos y fines. La creación del instituto
reflejaba el compromiso asumido por el gobierno de México en el ámbito internacional de fortalecer los mecanismos institucionales para la
promoción de la mujer y la igualdad de oportunidades, dotándolos de
recursos adecuados de toda índole, personalidad jurídica y autonomía
presupuestal. El Inmujeres tiene como objetivo, de conformidad con el
artículo 4º de su ley, “...promover y fomentar las condiciones que posibiliten la no discriminación, la igualdad de oportunidades y de trato
entre géneros, así como el ejercicio pleno de todos los derechos de las
233
políticas públicas
mujeres y su participación equitativa en la vida política, cultural, económica y social del país, bajo los criterios de: transversalidad en las
políticas públicas, a partir de la ejecución coordinada y conjunta de
programas y acciones desde la perspectiva de género; federalismo para
el fortalecimiento de las dependencias responsables de la equidad de
género en los diferentes órdenes de gobierno y fortalecimiento de los
vínculos entre los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial”.
Dado que Plan Nacional de Desarrollo 2001-2006 establece que se
crearán programas especiales, es en este marco que se presenta el Programa Nacional de Igualdad de Oportunidades y No Discriminación
Contra las Mujeres (Proequidad). El Inmujeres es la institución encargada de diseñar y promover el Proequidad, así como de coordinar y
orientar los esfuerzos tendientes a cumplirlos y evaluar sus resultados. El Proequidad establece como su primer objetivo específico: “Incorporar la perspectiva de género como eje conductor de los planes,
programas, proyectos y mecanismos de trabajo en la administración
pública federal”, con lo cual la estrategia adoptada durante Beijing en
1995 vuelve a ponerse al centro del debate de las políticas de equidad
en este país.
El traje nuevo de la emperatriz
A lo largo de dos años de gestión, el Inmujeres ha consolidado una
serie de logros que inició su antecesora, y que pueden resumirse en tres
puntos:
En primer lugar, el logro más importante es el aumento del nivel
de conciencia. A casi diez años de la Conferencia de Beijing, es posible
afirmar que los asuntos de género han cobrado un lugar importante en
el discurso (aunque no en la práctica) gubernamental, de los partidos
políticos y de las ONG. En la política social, se ha reconocido plenamente el papel de las mujeres en el crecimiento económico, el combate
a la pobreza, el aumento en el bienestar y las oportunidades económicas. Asimismo, prácticas como la violencia doméstica dejaron de ser
del dominio privado llamando la atención pública y privada.
Segundo, se ha logrado mayor especialización en temas de género
a través del desarrollo de distintas metodologías para la investigación y
recolección de datos, herramientas para la planeación, como el estudio
“Género y equidad” y el desarrollo de métodos de capacitación.
234
Francisco Cos-Montiel
Tercero, ha habido progresos en reformas legales para terminar
con la discriminación hacia las mujeres, como la eliminación de la prueba
de gravidez para las aspirantes a cargos en la administración pública
federal o las reformas para que las mujeres ocupen más cargos de elección popular.
Sin embargo, a pesar de los logros en los rubros identificados anteriormente, el principal reto a la hora de elaborar políticas públicas no
es establecer el marco legal o la metodología para planificarlas, sino su
puesta en marcha. La década de las mujeres dejó bien claro que las
reformas constitucionales o los cambios en otras leyes no son suficientes para garantizar su cumplimiento o para cambiar normas, valores y
creencias que están profundamente enraizados en una organización.
Más aún, como se ha analizado anteriormente, todavía existe una considerable confusión sobre lo que significa en la práctica una política para
integrar la perspectiva de género, a pesar de los vastos esfuerzos de
capacitación en género y las iniciativas organizacionales diseñadas para
cambiar las políticas, procesos, procedimientos y competencias (Levy
1996). Después de todo, han sido las agencias internacionales —y no
los gobiernos de los países en desarrollo— quienes han tenido el material y los recursos humanos para establecer vigorosamente esta agenda.
Es más, parece que hay una obsesión por parte de sus unidades de
mujeres/género por introducir el género en las políticas y práctica del
desarrollo, sin una crítica paralela del contexto del desarrollo en sí mismo y el valor que las mujeres de los países en desarrollo le dan a esos
esfuerzos. Recientemente, ha crecido la preocupación por alcanzar la
equidad de género en un contexto internacional a través de un enfoque
que toma en cuenta tanto los derechos como las necesidades (Beall 1998).
Esto ha empezado a traducirse en esfuerzos por parte de algunas agencias de desarrollo que intentan construir la capacidad para trabajar con
una perspectiva de género entre su propio personal, consultores y países miembros. En la medida en que se ha puesto atención al papel de
las mujeres en el gobierno, saltan a la vista tres elementos clave. El
primero se refiere a las relaciones problemáticas que algunas veces surgen entre las “femócratas” y las bases organizadas de mujeres; el segundo, a los impedimentos institucionales que enfrentan las unidades de
mujeres y la intransigencia de los arreglos administrativos poco sensibles al género inherentes a la burocracia en que están inmersas. Finalmente, el tercero se refiere a las propias maquinarias encargadas de
235
políticas públicas
integrar la perspectiva de género, alrededor de las cuales siempre ha
existido controversia y que generalmente se enfrentan a duras críticas
en torno al género y la gobernabilidad.
Las secciones anteriores han intentado analizar los alcances y las
oportunidades que la literatura del desarrollo ha identificado en el proceso de volver transversal un análisis de género en las políticas públicas. A lo largo de las últimas tres décadas, se han dado cambios
importantes en las estrategias para este proceso. Estas visiones han enfrentado diversos giros en al menos cinco aspectos importantes:
1. cambios conceptuales, que van del acento exclusivo sobre las
mujeres a un análisis de género;
2. reconocimiento de dimensiones más amplias del poder, no sólo
entre hombres y mujeres, sino en el interior de las instituciones;
3. redefinición de los argumentos utilizados por las profesionales
del desarrollo para convencer sobre la importancia de incluir un análisis de género;
4. reconocimiento del importante papel que juegan los arreglos
institucionales y organizacionales en el éxito o fracaso de las estrategias
de incorporación de la perspectiva de género;
5. cambio en la percepción de las mujeres como beneficiarias pasivas de la generosidad gubernamental a agentes activas del cambio.
Estos aspectos de alguna u otra manera han estado presentes durante la evolución de la Comisión Nacional de la Mujer al Instituto
Nacional de las Mujeres. El instituto, como ya se ha mencionado anteriormente, representa sin lugar a dudas un cambio fundamental en el
equilibrio que tienen los asuntos de género en este país, pero al mismo
tiempo, al cambiar de un órgano con relativamente poca importancia a
uno de mayor estatus, se asumen retos cada vez más grandes. Esta
sección analiza de qué manera el Inmujeres ha sabido responder a tres
aspectos que parecen ser clave en la exitosa articulación de una política
para lograr la equidad entre mujeres y hombres: a) el papel que ha
tenido el desarrollo institucional para facilitar la integración de la agenda de género en México; b) el papel que ha desempeñado el liderazgo en
el interior del instituto, y c) de qué manera han impactado los mecanismos de rendición de cuentas en la creación de políticas públicas que
respondan efectivamente a las necesidades de las mujeres en México.
La evidencia sugiere que uno de los rasgos del instituto es que no ha
logrado extender sus beneficios a quienes son su razón de ser: las mu236
Francisco Cos-Montiel
jeres de México. Sin embargo, en ningún momento aparece la voz de las
mujeres o de sus organizaciones o de sus ONG para conocer su punto de
vista. El éxito o el fracaso del Instituto debería medirse en términos de la
construcción de la equidad entre hombres y mujeres como un valor de
la democracia. El que los resultados se entiendan y se midan en términos de los intereses de la burocracia que lo dirige y no en términos de
los intereses y necesidades de las mujeres, es tan grave como aceptar la
existencia de la tela mágica para el traje nuevo del emperador. Mientras
las bases y los grupos de presión no cuestionen o reconozcan el desempeño del Inmujeres, éste continuará paseando con su nuevo traje confeccionado con una tela que sólo la emperatriz y su corte pueden ver.
Desarrollo institucional
Una definición sencilla de desarrollo institucional es la que ofrece el
Banco Mundial en su Informe para el Desarrollo Mundial 2002, al cual ve
“como un proceso acumulativo donde se producen cambios diversos
en diferentes esferas, que acaban por completarse y respaldarse mutuamente”. De acuerdo con el informe, pueden bastar cambios pequeños
para impulsar transformaciones futuras e identifica enseñanzas aplicables al desarrollo institucional para conseguir instituciones eficaces: 1)
diseñarlas de manera que sirvan de complemento a la realidad existente, es decir, a otras instituciones de apoyo, capacidades humanas y tecnologías disponibles; 2) innovarlas para establecer instituciones válidas
y prescindir de las que no funcionen. Este proceso acumulativo está
íntimamente ligado al aprendizaje institucional y en particular a los
siguientes puntos:
Desarrollo del personal: Durante más de dos décadas, las maquinarias de mujeres se han caracterizado como particularmente débiles, con
personal poco preparado, presupuestos bajos y poco poder de negociación, es decir, carecían de recursos tanto económicos como políticos
para incidir efectivamente en la agenda política nacional. Estas cuestiones han sido estudiadas ampliamente y no es sino hasta fechas recientes que se ha puesto mayor atención en aspectos como el desarrollo
institucional, un terreno en el que se tiene relativamente poca experiencia. En el caso de la extinta Conmujer, el desarrollo de la institución no
estuvo exento de contradicciones, ya que debió balancear simultáneamente muchas de las dificultades de las primeras maquinarias de MED
y la efervescencia del discurso de GAD. Aun cuando hubo logros evidentes, también las debilidades eran importantes. Su carácter de órga237
políticas públicas
no desconcentrado de la Secretaría de Gobernación le restaba poder político y limitaba su autonomía financiera y de gestión. Más aún, los
recursos otorgados a la Conmujer eran apenas de 1.8 millones de dólares al año, de los cuales aproximadamente el 80% se utilizaba en pagos
al personal. Dada la relativa novedad de la disciplina de “planificación
con perspectiva de género”, el personal fue capacitándose en la misma
medida en que se hacían las intervenciones. Si el mejor activo con que
cuenta una organización son sus recursos humanos, es necesario que el
personal haya desarrollado las competencias necesarias (tanto técnicas
como políticas) y que disfruten de uno de los fines de la teoría y la
práctica del género: el empoderamiento. Por tal motivo, dotar al personal de conocimientos técnicos es tan importante como el desarrollo de
otras habilidades como liderazgo, negociación y comunicación.
Al realizarse el cambio al instituto, uno de los principales retos fue
el reclutamiento y la selección del personal de la flamante maquinaria.
La ley establece que los dos niveles inferiores a la presidencia, es decir,
el cuerpo directivo, deben ser aprobados por la Junta de Gobierno, lo
que suponía una dificultad adicional para la conformación del alto mando
institucional. Esto significaba que en el personal propuesto para ocupar
el cargo debía darse el difícil balance entre calificaciones profesionales y
aceptación por parte de las diferentes fuerzas políticas representadas en
la Junta de Gobierno. El resultado de la selección de este nivel de
funcionarias(os) fue un balance de personalidades que iban desde el
apartidismo hasta aquellas identificadas plenamente con el priísmo, el
panismo o el perredismo. En el caso de los mandos medios y operativos,
la ampliación de una plantilla de aproximadamente sesenta personas a
más de doscientas en un periodo de seis meses representó un enorme
reto en términos de reclutar a un gran número de personas que pudieran echar a andar la maquinaria y que, al menos en la teoría, debían ser
las idóneas para realizar las tareas. Reclutar a un gran número de personas cuando el área administrativa aún no contaba con el manual
organizacional, los manuales de procedimientos y los perfiles de puestos para establecer procesos claros de reclutamiento y selección basados
en una ética de igualdad de oportunidades, dio como resultado que
muchas de las posiciones se ocuparan con personas que en el mejor de
los casos tenían poco o nulo conocimiento sobre perspectiva de género, pero contaban con sólida experiencia sobre alguna disciplina y en
el peor, no tenían ninguna de las dos. Como resultado, el instituto no
238
Francisco Cos-Montiel
ha podido homologar un lenguaje común en torno al propio concepto de
género, al significado de planeación con perspectiva de género (proceso
que hasta la fecha se confunde con la planeación de los procesos organizacionales en el interior del mismo) y por consiguiente carece de un
sentido de misión. La misión, la cual debería ser compartida por todo el
personal para alcanzar las metas comunes, se ha convertido en un elemento tan metafísico en el interior del instituto que, tal como lo demostró una encuesta sobre el clima organizacional “existe en el interior una
confusión generalizada sobre lo que es o debería ser el Inmujeres”.
Adicionalmente, un análisis de las direcciones generales muestra
que a menos de 24 meses de su creación, en tres de las cuatro áreas ha
habido cambios de titular no sólo una, sino hasta dos veces. Esta realidad obliga a hacerse varias preguntas: ¿acaso no existen en el país recursos humanos lo suficientemente capacitados para llevar a cabo esta
tarea? ¿Los procesos de reclutamiento y selección no han sido los adecuados? ¿El carácter político de los nombramientos entra en conflicto
con las calificaciones profesionales? ¿No se ha entendido la complejidad de la tarea y por lo tanto las expectativas sobre el personal son
desproporcionadas e irreales? Ninguna de estas preguntas tiene una
respuesta automática, pero mucho ayudaría al Inmujeres contar con
perfiles claros de puestos, así como mecanismos de medición de resultados. Sin embargo, sería importante definir si atrás de esta medición
de resultados yace un enfoque de proceso o un enfoque que quiere
soluciones mágicas al problema de inequidad. Una de las críticas que
se hace a las estructuras con valores patriarcales y jerárquicas es justamente un excesivo énfasis en la medición de resultados, lo cual parece
contrario al enfoque de proceso que tanto trabajo ha costado entender
y a los valores de justicia que promueve per se la equidad. ¿Acaso este
enfoque de resultados está más ligado a la interpretación de la cúspide
femócrata sobre las metas y necesidades institucionales que a las acciones que se necesitan para lograr mayor equidad entre mujeres y
hombres? Alcanzar este equilibrio no es fácil; como se ha analizado
anteriormente, aun las instituciones que promueven la igualdad raramente son justas. El siguiente punto examina a detalle el difícil balance
entre las acciones que buscan la equidad a largo plazo y las intervenciones de corto plazo con las que se espera alcanzar resultados.
Construcción de la capacidad vs. generación de resultados: A diferencia
de otros sectores, como educación, salud o incluso el ambiental, que
239
políticas públicas
tienen mayor experiencia en la gestión, mayor legitimidad en la agenda
política, mayor importancia en términos presupuestales, las maquinarias para la equidad de género continúan enfrentándose a diversos retos, algunos de los cuales enumero a continuación:
1. son un sector relativamente nuevo, con poca experiencia y muchas veces con cuadros poco capacitados;
2. paradójicamente, la misión de su trabajo, integrar la perspectiva
de género en las políticas sectoriales, es una responsabilidad que no
depende de ellos sino de los distintos ministerios, lo cual vuelve muy
complejas las tareas de planear y echar a andar políticas coordinadamente;
3. en relación directa con el punto anterior, existe una gran dificultad para instrumentar un complejo proceso que, si bien es primordialmente técnico, también es político;
4. existe una presión de diversos grupos de interés para que se
incluyan o excluyan temas muy sensibles de la agenda;
5. en general han fracasado en entender y/o explicar el complejo y
a veces contradictorio proceso que implica “institucionalizar” la perspectiva de género y crear otros indicadores no convencionales para
mostrar resultados.
El Inmujeres no ha sido la excepción y es posible afirmar que cada
uno de los retos explicados anteriormente son significativos para el
mismo. Al ser una entidad no solamente nueva y con debilidades sustanciales en materia de recursos humanos, sino también con grandes
expectativas sobre su desempeño, no ha podido explicar (y al parecer
tampoco entender) la compleja naturaleza del proceso de institucionalización, el cual, como se ha visto anteriormente, requiere de tiempo y
recursos pero, sobre todo, de acumular conocimiento para ganar la confianza que se requiere para la gestión pública. No obstante, el conocimiento, tantas veces confundido con información, implica complejos
procesos de aprendizaje. Aprender lo que funciona y lo que no funciona es central para mejorar la gestión diaria (Smillie 1993). Las lecciones
tanto positivas como negativas que se han aprendido en México y en
otros países del mundo parecen no haberse incorporado a los criterios
de evaluación del instituto. En su informe de actividades, presentado
en marzo del 2002, el Inmujeres no establece los criterios bajo los cuales
se evaluará su cometido, los resultados estratégicos, su gestión
institucional y el desempeño de sus funcionarios. Al carecer de estos
240
Francisco Cos-Montiel
criterios se dificulta el proceso de evaluación y por lo tanto el de generación de conocimiento y aprendizaje. Si los resultados se miden en
términos de las buenas intenciones de sus dirigentes o si se quieren
equiparar con los de otras dependencias con mayor presencia en términos cronológicos y de recursos, esto no sólo hace las metas imposibles
de cumplir, sino que por demostrar que se cumplen, los logros se pueden presentar superficialmente.
Esta parece ser una paradoja que se presenta en las estrategias que
buscan integrar la perspectiva de género en el conjunto de las políticas
y es algo que llamaré la erosión de la perspectiva de género. Sin lugar a
dudas, con el transcurso de los años, las cuestiones de género han
llegado a ocupar (al menos en el discurso) un lugar importante en la
agenda de la mayoría de los países. Hoy día, ningún gobernante, ningún funcionario y prácticamente ninguna persona se atrevería a calificar como “poco importantes” los asuntos de género, por lo tanto,
difícilmente algún funcionario se opondría abiertamente a llevar a cabo
algún tipo de acción a favor de las mujeres. Sin embargo, el grado de
compromiso y de profundidad con que se abordan estas cuestiones
depende en gran medida de los propios prejuicios, conocimientos y
ambiente institucional de las dependencias. Analizando los documentos de evaluación del Inmujeres parece que su gestión ha querido orientarse a los resultados (sea lo que sea que esto signifique) y no al proceso,
sobre-enfatizando el valor de las cifras con las que se alcanzan las metas. Esto representa un riesgo para cualquier institución, pero particularmente para una que está construyendo su credibilidad, pues parecería
que está dispuesta a aceptar como válidas aun las más superficiales
intervenciones en materia de género, si esto ayuda a alcanzar las metas.
Lo anterior es extremadamente delicado por dos razones: la primera
tiene que ver con la trivialización de la categoría de género, ya que cualquier intervención que tenga que ver con mujeres, por mínima o superficial que sea, podría llamarse, bajo esta óptica, perspectiva de género.
La segunda tiene que ver con la erosión de la estrategia, ya que el fracaso de una mal entendida perspectiva de género en lograr su cometido
puede llevar a la conclusión de su inutilidad, no sólo como herramienta lateral para resolver problemas tan graves como el combate a la pobreza, sino como un instrumento útil para reducir la desigualdad entre
mujeres y hombres.
Aunque el Inmujeres ha tratado de establecer ciertos criterios para
medir el nivel de institucionalización de la perspectiva de género en el
241
políticas públicas
interior de las dependencias de gobierno, tal y como lo muestra el estudio “Género y equidad”, no ha logrado aplicarlo en el interior del propio
instituto, el cual debería ser el ejemplo de institucionalización o el punto
de referencia para las demás organizaciones. Si bien el estudio ha sido
aplicado en diferentes dependencias públicas, los resultados carecen de
validez estadística, ya que la muestra no fue aleatoria ni representativa, y
por lo tanto falla en la medición del grado de institucionalización de las
dependencias a las que se aplicó el estudio. Al evitar la realización de
evaluaciones sobre el grado de su propia institucionalización, el instituto
pierde una valiosa oportunidad de reconocer sus propios méritos y defectos; más aún, vuelve sospechosa su propia gestión al no contar con
mecanismos de transparencia.
El anterior miedo a mostrar debilidades, tan generalizado en la
comunidad del desarrollo, y que no necesariamente tendría que ver
con una mala gestión, sino con reconocer y comprender el difícil reto
que significa desarrollar la institucionalidad, podría disminuir si el
Inmujeres pudiera balancear el reto político de mostrar resultados con
el “hacer camino al andar”. Lo anterior tiene que ver con la misma
naturaleza del encargo: la ley establece que la titular permanecerá tres
años en su puesto, pudiendo ser ratificada. Esta cláusula supone una
enorme presión sobre el instituto (y su titular) por mostrar resultados
y por balancear fuerzas políticas, más que por crear las condiciones de
institucionalidad que permitan avanzar con paso firme en la construcción de la equidad entre hombres y mujeres. Sin embargo, la ley no
establece claramente los criterios de evaluación que permitirán decidir
la continuidad de la titular en su puesto. Esto vuelve altamente subjetivo el proceso de evaluación y parece privilegiar los criterios políticos
sobre los méritos, lo cual vuelve muy difícil evaluar los aciertos y
errores en la gestión de la titular.
Sin embargo, este problema no parece ser exclusivo del Inmujeres,
sino de toda la administración pública en México. Pero al ser el instituto una entidad nueva con valores que deberían estar cimentados en la
equidad, pudo aprovechar la oportunidad para crear mecanismos claros de reclutamiento, selección y ascenso basados en una meritocracia
que integrara aspectos de género; esto hubiera significado también una
oportunidad para extenderlo a otras dependencias. Sin embargo, el instituto ha fracasado en lograr que las mejores personas puedan estar
ocupando los mejores cargos.
242
Francisco Cos-Montiel
Finalmente, si bien una crítica que se ha hecho a las primeras
maquinarias es la falta de recursos humanos profesionales, poco se ha
abordado el aspecto ético que existe detrás de ellas. En el caso de las
maquinarias para la equidad, su existencia está legitimada por la existencia de las mujeres y por las circunstancias e injusticias que experimentan, es decir existe un imperativo ético detrás de la gestión. Las
reglas, actividades, recursos, personas y poder en el interior de estas
organizaciones deberían impregnar su subtexto político4 con los valores
de la equidad que promueven. Sin embargo, en la realidad es difícil
evitar que los diferentes subtextos políticos entren en contradicción.
Así, los intereses personales, políticos o de otro tipo pueden erosionar
la agenda de las maquinarias.
Planeación en perspectiva de género vs. planeación de procesos organizacionales: En este ensayo se ha explorado la importancia de ver la integración de la perspectiva de género como un proceso de planeación
estratégica donde la cultura organizacional desempeña un papel fundamental. La creación del Inmujeres supuso heredar una cultura organizacional y confrontarla con las expectativas que significaba la creación
de la nueva maquinaria. Los cambios estructurales fueron significativos, pues de ser un órgano cuya administración estaba a cargo de la
Secretaría de Gobernación, pasó a cobrar autonomía, con un presupuesto diez veces mayor, y con el mandato de que sus proyectos respondieran al nuevo reto. Adicionalmente, su creación coincidió con la primera
transición partidista a nivel presidencial, con lo que el país tomaba un
nuevo rumbo hacia la normalidad democrática. Así, se conjuntaron las
difíciles tareas de planear la política de género de la nueva administración con la de planear el desarrollo institucional del Inmujeres. Si bien
en la conformación de la institución es necesaria la participación de
todas las áreas, en el interior del instituto no quedaron suficientemente
claros los factores de éxito que pudieron haber significado una enorme
4
Kabeer (1994) llama subtexto político a los procesos de lucha entre distintos
conceptos, significados, prioridades y prácticas que surgen de las diferentes visiones acerca el mundo y las metas del desarrollo. En este subtexto político se encuentran inmersas las diferentes visiones de las personas que planean políticas: ya sea que
se ven como árbitros benignos y neutrales ante los conflictos de intereses o si se
perciben como actores en el conflicto.
243
políticas públicas
diferencia en el desempeño de un adecuado proceso de planeación, los
cuales se enumeran a continuación:
1. contar con procesos administrativos sólidos que apoyen la
planeación de políticas públicas con perspectiva de género;
2. definir claramente funciones entre la parte de planeación en
género y la de planeación de los procesos del instituto;
3. ejercer oportunamente los recursos necesarios para la buena planificación;
4. reconocer que la planificación con perspectiva de género es un
proceso tanto técnico como político;
5. aceptar que los ciclos de planeación requieren de tiempo, recursos y voluntad política;
6. fomentar los procesos de empoderamiento que todo proceso de
cambio requiere;
7. apoyar el proceso de planeación desde la cúspide y a lo largo y
ancho de la organización, siendo ésta la característica más importante
que se requiere.
Sin embargo, pareciera que las concepciones en el interior del instituto sobre el proceso de planeación no son las mismas, ya que el
proceso está fragmentado, la cúspide no se decidió por uno y en todo el
proceso no se construyó la confianza necesaria para el mismo. Los resultados de los proyectos son muy diferentes dependiendo del grado
de convencimiento de las personas. En el caso de diversos proyectos
del Inmujeres la percepción del personal era que no existía el convencimiento por parte de la cúspide del instituto para llevarlos a cabo. Esta
hipótesis parece apoyarse en la alta tasa de rotación que han tenido los
cuadros de directoras(es) generales.
Liderazgo
Una gran parte del trabajo realizado sobre la integración de la perspectiva de género tiene que ver con compartir el conocimiento y la información de una manera significativa, de tal manera que sea un insumo para
la práctica e influya en los procesos de toma de decisiones, es decir, con
el desarrollo de liderazgo. De acuerdo con Murison (2001), los estilos de
dirección que crean un ambiente seguro para el trabajo en equipo, la
retroalimentación y la creación de “redes de conocimiento” son de suprema importancia. Las líderes que entienden que parte de su tarea es
desarrollar talento en el área de comunicación estratégica y que tanto a
244
Francisco Cos-Montiel
ellos como a su personal se les puede exigir cuentas sobre este punto,
contribuyen al mismo tiempo a una cultura organizacional donde la
transversalización de la perspectiva de género puede tener lugar. Sin
embargo, este estilo de liderazgo, inclusive en los niveles directivos,
puede no ser suficiente, por lo que nuevamente la cuestión de la estructura organizacional vuelve a presentarse como esencial.
Uno de los aspectos identificados como centrales tanto en la metodología de Levy como en la de Beall es el papel de las personalidades y
del liderazgo en las intervenciones para transversalizar el género. Al
parecer, el liderazgo que pueden ejercer quienes están a cargo de las
maquinarias de equidad es un factor importantísimo en el éxito o fracaso de las mismas. Así, a lo largo y ancho de la literatura gerencial,
existen numerosas experiencias donde un liderazgo fuerte ha podido
compensar otras debilidades como la falta de recursos económicos y
casos donde un liderazgo pobre ha llevado al fracaso a una organización. El liderazgo, que no es lo mismo que la autoridad formal, implica
un proceso de autoconocimiento, conocimiento y aprendizaje, y la posibilidad de transmitir esos valores comunes al resto de la organización.
Política de desempoderamiento: Una paradoja que se presenta en las
organizaciones que atraviesan por procesos de cambio es la contradicción entre las nuevas maneras de hacer las cosas, como trabajo en equipo, mayor comunicación, menores tramos de control, etc., con la cultura
organizacional existente; en muchos casos se pide al personal cambiar
de valores sin que los valores de la organización estén mutando también. En estos casos, la contradicción en que se entra es tan grande que
muchas de estas organizaciones van al fracaso. En el caso de intervenciones de cambio organizacional que buscan organizaciones inteligentes, una de las estrategias es facultar a los empleados para tomar mayores
y mejores decisiones, es decir, a detonar procesos de empoderamiento.
La buena práctica ha mostrado que los procesos de empoderamiento tienen que pasar de una sensación individual de “no puedo” a una colectiva
de “sí podemos”, a la que sólo se llega a través de probar nuevas habilidades que cambien la manera en que una persona, un equipo, una organización modifique sus posibilidades de ejercer o no ejercer el poder.
En el caso de las maquinarias de género, el empoderamiento de
las mujeres es o debería ser un fin último, por lo que el desarrollo
de las capacidades y la confianza de las mujeres debería estar permeando
245
políticas públicas
la política de equidad en el interior de la organización y en sus intervenciones. Sin embargo, lograr la coherencia con este nuevo estilo de
dirección representa un reto para todas las organizaciones. En primer
lugar, porque la gestión gubernamental (al menos en México) ha sido
particularmente jerárquica y en muchos casos autoritaria, y el cambio a
un estilo más democrático debe verse como un proceso dirigido, gradual y a largo plazo. En segundo lugar, porque todo proceso de empoderamiento requiere de un proceso suma cero en que unos ganan y
otros pierden poder, lo cual no está exento de angustia y de resistencia,
y por lo tanto de conflicto. En tercer lugar, porque en estas redistribuciones de poder, el poder puede ejercerse en la acepción negativa del
término, es decir el “poder sobre”, por ejemplo, a través del uso de la
violencia, la coerción y la amenaza. Así, a todo proceso de ganancia de
poder o empoderamiento se le presenta también la posibilidad de convertirse en un proceso de pérdida de poder o desempoderamiento.
Al parecer, la propia estructura del Inmujeres ha detonado un proceso de desempoderamiento que se ha convertido en un círculo vicioso, el cual opera de la siguiente manera en el interior del instituto: el
liderazgo se ha sustituido por autoridad formal, la cual se ejerce a través
del “poder sobre”, es decir el uso de la violencia, la coerción y la amenaza; este ejercicio del poder se halla lejos de detonar en las personas
procesos para generar el “poder de” hacer cosas. Pero el poder o su
ausencia son conceptos que no tienen mucho significado en la realidad, ya que hasta las personas que parecen tener menos poder lo ejercen de una manera y hasta las personas más poderosas no ostentan
absolutamente todo el poder y esto puede encontrarse en la forma de
resistencias sutiles, que pueden abierta o disfrazadamente cuestionar la
autoridad. Así, la autoridad formal al saberse cuestionada ejerce mayor
poder para imponer su agencia y repetir el círculo (figura 1).
Figura 1. El círculo vicioso del desempoderamiento
→
El liderazgo se sustituye
por autoridad formal
→
→
Se cancela la posibilidad del
“poder de” hacer las cosas
246
→
Se crean
resistencias sutiles
La autoridad es
cuestionada
Francisco Cos-Montiel
Este ciclo de desempoderamiento, presente en el Inmujeres, no
sólo tiene repercusiones negativas en el interior de la organización pues,
como se ha demostrado anteriormente, el impacto que tiene la organización sobre las políticas es fundamental. Por lo tanto, pareciera que se
ha iniciado un proceso de des-institucionalización de la perspectiva de
género a través de una política de desempoderamiento (figura 2).
Figura 2. Desinstitucionalización de la perspectiva de género
→
En el desarrollo
institucional
→
Debilidad
institucional
Desinstitucionalización
de la perspectiva
de género
Política de
desempoderamiento
→
→
En la planeación
de políticas
→
Incapacidad de
incidir en la
agenda nacional
→
Sin embargo, aun el mejor liderazgo al más alto nivel no es una solución mágica para la integración de la perspectiva de género en el conjunto de políticas. Por un lado, representa un factor clave de éxito, pero
por el otro, puede representar una debilidad a largo plazo si es el único
liderazgo que existe. Así, cuando la líder carismática deja la organización, ésta puede quedar en una situación muy vulnerable. Por eso, la
construcción de la capacidad vuelve a aparecer como la estrategia fundamental a través de acciones como el desarrollo del liderazgo en todos
los niveles.
Rendición de cuentas
Todos los retos identificados en esta etapa de arranque del Inmujeres
sin lugar a dudas están íntimamente ligados a una de las tensiones que
se presentan en la gestión pública en general: la rendición de cuentas.
Una mayor rendición de cuentas es inherentemente problemática para
todas las instituciones y en la mayoría de las áreas políticas. La rendición de cuentas es un concepto abstracto y complejo y generalmente se
interpreta como los medios por los cuales los individuos y las organizaciones le reportan a una autoridad (o autoridades) reconocidas y se
247
políticas públicas
vuelven responsables de sus actos. Pero va más allá de las definiciones
estrechas de eficiencia económica y auditorías contables (revisión de
los recursos, su uso y su impacto inmediato) e incluye una rendición
de cuentas estratégica. Según una formulación reciente del concepto de
una efectiva rendición de cuentas, ésta requiere: primero, un estatuto
de metas; segundo, transparencia en la toma de decisiones y de las
relaciones en el interior de la organización; tercero, un reporte honesto
sobre la manera en que los recursos se han utilizado (probidad) y qué se
ha alcanzado (desempeño). Estas condiciones dependen de un proceso
de evaluación en el que las autoridades que supervisan, juzgan si los
resultados son satisfactorios e involucran mecanismos concretos de recompensa y penalización a aquellos responsables de la gestión (Edwards
y Hulme 1995).
Aunque el gobierno del presidente Fox ha llevado a cabo avances
en términos de transparencia, rendición de cuentas y participación ciudadana, como lo demuestran las instancias sobre estos temas creadas
en otras dependencias, el Inmujeres no ha logrado desarrollar mecanismos claros de rendición de cuentas. La dificultad de establecer estos
mecanismos tiene que ver con las múltiples instancias a las que el instituto debe rendir cuentas: en primer lugar, al ejecutivo federal sobre su
desempeño; segundo, al poder legislativo y en particular a la Comisión
de Equidad y Género; tercero, a los consejos Consultivo y Social del
propio instituto. A la fecha, el Inmujeres ha rendido cuentas de alguna
u otra forma a estas instancias. Menos evidente, pero no por eso menos
importante, es la rendición de cuentas que el instituto debe hacer ante
las ONG y organizaciones de mujeres, pero encima de todo a las propias
mujeres de este país. Sin embargo, ante ellas permanece como una caja
negra sobre la cual nadie sabe qué pasa en el interior.
Sin embargo, el Inmujeres no es la única instancia que debe rendir
cuentas en este proceso de integración de la perspectiva de género a las
políticas públicas. Los consejos Consultivo y Social deben rendir cuentas a las ONG, organizaciones de mujeres, y a las mujeres de carne y
hueso de este país, no sólo respecto a los avances logrados a favor de la
equidad, sino respecto a las acciones que los mismos consejos han
llevado a cabo para lograr que así sea. Al mismo tiempo, el gobierno de
la república debe ser evaluado por las acciones que haya realizado para
que las mujeres disfruten de mejores oportunidades en todos los sectores. Sólo así se podrá evaluar mejor el papel del gobierno, del instituto
248
Francisco Cos-Montiel
y de los propios consejos en su tarea de lograr mayor equidad para las
mujeres en este país.
Esta múltiple rendición de cuentas no está exenta de conflicto.
Como hemos visto anteriormente, la subordinación de género está presente no sólo en las personas, sino en las instituciones, y se caracteriza
por estar atravesada por diversas dimensiones en las que la desigualdad de género interactúa con otras variables de desigualdad y desventaja. Esta intrincada interconexión va desde el nivel de lo individual a los
hogares y comunidades, pasando por los gobiernos nacionales y organismos internacionales. Se exacerban, así, los problemas que rodean
el establecimiento de metas y prioridades y se pone de manifiesto el
vínculo que existe entre la formulación, puesta en marcha y evaluación
de la política de género, y la organización de las organizaciones mismas, particularmente respecto al personal consciente y preparado en
perspectiva de género. Asegurar que las instancias descritas arriba: gobierno federal, Inmujeres y consejos consultivos presenten cuentas a
las ONG, organizaciones de mujeres, pero sobre todo a las mismas mujeres, es muy problemático por tres razones:
1) Porque las mujeres como individuos tienen una serie de necesidades e intereses, los que pueden entrar en conflicto o reforzarse mutuamente en un círculo vicioso. Es decir, si las personas que deben
rendir cuentas perciben que los intereses que las unen a grupos de
poder, partidos políticos, grupos religiosos, ideológicos, etc., son más
fuertes que los que las unen a las mujeres, usarán su poder e influencia
para alcanzar las metas de los grupos con los que comparten intereses y
no para lograr la equidad de las mujeres, especialmente si para alcanzar
esa equidad se requiere entrar en conflicto con sus propios intereses. De
esta manera, establecer metas y prioridades es extremadamente difícil.
2) En términos de las propias beneficiarias, ellas han estado menos expuestas que los hombres a maneras alternativas de actuar y pensar. Las propias aspiraciones y estrategias de cambio de las mujeres
(como las de quien dirige las instituciones) deben verse en el contexto
de las relaciones de poder que influyen sobre lo que es visto como
deseable y/o posible (Mayoux 1998). La mayoría de las culturas tienen
estereotipos de la “mujer ideal” y el comportamiento femenino, y muchas mujeres han internalizado el ideal de los tipos apropiados de comportamiento hacia otros hombres y mujeres, incluyendo la idea de lo
que debe ser una mujer exitosa siguiendo patrones masculinos e inclu-
249
políticas públicas
so aquellos que simbolizan su propia inferioridad. Por lo tanto, las
mujeres (y los hombres) tienen que pasar por un proceso de reflexión y
pensamiento para cuestionar su posición en el mundo, por lo que gran
parte de los programas del equidad no sólo deben concentrarse en la
estrategia de transversalización, sino en desatar procesos de empoderamiento en las bases. Sin embargo, pocos gobiernos están dispuestos a
desarrollar estas capacidades, ya que implican que las mujeres podrían
cuestionar el propio modelo de desarrollo imperante.
Por otro lado, las personas que echan andar políticas públicas tampoco están exentas de estos estereotipos. Así, los resultados de las políticas pueden estar sesgados por los propios patrones de comportamiento
personales, y es por ello que un estilo de dirección que se pueda
retroalimentar es el más deseable. Este debería ser un proceso de ida y
vuelta en todas las instancias de rendición de cuentas.
3) No se puede asumir que los puntos de vista expresados por aquellas mujeres que tienen acceso a los procesos de toma de decisiones de
las ONG representan necesariamente los de otras mujeres, por lo que la
cuestión de la rendición de cuentas hacia abajo sigue siendo fundamental. Por otro lado, pareciera que muchas ONG no han podido establecer
mecanismos para que el Inmujeres les rinda cuentas.
Así, hemos visto que la rendición de cuentas en términos de género es un proceso particularmente complicado. Sin embargo, sin importar lo complicado que pueda ser, es la única manera en la que se pueden
medir los avances de las mujeres (y los hombres) en términos de equidad. Una manera de abordar este punto es a través de un enfoque constructivo de proceso en que se entienda la dificultad del proceso de
institucionalización. Así, corresponde a las mujeres, sus organizaciones y sus ONG, exigir cuentas a tres niveles: al gobierno de México, al
Inmujeres y a los consejos Consultivo y Social, y de esta manera mejorar la gestión de estas instituciones.
¡Pero si va desnuda! ¿Dónde está la niña?
En el momento de su creación, el Instituto Nacional de las Mujeres
pudo ser, por mucho, una magnífica oportunidad para institucionalizar
la perspectiva de género en México, ya que 1) culminó una antigua demanda de las mujeres mexicanas, por lo que contaba con mucha simpatía inicial; 2) surge, al igual que en Sudáfrica o Chile, en medio de una
250
Francisco Cos-Montiel
transición democrática en la que las personas habían depositado muchas expectativas; 3) contaba con un enorme presupuesto, que superaba
las limitaciones económicas de otras maquinarias; 4) podía posicionar
el tema desde estas dos oportunidades y empezar a construir capital
político; 5) si bien había heredado una cierta cultura organizacional,
tenía la oportunidad de establecer reglas y procedimientos coherentes
con la institucionalización de la perspectiva de género, distribuir recursos y poder de tal manera que detonara procesos de empoderamiento, y
tener una política de personal basada en una ética de igualdad de oportunidades. Todas estas posibilidades las pudo haber traducido en fortalezas para integrar efectivamente la perspectiva de género en el conjunto
de las políticas públicas, y 6) podía aprender de las lecciones de otros
países y contextos geográficos.
Paradójicamente, enfrentaba al mismo tiempo enormes retos: 1) la
efervescencia que representaba la creación del Inmujeres depositó enormes expectativas sobre su desempeño, las cuales no se pudieron o supieron dimensionar; 2) la nueva diversidad democrática (con su
reequilbirio de fuerzas y respectivo conflicto) se vio reflejada en el interior del Inmujeres: en sus directivas, en su personal y en sus consejos;
3) la euforia de contar con un enorme presupuesto se evaporó al enfrentarse a la imposibilidad de ejercerlo por falta de una estructura administrativa sólida; 4) le fue imposible capitalizar los recursos económicos
y políticos, y ello erosionó su patrimonio; 5) todos estos factores crearon enormes presiones en el interior del Inmujeres, las cuales han presentado contradicciones estructurales: i) reglas y procedimientos poco
claros; ii) distribución inadecuada de recursos (insumos) con la consiguiente generación de resultados muy limitados; iii) priorización de la
lealtad antes que del mérito como política de selección y reclutamiento
de personal; iv) poder que se concentra y ejerce a través de la autoridad
y no el liderazgo, y v) poco interés por aprender de otras experiencias.
El imperativo de mostrar resultados, una falta de comprensión (y
explicación) del proceso de integración de la perspectiva de género y
una inherente debilidad institucional, han generado un círculo vicioso
en el interior del Inmujeres, que está creando una política de desempoderamiento que parece estar detonando la erosión de la perspectiva de
género y a la larga su desinstitucionalización. Asimismo, pareciera que
el instituto se ha convertido en una caja negra donde no se establecen
claramente los mecanismos de transparencia. Sin embargo, es difícil
251
políticas públicas
llevar a cabo cualquier análisis si no existen los mecanismos adecuados
de rendición de cuentas. En la experiencia sudafricana, se consideró a
las organizaciones de la sociedad civil como una parte indispensable e
integral de la maquinaria nacional, ya que las organizaciones de mujeres estaban desarrollando una fuerte capacidad en el monitoreo y emitiendo recomendaciones para lograr avances en la equidad de género.
En el Inmujeres, si bien se contempló la participación de las ONG en la
conformación de la política oficial, quedó poco reflejada en los documentos normativos. Aunque se ha creado un fondo para apoyar proyectos de las organizaciones de la sociedad civil, éste puede cuestionarse
seriamemente.
Si bien la buena práctica reconoce el papel que tienen los gobiernos como instancias para apoyar las iniciativas de la sociedad civil, al
mismo tiempo conoce la delgada frontera con el clientelismo que se
puede generar. Esto se relaciona estrechamente con la rendición de cuentas y la trasparencia. Cuando existe una gran dependencia financiera de
las ONG hacia el gobierno, éstas difícilmente exigirán cuentas y retroalimentarán la gestión del gobierno. Pero aun cuando las ONG exigieran
cuentas, hemos visto en este ensayo que no siempre representan a las
mujeres de carne y hueso. Y justamente parece que eso está faltando en
la estrategia mexicana: las mujeres. En la medida en que las mujeres no
participen activamente en las decisiones que afectan sus vidas, difícilmente exigirán cuentas. Si la mujeres de carne y hueso no están en el
centro del debate, las sofisticadas maquinarias para el avance de las
mujeres pierden legitimidad. Los mecanismos de participación con que
cuenta el Inmujeres al parecer no están pudiendo representar a las
mujeres de este país; una de las razones es que los consejos tampoco
tienen la obligación de rendir cuentas.
Un problema más, ligado con el punto anterior, tiene que ver con
la misma naturaleza de la transversalización de la perspectiva de género. Pareciera que las personas que se han encargado de integrar la
perspectiva de género en el conjunto de políticas, han estado muy
preocupadas porque la planeación con perspectiva de género sea tomada con seriedad por otros ministerios, y han batallado por desarrollar herramientas y modelos muy sofisticados que obtengan el visto
bueno o la legitimidad de los funcionarios de los ministerios de Hacienda o de Planificación. Si bien el desarrollo de estas herramientas es
fundamental, se han vuelto tan complejas que por un lado presentan
252
Francisco Cos-Montiel
serias dificultades para su puesta en marcha y por el otro tardan mucho
para que finalmente lleguen a las mujeres de carne y hueso. Así, se
presenta una cruel paradoja: por un lado, la transversalización, tal y
como se definió en Beijing, es una estrategia muy poderosa para lograr
la equidad, pero se ha vuelto tan compleja en las burocracias gubernamentales que al final (al menos en el corto y mediano plazo) ensancha
una brecha entre el gobierno y las bases que lo representan. Al mismo
tiempo, las mujeres de carne y hueso luchan cotidianamente con problemas que el estado debería atender: violencia, pobreza, falta de respeto y falta de acceso a la información, factores a los que las maquinarias
gubernamentales han respondido de manera muy lenta.
Así, los planificadores, sentados en sus modernas oficinas, diseñan impecables intervenciones, indicadores y planes de igualdad, mientras las mujeres todavía mueren, sufren o avanzan sin el apoyo que se
les debería prestar. Parece ser que se ha convertido en un proceso demasiado vertical y con poca retroalimentación. Mientras que la participación de las mujeres en la planeación de políticas con perspectiva de
género se dé exclusivamente o se “legitime” por la presencia de ONG o
de partidos políticos o de consejos, las mujeres tendrán pocas oportunidades reales de presentar sus demandas. Pareciera que está faltando
un proceso de integración de la perspectiva de género entre las mujeres
de carne y hueso. Por tal motivo, la perspectiva de género, incluyendo
su fin de empoderamiento, no ha permeado entre las propias mujeres y
por lo tanto existe muy poca rendición de cuentas desde ONG y partidos políticos que las representan, las maquinarias de género que trabajan para ellas, y el mismo gobierno que busca su bienestar. En qué
medida el Inmujeres responde a los intereses y necesidades de las
mujeres mexicanas es una pregunta que no se puede contestar fácilmente. Al no existir mecanismos claros de transparencia, evaluación y
rendición de cuentas, los resultados en el mejor de los casos son cifras
frías y en el peor generan sospechas.
El reto consiste —no sólo para la integración de la perspectiva de
género en el conjunto de políticas, sino para la gobernabilidad— en
desarrollar procesos para que los planes, políticas y programas que lleguen a las mujeres sean, al mismo tiempo, rigurosos en términos de
política, pero capaces de satisfacer las necesidades prácticas y articular
los intereses estratégicos de las mujeres, y esto tiene que ver con una
estrategia con tres vertientes: de arriba abajo, de abajo arriba y transversal. Así, el proceso de institucionalización de la perspectiva de género
253
políticas públicas
no puede dejar a un lado las estructuras y mecanismos para el avance
de la equidad en: i) el gobierno, sin importar cuán débil sea; ii) la representación política femenina, sin importar qué tan inexperta o frágil pueda ser; iii) las bases electorales y grupos de interés a los que hay que
rendir cuentas. Sin lugar a dudas, los fines que se emplean para permear
las estructuras y mecanismos necesitan ser primero negociados a lo
largo de este último eje.
A lo largo de este análisis se ha mostrado que el relativamente
nuevo instituto enfrenta retos muy difíciles: existen serias dificultades
en la gestión, no hay un equipo consolidado, falta experiencia, entusiasmo y, sobre todo, confianza. Particularmente grave es la política de
desempoderamiento que ha desatado, la cual, al operar como un círculo vicioso, podría llevar a la desinstitucionalización de la perspectiva de
género en México. Un grave problema es que no existen mecanismos de
rendición de cuentas hacia las bases, por lo que nadie está evaluando al
Inmujeres en términos de su capacidad de satisfacer las necesidades e
intereses de las mujeres en este país. Así como en el cuento de hadas es
un niño quien se atreve a decir que la tela mágica del traje nuevo del
emperador no existe, valdría la pena preguntar ¿quién va a juzgar si el
instituto está respondiendo a las necesidades e intereses de las mujeres
en este país? Si esa voz honesta fueran las mujeres, se estaría inaugurando una nueva manera de hacer política pública. Esa voz que evalúe
los aciertos y errores del Inmujeres no se ha escuchado todavía, lo cual
sólo nos remite a una reflexión: las mujeres en este país aún no han
podido constituirse como una base de presión en la que, a través de sus
múltiples identidades, puedan articular algunos ejes conductores y lograr que las instituciones que trabajan para ellas respondan efectivamente por su gestión. Así, la construcción de la ciudadanía sigue siendo
el principal reto para consolidar la democracia en este país.
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Francisco Cos-Montiel
ANEXO 1
Red de institucionalización
Localización de la
responsabilidad de la
institucionalización
Recursos
Compromisos
Presiones
de las bases
políticas
Política / Planeación
Estructuras
políticas
representativas
Experiencias de
mujeres y hombres
y la interpretación
de su realidad
Procedimiento
Capacitación
del personal
Dotación de
programas y
proyectos
Metodología
Construcción
de la teoría
Investigación
Fuente: Levy 1996.
259
Contexto Político en Europa
"
Estados Miembros
"
Ministros de Consejo
"
Resolución de Consejo
Políticas
↔
Proyectos
↔
Partneship
↔
Fuente: Beall 2001.
Promoción
↔
DGVIII
"
Construcción de la
capacidad
"
Monitoreo y evaluación
PROCESO
Práctica
↔
260
Desarollo para la
cooperación
"
Uso de herramientas
"
Toma de iniciativas
"
Construción de
capacidad
Contexto político del país
Negociación entre DGCI
(Dirección General para la
Cooperación Internacional)
y los gobiernos nacionales
"
↔
Aprendizaje
Organizacional en la CE
"
Aprender al hacer
"
Documentación
"
Diseminación
"
Intercambio de
experiencia
políticas públicas
Anexo 2
Proceso “P”
Procedimientos
Personalidades
↔
Participación
Papel de la mesa GAD
"
Enlace con el país
y las mesas técnicas
"
Misiones
"
Consejo y apoyo
↔
Trabajo de género a nivel país
"
Negociación e intercambio
"
Trabajo en equipo
"
Construcción de entendimientos
y competencia
Papel de los consultores
"
Construir compromisos
"
Compartir ideas
y capacidades
"
Fomentar la apropiación
Haydée Birgin
¿Políticas con perspectiva de género
o el género como política?
De los planes de igualdad a la igualdad
de resultados: un largo trecho
Haydée Birgin
En mayo de este año coincidí con Haydée Birgin en una reunión
en La Casa de los Árboles, en Zacualpan de Amilpas. Durante una
conversación sobre avances del movimiento feminista en
nuestro continente salió a relucir el tema de los Institutos de la Mujer.
Cuando Haydée empezó a expresar sus opiniones, la detuve, corrí
por mi grabadora, y volando registré su crítica. Esta es la transcripción
de lo dicho espontáneamente, y aunque ella insiste en que
no vale la pena publicar sus palabras, discrepo totalmente: en pocas
frases hace una demoledora y, a mi juicio, atinada, evaluación de la
situación. M. L.
D
iscutir este tema, cuestionar los institutos o secretarías de la
Mujer no resulta simpático, parecería que uno se opone a aquello que logró conquistar y que, de alguna manera, expresa años
de lucha feminista. No es mi intención “tirar el agua con el chico dentro”. Sólo trataba de decirte que los institutos de la Mujer o las distintas
formas que revisten las instancias especificas de la mujer en los países
de la región, cumplieron su ciclo. No hay duda de su papel —sobre
todo al inicio de las transiciones democráticas— al colocar el tema en la
agenda pública. Por lo menos en Argentina, estos organismos tuvieron
la capacidad de convocar y articular acciones con las organizaciones de
mujeres y otras instituciones sociales visibilizando temas que hasta ese
entonces eran sólo patrimonio del movimiento feminista: derechos reproductivos, violencia, acoso sexual, etc. Hoy, podríamos decir, el tema
está legitimado socialmente, entró a formar parte de las políticas públicas y los organismos de la mujer han cumplido una tarea importante.
261
políticas públicas
La ratificación de la Convención de las Mujeres1 por la mayoría de
las naciones, la fuerza que en la década de los ochenta fue adquiriendo el
movimiento internacional de mujeres permeó a los gobiernos y contribuyó a la consolidación de espacios en el estado para la formulación de
políticas públicas para las mujeres. La manera en que estos organismos
fueron gestados, constituye el punto nodal de la discusión: Se trata de:
¿políticas publicas para mujeres o de las mujeres como un componente de las
políticas publicas? Interrogante que está aún sin dilucidar más allá de los
discursos o los planes de igualdad de oportunidades. Hubo avances significativos en la última década, en especial desde las economistas feministas que incluyeron el género en los análisis macroeconómicos y
mostraron no sólo las discriminaciones de género en la economía, sino
la manera en que el género opera como limitante en los procesos de
transformación.
Volviendo a los organismos de la mujer —con escasas excepciones— tienen presupuestos limitados y poca incidencia en la definición
de las políticas. En algunos países como Argentina, en el contexto de
una transición democrática marcada por la lucha por los derechos humanos y el juicio a las juntas militares, se crea una Subsecretaria de la
Mujer en el Ministerio de Salud y Acción Social. No quiero subestimar
el papel de este organismo del cual formé parte, algunas cuestiones
tuvieron relevancia, como la convocatoria a los mejores juristas del país
y algunos miembros del poder judicial para diseñar en conjunto con
las profesionales feministas las propuestas de modificación de la legislación para eliminar las discriminaciones contra la mujer que aún
subsistían. O la propuesta de ley de violencia en el fuero de familia.
El nivel de respuesta a la convocatoria sólo puede explicarse en el contexto del debate abierto en el país por la vigencia de los derechos humanos, la euforia por la recuperación de las instituciones democráticas,
más que por la fortaleza del organismo de la mujer.
Con el cambio de gobierno, la subsecretaria desapareció del organigrama y por la presión de las mujeres, especialmente del partido
gobernante, lograron al año la constitución de un Consejo Nacional
dependiente al principio de la presidencia de la nación y más tarde de
1
Convecnión para la eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer, CEDAW.
262
Haydée Birgin
la jefatura de gabinete. Nunca formó parte del gabinete nacional. Dicho
en otros términos, aunque se dio a la presidenta del consejo el rango de
secretaria de estado, en la práctica no lo pudo ejercer, sigue siendo un
organismo que está al margen de la definición de los grandes temas.
Una explicación posible es que la profunda crisis económica que
atraviesan todos los países latinoamericanos convirtió a las mujeres en
una variable clave y decisiva de la política social que intentó paliar los
efectos del ajuste, y en esa dinámica, más que “políticas con perspectiva de género”, hubo una “utilización política del genero” que sirvió de
sustento a las políticas de neto corte asistencial que implementan la
mayoría de los gobiernos. Esto, más allá de los discursos sobre “igualdad” o las “leyes de cupo”.
Como lo conversamos muchas veces, la utilización del término
“género” en el contexto de las políticas públicas poco tiene que ver con
el enfoque que considera el género como un elemento constitutivo de
las relaciones sociales basadas en la diferencia sexual. La definición del
género no es una cuestión meramente teórica, sino que tiene alcances
políticos, por lo tanto, entiendo que una perspectiva de género sólo puede
ser sustentada en una estrategia de desarrollo, en un modelo económico con
equidad que incluya al conjunto de la sociedad: mujeres y hombres. Ahora
bien, en el contexto actual de América Latina: ¿es viable la inclusión de
la dimensión de género en una política de exclusión social? Es obvio
que no. Si la equidad no forma parte del modelo de desarrollo ¿de qué
se habla cuando se habla de “perspectiva de género?”. Viejas posturas
asistencialistas reaparecen aggiornadas en discursos modernizantes. Al
igual que en la década de los setenta, recordarás el “mujer y desarrollo”
o “mujer y salud”: las mujeres son pensadas como recursos económicos o bien como agentes de programas de salud, alimentarios, de asistencia a la comunidad. Por supuesto, esto más allá de que el término
género aparezca inserto en todos los documentos. Está “bastardeado” y
ha perdido sentido. En este contexto ¿qué lugar ocupan los organismos
de la mujer?¿ Qué alcance tiene su política?
Esta crítica no implica relativizar la importancia que tiene el hecho de que el tema forme parte de las políticas públicas y sea prioritario
en la definición de una agenda pública. La cuestión es: ¿cómo?
En los primeros años de la transición democrática (1983/89) y a
poco andar, tomamos conciencia de los límites de un espacio específico
de mujeres aislado de las grandes definiciones políticas. En el marco
263
políticas públicas
de un proyecto del Banco Mundial sobre fortalecimiento institucional
—que lamentablemente se frustró con el cambio de gobierno— comenzamos a diseñar un esquema distinto al tradicional: por un lado, entendíamos que la planificación social debía estar cruzada por “mujer”, o
sea que las necesidades y especificidad de las mujeres debían estar contempladas en la definición y aplicación de las políticas sociales. Por
otro, era necesario crear una instancia al más alto nivel de decisión
política —presidencia— que lograra incidir en las distintas áreas del
gobierno —nivel nacional, provincial o local— para la inclusión de la
dimensión de género en la definición, aplicación y evaluación de las
políticas sectoriales. Para ello bastaba con un organismo pequeño, sin
mucha estructura, dinámico y eficaz con capacidad para: desarrollar
una estrategia comunicacional que colocara nuevos temas en el debate
público, aportara insumos a las distintas áreas del gobierno a través de
investigaciones puntuales —que pueden ser realizadas por las universidades, centros académicos, organizaciones sociales— sobre temas específicos que analizados desde una perspectiva de género constituyan un
aporte diferente para los planificadores sociales. En síntesis, un organismo que impulsara la inclusión del tema en las políticas económicas
(impuestos, transporte etc.), en trabajo, educación entre otras y, a la
vez, colocara nuevos temas en el debate social: derechos reproductivos,
violencia, discriminación en el trabajo, etcétera.
Te decía al inicio, que no es tarea fácil discutir este tema, sobre
todo porque una asignatura pendiente es la ausencia de investigaciones
empíricas sobre ¿cuál ha sido el grado de incidencia de los organismos de la
mujer en la definición de las políticas públicas? A su vez, ¿qué impacto han
generado en la sociedad? No es un tema menor. Es cierto que la falta de
evaluaciones no es patrimonio de las mujeres, tampoco se evalúa el
grado de eficacia de las políticas sociales que se implementan desde
hace veinte años en toda América Latina para “eliminar la pobreza”.
Poco se sabe de la experiencia de Brasil que fue pionera de los consejos
de la mujer; sería interesante conocer el impacto de organismos como
el Sernam de Chile que integra el gabinete y cuenta con un presupuesto
significativo. La experiencia del Paraguay, asimismo, tendría que analizarse.
La única investigación que yo conozco es la que hizo Maruja Barrig
sobre el Sernam para la Fundación Ford. El tema de la evaluación es
tremendamente espinoso porque ningún gobierno quiere ser evaluado
264
Haydée Birgin
y como los organismos internacionales quieren trabajar con los gobiernos, tampoco han destinado fondos para evaluar los organismos.
Me parece que en Europa la situación no es muy diferente. Por
ejemplo en España, no sé si recordaras, el Instituto de la Mujer al inicio
de su gestión dependía del Ministerio de Cultura, con lo cual uno podría suponer que entre sus objetivos habría estado operar sobre la cultura o la manera en que la sociedad entiende la diferencia sexual. A
poco andar, pasó a depender del Ministerio de Asuntos Sociales, y así
nuevamente se confunden las políticas públicas de género con las políticas sociales. ¿Qué significa ubicar a las mujeres junto con los niños,
los discapacitados y los ancianos? ¿Cómo explicar el retroceso, aunque
poco se ha hablado de él? Parece que una vez más las mujeres fuimos
prenda de negociación política: Felipe González tenía que cumplir con
el 25% del cupo en cargos del ejecutivo y entonces no se le ocurrió nada
mejor que meter a todas las mujeres en un Ministerio de Asuntos Sociales y así cumplir con el cupo. Por supuesto, olvidaba decirte que era un
ministerio prácticamente sin presupuesto. Conozco poco el proceso que
se dio en las autonomías, pero por lo menos el instituto del país vasco
avanzó sobre otros temas, entre ellos la relación con los hombres.
Insisto, estas reflexiones no implican quitar mérito al trabajo que
se realiza desde los institutos o consejos, sólo creo que deberíamos
dimensionar estas instituciones, evaluar aciertos y errores para redefinirlos en un contexto distinto del que fue pensado hace ya más de
veinte años. Necesitamos una estrategia más eficaz y con capacidad de
incidir en las grandes definiciones políticas. Aprendimos estos años
que el tema no se agota en estos organismos y que existen instancias de
la mujer en relaciones exteriores, trabajo, educación, salud, estadísticas. Si bien es positivo, poco sabemos sobre su impacto en esos espacios sectoriales o si han incidido en la política de sus respectivos
ministerios o secretarias. Esta diversificación trató de subsanarse creando “espacios articuladores” o “ consejos rectores” cuyos integrantes no
tienen rango en sus respectivos ministerios o secretarías. O sea, son
formales.
¿ Me preguntas por la transversalización del tema? Por supuesto
que estoy de acuerdo, aunque creo que es otro término que se utiliza
sin darle el sentido que en realidad tiene. Todo el mundo habla de
“transversalizar”, aparece en todos los documentos, pero poco se sabe
qué significa transversalizar el género. Menos aún cómo. No digo que
265
desde la mirada
Equidad
Foto: Lorena Alcaraz
Participación
Foto: Lorena Alcaraz
Diversidad
Foto: Lorena Alcaraz
Libertad
Foto: Lorena Alcaraz
desde el recuerdo
Araceli Colin
El duelo, entre la antropología
y el psicoanálisis*
Araceli Colin
E
stas reflexiones versan sobre el tema del duelo por dos razones:
porque fue el tema de la investigación que realicé1 con la tutoría
de Noemí Quezada y por el motivo que nos reúne hoy en este
espacio: su ausencia irremediable.
A modo de preámbulo quiero puntuar las preguntas que me surgieron.
• ¿Por qué muchos homenajes sólo pueden ser póstumos y no en
vida?
• Cuando un autor muere, ¿su muerte produce cambios en la transmisión? Es decir ¿hay una resignificación de su legado? ¿Cuántos efectos de transmisión tiene una muerte?
• ¿Qué nos deja Noemí con su legado? No qué legado nos deja
sino ¿qué nos deja con su legado a cada uno?
Para el psicoanálisis hablar de un duelo específico es poder situar
el lugar de una falta y rodearla con palabras. Las palabras no llenan esa
falta, sólo le marcan un contorno. Hablar de un duelo que se padece es
un acto que consiste en restar de la cuenta de los vivos a seres que
estuvieron con nosotros y ubicarlos en la cuenta de nuestras deudas
por lo que nos legaron. En ese sentido este homenaje es un rito de
duelo si consideramos además que en el rito la memoria tiene un lugar
privilegiado del que ha dado cuenta la antropología como ninguna otra
disciplina.
* Texto leído en el Foro en homenaje póstumo a la doctora Noemí Quezada
Ramírez, el 5 de septiembre de 2003.
1
Araceli Colin, Ha muerto un angelito en Malinalco, del rito de duelo al duelo
subjetivo, tesis doctoral, México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de
Investigaciones Antropológicas, 2001 (próxima publicación).
281
desde el recuerdo
Según he escuchado, la voluntad de Noemí, para su realización
póstuma, era que sus alumnos y exalumnos fuésemos avisados para
participar en sus exequias. Cuando la red de contactos es enorme y
algunas personas que la conocimos vivimos fuera del DF esta posibilidad de acudir al funeral se complica. ¿A quién le tocaría avisar? La
familia avisa a los familiares, amigos y al instituto, pero ¿a quien le
tocaría avisar en vacaciones a los alumnos y exalumnos? La muerte se
escapa de nuestros ritos, se desborda.
Su muerte me deja un sabor a indignación si considero que su
cáncer no fue detectado por los médicos, que ella frecuentaba, con oportunidad. La detección fue tardía. Pero esa ceguera podemos padecerla
cualquiera de nosotros. Hay algo que no podemos leer en el otro: la
huella de la muerte. Mi lectura de la comunicación de su muerte, también tardía, es que el experto excluye de su propio ámbito aquello que
estudia afuera. Hay un dicho bien conocido que dice en la casa del herrero azadón de palo. Lo compruebo una y otra vez: constato que lo mismo
pasa con el fenómeno del duelo entre los antropólogos. Podemos estudiar los ritos mortuorios en otra cultura,2 pero no podemos escapar a la
perplejidad, y la inhibición nos invade para realizar ciertos actos que
hubiésemos querido hacer y postergamos por incomodidad con los más
cercanos a nosotros.
Dice Michel Foucault que cada persona deja a su paso millones de
huellas y se pregunta cómo puede definirse la obra de un autor entre
esas huellas.3 ¿Es sólo lo escrito y publicado? ¿Es también lo que le
rodeó, o lo que quedó como borrador? Y agregaríamos: ¿la obra de alguien no comprende también sus actos, en la medida en que los actos
son también escritura? Noemí dejó un legado en libros que daría para
otro foro y un legado que no está escrito en papel sino en cada uno de
los que convivimos con ella ¿cómo sabemos que está escrito? Porque
produce transformaciones subjetivas, sociales, efectos en cadena. De su
legado escrito en acto puntuaré sólo algunas cosas:
1. Su compromiso con la producción de cada uno. No sólo se
interesaba por cuidar la coherencia lógica de las tesis, sino de revisarla
2
Existen cientos de artículos sobre el tema de la muerte, pero muy escasos
trabajos sobre el duelo.
3
Michel Foucault, ¿Qué es un autor?, Universidad Autónoma de Tlaxcala,
México, 1985, p. 14
282
Araceli Colin
toda, con puntos y comas. La inversión de tiempo que implicaba hacer
eso con cada uno de los borradores era enorme, y no la escatimó.
2. Su respeto por las reglas y las normas como un regulador de los
procedimientos. Era una persona que no transigía en sortear ninguna
regla.
3. Su coherencia entre decir y hacer, que habla del valor que daba a
la palabra como objeto que se apuesta y compromete.
4. Su búsqueda por constituir comités tutorales que pudieran dirimir sus diferencias teóricas y no se tradujeran en embudos insufribles
que entorpecen el avance de las tesis.4
5. La puesta en suspenso de sus propias ideas para no imponerlas
al asesorado, lo que implica un gran respeto por el otro. ¿Cuántos tesistas
escriben bajo dictado de su tutor?
El psicoanálisis y la antropología tienen muchos tópicos de estudio en común aunque sus métodos son bien diferentes. Comparten
también un mediador fundamental: el lenguaje, entendido por ambas
disciplinas como precipitado de la cultura y agente de la subjetivación.
De todos esos tópicos en común quisiera destacar tres: la muerte, la
sexualidad y el poder comprometidos con el duelo. El psicoanálisis, a
diferencia de la antropología tiene un objeto articulador de todos sus
tópicos de estudio: el inconsciente. Entendido como lo aún no nombrado, lo no realizado, lo que está en potencia en el lenguaje y es al mismo
tiempo motor de un decir y distinto en cada sujeto.
De estos tres tópicos Noemí tenía interés por la sexualidad, las
relaciones de poder entre los sexos y el psicoanálisis. El interés por este
último se produjo a partir de su encuentro con un analista frommiano.5
En otro momento participó con Jacques Galinier6 de lecturas y seminarios sobre textos de Freud, según me refirió ella misma. Estoy en deuda
4
El asesorado puede constituirse en el lugar “sede” de un conflicto de poder
entre los miembros de un comité tutoral con ideas antagónicas o simplemente muy
diferentes, cuya conciliación es poco viable, situación que genera parálisis e inercias
de diverso tipo que ni el comité ni el asesorado pueden leer y menos aún dirimir.
5
Erich Fromm sentó escuela en México y dictó seminarios desde los años 50.
Fue docente en la UNAM.
6
Jacques Galinier escribió una obra fruto de su investigación con los otomíes
en la que se refleja su interés por articular sus hallazgos etnográficos con el psicoanálisis: La mitad del mundo. Cuerpo y cosmos en los rituales otomíes, trad. de Angela
Ochoa, UNAM/CEMC/INI, México, 1990, 746 pp.
283
desde el recuerdo
con su apertura para que yo pudiera tejer algunos hilos con un tema
fronterizo, el duelo, entre esas dos disciplinas, la antropología y el psicoanálisis. Noemí al no obstaculizar mi camino me permitió darle curso a mis preguntas.
Sin muerte no hay sexualidad. Es la condición de ser mortales lo que
introduce en la vida la dimensión erótica. Si fuésemos eternos no habría
erotismo. Es la falta la que nos pone en posición deseante. Lo inconsciente, como lo no realizado7 se puso en escena durante la escritura de mi
tesis, pues en mi ex pareja apareció un cáncer cuyas complicaciones
hospitalarias lo pusieron al borde de la muerte. Me vi comprometida
con esa situación y los cuidados que él requería al mismo tiempo que
escribía sobre el duelo. Era también el duelo por el fin de esa relación.
Lo inconsciente se revela en acto. Meses después aparece el cáncer en
Noemí, y el calvario de las quimioterapias. ¿No es acaso que, en el
límite de la palabra que se intenta escribir, la realidad del fenómeno que
pretendemos estudiar se revela y se rebela y nos muestra que la muerte
nos acecha?
La muerte y el poder
El poder de la muerte es terminar abruptamente con el supuesto poder
imaginario, o real, que creemos tener. Por eso la negamos una y otra vez
en nuestras vidas. Nuestra primera frase, cuando nos enteramos de una
muerte, es “¡No puede ser!” “¡Pero si yo la/lo vi ayer!”
En nuestro decir está presente la muerte; la palabra es posible porque somos mortales. Es la huella de nuestra condición mortal la que
permite el símbolo. No hay símbolo sino de lo que está ausente. Gracias a esa huella, la falta se hace deseo y da sitio a la sexualidad en
nuestras vidas, y al poder. El poder como señuelo imaginario de que no
7
Lo no realizado es diferente en cada sujeto en función de su historia, de los
significantes con los que se ha tejido esa historia, incluso de las generaciones que le
antecedieron y de los propios actos que el sujeto realiza para ir configurando una vía
a su deseo. Esa dimensión de lo no realizado comprende para cada sujeto el azar
que a veces es afortunado y a veces desafortunado. Véase: Lacan, Seminario 5: Las
formaciones del inconsciente, Paidós, México, 1977, 173 pp.
284
Araceli Colin
hay falta, de que con ese objeto fálico8 lo tenemos todo. El poder es la
insignia que pretende negar la propia muerte, la condición escindida,
la propia ignorancia y la propia vulnerabilidad.
¿Por qué son más numerosos los homenajes póstumos que los
que se realizan en vida? Más que una generosidad con el difunto es una
necesidad de hablar de los que nos quedamos con la deuda; una deuda
por lo no reconocido en vida. Si es un rito de duelo entonces siempre
tendrá que ser póstumo. ¿En qué medida un homenaje calma nuestra
culpa? Tal parece que es el único reconocimiento que podemos aceptar
del otro. No pocas veces se me ocurrió hacerle un homenaje en vida,
pero de ahí no pasé. ¿Qué habría pasado con nuestra relación hacia
ella, o qué habría pasado con las relaciones de poder entre colegas si se
le hubiera hecho un homenaje en vida? No es lo mismo reconocerle a
título individual la gratitud que uno tiene, que hacer de eso un acto
público. Bien decía Freud, que la expresión “Tan bueno que era” ponía
en evidencia la represión de la hostilidad, que inevitablemente se produce en vida en las relaciones humanas, por el acontecimiento de la
muerte.
La deuda nos pone en condición de falta, por eso somos deudos,
se trata de una deuda simbólica que no se puede pagar con nada; acaso
la única posibilidad es retransmitir la deuda a otro aceptando que si
asesoráramos alguna tesis, luego de realizada la función, quedamos
destituidos de ese lugar o en condición de resto de esa operación. Así
termina la vida... con restos. Cuando un ser querido muere nos revela
de modo brutal en qué lugar nos hacía falta, y siempre nos toma por
sorpresa.
8
El falo en sentido de Jacques Lacan, no es el pene, es lo que representa una
potencia y es independiente del género. El pene se presta para representar esa potencia por sus atributos de erección y detumescencia. Las potencias se erigen y luego
caen, ninguna potencia es eterna. El falo en sentido estricto no es una imagen ni un
símbolo sino el significante de una potencia y al mismo tiempo de la falta, ya sea para
un sujeto o para una cultura. J. Lacan,”La significación del falo” en Escritos 2, Siglo
XXI, México, 1988, pp.665-675.
285
desde la disidencia
Susan Sontag
Resistir*
Susan Sontag
Al arzobispo Oscar Arnulfo Romero.
A Rachel Corrie.
Y a Ishai Menuchin y sus camaradas.
P
ermítanme evocar no a uno, sino a dos héroes, sólo a dos, entre
millones de héroes. A dos víctimas entre millones de víctimas.
El primero: “Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador,
asesinado en su investidura mientras oficiaba misa en la catedral el 24
de marzo de 1980 —hace 23 años—, pues se había convertido en ‘’un
manifiesto defensor de una paz justa y se opuso públicamente a las
fuerzas de la violencia y la opresión’’. (Cito la descripción del Premio
Óscar Romero, que hoy se entrega a Ishai Menuchin.)
La segunda: Rachel Corrie, estudiante universitaria de 23 años procedente de Olympia, Washington, muerta con su brillante chaleco anaranjado fluorescente con tiras de Day-Glo, que los escudos humanos
llevan con el propósito de ser del todo visibles —y tal vez para estar
más seguros—, mientras intentaba detener una de las casi diarias demoliciones de casas que realizan las fuerzas israelíes en Rafah, una población en el sur de la franja de Gaza (donde Gaza linda con la frontera
egipcia), el 17 de marzo de 2003, hace dos semanas. De pie, frente a la
casa de un médico palestino elegida para demolición, Corrie, una de
los ocho jóvenes voluntarios estadunidenses y británicos, escudos humanos en Rafah, había estado agitando los brazos y gritando por megáfono al conductor de un bulldozer D-9 blindado que se acercaba; entonces
se hincó de rodillas en el camino del gigantesco bulldozer, el cual no
aminoró su marcha.
* Discurso leído durante la entrega del Premio Óscar Romero, patrocinado
por la Capilla Rothko, a Ishai Menuchin, presidente de Yesh Gvul, movimiento de
rechazo selectivo de los soldados israelíes. Publicado en el periódico La Jornada, 11
de abril de 2003.
289
desde la disidencia
Dos figuras, emblemas del sacrificio, muertas por las fuerzas de la
violencia y la opresión, a las cuales ofrecían una oposición por principio no violenta.
Comencemos por el riesgo. El riesgo del castigo. El riesgo del aislamiento. El riesgo de ser herido o muerto. El riesgo del desprecio.
Todos somos reclutas en uno u otro sentido. Para todos nosotros es
difícil romper filas; incurrir en la desaprobación, en la censura, en la
violencia de una mayoría ofendida y con un concepto distinto de la lealtad. Nos amparamos con palabras estandarte, como justicia, paz y reconciliación, que nos alistan en comunidades nuevas, si bien más pequeñas
y relativamente ineficaces, con otros de igual parecer, que nos movilizan
para la manifestación, la protesta, la ejecución pública de acciones de
desobediencia civil, y no para la plaza de armas o el campo de batalla.
Perder el paso de la propia tribu; dar un paso fuera de la tribu a un
mundo más amplio en sentido mental, pero más reducido en el numérico: si el aislamiento o la disidencia no es tu posición habitual o satisfactoria, este es un proceso complejo y difícil.
Es difícil contravenir la sabiduría de la tribu: la sabiduría que valora
las vidas de sus miembros por encima de todas las demás. Siempre será
impopular —siempre será considerado antipatriótico— afirmar que las
vidas de los miembros de la otra tribu son tan valiosas como las de la
propia.
Es más fácil entregar nuestra fidelidad a las personas que conocemos, a las que vemos, entre las que estamos incrustados, con las que
compartimos —como bien puede ser el caso— la comunidad del miedo.
No subestimemos la fuerza de aquello a lo que nos oponemos. No
subestimemos la represalia con la cual acaso se castigue a quienes se
atreven a disentir de las brutalidades y represiones que se creen justificadas por los miedos de la mayoría.
Somos carne. Se nos puede perforar con una bayoneta, despedazar
con un bombardero suicida. Se nos puede aplastar con un bulldozer o
abatir a tiros en una catedral.
El miedo vincula a la gente. Y el miedo la dispersa. El valor es
inspiración de las comunidades; el valor de un ejemplo, pues el valor
es tan contagioso como el miedo. Pero el valor, algunas de sus modalidades, puede también aislar a los valerosos.
El destino perenne de los principios: si bien todos afirman profesarlos es probable que se sacrifiquen cuando se vuelven incómodos.
290
Susan Sontag
Por lo general un principio moral es algo que nos pone en desacuerdo
con la práctica aceptada. Y ese desacuerdo acarrea sus consecuencias, a
veces desagradables, pues la comunidad se venga de aquellos que ponen en entredicho sus contradicciones: quienes desean una sociedad
que en verdad mantenga los principios que dice defender.
El criterio según el cual una sociedad debería en efecto encarnar
los principios que profesa es utópico, en el sentido de que los principios morales contradicen las cosas como son y como serán siempre.
Las cosas como son —y como serán siempre— no son del todo perversas ni del todo buenas, sino deficientes, inconsistentes e inferiores. Los
principios nos incitan a que hagamos algo respecto del mar de contradicciones en el que funcionamos moralmente. Los principios nos incitan a que nos reformemos, a que seamos intolerantes con el relajamiento
moral, la componenda, la cobardía y con volver la cara a lo que resulta
pertubador: esa corrosión oculta del corazón, la cual nos dice que lo
que estamos haciendo no está bien, y entonces nos aconseja que estaremos mejor si no pensamos en ello.
El lema del que es contrario a los principios: ‘’Estoy haciendo lo
que puedo’’. Lo mejor posible dadas las circunstancias, desde luego.
Digamos que el principio es: está mal oprimir y humillar a todo un pueblo; despojarlo sistemáticamente de su justo techo y alimento; destruir sus
habitaciones, sus medios de vida, su acceso a la instrucción y a la atención
médica, y su capacidad para reunirse.
Que estas prácticas están mal, a pesar de las provocaciones.
Y hay provocaciones. Eso tampoco debería negarse.
En el núcleo de nuestra vida moral y de nuestra imaginación moral se
encuentran los grandes modelos de resistencia: las grandes historias de quienes
han dicho ‘’no’’. ‘’No’’ te serviré.
¿Qué modelos, qué historias? Un mormón puede resistirse a la
penalización de la poligamia. Quien milita en contra del derecho al
aborto puede resistirse a la ley que vuelve legal el aborto. Ellos, también, invocarán las pretensiones de la religión (o de la fe) y la moralidad
contra los edictos de la sociedad civil. Se puede usar la apelación a una
ley superior que nos autoriza a desafiar las leyes del estado para justificar la trasgresión criminal, así como la más noble lucha en favor de la
justicia.
El valor no tiene calidad moral en sí mismo, pues el valor no es, en
sí mismo, una virtud moral. Los canallas, perversos, asesinos y terro291
desde la disidencia
ristas acaso sean valientes. Para calificar el valor como virtud nos hace
falta un adjetivo: hablamos de ‘’valor moral’’ porque, también, hay algo
llamado valor amoral.
Y la resistencia no es valiosa en sí misma. El contenido de la resistencia es lo que determina su mérito, su necesidad moral.
Digamos: resistencia a una guerra criminal. Digamos: resistencia
a la ocupación y anexión de las tierras de otro pueblo.
Reitero: no hay superioridad inherente en la resistencia. Todos
nuestros llamamientos en favor de la rectitud de la resistencia se apoyan en la rectitud del llamamiento según el cual los resistentes actúan
en nombre de la justicia. Y la justicia de la causa no depende de, y no
se ve acrecentada por, la virtud de los que pronuncian la afirmación.
Depende, en primera y última instancia, de la verdad de una descripción de circunstancias que son, en verdad, injustas e innecesarias.
Lo que sigue me parece una descripción veraz de las circunstancias que
me he tardado años de incertidumbre, ignorancia y angustia en reconocer.
Un país herido y temeroso, Israel, atraviesa la mayor crisis de su
turbulenta historia, ocasionada por una política de constante incremento y refuerzo de las colonias en los territorios ganados tras su victoria
en la guerra árabe contra el Israel de 1967. La decisión de sucesivos
gobiernos israelíes de conservar su control en la Franja Occidental y
en Gaza, negando con ello a sus vecinos palestinos un estado propio,
es una catástrofe —moral, humana y política— para ambos pueblos.
Los palestinos necesitan un estado soberano. Israel necesita un estado
palestino soberano. Los que en el extranjero queremos la supervivencia de Israel no podemos, no debemos, desear que sobreviva no importa qué, no importa cómo. Tenemos una singular deuda de gratitud con
los valerosos testigos, periodistas, arquitectos, poetas, novelistas y profesores judíos israelíes, entre otros, que han descrito, documentado,
protestado y militado contra los sufrimientos de los palestinos que viven bajo las condiciones israelíes cada vez más crueles de sometimiento militar y anexión de las colonias.
Nuestra admiración más profunda ha de estar dirigida a los valerosos soldados israelíes, aquí representados por Ishai Menuchin, que se
niegan a servir más allá de las fronteras de 1967. Estos soldados saben
que todas las colonias están finalmente destinadas a la evacuación. Estos
soldados, que son judíos, se toman en serio el principio expuesto en
los juicios de Nuremberg de 1946. A saber: que un soldado no está
292
Susan Sontag
obligado a cumplir órdenes injustas, órdenes que contravienen las leyes
de la guerra; en efecto, se tiene la obligación de desobedecerlas.
Los soldados israelíes que se resisten a servir en los territorios
ocupados no están rechazando una orden en particular. Se niegan a
entrar a un espacio en el cual, con toda seguridad, se darán órdenes
ilegítimas, es decir, donde es muy probable que se les ordenará el
cumplimiento de acciones que seguirán oprimiendo y humillando a
los civiles palestinos. Las casas son demolidas, se desarraigan los huertos, se arrasa con bulldozers los puestos en los mercados de los pueblos, se saquea un centro cultural, y ahora, casi todos los días, se
dispara y mata a civiles de todas las edades. No puede cuestionarse la
inmensa crueldad de la ocupación israelí de 22 por ciento del otrora
territorio de la Palestina británica sobre el que se erigirá un estado
palestino. Estos soldados sostienen, como yo, que debería efectuarse
una retirada incondicional de los territorios ocupados. Han declarado
colectivamente que no continuarán luchando más allá de las fronteras
de 1967 ‘’a fin de dominar, expulsar, privar de alimento y humillar a
todo un pueblo’’.
Lo que estos soldados han hecho —son ya unos 2 mil, de los
cuales más de 250 han ido a prisión— no contribuye a indicarnos el
modo en que los israelíes y los palestinos puedan lograr la paz, además
de la irrevocable exigencia de que las colonias han de ser desmanteladas. Las acciones de esta heroica minoría no pueden contribuir a la
muy necesaria reforma y democratización de la Autoridad Nacional
Palestina. Su posición no reducirá el dominio del fanatismo religioso y
el racismo en la sociedad israelí o reducirá la difusión de la virulenta
propaganda antisemita en el agraviado mundo árabe. No detendrá a los
bombarderos suicidas.
Su declaración es simple: basta. O: hay un límite. Yesh gvul.
Es un modelo de resistencia. De desobediencia. Para la cual siempre habrá sanciones.
Ninguno de nosotros ha tenido que tolerar lo que están soportando
estos valerosos conscriptos, muchos de los cuales han ido a la cárcel.
Manifestarse en favor de la paz en la actualidad, en Estados Unidos, sólo sirve para ser abucheado (como en la reciente ceremonia de
los Óscar), hostigado, incluido en la lista negra (la exclusión en la cadena más poderosa de estaciones de radio de las Dixie Chicks); en suma,
vilipendiado por no ser patriota.
293
desde la disidencia
Nuestro ethos de “Unidos estamos” o “El ganador se lleva todo”...
Estados Unidos es un país que ha convertido el patriotismo en un equivalente del consenso. Tocqueville, que sigue siendo el más grande observador de Estados Unidos, comentó el grado de conformidad sin
precedentes en aquel flamante país, y otros 175 años sólo han confirmado su observación.
A veces, dado el nuevo giro radical en la política exterior estadunidense, parecería inevitable que el consenso nacional sobre la grandeza de
Estados Unidos, el que puede activarse hasta las cotas más altas de un
triunfalista amor propio nacional, estuviera destinado finalmente a encontrar expresión en guerras como la presente, la cual cuenta con la aprobación de la mayoría de la población, persuadida de que Estados Unidos
tiene el derecho —incluso la obligación— de dominar el mundo.
El modo usual de referirse a la gente que actúa por principio es diciendo
que son la vanguardia de una revuelta que a la larga triunfará contra la injusticia.
Pero, ¿y si no lo son?
¿Y si el mal es en verdad incontenible? Al menos en el corto plazo.
Y ese corto plazo puede ser, va a ser, ciertamente muy largo.
Mi admiración por los soldados que se están resistiendo a servir
en los territorios ocupados es tan feroz como mi convicción de que
transcurrirá mucho tiempo antes de que su criterio prevalezca.
Pero lo que me inquieta en este momento —por razones obvias—
es obrar por principio cuando no se va a alterar la evidente distribución
de fuerzas, la manifiesta injusticia y el carácter homicida de la política
del gobierno que asegura estar obrando no en nombre de la paz, sino de
la seguridad.
La fuerza de las armas sigue su propia lógica. Si cometes una agresión y otros se resisten, es fácil convencer al frente interno de que la
lucha debe continuar. Una vez que las tropas se encuentran allí, han de
ser respaldadas. Resulta irrelevante cuestionar por qué las tropas se
encuentran allí en primer lugar.
Los soldados se encuentran allí porque “nos” están atacando, o
amenazando. Olvidemos, si acaso, que los atacamos primero. Ahora en
represalia nos atacan, y causan víctimas mortales. Se comportan de
modos que contravienen la conducta “apropiada” en la guerra. Se comportan como “salvajes”, como le gusta a la gente en nuestra parte del
mundo llamar a la gente de aquella parte del mundo. Y sus acciones
294
Susan Sontag
“salvajes” e “ilícitas” dan nueva justificación a nuevas agresiones. Y un
nuevo ímpetu para la represión, la censura o la persecución a los ciudadanos que se oponen a la agresión acometida por el gobierno.
No subestimemos la fuerza de aquello a lo que nos oponemos.
El mundo, casi para todos, es aquello sobre lo que virtualmente no
ejercemos control alguno. El sentido común y el propio sentido de
protección señalan que nos ajustemos a lo que no podemos cambiar.
No es difícil advertir cómo algunos de nosotros podríamos ser
persuadidos de la justicia, de la necesidad de una guerra. Sobre todo de
una guerra definida como reducidas y restringidas acciones militares
que de hecho contribuirán a la paz y a una seguridad mejorada; de una
agresión que se anuncia como una campaña de desarme: reconocidamente de desarme al enemigo y que, lamentablemente, requiere la aplicación de una fuerza abrumadora. Una invasión que se caracteriza a sí
misma, oficialmente, como una liberación.
Toda violencia bélica ha sido justificada como una represalia. Se
nos amenaza. Nos estamos defendiendo. Los otros quieren matarnos.
Debemos detenerlos.
Y entonces: debemos detenerlos antes de que tengan ocasión de
cumplir sus planes. Y puesto que los que quieren atacarnos se ocultan
tras no combatientes, no hay aspecto de la vida civil que esté exento de
nuestras depredaciones.
Omitamos la disparidad de fuerzas, de riqueza, de potencia de
fuego, o simplemente de población. ¿Cuántos estadunidenses saben
que la población de Irak es de 24 millones, la mitad de los cuales son
niños? (La población de Estados Unidos, como recordarán, es de 286
millones.) No respaldar a los que están bajo el fuego enemigo parece
una traición.
Puede ser que, en algunos casos, la amenaza sea real.
En tales circunstancias, el portador del principio moral se parece a
alguien que corre junto a un tren gritando: “¡Alto!, ¡alto!”
¿Se puede detener el tren? No, no se puede. Al menos no ahora.
¿Acaso otras personas a bordo del tren serán movidos a saltar y
unirse a los que están en tierra? Tal vez algunos salten, pero la mayoría
no. (Al menos no hasta que cuenten con toda una nueva panoplia de
miedos.)
La dramaturgia de ‘’actuar por principio’’ nos indica que no debemos pensar si resulta conveniente o si podemos contar con los éxitos
postreros de las acciones que hemos emprendido.
295
desde la disidencia
Actuar por principio es, se nos dice, bueno en sí mismo.
Pero sigue siendo una acción política, en el sentido de que no lo
estás haciendo en tu beneficio. No lo haces sólo para tener razón o para
apaciguar tu conciencia; mucho menos porque confías en que tus acciones alcanzarán sus objetivos. Resistes porque es una acción solidaria.
Con las comunidades de quienes tienen principios y con los desobedientes: aquí y por doquier. Del presente. Del futuro.
La prisión de Thoreau a causa de su protesta contra la guerra estadunidense con México en 1849 difícilmente detuvo el conflicto. Pero la
resonancia de aquella temporada breve de detención (un célebre y único
día en la cárcel) no ha cesado de inspirar la resistencia por principio
frente a la injusticia a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y hasta
nuestra época. El movimiento para clausurar el campo de pruebas de
Nevada, un sitio clave de la carrera de armamentos nucleares, no pudo
lograr su objetivo a finales de los 80: las protestas no afectaron las operaciones del campo de pruebas. Pero inspiró directamente la formación
de un movimiento de protesta en la lejana Alma Ata en la primavera de
1989, que finalmente consiguió cerrar el campo de pruebas soviético en
Kazajistán. El movimiento citaba a los activistas antinucleares de Nevada como fuente de inspiración y expresaba su solidaridad con los nativos norteamericanos en cuyas tierras se localizaba el campo de pruebas.
La probabilidad de que tus acciones de resistencia no puedan evitar la injusticia no te exime de actuar en favor de los intereses de tu
comunidad que profesas sincera y reflexivamente.
Así: no conviene a los intereses de Israel ser un opresor.
Así: no conviene a los intereses de Estados Unidos ser una superpotencia capaz de imponer su voluntad en cualquier país del mundo, a
su capricho.
Lo que conviene a los intereses de una comunidad moderna es la
justicia.
No puede estar bien oprimir y confinar sistemáticamente a un
pueblo vecino. Sin duda, es falso sostener que el asesinato, la expulsión, las anexiones, la construcción de muros —el conjunto de lo que
ha contribuido a reducir a todo un pueblo a la dependencia, la penuria
y la desesperanza— traerá la seguridad y la paz a los opresores.
No puede estar bien que un presidente de Estados Unidos suponga
que tiene el mandato de ser presidente del planeta, y que anuncie que
aquellos que no están con Estados Unidos están con “los terroristas”.
296
Susan Sontag
Aquellos valerosos judíos israelíes, en ferviente y activa oposición
a las políticas del actual gobierno de su país y que se han manifestado
en nombre del apremio y los derechos de los palestinos, están defendiendo los verdaderos intereses de Israel. Los que se oponen a los planes hegemónicos mundiales del actual gobierno de Estados Unidos
son patriotas que hablan en nombre de los intereses superiores de Estados Unidos.
Más allá de estas luchas, merecedoras de nuestra apasionada adhesión, es importante recordar que en los programas de resistencia política la relación de causa y efecto es serpentina y a menudo indirecta.
Toda lucha, toda resistencia, es —debe ser— concreta. Y toda lucha
tiene una resonancia mundial.
Si no aquí, entonces allá. Si no ahora, entonces pronto: por doquier y aquí.
Houston, Texas, 30 de marzo de 2003.
Traducción: Aurelio Major
297
desde Nicaragua
María López Vigil
Los nombres de la Rosa*
María López Vigil
R
osa se ganó el espacio. Y el tiempo. Y el cariño. Con su historia abrió en Nicaragua las puertas a debates necesarios. Y su
nombre navegó, con el de Nicaragua, por los informativos del
mundo en momentos en que millones de seres humanos despliegan
esfuerzos por evitar la guerra contra Irak en nombre de la vida.
Durante todo un mes, cargado de hechos políticos y económicos
de los que hacen más bulla, un hecho ”diferente” se fue abriendo paso
día a día en la conciencia de la población nicaragüense.
La llamaremos Rosa
A una niña de nueve años, hija de una pareja joven de emigrantes
nicaragüenses, trabajadores de una finca de café en Turrialba, Costa Rica,
se le detectó un embarazo de varias semanas en un hospital costarricense, a donde la llevaron sus padres pensando en una infección relacionada con parásitos. No contaban sus padres con un embarazo, menos
la niña. Con dilación inexplicable, y tras mantenerla durante veinticinco días en total reposo en un hospital y luego en otro, observando tan
inédito caso —la niña no había tenido aún su primera menstruación—,
los médicos informaron del embarazo a los padres, ambos analfabetos.
Se supo entonces, por testimonio de la niña, que había sido violada por
un costarricense veintiañero que trabajaba en la misma finca.
Primera plana en medios costarricenses, la noticia llegó en seguida a Nicaragua y a los pocos días una delegación de la Procuraduría de
Derechos Humanos y de la Red de Mujeres contra la Violencia viajó a
* Apareció en Envío, núm. 252, marzo de 2003, revista de la Universidad Centroamericana de Managua. Agradecemos a la autora el permiso para su publicación.
301
desde Nicaragua
Costa Rica, conoció del caso, visitó a la niña y a sus padres, y tras
enfrentar y resolver varias e inesperadas contradicciones institucionales
y migratorias, consiguió traer a los tres a Nicaragua. La primera medida
para proteger la identidad de la niña fue darle un nombre: la llamaron
Rosa.
En el escenario del veto y del re-veto
El debate sobre Rosa capturó la atención nacional, a pesar de que el
escenario estaba ocupado totalmente por un conflicto que alcanzó ribetes de absurdo: el provocado por el veto parcial con que el presidente
Bolaños rechazó el presupuesto para 2003 aprobado por la Asamblea
Nacional en diciembre. El veto presidencial fue ”vetado” por todos los
sectores políticos y sociales, esgrimiendo razones y sinrazones en confusa amalgama. Entre declaraciones contradictorias, marchas de protesta y declaraciones aterrorizantes del presidente para que le aprobaran el
veto, estando ya Rosa en Nicaragua, el conflicto se ”resolvió” cuando
una mayoría parlamentaria aprobó el veto después de que el presidente
cedió transformándolo en re-veto. Colosal transacción que encubrió insensibilidades y pactos y que ha descascarado aún más la imagen de Bolaños
y la de su tan proclamada nueva era.
Lo que todo este desgastante estira y encoge significó no está aún
claro. Lo más visible de la ”solución” al conflicto fueron varios ”parches tributarios” —nuevos impuestos a los autos usados y a los cigarrillos— que permitirán al gobierno (¿realmente se lo permitirán?) recaudar
más y así garantizar los mínimos aumentos salariales aprobados por la
asamblea, una de las razones presidenciales para vetar el presupuesto.
Al final, lo más concreto es haber mantenido en los folios oficiales del
presupuesto las cifras que el FMI impuso al ejecutivo, lo que dejó muy
satisfecha a toda la clase política, administradores magníficamente pagados de las recurrentes crisis de un país que carece de soberanía económica.
En un escenario muy movido
El conflicto y la ”solución” al veto y al re-veto fueron acompañados,
lamentablemente, de una ”amnistía tributaria” a los bancos, a los que se
302
María López Vigil
les terminó perdonando varios años de impuestos no pagados. Fueron
acompañados, también, y esto es positivo, del compromiso de una próxima reforma tributaria ”integral”.
Mientras transcurría este conflicto se sucedieron otros hechos políticos relevantes. El PLC inició su estrategia electoral al oficializar que
pasaba a la oposición. Una encuesta demostró que la popularidad de
Bolaños va a la baja: 17 puntos menos entre octubre 2002 y febrero 2003.
Y empezó a filtrarse un proyecto presidencial para una drástica reforma
del estado, orientada a revertir los desmanes institucionales provocados por el pacto Alemán-Ortega y a reducir drásticamente la enorme
burocracia de un estado en la lipidia.
Mientras Rosa entraba, paso a paso, en un escenario tan cargado,
la lucha del ejecutivo contra la corrupción institucionalizada por Alemán, su familia y sus socios dio signos de revitalizarse: se activaron
algunos casos ya conocidos (los ”tarjetazos”) y se destaparon otros nuevos (el saqueo del INSS). A la par de este esfuerzo por la transparencia,
Bolaños dilapidaba su prestigio de ”héroe anticorrupción” nombrando
en Managua al gángster del boxeo internacional Don King como miembro honorario del gabinete; se aireaban nuevos datos sobre la, al parecer,
intocable ”conexión FSLN” en la quiebra del Interbank; se comenzó a
hablar de una red al servicio del narcotráfico incrustada en los juzgados; el FBI visitó Nicaragua para interrogar a Byron Jerez y obtener información sobre Alemán a cambio de ”perdones” para él; y Alemán
continuaba cómodamente preso en su hacienda con piscina, tras reforzar con un amago de angina de pecho el goce de este ilegal privilegio.
Llega Rosa a Nicaragua
Fue en esos días que Rosa llegó a Nicaragua. Una historia, una realidad, un desafío, un ejemplo. Un emblema. En su breve paso por un
mundo político-económico tan movido, Rosa se abrió su propio espacio. Reveló, todos juntos, varios de los grandes problemas estructurales de Nicaragua, los más de fondo. Por eso, son muchos los nombres
de esta Rosa, a quien le construimos en nuestra imaginación el rostro de
niña que nunca le vimos. Y tal vez por eso, la quisimos más.
Al llegar, los padres de Rosa y ella misma ya habían sido informados de que existía la posibilidad, legal y médica, de interrumpir el
embarazo. En Costa Rica, esta posibilidad les había sido ocultada, y hay
303
desde Nicaragua
señales de que en el hospital se postergó el brindarles información del
embarazo para así complicar la posibilidad de que decidieran por un
aborto. Informados adecuadamente, los padres decidieron solicitar
un aborto terapéutico para su hija. Y, conforme a la ley vigente en Nicaragua desde hace 120 años, así lo solicitaron. El Código Penal establece
que una junta de tres médicos debe evaluar el riesgo que corre la vida
de la mujer embarazada —en este caso la niña— para autorizar la interrupción. El esposo —en este caso sus padres— también debe dar la
autorización.
Un apasionado debate
En cuanto Rosa cruzó la frontera, el debate generado por su historia se
centró en el tema del aborto: defensores a ultranza de la vida, defensores insistentes de la opción. Naturalmente, todos los medios prestaron
altavoz a un debate que en Nicaragua tiende a silenciarse. Y al hacerlo,
era inevitable descubrir cuántos prejuicios ideológicos circundan un
tema que es tan vital por confrontar dos de los valores más apreciados
de la humanidad: la vida y la libertad.
En el debate público participaron muchas voces, airadas unas,
compasivas y sensatas otras, desinformadas científicamente la mayoría.
Solidarias, apasionadas y responsables las más cercanas a Rosa, las de
las mujeres agrupadas en y en torno a la Red de Mujeres contra la
Violencia, que acompañaron a la niña y a sus padres, informaron y
aportaron buenas ideas al debate, organizaron la defensa legal para la
interrupción del embarazo, y finalmente estuvieron con ella en ese
momento. El embarazo de Rosa, de más de ocho semanas, fue interrumpido por tres médicos en la noche del 20 de febrero, en un hospital
privado, con un resultado satisfactorio para su salud y trayendo tranquilidad a sus atribulados padres.
Después de conocerse la noticia del aborto, continuó el debate.
Para entonces, la historia de la Rosa nica navegaba ya en Internet y era
destacada en varios importantes medios internacionales. Cuando el
Cardenal Obando anunció que quienes habían decidido y participado
en el aborto estaban excomulgados ipso facto según la ley de la iglesia
católica, el eco internacional se tradujo en una iniciativa sorprendente:
en España, una red de mujeres promovió en Internet la campaña ”Yo
también quiero ser excomulgada o excomulgado” y en sólo unos días
304
María López Vigil
recogieron 26 mil firmas de solidaridad con la opción de Rosa y sus
padres. El 5 de marzo estas mujeres presentaron las miles de solicitudes de excomunión en la Nunciatura Apostólica de Madrid.
Tras las declaraciones intimidatorias de algunos altos funcionarios
nicaragüenses —¿pertenecen al fundamentalista Opus Dei?— y las lamentaciones de otros, el 3 de marzo, la Fiscalía dio por cerrado el caso
desde el punto de vista legal, archivando todas las diligencias. También
envió a una fiscal a Costa Rica para conocer de la investigación policial
y judicial iniciada en ese país —por presiones hechas desde Nicaragua— contra el hombre a quien Rosa señaló como violador, con el objetivo de que su delito no quede en la impunidad.
Para cuando la Fiscalía se pronunció poniendo punto final a la
polémica, Rosa estaba ”en algún lugar de Nicaragua” con otros niños,
jugando, corriendo. “Como que recuperó su niñez”, declaró una de las
sicólogas de la Red que la asisten.
Se llama emigrante
Aunque muchas opiniones insistían en que el debate sobre Rosa era
sórdido, morboso, inadecuado, excesivo, que se abusaba de la niña y se
la revictimizaba hablando tanto de ella, Rosa nos hizo el gran favor de
presentarse ante nosotros con todos sus nombres. Para que habláramos
de todos ellos. Hablar abiertamente es necesario para reflexionar. Hablar es a menudo el primer paso para sanar. La palabra nos hizo humanos, compartir palabras nos humaniza.
Rosa tiene muchos nombres. Se llama emigrante. Sus padres vivían en Costa Rica desde hace nueve años. Salieron de Nicaragua a
mitad de los 90, cuando esfumadas las esperanzas de que con el fin de
la guerra entre sandinistas y contrarrevolucionarios ganaríamos ”el dividendo de la paz”, hubo una oleada de migración hacia Costa Rica. En
1998, tras las tragedias que provocó el paso del huracán Mitch, se produjo otra gran oleada ”del barro al sur”. Hoy, se calcula que medio
millón de nicaragüenses viven en el país vecino trabajando en actividades que los costarricenses, en un país con una economía notablemente
superior a la de Nicaragua, ya rechazan: construcción, servicio doméstico, cosecha de banano, cosecha de café —a eso se dedicaban los padres de Rosa y ella misma. Indocumentados o emigrantes temporales,
de esos que entran y salen continuamente según cultivos y ocasiones,
305
desde Nicaragua
pudieran llegar a 800 mil. Diariamente, 200 nicaragüenses cruzan la frontera probando fortuna a ver si dan con un trabajo que en Nicaragua
saben que no van a hallar.
Desde hace ya mucho tiempo Nicaragua no ofrece oportunidades
ni garantías de futuro a la inmensa mayoría de su gente. La mitad de
la población económicamente activa de Nicaragua ya se fue. Un millón de hombres y mujeres. En ocasiones son los más audaces, los
más capaces, los más decididos. Aventados o aventureros, perdemos
con quienes se van muchos vigores y valores. Una suerte de ”fuga de
cerebros” desde abajo. Gran parte de quienes se quedan reniegan de
una patria que sienten que no los acoge ni se preocupa por ellos. Una
reciente encuesta descubrió que el 57% de los nicaragüenses quisiera
haber nacido en otro país. Otra, de hace un par de años, mostraba que
las tres cuartas partes de la juventud en edad de iniciar su vida laboral
deseaba irse.
Se llama protagonista
Discursos políticos superpuestos unos sobre los otros debaten sobre
las razones o sinrazones de la estabilidad económica de la que gozamos y resaltan los múltiples beneficios que obtenemos de los organismos financieros internacionales justificando así la total sumisión
que debemos a sus dictados. Y en realidad, lo que estabiliza nuestra
débil economía, superando el total de nuestras exportaciones, tradicionales y no tradicionales, superando también los montos de la cooperación internacional en créditos y donaciones, lo que impide estallidos
sociales incontrolables, es ese flujo de emigrantes y los millones de
remesas en dólares que envían mensualmente a los familiares que aquí
quedaron para que puedan sobrevivir. Se calculan remesas hasta por
800 millones de dólares anuales.
Son los emigrantes y las emigrantes los verdaderos protagonistas. Pero qué ausentes están en los análisis que hacen los gobernantes
cuando a sí mismos se inciensan por su capacidad de estadistas promotores del desarrollo. Qué poco se cuenta con ellos a la hora de las
decisiones. Sin embargo, son ellos y sus remesas quienes mejor explican por qué no hemos apagado ya la luz para dar por cerrado este país
insostenible.
306
María López Vigil
Se llama soledad
En el caso de Rosa se evidenció otro vacío: la escasa preocupación de
embajadores y cónsules por los nacionales que se nos fueron. En los días
de Rosa, se recortaban presupuestos para todas las representaciones diplomáticas de Nicaragua en varios países, y el ejecutivo advertía que sólo
sobreviviría el personal diplomático que supiera ”vender” a Nicaragua
como destino de inversiones. Ni una palabra sobre los posibles emigrantes que pudieran encontrarse al garete en los países en donde
discursean y asisten a lujosas recepciones los embajadores-vendedores.
Y el punto de xenofobia, que nunca falta cuando de emigrantes se
trata. “Allí en Costa Rica no nos explicaron nada de lo que a la niña le
pasaba”, se quejaba la madre de Rosa. “Y ahora ya no vamos a regresar
a donde hemos sido maltratados”, decía el padre. Y exponía su sospecha de que por ser la niña una nica y el violador un tico, éste anduviera
libre durante tanto tiempo: “Allá se hicieron a la banda de los sinvergüenzas, y nada podíamos hacer nosotros”.
“Esperamos que no pase en Nicaragua lo que pasó en Costa Rica,
porque la principal razón por la cual nos vinimos fue para terminar con
el maltrato recibido en Costa Rica...”, decían, esperanzados en recibir
un mejor trato de sus compatriotas, los padres de Rosa en el escrito en
que solicitaron el aborto terapéutico. Qué solos se sienten, y que solos
están, nuestros emigrantes, siendo tan responsables de la estabilidad
económica y social de nuestra patria, del aporte que hacen. Un doble
aporte. El primero, irse —menos problemas que resolver, menos voces
para reclamar. Y el otro, enviar mensualmente al país tantas divisas
ganadas con sudor y entre humillaciones.
Se llama niña
Rosa es una niña. Digna representante de un país donde más de la
mitad de la población tiene menos de 15 años. La mayoría está desnutrida y tiene una nula, deficiente o limitada educación. Por más planes
de desarrollo con visión de país que se hagan hoy —y no se están
haciendo— está ya hipotecado el futuro de un país de niños y niñas,
donde la mitad, 800 mil, ni siquiera entra al sistema escolar en los cursos de primaria, donde la tercera parte padece de desnutrición. Con
toda probabilidad, Rosa estaba desnutrida, y eso naturalmente hacía
307
desde Nicaragua
mucho más riesgoso su embarazo. Sus padres quieren ahora que siga
estudiando, para que algún día sea ”alguien”. En Costa Rica, Rosa había iniciado el primer curso de primaria.
Se llama pobre
La mayoría de nuestras niñas y niños son pobres y la mayoría de nuestros pobres son niñas y niños. Para los pobres, lograr que sus hijos
estudien es la máxima aspiración, la expresión más concreta de que las
cosas pueden cambiar. Los padres de Rosa, analfabetos ambos, firmaron sus declaraciones y cartas a las instituciones solicitando un aborto
terapéutico para su hija con sus huellas digitales. “Pero no porque seamos analfabetos” —dijo su padre— “somos irresponsables. Tenemos
mente y tenemos ideas, y lo que yo no entiendo es cómo hay tantas
personas que de balde son estudiadas y tienen tanta mente para nada”.
Comentaba así el empecinamiento ideológico con que algunos funcionarios del gobierno y creadores de opinión buscaron interferir en la
opción que tomaron por su hija y con ella, menospreciando implícitamente su capacidad de decisión por inocultables prejuicios de clase.
Porque son pobres. Y en la actual cultura tecnocrática, se ”lucha contra
la pobreza” pero no se confía en los pobres, se ”combate la extrema
pobreza” pero es ”políticamente incorrecto” indignarse contra la extrema riqueza de quienes se llenan la boca con este discurso.
Se llama víctima
Rosa fue violada. Un hombre, quince o más años mayor, abusó de ella. Si
no hubiera resultado embarazada, tal vez nunca se hubiera sabido lo que
le había hecho, todo hubiera quedado, como tan a menudo sucede, escondido tras el atemorizado y confuso silencio de ella y tras la descarada
impunidad de él. Todo hubiera seguido igual. Todo menos la propia vida
de Rosa, dañada para siempre, con secuelas probablemente para toda su
vida. “Después de todo esto, ella ya no va a quedar como era, una herida
como ésta jamás se sana, siempre queda abierta”, reconocieron sus padres. Y humilde, confiaba también su madre después de la interrupción
del embarazo: “Pero ya llegará un tiempo en que se nos pase, ahora ya
cumplimos con lo que teníamos que hacer: salvarle la vida a ella”.
308
María López Vigil
También por ser víctima de violación, Rosa es un emblema de este
país, país de violaciones sexuales, una gran cantidad de ellas ocurridas
entre las cuatro paredes del hogar. No fue así en el caso de Rosa, aunque algunas de las personas que se opusieron ciegamente a que se interrumpiera su embarazo, insistieron en que el padre era el principal
sospechoso de la violación. Lo hacían, más que para señalar la frecuencia con que esta posibilidad es una cruel realidad —incluso en las casas
de quienes tienen dinero y estatus social—, para ”explicar” desde esa
óptica la decisión de los padres: pretendían ”ocultar las huellas del
crimen con otro crimen: el aborto”.
Se llama sobreviviente
Son pavorosas las cifras que van surgiendo, aún en desorden, aún con
escasa sistematicidad, del altísimo porcentaje de niñas —también de
niños— de las que se abusa en Nicaragua sexualmente. Es éste otro dato
que indica que estamos hipotecando el futuro y suicidándonos para el
desarrollo, y también para la democracia. Porque con mucha frecuencia
quien fue abusado abusa, y porque el daño que queda como marca a
fuego, tanto para el corto como para el largo plazo, en quienes sufren
abuso sexual en la infancia tiene consecuencias sociales enormes, aún
no bien dimensionadas.
Pavoroso también recordar nuevamente en esta ocasión que el
máximo dirigente del FSLN, Daniel Ortega, tan respetado y temido por
todos los políticos de este país, permanece impune tras cometer un
delito similar en una niña dos años mayor que Rosa, que además era su
hijastra. Lamentable comprobar cómo más de un millón de nicaragüenses votaron por él conociendo lo ocurrido, y cómo el sandinismo no
logró ni frenar su candidatura ni sustituir su liderazgo tras saber de su
delito. Estremecedor recordar que, para justificar esta complicidad, quien
sigue siendo responsable de las campañas electorales del FSLN, Lenín
Cerna, expresó en una entrevista de junio de 1999, con la mayor desvergüenza, que no le asustaban las violaciones sexuales de niñas por padres, padrastros y demás familiares porque “si vos recurrís al vulgo te
las explica sacando su sabiduría milenaria”.
309
desde Nicaragua
Se llama madre-niña
Rosa: una niña embarazada, una niña-madre. Nicaragua ostenta el récord centroamericano y latinoamericano de adolescentes embarazadas y
de niñas-madres. ¿Cuántos de esos embarazos son fruto de violaciones? Muchos. Nunca se sabrá, de eso no se habla. De eso se teme hablar. De eso duele hablar. En otros casos, muchas adolescentes buscan
”tenerle un hijo al primero que las mira”, porque es la única vía que
encuentran a mano, a la mano de la cultura aprendida, para empezar a
sentirse alguien que merece respeto, tras soportar años de una infancia
irrespetada y llena de maltratos y duros trabajos. Ser madre: misión
que debe llenar la vida de toda mujer, según la cultura patriarcal. Misión que asumen más rápidamente y con más devoción niñas y adolescentes de las zonas rurales y de los sectores más empobrecidos y sin
educación.
Tras conocerse el caso de Rosa, los periódicos de Costa Rica informaron del caso de otra niña nica violada y embarazada —en este caso,
querían ella y sus padres tener al bebé. Enseguida se supo de otro caso
más y de otro y de otro. Las autoridades del Patronato Nacional de la
Infancia de Costa Rica brindaron cifras espeluznantes: en los últimos
cinco años (1997-2002) esta institución había documentado 3 mil 131
casos de niñas menores de 14 años embarazadas, lo que significaría que
cada dos días suceden tres casos. No todas nicas, también en Costa
Rica existen estas plagas. La presidenta del Patronato afirmó que por la
edad de las niñas, lo más responsable en todos los casos es suponer
que el embarazo es producto de una violación.
Se llama mujer
Las explicaciones simplemente económicas: esto sólo sucede entre los
pobres, y sucede por el hacinamiento; las explicaciones ”morales”: se
trata de hombres aberrados, enfermos mentales, padres desnaturalizados, borrachos y drogadictos; las explicaciones religiosas: son hombres
sin fe en Dios, desconocedores de Cristo, se han perdido los valores
religiosos en la familia; las explicaciones que exculpan de este delito a
los hombres para responsabilizar a las mujeres: la culpa la tienen las
madres que no las cuidan, la culpa la tienen las mismas niñas que son
muy ”despiertas” y provocan, nos alejan perversamente de la verdad. Y
310
María López Vigil
la verdad es que tras todo abuso sexual hay por descubrir un abuso de
poder, y siempre se trata de un abuso de poder genérico. Diez mil años
de cultura patriarcal han enseñado a los hombres, a todos, pobres y
ricos, feos y hermosos, jóvenes y viejos, de derecha y de izquierda, que
tienen derecho al cuerpo de cualquier mujer que se les antoje. Es un
colosal avance de la humanidad que millones de seres humanos, como
hemos visto en estos días, repudien con tanta firmeza la guerra para
resolver los conflictos. Es también un colosal avance de la humanidad
que sean ya millones de hombres los que en el mundo desaprenden a
diario la enseñanza cultural que les dijo que eran superiores a las mujeres y tenían derecho a demostrar su poder con el sexo.
En Nicaragua, además de faltarnos aún mucho trecho por andar
en esta dirección, criterios perversos sobre las razones del abuso sexual
de los hombres contra las mujeres y las niñas permean no sólo las
mentes de la clase política sino también las políticas de las instituciones del estado.
Se llama opción
Llegada Rosa a Nicaragua, decididos ya sus padres a interrumpir su
embarazo, y en medio de la ardiente polémica que, con mayor o menor
profesionalismo, cubrían todos los medios, saturados de ”consejos”
sobre lo que se debía o no hacer, el procedimiento legal era bien claro.
No había espacios para la duda. Sin embargo, el Ministerio de la Familia, con insistencia, y con la obvia intención de impedir el aborto terapéutico, demandó en varios momentos que se le entregara a la niña,
reclamó la custodia de Rosa, ignorando que tenía padres que se responsabilizaban de ella. Extralimitándose inexplicablemente, el ministerio
intentó violar un principio tan sagrado como el de la patria potestad.
Por su parte, el Ministerio de Salud, con una negligencia y lentitud sólo explicables por el temor a quedar mal con la jerarquía católica,
desidia que atentaba contra la salud de una niña que estaba ya bajo
intensa presión física y síquica, designó casi a regañadientes la junta
médica que analizaría el estado de salud de Rosa.
Tras el examen que le hicieron una numerosa junta de médicos y
en un tiempo anormalmente dilatado, el dictamen identificó claramente los problemas que ya estaba enfrentando el pequeño cuerpo de Rosa,
y todos los daños severos que enfrentaría a medida que el feto fuera desa311
desde Nicaragua
rrollándose en su inmadura matriz, para concluir que en su caso era
igualmente riesgoso continuar con el embarazo como practicarle un
aborto. Realmente, nadie podía asegurar que era posible salvar la vida
de los dos niños: la niña-madre y el niño que se formaba en su vientre.
Nadie podía asegurar tampoco cómo terminaría un embarazo tan insólito.
Al no pronunciarse por ninguna de las dos opciones, el ambiguo
dictamen médico dejó la decisión en manos de los padres. Y los padres
decidieron lo que ya habían expresado con decisión: querían interrumpir el embarazo. Tocaba hacerlo en un hospital público, pues era una
opción totalmente legal de ciudadanos con plenos derechos para decidir. Sin embargo, tras el dictamen médico, la polémica pública en los
medios se avivó y las presiones ideológicas en lo privado llegaron a su
punto más álgido. Fueron manifiestas las contradicciones entre la
ministra de Salud, que declaró que en ningún hospital se le practicaría
el aborto, por ser un delito que el ministerio ”no estaba dispuesto a
cometer” y la viceministra, que afirmó que las puertas de cualquier
hospital estaban abiertas para atender a la niña fuera cual fuera la decisión de sus padres. Fueron tres días tensos y difíciles los que precedieron a la realización de la decisión adulta, informada y amorosa de los
padres y de Rosa.
Se llama reto
Para las instituciones del estado, esta niña fue un desafío. Reto es uno
de los nombres de Rosa. Rosa nos reveló a nuestras instituciones y nos
colocó ante un inédito conflicto entre las organizaciones de la sociedad
civil y las instituciones estatales. En el estado, la Procuraduría de Derechos Humanos, y en la sociedad civil la Red de Mujeres contra la Violencia, estuvieron a la altura.
La Red, que desde hace diez años trabaja activamente educando a
la sociedad para que entienda los males que se expresan y se derivan
de la violencia contra las mujeres y las niñas, y especialmente, acompañando a las víctimas de esa violencia, desempeñó un papel
protagónico y constructivo. Era imposible no cometer algún error en
las declaraciones apasionadas que las mujeres de la Red se veían obligadas a hacer ante los medios que seguían tan tensa controversia. Pero
siempre prevaleció la información y el afán de formar en valores, espe312
María López Vigil
cialmente en el de la compasión, el de la flexibilidad y en el del respeto
a las personas y a la complejidad de la situación. Sin duda, la Red se
acreditó ante las instituciones estatales y ante la opinión pública, aún
tan machista y polarizada, como una instancia capaz, eficiente y con
destacadas profesionales.
Se llama victoria
Acreditarse no significa ovaciones, mucho menos lograr unanimidad.
El mayor logro de la Red fue la misma Rosa, su vida más segura y con
más futuro ahora que nunca antes. Rosa también se llama conquista,
logro, victoria. A la par que aglutinaban a muchas mujeres en torno a
esta niña, organizaciones de mujeres hermanas de todo el mundo respaldaron a la Red desde fuera de Nicaragua, ofrecieron servicios, airearon el caso, expresaron solidaridad. Beneficios inéditos de la
globalización, de la mundialización de la información, que nos puede
hacer más humanos y más cercanos.
Más que nunca, las mujeres de la Red, como todas las mujeres
organizadas de Nicaragua, que asumieron de mil maneras la defensa de
esta niña, aprendieron y enseñaron en pocos días muchas cosas. Y
cumplieron cabalmente lo que se espera de las organizaciones de la
sociedad civil, que deben coordinarse con las instituciones del estado
para cubrir los vacíos que el estado tiene, respondiendo cuando el estado no responde, reclamando cuando el estado no cumple, y siendo
parte activa de las soluciones que demandan sociedades cada vez más
plurales y complejas.
Se llama ley
En el estado, el presidente Bolaños actuó con gran sensatez al afirmar
sobriamente que la decisión era de los padres, con base en el examen
médico que se les presentara. Entre las instituciones involucradas, una
institución nueva, la Procuraduría de Derechos Humanos —el Procurador, el Procurador Especial para la Niñez y la Procuradora Especial para
la Mujer— representaron dignamente al estado actuando con responsabilidad institucional y apego a las leyes, sin dejarse intimidar por los
prejuicios religiosos abiertos o sutilmente presentes en las declaracio313
desde Nicaragua
nes de muchos colegas, altos funcionarios. Dieron a conocer las leyes y
los procedimientos establecidos para aplicarlas, abogaron en todo momento por la vida de la niña en nombre de su interés superior, y disintieron
libremente de las instituciones estatales que se resistían a cumplir la ley
y a respetar la voluntad de los padres. Conflicto institucional aleccionador, que nos indica que avanzamos. Lentamente, pero avanzamos.
Al final, y después de amagar con una investigación y una acusación en los tribunales contra los médicos que interrumpieron el embarazo de Rosa, y después de brindar escucha a las amenazas vertidas por
el Ministerio de Gobernación contra las ONG involucradas en el aborto
terapéutico, y por el Ministerio de la Familia —que amenazó con una
demanda judicial— la Fiscalía General de la República recibió una única denuncia, de la esposa de Harvey Mayorga, gran socio en la corrupción de Byron Jerez y hoy reo. Esta mujer presentó un confuso escrito
en el que afirmaba querer evitar “que más adelante el aborto se convierta
en una carnicería y en un futuro equis mujer de cualquier edad pueda
tomar la decisión de abortar”. La Fiscalía actuó responsablemente desestimando la denuncia y dando por cerrado el caso: no hubo delito y
todo se hizo correcta y legalmente.
Se llama derecho
El Código de la Niñez y de la Adolescencia, denostado por varios sectores de la sociedad en estos últimos años, al reducirlo a aspectos relacionados con los castigos a los delincuentes juveniles, logró espacio en la
conciencia social desde nuevos ángulos. Y por primera vez, y en un
caso tan límite, se pudo ver puesto en práctica y en concreto uno de los
derechos menos respetados a los niños y niñas de Nicaragua: el derecho a opinar y el deber de respetar su opinión.
Porque a sus nueve años, Rosa también opinó: dijo que no quería
morir y aceptó cuando le explicaron lo que los médicos podían hacer
para que siguiera viviendo con mayor normalidad su vida. Ella decidió
con sus padres, “con un tono de madurez que los emocionó”, relató
una sicóloga de la Red. “Cuando supo lo que le pasaba, ella nos decía:
yo no me quiero morir. Y se ponía a llorar. Lo que la niña ha dicho es
que no se quiere morir. Y nosotros no queremos perderla. Sólo nosotros
y ella sabemos los días tristes que hemos pasado y nadie puede criticar
lo que hemos hecho por ella”, explicaba su madre.
314
María López Vigil
Se llama prueba
Para los medios de comunicación Rosa fue prueba. Un test. Sin que
faltara —¿cómo podía no ser así?— ese morbo que rodea todo lo referido a lo sexual, y ese bochinche atropellante que caracteriza a algunos
periodistas, los medios de comunicación buscaron ponerse a la altura
de un caso inédito con tantos flancos delicados. Uno de los grandes
logros fue mantener en confidencialidad la identidad de la niña. No le
vimos el rostro ni le escuchamos la voz.
En menor medida mantuvieron los medios con discreción la identidad de los padres. Y se procuró no acosarlos con el micrófono a pie de
boca y la pregunta insistente hasta el abuso, tal como hoy estila un poco
profesional periodismo televisivo. “No queremos cámaras de televisión”
—decía el padre—, “porque son bárbaras”. Y reclamaba la madre: “Queremos caminar libres porque no somos delincuentes para que nos anden persiguiendo con cámaras como hacen con los delincuentes”. No
querían esa publicidad de los medios por la que hoy tantos venden
hasta su alma.
Dar pluralidad al debate fue también un gran logro de los medios.
Encauzarlo pedagógicamente: eso lograron algunos. Grave error fue la
caracterización de las mujeres de la Red como abortistas, palabra fuerte
desde su misma fonética y totalmente cargada de ideología, inadecuada
para calificar los necesarios y justos esfuerzos que, contracorriente, estas mujeres feministas estaban haciendo por la niña. El feminismo es
una expresión del humanismo, por cierto una de las más radicales y
prometedoras. Simplificar la problemática polarizándola —todo en Nicaragua está siempre polarizado— como un duelo entre antiabortistas y
abortistas, identificando a las feministas con promotoras del aborto, fue
una tentación y un facilismo en que los medios cayeron varias veces,
dejando a un lado todo lo que estaba en juego.
Se llama debate
Naturalmente, las informaciones no podían obviar que lo más concreto
e inmediato de todo lo que estaba en juego, con presión incluso de
horas, era un aborto, tema tabú en Nicaragua, tal vez más que en otros
países latinoamericanos con más modernidades asimiladas. Con sensatez, una ginecóloga de la Red enfatizó que se estaba distorsionando la
315
desde Nicaragua
realidad, como si el de Rosa fuera el único y primer caso de aborto
terapéutico solicitado y realizado en Nicaragua. Recordó que en las actas del Hospital Bertha Calderón cualquiera podía verificar, por ejemplo, los más de 500 dictámenes autorizando abortos terapéuticos, tras
breves exámenes médicos de apenas 30 minutos, realizados durante los
casi siete años del gobierno de doña Violeta de Chamorro.
El tema del aborto es particularmente controversial porque pone en
conflicto la vida y la libertad. Porque en las posiciones que se adoptan
entran a jugar las diversas concepciones —científicas, religiosas, a veces
todo mezclado— sobre el momento exacto en que comienza a ser humana la vida y sobre qué es lo que nos hace no tanto vivos, sino humanos.
Porque tan vivo y potencialmente humano es un espermatozoide y un
óvulo no fecundados como un óvulo fecundado y un embrión. Es controversial y polémico el tema porque las ideas sobre el desarrollo de lo
humano en el vientre de la madre —las conexiones neuronales del cerebro que permiten el pensamiento, que es lo que nos hace humanos—
han ido evolucionando a lo largo del tiempo.
Porque no siempre quienes se oponen a ultranza a todo aborto
defienden a ultranza toda vida, tampoco toda vida humana. Hay quienes son antiabortistas pro-vida y sin excepciones, pero justifican guerras donde se mata a millones o aprueban la pena de muerte o no hacen
nada por evitar las injusticias sociales que provocan el hambre que mata
diariamente a más de 40 mil niños ya nacidos.
Al ubicar con gran sabiduría en un breve artículo las resbaladizas
pendientes del debate actual sobre el aborto, en un artículo que escribió
en 1990, en colaboración con su esposa, el genial astrofísico estadounidense ya fallecido, Carl Sagan, iniciaba recordando este pensamiento de
John Dewey:
La humanidad gusta de pensar en términos de extremos opuestos. Está
acostumbrada a formular sus creencias bajo la forma de ”o esto o lo otro”,
entre lo que no reconoce posibilidades intermedias. Cuando se la fuerza a
reconocer que no cabe optar por ninguno de los extremos, todavía sigue
inclinada a mantener que son válidos en teoría, aunque tiene que admitir,
si reflexiona, que en las cuestiones prácticas las circunstancias nos obligan
a llegar a un compromiso.
De eso se trataba con Rosa.
316
María López Vigil
Se llama libertad
No todos entendieron el ”compromiso” al que llegaron Rosa y sus padres. Las posiciones expresadas por el cardenal Obando, por el obispo
auxiliar de Managua, Jorge Solórzano, por el director de estudios del
seminario de Managua, y por algunos laicos católicos abundaron en
rigidez extremista y carecieron de compasión. Frente a ellos, otros generadores de opinión, entre ellos sacerdotes y mujeres cristianas, recordaron, con el evangelio en la mano, la inmensa compasión que tuvo Jesús
de Nazaret con paisanos y paisanas de su tiempo enfrentadas a dilemas
éticos concretos, a quienes nunca amenazó, asustó ni condenó, a pesar
de las rígidas leyes religiosas que imperaban en esa época.
Las autoridades católicas insistían en que el conflicto era “entre la
cultura de la vida y la cultura de la muerte”, ubicando a los padres de la
niña y a las mujeres de la Red en la cultura de la muerte, y quejándose
de que se les había impedido a “nuestras instituciones” acercarse a los
padres para advertirles del pecado y el crimen que iban a cometer. Con
gran libertad el padre de Rosa respondió: “No estamos dispuestos a
someternos a lo que otros digan”. Y la madre: “No podemos esperar
que sobre nuestra hija opine hasta el último”. Y el padre: “Todo lo
pensamos entre los tres, sólo nosotros tenemos todo el derecho a decidir lo bueno y lo importante”.
Con sentido común, mucha gente común de la que entrevistaban
de forma permanente diarios, radios y televisoras, disentían con toda
libertad del severo mandato antiaborto y sin excepciones que proclamaba el cardenal Obando.
Se llama laica
Laica. Rosa también tiene este nombre. Su drama personal y el camino
que sus padres y ella misma eligieron para resolverlo puso en el centro
del tapete el tema de la laicidad del estado. Aunque la Constitución
establece que Nicaragua es un estado laico, las políticas públicas, especialmente en todo lo referente a la salud reproductiva de las mujeres, no
se rigen por principios laicos sino por las más extremistas orientaciones emanadas de un sector de la institución católica.
Conviene recordar que en los años sesenta, cuando se abrió a la
opinión pública mundial el debate sobre la despenalización del aborto,
317
desde Nicaragua
el Vaticano autorizó públicamente el aborto en una ocasión: durante la
guerra de independencia del Congo belga algunas religiosas fueron violadas y el papa Pablo VI permitió a las monjas que así lo decidieran,
interrumpir su embarazo. Con arena de olvido se ha enterrado aquella
decisión, un importante precedente de compasión y sensatez cuando el
humanismo cristiano se ve en el dilema de optar entre extremos.
Cuando el cardenal Obando anunció en la misa del domingo 23 de
febrero que la niña y sus padres y los médicos y enfermeras que habían
practicado la interrupción del embarazo habían sido excomulgados automáticamente, varias voces reclamaron la severidad de la excomunión
para el violador de la niña. Otros recordaron que la iglesia no excomulga a los sacerdotes violadores de niños y niñas, sino que comprensivamente los traslada de una parroquia a otra. A la memoria de otros volvió
ese aborto seguido de muerte de la madre que fue ”el crimen del padre
Amaro”. Y otros más acuciosos se remitieron a las denuncias —y posteriores campañas de solidaridad promovidas por organizaciones de
religiosas y de mujeres católicas— que en marzo de 2001 lanzó al mundo la prestigiosa revista católica estadounidense National Catholic Reporter documentando casos en al menos 23 países de África, Europa y
América en donde sacerdotes habían violado a monjas y en muchos
casos las habían embarazado y las habían obligado a abortar para resguardar su prestigio clerical. Su poder.
Se llama sanación
Crispado y tenso el debate, resultó, a pesar de todo, sanador. Necesario.
Porque hubo voces con argumentos a un lado y al otro, y de ese contraste siempre se aprende. Porque las voces que defendían a Rosa y
consideraban que interrumpir su embarazo era lo más humano y lo
más cristiano para la conciencia responsable y liberada de sus padres y
de la misma niña, además de ser más numerosas, manejaron mejores
argumentos. El debate mostró muchos avances en la conciencia de una
sociedad, aún atrapada en el machismo y en el miedo a un Dios que
castiga, y aún lejana de la equidad entre hombres y mujeres y de la
certeza de que Dios es alegría y placer y nos quiere no temerosos sino
libres. Sanación, muy especialmente, porque Rosa ”ganó” vida con su
opción. Y con ella ganó Nicaragua.
318
María López Vigil
Stat Rosa pristina nomine
Rosa seguirá viviendo su vida, en algún lugar de Nicaragua o fuera de
Nicaragua, pues ha recibido varias ofertas para reconstruirse en más
paz y con mayores recursos. Tal vez nunca sabremos más de esta niña,
pobre, desnutrida, libre y laica, que se convirtió en un desafío para
todos, que nos obligó a hablar de lo que no se habla, que puso a prueba
a tantos, que nos recordó realidades y encrucijadas tan vitales para nuestro
país. Tal vez nunca sepa ella lo que nos ha dejado y permanece intacto.
Tras los fuegos purificadores de un debate necesario, nos quedará de
ella sólo el nombre. El nombre de la Rosa.
319
desde la convivencia
Román Revueltas Retes
Gay de mierda
Román Revueltas Retes
E
so es lo que soy. O, por lo menos, eso es lo que un lector dice
que soy, luego de leer mi columna dominical. Claro, yo me lo
busqué. Digo, se me ocurrió ni más ni menos que cuestionar la
postura hacia los homosexuales que tiene la iglesia católica. La Congregación para la Doctrina de la Fe (vaya ignorancia la mía, no sabía que era
el antiguo Santo Oficio, tribunal de la iglesia derivado de la Inquisición;
me lo dijo, ayer mismo, monseñor Schulenburg, a quien me encontré
en un café de barrio y que, luego de leer unos párrafos del mencionado
artículo, me aclaró que también el cardenal Joseph Ratzinger es, al parecer, un hombre muy inteligente llamado expresamente por el Santo Padre para ser el máximo responsable de esa Congregación) acaba de
publicar un documento, dirigido sobre todo a los políticos católicos,
para detener el avance de las leyes que, en un creciente número de
países, reconocen los mismos derechos a homosexuales y heterosexuales como, por ejemplo, la facultad de contraer matrimonio y de adoptar
niños. Decía yo, entre otras cosas, que la iglesia es para todos, que su
doctrina fundamental es el amor y que las minorías —justamente por la
existencia de individuos, más dados a perseguir que a entender, como
este lector que me envía, sin firmar, un correo electrónico con un inequívoco mensaje: “enseñaste el cobre gay de mierda”— serían, en todo
caso, los hijos predilectos de Jesucristo.
Ahora bien, no le falta razón al autor de la misiva. Porque, aquellos
de nosotros que intentamos, mal que bien, entender un tanto la condición humana, debemos no sólo ser gays sino también negros, esclavos,
judíos, palestinos, mojados y mujeres (estas últimas son, paradójicamente, la más grande de las minorías; de hecho, son mayoritarias en
* Tomado de Milenio Diario, lunes 4 de agosto de 2003.
323
desde la convivencia
todo el mundo, hasta en esos países donde los machos las cubren de
pies a cabeza para no sucumbir a los humillantes tormentos del deseo).
Debiera yo, desde luego, apresurarme a certificar debidamente mi
condición de heterosexual declarado, pero ello sería una traición a esa
naturaleza de humano solidario que tanto ostento, aparte de un acuse
de recibo del mezquino acobardamiento que me haya podido producir
la obtusa hostilidad de un intolerante. En lo personal, no me preocupa
demasiado la calificación recibida. Me angustia, eso sí, la zafiedad del
personaje en lo que a la visión de sus semejantes se refiere. Lo que pasa
es que el tipo, como todos los homofóbicos, debe traer dentro algunas
inclinaciones que a él mismo le horrorizan. Siempre me ha parecido
muy sospechosa la rabia de esa gente. Pero, en fin, hoy me toco ser gay,
no psicoanalista.
324
María Teresa Priego
No es por vicio ni por fornicio*
María Teresa Priego
R
efiriéndose a la propuesta de ley de las Sociedades de Convivencia, el obispo Onésimo Cepeda declaró que la convivencia
entre parejas gay no podía ser más que un “arrejuntamiento”.
¿Tendría el término una connotación peyorativa? “Arrejuntamiento” —en
el discurso del señor Cepeda— es lo contrario a la santidad del matrimonio cristiano centrado en la reproducción. Pero “arrejuntamiento”, a fin
de cuentas, es una palabra muy exacta para describir la necesidad de
amor y cercanía entre dos seres humanos cualquiera que sea su sexo. La
involuntaria poesía del señor obispo. “Arrejuntarse” es conocerse, acercarse con palabras. Disminuir las distancias. Tocarse, escucharse.
“Arrejuntarse” es crear compromisos y pactos de pareja, es declararse
mutuamente solidarios, juntos y partícipes de una intimidad cercana y
común. “Arrejuntarse” es venirse juntos. Encontrar otro/a para vivir la
sensación de “arrejuntamiento” es una necesidad intensa de la mayoría
de los seres humanos. El “arrejuntamiento” es la búsqueda de amor. Se
puede dar entre una pareja del mismo o de distinto sexo, para vivir juntos o para que no, con religión o sin religión, con deseo de tener hijos o
de no tenerlos. Las variables son muchas, en el fondo del “arrejuntamiento” comprometido está el amor, con su —tan vilipendiado por la
jerarquía católica— erotismo a cuestas.
El discurso de la jerarquía católica contra la legalización de las
sociedades de convivencia es la batalla descarnada por imponer a toda
costa las particularísimas “variables” de una concepción del mundo,
disparada hacia el Absoluto, olvidada del principio básico de la libertad
de conciencia, y sustentada en el monopolio de “Moral” y “Naturaleza”
* Se publicó en el periódico El Independiente, el 6 de agosto de 2003.
325
desde la convivencia
versus un arbitrario “contra natura”. Podríamos decir que el documento
“Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de
las uniones entre personas homosexuales” es una joya homófoba, y eso
bastaría para cuestionarlo desde la convicción del más elemental derecho a la diversidad, pero es bastante más. Más les valdría a los homosexuales ser castos “porque los actos homosexuales arrancan el acto sexual
al don de la vida”. Pero, cada vez que una pareja heterosexual hace el
amor con anticonceptivos “arranca” también “el acto sexual al don de la
vida”. El documento explica que la pareja humana sólo es concebible y
legítima entre un hombre y una mujer; cualquier heterosexual dispuesto a lanzar un suspiro de alivio desde su accidental pertenencia
al universo de lo que sí es “natural” tendría que leer el texto de nuevo.
La sensualidad heterosexual tampoco es “natural”, sino a condición de
ser reproductiva. Ninguna búsqueda erótica es “natural”, más allá del
arrejuntamiento procreativo. En esta vida larga-larga, me tocaba hacer
el amor tres veces, ¿diez? ¿veinte? Esas y nada más que esas donde en el
fondo de la sensualidad se agitaba el deseo de un hijo. No me salen
las cuentas.
Si la pareja homosexual es antinatural y horrorosa, que los heterosexuales no se ilusionen, la pareja heterosexual sólo deja de ser antinatural y horrorosa cuando se acepta de antemano acotada. La cruzada
contra las parejas homosexuales es la lógica consecuencia de una cruzada mucho más vasta y de principio: la guerra “santa”contra la sensualidad. Nada de orgasmos arrojados al desperdicio. ¿En qué escenarios
tristes puede terminar esta “moralidad” tan “natural”? Si nos atenemos
a lo indispensable, a un hombre para reproducirse le bastan una erección y una eyaculación, proceso que puede darse en segundos. ¿De
cuánto se pierde un hombre en el camino? Inolvidables aquellos camisones confeccionados para facilitar el encuentro entre genitales. Peor,
¿por qué existiría el placer femenino tan rotundamente innecesario en
el proceso de reproducción? No es requisito para el embarazo que una
mujer haya experimentado placer o haya tenido un orgasmo. El orgasmo femenino no es “reproductivo”. El orgasmo femenino, como el orgasmo de la pareja homosexual, como el orgasmo masculino protegido
por la anticoncepción es en sí mismo. ¿Será “antinatura”?
El coito reproductivo es “natural”, deduzco que los órganos implicados son igualmente “naturales”. La vagina, los senos tienen una razón de ser en relación con la maternidad. Pero, ¿y el clítoris? con sus
326
María Teresa Priego
ocho mil terminaciones nerviosas, completamente inútil en la concepción. ¿Será “anti-natura” un clítoris?
Una “moral” que castiga la sensualidad corre el riesgo de terminar
reduciéndola a su mínima expresión. Triste y obsceno. La relación sexual
“con camisón”, la genitalización de la relación sexual es la “no relación”. ¿No sería inmoral reducir el erotismo y el amor a una historia de
protuberancias y orificios? No hay analogía posible “ni siquiera remota” —afirma el documento— entre las uniones homosexuales y la de un
hombre y una mujer. Si lo que humaniza una relación es el amor y el
compromiso entre dos personas, ¿cuál será la diferencia?
327
desde Argentina
Raquel Robles
Lo imposible sólo tarda un poco más*
Raquel Robles
A todas esas Madres que no llegaron a ver la cara de pánico con la
que entraban a Tribunales los asesinos de sus hijos.
C
uando uno de estos genocidas va preso te das cuenta el peso
que significa la posibilidad de encontrártelos en la calle, en un
bar, en el cine, en el supermercado. Es sólo ese particular alivio
el que te hace posible saber que la impunidad es ese collar de melones
que te hace andar despacio. O haciendo demasiada fuerza para ir igual
de rápido que los demás. Los escraches, entre otras cosas, sirven para
compartir algo de ese peso. Todos tenemos que indignarnos si un
genocida anda libre. Tal vez no todos sepan de ese miedo animal, de ese
miedo niño a uno mismo ante la posibilidad permanente de verlos cara
a cara. Otra vez esa cara.
Hace ya unos cuantos años decíamos, a modo de arenga a veces,
con la certeza de las grandes pasiones otras, que lo imposible sólo tarda
un poco más. Y en ese imposible entraba, claro, que los milicos fueran
presos. Tanto habían dolido las leyes de impunidad que a nuestro alrededor todo sabía a fracaso.
También recuerdo que decíamos que éramos jóvenes y que teníamos tiempo. Ahora, después de tanto empujar este mueble tan pesado,
este mueble sin rueditas, sin siquiera una frazada para hacerlo deslizar,
de pronto este envión nos toma casi por sorpresa.
Cuántas imágenes se agolpan detrás de la frente cuando se piensa
en la posibilidad de que los genocidas estén presos. En la memoria de
* Publicado en Las/12, suplemento de Página 12, el 5 de agosto de 2003.
331
desde Argentina
nuestra historia breve (porque qué son ocho años en la vida de una
organización) son miles los recuerdos que se pueden evocar. El primer
escrache, todos mojados frente a la casa de Magnaco, médico torturador
de la Esma. Repartiendo volantes ante el gesto asustado de unos vecinos que nos decían detrás del vidrio, agolpados en el palier, que no
podía ser que ese propietario tan correcto hubiera entregado bebés a
militares robándoselos a desaparecidas, o controlado el ritmo de las
torturas para que los detenidos no se murieran antes de tiempo. La cara
impertérrita de Astiz cuando le gritamos asesino. La noche del 23 de
marzo de 1996 cuando sacamos pecho y enfilamos hacia Tribunales con
nuestras antorchas encendidas y nos dimos vuelta y nos codeamos incrédulos porque atrás había tanta, tanta gente que era inútil ponerse a
contar. Y también las veces que fuimos pocos, las veces que nos decepcionamos, las veces que el camino estuvo lleno de piedras y no hacíamos más que tropezar.
La historia de los últimos treinta años nos ha acostumbrado tanto
a la derrota, a la mecánica de volvernos a levantar, que miramos torcido
cuando metemos un gol. ¿No será que nos corrieron el arco para que la
pelota entrara justo? ¿No será que es una jugada maestra para que mientras nosotros festejamos con la tribuna, en nuestro arco, con otra pelota
nos están dele embocar y embocar? No. Esto no es un regalo de nadie,
esto es una victoria. Esto es que las Madres dejaron una fosa alrededor
de la pirámide de Plaza de Mayo de tanto rondar. Esto es que los que
estuvieron en los campos de concentración van cosiendo las heridas en
cada denuncia, en cada pelea que vuelven a pelear. Esto es que las esposas y los esposos, y los hermanos y las cuñadas, y los tíos y las sobrinas, ocuparon la silla vacía con la lucha nuestra de cada día. Esto es
que nosotros estamos juntos y vamos a los barrios a hacer escraches,
buscamos a nuestros hermanos y hermanas (y a veces hasta los encontramos), levantamos las banderas de nuestros padres y sus compañeros, aprendemos de sus errores, los amamos hasta la locura. Esto es
que hay tantos y tantas que no se conforman ni se conformaron nunca
con la mediocridad de lo posible, con la crueldad de lo injusto. Esto es
nuestro. Nuestros son los muertos. Y nuestra es esta victoria.
El 12 de agosto se trata en el Congreso la nulidad de las leyes de
impunidad. Vamos a quedarnos ahí hasta que salga, hasta que esos
¿representantes? levanten la manito de una vez por todas. Vamos a salir
todos a tomar la calle, a tomar lo que nos pertenece. Después seguire332
Raquel Robles
mos con la Corte Suprema, para que las declare inconstitucionales. Y
después iremos a cada juicio para que vayan presos de verdad, en una
cárcel común, cadena perpetua. Y después pelearemos para que sufran
su castigo los cómplices, los ideólogos, los beneficiarios. Y después y
mientras tanto seguiremos luchando para que las desigualdades que
indignaron a nuestros padres y sus compañeros no existan y nuestro
pueblo sea feliz.
Ya desensillamos. En tanta oscuridad algunas luces pequeñas
empiezan a encenderse. No sabemos si esto es la claridad, pero de lo
que sí estamos seguros es que siempre, después de la noche, amanece.
Compañeros, compañeras, a levantar la copa, a dejarse embriagar
un poco por las burbujas. Hagamos algunas locuras, besemos las bocas
prohibidas, bailemos hasta el amanecer. Nos lo merecemos. Mañana,
con el pecho abierto y los brazos tatuados de tanto amor, miremos de
frente a nuestros hijos, a los que tenemos, a los que vendrán, a los que
todavía son el sueño que nuestros padres no sueñan, y volvamos a
empezar. Volvamos a luchar por más imposibles. Porque, recordemos,
lo imposible sólo tarda un poco más.
333
desde el diván
Adam Phillips
Sólo cólera*
Adam Phillips
I
N
o consideraríamos nada como tragedia si no tuviéramos previamente un sentido del orden profundamente arraigado que puede ponerse en entredicho. Tanto en la vida como en el arte, la
tragedia —para no mencionar las tragedias menores de la vida cotidiana: los insultos, los accidentes, los obstáculos que dan lugar a nuestros
melodramas o a la irritación diaria— expone, al violarlas, nuestras suposiciones, inconscientes en su mayor parte, sobre la manera como
debería ser el mundo; y cuán a menudo damos por hecho que es
como debería ser (un mundo, digamos, que no contiene ya nuestra
muerte en él). El enojo al perder las llaves —más allá de lo que revela
sobre nuestros significados personales o nuestras divisiones internas—
nos muestra que también vivimos en un mundo en el que las llaves
siempre están a la mano.
En algún otro sitio existe un mundo de eficacia fluida e ininterrumpida; un mundo en el que todo funciona (los trenes siempre están
a tiempo). Un mundo en el que nunca necesitamos sentir cólera o,
mejor dicho, el insoportable conflicto que pretendemos abolir mediante
la cólera, del cual queremos despojarnos (el psicoanalista Ernest Jones
señaló alguna vez que no deseamos matar a la persona que más odiamos, sino a la persona que genera en nosotros el conflicto más intolerable). No hay cólera, por así decir, que no sea venganza; no hay furia sin
la traición a un ideal, por muy inconsciente o exorbitante que éste sea.
Mi irritación no solamente exhibe mi falta de control —que tanto ansia-
* Fragmento de The Beast in the Nursery, Faber & Faber, Londres, 1998.
337
desde el diván
ba transgredir— sino, de manera mucho más vergonzosa, mi utopismo
furtivo: ese horripilante, apasionado ideal que tengo de mí y para mí
mismo. En otras palabras, me siento humillado en el momento en el
que no puedo ya tolerar —es decir, racionalizar— la disparidad entre
quien parezco ser y quien deseo ser; cuando, en términos psicoanalíticos, la brecha entre mi yo y mi yo ideal se vuelve irrecuperable. La
única persona sobre cuya pérdida nunca puedo hacer duelo es mi ser
ideal. Cualquier cosa, incluso la vergonzosa excitación de la humillación, es mejor que eso.
Si la cólera es evidencia de nuestro idealismo, de la idealización
que hacemos de nosotros mismos —de cuán inconsciente y frenético es
nuestro sentido de la justicia— también revela, en sí misma, que nuestro potencial para la humillación es la raíz de la moralidad. Es realmente curioso cuánto nos impresiona ser denigrados, cuán vulnerables
somos siempre al desdén y al ridículo (como si estuviéramos, de algún
modo, siempre expuestos a nuestra propia ironía; como si, desde cierta
perspectiva, todas nuestras reivindicaciones fuesen alardes). Nada confirma de manera más clara la imposibilidad de la amoralidad, nuestra
inserción en un mundo moral, que nuestra capacidad para ser humillados. El hecho de que podamos sentirnos humillados revela cuán importante es para nosotros aquello que nos importa. Nuestra cólera es,
de suyo, un compromiso con algo, con algo preferido. Porque, en efecto, ¿cómo sabría lo que es una buena vida quien fuese inmune a la
humillación o ignorante de ella? Nuestras traiciones, nuestros travestismos, que se evidencian en la rabia —como cuando perdemos las
llaves— son formas de revelación vergonzante, inoportuna.
Es como si nuestra moralidad, tal como la exhibe nuestra cólera,
fuera un tipo de locura privada, una religión personal y secreta conformada por preciosos valores que sólo descubrimos, si acaso, cuando son
violados. Las virtudes que podemos formular conscientemente y a las
cuales tratamos de atenernos son, podría decirse, nuestra moralidad
oficial. Nuestra moralidad no oficial, más idiosincrásica, sólo nos es
accesible, por así decir, a través de la humillación. Una vez que descubres quién o qué te humilla, puedes saber qué de ti mismo valoras al
máximo, qué adoras. Dime lo que te encoleriza —lo que de verdad te
hace sentir deshonrado—, y te diré lo que crees, lo que quieres creer
acerca de ti mismo. Es decir, qué es lo que imaginas que necesitas proteger para mantener tu amor por la vida.
338
Adam Phillips
Si digo: mira el viento entre los árboles, todo lo que puedes ver son
los árboles en movimiento. Si queremos mirar nuestra moralidad privada —con frecuencia demasiado pública—, lo único que podemos ver,
escuchar, sentir, es nuestra cólera. Es de nuestros descontentos y disgustos de donde podemos inferir nuestros ideales. Freud trató de convencernos del grado hasta el cual, dado que somos guiados por el instinto
—es decir, su idea de lo que implica el instinto—, también somos guiados por ideales. En la Europa moderna no fue tan difícil reconocer que
la sexualidad era una poderosa fuerza en la vida de la gente (Freud no
descubrió la sexualidad, sino cómo se resiste la sexualidad a la articulación); resultaba quizá más sorprendente la concepción de nuestra moralidad como una de las formas que puede asumir nuestra sexualidad.
No podemos, por ejemplo, imaginar la justicia ni la perversión sexual
sin la idea del castigo. En otras palabras, desde un punto de vista psicoanalítico, nuestros ideales son como objetos del deseo; son, de hecho, objetos del deseo que han sido sublimados, planteados de nuevo
de manera más aceptable (tal vez suene mejor querer ser una mala persona que querer casarse con la propia madre). Es fácil ver cómo y por
qué nuestros ideales respecto de nosotros mismos —ser bueno, malo,
tener éxito, ser justo— pueden imponérsenos con más fuerza que otras
personas. Es más difícil y más satisfactorio amar a las personas que a
los ideales. Y nuestros ideales crean la ilusión de que podemos detener
el tiempo, de que hay algo permanente incluso cuando no podemos
satisfacerlos.
II
Así pues, la cólera es sólo para las personas comprometidas; para quienes tienen proyectos que importan (no para los indiferentes, los desinteresados, los deprimidos). Es decir, es para aquellos a quienes algo les
ha salido mal pero que “saben”, en su cólera, que podría haber sido de
otra manera. Sea desde el interior, a través del trabajo silencioso de un
instinto de muerte putativo o desde el exterior, a través del siempre
frustrante otro que nunca nos da suficiente de una u otra cosa, hay una
ruptura. En su mínima expresión, nuestra imagen es la de algo interrumpido, la de una epifanía de obstáculos. Es la imagen de una criatura inevitablemente desviada de su propósito (de satisfacción, de justicia,
de maestría, de “más vida”, de morir a su manera). Nuestra cólera ha339
desde el diván
bla de intromisión y sabotaje y traición; pero también, paradójicamente, de insistencia, de rechazo, de esperanza. Resulta, en otras palabras,
inextricable de la venganza. En efecto, ¿podemos imaginar una cólera
que no sea vengativa, aun cuando a menudo necesite ocultar —desplazar— su objeto?
Nuestras cóleras son teorías desarticuladas sobre la justicia; se articulan, se actúan, en venganza. Podría decirse que la venganza es el
género de la cólera (“¿Qué —preguntan siempre los pacientes desde el
diván— puedo hacer con mi cólera? ¿Qué se supone que debo hacer
con ella?” “¿Cuál —preguntaríamos— sería la posible respuesta?”). Si
la cólera nos deja indefensos, la venganza nos da algo que hacer. Organiza nuestro desarreglo. Es una manera de hacer que el mundo o la
propia vida cobren sentido. La venganza convierte la ruptura en relato.
Y nos muestra hasta qué punto el significado es cómplice de la posibilidad de reparar, de la creencia en que las pérdidas pueden transformarse en algo bueno (la venganza como un dolor salvajemente optimista).
Puesto que la tragedia siempre amenaza con frustrar la posibilidad de
actuar —y esto se cumple tanto en el caso de las tragedias menores
como en el de las reales—, la venganza mantiene viva la esperanza.
La tragedia real pone en cuestión nuestra capacidad —nuestro deseo— de construir sentido; la venganza se adelanta al cuestionamiento.
El vengador es la determinación encarnada. A menos que sea Hamlet,
sabe que algo puede hacerse, y qué hacer. La idea de la venganza hace
preguntarse a Hamlet, en efecto, si su vida vale la pena; y eso es lo que
lo hace tan extraordinario. Pero el vengador promedio, una vez lastimado, sabe para qué es su vida: sabe lo que le interesa. Para él, una herida
es como un regalo de significado puro, una vocación. Para el vengador,
la única pregunta es cómo. Optimista terrible, cree en la justicia, tanto
en su posibilidad como en su valor. Como (ahora) sabe lo que quiere,
sabe qué significa su vida. Y sin embargo, es precisamente la naturaleza
redentora de la venganza —su implícita convicción de que hace bien o
procura la justicia— lo que podría llevarnos a preguntar sobre la humillación misma, sobre nuestra acusada propensión a la cólera. La cólera
que manifiesta de inmediato nuestra vulnerabilidad extrema y afirma
nuestra negativa a someternos.
Traducción: Gloria Elena Bernal
340
lecturas
Gabriela Cano
Entendernos
principios de 1954, Salvador
Novo dedicó su columna de
prensa, “La semana pasada” a comentar su pequeña biblioteca gay,
integrada por apenas una docena
de libros. Sigmund Freud y Marcel
Proust, autores que “contribuyeron a desvanecer el tabú literario
sobre el amor que no osa decir su
nombre” figuraban en la breve colección del escritor, al igual que
La muerte en Venecia de Thomas
Mann, El pozo de la soledad de
Radclyffe Hall, novelas con desenlaces trágicos que, junto con
las obras de Oscar Wilde, se transformaron en referencias centrales
de la cultura literaria homosexual.
Novo dedica varios renglones a los
trabajos de Alfred Kinsey, profesor universitario que unos años
antes sorprendió a la opinión pública de los Estados Unidos al demostrar que la homosexualidad y
el lesbianismo eran prácticas mucho más extendidas en la sociedad
norteamericana de lo que cualquier persona podría imaginar, en
una época en que los valores de la
familia y la heterosexualidad parecían ser el único y mejor de los
mundos posibles.
A
Salvador Novo no aborda en forma explícita la temática gay de los
libros comentados, como no lo hace
ningún otro autor en la prensa en
los años cincuenta. Ante la dura
condena moral a la homosexualidad, el cronista elude toda mención explícita al tema y recurre a
códigos y claves de la cultura literaria homosexual que eran compartidos sólo por una minoría del
público lector de “La semana pasada”. Los códigos homosexuales
eran —y siguen siendo— para “entendidos”, aquellas personas que
se entienden entre sí al compartir
una serie de referencias comunes
Para entendernos. Diccionario de
cultura homosexual, gay y lésbica de
Alberto Mira, profesor de filología
de origen valenciano y residente en
Londres, sistematiza un vasto corpus de textos literarios y de expresiones de la cultura de masas
—cine, música popular y televisión— que construyen, recrean,
representan, el deseo homosexual
y lésbico. A partir de las teorizaciones contemporáneas sobre la
fluidez del deseo y de las identidades sexuales (el llamado pensamiento queer, abordado en debate
feminista número 16, octubre de
1997), Alberto Mira sostiene que la
cultura homosexual no es un
asunto que interese sólo a unos
cuantos individuos, sino “una estructura cultural que se encuentra
343
lecturas
en difícil equilibrio con las nociones de género e identidad, imbricada en toda conceptualización del
sexo en nuestra sociedad”. El diccionario pone al alcance de cualquier persona interesada en el tema
las claves necesarias para interpretar y disfrutar obras en las que, de
manera explícita o implícita, se articulen los códigos culturales que
en un determinado momento rigen
la cultura homosexual.
Las más de mil entradas que
componen la obra no son simples
fichas de datos más o menos interesantes o curiosos, sino ensayos
breves en los que el autor hace una
lectura informada y ofrece interpretaciones originales de un conjunto
de obras desde una perspectiva
queer. La teoría queer plantea una
postura teórica crítica de la noción
gay, relativa a la existencia de identidades sexuales inmutables, y reivindica un pensamiento que deja
atrás la comodidad de interpretaciones establecidas y de consignas
políticas anquilosadas, que a fuerza de repetirse una y otra vez sin
mayor reflexión han perdido su filo
crítico y casi nunca suscitan cuestionamientos. Lo queer se refiere a
lo que no cabe en los cajones disponibles, lo que no se puede etiquetar de un plumazo, y se sale de
las categorías establecidas homosexualidad y heterosexualidad. (Véase la “Presentación” de Hortensia
Moreno en debate feminista núm.
16.) Uno y otro término tienen origen en el discurso médico y son
inadecuados para referirse a realidades subjetivas y representaciones corporales más complejas y
cambiantes de lo que generalmente
se admite.
La insuficiencia analítica del
concepto “homosexualidad” se
aprecia cuando consideramos los
términos de deseo homoerótico,
patologización, travestismo, armario o clóset, dandismo, amazonismo o transexualidad, entre muchos
otros incluidos en el diccionario.
Son de utilidad asimismo las entradas dedicadas a la trayectoria
intelectual y las contribuciones a
la teoría de las identidades sexuales de Michel Foucault, Judith
Butler y Eve Kosofsky Sedgwick,
entre otros autores. La perspectiva
queer se configura a partir de las
sugerentes relecturas de la obra de
Foucault que hicieron Judith Butler
(El género en disputa) y Kosofsky
Sedgwick (La epistemología del armario), cuyas influyentes obras están
disponibles en lengua castellana
desde hace algunos años.
La selección de Alberto Mira
contempla, desde luego, a autores
emblemáticos como Wilde, Mann,
Proust, Hall o Kinsey —que ya
Novo incluía en su biblioteca gay—
y también a figuras como Shakespeare, Baudelaire o Andy Warhol
344
Gabriela Cano
que no siempre se consideran parte del canon de la cultura homosexual. La entrada dedicada a la
Biblia menciona, por supuesto, la
prohibición de la homosexualidad
y la condena a los habitantes de
Sodoma y Gomorra en el Génesis,
pero también refiere episodios que
contradicen la condena bíblica a las
personas gay, como el del intenso
amor homoerótico entre David y
Jonathan, o el de la fidelidad de
Ruth a Noemí.
Aunque Mira ofrece algunos
datos biográficos, y se detiene en
el reconocimiento público de la
identidad homosexual de figuras
mediáticas como Martina Navratilova, la tenista norteamericana de
origen checo, por mencionar algún
ejemplo que deleitará a muchas
lectoras, es necesario subrayar
que la intención del diccionario
no es hacer un outing sensacionalista, es decir, revelar los secretos de personalidades de la cultura,
el arte o el deporte sino informar
sobre obras, creadores y públicos
gay. Son particularmente interesantes y divertidas las apropiaciones
de espectáculos o personajes convencionales a los que el público gay
les atribuye una interpretación alternativa, que generalmente subvierte la intención aparente de sus
creadores. Por ejemplo, El mago de
Oz, el musical de Broadway, espectáculo para familias, fue objeto de
apropiación de parte de un público
homosexual masculino que encontró en este género, muchas veces
menospreciado por la crítica culta,
“una forma de escapismo que en
la etapa previa a los tiempos del
orgullo gay, ofrecía instrumentos
de lucha emocional que actuaban de
manera semejante al lenguaje camp”.
El diccionario también registra
la creciente aceptación de los temas
y figuras explícitamente gays en los
espectáculos de masas, como
Queer as folk, la exitosa serie televisiva británica, dirigida a un público gay más bien desenfadado y que
ofrece una perspectiva normalizadora de la homosexualidad. La versión norteamericana de la serie ya
se transmite en la televisión mexicana, y se exhibe sólo en horario
de media noche por presiones de
grupos conservadores. A la larga,
las empresas televisoras no ignorarán el éxito comercial de ésta y
otras series con enfoque semejante,
que acabarán por tener un espacio
amplio en las pantallas domésticas.
Un valor adicional del diccionario es el cuidadoso tratamiento que
presta a las expresiones culturales
de España y América Latina. Tal
vez algunas de las entradas relativas al activismo gay de la península ibérica tengan un interés más
bien local, lo que no ocurre con
perfiles como el dedicado a Miguel
de Molina —el cantante malague-
345
lecturas
ño exiliado en Argentina, que estuvo de paso en México y es célebre por sus interpretaciones de
“Ojos verdes” y de la desgarrada
canción “La bien pagá”, a la que
dota de una intensidad emocional
alejada del estereotipo viril— o el
que se ocupa de Cristina Peri Rossi
—escritora de origen uruguayo
exiliada en España, cuya mirada
divertida sobre el lesbianismo rompe con su acostumbrada patologización— o la ficha sobre Gregorio
Marañón, médico y ensayista quien
consideraba la homosexualidad
como un complejo objeto de estudio científico y no como un delito
que debiera penarse por la ley, y que
en los años treinta dio a conocer en
el mundo hispano el pensamiento de Magnus Hirschfield, activista defensor de los derechos de las
minorías sexuales.
Para México, el diccionario considera a las ineludibles Sor Juana
Inés de la Cruz y Frida Kahlo y la
nómina contemporánea es amplia:
las obras de Nancy Cárdenas, Carlos Monsiváis, Jaime Humberto
Hermosillo, Xavier Villaurrutia,
Juan Gabriel, Luis Zapata, José Joaquín Blanco y, por supuesto, Salvador Novo son objeto de cuidadosos
perfiles. Atento a las complejidades de temas y personajes, Mira
escapa de los esquemas santificadores y, por ejemplo, no pasa por alto
“el reaccionarismo político galopan-
te de la última etapa” del autor de
La estatua de sal. La omisión sobresaliente de Carlos Pellicer podrá ser corregida en ediciones
futuras, que también podrían enriquecerse con referencias a las
novelas de Cristina Rivera-Garza,
y a los espectáculos de Astrid
Hadad, Jesusa Rodríguez, Liliana
Felipe y Tito Vasconcelos, entre otras
añadiduras.
Los diccionarios son espejos del
canon cultural hegemónico, ese conjunto de obras consagradas cuyos
valores culturales y artísticos se
reproducen y se recrean a sí mismos. El diccionario de Alberto
Mira —que recientemente entró en
circulación en México— contribuye a consolidar un canon contrahegemónico —esbozado en la pequeña
biblioteca gay de Salvador Novo—
cuyas claves empiezan a dejar de
ser un código secreto para un círculo de iniciados y, más allá del gueto,
pueden ser apreciadas por cualquier
persona deseosa de entender y disfrutar una muy rica dimensión del
arte y la cultura que con frecuencia
permanece invisible.
Gabriela Cano
Alberto Mira: Para entendernos.
Diccionario de cultura homosexual,
gay y lésbica, 2ª ed. revisada y ampliada, Ediciones La Tempestad,
Barcelona, 2002.
346
Teresa Valdés
Las mujeres y la tierra
resentar este libro es un honor y una alegría para mí.
Magdalena León y Carmen Diana
Deere son dos grandes cientistas
sociales latinoamericanas, feministas comprometidas con la
igualdad de la mujer que han hecho contribuciones muy significativas en el pasado y vuelven a
hacerlo con esta publicación. Mucho más que un libro, se trata de
una obra de referencia obligada
para quienes se interesan en un
conjunto de temas relacionados.
Se trata de una gran obra, que recoge una historia difícil y convoca a la acción, y que me lleva a un
abanico de reflexiones, más allá
de comentar sus contenidos y su
forma.
En primer lugar, es necesario
destacar que este libro, en sí mismo, representa un quehacer colectivo que recoge otro proceso
colectivo: el de las mujeres rurales latinoamericanas en sus diferentes condiciones de tenencia de
la tierra y acceso a la propiedad.
En efecto, el liderazgo comprometido de Magdalena y Carmen Diana puso en movimiento a un buen
número de mujeres y algunos
hombres de la región para reunir
P
347
información, entregar datos inéditos, compartir saberes y lograr
esta obra urgente, necesaria, tejida con tesón a lo largo de varios
años. Ello significó la búsqueda de
recursos para investigar, viajes por
los diferentes países, peticiones de
bibliografía e información específica, días de encierro escribiendo,
cientos de comunicaciones electrónicas, la búsqueda de financiamiento para la publicación y la
presentación y devolución de resultados en los países incluidos en
el proyecto. Los resultados de
todo el proceso son admirables.
El proyecto incluyó doce países:
México, Bolivia, Costa Rica, Guatemala, Ecuador, Colombia, Brasil, Perú, Chile, El Salvador,
Honduras y Nicaragua.
En segundo lugar, sobresale
esta obra por la rigurosidad y celo
académico con que ha sido elaborada, por el volumen de información reunida, por el esfuerzo
en documentar al máximo la historia y los procesos que se propusieron analizar. Ante la falta de
información, no se contentaron
las autoras con lo que había en las
bibliotecas a las que tenían acceso, sino que pusieron en tensión
la red de amigas, colegas y contactos. Elaboraron así cuadros
comparativos que son de gran
utilidad. La bibliografía tiene más
de 60 páginas.
lecturas
En lo formal, se trata de una
obra didáctica que elabora paso a
paso sus fundamentos, objetivos
y argumentos. Al mismo tiempo,
cada capítulo se contiene en sí
mismo, de modo que se pueden
leer en forma independiente. El
interés comparativo es uno de sus
ejes fundamentales, lo que vuelve visibles semejanzas y diferencias entre los distintos países que
son presentadas en cuadros resumen.
En tercer lugar, este libro es en
sí mismo una buena noticia porque llena un vacío de conocimientos muy importante en la región:
la situación de los derechos de las
mujeres a la tierra, entendidos
como “la propiedad, el usufructo
—derecho de uso— asociados con
diferentes grados de libertad para
arrendar, hipotecar, legar o vender
la tierra”, susceptibles de reclamaciones legales, aplicables por autoridad externa legitimada; los
procesos y las condiciones que han
generado la situación de desigualdad que viven las mujeres y los
esfuerzos realizados por ellas mismas por mejorar esa situación en
contextos distintos y cambiantes.
Sin embargo, al mismo tiempo
entrega muy malas noticias: la
magnitud de la desigualdad que
vive un sector significativo de
mujeres, lo arraigada que está esa
desigualdad en distintos ámbitos
de la cultura y la vida social, particularmente en la legislación, en
las políticas, en las prácticas sociales, en las organizaciones campesinas. Argumentan las autoras
que la desigualdad de género en
la propiedad de la tierra en América Latina tiene que ver con la
familia, la comunidad, el estado
y el mercado. Que se debe a preferencias masculinas en la herencia, la adjudicación por el estado
y la compra en el mercado. También hay desigualdad en las tierras comunitarias por los usos y
costumbres.
En cuarto lugar, el proyecto y
el libro resultante consideran un
plan completo y complejo de análisis, que aborda el proceso —histórico, económico y social— de la
igualdad de género en la propiedad de la tierra, incluyendo el
quehacer del movimiento de mujeres y el contexto internacional.
El libro hace visible el impacto de
la desigualdad en la reproducción
y acentuación de la pobreza, así
como en la exclusión sistemática
de las mujeres y el deterioro de
su bienestar y el de sus hijos.
En lo sustantivo, repone un
debate teórico-político para el
movimiento de mujeres que, en
los últimos años, como bien lo
señala Nancy Fraser, se ha centrado en mayor medida en los temas de reconocimiento que en los
348
Teresa Valdés
de redistribución y justicia social.
La atención ha estado centrada
más en la identidad de las mujeres como género y en la lucha por
el reconocimiento de las desigualdades entre hombres y mujeres.
La atención a la dimensión cultural ha desdibujado el imaginario
político de justicia social, lo que
vuelve necesario retomar la discusión sobre las condiciones materiales y mostrar su interconexión
con los temas del reconocimiento
de las diferencias, cuando la categoría mujeres está marcada por
desigualdades de clase, raza, etnicidad, nacionalidad, generación
y preferencias sexuales.
Esa es la propuesta que está
presente en este trabajo. Se trata
de abordar la relación entre género y propiedad y mostrar que la
redistribución de la propiedad es
fundamental para transformar las
relaciones de género y acabar con
la subordinación de las mujeres a
los hombres. Las autoras señalan
que, si bien Engels puso este tema
en el análisis social y político, hecho que marcó la agenda feminista y generó gran debate, el énfasis
se puso en el trabajo asalariado y
no se contempló la propiedad
como forma de cambiar la posición de la mujer, por ejemplo, al
discutir en los años setenta y
ochenta la propuesta de Mujeres
en el Desarrollo.
349
Las autoras elaboran los argumentos que sustentan esta posición y asumen una perspectiva
de poder/empoderamiento como
núcleo central: la ciudadanía de
las mujeres y la ciudadanía de las
mujeres rurales.
Recorrer las páginas de este libro me llevó a pensar una y otra
vez en las políticas del olvido y en
la importancia de recuperar y reconstruir la memoria colectiva. En
efecto, pesan sobre las mujeres
rurales e indígenas acciones sistemáticas destinadas al olvido.
Pues aunque el conjunto de las
mujeres hemos vivido esa experiencia por siglos y siglos, en
nuestro cuerpo, en nuestra creación, en lo que es nuestro aporte
permanente a la economía y a la
sociedad toda, las mujeres rurales lo experimentan de maneras
mucho más duras.
Uno de los mecanismos que se
devela es la persistente discrepancia entre la igualdad formal de
mujeres y hombres ante la ley y
el logro de la igualdad real, que
se expresa muy bien en el caso de
los derechos a la tierra. Ello invisibiliza y oculta la desigualdad.
Otro mecanismo de olvido/invisibilización es la ideología del
familismo que se basa en la noción de que el jefe de hogar es el
varón, que sus acciones están
motivadas por el altruismo hacia
lecturas
su familia y nunca por el interés
propio y/o la búsqueda de conservación del poder. Esta ideología
ha impregnado la visión tanto de
economistas como de políticos
hasta el día de hoy, si bien los
análisis feministas han demostrado su falsedad.
A lo largo de la lectura se siente el peso de la opresión de las
mujeres campesinas, de la discriminación arraigada por siglos en
su vida, y se siente también una
profunda impotencia. Es cierto
que existen avances y Magdalena
y Carmen Diana subrayan los logros alcanzados a partir de la acción de las propias mujeres. Esos
logros tienen relación con la capacidad de articular estrategias
desde la academia, el movimiento social, el gobierno y el respaldo internacional, para reformar la
legislación y establecer algunas
políticas hacia la igualdad, pero
es imposible no sentir que, al ritmo de las reformas neoliberales,
la tendencia en las políticas agrarias es que no apuntan a la igualdad real de las mujeres, aunque
se declare en los textos jurídicos
la igualdad formal. De hecho, al
finalizar el siglo XX, la concentración de la propiedad de la tierra
va de la mano con la concentración de la pobreza en el campo.
Finalmente, las autoras proponen una agenda de acciones y se-
ñalan que existen pocas dudas de
que la consagración de los derechos independientes a la tierra
para todas las mujeres deba ser
una meta de las feministas. De esa
agenda destacamos los siguientes
aspectos:
—Aliviar la pobreza rural a través de la redistribución de la tierra, del mismo modo en que se
realiza con la propiedad de la vivienda urbana.
—Implementar la titulación
conjunta obligatoria a las parejas,
independientemente del estado civil, puesto que refuerza la doble
jefatura de hogar, y poner en marcha medidas de acción afirmativa
para aumentar la propiedad de la
tierra en manos de las mujeres.
Varios países lo han incluido en
su legislación y los datos aportados muestran avances sustantivos.
—Replicar en el campo las políticas que dan prioridad en la titulación a mujeres jefas de hogar
(Chile).
—Legislar sobre la herencia a
las mujeres y los derechos de sucesión de las viviendas.
—Examinar los regímenes matrimoniales de propiedad y sus
consecuencias.
—Desarrollar una vigilancia
constante, desde el movimiento
de mujeres, especialmente atendiendo a que los avances no son
350
Teresa Valdés
lineales ni progresivos, sino que
son susceptibles de ser revertidos
por los cambios de las autoridades políticas y los balances de
poder en la sociedad. No obstante, las tareas del movimiento de
mujeres difieren según las características de los países.
—Velar para que, en las oficinas nacionales de la mujer, no se
discrimine a las mujeres agricultoras en cuanto a crédito, capacitación, acceso a tecnología y
asistencia técnica.
—En países con poblaciones indígenas numerosas y formas comunales de propiedad de la tierra,
recomiendan establecer y cautelar
el derecho de las mujeres a estar
representadas en las estructuras
de gobierno comunal.
—Promover la propiedad de las
mujeres en las cooperativas de producción y la participación de las
mujeres en el mercado de tierras
como compradoras, lo que supone el acceso a capital y crédito.
—Desarrollar nuevas investigaciones para las que delinean un
programa de temas y problemas
que debe cubrirse.
Frente a la pregunta inevitable
sobre cómo volver irreversibles las
ganancias que favorecen los cambios en las relaciones de género,
las autoras subrayan la necesidad
de dar sostenibilidad a las alian-
351
zas estratégicas mediante las cuales se impulsaron los cambios que
han tenido efectos positivos, independientemente del gobierno en
el poder, y desarrollar acciones de
control ciudadano: constituir una
masa crítica en la sociedad civil y
promover las alianzas entre sectores de mujeres.
El desafío queda ahora en manos de todos quienes propugnamos y luchamos por una cultura
y una sociedad equitativa y plenamente igualitaria.
Teresa Valdés
Carmen Diana Deere y Magdalena León: Género, propiedad y
empoderamiento: tierra, Estado y
mercado en América Latina. Primera edición en español, Bogotá:
Tercer Mundo editores/UN Facultad de Ciencias Humanas, 2000.
Segunda edición en español,
México: Universidad Autónoma
de México/FLACSO, sede Ecuador,
2002. Edición en inglés, Empowering Women: Land and Property
Rights in Latin America, Pittsburgh: University of Pittsburgh
Press, 2001. Edición en portugués,
O Empoderamento Da Mulher:
Dereitos a terra e dereitos de
propiedade na América Latina, Porto Alegre: UFRGS/Fundacion Ford/
PGDR, 2002.
lecturas
La prostitución
en México
l texto de Fernanda Nuñez, La
prostitución y su represión en la
ciudad de México (siglo XIX). Prácticas y representaciones, nos ofrece un
fascinante recorrido por el mundo
de la prostitución en la segunda
mitad del siglo XIX. La autora nos
lleva de la mano para conocer una
parte significativa de la instalación
en nuestro país de eso que Foucault
ha denominado “el dispositivo de
sexualidad”. La exhaustiva revisión de las fuentes, su minucioso
análisis y una brillante interpretación de los discursos ofrecen un
panorama, en el más puro estilo malinowskiano, de la diferencia entre
lo que se dice que se hace, lo que se
dice que se debe hacer y lo que
realmente se hace.
En este periodo está ocurriendo
el tránsito de los valores de una
sociedad colonial bastante laxa en
materia de reglamentación de los
cuerpos, en la cual el dogma es el
criterio de verdad y los males de la
humanidad son producto del castigo divino. Este tránsito se dirige
hacia una sociedad disciplinaria
construida gracias a un aparato de
profesionales que se arroga el derecho de administrar la vida, de hi-
E
gienizar los cuerpos, de condenar
las prácticas. Derecho, sin embargo, nos dirá Fernanda, no logrado
sin arduas luchas por parte de los
sujetados, quienes a la larga perderán la batalla por encontrarse fuera de la incuestionable verdad
científica: Dios porta ahora bata de
médico y penetra en las conciencias a través de pústulas, chancros,
úlceras y leucorreas, terroríficas
escenas de lo que la promiscuidad,
la intemperancia y el vicio pueden
acarrear. Por ello es de vital importancia disciplinar a los insumisos,
vigilar a los pertinaces, castigar a
los irredentos.
Pero el cuerpo del que se vale
esta sociedad para repartir ejemplos
y tratar de domesticar libidos no
es un cuerpo neutro, abstracto,
universal. Tiene, ciertamente, género y clase: es el cuerpo prostituido de la mujer pobre, a veces
indígena, que requiere completar
exiguos ingresos para subsistir
bajo un contrato social suscrito
por individuos “libres” e “iguales”, cuerpo que, según esos sabios personajes, viene arrastrando
la marca del vicio y la degradación
de generaciones pasadas. La ciencia burguesa, fascinada con el descubrimiento de las leyes de la
herencia y la elaboración de teorías
como el darwinismo social, encuentra en ellas el argumento perfecto para desligar el esquema
352
Rosío Córdova Plaza
político-económico liberal de los
males sociales (¿no nos suena muy
neofamiliar?). Así, en el más puro
individualismo ontológico se afirma que los problemas de la sociedad son producto de la ignorancia,
la enfermedad, el vicio de los pobres, que por eso son pobres, por
viciosos, enfermos e ignorantes. Y
de entre ellos, los peores son las
mujeres, quienes por su misma
animalidad, su misma naturaleza
irracional, perezosa, caprichosa,
hipócrita, parásita —y ahí está la
estetopigia como fenotipo infamante que las denuncia aunque quieran ocultarlo— son presas fáciles
de los atavismos que su herencia
reclama y que su vagina transhumante exige, al contrario de la pulcra y casta vagina del “ángel del
hogar”. Desde su aséptica superioridad, la burguesía se horroriza y,
por supuesto, se deslinda y se yergue en juez, misógino, sexofóbico,
clasista. Por eso la prostitución
masculina se ignora, no se registra, no existe para no echar por tierra las premisas elaboradas con
tanto cuidado al interior de un sistema de género dicotómico que ha
naturalizado la asignación de poder.
Sin embargo, el texto no se queda ahí, dejándonos el mal sabor de
boca del discurso normalizante y
naturalizador, sino que narra las
argucias del(a) subordinado(a) para
evadir el cerco de los barones de la
medicina, quienes se desean omnipotentes, pero que tendrán que
esperar todavía varias décadas para
lograr que su palabra sea la Ley.
Vemos los recursos de las matronas que cohechan a la autoridad;
las mujeres que se escapan por las
ventanas de los hospitales en los
que se las mantiene secuestradas
“por su propio bien” (¡maravillosa
sentencia!); diversifican sus lugares de trabajo: de uno a otro burdel, a la calle, a su propia casa, se
conchaban los oficios de algún
cliente que salga en su defensa, y
hasta recurren a la fuerza, echándoles montón a esos santos varones, mintiendo, apedreando,
escabulléndose. Y sobre ese punto
me detengo aquí para que el lector
se quede con ganas de disfrutar por
sí mismo o misma el libro.
Quiero señalar ahora la importancia de un texto histórico como
el que Fernanda nos regala para
entender qué de contingente, qué
de arbitrario tiene la actividad humana. Por un lado, se constata la
particularidad histórica de ese mal
llamado “oficio más antiguo de la
humanidad”, para cuestionar la definición del término como “comercio que una mujer hace de su
cuerpo entregándose a los hombres
por dinero” (Gran diccionario enciclopédico ilustrado, del Reader´s
Digest, 1972: 3066): para hablar de
353
lecturas
prostitución y prostitutas y, por
qué no, de prostitutos, necesitamos
situarnos en un contexto históricosocial específico, pues no es lo mismo la prostitución sagrada de la
antigua Babilonia, donde las denominadas “vírgenes” del templo
vendían sus favores a quienes cubrían la cuota de la diosa Ishtar y
eran consideradas como mujeres
religiosas y honorables; no es lo
mismo la exaltación de la virilidad
y la falocracia del lupanare de la antigua Pompeya donde las especialidades gimnásticas de las
prostitutas se exhibían en los muros, que los prostíbula pública del
Renacimiento en Francia donde la
fornicación se ejercía oficialmente
en espacios protegidos por el municipio o la autoridad señorial, que
tenían prácticamente el monopolio
de la prostitución; ni son lo mismo, incluso, los servicios intelectuales, estéticos y, por supuesto,
sexuales de las geishas japonesas
que entretienen a los hombres con
el conocimiento y aprobación forzada de sus consortes. El significado y la valoración de actos y
sujetos hace justamente la diferencia entre una vestal consagrada y
esos “detritus” sociales de fin del
siglo XIX en la Ciudad de México
de los que nos habla Fernanda.
Hace la diferencia entre la cocotte
de lujo que es asediada y consentida por amigos ricos e influyentes,
y la criadita desflorada por el hijo
del patrón, que se prostituye en los
oscuros callejones. Y no es, ciertamente, comparable con la diversificación de la oferta sexual en
nuestra era cibernética y globalizada, de perversiones clasificadas que
florecen en un nicho comercial específico para su mercadeo. La prostitución de ayer es en muchos
sentidos incomparable con el trabajo sexual de hoy.
Pero, por otro lado, es interesante descubrir ciertas continuidades
entre esos personajes, caricaturescos por hiberbólicos, que nos da a
conocer el texto y nuestras actuales concepciones sobre el ejercicio
del sexo comercial y público, no
con el afán de establecer universales e hipostasiar categorías y significados, sino para resaltar cómo se
cuela el puritanismo burgués en
nuestras propias conciencias, cómo
el dispositivo de sexualidad, mediante la implantación de un modelo hegemónico de lo que debe
ser el sexo, produce urgencias, crea
excitaciones, moldea juicios y sanciona conductas genéricamente diferenciadas.
Al igual que en el siglo XIX, el
modelo de sexualidad alienta, protege y minimiza el sexo predador
en unos, y vigila y sanciona el sexo
calculador en otras. Y si creemos
que esas formas han quedado en el
pasado, pensemos un poco en la
354
Rosío Córdova Plaza
condena al aborto o en las justificaciones a la violación o a la violencia conyugal. Así, los rasgos
distintivos de las prostitutas coinciden de manera sorprendente con
algunos estereotipos que he encontrado en áreas rurales del centro de
Veracruz en la actualidad: la puta
se antoja estéril, acepta clientes
indiscriminadamente, es ninfómana pero no obtiene placer.
Entonces, curioso resulta, a la
lectura del texto, percatarnos de
la vigencia de algunos argumentos y de la forma de presentarlos.
Mencionaré una perla: Fernanda
cita a sus médicos, quienes refieren que una mujer decente no trabaja, se dedica a su hogar y a educar
a sus hijos. Las pobres, las que por
fuerza entran al mercado laboral
para subsistir, son las culpables al
irse a trabajar y descuidar a su familia de todos los males que se atribuyen a las clases peligrosas:
promiscuidad, insalubridad, mortalidad, embriaguez. ¿Acaso no
hemos escuchado esos mismos argumentos en boca de Nilda Patricia
Velasco de Zedillo cuando en una
entrevista a los medios acusa a las
mujeres de los problemas sociales
por dejar el hogar para trabajar,
gastar su dinero en medias y, claro, cuando los hijos llegan a casa
no hay comida y tienen todos que
irse a malalimentar de hamburguesas a McDonald’s, provocando con
ello la drogadicción y el descarrío
de las nuevas generaciones?
Y qué decir del capítulo dedicado a la sífilis y a la construcción
del mal venéreo, que podemos
comparar, casi palabra por palabra,
con lo que hoy escuchamos con
respecto al sida y sus formas de
contagio: el mal gálico puede ser
transmitido a través de una viuda
sana vuelta a casar, cuyo primer
marido haya sido sifilítico, a los
hijos de su nueva unión; también
a través de cubiertos sucios, operaciones quirúrgicas, prácticas religiosas (es una pena que las
fuentes no permitan descubrir cuáles), la leche materna, vacunas, las
caricias de un sifilítico... Nos da
risa ¿no?, ¿qué acaso no podríamos
contraer sida por la saliva, las lágrimas o hasta la picadura de un
mosquito? ¿No ha venido a ser el
sida una bendición para nuestras
ilustres conciencias pro-vida —que
anatemizan la fornicación y se niegan a pronunciar la palabra “condón”— como lo fue la sífilis en el
siglo XIX?
Fernanda señala, asimismo, una
cuestión del sexo comercial de indudable vigencia y en la que no reparamos demasiado: la prostitución
es una actividad temporal, a la cual
una mujer puede entrar y de la
cual puede salir en función de sus
necesidades económicas. Su criminalización nos facilita olvidar que
es una actividad lucrativa, para la
355
lecturas
que siempre existe un mercado. Pero
también olvidamos que no es solamente económica, pues puede tener otras motivaciones que la hagan
atractiva. Para ilustrar este punto y
terminar mi comentario, sólo quiero citar el testimonio de una mujer
a quien conocí el año pasado. Joven y atractiva, ella es la encargada
del centro de información sobre
prostitución en la ciudad de Ámsterdam, dependencia del ayuntamiento que proporciona orientación
a quien la solicite. Al interrogarla,
manifestó que una de las épocas
más felices de su vida había sido
los años en que se dedicó al trabajo
sexual antes de casarse, porque
siempre se había sentido fea y mientras ejercía el oficio recibía cotidianamente la confirmación de lo bella,
deseable y competente que era.
Una lección nos queda de todo
ello: la sexualidad sigue categorizándose en términos de culpabilidad e inocencia como resultado de
una ética sexual que se aferra como
tabla de náufrago a la heterosexualidad obligatoria, la monogamia, la
dicotomía pasivo/activo, el falocentrismo. Es claro también que dentro del universo del comercio
sexual existen extremos de violencia, degradación y esclavitud que
hay que denunciar y atacar, pero,
en otro sentido ¿no podemos aceptar en nuestra mentalidad pequeñoburguesa y decimonónica que
para algunos y algunas la venta de
sexo es realmente una opción?
Sólo me resta invitarlos calurosamente a la lectura de un texto fascinante que nos hace cuestionar
algunas de nuestras más caras certezas.
Rosío Córdova Plaza
Núñez Becerra, Fernanda: La
prostitución y su represión en la ciudad de México (siglo XIX). Prácticas y
representaciones, Gedisa, Barcelona,
2002.
356
Matthew C. Gutmann
Para ubicar el género
osario Montoya, Lessie Jo
Frazier y Janise Hurtig han
compilado una colección de ensayos sofisticada, llena de matices y
profundamente fundamentada, sobre el género, que retoma el trabajo
etnográfico, histórico y teórico realizado por algunos de los principales especialistas en género de
América Latina. El libro comienza
y cierra con dos ensayos breves y
provocadores de Ruth Behar y June
Nash, y alcanza así el objetivo de
las editoras de echar abajo algunas de las cercas que rodean los
estudios de género en la región,
de desalambrar, con habilidad, desenvoltura y claridad.
Muchas de las participantes parecen provenir del doctorado de
Michigan, y tal vez una de las consecuencias de ello es que predomina en muchos ensayos la atención
que se presta a las historias de género y a las complejidades de lo
local. Las dicotomías son descartadas a lo largo de todo el libro, desde el análisis de Hurtig sobre la
población estudiantil venezolana y
el debate acerca del papel de las
mujeres en la sociedad hasta el
análisis folklorista y provocador
—aunque hasta cierto punto es-
R
peculativo— de Barry Lyon sobre
resistencia y masculinidad en el altiplano ecuatoriano, y el cuestionamiento que hace Montoya de los
asuntos públicos/privados en Nicaragua. Susan Paulson presenta
un estudio fascinante sobre la relación de la burocracia con el género
y la etnicidad y las políticas de género en Bolivia, mientras que Marisol de la Cadena se centra en las
políticas raciales de ubicación en
Perú, en un ensayo evocador y lleno de matices sobre la historia de
las mujeres del mercado de Cusco.
Aunque la mayoría de los ensayos se centran en las mujeres, esto
sin duda es producto del hecho de
que hasta la fecha se han realizado
muy pocos estudios y se han escrito muchos menos que incluyan
(o se centren) en los hombres dentro del panteón del género. El trabajo de Ana María Alonso sintoniza
con la interrelación entre hombres
y mujeres en la constelación de las
relaciones de género, mientras que
Charles Klein examina cuestiones
ideológicas y organizacionales sobre la violencia en contra de los
travestis (a quienes llama personas
transgénero y no travestis o transexuales que es como se emplean
estos términos en Estados Unidos
hoy en día) en Porto Alegre, Brasil.
Klein se ubica en el sur de Brasil y,
como Paulson en Bolivia y Víctor
Ortiz en la frontera entre México y
357
lecturas
Estados Unidos, el tema de la organización a partir del género está
conceptualizada de diversas y originales maneras. Marta Lamas contribuye con un ensayo muy bueno
basado en su largo estudio y trabajo de abogacía con prostitutas en
la Ciudad de México; hubiera sido
incluso mejor si las voces de los
clientes se hubieran discutido y
analizado.
Marysa Navarro ha hecho una
crítica respestuosa, confío en ello,
a la formulación de Evelyn Stevens
que presentó el “marianismo” (el
así llamado culto a la mujer eternamente sufriente) como un adecuado contraste con el machismo.
Aunque el machismo —y sus cronistas e historiadores—siga gozando de buena salud, esperamos que
este ensayo de Navarro sea ampliamente leído y tomado en cuenta:
nunca tuvo mucha utilidad esta etiqueta que se colocó a las mujeres
—de hecho el impacto de esta formulación puede haber sido incluso más perniciosa que la idea de
que el machismo es característico
de todos los hombres que habitan
al sur del Río Bravo/Grande— y la
verdad es que deberíamos dejarla
de lado y olvidarla.
Leí Gender´s Place durante mi regreso de un viaje a Bogotá, y su
lectura fue un placer a la luz de
todas las discusiones que venía
de tener con colegas estudiosos
de la antropología y el género en
la Universidad Nacional de Colombia. Sin embargo, dado el alto nivel académico y del debate respecto
del género y la sexualidad en el que
recién había participado, la lectura
de este libro fue también decepcionante debido a la sorprendente
ausencia de referencias a los trabajos de feministas latinoamericanas
en la mayoría de las contribuciones. Esta ausencia se ve parcialmente remediada con la inclusión
de capítulos como los de Marta
Lamas y Sonia Montesino, y de feministas nacidas en América Latina que enseñan en los Estados
Unidos como De la Cadena.
A pesar de todo y dada la riqueza y variedad de la literatura feminista de la región, aquí se perdió
la oportunidad de mostrar a un
público lector más amplio del
mundo angloparlante lo mucho
que las estudiosas de los Estados
Unidos tienen que aprender de las
feministas latinoamericanas. ¿Por
qué tantos ensayos citan sólo el trabajo de personas como Germaine
Greer, Chandra Mohanty y Sherry
Ortner, y por qué no se menciona
el trabajo de gente como Magdalena León (Colombia), Gioconda
Herrera (Ecuador), Teresa Valdés y
José Olavarría (Chile), Teresita de
Barbieri (México) y Maria Luiza
Heilborn (Brasil). Esto es en verdad desafortunado.
358
Matthew C. Gutmann
Sin embargo, si hablamos de la
recopilación como un todo, se trata de un libro maravilloso que sí
logra romper con muchos de los
paradigmas encasillantes y encasilladores que se han empleado en
los estudios de género sobre América Latina y que añade substancia
a la rica etnografía de género y
sexualidad de América Latina. Este
volumen se convertirá en un texto
popular en las clases de estudios
de género y sobre América Latina,
a la vez que los objetivos del libro
y muchos de sus capítulos contribuirán a trazar nuevas rutas para la
localización del lugar del género en
el continente americano.
Matthew C. Gutmann
Rosario Montoya, Lessie Jo Frazier
y Janisse Hurtig (eds.): Gender´s Place: Feminist Anthropologies of Latin
America, Palgrave Macmillan, Nueva York, 2002.
359
lecturas
Comentarios sobre
Debates en torno a
una metodología
feminista
Las ciencias sociales y el
feminismo
María J. Rodríguez-Shadow
n años recientes las preocupaciones metodológicas dentro
de la investigación feminista han
sido planteadas en diversas obras
editadas en el extranjero, entre éstas pueden mencionarse las de
Diane Wolf (ed.), Feminist Dilemmas
in Fieldwork (1996); Shulamit Reinharz, Feminist Methods in Social
Research (1992); Mary Fonow y
Judith Cook (ed.), Beyond Methodology; Feminist Scholarship as Lived
Research (1991); Joyce McCarl
Nielsen (ed.), Feminist Research
Methods (1991); Nancy Tuana (ed.),
Feminism and Science (1989); Sandra
Harding (ed.), Feminism and Methodology (1987); y Teresa de Lauretis
(ed.), Feminist Studies/Critical Studies
(1986), entre otras.
A pesar de la obvia importancia
de los textos citados arriba, lamentablemente, en nuestro país son
poco conocidos por el público en
general y aun por algunos estudiosos no familiarizados con el idio-
E
ma en el que están publicados. Esto
explica el éxito que han tenido libros y revistas en los que han aparecido traducciones de ensayos que
se han convertido en referencia
obligada, por ejemplo las compilaciones de Carmen Ramos, El género en perspectiva, de la dominación
universal a la representación múltiple
(1991); la de Olivia Harris y Kate
Young, Antropología y feminismo
(1979); de Marta Lamas, El género:
la construcción cultural de la diferencia sexual (1996); el libro de Martin
y Voorhies, La mujer: un enfoque antropológico (1979); y el número 30
de la revista Nueva Antropología
(1986), entre otros.
En México, esta problemática ha
llamado la atención de algunas estudiosas que han publicado algunos ensayos. Sin embargo, el
material disponible es escaso y disperso. Los ensayos incluidos en la
compilación Debates en torno a una
metodología feminista vienen a llenar este vacío, carencia largamente
lamentada tanto por metodólogos
como por estudiantes.
Se trata de una antología compuesta por nueve ensayos, cada
uno de los cuales aborda aspectos
y ángulos importantes en torno al
debate relacionado con las preocupaciones metodológicas dentro de
la investigación feminista. El problema que se plantea en esta obra
es un tema de candente actualidad
en las ciencias sociales en general
360
Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti
y en especial en los debates en las
disciplinas de la antropología, la
sociología, la historia y la filosofía.
Esta obra constituye un esfuerzo
conjunto de destacadas especialistas en estudios de género que trabajan en nuestro país, cada una de
las cuales ha sobresalido en su respectiva disciplina, tanto por su
compromiso científico, como por
la profundidad de sus conocimientos y sus aportes al avance de los
estudios e investigaciones en torno a las mujeres, su historia y su
condición.
El propósito de esta compilación es poner en la mesa de debates una discusión todavía inacabada
respecto al carácter de los vínculos
y las relaciones que se establecen
entre las investigadoras y los sujetos femeninos “investigados”, por
una parte, y la cuestión teóricometodológica, por la otra. La motivación tras la puesta a punto de
esta obra es contribuir a la controversia en torno al nexo cienciapolítica.
La “Presentación” de Eli Bartra
ofrece de manera sintética una panorámica del estado del debate y
describe el contenido de los ensayos que componen la antología
haciendo, además, algunas anotaciones puntuales en relación con
la traducción y los conceptos empleados. De entrada se establece
que en la cuestión de la metodolo-
gía feminista no existe un consenso, pero se sientan las bases para
una discusión.
En la segunda sección, “¿Existe
un método feminista?” Sandra
Harding, conocida filósofa estadounidense, profesora de la Universidad de California en Los Ángeles,
discute y aclara las diferencias que
existen entre método (técnicas de
recopilación de información), metodología (teoría y análisis de los
procedimientos de investigación) y
problemas epistemológicos (cuestiones relacionadas con la teoría del
conocimiento adecuado o estrategias de justificación del conocimiento), para concluir que, desde
su perspectiva, sí existe un método de investigación feminista.
En el artículo “Feminismo e investigación social. Nadando en
aguas revueltas”, Mary Goldsmith,
profesora investigadora del área
Mujer, Identidad y Poder de la
UAM-X, explora, con la erudición
que la caracteriza, algunos aspectos del debate en torno a la investigación feminista, y expone algunas
de las críticas feministas a las prácticas metodológicas en las ciencias
sociales en general y en especial en
la antropología. También se ocupa
de explorar la relación entre la academia y la política feminista.
En el ensayo “¿Investigación
sobre las mujeres o investigación
feminista? El debate en torno a la
361
lecturas
ciencia y la metodología feminista”,
Maria Maies responde a las críticas
que se han hecho a un artículo suyo
publicado anteriormente. Expone
varios ejemplos que ilustran la forma en la que se vincula el trabajo
de campo, la praxis y la investigación feminista.
Teresita de Barbieri, investigadora del Instituto de Investigaciones
Sociales de la UNAM, autora de la
quinta sección que trata “Acerca de
las propuestas metodológicas feministas” explora los problemas de la
teoría del conocimiento, las cuestiones metodológicas sobre la recolección de la información y
analiza aspectos propios de la sociología del conocimiento en varias
autoras feministas.
En “Reflexiones metodológicas”,
Eli Bartra analiza el estado del debate en torno a la existencia de un
método de investigación que pueda ser llamado con toda propiedad
feminista. Menciona las posturas
de algunas teóricas y concluye que
sí existe un método feminista ya
que una investigación de este corte dará prioridad a algunos aspectos de la realidad social sobre otros,
distinguiéndose porque utilizará
un marco conceptual distinto y
unas técnicas de recolección de
información específicas. Desde luego, como ella misma apuntó durante la presentación de este libro,
evento que se llevó a cabo en la
Benemérita Universidad Autónoma
de Puebla, sus propuestas son provisionales y están sujetas, como
todo conocimiento científico, a debate y discusión.
Anna M. Fernández Poncela, en
“Hilvanando palabras y cifras. Un
ejemplo sobre política, mujeres y
hombres”, se propone un acercamiento y entendimiento de la cultura y la participación política de
hombres y mujeres en nuestro
país. Aquí se plantea que los instrumentos que se han usado para
esto han sido la encuesta y el testimonio, que constituyen “un matrimonio metodológico”. Esta
antropóloga española, profesora
investigadora del área Mujer, Identidad y Poder de la UAM-X, ilustra
su trabajo con los resultados de sus
entrevistas.
En “Cuando hablan las mujeres”
Ana Lau Jaiven, investigadora del
Instituto Mora, célebre autora de La
nueva ola del feminismo en México,
explica en qué reside el valor de la
recopilación de los testimonios femeninos, examinando para ello las
líneas actuales de discusión acerca
de cómo se estudia a las mujeres y
las formas de acercarse a la investigación a partir de las entrevistas
de historias de vida para la producción de conocimientos.
En el artículo “Historia de las
mujeres del siglo XIX: algunos problemas metodológicos” Ana Lidia
362
Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti
García, historiadora adscrita al Colegio de México, plantea la historia oral como el método idóneo
para recuperar y analizar los contextos de poder en los que se producen las relaciones entre los
géneros. Esta reconstrucción de “lo
vivido” permite un acercamiento
a las representaciones sociales y
la experiencia vital de los sujetos
sociales.
Al reunir los ensayos que componen esta obra, Eli Bartra eligió
con cuidado a las competentes especialistas que se encargaron de elaborar sus contribuciones desde la
historiografía, la filosofía, la sociología y la antropología, así como la
temática que debería ser abordada
por cada una de ellas. De este
modo, consiguió que académicas
de mucho prestigio y renombre en
la construcción y la difusión del
pensamiento y la militancia feminista en México colaboraran con su
erudición en una obra que marcará
un hito en los estudios de género
en nuestro país. En esta compilación se incluyeron asimismo dos
artículos, traducidos del inglés,
cuya lectura resulta imprescindible.
Una de las muchas virtudes que
posee esta compilación es que los
materiales presentados en cada uno
de los artículos se basan en análisis
novedosos e investigaciones originales realizadas por las autoras.
Otra de sus cualidades, no menos importante, es que la redacción
de los ensayos ha sido muy cuidada, de manera que tanto ésta, como
la exposición de los datos y argumentos es clara, sistemática y coherente, lo cual permite que los
conceptos teóricos y categorías analíticas expuestos sean accesibles a
un público amplio, sin que por ello
pierdan relevancia y utilidad para
los académicos especialistas en las
áreas de referencia. Lo anterior da
como resultado que la compilación
se caracterice por el desarrollo sistemático de los resultados de los
estudios y la coherencia expositiva
y temática.
Su lectura resultará de gran utilidad a los metodólogos y a las especialistas y estudiosas de las
ciencias sociales, sean o no feministas, puesto que con este libro en
mano podrán debatir los argumentos de las autoras o encontrar una
respuesta a sus propias inquietudes metodológicas.
Sin ninguna duda, la publicación de este libro constituye un
parteaguas en la investigación social en nuestro país puesto que
contribuirá de manera significativa al planteamiento de una serie de
cuestiones que están siendo debatidas de manera acalorada en foros
más amplios en el nivel mundial.
Felicito sinceramente a Eli Bartra
por la selección tan atinada de los
363
lecturas
artículos que componen esta compilación y a las autoras por su extraordinaria calidad expositiva. Por
la forma en que está escrito, su
tema controvertido y los enfoques
adoptados se trata de un libro que
no sólo es útil para el aprendizaje
y el debate sino, sobre todo, para
su disfrute.
¿Hacia una metodología
feminista?
Martha García Amero
uele ocurrir que cuando
asistimos al despliegue cuidadoso de un conjunto de reflexiones acerca de algún asunto en
donde el rigor, la sinceridad y la
pasión son concitadas, se nos despierta una atención equivalente que
nos obliga a esforzarnos por seguir
las reflexiones aun si el asunto versa sobre temáticas que nos sean
poco familiares.
Una reflexión pública, rigurosa
y apasionada es, desde mi punto
de vista, un acto de generosidad
formidable. El esfuerzo intelectual
ofrenda sus frutos con el único afán
de hacerse él mismo inteligible.
Merece por eso el respeto que se
vuelca en la lectura atenta.
Éste es el mérito indudablemente primero, y no único, del libro
S
que hoy comentamos. Puesto que
Debates en torno a una metodología
feminista reúne los atributos que
mencionamos, es un libro que hay
que leer de principio a fin, pero con
ciertas recomendaciones.
La primera, leerlo sin permitir
que un juicio apresurado nos detenga o nos haga abandonarlo, sin
ceder a los pronunciamientos apasionados que tienen la fuerza suficiente para hacernos querer tomar
partido antes de entender. La segunda, leerlo anticipando con plena seguridad que al hacerlo, aun
si somos “neófitas” o legos, estaremos en posibilidades de que el
debate nos sea inteligible, e incluso de enterarnos de las polémicas
actualizadas en el campo de los
estudios de género.
Debo decir que intenté una lectura “desde fuera”, con la distancia necesaria que me permitiera
terminar el libro sin la sensación
de haber comprometido el juicio
con alguna de las posturas, o haber cometido la impertinencia de
opinar sin venir a cuento. Enterarme o comprender qué se debate y
por qué antes de otorgar simpatías
innecesarias.
Así, lo que resulta claro de inmediato es que el debate está en
curso, que las polémicas que se
exponen tienden a elaborar la materia sobre la que ulteriormente
habrá de debatirse mucho más. Y
también es claro para las autoras
364
Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti
que ahí es donde habrá de decidirse la problemática que se presenta,
al más alto nivel teórico.
Entiendo que ésa es la razón por
la que una y otra vez lo mencionan, pero no desenvuelven su argumentación. El libro no aborda las
cuestiones propiamente en el nivel de la epistemología o la teoría
del conocimiento (Teresita de
Barbieri, p.105), o en el nivel de la
relación entre “la política y la filosofía” aunque se considere que la
metodología expresa esta relación
(Eli Bartra, p.146).
Debates en torno a una metodología
feminista tiene el mérito enorme de
organizar la polémica documentándola con las aportaciones que la han
alimentado y que dan origen a la
pregunta eje del propio libro: la pregunta por una metodología feminista. Las primeras cien páginas nos
informan sobre esas vigorosas aportaciones y su consecuente impacto.
Y, entonces, justo a la mitad del
libro se abre paso otro tono en la
reflexión que nos permite apreciar
que son 30 años de elaboración intensa, que distingue, define y dota
de un enorme rigor argumentativo
a la polémica. El solo tono del documento da cuenta de la maduración del campo cognoscitivo,
contrasta para bien con los que le
preceden. A partir de ahí la polémica está domiciliada en nuestras
instituciones.
En un libro apasionado como
éste, la pasión es la que dibuja las
posturas que, desde mi punto de
vista, no son correctamente designadas porque no constituyen necesariamente polaridades.
Se presentan en él, con gran
honestidad de autoría original, posiciones encontradas respecto a la
existencia de una metodología feminista. Aparentemente una posición diría que sí y su contraria lo
negaría. No hay, pues, acuerdo
acerca de si existe una metodología feminista. Así, no se debate en
torno a ésta sino en torno a su existencia como tal. Es decir, la polémica expresa claramente que no
hay todavía una metodología feminista, pues si la hubiera el debate tal vez se centraría en su
suficiencia, sus alcances o sus límites, quizá en la manera en que
está fundamentada, pero no en
resolver la duda acerca de su existencia.
Desde mi punto de vista, el libro nos permite enterarnos de que
efectivamente existe un campo de
problematicidad en el que concurren distintas ciencias sociales, ninguna de las cuales puede dar
cuenta, por sí sola, de la complejidad de las cuestiones que se formulan desde los estudios de
género. Por el contrario, esa complejidad ha terminado por cuestionarlas a ellas severamente.
365
lecturas
A lo largo de 30 años, el campo
ha ganado en profundidad, extensión y rigor al punto de que goza
ya del reconocimiento general
acerca de la emergencia de esos
cuestionamientos originales, del
reconocimiento de la legitimidad
de las formas y el rigor a que obligó la necesidad de ensayar procedimientos igualmente originales,
cuyo fruto la reflexión cosecha.
Me parece que es el éxito de quienes lo han cultivado lo que les sitúa en condiciones de sistematizar
la originalidad de su contribución
cognoscitiva e interrogarse por su
sentido. En este punto, tuve la duda
acerca de si la pregunta le hace justicia a la envergadura de la tarea.
Me temo que no.
Los criterios con los que se afirma que sí existe una metodología
feminista son distintos de los que
manejan quienes dicen que por el
momento no, pero no dicen por
qué no. A una lectora externa sólo
le queda claro que no hay criterios
unificados, que hace falta la elaboración teórica que las mismas autoras una y otra vez señalan que
debe hacerse. Y que es, ni duda
cabe, elaboración epistemológica.
Sin la realización de esta tarea no
es posible dilucidar la pregunta
crucial que la madurez del campo
de problematicidad de los estudios
de género arroja y que es, desde mi
punto de vista, ¿cuál es el sentido
de su aportación cognoscitiva? Todo
ello en la inteligencia de que su originalidad no está puesta en duda.
Es esta contribución la que, mediante la polémica, el libro pone a
nuestro alcance. En la historia y la
sociología, en el saber comprometido con la acción, en la aspiración
final que creo que todos compartimos, ahí está dibujada esa labor.
La respuesta a la pregunta es, al
menos en esta ocasión, todavía una
deuda.
Los últimos renglones de la
obra nos dejan saber del ambicioso horizonte en donde ese sentido habrá de desplegarse; cito
parafraseando: “Hace falta insertar esta contribución tan rica y
original en procesos globales, formular un verdadero conocimiento
incluyendo a hombres y mujeres
en los procesos sociales que han
ido conformando este complejo
mosaico llamado México” (Ana
Lau Jaiven, p. 228).
En esa tarea nada se niega por
anticipado. Es un propósito fecundo en el que se sistematiza y se evalúa lo conseguido en términos de
la propia inteligibilidad, la vigencia de metas o el establecimiento de
otras nuevas y mejor sustentadas.
El libro encuentra en este esfuerzo
su sentido pleno y cumple a satisfacción lo que en el título promete.
Si, como suponemos, tiene el éxito
de público que merece, la investi-
366
Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti
gación de género y el propio feminismo se verán ampliamente beneficiados.
Suponer que esta sistematización pueda desembocar ulteriormente en una metodología de las
ciencias sociales tampoco puede
cancelarse por anticipado. Es legítimo aspirar a las más altas metas
de la elaboración teórica. Por supuesto que se tiene presente que
una propuesta semejante se compromete a formular la inteligibilidad del campo disciplinario de las
ciencias sociales sobre bases más
sólidas y configurar mejores horizontes para su desarrollo, con toda
la inmensa labor que cabe entre
esos puntos.
Pero todavía más,
la solución a una pregunta, expresada
en los términos de la propia pregunta, no altera necesariamente las categorías y conceptos que sirven de base
para formular la pregunta; si acaso les
añade autoridad y alarga su vida [...]
Un punto de inflexión significaría algo
distinto: un cambio radical en el marco conceptual en el que las preguntas
se habían planteado; nuevas ideas,
nuevas palabras, nuevas relaciones en
virtud de las cuales los problemas antiguos no son siempre resueltos, sino
que aparecen como algo remoto, ob-
1
soleto, a veces hasta ininteligible, de
manera que las dudas y problemas
angustiosos del pasado parecen extrañas formas del pensamiento, o confusiones pertenecientes a un mundo
ya desaparecido.1
Así pues, la nueva perspectiva,
llámese genericidad, teoría de la
diferencia o visión feminista, aspira a constituirse en un punto de
inflexión. Sin duda la tarea apenas
comienza.
También hará falta apoyarse y
beneficiarse de las contribuciones
del quehacer filosófico contemporáneo, no sólo la crítica que ha
decantado la contribución del positivismo (Leszek Kolakovski, por
ejemplo) o del cartesianismo (Ryle
o Stroud, también por ejemplo),
sino las fecundas aportaciones de
la filosofía del lenguaje, al menos
en la teoría del conocimiento, la
noción de lo simbólico e, incluso, los riesgos epistemológicos de
iniciar la reflexión con una dicotomía. Por eso resulta sumamente alentador que una filósofa, Eli
Bartra, propicie el debate feminista con miras tan ambiciosas y un
inicio generoso. Enhorabuena.
Isaiah Berlin, El sentido de la realidad, Taurus, Madrid, 1998.
367
lecturas
Desmontando viejas y
nuevas versiones
del pensamiento único
María Eugenia D’Aubeterre
estejamos hoy la presentación en Puebla del libro Debates en torno a una metodología feminista editado por la UAM-Xochimilco y
que ha compilado Eli Bartra, pionera en las investigaciones feministas en México, autora de uno de
los artículos en el mismo volumen,
junto con otras investigadoras que
cuentan como ella con una importante trayectoria en los estudios y
la militancia feminista. Tal es el caso
de Teresita de Barbieri, Mary
Goldsmith, Ana Lau Jaiven, profesoras e investigadoras que han
contribuido a la construcción y difusión del pensamiento feminista
en el país. El libro incluye también
los textos de Anna Fernández
Poncela, antropóloga, estudiosa de
la participación y cultura política
desde una perspectiva de género y
de Ana Lidia García, historiadora
que se ha se dedicado a la historiografía de las mujeres mexicanas en
el siglo XIX. Completan este volumen las traducciones del artículo de
la filósofa estadounidense Sandra
Harding y de un polémico texto de
la holandesa Maria Mies, escrito en
1991, en el que la autora da respuesta
F
a las críticas que despertó un artículo escrito una década atrás, en
1981, titulado “Hacia una metodología de la investigación feminista”.
Debo decir que el libro me hizo
evocar aquellos días de las acaloradas discusiones que se suscitaban
en los cursos de epistemología y
metodología que dictaba el maestro Enrique Carpena en la Facultad
de Filosofía y Letras de la UAP, a
inicios de los años ochenta. Los
filósofos del Círculo de Viena se
aposentaban en nuestra aula y Karl
Popper blandía su espada desenvainada contra el psicoanálisis, el
marxismo y todo aquello que oliera a relativismo y se tambaleara
frente a los embates de los ejemplos en contrario. Y qué decir de
Mario Bunge que nos persiguió
desde la licenciatura hasta los cursos de metodología del doctorado
en la rumbosa Escuela Nacional de
Antropología e Historia, con su
inveterado afán de convencernos de
la existencia de un método científico, sólido e inexpugnable cual
fortaleza medieval, como lo era su
descomunal decálogo de pastas azules sobre la materia que los estudiantes tuvimos que fichar con la
paciencia de un monje en los tiempos de la maestría que se impartía
por aquellos años en la Facultad de
Filosofía de esta universidad. Recuerdo que en los pasillos y en las
tertulias del café circulaba el rumor
368
Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti
de que la fobia que trasudaban los
escritos de Bunge frente al psicoanálisis, obedecía a que fue abandonado por su esposa después de que
ella se iniciara en la terapia analítica.
En honor a la verdad, hay que
decir también que los cursos de
Carpena nos brindaron después la
oportunidad de leer a Thomas Kuhn
y de saber que existía un irreverente como Feyerabend. Su lectura nos
convenció de la insensatez de tratar
de deslindar eso que llaman el contexto de descubrimiento del contexto
de justificación en la tarea de desentrañar la lógica del proceso de
investigación científica. Se trataba,
a mi humilde entender en la materia, de posturas que liberaban a la
epistemología de su coraza autoritaria y de su papel como policía de
la ciencia y del quehacer científico,
que reconocían el carácter lúdico del
conocimiento por encima de sus fines instrumentales, así como las pasiones, los intereses y las utopías
que atravesaban el corazón, no sólo
de los investigadores en lo particular, sino de las comunidades sobre
las que recae la producción teórica,
por aquello de la división del trabajo en las mal llamadas sociedades
complejas.
Fue por esos años también en
los que me topé con el feminismo,
con las discusiones que se desarrollaban en los cursos del taller de
antropología de la mujer que se
dictaban en la misma facultad, en
el Colegio de Antropología. En ellos
pude percatarme de que, específicamente en el campo de la antropología, años atrás, algunas estudiosas
ya habían iniciado el desmontaje de
sus tradiciones disciplinarias en un
proceso que ponía al descubierto el
sesgo androcéntrico no sólo de las
instituciones que regulan la vida social, la familia, el estado, sino de la
ciencia misma y de los conocimientos a los que se acuerda una validez universal. Resultaba entonces
que la Razón, no sólo era patrimonio del Occidente y prerrogativa de
los blancos, sino que además era
sustancialmente masculina. Con
Olivia Harris, Kate Young, Sally
Unton, Sherry Ortner, Michelle
Rosaldo, Gayle Rubin y otras más,
pioneras de la investigación feminista en el terreno de la antropología, íbamos descorriendo los velos
de interpretaciones y modelos que
habían secuestrado a las mujeres,
manteniéndolas en la penumbra de
la historia, que ocultaban o subestimaban sus saberes y presencia en
la creación de la cultura al privilegiar, como objeto de estudio, esas
áreas de la vida social reservadas a
los varones: la política con mayúsculas, las grandes gestas civilizadoras, en suma, el mundo de la
trascendencia.
Las que iniciaron ese desmontaje de los saberes y del oficio de la
369
lecturas
tradición antropológica y de la historiografía, para sólo mencionar
dos disciplinas de las ciencias sociales, eran, desde luego, herederas de la modernidad, de las luchas
emprendidas a partir del siglo XVIII
por esas mujeres empeñadas en
ensanchar los espacios de la política, en lograr el reconocimiento de
una ciudadanía plena, de la que
habían quedado excluidas cuando
emergieron las modernas sociedades concebidas en el crisol de los
principios de la Ilustración. Pero,
al mismo tiempo, eran tributarias
de esa atmósfera de desencanto
frente a las ventajas del progreso,
de ese malestar que compartieron
con los varones y que comenzaba a
respirarse en las universidades en
los años sesenta de este siglo que
fenece. Sospechaban, con sobrada
razón, que el reclamo de objetividad de las ciencias sociales se traducía en el mejor de los casos, en
un objetivismo ramplón, y en el
peor, en un conocimiento sexista,
llanamente truculento.
Dotadas de una nueva conciencia crítica frente a los cánones de
una ciencia aséptica, alentadas por
el proyecto político y cultural del
nuevo feminismo que irrumpió en
los años setenta, se dieron al escrutinio de los grandes paradigmas
de las ciencias sociales, de leer entre líneas las teorías heredadas de
los padres fundadores. Algunas,
convictas y confesas, asumieron
que se trataba de un parricidio,
para otras, se trataba más bien de
un recorrido del que se vuelve
apertrechadas con renovadas incertidumbres y un montón de
nuevas preguntas. Como quiera
que haya sido, la pregunta flotaba
en el aire, ¿es posible, o existe, una
metodología feminista? E, incluso, ¿podemos hablar de investigación feminista?
Precisamente el libro que tenemos entre las manos retoma éste y
otros interrogantes que rodean la
cuestión: una de las coordenadas
cruciales del debate es la relación
sujeto-sujeto o, dicho de otra manera, el cruce y la sintonía de subjetividades, ¿es posible remontar
las fronteras étnicas, de clase, culturales y en calidad de investigadoras lograr identificarnos con las
experiencias de las otras, de las
investigadas? ¿Podemos seguir
abogando por una perspectiva crítica feminista por encima de las
diferencias que nos separan como
mujeres a pesar de los feminismos
realmente existentes? ¿Las técnicas
cualitativas son inherentemente
parte del método feminista? ¿Son
éstas preferibles para dar cuenta de
las experiencias de las mujeres y
ofrecer un conocimiento menos
sesgado que el que ofrecen las técnicas cuantitativas? ¿Basta simplemente con dar voz a las mujeres
370
Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti
para convertirlas en sujetos y hacer etnografía feminista? ¿Hablan
por sí solos los testimonios, o requerimos marcos conceptuales
para interpretar o traducir las experiencias de las mujeres? ¿Son
las historias de vida realmente autobiografías? ¿Qué nuevas lecturas
podemos darle a las fuentes historiográficas y cuáles son los materiales inéditos de los que se vale
la historiografía en su intento por
esbozar una arqueología femenina
de la vida cotidiana? ¿Ha podido
la etnografía feminista trascender
los problemas de la autoridad y
de la autoría de los textos que preocupa a los posmodernos? ¿Es suficiente añadir el punto de vista
de las mujeres para formular una
interpretación más totalizante de la
realidad? ¿Podemos concederle al
punto de vista de las mujeres el mismo estatuto que a la perspectiva de
los hombres? ¿Es el feminismo una
nueva versión del relativismo? ¿Pueden los hombres hacer investigación
feminista?, y, desde luego, una de
las preguntas más candentes: ¿podemos producir conocimientos no
sexistas sin estar a favor de las mujeres? ¿Hacer investigación feminista para qué?
Si bien es cierto que las preocupaciones de los estudios feministas en Latinoamérica han seguido
otros derroteros, cabe reconocer
que, tras bambalinas, todas o al
menos algunas de estas preguntas
nos salen al acecho en algún momento, aunque las investigaciones
feministas en América Latina no
hayan discurrido sistemáticamente sobre estos asuntos. Pasa un poco
lo que le ocurría a Newton con la
idea de dios en su búsqueda de la
explicación de las leyes del universo, cuando creía haberla sacado por
la puerta, le saltaba por la ventana.
Tal como lo advierte Eli Bartra,
el trasfondo de este debate remite
a la relación entre ciencia y política. Desde luego el tema no es novedoso, y Teresita de Barbieri,
autora de uno de los artículos del
libro, se encarga de reiterarnos su
recomendación de volver a leer a
Weber. No obstante, estimo que
debemos admitir que los términos
de esta relación conflictiva entre la
ciencia y la política, involucran a
nuevos actores, y que las cintas del
corsé de la política, por fortuna, se
han aflojado un poco. El propio
movimiento feminista ha contribuido a esta redefinición de los términos clásicos, y las respuestas que
han formulado los distintos feminismos al respecto, desde los años
setenta a la fecha, son de tinte muy
variado. El libro da cuenta del estado de esta discusión abordada
desde distintos niveles, en el terreno específicamente epistemológico
y de la reflexión metodológica, y
en el campo de dos de las tradicio-
371
lecturas
nes disciplinarias en las que han
proliferado las investigaciones feministas: la antropología y la historiografía.
A la vuelta de 30 años, este debate sobre el que no se ha dicho la
última palabra ha dado origen a
una abundante literatura generada
básicamente en Estados Unidos y
en Europa, aderezada en la última
década con nuevos ingredientes
provenientes del posmodernismo
y de la crítica al esencialismo en el
horizonte de sociedades que se
autodefinen como multiculturales,
pluriétnicas, poscoloniales e incluso posfeministas. Por cierto, y valga el paréntesis, resulta paradójico
que en este horizonte social tan lejano a nuestras formaciones sociales latinoamericanas, Germaine
Greer, la autora australiana que recordamos por su libro El eunuco
femenino, vuelva por su fueros con
un nuevo libro que ocupa el primer lugar de ventas en Londres,
en el que al parecer les recuerda a
sus congéneres mujeres que, a pesar de todos los post que le quieran
endilgar a sus sociedades, el cuerpo femenino sigue siendo el lugar
privilegiado en el que se trenza la
dominación masculina.
En fin, volviendo al libro que nos
ocupa, se trata de un debate espinoso que se complica, además, por
la falta de nitidez y de consenso en
la delimitación de los conceptos cla-
ve en la discusión. Tal como lo advierten varias de las autoras del volumen, las nociones de método y
metodología se traslapan con frecuencia, y las sajonas emplean el
vocablo “método” como equivalente a técnicas; asimismo, los nexos
con la epistemología no siempre se
hacen explícitos. Precisamente el artículo de Sandra Harding, publicado en su versión original en el año
de 1987, se propone definir cada
uno de estos términos en un intento de poner un poco de orden en la
discusión. Sandra Harding argumenta en contra de la existencia de
un método feminista, aunque reconoce la existencia de metodologías
feministas sustentadas en diferentes modelos de explicación propuestos por la teoría social, que han sido
sometidos a un ajuste de cuentas
en el intento por formular análisis
libres de las distorsiones de género. Quiero comentar sólo un par de
cosas sobre este artículo: ya he mencionado que uno de sus méritos es
el intento de aclarar los componentes de la discusión. No obstante, tal
como lo advierte Eli Bartra, me parece que el empleo de la noción de
método como equivalente a técnicas de recolección de datos conduce inevitablemente a desechar, sin
vacilaciones, la idea de que exista
un método específicamente feminista de investigación. Esta noción
estrecha de método viene a compli-
372
Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti
carnos la pelea que libramos casi
cotidianamente con los estudiantes
en la tarea de formular los proyectos de investigación, pues deja de
lado tanto los procesos lógicos que
subyacen a la construcción del conocimiento (sean éstos objeto de la
reflexión o no por parte de quien
investiga) y, a la vez, omite considerar como parte del método eso
que Eli Bartra llama “el punto de
arranque” o el punto de partida del
proceso de investigación; esa perspectiva crítica feminista a la que
también alude Mary Goldsmith
que supone la comprensión del
mundo desde el lugar social y
material en el que se ubica el sujeto del conocimiento y que Teresita
de Barbieri, a su vez, sólo reconoce como una opción política que
orienta la producción de conocimientos hacia la comprensión de
las relaciones de poder, pero que
ella considera que no constituye en
sí una propuesta teórico-metodológica. Estimo que es igualmente reducida la definición que propone
Harding de epistemología exclusivamente entendida como teoría
del conocimiento.
En cambio, me parece que la
segunda parte de su artículo constituye todo un esfuerzo por hacer
epistemología en el sentido cabal
del término, lo que comprende
considerar, al mismo tiempo, los
aportes de la historia de la ciencia;
en fin, es un intento de trazar analíticamente el recorrido de las investigaciones feministas, poniendo
al descubierto los modelos y los
enfoques que organizan estos estudios. A la manera de Kuhn, identificando las nuevas preguntas, los
dislocamientos de los enfoques
empleados, la autora identificaría
un corte, una discontinuidad en el
curso de esta trayectoria que ha
comportado —aunque no sé si se
pueda decir de manera tan categórica— la superación de los enfoques de sumar o agregar a las
mujeres en las estadísticas, de resaltar sus contribuciones en la esfera de la vida pública, así como
las limitaciones de las orientaciones que han focalizado a las mujeres básica o exclusivamente como
víctimas de la dominación masculina, confinadas en su posición de
subalternidad, sin ningún margen
de maniobra o resistencia frente al
poder.
No quiero alargar más mi intervención con mis comentarios de todos y cada uno de estos artículos,
sólo quiero añadir, por último, que
se trata de un libro que nos hacía
falta, que retoma viejos tópicos
que animaban las controversias
entre los defensores de los modelos ideográficos y nomotéticos de
ciencia, sumidos en la disyuntiva
de formular una ciencia interpretativa o explicativa de la realidad
373
lecturas
social en una polémica que acaparó la atención y los días de los filósofos desde los albores del
nacimiento de las ciencias sociales en el siglo XIX. Viejos tópicos
que resultan resignificados al ser
analizados desde nuevas perspectivas en la medida en que los otros,
a los que pensaba la teoría social
en calidad de objetos del conocimiento, han devenido en nuestros
días sujetos de conocimiento, en la
medida en que las mujeres, los no
occidentales, los otrora exóticos nativos de lejanas latitudes y otras categorías de anómalos, incursionan
en la producción de conocimientos
y desmontan los subterfugios de las
viejas y nuevas versiones del pensamiento único, de añejo o renovado cuño, empeñados en cancelar
la historia, los sueños y otras formas de felicidad que no sea la de
eufóricos consumidores hermanados por los principios del mercado global. Felicito a Eli por su
esfuerzo de reunir todos estos textos, por proporcionarnos este libro
polifónico, plagado de discrepancias, de voces procedentes de realidades muy disímiles, pero de igual
manera comprometido con la construcción de un nuevo mundo en el
que quepamos, en condiciones de
equidad, todas y todos, el Norte y,
desde luego, el Sur.
¿La mente no tiene sexo?
Antonella Fagetti
star aquí para comentar el
libro Debates en torno a una metodología feminista, compilado por
Eli Bartra, es un hecho importante
para la comunidad académica local y, especialmente, para quienes,
estudiantes y docentes, de algún
modo, con mayor o menor intensidad, hemos estado interesados en
los estudios sobre las mujeres. El
fervor con el cual nos acercamos
hace ya casi dos décadas al feminismo lo hemos sentido y practicado igualmente en nuestra labor
como estudiantes y después en la
investigación y la docencia.
Es un hecho importante la publicación de los artículos reunidos
en este libro, que expresan diferentes puntos de vista y reflexiones sobre diversos temas relacionados
entre sí: el feminismo, los estudios
de género, la metodología feminista, la relación entre investigación y
política, entre varios más. Necesario también, porque ofrece para
quienes estudian a las mujeres un
panorama bastante articulado del
estado de la discusión acerca de la
existencia o no, de la posibilidad
o no, de hablar de una “metodología feminista” o de una metodología “de los estudios de género”,
E
374
Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti
además de ejemplos particulares
de la aplicación de principios
metodológicos y de técnicas particulares que facilitan y propician
otro tipo de acercamiento al sujeto de estudio.
El libro da cuenta de las discusiones que se han dado en otros
países, incluye una amplia bibliografía sobre el tema (a la cual desde aquí no siempre podemos,
desafortunadamente, tener acceso),
y los puntos de vista de académicas que escriben tomando en cuenta los grandes debates que se han
dado en el nivel internacional, pero
también ubicándose en la realidad
de nuestro país. Es muy útil, sin
duda, para estudiantes, docentes e
investigadoras de los estudios de
género, no sólo para estar al tanto
de la discusión actual sino, sobre
todo, como una guía que ofrece
varios recorridos posibles, una
metodología aplicable e interpretable desde distintos ángulos o enfoques e ideas sobre cómo utilizar
las técnicas de investigación. Creo
que por esto mismo un libro así ya
hacía falta.
La reflexión sobre el quehacer de
las académicas que consideran
como prioridad el estudio de los
seres humanos que viven en sociedad en tanto mujeres u hombres,
es un hecho que ha subvertido y
revolucionado el hacer ciencia en
su sentido tradicional, porque ha
logrado superar esa visión androcéntrica que no hacía distinciones de sexo y asimilaba a todos,
mujeres y hombres, en la misma
categoría, la del Hombre, que aunque escrita con letra mayúscula, solamente puede denotar, en el
idioma español, a un individuo
masculino. La mujer no es un hombre, es un ser humano, como el
hombre. Esa visión androcéntrica
en la antropología, en la sociología, en la historiografía, en la psicología, sumió a las mujeres no
diría siempre en la invisibilidad
—pensando, por ejemplo, en las
investigaciones antropológicas—
porque las mujeres allí estaban,
aunque difícilmente se les daba y
se les reconocía su lugar como mujeres, hasta que Margaret Mead, a
quien debemos reconocer como pionera en la antropología de los estudios sobre el género, demostró
cómo cada cultura elabora a partir
de la diferencia sexual diferentes
papeles para hombres y mujeres.
A partir de los años setenta, surgió el interés por conocer más de
cerca a las mujeres, reconocidas
como sujetas de la dominación
masculina, el interés por comprender lo que piensan, sienten, hacen
y dicen esas mujeres invisibles,
olvidadas, ignoradas por la Ciencia, con mayúscula. A una distancia de veinticinco años, el debate
se ha vuelto claramente contra los
375
lecturas
supuestos pilares inamovibles, los
dogmas irrefutables de la Ciencia,
de nuevo con mayúscula: la objetividad, la neutralidad, la racionalidad, el orden, la exclusión del
sujeto. Los vientos de la posmodernidad han traído nuevas maneras de ver la investigación científica,
con más realismo y menos pretensiones, reconociendo sus distintas
facetas: la subjetividad, la pasión,
lo espontáneo, lo impredecible, los
sujetos implicados...
El debate en este libro toma en
cuenta todos estos nuevos supuestos del hacer investigación. Quienes realizan investigaciones sobre
las mujeres parten del contexto
particular en que ellas se desempeñan como mujeres, eligen los
métodos propios de las distintas
disciplinas, utilizan los estudios
cuantitativos o cualitativos, o combinan los dos, emplean las diferentes técnicas conocidas y aplicadas
por todos, prefiriendo en muchos
casos las entrevistas a profundidad
y las historias de vida, pero hacen
todo esto a partir de ciertas premisas
metodológicas que le imprimen a
la investigación en ciencias sociales una visión innovadora y más
abarcadora. En primer lugar, convienen con la necesidad de pensar
en la relación entre investigadora e
investigada y en la subjetividad de
ambas que debe ser reconocida y
estar presente a lo largo de la in-
vestigación. En la relación que la
investigadora establece con sus informantes debe prevalecer el respeto, una actitud abierta y clara hacia
los objetivos que se persiguen, rasgos que además —como lo hace
notar Teresita de Barbieri— no deben ser exclusivos de la investigación feminista, sino de cualquier
estudio social.
Hay algo que comparto plenamente con una de las autoras, Maria
Mies: la idea de “identificación
parcial”. Surge entre la investigadora y el sujeto de estudio, lo cual
no significa que la primera intente
“volverse como las otras, las mujeres informantes”, sino más bien,
como yo lo veo, se trata de establecer una relación donde se logre la
empatía sobre la base del reconocimiento de la investigadora de sí
misma como mujer, de sí misma
como sujeto “ubicado” en una clase, una cultura e, igualmente, de las
mujeres estudiadas, estableciendo
un área de comprensión mutua,
que haga posible la comunicación
intersubjetiva, lo cual se logra sólo
si la investigadora se acerca a sus informantes dispuesta, por un lado, a
ser —como sugiere Clifford Geertz—
un actor implicado y, por otro, un
observador imparcial. Esto significa que la investigadora debe esforzarse por actuar de una manera
comprometida y, al mismo tiempo, analítica. Debe aprender a mi-
376
Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti
rar la realidad con ojos a la vez
fríos e interesados, de alguien
implicado moralmente, pero también interesado en la observación
científica, en la comprensión de
lo que está sucediendo a su alrededor.
Me parece que en la discusión
sobre si existe o no un método feminista lo que aparece claramente
es un punto fundamental que le
confiere una identidad precisa a
estos estudios, un elemento rector,
y es el hecho de que la investigación que tiene como sujeto de estudio a las mujeres parte de la
ubicación precisa de estos sujetos:
mujeres partícipes de una cultura,
una sociedad y un tiempo determinados.
Más allá de esto, no sé si la discusión sobre una metodología feminista sea realmente fructífera. En
todo caso me parece que habría que
pensar más a fondo sobre el mismo término “feminista”, porque yo
lo entiendo más en un sentido político que académico y me parece
que la política y la investigación no
van necesariamente ligadas. Además, el término feminista podría
excluir a más de una investigación
que se ha hecho sobre las mujeres.
No creo que la investigación sobre
mujeres y la investigación feminista sean lo mismo, simplemente
porque muchas de las sociólogas,
antropólogas, historiadoras, etcéte-
ra, que estudian a las mujeres no
se reconocen como feministas, digamos, no se ponen la camiseta.
Es decir, que el término feminismo siempre ha implicado una postura política precisa, en este caso
se tendría que ligar necesariamente
la investigación a la acción política
y creo que no todas las investigaciones que se realizan con mujeres
o sobre las mujeres tengan como
objetivo buscar una aplicación
práctica de los conocimientos alcanzados a favor de los grupos estudiados. Tal vez, al hablar de
metodología feminista se recorta a
nivel del lenguaje algo que a nivel
teórico-metodólogico está incluido,
es decir, a todas esas investigaciones que incorporan y privilegian
la llamada perspectiva de género.
Tal vez no deberíamos preocuparnos tanto por la teoría, por
quién la hace o no. Tal vez no ha
habido una gran producción y reflexión en torno a la metodología
feminista y menos una contribución importante de las antropólogas, sociólogas, historiadoras del
país al pensamiento feminista. Se
ha producido una gran cantidad de
conocimiento sobre la metodología
y epistemología feministas —señala Eli Bartra— pero esta producción
se ha concentrado, por lo general,
en los países de lengua inglesa.
“No existe —dice Eli— un desarrollo autónomo en ese campo; vamos
377
lecturas
a la zaga de lo que se hace en otros
lados. Vivimos, pues, en una situación de neocolonización, si se
quiere, intelectual. O bien podríamos pensar —prosigue—, que el
desarrollo del pensamiento feminista es internacional y nosotras
participamos en él en la medida de
nuestras posibilidades”.
No creo que haya que enfrascarse en las discusiones que quitan el
sueño a otros científicos, de por qué
en México no se hace teoría, por
qué cierto tipo de conocimiento se
ha producido especialmente en
ciertos países, en Occidente. Opto,
en todo caso, por la posibilidad de
sumarnos con lo que tenemos en
las manos a un conocimiento más
amplio producido en otros lados.
Si hay algo que le debemos a la globalización es poder pensar en un
conocimiento universal y desprovisto de una nacionalidad. Lo que
menos nos debe importar, por
ejemplo, como antropólogas y
antropólogos es si el pensamiento
de Geertz es solamente estadounidense, el de Simone de Beauvoir,
francés, el de Vattimo, italiano y el
de Gadamer, alemán. Es eso y mucho más de lo que tenemos que enriquecernos, incluso, quienes nos
dedicamos a estudiar a las mujeres, que muchas veces nos encerramos en un pequeño círculo
bibliográfico que da vueltas sobre
sí mismo y que no nos permite lle-
gar muy lejos. Hay que tomar lo
que nos sirve de esas teorías de la
sociedad y la cultura, para entender más lo que estudiamos, simplemente adaptándolas a nuestras
necesidades, viendo y analizando
siempre todo, al igual que nuestros
datos de campo, bajo la perspectiva
que introduce una distinción entre
el ser mujer y el ser hombre, que
considera el género como un elemento determinante, al igual que
otros como la pertenencia a una
clase o una etnia. Una perspectiva
que, sin duda, debemos considerar como una visión más humanista del mundo en que vivimos.
Quienes reconocen la existencia de
la explotación, la discriminación
racial, el colonialismo, no pueden
permanecer ciegos ante las pruebas tangibles de la particular situación que viven las mujeres en
México y en el mundo. Los más
incrédulos pueden consultar la
página de Internet que les informará sobre lo que están sufriendo las
mujeres en Afganistán.
Más que pensar en nuestra contribución a una teoría feminista
general podríamos explotar la investigación sobre mujeres hecha en
casa. Propiciar y encauzar los estudios que se interesan por los pequeños detalles, los estudios en
profundidad que logran un acercamiento a la realidad social y descubren esas particulares formas de
378
Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti
interpretar y vivir la vida, esos detalles ocultos que se vuelven visibles sólo cuando los vemos de
cerca, cuando logramos un acercamiento total. Debemos estar más
interesadas en un “conocimiento
local”, en estudios que reflejen las
diferentes vivencias de las mujeres mexicanas, de distintas edades,
ocupaciones, religiones, clases sociales y etnias, y de allí obtener un
panorama más exhaustivo, lograr
la integración de conocimientos
dispersos provenientes de disciplinas diversas que permitan la teorización a partir de los estudios de
caso. Lograr también en el campo
de los estudios de las mujeres y
de los hombres una perspectiva
transdisciplinaria, de la que habla
Morin. Tal vez así podríamos alcanzar a formular una ciencia nueva,
una ciencia feminista con su metodología propia.
Estudiemos lo que estudiemos,
creo, debemos tener como eje central a la cultura, porque es a través
del estudio de la cultura o las culturas de México que podemos entender cómo mujeres y hombres
interpretan o interpretaron la diferencia sexual y actúan o actuaron
los papeles genéricos impuestos
socialmente, entender cuáles son
o fueron las múltiples formas de
la dominación masculina y, finalmente, comprender cómo las mujeres viven, piensan, actúan,
expresan o se enfrentan a su ser
mujer ahora como antes. Hay que
pensar en lo que Bourdieu denomina la “paradoja de la doxa”: el
hecho de que el orden del mundo
tal como es, con sus sanciones y
obligaciones, sea grosso modo respetado. Que el orden establecido,
con sus relaciones de dominación,
se perpetúe tan fácilmente y que
las condiciones de existencia más
intolerables puedan aparecer como
aceptables y hasta naturales.
Es necesario tejer más fino,
adentrarse más a fondo en las relaciones entre las mujeres y los hombres, en el simbolismo que tiñe
estas relaciones para acercarnos y
abrirnos ante una complejidad
asombrosa, que descubre al hombre y a la mujer como seres biológicos, sociales, culturales, psíquicos.
Quisiera terminar refiriéndome
a la frase de Poulain de la Barre
—escrita en el siglo XVII— citada
por Eli en el libro: “La mente no
tiene sexo”. Me sumo a sus comentarios para decir que una mente sin sexo no existe, o sería la
mente de un ser andrógino. No
creo que debamos aspirar a perder nuestras características de género para ganar paridad e igualdad
con los hombres.
Las diferencias entre el hombre
y la mujer son muy hondas, van
más allá de lo corporal, son construcciones sociales y culturales
379
lecturas
que poco a poco estamos desconstruyendo para volver a edificar relaciones humanas más justas
fincadas en un pensamiento que,
a partir de la diferencia sexual, fomente entre hombres y mujeres la
cooperación y la complementariedad, más que el antagonismo.
Eli Bartra (comp.): Debates en torno a una metodología feminista,
UAM-X, México, 1998.
380
argüende
Jesusa Rodríguez
Foximiliano y Martota
Jesusa Rodríguez
Aparece Benito Juárez en proscenio, incólume.
Juárez: Queridas y apreciables ovejas: el divertimento que verán a
continuación no es otra cosa que una distracción para el solaz y esparcimiento del rebaño.Cualquier semejanza con un espectáculo de calidad
es mera coincidencia.
Advertencia: algunas reflexiones pueden resultar ofensivas para el
espectador: le sugerimos evitar cualquier reflexión profunda, risa escarnecedora o sucio chiste de retrete; si en algún momento no pudiera
evitarlo le suplicamos hacerlo en la privacidad del mingitorio, procurando no herir la susceptibilidad del retrete.
Los personajes de esta historia llevan nombres verdaderos pero
aún son inexistentes, las actrices sí son reales y están totalmente descerebradas, así que apelamos a su comprensión.
Y ahora daremos comienzo a esta historia de la historia, a la manera de Giordano Bruno: si yo apacentase un rebaño, condujese el arado,
remendase un vestido, nadie se fijaría en mí, pocos me tendrían en
cuenta y fácilmente podría complacer a todos. Mas por ser delineador
del campo de la naturaleza, preocupado del pasto del alma, ansioso de
la cultura de la mente y artesano experto en los hábitos del entendimiento, he aquí que quien es mirado me amenaza, quien es observado
me asalta, quien es alcanzado me muerde, quien es comprendido me
devora.
Liliana: (canta “Bruno” y al final pregunta): ¿Y qué anda leyendo
últimamente don Benito?
Juárez: He estado leyendo incesantemene a Giordano Bruno, a
menudo a Pessoa, ocasionalmente a Cioran, pero últimamente sobre
todo el libreto, porque no me lo sé todavía…sin embargo lo que me
tiene obsesionado es un sueño recurrente (se escucha un gran viento):
veo dos enormes ángeles descendiendo sobre mí, uno de ellos se trae
algo entre manos, algo que quiere soltar sobre mi cabeza. De pronto,
383
argüende
negras fauces de león africano se abren frente a mí con enorme estruendo y a lo lejos, un hombre o mujer completamente desnudo retoza
alegremente montado en un arcoiris. La fascinante imagen traspasa mi
imaginación cuando un grupo de rústicos aureolados con el velo de la
tehuana avanzan con la armonía del cardumen, dirigiéndose hacia un
enorme huevo estrellado de proporciones inconmensurables… ¿qué cree
usted que signifique este sueño doña Carlota?
(Juárez repara la ventana rota por la que entra el viento.)
Carlota: Cómo se ve que el viento a usted le hace lo que el viento a
usted, licenciado.
Juárez: Se trata de una antigua receta zapoteca. Pone usted un
jitomate pelado en un calcetín y se relame bien el cabello…
Carlota: Deténgase. Resulta hostil a mis nobles oídos la tan acuciosa
enumeración de menjurjes prehispánicos; en Europa le llamamos
mousse. En cuanto a su sueño, no tengo idea qué signifique. Por otro
lado, creo que debería usted sonreír de vez en cuando, don Benito, si
no lo viera moverse ocasionalmente, pensaría que está usted en estado
de coma, y aquí entre nos, no me extrañaría que su calma de obelisco
oculte maltrato infantil.
Juárez: Sólo falta que me psicoanalice usted, mamá Carlota.
Carlota: Lo ve, la ausencia de la figura femenina en su temprana
edad lo hace ver en mí a su madre.
Juárez: Óigame, así le dice todo el pueblo.
Carlota: Mis pobres indios, de esa manera subliman su Edipo.
Juárez: No cabe duda de que entre los hombres como entre las
naciones siempre es necesario un buen desarmador. (Guarda un desarmador
que trae en la bolsa.)
Carlota: ¡Pero vea usted aquella nube! ¡Semeja un horrible presentimiento! Más que una tormenta, parece que se avecina una tragedia…(Truenos.)
Juárez: (terminando de armar el teatrino que lo hacía aparecer como busto
de Juárez.) (Viendo a la ventana.) Disculpe usted, Carlota, no sé si tengo
derecho, pero con todo respeto ajeno, para mí que es La Paz.
Carlota: ¿Quiere usted decir, licenciado, que hay norte en Baja
California Sur?
Juárez: Sí, doña Carlota, aquí la geografía es tan caprichosa como la
lengua nacional, y se lo digo yo que tengo toda una vida en los libros de
texto.
384
Jesusa Rodríguez
Carlota: ¿Cómo? ¿pero es que acaso en este desdichado país hay
libros sin texto?
Juárez: ¡Claro, madame! Y según dice el secretario de Hacienda,
son los que más se leen en la actual república.
Carlota: ¡Le recuerdo que México es una monarquía, Don Benito!;
aunque, en verdad esta tierra ignota no deja de sorprenderme, sólo falta
que me diga que hay lámparas sin luz.
Juárez: Para todo da la canción vernácula, Carlota.
Carlota: ¿Y me lo dice usted a mí, Marie Charlotte Amelié-Victoire
Clementine Leopoldine de Belgique, Emperatriz de México y de América?
Juárez: No, en realidad se lo estaba exponiendo a mis ovejas aquí
presentes.
Carlota: ¡Usted las trae todas consigo, licenciado!
Juárez: Sí, desde muy niño (bosteza). Y ahora discúlpeme, voy a ver
si están completas. Un borreguito, dos borreguitos, tres… (se duerme).
Carlota: ¡Qué mal ejemplo para los diputados del futuro!
(Carlota lee la revista Hola.)
Juárez: (Aparte) Me voy a hacer el dormido para ver qué tanto habla
sola esta vieja loca.
Carlota: (leyendo el Hola en voz alta) El crecimiento, el expansionismo, el imperialismo, el colonialismo como destino manifiesto. Dijo
George W. Bush en el bautizo de su sobrino mexican american, al que fue
disfrazado de tlacoyo…
El espejo: Carlota, Carlota, sht, sht… (sola frente al espejo mágico).
Carlota: ¿Qué es esto? (se acerca al espejo y lo pellizca, éste se estira).
El espejo: Soy un espejo mágico, una superficie mercurial hechizada que le llaman; y a mí, los reyes y las emperatrices me la pellizcan.
Carlota: ¿Un espejo mágico? Ya había oído hablar del de Tezcatlipoca,
pero me lo imaginaba diferente, más chiquito, de obsidiana, no sé, algo
más misterioso y con menos porcentaje de polyester.
El espejo: Pues esto es lo único que hay para ver el pasado, el
presente y el futuro ¡Así que lo toma o lo deja, pero no lo mallugue!
Carlota: ¡El sueño de todo gobernante: ver el futuro! Lo tomo, lo
tomo, pero antes me gustaría saber si de veras funciona.
El espejo: ¡Ah no. Ése si ya es otro precio! Bueno, pero por ser
para usted y nomás porque me paso a percatar de que además de loca
está usté diabética…
385
argüende
Carlota: (en loca furiosa) Mentira, ese jugo de naranja era mi orina,
y el chocolate mi mierda, por eso me hizo daño.
El espejo: Ya, ya, a mí no me embarre sus cochinadas, yo funciono
por pago por evento, así que aproveche porque la deuda va creciendo
según el tiempo que me mantiene activado. Y anote su password porque
no lo voy a repetir.
Voz en off (en inglés): H. O. S. T. I .A
(Aparecen las maravillas del mundo antiguo.)
Carlota: Pero ¿qué es lo que veo? El Coloso de Rodas, las pirámides de Egipto, los Jardines colgantes de Babilonia, El faro de Alejan...
¿pero a quién le pueden importar las maravillas de la antigüedad?
El espejo: Es que usted no conoce a los saqueadores del futuro.
Carlota: ¡Eso! Lo que a mí me interesa es ver el futuro, el triunfo
de nuestro imperio, el advenimiento de una era feliz para este reino de
huizaches y zopilotes, de desidiosos y corruptos, transformado por gracia de nuestra majestad en una región de bonanza y felicidad, en fin,
ver a estos plebeyos convertidos en aristócratas.
El espejo: Bájele de chantilly a sus bizcochos, que usted con trabajos llega a carlota.
Carlota: Y usted no es más que un burdo imitador de la realidad,
no sé cómo pude confiar en una placa de vidrio recubierta de mercurio
por la cara posterior, que sólo sabe reflejar monótona y fielmente las
imágenes que le cruzan por delante, un vil espejo.
El espejo: Un momento señora, cómo se ve que usted no ha leído a
Borges.
Carlota: Y lo peor es que no soy la única.(Llora.)
El espejo: Ya, no chille, la voy a complacer, pero tiene que limpiar
con la lengua toda mi superficie y le advierto que quien se atreve a ver
el futuro pierde la razón y la credibilidad, doña Charito.
Carlota: (en loca) No me importa nada.
El espejo: ¡Ah! Y por supuesto esto queda aquí entre nosotros, si
alguien entra yo volveré a ser un esepejo cualquiera y si usted dice que
soy mágico la van a tachar de loca.
Carlota: Nada me asusta,si puedo saber que va a a pasar también
podré modificar el destino.
El espejo: Dígame ¿qué fecha quiere ver?
Carlota: A ver… 6 de julio del 2006.
El espejo: Muestra extrañas imágenes del piso.
386
Jesusa Rodríguez
Carlota: Pero no entiendo, eso es algo como el piso.
El espejo: Bueno, usted no especificó qué parte del mundo quiere
ver, señora, ora no venga a quejarse, si no sabe pedir, no mande.
Carlota: Bueno, me pareció que era obvio que me interesa ver México
en esa fecha.
El espejo: Aquí está, majestad, mire usted (se ve un mapa aéreo de
México).
Carlota: ¿Podríamos acercarnos un poco como para ver quién está
al mando del gobierno?
El espejo: Ay, oiga, usted todo quiere, bueno, está bien, ése va a ser
un año electoral y las elecciones las habrá ganado… (Entra Max, todo se
ilumina y el espejo vuelve a su humilde condición de imitador.)
Carlota: Pero quien car… (ve a Max) …iño mío, sino tú, el heroico,
el ingenuo, el magnánimo podría haber llegado justo en este momento.
Max: ¿Importuno?
Carlota: Nooo, no tiene importancia, estaba bordando en el vacío.
Max: ¿Y qué bordaba el alma mía?
Carlota: (haciéndose la occisa) Un jardín.
Max: Qué hermoso, un Jardín Borda, ¿como el de Cuernavaca?
Carlota: No, como el de Nabucodonosor en Babilonia: colgante y
con sus terrazas rosadas.
Max: Y cómo sabe mi paloma el color de las terrazas, si nadie ha
visto los Jardines colgantes de Babilonia.
Carlota: (visiblemente nerviosa) No, bueno, dije rosadas, ¿yo dije
rosadas? Qué rara palabra, así sola suena como a nalgas de bebé, je, je,
quise decir color de rosa, como pude decir naranja o aguacate… todas
las frutas me hacen daño, ya no aguanto la comida mexicana…
Max: No me cambies el tema, adorable criatura.
Carlota: Dios mío, yo, la pobre, la vacía, la estéril, niño mío, cambiarte de tema, nunca. ¿Pero… te has fijado que todo lo que tú tocas se
purifica?, mi adorado rey del mundo, y señor del universo…
Max: Tu valentía de ánimo convirtió a un austriaco en ciudadano
del mundo, tuyo es el mérito, tuyos los cipreses y las taxodias de
Moctezuma.
Carlota: No, tuyas, mi amor, tuyas. ¿Y qué son taxodias?
Juárez: (despertando súbitamente) Perdón, pero me quedé dormido
y… Ah, ya está usted aquí mi, erratil, caprichoso, incapaz, inconstante,
frívolo, ligero y obstinado Max…
387
argüende
Max: Eso lo dirá usted, licenciado, porque mi esposa precisamente me estaba comentando lo contrario, dile mi vida…
Juárez: No, si los estaba oyendo, sólo que fingí continuar dormido
para ver hasta dónde podían llegar los elogios mutuos. Qué bárbaros,
con razón se lanzaron hasta acá sin tener ni puta idea…
Carlota: Está por verse quién tiene la razón, licenciado…
(aparecen multitudes gritan con pancartitas de cabezas de Juárez.)
Títeres: ¡Juárez! ¡Juárez¡
Juárez: Ya ve usted que no sólo en la cámara las paredes hablan. Pero
hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo
tremendo de la historia. ¡Ella nos juzgará!, señora Regente de Anáhuac,
Reina de Nicaragua, Baronesa del Mato Grosso, y Princesa de Chichen
Itzá. Por lo pronto a lo que te truje chencha, ¿a qué hora llegan los cómicos?
Max: ¿Qué cómicos?
Carlota: ¡Ay! No te dije mi amor, pero como no sabemos cuánto
falta para que la historia nos juzgue y no vamos a estar aquí, esperando
a ver a qué horas, nomás viéndonos las caras y alternando ásperamente
con el zapoteca, hemos convidado a unos cómicos de la legua para que
nos entretengan.
Max: ¿De quién fue la idea, guajolotita de jijilpan…?
Carlota: Pensé que te gustaría, chichicuilotito de lladró.
Juárez: Por favor, si me pueden ahorrar estas escenas…
Carlota:¡Indio pirruris! ¡Sacristán renegado!
Títeres: ¡Juárez! ¡Juárez!
Carlota: Voy a ver si ya llegaron (Mutis).
Max: ¿Y por qué cómicos?
Juárez: Mira, Max, estamos en un momento de gran confusión para
la humanidad, la última guerra nos dejó pasmados y deprimidos, lo
que necesitamos es entretenernos con cosas banales, lo que sea, pero
light... Mira Max: cine mex, cine mark, Ocesa presenta…
Max: Ya, ya entendí, me tratan como a un imbécil.
Juárez: Es que también tú, con esos arrumacos que te traes con la
emperatriz, parecen Carmela y Rafael.
Max: Me porto meloso con ella, para que no sospeche de mi enfermedad.
Juárez: Ah, si ya la comenta todo el pueblo y por cierto, cómo te
sientes…
388
Jesusa Rodríguez
Max: Muy mal, cada día peor, no sé si aguante hasta el final.
Juárez: No sé de nadie que se haya muerto la víspera,... bueno, sí,
el canciller Derbez...
Max: Dejemos eso, no me gusta hablar de mi enfermedad y tampoco de tú.
Juárez: Pues hablemos de usted.
Max: Y usted, ¿cómo se encuentra?
Juárez: Tengo un sueño recurrente que me tiene fascinado, le contaba a su esposa, ahora mismo volví a soñarlo, pero con más detalle:
hay un grupo de ballenas blancas haciendo piruetas a mi alrededor, yo
permanezco inmóvil, como un buda zapoteco y laico. Entre tanto, una
multitud enardecida se desplaza hacia la izquierda, leones africanos,
monstruos y prodigios, animales anfibios … gritan, cantan, bailan
desenfadadamente, se desnudan con naturalidad, alcanzo a ver algo
como una trompa de elefante, no, es un enorme sexo masculino en su
periodo erectoral...
Max: Pero, por favor, Don Benito, deténgase, eso me parece demasiado…
Juárez: ¿De veras le parece tan, tan grande?
Max: ¡Licenciado, basta por Dios!
Carlota: ¡Ya están aquí los saltimbanquis!
Max: ¡Uf, qué a tiempo!
Juárez: Pues que comience la función.
(Teatrino. Discusión.)
Max: ¡Qué atrevimiento! detengan esto, no lo voy a tolerar. ¿Cómo
se atreven a burlarse así de nosotros, en nuestras propias barbas?
Carlota: Es verdad, esta burla ha llegado demasiado lejos. ¿Usted
contrató esta basura, licenciado?
Juárez: Óiganme, no exageren, los saltimbanquis simplemente están haciendo uso de su libre expresión y fantasía.
Carlota: Pero no tienen derecho a maltratarnos así imaginando un
mundo grotesco, gentuza como ésta ocupando el castillo, minúsculas
ratas de alcantarilla parodiando nuestros mas íntimos momentos.
Juárez: Un momento, usted sobreinterpreta, no creo que la historia
se refirera a ustedes.
Max: Pues la alusión es clara, la enfermedad, qué mal gusto. Creo
que se puede llegar hasta la calumnia, pero ¡hablar mal de mí, cuando
no he tenido un solo error en mi gobierno!
389
argüende
Carlota: Y yo, beata de celaya empoderada, óigame no, yo podré
estar loca pero no soy una cucaracha venida a menos.
Max: Una cosa es que carloteen a la emperatriz y otra muy distinta
que la cajeteen.
Juárez: Bueno, bueno, era sólo para entretenernos.
Carlota: Pues para mí que ya se está tardando este fallo histórico,
licenciado.
Juárez: La justicia es lenta, pero inexorable, madame, ya ve usted
lo de Cavallo.
Max: Ah sí, lo del Cavallo argentino.
Juárez: El 28 de junio se fue extraditado para ser juzgado en España. ¡La justicia es lenta pero paulatina!
Todos: Aplausos
Max: Y ya que hablamos de animales, ¿por qué no jugamos al
hipódromo?
(Juegan al hipódromo, primera improvisación con el público.)
Juárez: Ahora un mensaje para la jerarquía católica.
(El interludio de los pájaros. Ballet clásico de señas obscenas dedicadas a
los curas metiches.)
(Fin de los pájaros.)
Juárez: Creo que el mensaje ha llegado a los santos jerarcas.
Max: Yo voy a acompañar a las bailarinas, no se les vaya a atorar el
tutú.
Carlota: ¡Já!, más bien tú no les vayas a atorar tu tutú.
Juárez: Nos salió retozón el emperador; en fin, lo importante es no
pensar, como dijo Pessoa, no pensar es ya una metafísica.
(Liliana canta “Al espejo”con letra de Borges.)
Carlota: Dicen que estoy loca, porque rompí todos los espejos de
Miramar y de Bouchot, y sólo a ti te dejé entero; dicen que estoy loca
porque lamí con la lengua cada centímetro de tu espectral membrana
hasta dejarte reluciente, como vajilla de infomercial; dicen que estoy
loca porque me acabé el windex cleaner glass and surfaces que mandaron
de ultramar para limpiar los ventanales del castillo; dicen que estoy
loca porque llevo cuatro días aquí sentada sin parpadear esperando a
que te dignes dirigirme la palabra…
Juárez: (Soñando.)
Carlota: Pero qué saben ellos, acaso saben que se descubrieron las
vitaminas y los rayos ultravioleta, que Nóbel inventó la pólvora sin
390
Jesusa Rodríguez
humo y que a Carlos Fuentes se le suben los humos creyendo que le
van a dar ese premio. ¿Acaso saben que se inventó el automóvil y la
sartén para hacer las mejores panquecas? Y porque así me ven, con las
manos en el regazo y las palmas vueltas hacia arriba, las lomas hechas
un fraccionamiento ostentoso y de mal gusto, el segundo piso a punto
de iniciarse y la baba que me escurre de la boca juntándose con la baba
que me escurre de las piernas, formando un solo hilo espeso y blanco
como tu esperma, espeso, espía, espejo… espeta un sermón, una palabra, una interjección, lo que sea pero respóndeme ya por misericordia,
antes de que en verdad me vuelva loca y la lengua se me caiga a pedazos
recitando un monólogo unipersonal escrito por Jesusa Rodríguez, para
complacer a un público pseudointelectual con pretensiones, y sin posibilidades de acceder a una beca de creadores. Antes de que con esta
boca con la que recibí de Pío Nono la sagrada hostia…
El espejo: ¡Hostia! Hasta que lo dijiste carajo, ¿qué crees que me
puedes tener aquí nomás de tu reflejo?, ¿qué no sabes lo que es un
password? ¡hostia! Ni que fuera bendita ¡estás loca, no pendeja! ¡Y, ya,
espabílate, que ahí te va el futuro!
Video: Discovery Channel 5 000 años adelante. (Programa sobre “El
Creptil”.)
Carlota: Y a mí qué me importa lo que pase dentro de 5 000 años.
Esas son mafufadas de una pobre era digital, a mí muéstrame a mis
herederos directos.
El espejo: Si no son enchiladas, Chayotita. ¿Crees que es tan fácil
ajustar la banda del tiempo? Pérate, pérate: ahí está, México 2003.
Carlota: Te pedí el 2006.
El espejo: Ya, ya, ¿qué son tres años frente al devenir de los siglos?
Video: Aparece en pantalla el programa “Un día con Marta” de TV
Azteca, pero con la voz de Discovery Channel y los animales del futuro,
programa sobre “La rata becerro”.
Carlota: ¡Qué horror! ¿Qué es eso? Esto no puede ser cierto, ¿qué
mente diabólica perpetró un ser como ese? No parece humano, pero
tampoco animal, es como un litro de cajeta chorreado en un tablero de
ajedrez, y los ruidos que regurgita, ¡oh, oh! Me vuelvo loca, se me licúa
el cerebro, fermentan mis neuronas frente a esos ojos de basilisco embotellado.
¡Quítenmela, quítenmela! ¡Yo no soy Marie Charlotte Leopoldine,
etcetera! Soy una pobre loca infeliz, que se atrevió a ver lo que no debía
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argüende
y a quien su audacia le ha infligido un castigo desproporcionado. ¡Fuera, imagen maldita, fuera de mi vista! Ya no tiene rating, ya no está en
las primeras planas y, sin embargo, la sigo viendo ¡Fuera, visión abominable, fuera! (En loca furiosa.)
Max (Entra con toda calma): ¿En verdad te ocurre algo, encajito de
Bruselas?
Carlota: De bruselas te vas a ir tú cuando te encaje la verdad.
Max:¿ Qué urdimbres, qué pensamientos devana tu pobre cerebro
de enmarañadas circunvoluciones?
Carlota: He visto el futuro, Max. No sé ni cómo explicártelo: más
espinoso que un uñagatal, más deshilachado que manga de teporocho,
más negro que pelo de don Benito…
Juárez: (despierta) ¡Ah! ¿Me llamaban? Esperen, déjenme decirles
algo importante: !I have a dream! (Entra Castañeda.)
Castañeda: Esa es una idea mía.
Juárez: Perdóneme, pero es de Martin Luther King.
Castañeda: Hay autores, pero no dueños de las ideas.
Juárez: ¿Y qué no es usted el lamehuevos que intenta facilitar el
regreso de Salinas de Gortari?
Castañeda: Usted sabe, licenciado, que los políticos somos agentes
transmisores, metales conductores: lamer pisos, o huevos, es también
una forma de tender puentes. Si hay en la sala algún periodista que
necesite una entrevista sobre este tema no dude en solicitármela.También
puedo hablarles de la cuarta opción.
Juárez: Aprovechando que atravesó usted la cuarta pared, procedamos a solicitar al rebaño que llene su telegrama.
(Segunda improvisación con el público.)
Juárez (a Carlota): Por cierto, madame, yo ya entendí el significado
de mi sueño: en un principio pensé que se trataba sencillamente de una
marcha gay: el hombre desnudo montado en un arcoiris, los choferes
de microbús disfrazados de tehuanas, las ballenas blancas a mi alrededor eran en realidad las columnas del homociclo, las hordas ebrias de
felicidad, el enorme huevo estrellado no era otra cosa que el Palacio de
Bellas Artes. Pero ahora sé que mi sueño va más allá, es una marcha en
la que ya nada necesita reivindicarse… un sueño en el que los ideales de
absoluto y los delirios mesiánicos son abolidos y desmistificados, donde los pueblos no tienen nostalgia de los tiranos. Donde los 400 pueblos
no tienen que bajarse los calzones, porque ya nadie usa calzones, un
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Jesusa Rodríguez
sueño en el que al fin muere el pequeño priísta que todos llevamos
dentro, donde Foxilandia es sólo una pesadilla pasajera, en el que Salinas y Slim se van para siempre al extranjero como prestanombres de
Berlusconi. Un sueño donde nadie mata a nadie ni en nombre de una
Fe ni en el de una Idea, un sueño en donde nuestra participación en la
historia es ilusoria, en fin: ¡I have a dream!
Carlota: ¿Y a quién le importa eso? Cuando yo he mirado el futuro
en el espejo, he visto correr uno a uno los años hasta el dos mil y pico,
nuestro sacrificio será inútil y el espejo me ha dicho que ni muertos
estaremos a salvo.
Juárez: A ver, señora ¿insinúa usted que dialoga con la mercurial
película reflejante?
Max: No sabe usted, don Benito, ella ya se hizo toda la película.
Carlota: Qué película ni que ocho cuartos.
Max: Es sólo un cuarto mi vida, no te alucines.
Carlota: (furiosa) ¡No estoy alucinando!
Juárez: Serénese, por favor, esto no hace sino alargar tan desagradable espectáculo.
Max: Recárgate en mí, estás histérica.
Carlota:¿Histérica?¡ja!, mi matriz está sana. El infértil eres tú. Lo
he visto todo, voy a tener un hijo y tú ni te vas a enterar.
Juárez: Esto se está convirtiendo en una telenovela, se me hace un
recurso barato para alargar el final y justificar el precio del cover.
Max: Yo nomás te dije que te recargaras.
Carlota: ¿Y qué quieres que recargue? ¿La matriz?
Juárez: ¿Matriz recargada?
(Entra comercial de Matrix.)
El espejo: ¡Lonol!!!!! (Aparece la Historia que se desprende del espejo.)
¿Quién de ustedes tecleó mi password?
Juárez: (cool) Disculpe, usted, pero tenemos la necesidad de concluir por falta de tiempo, podría decirnos el motivo de su irrupción.
Historia: ¿Qué usted no es Juárez, el consumador de la independencia? ¿Y usted Carlota, la emperatriz hecha postre? Entonces usted
debe ser Maximilano, de los escritores de su tiempo el más fusilado.
Max: ¡Qué mala leche!
Carlota: ¡Y qué mal se viste esta señora, parece habitación de motel!
Juárez: Si fuera tan amable de decirnos: ¿usted quién es?
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argüende
Historia: Yo soy la historia y he venido a juzgarlos.
Carlota: Un momento. Bastante trabajo nos costó acostumbrarnos
a ver a la gente salir del clóset, como para que ahora salga usted del
espejo.
Historia: Mire alteza, no tengo su tiempo, yo simplemente ocurro
y en este momento estoy teniendo lugar, así que sésguese.
Castañeda: Este es mi momento de pasar a la historia (se dirige a la
Historia) Pásele, pásele.
Max: Y, además, ¿con qué derecho viene a juzgarnos? usted está
hecha de pasado, el cual ya pasó, por otro lado el futuro todavía no es y
el presente está dejando de ser todo el tiempo, por lo tanto usted no es
nada.
Carlota: En todo caso, usted no es otra cosa que los archivos del
crimen.
Juárez: Por favor, no la juzguemos tan severamente, la señora tiene
derecho a tener un juicio antes de ser declarada culpable.
Historia: Por favor, no me malinterpreten, pero ustedes fueron los
primeros en traicionarme, no es posible que empiecen este espectáculo
con un error histórico tan evidente: Juárez y Maximiliano nunca se conocieron.
Juárez: Un error histórico es el que cometió el Pentágono mintiendo sobre el arsenal en Irak; nosotros sólo nos hemos permitido una
licencia poética.
Historia: Insisto, no se puede sostener toda una historia basándose
en un error (eructa).
Juárez: La historia como la morcilla, se repite.
Carlota: No se quiera pasar de lista, yo sé que todo lo ha hecho
usted para volverme loca, pero ahora mismo va a responder: ¿jura decir
la verdad y nada más que la verdad?
Historia: Pues depende qué versión le interese.
Carlota: Su versión, su versión.
Juárez: Modérese, por favor. Vamos a comenzar este proceso. Díganos, ¿cuándo comenzó usted?
Historia: Occidente me data en el 3250 a.c. en Mesopotamia; o sea
que nací en Irak, con la escritura cuneiforme.
Carlota: Ahí está, usted hoy día, no es ya más que una ruina.
Max: Démosle pena de muerte, no veo otra manera de matar el
tiempo.
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Jesusa Rodríguez
Historia: ¡Pero, por favor! Mírense en este espejo, ¿acaso no son
capaces de aceptar que me han leído al revés? El futuro ya pasó.
Juárez: Los sioux observan con razón que el pasado está adelante
de nosotros porque lo vemos, mientras que el futuro queda detrás
donde termina nuestro campo visual, por eso no lo podemos adivinar. No hay duda de que las cosmovisiones indígenas están más vigentes que nunca.
Castañeda: De hecho a mí se me ocurrió el indigenismo.
Carlota: ¿Pero qué no se dan cuenta de que esta mujer no está en
su sano juicio?
Castañeda: La Croqueta hablando de Pedigree.
Juárez: Sano o no, este es su juicio, y lo que queremos es justicia,
así que díganos, ¿es verdad que tiene una enfermedad crónica?
Carlota: Yo más bien diría degenerativa.
Max: O terminal, quiero decir, ¿y si la historia no fuera sino una
gran farsa guiñolesca?
Carlota: O sencillamente una estupidez.
Juárez: Por favor, serenémonos todos: ahí donde ustedes no ven
más que una cadena de acontecimientos yo veo una sola y única catástrofe, que no deja de amontonar ruinas sobre ruinas. Pero desde el paraíso sopla una tempestad que la empuja incesantemente hasta el porvenir
al que ella le da la espalda, mientras que las ruinas se acumulan hasta
el cielo, una tempestad a la que ustedes llaman progreso.
Castañeda: (agitador del cambio)Yo soy el autor de estas ideas, pero
no el dueño.
Historia: Usted sí me entiende, Don Benito.
Max: El colmo, haciéndole la barba a un lampiño.
Carlota: Ay sí, nomás porque sabe que él si quedó bien parado en
la historia y hasta con monografía.
Castañeda: Cuando que soy yo el que tiene la mejor cabeza.
Juárez: Mire, usted, a mí en cabeza de Juárez me traen las aspirinas
en trailers. Además, quisiera que me juzgaran no por mis dichos, sino
por mis hechos.
Castañeda: Eso es lo que yo iba a decir.
Juárez: Mis dichos son hechos.
Historia: Eso es, lo que cuenta son los hechos: todo es historia.
Carlota: O sea que la geografía, la física, y las ciencias de la comunicación me las pude haber ahorrado.
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argüende
Max: Haber sabido, me clavo en las humanidades (ja, ja ja).
Castañeda: Hace 30 años que doy clases en la UNAM, de hecho soy
el agitador del cambio, yo soy el artífice de la extradición de Cavallo. Es
más: Lula es idea mía.
Juárez:¡Qué bárbaro, Castañeda, ahora que es usted simpático, se
ha vuelto mucho más insoportable! Pues bien, mi querida amiga, el
tiempo se agota, la historia tiene que llegar a su fin.
Carlota: Ya no se ande con más rodeos y díganos, ¿quién va a ganar
la carrera al 2006?
Historia: Bien, se los diré: nadie puede ganar esa carrera como no
sea:
Off: El siguiente efecto ha sido construido en mega pantalla 3d.
e-max.
(Comienza el strip tease de Juárez que se convierte en Ana Guevara.)
Historia: Esa y todas las carreras las va a ganar Ana Gabriela y a ella
no hay nadie que la alcance, ni la historia ¿Me podría conceder una
entrevista para the History Channel?
Ana: Sí, como no, con todo gusto, aquí estamos haciendo ese esfuerzo para México, y vamos a seguir echándole ganas, porque creemos
que podemos ir mas allá y ganar no sólo el 2004… etc.
Carlota: ¿Y nosotros qué? ¿Otra vez nos van a tener aquí de su
hazmerreír?
Historia: Claro que no, todo el mundo tiene su lugar en la historia,
vamos a darles su marco adecuado. (Los mete al marco.)
(Castañeda trata de meterse.)
Historia: Usted no, Castañeda, usted se queda allí afuera y de espaldas, por insignificante y mamón.
Ana: Quiero dedicarle mi próxima carrera a México, a su historia,
y especialmente a Don Benito Juárez, porque México necesita de libertad, justicia, respeto y valentía y, por favor, no cuenten conmigo para la
presidencia de la república, yo soy atleta, y a eso me dedico, no como el
gerente de la coca cola que llegó a presidente, o la maestra de inglés que
dizque ora es el cerebro tras el poder. ¡No, si deveras para vergüenzas
no gana este país!
Historia: Gracias, Ana, por esta entrevista. Si el cerebro humano
fue creado por la naturaleza para mirarse a sí misma, la historia es el
recuento de los crímenes contra el curso de la naturaleza. Así que ahora
voy a parar el tiempo para ver si así comienza una nueva historia.
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Jesusa Rodríguez
(Todo se detiene por un minuto y arranca la canción final.)
Liliana: (canta) “Y si la historia se detiene aquí”
FIN
397
argüende
Y si la historia (337)
Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez
Y si la historia se detiene aquí
y se nos quedan estos besos no besados
y los archivos desordenados...
Y si la historia se detiene aquí
y no podemos resolver este misterio
si no te veo, ni un poquito más...
Tanto vicio caro tanto vino avinagrado
que ya nadie beberá
Y tanto tiempo destemplado
tanta fecha desfechada
pobrecita eternidad...
Y si la historia se detiene aquí
en el segundo en que te digo que no puedo
yo ya no puedo vivir sin...
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Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez
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colaboradores
Colaboradores
Luis Miguel Aguilar. Escritor. Entre sus libros, Todo lo que sé (poesía),
La democracia de los muertos (ensayo), Suerte con las mujeres (relato), Poesía
popular mexicana (antología). En el 2002 publicó sus versiones a las Fábulas de Ovidio. Actualmente es director de la revista Nexos. “El lugar herido. Una memoria” será parte de un libro de poemas y prosas.
Carlos Aguirre. Artista visual.
Lorena Alcaraz. Realizó sus estudios en Ciencias de la Comunicación
en la Universidad Intercontinental y los de fotografía con Oweena Fogarty
y Salvador Lutteroth. Desde 1993 ha desarrollado un proyecto autoral de
fotografía construida en torno a la mujer y su analogía con la tierra. A
partir de 1994 es docente en la Universidad Intercontinental. Ha participado en varias exposiciones colectivas en México y el extranjero. Como
retratista colabora con el INBA, la Coordinación de Difusión Cultural de
la UNAM, la OFUNAM y la Orquesta Sinfónica Nacional.
Ana María Amado. Profesora de teoría y análisis cinematográficos en la
carrera de Artes de la Universidad de Buenos Aires. Investiga sobre
memoria, género y narraciones audiovisuales en el Instituto
Interdisciplinario de Estudios de Género. Publicó sobre estos temas en
medios de su país y extranjeros. Miembro del comité editorial de la
revista feminista Mora, de la UBA. Vivió en México entre 1976 y 1983, de
donde se llevó dos hijas chilangas. Su perro y sus gatos son argentinos.
Jean Améry. Seudónimo de Hans Mayer, adoptado por él cuando emigró a Bélgica a raíz de la anexión de Austria por Alemania en 1938.
Nació en Viena en 1912, donde estudió filosofía y letras. Se escapó del
campo de Gurs a donde había sido deportado por los alemanes y se
unió a la resistencia antinazi en Bélgica. En 1943 fue detenido de nuevo
e internado en Auschwitz hasta 1945. Regresó a Bruselas donde comenzó su carrera como escritor. En 1978 se quitó la vida en Salzburgo.
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colaboradores
Judith Astelarra. Es profesora de sociología en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Coordinadora del Seminario de Estudios de la
Mujer del Departamento de Sociología de la UAB. Fundadora de este
seminario (el primero en una universidad española) en 1976. Fue miembro del Consejo Rector del Instituto de la Mujer, España, desde su fundación. Ha colaborado con los Institutos de la Mujer de diversas
comunidades autónomas españolas, en especial el Instituto Vasco de la
Mujer, el Instituto Andaluz de la Mujer y el Instituto Catalán de la Mujer.
Ha participado en diversas redes europeas sobre políticas públicas de
género. También ha realizado cursos, talleres y consultorías en diversos
países latinoamericanos: Chile, Argentina, Ecuador, Colombia, Panamá
y México. Sus principales líneas de trabajo profesional e investigación
son: mujer y política y políticas públicas para la mujer.
Gloria Elena Bernal.1958. Antropóloga y traductora.
Haydée Birgin. Abogada. Ha desempeñado diversos cargos en el Senado y el Ejecutivo argentinos. Tanto en Argentina como en México, ha
participado en el diseño de políticas públicas centradas en la problemática de las mujeres. Ha publicado, entre otros, como compiladora, El
derecho en el género y el género en el derecho (Biblos, 2000) y de su autoría,
Ley, mercado y discriminación (Biblos, 2000).
Carmen Boullosa. Carmen Boullosa se ha mudado a Nueva York. Acaba
de terminar una novela que casi ha acabado con ella, con la que emprendió un duelo largo y obsesivo. Por el momento es profesora en la
Universidad de Columbia, el año pasado lo fue de New York University
(NYU), y no sabe de qué se mantendrá el año próximo, mismo en el que
cumplirá sus primeros 50 años. Es mamá de María Aura y de Juan del
mismo apellido. No tiene perro, pero en cambio padece una anemia
que parece decidida a no abandonarla. Las recetas para combatirla son
bienvenidas.
Gabriela Cano. Historiadora. Profesora-investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.
Teresa Carbó. Lingüista en el CIESAS (Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social), en la Ciudad de México. Ha
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hecho numerosas investigaciones sobre el discurso político de las élites
mexicanas, particularmente en la escena parlamentaria del siglo XX.
Forma parte del grupo fundador de la ALED (Asociación Latinoamericana de Estudios del Discurso), es coeditora de Discourse & Society (Sage)
e integra el Comité Consultivo de IprA (International Pragmatics
Association). También está en el comité editorial del Journal of Language
and Politics. En la actualidad explora nuevas líneas de investigación:
sobre los usos de la fotografía en contextos (marginales) urbanos contemporáneos, y las cuestiones de acceso que el estatus del inglés como
lingua franca de la academia global plantea a los analistas de discurso de
otras lenguas y otros orígenes culturales.
Araceli Colin. Es doctora en antropología por la UNAM. Estudió psicología en la Universidad Autónoma de Querétaro y se formó como psicoanalista con miembros de la École Lacanienne de Psychanalyse. Trabajó
como psicoanalista, ha sido profesora en universidades públicas y privadas, ha escrito sobre psicoanálisis, educación y antropología. Su libro
Psicoanálisis y antropología: un diálogo posible a propósito del duelo por un
hijo, se halla en prensa.
Rosío Cordova Plaza. Doctora en ciencias antropológicas y especialista
en género, sexualidad, grupos domésticos y migración. Actualmente se
desempeña como investigadora del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la Universidad Veracruzana. Es una madre enamorada
de sus hijos y fanática bailadora de son y merengue.
Francisco Cos-Montiel. México, 1971. Es maestro en planificación de
políticas sociales por la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de
Londres. Ha sido catedrático en el Instituto Tecnológico Autónomo de
México (ITAM), El Colegio de México y el Instituto Mora. Ha trabajado
como servidor público para el gobierno de México y como consultor
para el Banco Mundial, UNIFEM y la Organización Panamericana de la
Salud.
Liliana Felipe. Argentina, música, cabaretera y agricultora.
Matthew C. Gutmann. Profesor asociado de antropología en la Universidad de Brown en EE.UU. Entre sus libros se cuentan Ser hombre de
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colaboradores
verdad en la ciudad de México: ni macho ni mandilón (El Colegio de México,
2000); El romance de la democracia: políticas populares en México contemporáneo (en prensa en Plaza y Valdés), y Changing Men and Masculinities in
Latin America (Duke University Press, 2003). Ha publicado artículos en
Acta Sociológica, Alteridades, Anales del Museo Nacional de Antropología,
Estudios Sociológicos, Horizontes Antropológicos, La Jornada Semanal, Nueva Antropología, La Ventana y otras revistas.
Mónica Mansour. Escritora mexicana, maestra en letras por la UNAM.
Se dedica a la crítica literaria, la investigación y la traducción. Es autora
de varios libros de poesía, cuento y novela.
Phillip Lopate. Uno de los escritores neoyorkinos más sobresalientes.
Sus ensayos son un homenaje a la vida cotidiana, notables entre otras
cosas por su sinceridad e impertinencia. Ha publicado, además de los
libros de poemas y ensayos de su autoría —y un volumen significativo
de críticas de cine y arte—, algunas antologías memorables. Da clases
en varias instituciones, y está por publicar un libro muy voluminoso
sobre el “waterfront” de Nueva York. Tiene una hija, Lily, que todavía
no es adolescente.
María López Vigil. Escritora y periodista. Nacida en Cuba, reside desde hace 22 en Nicaragua, donde durante 11 años dirigió el periódico
popular El Tayacán (1981-1992). Actualmente es redactora jefa de la revista Envío. Ha escrito series radiales, entre las cuales se encuentra Un tal
Jesús; libros de literatura testimonial, entre ellos Piezas para un retrato de
Moseñor Romero, y libros de literatura infantil, como Un güegüe me contó.
Enrique Ocaña. Traductor.
Adam Phillips. Psicoanalista inglés especializado en psicoterapia infantil. Ha publicado entre otros On Kissing, Tickling and Being Bored,
Monogamy, Terrors and Experts.
María Teresa Priego. Nació en Villahermosa, Tabasco. Estudió letras
hispánicas y una maestría en estudios de género en París 8. Es cuentista, editorialista del periódico El Independiente y colaboradora de la revista Nexos.
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Román Revueltas Robles. Periodista.
Jesusa Rodríguez. Actriz y directora de teatro. Fundadora de la compañía Divas A.C. Su verdadera profesión es conductora de eventos de
solidaridad y su verdadera vocación es jugadora de póker.
Raquel Robles. Integrante de H.I.J.O.S.
Susan Sontag. Escritora, crítica de la cultura moderna, ha escrito ensayos
innovadores sobre lo camp, la literatura pornográfica, la estética fascista,
la fotografía y el sida. Es considerada en su país de origen, Estados Unidos, como una “nueva intelectual”. Entre sus últimos libros se cuentan la
novela In America (1999) y el libro de ensayos Where the stress falls (2001).
Teresa Valdés Echenique. Sociologa (Universidad Católica de Chile), es
profesora investigadora de FLACSO, Coordinadora del Área de Estudios
de Género de FLACSO-Chile. Entre los años 1990 y 1995 coordinó el
proyecto regional “Mujeres Latinoamericanas en Cifras” en 19 países de
América Latina, y desde 1999 coordina el proyecto regional “El seguimiento de los acuerdos internacionales para el mejoramiento de la
situación de la mujer a través de un sistema de indicadores. El Indice de Compromiso Cumplido ICC. Un instrumento de control ciudadano de la equidad de género”. Desde 1983 ha sido integrante activa y
dirigenta del movimiento de mujeres en Chile. Desde 1993 integra la
articulación de ONGs y centros especializados en género: Grupo Iniciativa Mujeres. Durante el año 2000 fue integrante y relatora del Consejo
Ciudadano para el Fortalecimiento de la Sociedad Civil constituido por
el Presidente de la República, Ricardo Lagos. Actualmente preside el
Consejo provisorio del Fondo para el Desarrollo de la Sociedad Civil,
creado por el Presidente de la República en 2002.
Paloma Villegas. Nació en México, D. F., en 1951. Estudió lengua y
literatura hispánicas en la UNAM. Trabaja en Ediciones Era. Ha traducido numerosos libros y artículos; ha impartido un taller literario en la
Universidad Autónoma Metropolitana y realizado adaptaciones
radiofónicas para Radio Educación. Ha publicado artículos de crítica
literaria y feminismo, y los libros Mapas, Ediciones Era, 1981 (poesía), y
La luz oblicua, Ediciones Era, 1995 (novela).
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