Dirección Marta Lamas Redacción Cecilia Olivares Comité editorial Marta Acevedo Enid Álvarez Marisa Belausteguigoitia Gabriela Cano Dora Cardaci Mary Goldsmith Lucero González Marta Lamas Sandra Lorenzano María Consuelo Mejía Araceli Mingo Hortensia Moreno Cecilia Olivares Mabel Piccini María Teresa Priego Raquel Serur Estela Suárez María Luisa Tarrés Portada Carlos Aguirre Diseño Azul Morris Producción Alina Barojas Beltrán Administración María Perea Meraz Ventas Ana Rosa Solís Apoyo editorial Patricia Ramos Publicidad Elvira Bolaños Índice editorial ix heridas, muertes, duelos El lugar herido Luis Miguel Aguilar 3 Mis cadáveres Carmen Boullosa 23 Memoria, parentesco y política Ana María Amado 51 Resentimientos Jean Améry 76 desde esta tribuna La comandanta esther en el congreso de la unión Teresa Carbó 101 desde el cuerpo Retrato de mi cuerpo Phillip Lopate 153 poesía Poetas negras 167 políticas públicas Veinte años de políticas de igualdad de oportunidades en España Judith Astelarra 179 El traje nuevo de la emperatriz Francisco Cos-Montiel 211 ¿Políticas con perspectivas de género o el género como política? Haydée Birgin 261 desde la mirada Política en imágenes Lorena Alcaraz 271 desde el recuerdo El duelo, entre la antropología y el psicoanálisis Araceli Colin 281 desde la disidencia Resistir Susan Sontag 289 desde Nicaragua Los nombres de la Rosa María López Vigil 301 desde la convivencia Gay de mierda Román Revueltas Retes 323 No es por vicio ni por fornicio María Teresa Priego 325 desde Argentina Lo imposible sólo tarda un poco más Raquel Robles 331 desde el diván Sólo cólera Adam Phillips 337 lecturas Entendernos Gabriela Cano 343 Las mujeres y la tierra Teresa Valdés 347 La prostitución en México Rosío Córdova Plaza 352 Para ubicar el género Matthew C. Gutmann 357 Comentarios sobre Debates en torno a una metodología feminista María J. Rodríguez-Shadow, Martha García Amero, María Eugenia D‘Aubeterre, Antonella Fagetti 360 argüende Foximiliano y Martota Jesusa Rodríguez 383 Y si la historia Liliana Felipe 398 colaboradores 403 editorial Editorial A unque la escritura y la creación en general siempre parten de la intención de dar a conocer nuestras ideas, nuestros sentimientos o intereses, de compartirlos con quienes los leen, escuchan o miran, en el caso de las heridas, las muertes y los duelos el deseo de poner en palabras o imágenes lo vivido/lo desaparecido se entreteje con la necesidad de revisar —tal vez más de una vez, seguramente una y otra vez— el golpe que la muerte asestó a nuestra vida. Después de vivir la muerte de un ser querido, o de vivir muchos años marcada por el temor a la muerte, después de sobrevivir a la destrucción sistemática de 6 millones de personas o haber crecido huérfano de padres asesinados por el estado argentino, queda la expresión: la recreación como una manera de entender y entendernos, o por lo menos como la búsqueda de comprensión, en algunos casos, de aceptación. Trabajar, atravesar, elaborar un duelo son expresiones que forman parte del lenguaje ordinario, a partir del trabajo de Freud, y sin embargo el duelo mismo es algo que en nuestra época no sabemos muy bien cómo manejar. ¿Qué expresiones de duelo son “aceptables”?, ¿cuánto tiempo es el tiempo “normal” de duración para un duelo?, ¿existen un duelo sano y uno patológico?, ¿se llega realmente a la terminación de un duelo? Seguramente que para la elaboración del duelo (para sobrevivir a la muerte que nos deja descolocados, mutilados, sin techo que nos cubra ni suelo sobre el que pisar) sirve de ayuda la puesta en relato de la vida de quien falleció; para aliviar por muy levemente que sea las heridas sirve de ayuda volver a ellas, contemplarlas, verlas cicatrizar y quedarse con las cicatrices que ineluctablemente formarán parte de uno para siempre. En la sección que abre este número de DEBATE FEMINISTA hemos reunido cuatro artículos que tocan la muerte desde lo individual y desde lo socio-político. Luis Miguel Aguilar aborda lo inrelatable: la muerte de su hijo pequeño. Desde el “lugar herido”, desde la conciencia de que esa falta lo acompañará toda la vida, Aguilar escribe de una manera tan honesta y conmovedora que no queda más que agradecerle compartir su dolor con tantos lectores anónimos. Carmen Boullosa retoma un tema que atraviesa gran parte de su obra literaria: el temor a la muerte, que la lleva a huir constantemente de ix editorial la adultez, el compromiso, la estabilidad. “Mis cadáveres” hace un recuento de todos los momentos en que la muerte tocó a su vida, momentos que se entretejen con aquellos en los que cobró conciencia de su cuerpo como separado, deseante, capaz de gozar. Ana María Amado realiza una lúcida lectura de las recreaciones que llevan a cabo los familiares de las víctimas de la dictadura argentina y las inscribe dentro del ámbito político: el reclamo de los hijos que ya adultos reconstruyen las vidas y las elecciones de sus padres, los padres que reviven la muerte de los hijos, la violencia homicida y la orfandad universal. Jean Améry, quien estuvo internado en varios campos de concentración, entre ellos Auschwitz, explora y comparte —aunque sin esperar simpatía— las razones que le impiden olvidar, su negativa a perdonar, su reclamo a la nación alemana para que no borre de su memoria el periodo nazi de su historia. En este caso se trata de heridas que nunca cicatrizaron, por más que Améry, a través de su escritura, intentó, en palabras de Primo Levi, “superar lo insuperable”. Cuatro artículos más de este número tocan la temática de la primera sección. En desde el recuerdo, Araceli Colin ofrece un homenaje a la antropóloga Noemí Quezada, a la vez que reflexiona sobre la muerte y el duelo como objetos de estudio, por un lado, y como vivencias personales, por otro. Susan Sontag, en desde la disidencia, alude al carácter innecesario, amoral e injusto de las circunstancias del conflicto palestinoisraelí; desde las puntualizaciones semánticas y políticas que viene realizando a partir del 11 de septiembre de 2001, Sontag expresa su respeto a los soldados israelíes que rechazan servir para dominar y humillar al pueblo palestino. En desde Argentina, Raquel Robles complementa en ciertos aspectos el artículo de Ana María Amado, con una reflexión sobre el esperado fin de la impunidad y la posibilidad de retomar los sueños de los padres asesinados así como los sueños propios. El psicoanalista inglés Adam Phillips, en desde el diván, nos deja ver cómo la rabia —uno de los estados/estallidos que caracterizan al duelo y también al enfrentamiento ante el sinsentido y la inutilidad del exterminio masivo de seres humanos— es resultado de la frustración de nuestros ideales, de un mundo ideal que al parecer sólo existe en nuestra imaginación. Mientras que con estos artículos se apuntala el cuerpo central de este número, a partir de un intercambio de miradas con la comandante x Esther, Teresa Carbó realiza un apasionante análisis del discurso que la comandante zapatista pronunció en el Congreso en 2001. Su presencia y sus palabras, las que nos dieron a muchas de nosotras una entrañable sorpresa, son sopesadas en todos sus aspectos en desde esta tribuna. El escritor estadounidense Phillip Lopate escribe amorosa e irónicamente sobre sí mismo: la apariencia de su cuerpo, sus posibilidades reales y las soñadas, su historia, las partes preferidas y las que le causan molestias; elabora, así, un retrato de sí mismo al escribir un retrato de su cuerpo. Mónica Mansour nos presenta cuatro poemas de cuatro poetas negras del continente americano que tocan el tema de la negritud imbricado con el del ser mujer en un mundo en el que pareciera que esas dos condiciones implicaran, como expresa June Jordan, que se nació y se vive “equivocada”. La sección desde la mirada nos ofrece las fotografías de Lorena Alcaraz, “política en imágenes”: cuerpo, manos y barro ilustran los conceptos y vivencias centrales de la equidad, la participación, la diversidad y la libertad. En la sección de políticas públicas, dos especialistas en el tema de la perspectiva de género, Judith Astelarra y Francisco Cos-Montiel, nos ofrecen elementos valiosos para ir haciendo una evaluación de experiencias. Astelarra revisa las formas en que los institutos de la mujer han aplicado las políticas de igualdad de oportunidades y sus resultados en España. Especialmente interesantes son los hallazgos que muestran cambios de actitudes, aunque queda la duda de si dichas transformaciones se deben principalmente a la labor de las instancias que se encargan de políticas dirigidas a terminar con la discriminación en contra de las mujeres. Por su parte, Cos-Montiel analiza, mostrando su pertinente aparato teórico, la gestión del Instituto Nacional de las Mujeres en México, y concluye que, por lo menos hasta ahora, más que género, tela o nuevos ropajes, lo que hay son sobre todo discursos y proclamas. Y aunque la sección está dedicada únicamente a analizar las instancias que en España y México se ocupan de la transversalización del género, le sumamos unos comentarios agudos de Haydée Birgin, nuestra compañera argentina. En desde Nicaragua, María López Vigil nos ofrece un panorama a la vez desolador y esperanzado de este país centroamericano como marco para la historia de Rosa, la niña nicaragüense que, violada en Costa Rica, finalmente pudo someterse a un aborto terapéutico en su país. xi editorial Las múltiples vicisitudes que rodearon el caso, y la rápida y humanitaria intervención de las feministas nicas son recordatorio del trecho todavía largo que hay que recorrer para que sea respetada la voluntad de las mujeres y niñas en materia de sexualidad y reproducción. Hacemos un llamado desde estas páginas a quienes tengan conocimiento de casos similares, para que nos hagan llegar la información. Es imprescindible ir documentando estas lamentables experiencias. Ante la reciente declaración vaticana en contra de las uniones de personas homosexuales, María Teresa Priego y Román Revueltas escribieron sendos artículos periodísticos que reproducimos con gusto. Las arcaicas posturas de la jerarquía de la iglesia católica, que prohiben las relaciones erótico-amorosas entre dos personas del mismo sexo, fomentan la homofobia. Lecturas presenta esta vez cinco libros fundamentales. En primer lugar, Gabriela Cano comenta el Diccionario de cultura homosexual, gay y lésbica de Alberto Mira cuyo objetivo, a decir de Cano, es informar sobre obras, creadores y públicos gays. Enseguida Teresa Valdés presenta Género, propiedad y empoderamiento de Magdalena León y Carmen Diana Deere, obra que recoge información de doce países de América Latina sobre el tema de la tenencia de la tierra y el acceso a ella. Rosío Cordova hace una lectura plena de sabiduría y humor de La prostitución y su represión en la ciudad de México (siglo XIX) de Fernanda Núñez. “Para ubicar el género” es la reseña de Matthew Gutmann sobre Gender’s Place: Feminist Anthropologies of Latin America que incluye los trabajos de estudiosas estadounidenses y latinoamericanas. Para finalizar incluimos las cuatro presentaciones del libro compilado por Eli Bartra, Debates en torno a una metodología feminista, obra central para quienes están interesadas en la investigación feminista. Como siempre, cerramos con la sección argüende. El espectáculo de cabaret político que Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe han venido impulsando a lo largo de varios años, realiza esta vez un viaje al pasado y retoma una parte de la historia patria para criticar el presente. También incluimos la inefable canción de Liliana: hay que oírla. Cecilia Olivares xii heridas, muertes y duelos Luis Miguel Aguilar El lugar herido* Luis Miguel Aguilar E staba anocheciendo cuando llegamos a la casa. Regresábamos del hospital y por primera vez en muchos meses María, mi mujer, y yo estábamos alegres. Al bajarnos del coche y ver la casa me vino a la mente el verso de Luis Rosales: “Gracias, Señor; la casa está encendida”. Pensé de golpe en lo que habría pensado mi tía Luisa si me hubiera oído pensando ese verso con el Señor enmedio. Meses atrás ella me había dicho, cuando las cosas estaban complicadas: “Aunque no creas en Dios, ofrécele tu sufrimiento a él, como hacen los católicos”. Ahora, aunque seguía sin creer en Dios, creí en el verso de Rosales como en la mejor descripción disponible de un íntimo recobre. Mientras María sacaba las llaves de la casa pegué la cara a la colcha; la colcha tapaba por completo a un pequeño bulto que yo llevaba en brazos: era nuestro hijo Eduardo. Su médico lo acababa de dar de alta con las palabras: “Ahora podrá tragar hasta piedras”. Eduardo había nacido ocho meses atrás en el mejor sitio en que pudo nacer en ese momento, un hospital del gobierno especializado en esterilidad, embarazos de alto riesgo y enfermedades perinatales, el Hospital de Perinatología. Fue una casualidad; años atrás, como María no lograba embarazarse, sacó ficha en ese hospital para atendernos ahí. Después de analizar muestras de mi semen y realizarle varios estudios a María, descubrieron que ella tenía un problema poco visto y no sin cierta extrañeza poética: un “ovario infantil”, un ovario que nunca se le había desarrollado. Le dieron a María el tratamiento que acabó con nuestra “esterilidad primaria” y poco después nacía nuestro hijo Felipe, de * Publicado en Nexos núm. 299, noviembre 2002. Agradecemos al autor el permiso para su reproducción. 3 heridas, muertes, duelos quien María bromeaba: “Es hijo tuyo, mío, de la doctora de ‘Perinato’ y del omifin”, las pastillas inductoras de ovulación en que consistió la parte central del tratamiento. Felipe nació en ese mismo hospital. Todo salió tan bien, el hospital y los médicos eran tan buenos, incluso el pago —según la categoría económica— era tan accesible, que decidimos seguir atendiéndonos ahí. Un hospital público de alto nivel como Perinatología era, lo entendimos desde el principio, una lucha decisiva y minuciosa contra los hábitos de los usuarios. Entendimos, es decir, las reglas estrictas en materia de visitas y control de pases: bastaría aflojar un segundo, una cláusula, esas reglas, para que el hospital se volviera —como lo vi en el hospital de La Raza unos meses después— una romería, una kermess, una sala de costura con mujeres estridentes, una sala de ensayo de estudiantinas y un comedero. Tres años después del nacimiento de Felipe, para el nacimiento de nuestro segundo hijo, volví a recordar las reglas de Perinatología en materia de visitas incluidas las visitas de los padres. Sólo se admitían de las doce de la mañana a las cuatro de la tarde. Para el nacimiento de Felipe, María entró al trabajo de parto en la mañana y a las ocho de la noche me dijeron desde el mostrador de recepción que mi hijo había nacido por cesárea, que pesaba tanto y que estaba bien. Sólo pude conocer a Felipe hasta el día siguiente. Con el nacimiento de nuestro segundo hijo todo empezó de un modo similar. María y yo habíamos ido a una consulta y la doctora decidió que se quedara. Fue un día en vano; a la noche, porque el cuello uterino no dilataba, de la sala de parto regresaron a María a su cama en el espacio que compartía con otras mujeres. En la recepción me dijeron que el parto sería hasta el día siguiente y me fui a la casa. María me habló desde un teléfono público de monedas, ubicado en el pasillo junto a su cama, para confirmármelo. A la mañana siguiente fui muy temprano a Perinatología. Me avine otra vez a las rutinas del hospital, pensando siempre que María era larga para sus trabajos de parto. En la sala de recepción, incluso, frente al mostrador, sólo podía estar una persona por cada paciente. Por eso a los familiares y amigos que me ofrecieron compañía les dije que no tenía caso, puesto que sólo yo podía estar en la recepción. A mediodía salí a comer a un restaurante de comida rápida. Para hacer más tiempo, y porque no llevaba que leer, me metí a una librería de Cristal de la zona y recuerdo haber comprado una reedición de la Antología de la literatura fantástica de Silvina Ocampo, 4 Luis Miguel Aguilar Borges y Bioy Casares. Al regreso pregunté si sabrían algo. Me dijeron que mi paciente aún estaba en trabajo de parto y que ellos me avisarían en cuanto supieran. Me senté a leer en una silla; luego seguí leyendo de pie; luego leí sentado de nuevo; luego empecé a leer sin leer, entonces cerré el libro y volví a preguntar sobre el mostrador. Eran ya las ocho y media de la noche. Había pasado media hora desde que, tres años atrás, en situación similar frente al mostrador, me habían dicho ya que Felipe había nacido. Me dijeron que aún no sabían nada y que debía esperar. Mejor: que cuando supieran algo ellas me vocearían. La señorita, y luego la señorita que llegó al cambio de turno, fueron voceando nombres y cada uno de los respectivos familiares fue al mostrador a recibir información, hasta que el lugar se vació. Me quedé solo mientras la señorita hablaba con policías e intendentes en la rutina nocturna de recepción. Luego empezó a hablar por la red interna para preguntar por mi paciente. La respuesta era la misma: aún no había informes. Un camillero que pasaba ahí por tercera vez me preguntó, solidario, si aún no sabía nada. La señorita acabó ofreciéndome un café como para informarme aunque fuera eso. Hacia la medianoche me llamaron al mostrador. Me dijeron que había sido varón, que pesaba tanto, que la mamá estaba bien, pero que el bebé había tenido problemas al nacer y que estaba “pendiente por pediatría”. Pregunté varias veces de qué problemas hablaban y en todas ellas me dijeron que no podían informarme más. Que al día siguiente, a primera hora, los médicos me informarían todo. Me dijo que ella no sólo no sabía más: en caso de saberlo, tenía estrictamente prohibido decirlo. Salí del hospital a una noche fría y deshabitada de octubre. No recuerdo si regresé en taxi o si había llevado nuestro Volkswagen. No recuerdo quién llamó a mi casa —el teléfono sonó mientras yo entraba a ella— para preguntarme qué había ocurrido. Recuerdo haberle dicho a quien llamó que la cosa se había complicado y que lo sabría hasta el día siguiente. Subí y le dije a la muchacha que ya podía irse a su cuarto en la azotea, puesto que ella se había dormido en un sofá del cuarto de Felipe para cuidarlo en nuestra ausencia. Vi que Felipe siguiera dormido y al salir de su cuarto dejé abierta la puerta, por si le pasaba —¿qué le iba a pasar?— algo. Recuerdo haberme metido en la cama sin pensar en dormirme, con la simple idea de dejarme estar ahí y esperar que pasara el tiempo. En algún momento me dormí pero abrí los ojos mucho antes 5 heridas, muertes, duelos de que sonara el despertador. Como a las seis y media de la mañana llamé por teléfono no recuerdo a qué tía de Felipe para que fueran por él a mi casa más entrada la mañana y avisé a la muchacha para que lo vistiera y le preparara mudas de ropa. Llegué a las siete de la mañana al hospital y me pasaron de inmediato con un médico. —¿Qué tiene? —le pregunté sin más. —No diga “tiene”. Tuvo. Lo que tenía ya no lo tiene. Yo mismo lo operé. Me dio su nombre y se presentó como cirujano pediatra. Mi hijo Eduardo había nacido con una malformación congénita, una atresia esofágica. Su cirujano me explicó entonces qué era eso y me lo dibujó en una bolsa de papel estraza que estaba sobre un escritorio. Atresia esofágica quería decir que su esófago estaba incompleto, interrumpido antes de llegar al estómago y, en cambio y para mal, estaba conectado a donde no debía: a los pulmones, y por los dos lados. Con una obra maestra de microcirugía el médico le había abierto el esófago, le había corregido la trayectoria desviada hacia los pulmones, y lo había conectado al estómago. Me dijo que a las doce podía pasar a verlo —aun en este caso seguían vigentes las reglas del hospital— pero me recomendaba ver primero a mi esposa cuando se abriera el horario de visitas. Faltaban cinco horas. Bajé de una vez a la donación obligatoria de sangre y no califiqué por ser alérgico a la penicilina y a la sulfa. Les dije que otras veces había donado sin que eso lo impidiera. Me dijeron que este era otro tipo de hospital: mi sangre iría a dar sobre todo a recién nacidos, y en tal caso mi sangre no servía. Salí a desayunar y sólo me entró media taza de café. Luego me puse a caminar, perdiéndome, por las calles de las Lomas —el hospital estaba en esa colonia— y en cierto momento me dio terror que me ocurriera algo en la calle y regresé, casi corriendo, al hospital, decidido a no moverme de ahí. Me formé media hora antes de las doce frente al mostrador donde se controlaba el acceso y se daban los pases para visitas. María avanzó hacia mí metida en la bata del hospital, caminando con dificultad por el dolor de la cesárea. Abrazados, lloramos largamente. Me dijo que Eduardo —era el nombre que habíamos convenido en caso de que fuera niño; María lo usaba por primera vez— había nacido a las cinco y media de la tarde del día anterior, 30 de octubre de 1990. Sólo le dijeron que era niño y que debían llevárselo de inmediato 6 Luis Miguel Aguilar a revisión porque tenía muchas secreciones en la boca y en la nariz. A María le pusieron una inyección para dormirla y cuando despertó estaba en la sala de recuperación. Preguntó por su hijo varias veces y nadie le podía decir nada. La subieron al cuarto avanzada la noche; María se quedó sobre su cama con las luces apagadas y sin saber qué había ocurrido. Curiosamente, entre las otras camas de las mujeres con las que compartía el cuarto, la cama de María daba a un ventanal sin cortinas desde donde podía ver el consultorio del pediatra de Felipe, que colindaba con Perinatología. Comprobó que el pediatra trabajaba hasta tarde porque las luces siguieron prendidas un buen tiempo; cuando se apagaron, María se quedó trabada de desesperación y no durmió en toda la noche. En la mañana le preguntó a una enfermera, que le dijo: —Creo que se lo llevaron a UCIN —y se fue. Otra enfermera entró y María le preguntó por qué su hijo estaba en UCIN. —Uy —dijo la enfermera—, si está en UCIN es muy grave. Y se fue también sin decir más. Como a las diez de la mañana María vio a un doctor y le suplicó que la ayudara a averiguar qué había pasado con su hijo. —Voy a ver y subo a decirle— y no volvió. Poco después subió el cirujano que había operado a Eduardo y le explicó a María lo mismo que a mí. María ya había visto a Eduardo; no me dijo nada de cómo había visto a Eduardo: me adelantó simplemente todo lo que yo debía hacer antes de entrar a UCIN. Esto, UCIN, quería decir Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales. Bajamos al cunero de UCIN. Sólo podía entrar uno de nosotros por vez. En un espacio contiguo al cunero una enfermera me hizo seguir uno a uno todos los pasos de asepsia antes de entrar: debía lavarme las manos tres veces, y dos más untármelas con desinfectante. Debía entrar con una bata y un gorro esterilizados; debía ponerme un cubrebocas y meter los pies en unas botas de cirugía desechables colocadas sobre los zapatos. Mi hijo Eduardo estaba metido en uno de los capelos del cunero. Lo vi retorcerse del dolor y las molestias, y llorar, pero el llanto no se oía por el capelo de acrílico. Eduardo tenía una sonda que le entraba por la boca al estómago; un parche de gasa le cubría la herida que le atravesaba la espalda. Tenía la aguja del suero en un pie. Sólo tuve el deseo interno —¿formulado a quién?— de ofrecerme yo, sustituirlo, y librarlo del dolor. Todo el cunero era un infierno paradójico: varios re7 heridas, muertes, duelos cién nacidos cruzados por el dolor, pequeños pero infinitos cuerpos en sufrimiento hasta un punto incontemplable e intolerable para cualquier adulto, y sin embargo el mejor sitio en que esos niños podían estar en ese instante. Era como si Eduardo hubiera muerto y hubiera regresado de la muerte. Eduardo estuvo cuatro días en el cunero de terapia intensiva, mismo tiempo en que dieron de alta a María. A Eduardo lo pasaron entonces a UCIREN, es decir, la Unidad de Cuidados Intermedios de Recién Nacidos. Para las visitas diarias a Eduardo, el hospital sólo permitía una hora por la mañana y otra por la tarde. María y yo alternábamos media hora y media hora. Uno de esos días María salió del cunero más destrozada que otras veces. Oyó cómo la doctora de turno le decía a un padre que su hijo no viviría mucho. Aun así, añadió la doctora, ahí lo mantendrían con vida lo más que se pudiera. El padre ya sabía, pero no era lo mismo “saberlo” que saberlo. María lo vio alzar los ojos al techo. Su hijo había nacido sin encéfalo, con sólo un pedazo de cerebro. En su cuna estaba tapado con pañales para que la gente, desde el ventanal que separaba al cunero, no pudiera verlo. Los pasos de rutina para la visita eran igual de estrictos que en la terapia intensiva. En terapia intermedia Eduardo debía estar sentado siempre sobre una silla Evenflo puesta sobre la cuna. Un día al llegar a visitarlo recibimos la mala noticia de que el esófago no había cerrado bien de la operación y se le había hecho una fístula. Entonces le hicieron una segunda operación: una gastrostomía, es decir, un hoyo en el estómago para alimentarlo por medio de una sonda. Otro día nos recibieron con la mala noticia de que había tenido neumotórax, es decir, que se le había desinflado un pulmón. Ahora Eduardo tenía una segunda sonda que le salía del pulmón y bajaba por el costado hacia una bolsa, con el fin de que drenara. Días después nos recibieron con la mala noticia de que Eduardo tenía una neumonía. El segundo día de visita en terapia intermedia, mientras yo me untaba desinfectante en las manos antes de entrar a ver a Eduardo, una mujer en el lavabo de junto me dijo: —Llore menos y háblele más. Yo soportaba un poco mejor la cosa pero inevitablemente me quebraba en cada visita, en cuanto me acercaba a la cuna de Eduardo. —Está usted muy preocupado —siguió la mujer—. Pero yo veo bien a su hijo. El mío lleva aquí dos meses. Pesó un kilo cincuenta 8 Luis Miguel Aguilar gramos. Lo operaron del corazón y de un paro respiratorio. Cuando entre usted a la visita, no le hable de la enfermedad, háblele “normal”. El mío ya está tomando leche. El suyo se ve muy bien. —Sí. Son muy fuertes. Son más fuertes y más valientes que uno —le dije—, uno que anda por ahí lloriqueando. —Háblele normal. Ellos lo oyen y les gusta. El mío ya llora cuando lo dejo con la enfermera. Las palabras de esta mujer eran parte del tejido de solidaridades que se van creando en un hospital y en un área de un hospital como ésos. Le comenté a María sobre esta mujer, se la describí y me dijo que ya había hablado con ella varias veces. Se llamaba Silvia Galván. Era una mujer pobre. Vivía en Milpa Alta. Hacía dos horas de ida y dos de regreso a Perinatología. Le dijo a María que los primeros quince días estaba desesperada. Luego se calmó al aceptar lo que todos: su hijo no podría estar mejor en ninguna otra parte. Aquí el niño tenía oxígeno y atención. Si el paro respiratorio le hubiera dado en Milpa Alta, a solas con ella, se habría muerto. La recomendación de Silvia Galván era una de las primeras cosas que solicitaban, casi exigían, las enfermeras y los médicos de terapia intermedia. Hablarles a los niños era una parte del tratamiento. En mis turnos comencé a contarle a Eduardo la historia del único libro cuya lectura yo toleraba en esos días sin sentir el deseo de tirarlo a la basura: el Mahabharata. Yo leía en dos versiones, ambas abreviadas, al español y al inglés. Es así, le conté a Eduardo, porque este libro en sánscrito no se ha traducido completo a ninguna lengua occidental. Este libro tiene quince veces el tamaño de la Biblia. O bien: si la Ilíada tiene unos veinte mil versos, el Mahabharata tiene quinientos mil. Al final de todas las posibles interpretaciones, le conté a Eduardo, maha en sánscrito quiere decir grande y total; y bharata, hindú, pero más generalmente: hombre. Es la gran historia de los Bharata, es decir: la gran historia de la humanidad. El centro es la terrible disputa intestina de una familia, de unos primos: los kauravas, los hijos de Kaurava, y los pandavas, los hijos de Pandu. Le conté a Eduardo sobre el hecho notable de que este poema, el más largo de todas las literaturas, existía para llegar a un segundo o a un instante: el momento en que el dios Krishna ilumina o instruye a uno de los pandavas, Arjuna —en lo que después se ha manejado en ediciones separadas, pero que es sólo una parte del Mahabharata, el “Bhagavad 9 heridas, muertes, duelos Gita”—, para que entre a la pelea en contra de sus primos, los kauravas. O más allá: Krishna ilumina o instruye a Arjuna para que se venza a sí mismo, para que derrote sus contriciones y sus aprietos, y actúe trágicamente. Le conté a Eduardo cómo Krishna le dice a Arjuna que su elección no es, no puede ser ya, entre la paz y la guerra, sino entre la guerra y otra guerra. Arjuna pregunta “¿Dónde va a desarrollarse esa otra guerra? ¿En el campo de batalla o en el fondo de mi corazón?”. “No veo ahí una verdadera diferencia”, contesta Krishna. Le conté a Eduardo el momento en que el rey ciego Kaurava, para evitar la guerra, les concede unas tierras a sus sobrinos, los hijos de Pandu. Cuando se queda a solas con su mujer, Gandhari —quien al casarse con él se ha puesto una venda de por vida, para ser ciega también como su esposo— y con su consejero, Bhisma, Kaurava les pregunta si ha actuado bien. Bhisma le dice que sí. “Los hijos de mi hermano Pandu”, dice Kaurava, “son como mis hijos”. Su esposa Gandhari le dice: “Pero tienes en el corazón una preferencia secreta”. “También tú, Gandhari”, dice Kaurava. Gandhari dice entonces: “Y cuando se prefiere a los propios hijos en lugar de a los hijos de los otros, la guerra está próxima”. Le conté y le conté a Eduardo, sobre todo, el momento en que los pandavas, en la errancia por los bosques después de haberlo perdido todo, llegan a un estanque y quieren beber de él. El estanque les dice que antes deben responder a varias preguntas (a lo cual me refería como “el cuestionario Mahabharata” cada vez que se lo contaba a Eduardo). Los pandavas, entre ellos Arjuna, no aguantan la sed, beben compulsivamente del estanque, y mueren. Sólo el mayor de ellos, Yudishtira, se dispone a responder las preguntas del estanque. Luego, cuando Yudishtira responde acertadamente, el estanque se revela como el Dharma, el Orden del mundo. Yo repetía para Eduardo las preguntas del estanque y las respuestas de Yudishtira hasta llegar emocionado a las tres últimas, decisivas. “¿Quiénes son más numerosos, los vivos o los muertos?”. “Los vivos”, responde Yudishtira, “porque los muertos ya no son”. “¿Cuál es la gran, la mayor de las maravillas?”. “Que cada día la muerte golpea a nuestro alrededor, y vivimos como si fuéramos eternos cada día”. Llega la última pregunta: “¿Qué es lo inevitable para todos nosotros?”. Yudishtira no responde, como yo la primera vez, “la muerte”. Menciona otra cosa y atina. Al hablarle a Eduardo sólo nos permitían acariciarle la cabeza debido a los tubos que tenía metidos en el cuerpo. Un día María logró 10 Luis Miguel Aguilar cargarlo, por ocurrencia de una enfermera que le prestó un uniforme para que los médicos no se dieran cuenta. María hacia otras cosas en el hospital. Los primeros días, para que le bajara la leche, María amamantaba a otros niños del hospital cuyas madres no podían hacerlo. Luego, todas las tardes, después de la visita, ella se metía al banco de leche y con un extractor eléctrico que funcionaba por vacío se sacaba la leche para Eduardo, leche que las enfermeras metían después en un tubo capaz de albergar medio litro de líquido, tubo conectado a la sonda metida en el estómago de Eduardo. Y, abundante en leche como era, María siguió siendo la nodriza ocasional de otros varios niños de Perinatología. Yo esperaba afuera, a la puerta del hospital, siempre con gran cantidad de gente, familiares bulliciosos pero, por bendición, aislados —o bajo el acceso restringido que mencioné del interior de Perinatología. En la visita de las tardes María y yo llevábamos siempre a nuestro hijo Felipe que entonces, ya lo dije, tenía tres años. Esa tarde me distraje por alguna cuestión de pases de visita en la ventanilla cuando oí que alguien gritaba algo referido a que un niño iba a matarse. Volví la cabeza y de golpe tuve la vista de Felipe que bajaba a toda velocidad desde la rampa larga y empinada de Perinatología, subido sobre su cochecito de plástico. Felipe llevaba su coche todas las tardes y yo daba por hecho que —como había sido las otras veces— sobre su cochecito Felipe daría unos pasos horizontales, tomando únicamente un vuelo corto con los pies y de lado a lado de la rampa; que nunca se le ocurriría hacer lo que ahora había hecho: lanzarse en bajada vertical desde lo alto de la rampa, sin frenar siquiera con los pies, dejando que las ruedas tomaran toda la velocidad posible. Vi venir lo peor, y en un segundo se me agolpó todo: el miedo, la culpa, la certeza de que yo había sido un estúpido puesto que ahora nuestro otro hijo acabaría también en el hospital, si no era que muerto. Sobre el carrito Felipe iba de bajada y a toda velocidad rumbo a los gruesos barrotes de la reja de Perinatología; pero en un instante mágico Felipe dio un golpe maestro hacia la derecha con el volante de su cochecito y siguió en terreno plano hasta que el cochecito perdió velocidad y gradualmente se detuvo. Con toda tranquilidad Felipe me sintió abrazarlo cuando llegué a él, tarde para otros efectos, aunque bajé la rampa corriendo lo más rápido que pude. Nunca dejaré de agradecerle a Felipe lo que siguió después: acabó montando, todos los días, un show con su carrito. Se volvió una acción, incluso un alivio, no sólo 11 heridas, muertes, duelos para mí sino para los familiares que abundaban a las puertas de Perinatología. Quienes lo veían por primera vez gritaban de nuevo que el niño iba a matarse al final de la rampa. Los que llevaban días con un paciente adentro del hospital sólo se reían, acostumbrados, y hablaban del “niño piloto”. Al mes de estancia en Perinatología, dieron de alta a Eduardo. No podría aún comer por la boca, pero todos los cuidados podríamos hacerlos en nuestra propia casa. María y yo le hicimos al médico un cuestionario más central para mí, entonces, que el del Mahabharata. ¿Con quién hablar en caso de emergencia? ¿Lo llevábamos de nuevo al hospital? Si regurgitaba, ¿lo llevábamos directo al hospital o no sería tan urgente? ¿Cómo limpiarlo? ¿Cómo bañarlo? ¿Se puede bañar con la sonda? ¿Cómo lavar el material? ¿Cómo esterilizar el equipo que compremos? ¿Qué rapidez de goteo era la adecuada para que la leche viajara de la bolsa de suero —que en la casa sustituiría al tubo de medio litro del hospital— a la sonda y al estómago de Eduardo? ¿Cómo se hacía el manejo de la sonda? ¿Cómo acomodarlo en la silla, cómo saber la inclinación? ¿Hay que desconectarle la sonda mientras no está comiendo, es decir, mientras no está recibiendo la leche por el estómago? La sonda se le puede salir: ¿qué hacer en caso de que la sonda se zafe? ¿Cómo colocarle el pegamento del pañal para que no se pegue, a su vez, a la sonda? ¿Puede encimarse el pañal sobre la sonda? María, siempre la más valiente de los dos, recibió varias de las respuestas a estas preguntas mediante algunas lecciones que le dieron las enfermeras. Yo no me atreví ni a tomarlas. El día en que Eduardo salió del hospital yo estaba haciendo los últimos trámites en el ventanal que controlaba todo el acceso junto a la rampa de Perinatología. Silvia Galván llegó ahí por su pase. —¿Cómo va su hijo? Yo lo veo muy bien. —Tan bien que ya nos vamos –le dije, sonriendo ampliamente. Entonces Silvia Galván se quebró. Me dijo llorosa que le daba mucho gusto, pero que ahora, su hijo, cuándo. Ahora me tocó a mí alentarla, no sé con cuántos lugares comunes que yo sabía inútiles sobre “cómo todo saldría bien”, “ya ve, siempre hay salida”, y le pedí que siguiera siendo tan valiente como lo había sido hasta ahora. Le pedí su teléfono para que le habláramos. Me dio el teléfono de un estanquillo de su calle, porque no tenía teléfono en su casa. Yo no sabía ser la Silvia Galván de Silvia Galván en materia de 12 Luis Miguel Aguilar aliento. María salió por fin con Eduardo envuelto en una frazada gruesa y grande, y Silvia Galván volvió a quebrarse en cuanto los vio. María hizo algo mejor: me dio a Eduardo y abrazó largamente a Silvia Galván. Le di a Eduardo a María e hice lo mismo. Luego del abrazo nos despedimos sin palabras y yo hice entonces algo útil: le di a Silvia varios de los klínex que yo llevaba siempre y sólo retuve uno para mí. Ella asintió con la cabeza, se dio la vuelta, tomó su pase del mostrador y entró al hospital. Un par de días después marqué el teléfono y ahí dijeron no conocer a ninguna Silvia Galván. No volvimos a saber de ella. El hecho de que Eduardo estuviera ya en la casa empezó a ser para nosotros una de las formas más redondas de la alegría. Fue difícil al principio cumplir con todas las indicaciones necesarias, pero María era ciertamente una diosa de los cuidados y la alimentación de Eduardo. Alguna vez se zafó la sonda y yo aterrado vi fuera de su sitio el globito que entraba al estómago por la gastrostomía; ese globito era el final del tubo y funcionaba también como ancla. María se lo metió a Eduardo de nuevo, como pudo y sin dudar, y salimos corriendo a Perinatología. Ahí nos enseñaron cómo poner la sonda. María fue la única que aprendió; a la siguiente vez en que la sonda volvió a zafarse ella metió sus manos decididas y mágicas en el asunto y le colocó de nuevo la sonda a Eduardo. “De algo me sirvió ser bióloga”, me decía mientras yo la miraba con alivio y admiración. Eduardo aún hacía su vida sentado en la silla de plástico, puesta sobre la cuna, o en nuestros brazos. No podía estar acostado debido al reflujo. Y debido a esta palabra, reflujo, María y yo acabamos hartos de la gente que decía conocer niños que tenían lo mismo que Eduardo, “reflujo”, y nos inundaban de recetas y consejas. Creo que las tres primeras veces explicamos lo de la atresia esofágica, pero a la cuarta dejamos de hacerlo por su inutilidad frente a las embestidas de ese género médico-literario donde alguien más tuvo lo mismo que otro, o peor. María y yo acabamos por decir que sí, que les haríamos caso, a todos los comparadores y aconsejantes. Eduardo creció sus primeros dos meses comiendo por el hoyo del estómago. María seguía sacándose la leche con un aparato y llenaba la bolsa de suero. Como un acto reflejo, Eduardo comenzaba a succionar en cuanto la comida le entraba al estómago por la sonda. Le dábamos a chupar un dedo para aliviarle la ansiedad oral. Hacíamos visitas continuas al cirujano y seguíamos por radiografías el esófago de Eduardo. Él mejoraba y hubo un momento en que ya pudo dormir acostado. 13 heridas, muertes, duelos Eduardo tenía dos meses y medio de nacido cuando nos dieron la buena noticia en una visita al médico: la radiografía indicaba que la fístula había cerrado. Eduardo ya podría comer por la boca. El médico nos dijo que lo conveniente era no cerrarle aún el hoyo en el estómago por cualquier cosa. Hubo que enseñarlo a comer por la boca. Nunca aceptó fórmula láctea ni biberón sino el pecho de María. Eduardo tardó unos quince días en aprender. Y cuando aprendió debió agradecer como nada la admirable persistencia de su madre en extraerse la leche y no perderla, ni haber decidido cortársela: se dio sus primeros golosos y rabiosos banquetes directamente de los pechos de María, quien al principio debía apartarlo un poco para que Eduardo bebiera con menos avidez y no se inundara por dentro con las fuentes del paraíso. Eduardo había nacido también con otros males menos urgentes. Tenía el corazón del lado derecho y una válvula abierta. Debimos llevar a Eduardo a la sección cardiológica del Hospital Infantil. Ahí el médico nos dijo que Eduardo podría vivir con el corazón del lado derecho y, en el caso de la válvula, era muy pronto como para pensar en operarlo y se podría esperar a que cerrara sola, como ocurría con frecuencia en estos casos. María y yo agradecimos, por dentro, que para Eduardo no fuera necesaria otra operación urgente. Eduardo llegó a estar tan bien que el médico le quitó la sonda del estómago. Fue una fiesta. A los dos días el hoyo del estómago ya se le había cerrado. Unos meses después yo me estaba tomando unos tragos en casa de un amigo cuando María llamó por teléfono para decirme que Eduardo estaba mal: se ahogaba con la leche y la devolvía. Salí corriendo hacia la casa mientras María le hablaba al cirujano de Eduardo. Como no contestaban, a la primera hora del día siguiente llevamos a Eduardo a urgencias de Perinatología. A Eduardo se le había vuelto a cerrar el esófago o, mejor dicho: la cicatriz de la operación, al cerrarse, había cerrado también al esófago, estrangulándolo. La cicatriz apenas dejaba un hilito libre en la pared izquierda, insuficiente para que pasara la leche. Lo que seguía, nos dijo el cirujano, era una sesión o una serie, de “dilataciones”. Dos veces por semana debíamos llevar a Eduardo a un hospital, ahora privado, donde su cirujano atendía por las tardes, para que en efecto le dilataran el esófago a Eduardo. Esto consistía en irle metiendo hilos de acero por el esófago, cada vez de mayor grosor según el avance del tratamiento, 14 Luis Miguel Aguilar hasta que el canal se abriera nuevamente. Llevábamos a Eduardo al hospital una hora en cada una de esas tardes. La maravilla de Eduardo era que aún se reía cuando su madre lo dejaba sobre la plancha del quirófano y en manos de una enfermera —le pusieron a Eduardo “el bebé que ríe”—, y Eduardo no lloraba y no luchaba sino hasta darse cuenta de que al acostarlo sobre el quirófano lo que seguía para él era verse rodeado de los médicos y otras enfermeras que lo anestesiaban para que poco después su cirujano hiciera las dilataciones. En una sesión el médico aprovechó para quitarle el frenillo de la lengua: también con eso había llegado Eduardo al mundo. Después de entregar a Eduardo con la enfermera, María regresaba conmigo y esperábamos en el comedor del hospital. Ahí rumiábamos la sensación de ser unos traidores, traidores necesarios, para Eduardo. Aún me trastorno, no sé si hacia el lado bueno, el lado de la esperanza, o el lado malo, el lado de la desesperación, cada vez que vuelvo a enfrentarme al olor a baguette y café en los comedores de los hospitales. Nos regresaban a Eduardo dormido y enrojecido, un poco hinchado, después de cada dilatación. Lo tapábamos bien al salir; María manejaba y yo llevaba a Eduardo en brazos. En el coche, rumbo a la casa, Eduardo comenzaba a despertarse. Su primera reacción al despertar era una sacudida, un espasmo de temor; comenzaba a llorar, con un sonido ronco por las dilataciones —que se sumaban a una ronquera ya fija en Eduardo desde su primera operación, causada porque le habían cortado un nervio asociado a las cuerdas vocales—, y en cuanto me veía, y asociaba mi cara con mi voz, entre los restos de la anestesia Eduardo volvía a tranquilizarse y a sonreírme. Con las dilataciones Eduardo podía seguir comiendo por la boca. Al cabo las dilataciones no funcionaron y a Eduardo se le volvió a cerrar el esófago. Su médico decidió operarlo de nuevo, operarlo ahora del reflujo gastroesofágico: al provocarle agruras, los jugos gástricos provocaban también el cierre del esófago. Después de la operación hubo que regresar a Eduardo a las dilataciones. Las primeras dilataciones fueron por la boca; ahora tuvieron que hacerle a Eduardo otra gastrostomía, esta vez para que las dilataciones fueran desde el estómago a la boca, jalando el hilo de acero por ambos extremos. Ahora Eduardo tenía fijo un hilo negro que le entraba desde la nariz y le cortaba las aletas de la misma; María lo curaba y trataba de apartarle el hilo de la nariz, aflojándolo un poco y pegándoselo arriba de la boca con cinta de microporo. 15 heridas, muertes, duelos El hilo le llegaba a Eduardo al estómago y le salía por el hoyo de la gastrostomía; ese hilo estaba ahí para servir de guía permanente, sin tener que retomar el camino de nuevo, y conducir los hilos de acero durante las dilataciones. Por esos días nos cambiamos de casa. Para sus primeras dilataciones Eduardo había salido de nuestra casa en la colonia Escandón. Para la última de ellas, después de la operación, había salido de nuestra casa de la colonia Condesa frente al Parque México. Y a ella regresábamos, con Eduardo liberado de las dilataciones, ese atardecer en que habían prendido las luces y toda la casa estaba encendida. No sólo eso: después de muchos años de estar apagada, la fuente del Parque México estaba también encendida. Era como un recomienzo de todo; era como si Eduardo hubiera regresado de una segunda muerte. Sin dilataciones, Eduardo volvió a comer por la boca ya libre de hilos, cintas adhesivas y sondas. Del corto tiempo que siguió, veo a Eduardo en la carreola, frente al lago de los patos del Parque México, haciendo sus ruidos roncos por el intento de zafarse el cinturón y avanzar hacia los patos. Eduardo imitando a un muñeco de cuerda que con las manos se tapaba y destapaba la cara siguiendo una música. Eduardo gateando y sonriendo siempre. Eduardo jalándole los chinos a Felipe. Eduardo y sus primeras palabras. Cerca del día en que Eduardo cumplió su primer año, el 30 de octubre de 1991, tuvimos que llevar a mi tía Luisa, mi segunda madre —que en ausencia de mi padre fue también mi segundo padre— de emergencia al ABC, el hospital inglés. Desde meses atrás se quejaba de dolores; mejor dicho: minimizaba esos dolores con el descuido o el desdén del roble por su muérdago. Era reacia a los médicos; alguien le dijo que sus dolores eran “de ciática” y tomó pastillas autorrecetadas para eso, que le debieron arder de la peor manera puesto que, entre otras cosas, como supimos después, tenía una úlcera reventada. La última tarde, antes de llevarla en ambulancia al hospital, ya no se podía sostener en pie. Otro médico le había recetado una lavativa. Para ese efecto yo la ayudé a caminar rumbo al baño, cargándola con mis brazos bajo sus hombros. La lavativa no funcionó. Cuando volví a meter los brazos por sus axilas y la levanté para llevarla a su cuarto de nuevo, sentí su aliento y era el aliento de la muerte. Le hablamos a otro médico quien nos dijo que la internáramos de inmediato. En el hospital inglés supimos por fin que tenía una peritonitis. Esto se complicó más porque mi tía Luisa tenía problemas cardiovasculares. El médico nos dijo 16 Luis Miguel Aguilar que era necesaria una operación, pero que esta operación no garantizaba que mi tía se salvara. Añadió que, si su madre estuviera en ese caso, él la operaba. Le dijimos que lo hiciera y mi tía vivió: en terapia intensiva, con una traqueotomía y un drenaje del pulmón, puesto que le había dado un neumotórax como a Eduardo. Mi tía Luisa estuvo a punto de morirse varias veces de paros respiratorios y cardiacos. En las visitas yo apenas podía tolerar ver a esta mujer, que había sido toda la fuerza para nosotros, sus sobrinos, sus hijos, sin hablar, hinchada de agua, con la mirada perdida, como si en los ojos tuviera la sal del suero, con tubos de astronauta metidos en la tráquea y en el cuerpo, crucificada en un reposet. A los veinte días, por el costo económico, no pudimos sostener ya a mi tía Luisa en el hospital inglés y la trasladamos al hospital de La Raza, único con los aparatos y cuidados que necesitaba. Cuando la dejamos ahí, aun sabiendo que los médicos la cuidarían, me sentí como si la hubiéramos dejado, sola, en una terminal de autobuses. Volví a sentirme como si me hubieran vaciado. Comprendí como nunca, viendo hacia atrás, las restricciones de Perinatología: en la Raza los pases estaban también restringidos pero los familiares y amigos de los pacientes se las arreglaban para hacer sentir que era como si estuvieran comiendo tortas sobre las camas de los enfermos en terapia intensiva. Esta sensación no sólo la ocasionaban las visitas. Recuerdo como una de las cosas más desagradables de mi vida a los estúpidos camilleros berreándose unos a otros y pegando repetidamente con monedas o con llaves a las puertas de los elevadores para entretener su impaciencia mientras el elevador llegaba al piso. Al dejarla en la Raza sentí a mi tía más lejos, en todos los sentidos, que en el hospital inglés. Era el 21 de noviembre de 1991. El 12 de diciembre estábamos comiendo en casa de mi suegra por ser el santo de una cuñada mía. Eduardo estaba junto a la mesa, sentado en su silla alta de madera. Roía y comía un bolillo mientras tomaba una botella con atole de arroz, porque estaba mal del estómago. En eso vi que María, a mi lado en la mesa, se levantaba abruptamente de la silla y gritaba que su hijo se estaba ahogando. Lo sacó de la silla y le golpeó, le golpeamos —yo me había levantado también— el pecho y la espalda pensando que se le había atorado el pan. Lo apretamos por la espalda, lo volteamos de cabeza y lo seguíamos golpeando. María trató de sacarle el pan de la boca: Eduardo le mordió terriblemente el dedo y se quedó inconsciente. Alguien fue a llamar a una ambulancia mientras alguien 17 heridas, muertes, duelos más recordaba que un médico vivía en el edificio de junto a la casa de mi suegra. Salimos corriendo con Eduardo. El médico no estaba pero se apareció por ahí una enfermera. La enfermera sacó unas mangueritas absurdas y trató de metérselas a Eduardo por la boca. Se lo arrebatamos y volvimos a correr a la calle en espera de la ambulancia que no llegaba. Pasó una patrulla, la detuvimos y le dijimos al conductor que nos llevara al hospital más cercano, que era el Metropolitano de la colonia Roma, puesto que estábamos en la colonia Condesa. En la parte trasera de la patrulla María le daba a Eduardo respiración de boca a boca, Eduardo no respiraba. Los patrulleros se detuvieron a hablar con otra patrulla y les dije a gritos que aceleraran. A Eduardo le salía gran cantidad de moco por la nariz. Tenía ya la vista perdida, casi en blanco, y sus hermosas pestañas estaban húmedas por las previas lágrimas de lucha contra la asfixia. En el Metropolitano los médicos de guardia no supieron qué hacer y llamaron a la pediatra del hospital, quien resultó conocida de María por la escuela primaria. Revivió a Eduardo. Entonces no lo sabíamos; luego lo supimos: no debió hacerlo. Eduardo había pasado más de cuatro minutos sin respirar. Y otra cosa que esa doctora nunca debió hacer, como lo hizo, fue responsabilizar a María al decirle que ella había salvado a muchos niños, hijos de ex alumnas de la escuela, en peor situación que Eduardo. La insinuación obvia de esta mujer era que María no había actuado a tiempo. Creo haber gritado y golpeado las paredes del hospital, puesto que un policía me dijo que tendría que sacarme si seguía escandalizando. Me derrumbé sobre el piso y contra una pared de la sala de espera. Ahí supimos que a Eduardo no se le había atorado el pan; había aspirado el atole de arroz por los bronquios. Tampoco sabíamos que esa, la broncoaspiración, podía ser una de las consecuencias de la atresia esofágica, aun “curada”. Y en ese momento sólo nos quedaba saber qué tanto había sido el daño en el cerebro. La doctora nos dijo que ella no podría saberlo y que debíamos llevar a Eduardo a un hospital que sí tuviera cuidados intensivos para niños y aparatos más complejos. Ya era de noche cuando en una ambulancia llevamos a Eduardo al hospital Ángeles. Ese primer día sólo nos dijeron que a Eduardo le habían inyectado psicofármacos para protegerle las neuronas. María y yo dormimos, o no dormimos, esa noche en la sala de espera. Eduardo estuvo cuatro días en la terapia intensiva. En esos cuatro días alguno de 18 Luis Miguel Aguilar los médicos que desfiló por ahí llegó a decirnos que el daño de Eduardo no era irreparable: quizá, por ejemplo, no serviría para las matemáticas pero podía ser un genio de la música. Y nosotros abrigamos esos días la esperanza de la “rehabilitación en lo posible”. Al quinto día subieron a Eduardo a un cuarto. Esto nos dio más esperanzas. La duda era por qué no despertaba. Eduardo sólo encogía las piernas. Tiempo antes, al segundo día, mi madre había estado con nosotros en la sala de espera. Pensé que a mi madre se le juntaban ahora, en el mismo nivel de consternación, mi tía Luisa y mi hijo Eduardo en terapia intensiva. Me sorprendió lo que hizo al verme. Me abrazó llorosa y me dijo en relación con Eduardo: “Qué bueno que no fuiste tú. Qué bueno que te tengo a ti”. Me vino de golpe algo que meses atrás había ocurrido en una playa en la que yo estaba. Una madre y un padre gritaban desesperados en busca de un niño que se había perdido. Las otras madres pasaron el brazo sobre el hombro a sus hijos respectivos y los llevaron hacia ellas en un gesto que era casi un temor, casi un acto desafiante, casi un placer. Entendí que lo ocurrido a un hijo importaría siempre más que lo ocurrido a cualquier familiar, incluyendo una madre o un padre. Uno, no sé, puede avenirse a la idea y al consuelo de que lo ocurrido a alguien que ha estado en el mundo antes de nosotros puede obedecer incluso al “paso natural” de las cosas; no así con alguien que ha estado después. El principal lugar herido en una sala de hospital, y el lugar herido irrestañable, el lugar herido por siempre dentro de uno mismo, es el lugar del hijo herido. Al sexto día la neuróloga nos dio los resultados de la tomografía cerebral. Las respuestas a cada pregunta que le hacíamos eran como puñaladas: Eduardo ya no podría hablar, ni ver, ni caminar. La tomografía eran meras nieblas y humos ocupando su cerebro. Estaba, es decir, descerebrado. Lo tendrían en el hospital una noche más pero no había ahí ya nada que hacer. Le pregunté a la neuróloga si no habría una salida para Eduardo; ella repitió que no, que el daño era irreversible. —Yo hablo de otra salida —le dije. Me contestó que cualquier cosa al respecto estaba fuera de la ley. Añadió que la naturaleza haría lo suyo y que “estos chiquitos” solían durar vivos hasta veinticinco años. Oír esto nos quebró todavía más. La opción de otra salida se la planteé también al pediatra de mis hijos que nos visitó esa misma noche; me abrazó y me indicó que no con la cabeza. Luego nos dijo que Eduardo no duraría vivo mucho tiempo; un año, quizá. Entendí que de cualquier modo María y yo estábamos solos ante la tercera muerte de Eduardo. 19 heridas, muertes, duelos En un momento me quedé a solas con Eduardo en el cuarto del hospital. Lo vi parpadear, con los ojos continuamente estrábicos. Vi cómo movía la lengua entre los labios y cómo los brazos se le retorcían. Me hinqué sobre su cama y lo abracé. —Te mentí —le dije—. La vida es una mierda y la respuesta del Mababbarata es una mierda. Y este hospital también. Vámonos —le supliqué— a la casa. En la casa habilitamos un cuarto para cuidar a Eduardo. Le habían hecho de nuevo una gastrostomía para que lo alimentáramos por ahí. Tenía un colchón de agua, como mi tía Luisa en el ABC y en La Raza, para no llagarse. Contratamos una enfermera para que nos ayudara. A Eduardo había incluso que pasarle continuos algodones húmedos por la boca para evitar que se le partieran los labios hasta sangrar. Cuidábamos y alimentábamos a Eduardo; ahora, para otra muerte. Ese mismo diciembre nuestro otro hijo Felipe acababa de cumplir cuatro años. Desde el kínder al que iba nos llegó el reporte de que diariamente Felipe pedía pasar al frente del salón y contaba una y otra vez lo que le había ocurrido a su hermano. Alguien nos aconsejó que hiciéramos lo mismo que Felipe y que en nuestro caso pidiéramos ayuda profesional. Alguno de los médicos nos había dado una tarjeta con el nombre y número telefónico de un doctor. María y yo fuimos y no aguantamos ni dos sesiones. Cuando el doctor empezó a dar los primeros pasos rumbo a un psicoanálisis en la segunda sesión le dije a María que no volveríamos y me dije que yo sabía más de la “elaboración del duelo” que cualquier otro. En cualquier caso, este duelo María y yo nos lo estábamos echando, ya, a pie y a piel viva. Con lo de Eduardo yo había espaciado mis visitas a mi tía Luisa en el hospital de la Raza. A fines de ese mismo diciembre una hermana me dijo que mi tía, a señas o no recuerdo cómo, había dicho que quería verme. Con gran esfuerzo pidió que le diéramos papel y pluma para apuntar algo; tan sólo logró borronear unos garabatos incomprensibles. Eran referidos a Eduardo. Nunca supe qué quería decirme. Volví a recordar con tristeza su tímida sugerencia, cuando nació Eduardo, de que ofreciera mis sufrimientos a Dios como hacían “los católicos”; tristeza al notar la distancia que me separaba de ella en ese terreno, al darme ella explicaciones como si se tratara de alguien de otra familia o tribu o religión. Esa misma noche, la madrugada del domingo 29 de diciembre de 1991, la enfermera que cuidaba a mi tía por las noches llamó a mi 20 Luis Miguel Aguilar casa —el primer teléfono familiar que topó con su ojo—para decirme confundida y temerosa que mi tía estaba ahí, que todavía estaba ahí, que como siempre estaba ahí, pero muerta. La realidad se volvía tan obvia como el peor de los refranes: los males no llegan solos. El tiempo me ha consolado de la muerte de mi tía; sólo lamento su larga estancia inútil en las terapias intensivas de los hospitales. Sus hijos habríamos preferido otra cosa. Mi casa se inundaba de pérdida por todas partes y había que sacarla de la casa a cubetazos todos los días. “Quiero tener otro hijo, como sea” me dijo una noche María con llanto de rabia y pena. Buscamos ese hijo. Las primeras veces, en cuanto nos veníamos, a la mezcla de placer colmado y vacío de muerte sólo lográbamos tolerarlo con lágrimas. Al momento de venirnos yo me derrumbaba sobre María mientras ya me tomaba el llanto; a ella le ocurría lo mismo y seguíamos un rato trenzados, sollozantes, plenos, huecos, culpables, cundidos de vida y muerte, rebosados de torpeza humana. Una de esas noches oímos desde el cuarto de Eduardo gritos largos y espantosos, de alguien aterrado o en el pico del dolor. La enfermera ya había prendido la luz; Eduardo se convulsionaba y soltaba esos gritos desde las profundidades de quién sabe qué pozo intolerable para nosotros. Le hablamos de inmediato a la neuróloga: no podía ser que Eduardo no estuviera sufriendo, puesto que pegaba esos gritos y tenía esas convulsiones. Nos dijo que eran sólo descargas eléctricas; recetó por la sonda un anticonvulsivo, fenobarbital, y diazepam por vía rectal. La falta de salida ni siquiera nos había ahorrado, a Eduardo y a nosotros, esas tormentas insoportables de un cerebro roto o en brumas, errante. María tendría unos tres meses de embarazo cuando me despertó una noche. Estaba sangrando. Fuimos corriendo al hospital de México, era la madrugada del domingo 12 de julio de 1992. Llegamos tarde, o daría igual llegar a tiempo: María abortó. Se nos recrudeció todavía más la pérdida de Eduardo. Exactamente un mes después nos llamó mi suegra desde su casa. La enfermera de Eduardo gustaba de llevarlo ahí para que “paseara”. Mi suegra nos dijo que a Eduardo le estaba bajando la temperatura, cosa que desde días atrás le estaba ocurriendo. María y la enfermera le daban té por la sonda para calentarlo; un médico nos diría después que era así porque el daño había llegado ya al tallo cerebral. Aunque la casa de mi suegra estaba muy cerca de la nuestra, nos retrasó el embotellamiento 21 heridas, muertes, duelos en una calle. Cuando María y yo llegamos a casa de mi suegra y tomamos a Eduardo entre los brazos, yo creí que aún vivía. Mi suegra me dijo que no. Lo que parecía seña de vida y brotaba de él era sólo aire muerto, aire inútil, aire posterior a la muerte. Eduardo murió por cuarta y definitiva vez la mañana del 12 de agosto de 1992. En un apunte para un poema tengo escrito: “Cuento sus días: se fue muy joven. Cuento lo que sufrió: murió muy viejo”. Se dice que Enrique I de Inglaterra dejó de sonreír por el resto de sus días después de la muerte de un hijo. Yo sonreí de nuevo cuando dejé de luchar por obtener el olvido y acepté, por el contrario, que el hoyo dentro de mí estaría y estará ahí por siempre. Y también al recordar que Eduardo volvía a reír después de los peores momentos. **** Yudishtira esperaba la última pregunta. —¿Qué es lo inevitable para todos nosotros? —preguntó el estanque. —La felicidad —contestó Yudishtira. Y el estanque se abrió para él y sus hermanos. 22 Carmen Boullosa Mis cadáveres Carmen Boullosa ( E scribo este párrafo al terminar de redactar las páginas que siguen. Emprendí una aventura de conocimiento sobre mi persona, sobre la formación de mi cuerpo, tomando como espejo algunos cadáveres con los que tuve relación en mi infancia y adolescencia. No son páginas folklóricas, si alguien quiere ver aquí calaveras de azúcar, catrinas sonrientes o altares de muertos cubiertos de velas y cempazúchitl, será prudente que busque en otro sitio. Son ciertas memorias tocadas, despertadas por mis preguntas adultas. En ellas he hecho con mi persona lo que como novelista acostumbro practicar con mis personajes. He seguido unos pasos, indagando, intentando explicar qué los mueve, dónde están los resortes de esos actos y sentimientos, y, sobre todo, describir lo que va ocurriendo. Ni he alterado, ni he forzado una ruta: solamente he mordido esos pasos con mis ojos, y he intentado entenderlos. Lo mismo ocurre con el personaje de una novela. No lo fuerzo: lo veo actuar. Él responde a un motor que yo no gobierno, que no es el destino sino otras fuerzas: la trama, su mundo, su atmósfera son espejos y representaciones de una verdad poética. La vida no tiene esta cualidad, el destino es caprichoso —cierto y peca de lugar común—, hace lo que le da la gana. Pero las personas, como los personajes, responden a una lógica, sus motivos y pulsiones tienen razón de ser, y fueron estos los que intenté olfatear en estas páginas. Para ello me revisé, como a un bolsillo me sacudí para ver qué restaba adentro, me exploré y articulé lo que vi. ¿Me gusta haber pasado por esta experiencia? ¿Me alivia, me hace más ligera, me ha hecho más feliz, me siento en algo liberada? ¿O me pesa, me ha disgustado, ha sido un pasaje incómodo? Ni una ni otra. ¿Prefiero el papel de personaje literario o ser el puño invisible que observa y dicta en otros? Prefiero sin duda el papel de autora, el de quien trabaja con los personajes: espátula, escalpelo y lupa en mano. Los personajes sienten la espátula, el escalpelo y la lupa corriendo sobre su cuerpo. La espátula es de metal, el escalpelo corta, la lupa quema y el cuerpo los resiente. Elegí 23 heridas, muertes, duelos intuitivamente un punto, un foco para avanzar. Hago el recuento de los cadáveres con los que tuve contacto para caminar hacia mi cuerpo adulto. Estoy por cumplir cincuenta años, en la orilla de una nueva etapa de mi vida. Mis hijos son casi adultos, mi cuerpo comienza a dejar la primera madurez para alcanzar una segunda que, si acaso no será más esplendente, por lo menos tendrá más kilos a bordo y menos ansiedades y torpezas. Con estas páginas viajé por mi juventud, mirándola a la luz de ciertas aventuras interiores de mi infancia. “Juventud, divino tesoro, ya te vas”, y decirlo me alivia más que lo que adelante he escrito. No temo en el futuro la vejez, lo que temí fue abordar mi cuerpo de mujer. Aquí explico la naturaleza de ese abordaje, de ese temor, y me despido de él:) ¿Cuál fue el primero? Los insectos que pegábamos con cera de Campeche en el fondo de cajas de galletas, después de haberlos aturdido con éter, son lo que salta a contestar mi pregunta. La mariposa amarilla con pintas negras, el abejorro gordo de los mismos colores, el saltamontes, el grillo, el escarabajo: entre uno y otro ejemplar no mediaba más de medio centímetro. No era válido repetir la especie y había los que traían historia. La parda y enorme mariposa nocturna —parecía tener ojos abiertos sobre sus enormes alas— que ocupaba más de un cuarto de caja, nos aterrorizó varias noches revoloteando ruidosa de una esquina a otra del cuarto hasta que la encontramos de día dormida en un doblez de la cortina y la atrapamos sin darle tiempo a despertarse. Si hubiéramos comparado nuestra mano con su cuerpo puede que hubieran medido lo mismo. El abejorro había vivido merodeando las macetas de la terraza que daba al cuarto de las niñas, sin que nos atreviéramos a acercárnosle, hasta que un día comenzó a agonizar de tanto comer y beber. Lo recogimos del borde de la jardinera, todavía temiéndolo, y le aplicamos el éter que tal vez ya ni falta hacía. Ninguno de los que vivían en las cajas de galletas carecía de anécdota, aquel bicho había caído bajo un vaso en el barandal de la cocina, la araña de cuerpo rojizo era un hallazgo en el pasillo del cuarto de nuestros papás, etcétera, pero una verdadera historia sólo la tenían unos pocos. Digo que estos cadáveres son los primeros que saltan a contestar ¿cuál fue el primero? Pero varios años atrás ya estaban las tortugas traídas de Tabasco a la terraza de casa de mi abuela, mi Mami, para la sopa y el estofado, y entre tortugas e insectos estaban los patos y las gallinas. Todos estos, más un par de conejos (que, como los patos y los pollitos, habían caído en nuestras manos por el camino de la kermés o de la feria, premios de 24 Carmen Boullosa tómbolas, rifas, juegos de canicas o de tiro al blanco, deambulaban por la casa, impuestas mascotas temporales) eran pasados a cuchillo después de haber tenido un relativo trato con nosotros. Sus días paraban en los guisos de Inés, la cocinera de mi casa o en de los de la Mami. Nos comíamos a nuestros cadáveres, con mayor o menor conocimiento de causa, con mayor o menor repugnancia o placer. Algunas veces engañados del todo: ¿cuántos moles o pipianes no fueron vestimentas comestibles de animales que habían “desaparecido”? Si las sacaban de la terraza, las tortugas se enterraban en el jardín, y no había modo de encontrarlas hasta que a ellas les daba la gana. Pero los patos, pollos y conejos se esfumaban sin explicación apenas pesaran un par de kilos. Un pollito murió demasiado tierno para acabar en la cazuela. Alguien le prensó el cuello con la puerta de la cocina cuando todavía era rubio, un bebé pollo: quedó con la cabeza mirando hacia atrás, piando su dolor estridente. Cuando esto pasó, ya era yo adolescente y Hanna, mi amiga —que tenía vocación de médico—, lo degolló para que dejara de sufrir. Lo enterramos en el jardín, con gran ceremonia. En el entierro participé activamente, escribí los versos de la lápida de cartón, excavé el hoyo. De la decapitación no quise saber ni pío. Pero este pollo es muy posterior a los otros cadáveres que aquí enumero. Mucho antes que él, llegaron los cangrejos, un aparte porque no se podía socializar en ninguna medida con esos seres apestosos. Huelen fuertísimo. De adulta, ya nacida mi hija María y embarazada de Juan, compré unas docenas en el mercado de Villahermosa, y cargué con ellos en el avión hacia la Ciudad de México. Los acomodé bajo mi asiento, en dos cajitas idénticas a las que los portaban cuando yo era niña. La azafata rastreaba la proveniencia del olor, intentando averiguar dónde estaba el pañal sucio. No confesé mi pecado, porque no tenía sentido, para qué, igual íbamos a aterrizar con ellos. Mi único consuelo era saber que el viaje de Villahermosa a la Ciudad de México no dura más de una hora (consuelo ante el hedor nauseabundo y la vergüenza que me daba cargar con ellos y castigar tan malamente a los demás pasajeros). ¿Cambiaría algo las cosas confesar que yo era la culpable de la pestilencia? La azafata no hubiera abierto la ventana para arrojarlos afuera, así todos los ahí presentes tuviéramos ganas de hacerlo. Huelen en verdad, no discretamente. Fue hasta ese viaje en avión que comprendí la magnitud de su peste. ¿Cómo no me di cuenta antes? Los cangrejos eran parte de la constante mercancía “importada” por mi 25 heridas, muertes, duelos abuela a la Ciudad de México en cajas de cartón, cada una amarrada con mecate, que íbamos a recoger a la estación de autobuses ADO, Autobuses de Oriente. Con ellos llegaban las tortugas que ya mencioné y una mercancía muy variada: frutas frescas, negras conservas en frascos (icacos, nanches, orejas de mico —que eran papayas verdes, con aspecto de cazuelitas y crujientes), ostiones en escabeche sellados al vacío, en un caldillo de vinagre blanco con especias y hierbas, zanahoritas y chiles, queso de Chiapas envuelto en celofán rojo, muy oloroso, que le poníamos a la sopa de fideos, bolas de queso holandés y mantequilla en lata azul que había cruzado el océano antes de entrar por Chetumal, el puerto libre, y viajar vía Comalcalco-Villahermosa a México. Apenas cazaban los cangrejos, con tiras frescas de papiro les amarraban las manos, y los acomodaban en cajas de cartón pequeñas con la intención de que no se asfixiaran. Era imprescindible asegurarse de cocinarlos vivos, y corroboraban su estado al desamarrarlos, antes de echarlos a la enorme vaporera honda y brillante, de aluminio bruñido, la misma en que mi abuela cocía por horas los tamales. La tapa sellaba la enorme olla alargada. Ya llena de bichos, echaban agua por la boquilla aplanada y ancha del costado inferior. En el momento en que tía Luz, la cocinera, encendía la hornilla, las manos de los cangrejos comenzaban a rascar el metal. Ahora que lo recuerdo me parece espeluznante, pero entonces no, casi lo contrario: oír a los cangrejos intentar escapar mientras los cocinaban vivos, era el sonido del regreso al orden. Porque en la carretera a Comalcalco, después de muchas horas de viaje —primero llegábamos a Villahermosa, de por sí distante de la Ciudad de México, pero como aún no había puentes, se cruzaban en lentas pangas los ríos—, al anochecer, casi al llegar, con las llantas del coche en movimiento planchábamos decenas o cientos o miles de cangrejos, y ése sí que me parecía un ruido escalofriante. Al caer la tarde, millares de cangrejos corrían al mar, y en algunos trechos cruzaban la estrecha carretera. La primera vez que oí sus caparazones tronar bajo el peso de las llantas, el ruido me despertó. Era un ruido hostil; pregunté asustada qué era, y mi abuela me respondió: “es la mata de cangrejos, Carmelita”. Me asomé por la ventana del coche y traté de ver la vegetación en la poquísima luz que los faros proyectaban a los lados. Mata, arbusto, planta, en eso pensaba. ¿De cangrejos? El mundo estaba lleno de sorpresas. Volví a preguntar, y escuché la mis26 Carmen Boullosa ma, idéntica contestación. Me volví a asomar, por más que busqué, no vi a ninguno de los dos costados de la carretera nada que me pareciera una “mata de cangrejos”. Insistí: “¿qué es ese ruido?, ¿qué suena?” “Son los cangrejos que bajan al mar en la noche”. ¿Bajan al mar? ¿Viniendo de dónde bajaban al mar? Como en el coche el quebradero de caparazones retumbaba a diestra y siniestra, era difícil identificar su fuente, al volver a asomarme miré hacia arriba, creyendo que el ruido vendría del techo y fui bajando los ojos. Al tocar con ellos el elusivo asfalto, intuí los cientos de cangrejos cruzando la carretera, y nuestro coche pisándolos. Digo “intuí” porque era la hora cero, no había manera de ver gran cosa. Con los ojos había ayudado al oído a entender de dónde brotaba el ruido. Nosotros estábamos invadiendo el territorio de los cangrejos. Ellos eran los dueños de ese trecho de la tierra, con los micos, las serpientes y quién sabe cuántos otros animales, los que producían el ensordecedor alboroto que había escuchado al anochecer y al amanecer, cuando nos quedábamos a dormir en la casa de unos familiares a la orilla de la playa. Pero esto era distinto: estábamos adentro de su territorio, pisábamos lo mismo. Retiré la cara de la ventana porque lo que había creído ver me daba ansiedad. Teníamos que dejar atrás este asfalto cubierto de cangrejos cuanto antes. No podíamos detenernos porque se nos subirían. No podíamos esquivarlos, no había cómo. No podíamos bajarnos del coche: nos destrozarían con las tenazas. Era escalofriante. Me refugié en el fondo del asiento, oyendo a mi abuela charlar con Gustavo, que iba al volante. No paraba de hablar y el ruidero de los cangrejos parecía no asustarla. A mí me tenía aterrorizada. Yo no podía ni siquiera abrir la boca para pedir auxilio, preguntar siquiera si faltaba mucho por llegar, pedir que corriéramos más rápido. El coche avanzaba con exasperante lentitud. Quebrábamos a los cangrejos, como a vidrio, a nuestro paso, y yo sentía que nosotros nos quebrábamos, quedaba demostrado que no éramos amos y señores, que no controlábamos nuestro entorno, que nosotros éramos los frágiles, no los bichos hechos papilla a nuestro paso. Los cangrejos ganaban la partida, nuestros enemigos, nuestros vencedores. Cuando llegamos a Comalcalco, lloré un buen rato, a voz en cuello, no quería que apagaran la luz de mi cuarto. Tenía mis razones muy fuertes para temer la noche. Ahora —meses después del viaje a Comalcalco, antes de que nazca mi hermana María José, tengo cuatro años— cocemos a nuestros 27 heridas, muertes, duelos enemigos. Las manos de los cangrejos suenan como uñas que arañan las paredes de la vaporera. ¡Tanto mejor! Pronto sólo quedará el silencio. Yo lo espero sentada en la cabecera de la mesita rectangular del pequeño antecomedor, frente al refrigerador abullonado IEM de los años cuarenta. Se acerca la hora cero y estoy ya en la oscuridad. En la cocina oigo a mi abuela hablar sin parar sobre el arañar de los cangrejos. Entre la cocina y el antecomedor hay un vano estrecho. Desde mi silla se ve la enorme tamalera sobre la pequeña estufa blanca, pero mi abuela queda fuera de mi vista. Estoy recordando la carretera y su marea de cangrejos, y comparo los sonidos (las tenazas en la tamalera, el tronar de la queratina bajo el coche, la voz de la Mami aquí y allá. Siento algo parecido a la victoria: ahora nosotros gobernamos. Por un instante soy intensamente feliz, plena felicidad de una arrogante que se cree a prueba de todo. Pero no me detengo en este sentimiento más de un instante. La luz de la tarde se está yendo a pasos agigantados. Los cangrejos pierden vigor adentro de la ardiente vaporera. La voz de mi abuela parece también retirarse. Todo a mi alrededor se apaga, pero no yo, no yo. Siento intensamente algo que no sé qué es. Estoy sentada sobre mi pie, la pierna doblada en el asiento. Así he conseguido quedar lo suficientemente alta como para extender en la mesita mis brazos, y tenerlos frente a mis ojos. Es tan intenso lo que siento y que no sé cómo nombrar, que me sujeto a la mesa firmemente, con los diez dedos me agarro a la orilla con delgado filo de aluminio, y lo hago con tanta fuerza que me lastima. Aprieto más y más, y siento; y lo que siento queda enmarcado por el dolor en mis dedos. Siento con toda intensidad eso que no sé qué es, que creo, ahora que le estoy poniendo nombre, es mi piel, mi borde. Todo me queda lejos, todo se está alejando más: las cercanas paredes oscuras, la luz del día, mi abuela, el casi inaudible arañar de los cangrejos. La voz de mi abuela suena aún más lejos, como si ella también, como la luz, como los cangrejos, se apagara. Pero yo no me apago. Sigo apretando los dedos para darme seguridad. Además, al hacerlo, subrayo lo que estoy sintiendo, mi borde, mi piel, el límite frente al mundo de mi persona. De golpe he comprendido que yo acabo en mi piel, que irremediablemente yo termino en ese límite. En esta doméstica versión de la hora cero tampoco mis ojos ven más allá de mi nariz, ni mis oídos escuchan ya ningún arañazo, y casi nada a mi abuela. 28 Carmen Boullosa Yo atenta sigo sintiendo esto que he descubierto, sin saber si me gusta o no, si es o no soportable mi conocimiento, incómodamente asombrada. Acabo en mi piel, estoy separada, rota de los otros. Aprieto más la mesa con los dedos, más a mí misma contra el pie en que estoy sentada: toda soy mis bordes. Las cercanas paredes altas casi parecen tocarme. La Mami se afana en la cocina, haciendo no sé qué. Deseo llamarla y abrazarla, pero no lo hago, temo que aun abrazándola continúe sintiendo esto que me ha sido revelado. Me agarro todavía con más fuerza al borde de la mesa, siento el borde casi cortándome ya los deditos. La puerta de la cocina que da a la terraza se abre, oigo el balde metálico de agua apoyarse en el piso. Es Felipa en su guerra perpetua: trapea del amanecer al anocher todos los rincones, para que la casa esté siempre limpia como una pátina de altar. Un segundo después del sonido del balde de agua, alguien a mis espaldas entra al antecomedor, y dice: “¿por qué en la oscuridad?”. Giro la cabeza y veo una mano en el apagador de la luz, encendiéndolo. Su voz y la luz rompen mi estado de alerta. Hablo, me asombra oír mi propia voz. Mi voz sale de mí y toca mi alrededor. De nuevo estoy en contacto con el mundo. Esa pompa de la conciencia acaba de reventar, aliviándome (“¿por qué en la oscuridad?”, ¿para qué preguntármelo a mí, que no alcanzo por más que alce mis brazos la altura del switch?). “¿Por qué en la oscuridad?” Oigo esa frase, y se suelta el cordel de la alegría, me dan ganas de reír, “¿por qué en la oscuridad?”. ¿Y yo por qué nunca he echado mano de ella? Cuando padecía de ataques de pánico, cuánto bien me hubiera hecho repetirla, “¿por qué en la oscuridad?” y con ella romper una jaula de índole parecida a la que percibí esa noche. Pero nunca la usé, nunca la traje a cuento. No la había vuelto a traer al presente hasta ahora que recuerdo la muerte de esos cangrejos y la aparición, en las tinieblas de la cocina, de mi piel. Aquella tarde, la frase mágica hizo la luz y apagó mi conciencia: como si eso que yo sentía requiriera distancia de la luz y de la lengua. Mientras triunfábamos sobre los cangrejos, gobernándolos, mi conciencia reemplazó al simple sabor de una victoria cruel con el de otra. Otra igualmente cruel, porque al vencer a Natura yo resultaba la vencida, la derrotada por la certeza del borde, del límite de mi persona. Porque esa 29 heridas, muertes, duelos conciencia era todo menos triunfante, no era la voz de un gobierno sino la de lo que no se puede gobernar. ¿Por qué el sonido fúnebre de los cangrejos, y el caer de la tarde me dieron ese conocimiento de mí misma? En el pequeño antecomedor se me había abierto un universo: el de sentirme intensamente separada de los otros. Piel, yo llamaría piel a esa experiencia. ¿Por qué ese día me convertí en mi piel? Aventuro una explicación sobre por qué no recuerdo haber tenido conciencia del olor de los cangrejos, como ignoré cuánto hedían hasta que viajé con ellos en un avión veintiséis años después; creo que el olor me cercó y me convirtió en un aparte, que fue no estar alerta del intenso olor lo que me acorraló en mí misma, lo que me llevó a mi límite, a mi piel. Era como si antes de esto yo hubiera vivido derramada en los demás. Para “cercarme” no bastaba saberme en mi piel, este conocimiento no era lo suficiente para hacerme separada de los otros, porque recuerdo un momento preciso previo en que también fui mi piel sin experimentar lo demás. Ya lo mencioné de paso páginas atrás. Debí haber sido muy pequeña, por el incidente que tuvo necesariamente que precederlo. La Mami me tenía en los brazos para “lavarme la colita”, uso su expresión, literal. Me cargaba con su cuerpo inmenso —nunca dejé de percibirlo inmenso, ni cuando, al final de su vida, se encogió; así la vieran mis ojos más baja que yo, no podía evitar sentirla grande como una giganta—, vestida con su bata blanca del laboratorio, me llevaba en vilo con un solo brazo. Con el otro, me doblaba las piernas, acomodándolas para que no se me mojaran los calcetines. Yo traía zapatos de trabilla, negros. Me encantaría recordar que fueran rojos, porque siempre quise unos zapatos rojos. Bajo la llave abierta del grifo en el lavamanos blanco y pequeño de su baño, puso mi “colita” y la lavó. El agua tibia y sus manos me dieron un placer enorme, un placer genital. Cuando me retiró del agua, abrazada firmemente a su brazote le pedí: “más, Mami, más”. Ella me contestó, sin darse cuenta del trance en que yo estaba “ya, ya está limpia tu colita, Carmelita”. Lo recuerdo como si fuera ayer, y estoy segura de que soy mucho menor a la que apretaba los dedos contra el borde de la mesa en el antecomedor por dos motivos: me sentaba en mi pie para hacerme más alta y alcanzar a reclinar el cuerpo a ratos en la mesa, pero también me sentaba en mi pie para sentir bonito, ya conocía esa sensación, me acompañaba a menudo y sin ninguna ansiedad de ella, y, dos, porque si no, 30 Carmen Boullosa por la intensidad de la sensación que me cayó encima mientras caía la noche y los cangrejos rascaban la vaporera, de haber sido aún frágil el control de mis esfínteres, sin duda me habría orinado. Me hacía pipí cuando sentía una emoción intensa, como una vez que recuerdo perfecto en la ronda del patio de la escuela. Iba yo al Margarita de Escocia, que estaba donde ahora el Hotel Presidente Chapultepec. Era la escuela del Opus Dei, pasaron por esas negruras mis papás. Era la mañana, había una luz pálida y tierna, y formábamos un círculo para cantar. No sé qué me conmocionó, pero recuerdo que algo me sacó de mis cabales, y de inmediato sentí el calor resbalando por las piernas, el humillante charco bajo mis calcetines y los zapatos blancos empapados. La “miss”, la maestra, me reprendió frente a todas, y sentí una humillación que sólo puedo equiparar a muy pocas, tal vez sólo a una: cuando un colega me colmó, por e-mail, de insultos cien por ciento inmerecidos. Mi incontinencia de tres años y la incontinencia e iracundia inexplicables de otro al que, de pronto, yo resultaba incómoda —por antipatías que he despertado en otros, para las que tengo explicaciones: en México todas mis virtudes son defectos— quedan en mí emparentadas. Me alivia escribirlo, un accidente calma al otro, aunque no tengan en sí ninguna relación. Acepto que la orina es inaceptable, pero de las cóleras ajenas no tengo ni responsabilidad ni gobierno. Los dos recuerdos tienen un punto ardiendo en común: la tribu me manifestaba su repudio. Volviendo a mi primer recuerdo de placer genital, bajo el chorro de agua, en los brazos de mi abuela, diría que también tuve un cierto nivel de conciencia de mi piel, pero que el placer fue tan grande que me asimiló al agua, al brazo de la abuela, a su bata blanca y a su persona. Por el placer yo formaba parte de lo que me rodeaba. Esa primera sensación genital fue a su manera una verdadera orgía. El placer no me recogía: me volcaba sobre mi abuela. Sentir no me sumergía en mí misma, me hacía ser del mundo, me permitía entregarme. Estaba en sus brazos, protegida. No formaba parte de ella, pero el placer no me separaba, me incorporaba a los otros. En cambio, al oír a los cangrejos morir mientras anochece, mi pie apretado contra mi vulva, lo que siento me aleja del mundo. Mis dedos se sujetaban a la orilla cortante de la mesa, buscando lastimarse, porque el dolor era lo único que podía retenerme. Lo demás no me asía, no me tomaba, no me abrazaba: me difuminaba. Mi piel me borraba de los otros, me forzaba a 31 heridas, muertes, duelos una aventura hacia adentro de mí, a territorios que yo no tenía gana ninguna de conquistar a los cuatro años. Los cangrejos serían mis prisioneros en la vaporera ardiente, pero su olor me había hecho conocer que yo era la prisionera de mi cuerpo. Su olor me cercó, era tan intenso que me separó, me marcó. Los cangrejos triunfaron. El olor lo invadió todo, y no entró en mí, me señaló como un aparte. Eso por un lado, pero insisto en que creo que también mi conciencia fue provocada por la ilusión de control, de gobierno, a la que ya hice mención: saber a los cangrejos adentro de la vaporera en lugar de verlos y oírlos correr libres hacía el mar, me hizo por una parte la victoriosa, pero esa victoriosa portó la conciencia como corona de laurel. Sería que yo los había vencido, pero tampoco podía yo escapar. Estaba adentro de mí misma, tan encerrada como ellos. Ventiséis años después, en el avión, la peste de los cangrejos también me señaló: yo era la responsable del malestar colectivo. O la irresponsable —si se prefiere— que traía la carga fétida. Lo había hecho involuntariamente, no tenía idea de que olieran tan mal, y no los documenté como equipaje para que no se murieran con los cambios de presión. Pensé que irían más seguros conmigo arriba. A fin de cuentas, eran viejos conocidos, casi de mi familia. Del mercado habíamos pasado corriendo al hotel por nuestras cosas y, abordando de un salto el avión, no tuve oportunidad de percibir su olor. Como dije ya, no recordaba ningún olor, no quedó fijado en mi conciencia de niña. Llevaba conmigo, también, aunque documentados como equipaje, los icacos, mameyes, pejelagartos ahumados que mi abuela no importaba nunca porque los despreciaba por plebeyos: eran platillo de pobres. Tortuga no encontré, ya casi no quedaban, el deterioro ecológico de Tabasco es un escándalo. Entre el petróleo y la ganadería han arrasado con el bosque tropical. Veintiséis años después, también yo gobernaba la situación porque yo era la hacedora, así fuera involuntaria. Yo perdía de nuevo, yo nos infligía en el avión un tormento de peste inaguantable. Pero en esta ocasión no caí por esto en mi piel, nada de eso. Tampoco recordé el atardecer que aquí he relatado. Venía embarazada de mi Juan, al lado de Alejandro, el padre de mis dos hijos, llena de vitalidad y alegría. Eran nuestros mejores años juntos, y fueron muy mejores. Habíamos llevado una obra de teatro que escribimos juntos (Alejandro era el único actor, una obra cómica, X-E-Bululú, tuvo buena fortuna, nos dio de comer varios años) al teatro María Teresa 32 Carmen Boullosa Montoya. La obra no gustó, ni siquiera cayó bien. Nosotros estábamos envanecidos, creyéndola monedita de oro, pero no. Sería oro, pero no en Tabasco (“Ven, ven, ven. / Ven, ven, ven./ Vamos a Tabasco / que Tabasco es un Edén”, decía la letra, no muy imaginativa, de una canción que estuvo de moda en mi infancia). Nos habíamos envanecido, porque no vimos que la obra no era apropiada para ese teatro. La creíamos cualquier cosa, por arrogancia, y no era un comodín, un jocker: era lo que era, una obra deliciosa de cabaret que podía ser representada en teatros de cámara porque el trabajo del actor era simplemente delicioso, pero el bululú se desmoronaba en cuanto pieza “seria”. Ese fracaso profesional no me dolía un ápice. Yo, embarazada, feliz, me sentía el Mundo. No exagero. Cierto nivel de ansiedad que tuve en el primer embarazo no estaba presente. Yo sabía que no perdería mi cuerpo irremediablemente, yo sabía lo que me esperaba, a nada había que tenerle miedo, que no fuera a los malos ginecólogos. Esta segunda ronda era, como ocurre con las experiencias artísticas, mucho más disfrutable. Perdida la sorpresa, me esperaba la dicha. De niña, oyendo a los cangrejos rascar, yo era, como he dicho, piel. Embarazada de mi Juan a los treinta años, yo era tanto cuerpo como es posible imaginar, la mayor dosis posible en una persona. Vivía un pasaje erótico de nueve meses. No diez, ni cien hombres en una noche (¡Dios me libre de esa maldición!), sino la percepción de que yo era pura cuerpa noche y día: ¡cuerpa, cuerpa, cuerpa y cuerpa! Si no los nueve meses, por lo menos siete sólo se me fueron en sentir, en gozar, en oler, en percibir, en ser piel. Cargada, yo misma era una bala de placer y de vida. Y quería contar historias, escribía buena parte del día, cuando no estaba en mi teatro o conversando con amigos. Cada día tenía cuarenta horas. Los cangrejos en la vaporera se acercan más a los insectos en las cajas de galletas que a los animalitos de los guisos. No sólo por sus respectivas capas externas de queratina, no por sus cabezas enormes y sus ojos fuera de la cabeza, no por sus largas patas con espinas, de artrópodos o rosales. Insectos y cangrejos debían ser gobernados por nosotros porque eran una amenaza. Los enormes escarabajos, las arañas, las mariposas nocturnas, los alacranes, las libélulas, los abejorros, representaban un orden opuesto al civil, contrario al orden doméstico. Era un deber mayor controlarlos. No los matábamos al guisarlos o ensartarlos sobre la cera de Campeche: los fijábamos, restaurábamos el 33 heridas, muertes, duelos orden. Las mariposas, así fueran siempre bienvenidas, quedaban al lado de las arañas y los escarabajos. Eran las únicas víctimas de nuestra cacería. No les teníamos miedo. No eran una amenaza. Casi parecían al volar objetos decorativos. Eran un error en nuestras cajas de galletas. Eran el orden humano entre los insectos. Un par de años después de que pasara nuestra manía coleccionista, mis papás fueron al Brasil a un encuentro del MFC (Movimiento Familiar Cristiano). Entre las chucherías que trajeron había algunos objetos adornados con alas prodigiosas de mariposas tornasoladas. Recuerdo especialmente un cenicero azul. Viendo su belleza, sentí hambre de cazar otra vez insectos, ya fueran repugnantes o atractivos, por el ansia de coleccionarlos. Intenté revivir nuestra afición, pero no conseguí gran cosa, no éramos coleccionistas obsesivas, lo que habíamos sido era obsesivas preservadoras del orden civilizado. Pinchando insectos sosteníamos el orden civil, defendíamos las leyes y las costumbres. No era crueldad: era civilidad. Nuestra colección tenía un ejemplar estrella. Había caído en nuestras manos un murciélago secado al sol. ¿O era embalsamado? Nos lo regaló un cura (¿cuál?), en Huejutla, en Hidalgo, cuando pasamos ahí un año, como familia misionera. ¿En qué consistía nuestra misión? Para llevar-la-palabra-de-Dios peinábamos el área en un jeep acompañados de un tocadiscos portátil, un proyector, una batería para enchufarlos, una pantalla y varias tiras de filminas que contenían ilustraciones de vidas de santos. Era una verdadera hagiografía panfletaria. Estaba, por ejemplo, la vida de “Mambo, el niño mártir” (tras anunciarlo, ¡tiiiiin¡, se oía un timbre en el acetato indicando que había que girar la perilla de la filmina en el proyector, cambiar la imagen en la pantalla). En esos años, el idioma predominante en las calles lodosas de Hidalgo no era el español. Se hablaba otomí, era la lengua de mercar en el amplio mercado que se tendía frente a la iglesia los sábados. El entonces padre Lona, luego arzobispo de Tehuantepec, oficiaba en esa iglesia. Daba la misa en otomí frente a una iglesia sin bancas, la congregación sentada en el piso, a veces dándole la espalda. Era un pueblo indio, y el padre Lona respetuoso se sumaba a su orden. Con sus alas extendidas, el pequeño murciélago ocupaba todo el largo y ancho de su propia caja de galletas Mac-ma. La caja era roja, el fondo color cartón y el murciélago con cara de ratón del tono de nuestro cabello castaño. Si no recuerdo mal, todo el cuerpo estaba cubierto de 34 Carmen Boullosa este cabello corto, un pelambre de ratón. Las orejitas eran como de mico, de chango. Mi memoria se confunde con el área de los ojos, por segundos los recuerdo abiertos, las cuencas vacías, por momentos los párpados bajos también cubiertos de pelambre, pero dudo que los murciélagos tengan párpados. Lo cierto es que no tengo ni idea de cómo eran sus ojos, aunque los observé muchas veces, porque sabía verlo soñando. Pasé muchos ratos observando atentamente al murciélago. Lo encontraba muy atractivo, y lo usaba como una base. Lo veía, pero me viajaba mirándolo. Era mi base para imaginar. Abría la caja, acercaba mi carita a la de él, fijaba en él los ojos, y ¡adiós mundo!: me iba. A mi manera yo estaba enamorada de él. Estábamos orgullosísimas de nuestro murciélago. Años después alguien me lo tiró a la basura junto con el resto de todos nuestros trofeos de infancia. Qué le habría costado no hacerlo, pero esa alguien estaba ansiosa por borrar con urgencia nuestra memoria de “su” casa, la casa de mi mamá. No me explayo porque es un lugar común el de la lucha mujeril por el territorio del hogar, que desata aquí y allá guerras cuasitroyanas. En nuestro caso también hubo decesos, uno literal, pero si contamos los caídos diría yo que la ganadora tenía escrito en su escudo más de un muerto. En carne y hueso, tirados por la madrastra a la basura quedaron varios. Borró a los niños lo más que pudo. Pero ésa es otra historia, muy fastidiosa, y en lo que toca a mi murciélago tal vez debiera yo agradecerle de todo corazón que se haya desembarazado de él. Si no, quién sabe, tal vez viviría empacando y desempacando al murciélago en todos mis ires y venires, le tenía yo tanto aprecio... ¿Lo habrían incautado en la aduana alemana, en la frontera con San Diego o en el JFK?, ¿habría sobresalido de alguna manera de los otros tiliches que cargo como ancla portátil? Y ella: ¿guardaba a los caídos al fondo de sus imaginarias cajas de galletas? No. Hacía cuanto podía por borrar a los niños que le estorbaban, a la de tres años, al de seis, al de nueve, a la de quince. Quería desaparecerlos. Años después me enfrenté con un cadáver de otro tipo. Yo tendría, calculo, trece años. En clase de biología diseccionamos una rana. La abrimos viva para verle palpitar el corazón. La imagen de su corazón abierto y caminando me imantó. La habíamos dormido con éter, como a los insectos de nuestra colección. Al clavarle el bisturí en el pecho, la rana pataleó un par de veces. Pasado este momento, sus pier35 heridas, muertes, duelos nas cayeron laxas, yertas, inertes, muertas. Nuestro bisturí abrió la coraza torácica (¿quién manejaba la navaja con tanta destreza?, ¿la maestra?) y exhibió el corazón. Se movía loco, aunque el adjetivo es injustificado y absurdo, pero en verdad se movía enloquecido, con premura, con ansiedad, a contrapelo con el destino, probablemente con ritmo, con pulso, pero cada palpitar expuesto parecía ser una convulsa sorpresa. Se movía, sí, loco, ignorante de que nosotros estábamos matando a la rana. Se movía loco, sin prestarnos ninguna atención oyendo los dictados de otras órdenes intocables, muy fuera del gobierno de nuestro bisturí, ajeno a nuestra curiosidad. Yo le toqué las piernas, sus piernas muertas, y le acaricié la piel. La respuesta fue nula. La textura de su piel en mis manos me habló: decía que la Tierra tiene una maquinaria, que ésta era frágil y a veces visible, que está conectada a algo fuera de nuestro alcance. Vi y vi y vi ese corazón, bebiendo de él lo que los antiguos sabían verles a los dioses. El corazón loco estaba en diálogo con el origen de la vida, era impermeable a la muerte. Llevábamos batas de laboratorio, y estábamos apiñadas alrededor del cuerpo de la rana, oíamos la voz de la maestra. Creo que el grupo se sentía superior a la rana, un simple objeto de estudio. Pero el grupo también, lo adivino en el silencio, se sabía inferior al corazón, se sabía más frágil que ese empecinado pum-pum. Yo no me sentí ni menos ni más, la rana y yo éramos iguales. Simpaticé con el corazón vivo y con sus patas muertas. Alguna dijo que sentía repugnancia. Yo dije que me daba miedo, pero no expliqué por qué: el corazón abierto exponía mi propia mortalidad. La herida de la rana la hacía viva a nuestros ojos. En donde no estaba herida, en cambio, estaba muerta, sus piernas fláccidas caían sobre la mesa. Su abierto pecho exponía un corazón vigoroso que corría y se nos escapaba hasta que, de pronto, dejó de palpitar. Un alfiler mayor que el nuestro se le había clavado y había paralizado al corazón, uno de cabeza invisible, uno que nosotras no controlábamos: la muerte. La inmovilidad me sorprendió mucho menos que el corazón andando. Me tuvo muy sin cuidado. Dejé de ver al animal. Había perdido para mí todo atractivo. Me retraje. Puse mi mano sobre el pecho. No sentí nada. Pedí permiso para salir al baño, y casi corriendo me arrojé afuera del laboratorio hacia donde no hubiera ni ranas ni corazones ni pechos abiertos ni ancas sin vida. Ingredientes para guisos, un objeto de estudio, ejemplares de colección eran los muertos más cercanos. En todo caso, la muerte estaba en 36 Carmen Boullosa casa bajo completo control. El cuchillo de la cocina, las tijeras carniceras, los vapores del éter y el bisturí tenían la facultad de matar, pero toda muerte restauraba el orden doméstico, era para el arte culinario o el estudio científico (aunque jamás entendí del todo en qué consistía la lección de biología que nos llevó al corazón abierto). Nada literal. Y tan no entendí que esquivé como pude la siguiente clase, donde lo que veríamos sería a un pobre conejo destazado, y era superior a mis fuerzas. Había algunos peligros relacionados con la muerte: una mañana, doña Luz, la cocinera, lavaba la cabeza recién cortada a una tortuga. Con su reflejo último, la cabeza brincó de su mano derecha y la mordió en el pulgar izquierdo, tan fuerte, que doña Luz acabó en el doctor y su pulgar mutilado. La mordió la cabeza muerta. Seguramente le había dolido hasta la médula, pero era tan vieja que de cualquier manera sus manos parecían previamente mordidas por cuanto bicho se pueda uno imaginar. Unas manitas pequeñas, las de tía Luz, pequeñitas y llenas de arrugas y de marcas. La cabeza muerta que había brincado ayudaba a esfumar el límite entre la vida y la muerte. No era una frontera intraspasable. Las tortugas muertas mordían más que las vivas. Que yo supiera, en casa nadie había sido mordido por una tortuga. La muerta había estado más viva que las que gateaban en la terraza. Un día en una carretera que no merece el nombre, un camino lodoso y estrecho que recorríamos en alguna de nuestras correrías misioneras, yendo tal vez de Platón a Tantoyuca —los nombres me intrigaban, y ahora simplemente con su cosmopolitismo me fascinan—, un camión de redilas cargado de pasajeros acababa de volcarse cuando acertamos a pasar. La escena era dantesca. Los pasajeros se ayudaban unos a otros a levantarse, cubiertos del lodo rubio y batidos de sangre. Los niños lloraban. Sólo había un herido de seriedad, un viejo que mercaba miel y trozos de panal. La miel venía en botellas de leche, de vidrio grueso. Las debía haber cargado colgando del mecate amarrado al cuello de las botellas, como hacían los vendedores de miel de la región. Un mecate detenía el papel encerado con que las tapaba, y las unía unas a otras, como un racimo. Cargaba los trozos de panal —que los niños mordisqueábamos espantándoles las abejas— en una charola. El vidrio se había roto, la charola había regado la mercancía y el pobre hombre se había abierto la cabeza. Mi mamá se ofreció a atenderlo, y se separó de nosotros yendo hacia él para lavarlo y curarlo, así su única acreditación 37 heridas, muertes, duelos fuera haber tomado un curso improvisado de primeros auxilios. Aquí mi recuerdo se confunde. ¿Lo curó, o no pudo hacer nada por el viejo? No lo sé. ¿Vi al viejo? Creo que sí, lo recuerdo, pero no sé si su imagen es una construcción verbal, si lo inventé para tapar algo atroz. El recuerdo de ese día está fresco, los colores aparecen tal como los vi, brillantes, tal vez más intensos, pero hay algunos trechos de esta memoria que, me parece, son recreaciones, particularmente el pasaje donde mi mamá cura al herido. Mi recuerdo es preciso, los colores brillan, los sonidos me llegan intactos, pero en el momento en que aparece el herido, cambia la tonalidad, y el silencio envuelve la imagen. Creo que lo que ocurrió fue que mi mamá lo fue a ver y no pudo hacer nada, que el mielero se rompió irremediablemente, que su cabeza se partió en dos como un huevo contra el camino. Que ahí hubo un cadáver. ¿Pero existió este cadáver? A lo que debo atenerme es a los otros, pues este muerto es un fantasma; me quedo con los insectos, las tortugas, las materias primas de los guisos y años después mi rana de pecho abierto. Están también las uñas cortadas, esos trocitos sonrientes de luna que son como el cabello tirado en el piso del salón de belleza, una imagen inquietante. Un trozo de mi cuerpo se volvía cadáver. Mis hermanos varones, cuando eran muy pequeños, lloraban cuando los llevaban a la peluquería, yo, antes de que ellos nacieran, antes de los cinco, odiaba que me cortaran las uñas de los pies. Me amenazaban con cosas terribles para persuadirme de dejarme cortármelas. Decían que si no lo permitía, lo harían cuando yo durmiera (la idea me aterraba), porque si no las uñas se curvarían y entrarían de vuelta a mis dedos de los pies, volviéndome una monstruo. El miedo sólo hacía peor las cosas, me cazaban por toda la casa como a un animal, persiguiéndome, me amenazaban, en lugar de con arco, flecha, dardos o lanza, con los alicates en mano, y yo daba de saltos exaltados, de miedo y excitación. En cuanto al cabello... Las vírgenes de los altares, me decían, usaban cabello natural. Los curas —que en mi infancia no tenían la mala fama que hoy es vox populi— se los habían cortado a las monjas, y con ellos habían hecho las pelucas virginales. El cabello me obsesionaba. Cuando varios años después oí en una tienda de campaña, en un campamento de niñas scouts, que el cabello y las uñas siguen creciendo en los muertos, no me pareció extraño. Eran materia corporal a prueba del cuerpo, más resistentes, más perecederos. Y estaban los dientes también. Se caían y salían otros. En 38 Carmen Boullosa esto había dolor, y sangre, mucho más chocante que el asunto de las uñas o la peluquería, pero como éstos tenía su lado satisfactorio: uno era gratificado por perderlos. Ponía el diente bajo la almohada, amanecía en su lugar un regalo. Y estaba Mother Michael en la escuela, nos los pedía, decía que quería hacerse un collar con ellos. Yo nunca le di ninguno. Una tarde, rebuscando en el cajón del buró de mi mamá, a la pesca no recuerdo de qué, encontré nuestros dientes en una cajita. No fue el único secreto que le descubrí: otro día topé con una cajetilla de cigarros mentolados —jamás fumaba en casa— y una nochecita su envase de anticonceptivos. Esto lo guardé para mí, en cambio una compañera de salón, María Eugenia, cometió la indiscreción de contarnos que había descubierto que su mamá tomaba anticonceptivos. Hacía pocos meses había nacido su noveno hermano. Un día que estaba yo de visita en su casa (una mansión recién construida, en mármol excesivo, con detalles de un lujo desaforado), su mamá recibió una llamada de teléfono de otra mamá, que le reclamaba que su hija estuviera difundiendo en la escuela un comportamiento tan inmoral, tan poco ejemplar, que tan mala influencia podía ejercer en nosotras, las adolescentes que ya leíamos a Cortázar. Yo la vi recibiendo el regaño de la amiga, y correr al cuarto de María Eugenia, donde le plantó una regañiza ejemplar. En ese mismo palacio oí hablar de otros cadáveres. El papá de mi amiga era entonces el abogado de la Woodrich Euskadi en México. Habíamos presentado como trabajo para la clase de español una peliculita en superocho que aunque nada tenía que ver con Cien años de soledad, decíamos y creíamos que era sobre ella. Fue un escándalo entre los papás, o un doble escándalo: ¿por qué nos habían dejado a leer un libro tan inmoral?, y ¿en qué diantres estábamos pensando? Nuestro video los espeluznó porque no se le entendía ni pío. Armaron frente a las monjas una pequeña contrarrevolución para protegernos. Pero muy sin querer traje a cuento a estos congelados personajes, dignos representantes de la especie llamada “honorables padres de familia”, a los que aún hoy, cuando la pornografía está al alcance de cualquier usuario de internet y las imágenes sexuales y de violencia no tienen techo en la televisión y el cine, escandaliza que sus hijos lean Aura de Carlos Fuentes. No, de los cadáveres que quería hablar era de los que le oí mencionar al papá de María Eugenia: “¿por qué están perdiendo su tiempo en esas tonterías? ¡Cuál Cien años de soledad ni que ocho cuartos! Yo he mandado matar a más de tres, yo no me ando por 39 heridas, muertes, duelos las ramas”. ¿Dónde estaba la moraleja de su recriminación? ¿Qué nos quería hacer comprender? ¿Que era un asesino?, a mí eso me quedó muy claro. ¿Será posible que haya querido decir esto, que nos lo haya espetado con orgullo rodeado de sus prendas de caza —la estrella era un oso polar de pie, pero había también un buen número de cabezas de otros pobres animales en las paredes—, en el estudio de su nuevo y lujoso palacio? A él sí que lo rodeaban cadáveres, y los había hecho con su propia mano: animales coleccionados en Alaska y diversos países de África, más tres probablemente honestos dirigentes sindicales. Había otro papá afecto a la cacería en nuestra generación. Tuvo un desenlace trágico. Lo raptaron en alguno de sus viajes africanos, lo mantuvieron cautivo, y cuando regresó ya se le había botado la chaveta. Se volvió loco, abandonó a la familia, tiró todo por la ventana. Tenía dos hijas mujeres, una casa tan lujosa como la del abogado —era mueblero—, llena de mármoles y vidrios polarizados, que ocupaba una manzana completa y parecía un barco, encallado ahí por error, hecho de un material equivocado. Los animales disecados me horrorizaban. Aunque yo también tuve uno, ahora recuerdo. ¿Qué era? Una ardilla. ¿De dónde salió? ¿Del mismo cura que nos dio el murciélago? Creo recordar que sí. Fue algo pasajero, la recuerdo y se desvanece. Me veo mirando de qué está rellena en algún punto de la rota piel, pero creo que es sólo un deseo de algo que nunca hice. En todo caso, el bicho no significó nada en mi infancia, no lo asocié con las prendas de cacería, ni con las patas de elefantes donde nos sentábamos en torno a la alberca en casa del mueblero, ni con el descomunal oso polar que rugía silencioso de pie eternamente, en el estudio de dos pisos con cuarto secreto, en el palacio del abogado prestanombres, como oí que decían de él. Ni con los cangrejos o los conejos que nos comíamos. Mi papá es vegetariano desde hace muchos años. Me acuerdo, aún niña, oírlo despotricar en contra de la carne. Pero no conseguía despertar mi repulsión. Tampoco la siento aquí, con mi conciencia adulta, mientras visito mis temporales mascotas guisadas. He sentido repulsión por comer carne una sola vez en mi vida: después de estar en el hospital cerca de un ser querido, cuando lo sometían a una operación de la columna. Yo di a luz las dos veces por el vientre, me abrieron para sacarme a mis dos hijos, me hicieron cesárea, pero nunca lo pensé, no dejé que mi cirugía me tocara la cabeza. La de Mike sí que me tocó y me horrorizó, no consigo todavía recuperarme. No soporto aún pensar que 40 Carmen Boullosa a un cuerpo que yo amo lo estén abriendo con escalpelo, y quitándole un huesito, o un cartílago, que para el caso es lo mismo. Estaba Mike en el hospital, y yo no podía comer cuando volvía a casa. Carne, su carne, una carne que yo he amado, se volvía un objeto bajo el ojo de un cirujano. Y el pensamiento retumbaba, tocando también a la carne que pongo en la estufa... Como si someterse a la sabiduría tijeril del Dr. Babú volviera al cuerpo amado el de un animal, lo emparejara. La operación desposeía a mi amado del alma, lo cosificaba, el proceso lo convertía en un objeto que un utensilio podía cortar, zurcir... El filo que le abría las carnes me lastimaba también a mí. Carne, lo hacía ser no la del deseo, no la consciente que yo amo, sino algo no humano. Trato de poner en palabras lo que sentí cuando lo operaban y en su recuperación. Aún me afecta, cuando esto escribo, me infecta de repugnancia, no hacia su persona, sino hacia la carne animal, hacia el proceso del cirujano. Mis papás se amaban. Vivíamos en una casa agradable, llena de luz. Nuestro mundo era feliz, y lo peor que podía pasar en casa era un berrinche mío o las ansiedades de mi papá, que eran muchísimas. Cualquier cosa lo exasperaba. Era casi un histérico. Vivía obsesionado con peligros hipotéticos, como, por ejemplo, resbalarse de la regadera y morir. Eso lo tenía preocupadísimo. Mis berrinches eran también algo sólido, contundente, gordo y notorio, y todo un riesgo. Fuera de estos dos detalles, todo era algo muy parecido a la alegría, a la felicidad. Sobre todo para mí. Mi hermana mayor cargaba con las ansiedades de mi papá. A mí me dejaba liberada de toda carga, dispuesta a conseguir lo que me diera la gana con muy eficaces berrinches categóricamente grandes. Hasta que murió mi mama. La mató a los 37 el rayo de un tumor cerebral diagnosticado o, para ser más precisa, conjeturado post-mortem. Era 1969, no había nada parecido a un scanner cerebral. Recuerdo perfecto cuando vi su cuerpo muerto. Era más hermosa que nunca. Yo nunca la había encontrado fea, pero tampoco nunca la había visto más hermosa. La última imagen, dormida y en paz, bien peinada, carecía de su adorable risa, pero también del cansancio y la tensión que a veces la asediaban. Tenía seis hijos, estudiaba una segunda carrera profesional, sicología, iba y venía por el mundo llena de compromisos. Se cansaba, se atoraba. No parecía estar muerta, estaba en un estado perfecto. Mi bella durmiente. No había príncipe que pudiera despertarla, mi papá no tenía el poder. Pero yo esperé durante 41 heridas, muertes, duelos semanas y luego meses que despertara, no me hacía a la idea de que pudiera ella estar muerta. Esa bella no podía ser un cadáver. No era la lección que yo entonces había aprendido, no se parecía a un objeto. Seguía animada, a su manera, pues obedecía a algo que yo no podía controlar. Mis cadáveres eran objetos bajo mi mando. Yo los clavaba, yo los atesoraba, yo los controlaba. Incluso al del viejo mielero: yo lo borraba. El abuelo era un no-es. Los que coleccionaban los padres de familia eran trofeos, objetos, cosas, sus expresiones teatrales los cosificaban más, parecían hechos voluntariamente para adornar. Mi mamá tenía que despertar. Esperé, hasta que el único hombre que ella amaba, mi papá, comenzó a cortejar a una mujer que no supo traer nada parecido a la felicidad a la casa, ni para papá, ni para ninguno de nosotros, pero esa es otra historia, muy larga y fastidiosa. Fastidiosísima. Después de mi mamá, murió María José, mi hermana, cinco años menor que yo. Tenía precisamente quince cuando murió, y yo estaba por cumplir los veinte. También vi su cadáver, arreglado y maquillado para que no se viera en él la huella del accidente automovilístico que la había matado. También la vi hermosa y en paz, en la misma funeraria, Gayosso. Tampoco podía ella ser un cadáver: yo había dormido demasiadas noches a su lado, para guardarme de mis miedos nocturnos, la había tenido demasiado cerca de mí, ella había sido mi sombra, nuestra luz, la alegría de la familia. Tenía un temperamento dulce, era un sol, siempre sonreía. La había esperado ansiosamente mi mamá cinco años. Era una bebé deseada. La mayor cargaba, como he dicho, las ansiedades de mi papá. Yo a mi manera exageraba la ausencia de esta ansiedad, y del miedo a parirme que tuvo mi mamá. Era además la consentida de mi abuela. Seducía a todos, y no dejaba que nadie me impusiera un no. María José estaba afuera de las tensiones y ansiedades, y provenía, como un ángel, de una pareja idílica. Parecía hija de la luz. Mi papá, que padecía de intensos dolores de úlcera (ahí lo más extraño de la muerte de mi mamá: el enfermo en casa era él, no ella), le pedía que le pusiera sus manitas en la boca del estómago. Se acostaba en su cama, María José apoyaba en él las palmas de sus manecitas, y mi papá decía que era su mejor medicina. No sólo para él: para todos nosotros era nuestra mejor medicina. Se nos amargó con la persecución de la mujer de mi papá. Abandonada, detestada por quien ocupaba el sitio de mi mamá, se llenó de tristezas. Pero para nosotros seguía estando cargada de esa reserva de dulzura. Y seguía respondiendo a todo, en la peor de las adversidades, con una sonrisa. 42 Carmen Boullosa Los dos no-cadáveres de mi mamá y María José mi hermana están en la zona de confusión que media entre la vida y la muerte. No, no podía ser que no estuvieran vivas, estaban demasiado cercanas a mí como para imaginarlas, comprenderlas muertas. Y el trabajo del enterrador —el mismo estilo para las dos— las había regresado inmóviles a la vida. Eran como la cabeza de la tortuga que mordió a la tía Luz, lo muerto que está vivo. Como esa cabeza, brincaban de ahí a acá, y me lastimaban, me mutilaban. No habían muerto sin mí. Parte de mí misma las acompañaba. Durante años soñé que volvían, las veía regresar, estaban de vuelta. Sus muertes eran viajes transitorios. Aprendía mal y a medias una lección: la gente se moría. Al morir, ¿dónde quedaba?, ¿eran ya para siempre inaccesibles? Transitaba como la cabeza de la tortuga, de la vida a la muerte, preguntándome dónde estaba la línea segura. Y no veía bien a bien dónde pararme para saber que estaba en territorio firme. Sobre todo porque comenzaba una exploración que ponía en juego la apariencia de los vivos. Mi hermana mayor está con su novio, que es hasta la fecha su marido, en una fiesta, en un jardín en San Ángel, en Avenida de La Paz, una multitudinaria fiesta de paga. Ella está apoyada contra un muro, y cuando los descubro mi hermana me queda al frente y mi cuñado está dándome la espalda. La cara de mi hermana tenía una expresión que me volcó el corazón: parecía muerta. No sé si salió una exclamación de mi boca, de mi memoria brotó una imagen: yo ya conocía esa expresión en esa cara. Habíamos ido de día de campo con mi tío Gustavo. Llevábamos comida, un mantel, pelotas y ganas de pasar un buen rato al aire libre. Con Gustavo esto era lo más fácil. Iba la Mami, mi abuela, él, mi mamá tal vez y nosotras dos. Era un día soleado y tibio. Él enfila por la carretera vieja hacia Cuernavaca, estaciona el coche bajo unos árboles frente a un prado sin fin, y unos pasos más allá tendemos nuestro pic-nic. Con Gustavo todo era alegre, todo era fiesta. Tiene el mejor temperamento que he conocido en mi vida. Y no es esa su única virtud. Aquel día de campo ocurrió antes de que Gustavo se fuera a Italia a estudiar, estaba en la Berzelius, donde habían estudiado mis papás. María José no había nacido, ni estaba Teté, mi mamá, embarazada de ella. Yo tendría, cuando más, cuatro años, Lolis cinco y unos meses. ¿Por qué de día de campo? Imagino que en la casa de mi abuela se vivía alguna de las tormentas provocadas por mi tía Rosa —que era bellísi43 heridas, muertes, duelos ma, que vivía con intensidad, como una ráfaga, sus años jóvenes, buscando cómo complacerse a ella y cómo complacer a los demás, sin conseguir ninguno de los dos, intentando conciliar y provocando guerras: por ejemplo, entró al Opus Dei, sin duda porque mis papás estaban ahí, porque a su mamá le parecía un destino decente, y la organización llenó de sinsabores y amarguras a mi abuela; luego, obediente del temor de mi abuela a los hombres, se enamoró de un primo, el hijo de la hermana de mi abuela, alguien de la casa no podía ser peligro, y en su complacencia trajo el escándalo, el enfado de mi abuela y de toda la familia, porque era casi un incesto y porque no era un joven promisorio y trabajador como mi papá lo había sido, como lo era mi tío Gustavo. Qué extraño el destino de Rosa: obediente, desobedecía; conciliadora y complaciente, irritaba e insatisfacía. Se sacrificaba de balde. ¿Y quién pedía el sacrificio? Creo que el sacrificio era sacrificado porque ella era, como dije, bellísima, porque era atractiva, porque deseaba, porque era joven y quería vida, por eso; y, como decía, tal vez por alguna tormenta de estas Gustavo debió sacar a la Mami a pasear para espantarle tristezas y malos sabores. Ahora lo pienso, no lo sé de cierto. En un momento dado, Lolis se levantó a jugar a la pelota, mientras los “grandes” conversaban alrededor del mantel en el piso, y yo me quedé con ellos. Nuestra pelota era de varios colores. Me bastaba verla moverse para sentir que yo también jugaba. No sé por qué me sentía tan perezosa, tenía un poco de sueño, tal vez, o simplemente estaba contenta con la cabeza apoyada en las piernas dobladas de mi abuela. De pronto mi hermana gritó. Ella nunca se quejaba de nada, tenía el carácter más dulce y llevadero que uno pueda imaginar, el contrario al torrencial mío. Mi hermana mayor era incapaz de un berrinche, de un grito injustificado. Yo la mordía al vapor por cualquier pretexto, como a mi compañero preferido de juegos, Poncho, Pablo Alfonso mi primo —me pasa todavía que me acuerdo de él tal y como era entonces, me dan ganas de ponerme a jugar con él... ¡y de morderlo! Lolis, decía, chilló un ¡ay!, y así como yo respondí saltando como un resorte hacia ella, los demás, también extrañados de oírla quejarse, voltearon a verla: había levantado una piedra del suelo, y le había picado un alacrán que había escondido bajo ésta. El alacrán era rubio. Cuando un alacrán es rubio, así sea pequeñito como el que miramos en la mano de Lolis, más vale correr al doctor. Esto lo sabía de sobra mi tío Gustavo. Lolis, además, no era una adulta, 44 Carmen Boullosa una persona de cinco años es mucho más vulnerable al veneno. Subimos todo al coche apresurados, aventando los triques en la cajuela, y nos enfilamos a Cuernavaca, más cercana de donde estábamos que la Ciudad de México. Yo me senté al lado de Lolis. Gustavo hablaba sin parar mientras manejaba lo mas rápido posible, y la Mami le pedía que no corriera, “¡por Dios, Gustavo, nos vas a matar a todos!”. Antes de llegar a Cuernavaca, Lolis perdió totalmente la conciencia. No, no estaba dormida. Respiraba distinto a cuando dormía; yo le tenía muy bien medida su respiración nocturna, como desde entonces era insomne... Venía pegada a mí, se apoyaba en mí, desvanecida dejaba todo su peso en mi persona, la boca entreabierta, los ojos cerrados, tan relajados, tan sin resistencia que restaban un ápice abiertos: parecía dormir más allá del sueño. La Mami decía, con voz angustiada, “¡se nos va, esta niña se nos va!”. Recuerdo con toda claridad que me gustó su expresión, que a pesar de lo que estaba ocurriendo yo no compartía ningún sentido de alarma; que observaba, medía, oía, ponderaba, juzgaba y disfrutaba, sí, disfrutaba: era todo nuevo para mí, inédito, jamás imaginado. Gustavo buscaba en el laberinto de las calles de Cuernavaca la clínica de un doctor conocido. Llegamos. Sacaron a Lolis del coche cuando ya era verdaderamente un fardo. No le quedaba un ápice de voluntad a su cuerpo. Nunca, nunca había sido más hermosa, ni su piel más pálida, ni sus labios más bien delineados. La sacaron, y Gustavo me dijo, con voz relajada, para tranquilizarme, “ahora la ponen en la plancha, y nos la regresan”. ¿La plancha? ¿La regresan? Ahí no entendí nada, pero no me atreví a preguntar. No quería oír explicaciones, quería comprender de primera fuente. Pedí permiso para entrar con ella. Me dijeron que no, por supuesto. Esperamos mucho tiempo. Lolis no salía. A la emoción seguía la espera. Yo estaba exhausta. Me quedé dormida, y no recuerdo más. Todo quedó de pronto en el pasado. No sé cómo fue que di con ellos dos en una fiesta tan grande en el rincón más escondido del enorme jardín, tal vez por puro instinto, haber pasado una infancia tan apegadas la una a la otra me hacía saber dónde encontrarla en un pajar. Ahí la descubrí idéntica a como había sido al final de aquel día de campo, en el coche, en la carretera y en las calles infractuosas de Cuernavaca. Mi hermana se estaba yendo, lejos, hasta donde no podía yo más alcanzarla. Me dejaba. Parecía una muerta, mucho más que los otros cadáveres que he traído a cuento. 45 heridas, muertes, duelos Se estaba yendo, pero estaba viva, corría hacia algún lugar que me estaba vedado. Se iba, como el corazón abierto que yo había un día visto palpitar para mí desnudo. Tenía el corazón abierto. Más todavía: ella era toda corazón abierto. Se desvanecía, pero corría. Esa especie de muerte que la aquejaba no le hendía la punta del alfiler directo en el pecho, reteniéndola como a aquellos insectos en el fondo de cajas de galletas. Estaba clavada a la pared del jardín, pero el bisturí que la hería la despertaba. No los interrumpí, no me hice notar. No los abordé. La dejé irse; sin sentir remordimiento; me di la vuelta y me perdí no en la multitud que, o bailaba, o, si era mujer, esperaba a ser sacada a bailar, si hombre, pescaba con los ojos a quién sacar a bailar. Me perdí pero sin irme a ningún lugar, sin comprender. No ataba cabos: eso no tenía nada que ver con mi piel, ni con el agua tibia en mi “colita”, ni conmigo. Yo no podía simpatizar. Algo se había roto entre nosotras, algo irreparable. En mi cabeza esta fiesta se liga con otras, las mismas canciones, los mismos vestidos, los zapatos, las medias, el peinado, y de pronto soy yo la que desea, yo la que entra ahí, al punto donde uno puede, de tanta carne, evaporarse. Habían pasado tres o cuatro años desde que la rana expusiera a mis ojos su corazón palpitante cuando comencé a soñar con ella. En lugar de tener la herida en el pecho, la tenía entre las piernas y sangraba, sangre roja de mamífero. Mi rana de laboratorio se volvía una rana violada. Sus piernas parecían las blancas ancas del aparador del carnicero, teñidas por la sangre de la violencia. Esa rana era yo. Mi conciencia era para mí lo contrario que la princesa y su beso en el príncipe encantado. Los labios de la bella princesa volvían al sapo un príncipe. Mi conciencia hacía a la bella un sapo. Y al ver al sapo abierto en la improvisada mesa de cirugía del laboratorio de la escuela, estalló algo adentro de mí, algo que me viene aún persiguiendo. O, mejor dicho, el estallido consiguió dónde encarnarse. Vi en la rana abierta mi persona, la herida que me caracterizaba, y la guardé. La imagen me ha acompañado siempre. Es una contrapropuesta a la del Sagrado Corazón. En el Sagrado Corazón, el Cristo de cabellos largos y mirar beatífico está vivo así tenga el corazón expuesto. Está vivo y no está desnudo. Sólo en el trecho que ocupa su corazón no tiene ropas, aunque hay los Sagrados Corazones que se las arreglan para en46 Carmen Boullosa señar el corazón fuera de la túnica. Ni su corazón palpita, ni tiene las piernas abiertas, ni las tiene tampoco laxas. Tal vez ni las tiene: lo retratan de la cintura para arriba. Su corazón no es su mortalidad, como el corazón de la rana, sino su inmortalidad; no es la confirmación de su carnalidad, sino la ratificación de su carácter no carnal. No está ni vivo ni muerto, pues ni palpita ni mata a la figura. El Cristo es tan espíritu, que le pueden abrir de un tajo el pecho, ponerle de fuera el corazón, y él, tan contento, se queda mondo y lirondo. Los insectos no tenían cielo: se acababan donde nosotros los poníamos, adheridos con cera de Campeche y puntas de alfiler al fondo de cajas de galletas. Su eternidad dependía del cuidado que poníamos en conservarlos. Morían dormidos: del sueño del éter transitaban a la inmovilidad total. Nuestras mascotas temporales pasaban del juego a la cazuela, un cuchillo intermedio y a veces una retahíla de mentiras para escondernos el puente que habían cruzado. Su eternidad era nuestra, de juguetes pasaban a ser alimento, sin mayor consagración que el fuego de la estufa y las salsas. A veces parecían brincar de aquel lado al nuestro, como cuando la cabeza de la tortuga le mordió el pulgar a tía Luz. La rana del laboratorio no moría. Sus piernas morían por un corte en el pecho. La rana vivía en mis sueños, representando la aproximación de la muerte animal a mi vida. Mi abuela Lupe, la mamá de mi papá, murió cuando me separé de mi primer compañero, y él fue al entierro. Yo no. No recuerdo por qué, si porque no quería ver a mi familia, dar la cara y ratificar que, no contenta con el escándalo de no haberme casado, ahora abandonaba a mi no-marido apenas cumplidos los dos años de cohabitación, o si no fui porque estaba yo en batalla campal con mi papá. Él fue el lado responsable de nosotros dos, así ya no existiera el dos que habíamos formado. El dos que habíamos sido es el cadáver visible último que quiero traer aquí a colación. Ya no éramos los dos una entidad. Yo rompí con ese amor porque, creí entonces, me había enamorado de otro. Sí es cierto, me enamoré de otro. Pero las alas de Cupido no son, como lo creían los dioses, hijas únicamente del capricho. Responden a necesidades y deseos previos, caldean el aire donde ese raro pajarraco con cuerpo humano que se llama Amor puede volar. El amor no aparece en cualquier sitio. En mi caso, me enamoraba para huir. Separarme de él fue mi primera huida. Me separé de una persona estupenda con quien 47 heridas, muertes, duelos bien pudiera haber hecho, formado, un mundo en común. Huí a lo idiota. ¿De qué? A primera vista, sólo de un hombre genial y responsable que me adoraba y a quien yo también adoraba, y del muy agradable mundo de su familia, a quienes sigo queriendo y siempre seguiré queriendo, de nuestros amigos, en parte porque quería seguir corriendo lejos de mi propia familia. Pero no es el motivo sólido del acto. Me atrevo ahora a revisarlo porque después de esa primera huida, escapé de otro segundo amor, un hombre también estupendo, a quien yo también adoraba, con cuya familia también hice nexos profundos, con quien también pude haberme hecho de un mundo en común, también a los dos años, y tras él hubo un tercer amor, con quien no tuve tiempo de hacer casa, pero con quien he hecho en cambio una amistad a prueba de todo conflicto, y un cuarto, con sus variantes. Por esto, porque no fue que yo haya roto con sólo uno es que me pregunto: ¿de qué huía yo? Dejé de huir cuando tuve mis hijos e hice un mundo en común con Alejandro. Nunca he sido más feliz, nunca he estado más completa, más plena. De una manera distinta, se coló el espíritu Houdini, y también escapé de él, aunque distinto porque los últimos años los dos escapábamos de los dos. Corríamos al unísono. Ya que me puse simple, diré que así como los quince primeros fueron espléndidos, los últimos fueron tristes. Estábamos juntos pero nos dábamos la espalda, éramos un par de huidos, sin refugio, dos actores responsables a la par del silencio en que habitábamos. Y esa es historia de otra índole, harina de otro costal, en la que no voy a abundar aquí. ¿De qué huía cuando salía corriendo de una buena historia amorosa, como una estampida hacia otra? Quería escapar de formar parte de mi familiar ejército de cadáveres. El amor me hería —porque el amor hiere, abre a los actores—, y antes de que mi cuerpo sucumbiera del todo, yo me echaba a correr. Como si amar fuera a terminar por clavarme el alfiler en el punto preciso, hasta inmovilizar para siempre mi pecho. Se me cruzaron los cables. De los juegos infantiles y un experimento en el laboratorio escolar, de la cabeza de la tortuga muerta saltando sobre el pulgar de la cocinera yo saltaba a verme a mí misma como el siguiente posible blanco. ¿Por qué no yo, si había caído mi mamá y María José? ¿Qué me aproximaba a ellas? No el piquete de un alacrán venenoso, sino el deseo, el beso, el cariño, el amor. Más amor, más cariño, más posibilidad de ser yo la siguiente de cuerpo inerte. Más riesgosa todavía la combinación amor-estabilidad: a mis ojos comenza48 Carmen Boullosa ba a parecerme a los insectos en el fondo de una caja de galletas. La inmovilidad era aún más peligrosa. Si corría, tendría alguna posibilidad de salvarme. ¿Y la tengo? Ahora escribo de mis cadáveres para dejar de una vez por todas de escaparme, para, rastreándolos desde el primero, verlos a los ojos y dejar de huir. No esquivo la muerte corriendo de esta manera: me pierdo en cambio parte de la vida. Quiero una vida estable, si esa figura existe, o por lo menos no una que me obligue a huir. Con las huidas necesarias que presenta la vida bastan, las obligatorias no son pocas, ¿para qué desear más?, ninguna falta hace agregarse una identidad Houdini. De joven yo fui Houdini. Fui una maestra de la fuga, abandoné casa tras casa que fundé, me até a cadenas firmes, las que llevaba años construir, y las tumbé para asombro de mí misma. No podía separarme de las dos mujeres que estaban muertas y habían sido parte esencial de mi vida: mi mamá, mi hermana. Su muerte había coincidido con mi adolescencia, con la muerte de mi cuerpo niño y el nacimiento de mi cuerpo adulto. Yo no las dejaba ir, sin mí, a ninguna parte. Viajaba yo afectivamente en el mundo de los muertos. A menudo me faltaba el aire. El terapeuta dijo que me sobreoxigenaba, que debía aprender a respirar. Me recomendó ponerme una bolsa de papel de estraza en la boca, y respirar un tiempo ahí dentro, hasta calmarme. Yo no me sobreoxigenaba, aunque técnicamente él tuviera la razón: me cerraba los pulmones para aspirar como ellas dos tierra. Nada me había preparado para verlas salir, para verlas abandonarme. Mi hermana mayor me había abandonado también, de otra manera. Y yo había aprendido a cruzar esta línea de abandono. Yo me abandonaba a mí misma. El mundo erótico se abría para mí con una atracción irresistible. Tenía sus peligros. El primero era, en efecto, que obligaba a un abandono. El segundo era que forzaba a una representación de la muerte pequeña. No hacía falta levantar una piedra y encontrar un alacrán mortífero para caer en un sopor que emulaba la muerte, para irse. Había aprendido a amar, a enamorarme, a desear, a gozar. Pero me había tocado tomar la lección al lado de la muerte de mi mamá y mi hermana. La vida, maestra de todas las cosas, me daba una lección confusa. Yo era muy joven y le tomé al pie de la letra su palabra. Entendí que necesitaba huir si quería salvar el pellejo. Dejé a un espléndido compañero, luego abandoné al segundo, al tercero, al cuarto. Huía porque no quería ser el bicho en el fondo de la caja de galletas, la rana del 49 heridas, muertes, duelos pecho abierto, la cara maquillada y serena en el cajón de Gayosso. Huía enamorándome, entregándome, yéndome, engarzando una fuga a la otra. Fui la Houdini, como he escrito aquí. Como Houdini, no me moriría en alguna fuga equívoca. Me he escapado con el cuello completo. No sé de dónde saco la reserva vital para soportar sin agriarme tantos estrujones, conjeturo que seguramente del cajón de todos mis tesoros, de la infancia. Ahora he comprendido otra lección: no tengo hacia donde correr. Aprendí a hacer una suma equivocada a la hora en que las adolescentes aprenden a viajar en su cuerpo erótico. Ahora deshago la suma equivocada: nadie muere de una pequeña muerte. Y además morir no es lo peor que puede ocurrir en la vida. Pregúntenle si no a mi pollo, el que Hanna (mi querida, mi amada Hanna, Alejandra Bravo Mancera, me acuerdo siempre de ti) sacrificó para aliviarle el dolor en mi cocina. 50 Ana María Amado Memoria, parentesco y política* Ana María Amado E l propósito de este trabajo es doble: ensayar una lectura de diversas estrategias de memoria de los familiares de las víctimas de la dictadura militar argentina; y a la vez, en la costura de política y biología que ofrecen algunos de esos relatos, establecer la dimensión que los inscribe en tanto operación política. Es conocido que Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y la agrupación H.I.J.O.S.1 —según la secuencia histórica de aparición formal que tuvieron en la escena pública argentina a lo largo del último cuarto de siglo— se convirtieron en voces centrales en la tarea de agitar la escena pública con el escándalo de la muerte y de las exigencias de reparación a través de formas verdaderamente novedosas de intervención. Sus relatos dan cuenta del crimen y desafían con su radicalidad un género preciso de adjudicación: el testimonio como instrumento de denuncia, de memoria o de herramienta jurídica, el discurso científico de las identificaciones, la fuerza simbólica de la representación estética son planos * Una versión de este trabajo se publicó en Revista Iberoamericana, núm. 202, primer trimestre de 2003, órgano del Instituto Internacional de Literatura Latinoamericana, Pittsburgh, Estados Unidos, con el título “Herencias. Generaciones y duelo en las políticas de la memoria”. Algunos de sus conceptos integran la ponencia presentada en el coloquio “Democracia, comunicación y sujetos de la política en América Latina contemporánea” UAM–Xochimilco , México, D.F., 10-14 de febrero de 2003. El trabajo se desarrolló en el marco de la investigación subsidiada por el programa UBACYT, de la Universidad de Buenos Aires. 1 Los hijos de desaparecidos son el eslabón generacional más reciente en las políticas de la memoria. Organizaron su agrupación a finales de 1995 e hicieron su primera aparición pública en marzo de 1996 en la masiva marcha convocada para conmemorar los veinte años del golpe militar, con un nombre que transforma su posición generacional en anagrama de una estrategia: “Hijos por la Igualdad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio”. 51 heridas, muertes, duelos diferentes desde los que articulan sus estrategias de memoria y a la vez perfilan nuevos núcleos narrativos para los linajes de sangre cortados por la violencia homicida. En tanto el parentesco y sus principios normativos aparecen aquí en la base de la interpelación al poder, resulta ineludible su relación con Antígona desde una relectura crítica destinada a revisar la relación entre parentesco y estado en el contexto contemporáneo y sus crisis. Con esa intención, Judith Butler volvió recientemente sobre la obra de Sófocles para subrayar la ejemplaridad del estatus político de esta figura femenina que desafía al estado no sólo a través de un acto —el entierro de su hermano— sino de la operación de lenguaje en que este desafío se condensa.2 Los análisis canónicos de Hegel, Lacan o de feministas como Luce Irigaray, que se inspira en ambos, construyen por distintas vías una figura que articula una oposición pre-política a la política: Antígona representaría el parentesco como una esfera que condiciona la posibilidad de la política sin haber ingresado nunca a ella. Esta suerte de idealización de los lazos filiares en los presupuestos de la inteligibilidad cultural abona tanto las posiciones hegelianas como las del legado estructuralista, que saldan sus divergencias, como apunta Butler, separando el parentesco de la “guarida” social. Empeñada en desmoronar esta brecha, dirige sus argumentos contra la fuerza de edicto de la noción de lo simbólico que Lacan aplica a su lectura de Antígona, como umbral de reglas que hacen la cultura posible e inteligible y desafía: “no puede sostenerse la distancia entre lo social y lo simbólico, no sólo porque lo simbólico mismo es la sedimentación de prácticas sociales, sino que las radicales alteraciones en el parentesco demandan una rearticulación de las presuposiciones del psicoanálisis y las teorías del género y la sexualidad” (19). Lo simbólico sería, precisamente, lo que resiste a todo esfuerzo para reconfigurar las relaciones de parentesco a alguna distancia de la escena edípica y sus leyes normativas. Antígona, cuya misma posición simbólica deviene incoherente ya desde su legado familiar, infringe el mandato del poder al enterrar a su hermano. Pero su acción se afirma y potencia en el acto verbal en el cual ella responde a Creonte (ese acto de lenguaje que la implica en el exceso 2 Butler 2000: 502. La traducción de los fragmentos citados es de mi autoría. 52 Ana María Amado masculino: “No sería yo hombre, ella lo sería”, dice Creonte3 ), el acto en el que desafía la ley, en el que asume la voz de la ley para volverse contra ella. Es decir, emerge en su criminalidad para hablar en nombre de la política y de la ley, absorbiendo el lenguaje del estado contra el cual se rebela para su política de oposición. En su acción, por lo tanto, transgrede normas de género y de parentesco. Frente a las interpretaciones que leen el destino de Antígona como signo necesariamente fatal, Butler hace hincapié en aquellas características de su transgresión, para defenderla como figura representativa del carácter contingente del parentesco y desafiar las teorías que toman esa contingencia como necesidad inmutable. Genealogía y representación En el marco de estas reflexiones deseo rescatar algunos de los relatos y discursos de familiares de las víctimas del terror estatal, desde su peculiar entretejido de imaginario familiar y representaciones políticas. Esos relatos y discursos son fragmentarios y parciales en la fijación y transmisión de experiencias que organizan la memoria colectiva, pero a la vez determinantes en su proyección sobre el presente político. En los actuales debates sobre la valoración de distintos signos y escenas que construyen la dimensión pública de la memoria, aquellas prácticas suelen ser consideradas, por un lado, como una suerte de límite para “la elaboración intelectual, moral y política de (ese) pasado”. En la misma dirección del pensamiento idealista que ubica a Antígona como figura del duelo por antonomasia (el de la esfera de lo privado) y como arquetipo de la exclusión injusta pero inevitable que produce el estado, se considera con cautela o escepticismo el valor político de acciones que fundarían su legitimidad a partir de la condición familiar afectada.4 Desde 3 Sófocles, 1992: 502. En esa dirección, Hugo Vezzetti, por ejemplo, interroga con una dosis de desconfianza “las líneas de fuga, el sentido en suspenso” que atribuye a algunas acciones de recuperación del pasado y, concretamente, a las movilizaciones públicas desarrolladas por H.I.J.O.S, entre ellas el escrache. Para Vezzetti, la dimensión personal de la memoria, el circuito de los lazos de sangre y generaciones trabajando 4 53 heridas, muertes, duelos otro tipo de mirada, estos relatos son leídos a partir de la pura sustancia afectiva del dolor y en este sentido retomados sólo dentro del aura de legitimidad que todo vínculo de sangre —el que liga a la madre, las madres, con sus hijos, especialmente— concede al dolor por la pérdida.5 Estos argumentos en su reducción soslayan, sin embargo, la importancia central de las estrategias que subyacen a esta terca condición de reminiscencia como continuo trabajo de duelo, y cuyas simbolizaciones específicas para hacer presente el pasado como catástrofe, revelan los fundamentos mismos de la sociedad donde viven y actúan. Si el estado —el gran padre, la Ley— desplegó su potencia criminal dentro de una jurisdicción que la lógica misma de su función manda proteger, como es la familia, es de este núcleo del que, como contrapartida, debían salir en primer término las voces de distintas generaciones para denunciar los crímenes del poder e interpelar a las instituciones de las cuales son en cierto modo sus huérfanos. Las voces de Madres, Abuelas e H.I.J.O.S dan cuenta de la desaparición de la legitimidad institucional de un estado que al poner su maquinaria de muerte en funcionamiento se puso íntegramente fuera de la ley. Su reclamo se expresa desde la llaga abierta de una ausencia, apela a los vínculos biológicos como sello de identidades o al linaje familiar como fundamento privado de la historia. Pero es a la vez una demanda sobre la responsabilidad del poder en ese hueco de representación, una cuestión pendiente e ineludible para la reconstrucción comunitaria. Pierre Legendre, autor que desde el derecho, la antropología y el psicoanálisis se preocupa como Butler por el malestar que rodea las nociones de parentesco, define la genealogía como “teatro de la verdad siempre con “restos dispersos como los pedazos rotos de un rompecabezas, generarían un círculo vicioso cuyas consecuencias se orientan menos a la verdad [...] que a rearmar una matriz identificatoria con el pasado”. En Vezzetti 1998. 5 El duelo como pura escena del lamento, de estado de reminiscencia, es recuperado desde la escena del mito o de la tragedia. Al amplificar desde esta estética los circuitos de repetición de las demandas de familiares, su pura secuencia circular, se subraya aquello que en sus palabras tiene el valor de lo emotivo, de lo insondable —una interpretación legítima—, como huella perdida de toda positividad en sus prácticas. Cuando no son leídos como obturación del discurso político a secas. Véase distintas intervenciones en la revista Confines, núm. 3, septiembre de 1996, particularmente los artículos de Óscar del Barco, Ricardo Forster, Alejandro Kaufman. 54 Ana María Amado y de la justicia”, en tanto se presenta como “una escena amueblada con las formas de los discursos sociales de la creación y de la procreación a la vez”, con todas sus implicaciones imaginarias y simbólicas (Legendre 1996: 36). Porque más allá de sus acentos ficcionales, la interrogación genealógica abarca no sólo lo que concierne a la reproducción humana, sino a la captura de subjetividades por la entidad familiar, las referencias mismas de legitimidad que implica en tanto espacio jurídico y sus obvias consecuencias políticas. Un forzamiento del sujeto humano, en suma, que lleva implícita la pregunta sobre el poder, responsable no sólo del andamiaje de la lógica jurídica (otra ficción), sino de poner en marcha aquellos contenidos fundamentales de la transmisión —pueden llamarse mandatos de la cultura, o aludir a ellos, según propone Legendre, como “Textos fundamentales”— que moldean lo individual como subjetividad (81). Cuando la topografía de esos textos y la juridicidad misma que los sostiene está alterada —esta alteración tiene varias causas, entre ellas los avances tecnocientíficos en la reproducción, pero en nuestro país la alteración tiene una gravedad criminal en la base—, los principios de la genealogía inician su disolución. Los familiares de las víctimas asumen en este sentido un desafío profundamente político al demandar a las instituciones en nombre de la Memoria, Verdad y Justicia (eslogan base de todas sus convocatorias públicas). No sólo porque hablan en nombre de los acontecimientos pasados y su memoria, sino porque expresan su reclamo en nombre de los vínculos de parentesco, de una genealogía filiar de la cual lo social y lo histórico no pueden disociarse. El anudamiento de los lazos biológicos sellado en los orígenes puede encontrar su lugar en el mito, en esa vertiente por la cual los grandes mitos de la humanidad hablan en el límite de la palabra para ordenar la naturaleza humana. Pero es el lugar de la institución el que finalmente legitima la cuestión mitológica de la procedencia, al proporcionar el marco jurídico y legal donde se construyen y entretejen las filiaciones biológicas, sociales y políticas. Ese espacio, a la vez familiar y social, ha sido destruido en la Argentina por la dictadura genocida. Con sus acciones soberanas llevadas a cabo sobre lo comunitario entendido como bastión familiar tutelado y apropiado por el estado-padre (Filc 1997:76), rompió todo principio lógico de causalidad. Confiscación de derechos de sus ciudadanos, asesinatos masivos y aún impunes, fueron seguidos en el estado democrático por políticas de desheredamiento social, desigualdad extrema, 55 heridas, muertes, duelos miseria y exclusión. La ruptura de los pactos de filiación por parte del estado-nación es la llaga abierta en la actual catástrofe política y social del país, por la que los familiares de las víctimas desaparecidas demandan simultáneamente. Perdido el derecho político a la referencia, ellos, al igual que las víctimas de la salvaje exclusión neoliberal, aparecen expulsados de las posibilidades subjetivas de integrarse a la filiación social. Situación que se verifica en las alianzas cada vez más extensas de Madres, Abuelas e Hijos con otras organizaciones del campo político y sindical ligadas a acciones de resistencia colectiva.6 En estas acciones de intervención, como en el resto de sus discursos y producciones, puede leerse una continuidad que arranca con la asociación literal de crimen y genealogía, acometida por el orden institucional de los militares genocidas que acompañaban una retórica de moral familiarista con la aniquilación generalizada de sus miembros. La familia política La filiación es, sobre todo, una institución de esencia política, en tanto puesta en orden de lugares, de posiciones en la trama familiar. Las relaciones de parentesco se inscriben en un orden de sucesión que adjudica a cada uno su lugar, sin confusiones ni interpolaciones posibles. 6 La consigna convocante de la masiva movilización del 25° aniversario del golpe (el 24 de marzo de 2001) condensa una representación que reúne el pasado con el presente, la barbarie del terrorismo de estado con los padecimientos actuales: El poder económico y los gobiernos de turno garantizan que el genocidio de ayer quede impune y continúe con el genocidio de hoy. Basta de hambre, entrega, desocupación y represión. Basta de impunidad. En esa ocasión uno de los oradores centrales fue el Subcomandante Marcos, en comunicación telefónica desde México. Durante la XXI Marcha de la resistencia (que consiste en 24 horas de ocupación de la Plaza de Mayo, entre miércoles y jueves de la primera semana de diciembre) y como indicio de la crisis institucional que cobraría características decisivas pocos días después con la renuncia del presidente de la Rúa, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, H.I.J.O.S y otros organismos de derechos humanos, junto a la CTA (Central de Trabajadores Argentinos) y ATE (Asociación de Trabajadores del Estado), rodearon la casa de gobierno con una cinta de clausura —semejante a la utilizada en los vallados policiales— que en grandes caracteres equiparaba los siguientes términos: “impunidad-exclusión-desocupaciónhambre-represión-inseguridad”. 56 Ana María Amado El viaje de un punto al otro de los ciclos de vida humana, del puesto de hijo a padre, de hija a madre, etc., se conforman como una escena sucesiva que el psicoanálisis acompaña con la economía inconsciente del incesto. Lo que precede no puede confundirse con lo que sigue, bajo la prescripción occidental del forzamiento edípico como principio de organización, en aquello que de lo contrario se convertiría en caos o magma. Este mandato de “a cada uno su lugar”, división familiar que implica contabilidades complejas (en el rubro del inconsciente y en sus derivaciones jurídicas), es la herramienta por la que una sociedad civiliza el inconsciente a través del juego de funciones que a su vez son representaciones (Legendre 1996:35). Si en los espacios institucionales todas las funciones se articulan a partir de una representación, en el sentido de que algo o alguien es delegado para representar la verdad del sistema, ¿qué sucede ante la ausencia de delegados de ese juego de verdad en la relación con las instituciones? ¿Cuáles son las consecuencias si la función de garantía del orden en el sistema mayor, el del estado, es reemplazada por una acción desintegradora, de asesinato y luego de olvido impune respecto a la muerte de una generación de padres? O, como se interroga Judith Filc sobre la cuestión del despojamiento económico social, ¿qué acontece cuando las fronteras de los espacios familiar y nacional se desdibujan, cuando se rompen los pactos, cuando procesos de fragmentación social alteran la organización familiar y social que garantiza la construcción de una historia identificatoria? Para una respuesta posible vuelvo sobre la palabra representación, ligada al juego estético de los dispositivos genealógicos y que quizás por este origen figura en la creación artística de muchas maneras.7 Pero con representación aludo también al hecho de que esos dispositivos se juegan en tanto apuesta de lengua- 7 Géneros diferentes en su propuesta estética en Latinoamérica giran con frecuencia alrededor del poder y la función paterna como cláusulas de equilibrio (o desequilibrio) familiar. En gran parte de las obras fílmicas, teatrales o literarias de la década del noventa, los espectros, los fantasmas que se resisten a pasar, toman la figura del padre. De El padre mío de Diamela Eltit a La ingratitud de Matilde Sánchez en la literatura. La mayoría de las obras teatrales alternativas en Argentina, entre ellas A 1500 metros debajo del nivel de Jack, de Federico León, Señora, esposa, niña y joven desde lejos, de Marcelo Bertuccio. También en films, desde El viaje de Fernando Solanas a Estación central de Walter Salles, pasando por Principio y fin de Arturo Ripstein. 57 heridas, muertes, duelos je. Es lo que vincula esta cuestión con la figura de Antígona releída por Butler, cuando insiste en que su acto de insubordinación se expande sobre todo a su representación o actuación en el discurso. Apropiándose de esta premisa implícita, es entonces desde otro ejercicio y valor de las designaciones que Madres, Abuelas e Hijos, como deudos de aquellos miles que el asesinato suprimió de los linajes, enuncian esa ruptura a modo de desafío al mandato, asumiendo el magma, alterando metafóricamente sus vínculos en el orden de sucesión, intercambiando lugares, salteando la prescripción legitimada para la secuencia filiar. En el cuerpo a cuerpo con las víctimas, la metáfora resuena en su función cabal de sustitución. Las Madres dicen haber sido paridas por sus hijos, enfatizando ese segundo nacimiento en el que aprendieron todas las astucias de la vida a la intemperie. Los H.I.J.O.S, a la inversa, hablan de “parir a sus padres”, en el sentido de que sus acciones por recobrar su identidad implican simultáneamente devolver a sus padres la condición de sujetos, estatuto que con su desaparición el estado pretendió arrasar. Elvira Martorell subraya la diferencia generacional en estas posiciones: “El desaparecido como hijo, el desaparecido como padre o madre”. A pesar de los distintos lugares que ocupan madres e hijos en la cadena, ambos enunciados transgresores tienen consecuencias iguales respecto al desafío verbal con el que desarreglan las normas sucesorias del parentesco (Martorell 2001: 169). Madres paridas por hijos que han sido desaparecidos. Padres paridos por los hijos vivos. Este reconocimiento invierte la escala generacional, sobre todo de parte de H.I.J.O.S, ya que al mencionar a sus padres con el nombre propio se nombran a sí mismos. A diferencia de la demanda colectiva de las Madres, H.I.J.O.S subjetiviza la suya, paso imprescindible para recuperar una identidad arrasada (la de los padres) y otra que se pretendió arrebatar (la de los hijos), para partir desde el cada uno al sujeto colectivo (Martorell 2001: 158). La condición común de tener hijos desaparecidos se refleja en los escritos de Juan Gelman y Rodolfo Walsh cuando aluden a ellos desde metáforas que violentan la dirección de la genealogía. En el poema que Gelman dedica a la madre después de su muerte, los versos escanden la superposición de sus cuerpos, la extreman incluso con figuras en las que de la fusión inicial madre-hijo es de él que ella nace. (¿nunca me nacerás? / ¿las palabras son estas cenizas de adunarnos? /(...) ¿Vos en yo? / vos de yo?) (2000: 85-87). En la búsqueda incesante que emprendió 58 Ana María Amado del nieto o nieta nacida durante el cautiverio de su hijo y nuera, dirige una carta abierta a ese ser entonces espectral donde reitera el signo de esa inversión. Le explica las causas de su itinerario sin reposo para encontrarlo y sugiere una unidad virtual para esa mutua condición de abandono: “Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él”.8 Walsh, en “Carta a mis amigos”, escrita desde la clandestinidad y en plena dictadura, rescata las virtudes militantes de su hija Vicky y proporciona los detalles del combate final que terminó en su muerte. En su descripción hay una transfiguración casi mística del cuerpo de la hija, con el que termina por fundirse en un duelo de excepción: “Su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy yo quien renace de ella” (1996: 282), dice, en un desorden sucesorio que resuena como homenaje y a la vez promesa de una continuidad sin fisuras. En un bello texto dedicado a las filiaciones políticas en la literatura y en las prácticas militantes, María Moreno se detiene en los vínculos simétricos entre padres e hijos como germen que de la familia biológica deriva hacia una familia política. Este tipo de vínculo subyace a la militancia común de los Walsh y preside el deslizamiento generacional que él se permite en el ritual de duelo ejecutado en esa carta, donde escribe: “He visto la escena con sus ojos: la terraza sobre las casas bajas, el cielo amaneciendo y el cerco. El cerco de 150 hombres, los FAP emplazados, el tanque” (281) . Moreno se detiene en esa descripción, que supone ver el último paisaje divisado por Vicky en el momento de su decisión con sus mismos ojos, “sustituyendo el cuerpo masacrado como si fuera posible de este modo darle vida, percibir por última vez en el mismo espacio la cadena de las generaciones y, al mismo tiempo, imaginar la corporalidad del enemigo y ensayar su propia muerte, a la manera de un juicio a solas cuyas leyes no son las mismas que las públicas” (Moreno 2000: 101).9 8 La carta fue publicada en diversos medios, entre ellos, el periódico Página 12 de Buenos Aires, en 1995. En el 2000 encontró en la capital uruguaya, Montevideo, a su nieta, hoy de 24 años. 9 Entre los análisis de índole política dedicados a “Carta a mis amigos” de Walsh, es relevante para el aspecto que se trata aquí el que realiza Horacio González en su ensayo “Una imagen filmada de Azucena Villaflor”. 59 heridas, muertes, duelos Borrados el espacio y el tiempo, cuerpos y lugares se vuelven uno en palabras que fundan, de este modo, nuevas representaciones para rehacer las huellas de los vínculos deshechos en la conflagración. La política de recuperación de identidades de los nietos apropiados que llevan a cabo las Abuelas se inscribe en este orden de restauración. En los relatos de las Abuelas o en los de los nietos recuperados hay un énfasis común y reiterado en la simetría de rasgos físicos, en el rastro material del vínculo de sangre, pero que desde las Abuelas se oye como un reemplazo, “en sus ojos vi de pronto a mi hija”, o “su cara, su modo de caminar, son los de su padre”.10 En los testimonios de Abuelas sobre sus pesquisas, en el fondo de la narración de sus peripecias para la recuperación del nieto, se escucha una continuidad virtual de la vida de los desaparecidos, pero en una constelación en la que no figuran como padres, sino como hijos de sus madres (Rosenberg: 1996). Si bien el mapeo genético ocupa el centro de sus operaciones jurídicas de legitimidad filiar, las Abuelas admiten hoy que la cuestión de la identidad agita el fantasma del nombre y de los fundamentos mismos en el fondo de esa movilidad política del enlace familiar, en un escenario mucho más complejo que el familiarismo positivista y conservador que reduce la identidad a los linajes de sangre.11 Tan valioso como el banco de datos genéticos de esta agrupación resulta el mosaico narrativo que organizan con cada nuevo dato de los crímenes que alteraron las líneas genealógicas del pasado y ahora proliferan en relatos de ubicación todavía incierta en el sistema institucional de filiaciones.12 10 En Botín de Guerra, filme testimonial de David Blaustein (Buenos Aires, 2000). 11 La respuesta masiva de jóvenes que dudan de su identidad a la estrategia de convocatoria desplegada por la agrupación de Abuelas en los medios de comunicación, pone esta cuestión en primer plano respecto a la generación actual de jóvenes veinteañeros. 12 Un ejemplo en este sentido es el hallazgo (por el capitán retirado José Luis D´Andrea Mohr, recientemente fallecido) de los libros de partos del Hospital Militar de Campo de Mayo y del de la ciudad de Buenos Aires, con los registros de nacimientos de 1974/1978. Un documento que inicialmente apareció en las pantallas de televisión como pura coyuntura y desplegado dentro de un discurso informativo repleto de nombres de mujeres, de fechas, pesos de bebés, horas, números de historias clínicas y apellidos del “profesional” que las asistió, disparó una serie de historias complejas, de incontables relatos sobre identidades flotantes de madres desaparecidas 60 Ana María Amado H.I.J.O.S., herencias La noción de identidad ronda el destino de los huérfanos y desafía a la comunidad, desde un fondo oscuro que supera la racionalidad de los montajes legales pensados para la soldadura social. Nociones que pueden integrarse a las inquietudes de Butler sobre la idea de parentesco citadas en el inicio de este artículo: ¿dónde reubicar el dogma del padre y la ley del nombre que pertenece a la misma ficción, como garantía de separación prolija de las generaciones, para lidiar con las vías sinuosas de la subjetividad, para maniobrar con la tentación indecible de sus interpolaciones? Si las ficciones fundadoras correspondientes al “garito de la Ley” reclaman el marco del mito o la tragedia, la reconstrucción del montaje de los vínculos familiares ensaya rehacer una y otra vez sus propios textos como compensación de una ausencia. La apuesta de H.I.J.O.S pugna por una identidad irresuelta entre gestos destinados a la repetición, a la identificación con la generación de sus padres y a la vez a una refundación de nociones de la ley, de la justicia, de la política. La repetición puede ser leída en la posición de identidad como “hijos” que los reúne y los nombra, en la reivindicación que muchos de ellos sostienen de la opción revolucionaria de la generación de los setenta, en el modelo repetitivo y querellante de los escraches —máquina mixta de movilización callejera que conjuga arte, política y memoria— destinados a la denuncia pública de los verdugos de sus padres. La modalidad de su reclamo es conocida: intervención en lugares específicos de la ciudad, politización del espacio con opera- y de bebés perdidos. Como mediación ya imprescindible, las Abuelas acudieron al lenguaje binario de la informática para cruzar datos y fechas de partos de las detenidas-desaparecidas, con los nacimientos y adopciones que figuran en las obras sociales de las FFAA y de seguridad. A cada resultado, un nombre, en relación con otros nombres. A cada opción, la apertura de la trama a otras posibles (un dispatch narrativo, al modo de Barthes, en los laberintos de esa trama siniestra diseñada por el poder asesino) que proseguirá luego sus propios carriles, con protagonistas diferentes, en esta narración iniciada por la investigación de un ex capitán del ejército y tendida a encontrar la verdad del origen. Rastreados al milímetro en cada versión, las Abuelas reúnen los hilos dispersos y los retraman en el género de la sospecha —género detectivesco al fin, que exige identificar a los responsables del asesinato en nombre de la víctima supliciada— con el que desde hace más de 20 años guionizan sus búsquedas. 61 heridas, muertes, duelos ciones que delimitan y marcan fronteras, inversión de los cuerpos en cada demanda, es decir, la presencia física como parte de una economía ideológica que no admite la abstracción del discurso de la política, ocupación de la calle a través del ruido, el sonido atronador, seguido de la puesta en común de historias personales que se hacen colectivas.13 Desde su desafiliación familiar y social, producen lugares de identificación con otros desafiliados (hasta en sus vestimentas se colocan del lado de los excluidos), su interpelación al estado pone en evidencia a la ley y la justicia que los desampara. No es difícil reconocer en esa ennumeración el modelo de las posteriores movilizaciones sociales en la crisis económica e institucional, que atraviesan la ciudad convocadas con el ritmo de los “cacerolazos”, como denuncia de funcionarios, protesta civil e interpelación a los poderes en su defección con los ciudadanos. La insistencia en la reproducción de escenas del pasado asoma en los distintos formatos estéticos con que se expresan los integrantes de la agrupación. En “Arqueología de la ausencia”, ensayo fotográfico de Lucila Quieto, la superposición de imágenes de los hijos con las de los padres desaparecidos resulta alucinante: Lucila junto a su padre, el montonero Carlos Alberto Quieto, la misma idea repetida con el protagonismo de otros compañeros que aceptaron participar de la extraña comunión. Ceremonia de encuentro que rehace las fotos imposibles de un álbum familiar deshecho hace 25 años y restauradas por la duplicación en un tiempo sin lógica: cuerpo a cuerpo, cara a cara de hijas/hijos con sus madres o padres de la misma edad en el momento de su de- 13 Escrache es un palabra tomada del lunfardo (argot) porteño, proveniente del piamontés. Entre sus varias acepciones de origen, está ligada a “fotografiar”, según el diccionario de lunfardo de J. Gobello, y remite a la fotografía que debían sacarse los inmigrantes para obtener el pasaporte o un documento de identidad. Dicha foto inevitablemente los “mostraba”, los escrachaba. En el tango se utiliza con su significado más común, que es exhibir o revelar en público alguna miseria íntima de alguien. Los escraches de H.I.J.O.S. asumen estos sentidos. Se instalan frente al domicilio de un militar genocida identificado o de alguno de sus cómplices en la dictadura con una ruidosa presencia pública que incluye la lectura del historial del verdugo por altoparlantes, murgas, pintadas en la calle y aceras, despliegue de carteles, canto de consignas y también la narración, por turno, de sus propias historias. La práctica se realiza desde el 96 hasta la actualidad. Sus propuestas en relación a los escraches se sintetizan en “9 hipótesis para la discusión”, publicadas en la revista Situaciones, núm. 1 y actualizadas en Situaciones núm. 5. 62 Ana María Amado saparición, efectos de presencia que pasan del sentido figurado al “real” de un cuadro fotográfico. El ya no es pero es todavía analizado por Barthes en La cámara lúcida resulta literal en la temporalidad anulada por el transporte de un espejismo y por la paradoja visual que llama a la comparecencia de los espectros. “La imagen destemporalizada de la fotografía comparte con fantasmas y espectros el ambiguo y perverso registro de lo presente-ausente, de lo real-irreal, de lo visible-intangible, de lo aparecido-desaparecido, de la pérdida y del resto”, dice Nelly Richard en la excelente lectura que dedica a la fotografía y la desaparición (2000: 165). La yuxtaposición de cuerpos no cubre, sin embargo, todos los sentidos de la imagen fotográfica. Las fotos del álbum se conservan como huellas privilegiadas del cuadro familiar arrasado y resultan insoslayables aun en los filmes en los que se concede primacía a la palabra. (h)historias cotidianas de Andrés Habegger se organiza con la sucesión de seis relatos testimoniales de hijos e hijas de compañeros de la agrupación.14 En su filme Andrés Habegger, hijo del dirigente montonero Norberto Habegger, elude la primera persona y legitima su propia perspectiva a través de otras voces, como si hubiera una dificultad en hablar en nombre propio acerca de la desaparición.15 El lugar indeterminado que ocupa su historia entre las de otros o el rasgo de una identidad perdida tiene su correlato gráfico en la reiteración de la letra “h” (letra fantasma, presente en la letra escrita pero ausente en la fonética del 14 Este filme se estrenó en Buenos Aires el 22 de marzo de 2001 como parte de las conmemoraciones de los 25 años del golpe militar y luego en casi todas las ciudades del interior del país. Formó parte de muestras de cine latinoamericano en Ginebra en noviembre del 2001 y en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en diciembre de 2001. Reúne una importante lista de coproductores y apoyos. La producción ejecutiva es de David Blaustein, realizador de Cazadores de utopías (con militantes de la organización Montoneros) y Botín de guerra, con Abuelas de Plaza de Mayo. 15 La misma operación de Pilar Calveiro en su libro sobre los campos de concentración en Argentina, a pesar de haber sido secuestrada y torturada en varios de ellos. El recurso a una voz narrativa neutra o una subjetividad con puntos de vista rotativos para aludir a la desaparición se encuentra también en experiencias ficcionales, como la construcción en abismo de Un muro de silencio (Stantic, 1992), El ausente (Filipelli, 1990) y Garage Olimpo (Bechís, 2000). En mi trabajo “Valores ideológicos de la representación...” aludo a este tema (250). Véase también la hipótesis de Jean-Louis Deotte en “El arte en la época de la desaparición” (149) respecto a los problemas de legitimación de la voz y las firmas de las obras cuando se refieren a víctimas de la desaparición. 63 heridas, muertes, duelos español): está en el nombre de los capítulos que de modo casi arbitrario dividen el film: huellas, historias, hijos, hoy; en el propio apellido del autor; también en el inicio del título, (h), que remeda la marca sucesoria entre varones en el linaje patriarcal. Cada testimonio es luego individualizado, cada uno de ellos alude a las dificultades de armar (entre mentiras y necesarios disimulos) una “verdadera historia” personal de lo sucedido, pero las narraciones superpuestas terminan por construir un solo relato. La carga implícita de reproche y admiración por partes iguales que les merece la generación de sus padres no resta protagonismo a los hijos cuando afirman sus identidades en la enunciación de sus proyectos: en los trabajos, vocaciones, elecciones que describen, reúnen a modo de obediencia promiscua pasado y futuro en la crónica del presente de la ciudad. En el nombre del padre Me detendré más extensamente en el filme Papá Iván, de María Inés Roqué, para analizar las estrategias con las que organiza una narrativa personal sobre la historia, o sobre aquella porción de historia que la involucra en sus consecuencias personales. Desde el título anticipa su condición de hija del personaje biografiado, pero el énfasis en el vínculo familiar para interrogar al pasado no interfiere con la afirmación de una mirada crítica y sin concesiones al perfil heroico de la generación paterna. El cara a cara con la imagen del padre guerrillero para elaborar el duelo de la pérdida instala a la vez una petición de distancia (cada uno en su lugar), formulada desde el personal e irreductible espacio de experiencia de una hija que replantea la legitimidad ideológica de una herencia. Al igual que los hijos que testimonian en la película de Habegger, María Inés Roqué16 incorpora como conflicto, antes que como homenaje, los términos que sostenían y sostienen aquel vínculo, sintetizados en la pregunta implícita que recorre su filme: ¿Qué hiciste (conmigo) a causa de tu guerra, papá? Vuelve entonces sobre los años de 16 Inscribo nombre y apellido en cada referencia a la autora, ya que designarla como “Roqué” podría inducir a la confusión con su padre. Y llamarla “María Inés” sería conceder al familiarismo con el que se suele aludir a las autoras mujeres. 64 Ana María Amado plomo,17 cuyas figuras centrales son la guerra, el combate, la violencia militar, el triunfo, la derrota, la muerte, convoca a los protagonistas de la resistencia armada, busca desandar los pasos de aquella generación y articula un relato que básicamente expone las heridas (esta vez simbólicas) de la identidad. Desde el comienzo, el relato está acompañado de modo intermitente por la lectura de una carta que el padre dirigió a ella y a su hermano cuando eran pequeños, antes de su pasaje a la clandestinidad. Fechada en 1972, es la única alusión que establece cierta cronología en el filme.18 En esa larga carta, el padre desgrana las justificaciones políticas e ideológicas de su elección por la violencia armada, en la que se escucha la moral implícita (detrás de todo testamento hay una moral) que compensa el abandono de los hijos con la legitimidad histórica de una causa colectiva. Su retórica tiene la lengua dura de la experiencia, para hablar de una opción (cristiana) que lo destina a los otros. La disyuntiva de esa elección encuentra eco en el relato de la hija: ¿reconstruir una imagen?, ¿reconstruir la historia o la historia de una elección? María Inés Roqué no toma una, sino todas las opciones a la vez, pero descifrando ese oráculo paterno: pone todo su texto bajo sospecha. Al descomponerlo, deja en evidencia sus pistas falsas, la disonancia de la verdad en la 17 En este sentido, su abordaje se incluye dentro la serie narrativa dedicada a las organizaciones guerrilleras. Una serie poco extensa, en la que figuran los largometrajes Cazadores de utopías, de David Blaustein, y Montoneros.Una historia, de Andrés Di Tella. En las versiones fílmicas de este subgénero (cuya versión literaria sería una obra como La voluntad de Martín Caparrós), la palabra testimonial de los militantes —la de los militantes varones sobre todo— varía de la dimensión analítica a la visión autocrítica de las armas, sin mayor resquicio para lo personal en sus discursos de balance político. Aún no se han analizado lo suficiente las diferencias de género (sexual) en la construcción de esos relatos de guerra, que el filme de Di Tella, por ejemplo, hace evidente cuando entre los testimonios que incluye cobra fuerza y significación el de Ana, una guerrillera montonera cuya memoria entreteje los años de fuego, clandestinidad y tortura con imágenes domésticas y filiales. 18 En Botín de guerra, de David Blaustein, Juliana García (una de las nietas recuperadas por Abuelas) incluye en su testimonio la lectura de una carta que le escribió su padre en la etapa de su gestación. Entre el tono alborozado de la bienvenida y la gravedad testamentaria, estas cartas dirigidas a los hijos exhiben el signo paradójico de la tensión entre la apuesta a la vida que implica la decisión generalizada de tener hijos y formar una familia en la situación de peligro extremo que se vivía en la clandestinidad, y el reconocmiento implícito del riesgo de muerte. 65 heridas, muertes, duelos apelación de cada época. Porque esa carta con el relato del padre es, también, el sello que condensa el abismo que media entre tiempos y espacios. El tiempo toma la forma del flashback o del viaje en el tiempo de otros, de distintos personajes que, debidamente interrogados, por ella, testimonian sobre los hechos. Cada versión resulta en sí misma una pequeña narrativa intercalada que prolifera en su relación con otras historias. Entretejidos con las palabras del padre en la carta, a las cuales ella presta su propia voz, los testimonios de los militantes y ex guerrilleros hablan del pasado desde un presente reflexivo en el que dejan entrever distintas formas de derrota, enfrentados a repentinos fantasmas y como en un diálogo de sombras. Expone a la mirada el paso del tiempo en los rostros, en los cuerpos de los sobrevivientes que compartieron con su padre la militancia foquista, los incomoda con el tenor de las preguntas, registra sus dudas cuando salen del libreto aprendido porque los detalles accesorios, las minucias de las antiguas escenas sobre las que son interrogados son más difíciles de precisar que los términos globales de la política a la que respondían sus acciones armadas. No se oyen más que balbuceos ante la consulta perentoria (“¿Estuviste en acción con él?”, pregunta a uno de ellos. “Sí.” “¿Cómo fue?”, insiste “Y... no sé qué me preguntas... (largo silencio), era cuestión de desmitificar, este..., quiero decir, él todo lo hacía sencillo...” ). El relato de la madre, en cambio, intercala inesperadas tramas de afecto, introduce desvíos minimalistas en el cerrado Logos masculino sobre la violencia histórica. Por fuera de un familiarismo conservador, desprovista de sentimentalidad forzada, la madre repone el paisaje interior —en el sentido doble de la interioridad, la doméstica y la individual— de aparente intrascendencia frente a la historia espectacularizada en la versión paterna: la angustiosa espera familiar del guerrero, su miedo ante la acumulación de armas en la casa, las estrategias para defender la seguridad de los hijos, la noche fría y cerrada en que el padre se marchó a la clandestinidad, su rechazo visceral a la opción de las armas (“Tu mamá tenía una incapacidad constitucional para la violencia...”, lee ella en la carta paterna. “No pasas a la clandestinidad por ser la mujer de alguien”, razona, a su tiempo, la madre). No se trata de una oposición banal o simplificadora respecto de la legitimidad paterna o materna en la transmisión generacional de valores, ni de responder a un supuesto patrón de género en la adhesión o rechazo de las armas. De hecho, el dilema entre cuerpo e identidad, abierto de algún modo 66 Ana María Amado para las mujeres que optaban por las armas,19 ingresa también a la encuesta de María Inés Roqué con la narración de una anciana ex combatiente de la misma guerra (“El oráculo de Delfos, la llamaba mi papá”, la presenta), que da cuenta de los usos militantes y el valor estratégico otorgado a la teatralización femenina en las acciones de violencia (“Me amparaba el pelo blanco y este aspecto de ir siempre a la feria a comprar zanahorias”, dice por su parte la cordobesa María Bournichón). Pero es la voz de la madre, finalmente, la que liga los fragmentos biográficos en un montaje narrativo que expone la relación entre cuerpo, ideología, poder y género femenino, como quien anuda las potencialidades discordantes de lo político y lo histórico con las vidas privadas. La versión desgarrada de la traición personal que sufrió de parte de su marido (se entera de otra mujer y un hijo en su vida de militante clandestino) es finalmente el correlato de otras traiciones que asoman en el filme con distinto signo y que de modo diverso afectaron a los integrantes del proyecto político de la generación de su padre. En Papá Iván la voz femenina en off, la de la propia autora-narradora en un encabalgamiento de posiciones, utiliza una primera persona que, a modo de enlace de las secuencias del relato, adopta sucesivamente el registro de la confesión, la deriva monologante de los sentimientos o la expresión de su desgarramiento personal, operación que alcanza su punto más alto con la lectura, en voz alta, de la carta del padre, en un “yo” común que sugiere una perturbadora superposición de cuerpos. Ese “yo” autobiográfico se designa en la materialidad de la voz (su acento mexicano delata una vida desarrollada en el exilio) y se enfatiza en la escritura (subtítulos que referencian a cada personaje o situación desde la narradora: “mi mamá”, “mi tío”, “mi papá...”). Pero como en 19 Diamela Eltit, al analizar las respectivas autobiografías de Alejandra Merino y de Luz Arce, ambas militantes del MIR, fue pionera en introducir categorías de género para considerar las prácticas paramilitares de las mujeres en las organizaciones armadas chilenas de los años setenta, cuando “dispusieron sus cuerpos para la emergencia de una guerra posible [...] actuaron teatralmente en un escenario paródico la simbología onírica latina de los setenta, en donde el cuerpo de las mujeres quebraba su prolongado estatuto de inferioridad física para hacerse idéntico al de los hombres, en nombre de la construcción de un porvenir colectivo igualitario”. En Eltit 2002. Véase también Diana 1997, con exhaustivas entrevistas a las integrantes de las organizaciones armadas de distinto signo en Argentina. 67 heridas, muertes, duelos toda autobiografía, la primera persona desarma las categorías de la ficción y el documental al contaminarlas y convocarlas en una zona límite.20 Cada secuencia es una estación del viaje que, en sentido literal y figurado, María Inés Roqué emprende hacia el pasado. Desde Walter Benjamin, el complejo del recuerdo y la memoria aparecen aliados a representaciones topográficas para poner de manifiesto la postura de los sujetos frente a los rastros e imágenes de la historia, ya sea en el escenario de la memoria colectiva o de la individual. Los sitios revisitados cumplen la doble función de escandir el relato, situándose a la vez como lugares de encuentro (o de mera búsqueda) y como puntos precisos del pasaje: umbrales que marcan el acceso al pasado (Weigel 1999: 191). Bajo este patrón, María Inés Roqué organiza un filme itinerante, una suerte de road movie por la ciudad de Buenos Aires o el interior del país: calles, casas, rutas, paisajes rurales y urbanos, distintos medios de transporte configuran una escena móvil y viajera por los diferentes espacios geográficos donde sucedió el pasado.21 Se trata de ir al encuentro de los sentidos plurales que unen arqueología y memoria, contenidos en la ya célebre frase con que el sobreviviente Simon Srebnik abre el proceso del recuerdo en Shoa de Claude Lanzman, mirando antiguos paisajes del horror: “Difícil de reconocerlo, pero todo estaba ahí”. Como el poder de lo visual fracasa una y otra vez cuando se trata de mirar realmente el pasado —ésa es sobre todo la inmensa lección transmitida por Lanzman en Shoa— sólo puede con- 20 Las características formales de Papá Iván permiten formular, además, algunas reflexiones sobre el estatuto del testimonio cinematográfico, por lo general inscrito dentro del verosímil realista del documental, ya sea porque trata de hechos que entran en la legalidad de lo ocurrido o por la poca distancia que tienden sus imágenes con el referente. La evocación en primera persona, en principio, instala al género en la conocida paradoja autobiográfica: la matriz ficcional de un yo en proceso de memoria somete la “verdad” que pretende documentar a la tensión que instala el deseo entre los recuerdos vividos y los recuerdos narrados. Tensión que en este caso vincula la forma de los hechos —o el modo de recordarlos— con la forma del relato. 21 Ana, la militante y ex prisionera de un campo de concentración que desgrana su historia en Montoneros. Una historia (1996) de A. Di Tella, rehace geográficamente, en clave literal y metafórica, su itinerario laberíntico de activismo clandestino a bordo de su auto. Idéntico recurso en Juan, como si nada hubiera sucedido (1990), de N. Echeverría, y En memoria de los pájaros (2000), de Gabriela Golder, entre otros títulos del género. 68 Ana María Amado fiarse a la voz, a las voces de los testigos la recuperación de los hechos pretéritos y sus escenografías, públicas o privadas. Esto desemboca, en Papá Iván, en un desciframiento que al final se vuelve paranoide, porque al reconstruir esas versiones es el presente de quien se aventura en la empresa el que salta en pedazos. El desorden de la historia El objetivo de la empresa (auto)biográfica de María Inés Roqué no es solamente rehacer el trayecto político militante de su padre; desea conocer también las circunstancias que rodean la muerte de quien es descrito por sus compañeros como “un cuadro militar de gran audacia y valor personal”, indagar también acerca del oscuro destino de su cuerpo. La versión que ofrece de la escena de su muerte tiene rasgos similares a la que realiza Rodolfo Walsh cuando en “Carta a mis amigos” relata la muerte de su hija Vicky. Como se indicó antes, en ese escrito ofrece los detalles de la resistencia que ella y unos pocos combatientes ofrecieron a un desigual cerco del ejército (los 150 soldados en tierra, tanques, helicópteros), hasta su resolución en una muerte con rasgos singularmente épicos: de pie en el borde de la terraza, en camisón blanco, con los brazos en cruz y una carcajada, Vicky, al igual que un compañero a su lado se dispara a la sien, después de desafiar: “Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir” (Walsh 1996: 282). Para narrar esta escena Walsh recurre a un efecto de representación que consiste en desplazar su voz —procedimiento reiterado en su escritura— y dejar los pormenores de los hechos a cargo de un soldado conscripto participante del cerco militar. Hay otro tono, otra dicción para los detalles de la violencia brutal de esa escena inenarrable, pero en ese tono del testigo cabe la admiración y hasta el arrepentimiento a partir de esa imagen que luego lo perturba al punto de transmitirla al padre (“Era flaquita, tenía el pelo corto y estaba en camisón. Empezó a hablarnos en voz alta pero muy tranquila. No recuerdo todo lo que dijo. Pero recuerdo la última frase, en realidad no me deja dormir. ‘Ustedes no nos matan, dijo, nosotros elegimos morir’. Entonces ella y el hombre se llevaron una pistola a la sien y se mataron enfrente de todos nosotros”, 282). Ese testimonio —un gesto o una prueba de redención del soldado ante la grandeza moral del enemigo— permite a Walsh la claridad de la “reflexión sobre esa muerte”, de la que puede renacer con orgullo. 69 heridas, muertes, duelos En el relato de María Inés Roqué se invierte el lugar de los protagonistas —esta vez una hija se propone reconstruir en su narración la gesta final del padre— y, aunque el inventario del combate final se parece al de Walsh, somete los detalles a un peculiar escamoteo. Están allí el cerco desigual, la resistencia solitaria y prolongada del guerrillero acorralado en un tiroteo con armas de todo calibre, hasta su suicidio, en este caso con la pastilla de cianuro (la que cada militante llevaba consigo para no caer con vida en manos del enemigo). La minuciosa descripción del combate, sin embargo, está a cargo de un testigo que —según lo señala su misma encuesta— participó en la cacería del jefe guerrillero como traidor, es decir, como ex militante pasado a la fila de los militares. Este énfasis en la devaluación ética de quien relata el momento decisivo de la muerte (“Me dijeron que usted propuso un brindis por la muerte de mi padre”), perturba el estatuto de búsqueda de la “verdad” como fundamento narrativo de la investigación de María Inés Roqué, que dedica un importante segmento de su filme a exponer las fisuras del “yo” testimonial, a mostrar la pasta ficcional que constituye sus llenos o sus lagunas. El silencio de lo inenarrable que Giorgio Agamben señala como la armadura infranqueable aun en el decir más explícito del testimonio (2000: 33) aparece intempestivamente bordeando la palabra de los testigos a través de escenas sin nombre, aquellas donde sus relatos evocan la memoria de la tortura o el terror, como el caso de uno de los compañeros del padre, “quebrado” en la tortura, que “cantó” su dirección clandestina. Los subtítulos que acompañan cada testimonio redundan en la aclaración de los términos, “Marcar: señalar, delatar”, “Quebrarse: cantar, dar información al enemigo […]”. El aparente desorden de la historia cuando se convoca a todos los protagonistas (aquí la historia comparece con rasgos más complejos que la rígida moral revolucionaria que el padre sugiere en la carta, la misma moral que ataba a los Walsh, padre e hija, como cuadros combatientes en la misma organización) se corresponde con el desarreglo del procedimiento formal, que transita de un testimonio al otro sin lograr otra cosa que la renovación de sus dudas. El imprevisto contraste que introduce la figura de la muerte del héroe relatada por un traidor aparece como un desvío que contamina (casi a modo de metáfora organizativa) el laberinto de acciones y de actores convocados para la laboriosa construcción previa de su biogra70 Ana María Amado fía. A semejanza de “Tema del traidor y del héroe” de Borges22 —una referencia inevitable, aunque Papá Iván resulta más cercana a la traducción fílmica del relato borgiano que realizó Bertolucci en La estrategia de la araña por su énfasis en lo generacional, lo histórico y lo político—,23 la narración coral sobre la aparente épica de una vida cambia finalmente de signo en el texto de la hija cuando indaga sobre los pormenores del enigma de la muerte del padre. Como en la sucesión de relatos de los hijos en el filme de Habegger, hay una imagen indecidible entre el perfil épico del protagonista de una gesta histórica colectiva y el de un desertor en la economía de los afectos privados, un desajuste de emblemas que para los hijos no ofrece otro final que el desamparo. “Pensaba que se había volado con una bomba... me atormentaba la imagen de un cuerpo despedazado” monologa en off, con la imagen que muestra su propio cuerpo en tierra, sentada en el cordón de la vereda (como en el grabado en el que Durero representa la melancolía: una mujer en el suelo, la mirada perdida y la cabeza entre las manos), frente a la casa de Haedo donde tuvo lugar hace algo más de 20 años el enfrentamiento relatado. Había logrado recomponer un cuerpo que imaginaba despedazado, para perderlo de inmediato. “No tengo nada de él, ni tumba, ni cuerpo. Creí que esta película iba a ser una tumba...pero no...” La palabra “tumba”, por sí sola, expande su sentido: ¿una piedra, una lápida, un documento, un monumento? Resuena como metáfora, pero con una sustracción: a cambio de lugar de homenaje con un nombre, se tiene la memoria melancólica de una mutilación. María Inés Roqué interroga al pasado en sus escenas trascendentes (la formulación de las estrategias de la violencia a través de los ex combatientes y guerrilleros) y en las aleatorias o contingentes (el clima doméstico, las maestras de escuela primaria compañeras del padre, hoy expresión de la penuria del gremio, etc.) y de esa colección de espectros que convoca surge lo fracasado, lo derrotado, las huellas de todo lo que fue. Y si se dirige a ese pasado en nombre de los vínculos familiares, lo hace eludiendo por igual toda utopía de restitución, ya sea de políticas 22 Véase “La muerte desviada” en Molloy 1999: 62-63. La estrategia de la araña, Bernardo Bertolucci (Italia, 1970) basada en “Tema del traidor y del héroe” de Borges. 23 71 heridas, muertes, duelos o de mandatos de identificación con el lugar del padre. En este acto final de ruptura necesaria no hay espejos, ni dobles, sólo el desafío de una reconstrucción que María Inés Roqué ofrece sin cierre, sin final domesticado con una ceremonia de adiós o promesa de futuro. Si un duelo realizado supone el pasado como algo ya cumplido en el propio núcleo de su representación, la indefinición de su salida narrativa sugiere que para ella es aún una operación en suspenso. Su operación de memoria tiene la impronta testimonial y afectiva de los familiares de las víctimas que mencionaba al comienzo de este trabajo y que, al manifestarse desde la afectividad, desde el dolor irreductible, logra sin embargo inscribir en la comunidad nuevos relatos con consecuencias políticas. La distancia generacional entre Rodolfo y Vicky Walsh como familia biológica y política quedaba abolida en el tiempo único para sus militancias respectivas. María Inés Roqué restablece esa brecha en el final de su filme y como otro punto de partida, desde un modelo de relevo diferente entre las generaciones: ya sea porque su narrativa mínima busca recuperar una enunciación trabada por el “yo” grandilocuente y utópico de la generación paterna, porque enfrenta su doxa con la contracara de la derrota, porque escapa de la encerrona dialéctica de los relatos de la militancia política del pasado con las asimetrías de restos confesionales, de residuos que se resisten a ser narrativizados. El duelo como apertura La metáfora del ida y vuelta generacional con la ocupación simbólica del lugar de los seres perdidos desafía —desde lo político— su clasificación. Trasciende el alerta del dogma edípico que asoma en las críticas a los gestos de “identificación” o el molde que enmarca sus acciones, como suele hacerse con el desafío de Antígona, en el ejercicio del dolor insondable o la palabra indecible. La metáfora de “un cuerpo sobre otro” resiste a su vez las coordenadas tendidas por el par freudiano de duelo y melancolía: no hay clausura ni cumplimiento de duelo en estas operaciones de sustitución. Tampoco remedan el pantano melancólico que, por pura indiferenciación con lo perdido, condena a una unidad sin resquicios con lo ausente. En este caso, la condición de reminiscencia, que parece trazar un escenario hecho de repetición y circularidad en relación con la muerte del ser querido como punto inaceptable de la 72 Ana María Amado historia, es a la vez llave de querella contra el poder, los poderes que la fundan. No hay una intención mesiánica ni restitutiva en los grupos de familiares —que asocian sus voces y actúan en nombre de una familia generacional, Madres, Abuelas, Hijos— con la cual sus reclamos sólo terminarían por abonar los valores intrínsecos de las ficciones filiares predestinadas por la institución. Los relatos con los que abren nuevas cadenas significantes de la genealogía (cadenas eslabonadas, como dije, desde la estrategia metafórica de la sustitución) reclaman a la Ley desde el borde de lo innombrable, desde el lenguaje de los sentidos disueltos y a modo de contra-mito sobre las operaciones criminales de la historia. Su insistencia sobre la historia —sobre el pasado en nombre de la historia— rebasa incluso el dilema de filiación en sí mismo, ahí donde las subjetividades en juego provocan hoy más preguntas que respuestas, para ampliar la resonancia política de sus enunciados. De ahí que sus operaciones críticas encuentren eco en todas aquellas que resisten en el borde de las lógicas inclementes y totalizadoras que el presente exclusor reserva para las economías del olvido y la memoria. Y que reclaman nuevas miradas sobre las desestimadas ficciones de origen para activar otros relatos de “una cultura posible e inteligible”. Bibliografía Agamben, Giorgio, 2000, Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo saccer III, Pre-Textos, Valencia. Amado, Ana, 1995, “Valores ideológicos de la representación y violencia política: secuestros y ‘desaparecidos’ en el cine argentino de la democracia”, Arte y violencia, Instituto de Investigaciones Estéticas/UNAM, México. Barthes, Roland, 1990, La cámara lúcida. Notas sobre la fotografía, Paidós, Barcelona. Butler, Judith, Antigona’s Claim. Kinship Between Life and Death, Columbia University Press, Nueva York, 2000 (El grito de Antígona, El Roure, Barcelona, 2001). Calveiro, Pilar, 1998, Poder y desaparición. 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Huelga mencionar la limpieza modélica de sus grandes asentamientos urbanos, de las idílicas villas y pueblos, recomendar la calidad de las mercancías, elogiar los productos artesanales trabajados con industria y maña o la impresionante combinación de modernidad mundana y conciencia histórica soñadora que se manifiesta por doquier. Todo esto ya forma parte de la leyenda y es motivo de entusiasmo para el mundo. Permítasenos sobrevolar este punto con un par de alusiones. Las estadísticas muestran también que al hombre de la calle le va bien la vida, como es deseable que le vaya a todos los hombres en el mundo: hecho que desde hace mucho tiempo se considera ejemplar. En cualquier caso, he de confesar que no logro entablar una verdadera conversación con las personas que me encuentro en las autopistas, en los trenes o en los foyer de los hoteles, por muy cortés que sea su comportamiento; no soy, por tanto, capaz de formarme un juicio sobre el alcance y la profundidad de esa aparente urbanidad. De vez en cuando, trato con intelectuales: no podrían ser más educados, modestos y tolerantes. Tampoco más modernos, y siempre me parece harto increíble cuando pienso cuántos de ellos que pertenecen a mi propia generación, todavía ayer juraban por Blunck y Griese, pues en las conversaciones sobre Adorno o Saul Bellow o Natalie Sarraute no ha dejado ninguna huella. El país, por el que casualmente viajo, no sólo ofrece al mundo un ejemplo de prosperidad económica, sino también de estabilidad democrática y mesura política. Plantea ciertas reivindicaciones territoriales y * Tomado de Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia, Pre-textos, Valencia, 2001. 76 Jean Améry lucha por la reunificación con aquella parte de su cuerpo nacional que le fue arrancada de forma violenta y sometida a una tiranía extranjera. Sin embargo, en tales cuestiones se comporta con una discreción loable; como ya desde hace tiempo es palmario, su afortunado pueblo no quiere saber nada de agitadores nacionalistas y demagogos. No me siento a gusto en ese país bello y pacífico, habitado por gentes industriosas y modernas. Por qué razón, se habrá ya adivinado: pertenezco a esa especie de hombres, por fortuna en vías lentas de extinción, que por convención se denomina víctimas del nazismo. El pueblo del que hablo y al que interpelo en estas páginas, muestra escasa comprensión de mi rencor reactivo. Pero ni siquiera yo mismo lo entiendo del todo, al menos por el momento, y por este motivo querría aclararme las ideas en este ensayo. Guardaría gratitud al lector que quisiera acompañarme en este trecho, incluso cuando, en las horas que exige su lectura, le acometiera más de una vez el deseo de dejar el libro aparte. Hablo como víctima y escudriño mis resentimientos. No es una empresa placentera, ni para el lector ni para el autor, y tal vez haría bien si comenzara disculpándome por mi falta de tacto, que desgraciadamente se manifestará en estas páginas. El tacto es una buena facultad e importante, ya sea cultivada por la educación, que se expresa en el comportamiento externo y cotidiano, ya sea que proceda del corazón o del espíritu. Pero por importante que sea, no es útil para el análisis radical que nos proponemos abordar conjuntamente aquí y por ello no me quedará más remedio que prescindir de él, aun a riesgo de ofrecer una imagen poco simpática. Es posible que muchos de nosotros, víctimas, hayamos perdido completamente el sentido del tacto. Emigración, resistencia, cárcel, tortura, internamiento en el campo de concentración —todo esto no es, ni pretendo que sea, una disculpa para la carencia de tacto. Pero basta como explicación de sus causas. Abordaremos el asunto sin miramientos, pero con aquellas buenas maneras de escritor que mi esfuerzo por ser sincero y la materia misma imponen. Mi tarea sería más fácil si intentara reducir el problema al ámbito de la polémica política. Entonces podría apelar a los libros de Kempner, Reitlinger, Hanna Arendt y alcanzar, sin posteriores esfuerzos espirituales, una conclusión asaz plausible. Entonces se desprendería que los resentimientos sobreviven en las víctimas porque en la escena pública de Alemania occidental todavía se encuentran en activo personali77 heridas, muertes, duelos dades próximas a los verdugos, porque, a pesar de la ampliación del plazo de prescripción para los crímenes graves de guerra, los criminales gozan de buenas oportunidades para envejecer con honores y sobrevivir triunfando sobre nosotros, como garantiza la actividad que desarrollaron en sus buenos tiempos. ¿Qué se habría ganado, sin embargo, con semejante polémica? Prácticamente nada. Algunos alemanes dignos de respeto combatieron por la causa de la justicia en nombre nuestro, y la defendieron mejor, con mayor firmeza, incluso de un modo más razonable de lo que nosotros mismos fuimos capaces de hacer. Pero a mí no me interesa una justicia que en este caso histórico particular tendría un valor meramente hipotético. Mi objetivo es describir la condición subjetiva de víctima. Mi contribución consiste en el análisis introspectivo del resentimiento. Lo que me encomiendo es la justificación de un estado psíquico que es condenado igualmente por moralistas como por psicólogos: los primeros la juzgan una mácula, los segundos la consideran una suerte de morbo. Debo confesar mi participación en el resentimiento, asumir la mácula social y aceptar sobre mí la enfermedad legitimándola como una parte integrante de mi personalidad. Esta confesión es un trabajo harto ímprobo y además somete a mis lectores a una inusitada prueba de paciencia. Los resentimientos como dominante existencial de mis semejantes son el fruto de una larga evolución personal e histórica. Todavía no habían aflorado ni lo más mínimo el día en que desde Bergen-Belsen, mi último campo de concentración, regresé a casa hacia Bruselas, donde, sin embargo, no tenía patria. Todos nosotros, verdaderos resucitados, teníamos el aspecto que mostraban las fotos conservadas en los archivos y fechadas en abril y mayo de 1945: esqueletos reanimados con conservas de Cornedbeef angloamericanas, fantasmas rapados y desdentados, apenas capaces de prestar rápidamente testimonio para luego esfumarse en el lugar que les correspondía. Sin embargo, nos consideraban héroes, si hemos de prestar crédito a las pancartas que colgaban sobre las calles, donde cabía leer: Gloire aux Prisonniers Politiques! Sólo que los carteles se ajaban enseguida, y las guapas asistentes sociales y enfermeras de la Cruz Roja, que en los primeros días se habían presentado con cigarrillos americanos, no tardaron en cansarse de tanta solicitud. Durante bastante tiempo se dieron unas circunstancias que me dejaban en una posición social y moral totalmente insólita y en gran medida embriagante: me encontraba —como partisano superviviente y 78 Jean Améry judío perseguido por un régimen odiado por los pueblos— en relación de entendimiento recíproco con el mundo. Quienes —como los poderes inquietantes que transforman al protagonista de la Metamorfosis de Kafka— me habían torturado y degradado a vil insecto, causaban ellos mismos repugnancia a los vencedores. No sólo el nacionalsocialismo, sino Alemania misma fue objeto de un sentimiento universal que comenzando por el odio cuajó ante nuestros ojos en el desprecio. Nunca más, como se decía entonces, ese país “amenazaría la paz mundial”. Se le permitiría vivir, pero nada más. Sería el patatal de Europa y como tal se le consentiría servir al continente exclusivamente con su afán industrioso. Se hablaba mucho de la culpa colectiva de los alemanes. Mentiría descaradamente si en este punto no reconociera sin ambages que yo también asumía esta acusación. Me parecía haber sufrido los crímenes como injusticia colectiva: el funcionario con camisa parda y esvástica sobre el brazalete no me inspiraba menos temor que el simple soldado raso. Además no conseguía olvidar a aquellos alemanes que contemplaban sobre un pequeño andén cómo se descargaban y apilaban los cadáveres transportados en el vagón de ganado de nuestro tren de deportación, sin que jamás asomara sobre alguno de esos rostros petrificado una sola expresión de horror. El crimen y la expiación colectivas se podrían haber contrapesado, reestableciendo el equilibrio de la moralidad universal. Vae victis castigatisque.1 No había motivos para que se incubaran resentimientos, ni siquiera se daba la ocasión propicia. Por supuesto, tampoco quería oír hablar de compasión por un pueblo sobre el que, a mi juicio, pesaba una culpa colectiva y una vez con ánimo bastante indiferente colaboré con un grupo de ciudadanos de cuáquera diligencia a cargar un camión que debía transportar ropa usada a los niños de la Alemania depauperada. Los judíos, se llamasen Victor Gollancz o Martin Buber, que ya entonces irradiaban un pathos de perdón y reconciliación, me resultaban casi tan desagradables como aquellos otros que no tardaron en volar apresuradamente a Alemania, occidental u oriental, desde los Estados Unidos, Inglaterra o Francia, para —en tanto reeducadores— arrogarse el papel 1 “¡Ay de los vencidos y castigados!”. Paráfrasis de una cita de Tito Livio (“Vae victis [esse]”, Ab urbe condita V, 48, 9) que posteriormente pasó a expresar proverbialmente aquella situación donde una fuerza derrotada ha de aceptar la condiciones impuestas por el correspondiente poder victorioso. 79 heridas, muertes, duelos de praceptores Germaniae. Por primera vez en mi vida compartía el estado de ánimo de la opinión pública que resonaba a mi alrededor. Me sentía muy a gusto en el papel absolutamente insólito de conformista. La Alemania patatal y la Alemania de las ruinas se me antojaban una región del universo naufragada. Evitaba el uso de su lengua, es decir, la mía, y elegí un pseudónimo de resonancias románicas. Por cierto, no sabía la hora que daba realmente el reloj político de la historia mundial. Pues mientras me parecía haber vencido sobre mis verdugos de ayer, los vencedores reales ya se aprestaban a elaborar planes para los vencidos que no tenían nada, pero absolutamente nada que ver con los patatales. En el momento en que me figuraba, a causa del destino padecido, haber dejado a la zaga a la opinión mundial, ésta ya estaba a punto de sobrepasarse a sí misma. Me creía en el seno de la realidad del tiempo cuando en verdad se me había hecho retroceder a una ilusión. La sorpresa me sobrevino por primera vez en 1948, durante un viaje en tren a través de Alemania. Cayó en mis manos una hoja de periódico de las fuerzas de ocupación americanas, y recorrí con la vista una carta al director en que de forma anónima, remitiéndose al GI,2 se decía: “Procurad no engordar a nuestra costa. Alemania volverá a ser grande y poderosa. Liad el petate, hatajo de bribones”. El remitente, manifiestamente inspirado en parte por Goebbels, en parte por Eichendorff, no podía siquiera barruntar, a la sazón, que esa Alemania estaba en efecto destinada a celebrar una grandiosa resurrección de su poder, mas no en contra, sino en el bando de los soldados de uniforme caqui de las fuerzas transatlánticas. Me sorprendió el hecho de que pudiera existir un corresponsal semejante, y de oír una voz alemana que se expresaba con un tono distinto al que, a mi juicio, debía imponerse durante largo tiempo, es decir, el tono de contrición. En los años siguientes se hablaría cada vez menos de contrición. La Alemania paria fue primero acogida en la comunidad de los pueblos, después se la cortejó y por último fue preciso contar con ella desapasionadamente en el concierto de poderes. No sería justo exigir a nadie que en esas circunstancias —en un contexto de prosperidad económica, industrial e incluso militar sin parangón— siguiera rasgándose las vestiduras dándose golpes en el pe- 2 Abreviatura inglesa para referirse al soldado [raso] americano. 80 Jean Améry cho. Los alemanes que, como pueblo, se sentían, sin duda, víctimas, puesto que se habían visto obligados a soportar no sólo los inviernos de Leningrado y Stalingrado, los bombardeos de sus ciudades, el proceso de Nüremberg, sino también la fragmentación de su país, se manifestaban comprensiblemente dispuestos tan sólo a “superar”,3 como a la sazón se decía, el pasado del Tercer Reich. En esos días, al par que los alemanes conquistaban con sus productos industriales los mercados mundiales, y no sin un cierto equilibrio, se ocupaban de esa superación en su propia casa, se recrudecieron nuestros resentimientos aunque tal vez sería más discreto considerarlos tan sólo míos. Era testigo de cómo los políticos alemanes, entre los cuales si no estoy mal informado, sólo pocos se habían distinguido en la lucha de la resistencia, buscaban sin pausa y con entusiasmo la incorporación a Europa: no les costaba ningún esfuerzo vincular la nueva Europa a aquella otra Europa que Hitler ya había comenzado a reorganizar exitosamente, a su modo en el periodo comprendido entre 1940 y 1944. De improviso se abonó un terreno para resentimientos, sin que fuera preciso que en las ciudades alemanas empezaran a profanarse cementerios judíos y monumentos en memoria de los combatientes de la resistencia. Bastaban conversaciones como la que mantuve con un comerciante del sur de Alemania mientras desayunaba en cierto hotel. Aquel hombre intentaba convencerme, no sin antes informarse cortésmente de si era judío, que en su país no existía odio racial. Aseguraba que el pueblo alemán no guardaba rencor al judío; como prueba aludía a la generosa política de reparación promovida por el gobierno, como, por lo demás, reconocía el joven estado de Israel. Yo me sentía detestable ante aquel tipo de ánimo tan equilibrado: Shylock que reclamaba su libra de carne. Vae victoribus! Quienes habíamos creído que la victoria de 1945 era, al menos en una pequeña parte, también la nuestra, nos vimos obligados a revocarla. Los alemanes no guardaban ya ningún rencor contra los combatientes de la resistencia y contra los judíos. ¿Cómo podíamos aún dirigirles a aquellos tipos exigencias de reparación? Hombres de ascendencia judía de la talla de un Gabriel Marcel mostraban asimismo un 3 “Bewaltigen”. Recuérdese el subtítulo de este libro “Tentativas de superación [“Bewaltigungsversuche”] de una víctima de la violencia”. 81 heridas, muertes, duelos gran empeño en tranquilizar a sus compañeros y coetáneos alemanes: sólo un odio obstinado, reprochable moralmente y ya sentenciado por el tribunal de la historia, se aferraba a un pasado que evidentemente no era sino un accidente laboral de la historia alemana y en que el pueblo alemán en su totalidad no había participado. Yo mismo, sin embargo, muy a mi pesar, pertenecía a esa minoría de réprobos que abrigaban rencor. Reprochaba tercamente a Alemania sus doce años de régimen hitleriano, me reconcomían en mi interior el idilio industrial de la nueva Europa y los salones majestuosos de Occidente. Así como antaño en el campo mi actitud incorrecta me señalaba cada vez que se pasaba revista, ahora “llamaba la atención”, tanto a mis viejos compañeros de lucha y de sufrimiento, ansiosos de reconciliación, como a mis adversarios apenas convertidos a la tolerancia. Alimentaba mis resentimientos. Y puesto que no puedo ni quiero superarlos, he de vivir con ellos y estoy obligado a explicarlos a aquellos contra los que están dirigidos. La opinión general considera que Nietzsche ha formulado la última palabra sobre el resentimiento, como se expresa en La genealogía de la moral: [...] el resentimiento determina a aquellos seres, a los que la verdadera reacción, la del acto, les está vedada, que sólo se resarcen con una venganza imaginaria. ...El hombre del resentimiento no es ni franco ni ingenuo, ni íntegro ni recto consigo mismo. Su alma mira de reojo; su espíritu ama los escondrijos y las puertas falsas, todo lo oculto le interesa como su mundo, su hospicio, su consuelo...4 Así habló quien soñaba con la síntesis del bárbaro y del superhombre. Deben darle réplica aquellos que fueron testigos de la fusión del monstruo y del subhombre; estaban presentes en forma de víctimas, cuando una cierta humanidad realizó la crueldad en la alegría festiva, como Nietzsche mismo había expresado presagiando algunas teorías antropológicas modernas.5 4 La cita de Améry reúne dos pasajes del epígrafe diez del tratado primero de la Genealogía. Cf. F. Nietzsche, La genealogía de la moral, Alianza, Madrid, 1983, pp 4244. Seguimos sólo en parte la versión de Andrés Sánchez Pascual. 5 Améry parece referirse al siguiente pasaje, que, como víctima de la crueldad nazi, debió darle bastante que pensar: “Ver sufrir produce bienestar; hacer sufrir, 82 Jean Améry Pero al sugerir pareja tentativa de réplica ¿me encuentro en la posesión de mis plenas facultades mentales? Me ausculto con sospecha: podría estar enfermo, pues la cientificidad objetiva, partiendo de la observación de nuestra condición de víctima, ha elaborado, con admirable distanciamiento, el concepto de “KZ-Syndroms” [síndrome de campo de concentración]. Todos nosotros padeceríamos, según leo en un libro, recién publicado, sobre Secuelas tras la persecución política, no sólo daños físicos, sino también psíquicos. Los rasgos caracteriológicos que condicionan nuestra personalidad estarían desfigurados. Desasosiego nervioso y repliegue hostil sobre nuestro propio yo serían los síntomas de nuestro cuadro clínico. Estaríamos, según dicen, “deformados”. Esto me hace pensar de pasada en mis brazos dislocados tras mis espaldas durante la tortura. Pero todo esto me obliga también a redefinir nuestra deformación o torcedura como expresión de una humanidad con un rango moral e histórico superior a la salutífera derechura. Es preciso delimitar, pues, mi resentimiento desde dos perspectivas, defenderlo frente a dos definiciones: contra Nietzsche que condenó el resentimiento desde una perspectiva moral, y contra la moderna psicología que lo reduce a un conflicto perturbador. Esta delimitación reclama suma cautela. La autocompasión seductora y consoladora podría embaucarnos. Pero créaseme que me protegía de ese sentimiento sin esfuerzo, pues en las mazmorras y campos de concentración del Tercer Reich, todos nosotros, debido a nuestra inde- más bienestar todavía —ésta es una tesis dura, pero es un axioma antiguo, poderoso, humano— demasiado humano, que, por lo demás, acaso suscribirían ya los monos; pues se cuenta que, en la invención de extrañas crueldades, anuncian ya en gran medida al hombre y, por así decirlo, lo ‘preludian’. Sin crueldad no hay fiesta: así lo enseña la más antigua, la más larga historia del hombre —¡y también en la pena hay muchos elementos festivos! F. Nietzsche, La genealogía de la moral, Alianza, Madrid, 1983, pp. 75-76. Con la mención a “algunas teorías antropológicas modernas”, es probable que Améry aluda a las investigaciones sobre la naturaleza sagrada del poder que Georges Bataille, Roger Caillois o Michel Leiris, entre otros, realizaron, bajo la inspiración de Durkheim y Mauss, en el circulo del Collège de Sociologie de París, concretamente en los años treinta. Precisamente, uno de sus objetivos era comprender fenómenos sociales como la guerra o el poder nazi sobre la base del conocimiento etnográfico de otras culturas más arcaicas. Cabe así destacar dos ensayos de Roger Caillois, ambos de 1939, “Sociología del verdugo” y “La fiesta”, en Denis Hollier (ed.), El Colegio de sociología, Taurus, Madrid, 1982, [trad. Mauro Armiño]. 83 heridas, muertes, duelos fensión y fragilidad absolutas, tendíamos a despreciarnos antes que a compadecernos. No creíamos en las lágrimas. No se me oculta que el resentimiento no sólo es un estado antinatural, sino también lógicamente contradictorio. Nos clava a la cruz de nuestro pasado destruido. Exige absurdamente que lo irreversible debe revertirse, que lo acontecido debe cancelarse. El resentimiento bloquea la salida a la dimensión auténticamente humana, al futuro. No se me escapa que el sentido del tiempo de quien es presa del resentimiento se encuentra distorsionado, trastocado, si se prefiere, pues desea algo doblemente imposible: desandar lo ya vivido y borrar lo sucedido. Volveremos a tratar esta cuestión. En cualquier caso, ese hecho explica por qué el hombre del resentimiento no puede secundar aquel llamamiento a la paz que con tono jovial nos exhorta al unísono a no mirar hacia atrás, sino hacia delante, hacia un futuro mejor y común. Contemplar el futuro con ánimo sereno me resulta tan costoso como demasiado fácil a los perseguidores de ayer. Tampoco me siento capaz, quebradas como tengo las alas por el exilio, la clandestinidad y la tortura, de participar en los altos vuelos éticos que nos propone a las víctimas un hombre como el publicista francés André Neher. Nosotros, proscritos, exhorta el hombre de espíritu sublime, deberíamos interiorizar y asumir en una ascesis emocional nuestro sufrimiento pasado, así como nuestros verdugos aceptan y se hacen cargo de su culpa. Confieso que me faltan ganas, talento y convicción. Me resulta imposible aceptar un paralelismo entre mi andadura y la de aquellos tipos que me golpearon con las porras. No deseo convertirme en cómplice de mis torturadores, exijo más bien que se nieguen a sí mismos y me acompañen en la negación. Las montañas de cadáveres que nos separan no se pueden aplanar, me parece, mediante un proceso de interiorización, sino, por el contrario, mediante la actualización, o dicho con mayor exactitud, la resolución del conflicto irresuelto en el campo de acción de la praxis histórica. Se ha llegado al punto de que resulta necesario defenderse cuando se plantean tales reflexiones. Sé qué objeción suscita cuanto he expuesto aquí, a saber: que no es sino un modo de disfrazar con palabras bellas o no tan bellas, mas en cualquier caso pretenciosas, un deseo de venganza bárbaro y primitivo felizmente superado por el progreso de la moralidad. Hombre del resentimiento, como confieso que soy, vivía en la sangrienta ilusión de que, gracias a la libertad de devolver el dolor 84 Jean Améry que la sociedad me concedía, podía ser desagraviado por todos mis padecimientos. En compensación por las heridas que me había infligido el látigo, esperaba —sin atreverme a reclamar que el verdugo ahora indefenso sufriera bajo mi propia mano—, al menos, la indigna satisfacción de saber a mi enemigo preso; con ello me figuraba haber resuelto la contradicción de mi demencial y distorsionado sentido del tiempo. No es fácil defenderse de un reproche tan simplificador, y se me antoja del todo imposible vencer la sospecha de que yo ahogaba la odiosa realidad de un instinto perverso en la verbosidad de una tesis inverificable. Hay que correr el riesgo. Si reconozco mis resentimientos, si concedo que me siento “implicado” al pensar nuestro problema, no se me olvida tampoco que soy rehén de la verdad moral de este conflicto. Me parece un absurdo lógico que se me exija objetividad en la confrontación con mis verdugos, con sus cómplices o tan sólo con los testigos mudos. El crimen en cuanto tal no posee ningún carácter objetivo. El genocidio, la tortura, las mutilaciones de toda especie, objetivamente, no son más que cadenas de eventos físicos, descriptibles en el lenguaje formalizado de las ciencias naturales: son hechos en el seno de una teoría física, no actos en el seno de un sistema moral. Los delitos del nacionalsocialismo, ni siquiera para el ejecutor que, sin excepción, se sometía al sistema normativo de su Führer y de su Reich, poseían una cualidad moral. El criminal que no se siente vinculado a su acción por su conciencia, la ve sólo como objetiva acción de su voluntad, no como fenómeno moral. Wajs, el lacayo de las SS de origen flamenco, alentado por sus amos alemanes que me golpeaba en la cabeza con el mango de la pala cuando no excavaba lo suficientemente rápido, sentía la herramienta como la prolongación de su mano y los garrotazos como embates de su dinámica psicofísica. Sólo yo estaba y estoy en posesión de la verdad moral de los golpes que aún hoy me resuenan en el cráneo y, por tanto, me siento más legitimado a juzgar, no sólo respecto a los ejecutores, sino también a la sociedad que sólo piensa en su supervivencia. La comunidad social no atiende sino a su propia seguridad, y no se deja afectar por la vida dañada: mira hacia delante, en el mejor de lo casos para que no se repita algo similar. Mis resentimientos existen con el objeto de que el delito adquiera realidad moral para el criminal, con el objeto de que se vea obligado a enfrentar la verdad de su crimen. Wajs, el SS de Amberes, asesino en serie y torturador particularmente experimentado, ha pagado con la vida. ¿Qué más puede exigir mi malvada sed de venganza? Pero la cuestión no estriba en si he escu85 heridas, muertes, duelos driñado a fondo en mi fuero interno, no consiste ni en la venganza ni tampoco en la expiación. La persecución era en última instancia la experiencia de una extrema soledad. Lo que me importa es redimirme de un desamparo que aún perdura desde entonces. Wajs, el hombre de las SS, experimentó la verdad moral de sus crímenes cuando se situó frente al pelotón de ejecución. En aquel instante estaba conmigo —y yo ya no me encontraba a solas con el mango de la pala. Quiero creer que en el momento de su ejecución deseó exactamente como yo, revertir el tiempo, cancelar los hechos. Cuando se le condujo al patíbulo dejó de ser enemigo para convertirse de nuevo en prójimo. Si todo se limitase a un asunto entre el SS, Wajs y yo, si no hubiera tenido que soportar el peso de toda una pirámide invertida de militantes y colaboradores de las SS, funcionarios, capas, generales condecorados, habría podido, al menos así me lo parece hoy día, morir sereno y reconciliado con el prójimo que exhibe la insignia de la calavera. Pero Wajs de Amberes no era más que un caso entre mil. La pirámide invertida sigue clavándome con su vértice sobre el suelo: por ello los resentimientos son de una índole tan particular que ni Nietzsche ni siquiera Scheler, cuando estudió el tema en 1912, habían podido barruntar. De ahí mis reparos a la reconciliación, dicho con más exactitud: el convencimiento de que una disponibilidad a la reconciliación proclamada públicamente por las víctimas del nazismo no puede representar más que insensibilidad e indiferencia frente a la vida o conversión masoquista de una exigencia de venganza auténtica reprimida. Sólo perdona realmente quien consiente que su individualidad se disuelva en la sociedad, y quien es capaz de concebirse como función del ámbito colectivo, es decir, como sujeto embotado e indiferente. Acepta con resignación los acontecimientos tal y como acontecieron. Acepta, como dice un lugar común, que el tiempo cura las heridas. Su sentido temporal no está “desquiciado”, es decir, no se sale del “quicio” biológicosocial para emplazarse exclusivamente en el ámbito moral del tiempo. Pieza desindividualizada e intercambiable del mecanismo social, vive plenamente integrado en su seno, y al perdonar se comporta de acuerdo con la reacción social al crimen, tal como la describe el penalista francés Maurice Garçon en el debate sobre la prescripción de los delitos: Ya el niño —nos instruye el Maestro— al que se recrimina por una desobediencia pasada, responde: ¡pero si pasó hace tiempo! El ya haber pasado hace tiempo se le antoja la forma más natural de disculpa. Y también nosotros reconocemos en la distancia temporal el principio de la prescripción. El delito provoca 86 Jean Améry inquietud en la sociedad; pero tan pronto como la conciencia pública se olvida del delito, desaparece también la desazón. El castigo demasiado alejado temporalmente del delito pierde su sentido. Esto es una verdad trivial y palmaria, en cuanto se refiere a la sociedad o al individuo que se socializa a sí mismo moralmente y se disuelve en el consenso. Pero carece de cualquier relevancia para el ser humano que se concibe a sí mismo como moralmente único. Sin duda, se me reprochará que, gracias a un truco, no hago sino adecentar mi odio a toda reconciliación presentándolo a la luz favorable de la moral y de la moralidad. A lo que también respondo que soy plenamente consciente de que la aplastante mayoría de las no víctimas del mundo se negarán a aceptar la validez de mi justificación. Pero qué más da. En los veinte años consagrados a reflexionar sobre cuanto me sucedió creo haber comprendido que todo perdón y olvido forzados mediante presión social son inmorales. Quien perdona por comodidad e indolencia se somete al sentido social y biológico del tiempo que también suele denominarse “natural”. La conciencia del tiempo natural arraiga de hecho en la cicatrización de heridas como proceso fisiológico y se ha proyectado en representación social de la realidad. Pero justamente por esa razón, tal conciencia no sólo posee un carácter extramoral, sino antimoral. Negar su aquiescencia a cualquier evento natural, también pues al encoramiento biológico provocado por el tiempo, es derecho y privilegio del ser humano. Lo pasado, pasado; he ahí una sentencia tan verdadera como hostil a la moral y al espíritu. La capacidad de resistencia moral incluye la protesta, la rebelión contra lo real, que es razonable sólo mientras sea moral. El hombre moral exige la suspensión del tiempo; en nuestro caso, responsabilizando al criminal de su crimen. De esa guisa, este último podrá, consumada la reversión moral del tiempo, relacionarse con la víctima como semejante. No soy tan iluso como para figurarme que, mediante los argumentos aquí esgrimidos, pueda haber convencido a los compatriotas de los criminales o a quien, como no víctima, pertenece a la inmensa comunidad de los ilesos del mundo. Pero mis palabras no pretenden persuadir, me limito a dejarlas caer sobre el platillo de la balanza, por lo que puedan pesar. ¿Pero cuál será su peso? Eso dependerá en parte de mi capacidad para atemperar, al menos, mis resentimientos, que necesariamente han de manifestarse durante el análisis, de tal modo que no sofoquen completamente su objeto. En mi esfuerzo por limitar su campo de acción debo regresar una vez más a lo que he definido someramente como culpa 87 heridas, muertes, duelos colectiva. Es un término casi tabú, no sólo hoy, sino ya desde 1946, pues si se quería que el pueblo alemán representara el papel europeo que se le había atribuido, no se le podía ofender. Se ocultaba. Avergonzaba haber acuñado un concepto aparentemente tan irreflexivo. Aunque no me resulte fácil, me veo obligado a insistir en él tras haberlo definido suficientemente y asumir los riesgos correspondientes. Culpa colectiva. Naturalmente, sería un puro disparate sugerir que los alemanes, en cuanto comunidad, compartían una misma conciencia, una misma voluntad, una misma capacidad de acción, y que además eran culpables de las mismas. Pero es una hipótesis aplicable si con el término no se entiende sino la suma, devenida objetivamente manifiesta, de comportamientos culpables individuales. Entonces, la culpa de cada alemán particular —responsable de sus acciones y omisiones, de sus palabras y sus silencios— se transforma en la culpa global de un pueblo. Antes de ser aplicado, el concepto de culpa colectiva debe desmitificarse y depurarse de sus mistificaciones. De ese modo pierde su connotación oscura y fatal, para convertirse en una vaga afirmación estadística, la única que muestra alguna utilidad. Me he referido a una vaga afirmación estadística, pues faltan datos precisos y nadie puede corroborar cuántos alemanes estaban al corriente de los crímenes del nacionalsocialismo, los aplaudieron, incluso los cometieron o con impotente aversión toleraron que fueran perpetrados en su nombre. No obstante, cada uno de nosotros, en cuanto víctimas, ha hecho su propia experiencia estadística, si bien tan sólo aproximativa y no expresable en cifras, pues en los años cruciales vivíamos — algunos clandestinamente, en el extranjero, bajo la ocupación alemana, otros sin salir de Alemania, trabajando en fábricas o encerrados en cárceles y campos— en medio del pueblo alemán. Por esta razón, podía y puedo afirmar que los crímenes del régimen se me han revelado como actos colectivos. Quienes en el Tercer Reich se apartaron del sistema —ya fuera sólo callando, dirigiendo una mirada de odio a Rakas, el “SS—Rapportführer”,6 dedicándonos una sonrisa compasiva o bajando 6 El “Rapportführer”, oficial de las SS, era una especie de secretario general del trabajo que supervisaba (Rapport) la nónima de presos en la revista matutina y nocturna, dando parte, entre otras incidencias, de las muertes, ausencias o fugas. 88 Jean Améry los ojos en señal de vergüenza— no fueron lo suficientemente numerosos como para compensar la balanza en mi estadística sin cifras. No he olvidado nada, ni siquiera a esos pocos valientes con que me he topado. Están conmigo: Herbert Karp de Danzig, el soldado inválido que en Auschwitz-Monowitz me dio a compartir su último cigarrillo; Willy Schneider, el obrero católico de Essen, que se me dirigía con el ya olvidado nombre de pila y me ofreció pan; “Meiste” Matthaus, el químico que el 6 de junio de 1944, con un suspiro atormentado, me dijo: “¡Por fin han desembarcado! Pero ¿lograremos aguantar hasta que hayan conquistado una victoria definitiva?”. No me faltan buenos compañeros. Ahí estaba el soldado de la Wehrmacht de Munich, que tras la tortura en Breendonk me arrojó un cigarrillo encendido a través de los barrotes de la celda. Ahí estaba el caballeroso ingeniero báltico Elsner, el técnico de Graz cuyo nombre ya no recuerdo, que en BuchenwaldDora, me salvó de la muerte en un pelotón de tendido de cable. A veces me aflijo por su destino que tal vez no acabara bien. No es culpa de estos buenos compañeros ni mía que, tan pronto como ya no se encuentran ante mí en su singularidad, sino en medio de su pueblo, disminuya bastante su peso. Un poeta alemán escribió un texto titulado “Altbraun” que intenta describir la pesadilla de una mayoría con camisa parda: ...y si algunos están en minoría al mismo tiempo frente a muchos y todos, entonces frente a todos lo son aún más que frente a muchos y el conjunto de todos forma respecto a algunos una mayoría más poderosa que respecto a muchos... Yo tenía que ver sólo con “algunos”, y respecto a ellos, los muchos, que me debían parecer todos, formaban una mayoría aplastante. Los hombres valientes que me habría complacido tanto salvar, ya se han sumergido en la masa de los indiferentes, de los maliciosos e indignos, de las Megerias, viejas y grasientas o jóvenes y bellas, de los ebrios de autoridad que creían cometer un delito no sólo contra el estado, sino contra sí mismos, si no apostrofaban a la gente de nuestra condición con tono imperativo. El grupo de los muchos no se nutría de hombres de las SS, sino de obreros, archiveros, técnicos, mecanógrafas —y sólo una minoría entre ellos llevaba la insignia del partido. Tomados en su conjunto, eran para mí el pueblo alemán. Sabían muy bien lo que pasaba en torno a nosotros y lo que nos hacían, pues al igual que nosotros sentían el olor a chamusquina procedente del campo de exterminio cer89 heridas, muertes, duelos cano, y algunos exhibían ropas que la víspera aún habían llevado, antes de ser despojadas, las víctimas recién llegadas a la rampa de selección. Cierto día, un trabajador honesto, el maestro montador Pfeiffer, me mostró orgulloso un abrigo de invierno, un “abrigo judío”, según sus palabras, que se había agenciado gracias a su astucia. Estimaban que todo estaba en orden y no me cabe la menor duda de que habrían votado por Hitler y sus cómplices si, a la sazón, en 1943, se hubiera convocado a elecciones. Obreros, pequeños burgueses, académicos, bávaros, habitantes del Saar, sajones: se volvían indiscernibles. La víctima se veía empujada, lo deseara o no, a creer que Hitler encarnaba realmente al pueblo alemán. Mis Willy Schneider y Herbert Karp y Meister Matthaus no podían sostenerse contra esa concentración popular. Me parece, no obstante, que en mis reflexiones anteriores he “cuantificado”, lo que, si se quiere dar crédito a los filósofos morales, supone un pecado imperdonable contra el espíritu. Lo que importa no son las cantidades, sino los símbolos y actos simbólicos, los signos determinados cualitativamente. Quelle vieille chanson! —y, sin embargo, su antigüedad no la ha tornado venerable. Quien espere obstruirme el camino reprochándome cuantificaciones inadmisibles, que se pregunte si en la vida cotidiana, jurídica, política y económica, así como en las dimensiones más elevadas y supremas de la vida espiritual, renunciamos a la cuantificación. Quien posee cien marcos no es un millonario. Quien en una pelea araña la piel al adversario, no le ha infligido una herida grave. Para la escala de valores del lector, Du bist Orplid, mein Land es una obra menor que Guerra y paz. El hombre de estado democrático tiene que ver con la cantidad tanto como el cirujano que diagnostica un tumor maligno, como el músico que compone una obra para orquesta. También yo, cuando en medio del pueblo alemán, temía en cada momento caer víctima del exterminio ritual, me veía obligado a contabilizar el número de buenos camaradas, por una parte, y de traidores e insensibles, por otra. Lo quisiera o no, me vi forzado a aceptar una culpa colectiva de índole estadística, y cargo con el lastre de ese saber en un mundo y en una época que ha proclamado la inocencia colectiva de los alemanes. Insisto, la culpa colectiva pesa sobre mí, no sobre ellos. El mundo, que perdona y olvida, me ha condenado a mí, no a aquellos que asesinaron o consintieron el asesinato. Yo y la gente como yo somos los Shylocks, no sólo moralmente condenables a los ojos de los pueblos, sino también estafados en nuestra libra de carne. El tiempo ha consu90 Jean Améry mado su obra. En silencio. La generación de los exterminadores, de los constructores de cámaras de gas, de los generales siempre dispuestos a estampar su firma, sumisos a su Führer, envejece con dignidad. Acusar a los jóvenes, empero, sería absolutamente inhumano y a todas luces antihistórico. ¿Qué relación habría de tener un estudiante de veinte años, crecido al socaire de la nueva democracia alemana, con las acciones de sus padres y abuelos? Sólo un odio acumulado, bárbaro, veterotestamentario, podría soportar su lastre y pretender cargarlo sobre las espaldas de la inocente juventud alemana. Una parte de la juventud, no toda, afortunadamente, protesta también con la buena conciencia jurídica de quienes se sustentan sobre el suelo firme del sentimiento natural del tiempo. En un semanario alemán leo la carta de un jovenzuelo de Kassel que expresa elocuentemente el enojo de la nueva generación alemana por las malas personas que odian y rezuman resentimiento, porque son, en todos los sentidos, intempestivos. Cito: “...al final nos hartamos de oír siempre la misma cantinela: que nuestros padres han matado a seis millones de judíos. ¿Cuántas mujeres y niños inocentes han asesinado los americanos con sus bombardeos, cuántos boers han matado los ingleses en la guerra de los boers?” La protesta se presenta ante nosotros con el énfasis moral de quien está seguro de su causa. Apenas osa uno objetarle que la ecuación “Auschwitz-campos de boers” es falsa matemática moral. Pues el mundo entero entiende ciertamente la indignación de los jóvenes alemanes frente a los rencorosos profetas del odio y se pone, sin vacilar, de parte de aquellos a quienes pertenece el futuro. Futuro es, por lo visto, un concepto valorativo: lo que será mañana posee más valor que lo que fue ayer. Es un deseo que arraiga en la percepción natural del tiempo. No me resulta fácil responder a la pregunta de si guardo rencor a la juventud alemana por el dolor que me infligió la generación vieja. Es razonable aceptar que los jóvenes están libres de culpa individual y de la suma de las culpas individuales que dan lugar a la culpa colectiva. Debo y quiero concederles el crédito de confianza que corresponde al ser humano cuya vida está abierta al futuro. A lo sumo, cabe exigir a ese joven que no defienda su inocencia con un tono tan exaltado y arrogante, como el adoptado por el autor de la carta anteriormente citada. De hecho, hasta que el pueblo alemán, incluidas las jóvenes y recientes generaciones, no se decida a vivir completamente libre de la historia —y no parece haber ningún indicio de que la comunidad nacional con 91 heridas, muertes, duelos la conciencia histórica más arraigada del mundo pueda adoptar de repente semejante actitud—, hasta entonces tendrá que asumir la responsabilidad por aquellos doce años a los que, por lo demás, ella misma no fue capaz de poner término. La juventud alemana no puede apelar a Goethe, Mörike o a Freiherr von Stein y olvidarse de Blunck, Wilhelm Scháfer y Heinrich Himmler. No es legítimo reclamar para sí tradición nacional cuando es honorable y negarla cuando, encarnando el olvido de todo sentido del honor, proscribe a un adversario tal vez imaginario y seguramente indefenso. Si ser alemán significa reclamarse descendiente de Matthias Claudius, entonces también entraña sin duda alguna incluir en el árbol genealógico a Hermann Claudius, el poeta oficial del partido nacionalsocialista. Thomas Mann era consciente de este hecho cuando en su ensayo “Alemania y los alemanes” escribió: Para un espíritu nacido alemán es imposible afirmar: yo represento la Alemania buena, justa, noble, sin mancha... nada de lo que les he contado sobre Alemania procede de un saber ajeno, frío, distante; todo anida en mí, todo lo he experimentado en mí mismo. La edición del tomo de ensayos de donde extraigo mi cita se titula Edición escolar de autores modernos. No sé si los ensayos de Thomas Mann son efectivamente objeto de lectura en las escuelas alemanas y cómo los comentan los profesores. Sólo me cabe esperar que la juventud alemana no encuentre harto dificultosa la relación con Thomas Mann y que la mayoría de los jóvenes no participen de la indignación del remitente anteriormente citado. No me cansaré de repetirlo: Hitler y sus crímenes también forman parte de la historia y de la tradición alemanas. Para retomar mi explicación del resentimiento de las víctimas nada mejor que adentrarse en el dominio de la historia y de la historicidad alemanas. Pero antes es preciso definir su cometido objetivo. Tal vez no sea más que una necesidad particular de purificación, pero desearía que mi resentimiento —personal protesta contra la cicatrización del tiempo como proceso natural y hostil a la moral, mediante la que reivindico una absurda, sí, pero auténtica reversión humana del tiempo— desempeñe una función histórica. Si cumpliera la tarea que le atribuyo, podría representar históricamente un estadio en la dinámica moral del progreso universal y reemplazar a la incumplida revolución alemana. Tal reivindicación no es menos absurda ni menos moral que el anhelo individual de reversibilidad de los procesos irreversibles. 92 Jean Améry Para aclarar y allanar mi tesis basta con reformular mi convicción ya expresada de que el conflicto irresuelto entre víctimas y carniceros tiene que exteriorizarse y actualizarse, si ambos, oprimidos y opresores, pretenden comprender un pasado que, desgarrado aún por antagonismos irreconciliables, remite, sin embargo, a una historia común. Sin duda, tal exteriorización y actualización no pueden consistir en una venganza que sea proporcional al sufrimiento padecido. No puedo demostrarlo, y, sin embargo, estoy seguro de que durante el proceso de Auschwitz ninguna víctima pensó siquiera colgar a Boger de su propio artilugio de tortura, el llamado “columpio de Boger”.7 Menos aún nadie en sus cabales habría osado proponer el absurdo moral de ejecutar a la fuerza a cuatro o seis millones de alemanes. En ningún caso menos que en éste la aplicación del jus talionis habría representado una sinrazón moral e histórica. Queda excluida como solución tanto la venganza, como la expiación que se me antoja problemática, sensata sólo desde un punto de vista teológico y, por tanto, a mi juicio, del todo irrevelante, y por supuesto una purificación por medios violentos me parece, en cualquier caso, históricamente impensable. Pero ¿cómo afrontar la situación dado que me he referido expresamente a una disputa en el campo de la praxis histórica? Pues bien, el conflicto podría dirimirse logrando que en un bando se conserve el resentimiento y en el otro se despierte, gracias a este afecto, una actitud de desconfianza respecto a sí mismos. Acicateado exclusivamente por los aguijones de nuestro resentimiento —y de ninguna manera por una disposición subjetiva a la reconciliación casi siem- 7 Wilhelm Boger (1906-1977), desde los dieciséis años militante de las juventudes nacionalsocialistas antes de la subida de Hitler al poder, trabajó como oficial SS en la temida “Sección política” de Auschwitz entre 1942 y 1945. Desde 1958 condenado a cadena perpetua en el proceso de Auschwitz. Tristemente célebre por la celosa aplicación de una máquina de tortura, el llamado “Bogner-Schaukel”, una especie de potro de madera con una barra metálica que permitía colgar al preso boca abajo y balancearlo mientras se golpeaban sus genitales puestos al descubierto. Sobre este infame personaje y su labor como verdugo en la “Politische Abteilung” de Auschwitz, léanse los testimonios de Hermann Langbein y Raya Kagan incluidos en Auschwitz Zeugnisse und Berichte [ed. H. G. Adler/H. Langbein/Ella Lingens-Reiner], Europaische Verlagsanstalt, Hamburgo, 1995, pp. 155 ss. y 169. También Hermann Langbein, Menschen in Auschwitz, Europaverlag, Munich/Viena, 1999, pp. 567-570. 93 heridas, muertes, duelos pre sospechosa y objetivamente hostil a la historia—, el pueblo alemán adquiriría conciencia de que no cabe neutralizar un fragmento de su historia nacional con el tiempo, sino que es necesario integrarlo. Si no me falla la memoria, Hans Magnus Enzensberger ha escrito que Auschwitz es el pasado, el presente y el futuro de Alemania; pero su opinión, por desgracia, no cuenta mucho porque tanto él como quienes se encuentran a su altura moral no son el pueblo. Con todo, si oponiéndose al silencio del mundo, nuestro resentimiento alzase su dedo amonestador, entonces Alemania en su conjunto e incluso en sus generaciones venideras conservaría el recuerdo de que no fueron alemanes quienes vencieron al dominio de la infamia. Llegaría a comprender, no pierdo del todo la esperanza, su pasada connivencia con el Tercer Reich como la total negación no sólo de un mundo acosado por la guerra y la muerte, sino también de su mejor tradición autóctona, no reprimiría o paliaría los doce años, que para nosotros fueron realmente un milenio, sino que los reclamaría como negación real del mundo y de sí mismos, como su patrimonio negativo. Se verificaría sobre el campo histórico cuanto previamente he descrito hipotéticamente para la esfera estrictamente individual: dos grupos de seres humanos, opresores y oprimidos, convergerían en el deseo de invertir el tiempo y, por tanto, en la moralización de la historia. Elevada por el pueblo alemán, el pueblo realmente victorioso y rehabilitado de nuevo por el tiempo, la exigencia tendría un peso inmenso, suficiente para que ya estuviera satisfecha. La revolución alemana sería recuperada, Hitler revocado. Y a la postre se cumpliría realmente para Alemania aquel objetivo que antaño el pueblo no tuvo fuerza o voluntad de realizar y que en el juego de poder político tuvo después que parecer innecesario: la extinción de la ignominia. Cada alemán puede imaginarse por sí mismo cómo se debe llevar esto a la práctica. El autor de este ensayo no es alemán y no puede impartir consejos a este pueblo. En el mejor de los casos puede imaginarse vagamente una comunidad nacional que rechazase todo, sin excepción, cuanto llevó a cabo en los días de su más profundo envilecimiento, sin excluir los logros aparentemente más inofensivos como la construcción de autopistas. Persistiendo en su sistema de referencia exclusivamente literario, Thomas Mann expresó esta idea en una de sus cartas: “Tal vez sea superstición”, escribió a Walter van Molo, 94 Jean Améry pero ante mis ojos los libros que de algún modo pasaron la censura en Alemania entre 1933 y 1945 se me antojan carentes de todo valor e incluso indignos siquiera de tenerlos entre las manos. Les impregna un hedor a sangre y a ignominia; sería mejor desecharlos, sin excepción, como maculatura. Que el pueblo alemán hiciera maculatura espiritual no sólo con los libros, sino con todo cuanto se organizó durante esos doce años: he ahí la negación de la negación, un acto asaz positivo y salvador. Sólo de esta guisa sería legítimo pacificar subjetivamente el resentimiento y declararlo objetivamente superfluo. ¡A qué suerte de extravagante ensoñación moral me he entregado! Ya veía incluso cómo se les mudaba el rostro de rabia a los viajeros alemanes sobre el andén de 1945 a la vista de los cadáveres apilados de mis camaradas, y cómo se avalanzaban con gesto amenazante contra nuestros —sus— verdugos. Gracias a mi resentimiento y a la catarsis alemana provocada por su aguijón, ya soñaba con la reversibilidad del tiempo. ¿No fue un alemán quien arrebató la pala al SS Waj? ¿No fue una mujer alemana quien recogió a un hombre aturdido y quebrantado por la tortura, y le curó su heridas? ¡Que no haya visto todo sin el freno de la irreversibilidad del tiempo, un pasado revertido en futuro y superado en verdad y para siempre! No sucederá nada por el estilo, estoy seguro, a pesar de todos los esfuerzos honrados de los intelectuales alemanes, que al final son, en verdad, como los otros les reprochan: unos desarraigados. Todo presagia que el tiempo natural rechazará y, a la postre, ahogará la reivindicación moral de nuestro resentimiento. ¿La gran revolución? Alemania no la recuperará, y nuestro rencor se quedará con las ganas. El Reich de Hitler, aún durante algún tiempo, seguirá interpretándose como un accidente de trabajo en la obra de la historia. Pero al fin y al cabo no será más que historia, ni mejor ni peor de lo que es cualquier época histórica dramática, tal vez manchada de sangre, pero a fin de cuentas un Reich con su cotidianidad familar. El retrato del bisabuelo en uniforme de las SS colgará en la salita, y a los niños en las escuelas no se les hablará tanto de las rampas de selección como del sorprendente triunfo sobre el paro general. Hitler, Himmler, Heydrich, Kaltenbrunner, serán simples nombres como Napoleón, Fouché, Robespierre y San Just. Ya hoy incluso en un libro que se titula Sobre Alemania y que contiene conversaciones imaginarias de un padre alemán con su hijo menor, leo que a los ojos del joven no existe ninguna diferencia entre bolchevismo y nazismo. Cuanto sucedió entre 1933 y 1945 en Alemania, se enseñará 95 heridas, muertes, duelos y afirmará, podría haber sucedido en cualquier otro lugar bajo condiciones análogas; y ya no se insistirá en el hecho baladí de que aconteciera precisamente en Alemania y no en cualquier otro lugar. En un libro titulado Rückblick zum Mauerwald el exoficial del estado mayor alemán, el príncipe Ferdinand van der Leyen, escribe: “...de una de nuestras posiciones en el extranjero nos llegó una nueva aún más espantosa. Allí pelotones de las SS habían penetrado en las casas y desde las azoteas habían arrojado al asfalto niños recién nacidos”. Pero el asesinato de millones de seres humanos perpetrado con eficacia organizativa y precisión casi científica por un pueblo altamente civilizado se juzgará deplorable, de ningún modo único, al lado de la sangrienta deportación de los armenios por los turcos o a los ignominiosos actos de violencia cometidos por las autoridades coloniales francesas. Todas las diferencias se desvanecerán al incluirse en un sumario “siglo de la barbarie”. Nosotros, las víctimas, quedaremos como los realmente incorregibles, los implacables, como los reaccionarios hostiles a la historia en el sentido literal de la palabra, y, en última instancia, aparecerá como avería del sistema el hecho de que algunos de nosotros hayamos sobrevivido. Viajo a través de un país floreciente y cada vez aumenta más mi malestar. No puedo decir que la gente no me reciba por doquier con hospitalidad e íntima comprensión. ¿Qué más podemos exigir por nuestra parte si los periódicos alemanes y las emisoras de radio nos conceden la posibilidad de dirigir a los alemanes graves reproches descorteses y además nos retribuyen por ello? Estoy seguro de que hasta los más benévolos al final han de perder la paciencia con nosotros, como el joven remitente, citado en páginas anteriores, que decía “estar harto”. Me encuentro en Frankfurt, Stuttgart, Colonia y Munich con mis resentimientos. Mi rencor, que conservo por amor propio, por razones de salud personal, cierto, pero también para que sirva de provecho al pueblo alemán, no lo acepta nadie excepto los medios de comunicación que lo compran. Lo que me ha deshumanizado se ha transformado en mercancía que vendo al mejor postor. País de la fatalidad donde los unos se encuentran eternamente a plena luz y los otros eternamente en la oscuridad. Lo atravesé de punta a cabo en los trenes de evacuación que bajo el empuje de la última ofensiva soviética nos condujeron desde Auschwitz hacia el oeste y después desde Buchenwald a través del Norte hacia Bergen-Belsen. Cuando la vía férrea cruzaba un extremo de tierra nevada de Bohemia, 96 Jean Améry las campesinas se acercaban corriendo al tren de la muerte para ofrecernos pan y manzanas; la escolta tenía que dispersarlas disparando tiros al aire. En el Reich, sin embargo, semblantes pétreos. Un pueblo orgulloso. Un pueblo orgulloso, también hoy. El orgullo, no cabe negarlo, ha engordado un poco. Ya no se manifiesta más en el movimiento triturador de las mandíbulas, sino que resplandece en la satisfacción de la buena conciencia y de la alegría comprensible por haber salido con éxito una vez más. Ya no invoca más los hechos de armas heroicos, sino la productividad sin par en el mundo. Pero es el mismo orgullo de antaño, y por nuestra parte es la impotencia de entonces. ¡Ay de los vencidos! He de ocultar mis resentimientos. Aún puedo creer en su valor moral y en su validez histórica. Aún. ¿Por cuánto tiempo? Sólo el hecho de que tenga que plantearme una pregunta tal muestra el carácter atroz y monstruoso del sentido natural del tiempo. Tal vez, un día no muy lejano, me llevará a condenarme a mí mismo, haciéndome aparecer la exigencia moral de inversión como la cháchara absurda, que ya es hoy para los listillos que presumen de sintonizar con la razón del mundo. Ese día, el pueblo orgulloso en que zozobran mi Herbert Karp, Willy Schneider, Meister Matthaus y algunos intelectuales contemporáneos habrá vencido definitivamente. En el fondo, los temores de Scheler y Nietzsche no estaban justificados. Nuestra moral de esclavos no triunfará. Los resentimientos, hontanar emocional de toda moral auténtica, que fue siempre una moral para derrotados, tienen escasa o absolutamente ninguna oportunidad de amargar a los dominadores su malvada obra. Nosotros, víctimas, debemos “despachar“ nuestro rencor reactivo, en aquel sentido que el argot concentracionario daba antaño al término “fertigmachen”, sinónimo de “matar”. Debemos despacharlo y lo haremos pronto. Hasta entonces pedimos paciencia a quien se haya sentido desasosegado por nuestro rencor. Traducción: Enrique Ocaña 97 desde la tribuna Teresa Carbó La comandanta zapatista Esther en el Congreso de la Unión: un análisis de su desempeño escénico como intervención política* Teresa Carbó La etnografía de un encuentro casual P udiera decirse que este texto que escribo pende de un guiño (Geertz 1973: 6), guiño que en realidad no fue tal. En cualquier caso, lo que ocurrió esa mañana puede definirse como el transcurso de un cierto lapso de contacto visual entre la comandanta Esther y yo, tal como se produjo en el pueblo de la Magdalena Petlacalco, en la zona del Ajusco al sudoeste de la ciudad de México, el lunes 19 de marzo de 2001. Aunque la idea de pender es tal vez infortunada, es cierto que muchas cosas parecen girar en torno a ese incidente menor de naturaleza personal. Después de alguna reflexión, he llegado a la conclusión de que se trató de un encuentro plenamente dialógico. Si lo propio de tan raro y afortunado evento comunicativo, tal como lo esboza June Nash (2001: 231), es el acto de “escuchar y responder con una conducta transformada”, entonces la definición resulta más que apta, porque es literalmente cierto que gracias a ese encuentro me vi movida a realizar, esta vez, un tipo diferente de trabajo; a emplear un enfoque metodológico distinto de mi práctica habitual de investigación en el análisis del dis- * Esta es una versión previa del artículo publicado en Journal of Language and Politics, John Benjamins, vol. 2(1), 2003, con el título “Comandanta Zapatista Esther at the Mexican Federal Congress: An Analysis of Performance as Politics”. La autora agradece a debate feminista publicar esta versión que es la que ella prefiere. 101 desde esta tribuna curso parlamentario. Una disposición renovada de búsqueda de significado, nutrida por la necesidad de ocuparme de los cuerpos y las voces y no sólo de las transcripciones de textos orales, es el resultado de esa breve interacción, durante la cual el contacto visual fue, según yo, de orden comunicativo, sostenido y recíproco.1 Se ajustó, además, a lo que pudiéramos concebir como “turnos (comunicativos) de mirada”, allí incluida la emisión de señales de frontera (sin importar cuán infinitesimales en sustancia y extensión), y la alternancia de los polos de producción-recepción; todo esto y un mundo más, en la construcción y el intercambio cooperativos de mensajes no verbales de (presumible) coincidente orientación. Sucedió que en una asamblea pública inesperada e improvisada, y con escasa asistencia, la comandanta Esther me aseguró (calladamente) que era posible aún la esperanza, que con el tiempo se vería y que no había nada de sorprendente en el hecho de que la lucha de los zapatistas fuera larga, difícil y demandante. En el momento en que capté su mirada, me resultó obvio que Esther estaba respondiendo a mis señales exteriores de preocupación (y tal vez incluso de desaliento) ante el reducido número de personas que habían logrado estar presentes en esta visita realmente inesperada. Los asistentes eran sobre todo mujeres mayores (abuelas u otros miembros femeninos de la familia extensa), con niños muy pequeños (de preescolar, a causa de la hora: poco después del mediodía), así como representantes de la prensa y una escolta policial, junto con algunos vecinos no nativos del pueblo, como una servidora. El de la Magdalena era el tercer pequeño mitin al que asistía, siguiendo el recorrido de los zapatistas hacia la ciudad. Habían empezado en Santo Tomás Ajusco, el pueblo más alto en el cerro, y habían ido bajando a San Miguel y después a la Magdalena. El tamaño de estos pueblos disminuye precisamente en ese orden, como también disminuía la asistencia vecinal. 1 John Berger (2001:15, cursivas mías) describe con las siguientes palabras el “impulso de pintar”, misma inclinación humana que, a la luz de su teoría del mundo visible, se puede reformular como el impulso de mirar, ver y aprehender, observar o describir: “El impulso de pintar no viene de la observación ni del alma (que probablemente es ciega), sino de un encuentro: del encuentro entre el pintor y el modelo” [o entre quien actúa y el público]. El texto termina con este enunciado: “Hoy, tratar de pintar lo existente es un acto de resistencia que instiga a la esperanza” (p. 22). 102 Teresa Carbó El contacto visual en la Magdalena Petlacalco se compuso de cuatro partes, y su primer segmento fue la proyección (inicialmente inconsciente) de mi propia fisurada y ambigua presencia. Ahí estaba yo, sin duda; también había estado en el Zócalo de Santo Tomás y de San Miguel (en este último, la configuración espacial daba a Esther una visión más panorámica y detallada de los participantes). Pero al mismo tiempo, yo no estaba allí, realmente allí. Estaba distraída, desconcentrada e incómoda, a la vez que desanimada. Y, repentinamente, mientras uno de los otros tres comandantes (varones) pronunciaba su discurso, una fuente de energía realmente poderosa captó mi atención. Era la mirada de Esther que, sin lugar a equívoco, se dirigía a mí y se mantenía fija en mí por un periodo breve (aunque sostenido), hasta que a las dos nos quedó claro que yo había recibido el mensaje. La suya no era una mirada impositiva o dominante. Por el contrario, era tranquila y clara, para nada pesada, y con una chispa de humor claramente perceptible en la refracción luminosa de sus ojos oscuros. Éstos estaban estrechamente ceñidos por el negro pasamontañas, y la mirada en su conjunto dejaba traslucir comprensión y entendimiento.2 Esther mantuvo el contacto visual conmigo durante los dos segmentos subsecuentes, mientras ella conservó el piso (Sacks et al. 1974). Las unidades, si acaso lo fueron, estuvieron puntuadas por una pausa infinitesimal que consistió en una muy (muy) rápida ojeada a nuestro entorno físico compartido, inmediato, junto con una fijación ultra mínima de la mirada hacia el frente, por encima de nuestras cabezas, en una dirección que coincidía con la ubicación de la ciudad (y del futuro, y de los proyectos y los anhelados objetivos, supuse yo). Luego, una despedida muy breve y simultánea, cuarta y última parte del intercambio, y eso fue todo. Y, sin embargo, sea lo que fuera lo que así me tomó por sorpresa en el tercer mitin, el hecho es que la teoría ya lo había 2 Tal vez vale la pena comentar que el área de los ojos en la apariencia física de los rebeldes ha quedado sin duda investida con un mayor valor semiótico, dado el efecto constante de los pasamontañas sobre sus rostros. Incidentalmente, aparte del estatus simbólico de los pasamontañas (tema del que se han ocupado Marcos, con cierta amplitud, y algunos analistas), los pasamontañas como emblema del movimiento zapatista constituyen un fenómeno visual de particular extrañeza, a pesar de la cual muchos (mexicanos y no sólo, simpatizantes y adversarios) se han acostumbrado rápidamente a esa imagen. 103 desde esta tribuna anticipado: “[c]uando un individuo o actor representa el mismo papel ante el mismo público en diferentes ocasiones, es probable que surja [entre ambos] una relación social” (Goffman 1959: 16). Lo que yo sentí fue que con el callado encuentro de miradas se producía en mí una notable transformación, aunque desde luego no fue ninguna cosa de orden místico. Sólo puedo sintetizar la experiencia como el logro de una comprensión de cierto tipo. Sin duda, un entendimiento que era muy satisfactorio y al mismo tiempo intenso, agudo, con un efecto general de fortalecimiento y llamada de alerta a erguirse y prestar atención. Estoy convencida de que la idea de comprender es la clave principal del fugaz encuentro. Cuando uno comprende, pienso, muchas cosas concuerdan (aunque sea un momento), y se produce nueva energía e impulso hacia la acción, con un sentido más claro de orientación y propósito. Los significados de este incidente pueden considerarse individuales y únicos. Sin embargo, también se les puede ver como una (suerte de) ventana hacia un tema que sin duda atañe al análisis del discurso parlamentario y político: la posibilidad de una transformación personal (científica, metodológica) como motor y consecuencia de una práctica comunicativa (compartida). Al elaborar este artículo no dejé el incidente de lado; por el contrario, lo tomé como un elemento clave para la emergencia y configuración activas del objeto de investigación y las modalidades de su manejo metodológico. De hecho, este tipo de objeto de investigación, que es de naturaleza semiótica y combina facetas científicas y personales, explica mi impulso hacia el enfoque multidisciplinario que aquí se exhibe en términos prácticos. Así se logra captar más, espero, de la materialidad carnal de la intervención de Esther ante el Congreso de la Unión, y más también de su característica presencia en escena, desde el punto de vista de una observación participante. Todo esto será argumentado y expuesto de manera (ligeramente) narrativa. El uso de ciertos elementos selectos del análisis proxémico de los cuerpos significantes en acción, la observación de algunos procesos de construcción teatral y manejo del yo público en espacios institucionales, así como la aplicación de descomposición textual al nivel sintagmático de los textos verbales, forman parte también del análisis. Algunas fotos periodísticas e imágenes que circularon en torno a las recepciones que los zapatistas tuvieron por parte de públicos asombrosamente distintos cada vez, se han colado también en el presente análisis, en el contexto 104 Teresa Carbó de la actividad analítica desatada por el encuentro de la investigadora con (sólo) algunas de las capacidades comunicativas de Esther.3 Los principales conceptos operativos y los datos completos se describen más adelante. Sin embargo, es importante subrayar aquí que, a pesar de la naturaleza aparentemente aleatoria del material empírico con el que trabajo y de su amplitud, es un hecho que todas las bases de la subsecuente descripción están teóricamente iluminadas y metodológicamente sostenidas por conceptos específicos de los campos lingüístico, antropológico y etnográfico, en el marco de una concepción ampliada del análisis de discurso. Tal concepción es una versión abierta y generosa del espacio disciplinario, que no sólo se ocupa de fenómenos (sólo) verbales, sino que observa también otro tipo de datos discursivos, puesto que el flujo de los acontecimientos en la vida real y la práctica efectiva en situaciones comunicativas (sean éstas explícitamente políticas o no) nos confronta siempre con su múltiple y enigmática resonancia.4 La Caravana por la Paz y la Dignidad Para cuando tuvo lugar el suceso aquí descrito, la Caravana zapatista ya llevaba varios días en la Ciudad de México. Sus integrantes (Marcos entre ellos) estaban a la espera de una invitación a la escena parlamentaria para presentar sus puntos de vista sobre la iniciativa presidencial de Ley de Derechos y Cultura Indígenas, que estaba a dictamen en el Congreso de la Unión. Las perspectivas en ese momento eran sombrías, y si los honorables miembros del poder legislativo no se ponían de acuerdo con cierta premura sobre la importancia, para el proceso 3 Este experimento metodológico se puede considerar como una instancia de lo que Bob Hodge (1985:141) llama un análisis “puesto de cabeza”. “Los análisis puestos de cabeza son típicamente tentativos e inconcluyentes. Pero muestran algo de la complejidad del trabajo real de crear significados, y pueden sugerir también la presencia e importancia de otros sistemas que no habían entrado antes en el análisis.” 4 Cabe también aducir que según Turner (1987:79), “se puede detectar [ya en el tiempo en que él escribía, hace quince años] una considerable ruptura de las fronteras entre diversas artes y ciencias convencionalmente definidas, y entre éstas y las modalidades de la realidad social”. 105 desde esta tribuna de paz, de un encuentro directo entre los legisladores y los visitantes rebeldes, los zapatistas tendrían que abandonar la ciudad. El nutrido comité de comandantes (veinticuatro en total) se dividió ese lunes 19 de marzo en varios grupos pequeños que acudieron a visitar diferentes puntos de la ciudad, en demanda de apoyo. El Ajusco es un área boscosa de montaña, una región de arcaicos asentamientos indígenas y de temprana cristianización e incorporación a la vida (y al servicio) de la ciudad capital. Durante los años revolucionarios, fue también una vía segura de acceso a la ciudad, por montes y valles, para los zapatistas de Emiliano. Zona de simpatías zapatistas y acusados hábitos rurales, como los de la Caravana, el Ajusco era un destino natural para alguno de los subcomités. Más aún porque la comitiva zapatista se alojaba en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), también en el sur de la ciudad. Unos días después, el 28 de marzo descubrí, con auténtico deleite, mientras veía la transmisión por tele en cadena nacional del tan esperado encuentro público entre el poder legislativo y los comandantes zapatistas en el recinto parlamentario, descubrí, decía, que Esther iba a ser (estaba siendo ya, ante nuestros propios ojos) la oradora principal. Allí se encontraban por fin, “en el Congreso”, bajo los reflectores de los medios nacionales, y la comandanta Esther se construía a sí misma como la actriz central en el reparto, mientras describía su tarea como portadora del mensaje oficial de los rebeldes, en el marco de una compleja escenificación, y lograba desempeñar, con perfecta compostura, ese papel de “estrella” en la empresa colectiva (Goffman 1959: 100). Desde luego, la escena parlamentaria era formal, e incluía varias fases y numerosos participantes dentro de una micro-coyuntura muy delicada en términos políticos (y semióticos). Y sin duda Esther hizo de todo ello un trabajo magnífico. Ese mediodía (la) Esther nos ofreció (éramos varios millones en ese momento) un desempeño virtuoso en el género de la contienda política y semiótica en arenas públicas de carácter institucional. La “temporada” —o ciclo de lucha política y semiótica— en que el suceso se produjo (26 de febrero a 6 de abril de 2001) había sido cuidadosamente preparada por los zapatistas mediante esta Caravana de comandantes, que debía venir, y vino, a la ciudad capital para dar a conocer sus puntos de vista sobre los temas cruciales de los derechos étnicos, la ley de inminente aprobación y la discusión sobre la autonomía y la paz a nivel nacional. Los Acuerdos de San Andrés, estancados, y la guerra de 106 Teresa Carbó “baja intensidad” (no declarada) que libran las numerosas tropas (y grupos paramilitares) estacionados (y deambulando) en la zona de la selva de Chiapas eran el telón de fondo para la iniciativa de la Caravana. Los zapatistas fueron escoltados, custodiados y acompañados por diversas ONG (entre ellas, el grupo italiano de los “Monos blancos” y otros muy cooperativos globalifóbicos), representantes de organizaciones indígenas, simpatizantes variopintos, equipos de prensa y de los medios, y miembros de la sociedad civil (bajo diversos membretes y modalidades). Llegaron al Distrito Federal tras un itinerario geográfico intrincado y moroso, a lo largo del cual suscitaron procesos de movilización, reunieron grandes marchas, pronunciaron discursos, escucharon a la gente y se quedaron a pernoctar tanto en pequeñas comunidades como en ciudades regionales de cierta importancia: un tour5 semiótico poderoso, estimulante, pacífico y satisfactorio. Mientras recorrían el territorio en una caravana de varios autobuses, podía entenderse que estaban re-inscribiendo, en términos topográficos y simbólicos, su presencia real en la tierra que habían defendido históricamente y por la que aún peleaban. Para Esther, ésos fueron días exigentes: ella fue una de las mujeres que hablaron en la celebración del 8 de marzo, Día de la Mujer, en un pueblo a las afueras de la ciudad. También se contó entre los oradores en una enorme concentración (el 22 de marzo) ante las puertas cerradas del Congreso, unos días después del mini-tour por el Ajusco, y antes de que fueran por fin invitados (en una reñida votación) al recinto legislativo. Yo estaba entre la multitud que ese día, bajo un implacable sol urbano, se esforzaba por divisar a los comandantes, situados allá lejos en una especie de plaza o avenida transversal. La voz clara y tranquila 5 El compuesto léxico “Zapatour” utilizado en algunos medios internacionales no es del gusto de algunas personas de la escena local o de con/textos españoles. Ciertamente no está documentado en el conjunto mexicano de datos con el que trabajo y que sí da testimonio de otros apelativos. El artículo de fondo en el número 146 de Memoria (abril de 2001, p. 25, en el que la caravana zapatista mereció la portada y el artículo principal) la llamaba “Caravana de la Dignidad”. El respeto y la dignidad han sido de hecho demandas cruciales de los rebeldes desde el inicio de su levantamiento. La revista estudiantil La Guillotina la llamaba la “Marcha del Color de la Tierra” y también “La Marcha de/por la Dignidad” o “La Marcha de/por la Esperanza”. Un registro más completo de (virtualmente) todos los discursos de los comandantes en su camino hacia la capital se puede encontrar en la siguiente dirección de internet: http://www.ezlnaldf.org/comunica/01030801.htm. 107 desde esta tribuna de Esther, de modulación simple y timbre sonoro, fue notable, y de nuevo produjo un efecto de transmisión de energía. El meollo de su mensaje fue organizativo: instó a los manifestantes a no conceder la derrota (el hasta ese momento denegado encuentro en el Congreso); habló, por el contrario, de defender los logros alcanzados, e incluso de crecer. Empleó para esta invitación a la esperanza varias metáforas de cultivo y cuidado terrenal, que exhiben un inconfundible sabor agrario. Hablaba en tono eficaz y sensato, aunque cálido, con algunas expansiones retóricas tanto en la letra de sus formulaciones discursivas como en las pautas de entonación: una auténtica líder entre miles de mujeres zapatistas, tanto militares como civiles, que se están haciendo oír y ver en la primera línea de una lucha étnica, política y social por la autonomía y el respeto en el México actual, de frente al globalizado (sub)mundo. Criba de datos (cambiantes) Los primeros datos para este estudio son las experiencias arriba descritas, tal como fueron elaboradas en anteriores tratamientos de (algunos de) los muchos temas que la actuación de Esther en el Congreso el 28 de marzo de 2001 puede activar (Carbó 2001 y 2002, Rovira 2001). El contenido semántico que asigno a la interacción visual como tal no tuvo como única fuente la mirada de Esther en la Magdalena Petlacalco. Surgió de una compleja configuración de significados, conforme yo procesaba lo que me era transmitido por las instancias de acción pública suya que pude observar directamente: la comandanta zapatista Esther en el Ajusco (y en el centro), una mujer indígena haciendo trabajo político en pro de un conjunto de demandas y principios (estos últimos, de alcance universal o “resonancias posmodernas”). A partir de ahí, construí (recopilé, más bien, entre lo que me llegaba a casa) un mínimo conjunto paradigmático de datos con fines de investigación, como algo distinto de un corpus (o caso histórico amplio): una totalidad compleja que fuera manejable para el estudio de un proceso semiótico dinámico. Los materiales seleccionados tienen por finalidad poder y bastar para (en un enfoque documental “minimalista”) transmitir ciertos aspectos de una actuación particular, en algunas de sus múltiples modalidades y en su cautivante maestría (y misterio y fluidez). El carácter mixto de los datos puede considerarse una circunstancia beneficiosa, dado el énfasis metodológico que algunos autores po108 Teresa Carbó nen en el empleo de múltiples perspectivas para alcanzar etnografías que se anclan en un espacio y en las condiciones estructurales de los fenómenos (ver Nash 2001: 15, 221; Turner 1987: 79). El bricolage de datos que sostiene las siguientes observaciones analíticas es éste: cierta cantidad de observación participante en encuentros públicos, realizada con ánimo etnográfico (no como trabajo de campo en sentido estricto) en tres grupos pequeños y una concentración masiva. A ello se añade la experiencia privada de la transmisión por televisión del acto principal, durante la cual fue posible obtener información sobre la disposición de los cuerpos en el espacio y algunos criterios generales de escenificación, mientras iban desarrollándose las actuaciones, observadas en tiempo real a través de no más de tres cámaras fijas en una misma transmisión para todos los canales de televisión. Además, algo de la prensa matutina del día siguiente. La Jornada, un periódico nacional de orientación crítica, es/ha sido claramente simpatizante del movimiento zapatista desde su inicio. El 29 de marzo, al día siguiente de la visita al Congreso, publicó un suplemento de aparición no regular, Perfil, que suele estar dedicado a la reflexión (principalmente) política. Allí se reprodujeron versiones íntegras y literales de algunos de los discursos pronunciados en la solemne ocasión y, en lugar destacado, desde luego, el de Esther, que había sido el principal.6 De ahí extraje la versión escrita de su texto con la que trabajo. De las siete fotos periodísticas en blanco y negro que aparecieron junto a los textos escritos en esa edición específica de Perfil, seleccioné dos imágenes para esta presentación: la de la portada y un pequeño “retrato” de Esther al habla.7 6 El discurso apareció en el núm.24, Racismo y mestizaje, 2001, de debate feminista. N. de la E. 7 El conjunto analítico contiene también cuatro imágenes en color. Tres de ellas sirvieron de portada para tres números sucesivos de la revista Memoria (145, 146 y 147), durante los meses de marzo, abril y mayo de 2001. La cuarta es la fotografía de portada del número 1271 de Proceso (11 de marzo de 2001), y registra una importante entrevista del conocido periodista crítico Julio Scherer García a Marcos, realizada en otra zona rural de la capital, Milpa Alta, el 9 de marzo de 2001, con la cobertura por televisión de la antigua enemiga de Proceso, Televisa: todo el suceso fue un verdadero milagro del mundo de los medios masivos posmodernos. En la foto, los dos hombres ocupan un primer plano cercano al espectador, sentados frente a frente con todo el cuerpo visible: piernas, sillas, posición de las manos, etcétera. El escenario físico es el patio principal de un edificio colonial, probablemente un convento. Por tanto, puede decirse que el conjunto analítico completo que considero mi universo 109 desde esta tribuna A estas alturas es, por lo tanto, bastante evidente que sea lo que fuere que quisiera yo atestiguar sobre el episodio de contacto visual, el significado que le atribuyo es una completa reconstrucción, si no es que una fabricación de pies a cabeza; un efecto ex post, cabe esperar que “descubierto mediante la acción selectiva de la atención reflexiva” (Turner 1987: 97). A su vez, todos los distintos componentes de este mínimo paquete analítico son, sin duda, configuraciones. Esos (conjuntos de) textos verbales y visuales y la conexión entre ellos (invisiblemente) urdida son el resultado de procesos de resignificación que realizaron otras personas; provienen de las vías de circulación de los mensajes a través de diferentes medios de comunicación y de (los conjuntos de) transformaciones que así experimentan. En realidad, los datos y el análisis sólo atestiguan la naturaleza polimorfa y fugaz de las operaciones de creación y recreación de sentido. Esto, sin embargo, no debe ser un obstáculo: el análisis de discurso, la observación etnográfica, (algunos de investigación incluye varios componentes adicionales y numerosas facetas (reales o potenciales). Por ejemplo, es posible mostrar el trabajo retórico que se materializa en la versión periodística del discurso de Esther en La Jornada, donde aparentemente el editor introdujo la estructura de los párrafos, en comparación con la versión de internet, que tiene una presentación textual muy diferente. Esta última, que considero mucho más cercana a los originales de Esther (de los que no dispongo), está toda en mayúsculas, con algunos blancos gráficos, aproximadamente vinculados a un patrón de puntuación muy simple: comas y puntos. Se puede encontrar en las siguientes direcciones: en español: http://www.ezln.org/marcha/2001328a.es.htm, “Mensaje central del EZLN ante el Congreso de la Unión, miércoles 28 de marzo de 2001, Comandanta Esther”; en inglés: http://www.ezln.org/marcha/2001328a.en.htm, “Words of Comandanta Esther at the Congress of the Union”; en italiano: http://www.ezln.org/marcha/ 2001328a.it.htm, “Comandante Esther dalla tribuna del parlamento”. Empecé a trabajar con la versión periodística porque fue la primera que llegó a mis manos. Al mismo conjunto analítico pertenecen respectivos números de dos publicaciones (hasta entonces para mí desconocidas), en las que la Marcha ocupaba la portada, cortesía de un sobrino mío que estudia arte. Una de ellas, titulada Conciencia, se publica en la capital de un estado vecino, Tlaxcala, con financiamiento del organismo oficial de atención a los jóvenes (Instituto Tlaxcalteca de la Juventud); la otra es un trabajo conjunto de estudiantes de las dos principales universidades de la ciudad de México: la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) y la UAM (Universidad Autónoma Metropolitana). Los jóvenes periodistas vienen de las carreras de letras, ciencias políticas, economía, diseño, sociología y comunicación, a nivel licenciatura. El elocuente título de la revista es La Guillotina (Exigió lo imposible!); el número en cuestión es el 47, verano de 2001. No me ocupo aquí de manera explícita de ninguno de estos datos, pero todo este material ha sido recogido, puesto aparte (como diría De Certeau) y observado, si no en efecto leído, por la analista. 110 Teresa Carbó de) los estudios sobre los medios masivos y la historia, todos juntos y múltiplemente contaminados, pueden fundirse en una disposición analítica de tipo particular. Ello no tiene nada de sorprendente: “lo que llamamos nuestros datos son en realidad construcciones nuestras sobre las construcciones de otras personas acerca de lo que ellos y sus compatriotas estarían haciendo”, dice Geertz (1973: 9), y añade: Nada hay en esto de particularmente erróneo, y en cualquier caso es inevitable. Pero sí lleva a pensar que en la investigación antropológica hay más actividad observacional y menos actividad interpretativa de la que en verdad hay. Ya desde el mismísimo fundamento factual, desde la base de dura roca, si es que existe alguna, de toda la empresa, estamos explicando: peor aún, ya estamos explicando explicaciones. Guiños sobre guiños sobre guiños. Ni modo y que así sea. También puede considerarse que el guiño, o contacto visual, implica (condensa) un gran volumen de experiencia compartida o información histórica: los contextos (vistos en plano medio o en relación con los remotos orígenes) del levantamiento, el desarrollo inicial y el seguimiento secuencial del movimiento zapatista desde su inicio, en enero de 1994, dentro de la muy compleja e interesante escena política nacional del México contemporáneo. La cantidad de literatura especializada que se ha escrito sobre la rebelión de Chiapas ya es inmensa, prácticamente inmanejable. Sólo puedo referir a los lectores, para algunas perspectivas e interpretaciones generales, a unos pocos (e iluminadores) títulos como De Vos (2002), García de León (1997), Gilly (1997), Díaz-Polanco (1997), Harvey (1998) y Rovira (1997). Este último se centra en las mujeres y es muy esclarecedor; De Vos presenta un espléndido estudio histórico de la región entre 1950 y 2000, en el último volumen de una trilogía que abarca casi quinientos años. Los dos siguientes autores trabajan sobre cuestiones étnicas y estudios campesinos, también con una perspectiva histórica. Los otros dos son excelentes obras de antropología política: sobre la demanda de autonomía y la lucha por la tierra como conceptos claves. El conjunto ofrece una sólida y precisa visión general sobre la rebelión zapatista, desde múltiples puntos de vista y con una profundidad estructural de larga duración que hace el asunto más comprensible dentro de su complejidad.8 8 Otros títulos recientes, como Arnson y Benítez (2000) reproducen (y editan, con un muy agradable sabor oral) las actas de un encuentro (mayormente académico) que fue patrocinado por el Woodrow Wilson Latin American Program y que reu- 111 desde esta tribuna A ello debe sumarse el trabajo de June C. Nash, una antropóloga del grupo de Chicago, que inició su trabajo de campo en Amatenango del Valle, Chiapas, a fines de los años cincuenta. Durante los siguientes cuarenta años, visitó la zona con regularidad. Alrededor de 1986, empezó de nuevo a hacer trabajo de campo con sus estudiantes por varios años. Estaba prácticamente allí justo durante los tiempos previos a la insurrección, y su reciente libro (2001) es una presentación amplia y precisa de la zona, la gente, las cuestiones involucradas, los conflictos, los programas oficiales y el lento tejido de nuevas formas de comunicación política y de lucha moral, coincidentes con una migración masiva y la recreación y el reordenamiento de las maneras sociales. “Estar ahí”, el epítome de Nash para los estudios de comunidad que la iniciaron en la práctica antropológica, también se puede aplicar a su haber estado allí en la ventajosa posición del testigo (Goffman 1959: 9). Gracias a ese estudio, es posible observar, sin desencanto ni lamentos, lo que ella llama “contraestrategias indígenas frente a los procesos de globalización”, es decir, las formas de resistencia, nada ingenuas, que adoptan los grupos étnicos frente a las “instituciones económicas invasoras que minan [sus] estrategias de subsistencia” (Nash 2001: 247). El libro sitúa nió, en enero de 1999, una combinación realmente interesante de actores políticos “pro” y “contra”, algunos de los cuales, como Manuel Camacho Solís, tuvieron responsabilidades del más alto nivel por parte del gobierno federal en las negociaciones con los zapatistas. Chenaut y Sierra (1995) es una buena selección de textos de diversos especialistas sobre los distintos aspectos legales de las cuestiones étnicas en México y América Latina, desde el punto de vista del derecho tanto constitucional como consuetudinario. Villoro (1999) hace un tratamiento (verdaderamente) filosófico de los temas de la diferencia, la otredad y la pluralidad, a la luz de las luchas étnicas por el reconocimiento de los derechos políticos, culturales y sociales. Sánchez (1999) es una buena revisión de las fases históricas del indigenismo institucional mexicano, así como un seguimiento cuidadoso y esclarecedor de los principales textos y tomas de postura de los zapatistas sobre el tema de la autonomía. Carbó 1983 presenta un debate de 1952 en el que son claramente visibles algunos rasgos canónicos del tratamiento discursivo parlamentario mexicano del tema de los grupos étnicos. Carbó (1990 y 1997) ofrecen (respectivamente) un sumario de formas lingüísticas para definir la “otredad” de los grupos étnicos frente a la así llamada sociedad nacional, y un panorama del discurso de las políticas mexicanas para los grupos indígenas en el marco de la retórica oficial posrevolucionaria. Para fines documentales, las compilaciones publicadas en México por la editorial Era son particularmente cuidadosas y confiables. Tanto Memoria (mensual) como Proceso (semanal) siguieron de cerca el levantamiento zapatista y sus consecuencias. 112 Teresa Carbó con claridad las cuestiones de la etnicidad, la autonomía, la diferencia (y el respeto) dentro de un contexto histórico específico en los Altos y la Selva de Chiapas, en un mundo neoliberalizante, global e inescapable. En su lucha por la supervivencia, los grupos étnicos se han globalizado, y están creando nuevas posiciones sociales y políticas de sujetos. Tal como lo hizo Esther en la famosa ocasión parlamentaria. El drama social en la actuación parlamentaria El concepto de actuación, la ejecución de un drama ritual de significación política y social, tal como es desarrollado por Victor Turner (1987: 74-5), se ajusta muy bien a las múltiples y variadas dificultades que se me presentaron al ocuparme de la acción simbólica de Esther. La naturaleza problemática de mi postura analítica es más grave porque intento seguir la resonancia que ella creó en mí como integrante de los públicos a los que se dirigía. Un impulso analítico de este tipo está por supuesto cargado de potenciales malentendidos, desde una admiración académica condescendiente ante un trabajo semiótico de primer orden, hasta el riesgo de simple error al situar o detectar los patrones específicos de acentuación, prosódica y argumentativa, propios de Esther. El impulso de trabajo es a la vez personal y profesional, pero la distancia que media entre las condiciones de vida de Esther y las de una investigadora urbana es inmensa, y aunque ambas personas comparten un cierto espacio nacional —determinado país—, habitan mundos totalmente diferentes.9 Soy una analista de discurso y he trabajado durante muchos años sobre el discurso parlamentario para cuestiones indígenas, pero está por definirse con exactitud la naturaleza parlamentaria de la intervención de Esther. No soy, sin embargo, una experta en el discurso zapatista, aunque colaboré con un proyecto de investigación sobre la repercusión internacional del movimiento zapatista en la prensa de algunas ciuda- 9 Éste es el exacto territorio en el que Vargas-Cetina (2001:69) detecta las diferentes formas de falso reconocimiento en que incurrimos “nosotros los mexicanos” (una generalización, en mi opinión) “cuando se trata de los pueblos indígenas contemporáneos”. Aunque un poco demasiado severo, y un tanto escéptico, este artículo es de leerse porque proporciona un ángulo de visión de (algunos aspectos de) la rebelión étnica de Chiapas que rara vez son tratados tan abiertamente. 113 desde esta tribuna des capitales (Francia, Alemania, México, España, Estados Unidos) (Huffschmid 2000 y 2001). Pero, y esto es crucial, no soy indígena y mi lengua materna es el idioma oficial y dominante del país. Además, no conozco ninguna de las lenguas mesoamericanas de México, alguna de las cuales debe ser la lengua materna de Esther. Sin embargo, si hemos de incluir en el objeto de investigación cuerpos y miradas y otras experiencias aparte de las sólo verbales (tales como ciertos ecos particulares que forman parte de la respuesta del propio analista a una instancia dada de acción semiótica pública), quiero dar aquí testimonio de que la actuación de Esther en la escena legislativa tuvo sobre mí (y seguramente sobre otros millones de seres humanos) un notable efecto curativo. Después de tanto tiempo y tanto esfuerzo de tanta gente, y a pesar de tan denodada, feroz y mezquina oposición en todos los niveles de la escena política, allí estaban sin duda, los mismísimos zapatistas, en el Salón de Sesiones Plenarias de la Cámara de Diputados, en la tele de todas las casas, por medio de la voz y la presencia de esta mujer indígena enmascarada, de pequeña estatura y paso firme, en paz consigo misma y con todos los demás, que actuaba con un talento sin paralelo. La capacidad curativa de su aparición pública y su actividad semiótica puede adscribirse a los procesos simbólicos que Turner percibe en las fases reparadoras de los dramas sociales (negociar, transformar, cambiar, reconocer los hechos, adaptarse a un nuevo estado de cosas). En el contexto traumático de la guerra de Chiapas hoy día, la presentación de los zapatistas en el Congreso de la Unión era, ante todo, una situación no violenta. Felizmente, era un encuentro mutuamente acordado, de naturaleza comunicativa y política, para una confrontación argumentativa y razonable. El acontecimiento y todo cuanto lo rodeó lograron una convergencia de fuerzas de la mayor importancia para México, su cultura política y su tejido social básico. La estructura entera de un drama social puede verse como “el proceso de convertir valores y fines particulares, distribuidos entre una gama de actores, en un solo sistema (que puede ser temporal o provisional) de significado compartido y consensual” (Turner 1987: 97). Esto y nada menos es lo que Esther consiguió en el escenario: una renegociación de los límites y las identidades de los grupos, una redistribución muy original del derecho a actuar y de las pretensiones de legitimidad semiótica, en una situación de (micro)crisis, junto con la creación de nuevos significados y símbo114 Teresa Carbó los, mediante un trabajo comunicativo público, a la vez observante de las reglas e innovador (por momentos, cercano a un estatus fronterizo). El resultado de la fase reparadora, dado que actúa en el idioma metafórico de un proceso ritualizado (Turner 1987: 75), puede ser “o bien la integración del grupo social perturbado, o bien el reconocimiento y la legitimación sociales de un cisma irremediable entre las partes contendientes”. En realidad, en cualquier punto del tiempo (y del espacio) los resultados pueden ser numerosos, conforme se van produciendo bifurcaciones sobre bifurcaciones en las múltiples y crecientes redes de acontecimientos que constituyen cualquier instancia particular de actividad semiótica. Esto permite (autoriza) al etnógrafo, al analista de discurso, al semiótico y al antropólogo social “congelar” cierto ángulo o “toma” (Becker 188: 24), un punto de vista dentro de un universo inmensamente complejo e inabarcable de fenómenos interconectados (Nash 2001: 272). La toma, o sede de la observación, puede muy bien ser aquella que se le presentó a la ahora-analista en su vida cotidiana; y es uno, sólo uno, de la miríada de posibles enfoques ante el acontecimiento. El curso de las cosas, o su trama, continúa y evoluciona como y donde le es posible, siguiendo líneas de indeterminación en la vida social y semiótica (Moore 1975: 219), mientras los participantes ponen en acto una lucha continua por los significados y los mensajes. En el Chiapas actual la guerra semántica (Barthes 1984) es por cierto enconada, a menudo mortífera, y la cantidad de energía que los zapatistas han dedicado a las luchas semióticas (la creatividad literalmente vital del movimiento en la esfera de prácticas significantes de amplio alcance y múltiple resonancia) no es gratuita.10 Los fenómenos de comunicación tienen una importancia crítica para las posibilidades de mera supervivencia del zapatismo, de trasponer el aislamiento, con graves necesidades materiales y en el marco de una decidida militarización invasora y hostil (ver Nash 2001: 272, n. 8). 10 Algunos aspectos de la interesantísima vertiente semiótica de la lucha de los rebeldes por obtener reconocimiento y autonomía se examinan en Belausteguigoitia Rius (1995, 1998, 2001), Mier (1995), Rajchenberg y Héau-Lambert (1996), Peña-García (2000), Emilsson y Zaslavsky (2000), Zaslavsky (2000), Huffschmid (2000, 2001), Rovira (2001), Carbó (2002),Gutiérrez (2002), Hernández (2002), Moreno (1998), Ruiz (2002a, 2002b), Vanden (2001, 2002). Aunque cabe pensar que la importancia de las prácticas significantes en el movimiento zapatista y su transformación e intenso despliegue mediante operaciones estratégicas pudieran haber tenido mayor eco en los campos académicos. 115 desde esta tribuna Frente al efecto de fijación que una toma determinada produce, conviene subrayar el carácter procesal de los acontecimientos. Al respecto, me gustaría (re)deferir a Sally F. Moore y June C. Nash, y evocar el énfasis que ellas ponen en la crucial importancia del tiempo en las prácticas etnográficas, y la necesidad de un concepto del tiempo modulado de manera flexible, si uno quiere lograr descripciones matizadas y densas. La vida social presenta una variedad casi infinita de situaciones finamente distinguibles y todo un despliegue de situaciones bastamente diferenciadas. Contiene también campos donde la competencia es continua. Procede dentro del contexto de un conjunto siempre variable de personas, en momentos cambiantes en el tiempo, en situaciones que se transforman e interacciones parcialmente improvisadas. Existen reglas, costumbres y marcos simbólicos establecidos, pero éstos operan en presencia de zonas de indeterminación o ambigüedad, de incertidumbre y manipulabilidad. El orden nunca se impone del todo, ni podría hacerlo. Los imperativos culturales, contractuales y técnicos siempre dejan brechas, requieren ajustes e interpretaciones para ser aplicables a las situaciones particulares, y están ellos mismos llenos de ambigüedades, inconsistencias y a menudo contradicciones (Moore 1975: 220). La argumentación entera donde aparece esta aseveración, toda la exposición de la autora sobre la naturaleza paradójica de la intervención analítica, tiene particular relevancia para los problemas conceptuales de la actuación de Esther, y de las recepciones que esa actuación se propuso y proyectó. Por su parte, June Nash (2001: 221), al ocuparse específicamente del levantamiento zapatista, dice lo siguiente: “La fluidez de la condición humana puede captarse para cada momento en un continuum [red o terreno, sugeriría yo] espacio-temporal, de manera tal que ilumine las fuerzas en operación”. Esther bajo los reflectores En este análisis, Esther es el foco principal. Considero mi tarea como un intento personal, fragmentario, de “ponderar [sus] propios recursos y [sus] fundamentaciones de creencias y acciones, y la manera en que éstas se comunican a grupos más amplios” (Nash 2001: 222). Sería mi (muy ambicioso) objetivo articular (algo de) la teoría de Esther sobre el drama social; mostrar que la tiene en efecto y la despliega en su desempeño, en lo que efectivamente dice y hace. Pero parecería necesario mucho más contexto del que puedo proporcionar en este espacio para 116 Teresa Carbó entender la amplia y compleja gama de los muchos aspectos de la actuación pública de Esther. Por ejemplo, como mujer indígena, el mero hecho de que la responsabilidad comunicativa recayera sobre ella para esa ocasión debe apreciarse sobre el telón de fondo de lo que sólo recientemente está dejando de ser el comportamiento comunicativo característico de las mujeres indígenas: un silencio público virtualmente total. La comandanta Esther, oradora notable, es hasta donde se sabe de origen tzeltal; su porte físico sugiere que tiene veintitantos años (tal vez un poco más), y su desempeño comunicativo en espacios públicos es altamente eficaz. Ésta es toda la información disponible, dado que se trata en efecto de una indígena rebelde no identificada, en este caso encargada de una tarea específica que contó (por el día) con el pleno reconocimiento legal oficial del gobierno mexicano. En el encuentro parlamentario, Esther tuvo locación inicial. El suyo fue el primer turno discursivo sustantivo, una vez concluido el elaborado protocolo de entrada, instalación y bienvenida. Su primer macro acto de habla (párrafos 1-12/102) se dedicó a una tarea de alto riesgo, soberbiamente resuelta. A saber, presentarse como portavoz del mensaje oficial del CCRI (Comité Clandestino Revolucionario Indígena) del EZLN y, a la vez, aludir directamente al tema de por qué era ella y no el subcomandante Marcos, la encomendada con esa tarea; contra las expectativas de todo el mundo, a las cuales hizo específica referencia. Sabemos que nuestra presencia en esta tribuna provocó agrias discusiones y enfrentamientos. Hubo quienes apostaron a que usaríamos esta oportunidad para insultar o cobrar cuentas pendientes y que todo era parte de una estrategia para ganar popularidad pública. Algunos habrán pensado que esta tribuna sería ocupada por el Sup Marcos y que sería él quien daría el mensaje central de los zapatistas. Ya ven que no es así (párrafos 4 y 7, versión de La Jornada). Por respeto al Congreso y al encuentro que se estaba celebrando, explicó, no habían elegido como representante en esa tribuna a un miembro del ejército rebelde. El subcomandante Marcos es sólo un jefe militar y ellos, los comandantes indígenas, son la legítima y más alta autoridad civil, la dirección del movimiento rebelde. Ése fue su mensaje, claro, pragmáticamente subrayado, relativo a las controvertidas cuestiones de la dirección indígena/no-indígena y del peso relativo de los sectores militar/civil dentro del movimiento. En la misma zona textual de fase inicial dio todavía otro paso discursivo inesperado: reconoció explícitamente el valor simbólico de la tribuna (el elemento de mobiliario físico), la exacta locación espacial 117 desde esta tribuna desde la cual hablaba, admitiendo que el acceso a “la tribuna” había sido motivo de una ardua lucha por parte de los zapatistas y de una intensa oposición por parte de otros sectores de la escena política nacional. También identificó su propia presencia y tarea comunicativa como un “símbolo”. Esta tribuna es un símbolo. Por eso convocó tanta polémica. Por eso queríamos hablar en ella y por eso algunos no querían que aquí estuviéramos. Y es un símbolo también que sea yo, una mujer pobre, indígena y zapatista, quien tome primero la palabra y sea el mío el mensaje central de nuestra palabra como zapatistas. Esta referencia casi brechtiana al uso deliberado que los zapatistas hacen de los espacios institucionales y los recursos simbólicos constituye otra vuelta de tuerca en el ejemplo político que se podía considerar que los zapatistas estaban brindando (tácitamente) a su público específico (los legisladores). Como tal, también es prueba de que éstos son tiempos de “efervescencia social”, como Turner (2001: 77), siguiendo a Durkheim, los llama; cuando las posiciones relativas de los actores y sus límites se negocian y transforman siguiendo nuevas líneas de fuerza en el trazo de las alianzas. Durante su actuación en la sala de sesiones, Esther mantuvo un control expresivo impecable; ni una sola nota en falso perturbó el tono de su presentación; estaba claro que había gozado de una dirección escénica más que adecuada (Goffman 1959: 52). El manejo de miradas que exhibió la comandanta no fue demasiado elaborado, y ello resultaba razonable, dadas las condiciones materiales en las que se desenvolvía. Esther estaba de pie, en una posición aislada, plenamente visible, sus pies calzados con huaraches o algún tipo de zapatos bajos (sin tacones, calcetines ni medias), frente a un podio que resultaba demasiado alto para ella y sobre el que había dos micrófonos. Se mantenía erguida y alerta sin ninguna tensión perceptible. Cuando alzaba la cabeza y los ojos (y algo de la parte superior del torso), en los finales de las unidades compositivas comunicativas, su mirada era de nuevo firme y clara, enfocada en la distancia pública de fase cercana, según Edward T. Hall (1982: 123), entre 3.5 y 7.5 metros. Mientras hablaba, una de las cámaras hizo varios acercamientos a la zona de sus ojos. Por lo que se podía apreciar en la transmisión televisiva, es posible que tuviera a algunos legisladores (sólo unos pocos) frente a ella, a una distancia social de fase lejana, 2 a 3.5 metros (Idem: 122), a los que tal vez dirigía más específicamente algunas partes de su discurso. 118 Teresa Carbó Gracias a la presencia de un muy buen sistema de sonido, su modulación vocal no requirió esfuerzo para sostener el volumen ni una pronunciación particularmente marcada (como en el Ajusco), de modo que su melodía comunicativa personal resultaba perceptible y, una vez más, convincente. Aunque a veces se notó que sus acentuaciones retóricas no correspondían exactamente al patrón sonoro del discurso público en español estándard, la musicalidad de su producción vocal era agradable de oír. En todo caso, me pareció que cierta monotonía llegó a imponerse en algunos tramos de su discurso, en la zona media, aunque no se ha hecho aún el estudio de su prosodia en español. La fotografía 1 apareció en la página ii (de viii) del Perfil del 29 de marzo. No es particularmente elocuente, pero da cierta sensación volumétrica de Esther, junto con una idea básica de su apariencia en el momento del habla. También es prueba del tributo que la visión periodística rinde a la convención del yo-como-personaje (Goffman 1959: 252), es decir, una especie de psicobiología de la personalidad que asigna (predominantemente) a la parte superior del cuerpo el valor de yo (mismo). Esta noción, que busca la “individualidad”, es particularmente inadecuada en el caso de individuos cuyos rostros, precisamente, entre todos los elementos que componen la parte superior del cuerpo, están cubiertos. Sin embargo, un cuerpo y una cabeza vivos y comunicantes nunca pierden del todo la expresividad. Como se ha señalado, ésta se traslada (y se concentra) en las áreas de la cara que quedan desnudas. En la fotografía, Esther levanta los ojos de lo que está leyendo, pero no mira a la cámara. En la toma ligeramente oblicua es bien visible su área ocular (incluidas las cejas y el puente de la nariz). No hay agitación en la superficie de sus rasgos; todo parece en su lugar, alerta y enfocado; también tranquilo y cauteloso. En términos de atavío, la opción se situó hacia el extremo formal del espectro; Esther llevaba un atuendo étnico completo: blusa, falda y quesquémetl o chalila, un conjunto sin duda demasiado abrigado para el recinto, pero que inequívocamente procedía de los fríos Altos de Chiapas. Ninguna concesión a la forma “occidental” de indumentaria fue visible en el caso de Esther, aunque algunos de los otros comandantes (varones) llevaban gorra encima del pasamontañas. La naturaleza parlamentaria precisa del acontecimiento en el que los zapatistas fueron recibidos era una solución inteligente (cuyo origen o autoría se ignora) a un impasse de procedimiento (entre tantos otros, 119 desde esta tribuna de todo tipo, origen y nivel). Los zapatistas habían pedido un encuentro con “el Congreso (de la Unión)” (sin más condiciones públicamente conocidas, pero...). El gobierno tuvo una línea de conducta confusa, obviamente dividido en bloques, líneas y sectores opuestos, mientras el aparato político partidario mostraba en la escena nacional una situación volátil y muy complicada, y existía siempre el riesgo de que la movilización de masas en la ciudad capital escalara. Cuando el tiempo ya casi se acababa, el PRD, Partido de la Revolución Democrática, oposición de izquierda, y algunos —numerosos— diputados del viejo y conocido PRI, Partido Revolucionario Institucional, lograron vencer en la votación al partido en el gobierno, el PAN. En el último minuto, los comandantes rebeldes visitantes fueron invitados a una reunión conjunta de las dos comisiones encargadas del análisis de la Ley de Derechos Indígenas: una de Asuntos Indígenas y la otra de Estudios Constitucionales; es decir, a un supuesto encuentro a puerta cerrada, aunque fue transmitido en vivo en cadena nacional. Esto también es un buen indicio incidental de la medida en que la paradoja como principio práctico, constitutivo, permea la política mexicana incluso en su funcionamiento institucional, oficial. Por su parte, los zapatistas, con infalible buen sentido semiótico, prefirieron la fuerza tangible de un espacio físico (el salón de sesiones plenarias de la Cámara de Diputados) antes que una discusión sobre el estatus jurídico del encuentro. Aceptaron la invitación. Así, algunos expertos juristas (un poco demasiado) puntillosos del partido en el gobierno, y todos aquellos que detestan la idea de ver a “una bola de indios alzados” en el Congreso tuvieron la satisfacción formal de que no se violaba la Constitución al dar la palabra a oradores que no eran legisladores en ese (solemne) territorio de naturaleza institucional. La semiótica zapatista Llevar hasta el límite el trabajo semiótico ha sido característico de la lucha zapatista. A este respecto, la presencia de Esther en el Congreso no fue una excepción. En esa misma ocasión, tuvo lugar otra instancia de la manera creativa en que los zapatistas conciben y emplean las potencialidades del sistema. La fotografía 2 muestra a los comandantes cantando el Himno Nacional en la clausura de la ceremonia parlamentaria: su saludo, con la mano izquierda en ángulo a la altura de la sien, 120 Teresa Carbó es militar, y no civil (que hubiera requerido el brazo derecho doblado horizontalmente con la mano cruzada a la altura del corazón); pero claro: se trata de insurrectos. Ofrecen sus respetos a uno de los símbolos nacionales más hondamente arraigados en la práctica civil de la sociedad mexicana, y lo hacen a su propio modo, no autorizado. Se puede decir que cumplen las reglas a contrapelo, y así actúan sobre (y contra) muchas de las prácticas y rutinas del estilo mexicano de dominación política. Si suponemos que el saludo es una puesta en escena militar del patriotismo, entonces los zapatistas logran actuar lo que son: una nueva forma de rebelión étnica armada, con múltiples facetas y recursos inesperados, en grave confrontación con el estado de cosas establecido. Es también novedosa su lectura auto-constructora de la épica nacional. El zapatismo declara y reclama como su fundamento la continuidad histórica con una determinada tendencia revolucionaria campesina dentro de la historia mexicana del siglo XX e incluso antes. El general Emiliano Zapata y su lucha por la tierra (y las formas campesinas de vida social y régimen de gobierno) son desde luego una fuente de inspiración central, pero hay otras, desde la guerra de independencia (Morelos, Hidalgo) en el siglo XIX, hasta, más profundamente aún, antiguas costumbres, creencias y modalidades expresivas étnicas propias de Mesoamérica (ver Gilly 1997 y Rajchenberg y Héau-Lambert 1996). Como movimiento armado, no son particularmente militaristas y siempre han insistido en su esperanza de desmantelar su actual forma insurreccional, cuando la rebelión ya no sea necesaria para hacerse ver y oír. Los zapatistas, y vale la pena insistir en ello, no son terroristas de ninguna especie. Son rebeldes armados de un peculiar género humanista, que característicamente han apelado a la razón en las cuestiones conflictivas y a la acción simbólica como forma preferida de intervención política. El 1º de enero de 1994, con ocasión de su primera aparición pública y declaración de intenciones, los zapatistas sólo llevaron a cabo, desde un punto de vista estrictamente militar, unos pocos actos de “propaganda armada” (como un viejo paradigma los habría calificado), muy impresionantes y eficaces, de nivel regional. Desde luego, tuvieron un costo en vidas, aunque todo obedeció a una cuidadosa planeación, en la que se desempeñaron con precisión y éxito notables. Literalmente tomaron por asalto todas las cabeceras municipales importantes de la 121 desde esta tribuna región, y desde allí lanzaron su Primera Declaración de la Selva Lacandona. Después, se retiraron a posiciones no reveladas, en las Montañas del Sureste Mexicano. En mitad de la celebración del Año Nuevo, los mexicanos de las ciudades y el resto del mundo quedamos pasmados. Su entrada en escena fue abiertamente teatral, y el momento elegido se ajustó puntualmente al ingreso oficial de México en el TLCAN (y al estilo-de-vida-del-Primer-Mundo para-todos-nosotros parasiempre-jamás, y otras sólidas seguridades ofrecidas por el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari). Lograron abrir un canal comunicativo y empezaron a hacer uso de él mediante el extenso, argumentativo y poderoso texto de declaración de guerra y de principios políticos (ver EZLN 1994: 33-5). El diseño de la página del Perfil de La Jornada en el que apareció la fotografía 2 merece cierta atención. El título está situado en el borde inferior, colocación que no es poco habitual, y aunque el mensaje lingüístico no se presenta en tipografía de gran tamaño, su contenido y su forma sintáctica (“Llegó al Congreso la palabra verdadera”) son interesantes. Verbalmente, los zapatistas no están nombrados de manera directa; se les asimila a una entidad abstracta, positivamente valorada: “la palabra verdadera”. Ello es un claro eco tanto del discurso de Esther en la ocasión, como de la conocida reapropiación zapatista de una antigua forma tzeltal de auto-identificación grupal (“los hombres verdaderos”, “los que hablan una palabra verdadera”), nuevo ejemplo de cuán activo está el pasado en la lucha semiótica de los grupos indígenas mesoamericanos contemporáneos (ver Nash 2001: 235). En el nivel de la estructura de la frase, el orden sintáctico preferente del español (SVO) se invierte, con el verbo en una estructura preposicional y la expresión locativa (el Congreso) en lugar inicial, lo que subraya la naturaleza casi inalcanzable de esa posición de habla. Sin embargo, por muy lejano e improbable que tal acontecimiento pudiera parecer, según los ecos producidos por el orden sintáctico, la foto atestigua que sí ocurrió, después de todo. La cámara logra encuadrar a siete comandantes desde una posición oblicua, elevada y presumiblemente distante (aunque sólo se distingue confusa o mínimamente a los individuos situados en la esquina superior izquierda e inferior derecha), que es la dirección en la que corre la línea que define la composición entera de la imagen. Esther se encuentra exactamente en el medio de ellos, y prácticamente ocupa el centro geométrico de toda la 122 Teresa Carbó página. La blancura de su atuendo tradicional femenino aumenta el efecto de focalización. Para un lector habitual del periódico, un posible itinerario de lectura de toda la portada puede iniciar con una breve ojeada de abajo hacia arriba para simplemente constatar la presencia del encabezado estándard del suplemento. Una vez resuelto eso, la unidad inmediata siguiente de aprehensión es el recorrido visual de los comandantes a lo largo de la línea estructural descendente, con un alto involuntario (un close-up, de formato pequeño) en el sexto individuo, con quien el espectador se encuentra de pronto en marcada cercanía, casi intimidad. De ahí, la mirada se traslada al texto verbal en el margen inferior. Y luego, cuando ha concluido el desciframiento del mensaje verbal, un rasgo textual “dado” dentro de él promueve un “cierto” trecho visual subsecuente. Me refiero al hecho de que “verdadera”, último elemento léxico de la frase, es un adjetivo que bien puede aplicarse a un individuo humano del sexo femenino. La posibilidad de esta identificación semántica se añade a la “naturalidad” del movimiento de lectura que regresa desde el extremo inferior derecho de la página y sube hacia el centro del escenario/página, donde se encuentra (con) Esther. El proceso de aprehensión hace, pues, una última parada en su pequeña figura, resuelta y bien definida. En la lengua dominante Durante el transcurso de todo su desempeño parlamentario, Esther actuó en español, y lo hizo con notable eficacia. Leyó de hojas sueltas (papel blanco tamaño carta), más al estilo de un político que en el caso del resto de los mítines de la Caravana (incluido el del Ajusco), donde todos los comandantes (también Esther) llevaban cuadernos escolares (un tanto maltratados) con espirales de plástico y pastas de cartón. Mientras Esther leía en el Congreso, ciertos movimientos expresivos de cabeza y ojos fueron puntuando la materialización de variadas unidades semánticas y niveles de enunciación en su oratoria, a la cual mantuvo todo el tiempo en clave media, con un código de énfasis más sutil que fuerte. De hecho, se desenvolvió como si siempre hubiera poseído esa soltura, y como si nunca hubiera tenido que “abrirse paso a trompicones a través de un periodo de aprendizaje” (Goffman 1959: 47). El español es segunda lengua para Esther, debemos recordar, aunque la calidad de 123 desde esta tribuna su actuación fue tal que, poco después de concluida la escena, se la comenzó a identificar como maestra, es decir, como parte del sector más bilingüe de los grupos étnicos.11 Desde un punto de vista teatral, su condición de portadora de una palabra colectiva fue confirmada por su persona enmascarada y su particular aplomo. Y a la vez, logró actuar un yo (¿su yo (misma)?) “presentado mediante una actuación que rompe los papeles establecidos [...] y que declara ante un público determinado que uno ha experimentado una transformación de estado y de estatus, se ha salvado o condenado, elevado o liberado” (Turner 1987: 81). Desde otro punto de vista convergente, también se la puede considerar como un individuo “que ocupa temporalmente una posición, en un acontecimiento que implica inversión y cambio de los marcos y símbolos sociales y culturales”, y que genera “formas sociales en el proceso de remplazar las reglas o formas existentes por nuevas reglas o formas (es decir, el paso de un tipo de ordenamiento determinado a otro)” (Moore 1975: 228-9). El hecho de que el español sea la lengua de comunicación pública de Esther y que lo emplee con tanta naturalidad comunicativa produce una inversión nítida de la evidencia acumulada de datos sobre el discurso-parlamentario-sobre-asuntos-indígenas con el que trabajo (Carbó 1996, vol. 2). Hay muchas ocasiones en la práctica parlamentaria en que los grupos étnicos y su contribución específica a la identidad nacional mexicana son mencionados, invocados y celebrados, aunque ni remotamente son tantos los casos de personas indígenas físicamente presentes en la Cámara. Sucedió, por ejemplo, el 12 de octubre de 1940, en el último año del periodo presidencial de Lázaro Cárdenas, cuando se celebró el aniversario oficial del descubrimiento de América por Colón con una sesión solemne del Congreso de la Unión en reconocimiento a la política de “rehabilitación de los indígenas” seguida por el presidente. Un discurso en náhuatl (en realidad, en “idioma azteca”) añadió su 11 “Una escena correctamente representada y actuada lleva al público a imputarle un yo al personaje representado —esta imputación, este yo, es un producto de la escena que resulta de ella, y no es su causa” (Goffman 1959: 252, cursivas del original). La cita resuena de un modo extraño ante la aparición enmascarada de Esther. ¿Qué yo es su yo (misma) detrás de la máscara? Si se la quitara ¿cuánto más sabríamos? He ahí el juego de imbricaciones de las cajas chinas, aunque sólo sabemos lo que los zapatistas nos hacen saber: Esther es una mujer indígena en armas, que habla en nombre de muchos otros. Eso debería bastar. 124 Teresa Carbó pauta sonora a la solemne (y devota) ceremonia. Una transcripción, de dudoso estatus ortográfico, apareció en el Diario de Debates, seguida de una (auto-denominada) traducción, proporcionada por el mismo individuo, un diputado de origen no precisado (dentro de la sesión), probablemente un mestizo. Según su propia versión española del “idioma de los indígenas” (así nada más, sin ninguna marca visible de inclusión del propio hablante), el hablante transmitió los contenidos ideológicos de los dominadores en un idioma mesoamericano que sin razón expresa resultó que él hablaba. Dedicó la mayor parte de ese privilegiado turno discursivo a agradecer efusivamente a Cárdenas por haber “rescatado” a los pueblos indígenas de cuatrocientos años de olvido. Ese diputado bilingüe parecía encontrarse allí simplemente como contraprueba de una exclusión sistemática, una presencia sólo un poco más activa que la que se otorgó, unos dos años más tarde, a los representantes de diversos grupos étnicos, cuando la presión de Estados Unidos sobre México durante la Segunda Guerra Mundial cobraba ya su cuota en cuanto a escenificaciones rituales de valor ideológico e intención política. La sesión parlamentaria del 24 de diciembre de 1942 se consagró a un homenaje del Congreso “al indio mexicano” (literalmente: forma masculina, definida, singular), frente a ese “perturbado individuo en Europa que sostiene teorías racistas contra la democracia en el mundo”. Durante todo el homenaje, los individuos étnicos que según reporta el Diario estuvieron presentes guardaron completo silencio; fueron gráficamente invisibles (Carbó 1988). Esther, por su parte, apeló al español, idioma oficial y dominante en el México contemporáneo, emblema de la ocupación colonial y del subsecuente control oficial en manos de los otros. Utilizó el español, como los demás comandantes zapatistas habían estado haciendo a lo largo del itinerario de la Caravana, para transmitir lo que ella/ellos quería/an hacer llegar a un público inmensamente variado, en encuentros públicos de tipo cara-a-cara y también de circulación electrónica potencialmente ilimitada. Movimientos estratégicos En cuanto a las tareas propiamente parlamentarias, la aprobación del proyecto de Ley de Derechos Indígenas no era el objetivo principal de Esther; su intervención no se proponía realmente persuadir a los diputados de que votaran esa propuesta, ni debe medirse en esos términos su 125 desde esta tribuna éxito o fracaso. Después de lo difícil que había resultado simplemente llevar a los zapatistas hasta el Congreso (junto con otros signos negativos en la escena política), se pensaba (tácitamente) que la versión de ley que el zapatismo impulsaba no sería aprobada en la Cámara (como no lo fue, a mediados de agosto del mismo año). Los rebeldes estaban —habían estado— trabajando en términos de otros objetivos y procedimientos: sobre el supuesto de que la verdadera lucha corresponde a la sociedad civil y no a las estructuras políticas en un sentido tradicional. Por lo demás, estas estructuras, al igual que el poder legislativo en un régimen abiertamente presidencialista, ya atravesaban en 1994 una creciente crisis de legitimidad. La intervención de Esther en marzo de 2001, si algo hizo, fue contribuir a la profundización de esa “falla”, la fisura irreversible entre un aparato político dominante y obsoleto y un conjunto de movimientos y demandas de base que plantean una resistencia crítica. Esther libra hábilmente una batalla (no sólo) semiótica contra el estado de cosas prevaleciente, y se asegura de que su mensaje llegue a destino, tanto a través de sus palabras como de su comportamiento no verbal, negando, entre otras cosas, el derecho exclusivo de los diputados y senadores de aprobar leyes socialmente aceptables y justas. Para el logro colectivo de instrumentos legales, argumenta la comandanta, también deben ser escuchadas las voces de otros participantes, como los que ella representa ese día. Su cuerpo la acompaña cuando así actúa, con aplomo y fuerza, en contra de los fundamentos ideológicos mismos del Congreso como única institución autorizada para establecer principios y normas aceptables de comportamiento social. Esther logra esto mediante varias jugadas estratégicas diferentes, vinculadas entre sí. En el texto verbal, su segundo macro acto de habla (párrafos 13-22/ 102) fue un comentario extenso sobre la institución parlamentaria, los valores de igualdad, justicia y sabiduría que se suponen allí prevalecientes, la ausencia de temor (al castigo o a la muerte) con la que los legisladores pueden expresar sus propias opiniones libremente, incluso si éstas difieren de las de otras personas, en notorio contraste con la suerte de los dirigentes campesinos e indígenas presos o asesinados (a quienes ella rindió homenaje en su texto). En suma: Esther desplegó un amplio conocimiento (idealizado) de los principios que se supone dan fundamento a la institución legislativa, y, en cierto sentido, llegó a sonar como una auténtica habermasiana cuando describía los atributos y tareas parlamentarias como un ejercicio de argumentación racional e 126 Teresa Carbó incluyente, un encuentro basado en la plena democracia de pensamiento y de palabra. Hace unos días, en este recinto legislativo, se dio una discusión muy fuerte y, en una votación muy cerrada, ganó la posición mayoritaria. Quienes pensaron diferente y obraron en consecuencia no fueron a dar a la cárcel, ni se les persigue, ni mucho menos fueron muertos. Aquí, en este Congreso, hay diferencias marcadas, algunas de ellas hasta contradictorias, y hay respeto a esas diferencias (párrafo 13). Nada dijo sobre la conocida y más que imperfecta práctica de las responsabilidades legislativas en el México presidencialista (ver Carbó 1987). Lo que Esther necesitaba, por lo menos en lo tocante a la definición inmediata de la situación, era una imagen ideal del parlamento, en la que su público directo pudiera cómoda o virtuosamente imaginarse incluido. Además, su detallado conocimiento de cómo debía ser una Cámara servía para comprometer a su público en un acuerdo tácito sobre aquellos principios, consenso que con seguridad habría de ser válido también para la presente y compartida ocasión. Esta atmósfera de entendimiento cívico generalizado constituyó un logro excelente; más aún ante lo que todavía estaba por venir en el mismo encuentro. En locación final en el nivel de su intervención completa (párrafos 77-86/102), Esther llevó a cabo otro notable acto de habla, de naturaleza inesperada en el escenario dado, pero íntimamente asociado a las complejas bases para la construcción de su identidad que habían permitido a los zapatistas llegar hasta allí. Se trató de un acto de habla típicamente militar: el anuncio de una tregua y, en concordancia con ello, la emisión de instrucciones a sus subordinados, específicamente al subcomandante Marcos, sobre ciertas posiciones en la zona de conflicto, de las que el ejército federal acababa de retirarse, siguiendo instrucciones del presidente Fox. Al replicar (es decir, repetir y responder) al acto del presidente de la República, Esther se iguala con ese puesto supremamente elevado en el régimen político. Al actuar en un escenario social de carácter institucional y naturaleza quintaesencialmente civil, bajo el control legal exclusivo del “equipo contrario” (Goffman 1959: 92), Esther forzó los límites lo más posible, tomando en cuenta el hecho de que su posición de habla real en ese momento particular la hacía virtualmente intocable, sin importar lo que dijera (ni más ni menos que un legislador, por una vez). Primero. Ordenamos al compañero Subcomandante Insurgente Marcos que, como mando militar que es de las fuerzas regulares e irregulares del EZLN, dis127 desde esta tribuna ponga lo necesario para que no se realice ningún avance militar de nuestras fuerzas sobre las posiciones que ha desocupado el Ejército Federal, y que ordene que nuestras fuerzas se mantengan en sus posiciones actuales de montaña. El cuidado visible que los zapatistas habían puesto en la escenificación específica en el Congreso de la Unión no fue ninguna sorpresa. June C. Nash (2001: 240-3) categóricamente los declara no sólo muy aptos en términos simbólicos, sino claros ganadores en su lucha con la burocracia oficial por los espectáculos en espacios públicos. Cita a este respecto la magistral utilización que hacen los zapatistas de los zócalos, siempre que han tenido acceso a ellos, y considera que el gobierno recurre a un mayor (y creciente) control militar, debido a su incapacidad (la de la parte oficial) para la guerra semiótica.12 Creo posible explorar la configuración propia de un régimen discursivo zapatista con la idea de que su conducta comunicativa introduce una carga renovada de densidad semiótica vital (de naturaleza, en última instancia, vida/muerte), en un discurso público por lo demás inane. Logran así provocar cambios, transformaciones y reacomodos en el orden social. Es notable también su capacidad para crear configuraciones significantes novedosas, es decir, para exhibir conjuntos sincréticos de significados y mensajes que no se habían visto antes en la escena política mexicana. Por ejemplo, en el Congreso Nacional Indígena convocado por los zapatistas en enero de 1996 y bautizado por el comandante Tacho como “Fiesta de la palabra”, la escolta de seguridad de los veinticuatro comandantes que asistieron estaba formada por mujeres (Nash 2001: 151), invirtiendo así todas las figuraciones estereotipadas sobre la fuerza y la debilidad relativas de la identidad femenina y masculina. Diversas experiencias organizativas en la región han contribuido a esa competencia comunicativa, aumentando la permeabilidad de las fronteras discursivas y ampliando los horizontes expresivos de los indígenas. Las cooperativas de tejedoras, por ejemplo, fueron discursivamente cruciales, y la teología católica de la liberación, considerada por Nash (2001: 227) y otros como “el alma del movimiento subregional”, les proporcionó experiencias de hermandad y acción comunitaria, a la vez que fuerza espiritual y moral. Desde su herencia maya hasta las confrontaciones 12 Sobre la entrada de la Caravana zapatista al zócalo de la ciudad capital y el itinerario seguido por las calles del centro histórico (el mismo del Ejército Libertador del Sur), véase Arango 2002. 128 Teresa Carbó significantes locales y regionales, los zapatistas se han mostrado afectos a las paradojas, las inversiones, las metáforas y los paralelismos retóricos. Lo que estaba —está— en juego para ellos, y no sólo en este encuentro específico con los legisladores, es la construcción de bases para “una definición de la situación” a escala nacional en la escena política mexicana. Les preocupaba/preocupa específicamente “definir la naturaleza de la relación de los actores involucrados en la interacción” (Goffman 1959: 4, n. 3), en este caso, los grupos étnicos y las instituciones mestizas de poder. También el marco de cierto tipo de interacción: la que se “establece [...] para expresar diferencias de opinión” (Idem: 10, n. 7). En conjunto, y según Goffman (1959: 9-10; cursivas mías), mantener un acuerdo de superficie, un “venero de consenso”, es una tarea necesariamente colectiva. “Juntos, los participantes contribuyen a una única definición general de la situación que involucra no tanto un acuerdo real sobre lo que existe, sino más bien un acuerdo real sobre cuáles demandas relativas a qué asuntos se habrían de atender en ese momento”. Las mujeres indígenas toman la palabra Esther, sin duda, tenía mucho que decir respecto a cuál agenda (y la de quiénes) era la que tocaba en esa ocasión. Además del segmento discursivo (casi una cátedra) sobre la economía política de la palabra (si ésta emana de privilegiados contextos institucionales como el Parlamento o de otros), Esther también hizo muy buenos señalamientos, tanto narrativos como argumentativos, sobre la cuestión de las mujeres, durante el largo tramo de su discurso que estuvo destinado al tema (párrafos 38-68/102). El campo (feminismos, estudios de mujeres y de género, y zapatismo) se ha convertido en toda una formación discursiva, y es correcto que así sea. La bibliografía anexa incluye sólo algunos de los títulos que, en mi opinión, representan mejor la complejidad de una perspectiva de género ante las demandas étnicas y campesinas, junto con la aplicación generalizada, en las zonas rebeldes y fuera de ellas, de conjuntos de “usos y costumbres tradicionales”, no necesariamente exentos de formas patriarcales de dominación.13 13 Todo el libro de Hernández Castillo es una buena introducción a este complicado panorama de problemas; compilaciones excelentes son Lovera y Palomo (1997) 129 desde esta tribuna Ciertamente es llamativo y estimulante ver a jóvenes mujeres indígenas que están en la primera línea de una lucha política (high-tech y de escala global) salir de la selva, con los rostros enmascarados y nombres supuestos. Lo que pueda llegar a saberse sobre el proceso previo de construcción de tan buena nueva será bienvenido. Por ejemplo, vale la pena señalar que en la Selva Lacandona, Chiapas, muchas mujeres han tomado las armas (casi el 40 por ciento de las fuerzas regulares zapatistas); son jóvenes, solteras, viudas, divorciadas, “particularmente movidas por una nueva visión de la feminidad étnica” (Nash 2001: 180). Junto con sus hermanas, madres y abuelas (las generaciones van rápido), hasta ahora habían sido las guardianas de diversos conjuntos de prácticas y nociones culturales, sociales y étnicas de origen maya o de otros grupos mesoamericanos. En realidad, han hecho mucho más que eso: han garantizado la reproducción física del grupo como tal, con intensivo trabajo materno, en condiciones materiales más que difíciles (ver Nash 2001: 15-29; 179-82, y passim). Y en los últimos tiempos, cuando todo esto, que constituye una verdadera (y sin duda injusta) “técnica de supervivencia preñada de marcas de género” (Nash 2001: 247), se ve amenazado hasta su núcleo mismo por las fuerzas globales desatadas, la presencia movilizada que en la zona de conflicto se ha enfrentado a las fuerzas militares, al ejército de ocupación, ha sido (predominantemente) la de las mujeres (Nash 2001: 183). Discursivamente, Esther había introducido la cuestión de género desde el principio, al ocuparse del valor simbólico de que fuera ella, una mujer de origen indígena, la portavoz designada (y no Marcos u otro cargo militar); es decir, auto-refirió en primer lugar su intervención como la de una mujer indígena. En el segundo tratamiento del tema de las mujeres (el principal), Esther formuló una narración y descripción —en primera persona femenina del plural— de las condiciones de vida (particularmente duras) de las mujeres en los contextos étnicos rebeldes (y no rebeldes) del México contemporáneo. y Rojas (1995), así como La Correa Feminista (1994), esta última compilada por una publicación feminista mexicana crítica y bien conocida. Ver también Carlsen (1999), Jaidopulu Vrijea (1999), Millán (1996), Carbó (2002) y Díaz-Polanco y Sánchez (2002; sección: “Indigenismo y autonomía: Mujeres insumisas”, pp. 103-19). Vargas-Cetina (2001) contiene varias observaciones agudas sobre la posición de las mujeres en los contextos étnicos contemporáneos.Véase asimismo Belausteguigoitia (2000), Castro (2000), Freyermuth y Manca (2000), Freyermuth y Fernández (1996), Gil (1999), Millán (1998), Oehmichen (1999), Valladares de la Cruz (2001). 130 Teresa Carbó Yo quiero hablar un poco de eso que critican a la Ley Cocopa porque legaliza la discriminación y la marginación de la mujer indígena. [...] Quiero explicarles la situación de la mujer indígena que vivimos en nuestras comunidades, hoy que según esto está garantizado en la Constitución el respeto a la mujer. Hizo una etnografía crítica, autobiográficamente fundamentada, de las relaciones hombre/mujer, y dejó perfectamente claro que las mujeres zapatistas no están satisfechas con el actual estado de cosas; criticó expresamente a los hombres y su trato violento contra las mujeres en la interacción familiar, y distinguió cuidadosamente entre rasgos (o líneas) buenos o malos, aceptables o no, de los usos y costumbres para con las mujeres. Se ocupó, en resumidas cuentas, de los derechos reproductivos y de la salud, de las oportunidades laborales (tierra y crédito para las mujeres en igualdad de condiciones que los hombres), de la libertad de expresión y de pensamiento, de la educación, del respeto a la diferencia y de la paz. Contra el objetivo intelectualmente paternalista asumido por los varones blancos dominantes, consistente en dar protección legal a las mujeres indígenas rechazando precisamente la Ley de Derechos Indígenas que los propios pueblos indígenas estaban proponiendo (otra bonita paradoja operativa), Esther también se aventuró en el coto constitucional, contra-argumentando sobre las supuestas ventajas del proyecto de ley oficial. Se acusa a esta propuesta de promover un sistema legal atrasado, y se olvida que el actual sólo promueve la confrontación, castiga al pobre y le da impunidad al rico, condena nuestro color y convierte en delito nuestra lengua. Todo su discurso está atravesado por matizadas formas de tratamiento del auditorio y por modalidades de interpelación de amplio alcance; la selección léxica es simple, con unos pocos préstamos de un vocabulario más urbano (de tipo “revolucionario”); la estructura sintáctica también es no-compleja, aunque en absoluto monótona. De hecho, Esther mostró pleno dominio de numerosas figuras retóricas clásicas como la negación, la repetición, el contraste, las preguntas impersonales y otras. Los conectores argumentativos (pero, por eso, así que, si, porque, entonces) fueron abundantes y cuidadosamente utilizados en el apretado tejido del componente textual de su actuación. En general, y por sobre la enorme diferencia de género, lengua, etnicidad, clase, educación, edad, alfabetización y experiencia rural-urbana que la separa de sus muy variados públicos, Esther logró una actuación ajustada y sólida de drama político y social, también desde un punto de vista verbal y discursivo. ¿Quién le está haciendo qué a quién?, era la pregunta que surgía de inmediato 131 desde esta tribuna ante la transmisión televisiva de su despliegue semiótico en el Congreso de la Unión, mientras se abría paso con donaire a través de la complejidad de las múltiples relaciones asimétricas en esa ocasión específica. Su amplio tratamiento del tema de las mujeres fue claramente un movimiento importante en su estrategia comunicativa, una poderosa toma de postura dentro de la correlación política de fuerzas de ese momento. Y ciertamente se dirigió con esmero a sus aliados (reales o potenciales). Si ahora se puede ver con optimismo el camino de la paz en Chiapas es gracias a la movilización de mucha gente en México y en el mundo. A ella le agradecemos especialmente [...] También ha sido posible por un grupo de legisladores y legisladoras, que ahora están frente mío, que han sabido abrir el espacio, el oído y el corazón a una palabra que es legítima y justa. Vista en conjunto, se puede considerar que la actuación de Esther en el Congreso cubrió diferentes fases en un orden muy interesante.14 En primer lugar, se ocupó de los temas de la autoridad civil/militar, la agencia y la representación políticas, a la vez que introducía, en una locación temprana y señalada, la cuestión étnica que su presencia simbolizaba. En seguida, trabajó los temas de mujeres (y los asuntos constitucionales) y, tras haber establecido su plena capacidad como comandanta de origen indígena, llevó a cabo (puso en escena o actuó) in situ un acto plenamente militar. Ciertamente aparecieron muchos otros temas y ocuparon secciones funcionales de construcción o de enlace a lo largo de su discurso pero, en el actual nivel de análisis textual en el que estoy trabajando, estos (macro)actos de habla, o movimientos discursivos, destacaron, y obtuvieron abundante atención de la prensa nacional al día siguiente. A continuación un ejemplo de su elocuencia en un tramo de alto diapasón. Así es el México que queremos los zapatistas. Uno donde los indígenas seamos indígenas y mexicanos, uno donde el respeto a la diferencia se balancee con el respeto a lo que nos hace iguales. Uno donde la diferencia no sea motivo de muerte, cárcel, persecución, burla, humillación, racismo. 14 “Las actuaciones nunca son amorfas ni abiertas, tienen una estructura diacrónica, un principio, una secuencia de fases que se superponen pero que pueden aislarse, y un final [...]. Su estructura no es la de un sistema abstracto; ésta se genera a partir de oposiciones dialécticas entre procesos y entre niveles de proceso” (Turner 1987:80). 132 Teresa Carbó Obviamente, Esther no llegó por sí sola a semejante nivel de maestría. Cientos, miles de mujeres indígenas comparten esta larga marcha hacia el empoderamiento y la acción pública. Formas incipientes de activismo social y político, la interacción con autoridades no indígenas y con organismos gubernamentales o, más recientemente, con las ONG, la experiencia de luchas legales por la tierra y otras demandas campesinas, en el marco de una intolerable injusticia regional y de graves privaciones materiales en la vida diaria, todo ello (y más cosas) han contribuido a ese fin. June C. Nash (2001: 179) constata que “aunque rara vez se habla de ello en la literatura sobre los conflictos agrarios y la organización política, estos grupos de mujeres representan el cambio más revolucionario habido en la sociedad chiapaneca, ya que han llevado a la mitad de la población que tenía vedada la participación política a desempeñar papeles activos en la sociedad civil”. Conclusión: vinculación versus violencia La exploración precedente ha tenido por objeto describir, analizar e interpretar cierta cantidad (un conjunto de conjuntos) de datos discursivos, semióticos, de carácter particular (personal y científico al mismo tiempo, aunque ambas modalidades tienen desde luego una inflexión experiencial), y hacer esto a la luz de algunos planteamientos teóricos propuestos en estudios cualitativos del comportamiento social humano. El nivel principal de observación ha sido lo que Turner (1987: 79) llama “la compleja relación entre la vida social y su representación cultural”. Ahora es necesario examinar los resultados de este intento. Hasta aquí, parece haber producido algunas pistas interesantes para el caso presente (y tal vez no sólo para éste). Por ejemplo, si se evalúa el acontecimiento desde el punto de vista de la (cantidad y naturaleza de la) ganancia política obtenida por las distintas partes (el poder legislativo y el EZLN), parece que las posibilidades de una situación en la que todos salieran ganando, que existieron en el nivel de esa coyuntura nacional específica, fueron desperdiciadas por la parte de los actores parlamentarios. En sentido opuesto, los zapatistas lograron cosechar todo cuanto la ocasión les ofrecía, y que implicaba considerables ventajas en el mapa estratégico de la situación, tanto en el momento exacto del encuentro como en la larga duración del conflicto. El poder legislativo desaprovechó la oportunidad de acoger 133 desde esta tribuna sonoramente a los rebeldes a las prácticas civiles, y a la vez de invitar a la sociedad en general a un amplio debate sobre un asunto urgente, abriendo un espacio democrático de encuentro y reflexión cívicas en beneficio de la paz social y el entendimiento generalizados. En vez de eso, el jaloneo en torno a la mera presencia física de los zapatistas en los recintos parlamentarios exhibió a los legisladores como anfitriones poco generosos o como políticos miopes. Se puede argüir inclusive que este comportamiento suyo, antes del acto, redujo su papel al de una especie de cancerberos. Claramente, no hicieron del encuentro una piedra fundacional para un nuevo orden discursivo, y la ocasión conservó, desde el lado legislativo del escenario, el carácter de un incidente aislado. Sin embargo, esto no privó a los zapatistas del éxito en su propia actuación. De hecho, ellos confirmaron, en forma notable, hasta qué punto vale la pena trabajar en el nivel de los procesos simbólicos en casos de conflicto, lucha y divisiones. De igual manera, nos dieron a todos una demostración muy buena y convincente del alcance y la profundidad con que debe apelarse a la dimensión semiótica en el tratamiento de los conflictos, utilizándola como manera viable de intentar la reconstitución del tejido social dañado, preferible, sin duda, a la fuerza y la coerción. Este resultado desigual para los diferentes actores (en diversas proyecciones de duración temporal) parece una instancia de la omnipresencia de la indeterminación parcial que Sally F. Moore (1975: 233) detecta en el orden social y cultural, y que en este caso trabajó en favor de la agenda zapatista. De hecho, fue la propia acción semiótica organizada y creativa de los zapatistas la que puso a funcionar para sus fines la cuota de indeterminación existente en la coyuntura. Como escribe Moore: “Incluso en aquellas materias en las que hay reglas y costumbres social y culturalmente establecidas, se puede generar indeterminación mediante la manipulación de las contradicciones, inconsistencias y ambigüedades internas existentes en el universo de elementos relativamente determinados”. La situación reinante en el país en 2001, de numerosos cambios agudos y traumáticos en el régimen político mexicano y ciertamente también en la escena parlamentaria, es un contexto fundamental de la visita de los zapatistas al Congreso y de su acrecentada capacidad para beneficiarse de la creciente indeterminación de la esfera política, al luchar en términos pacíficos, semióticos y argumentativos, por un cierto reparto del poder de definición (Goffman 1959: 254), de sí mismos y 134 Teresa Carbó de los demás. Si tomamos en cuenta la realización particularmente exitosa del encuentro público en sí mismo y los múltiples efectos de resonancia que éste creó en distintos espacios de participación social en México, resulta estimulante prestar atención a la siguiente idea: “Todo drama social altera la estructura del campo social relevante, así sea de manera minúscula [...]. Un nuevo poder puede haberse canalizado hacia una nueva autoridad y una antigua autoridad [puede haber] perdido [parte de] su legitimidad” (Turner 1978: 92). A este respecto, el silencioso mensaje de Esther en la Magdalena Petlacalco aún se sostiene: cabe la esperanza. En cuanto a los métodos o enfoques, podemos preguntarnos cuáles serían las implicaciones de observar la micropolítica como actuación, para una teoría del discurso político o de la acción semiótica de tipo estratégico. Una cuestión decisiva a este respecto es el hecho de que, en un análisis de discurso crítico, materialista e históricamente informado, la actuación se concibe como mediada por y susceptible a la acción de dimensiones políticas más amplias que las locales, y de condiciones materiales estructurales nada obvias, tanto discursivas como de otro tipo. En esa precisa medida, por tanto, hay que plantear muy seriamente el asunto crucial de cuáles son “las condiciones y las formas de interacción que permiten la introducción de o la adaptación a ciertos tipos de cambio en las reglas del juego” (Moore 1975: 229). En el caso de los zapatistas, para que sus palabras y demandas fueran atendidas, hubo que efectuar (o actuar) una rebelión armada. Ése fue su movimiento inicial (violento, sin duda), que sirvió para crear un escenario público que no existía antes para ellos (ni para los innumerables desposeídos de poder en este país). Lo que vino después es algo por entero distinto, y la actuación de Esther en el Congreso de la Unión es buena prueba de ello. Si “las actuaciones, y particularmente las actuaciones dramáticas, son las manifestaciones par excellence de los procesos humanos sociales” (Turner 1987: 84), hay mucho que aprender de la actuación de Esther. Lo que ella hizo fue presentarse, hablar, argumentar, explicar, llamar e invitar, todo ello en una escenificación teatral ritual de la paz. Puso en escena (mostró y demostró) cómo se vería (y sonaría) la paz si se le diera una oportunidad. Fueron ellos, los rebeldes, los indios levantados en armas, quienes trabajaron más y con más virtuosismo en el nivel de los procesos simbólicos, para salvar (o tratar de salvar) la inmensa distancia que ha prevalecido históricamente entre “ellos” y “no135 desde esta tribuna sotros”, el resto de la sociedad mexicana llamada nacional (es decir, no indígena). De igual manera, apelaron a la formación social más amplia posible (la humanidad, nada menos), para proponer una renegociación del poder que constituye de hecho una nueva ética de la comunicación política. Fue patente que la acción dramática de Esther (en la escena parlamentaria y fuera de ella) se nutría de fuentes que no eran/son (sólo) las de una insurrección militar convencional. Había una fuerza y un vigor, una energía, en esa acción dramática, una materialidad tal de la acción significante, que sólo puede adscribirse a lo que Turner (1978: 91) llama el efecto “vinculante” de los desempeños ritualizados. El concepto de vinculación capta perfectamente la esencia de la tarea que Esther cumplió en el Congreso. Desde el punto de vista del mundo vivido de los zapatistas y de sus antiguas fuentes de inspiración étnica, Esther estaba haciendo “trabajo comunitario”. Estaba “haciendo comunidad”, podríamos parafrasear. La comunidad es una realidad fundamental en las formas de vida y las posibilidades de resistencia de los grupos étnicos mesoamericanos contemporáneos. Ciertamente es un concepto operativo clave para las estrategias de supervivencia de los zapatistas en el actual estado de guerra. Organización colectiva vinculada a la tierra (y a las luchas por ésta), en la que las asambleas son la más alta autoridad legal localmente reconocida, la comunidad es ante todo una forma de compartir el trabajo, el esfuerzo propiamente físico, para realizar tareas y faenas, sobre todo rurales, particularmente duras. Éstas apenas alcanzan a cubrir las necesidades de la reproducción básica de los grupos indígenas, pero instituyen y recrean una organización activa desde un punto de vista discursivo gracias a la cual se mantienen integrados en redes comunicativas locales y regionales. Importantes responsabilidades sociales, culturales y rituales también se comparten en la comunidad y tejen patrones multiformes de reciprocidad en la trama de su tejido social. Esta estructura de acción simbólica es una esfera social crucial, una matriz compleja (no exenta de contradicciones y líneas de diferenciación, casos de “inadaptación” o conflicto) en la que todos los miembros se consideran comprometidos por motivos de pertenencia histórica (incluidas la lengua y la cultura) y de opciones políticas presentes. Así pues, permite a las comunidades re/crear redes vigorosas y flexibles de acción colectiva, auto-construcción, reconocimiento, debate y diálogo en los espacios de su vida cotidiana. (En la actualidad, está claro que 136 Teresa Carbó los miembros de la comunidad virtual zapatista proceden de incontables contextos diferentes.) Por medio de estos recursos los grupos indígenas permanecen (o tratan de permanecer) inteligibles, reconocibles y vinculados entre sí, en condiciones materiales extremadamente difíciles en la escala local y regional y con urgentes necesidades en cuanto a proyección política y visibilidad social y semiótica. A la luz de estas prácticas y nociones, es posible ver que la tarea de Esther en el Congreso, ante un público nacional (y supranacional) realmente amplio, era cumplir con su parte de trabajo comunitario, en la forma de una responsabilidad pública de carácter discursivo. La vocera (inesperadamente) femenina designada por el movimiento cumplió de forma magistral su tarea en la ocasión, acercando posiciones contrarias, explicando y asociando, ejemplificando, argumentando y razonando, interpelando y convocando: vinculando, de hecho, por sobre y en contra de la guerra y la violencia (o el silencio). Finalmente, un hallazgo muy importante que este proceso analítico nos ofrece a los especialistas del discurso puede describirse como un renovado estado de alerta teórico y metodológico ante el papel crucial que esos arcaicos procesos humanos de vinculación social realmente desempeñan en diferentes instancias de la vida política. Un estudio cuidadoso de esta dimensión básica de lo político podría ayudarnos a buscar, y a encontrar, vías menos dolorosas para cambiar el mundo presente. Traducción: Paloma Villegas 137 desde esta tribuna Agradecimientos Este texto (y sobre todo el intenso trabajo que su primera versión requirió) ha gozado el privilegio de los comentarios críticos y el apoyo afectuoso de los siguientes queridos colegas y amigos: Luisa Martín Rojo, Robert Hodge, Gabriela Vargas-Cetina, Anne Huffschmid, Tessa Brisac, Paloma Villegas, Mabel Piccini e Ingala Robl. 138 Teresa Carbó FOTO 1 COMANDANTA ESTHER 139 desde esta tribuna Foto de Heriberto Rodríguez 140 Teresa Carbó 141 desde esta tribuna Foto de Carlos Ramos Mamahua 142 Teresa Carbó 143 desde esta tribuna Portada de Perfil, suplemento de La jornada, 29 de marzo de 2001. 144 Teresa Carbó Bibliografía Arango, Obed, 2002, “El Zócalo como texto cultural: un caso de análisis etnográfico-semiótico”, Cuicuilco, 9(25), pp. 125-53. Arnson, Cynthia y Raúl Benítez Manault (coords.), 2000, Chiapas: los desafíos de la paz, Instituto Tecnológico Autónomo de México/ Woodrow Wilson Latin American Program, México. 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De vez en cuando y por poco tiempo, corrijo mis malos hábitos, hago ejercicios todas las mañanas, me siento derecho, respiro hondo, pero siempre un demonio interior que insiste en acercarse oblicuamente al mundo resiste la perpendicular. Creo que si tuviera hombros más amplios estaría más anclado en la escuadra. Pero mis hombros son estrechos, apenas más anchos que mis caderas. Comprarme trajes es algo vergonzoso. En su Vida de Picasso, Françoise Gilot cuenta que Picasso insistía en que el sastre fuera a su casa, era muy sensible a la desproporción de su cuerpo —en su caso todo hombros, nada de piernas. (Cuando crecía yo en Brooklyn, mi héroe era Sandy Koufax, el pitcher judío de los Dodgers. En los pantanos vacíos de los ensayos del coro hebreo en Feigmenbaums’ Mansion y Catering Hall, mis fantasías me hacían pichar con grandiosa curva, y ponchaba a veintisiete bateadores de un hilo. Como no me crecieron los hombros, mi identificación con este héroe se apagó; me volví escritor en lugar de convertirme en un Koufax.) Creo que el incansable ladearse de mi cabeza es un intento por distraer la atención de su miserable base. Quiero que la gente vea mi cabeza, en parte también porque yo vivo la mayor parte del tiempo en mi cabeza. Mi hermana, que estudió para masajista, a menudo me pone * Tomado del libro: Portrait of my Body, Anchor Books, Nueva York, 1996. Agradecemos al autor el permiso para su reproducción. 153 desde el cuerpo al tanto de los problemas que conlleva no integrar cuerpo y mente, por ejemplo la tensión en el cuello. Una vez, hace algo así como diez años, estábamos juntos en la playa, ella escudriñaba mi cuerpo con el ojo crítico de una hermana. “Te estás poniendo fofo”, me dijo, “debieras hacer a diario ejercicio. Mírame, no tengo un gramo de más porque yo hago ejercicio todos los días.” Intentó pellizcarse una inexistente llantita, celebrando, como si fuera su costumbre, sus atributos físicos con el entusiasmo gritón y carnavalesco de un tercero. “Pero” —me aventó un hueso de consolación— “tu cabeza es muy dominante. Hay en ella una intensidad...” Una alumna mía de posgrado (que estaba un poco chiflada) le dijo a alguien que en mis clases solía verme el aura alrededor de la cabeza. Uno de los motivos por los cuales me gusta enseñar es que se centran unas quince miradas en mí, con tanta intensidad paranoica que no pueden sino ayudar a generar un aura y atribuírmela. También tengo una mirada dominante, tristes y grandes ojos cafés que pueden ser leídos como amables o severos. Una vez me vi varias horas en un video. Descubrí con horror que mi cara se movía en distintas y no coordinadas velocidades: algunas veces, mi boca reía y las cejas se curvaban de regocijo, mientras que mis ojos fríamente calibraban qué efecto le causaba yo al entrevistador. Soy algo así como un actor. Y, como la mayor parte de los intérpretes, el humor que más percibo en mi persona es el de la vigilia preservadora de energía. Pero esta expresión es a menudo interpretada como un signo de benevolencia, tal vez por la manera en que nuestra cultura acostumbra leer los ojos de color café. Me considero un ser decidido hasta la exageración, egoísta, incluso un poco cruel —en mi caso, conozco demasiado bien la estrechez de mi compasión, de modo que me asombra que la gente reporte como primera impresión de mi persona la de un ser amable, gentil, solícito. En mi juventud me sentía obligado a aparentar dinamismo, arrogancia, intimidación; quería imponerme como el alma de la fiesta; ahora, más seguro de mí mismo, reservo para mí mi energía, de este modo atesoro información y juzgo mejor. Esto a veces da la impresión equivocada de que estoy ligeramente deprimido. Por supuesto, muy aquí entre nos, ya no tengo la energía que algún día tuve, y la acumulación de experiencias me ha hecho, casi contra mi voluntad, más amable y más triste. Algunas veces siento que mi boca se arquea hacia abajo, mostrando una sonrisa irónica, lo que, en el mejor de los casos, confirma a los 154 Phillip Lopate otros que necesitamos tomar las cosas un poco menos en serio —porque formamos parte de la misma comedia— y, en el peor de los casos, expresa el escepticismo del que se siente superior a los demás. Esta sonrisa, que puede ser encantadora cuando no peca de altanera, tiene algo de timidez trenzada con mundaneidad —digamos la de un hombre cultivado al que a menudo avergüenza la testaruda superficialidad de los otros o sus vanas ilusiones. Pero muchas veces mi sonrisa irónica no es nada más que una casilla neutral frente a gente que no parece apreciar mi “aportación”. Odio esa detestable media-sonrisa mía; yo quiero entrarle, participar, ser llamativo, desconsiderado, vulgar. A veces, percibo en mí mismo una especie de hedor psíquico, no me gusto en lo más mínimo, pero por orgullo empecinado actúo como un hombre que se tiene aprecio. A los ojos de todos parezco equilibrado, firme, sanguíneo, cuando dentro de mí estoy sintiendo asco de mí mismo, arcadas de vómito que rayan en lo suicida. ¡Qué maravilla es ser malinterpretado! Si yo hubiera creído ser comprendido a primera vista, no me habría molestado nunca en convertirme en escritor. Y la verdad es que nunca soy completamente malinterpretado, porque hay otra parte de mi persona que está siempre completamente satisfecha consigo misma. Me envanezco de las siguientes partes de mi cuerpo: mis ojos, mis dedos y mis piernas. Es cierto que mis piernas son largas y no muy bien formadas, pero la vanidad que me provocan tiene menos que ver con su gracia que con su contribución a mi altura. Montaigne, un hombre del bando de los chaparros, escribió que “la belleza de la estatura es la única belleza de los varones”. Pero aunque no lo hubiera dicho nunca Montaigne, yo continuaría atribuyendo una buena parte de mi autoestima y benévolo liberalismo al hecho de ser alto. Cuando salgo a la calle, me siento en la mejor de las disposiciones hacia los enjambres humanos (casi siempre más chaparros que yo); las multitudes no sólo no me hacen menos, me llenan de vitalidad; y me tienta pensar que mi pasión por el urbanismo está ligada a mi altura. No quiero de ninguna manera sugerir que sólo los altos amamos las ciudades, sólo que, en mi caso, parte del placer que siento al caminar en las calles atestadas, surge de la confianza que tengo de poder ver por arriba de las cabezas de los otros, y de proyectar una encumbrada figura cuando vagabundeo por las aceras. Algunos de mis mejores amigos han sido... ¡chaparros! Hombres brillantes, colmados de ideas poéticas y mundanas, que merecen todo 155 desde el cuerpo mi respeto, y el del mundo. Pero algunas veces he tenido que sobreponerme al impulso de estrujarles las cabezas; y sospecho que han desarrollado cierto estilo de una más formal naturaleza noli me tangere, en gran parte como una respuesta al impulso de apapacharlos que sentimos los más altos por ellos. La casualidad de mi altura me ha inclinado tanto a una informalidad aparentemente igualitaria, como al deseo de liderar. Si no hubiera sido escritor, sin duda me habría convertido en político, incluso me enfilé hacia allá en mi adolescencia. Desde que crucé el metro ochenta, siempre he sentido poseer algo que asemeja una espontánea autoridad tipo Gregory Peck cuando me dirijo a un auditorio. Desconozco el pánico escénico, incluso he buscado con avidez la situación donde pueda lanzar discursos, dar conferencias, participar en mesas redondas, y casi siempre sobrepasar a aquellos con quienes comparto un escenario. Ser alto es ver al mundo desde arriba, y encontrar sus ojos en tus términos. Pero este tema, el noblesse oblige de los altos, es bastante provocador y peligroso, así que mejor no hablar más de él. La imagen mental que uno tiene de su propio cuerpo cambia más lentamente que el cuerpo mismo. La mía quedó inmersa durante un buen tiempo en mis veintes, cuando yo era alto y delgado, pesaba 61 kilos, y podía devorar cuanto me viniera en gana. Comía comida barata y llenadora, hamburguesas con queso, pizzas, sin pensar un instante en la báscula. El metabolismo de un joven permite cualquier dieta. Para acabarla de amolar, mientras más viejo se es, más cultivado se tiene el paladar —y mientras más reveses, mayor inclinación a llenar los vacíos y los enfados con los placeres de la mesa. Entre los treinta y los cuarenta, subí cuatro kilos, la mayor parte en el tramo intermedio. Desde entonces, mis tripas han crecido notablemente, y ahora propino a las básculas más de 67 kilos. Que me llevó un buen tiempo darme cuenta de esta transformación puede corroborarse en el hecho de que continué comprándome ropa de la misma talla (cintura 33, cuello 15 y medio), hasta que un día una novia me hizo notar que toda me quedaba apretada. Racionalicé esta circunstancia como el resultado de un cambio en las modas (creía ser inconscientemente leal al apego de los años sesenta por los pantalones embarrados) y también al hecho de que sin duda las prendas de vestir se encogen inevitablemente en las lavanderías, no pensé que el problema tuviera que ver con mi propio cuerpo. Esa novia comenzó a comprarme, para cumplea156 Phillip Lopate ños y fiestas, tallas más amplias, y me pareció muy disfrutable este nuevo estilo más holgado, más baggy, que me permitía abotonarme los pantalones sin sufrir, o usar corbata, pues por primera vez en años podía abotonarme el primer botón de la camisa. Pero pasó un tiempo considerable antes de que yo mismo entrara a una tienda y pidiera mi verdadera talla. La ropa puede disfrazar los defectos de nuestros cuerpos, hasta un cierto punto. Yo me visto con mucho optimismo, combino este color con aquel otro, mezclo mis diseñadores japoneses o italianos favoritos, coordino diseños y texturas, escojo corbatas, y luego paso al espejo del baño a ver el resultado. Traigo en la cabeza una imagen ideal del efecto que produciré al usar una elección específica de prendas, basada, sin duda, en los modelos varones de ciertos anuncios de modas —y quedo siempre tan lejos de esta belleza de gigolo insaciable, que no puedo evitar sino sentirme desilusionado cuando resulta ser que soy tan deprimentemente yo mismo, estrecho de hombros, talmúdico, esa boca tristona, invariable, esa larga, estrecha boca, esos ojos que juzgan, la nariz de gancho semítica, todo lo cual expresa tanto la tensión de mis logros intelectuales, como la tabula rasa de la inmadurez... porque hay ahí, todavía, bajo la imagen, un niño mirándome en el espejo. Un niño al que aceleradamente se le está echando para atrás el contorno del cuero cabelludo. ¿Por qué es que he permanecido siendo un niño todo este tiempo, bien entrado en los cuarenta? Me acuerdo que cuando tenía diecisiete dibujé un autorretrato frente al espejo. Me sentí tan desanimado por esa barbilla débil y esos ojos dominantes, que terminé enfocándome en el cuello de la camiseta de algodón. Desde entonces he hecho lo posible por volverme más rudo, pero todavía encuentro en el espejo esa incertidumbre persiguiéndome —escudada por una cáscara de cinismo fanfarrón, tal vez, pero no tocada por la sabiduría. Así que me acerco al espejo sin mucho ánimo, sin alegrarme en lo más mínimo, como haría si me topara con el más alejado de mis conocidos, y me aproximo paso a paso a este schmuck de ceño fruncido. Sin embargo, sería un insulto para los que trabajan bajo la carga de una verdadera fealdad que yo me hiciera pasar por un hombre sin atractivos. Algunas veces soy incluso guapo, si entrecierras los ojos y me figuras parecido al más cercano beau idéal. No tengo ni un ápice de la virilidad de un cowboy, cierto, pero creo que quepo muy bien en la 157 desde el cuerpo categoría de un nerd adorable, o la del profesor distraído que despierta la curiosidad de algunas mujeres. “Lindo” es la palabra usada con frecuencia por aquellas a quienes tengo la suerte de atraer. Pero, de nuevo, únicamente atraigo mujeres que son sólo de una manera un poco extraña hermosas: las bellas que hacen a cualquiera voltear a verlas, las bellezas profesionales, ésas nunca sienten interés por mí. Para ser preciso, les soy invisible. Esta total falta de interés de ellas por mí siempre me ha fascinado. ¿Se deberá sólo a que la belleza atrae a la belleza, tanto como la riqueza a la riqueza? Pienso en el pobre (no en relación con su talento literario) Cesare Pavese, que se la pasó cazando estrellitas, modelos y bailarinas —exquisitas beldades que no podían apreciar su encanto, moroso y de cafetería. Antes de suicidarse, escribió un poema dirigido a una de ellas “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos” —promoviéndola de esta manera, injustamente, de amante que rechaza a verduga. Tal vez Pavese creía que sólo las mujeres hermosas —y no los críticos literarios, que siempre le otorgaron premios literarios— lo veían con claridad, con visión perfecta, y tenían el derecho a juzgarlo. Si yo hubiera sido más testarudo, y un poco masoquista, tal vez hubiera seguido sus pasos, y cazaría a una beldad hasta que arrinconándola la obligara a decirme, como un oráculo, que lo que no podía atraerla era precisamente mi apariencia, mi aspecto, mi físico. Entonces, tal vez, conocería algo crucial acerca de mi cuerpo, antes de pasar a mi siguiente encarnación. Jung dice en alguna parte que pagamos con mucho tiempo y a muy alto precio por aprender de nosotros lo que un extraño puede ver a simple vista. Es así lo que siento que me pasa con mi espalda. Si dejamos a un lado los probadores de las tiendas, ninguno de nosotros tenemos manera de saber cómo nos vemos desde la espalda. Es el área de nosotros mismos cuya apariencia podemos controlar menos, y es tal vez por esto nuestra parte más honesta. Yo divido las espaldas en dos tipos: la mía, y las de todos los demás. Las de los otros son a menudo misteriosas, exquisitas y simpáticas de una manera pavorosa. Siempre he amado las espaldas. ¡Caminar atrás de una mujer hermosa con un vestido sin espalda, y saborear cómo un buen par de homóplatos son realzados por su propia sombra, tiene el mismo poder de romperme el corazón que un pómulo embrujador! Me pregunto qué quiere decir de mi persona el que yo adore una parte del cuerpo que apunta al abandono. ¿Quiere decir que soy un 158 Phillip Lopate glotón del abandono, o que soy un tímido voyeur que prefiere miradas subrepticias a las directas y retadoras? A menudo he sentido el amor más profundo en el preciso instante en el que mi amada me da la espalda para dormirse. Mi espalda no me despierta ningún sentimiento autoerótico. No puedo siquiera imaginarla, visualmente es una extraña para mí. La conozco sólo como un estorbo que entró a mi conciencia hace veinte años, cuando empecé a padecer dolor de espalda. Sí, todos sabemos que el homo sapiens está mal construido; nuestra postura erecta ejerce demasiada presión en la base de la espina; la principal causa de ausencia laboral es el dolor de espalda. Como soy escritor, paso el día sentado, y con esto agravo el problema. Mi espalda es enemiga de mi vida de escritor; si no hago ejercicio a diario, me empieza a doler inmediatamente; y si lo hago, no estoy tampoco a salvo. Podría decir más, pero no hay nada más aburrido que este tema. Un padecimiento tan común y corriente no le otorga ningún carisma al sufriente. Uno tiene que agregarle dramatismo de alguna u otra manera, como en la frase: “El dolor de espalda me está matando”. Una columna de chismes diría lo siguiente sobre mi cuerpo: mis cejas crecen bastante peludas a todo lo ancho de mi frente, tanto que cada vez que voy la peluquería, el peluquero diplomáticamente me pregunta si no quiero que me las arregle. (Por lo general contesto que no, porque asocio las cejas espesas con una virilidad balzaciana, élan vital; pero algunas veces acepto con displicencia, para calmar su fastidiosa insistencia)... Mi ombligo es un modesto, no un vistoso, remolino, una ranura empotrada, como el de mi padre. A pesar de esto, me encanta olisquearme el dedo después de haber jugueteado con él: un olor muy agrio, subterráneo, imposible de describir, pero digamos que una combinación de calcetines viejos de gimnasia con tripas rellenas (la palabra yiddish para este guiso cebolliento de intestinos molidos es, muy apropiadamente, kishkas)... Tengo una cicatriz en mi lengua desde la infancia, debo suponer que me la gané por haber aterrizado de alguna manera contra un objeto punzante. O tal vez la mordí muy fuerte. Como tengo el hábito de sacar la lengua como un perro cuando estoy haciendo un esfuerzo físico, tal vez para acicatear mis músculos, puede que me la haya agarrado en una de ésas... Hago rechinar los dientes, dormido o despierto. Despierto, la sensación me pone en alerta, y me aterriza, cuando me da por las ensoñaciones. Otra manera que tengo de traerme 159 desde el cuerpo al mundo es pinchándome el cachete —agarro un pellizco de carne hacia abajo, y lo estrujo—, como una vez vi a JFK hacerlo en un desfile de automóviles, en una filmación... Me pellizco así sobre todo cuando, dando mis clases o en otras ocasiones frente al público, estoy intentando mantener mi concentración mental. También me rasco la nuca cuando, en público, siento tensión, tanto que a veces me saco ronchas y llagas, que terminan por tener costras; y es una delicia arrancarme las costras... Mi nariz me pica siempre que pienso en ella, y me la rasco muy seguido, especialmente cuando estoy en la cama intentado dormirme (tal vez porque entonces estoy consciente de mi respiración). También me hurgo la nariz, me la escarbo insistentemente, cuando nadie —¡espero!— me está viendo... Tengo una cicatriz blanca del tamaño de un moneda pequeña en la parte blanda de la rodilla; de niño, me estrellé corriendo contra la defensa de un coche, todavía me acuerdo cuando me quedé observando con fría calma cómo corría la sangre, salía como de un hermoso durazno a medio comer... Por lo regular, la vista de mi propia sangre me pone horrendamente nervioso. Cuando me sacaban una muestra de sangre, solía desmayarme, ahora puedo controlarme, me muerdo por dentro los cachetes mirando insistentemente en sentido contrario a la acción de la aguja... Me gusta limpiarme la cerilla de las orejas tan frecuentemente como sea posible (el olor es peculiarmente sulfuroso, lo asocio con el de los cuerpos de insectos muertos). Me niego a oír las advertencias de que es peligroso introducirse objetos en los oídos para limpiárselos. Amo los Q-Tips sin moderación; los compro en cantidades fabulosas, y los almaceno tal y como un refugiado almacenaría comida enlatada... Mis tobillos son largos y parecen de simio; no les tengo ningún apego, están tan lejos, que bien pueden pertenecer a otra persona... Mis nalgas planas no son ofensivamente grandes, pero ninguna tiene la apariencia soñadora que uno ve en los anuncios de jeans... Tal vez por esta razón, me perturbé puritanamente cuando los traseros comenzaron a ser considerados en Madison Avenue, por ahí de los años setenta, como crucial equipo sexual, y empecé a recibir los ensayos de alumnas adolescentes declarando que les gustaba tal chavo sólo porque tenía “unas pompas chulas”. Me incomodaba; según yo el meollo del asunto estaba en otro lugar. Acerca de mi pene no hay nada, creo, inusual. Tiene un tallo café, con un hongo rosa cuando jalo el pellejo hacia atrás. Como muchos heterosexuales varones, no tengo mucha información que me permita compa160 Phillip Lopate rarlo con otros, así que me siento como un verdadero novato cuando estoy entre mujeres u hombres gays que se explayan deleitándose en las diferencias de los penes. Me preocupa que me vayan a juzgar duramente, que me ridiculicen como los niños que me arrancaron el traje de baño en un campamento de verano cuando yo tenía diez años. Pero, tal vez, simplemente lo declararían un pene común y corriente, que cambia de tamaño con los estímulos del clima y la hora del día. De hecho mi pene sí tiene una peculiaridad: dos agujeros para orinar. Están muy cercanos el uno al otro, por lo regular corre sólo un chorro de orina, pero si un pelo queda atrapado entre los dos agujeritos, u ocurre algún otro contratiempo, dos chisguetes salen en direcciones distintas al mismo tiempo. Esta parte de mi persona, que tan sinecdóticamente se identifica con el cuerpo masculino (como el término “miembro viril” sugiere), me ha dado simultáneamente muy poca y mucha información acerca de lo que significa ser un hombre. Tiene una personalidad de gato. Yo le he suplicado que se comporte mejor, que sea menos retozón, o más, dependiendo del momento; he obedecido su intuición en asuntos de amor, ignorando el sentido común, y he pagado el precio; pero también he aprendido a apreciar que tiene su muy particular forma de inteligencia y que vale la pena hacerle caso, o si no uno pagará otro precio. Sólo decir la palabra “impotencia” en voz alta, me pone nervioso. Solía temblar cuando la veía impresa, y su pariente cercana “importancia” —si uno lo mira bien— me produce el mismo efecto, como si estuvieran publicando a voces uno de mis secretos. Pero ¿por qué tendría que ser mi secreto, cuando la verdad es que mi pene me ha dado regularmente erecciones todos estos muchos años —excepción hecha de, digamos, una docena de veces, cuando yo era todavía muy joven? Porque, aunque no sea para mí un problema, ha dominado una buena parte de mi pensamiento adulto masculino. No necesito sino irme a la cama con una mujer, para quedar a su merced. El poder de la declaración de un pene fláccido, “no te quiero”, es tan severo, tan cruelmente directo, que continúa por ejercer una fascinación, fuera de toda proporción, sobre su incidencia real. Esas pocas veces en que yo fui incapaz de “funcionar”, fueron como si una pared me forzara a tomar otro camino —exacto como cuando a los diecisiete intenté suicidarme, y me vi forzado a abandonar el pesimismo por un buen tiempo. Cada una de esas veces me ha enseñado, de manera asaz dolorosa, que no podía 161 desde el cuerpo manejar el mundo del modo en que lo había interpretado previamente, que mi confusión y mi rabia estaban siendo descubiertos. Debía volverme más astuto, o, si no, crecer. Pero por la misma razón por la que me vi obligado a dejar eso atrás, estas dos opciones de mi juventud —la impotencia y el suicidio— continúan gobernando una lealtad subterránea, como si hubieran sido más “honestas” que las estrategias descarriadas por las que opté, la sobrevivencia y la “potencia”. Digámoslo de esta manera: algunas veces topamos con una persona que hace años vivió una crisis nerviosa, y que parece solidificada sobre un terreno lodoso, su vulnerabilidad afianzada de tal manera que parece peligrosa; percibimos que dejó en dicha crisis una porción crucial de su persona, y que de ahí para acá ha crecido rígidamente jovial. Así el suicidio y la impotencia se convirtieron para mí en los caminos no tomados, las rutas que yo reprimí. Siempre que escucho una anécdota sobre la impotencia —una mujer que ha sido capaz de encamar a un ex sacerdote que había sido célibe y que era incapaz de hacer el amor, primero acostándose a su lado durante seis meses sin tocarlo, después acariciándolo durante otros seis meses, después llevándolo lentamente hacia el abrazo sexual—, yo creo que están hablando de mí. Me identifico completamente: esto a pesar de que —y prometo no volver a repetirlo— he sido capaz de hacer el amor casi siempre que se ha requerido. Aunque no lo crean, no estoy presumiendo cuando lo digo: una parte de mi persona desprecia su virilidad, como si todo fuera un truco mecánico que violase mi naturaleza natural, la de un hombre impotente aterrorizado por las mujeres, completamente aislado, separado del mundo. Ahora veo de qué manera he idealizado la impotencia: la he conectado con un repudio del mundo, como una especie de integridad, como en El misántropo de Molière. La he conectado con esa parte de mi persona que, así sea yo gregario y social, continúa insistiendo en que soy un recluso, demasiado bueno para esta vida. Obviamente es cierto que no vivo aterrado por las mujeres. Exagero este terror para conseguir un efecto más dramático, un mero propósito efectista. Una última palabra sobre la impotencia: una vez, cuando pasaba por el periodo en que salía con muchas mujeres, como queriendo voluntariamente ignorar mi lado hipersensitivo, y forzarlo a adquirir callo arrojándome a la fuerza a situaciones extrañas (y no sólo sexuales) y presenciando que yo era capaz de salir más o menos airoso, salí con 162 Phillip Lopate una mujer que era muy atractiva, alta y rubia, se llamaba Susan. Trabajaba en algo que tenía que ver con música pop, era seguidora del religioso visionario futurista Teilhard de Chardin y creía ser una pacifista religiosa. De hecho, me dijo que su número de teléfono era un anagrama: NO-A-LA-GUERRA. Yo creí que bromeaba, y me carcajée, pero ella me echó una mirada de esas que matan. Debo decir que todas las mujeres con las que fui o casi fui impotente eran de naturaleza solemne. El acto sexual me ha parecido siempre ridículo de diferentes maneras, y me siento muy cómodo cuando una mujer que se mete a las sábanas conmigo comparte el sentido de pomposidad cómica que hay atrás de la grandilocuencia retórica de la carne. Es como si la prosa del cuerpo se viera drásticamente exprimida en verso medido. Si yo hubiera sido amante de D. H. Lawrence, no sé cómo le habría hecho para dejar de carcajearme, y estoy seguro de que él se habría enfadado bastante conmigo. Pero para mí una sonrisa diciendo “todo esto pasará”, tiene más efecto erótico que ninguna otra cosa. Se dice que si un hombre tiene largos, largos dedos, también tiene un largo pene. Puedo decir con completa certeza que mis dedos son muy largos y sensitivos, la parte más perfecta, elegante y hermosa de toda mi anatomía. No son perfectos del todo —el último nudillo de mi dedo medio derecho está torcido siempre, me lo rompí en un partido de softball cuando trataba de bloquear la base—, pero incluso esta ligera desfiguración, anuncio de mi mortalidad, a mis ojos añade encanto a la belleza de mis manos. Mi pene no despierta en mí nada parecido al gusto que me da contemplar mis dedos. Manos de pianista, me han dicho a menudo; y aunque no toco el piano, derivo de esta afirmación una satisfacción estética tan pura y apolínea como soy capaz de sentirla. Puedo verme los dedos durante horas. No debe sorprender que me los meta tan a menudo a la boca, que me coma las uñas para tenerlos más cerca. Cuando escribo, casi siento que ellos, y no mi intelecto, son los inteligentes progenitores de mi texto. Cualquier narcisista, fetichista y orgulloso sentido de la masculinidad que yo acaso tenga de mi cuerpo, debe empezar y terminar en mis dedos. Traducción: Carmen Boullosa 163 poesía poetas negras Poetas negras E n los distintos países de América, con sus respectivas circunstancias históricas, la población negra, traída originalmente para la esclavitud y la servidumbre, ha vivido en una situación de desventaja, cuando no de crueldad e injusticia. Con el paso de los siglos, las independencias y algunas revoluciones, se han proclamado y aprobado diversas leyes para evitar y castigar la discriminación racial. Sin embargo, no han sido suficientes para lograr la libertad y la igualdad: no sólo la tradición pesa mucho, sino que también a muchos les conviene que pese. Todavía hoy, ya en el siglo XXI, los negros de cada país de América, a su modo y manera, siguen luchando por una vida que otros considerarían lo mínimo necesario dentro de su sociedad. Además, América, como parte de Occidente, comparte ese sistema social demasiado masculino y demasiado pálido (too male and too pale, se dice) que ha dejado también a las mujeres en un plano secundario, como otra forma de discriminación. Presentamos aquí unos ejemplos, de entre muchos, de poetas negras que se refieren a esta combinación de situaciones. Ana Irma Lassén de Puerto Rico da una respuesta clara y contundente a la visión estereotipada y folklórica del poeta negrista Luis Palés Matos. Angela Lopes Galvao participa en una publicación de poesía negra y su editorial y fundación correspondientes, fundadas en São Paulo para llenar un vacío notable para los escritores negros. Evelyne Trouillot habla de la supervivencia en un país tan pobre y desamparado como es Haití. Y June Jordan, nacida en Nueva York de familia jamaiquina, habla claramente de lo que es ser una mujer negra en Estados Unidos y extiende esa experiencia al ansia de imperialismo que reina en nuestro mundo. Mónica Mansour 167 poesía Ana Irma Rivera Lassén [Puerto Rico, 1955] Negro, negra, Negro, negra, hermanos y hermanas de la piel y del dolor, hoy quiero romper los recuerdos del pueblo que duerme entre las palmeras con rumor de canto monorrítmico en el viento. Porque seguimos soportando. Un clamor de bongó recuerda los días en que las horas blancas no existían. ¡África abuela! ¡África madre! Sueños y sangre, dolor y llanto. En la espalda quedaron los testigos. Cadena de recuerdos. Esta noche... sí, me obsede a mí también la visión de un pueblo negro. Mi pueblo leyenda, esclavo de la historia, que vive escapándose del día. Vengo de mano con Tembandumba abriendo filas, con fuerza de Congo, 168 poetas negras con los ojos cargados de versos venimos buscándonos, (no culipandeando) desde el fondo del caño. Nuestra jungla grita, ya no canta para despertar el tótem ancestral, el arrabal no bate tambores sacramentales, sólo almas, almas cargadas del azúcar más agria, que crecen escondidas, que surgen del bongó centenario que lanza la sangre de los dioses que callaron. Monstruo de sexo y baile (así te cantaron muchos) envuelto en cientos de pliegues negros que arden en la soledad olvidada de tanto vivirla, tus quijadas que no suenan ni para comer “exploradores” se crispan de dolor ante el espejo y se quiebran de cansancio. Tú que regaste continentes creyendo que la libertad tenía cara blanca y pelo lacio, ocultando la piel bajo las miradas, tú, mi pueblo, hoy escucho un clamor centenario en el fondo de mi sangre. Y veo que revientan tambores en toda América, y que te crecen voces y miles de brazos y que me dices que te cansaste de llorar tu pena fría. 169 poesía Hoy vengo de mano con Tembandumba, a buscarte, porque nos obsede la visión de un pueblo nuevo. Angela Lopes Galvao [Brasil] Sed deja escurrir esa sangre que riega mi alma labra mi sueño siega mi calma deja escurrir esa sangre que lava nuestro camino encubre esa agonía reseca nuestro destino deja escurrir esa sangre que se burla de mi dolor subyuga mi entraña lacera ese amor deja escurrir esa sangre que calla esa voz altiva sacia ésa mi sed justifica esa doctrina deja escurrir esa sangre que sorbió mi desgracia ocultó mi nombre mató a mi raza deja escurrir esa sangre que enloda mi tiempo 170 poetas negras esclaviza mi cuerpo mercadea mi miedo deja escurrir esa sangre que mutila mi pasado Evelyne Trouillot [Haití, 1954] Al final de la mirada Al final de la mirada mi ternura enganchada al malestar de la tierra su sombra bajo mis pies mis negaciones mis ansias de huir y mis dos brazos abiertos Tantos agujeros en el cielo de odios y de quimeras Frente a los espacios reguladores de las conciencias y de las calles Se sobresalta en mí nido precario pico abierto un pajarito temerario ¿Quién se atreve todavía a amar a este país y decirlo? 171 poesía June Jordan [Nueva York, 1936] Poema sobre mis derechos También esta noche y necesito dar un paseo y aclarar mi mente acerca de este poema sobre por qué no puedo salir sin cambiarme de ropa de zapatos la postura del cuerpo la identidad de género la edad la situación como mujer sola en la noche/ sola en las calles/sola no es el asunto/ el asunto es que no puedo hacer lo que quiero hacer con mi propio cuerpo porque tengo el sexo equivocado la edad equivocada la piel equivocada y supongamos que no es aquí en la ciudad sino allá en la playa/ o lejos dentro del bosque y yo quisiera ir allá sola a pensar en Dios/o a pensar en niños o a pensar en el mundo/todo esto revelado por las estrellas y el silencio: no podría ir y no podría pensar y no podría quedarme allí sola porque necesito estar sola porque no puedo hacer lo que quiero hacer con mi propio cuerpo y quién diablos dispuso las cosas así y en Francia dicen que si el tipo penetra pero no eyacula entonces no me violó y si después de acuchillarlo si después de gritos si después de rogarle al imbécil y aún si después de azotarle un martillo en la cabeza si aún después de eso si él y sus amiguitos me cogen después de eso entonces di mi consentimiento y no hubo violación porque al fin entiendes al fin me cogieron otra vez porque yo estaba equivocada estaba equivocada otra vez por ser yo siendo yo donde estaba/equivocada de ser quien soy 172 poetas negras que es exactamente como Sudáfrica penetrando en Namibia penetrando en Angola y quiere decir eso quiero decir cómo sabes si Pretoria eyacula cómo se verá la evidencia la prueba de la eyaculación del monstruo con botas en Tierranegra y si después de Namibia y si después de Angola y si después de /Zimbabwe y si después de que todos mis parientes y parientas se resisten /aún hasta la autoinmolación de los pueblos y si después de eso perdemos de todos modos qué dirán los muchachotes alegarán mi consentimiento: Me Entiendes: Somos la gente equivocada con la piel equivocada en el continente equivocado y de qué diablos se sienten todos tan sensatos y según el Times de esta semana en 1966 la CIA decidió que tenían un problema y el problema era un hombre llamado Nkrumah así que lo mataron y antes fue Patricio Lumumba y antes fue mi padre en los terrenos de mi universidad prestigiada y mi padre temeroso de entrar a la cafetería porque dijo que estaba equivocado la edad equivocada la piel equivocada la identidad de género equivocada y estaba pagando mi colegiatura y antes fue mi padre diciendo que yo estaba equivocada diciendo que debería haber sido varón porque él lo quería/un varón y que debería haber tenido la piel más clara y que debería haber tenido el pelo más lacio y que no debería estar tan loca por los muchachos sino más bien debería serlo/un muchacho y antes fue mi madre rogando por cirugía plástica para mi nariz y frenos para mis dientes y diciéndome que soltara los libros que los soltara en otras palabras conozco bien los problemas de la CIA y los problemas de Sudáfrica y los problemas 173 poesía de la Corporación Exxon y los problemas de América blanca en general y los problemas de los maestros y los predicadores y el FBI y los trabajadores sociales y mi Mamá y Papá particulares/conozco bien los problemas porque los problemas resultan ser yo yo soy la historia de la violación yo soy la historia del rechazo de quien soy yo soy la historia del encarcelamiento aterrado de mí misma yo soy la historia de asaltos con agresión y ejércitos ilimitados contra lo que sea que quiera hacer con mi mente y mi cuerpo y mi alma y si se trata de salir a caminar por la noche o si se trata del amor que siento o la santidad de mis fronteras nacionales o la santidad de mis dirigentes o la santidad de cada uno de mis deseos que conozco desde mi personal e idiosincrático e indiscutiblemente único y singular corazón he sido violada será porque he estado equivocada el sexo equivocado la edad equivocada la piel equivocada la nariz equivocada el pelo equivocado la necesidad equivocada el sueño equivocado la geografía equivocada el sastre equivocado yo yo he sido el significado de la violación yo he sido el problema que todos procuran eliminar por una forzada penetración con o sin la evidencia de baba y/ pero que esto sea inconfundible este poema no es consentimiento no doy mi consentimiento a mi madre a mi padre a los maestros al FBI a Sudáfrica a Bedford Stuy a Park Avenue a American Airlines a los ociosos excitados en las esquinas a los asquerosos ocultos en los coches 174 poetas negras No estoy equivocada: Equivocada no es mi nombre mi nombre es mío es mío es mío y no puedo decirte quién diablos dispuso las cosas así pero puedo decirte que desde ahora mi resistencia mi simple autodeterminación de día y de noche bien podría costarte la vida. Traducción: Mónica Mansour 175 políticas públicas Judith Astelarra Veinte años de políticas de igualdad de oportunidades en España Judith Astelarra Las políticas de género E xisten diversos tipos de estrategias políticas para impulsar políticas públicas en contra de las desigualdades de género. Sin embargo, la estrategia que más se ha generalizado a nivel internacional en los últimos quince años es la de igualdad de oportunidades. La igualdad de oportunidades en la tradición política liberal clásica implica que todos los individuos han de tener la misma oportunidad y que las desigualdades (se habla de diferencias pero en realidad se trata de desigualdades) que se producen se deben a los distintos méritos que tienen las personas. Es decir, todos han podido utilizar las mismas oportunidades, pero como son diferentes (aquí sí que aparece el concepto de diferencia), algunos son más capaces que otros, entonces terminan siendo desiguales. Existen, por lo tanto, desigualdades injustas que deben ser corregidas, cuando no se ha tenido en el punto de partida las mismas oportunidades, y desigualdades que sólo expresan las diferencias meritocráticas y que son legítimas. ¿En qué actuaciones se expresa esta estrategia? Lo primero que se hace es revisar los marcos legales y toda la legislación existente, porque en efecto persistían muchas desigualdades en la propia ley. Al mismo tiempo se impulsan ciertas medidas para que la ley se aplique. Sin embargo, cuando se hacen las primeras evaluaciones en los Estados Unidos, pionero en esta materia, y en muchos países europeos, se constata que la igualdad de oportunidades no produce igualdad en los resultados. Las reformas legales y las actuaciones públicas no producen a continuación los cambios necesarios en la realidad social de las mujeres, de modo que se pueda afirmar que la discriminación ha desapareci179 políticas públicas do. El análisis, los datos y las evaluaciones que se hacen de las repercusiones de estas políticas muestran que el problema radica en que el punto de partida entre hombres y mujeres para la participación en el mundo público no es igual. Frente a esta limitación de las políticas de igualdad de oportunidades aparece una primera respuesta: si las mujeres no son iguales en el punto de partida, hay que corregir el punto de partida. Eso implica hacer un paquete de políticas relativamente diferentes para corregir este punto de partida. El primer tipo de modificación de la estrategia de igualdad de oportunidades es la acción positiva. La acción positiva consiste en un mecanismo para corregir la desventaja inicial de las mujeres: en igualdad de condiciones, primar a una mujer sobre un hombre. Si bien la acción positiva es un primer mecanismo para superar la limitación de las políticas de igualdad de oportunidades, sin embargo, siguen subsistiendo problemas, a pesar de la acción positiva, que han comenzado a mostrar que se debe intentar abordar el fondo del problema. La discriminación no desaparece porque, como los estudios muestran sistemáticamente, la incorporación de las mujeres al mundo público no transforma su rol de amas de casa. Las mujeres siguen siendo las responsables total o parcialmente del ámbito doméstico, independientemente de cualquier otra actividad que desempeñen. Es lo que se define como la doble jornada de las mujeres. Es decir, la aplicación de las políticas de igualdad de oportunidades, que son políticas para que las mujeres accedan al mundo público, cuando comienzan a producir resultados en cuanto a esta incorporación, muestran inmediatamente el tema del ámbito privado y su incidencia en las actividades de las mujeres. Es la estructura familiar y el rol de las mujeres en ella lo que hace que las mujeres no consigan una posición igual a la de los hombres ni en el trabajo ni en la política ni en la vida social. Por ello los nuevos derechos que se han otorgado a las mujeres tienden a ser formales y no sustantivos. A la desventaja familiar hay que añadir otros elementos, ideológicos o de poder, que hacen que se les dé a las mujeres un rango secundario en las actividades públicas a las que han tenido acceso. A partir de este análisis, en los últimos tiempos se ha buscado acompañar las medidas de igualdad de oportunidades en el ámbito público con medidas que permitan una redistribución del trabajo doméstico entre mujeres y hombres. Ello ha surgido a partir de analizar cómo funcio180 Judith Astelarra na la vida social y cómo se equilibra la ausencia con la presencia de las mujeres, cosa que también sucede en el caso de los hombres. Limitaciones de la equidad: ausencia y presencia de las mujeres Las políticas de igualdad de oportunidades intentan corregir la ausencia de las mujeres en aquellos lugares públicos en que están presentes los varones. Esta lógica de corregir las ausencias sociales de las mujeres parece partir del supuesto de que las mujeres no hacían nada. Era un colectivo que estaba por allí, en la familia, y “no trabajaba”. Estaban discriminadas porque no estaban en los lugares donde había que estar. Por lo tanto, lo que había que hacer era simplemente eliminar las barreras legales, económicas, sociales, culturales y de poder, para que pudieran acceder a estos puestos sociales. Cuando se comienza a intentar, a través de las diferentes políticas de igualdad de oportunidades, conseguir este objetivo, es cuando se descubre que la contrapartida de esta ausencia es la presencia de las mujeres. Las mujeres no estaban donde había que estar no porque no hicieran nada sino porque estaban ocupadas en otros ámbitos de actividad social. Se trataba del ámbito privado cuya institución principal es la familia, que es una unidad de producción de bienes y servicios vinculada a la reproducción humana y al mantenimiento cotidiano de las personas. Hay que agregar, además, que las funciones de las mujeres no se cumplen sólo en el hogar. Las mujeres ponen muchas horas de participación colectiva, pero en otro tipo de organizaciones que no son las organizaciones económicas, sociales y políticas clásicas. Las mujeres participan en una serie de organizaciones ligadas a necesidades sociales de la colectividad: cuidado de los grupos más desfavorecidos, trabajo en el nivel vecinal y local; participación en la mejora de las condiciones de la vida cotidiana. Esta participación se hace de forma voluntaria, pero tiene una gran trascendencia, y se suma al trabajo realizado por las mujeres en el hogar. Alcance y limitaciones de la igualdad de oportunidades La conclusión, por lo tanto, es que si se quiere abolir realmente la discriminación de las mujeres, es necesario cambiar la organización social 181 políticas públicas que le sirve de base y la dicotomía entre las actividades públicas y las privadas. Esto supone políticas públicas de más envergadura y con objetivos más amplios que la mera búsqueda de igualdad de oportunidades entre las mujeres y los hombres en el ámbito público. Supone, por un lado, modificar las características y la relación entre mundo público y mundo privado que han caracterizado a nuestra sociedad moderna. Por otro lado, propone eliminar la base cultural y política que ha sustentado la jerarquía entre lo masculino y lo femenino, lo que se remonta a varios milenios y que ha permeado casi todos los tipos de organización social que conocemos. No es posible que esta profunda tarea de cambio de todo tipo se produzca sólo con la puesta en marcha de políticas públicas; supone una verdadera revolución de la sociedad y de las personas. La sociedad debe organizar su base privada, en especial los servicios producidos en la familia, de otra manera. Las personas deben modificar radicalmente, en lo que respecta al género, sus ideas, sus modos de actuar y sus valores. Veinte años de políticas públicas en España Incorporar el tema en la agenda pública Desde los comienzos de la transición democrática se asumió la necesidad de impulsar políticas que garantizaran derechos iguales para las mujeres. Primero se creó la Subdirección de la Mujer en el Ministerio de Cultura y a partir de 1983 se creó el Instituto de la Mujer, organismo autónomo con rango de dirección general que ha dependido primero del Ministerio de Cultura, después del de Asuntos Sociales y actualmente del Ministerio del Trabajo y Asuntos Sociales. Desde el primer momento, el Instituto de la Mujer asumió que las políticas públicas por la equidad de género deberían ser impulsadas por todo el gobierno. El órgano superior del instituto, su Consejo Rector, formado por representantes de alto nivel de doce ministerios y por seis mujeres —elegidas por la dirección del instituto por su aporte a la causa de las mujeres— tuvo a su cargo impulsar y echar a andar políticas de igualdad de oportunidades. La incorporación de España a la Comunidad Europea le dio mayor soporte a las actividades del Instituto de la Mujer ya que sus planes generales fueron asumidos por el gobierno español. Asimismo, siguiendo el modelo europeo, el Consejo Rector decidió organizar el trabajo de 182 Judith Astelarra la administración pública española en un Plan de Igualdad de Oportunidades. Así se han aprobado en el Consejo Rector tres planes de igualdad de oportunidades para los años 1988-1990; 1993-1995 y 1997-2000. Los planes han obtenido la aprobación del Consejo de Ministros del gobierno y establecen áreas de actuación, objetivos y acciones e indican cuáles son los organismos del gobierno que deberán ejecutarlos. En las 17 comunidades autónomas también se han creado Institutos de la Mujer que han elaborado sus respectivos planes de igualdad de oportunidades. Al mismo tiempo, la administración local española se ha incorporado al desarrollo de políticas de igualdad de oportunidades y en muchos ayuntamientos españoles también existen planes de igualdad de oportunidades. En las otras instituciones del estado se han creado, asimismo, instancias de actuación a favor de los derechos de las mujeres. Existen comisiones específicas en el Congreso de los Diputados y el Senado español y en los parlamentos autonómicos. A lo largo de los años ochenta y noventa se impulsaron por lo tanto, desde los distintos niveles del ejecutivo, políticas públicas de igualdad de oportunidades. En algunos casos (Instituto Vasco de la Mujer) estas políticas fueron un paso más allá y se potenció la incorporación de la acción positiva como una forma de actuación. En este contexto parece interesante analizar cuál es el rol que han tenido los planes de igualdad de oportunidades. Tres parecen ser las características más importantes del contexto en que estos planes se elaboraron y se deberían poner en marcha: 1) No había tradición en la administración y en los parlamentos centrales y autonómicos de aplicación de este tipo de políticas públicas. 2) Por el tipo de objetivos que se proponían estos organismos, su actuación debería ser global, puesto que la discriminación que buscaban combatir y eliminar requiere impulsar acciones en todas las áreas de actuación pública. 3) Cambiar la situación de las mujeres supone el compromiso de los propios agentes sociales. Esto es, la sociedad en su conjunto debe aceptar que existe discriminación contra las mujeres, que esto debe eliminarse y que para ello hay que modificar formas de conducta y una organización social y económica que es la que genera y mantiene esta situación. Estos tres rasgos del contexto político y social en los que se realizarían explican las características mismas de los planes que se elaboraron 183 políticas públicas e impulsaron en los gobiernos central y autonómicos. En efecto, los planes no sólo respondían a una necesidad instrumental, es decir, organizar la actuación en esta temática, sino que era necesario comenzar por explicitar en qué consistían las políticas públicas de igualdad de oportunidades y de acción positiva. En esta medida, los planes eran útiles para hacer frente a la falta de tradición en actuaciones de este tipo en estas instituciones y para mostrar el carácter de globalidad que necesariamente habían de tener las políticas públicas en este tema. Esto es lo que podríamos denominar “poner el tema en la agenda pública”. En lo que respecta al compromiso de la sociedad en la consecución de los cambios necesarios para eliminar la discriminación, se trata de un proceso que requiere de mucho más tiempo. Sin embargo, hay que comenzar por legitimar el tema, es decir, que sea conocido, que se sepa cuales son sus orígenes y que se cree consenso en cuanto a que se trata de una situación que hay que modificar. El movimiento feminista de los setenta y ochenta planteó la eliminación de la subordinación femenina como una reivindicación propia. Para que se convirtiera en una reivindicación asumida por todas las mujeres y también por los varones, se requería su aceptación por parte de toda la sociedad. Ello suponía que se creara conciencia de que había que emprender acciones sociales, políticas y culturales, tanto gubernamentales como no gubernamentales, para cumplir con este objetivo. Los planes de igualdad de oportunidades establecían como uno de sus objetivos la creación de una opinión pública favorable a su propuesta y la búsqueda de este compromiso social frente a los cambios requeridos. La globalidad con que se abordaba la problemática permitía también sensibilizar a la sociedad sobre el carácter complejo de la problemática. Se ha de decir que estos planes no son, estrictamente hablando, planes, pues un plan supone señalar no sólo objetivos, como hacen estos, sino especificar los resultados que se espera obtener en el periodo de tiempo de su ejecución y los recursos que se asignarán. En este caso, incluso las acciones que se proponen, aunque son muy concretas, no están cuantificadas. Por ejemplo, una acción puede proponer que se debe mejorar la detección y tratamiento del cáncer de mama. Si no se especifica a qué porcentaje de las mujeres debe alcanzar esta acción, sólo con que en un par de hospitales se haya mejorado la atención, ya se habría cumplido la acción. Es decir, no son planes en el sentido que no está claramente especificado en qué periodo de tiempo, a qué sector de la población y qué recursos se van a destinar a ciertas acciones. Esto también dificulta 184 Judith Astelarra la evaluación sobre el impacto que estas medidas han tenido y sobre su alcance real. Este aspecto refuerza la hipótesis de que los planes han sido, por lo menos en su primera etapa, sobre todo un instrumento de incorporación de la temática de la discriminación de las mujeres en el estado. Las primeras evaluaciones que se hacen en el gobierno central muestran este hecho. Lo que se realiza son memorias de actividades. La evaluación consiste en decir cuáles de aquellas acciones propuestas en el plan han sido desarrolladas, dónde y por quién. Es decir, evalúan en qué medida el estado está comenzando a adecuar su actuación para garantizar el principio constitucional de no discriminación por razón de sexo. Desde esta perspectiva, el objetivo de incorporar el tema de la discriminación a la agenda pública es importante. La discriminación de las mujeres no es un problema sectorial, precisamente porque el sistema de género es global y determina espacios y conductas sociales tanto masculinas como femeninas. Si lo que afecta a la mitad de la población, la femenina, es sectorial, entonces también lo sería todo lo que afecta a la otra mitad, es decir los hombres. Así, la dimensión de género se debe incorporar como una actividad normal de todas las políticas públicas que se echan a andar. Los resultados: la opinión de las expertas En un estudio Delphi1 que abordaba el acceso de las mujeres al empleo y la combinación con el trabajo asalariado, las entrevistadas consideraron que el mayor énfasis había estado en su incorporación al mercado de trabajo. Para las expertas, estos cambios se debieron en parte a las políticas de igualdad de oportunidades que se impulsaron en España a través de planes. Consideran que tuvieron aspectos positivos, pero tam- 1 Estas conclusiones se han obtenido de un estudio Delphi hecho con un conjunto de expertas. Formó parte del informe español que he realizado para la Red Europea sobre “Políticas para conciliar el trabajo asalariado y el doméstico” coordinado por la Universidad de Tilburg: Judith Astelarra, “The Evaluation of Policies in Relation to the Division of Paid and Unpaid Work in Spain”, European Network on Policies and the Division of Unpaid and Paid Work, WORC, Tilburg University, Países Bajos, 2001. 185 políticas públicas bién han dejado problemas sin resolver que deberán ser abordados en el futuro. Entre lo positivo destaca: 1. La creación de un nuevo marco legal, en especial las leyes en contra de la discriminación. 2. El hecho de que la discriminación de las mujeres forma ya parte de la agenda pública. Independientemente del partido que gobierne, se ha asumido que el estado debe actuar en contra de la discriminación. 3. Se ha contribuido a crear una opinión pública que está a favor de la igualdad entre las mujeres y los hombres y a sensibilizar a la población sobre los problemas que afectan a las mujeres. Entre los problemas que no se han resuelto se destaca: 1. Existen aún factores en el mercado de trabajo que conducen a la discriminación de las mujeres. Por ejemplo, en las tasas de desempleo o en el hecho de que se las sigue ubicando en las profesiones “femeninas” (secretarias o dependientes de comercio) independientemente de su educación. 2. No se han diseñado políticas para proveer de servicios que sutituyan el trabajo doméstico y se está muy lejos de los países de Europa del Norte en este aspecto. 3. Se ha ignorado a la familia y no se ha desarrollado una política que haga compatible la igualdad de oportunidades para las mujeres con el necesario cambio en las familias que ello comporta. Sólo en 1999 se ha aprobado una ley para permitir conciliar familia y empleo. 4. No hay cambios estructurales de más profundidad como, por ejemplo, la flexibilización de los horarios laborales para que hombres y mujeres puedan conciliar la actividad laboral con la familiar. Estrategia política de los planes de igualdad de oportunidades La opinión de las expertas se confirma si se analizan las medidas que han sido impulsadas desde los planes de igualdad de oportunidades. Las políticas de igualdad de oportunidades pueden ser clasificadas desde distintas categorizaciones. A partir de otros estudios,2 las medidas propuestas en los planes de igualdad de oportunidades pueden ser 2 Categorías elaboradas para la evaluación del Primer Plan de Acción Positiva de gobierno vasco, que posteriormente he utilizado en el análisis del modelo del plan de igualdad de oportunidades impulsado en España a través de la categorización de las medidas propuestas en los planes de igualdad de oportunidades. EMAKUNDE, 186 Judith Astelarra clasificadas en términos de cuál es su estrategia general de actuación. Desde esta perspectiva se pueden establecer diferentes niveles. En primer lugar, tendríamos los siguientes tres niveles generales: 1. Actuar sobre el conocimiento, informando, sensibilizando y formando a las personas. 2. Actuar directamente en contra de la discriminación y a favor de la igualdad real entre mujeres y hombres. 3. Crear organizaciones y estructuras para abordar las políticas antidiscriminatorias: instituciones públicas y organizaciones privadas. Aunque los tres niveles son importantes, el que aborda con mayor profundidad y de modo más directo la construcción de una sociedad más igualitaria entre mujeres y hombres es el segundo. Estas acciones posibilitan una igualdad de oportunidades real y pretenden eliminar las situaciones de discriminación que se producen hacia las mujeres, lo que implica realizar transformaciones radicales tanto en el comportamiento individual como en la organización social. Efectivamente, el primer nivel de actividades busca transformar el nivel ideológico, de modo que la desigualdad entre mujeres y hombres sea considerada como algo negativo en la cultura democrática. El tercer nivel hace referencia a la necesidad de que existan organizaciones especializadas, tanto en la administración pública como en la sociedad, cuya finalidad sea actuar en contra de la discriminación. En consecuencia, tanto el primero como el tercero pueden ser considerados pre-requisitos para desarrollar políticas directas de segundo nivel. En la siguiente tabla se muestra la distribución de todas las medidas propuestas en todos los planes de igualdad de oportunidades (tanto del gobierno central como de las comunidades autónomas). Conocimiento, información, sensibilización y formación Actuaciones directas contra la discriminación Apoyo a instituciones políticas, organizaciones privadas y cooperación internacional Total 187 Frecuencias Porcentaje 2587 63.7 774 19.0 702 17.3 4063 100.0 políticas públicas Estos tres niveles han sido desagregados en diferentes categorías. 1. El primero se dividió en tres categorías: 1.1 Las medidas cuyo objetivo era ampliar la cultura de las mujeres, la información sobre sus derechos o aspectos específicos de su discriminación, y las que buscaban sensibilizar a las mujeres o a la sociedad en general sobre la discriminación de las mujeres. 1.2 Las medidas que buscaban sacar a las mujeres de la invisibilidad y contribuir a difundir la dimensión de género en la sociedad. 1.3 Las medidas destinadas a la formación y educación de las mujeres. Se excluyó la formación directamente destinada a incorporarlas al mercado de trabajo (que se consideró acción directa). 2. La acción directa en contra de la discriminación se dividió en dos tipos: 2.1 Acción directa individual que busca darle un apoyo personalizado a las mujeres que sufren alguna forma de discriminación. Aquí se incluyó la formación ocupacional o la asistencia legal. 2.2 Acción directa asistencial que busca ayudar a una mujer discriminada en forma asistencial, por ejemplo, las casas de acogida de las mujeres maltratadas. 2.3 Acción directa estructural que busca cambiar las estructuras que generan discriminación. Aquí se incluyó la legislación antidiscriminatoria, las medidas de acción positiva, etc. La siguiente tabla muestra una distribución de estas categorías (agrupando 2.1 y 2.2) en todos los planes. Frecuencias Porcentaje Cultura, información y sensibilización 1761 43.3 Creación de conocimiento de género 419 10.3 Formación 323 7.9 Acción estructural 405 10 692 17 463 11.4 4063 100 Acción individual, asistencial y formación ocupacional Apoyo y subvenciones a asociaciones de mujeres, instituciones públicas y cooperación internacional Total 188 Judith Astelarra Las dos tablas muestran que la mayoría de las acciones se han dado en el terreno de la educación, información y sensibilización de las mujeres sobre sus derechos a incorporarse al mundo público y en la sensibilización de la población en general. También se han creado las estructuras de actuación. Sin embargo, ha habido mucha menor acción directa y ésta se ha concentrado en la legislación y en la formación ocupacional. La distribución de las acciones que se proponen en los planes no muestra diferencias significativas entre las del gobierno central y las comunidades autónomas o entre las autonómicas entre sí. Lo que resulta más significativo es que tampoco se diferencian si se las compara agrupándolas según el partido político que gobernaba, al establecerlas tanto en el gobierno central como en los autónomos. Los cuadros siguientes recogen la distribución de acciones en los planes elaborados por gobiernos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), por gobiernos del Partido Popular (PP) o por gobiernos nacionalistas en el País Vasco y Cataluña (CIU, Convergència i Unió) en Cataluña y el PNV (Partido Nacionalista Vasco) en el País Vasco. Planes de gobiernos PSOE (gob. central y autonómicos) Cultura, información y sensibilización Creación de conocimiento de género Formación Acción estructural Frecuencias Porcentaje válido 585 39.1 183 12.2 105 7.9 148 10 297 17 178 11.4 1496 100.0 Acción individual, asistencial y formación ocupacional Apoyo y subvenciones a asociaciones de mujeres, instituciones públicas y cooperación internacional Total 189 políticas públicas Planes de gobiernos PP (gob. central y autonómicos) Frecuencias Porcentaje válido 751 45.9 153 9.4 Formación 133 8.1 Acción estructural 149 9.1 255 15.6 195 11.9 1636 100.0 Cultura, información y sensibilización Creación de conocimiento de género Acción individual, asistencial y formación ocupacional Apoyo y subvenciones a asociaciones de mujeres, instituciones públicas y cooperación internacional Total Planes de gobiernos nacionalistas (Cataluña y País Vasco) Cultura, información y sensibilización Creación de conocimiento de género Formación Acción estructural Frecuencias Porcentaje válido 425 45.6 83 8.9 85 9.1 108 11.6 140 15.0 90 9.7 931 100.0 Acción individual, asistencial y formación ocupacional Apoyo y subvenciones a asociaciones de mujeres, instituciones públicas y cooperación internacional Total La homogeneidad en la tendencia de distribución indica que el modelo que se ha aplicado es un típico modelo de igualdad de oportunidades. El énfasis principal ha estado en crear las condiciones para que las mujeres pudieran acceder al mundo público, a través de la formación y el conocimiento de sus derechos. Al mismo tiempo se ha buscado que la sociedad se sensibilizara sobre la problemática de la discriminación de las mujeres y se creara una opinión pública favora190 Judith Astelarra ble a los derechos de las mujeres. Se ha cambiado, por lo tanto, la cultura ciudadana de las mujeres: de considerarse amas de casa han pasado a verse como ciudadanas en el mundo público. Políticas de igualdad y cambios en la situación social de las mujeres En estos años de vigencia de los planes se han producido profundos cambios en la situación social de las mujeres. Esto se constata al utilizar indicadores sociales que miden la posición de las mujeres en la educación, el empleo, la opinión pública a favor de la igualdad y otras variables. Es difícil evaluar el impacto que las políticas de igualdad de oportunidades han tenido en estos cambios, porque ello exigiría diseños cuasi experimentales de investigación que son imposibles de desarrollar para variables de tanto alcance. Sin embargo, se puede afirmar que las políticas impulsadas explican, aunque sea en parte, los cambios que se han producido en los últimos veinte años en la situación de las mujeres españolas. Esto formaba parte de un enfoque general de las políticas públicas de incorporar a las mujeres españolas al mundo público: tanto a la economía como a la política, la cultura y la actividad social. El punto de partida en España cuando comenzó la transición a la democracia había sido muy bajo en estos aspectos. La dictadura franquista había sido extremadamente patriarcal, prohibiendo a las mujeres el acceso al mundo público, obligándolas al rol de amas de casa y estableciendo una absoluta autoridad del padre de familia sobre la esposa y los hijos. Las mujeres españolas exigieron igualdad de derechos y participaron ampliamente en las movilizaciones que condujeron a la transición democrática. Veinte años después de la aprobación de la Constitución que prohibía la discriminación por razón de sexo, la situación de las mujeres españolas ha cambiado notablemente. Los cambios se pueden analizar comparando la situación de las mujeres a través del tiempo o comparando a hombres y mujeres. Otra forma de hacerlo es comparar a las diferentes generaciones de mujeres. Este es el criterio que asumiré en lo que sigue. En el análisis de las estadísticas que comparan a todas las mujeres a través del tiempo o a las mujeres con respecto de los hombres no queda claro un factor importante y es que los cambios se han producido sobre todo en las generaciones más jóvenes. Desde esta perspectiva, he partido de la hipótesis de que las transformaciones han surgido como parte del proceso de la transición. Así he distinguido tres generaciones de mujeres españolas: la generación pre transición (educada y que vivió parte de su 191 políticas públicas vida bajo el franquismo); la generación de la transición (la que fue educada en el franquismo pero hace la ruptura con él) y la generación post transición (que era muy pequeña o nació después de la democracia).3 En el anexo se presentan datos que muestran algunas diferencias entre las tres generaciones, obtenidos de diversas fuentes secundarias. De la lectura de esos datos se pueden extraer unas primeras conclusiones generales: 1. Ha habido un cambio espectacular en los niveles educativos (tabla 1) que afecta a hombres y mujeres. La mayor diferencia entre ellos se produce en el caso de la educación superior: mientras que las mujeres de la pre transición con títulos universitarios son la mitad que los hombres, en la generación post transición los superan por un 5 por ciento. 2. Este cambio también se ha producido en el acceso al mercado de trabajo (tabla 2). 3. En el terreno de las ideas, la generación joven también muestra que ya no cree en la ideología tradicional sobre la división sexual del trabajo, es decir, el hombre responsable del sustento y la mujer del hogar (tabla 12.1). 4. Estos cambios con respecto a la idea de que las mujeres deben educarse y entrar al trabajo asalariado no se han producido en el mercado de trabajo. En primer lugar se sigue considerando que el hombre tiene prioridad en el empleo lo que produce un mayor desempleo femenino (tabla 3). No sólo esto, sino que la tabla muestra que las mujeres tienen el doble de desempleo en las carreras universitarias feminizadas, pero tres veces más en las masculinizadas y en el caso de las ingenierías llega a ser cuatro veces mayor. Esto muestra que, aunque se intenta que las carreras masculinas dejen de serlo, el mercado de trabajo no ha cambiado la concepción y luego del esfuerzo para que las mujeres se incorporen a estas carreras las penalizan más que en las femeninas. Un segundo factor que muestra este mismo problema aparece en la tabla 4. Si se analiza el porcentaje de mujeres en la categoría ocupaciones femeninas (especialmente secretarias y dependientas de comer- 3 Para ello se tomó la edad en el año 1977: generación pre-transición la que tenía 35 años y más; generación de la transición, entre 15 y 34 años y generación posttransición, menos de 14 años. Los datos que se han analizado para los noventa, transfieren estos grupos de edad al año 1997, lo que hace que la edad de los tres grupos sea: 55 y más, de 35 a 54 años y de 14 a 34 años. Los datos que se utilizan provienen de diferentes fuentes, entre 1995 y 1999. 192 Judith Astelarra cio) se ve que es mucho mayor en la generación joven que en la de la pre transición. Estas son mucho menos en cantidad, pero están mejor distribuidas. Más aún, el techo de cristal es menor en este grupo que en el de la transición. 5. Los cambios no se han producido entre las tres generaciones en cuanto al ámbito doméstico y la familia. Para comenzar, se refleja en la natalidad (tabla 5). No sólo baja sino que, al cruzarla con la ocupación y la educación, vemos que ambos factores inciden en el descenso. Con respecto a la natalidad, lo que resulta interesante es que las opiniones con respecto a la evaluación sobre su decremento y a las razones que lo producen es bastante similar en las tres generaciones (tablas 6 y 7). Las tres generaciones lo valoran negativamente y consideran que la principal razón es la económica. La incorporación de las mujeres al trabajo asalariado aparece mucho más abajo en la tabla. El número ideal de hijos (dos) también es compartido por las tres generaciones (tabla 8). De la misma manera lo que aparece más importante como factor para contribuir al aumento de la natalidad para las tres generaciones es el aporte económico directo a las familias, ya sea por la vía de exención fiscal o de subsidio (tabla 9). 6. En cuanto al trabajo doméstico, como muestran las tablas 10 y 11, las mujeres de la post transición siguen siendo las principales responsables del trabajo doméstico (menos en el caso de cuidado de enfermos). Pero los hombres jóvenes dicen que hacen un poco más de trabajo doméstico de lo que dicen las mujeres jóvenes, mientras que en los mayores, los hombres parecen no tener problema en admitir que las mujeres son las que lo hacen todo. 7. Las actitudes sobre la familia también son bastante más complejas. En muchos casos no hay casi diferencia entre las tres generaciones (tabla 12, del 2 al 4). De la misma forma, las mujeres jóvenes también reflejan ambigüedades sobre la combinación de la maternidad con el trabajo asalariado (tabla 13). El sector de la población que reivindica el trabajo a jornada completa es el que no tiene hijos o los hijos ya han abandonado el hogar. 8. También en su representación política tanto a nivel de Parlamento Nacional como de los parlamentos en las comunidades autónomas ha habido un fuerte incremento de la presencia femenina (tabla 14). Se trata de una primera aproximación de análisis y los datos presentados deberían ser complementados con muchos otros. Sin embargo, parecen confirmar lo que diversos estudios han señalado. Hay una gran 193 políticas públicas diferencia en cuanto al acceso al mundo público entre las mujeres jóvenes y las mayores. Sin embargo, como hemos visto la discriminación continúa en el mundo público al que se incorporan y ha habido pocos cambios en cuanto a sus actividades familiares. Es decir, hemos corregido la ausencia de las mujeres del mundo público, pero sin cambiarlo. Y continúa el problema de cómo resolver sus presencias. Esto último supone que existe una ausencia de los hombres en el ámbito doméstico que corregir, pero sin que exista una demanda masculina para ello. Es difícil considerar que los cambios producidos sólo han sido consecuencia de las políticas de igualdad de oportunidades. Sin embargo, alguna relación se puede establecer entre ambos. Del análisis que se ha hecho de los planes de igualdad de oportunidades se puede concluir que su énfasis principal está en que las mujeres entren al mundo público y la mayor parte de las medidas propuestas están en la dirección de concienciar a las mujeres sobre sus derechos, informando y sensibilizando sobre la igualdad de oportunidades. También es un objetivo sacar a las mujeres de la invisibilidad a través de la realización de estudios. Pero no ha habido mucha actuación sobre este mundo público para que realmente dé cabida a las mujeres, ni se han producido para ello los cambios necesarios en sus estructuras de género. Este es el gran desafío del futuro, no sólo por razones de justicia sino porque los cambios que se han producido hasta ahora, como muestran muchas experiencias, pueden ser reversibles. La otra área importante de actuación es sobre las presencias de las mujeres y sobre la conciliación de trabajo doméstico y asalariado. Abordaremos este tema a continuación. Políticas para combinar trabajo doméstico y trabajo asalariado Para el análisis de cómo se ha abordado la conciliación entre el trabajo doméstico y el asalariado se clasificaron las medidas de los planes de igualdad de oportunidades en función de una tipología desarrollada en una investigacion europea coordinada por la Universidad de Tilburg sobre las políticas para combinar el trabajo doméstico y asalariado.4 Las categorías establecidas eran: 4 Del informe antes citado para la Red Europea. Estudio coordinado por la Universidad de Tilburg. 194 Judith Astelarra 1. Organización del tiempo de trabajo (prácticas de empleo flexible, permisos de paternidad/maternidad, etc.). 2. Abolición de la discriminación entre hombres y mujeres en el mercado laboral (salario, acceso, promoción, etc.). 3. Desarrollo de servicios sociales financiados adecuados a las necesidades familiares y de las mujeres. 4. Adaptación de esquemas fiscales y de la seguridad social a los diversos modelos de trabajo. 5. Organización del tiempo escolar (tiempo de ocio, guarderías). En la siguiente tabla se muestran los porcentajes de medidas clasificados en estas cinco categorías, para todos los planes y separadamente para todos los planes del gobierno central y todos los de las comunidades autónomas. Tipos de políticas y acciones en todos los planes de igualdad de oportunidades (%) Planes del gobierno central Planes de las comunidades autónomas Todos los planes 1. Organización del tiempo de trabajo 10.2 6.7 7.2 2. Abolición de discriminación laboral de género: acceso al mercado de trabajo 77.6 79.1 3. Servicios para la mujer 8.2 9.6 9.4 3.1 2.7 2.8 1 1.9 100% (98) 100% (626) 4. Esquemas fiscales 5. Organización tiempo escolar Total 78.9 1.8 100% (724) Para ver si detrás de las políticas había existido una estrategia de comenzar incorporando a las mujeres al mundo público para luego abordar la conciliación entre el trabajo asalariado y el doméstico se consideraron dos periodos de tiempo: entre 1988 (fecha del primer plan) y 1994 y entre 1995 y el 2000. Los datos obtenidos se presentan en la siguiente tabla. 195 políticas públicas Tipos de políticas y acciones en los planes: 88-94 y 95-00 Planes del gobierno central Planes de las comunidades autónomas Todos los planes 88-94 95-00 88-94 95-00 88-94 95-00 1. Organización del tiempo de trabajo 11.8 8.5 5.8 7.9 6.5 8 2. Abolición de discriminación laboral de género: acceso al mercado de trabajo 68.6 87.2 81.8 75.6 80.2 77.3 3. Servicios para la mujer 11.8 4.3 7.8 11.8 8.3 10.7 4. Esquemas fiscales 5.9 -- 2.6 2.9 3 2.5 2 -- 2 1.8 2 1.5 100% (51) 100% (47) 100% (347) 100% (279) 100% (398) 100% (326) 5. Organización tiempo escolar Total Como se puede ver en estos datos, la mayoría de las medidas estuvieron encaminadas a la abolición de la discriminación de género en el ámbito laboral, definida, como hemos visto antes, básicamente como la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo. Es decir, la corrección de su ausencia en este campo. Prácticamente no se ha hecho casi nada en cuanto a los otros tipos de medidas que en estos momentos se están impulsando en muchos países europeos con el fin de permitir la conciliación entre ambos ámbitos. La primera vez que se aborda este tema en España es en el debate y la aprobación de la ley de Conciliación de vida laboral y doméstica. Antes de ello en los planes se incluyen algunas medidas, pero se trata tan sólo de algunas campañas de sensibilización sobre el problema, no de actuaciones para corregirlo. Para analizar este tema en más profundidad se utilizó un estudio Delphi5 en que se preguntó sobre las políticas de conciliación de vida familiar y laboral. Las respuestas de las expertas fueron las siguientes: 5 Estudio Delphi parte de informe a la Red Europea que ha sido citado anterior- mente. 196 Judith Astelarra 1. Desarrollo de políticas. —Algunas medidas han permitido evitar la “penalización” de las mujeres que trabajan aunque no se puede decir que hayan permitido la conciliación: permisos de maternidad y paternidad; contratos a tiempo parcial y las prácticas de empleo flexible. —La ley del 99 sobre Conciliación de la vida familiar y laboral, especialmente la modificación relativa a los permisos, excedencias y reducciones de jornada; la reducción de las cotizaciones a la seguridad social en la contratación por interinidad derivada de la sustitución por maternidad. 2. Otros factores que han contribuido a la conciliación. —Empleo de ayuda externa que es de dos tipos: 1) remunerada en el caso de las mujeres de clase media y alta; 2) de otras mujeres de la familia, en especial las abuelas. —La reducción de la natalidad que equivale a la disminución en la demanda de servicios no remunerados. Las estadísticas sobre los índices de natalidad muestran que las responsabilidades domésticas (maternales) y las laborales siguen siendo difícilmente compatibles para las mujeres. 3. Carencias y déficits. —Políticas de servicios. Hay una carencia estructural de servicios de atención a las personas (niños y mayores). Faltan: 1.- guarderías; 2.servicios de proximidad; 3.- medidas de cofinanciación pública de los servicios; 4.- instrumentos innovadores de ayuda mutua en el campo de la conciliación de la vida laboral y familiar. —Políticas sectoriales. 1.- No hay políticas que estimulen y aporten criterios innovadores al desarrollo de las economías de los nuevos servicios como sectores considerados emergentes y claves para la generación de empleo y bienestar. 2.- No se promueve eficazmente el acceso de las mujeres al conocimiento y utilización de las tecnologías de la información y la comunicación y el analfabetismo digital podría ser una nueva barrera en la posibilidad de combinar el trabajo asalariado y el doméstico. 3.- Falta una ampliación de las redes de transporte público que tienen una incidencia muy significativa en la mejora de la conciliación puesto que afectan la organización de los tiempos vitales. 4.También déficits en ámbitos más “sofisticados” como la posibilidad “real” de reordenación de la vida laboral según la trayectoria de vida. —Políticas de orden legal. 1.- El marco legal no posibilita ni estimula sistemas de trabajo flexible, incluyendo la reestructuración de 197 políticas públicas horarios y el teletrabajo en casa o en áreas próximas al lugar de residencia. 2.- Tampoco permite la reducción de jornada laboral por guarda legal de menores o por personas mayores o enfermas a cargo del trabajador/a. —Políticas organizativas. 1.- Los modelos de organización en las empresas se siguen basando en criterios de plena disponibilidad e, independientemente de las necesidades objetivas de producción, la disponibilidad requerida no sólo no disminuye sino que aumenta generándose un clima de gran presión entre los y las profesionales. Esta presión es más fuerte cuanto más joven se es, es decir, precisamente en el momento en que toca constituir una familia. 2.- En el ámbito de la empresa, de la economía y en el ámbito de los directivos parece inexistente la presencia femenina. No se normaliza que la vida profesional es compartida por hombres y mujeres y que la vida familiar y el entorno doméstico también debe ser percibido de la misma manera. —Políticas culturales. 1.- Las políticas vigentes no “prestigian” humana y socialmente el rol de hombres y mujeres en la familia y en el hogar sino que asumen que el único prestigio emana del rol profesional. El lema es: “calidad total en la profesión, servicios mínimos en el hogar”. 2.- Hay un déficit en la pluralidad de imagen en la economía y las empresas que al no mostrar la presencia femenina no normalizan la necesidad de que hombres y mujeres compartan el trabajo familiar como comparten el laboral. 4. Demandas sociales de políticas para la conciliación. —Hay una demanda social generalizada pero que no se expresa adecuadamente. —Las mujeres sólo ven las necesidades cuando se encuentran en determinadas situaciones. Cuando están trabajando y se plantean tener un/a hijo/a; cuando se ven en la necesidad de cuidar al padre o la madre enfermo/a y trabajan fuera; cuando se separan o divorcian y quedan con hijos/as a su cargo necesitando acceder a un empleo. —Las demandas de conciliación son erráticas y heterogéneas lo que se debe principalmente al predominio de dinámicas “familistas” en el intento de cubrir las necesidades de conciliación, y al mantenimiento, en términos de bucle funcionalista, de la premisa cultural de que los niños menores de tres años y, cada vez más, las personas mayores deben ser cuidados dentro del núcleo familiar y preferentemente por la madre. —Este es un tema que se ha situado fuera de la agenda pública lo que lo ha silenciado. Aún perdura una visión de la familia como espa198 Judith Astelarra cio privado con problemas que deben ser resueltos privadamente o bien recurriendo a la solidaridad familiar o bien comprando servicios privados. Esto se deriva de la situación de cambio compleja y muy plural de las familias españolas. —Falta organización de la demanda, excepto en pequeños grupos organizados y sensibilizados de mujeres. Esto se debe a la tradicional dificultad de las mujeres para la demanda organizada, entre otras cosas, porque disponen de muy poco tiempo para reuniones. —El mensaje social asumido es que ya no existen discriminaciones, las mujeres pueden estudiar lo que quieran igual que hacen los hombres, las mujeres pueden trabajar en lo que quieran igual que los hombres. Se han suprimido las discriminaciones directas o evidentes y eso ha creado un espejismo que, por un lado, desmoviliza a las mujeres y, por otro, culpabiliza a las propias mujeres. La idea que circula es: si no trabajas es porque no quieres y libremente has escogido quedarte en casa renunciando a tu independencia económica. —Las demandas de los grupos organizados se refieren a los permisos de maternidad y guarderías. También en términos generales, hay una cierta demanda de “no penalización” por cargas familiares. Pero esta demanda es menor, o por lo menos más segmentada y circunscrita a determinados colectivos de mujeres, respecto a cuestiones más “creativas”: reorganización compleja de los tiempos de trabajo (productivo) o de los tiempos sociales en general. —Se ha de potenciar la demanda latente. 1) Es necesario colocarla con creatividad, en los titulares de una nueva agenda social en la que las mujeres han de hacerse escuchar con ideas, propuestas, ilusiones, compromisos y respuestas. 2) El estado ha de tener un papel activo y promotor de políticas y dado que las mujeres en gran medida están todavía muy condicionadas a conseguir un equilibrio entre el trabajo doméstico y asalariado se han de incorporar servicios, programas, políticas y campañas de divulgación que modifiquen la situación actual. 3) Es desaconsejable el diseño y desarrollo de políticas unitarias y con un fuerte componente normativizador en este ámbito. Más bien deberían implementarse políticas facilitadoras de la negociación y de la innovación. 199 políticas públicas Anexo Tablas Tabla 1. Estudios completos por sexo y grupos de edad Mujeres Hombres 55 + 16-34 35-54 55 + 16-34 35-54 Analfabetos 0.38 1.38 10.04 0.55 0.79 4.27 Sin estudios 1.36 8.24 35.54 1.70 6.45 30.46 Estudios primarios 8.21 35.29 42.73 10.99 32.72 45.04 Estudios secundarios 62.89 38.02 7.89 64.75 38.88 11.39 Estudios superiores 27.16 17.07 3.80 22.01 21.16 8.84 100 100 100 100 100 100 Total Fuente: EPA (Encuesta de población activa), octubre-diciembre 1999 Tabla 2. Tasa de actividad por años, sexo y grupos de edad Tasa de actividad por grupos de edad (1999) Tasa de actividad económica Años 1970 1975 1980 1985 1990 1995 1997 1999 Hombres 79.5 76.4 72.2 68.7 66.7 62.7 63.4 64 Mujeres 23.3 27.6 27.1 27.8 33.3 36.2 37.2 39 Mujeres Hombres 16-34 56.72 68.72 35-54 54.27 93.05 Fuente: EPA, oct.-dic. 1999. Fuente: Instituto de la Mujer (Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales). 200 55 + 21.65 57.65 Judith Astelarra Tabla 3. Tasas de desempleo según nivel de educación Total Hombres Mujeres 15.86 11.14 23,02 Analfabetos y sin estudios 20.14 17.98 23.69 Primarios 14.48 11.11 21.69 Secundarios 17.15 11.64 25.85 Técnico-profesionales (grado medio y superior) 16.90 10.18 25.86 Ingenieria y Tecnología 6.99 5.23 20.50 Ciencias de la Salud 8.75 4.43 11.40 Humanidades 15.37 9.62 18.85 Ciencias sociales y jurídicas 14.40 9.79 17.77 Ciencias experimentales 13.15 8.43 20.17 Otros estudios superiores 17.23 12.99 21.29 Tercer Ciclo (doctores) 1.74 0.88 3.39 Total Nivel de estudios Estudios superiores Fuente: INE (Instituto Nacional de Estadística) España en cifras, 2000 Tabla 4. Categ. de ocupación de hombres y mujeres ocupados (%) Hombres Ocupaciones Mujeres 16-34 35-54 años años 13 4 8 16 11 10 17 18 11 10 9 7 11 10 4 4. Empleados administrativos 6 7 5 19 14 8 5. Personal de catering, protección y venta de comida 12 8 6 28 19 15 6. Empleados calificados en agricultura y pesca 4 6 13 1 4 12 7. Artesanos, industria manufacturera y de la construcción, minería 2 25 22 4 3 4 8. Operadores de instalaciones y maquinaria, montadores 14 14 14 5 4 3 9. No calificados 8 9 10 15 21 28 10. Fuerzas armadas 1 1 1 — — — 101 101 16-34 35-54 años años 1. Altos cargos en administración pública y privada 6 11 2. Científicos técnicos y profesionales e intelectuales 10 3. Apoyo técnico y profesional 97 Total Categorías 1, 2, 3 edad de 25 aa 34 años Fuente: EPA octubre-diciembre 1999 201 101 55 + 101 98 55 + políticas públicas Tabla 5. Natalidad en España Natalidad y ocupación Tasa de natalidad 1960 1970 1975 1980 1985 1990 1994 1996 1999 2.8 2.8 2.8 2.2 1.6 1.4 1.2 1.1 1.07 Amas de casa Jubiladas Autónomas Con salario fijo Tiempo parcial y desempleadas Natalidad y educación mujeres 25-34 años 1.97 1.52 1.46 1.07 Analfabetas Sin estudios Primarios Universitarias 0.85 3.13 1.57 1.36 0.33 Fuente: INE, 1999. Fuente: INE, 1999. Fuente: Instituto de la Mujer. Tabla 6. Como usted sabe seguramente sabe, el número de nacimientos en España ha descendido considerablemente en los últimos diez años. En su opinión, esto es para la sociedad española: Hombres Total 18-34 35-54 55 + 0.5 0.4 0.8 0.3 0.5 0.2 0.5 0.7 12.8 13.6 13.4 11.2 11.2 14.0 12.0 7.9 13.7 12.3 11.8 17.4 13.3 15.1 12.2 12.5 60.9 63.5 62.2 56 60.1 56.4 63.8 60.4 6.7 6.0 7.1 7 6.7 8.7 5.9 7.5 5.3 3.8 4.8 7.8 8.0 5.5 5.1 12.9 0.2 0.2 0.0 0.3 0.2 0.0 0.5 0.2 100 100 100 100 (1201) (447) (397) (357) (1285) (436) (392) (457) Mujeres Muy bueno Bueno Ni bueno ni malo Malo Muy malo No sabe No contesta Total 202 Judith Astelarra Tabla 7. ¿Cuáles cree usted que son las razones por las que algunas parejas no quieren tener hijos o tienen menos de los que realmente les gustaría tener? Hombres Total 18-34 35-54 55 + 82.7 85.5 84.4 77.2 78.3 83.4 76.3 75.0 25.2 28.6 23.1 23.4 25.2 21.0 24.2 30.2 21.2 21.1 23.1 19.1 19.7 22.2 21.9 15.2 5.5 3.9 7.2 5.8 6.2 9.0 5.2 4.3 20.5 18.8 19.5 23.7 26.7 26.6 28.4 25.5 3.3 1.6 3.1 5.8 2.4 0.9 2.6 3.6 100 100 100 100 (1177) (441) (390) (346) (1261) (433) (388) (440) Mujeres Por motivos económicos La carga que implican los hijos Pesimismo ante el futuro Empezaron a tenerlos muy tarde La incorporación de la mujer al mercado laboral Otras razones Tabla 8. ¿Cuál es en su opinión, el número ideal de hijos para una familia de nivel social semejante a la suya? Hombres Mujeres Media Desviación típica Total Total 18-34 35-54 55 + 2.29 2.20 2.27 2.42 2.40 2.21 2.33 2.67 0.79 0.74 0.86 0.77 0.78 0.67 0.73 0.85 (1150) (433) (381) (336) (1224) (428) (379) (417) 203 políticas públicas Tabla 9. A continuación voy a leerle algunas medidas que podrían fomentar el incremento de la natalidad. ¿Cuál cree Ud. que sería la más eficaz? Hombres Mujeres Mayores deducciones por los hijos en los impuestos Dar una ayuda especial a las familias con más hijos Promover el trabajo a tiempo parcial de mujeres con hijos Ampliar los permisos de maternidad Aumentar el número de guarderías Otras medidas No sabe No contesta Total Total 18-34 35-54 55 + 30 31.9 29.1 28.6 19.3 20.1 20.4 17.5 41.8 42.2 39.4 41.5 41.6 40 41.1 43.8 10.6 10.3 13.1 8.1 17.2 23.5 19.1 9.4 1.8 2.5 1.8 1.1 2.9 5.3 2.3 1.1 4.2 2.5 6.3 4.2 7.1 6.6 8.2 6.6 4.2 3.6 4 5 3.6 1.1 4.3 5.3 7 4.9 5.5 11.2 8.2 3.4 4.3 16.2 0.4 0.2 0.8 0.3 0.2 0 0.3 0.2 (12.3) (448) (398) (357) (1287) (438) (392) (457) Fuente tablas 6 a 9: CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas, Madrid), barómetro, marzo 1998, Estudio núm. 2283. Tabla 10. Mujeres e intensidad en el uso del tiempo. (%) Trabajo pagado y Sólo tareas tareas domésticas domésticas No hijos DISPONIBILIDAD DEL TIEMPO Excesivo 5.9 17.2 20.5 Suficiente 23.0 45.1 32.0 No sufiente 71.1 37.7 47.5 83.0 48.8 51.6 17.0 51.2 48.4 RITMO USUAL DE TRABAJO Rápido Tranquilo Fuente: Madrid, Colectivo Ioé, “Tiempo social contra reloj”. Instituto de la Mujer, 1996. 204 Judith Astelarra Tabla 11. Actividades domésticas por sexo y generaciones 1. Persona que se hace cargo del lavado de ropa. 18-34 35-54 Total 55->55 M H M H M H M H Siempre la mujer 73.1 59 81.3 73.9 85.9 86.7 80.8 76 Habitualmente la mujer 11.4 17.4 9.1 12.9 6.7 5.1 8.9 10.7 Más o menos por igual o ambos a la vez 10.9 16.7 5.9 10.7 3 4.1 6.2 9.3 Habitualmente el hombre — 2.8 0.3 — — 0.7 0.1 0.8 Siempre el hombre — — — 0.3 1.1 0.3 0.4 0.3 Una tercera persona 2.5 0.7 2.8 1.2 3 1.7 2.8 1.3 Depende 1.5 2.1 0.3 0.3 — 0.3 0.5 0.7 NS/NC 0.5 1.4 0.3 0.6 0.4 1 0.4 0.9 Total 100 100 100 100 100 100 100 100 (201) (144) (353) (326) (270) (293) (824) (763) 2. Persona que se hace cargo de cuidar a los miembros de la familia que están enfermos. 18-34 35-54 Total 55->55 M H M H M H M H Siempre la mujer 19.7 41.2 50.7 33.2 57.8 44.1 50.7 34.9 Habitualmente la mujer 11.3 10.1 17.6 17.2 17.8 14.1 15.8 14.9 Más o menos por igual o ambos a la vez 54.2 43.7 29.7 45.2 19.6 36.9 29.8 43.7 Habitualmente el hombre 2.1 — 0.6 0.9 0.7 0.7 0.5 1.1 Siempre el hombre — — 0.3 0.6 0.7 1.4 0.4 0.8 Una tercera persona 0.7 0.5 0.3 0.3 1.5 0.7 0.7 0.5 Depende 4.2 3 0.3 0.3 1.5 0.7 1.3 1.2 2.2 0.4 1.4 0.7 2.9 100 (325) 100 100 100 100 (270) (290) (822) (757) NS/NC Total 7.7 1.5 0.6 100 100 100 (142) (199) (353) 205 políticas públicas 3. Persona que se hace cargo de decidir que se va a comer al día siguiente. 18-34 35-54 Total 55->55 M H M H M H M H Siempre la mujer 61.7 44.8 77.1 62.5 77.3 75.1 73.4 64 Habitualmente la mujer 12.9 14 9.9 12.9 10.8 7.8 10.9 11.2 Más o menos por igual o ambos a la vez 21.9 31.5 11.3 22.2 9.3 14.7 13.2 21 Habitualmente el hombre — 2.1 — 0.3 0.4 — 0.1 0.5 Siempre el hombre 0.5 2.1 0.3 0.6 0.7 1 0.5 1.1 Una tercera persona 1 0.7 0.8 0.3 1.1 — 1 0.3 Depende 1 2.8 0.3 0.3 — 0.7 0.4 0.9 NS/NC 1 2.1 0.3 0.9 0.4 0.7 0.5 1.1 100 (325) 100 100 100 100 (269) (293) (823) (761) Total 100 100 100 (201) (143) (353) Fuente: CIS, España para ISSP (International Social Science Program), 1994-Family and Changing Gender Roles II. Tabla 12. Actitudes sobre la vida familiar 1. El deber de un hombre es ganar dinero, el de una mujer es cuidar de su casa y su familia. 18-34 55+ 35-54 Total M H M H M H M H Totalmente de acuerdo 10.9 17.3 29.7 37.6 63.9 66.9 34.5 38.5 Ni de acuerdo ni en desacuerdo 4.2 7.7 9.9 9.7 11.7 10.4 8.5 9.1 En desacuerdo 83.5 73 57.7 49.1 21.4 18.4 54.6 49.5 NS/NC 1.3 1.9 2.7 3.7 3 4.3 2.3 3.2 100 (448) 100 (199) 100 (353) 100 (325) 100 (270) 100 (290) 100 (822) 100 (757) Total 206 Judith Astelarra 2. Trabajar está bien, pero lo que las mujeres realmente quieren es un hogar y tener hijos. 18-34 55+ 35-54 Total M H M H M H M H Totalmente de acuerdo 32.8 37.9 44.2 44.9 63.2 63.7 46.6 47.6 Ni de acuerdo ni en desacuerdo 8.5 8.4 11.1 12 10.5 8.9 10 9.7 En desacuerdo 55.8 47.5 39.9 37.1 19.8 19.6 38.7 36.1 NS/NC 2.9 6.2 4.8 6 6.5 7.8 4.7 6.6 100 (448) 100 (467) 100 (414) 100 (384) 100 (429) 100 (347) Total 100 100 (1291) (1197) 3. Tanto el hombre como la mujer deberían contribuir a los ingresos familiares 18-34 55+ 35-54 Total M H M H M H M H Totalmente de acuerdo 90 87.4 88.2 80.4 74.1 70.3 84.1 80.2 Ni de acuerdo ni en desacuerdo 4.2 5.6 4.8 8.4 9.1 8.4 6 7.3 En desacuerdo 4.7 6.2 4.8 8.4 11.4 17.9 7 10.3 NS/NC 1.1 0.4 4.8 2.9 5.4 3.5 2.9 2.3 100 (448) 100 (467) 100 (414) 100 (384) 100 (429) 100 (347) Total 207 100 100 (1291) (1197) políticas públicas 4. Ver crecer a los hijos es uno de los mayores palceres de la vida. 18-34 55+ 35-54 Total M H M H M H M H Totalmente de acuerdo 88.4 81.1 96.4 92.1 94.6 94.8 93 86.6 Ni de acuerdo ni en desacuerdo 1.8 4.9 1.9 1.8 1.9 1.7 1.9 3 En desacuerdo 9.8 14 1.7 6 3.5 3.5 5.1 8.4 NS/NC — — — — — — — — 100 (448) 100 (467) 100 (414) 100 (384) 100 (429) 100 (347) Total 100 100 (1291) (1197) Fuente: CIS, España para ISSP, 1994 - Family and Changing Gender Roles II. Tabla 13. ¿Las mujeres deberían trabajar fuera del hogar bajo estas circunstancias? 1. Después de casarse y antes de tener hijos. 18-34 55+ 35-54 Total M H M H M H M H Jornada completa 69.6 67.5 61.7 56.4 46 37.2 59.3 55.1 Tiempo parcial 22.1 16.6 20.1 20.9 22.9 22.5 21.7 19.7 Quedarse en casa 2.9 5.4 9.4 14.9 20.6 32.6 10.9 16.3 NS/NC 5.3 10.5 8.7 7.8 10.5 7.8 8.2 8.9 100 (448) 100 (467) 100 (414) 100 (384) 100 (429) 100 (347) Total 208 100 100 (1291) (1197) Judith Astelarra 2. Cuando hay un hijo que no tiene edad para ir a la escuela. 18-34 55+ 35-54 Total M H M H M H M H Jornada completa 16.1 17.9 11.9 14.9 9.1 4.0 12.4 13.2 Tiempo parcial 47.5 45.4 42.4 32.7 24.5 19 38.2 33.6 Quedarse en casa 29 25.7 38.5 44.2 57.9 68.9 41.7 44.2 NS/NC 7.4 11 7.3 8.1 8.4 7.2 7.7 9 100 (448) 100 (467) 100 (414) 100 (384) 100 (429) 100 (347) Total 100 100 (1291) (1197) 3. Después de que el hijo más pequeño haya empezado a ir a la escuela. 18-34 55+ 35-54 Total M H M H M H M H Jornada completa 43.2 43 31.6 27.2 15.7 12.8 30.3 29.2 Tiempo parcial 42.7 36.9 45.1 40.3 43.9 34.8 43.9 37.4 Quedarse en casa 6.7 9.7 14.6 24.6 29.9 44.9 16.9 24.7 NS/NC 7.4 10.4 8.8 7.9 10.5 7.6 8.8 8.7 100 (448) 100 (467) 100 (414) 100 (384) 100 (429) 100 (347) Total 209 100 100 (1291) (1197) políticas públicas 4. Después de que los hijos se hayan ido de casa. 18-34 55+ 35-54 Total M H M H M H M H 71 67.7 62 56 45.3 35.3 59.6 54.5 Tiempo parcial 14.3 13 15.6 16.5 16.4 20.5 15.4 16.3 Quedarse en casa 5.6 7.6 11.2 18.8 24.1 32.1 13.5 18.3 NS/NC 9.1 11.7 11.2 8.6 14.2 12.1 11.5 10.8 100 (448) 100 (467) 100 (414) 100 (384) 100 (429) 100 (347) Jornada completa Total 100 100 (1291) (1197) Fuente: CIS, Spain for IISP, 1994 - Family and Changing Gender Roles I. Tabla 14. Representación de las mujeres en parlamentos (número y porcentaje de mujeres sobre el total de escaños) 86-89 Legislatura 93-96 89-93 % M total M % M Congreso 350 23 6.6 350 51 14.6 350 Senado 251 14 5.6 255 33 12.9 256 total M 1986 Parlamento Autónomo M 74 6.4 M 1989 Parlamento Europeo Total M 60 9 % total M M % M 55 15.7 350 77 22.0 350 99 28.3 32 12.5 257 40 15.6 M 7.0 2000 M total 1991 %M 81 % M total M 1989 %M 96-00 168 1995 2000 %M M %M M 14.2 231 19.6 359 1994 %M 15.0 210 Total M 64 21 %M 30.4 1999 %M 32.8 Total M 64 22 %M 34.4 Francisco Cos-Montiel El traje nuevo de la emperatriz: lecciones de la integración de la perspectiva de género en México Francisco Cos-Montiel Introducción A partir de 1975, año en que se celebra en México la primera Conferencia Internacional de la Mujer, los países del mundo han llevado a cabo una serie de esfuerzos para atender los problemas que afectan a las mujeres. Una de las estrategias emprendidas fue la de establecer algún tipo de maquinaria en las estructuras gubernamentales que estuviera a cargo de atender los asuntos y problemas de quienes constituyen el 50% de la población de los países. Sin embargo, la evaluación de la Década de las Mujeres durante la Conferencia de Nairobi, Kenia en 1985 mostró que dichas dependencias habían alcanzado muy poco en términos de lograr que los “asuntos” de las mujeres estuvieran en el centro del debate nacional o de la corriente principal del desarrollo (Kabeer 1994, 2000; Moser 1989, 1993; Beall 1998; Kanji 2003; Razavi y Miller 1995; Goetz 1997). A excepción del sector salud, y particularmente en materia de salud reproductiva, los problemas de las mujeres seguían recibiendo poca atención o eran atendidos de manera muy marginal. México no fue la excepción y en la década de los setenta se echaron a andar diversas iniciativas en materia de planificación familiar al tiempo que se creó el Programa de Desarrollo de la Mujer, el cual en un momento dado se transformó en el Programa Mujeres en Solidaridad. Estos programas no sólo tuvieron la influencia teórica de la corriente de “Mujeres en Desarrollo” (Tacher y Mondragón 1997; Sedesol 1994) sino que estuvieron inscritos en los paradigmas de desarrollo predominantes en la época. Los resultados de dichos programas fueron diversos, pero una evaluación general muestra que si bien lograron aten211 políticas públicas der algunas necesidades prácticas de las mujeres que viven en condiciones de pobreza, fueron incapaces de atacar las causas estructurales de la desigualdad tanto entre hombres y mujeres como en lo que se refiere a desigualdades más amplias. Mientras tanto, en el terreno internacional, la categoría de género que había sido acuñada en el campo de las ciencias sociales en los años sesenta (Scott 1996; Lamas 1996, 2000), se había afianzado firmemente en el terreno del desarrollo para tratar de explicar que las desigualdades entre hombres y mujeres en una sociedad eran resultado de un complejo proceso en que a través de reglas, normas, valores y costumbres, hombres y mujeres se posicionaban de manera distinta en el mundo (Kabeer 1994, 2000). Así, el concepto de género en el contexto del desarrollo sirvió a) explicar que los papeles que hombres y mujeres desempeñan en la sociedad no son naturales, sino aprendidos y por lo tanto mutables; b) integrar otras variables como raza, origen étnico, clase social y edad para explicar mejor la realidad; c) entender que los problemas de las mujeres no se pueden abordar independientemente de los de los hombres, con quienes comparten una serie de relaciones sociales y d) añadir una dimensión central de poder. Al mismo tiempo, los movimientos de las Mujeres en el Sur, como Development Alternatives of Women for a New Era (DAWN), no solamente aglutinaban una serie de voces, sino que cuestionaban el modelo de desarrollo prevaleciente, inundado de políticas de ajuste estructural que estaban teniendo efectos muy duros sobre la vida de las personas más pobres del mundo. Hoy día, contamos con numerosos estudios que muestran cómo las mujeres y la infancia sufrieron desproporcionadamente el peso del ajuste estructural (Cornia et al. 1987; Elson 1991; Moser 1996; Chant 1996; Benería 1991; González de la Rocha 1994; Kanji 1995). La IV Conferencia Internacional de Naciones Unidas para las Mujeres, celebrada en Beijing, China, en 1995, significó un cambio importante en el paradigma del género y el desarrollo, pues representó un adelanto importante respecto a las conferencias anteriores ya que 1) puso mayor énfasis en los asuntos de género en oposición a los asuntos de mujeres; 2) reconoció la diversidad entre las mujeres mismas y las dificultades para articular los intereses de género; 3) aglutinó a grupos de mujeres con demandas articuladas y una agenda establecida, lo cual se reflejó en el foro paralelo de organismos no-gubernamentales y 4) reconoció que las maquinarias creadas en los países para el avance de las 212 Francisco Cos-Montiel mujeres no han sabido ni podido colocar la agenda de género en el centro de los debates nacionales e internacionales. Caren Levy lo resume muy acertadamente (1992:135): ...los últimos 20 años han visto el florecimiento de un estrecho sector para las mujeres, que se manifiesta en la creación de oficinas de “Mujeres en Desarrollo” en las agencias internacionales, en el montaje de Secretarías de la Mujer, Comisiones de la Mujer y en la puesta en marcha de proyectos para mujeres con grupos de mujeres. Uno de los rasgos más preocupantes de este sector es que es débil. Se caracteriza por la falta de cualquier influencia política en términos reales, que se traduce en presupuestos bajos y poco personal, tanto en número como en calificaciones. Un factor clave que subyace a estas características es la conceptualización tanto de los problemas como de las soluciones en términos de mujeres y no de género. Por tal motivo, una de las estrategias de la Plataforma de Acción de la Conferencia de Beijing fue la de integrar la perspectiva de género en el conjunto de las políticas,1 lo cual fue definido como situar los asuntos de género en el centro de las decisiones de política, estructuras institucionales y asignación de recursos. Integrar la perspectiva de género en el conjunto de las políticas no es lo mismo que institucionalizar una perspectiva de género. Sin embargo, ambos términos muchas veces se han usado sin distinción en la literatura del desarrollo. El término “institucionalización” tiene connotaciones de cambio sostenido y a largo plazo, lo que por consiguiente reconoce el conflicto entre las prácticas regulares de las organizaciones e inevitablemente refleja un conjunto particular de intereses y sus respuestas al cambio (Kanjee 2003). Por tal motivo, México, al signar la Plataforma de Acción, se compromete a transversalizar el género en la planeación del desarrollo, es decir a integrar una perspectiva de género en sus planes, políticas, programas y proyectos. Así, el gobierno del entonces presidente Zedillo publica en 1996 el Programa Nacional de la Mujer 1995-2000: Alianza para la igualdad y crea en 1998 la Comisión Nacional de la Mujer, órgano desconcentrado de la Secretaría de Gobernación. Por otro lado, las organizaciones no-gubernamentales (ONG) Fueron vistas por la Plataforma de Acción de Beijing como una “Fuerza que 1 El término original en inglés “gender mainstreaming” no tiene una traducción exacta al español. En este ensayo yo utilizaré la traducción de la Unión Europea: “integración de la perspectiva de género en el conjunto de las políticas” y “transversalización”, las cuales usaré indistintamente. 213 políticas públicas impulsa el cambio” que moviliza a las bases de mujeres para desafiar la subordinación de género en los niveles local, nacional e internacional (Naciones Unidas 1995). Este optimismo se debe en parte al gran (y creciente) número de mujeres involucradas en el sector de las ONG y la cada vez mayor influencia que ejercen las mujeres en los debates de políticas en el nivel nacional e internacional (Mayoux 1998). De igual importancia resulta que la misión de las ONG generalmente es el combate a la pobreza o el empoderamiento2 (y no, por ejemplo, el crecimiento económico). Esta visión tampoco fue ignorada por el gobierno de México, quien creó en la Conmujer un Consejo Consultivo y una Contraloría Social donde participaban mujeres que pertenecían a ONG o con una trayectoria en el tema. En enero del 2001 se creó el Instituto Nacional de las Mujeres, que sustituía a la Conmujer y parecía cristalizar demandas de décadas de las mexicanas tras un largo proceso de cabildeo con el poder legislativo. Este ensayo busca analizar el papel que ha tenido el Instituto Nacional de las Mujeres para avanzar en la estrategia de integrar la perspectiva de género en el conjunto de las políticas públicas y examina tres aspectos que han sido identificados como centrales en la literatura y la práctica del desarrollo: el papel del desarrollo institucional, el liderazgo y la rendición de cuentas. Así, el ensayo se divide en varias secciones. La primera examina los principales logros y retos que se han identificado en la institucionalización de la perspectiva de género, poniendo especial énfasis en la experiencia sudafricana que, hoy por hoy, parece ser la más exitosa en el mundo en desarrollo (Beall 1998). La segunda parte describe el cambio que se da entre la Comisión Nacional de la Mujer y el recientemente creado Instituto Nacional de las Mujeres. La tercera sección examina críticamente el liderazgo, desarrollo organizacional y mecanismos de rendición de cuentas del Inmujeres y cómo han impactado en el éxito o fracaso de las políticas emprendidas. Finalmente, la sección de conclusiones explora algunas alternativas para mejorar la gestión del instituto. 2 El término ”empowerment”, tan generalizado en la nueva agenda de desarrollo, no tiene una traducción exacta al español. El Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM lo traduce como “empoderamiento”, mientras que el sistema de Naciones Unidas como “potenciación”. En este ensayo se ha utilizado el término “empoderamiento” con el sentido de la traducción de la Unión Europea: capacitación (para una plena participación en los procesos de toma de decisiones). 214 Francisco Cos-Montiel Estrategias para integrar la perspectiva de género en el conjunto de las políticas: logros y desafíos A pesar de las enormes dificultades a las que se han enfrentado las personas que buscan que el género se vuelva un aspecto central en la planificación del desarrollo, pocas personas en el interior de los gobiernos o las agencias de desarrollo han analizado las dificultades y oportunidades para integrar la perspectiva de género y generar conocimiento. El desarrollo es, o debería ser, una tarea basada en el conocimiento. La importancia de conocer lo que funciona, y por qué funciona, es esencial para el éxito. El conocer lo que no funciona es casi igualmente importante. El conocimiento, sin embargo —que tan frecuentemente se confunde con información—, involucra conciencia y la familiaridad que se desarrolla con la experiencia y el aprendizaje (Smillie 1993). Tal como los mensajes que a veces se envían, pero no se reciben, las lecciones que se enseñan, tanto en la escuela como en la vida, no siempre se aprenden del todo. Lo anterior es particularmente cierto en los niveles institucionales: la incapacidad para aprender y recordar es un fracaso reconocido y expandido en la comunidad de desarrollo en general (Edwards y Hulme 1995). Esto parece ser particularmente cierto en la institucionalización de la perspectiva de género. La sección presente analiza las estrategias que han buscado poner el género en el centro del debate del desarrollo, buscando identificar los logros y los desafíos. Rounaq Jahan (1995) ha dividido las estrategias que han sido utilizadas por las organizaciones de desarrollo para integrar la perspectiva de género en estrategias institucionales y operacionales. Las estrategias institucionales son intervenciones que buscan cambios estructurales en las que los gobiernos, así como las agencias, incluyen aspectos de localización de la responsabilidad para integrar la perspectiva de género, rendición de cuentas, coordinación, monitoreo, evaluación y políticas de personal. Las estrategias operacionales implican transversalizar la perspectiva de género en programas nacionales, políticas macro, debates políticos, capacitación, investigación, herramientas analíticas y proyectos especiales. Un enfoque que busca incorporar la perspectiva de género al conjunto de las políticas va más allá de la integración e implica lo que Jahan llama “establecer una agenda”. Este enfoque busca transformar la misma agenda de desarrollo a través de la introducción de la perspectiva de género, y fue crucial para la Plataforma de Acción adoptada en la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, que 215 políticas públicas hizo un llamado para promover las políticas en las que el género se volvía transversal.3 Sin embargo, como lo señala Beall (1998), en la práctica aún persiste mucha confusión sobre el significado de las políticas que intentan integrar una perspectiva de género. Se ha llevado a cabo mucho trabajo en el aspecto técnico y operacional, particularmente en lo concerniente a la capacitación, desarrollo de herramientas de análisis y en la planeación y desarrollo de lineamientos. El trabajo que llevaron a cabo Caroline Moser y Caren Levy en la Unidad de Planeación del Desarrollo en Londres en los ochenta para desarrollar una nueva metodología reiterativa y de planeación participativa ha tenido mucha influencia y ha sido muy utilizada por los promotores del género en muchos países del sur (Kanji 2003). Mucha de la capacitación en género que se llevó a cabo a finales de los ochenta y principios de los noventa tuvo la influencia de este enfoque de “planificación de género” y del trabajo realizado por el Instituto del Desarrollo Internacional de Harvard y la oficina de Mujeres en Desarrollo de la Agencia de Cooperación Norteamericana (USAID) (Razavi y Miller 1995). El análisis básico que se utilizó para capacitar era discutir los diferentes roles de la mujer y el hombre en contextos particulares y el acceso desigual a recursos y toma de decisiones. Esto significa que si las intervenciones buscan ser efectivas y equitativas, las políticas de desarrollo y de planificación deben reconocer las distintas necesidades de mujeres y hombres. Los análisis situacionales que resultaron de este enfoque, brindaron una riqueza de datos sobre las diferencias de las actividades de hombres y mujeres en distintos contextos urbanos y rurales. El trabajo de Moser, en su intento por influir sobre los planificadores de políticas públicas, ha sido criticado por concentrase demasiado en los roles diferenciados de género, subvalorando la importancia del poder y las relaciones sociales (Kabeer 1994). Kabeer argumenta que al hacer hincapié en los roles de género se ignoran sistemas intrínsecos y cambiantes de cooperación e intercambio entre mujeres y hombres que 3 Para algunas agencias internacionales, integrar la perspectiva de género al conjunto de las políticas incluyó iniciativas que se centraban en apoyar el empoderamiento de las mujeres (SIDA) mientras que otras ( NORAD, DFID) adoptaron un enfoque con dos vertientes: i) atender las cuestiones de género como una parte integral de todas las actividades del desarrollo y ii) apoyar actividades específicas para aumentar el empoderamiento de las mujeres y la igualdad de género. 216 Francisco Cos-Montiel son potencialmente conflictivos. Este enfoque más complejo de “relaciones sociales” también ha influido en los programas de desarrollo y capacitación en muchos países del Sur. Una de las herramientas metodológicas más complejas para institucionalizar el género es la “Red de institucionalización” de Caren Levy (1996). Ella esquematiza las condiciones bajo las cuales el género puede ser institucionalizado, representadas por 13 elementos de la red, donde cada elemento representa un sitio de poder. Levy comienza con la experiencia de hombres y mujeres sobre la realidad e incluye las presiones de las bases políticas, estructuras políticas representativas, compromisos políticos, política y planeación, recursos, localización de la responsabilidad de institucionalización, procedimientos, desarrollo del personal, metodología, dotación de programas y proyectos, investigación y construcción de la teoría (anexo 1, p. 259). El trabajo de Levy reúne el realizado por diferentes grupos de personas en un rango de esferas interrelacionadas de actividades: políticas, organizacionales, técnicas y de investigación; donde algunos actores operan en más de una esfera. Sin embargo, es extremadamente difícil encontrar ejemplos positivos de un proceso tan completo en cualquier país o región. La realidad es mucho más fragmentada y ad hoc (Kanjee 2003). En los años ochenta los esfuerzos para integrar a las mujeres al desarrollo no lograron obtener resultados significativos debido a que las instituciones no están exentas de la jerarquía de género, lo cual llevó en los años noventa a hacer un gran énfasis en la necesidad de reestructurar las instituciones para asegurar que éstas reflejen y representen los intereses de las mujeres (Kanji 2003). Como ya lo hemos notado, el concepto de género emergió como una manera de distinguir entre la diferencia biológica y la desigualdad socialmente construida, mientras que el concepto de relaciones sociales buscó marcar un giro entre mirar a mujeres y hombres como categorías socialmente aisladas y mirar las relaciones sociales a través de las cuales se constituían mutuamente como categorías socialmente desiguales (Whitehead 1979; Elson 1991; Kabeer 2000). Las relaciones de género son un aspecto de relaciones sociales más amplias y, como todas las relaciones sociales, se constituyen a través de las reglas, normas y prácticas a través de las cuales se distribuyen recursos, se asignan tareas y responsabilidades, se otorga valor y se moviliza el poder. En otras palabras, las relaciones de género no operan en un vacío social, a decir de Kabeer (2000: 12) “son producto de las maneras en que las instituciones se organizan y reconstruyen en el tiempo”. 217 políticas públicas La construcción institucional de la desigualdad de género Los primeros trabajos sobre género identificaron a la familia o al hogar como el principal sitio de desigualdad en la división del trabajo y en la distribución de los recursos. Si bien la organización familiar en el interior de los hogares y de las redes familiares extensas es el sitio primario para las relaciones de género, los procesos a través de los cuales se crean las desigualdades de género no se limitan exclusivamente al hogar y a las relaciones familiares. Más bien, se reproducen a lo largo de una gama de instituciones, incluyendo muchas de las que se encargan de hacer políticas públicas, cuya misión es precisamente encauzar las distintas formas de exclusión y de desigualdad en las sociedades. Por esta razón, Kabeer desarrolla un marco para analizar las desigualdades de género enfocándose en la construcción institucional de las relaciones de género y por lo tanto en la construcción institucional de las desigualdades de género. Pero ¿cuáles son estas instituciones y cómo construyen las relaciones de género como relaciones de diferencia y desigualdad? Una definición simple de instituciones es “un marco de reglas para la consecución de ciertas metas sociales o económicas”, la organización se refiere a las formas estructurales específicas que toman las instituciones (North 1990). Para fines analíticos es útil pensar en cuatro ámbitos de instituciones clave: el estado, el mercado, la comunidad/sociedad civil y la familia. Así, el estado es el marco institucional más amplio para una serie de organizaciones legales, militares y administrativas; el mercado es el marco para organizaciones como empresas, corporaciones financieras, y multinacionales; la comunidad está compuesta por varios grupos suprafamiliares, incluyendo tribunales comunitarios, facciones políticas, redes vecinales y organizaciones no gubernamentales, las cuales ejercen una considerable influencia sobre sus miembros en aspectos particulares de la vida; mientras que los hogares y las familias extensas son algunas de las formas donde se organizan las relaciones familiares. Pocas instituciones profesan explícitamente ideologías de desigualdad; cuando éstas existen, tienden a explicitarse en términos que las justifican y legitiman. Así, las desigualdades en el interior de las familias y la comunidad se atribuyen normalmente a las diferencias naturales, la voluntad divina, la cultura y la tradición; mientras que en las empresas, las burocracias y otros cuerpos públicos, las desigualdades se racionalizan como la operación de las fuerzas neutrales del mercado o de reglas de reclutamiento y promoción basadas en el mérito (Kabeer y Subrahmanian 2003). 218 Francisco Cos-Montiel Otra herramienta para integrar la perspectiva de género es el llamado “Proceso P”, desarrollado por Beall para integrar la perspectiva de género en la Dirección General VIII, encargada de la cooperación internacional en la Unión Europea. Como su nombre lo indica, esta herramienta aborda la integración como un proceso y no como una solución que puede darse de la noche a la mañana. Cada una de la ocho “pes” se refiere a un punto que debe ser abordado durante la intervención: política, programación/proyectos, promoción, personalidades, participación, procedimientos, práctica y partnership (sociedad o asociación) (anexo 2, p. 260). Beall identifica diversas lecciones útiles de esta intervención: 1. La importancia de ser sensible al contexto de cada país con el fin de identificar los mecanismos para integrar la perspectiva de género. 2. Reconocer que el ambiente institucional desempeña un papel crucial para facilitar o limitar el proceso de integración. 3. Integrar la perspectiva de género a los lineamientos organizacionales y a los procedimientos de los proyectos es una condición necesaria, pero no suficiente, para transversalizar el género. 4. En este proceso, la construcción de la capacidad es un componente crucial, que debe por lo menos: ! generar demanda ! desarrollar apropiación del tema ! desarrollar competencia 5. En este proceso no es posible hacer uso de “recetas de cocina”, ya que debe adoptarse un enfoque de proceso que debe ser: ! largo plazo ! coordinado ! reiterativo 6. La integración de la perspectiva de género requiere comprometer recursos. 7. Un enfoque de proceso puede facilitar la diseminación de las lecciones en el nivel regional y tener mayor efecto para probar la efectividad de la estrategia. Finalmente, el estudio de Menon-Sen sobre la transversalización de la perspectiva de género en el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en India (1999), se enfoca en la puesta en marcha de la integración en el nivel organizacional, un área poco estudiada en relación con el enfoque común en el nivel de política y programas. Ella argumenta que las organizaciones grandes son como ecosistemas com- 219 políticas públicas plejos, con varias comunidades y componentes en un estado de equilibrio dinámico. Aun cuando el ambiente general sea inhóspito, pueden existir varios subsistemas donde conceptos como la equidad de género hayan echado raíces. Menon-Sen argumenta que las “pioneras del género”, pueden cambiar el ambiente al trabajar con aliados externos. Sin embargo, deben permitir que se exprese abiertamente el disenso, se saquen los problemas a relucir y se conviertan en oportunidades para profundizar los niveles de confianza y entendimiento mutuo en el interior del ambiente organizacional. De acuerdo con Murison (2001), la integración de la perspectiva de género es una forma de planeación estratégica, donde las organizaciones desempeñan un papel fundamental. Las organizaciones que tienen mayor potencial son aquellas que tienen una cultura organizacional abierta, donde se comparte el conocimiento y se trabaja en equipo. Son organizaciones que “aprenden” y tienen las siguientes estructuras y procesos (Schalkwyk et al. 1996.): ! voluntad política para alcanzar la equidad de género y un estatuto claro de política sobre este compromiso; ! estrategias calendarizadas para echar a andar la política, la cual incluye mecanismos para asegurar que el personal entiende la política y que cuenta con las competencias y los recursos para hacerlo; ! capacidad de seguimiento para asegurar tanto el aprendizaje organizacional como la rendición de cuentas, siendo ésta el área donde se requiere el mayor desarrollo. Logros En su libro titulado apropiadamente The Elusive Agenda: Mainstreaming Women in Development, Jahan (1995: 110-113) resume los logros positivos de la siguiente manera: En primer lugar, el logro más importante es el aumento del nivel de conciencia. ! La contribución económica de las mujeres como trabajadoras asalariadas y no asalariadas, así como proveedoras en el hogar y empleadas de los sectores orientados a la exportación, ha sido ampliamente reconocida. ! Los derechos y las habilidades de la mujeres para tomar sus decisiones y el control de sus propias vidas son cada vez más aceptados. ! El conocimiento y las perspectivas de la mujeres para conseguir objetivos de desarrollo sustentable han ganado reconocimiento. 220 Francisco Cos-Montiel ! Las prácticas discriminatorias que fueron aceptadas como naturales o pertenecientes al dominio privado, como el hostigamiento sexual y la violencia doméstica, han llamado la atención pública y política. Segundo, la especialización en temas de género ha mejorado con el desarrollo de distintas metodologías para la investigación y recolección de datos, procedimientos y herramientas para la planeación y el desarrollo de métodos de capacitación. Tercero, las medidas y políticas de acción afirmativa han incrementado la participación de las mujeres en los cuerpos de tomas de decisiones, así como su acceso a las oportunidades de desarrollo. Sin embargo, los hombres siguen siendo mayoría en las instituciones del sector público y del mercado, así como en las asociaciones de la sociedad civil más significativas. Entre estas asociaciones se encuentran los sindicatos, las asociaciones de productores y profesionistas, y las ONG. Cuarto, ha habido progresos en reformas legales para terminar con la discriminación hacia las mujeres, con iguales derechos ante la ley en aspectos personales, cívicos y políticos, en leyes que combatan la violencia contra las mujeres y acceso a instituciones y trabajos que antes estaban restringidos para las mujeres. El libro de Jahan está basado en un estudio, en los años noventa, de una agencia internacional, y se centra en el cambio de las prácticas y actitudes de las poderosas agencias de desarrollo, incluyendo a los gobiernos. Aunque sus conclusiones son que los temas de género aún no forman parte de la corriente principal del desarrollo, evalúa generosamente los logros que se han obtenido. Sin embargo, apunta a una tendencia contradictoria: por un lado hay un incremento en la defensa y conocimiento de los asuntos de género, y por el otro la depauperación del mundo de la mujer. El cambio del tema de las mujeres per se al tema de género ha producido una extensión de los análisis sobre los aspectos que claramente pertenecen al papel reproductivo de las mujeres (salud, planificación familiar, educación), pasando por los roles económicos (empleo, generación de ingresos, presupuesto de hogar), hasta los temas más amplios de planificación macroeconómica, ajuste estructural y deuda, degradación ambiental y conservación, y organización cívica y política (Jackson y Pearson 1998: 5). Sin embargo, el cambio ha tenido lugar en un contexto económico y político determinado y los promotores del género están de acuerdo en que se han logrado mayores progresos en el 221 políticas públicas aspecto analítico que en la transversalización de la perspectiva de género (Kanji 2003). Desafíos De acuerdo con Kanjee (2003) todavía existe un gran número de retos para integrar la perspectiva de género a las políticas. Entre los principales se encuentran: Redistribución del poder y los recursos: Como concluyeron muchas analistas feministas, el meollo del asunto es la redistribución del poder y los recursos (Jahan 1995; Razavi y Miller 1998; Kabeer 2000). Muchas agencias de desarrollo y gobiernos han dado la bienvenida a los argumentos eficientistas y anti-pobreza para justificar las inversiones en mujeres, ya que se justifica el crecimiento económico y la reducción de la pobreza. En aquellos casos donde las inversiones en mujeres requieren de “una distribución del poder y los recursos —compartir las responsabilidades en las tareas reproductivas, igualdad entre hombres y mujeres en derechos de tierra y propiedad, mayor voz en la toma de decisiones— las agencias y los estados muestran menos entusiasmo” (Jahan 1995: 125). Kabeer (2003) ofrece una visión sobre este dilema que con frecuencia se presenta en las intervenciones de planeación: Los argumentos instrumentales en algunas circunstancias son una manera de atraer la atención de algunos planificadores de políticas públicas y donantes, al hablarles en un lenguaje que comprenden. Sin embargo, tengo un problema con la estrechez del instrumentalismo, por ejemplo, el crear simplemente argumentos en los terrenos de lo que se puede hacer para el crecimiento o reducción de la pobreza. Creo que los argumentos instrumentales deben ser usados para impulsar y fortalecer el caso intrínseco para la igualdad. En cierto modo, los argumentos instrumentales pueden ser usados para incorporar los temas en la agenda. La difícil frontera entre “género y mujer”: El uso del término “aspectos de género” o “perspectiva de género” para referirse primariamente a las mujeres como un grupo homogéneo y/o a las mujeres y hombres como un solo grupo de interés sobresimplifica realidades complejas. Más aún, el mismo concepto de género empieza a cuestionarse como una panacea para entender y resolver las desigualdades que existen entre hombres y mujeres, ya que parece ignorar dimensiones importantes como la biológica o la psíquica (Lamas 2002). Como señala Cornwall (2000), a las mujeres y a los hombres se los puede pensar fácilmente como categorías individuales y de manera estereotipada: las mujeres como generosas y cuidadoras y los hombres como egoístas e individualistas. 222 Francisco Cos-Montiel Los hombres son vistos como la figura poderosa y opuesta. Sólo como ejemplo, en el contexto de los jóvenes jornaleros agrícolas se encontraron fuerzas contradictorias en las nuevas identidades respecto de lo que significa ser hombre o ser mujer en los procesos de migración (CosMontiel 2001). A través del ciclo de vida de las personas, las restricciones y oportunidades de ser hombre o mujer varían. En la práctica, el análisis de género a menudo no se ha extendido para analizar la visión, reacciones y problemas de los hombres. Esto ha sido en parte abordado por estudios e investigaciones recientes sobre las masculinidades, los cuales ponen el énfasis en la manera en que los distintos contextos históricos y culturales moldean las identidades de lo que significa ser hombre en una determinada cultura. Género, diferencia y diversidad: El género no siempre es la diferencia o identidad que afecta las elecciones y opciones de las personas y hay numerosos ejemplos en los que las mujeres han colocado su identidad o intereses comunes con los de los hombres, por ejemplo, en las luchas anticolonialistas y antirracistas (Kanji 2003). La heterogeneidad de las mujeres y su multiplicidad de identidades dificulta que las mujeres se unan como un cuerpo político (Kabeer y Grynspan 2003). Esto no quiere decir que los hombres no tengan múltiples identidades, pero en el caso de las desigualdades de género, donde las mujeres generalmente están subordinadas, las múltiples identidades de las mujeres pueden impedir acciones conjuntas. Las desigualdades de género se ven frecuentemente afectadas por la clase, raza, grupo étnico, edad, localidad y otras particularidades en un contexto dado. Reconocer esta diferencia y trabajar con la diversidad de las propias mujeres implica reconocer que se tendrá que lidiar con relaciones de poder (Beall 1997). El poder, que se manifiesta en la habilidad de ejercer coerción, de ignorar, de pasar por encima, de forzar o de controlar, es la habilidad de dictar una agenda o, de manera más positiva, es la manera de influir sobre las cosas. Representa un gran reto acomodar las diferentes identidades y las diferentes capacidades que tienen las personas para ejercer poder y de esta manera generar avances. Cambio organizacional: Ni siquiera los más completos marcos para institucionalizar la perspectiva de género, como la notable “Red de institucionalización” de Caren Levy, hacen suficiente hincapié en la importancia del cambio organizacional, particularmente de las normas y cultura organizacionales. Las normas sociales no siempre son explíci- 223 políticas públicas tas, sino que están enraizadas en la estructura y jerarquías de las instituciones, en las condiciones y requerimientos para el acceso y participación y en sus estructuras de incentivos y rendición de cuentas. Aunque la literatura sobre instituciones y las formas que adoptan (las organizaciones) sugiere que éstas varían considerablemente entre unas y otras, y también entre culturas, sugiere también que puede resultar útil analizarlas en términos de una serie de componentes generales que las constituyen: reglas, actividades, recursos, personas y poder, desarrollados por Kabeer (2000) a continuación: “Desconstruyendo” las organizaciones Reglas (cómo se hacen las cosas): Lo que distingue al comportamiento institucional es que se rige por reglas y no por la idiosincrasia o el azar. Los patrones distintivos de comportamiento institucional (oficiales o no oficiales, implícitos y explícitos) son inherentes a las normas, valores, tradiciones, leyes y costumbres, limitan o permiten lo que debe hacerse, cómo debe hacerse, por quién y quién se beneficia de ello. La institucionalización de las reglas tiene la ventaja de que permite que las decisiones recurrentes para alcanzar las metas institucionales se hagan con menor esfuerzo; su desventaja es que reducen la manera en que deben hacerse las cosas al grado de la naturalidad o inmutabilidad. Actividades (qué se hace): La otra cara de la moneda de las reglas institucionales es la generación de distintos patrones de actividades. De hecho, a las instituciones se les puede definir como un conjunto de actividades, regidas por reglas, organizadas para satisfacer necesidades específicas o para lograr metas específicas. Estas actividades pueden ser productivas, distributivas o regulatorias, que por su naturaleza están regidas por reglas, lo que significa que las instituciones generan prácticas rutinarias que se reconstituyen a través de esas reglas. Por lo tanto, con el paso del tiempo, la práctica institucional es un factor clave en la reconstitución de la desigualdad social, por lo que al final, si se desean transformar estas desigualdades sociales, se debe cambiar la práctica institucional. Recursos (qué se usa, qué se produce): Todas las instituciones tienen la capacidad de movilizar recursos y existen reglas institucionales que dictan los patrones de movilización y asignación. Dichos recursos pueden ser humanos (trabajo, educación y habilidades), materiales (comida, activos, tierra, dinero) o intangibles (información, capital político, buena voluntad, contactos) y pueden ser usados como insumos (inputs) en la actividad institucional o representar resultados (outputs) institucionales. Personas (a quién se excluye o incluye en las actividades institucionales): Las instituciones se constituyen por categorías específicas de personas y pocas son completamente incluyentes, a pesar de las ideologías que profesan. Más bien, las reglas y prácticas institucionales determinan qué categorías de personas se incluyen (y cuáles se excluyen) y cómo se les asignan diferentes tareas, actividades y responsabilidades en el proceso de producción así como a quiénes se 224 Francisco Cos-Montiel les asignan recursos. Los patrones institucionales de inclusión, exclusión, posicionamiento y progreso expresan desigualdades sociales de clase y género entre otras. Poder (quién determina las prioridades y las reglas): Rara vez se distribuye el poder equitativamente a través de una organización, a pesar de lo igualitaria que puede ser su ideología formal. La distribución desigual de recursos y responsabilidades en una organización, junto con las reglas oficiales y no oficiales que legitiman está distribución, tiende a asegurar que algunos actores institucionales tengan la autoridad para interpretar las metas y necesidades institucionales, así como la habilidad para movilizar la lealtad, el trabajo y la complicidad de otros. Este poder se constituye como un rasgo integral de la vida institucional a través de sus normas, reglas y convenciones, su asignación de recursos y responsabilidades, y sus costumbres y prácticas. Los resultados de las prácticas institucionales, incluyendo su reconstitución a través del tiempo, reflejarán los intereses de quienes tienen el poder de hacer las reglas y cambiarlas. La integración de la perspectiva de género en el conjunto de las políticas nos lleva a temas que están típicamente enraizados en la “estructura profunda” de una organización (Rao et al. 1999). La mayoría de las organizaciones han sido creadas por y para los varones, y por lo tanto tienden a reflejar definiciones masculinas de acción, relevancia y resultados. Reconocer estas estructuras es difícil, cambiarlas lo es aún más. Requiere de determinación y estrategias multifacéticas y acumulativas, cuidadosamente diseñadas, que reconozcan el carácter sistemático del reto y la intrincada relación entre la estructura y el impacto. Pero detrás de todo esto está presente la necesidad de voluntad política (Murison 2001). El PNUD, durante su programa de tres años para identificar y desarrollar las capacidades individuales y organizativas requeridas para integrar eficazmente la perspectiva de género, definió las capacidades individuales mencionadas arriba, e inclusive identificó 12 barreras que el personal experimenta de manera tan sistemática que ya constituyen elementos de su estructura organizacional. Las discusiones individuales con agencias de Naciones Unidas, como la Organización Mundial del Trabajo, UNICEF y el Comité Interagencial de Equidad de Género de la United Nations Development Assistance Framework (UNDAF), indican que estas barreras son comunes y de hecho forman parte de la “estructura profunda” de Naciones Unidas. Sería importante abordar estas barreras si se desea realmente que la incorporación de acciones para la igualdad de género se convierta en una realidad, sustituyendo la excesiva confianza que se tiene en los enormes esfuerzos individuales de los miembros del personal en 225 políticas públicas un ambiente que es básicamente adverso. La experiencia indica que una manera efectiva de combatir estas barreras sería a través de un proceso consultivo con los directivos, lo cual significa al mismo tiempo construir sus capacidades, apoyadas por mecanismos adecuados de rendición de cuentas. Sin embargo, esto todavía está por probarse (Murison 2001). Participación: En la última década, se han llevado a cabo diversos esfuerzos para involucrar a los grupos de interesados en los procesos de políticas. Sin embargo, el análisis de género de algunas mediciones participativas de la pobreza indica que, cuando se realizan consultas con grupos en pobreza, las voces de las mujeres tienen a estar subrepresentadas y/o sus preocupaciones no se reflejan en la recomendaciones finales (Whitehead y Lockwood 1999). Inclusive cuando el análisis de la pobreza incluye desagregación por sexo, las estrategias de combate a la pobreza pueden no ser sensibles a los intereses o necesidades de las mujeres (Kanji 2003). La interacción de los grupos que verdaderamente representen los intereses de las mujeres es crítica para la participación en los procesos de conformación de políticas. Pueden ser de gran utilidad para abrir el debate sobre los intereses de las mujeres, en el corto y mediano plazo, y en cabildear para que estos intereses se mantengan en un lugar importante de la agenda. Sin embargo, los grupos que representan los intereses de las mujeres de carne y hueso no necesariamente son las ONG de mujeres o las ONG que trabajan con mujeres. Aunque nadie puede negar que las ONG brindan servicios de apoyo a los proyectos participativos: facilitan el acceso al conocimiento técnico, a la información y a fondos; otorgan crédito y servicios sociales; algunas veces ayudan a establecer canales horizontales de comunicación entre los diferentes movimientos y organizaciones que permiten el intercambio de experiencias y la coordinación de la acción más allá del ámbito local y establecen contactos entre la acción de las bases e individuos, grupos e instituciones influyentes al nivel nacional. En algunos casos, además, el apoyo táctico de las ONG a las causas locales puede alcanzar niveles internacionales de publicidad y apoyo a través de la acción de ONG internacionales, particularmente cuando las luchas locales tienen que ver con preocupaciones en áreas como protección ambiental, derechos humanos, salud, grupos indígenas o educación (Stiefel y Wolfe 1994). Sin embargo, las ONG también pueden manipular las luchas participativas, crear nuevos vínculos 226 Francisco Cos-Montiel de dependencia clientelista o perder sus vínculos con las bases, particularmente cuando dependen mucho de las financiadoras. Este último punto parece ser particularmente cierto en el caso de las ONG más grandes, donde a mayor crecimiento más tienden a parecerse a empresas privadas o al mismo gobierno y a olvidarse de quienes legitiman su trabajo: los pobres y vulnerables (Smillie 1993). Algo similar sucede con los partidos políticos. Así surge la pregunta sobre ¿hasta qué punto las ONG y los partidos políticos son representantes legítimos de las necesidades e intereses de las mujeres? No existe una respuesta única, pero sí tiene que ver con los mecanismos internos de participación y rendición de cuentas de estas organizaciones del tercer sector. Estableciendo un hito: la experiencia sudafricana Hoy por hoy, la experiencia sudafricana ha sido la más exitosa en el mundo y es un alentador ejemplo de lo que había hecho falta en el pasado: un proceso de discusión que identificara la igualdad de las mujeres como uno de los requisitos básicos para la democracia y una adecuada determinación de los proyectos financiados por la comunidad internacional en cuyo diseño se invitó a las organizaciones civiles a participar (Beall 1998; INSTRAW 2000). ¿Qué se requirió para establecer esta maquinaria? El establecimiento de esta maquinaria incluyó tres pilares, y un actor poderoso que fue la propia sociedad civil. Aunque estos pilares fueron el poder legislativo, el gobierno y órganos independientes, las políticas con perspectiva de género mejor formuladas no necesariamente vinieron desde arriba, al contrario, vinieron de un proceso reiterativo: requirió la organización de una base de grupos de la sociedad civil que recogieron y representaron los distintos intereses de género. Este fortalecimiento estratégico de los grupos de mujeres se vio reflejado en el acceso a las mesas de negociación de las plataformas políticas y en la conformación de los gabinetes de gobierno. Así, uno de los retos fue también el que las mujeres en posiciones de decisión no estuvieran únicamente sobrerrepresentadas en el sector social, sino que también establecieran los criterios económicos y en la arena política. La inclusión de las mujeres en el área económica fue fundamental, pues se ha comprobado que las medidas macroeconómicas como los programas de ajuste estructural han afectado a las mujeres en 227 políticas públicas mucho mayor medida que a los hombres. Este aumento en el número de mujeres en las oficinas públicas constituyó un progreso significativo para establecer el primero de los pilares de la maquinaria nacional: el poder legislativo. Dado que no fue suficiente con aumentar el número de mujeres parlamentarias, se realizaron una serie de cambios en el interior del poder legislativo para hacerlo más sensible a las restricciones que enfrentaban las mujeres. Estos incluyeron, por ejemplo, el establecimiento de guarderías para los niños de las empleadas y las parlamentarias, mayor número de sanitarios para las mujeres y que el receso parlamentario coincidiera con las vacaciones escolares. En el interior del legislativo se establecieron estructuras, como por ejemplo una “Unidad para el empoderamiento de las mujeres”, preocupada por la capacitación y el fortalecimiento de la capacidad de las parlamentarias. El segundo pilar de esta maquinaria fue el gobierno, por lo que se volvió necesario establecer puntos focales de género en todas las secretarías de estado y definir los mecanismos de cooperación y coordinación entre ellos. Sin embargo, estos puntos focales no hubieran tenido resultados significativos si no se les hubiera asignado los recursos suficientes, si no se desarrollaban los recursos humanos directivos y si no se revisaban los procedimientos que estaban permeados por la jerarquía de género. Este esfuerzo no era suficiente si no se extendía a los ámbitos estatal, municipal y al nivel de la comunidad. El tercer pilar de esta maquinaria fue un cuerpo independiente —una especie de ombudsman de género— que tenía el objetivo de promover el respeto, la protección, el desarrollo y el cumplimiento de los acuerdos por la equidad de género. Sus funciones incluían un papel de vigilancia, educación pública e investigación de las instancias de desigualdad en las organizaciones tanto públicas como privadas. Asimismo, se consideró a las organizaciones de la sociedad civil como una parte indispensable e integral de la maquinaria nacional, ya que las organizaciones de mujeres estaban desarrollando un trabajo importante en el monitoreo y emitiendo recomendaciones para lograr avances en la equidad de género. Finalmente, es importante resaltar que, dado el poco presupuesto que generalmente se asigna a las iniciativas de género por parte de los gobiernos, éstas fueron muchas veces financiadas por agencias internacionales de desarrollo. Esto no fue positivo ni negativo en sí mismo, sin embargo, las experiencias exitosas a lo largo y ancho del mundo tienen como característica común que las agendas fueron determinadas 228 Francisco Cos-Montiel por los propios gobiernos y los proyectos contaron con la participación de las organizaciones de la sociedad civil. Como se puede ver, el proceso de “institucionalizar” la perspectiva de género no es un simple ejercicio y la forma que tome dependerá, de manera crítica, de dónde se localice primordialmente el centro de gravedad para lograr la equidad de género. Los problemas con las maquinarias nacionales y las iniciativas gubernamentales han sido tratados en detalle por muchos autores, pero esto no debe convertirse en un argumento para la desilusión o el abandono (Beall 1998). Si bien el papel que juegan las organizaciones civiles es fundamental, el proceso no sólo debe emanar de las agencias internacionales de desarrollo, de las organizaciones de mujeres y de las ONG. El gobierno debe ser corresponsable en el proceso, pues las consecuencias de dejar a las mujeres en la sociedad civil sin ningún tipo de apoyo significan perpetuar la fiebre de participación y descentralización, la cual ha dejado a las mujeres exhaustas en el pasado, a sus organizaciones sin apoyo y muchas veces explotadas. El proceso de institucionalización de la perspectiva de género no puede dejar de lado las estructuras y mecanismos para el avance de la equidad en: a) el gobierno, sin importar cuán débil sea éste; b) la representación política femenina, sin importar cuán inexperta o frágil pueda ser; c) las bases electorales y grupos de interés a los que hay que rendir cuentas. Sin lugar a dudas, los fines que se emplean para permear las estructuras y mecanismos necesitan ser primero negociados a lo largo de este eje. De la Comisión Nacional de la Mujer al Instituto Nacional de las Mujeres Ante la presión que significaba la celebración en la Ciudad de México de la Primera Conferencia Internacional de la Mujer, el principio de igualdad jurídica entre hombres y mujeres se integró a la Constitución Política del estado mexicano en 1974, mediante la reforma al artículo cuarto. A partir de ese momento, se pusieron en práctica diversos programas y acciones gubernamentales para intentar mejorar la condición de las mujeres. La primera gran iniciativa, que data de 1974, fue el Programa Nacional para el Desarrollo de las Mujeres. A partir de 1975, las reformas legislativas en pro de la igualdad jurídica del hombre y la mujer han sido relativamente constantes. Sin embargo, al igual que en otros 229 políticas públicas países del mundo, los cambios en la normatividad no garantizaron per se mejoras significativas en la vida de las mujeres. En la realidad, existen otros factores que han tenido (voluntaria o involuntariamente) mayores impactos sobre la vida de las mujeres, como, por ejemplo, las políticas económicas. Una clara ilustración la podemos encontrar en los programas de ajuste estructural que tuvieron un efecto negativo y desproporcionado sobre las mujeres. El impacto diferenciado de los programas de ajuste estructural Como consecuencia de las bajas en los precios del petróleo y los altos intereses de la deuda externa a finales de los años setenta y a principios de los ochenta, en 1983 se aplicaron una serie de medidas de estabilización y ajuste estructural bajo los auspicios del Programa de Austeridad del presidente De la Madrid. La reestructuración y apertura de mercados que data de ese periodo y que continuó en los años noventa en los gobiernos de los presidentes Salinas y Zedillo, han incluido entre otras cosas la reestructuración del sector público y la reorganización del tejido productivo. Así, las políticas de ajuste estructural que se insertan dentro del proceso de globalización han tenido un profundo efecto en el panorama económico, financiero, comercial y social de México. Si bien, a principios de los noventa, la recuperación económica se estaba llevando a cabo, e incluso México fue clasificado por el Banco Mundial como uno de los países en proceso de ajuste con mayor éxito, la pobreza se exacerbó por la presión a la baja ejercida en el ingreso con salarios congelados y los precios en constante aumento. En el nivel micro, los cambios estructurales han sido implementados con un alto costo y con consecuencias importantes para una gran proporción de la población mexicana. En muchos hogares, la sobrevivencia dependió de agrupar el ingreso de los miembros de la familia, particularmente el de las mujeres (Benería 1991; Chant 1996a, 1996b; González de la Rocha 1994). A pesar de que antes de las crisis de los ochenta y de 1995 ya existían severos problemas, todos los indicadores parecen sugerir que la redistribución de recursos generada por las crisis y las políticas de ajuste intensificaron las desigualdades. Por ese motivo, no obstante que en el caso de México los indicadores macro parecen apuntar a una relativa mejoría en el país durante la década de los noventa, existe evidencia para afirmar que al nivel micro los ajustes se llevaron a cabo de manera muy desigual tanto a lo largo de la frontera social como entre hombres y mujeres. Sin lugar a duda, los hogares que se encontraban entre los más pobres y vulnerables resintieron los severos efectos del ajuste estructural de los años ochenta y noventa, y al interior de los hogares las mujeres cargaron sobre sus hombros un desproporcionado peso del ajuste por el cambio de la orientación exportadora del país y los recortes a los servicios sociales que tradicionalmente proveía el estado (Cos-Montiel 2001). 230 Francisco Cos-Montiel En 1985, el gobierno estableció la Comisión Nacional de la Mujer que representaría al país en la Conferencia de las Mujeres del Tercer Mundo, celebrada en Nairobi, Kenia, en ese mismo año. En diciembre de 1988, el programa Mujeres en Solidaridad se creó como parte del Programa Nacional de Solidaridad, con el “único objetivo de mejorar la calidad de vida de la población femenina de las zonas rurales y de las colonias urbano-populares que viven en condiciones de pobreza”. El programa “impulsaba acciones para resolver la problemática específica de la mujer; reconocer el trabajo que desempeña y fortalecer su participación económica, política y social” (SEDESOL 1994: 206). Mujeres en Solidaridad promovió la ejecución de proyectos sociales y productivos que elevaran el nivel de ingresos de mujeres en zonas de pobreza. Sin embargo, el programa seguía las líneas conceptuales del enfoque de MED: 1) proyectos diseñados por y para mujeres; 2) desarrollo de proyectos productivos o énfasis exclusivo en actividades tradicionalmente “femeninas” y 3) no atacaba las causas estructurales de la discriminación que enfrentan las mujeres. Si bien este programa atendía la problemática de las mujeres que vivían en condiciones de pobreza, no existía en el país ningún órgano encargado de dirigir una política nacional que buscara la equidad. No fue sino hasta 1993 que, como parte de los trabajos preparatorios hacia la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, se instaló un Comité Nacional Coordinador que elaboró un informe detallado sobre la situación de las mujeres en México. Posteriormente, en respuesta a los compromisos asumidos en dicha conferencia, el gobierno de México se dedicó a la tarea de formular el Programa Nacional de la Mujer 1995-2000, Alianza para la Igualdad (Pronam), el cual fue publicado mediante decreto en el Diario Oficial de la Federación el 21 de agosto de 1996. El Pronam fue el principal instrumento gubernamental para integrar una perspectiva de género a las políticas y tenía como objetivo principal “impulsar la formulación, el ordenamiento, la coordinación y el cumplimiento de las acciones encaminadas a ampliar y profundizar la participación de la mujer en el proceso de desarrollo e igualdad de oportunidades con el hombre”. Asimismo, para establecer congruencia con el proceso de participación de ONG que se dio durante la preparación y celebración de la Conferencia de Beijing, se crearon dos instancias no gubernamentales para apoyar el trabajo del Pronam: un Consejo Consultivo y una Contraloría Social, integrados por mujeres con alguna trayectoria en el tema. 231 políticas públicas Originalmente, los objetivos generales del programa fueron nueve y estaban relacionados con las esferas de la Plataforma de Acción de Beijing: educación, salud, pobreza, oportunidades y derechos laborales, capacidad productiva, igualdad de derechos, oportunidades y responsabilidades, derechos de la mujer y toma de decisiones, violencia, e imágenes plurales, equilibradas y no discriminatorias de la mujer. En 1999, se incluyó un objetivo adicional al Pronam sobre mujer y medio ambiente. Durante dos años, la coordinación general del Pronam asumió la instrumentación y el seguimiento de las acciones realizadas por las dependencias del gobierno federal con el fin de dar cumplimiento a la Plataforma de Acción adoptada por México durante Beijing. El programa fue expandiendo su capacidad de una entidad nueva y con enormes limitaciones de recursos hasta convertirse en un órgano que logró posicionarse en la agenda de algunos sectores. En 1998, el reglamento interior de la Secretaría de Gobernación estableció la creación de la Coordinación General de la Comisión Nacional de la Mujer (Conmujer) como órgano administrativo desconcentrado de dicha secretaría y responsable de la instrumentación del Pronam. Uno de los factores que facilitó este cambio fue el liderazgo de su primera titular, el cual le permitió tener relativa influencia en las secretarías de estado, donde por lo menos al nivel de intención se empezaba a integrar la perspectiva de género. Otro acierto fue obtener el apoyo de algunos organismos internacionales como el Fondo de Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM) y el Banco Mundial, con quienes llevaron a cabo varios proyectos. Uno de ellos fue el primer Taller nacional sobre análisis de género y políticas públicas, que se celebró en abril de 1997 y cuyo objetivo era capacitar a distintos funcionarios sobre la manera en que podían integrar un análisis de género en las políticas existentes; a partir de este taller se desarrollaron otros estudios que dieron lugar a publicaciones como la Economía del género en México publicado por el Banco Mundial (Correia y Katz 2001). Como se ha visto, el papel que desempeñan los organismos internacionales puede ser de utilidad, tal y como lo demuestra el caso mexicano y el sudafricano, cuando apoyan las iniciativas locales. Otros logros importantes de la Conmujer fueron la creación del Programa Nacional Contra la Violencia Intrafamiliar 1999-2000 (Pronavi), como derivación y ampliación de una línea programática del Pronam. En el ámbito institucional, en el interior de algunas dependencias públicas, se crearon programas o puntos focales de género, como fue el 232 Francisco Cos-Montiel caso del Programa de la Mujer de la Secretaría de Relaciones Exteriores, o las direcciones de género en las Secretarías de Trabajo y Desarrollo Social y en el ISSSTE. Además, se establecieron comisiones de equidad y género en el H. Congreso de la Unión y en los congresos locales, y en 1998 se creó una comisión bicamaral denominada Parlamento de Mujeres de México. En el ámbito federal, para agosto del 2000 se habían creado instancias para el adelanto de la mujer en 28 entidades federativas. En julio de 1999, autoridades de la Conmujer y las integrantes del Consejo Consultivo y de la Contraloría Social del Pronam se reunieron con el secretario de Gobernación para presentarle la propuesta de creación del Instituto Nacional de la Mujer, como organismo descentralizado de la Secretaría de Gobernación, con personalidad jurídica, patrimonio propio y domicilio en el Distrito Federal. Las consultoras y contraloras del Pronam consideraban que las funciones de la maquinaria de género habían puesto de manifiesto que éste requería no sólo de autonomía técnica sino de ampliar su capacidad de gestión en todos los campos de la vida nacional. Es por ello que hicieron el planteamiento de “crear una institución que impulsara el fortalecimiento y avance de las políticas a favor de la equidad de género y de promover, coordinar, ejecutar y dar seguimiento a las acciones y programas destinados a asegurar la igualdad de oportunidades y de trato entre hombres y mujeres” (Conmujer 2000). Este organismo además debía permitir la puesta en marcha de investigaciones nacionales, proyectos piloto y las propuestas que estimara convenientes. El Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) que sustituyó a la Conmujer, fue creado por la ley publicada en el Diario Oficial de la Federación el 12 de enero del 2001 como un organismo público descentralizado de la administración pública federal, con personalidad jurídica, patrimonio propio y autonomía técnica y de gestión para el cumplimiento de sus atribuciones, objetivos y fines. La creación del instituto reflejaba el compromiso asumido por el gobierno de México en el ámbito internacional de fortalecer los mecanismos institucionales para la promoción de la mujer y la igualdad de oportunidades, dotándolos de recursos adecuados de toda índole, personalidad jurídica y autonomía presupuestal. El Inmujeres tiene como objetivo, de conformidad con el artículo 4º de su ley, “...promover y fomentar las condiciones que posibiliten la no discriminación, la igualdad de oportunidades y de trato entre géneros, así como el ejercicio pleno de todos los derechos de las 233 políticas públicas mujeres y su participación equitativa en la vida política, cultural, económica y social del país, bajo los criterios de: transversalidad en las políticas públicas, a partir de la ejecución coordinada y conjunta de programas y acciones desde la perspectiva de género; federalismo para el fortalecimiento de las dependencias responsables de la equidad de género en los diferentes órdenes de gobierno y fortalecimiento de los vínculos entre los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial”. Dado que Plan Nacional de Desarrollo 2001-2006 establece que se crearán programas especiales, es en este marco que se presenta el Programa Nacional de Igualdad de Oportunidades y No Discriminación Contra las Mujeres (Proequidad). El Inmujeres es la institución encargada de diseñar y promover el Proequidad, así como de coordinar y orientar los esfuerzos tendientes a cumplirlos y evaluar sus resultados. El Proequidad establece como su primer objetivo específico: “Incorporar la perspectiva de género como eje conductor de los planes, programas, proyectos y mecanismos de trabajo en la administración pública federal”, con lo cual la estrategia adoptada durante Beijing en 1995 vuelve a ponerse al centro del debate de las políticas de equidad en este país. El traje nuevo de la emperatriz A lo largo de dos años de gestión, el Inmujeres ha consolidado una serie de logros que inició su antecesora, y que pueden resumirse en tres puntos: En primer lugar, el logro más importante es el aumento del nivel de conciencia. A casi diez años de la Conferencia de Beijing, es posible afirmar que los asuntos de género han cobrado un lugar importante en el discurso (aunque no en la práctica) gubernamental, de los partidos políticos y de las ONG. En la política social, se ha reconocido plenamente el papel de las mujeres en el crecimiento económico, el combate a la pobreza, el aumento en el bienestar y las oportunidades económicas. Asimismo, prácticas como la violencia doméstica dejaron de ser del dominio privado llamando la atención pública y privada. Segundo, se ha logrado mayor especialización en temas de género a través del desarrollo de distintas metodologías para la investigación y recolección de datos, herramientas para la planeación, como el estudio “Género y equidad” y el desarrollo de métodos de capacitación. 234 Francisco Cos-Montiel Tercero, ha habido progresos en reformas legales para terminar con la discriminación hacia las mujeres, como la eliminación de la prueba de gravidez para las aspirantes a cargos en la administración pública federal o las reformas para que las mujeres ocupen más cargos de elección popular. Sin embargo, a pesar de los logros en los rubros identificados anteriormente, el principal reto a la hora de elaborar políticas públicas no es establecer el marco legal o la metodología para planificarlas, sino su puesta en marcha. La década de las mujeres dejó bien claro que las reformas constitucionales o los cambios en otras leyes no son suficientes para garantizar su cumplimiento o para cambiar normas, valores y creencias que están profundamente enraizados en una organización. Más aún, como se ha analizado anteriormente, todavía existe una considerable confusión sobre lo que significa en la práctica una política para integrar la perspectiva de género, a pesar de los vastos esfuerzos de capacitación en género y las iniciativas organizacionales diseñadas para cambiar las políticas, procesos, procedimientos y competencias (Levy 1996). Después de todo, han sido las agencias internacionales —y no los gobiernos de los países en desarrollo— quienes han tenido el material y los recursos humanos para establecer vigorosamente esta agenda. Es más, parece que hay una obsesión por parte de sus unidades de mujeres/género por introducir el género en las políticas y práctica del desarrollo, sin una crítica paralela del contexto del desarrollo en sí mismo y el valor que las mujeres de los países en desarrollo le dan a esos esfuerzos. Recientemente, ha crecido la preocupación por alcanzar la equidad de género en un contexto internacional a través de un enfoque que toma en cuenta tanto los derechos como las necesidades (Beall 1998). Esto ha empezado a traducirse en esfuerzos por parte de algunas agencias de desarrollo que intentan construir la capacidad para trabajar con una perspectiva de género entre su propio personal, consultores y países miembros. En la medida en que se ha puesto atención al papel de las mujeres en el gobierno, saltan a la vista tres elementos clave. El primero se refiere a las relaciones problemáticas que algunas veces surgen entre las “femócratas” y las bases organizadas de mujeres; el segundo, a los impedimentos institucionales que enfrentan las unidades de mujeres y la intransigencia de los arreglos administrativos poco sensibles al género inherentes a la burocracia en que están inmersas. Finalmente, el tercero se refiere a las propias maquinarias encargadas de 235 políticas públicas integrar la perspectiva de género, alrededor de las cuales siempre ha existido controversia y que generalmente se enfrentan a duras críticas en torno al género y la gobernabilidad. Las secciones anteriores han intentado analizar los alcances y las oportunidades que la literatura del desarrollo ha identificado en el proceso de volver transversal un análisis de género en las políticas públicas. A lo largo de las últimas tres décadas, se han dado cambios importantes en las estrategias para este proceso. Estas visiones han enfrentado diversos giros en al menos cinco aspectos importantes: 1. cambios conceptuales, que van del acento exclusivo sobre las mujeres a un análisis de género; 2. reconocimiento de dimensiones más amplias del poder, no sólo entre hombres y mujeres, sino en el interior de las instituciones; 3. redefinición de los argumentos utilizados por las profesionales del desarrollo para convencer sobre la importancia de incluir un análisis de género; 4. reconocimiento del importante papel que juegan los arreglos institucionales y organizacionales en el éxito o fracaso de las estrategias de incorporación de la perspectiva de género; 5. cambio en la percepción de las mujeres como beneficiarias pasivas de la generosidad gubernamental a agentes activas del cambio. Estos aspectos de alguna u otra manera han estado presentes durante la evolución de la Comisión Nacional de la Mujer al Instituto Nacional de las Mujeres. El instituto, como ya se ha mencionado anteriormente, representa sin lugar a dudas un cambio fundamental en el equilibrio que tienen los asuntos de género en este país, pero al mismo tiempo, al cambiar de un órgano con relativamente poca importancia a uno de mayor estatus, se asumen retos cada vez más grandes. Esta sección analiza de qué manera el Inmujeres ha sabido responder a tres aspectos que parecen ser clave en la exitosa articulación de una política para lograr la equidad entre mujeres y hombres: a) el papel que ha tenido el desarrollo institucional para facilitar la integración de la agenda de género en México; b) el papel que ha desempeñado el liderazgo en el interior del instituto, y c) de qué manera han impactado los mecanismos de rendición de cuentas en la creación de políticas públicas que respondan efectivamente a las necesidades de las mujeres en México. La evidencia sugiere que uno de los rasgos del instituto es que no ha logrado extender sus beneficios a quienes son su razón de ser: las mu236 Francisco Cos-Montiel jeres de México. Sin embargo, en ningún momento aparece la voz de las mujeres o de sus organizaciones o de sus ONG para conocer su punto de vista. El éxito o el fracaso del Instituto debería medirse en términos de la construcción de la equidad entre hombres y mujeres como un valor de la democracia. El que los resultados se entiendan y se midan en términos de los intereses de la burocracia que lo dirige y no en términos de los intereses y necesidades de las mujeres, es tan grave como aceptar la existencia de la tela mágica para el traje nuevo del emperador. Mientras las bases y los grupos de presión no cuestionen o reconozcan el desempeño del Inmujeres, éste continuará paseando con su nuevo traje confeccionado con una tela que sólo la emperatriz y su corte pueden ver. Desarrollo institucional Una definición sencilla de desarrollo institucional es la que ofrece el Banco Mundial en su Informe para el Desarrollo Mundial 2002, al cual ve “como un proceso acumulativo donde se producen cambios diversos en diferentes esferas, que acaban por completarse y respaldarse mutuamente”. De acuerdo con el informe, pueden bastar cambios pequeños para impulsar transformaciones futuras e identifica enseñanzas aplicables al desarrollo institucional para conseguir instituciones eficaces: 1) diseñarlas de manera que sirvan de complemento a la realidad existente, es decir, a otras instituciones de apoyo, capacidades humanas y tecnologías disponibles; 2) innovarlas para establecer instituciones válidas y prescindir de las que no funcionen. Este proceso acumulativo está íntimamente ligado al aprendizaje institucional y en particular a los siguientes puntos: Desarrollo del personal: Durante más de dos décadas, las maquinarias de mujeres se han caracterizado como particularmente débiles, con personal poco preparado, presupuestos bajos y poco poder de negociación, es decir, carecían de recursos tanto económicos como políticos para incidir efectivamente en la agenda política nacional. Estas cuestiones han sido estudiadas ampliamente y no es sino hasta fechas recientes que se ha puesto mayor atención en aspectos como el desarrollo institucional, un terreno en el que se tiene relativamente poca experiencia. En el caso de la extinta Conmujer, el desarrollo de la institución no estuvo exento de contradicciones, ya que debió balancear simultáneamente muchas de las dificultades de las primeras maquinarias de MED y la efervescencia del discurso de GAD. Aun cuando hubo logros evidentes, también las debilidades eran importantes. Su carácter de órga237 políticas públicas no desconcentrado de la Secretaría de Gobernación le restaba poder político y limitaba su autonomía financiera y de gestión. Más aún, los recursos otorgados a la Conmujer eran apenas de 1.8 millones de dólares al año, de los cuales aproximadamente el 80% se utilizaba en pagos al personal. Dada la relativa novedad de la disciplina de “planificación con perspectiva de género”, el personal fue capacitándose en la misma medida en que se hacían las intervenciones. Si el mejor activo con que cuenta una organización son sus recursos humanos, es necesario que el personal haya desarrollado las competencias necesarias (tanto técnicas como políticas) y que disfruten de uno de los fines de la teoría y la práctica del género: el empoderamiento. Por tal motivo, dotar al personal de conocimientos técnicos es tan importante como el desarrollo de otras habilidades como liderazgo, negociación y comunicación. Al realizarse el cambio al instituto, uno de los principales retos fue el reclutamiento y la selección del personal de la flamante maquinaria. La ley establece que los dos niveles inferiores a la presidencia, es decir, el cuerpo directivo, deben ser aprobados por la Junta de Gobierno, lo que suponía una dificultad adicional para la conformación del alto mando institucional. Esto significaba que en el personal propuesto para ocupar el cargo debía darse el difícil balance entre calificaciones profesionales y aceptación por parte de las diferentes fuerzas políticas representadas en la Junta de Gobierno. El resultado de la selección de este nivel de funcionarias(os) fue un balance de personalidades que iban desde el apartidismo hasta aquellas identificadas plenamente con el priísmo, el panismo o el perredismo. En el caso de los mandos medios y operativos, la ampliación de una plantilla de aproximadamente sesenta personas a más de doscientas en un periodo de seis meses representó un enorme reto en términos de reclutar a un gran número de personas que pudieran echar a andar la maquinaria y que, al menos en la teoría, debían ser las idóneas para realizar las tareas. Reclutar a un gran número de personas cuando el área administrativa aún no contaba con el manual organizacional, los manuales de procedimientos y los perfiles de puestos para establecer procesos claros de reclutamiento y selección basados en una ética de igualdad de oportunidades, dio como resultado que muchas de las posiciones se ocuparan con personas que en el mejor de los casos tenían poco o nulo conocimiento sobre perspectiva de género, pero contaban con sólida experiencia sobre alguna disciplina y en el peor, no tenían ninguna de las dos. Como resultado, el instituto no 238 Francisco Cos-Montiel ha podido homologar un lenguaje común en torno al propio concepto de género, al significado de planeación con perspectiva de género (proceso que hasta la fecha se confunde con la planeación de los procesos organizacionales en el interior del mismo) y por consiguiente carece de un sentido de misión. La misión, la cual debería ser compartida por todo el personal para alcanzar las metas comunes, se ha convertido en un elemento tan metafísico en el interior del instituto que, tal como lo demostró una encuesta sobre el clima organizacional “existe en el interior una confusión generalizada sobre lo que es o debería ser el Inmujeres”. Adicionalmente, un análisis de las direcciones generales muestra que a menos de 24 meses de su creación, en tres de las cuatro áreas ha habido cambios de titular no sólo una, sino hasta dos veces. Esta realidad obliga a hacerse varias preguntas: ¿acaso no existen en el país recursos humanos lo suficientemente capacitados para llevar a cabo esta tarea? ¿Los procesos de reclutamiento y selección no han sido los adecuados? ¿El carácter político de los nombramientos entra en conflicto con las calificaciones profesionales? ¿No se ha entendido la complejidad de la tarea y por lo tanto las expectativas sobre el personal son desproporcionadas e irreales? Ninguna de estas preguntas tiene una respuesta automática, pero mucho ayudaría al Inmujeres contar con perfiles claros de puestos, así como mecanismos de medición de resultados. Sin embargo, sería importante definir si atrás de esta medición de resultados yace un enfoque de proceso o un enfoque que quiere soluciones mágicas al problema de inequidad. Una de las críticas que se hace a las estructuras con valores patriarcales y jerárquicas es justamente un excesivo énfasis en la medición de resultados, lo cual parece contrario al enfoque de proceso que tanto trabajo ha costado entender y a los valores de justicia que promueve per se la equidad. ¿Acaso este enfoque de resultados está más ligado a la interpretación de la cúspide femócrata sobre las metas y necesidades institucionales que a las acciones que se necesitan para lograr mayor equidad entre mujeres y hombres? Alcanzar este equilibrio no es fácil; como se ha analizado anteriormente, aun las instituciones que promueven la igualdad raramente son justas. El siguiente punto examina a detalle el difícil balance entre las acciones que buscan la equidad a largo plazo y las intervenciones de corto plazo con las que se espera alcanzar resultados. Construcción de la capacidad vs. generación de resultados: A diferencia de otros sectores, como educación, salud o incluso el ambiental, que 239 políticas públicas tienen mayor experiencia en la gestión, mayor legitimidad en la agenda política, mayor importancia en términos presupuestales, las maquinarias para la equidad de género continúan enfrentándose a diversos retos, algunos de los cuales enumero a continuación: 1. son un sector relativamente nuevo, con poca experiencia y muchas veces con cuadros poco capacitados; 2. paradójicamente, la misión de su trabajo, integrar la perspectiva de género en las políticas sectoriales, es una responsabilidad que no depende de ellos sino de los distintos ministerios, lo cual vuelve muy complejas las tareas de planear y echar a andar políticas coordinadamente; 3. en relación directa con el punto anterior, existe una gran dificultad para instrumentar un complejo proceso que, si bien es primordialmente técnico, también es político; 4. existe una presión de diversos grupos de interés para que se incluyan o excluyan temas muy sensibles de la agenda; 5. en general han fracasado en entender y/o explicar el complejo y a veces contradictorio proceso que implica “institucionalizar” la perspectiva de género y crear otros indicadores no convencionales para mostrar resultados. El Inmujeres no ha sido la excepción y es posible afirmar que cada uno de los retos explicados anteriormente son significativos para el mismo. Al ser una entidad no solamente nueva y con debilidades sustanciales en materia de recursos humanos, sino también con grandes expectativas sobre su desempeño, no ha podido explicar (y al parecer tampoco entender) la compleja naturaleza del proceso de institucionalización, el cual, como se ha visto anteriormente, requiere de tiempo y recursos pero, sobre todo, de acumular conocimiento para ganar la confianza que se requiere para la gestión pública. No obstante, el conocimiento, tantas veces confundido con información, implica complejos procesos de aprendizaje. Aprender lo que funciona y lo que no funciona es central para mejorar la gestión diaria (Smillie 1993). Las lecciones tanto positivas como negativas que se han aprendido en México y en otros países del mundo parecen no haberse incorporado a los criterios de evaluación del instituto. En su informe de actividades, presentado en marzo del 2002, el Inmujeres no establece los criterios bajo los cuales se evaluará su cometido, los resultados estratégicos, su gestión institucional y el desempeño de sus funcionarios. Al carecer de estos 240 Francisco Cos-Montiel criterios se dificulta el proceso de evaluación y por lo tanto el de generación de conocimiento y aprendizaje. Si los resultados se miden en términos de las buenas intenciones de sus dirigentes o si se quieren equiparar con los de otras dependencias con mayor presencia en términos cronológicos y de recursos, esto no sólo hace las metas imposibles de cumplir, sino que por demostrar que se cumplen, los logros se pueden presentar superficialmente. Esta parece ser una paradoja que se presenta en las estrategias que buscan integrar la perspectiva de género en el conjunto de las políticas y es algo que llamaré la erosión de la perspectiva de género. Sin lugar a dudas, con el transcurso de los años, las cuestiones de género han llegado a ocupar (al menos en el discurso) un lugar importante en la agenda de la mayoría de los países. Hoy día, ningún gobernante, ningún funcionario y prácticamente ninguna persona se atrevería a calificar como “poco importantes” los asuntos de género, por lo tanto, difícilmente algún funcionario se opondría abiertamente a llevar a cabo algún tipo de acción a favor de las mujeres. Sin embargo, el grado de compromiso y de profundidad con que se abordan estas cuestiones depende en gran medida de los propios prejuicios, conocimientos y ambiente institucional de las dependencias. Analizando los documentos de evaluación del Inmujeres parece que su gestión ha querido orientarse a los resultados (sea lo que sea que esto signifique) y no al proceso, sobre-enfatizando el valor de las cifras con las que se alcanzan las metas. Esto representa un riesgo para cualquier institución, pero particularmente para una que está construyendo su credibilidad, pues parecería que está dispuesta a aceptar como válidas aun las más superficiales intervenciones en materia de género, si esto ayuda a alcanzar las metas. Lo anterior es extremadamente delicado por dos razones: la primera tiene que ver con la trivialización de la categoría de género, ya que cualquier intervención que tenga que ver con mujeres, por mínima o superficial que sea, podría llamarse, bajo esta óptica, perspectiva de género. La segunda tiene que ver con la erosión de la estrategia, ya que el fracaso de una mal entendida perspectiva de género en lograr su cometido puede llevar a la conclusión de su inutilidad, no sólo como herramienta lateral para resolver problemas tan graves como el combate a la pobreza, sino como un instrumento útil para reducir la desigualdad entre mujeres y hombres. Aunque el Inmujeres ha tratado de establecer ciertos criterios para medir el nivel de institucionalización de la perspectiva de género en el 241 políticas públicas interior de las dependencias de gobierno, tal y como lo muestra el estudio “Género y equidad”, no ha logrado aplicarlo en el interior del propio instituto, el cual debería ser el ejemplo de institucionalización o el punto de referencia para las demás organizaciones. Si bien el estudio ha sido aplicado en diferentes dependencias públicas, los resultados carecen de validez estadística, ya que la muestra no fue aleatoria ni representativa, y por lo tanto falla en la medición del grado de institucionalización de las dependencias a las que se aplicó el estudio. Al evitar la realización de evaluaciones sobre el grado de su propia institucionalización, el instituto pierde una valiosa oportunidad de reconocer sus propios méritos y defectos; más aún, vuelve sospechosa su propia gestión al no contar con mecanismos de transparencia. El anterior miedo a mostrar debilidades, tan generalizado en la comunidad del desarrollo, y que no necesariamente tendría que ver con una mala gestión, sino con reconocer y comprender el difícil reto que significa desarrollar la institucionalidad, podría disminuir si el Inmujeres pudiera balancear el reto político de mostrar resultados con el “hacer camino al andar”. Lo anterior tiene que ver con la misma naturaleza del encargo: la ley establece que la titular permanecerá tres años en su puesto, pudiendo ser ratificada. Esta cláusula supone una enorme presión sobre el instituto (y su titular) por mostrar resultados y por balancear fuerzas políticas, más que por crear las condiciones de institucionalidad que permitan avanzar con paso firme en la construcción de la equidad entre hombres y mujeres. Sin embargo, la ley no establece claramente los criterios de evaluación que permitirán decidir la continuidad de la titular en su puesto. Esto vuelve altamente subjetivo el proceso de evaluación y parece privilegiar los criterios políticos sobre los méritos, lo cual vuelve muy difícil evaluar los aciertos y errores en la gestión de la titular. Sin embargo, este problema no parece ser exclusivo del Inmujeres, sino de toda la administración pública en México. Pero al ser el instituto una entidad nueva con valores que deberían estar cimentados en la equidad, pudo aprovechar la oportunidad para crear mecanismos claros de reclutamiento, selección y ascenso basados en una meritocracia que integrara aspectos de género; esto hubiera significado también una oportunidad para extenderlo a otras dependencias. Sin embargo, el instituto ha fracasado en lograr que las mejores personas puedan estar ocupando los mejores cargos. 242 Francisco Cos-Montiel Finalmente, si bien una crítica que se ha hecho a las primeras maquinarias es la falta de recursos humanos profesionales, poco se ha abordado el aspecto ético que existe detrás de ellas. En el caso de las maquinarias para la equidad, su existencia está legitimada por la existencia de las mujeres y por las circunstancias e injusticias que experimentan, es decir existe un imperativo ético detrás de la gestión. Las reglas, actividades, recursos, personas y poder en el interior de estas organizaciones deberían impregnar su subtexto político4 con los valores de la equidad que promueven. Sin embargo, en la realidad es difícil evitar que los diferentes subtextos políticos entren en contradicción. Así, los intereses personales, políticos o de otro tipo pueden erosionar la agenda de las maquinarias. Planeación en perspectiva de género vs. planeación de procesos organizacionales: En este ensayo se ha explorado la importancia de ver la integración de la perspectiva de género como un proceso de planeación estratégica donde la cultura organizacional desempeña un papel fundamental. La creación del Inmujeres supuso heredar una cultura organizacional y confrontarla con las expectativas que significaba la creación de la nueva maquinaria. Los cambios estructurales fueron significativos, pues de ser un órgano cuya administración estaba a cargo de la Secretaría de Gobernación, pasó a cobrar autonomía, con un presupuesto diez veces mayor, y con el mandato de que sus proyectos respondieran al nuevo reto. Adicionalmente, su creación coincidió con la primera transición partidista a nivel presidencial, con lo que el país tomaba un nuevo rumbo hacia la normalidad democrática. Así, se conjuntaron las difíciles tareas de planear la política de género de la nueva administración con la de planear el desarrollo institucional del Inmujeres. Si bien en la conformación de la institución es necesaria la participación de todas las áreas, en el interior del instituto no quedaron suficientemente claros los factores de éxito que pudieron haber significado una enorme 4 Kabeer (1994) llama subtexto político a los procesos de lucha entre distintos conceptos, significados, prioridades y prácticas que surgen de las diferentes visiones acerca el mundo y las metas del desarrollo. En este subtexto político se encuentran inmersas las diferentes visiones de las personas que planean políticas: ya sea que se ven como árbitros benignos y neutrales ante los conflictos de intereses o si se perciben como actores en el conflicto. 243 políticas públicas diferencia en el desempeño de un adecuado proceso de planeación, los cuales se enumeran a continuación: 1. contar con procesos administrativos sólidos que apoyen la planeación de políticas públicas con perspectiva de género; 2. definir claramente funciones entre la parte de planeación en género y la de planeación de los procesos del instituto; 3. ejercer oportunamente los recursos necesarios para la buena planificación; 4. reconocer que la planificación con perspectiva de género es un proceso tanto técnico como político; 5. aceptar que los ciclos de planeación requieren de tiempo, recursos y voluntad política; 6. fomentar los procesos de empoderamiento que todo proceso de cambio requiere; 7. apoyar el proceso de planeación desde la cúspide y a lo largo y ancho de la organización, siendo ésta la característica más importante que se requiere. Sin embargo, pareciera que las concepciones en el interior del instituto sobre el proceso de planeación no son las mismas, ya que el proceso está fragmentado, la cúspide no se decidió por uno y en todo el proceso no se construyó la confianza necesaria para el mismo. Los resultados de los proyectos son muy diferentes dependiendo del grado de convencimiento de las personas. En el caso de diversos proyectos del Inmujeres la percepción del personal era que no existía el convencimiento por parte de la cúspide del instituto para llevarlos a cabo. Esta hipótesis parece apoyarse en la alta tasa de rotación que han tenido los cuadros de directoras(es) generales. Liderazgo Una gran parte del trabajo realizado sobre la integración de la perspectiva de género tiene que ver con compartir el conocimiento y la información de una manera significativa, de tal manera que sea un insumo para la práctica e influya en los procesos de toma de decisiones, es decir, con el desarrollo de liderazgo. De acuerdo con Murison (2001), los estilos de dirección que crean un ambiente seguro para el trabajo en equipo, la retroalimentación y la creación de “redes de conocimiento” son de suprema importancia. Las líderes que entienden que parte de su tarea es desarrollar talento en el área de comunicación estratégica y que tanto a 244 Francisco Cos-Montiel ellos como a su personal se les puede exigir cuentas sobre este punto, contribuyen al mismo tiempo a una cultura organizacional donde la transversalización de la perspectiva de género puede tener lugar. Sin embargo, este estilo de liderazgo, inclusive en los niveles directivos, puede no ser suficiente, por lo que nuevamente la cuestión de la estructura organizacional vuelve a presentarse como esencial. Uno de los aspectos identificados como centrales tanto en la metodología de Levy como en la de Beall es el papel de las personalidades y del liderazgo en las intervenciones para transversalizar el género. Al parecer, el liderazgo que pueden ejercer quienes están a cargo de las maquinarias de equidad es un factor importantísimo en el éxito o fracaso de las mismas. Así, a lo largo y ancho de la literatura gerencial, existen numerosas experiencias donde un liderazgo fuerte ha podido compensar otras debilidades como la falta de recursos económicos y casos donde un liderazgo pobre ha llevado al fracaso a una organización. El liderazgo, que no es lo mismo que la autoridad formal, implica un proceso de autoconocimiento, conocimiento y aprendizaje, y la posibilidad de transmitir esos valores comunes al resto de la organización. Política de desempoderamiento: Una paradoja que se presenta en las organizaciones que atraviesan por procesos de cambio es la contradicción entre las nuevas maneras de hacer las cosas, como trabajo en equipo, mayor comunicación, menores tramos de control, etc., con la cultura organizacional existente; en muchos casos se pide al personal cambiar de valores sin que los valores de la organización estén mutando también. En estos casos, la contradicción en que se entra es tan grande que muchas de estas organizaciones van al fracaso. En el caso de intervenciones de cambio organizacional que buscan organizaciones inteligentes, una de las estrategias es facultar a los empleados para tomar mayores y mejores decisiones, es decir, a detonar procesos de empoderamiento. La buena práctica ha mostrado que los procesos de empoderamiento tienen que pasar de una sensación individual de “no puedo” a una colectiva de “sí podemos”, a la que sólo se llega a través de probar nuevas habilidades que cambien la manera en que una persona, un equipo, una organización modifique sus posibilidades de ejercer o no ejercer el poder. En el caso de las maquinarias de género, el empoderamiento de las mujeres es o debería ser un fin último, por lo que el desarrollo de las capacidades y la confianza de las mujeres debería estar permeando 245 políticas públicas la política de equidad en el interior de la organización y en sus intervenciones. Sin embargo, lograr la coherencia con este nuevo estilo de dirección representa un reto para todas las organizaciones. En primer lugar, porque la gestión gubernamental (al menos en México) ha sido particularmente jerárquica y en muchos casos autoritaria, y el cambio a un estilo más democrático debe verse como un proceso dirigido, gradual y a largo plazo. En segundo lugar, porque todo proceso de empoderamiento requiere de un proceso suma cero en que unos ganan y otros pierden poder, lo cual no está exento de angustia y de resistencia, y por lo tanto de conflicto. En tercer lugar, porque en estas redistribuciones de poder, el poder puede ejercerse en la acepción negativa del término, es decir el “poder sobre”, por ejemplo, a través del uso de la violencia, la coerción y la amenaza. Así, a todo proceso de ganancia de poder o empoderamiento se le presenta también la posibilidad de convertirse en un proceso de pérdida de poder o desempoderamiento. Al parecer, la propia estructura del Inmujeres ha detonado un proceso de desempoderamiento que se ha convertido en un círculo vicioso, el cual opera de la siguiente manera en el interior del instituto: el liderazgo se ha sustituido por autoridad formal, la cual se ejerce a través del “poder sobre”, es decir el uso de la violencia, la coerción y la amenaza; este ejercicio del poder se halla lejos de detonar en las personas procesos para generar el “poder de” hacer cosas. Pero el poder o su ausencia son conceptos que no tienen mucho significado en la realidad, ya que hasta las personas que parecen tener menos poder lo ejercen de una manera y hasta las personas más poderosas no ostentan absolutamente todo el poder y esto puede encontrarse en la forma de resistencias sutiles, que pueden abierta o disfrazadamente cuestionar la autoridad. Así, la autoridad formal al saberse cuestionada ejerce mayor poder para imponer su agencia y repetir el círculo (figura 1). Figura 1. El círculo vicioso del desempoderamiento → El liderazgo se sustituye por autoridad formal → → Se cancela la posibilidad del “poder de” hacer las cosas 246 → Se crean resistencias sutiles La autoridad es cuestionada Francisco Cos-Montiel Este ciclo de desempoderamiento, presente en el Inmujeres, no sólo tiene repercusiones negativas en el interior de la organización pues, como se ha demostrado anteriormente, el impacto que tiene la organización sobre las políticas es fundamental. Por lo tanto, pareciera que se ha iniciado un proceso de des-institucionalización de la perspectiva de género a través de una política de desempoderamiento (figura 2). Figura 2. Desinstitucionalización de la perspectiva de género → En el desarrollo institucional → Debilidad institucional Desinstitucionalización de la perspectiva de género Política de desempoderamiento → → En la planeación de políticas → Incapacidad de incidir en la agenda nacional → Sin embargo, aun el mejor liderazgo al más alto nivel no es una solución mágica para la integración de la perspectiva de género en el conjunto de políticas. Por un lado, representa un factor clave de éxito, pero por el otro, puede representar una debilidad a largo plazo si es el único liderazgo que existe. Así, cuando la líder carismática deja la organización, ésta puede quedar en una situación muy vulnerable. Por eso, la construcción de la capacidad vuelve a aparecer como la estrategia fundamental a través de acciones como el desarrollo del liderazgo en todos los niveles. Rendición de cuentas Todos los retos identificados en esta etapa de arranque del Inmujeres sin lugar a dudas están íntimamente ligados a una de las tensiones que se presentan en la gestión pública en general: la rendición de cuentas. Una mayor rendición de cuentas es inherentemente problemática para todas las instituciones y en la mayoría de las áreas políticas. La rendición de cuentas es un concepto abstracto y complejo y generalmente se interpreta como los medios por los cuales los individuos y las organizaciones le reportan a una autoridad (o autoridades) reconocidas y se 247 políticas públicas vuelven responsables de sus actos. Pero va más allá de las definiciones estrechas de eficiencia económica y auditorías contables (revisión de los recursos, su uso y su impacto inmediato) e incluye una rendición de cuentas estratégica. Según una formulación reciente del concepto de una efectiva rendición de cuentas, ésta requiere: primero, un estatuto de metas; segundo, transparencia en la toma de decisiones y de las relaciones en el interior de la organización; tercero, un reporte honesto sobre la manera en que los recursos se han utilizado (probidad) y qué se ha alcanzado (desempeño). Estas condiciones dependen de un proceso de evaluación en el que las autoridades que supervisan, juzgan si los resultados son satisfactorios e involucran mecanismos concretos de recompensa y penalización a aquellos responsables de la gestión (Edwards y Hulme 1995). Aunque el gobierno del presidente Fox ha llevado a cabo avances en términos de transparencia, rendición de cuentas y participación ciudadana, como lo demuestran las instancias sobre estos temas creadas en otras dependencias, el Inmujeres no ha logrado desarrollar mecanismos claros de rendición de cuentas. La dificultad de establecer estos mecanismos tiene que ver con las múltiples instancias a las que el instituto debe rendir cuentas: en primer lugar, al ejecutivo federal sobre su desempeño; segundo, al poder legislativo y en particular a la Comisión de Equidad y Género; tercero, a los consejos Consultivo y Social del propio instituto. A la fecha, el Inmujeres ha rendido cuentas de alguna u otra forma a estas instancias. Menos evidente, pero no por eso menos importante, es la rendición de cuentas que el instituto debe hacer ante las ONG y organizaciones de mujeres, pero encima de todo a las propias mujeres de este país. Sin embargo, ante ellas permanece como una caja negra sobre la cual nadie sabe qué pasa en el interior. Sin embargo, el Inmujeres no es la única instancia que debe rendir cuentas en este proceso de integración de la perspectiva de género a las políticas públicas. Los consejos Consultivo y Social deben rendir cuentas a las ONG, organizaciones de mujeres, y a las mujeres de carne y hueso de este país, no sólo respecto a los avances logrados a favor de la equidad, sino respecto a las acciones que los mismos consejos han llevado a cabo para lograr que así sea. Al mismo tiempo, el gobierno de la república debe ser evaluado por las acciones que haya realizado para que las mujeres disfruten de mejores oportunidades en todos los sectores. Sólo así se podrá evaluar mejor el papel del gobierno, del instituto 248 Francisco Cos-Montiel y de los propios consejos en su tarea de lograr mayor equidad para las mujeres en este país. Esta múltiple rendición de cuentas no está exenta de conflicto. Como hemos visto anteriormente, la subordinación de género está presente no sólo en las personas, sino en las instituciones, y se caracteriza por estar atravesada por diversas dimensiones en las que la desigualdad de género interactúa con otras variables de desigualdad y desventaja. Esta intrincada interconexión va desde el nivel de lo individual a los hogares y comunidades, pasando por los gobiernos nacionales y organismos internacionales. Se exacerban, así, los problemas que rodean el establecimiento de metas y prioridades y se pone de manifiesto el vínculo que existe entre la formulación, puesta en marcha y evaluación de la política de género, y la organización de las organizaciones mismas, particularmente respecto al personal consciente y preparado en perspectiva de género. Asegurar que las instancias descritas arriba: gobierno federal, Inmujeres y consejos consultivos presenten cuentas a las ONG, organizaciones de mujeres, pero sobre todo a las mismas mujeres, es muy problemático por tres razones: 1) Porque las mujeres como individuos tienen una serie de necesidades e intereses, los que pueden entrar en conflicto o reforzarse mutuamente en un círculo vicioso. Es decir, si las personas que deben rendir cuentas perciben que los intereses que las unen a grupos de poder, partidos políticos, grupos religiosos, ideológicos, etc., son más fuertes que los que las unen a las mujeres, usarán su poder e influencia para alcanzar las metas de los grupos con los que comparten intereses y no para lograr la equidad de las mujeres, especialmente si para alcanzar esa equidad se requiere entrar en conflicto con sus propios intereses. De esta manera, establecer metas y prioridades es extremadamente difícil. 2) En términos de las propias beneficiarias, ellas han estado menos expuestas que los hombres a maneras alternativas de actuar y pensar. Las propias aspiraciones y estrategias de cambio de las mujeres (como las de quien dirige las instituciones) deben verse en el contexto de las relaciones de poder que influyen sobre lo que es visto como deseable y/o posible (Mayoux 1998). La mayoría de las culturas tienen estereotipos de la “mujer ideal” y el comportamiento femenino, y muchas mujeres han internalizado el ideal de los tipos apropiados de comportamiento hacia otros hombres y mujeres, incluyendo la idea de lo que debe ser una mujer exitosa siguiendo patrones masculinos e inclu- 249 políticas públicas so aquellos que simbolizan su propia inferioridad. Por lo tanto, las mujeres (y los hombres) tienen que pasar por un proceso de reflexión y pensamiento para cuestionar su posición en el mundo, por lo que gran parte de los programas del equidad no sólo deben concentrarse en la estrategia de transversalización, sino en desatar procesos de empoderamiento en las bases. Sin embargo, pocos gobiernos están dispuestos a desarrollar estas capacidades, ya que implican que las mujeres podrían cuestionar el propio modelo de desarrollo imperante. Por otro lado, las personas que echan andar políticas públicas tampoco están exentas de estos estereotipos. Así, los resultados de las políticas pueden estar sesgados por los propios patrones de comportamiento personales, y es por ello que un estilo de dirección que se pueda retroalimentar es el más deseable. Este debería ser un proceso de ida y vuelta en todas las instancias de rendición de cuentas. 3) No se puede asumir que los puntos de vista expresados por aquellas mujeres que tienen acceso a los procesos de toma de decisiones de las ONG representan necesariamente los de otras mujeres, por lo que la cuestión de la rendición de cuentas hacia abajo sigue siendo fundamental. Por otro lado, pareciera que muchas ONG no han podido establecer mecanismos para que el Inmujeres les rinda cuentas. Así, hemos visto que la rendición de cuentas en términos de género es un proceso particularmente complicado. Sin embargo, sin importar lo complicado que pueda ser, es la única manera en la que se pueden medir los avances de las mujeres (y los hombres) en términos de equidad. Una manera de abordar este punto es a través de un enfoque constructivo de proceso en que se entienda la dificultad del proceso de institucionalización. Así, corresponde a las mujeres, sus organizaciones y sus ONG, exigir cuentas a tres niveles: al gobierno de México, al Inmujeres y a los consejos Consultivo y Social, y de esta manera mejorar la gestión de estas instituciones. ¡Pero si va desnuda! ¿Dónde está la niña? En el momento de su creación, el Instituto Nacional de las Mujeres pudo ser, por mucho, una magnífica oportunidad para institucionalizar la perspectiva de género en México, ya que 1) culminó una antigua demanda de las mujeres mexicanas, por lo que contaba con mucha simpatía inicial; 2) surge, al igual que en Sudáfrica o Chile, en medio de una 250 Francisco Cos-Montiel transición democrática en la que las personas habían depositado muchas expectativas; 3) contaba con un enorme presupuesto, que superaba las limitaciones económicas de otras maquinarias; 4) podía posicionar el tema desde estas dos oportunidades y empezar a construir capital político; 5) si bien había heredado una cierta cultura organizacional, tenía la oportunidad de establecer reglas y procedimientos coherentes con la institucionalización de la perspectiva de género, distribuir recursos y poder de tal manera que detonara procesos de empoderamiento, y tener una política de personal basada en una ética de igualdad de oportunidades. Todas estas posibilidades las pudo haber traducido en fortalezas para integrar efectivamente la perspectiva de género en el conjunto de las políticas públicas, y 6) podía aprender de las lecciones de otros países y contextos geográficos. Paradójicamente, enfrentaba al mismo tiempo enormes retos: 1) la efervescencia que representaba la creación del Inmujeres depositó enormes expectativas sobre su desempeño, las cuales no se pudieron o supieron dimensionar; 2) la nueva diversidad democrática (con su reequilbirio de fuerzas y respectivo conflicto) se vio reflejada en el interior del Inmujeres: en sus directivas, en su personal y en sus consejos; 3) la euforia de contar con un enorme presupuesto se evaporó al enfrentarse a la imposibilidad de ejercerlo por falta de una estructura administrativa sólida; 4) le fue imposible capitalizar los recursos económicos y políticos, y ello erosionó su patrimonio; 5) todos estos factores crearon enormes presiones en el interior del Inmujeres, las cuales han presentado contradicciones estructurales: i) reglas y procedimientos poco claros; ii) distribución inadecuada de recursos (insumos) con la consiguiente generación de resultados muy limitados; iii) priorización de la lealtad antes que del mérito como política de selección y reclutamiento de personal; iv) poder que se concentra y ejerce a través de la autoridad y no el liderazgo, y v) poco interés por aprender de otras experiencias. El imperativo de mostrar resultados, una falta de comprensión (y explicación) del proceso de integración de la perspectiva de género y una inherente debilidad institucional, han generado un círculo vicioso en el interior del Inmujeres, que está creando una política de desempoderamiento que parece estar detonando la erosión de la perspectiva de género y a la larga su desinstitucionalización. Asimismo, pareciera que el instituto se ha convertido en una caja negra donde no se establecen claramente los mecanismos de transparencia. Sin embargo, es difícil 251 políticas públicas llevar a cabo cualquier análisis si no existen los mecanismos adecuados de rendición de cuentas. En la experiencia sudafricana, se consideró a las organizaciones de la sociedad civil como una parte indispensable e integral de la maquinaria nacional, ya que las organizaciones de mujeres estaban desarrollando una fuerte capacidad en el monitoreo y emitiendo recomendaciones para lograr avances en la equidad de género. En el Inmujeres, si bien se contempló la participación de las ONG en la conformación de la política oficial, quedó poco reflejada en los documentos normativos. Aunque se ha creado un fondo para apoyar proyectos de las organizaciones de la sociedad civil, éste puede cuestionarse seriamemente. Si bien la buena práctica reconoce el papel que tienen los gobiernos como instancias para apoyar las iniciativas de la sociedad civil, al mismo tiempo conoce la delgada frontera con el clientelismo que se puede generar. Esto se relaciona estrechamente con la rendición de cuentas y la trasparencia. Cuando existe una gran dependencia financiera de las ONG hacia el gobierno, éstas difícilmente exigirán cuentas y retroalimentarán la gestión del gobierno. Pero aun cuando las ONG exigieran cuentas, hemos visto en este ensayo que no siempre representan a las mujeres de carne y hueso. Y justamente parece que eso está faltando en la estrategia mexicana: las mujeres. En la medida en que las mujeres no participen activamente en las decisiones que afectan sus vidas, difícilmente exigirán cuentas. Si la mujeres de carne y hueso no están en el centro del debate, las sofisticadas maquinarias para el avance de las mujeres pierden legitimidad. Los mecanismos de participación con que cuenta el Inmujeres al parecer no están pudiendo representar a las mujeres de este país; una de las razones es que los consejos tampoco tienen la obligación de rendir cuentas. Un problema más, ligado con el punto anterior, tiene que ver con la misma naturaleza de la transversalización de la perspectiva de género. Pareciera que las personas que se han encargado de integrar la perspectiva de género en el conjunto de políticas, han estado muy preocupadas porque la planeación con perspectiva de género sea tomada con seriedad por otros ministerios, y han batallado por desarrollar herramientas y modelos muy sofisticados que obtengan el visto bueno o la legitimidad de los funcionarios de los ministerios de Hacienda o de Planificación. Si bien el desarrollo de estas herramientas es fundamental, se han vuelto tan complejas que por un lado presentan 252 Francisco Cos-Montiel serias dificultades para su puesta en marcha y por el otro tardan mucho para que finalmente lleguen a las mujeres de carne y hueso. Así, se presenta una cruel paradoja: por un lado, la transversalización, tal y como se definió en Beijing, es una estrategia muy poderosa para lograr la equidad, pero se ha vuelto tan compleja en las burocracias gubernamentales que al final (al menos en el corto y mediano plazo) ensancha una brecha entre el gobierno y las bases que lo representan. Al mismo tiempo, las mujeres de carne y hueso luchan cotidianamente con problemas que el estado debería atender: violencia, pobreza, falta de respeto y falta de acceso a la información, factores a los que las maquinarias gubernamentales han respondido de manera muy lenta. Así, los planificadores, sentados en sus modernas oficinas, diseñan impecables intervenciones, indicadores y planes de igualdad, mientras las mujeres todavía mueren, sufren o avanzan sin el apoyo que se les debería prestar. Parece ser que se ha convertido en un proceso demasiado vertical y con poca retroalimentación. Mientras que la participación de las mujeres en la planeación de políticas con perspectiva de género se dé exclusivamente o se “legitime” por la presencia de ONG o de partidos políticos o de consejos, las mujeres tendrán pocas oportunidades reales de presentar sus demandas. Pareciera que está faltando un proceso de integración de la perspectiva de género entre las mujeres de carne y hueso. Por tal motivo, la perspectiva de género, incluyendo su fin de empoderamiento, no ha permeado entre las propias mujeres y por lo tanto existe muy poca rendición de cuentas desde ONG y partidos políticos que las representan, las maquinarias de género que trabajan para ellas, y el mismo gobierno que busca su bienestar. En qué medida el Inmujeres responde a los intereses y necesidades de las mujeres mexicanas es una pregunta que no se puede contestar fácilmente. Al no existir mecanismos claros de transparencia, evaluación y rendición de cuentas, los resultados en el mejor de los casos son cifras frías y en el peor generan sospechas. El reto consiste —no sólo para la integración de la perspectiva de género en el conjunto de políticas, sino para la gobernabilidad— en desarrollar procesos para que los planes, políticas y programas que lleguen a las mujeres sean, al mismo tiempo, rigurosos en términos de política, pero capaces de satisfacer las necesidades prácticas y articular los intereses estratégicos de las mujeres, y esto tiene que ver con una estrategia con tres vertientes: de arriba abajo, de abajo arriba y transversal. Así, el proceso de institucionalización de la perspectiva de género 253 políticas públicas no puede dejar a un lado las estructuras y mecanismos para el avance de la equidad en: i) el gobierno, sin importar cuán débil sea; ii) la representación política femenina, sin importar qué tan inexperta o frágil pueda ser; iii) las bases electorales y grupos de interés a los que hay que rendir cuentas. Sin lugar a dudas, los fines que se emplean para permear las estructuras y mecanismos necesitan ser primero negociados a lo largo de este último eje. A lo largo de este análisis se ha mostrado que el relativamente nuevo instituto enfrenta retos muy difíciles: existen serias dificultades en la gestión, no hay un equipo consolidado, falta experiencia, entusiasmo y, sobre todo, confianza. Particularmente grave es la política de desempoderamiento que ha desatado, la cual, al operar como un círculo vicioso, podría llevar a la desinstitucionalización de la perspectiva de género en México. Un grave problema es que no existen mecanismos de rendición de cuentas hacia las bases, por lo que nadie está evaluando al Inmujeres en términos de su capacidad de satisfacer las necesidades e intereses de las mujeres en este país. Así como en el cuento de hadas es un niño quien se atreve a decir que la tela mágica del traje nuevo del emperador no existe, valdría la pena preguntar ¿quién va a juzgar si el instituto está respondiendo a las necesidades e intereses de las mujeres en este país? Si esa voz honesta fueran las mujeres, se estaría inaugurando una nueva manera de hacer política pública. Esa voz que evalúe los aciertos y errores del Inmujeres no se ha escuchado todavía, lo cual sólo nos remite a una reflexión: las mujeres en este país aún no han podido constituirse como una base de presión en la que, a través de sus múltiples identidades, puedan articular algunos ejes conductores y lograr que las instituciones que trabajan para ellas respondan efectivamente por su gestión. Así, la construcción de la ciudadanía sigue siendo el principal reto para consolidar la democracia en este país. Bibliografía Beall, J., 1997, “Introduction”, en Jo Beall (ed.), A City For All. Valuing Difference & Working with Diversity, Zed Books, Londres. Beall, J., 1998, “Trickle Down or Rising Tide? Lessons on Mainstreaming Gender Policy from Colombia and South Africa”, en Social Policy and Administration, vol. 32, núm. 5, pp. 513-535. 254 Francisco Cos-Montiel Beall, J., 2001, “Mainstreaming Gender within the European Union: The ‘P´ Process”, ponencia presentada en el International Brainstorming Workshop on Gender Mainstreaming and Equal Opportunity Policies, Instituto Nacional de las Mujeres, México. Benería, L., 1991, “Structural Adjustment, the Labour Market and the Household: The Case of Mexico”, en G. Standing y V. Tokman (comps.), Towards Social Adjustment, Labour Market Issues in Structural Adjustment, Organización Mundial del Trabajo, Ginebra. 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Promoción ↔ DGVIII " Construcción de la capacidad " Monitoreo y evaluación PROCESO Práctica ↔ 260 Desarollo para la cooperación " Uso de herramientas " Toma de iniciativas " Construción de capacidad Contexto político del país Negociación entre DGCI (Dirección General para la Cooperación Internacional) y los gobiernos nacionales " ↔ Aprendizaje Organizacional en la CE " Aprender al hacer " Documentación " Diseminación " Intercambio de experiencia políticas públicas Anexo 2 Proceso “P” Procedimientos Personalidades ↔ Participación Papel de la mesa GAD " Enlace con el país y las mesas técnicas " Misiones " Consejo y apoyo ↔ Trabajo de género a nivel país " Negociación e intercambio " Trabajo en equipo " Construcción de entendimientos y competencia Papel de los consultores " Construir compromisos " Compartir ideas y capacidades " Fomentar la apropiación Haydée Birgin ¿Políticas con perspectiva de género o el género como política? De los planes de igualdad a la igualdad de resultados: un largo trecho Haydée Birgin En mayo de este año coincidí con Haydée Birgin en una reunión en La Casa de los Árboles, en Zacualpan de Amilpas. Durante una conversación sobre avances del movimiento feminista en nuestro continente salió a relucir el tema de los Institutos de la Mujer. Cuando Haydée empezó a expresar sus opiniones, la detuve, corrí por mi grabadora, y volando registré su crítica. Esta es la transcripción de lo dicho espontáneamente, y aunque ella insiste en que no vale la pena publicar sus palabras, discrepo totalmente: en pocas frases hace una demoledora y, a mi juicio, atinada, evaluación de la situación. M. L. D iscutir este tema, cuestionar los institutos o secretarías de la Mujer no resulta simpático, parecería que uno se opone a aquello que logró conquistar y que, de alguna manera, expresa años de lucha feminista. No es mi intención “tirar el agua con el chico dentro”. Sólo trataba de decirte que los institutos de la Mujer o las distintas formas que revisten las instancias especificas de la mujer en los países de la región, cumplieron su ciclo. No hay duda de su papel —sobre todo al inicio de las transiciones democráticas— al colocar el tema en la agenda pública. Por lo menos en Argentina, estos organismos tuvieron la capacidad de convocar y articular acciones con las organizaciones de mujeres y otras instituciones sociales visibilizando temas que hasta ese entonces eran sólo patrimonio del movimiento feminista: derechos reproductivos, violencia, acoso sexual, etc. Hoy, podríamos decir, el tema está legitimado socialmente, entró a formar parte de las políticas públicas y los organismos de la mujer han cumplido una tarea importante. 261 políticas públicas La ratificación de la Convención de las Mujeres1 por la mayoría de las naciones, la fuerza que en la década de los ochenta fue adquiriendo el movimiento internacional de mujeres permeó a los gobiernos y contribuyó a la consolidación de espacios en el estado para la formulación de políticas públicas para las mujeres. La manera en que estos organismos fueron gestados, constituye el punto nodal de la discusión: Se trata de: ¿políticas publicas para mujeres o de las mujeres como un componente de las políticas publicas? Interrogante que está aún sin dilucidar más allá de los discursos o los planes de igualdad de oportunidades. Hubo avances significativos en la última década, en especial desde las economistas feministas que incluyeron el género en los análisis macroeconómicos y mostraron no sólo las discriminaciones de género en la economía, sino la manera en que el género opera como limitante en los procesos de transformación. Volviendo a los organismos de la mujer —con escasas excepciones— tienen presupuestos limitados y poca incidencia en la definición de las políticas. En algunos países como Argentina, en el contexto de una transición democrática marcada por la lucha por los derechos humanos y el juicio a las juntas militares, se crea una Subsecretaria de la Mujer en el Ministerio de Salud y Acción Social. No quiero subestimar el papel de este organismo del cual formé parte, algunas cuestiones tuvieron relevancia, como la convocatoria a los mejores juristas del país y algunos miembros del poder judicial para diseñar en conjunto con las profesionales feministas las propuestas de modificación de la legislación para eliminar las discriminaciones contra la mujer que aún subsistían. O la propuesta de ley de violencia en el fuero de familia. El nivel de respuesta a la convocatoria sólo puede explicarse en el contexto del debate abierto en el país por la vigencia de los derechos humanos, la euforia por la recuperación de las instituciones democráticas, más que por la fortaleza del organismo de la mujer. Con el cambio de gobierno, la subsecretaria desapareció del organigrama y por la presión de las mujeres, especialmente del partido gobernante, lograron al año la constitución de un Consejo Nacional dependiente al principio de la presidencia de la nación y más tarde de 1 Convecnión para la eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer, CEDAW. 262 Haydée Birgin la jefatura de gabinete. Nunca formó parte del gabinete nacional. Dicho en otros términos, aunque se dio a la presidenta del consejo el rango de secretaria de estado, en la práctica no lo pudo ejercer, sigue siendo un organismo que está al margen de la definición de los grandes temas. Una explicación posible es que la profunda crisis económica que atraviesan todos los países latinoamericanos convirtió a las mujeres en una variable clave y decisiva de la política social que intentó paliar los efectos del ajuste, y en esa dinámica, más que “políticas con perspectiva de género”, hubo una “utilización política del genero” que sirvió de sustento a las políticas de neto corte asistencial que implementan la mayoría de los gobiernos. Esto, más allá de los discursos sobre “igualdad” o las “leyes de cupo”. Como lo conversamos muchas veces, la utilización del término “género” en el contexto de las políticas públicas poco tiene que ver con el enfoque que considera el género como un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en la diferencia sexual. La definición del género no es una cuestión meramente teórica, sino que tiene alcances políticos, por lo tanto, entiendo que una perspectiva de género sólo puede ser sustentada en una estrategia de desarrollo, en un modelo económico con equidad que incluya al conjunto de la sociedad: mujeres y hombres. Ahora bien, en el contexto actual de América Latina: ¿es viable la inclusión de la dimensión de género en una política de exclusión social? Es obvio que no. Si la equidad no forma parte del modelo de desarrollo ¿de qué se habla cuando se habla de “perspectiva de género?”. Viejas posturas asistencialistas reaparecen aggiornadas en discursos modernizantes. Al igual que en la década de los setenta, recordarás el “mujer y desarrollo” o “mujer y salud”: las mujeres son pensadas como recursos económicos o bien como agentes de programas de salud, alimentarios, de asistencia a la comunidad. Por supuesto, esto más allá de que el término género aparezca inserto en todos los documentos. Está “bastardeado” y ha perdido sentido. En este contexto ¿qué lugar ocupan los organismos de la mujer?¿ Qué alcance tiene su política? Esta crítica no implica relativizar la importancia que tiene el hecho de que el tema forme parte de las políticas públicas y sea prioritario en la definición de una agenda pública. La cuestión es: ¿cómo? En los primeros años de la transición democrática (1983/89) y a poco andar, tomamos conciencia de los límites de un espacio específico de mujeres aislado de las grandes definiciones políticas. En el marco 263 políticas públicas de un proyecto del Banco Mundial sobre fortalecimiento institucional —que lamentablemente se frustró con el cambio de gobierno— comenzamos a diseñar un esquema distinto al tradicional: por un lado, entendíamos que la planificación social debía estar cruzada por “mujer”, o sea que las necesidades y especificidad de las mujeres debían estar contempladas en la definición y aplicación de las políticas sociales. Por otro, era necesario crear una instancia al más alto nivel de decisión política —presidencia— que lograra incidir en las distintas áreas del gobierno —nivel nacional, provincial o local— para la inclusión de la dimensión de género en la definición, aplicación y evaluación de las políticas sectoriales. Para ello bastaba con un organismo pequeño, sin mucha estructura, dinámico y eficaz con capacidad para: desarrollar una estrategia comunicacional que colocara nuevos temas en el debate público, aportara insumos a las distintas áreas del gobierno a través de investigaciones puntuales —que pueden ser realizadas por las universidades, centros académicos, organizaciones sociales— sobre temas específicos que analizados desde una perspectiva de género constituyan un aporte diferente para los planificadores sociales. En síntesis, un organismo que impulsara la inclusión del tema en las políticas económicas (impuestos, transporte etc.), en trabajo, educación entre otras y, a la vez, colocara nuevos temas en el debate social: derechos reproductivos, violencia, discriminación en el trabajo, etcétera. Te decía al inicio, que no es tarea fácil discutir este tema, sobre todo porque una asignatura pendiente es la ausencia de investigaciones empíricas sobre ¿cuál ha sido el grado de incidencia de los organismos de la mujer en la definición de las políticas públicas? A su vez, ¿qué impacto han generado en la sociedad? No es un tema menor. Es cierto que la falta de evaluaciones no es patrimonio de las mujeres, tampoco se evalúa el grado de eficacia de las políticas sociales que se implementan desde hace veinte años en toda América Latina para “eliminar la pobreza”. Poco se sabe de la experiencia de Brasil que fue pionera de los consejos de la mujer; sería interesante conocer el impacto de organismos como el Sernam de Chile que integra el gabinete y cuenta con un presupuesto significativo. La experiencia del Paraguay, asimismo, tendría que analizarse. La única investigación que yo conozco es la que hizo Maruja Barrig sobre el Sernam para la Fundación Ford. El tema de la evaluación es tremendamente espinoso porque ningún gobierno quiere ser evaluado 264 Haydée Birgin y como los organismos internacionales quieren trabajar con los gobiernos, tampoco han destinado fondos para evaluar los organismos. Me parece que en Europa la situación no es muy diferente. Por ejemplo en España, no sé si recordaras, el Instituto de la Mujer al inicio de su gestión dependía del Ministerio de Cultura, con lo cual uno podría suponer que entre sus objetivos habría estado operar sobre la cultura o la manera en que la sociedad entiende la diferencia sexual. A poco andar, pasó a depender del Ministerio de Asuntos Sociales, y así nuevamente se confunden las políticas públicas de género con las políticas sociales. ¿Qué significa ubicar a las mujeres junto con los niños, los discapacitados y los ancianos? ¿Cómo explicar el retroceso, aunque poco se ha hablado de él? Parece que una vez más las mujeres fuimos prenda de negociación política: Felipe González tenía que cumplir con el 25% del cupo en cargos del ejecutivo y entonces no se le ocurrió nada mejor que meter a todas las mujeres en un Ministerio de Asuntos Sociales y así cumplir con el cupo. Por supuesto, olvidaba decirte que era un ministerio prácticamente sin presupuesto. Conozco poco el proceso que se dio en las autonomías, pero por lo menos el instituto del país vasco avanzó sobre otros temas, entre ellos la relación con los hombres. Insisto, estas reflexiones no implican quitar mérito al trabajo que se realiza desde los institutos o consejos, sólo creo que deberíamos dimensionar estas instituciones, evaluar aciertos y errores para redefinirlos en un contexto distinto del que fue pensado hace ya más de veinte años. Necesitamos una estrategia más eficaz y con capacidad de incidir en las grandes definiciones políticas. Aprendimos estos años que el tema no se agota en estos organismos y que existen instancias de la mujer en relaciones exteriores, trabajo, educación, salud, estadísticas. Si bien es positivo, poco sabemos sobre su impacto en esos espacios sectoriales o si han incidido en la política de sus respectivos ministerios o secretarias. Esta diversificación trató de subsanarse creando “espacios articuladores” o “ consejos rectores” cuyos integrantes no tienen rango en sus respectivos ministerios o secretarías. O sea, son formales. ¿ Me preguntas por la transversalización del tema? Por supuesto que estoy de acuerdo, aunque creo que es otro término que se utiliza sin darle el sentido que en realidad tiene. Todo el mundo habla de “transversalizar”, aparece en todos los documentos, pero poco se sabe qué significa transversalizar el género. Menos aún cómo. No digo que 265 desde la mirada Equidad Foto: Lorena Alcaraz Participación Foto: Lorena Alcaraz Diversidad Foto: Lorena Alcaraz Libertad Foto: Lorena Alcaraz desde el recuerdo Araceli Colin El duelo, entre la antropología y el psicoanálisis* Araceli Colin E stas reflexiones versan sobre el tema del duelo por dos razones: porque fue el tema de la investigación que realicé1 con la tutoría de Noemí Quezada y por el motivo que nos reúne hoy en este espacio: su ausencia irremediable. A modo de preámbulo quiero puntuar las preguntas que me surgieron. • ¿Por qué muchos homenajes sólo pueden ser póstumos y no en vida? • Cuando un autor muere, ¿su muerte produce cambios en la transmisión? Es decir ¿hay una resignificación de su legado? ¿Cuántos efectos de transmisión tiene una muerte? • ¿Qué nos deja Noemí con su legado? No qué legado nos deja sino ¿qué nos deja con su legado a cada uno? Para el psicoanálisis hablar de un duelo específico es poder situar el lugar de una falta y rodearla con palabras. Las palabras no llenan esa falta, sólo le marcan un contorno. Hablar de un duelo que se padece es un acto que consiste en restar de la cuenta de los vivos a seres que estuvieron con nosotros y ubicarlos en la cuenta de nuestras deudas por lo que nos legaron. En ese sentido este homenaje es un rito de duelo si consideramos además que en el rito la memoria tiene un lugar privilegiado del que ha dado cuenta la antropología como ninguna otra disciplina. * Texto leído en el Foro en homenaje póstumo a la doctora Noemí Quezada Ramírez, el 5 de septiembre de 2003. 1 Araceli Colin, Ha muerto un angelito en Malinalco, del rito de duelo al duelo subjetivo, tesis doctoral, México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Investigaciones Antropológicas, 2001 (próxima publicación). 281 desde el recuerdo Según he escuchado, la voluntad de Noemí, para su realización póstuma, era que sus alumnos y exalumnos fuésemos avisados para participar en sus exequias. Cuando la red de contactos es enorme y algunas personas que la conocimos vivimos fuera del DF esta posibilidad de acudir al funeral se complica. ¿A quién le tocaría avisar? La familia avisa a los familiares, amigos y al instituto, pero ¿a quien le tocaría avisar en vacaciones a los alumnos y exalumnos? La muerte se escapa de nuestros ritos, se desborda. Su muerte me deja un sabor a indignación si considero que su cáncer no fue detectado por los médicos, que ella frecuentaba, con oportunidad. La detección fue tardía. Pero esa ceguera podemos padecerla cualquiera de nosotros. Hay algo que no podemos leer en el otro: la huella de la muerte. Mi lectura de la comunicación de su muerte, también tardía, es que el experto excluye de su propio ámbito aquello que estudia afuera. Hay un dicho bien conocido que dice en la casa del herrero azadón de palo. Lo compruebo una y otra vez: constato que lo mismo pasa con el fenómeno del duelo entre los antropólogos. Podemos estudiar los ritos mortuorios en otra cultura,2 pero no podemos escapar a la perplejidad, y la inhibición nos invade para realizar ciertos actos que hubiésemos querido hacer y postergamos por incomodidad con los más cercanos a nosotros. Dice Michel Foucault que cada persona deja a su paso millones de huellas y se pregunta cómo puede definirse la obra de un autor entre esas huellas.3 ¿Es sólo lo escrito y publicado? ¿Es también lo que le rodeó, o lo que quedó como borrador? Y agregaríamos: ¿la obra de alguien no comprende también sus actos, en la medida en que los actos son también escritura? Noemí dejó un legado en libros que daría para otro foro y un legado que no está escrito en papel sino en cada uno de los que convivimos con ella ¿cómo sabemos que está escrito? Porque produce transformaciones subjetivas, sociales, efectos en cadena. De su legado escrito en acto puntuaré sólo algunas cosas: 1. Su compromiso con la producción de cada uno. No sólo se interesaba por cuidar la coherencia lógica de las tesis, sino de revisarla 2 Existen cientos de artículos sobre el tema de la muerte, pero muy escasos trabajos sobre el duelo. 3 Michel Foucault, ¿Qué es un autor?, Universidad Autónoma de Tlaxcala, México, 1985, p. 14 282 Araceli Colin toda, con puntos y comas. La inversión de tiempo que implicaba hacer eso con cada uno de los borradores era enorme, y no la escatimó. 2. Su respeto por las reglas y las normas como un regulador de los procedimientos. Era una persona que no transigía en sortear ninguna regla. 3. Su coherencia entre decir y hacer, que habla del valor que daba a la palabra como objeto que se apuesta y compromete. 4. Su búsqueda por constituir comités tutorales que pudieran dirimir sus diferencias teóricas y no se tradujeran en embudos insufribles que entorpecen el avance de las tesis.4 5. La puesta en suspenso de sus propias ideas para no imponerlas al asesorado, lo que implica un gran respeto por el otro. ¿Cuántos tesistas escriben bajo dictado de su tutor? El psicoanálisis y la antropología tienen muchos tópicos de estudio en común aunque sus métodos son bien diferentes. Comparten también un mediador fundamental: el lenguaje, entendido por ambas disciplinas como precipitado de la cultura y agente de la subjetivación. De todos esos tópicos en común quisiera destacar tres: la muerte, la sexualidad y el poder comprometidos con el duelo. El psicoanálisis, a diferencia de la antropología tiene un objeto articulador de todos sus tópicos de estudio: el inconsciente. Entendido como lo aún no nombrado, lo no realizado, lo que está en potencia en el lenguaje y es al mismo tiempo motor de un decir y distinto en cada sujeto. De estos tres tópicos Noemí tenía interés por la sexualidad, las relaciones de poder entre los sexos y el psicoanálisis. El interés por este último se produjo a partir de su encuentro con un analista frommiano.5 En otro momento participó con Jacques Galinier6 de lecturas y seminarios sobre textos de Freud, según me refirió ella misma. Estoy en deuda 4 El asesorado puede constituirse en el lugar “sede” de un conflicto de poder entre los miembros de un comité tutoral con ideas antagónicas o simplemente muy diferentes, cuya conciliación es poco viable, situación que genera parálisis e inercias de diverso tipo que ni el comité ni el asesorado pueden leer y menos aún dirimir. 5 Erich Fromm sentó escuela en México y dictó seminarios desde los años 50. Fue docente en la UNAM. 6 Jacques Galinier escribió una obra fruto de su investigación con los otomíes en la que se refleja su interés por articular sus hallazgos etnográficos con el psicoanálisis: La mitad del mundo. Cuerpo y cosmos en los rituales otomíes, trad. de Angela Ochoa, UNAM/CEMC/INI, México, 1990, 746 pp. 283 desde el recuerdo con su apertura para que yo pudiera tejer algunos hilos con un tema fronterizo, el duelo, entre esas dos disciplinas, la antropología y el psicoanálisis. Noemí al no obstaculizar mi camino me permitió darle curso a mis preguntas. Sin muerte no hay sexualidad. Es la condición de ser mortales lo que introduce en la vida la dimensión erótica. Si fuésemos eternos no habría erotismo. Es la falta la que nos pone en posición deseante. Lo inconsciente, como lo no realizado7 se puso en escena durante la escritura de mi tesis, pues en mi ex pareja apareció un cáncer cuyas complicaciones hospitalarias lo pusieron al borde de la muerte. Me vi comprometida con esa situación y los cuidados que él requería al mismo tiempo que escribía sobre el duelo. Era también el duelo por el fin de esa relación. Lo inconsciente se revela en acto. Meses después aparece el cáncer en Noemí, y el calvario de las quimioterapias. ¿No es acaso que, en el límite de la palabra que se intenta escribir, la realidad del fenómeno que pretendemos estudiar se revela y se rebela y nos muestra que la muerte nos acecha? La muerte y el poder El poder de la muerte es terminar abruptamente con el supuesto poder imaginario, o real, que creemos tener. Por eso la negamos una y otra vez en nuestras vidas. Nuestra primera frase, cuando nos enteramos de una muerte, es “¡No puede ser!” “¡Pero si yo la/lo vi ayer!” En nuestro decir está presente la muerte; la palabra es posible porque somos mortales. Es la huella de nuestra condición mortal la que permite el símbolo. No hay símbolo sino de lo que está ausente. Gracias a esa huella, la falta se hace deseo y da sitio a la sexualidad en nuestras vidas, y al poder. El poder como señuelo imaginario de que no 7 Lo no realizado es diferente en cada sujeto en función de su historia, de los significantes con los que se ha tejido esa historia, incluso de las generaciones que le antecedieron y de los propios actos que el sujeto realiza para ir configurando una vía a su deseo. Esa dimensión de lo no realizado comprende para cada sujeto el azar que a veces es afortunado y a veces desafortunado. Véase: Lacan, Seminario 5: Las formaciones del inconsciente, Paidós, México, 1977, 173 pp. 284 Araceli Colin hay falta, de que con ese objeto fálico8 lo tenemos todo. El poder es la insignia que pretende negar la propia muerte, la condición escindida, la propia ignorancia y la propia vulnerabilidad. ¿Por qué son más numerosos los homenajes póstumos que los que se realizan en vida? Más que una generosidad con el difunto es una necesidad de hablar de los que nos quedamos con la deuda; una deuda por lo no reconocido en vida. Si es un rito de duelo entonces siempre tendrá que ser póstumo. ¿En qué medida un homenaje calma nuestra culpa? Tal parece que es el único reconocimiento que podemos aceptar del otro. No pocas veces se me ocurrió hacerle un homenaje en vida, pero de ahí no pasé. ¿Qué habría pasado con nuestra relación hacia ella, o qué habría pasado con las relaciones de poder entre colegas si se le hubiera hecho un homenaje en vida? No es lo mismo reconocerle a título individual la gratitud que uno tiene, que hacer de eso un acto público. Bien decía Freud, que la expresión “Tan bueno que era” ponía en evidencia la represión de la hostilidad, que inevitablemente se produce en vida en las relaciones humanas, por el acontecimiento de la muerte. La deuda nos pone en condición de falta, por eso somos deudos, se trata de una deuda simbólica que no se puede pagar con nada; acaso la única posibilidad es retransmitir la deuda a otro aceptando que si asesoráramos alguna tesis, luego de realizada la función, quedamos destituidos de ese lugar o en condición de resto de esa operación. Así termina la vida... con restos. Cuando un ser querido muere nos revela de modo brutal en qué lugar nos hacía falta, y siempre nos toma por sorpresa. 8 El falo en sentido de Jacques Lacan, no es el pene, es lo que representa una potencia y es independiente del género. El pene se presta para representar esa potencia por sus atributos de erección y detumescencia. Las potencias se erigen y luego caen, ninguna potencia es eterna. El falo en sentido estricto no es una imagen ni un símbolo sino el significante de una potencia y al mismo tiempo de la falta, ya sea para un sujeto o para una cultura. J. Lacan,”La significación del falo” en Escritos 2, Siglo XXI, México, 1988, pp.665-675. 285 desde la disidencia Susan Sontag Resistir* Susan Sontag Al arzobispo Oscar Arnulfo Romero. A Rachel Corrie. Y a Ishai Menuchin y sus camaradas. P ermítanme evocar no a uno, sino a dos héroes, sólo a dos, entre millones de héroes. A dos víctimas entre millones de víctimas. El primero: “Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado en su investidura mientras oficiaba misa en la catedral el 24 de marzo de 1980 —hace 23 años—, pues se había convertido en ‘’un manifiesto defensor de una paz justa y se opuso públicamente a las fuerzas de la violencia y la opresión’’. (Cito la descripción del Premio Óscar Romero, que hoy se entrega a Ishai Menuchin.) La segunda: Rachel Corrie, estudiante universitaria de 23 años procedente de Olympia, Washington, muerta con su brillante chaleco anaranjado fluorescente con tiras de Day-Glo, que los escudos humanos llevan con el propósito de ser del todo visibles —y tal vez para estar más seguros—, mientras intentaba detener una de las casi diarias demoliciones de casas que realizan las fuerzas israelíes en Rafah, una población en el sur de la franja de Gaza (donde Gaza linda con la frontera egipcia), el 17 de marzo de 2003, hace dos semanas. De pie, frente a la casa de un médico palestino elegida para demolición, Corrie, una de los ocho jóvenes voluntarios estadunidenses y británicos, escudos humanos en Rafah, había estado agitando los brazos y gritando por megáfono al conductor de un bulldozer D-9 blindado que se acercaba; entonces se hincó de rodillas en el camino del gigantesco bulldozer, el cual no aminoró su marcha. * Discurso leído durante la entrega del Premio Óscar Romero, patrocinado por la Capilla Rothko, a Ishai Menuchin, presidente de Yesh Gvul, movimiento de rechazo selectivo de los soldados israelíes. Publicado en el periódico La Jornada, 11 de abril de 2003. 289 desde la disidencia Dos figuras, emblemas del sacrificio, muertas por las fuerzas de la violencia y la opresión, a las cuales ofrecían una oposición por principio no violenta. Comencemos por el riesgo. El riesgo del castigo. El riesgo del aislamiento. El riesgo de ser herido o muerto. El riesgo del desprecio. Todos somos reclutas en uno u otro sentido. Para todos nosotros es difícil romper filas; incurrir en la desaprobación, en la censura, en la violencia de una mayoría ofendida y con un concepto distinto de la lealtad. Nos amparamos con palabras estandarte, como justicia, paz y reconciliación, que nos alistan en comunidades nuevas, si bien más pequeñas y relativamente ineficaces, con otros de igual parecer, que nos movilizan para la manifestación, la protesta, la ejecución pública de acciones de desobediencia civil, y no para la plaza de armas o el campo de batalla. Perder el paso de la propia tribu; dar un paso fuera de la tribu a un mundo más amplio en sentido mental, pero más reducido en el numérico: si el aislamiento o la disidencia no es tu posición habitual o satisfactoria, este es un proceso complejo y difícil. Es difícil contravenir la sabiduría de la tribu: la sabiduría que valora las vidas de sus miembros por encima de todas las demás. Siempre será impopular —siempre será considerado antipatriótico— afirmar que las vidas de los miembros de la otra tribu son tan valiosas como las de la propia. Es más fácil entregar nuestra fidelidad a las personas que conocemos, a las que vemos, entre las que estamos incrustados, con las que compartimos —como bien puede ser el caso— la comunidad del miedo. No subestimemos la fuerza de aquello a lo que nos oponemos. No subestimemos la represalia con la cual acaso se castigue a quienes se atreven a disentir de las brutalidades y represiones que se creen justificadas por los miedos de la mayoría. Somos carne. Se nos puede perforar con una bayoneta, despedazar con un bombardero suicida. Se nos puede aplastar con un bulldozer o abatir a tiros en una catedral. El miedo vincula a la gente. Y el miedo la dispersa. El valor es inspiración de las comunidades; el valor de un ejemplo, pues el valor es tan contagioso como el miedo. Pero el valor, algunas de sus modalidades, puede también aislar a los valerosos. El destino perenne de los principios: si bien todos afirman profesarlos es probable que se sacrifiquen cuando se vuelven incómodos. 290 Susan Sontag Por lo general un principio moral es algo que nos pone en desacuerdo con la práctica aceptada. Y ese desacuerdo acarrea sus consecuencias, a veces desagradables, pues la comunidad se venga de aquellos que ponen en entredicho sus contradicciones: quienes desean una sociedad que en verdad mantenga los principios que dice defender. El criterio según el cual una sociedad debería en efecto encarnar los principios que profesa es utópico, en el sentido de que los principios morales contradicen las cosas como son y como serán siempre. Las cosas como son —y como serán siempre— no son del todo perversas ni del todo buenas, sino deficientes, inconsistentes e inferiores. Los principios nos incitan a que hagamos algo respecto del mar de contradicciones en el que funcionamos moralmente. Los principios nos incitan a que nos reformemos, a que seamos intolerantes con el relajamiento moral, la componenda, la cobardía y con volver la cara a lo que resulta pertubador: esa corrosión oculta del corazón, la cual nos dice que lo que estamos haciendo no está bien, y entonces nos aconseja que estaremos mejor si no pensamos en ello. El lema del que es contrario a los principios: ‘’Estoy haciendo lo que puedo’’. Lo mejor posible dadas las circunstancias, desde luego. Digamos que el principio es: está mal oprimir y humillar a todo un pueblo; despojarlo sistemáticamente de su justo techo y alimento; destruir sus habitaciones, sus medios de vida, su acceso a la instrucción y a la atención médica, y su capacidad para reunirse. Que estas prácticas están mal, a pesar de las provocaciones. Y hay provocaciones. Eso tampoco debería negarse. En el núcleo de nuestra vida moral y de nuestra imaginación moral se encuentran los grandes modelos de resistencia: las grandes historias de quienes han dicho ‘’no’’. ‘’No’’ te serviré. ¿Qué modelos, qué historias? Un mormón puede resistirse a la penalización de la poligamia. Quien milita en contra del derecho al aborto puede resistirse a la ley que vuelve legal el aborto. Ellos, también, invocarán las pretensiones de la religión (o de la fe) y la moralidad contra los edictos de la sociedad civil. Se puede usar la apelación a una ley superior que nos autoriza a desafiar las leyes del estado para justificar la trasgresión criminal, así como la más noble lucha en favor de la justicia. El valor no tiene calidad moral en sí mismo, pues el valor no es, en sí mismo, una virtud moral. Los canallas, perversos, asesinos y terro291 desde la disidencia ristas acaso sean valientes. Para calificar el valor como virtud nos hace falta un adjetivo: hablamos de ‘’valor moral’’ porque, también, hay algo llamado valor amoral. Y la resistencia no es valiosa en sí misma. El contenido de la resistencia es lo que determina su mérito, su necesidad moral. Digamos: resistencia a una guerra criminal. Digamos: resistencia a la ocupación y anexión de las tierras de otro pueblo. Reitero: no hay superioridad inherente en la resistencia. Todos nuestros llamamientos en favor de la rectitud de la resistencia se apoyan en la rectitud del llamamiento según el cual los resistentes actúan en nombre de la justicia. Y la justicia de la causa no depende de, y no se ve acrecentada por, la virtud de los que pronuncian la afirmación. Depende, en primera y última instancia, de la verdad de una descripción de circunstancias que son, en verdad, injustas e innecesarias. Lo que sigue me parece una descripción veraz de las circunstancias que me he tardado años de incertidumbre, ignorancia y angustia en reconocer. Un país herido y temeroso, Israel, atraviesa la mayor crisis de su turbulenta historia, ocasionada por una política de constante incremento y refuerzo de las colonias en los territorios ganados tras su victoria en la guerra árabe contra el Israel de 1967. La decisión de sucesivos gobiernos israelíes de conservar su control en la Franja Occidental y en Gaza, negando con ello a sus vecinos palestinos un estado propio, es una catástrofe —moral, humana y política— para ambos pueblos. Los palestinos necesitan un estado soberano. Israel necesita un estado palestino soberano. Los que en el extranjero queremos la supervivencia de Israel no podemos, no debemos, desear que sobreviva no importa qué, no importa cómo. Tenemos una singular deuda de gratitud con los valerosos testigos, periodistas, arquitectos, poetas, novelistas y profesores judíos israelíes, entre otros, que han descrito, documentado, protestado y militado contra los sufrimientos de los palestinos que viven bajo las condiciones israelíes cada vez más crueles de sometimiento militar y anexión de las colonias. Nuestra admiración más profunda ha de estar dirigida a los valerosos soldados israelíes, aquí representados por Ishai Menuchin, que se niegan a servir más allá de las fronteras de 1967. Estos soldados saben que todas las colonias están finalmente destinadas a la evacuación. Estos soldados, que son judíos, se toman en serio el principio expuesto en los juicios de Nuremberg de 1946. A saber: que un soldado no está 292 Susan Sontag obligado a cumplir órdenes injustas, órdenes que contravienen las leyes de la guerra; en efecto, se tiene la obligación de desobedecerlas. Los soldados israelíes que se resisten a servir en los territorios ocupados no están rechazando una orden en particular. Se niegan a entrar a un espacio en el cual, con toda seguridad, se darán órdenes ilegítimas, es decir, donde es muy probable que se les ordenará el cumplimiento de acciones que seguirán oprimiendo y humillando a los civiles palestinos. Las casas son demolidas, se desarraigan los huertos, se arrasa con bulldozers los puestos en los mercados de los pueblos, se saquea un centro cultural, y ahora, casi todos los días, se dispara y mata a civiles de todas las edades. No puede cuestionarse la inmensa crueldad de la ocupación israelí de 22 por ciento del otrora territorio de la Palestina británica sobre el que se erigirá un estado palestino. Estos soldados sostienen, como yo, que debería efectuarse una retirada incondicional de los territorios ocupados. Han declarado colectivamente que no continuarán luchando más allá de las fronteras de 1967 ‘’a fin de dominar, expulsar, privar de alimento y humillar a todo un pueblo’’. Lo que estos soldados han hecho —son ya unos 2 mil, de los cuales más de 250 han ido a prisión— no contribuye a indicarnos el modo en que los israelíes y los palestinos puedan lograr la paz, además de la irrevocable exigencia de que las colonias han de ser desmanteladas. Las acciones de esta heroica minoría no pueden contribuir a la muy necesaria reforma y democratización de la Autoridad Nacional Palestina. Su posición no reducirá el dominio del fanatismo religioso y el racismo en la sociedad israelí o reducirá la difusión de la virulenta propaganda antisemita en el agraviado mundo árabe. No detendrá a los bombarderos suicidas. Su declaración es simple: basta. O: hay un límite. Yesh gvul. Es un modelo de resistencia. De desobediencia. Para la cual siempre habrá sanciones. Ninguno de nosotros ha tenido que tolerar lo que están soportando estos valerosos conscriptos, muchos de los cuales han ido a la cárcel. Manifestarse en favor de la paz en la actualidad, en Estados Unidos, sólo sirve para ser abucheado (como en la reciente ceremonia de los Óscar), hostigado, incluido en la lista negra (la exclusión en la cadena más poderosa de estaciones de radio de las Dixie Chicks); en suma, vilipendiado por no ser patriota. 293 desde la disidencia Nuestro ethos de “Unidos estamos” o “El ganador se lleva todo”... Estados Unidos es un país que ha convertido el patriotismo en un equivalente del consenso. Tocqueville, que sigue siendo el más grande observador de Estados Unidos, comentó el grado de conformidad sin precedentes en aquel flamante país, y otros 175 años sólo han confirmado su observación. A veces, dado el nuevo giro radical en la política exterior estadunidense, parecería inevitable que el consenso nacional sobre la grandeza de Estados Unidos, el que puede activarse hasta las cotas más altas de un triunfalista amor propio nacional, estuviera destinado finalmente a encontrar expresión en guerras como la presente, la cual cuenta con la aprobación de la mayoría de la población, persuadida de que Estados Unidos tiene el derecho —incluso la obligación— de dominar el mundo. El modo usual de referirse a la gente que actúa por principio es diciendo que son la vanguardia de una revuelta que a la larga triunfará contra la injusticia. Pero, ¿y si no lo son? ¿Y si el mal es en verdad incontenible? Al menos en el corto plazo. Y ese corto plazo puede ser, va a ser, ciertamente muy largo. Mi admiración por los soldados que se están resistiendo a servir en los territorios ocupados es tan feroz como mi convicción de que transcurrirá mucho tiempo antes de que su criterio prevalezca. Pero lo que me inquieta en este momento —por razones obvias— es obrar por principio cuando no se va a alterar la evidente distribución de fuerzas, la manifiesta injusticia y el carácter homicida de la política del gobierno que asegura estar obrando no en nombre de la paz, sino de la seguridad. La fuerza de las armas sigue su propia lógica. Si cometes una agresión y otros se resisten, es fácil convencer al frente interno de que la lucha debe continuar. Una vez que las tropas se encuentran allí, han de ser respaldadas. Resulta irrelevante cuestionar por qué las tropas se encuentran allí en primer lugar. Los soldados se encuentran allí porque “nos” están atacando, o amenazando. Olvidemos, si acaso, que los atacamos primero. Ahora en represalia nos atacan, y causan víctimas mortales. Se comportan de modos que contravienen la conducta “apropiada” en la guerra. Se comportan como “salvajes”, como le gusta a la gente en nuestra parte del mundo llamar a la gente de aquella parte del mundo. Y sus acciones 294 Susan Sontag “salvajes” e “ilícitas” dan nueva justificación a nuevas agresiones. Y un nuevo ímpetu para la represión, la censura o la persecución a los ciudadanos que se oponen a la agresión acometida por el gobierno. No subestimemos la fuerza de aquello a lo que nos oponemos. El mundo, casi para todos, es aquello sobre lo que virtualmente no ejercemos control alguno. El sentido común y el propio sentido de protección señalan que nos ajustemos a lo que no podemos cambiar. No es difícil advertir cómo algunos de nosotros podríamos ser persuadidos de la justicia, de la necesidad de una guerra. Sobre todo de una guerra definida como reducidas y restringidas acciones militares que de hecho contribuirán a la paz y a una seguridad mejorada; de una agresión que se anuncia como una campaña de desarme: reconocidamente de desarme al enemigo y que, lamentablemente, requiere la aplicación de una fuerza abrumadora. Una invasión que se caracteriza a sí misma, oficialmente, como una liberación. Toda violencia bélica ha sido justificada como una represalia. Se nos amenaza. Nos estamos defendiendo. Los otros quieren matarnos. Debemos detenerlos. Y entonces: debemos detenerlos antes de que tengan ocasión de cumplir sus planes. Y puesto que los que quieren atacarnos se ocultan tras no combatientes, no hay aspecto de la vida civil que esté exento de nuestras depredaciones. Omitamos la disparidad de fuerzas, de riqueza, de potencia de fuego, o simplemente de población. ¿Cuántos estadunidenses saben que la población de Irak es de 24 millones, la mitad de los cuales son niños? (La población de Estados Unidos, como recordarán, es de 286 millones.) No respaldar a los que están bajo el fuego enemigo parece una traición. Puede ser que, en algunos casos, la amenaza sea real. En tales circunstancias, el portador del principio moral se parece a alguien que corre junto a un tren gritando: “¡Alto!, ¡alto!” ¿Se puede detener el tren? No, no se puede. Al menos no ahora. ¿Acaso otras personas a bordo del tren serán movidos a saltar y unirse a los que están en tierra? Tal vez algunos salten, pero la mayoría no. (Al menos no hasta que cuenten con toda una nueva panoplia de miedos.) La dramaturgia de ‘’actuar por principio’’ nos indica que no debemos pensar si resulta conveniente o si podemos contar con los éxitos postreros de las acciones que hemos emprendido. 295 desde la disidencia Actuar por principio es, se nos dice, bueno en sí mismo. Pero sigue siendo una acción política, en el sentido de que no lo estás haciendo en tu beneficio. No lo haces sólo para tener razón o para apaciguar tu conciencia; mucho menos porque confías en que tus acciones alcanzarán sus objetivos. Resistes porque es una acción solidaria. Con las comunidades de quienes tienen principios y con los desobedientes: aquí y por doquier. Del presente. Del futuro. La prisión de Thoreau a causa de su protesta contra la guerra estadunidense con México en 1849 difícilmente detuvo el conflicto. Pero la resonancia de aquella temporada breve de detención (un célebre y único día en la cárcel) no ha cesado de inspirar la resistencia por principio frente a la injusticia a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y hasta nuestra época. El movimiento para clausurar el campo de pruebas de Nevada, un sitio clave de la carrera de armamentos nucleares, no pudo lograr su objetivo a finales de los 80: las protestas no afectaron las operaciones del campo de pruebas. Pero inspiró directamente la formación de un movimiento de protesta en la lejana Alma Ata en la primavera de 1989, que finalmente consiguió cerrar el campo de pruebas soviético en Kazajistán. El movimiento citaba a los activistas antinucleares de Nevada como fuente de inspiración y expresaba su solidaridad con los nativos norteamericanos en cuyas tierras se localizaba el campo de pruebas. La probabilidad de que tus acciones de resistencia no puedan evitar la injusticia no te exime de actuar en favor de los intereses de tu comunidad que profesas sincera y reflexivamente. Así: no conviene a los intereses de Israel ser un opresor. Así: no conviene a los intereses de Estados Unidos ser una superpotencia capaz de imponer su voluntad en cualquier país del mundo, a su capricho. Lo que conviene a los intereses de una comunidad moderna es la justicia. No puede estar bien oprimir y confinar sistemáticamente a un pueblo vecino. Sin duda, es falso sostener que el asesinato, la expulsión, las anexiones, la construcción de muros —el conjunto de lo que ha contribuido a reducir a todo un pueblo a la dependencia, la penuria y la desesperanza— traerá la seguridad y la paz a los opresores. No puede estar bien que un presidente de Estados Unidos suponga que tiene el mandato de ser presidente del planeta, y que anuncie que aquellos que no están con Estados Unidos están con “los terroristas”. 296 Susan Sontag Aquellos valerosos judíos israelíes, en ferviente y activa oposición a las políticas del actual gobierno de su país y que se han manifestado en nombre del apremio y los derechos de los palestinos, están defendiendo los verdaderos intereses de Israel. Los que se oponen a los planes hegemónicos mundiales del actual gobierno de Estados Unidos son patriotas que hablan en nombre de los intereses superiores de Estados Unidos. Más allá de estas luchas, merecedoras de nuestra apasionada adhesión, es importante recordar que en los programas de resistencia política la relación de causa y efecto es serpentina y a menudo indirecta. Toda lucha, toda resistencia, es —debe ser— concreta. Y toda lucha tiene una resonancia mundial. Si no aquí, entonces allá. Si no ahora, entonces pronto: por doquier y aquí. Houston, Texas, 30 de marzo de 2003. Traducción: Aurelio Major 297 desde Nicaragua María López Vigil Los nombres de la Rosa* María López Vigil R osa se ganó el espacio. Y el tiempo. Y el cariño. Con su historia abrió en Nicaragua las puertas a debates necesarios. Y su nombre navegó, con el de Nicaragua, por los informativos del mundo en momentos en que millones de seres humanos despliegan esfuerzos por evitar la guerra contra Irak en nombre de la vida. Durante todo un mes, cargado de hechos políticos y económicos de los que hacen más bulla, un hecho ”diferente” se fue abriendo paso día a día en la conciencia de la población nicaragüense. La llamaremos Rosa A una niña de nueve años, hija de una pareja joven de emigrantes nicaragüenses, trabajadores de una finca de café en Turrialba, Costa Rica, se le detectó un embarazo de varias semanas en un hospital costarricense, a donde la llevaron sus padres pensando en una infección relacionada con parásitos. No contaban sus padres con un embarazo, menos la niña. Con dilación inexplicable, y tras mantenerla durante veinticinco días en total reposo en un hospital y luego en otro, observando tan inédito caso —la niña no había tenido aún su primera menstruación—, los médicos informaron del embarazo a los padres, ambos analfabetos. Se supo entonces, por testimonio de la niña, que había sido violada por un costarricense veintiañero que trabajaba en la misma finca. Primera plana en medios costarricenses, la noticia llegó en seguida a Nicaragua y a los pocos días una delegación de la Procuraduría de Derechos Humanos y de la Red de Mujeres contra la Violencia viajó a * Apareció en Envío, núm. 252, marzo de 2003, revista de la Universidad Centroamericana de Managua. Agradecemos a la autora el permiso para su publicación. 301 desde Nicaragua Costa Rica, conoció del caso, visitó a la niña y a sus padres, y tras enfrentar y resolver varias e inesperadas contradicciones institucionales y migratorias, consiguió traer a los tres a Nicaragua. La primera medida para proteger la identidad de la niña fue darle un nombre: la llamaron Rosa. En el escenario del veto y del re-veto El debate sobre Rosa capturó la atención nacional, a pesar de que el escenario estaba ocupado totalmente por un conflicto que alcanzó ribetes de absurdo: el provocado por el veto parcial con que el presidente Bolaños rechazó el presupuesto para 2003 aprobado por la Asamblea Nacional en diciembre. El veto presidencial fue ”vetado” por todos los sectores políticos y sociales, esgrimiendo razones y sinrazones en confusa amalgama. Entre declaraciones contradictorias, marchas de protesta y declaraciones aterrorizantes del presidente para que le aprobaran el veto, estando ya Rosa en Nicaragua, el conflicto se ”resolvió” cuando una mayoría parlamentaria aprobó el veto después de que el presidente cedió transformándolo en re-veto. Colosal transacción que encubrió insensibilidades y pactos y que ha descascarado aún más la imagen de Bolaños y la de su tan proclamada nueva era. Lo que todo este desgastante estira y encoge significó no está aún claro. Lo más visible de la ”solución” al conflicto fueron varios ”parches tributarios” —nuevos impuestos a los autos usados y a los cigarrillos— que permitirán al gobierno (¿realmente se lo permitirán?) recaudar más y así garantizar los mínimos aumentos salariales aprobados por la asamblea, una de las razones presidenciales para vetar el presupuesto. Al final, lo más concreto es haber mantenido en los folios oficiales del presupuesto las cifras que el FMI impuso al ejecutivo, lo que dejó muy satisfecha a toda la clase política, administradores magníficamente pagados de las recurrentes crisis de un país que carece de soberanía económica. En un escenario muy movido El conflicto y la ”solución” al veto y al re-veto fueron acompañados, lamentablemente, de una ”amnistía tributaria” a los bancos, a los que se 302 María López Vigil les terminó perdonando varios años de impuestos no pagados. Fueron acompañados, también, y esto es positivo, del compromiso de una próxima reforma tributaria ”integral”. Mientras transcurría este conflicto se sucedieron otros hechos políticos relevantes. El PLC inició su estrategia electoral al oficializar que pasaba a la oposición. Una encuesta demostró que la popularidad de Bolaños va a la baja: 17 puntos menos entre octubre 2002 y febrero 2003. Y empezó a filtrarse un proyecto presidencial para una drástica reforma del estado, orientada a revertir los desmanes institucionales provocados por el pacto Alemán-Ortega y a reducir drásticamente la enorme burocracia de un estado en la lipidia. Mientras Rosa entraba, paso a paso, en un escenario tan cargado, la lucha del ejecutivo contra la corrupción institucionalizada por Alemán, su familia y sus socios dio signos de revitalizarse: se activaron algunos casos ya conocidos (los ”tarjetazos”) y se destaparon otros nuevos (el saqueo del INSS). A la par de este esfuerzo por la transparencia, Bolaños dilapidaba su prestigio de ”héroe anticorrupción” nombrando en Managua al gángster del boxeo internacional Don King como miembro honorario del gabinete; se aireaban nuevos datos sobre la, al parecer, intocable ”conexión FSLN” en la quiebra del Interbank; se comenzó a hablar de una red al servicio del narcotráfico incrustada en los juzgados; el FBI visitó Nicaragua para interrogar a Byron Jerez y obtener información sobre Alemán a cambio de ”perdones” para él; y Alemán continuaba cómodamente preso en su hacienda con piscina, tras reforzar con un amago de angina de pecho el goce de este ilegal privilegio. Llega Rosa a Nicaragua Fue en esos días que Rosa llegó a Nicaragua. Una historia, una realidad, un desafío, un ejemplo. Un emblema. En su breve paso por un mundo político-económico tan movido, Rosa se abrió su propio espacio. Reveló, todos juntos, varios de los grandes problemas estructurales de Nicaragua, los más de fondo. Por eso, son muchos los nombres de esta Rosa, a quien le construimos en nuestra imaginación el rostro de niña que nunca le vimos. Y tal vez por eso, la quisimos más. Al llegar, los padres de Rosa y ella misma ya habían sido informados de que existía la posibilidad, legal y médica, de interrumpir el embarazo. En Costa Rica, esta posibilidad les había sido ocultada, y hay 303 desde Nicaragua señales de que en el hospital se postergó el brindarles información del embarazo para así complicar la posibilidad de que decidieran por un aborto. Informados adecuadamente, los padres decidieron solicitar un aborto terapéutico para su hija. Y, conforme a la ley vigente en Nicaragua desde hace 120 años, así lo solicitaron. El Código Penal establece que una junta de tres médicos debe evaluar el riesgo que corre la vida de la mujer embarazada —en este caso la niña— para autorizar la interrupción. El esposo —en este caso sus padres— también debe dar la autorización. Un apasionado debate En cuanto Rosa cruzó la frontera, el debate generado por su historia se centró en el tema del aborto: defensores a ultranza de la vida, defensores insistentes de la opción. Naturalmente, todos los medios prestaron altavoz a un debate que en Nicaragua tiende a silenciarse. Y al hacerlo, era inevitable descubrir cuántos prejuicios ideológicos circundan un tema que es tan vital por confrontar dos de los valores más apreciados de la humanidad: la vida y la libertad. En el debate público participaron muchas voces, airadas unas, compasivas y sensatas otras, desinformadas científicamente la mayoría. Solidarias, apasionadas y responsables las más cercanas a Rosa, las de las mujeres agrupadas en y en torno a la Red de Mujeres contra la Violencia, que acompañaron a la niña y a sus padres, informaron y aportaron buenas ideas al debate, organizaron la defensa legal para la interrupción del embarazo, y finalmente estuvieron con ella en ese momento. El embarazo de Rosa, de más de ocho semanas, fue interrumpido por tres médicos en la noche del 20 de febrero, en un hospital privado, con un resultado satisfactorio para su salud y trayendo tranquilidad a sus atribulados padres. Después de conocerse la noticia del aborto, continuó el debate. Para entonces, la historia de la Rosa nica navegaba ya en Internet y era destacada en varios importantes medios internacionales. Cuando el Cardenal Obando anunció que quienes habían decidido y participado en el aborto estaban excomulgados ipso facto según la ley de la iglesia católica, el eco internacional se tradujo en una iniciativa sorprendente: en España, una red de mujeres promovió en Internet la campaña ”Yo también quiero ser excomulgada o excomulgado” y en sólo unos días 304 María López Vigil recogieron 26 mil firmas de solidaridad con la opción de Rosa y sus padres. El 5 de marzo estas mujeres presentaron las miles de solicitudes de excomunión en la Nunciatura Apostólica de Madrid. Tras las declaraciones intimidatorias de algunos altos funcionarios nicaragüenses —¿pertenecen al fundamentalista Opus Dei?— y las lamentaciones de otros, el 3 de marzo, la Fiscalía dio por cerrado el caso desde el punto de vista legal, archivando todas las diligencias. También envió a una fiscal a Costa Rica para conocer de la investigación policial y judicial iniciada en ese país —por presiones hechas desde Nicaragua— contra el hombre a quien Rosa señaló como violador, con el objetivo de que su delito no quede en la impunidad. Para cuando la Fiscalía se pronunció poniendo punto final a la polémica, Rosa estaba ”en algún lugar de Nicaragua” con otros niños, jugando, corriendo. “Como que recuperó su niñez”, declaró una de las sicólogas de la Red que la asisten. Se llama emigrante Aunque muchas opiniones insistían en que el debate sobre Rosa era sórdido, morboso, inadecuado, excesivo, que se abusaba de la niña y se la revictimizaba hablando tanto de ella, Rosa nos hizo el gran favor de presentarse ante nosotros con todos sus nombres. Para que habláramos de todos ellos. Hablar abiertamente es necesario para reflexionar. Hablar es a menudo el primer paso para sanar. La palabra nos hizo humanos, compartir palabras nos humaniza. Rosa tiene muchos nombres. Se llama emigrante. Sus padres vivían en Costa Rica desde hace nueve años. Salieron de Nicaragua a mitad de los 90, cuando esfumadas las esperanzas de que con el fin de la guerra entre sandinistas y contrarrevolucionarios ganaríamos ”el dividendo de la paz”, hubo una oleada de migración hacia Costa Rica. En 1998, tras las tragedias que provocó el paso del huracán Mitch, se produjo otra gran oleada ”del barro al sur”. Hoy, se calcula que medio millón de nicaragüenses viven en el país vecino trabajando en actividades que los costarricenses, en un país con una economía notablemente superior a la de Nicaragua, ya rechazan: construcción, servicio doméstico, cosecha de banano, cosecha de café —a eso se dedicaban los padres de Rosa y ella misma. Indocumentados o emigrantes temporales, de esos que entran y salen continuamente según cultivos y ocasiones, 305 desde Nicaragua pudieran llegar a 800 mil. Diariamente, 200 nicaragüenses cruzan la frontera probando fortuna a ver si dan con un trabajo que en Nicaragua saben que no van a hallar. Desde hace ya mucho tiempo Nicaragua no ofrece oportunidades ni garantías de futuro a la inmensa mayoría de su gente. La mitad de la población económicamente activa de Nicaragua ya se fue. Un millón de hombres y mujeres. En ocasiones son los más audaces, los más capaces, los más decididos. Aventados o aventureros, perdemos con quienes se van muchos vigores y valores. Una suerte de ”fuga de cerebros” desde abajo. Gran parte de quienes se quedan reniegan de una patria que sienten que no los acoge ni se preocupa por ellos. Una reciente encuesta descubrió que el 57% de los nicaragüenses quisiera haber nacido en otro país. Otra, de hace un par de años, mostraba que las tres cuartas partes de la juventud en edad de iniciar su vida laboral deseaba irse. Se llama protagonista Discursos políticos superpuestos unos sobre los otros debaten sobre las razones o sinrazones de la estabilidad económica de la que gozamos y resaltan los múltiples beneficios que obtenemos de los organismos financieros internacionales justificando así la total sumisión que debemos a sus dictados. Y en realidad, lo que estabiliza nuestra débil economía, superando el total de nuestras exportaciones, tradicionales y no tradicionales, superando también los montos de la cooperación internacional en créditos y donaciones, lo que impide estallidos sociales incontrolables, es ese flujo de emigrantes y los millones de remesas en dólares que envían mensualmente a los familiares que aquí quedaron para que puedan sobrevivir. Se calculan remesas hasta por 800 millones de dólares anuales. Son los emigrantes y las emigrantes los verdaderos protagonistas. Pero qué ausentes están en los análisis que hacen los gobernantes cuando a sí mismos se inciensan por su capacidad de estadistas promotores del desarrollo. Qué poco se cuenta con ellos a la hora de las decisiones. Sin embargo, son ellos y sus remesas quienes mejor explican por qué no hemos apagado ya la luz para dar por cerrado este país insostenible. 306 María López Vigil Se llama soledad En el caso de Rosa se evidenció otro vacío: la escasa preocupación de embajadores y cónsules por los nacionales que se nos fueron. En los días de Rosa, se recortaban presupuestos para todas las representaciones diplomáticas de Nicaragua en varios países, y el ejecutivo advertía que sólo sobreviviría el personal diplomático que supiera ”vender” a Nicaragua como destino de inversiones. Ni una palabra sobre los posibles emigrantes que pudieran encontrarse al garete en los países en donde discursean y asisten a lujosas recepciones los embajadores-vendedores. Y el punto de xenofobia, que nunca falta cuando de emigrantes se trata. “Allí en Costa Rica no nos explicaron nada de lo que a la niña le pasaba”, se quejaba la madre de Rosa. “Y ahora ya no vamos a regresar a donde hemos sido maltratados”, decía el padre. Y exponía su sospecha de que por ser la niña una nica y el violador un tico, éste anduviera libre durante tanto tiempo: “Allá se hicieron a la banda de los sinvergüenzas, y nada podíamos hacer nosotros”. “Esperamos que no pase en Nicaragua lo que pasó en Costa Rica, porque la principal razón por la cual nos vinimos fue para terminar con el maltrato recibido en Costa Rica...”, decían, esperanzados en recibir un mejor trato de sus compatriotas, los padres de Rosa en el escrito en que solicitaron el aborto terapéutico. Qué solos se sienten, y que solos están, nuestros emigrantes, siendo tan responsables de la estabilidad económica y social de nuestra patria, del aporte que hacen. Un doble aporte. El primero, irse —menos problemas que resolver, menos voces para reclamar. Y el otro, enviar mensualmente al país tantas divisas ganadas con sudor y entre humillaciones. Se llama niña Rosa es una niña. Digna representante de un país donde más de la mitad de la población tiene menos de 15 años. La mayoría está desnutrida y tiene una nula, deficiente o limitada educación. Por más planes de desarrollo con visión de país que se hagan hoy —y no se están haciendo— está ya hipotecado el futuro de un país de niños y niñas, donde la mitad, 800 mil, ni siquiera entra al sistema escolar en los cursos de primaria, donde la tercera parte padece de desnutrición. Con toda probabilidad, Rosa estaba desnutrida, y eso naturalmente hacía 307 desde Nicaragua mucho más riesgoso su embarazo. Sus padres quieren ahora que siga estudiando, para que algún día sea ”alguien”. En Costa Rica, Rosa había iniciado el primer curso de primaria. Se llama pobre La mayoría de nuestras niñas y niños son pobres y la mayoría de nuestros pobres son niñas y niños. Para los pobres, lograr que sus hijos estudien es la máxima aspiración, la expresión más concreta de que las cosas pueden cambiar. Los padres de Rosa, analfabetos ambos, firmaron sus declaraciones y cartas a las instituciones solicitando un aborto terapéutico para su hija con sus huellas digitales. “Pero no porque seamos analfabetos” —dijo su padre— “somos irresponsables. Tenemos mente y tenemos ideas, y lo que yo no entiendo es cómo hay tantas personas que de balde son estudiadas y tienen tanta mente para nada”. Comentaba así el empecinamiento ideológico con que algunos funcionarios del gobierno y creadores de opinión buscaron interferir en la opción que tomaron por su hija y con ella, menospreciando implícitamente su capacidad de decisión por inocultables prejuicios de clase. Porque son pobres. Y en la actual cultura tecnocrática, se ”lucha contra la pobreza” pero no se confía en los pobres, se ”combate la extrema pobreza” pero es ”políticamente incorrecto” indignarse contra la extrema riqueza de quienes se llenan la boca con este discurso. Se llama víctima Rosa fue violada. Un hombre, quince o más años mayor, abusó de ella. Si no hubiera resultado embarazada, tal vez nunca se hubiera sabido lo que le había hecho, todo hubiera quedado, como tan a menudo sucede, escondido tras el atemorizado y confuso silencio de ella y tras la descarada impunidad de él. Todo hubiera seguido igual. Todo menos la propia vida de Rosa, dañada para siempre, con secuelas probablemente para toda su vida. “Después de todo esto, ella ya no va a quedar como era, una herida como ésta jamás se sana, siempre queda abierta”, reconocieron sus padres. Y humilde, confiaba también su madre después de la interrupción del embarazo: “Pero ya llegará un tiempo en que se nos pase, ahora ya cumplimos con lo que teníamos que hacer: salvarle la vida a ella”. 308 María López Vigil También por ser víctima de violación, Rosa es un emblema de este país, país de violaciones sexuales, una gran cantidad de ellas ocurridas entre las cuatro paredes del hogar. No fue así en el caso de Rosa, aunque algunas de las personas que se opusieron ciegamente a que se interrumpiera su embarazo, insistieron en que el padre era el principal sospechoso de la violación. Lo hacían, más que para señalar la frecuencia con que esta posibilidad es una cruel realidad —incluso en las casas de quienes tienen dinero y estatus social—, para ”explicar” desde esa óptica la decisión de los padres: pretendían ”ocultar las huellas del crimen con otro crimen: el aborto”. Se llama sobreviviente Son pavorosas las cifras que van surgiendo, aún en desorden, aún con escasa sistematicidad, del altísimo porcentaje de niñas —también de niños— de las que se abusa en Nicaragua sexualmente. Es éste otro dato que indica que estamos hipotecando el futuro y suicidándonos para el desarrollo, y también para la democracia. Porque con mucha frecuencia quien fue abusado abusa, y porque el daño que queda como marca a fuego, tanto para el corto como para el largo plazo, en quienes sufren abuso sexual en la infancia tiene consecuencias sociales enormes, aún no bien dimensionadas. Pavoroso también recordar nuevamente en esta ocasión que el máximo dirigente del FSLN, Daniel Ortega, tan respetado y temido por todos los políticos de este país, permanece impune tras cometer un delito similar en una niña dos años mayor que Rosa, que además era su hijastra. Lamentable comprobar cómo más de un millón de nicaragüenses votaron por él conociendo lo ocurrido, y cómo el sandinismo no logró ni frenar su candidatura ni sustituir su liderazgo tras saber de su delito. Estremecedor recordar que, para justificar esta complicidad, quien sigue siendo responsable de las campañas electorales del FSLN, Lenín Cerna, expresó en una entrevista de junio de 1999, con la mayor desvergüenza, que no le asustaban las violaciones sexuales de niñas por padres, padrastros y demás familiares porque “si vos recurrís al vulgo te las explica sacando su sabiduría milenaria”. 309 desde Nicaragua Se llama madre-niña Rosa: una niña embarazada, una niña-madre. Nicaragua ostenta el récord centroamericano y latinoamericano de adolescentes embarazadas y de niñas-madres. ¿Cuántos de esos embarazos son fruto de violaciones? Muchos. Nunca se sabrá, de eso no se habla. De eso se teme hablar. De eso duele hablar. En otros casos, muchas adolescentes buscan ”tenerle un hijo al primero que las mira”, porque es la única vía que encuentran a mano, a la mano de la cultura aprendida, para empezar a sentirse alguien que merece respeto, tras soportar años de una infancia irrespetada y llena de maltratos y duros trabajos. Ser madre: misión que debe llenar la vida de toda mujer, según la cultura patriarcal. Misión que asumen más rápidamente y con más devoción niñas y adolescentes de las zonas rurales y de los sectores más empobrecidos y sin educación. Tras conocerse el caso de Rosa, los periódicos de Costa Rica informaron del caso de otra niña nica violada y embarazada —en este caso, querían ella y sus padres tener al bebé. Enseguida se supo de otro caso más y de otro y de otro. Las autoridades del Patronato Nacional de la Infancia de Costa Rica brindaron cifras espeluznantes: en los últimos cinco años (1997-2002) esta institución había documentado 3 mil 131 casos de niñas menores de 14 años embarazadas, lo que significaría que cada dos días suceden tres casos. No todas nicas, también en Costa Rica existen estas plagas. La presidenta del Patronato afirmó que por la edad de las niñas, lo más responsable en todos los casos es suponer que el embarazo es producto de una violación. Se llama mujer Las explicaciones simplemente económicas: esto sólo sucede entre los pobres, y sucede por el hacinamiento; las explicaciones ”morales”: se trata de hombres aberrados, enfermos mentales, padres desnaturalizados, borrachos y drogadictos; las explicaciones religiosas: son hombres sin fe en Dios, desconocedores de Cristo, se han perdido los valores religiosos en la familia; las explicaciones que exculpan de este delito a los hombres para responsabilizar a las mujeres: la culpa la tienen las madres que no las cuidan, la culpa la tienen las mismas niñas que son muy ”despiertas” y provocan, nos alejan perversamente de la verdad. Y 310 María López Vigil la verdad es que tras todo abuso sexual hay por descubrir un abuso de poder, y siempre se trata de un abuso de poder genérico. Diez mil años de cultura patriarcal han enseñado a los hombres, a todos, pobres y ricos, feos y hermosos, jóvenes y viejos, de derecha y de izquierda, que tienen derecho al cuerpo de cualquier mujer que se les antoje. Es un colosal avance de la humanidad que millones de seres humanos, como hemos visto en estos días, repudien con tanta firmeza la guerra para resolver los conflictos. Es también un colosal avance de la humanidad que sean ya millones de hombres los que en el mundo desaprenden a diario la enseñanza cultural que les dijo que eran superiores a las mujeres y tenían derecho a demostrar su poder con el sexo. En Nicaragua, además de faltarnos aún mucho trecho por andar en esta dirección, criterios perversos sobre las razones del abuso sexual de los hombres contra las mujeres y las niñas permean no sólo las mentes de la clase política sino también las políticas de las instituciones del estado. Se llama opción Llegada Rosa a Nicaragua, decididos ya sus padres a interrumpir su embarazo, y en medio de la ardiente polémica que, con mayor o menor profesionalismo, cubrían todos los medios, saturados de ”consejos” sobre lo que se debía o no hacer, el procedimiento legal era bien claro. No había espacios para la duda. Sin embargo, el Ministerio de la Familia, con insistencia, y con la obvia intención de impedir el aborto terapéutico, demandó en varios momentos que se le entregara a la niña, reclamó la custodia de Rosa, ignorando que tenía padres que se responsabilizaban de ella. Extralimitándose inexplicablemente, el ministerio intentó violar un principio tan sagrado como el de la patria potestad. Por su parte, el Ministerio de Salud, con una negligencia y lentitud sólo explicables por el temor a quedar mal con la jerarquía católica, desidia que atentaba contra la salud de una niña que estaba ya bajo intensa presión física y síquica, designó casi a regañadientes la junta médica que analizaría el estado de salud de Rosa. Tras el examen que le hicieron una numerosa junta de médicos y en un tiempo anormalmente dilatado, el dictamen identificó claramente los problemas que ya estaba enfrentando el pequeño cuerpo de Rosa, y todos los daños severos que enfrentaría a medida que el feto fuera desa311 desde Nicaragua rrollándose en su inmadura matriz, para concluir que en su caso era igualmente riesgoso continuar con el embarazo como practicarle un aborto. Realmente, nadie podía asegurar que era posible salvar la vida de los dos niños: la niña-madre y el niño que se formaba en su vientre. Nadie podía asegurar tampoco cómo terminaría un embarazo tan insólito. Al no pronunciarse por ninguna de las dos opciones, el ambiguo dictamen médico dejó la decisión en manos de los padres. Y los padres decidieron lo que ya habían expresado con decisión: querían interrumpir el embarazo. Tocaba hacerlo en un hospital público, pues era una opción totalmente legal de ciudadanos con plenos derechos para decidir. Sin embargo, tras el dictamen médico, la polémica pública en los medios se avivó y las presiones ideológicas en lo privado llegaron a su punto más álgido. Fueron manifiestas las contradicciones entre la ministra de Salud, que declaró que en ningún hospital se le practicaría el aborto, por ser un delito que el ministerio ”no estaba dispuesto a cometer” y la viceministra, que afirmó que las puertas de cualquier hospital estaban abiertas para atender a la niña fuera cual fuera la decisión de sus padres. Fueron tres días tensos y difíciles los que precedieron a la realización de la decisión adulta, informada y amorosa de los padres y de Rosa. Se llama reto Para las instituciones del estado, esta niña fue un desafío. Reto es uno de los nombres de Rosa. Rosa nos reveló a nuestras instituciones y nos colocó ante un inédito conflicto entre las organizaciones de la sociedad civil y las instituciones estatales. En el estado, la Procuraduría de Derechos Humanos, y en la sociedad civil la Red de Mujeres contra la Violencia, estuvieron a la altura. La Red, que desde hace diez años trabaja activamente educando a la sociedad para que entienda los males que se expresan y se derivan de la violencia contra las mujeres y las niñas, y especialmente, acompañando a las víctimas de esa violencia, desempeñó un papel protagónico y constructivo. Era imposible no cometer algún error en las declaraciones apasionadas que las mujeres de la Red se veían obligadas a hacer ante los medios que seguían tan tensa controversia. Pero siempre prevaleció la información y el afán de formar en valores, espe312 María López Vigil cialmente en el de la compasión, el de la flexibilidad y en el del respeto a las personas y a la complejidad de la situación. Sin duda, la Red se acreditó ante las instituciones estatales y ante la opinión pública, aún tan machista y polarizada, como una instancia capaz, eficiente y con destacadas profesionales. Se llama victoria Acreditarse no significa ovaciones, mucho menos lograr unanimidad. El mayor logro de la Red fue la misma Rosa, su vida más segura y con más futuro ahora que nunca antes. Rosa también se llama conquista, logro, victoria. A la par que aglutinaban a muchas mujeres en torno a esta niña, organizaciones de mujeres hermanas de todo el mundo respaldaron a la Red desde fuera de Nicaragua, ofrecieron servicios, airearon el caso, expresaron solidaridad. Beneficios inéditos de la globalización, de la mundialización de la información, que nos puede hacer más humanos y más cercanos. Más que nunca, las mujeres de la Red, como todas las mujeres organizadas de Nicaragua, que asumieron de mil maneras la defensa de esta niña, aprendieron y enseñaron en pocos días muchas cosas. Y cumplieron cabalmente lo que se espera de las organizaciones de la sociedad civil, que deben coordinarse con las instituciones del estado para cubrir los vacíos que el estado tiene, respondiendo cuando el estado no responde, reclamando cuando el estado no cumple, y siendo parte activa de las soluciones que demandan sociedades cada vez más plurales y complejas. Se llama ley En el estado, el presidente Bolaños actuó con gran sensatez al afirmar sobriamente que la decisión era de los padres, con base en el examen médico que se les presentara. Entre las instituciones involucradas, una institución nueva, la Procuraduría de Derechos Humanos —el Procurador, el Procurador Especial para la Niñez y la Procuradora Especial para la Mujer— representaron dignamente al estado actuando con responsabilidad institucional y apego a las leyes, sin dejarse intimidar por los prejuicios religiosos abiertos o sutilmente presentes en las declaracio313 desde Nicaragua nes de muchos colegas, altos funcionarios. Dieron a conocer las leyes y los procedimientos establecidos para aplicarlas, abogaron en todo momento por la vida de la niña en nombre de su interés superior, y disintieron libremente de las instituciones estatales que se resistían a cumplir la ley y a respetar la voluntad de los padres. Conflicto institucional aleccionador, que nos indica que avanzamos. Lentamente, pero avanzamos. Al final, y después de amagar con una investigación y una acusación en los tribunales contra los médicos que interrumpieron el embarazo de Rosa, y después de brindar escucha a las amenazas vertidas por el Ministerio de Gobernación contra las ONG involucradas en el aborto terapéutico, y por el Ministerio de la Familia —que amenazó con una demanda judicial— la Fiscalía General de la República recibió una única denuncia, de la esposa de Harvey Mayorga, gran socio en la corrupción de Byron Jerez y hoy reo. Esta mujer presentó un confuso escrito en el que afirmaba querer evitar “que más adelante el aborto se convierta en una carnicería y en un futuro equis mujer de cualquier edad pueda tomar la decisión de abortar”. La Fiscalía actuó responsablemente desestimando la denuncia y dando por cerrado el caso: no hubo delito y todo se hizo correcta y legalmente. Se llama derecho El Código de la Niñez y de la Adolescencia, denostado por varios sectores de la sociedad en estos últimos años, al reducirlo a aspectos relacionados con los castigos a los delincuentes juveniles, logró espacio en la conciencia social desde nuevos ángulos. Y por primera vez, y en un caso tan límite, se pudo ver puesto en práctica y en concreto uno de los derechos menos respetados a los niños y niñas de Nicaragua: el derecho a opinar y el deber de respetar su opinión. Porque a sus nueve años, Rosa también opinó: dijo que no quería morir y aceptó cuando le explicaron lo que los médicos podían hacer para que siguiera viviendo con mayor normalidad su vida. Ella decidió con sus padres, “con un tono de madurez que los emocionó”, relató una sicóloga de la Red. “Cuando supo lo que le pasaba, ella nos decía: yo no me quiero morir. Y se ponía a llorar. Lo que la niña ha dicho es que no se quiere morir. Y nosotros no queremos perderla. Sólo nosotros y ella sabemos los días tristes que hemos pasado y nadie puede criticar lo que hemos hecho por ella”, explicaba su madre. 314 María López Vigil Se llama prueba Para los medios de comunicación Rosa fue prueba. Un test. Sin que faltara —¿cómo podía no ser así?— ese morbo que rodea todo lo referido a lo sexual, y ese bochinche atropellante que caracteriza a algunos periodistas, los medios de comunicación buscaron ponerse a la altura de un caso inédito con tantos flancos delicados. Uno de los grandes logros fue mantener en confidencialidad la identidad de la niña. No le vimos el rostro ni le escuchamos la voz. En menor medida mantuvieron los medios con discreción la identidad de los padres. Y se procuró no acosarlos con el micrófono a pie de boca y la pregunta insistente hasta el abuso, tal como hoy estila un poco profesional periodismo televisivo. “No queremos cámaras de televisión” —decía el padre—, “porque son bárbaras”. Y reclamaba la madre: “Queremos caminar libres porque no somos delincuentes para que nos anden persiguiendo con cámaras como hacen con los delincuentes”. No querían esa publicidad de los medios por la que hoy tantos venden hasta su alma. Dar pluralidad al debate fue también un gran logro de los medios. Encauzarlo pedagógicamente: eso lograron algunos. Grave error fue la caracterización de las mujeres de la Red como abortistas, palabra fuerte desde su misma fonética y totalmente cargada de ideología, inadecuada para calificar los necesarios y justos esfuerzos que, contracorriente, estas mujeres feministas estaban haciendo por la niña. El feminismo es una expresión del humanismo, por cierto una de las más radicales y prometedoras. Simplificar la problemática polarizándola —todo en Nicaragua está siempre polarizado— como un duelo entre antiabortistas y abortistas, identificando a las feministas con promotoras del aborto, fue una tentación y un facilismo en que los medios cayeron varias veces, dejando a un lado todo lo que estaba en juego. Se llama debate Naturalmente, las informaciones no podían obviar que lo más concreto e inmediato de todo lo que estaba en juego, con presión incluso de horas, era un aborto, tema tabú en Nicaragua, tal vez más que en otros países latinoamericanos con más modernidades asimiladas. Con sensatez, una ginecóloga de la Red enfatizó que se estaba distorsionando la 315 desde Nicaragua realidad, como si el de Rosa fuera el único y primer caso de aborto terapéutico solicitado y realizado en Nicaragua. Recordó que en las actas del Hospital Bertha Calderón cualquiera podía verificar, por ejemplo, los más de 500 dictámenes autorizando abortos terapéuticos, tras breves exámenes médicos de apenas 30 minutos, realizados durante los casi siete años del gobierno de doña Violeta de Chamorro. El tema del aborto es particularmente controversial porque pone en conflicto la vida y la libertad. Porque en las posiciones que se adoptan entran a jugar las diversas concepciones —científicas, religiosas, a veces todo mezclado— sobre el momento exacto en que comienza a ser humana la vida y sobre qué es lo que nos hace no tanto vivos, sino humanos. Porque tan vivo y potencialmente humano es un espermatozoide y un óvulo no fecundados como un óvulo fecundado y un embrión. Es controversial y polémico el tema porque las ideas sobre el desarrollo de lo humano en el vientre de la madre —las conexiones neuronales del cerebro que permiten el pensamiento, que es lo que nos hace humanos— han ido evolucionando a lo largo del tiempo. Porque no siempre quienes se oponen a ultranza a todo aborto defienden a ultranza toda vida, tampoco toda vida humana. Hay quienes son antiabortistas pro-vida y sin excepciones, pero justifican guerras donde se mata a millones o aprueban la pena de muerte o no hacen nada por evitar las injusticias sociales que provocan el hambre que mata diariamente a más de 40 mil niños ya nacidos. Al ubicar con gran sabiduría en un breve artículo las resbaladizas pendientes del debate actual sobre el aborto, en un artículo que escribió en 1990, en colaboración con su esposa, el genial astrofísico estadounidense ya fallecido, Carl Sagan, iniciaba recordando este pensamiento de John Dewey: La humanidad gusta de pensar en términos de extremos opuestos. Está acostumbrada a formular sus creencias bajo la forma de ”o esto o lo otro”, entre lo que no reconoce posibilidades intermedias. Cuando se la fuerza a reconocer que no cabe optar por ninguno de los extremos, todavía sigue inclinada a mantener que son válidos en teoría, aunque tiene que admitir, si reflexiona, que en las cuestiones prácticas las circunstancias nos obligan a llegar a un compromiso. De eso se trataba con Rosa. 316 María López Vigil Se llama libertad No todos entendieron el ”compromiso” al que llegaron Rosa y sus padres. Las posiciones expresadas por el cardenal Obando, por el obispo auxiliar de Managua, Jorge Solórzano, por el director de estudios del seminario de Managua, y por algunos laicos católicos abundaron en rigidez extremista y carecieron de compasión. Frente a ellos, otros generadores de opinión, entre ellos sacerdotes y mujeres cristianas, recordaron, con el evangelio en la mano, la inmensa compasión que tuvo Jesús de Nazaret con paisanos y paisanas de su tiempo enfrentadas a dilemas éticos concretos, a quienes nunca amenazó, asustó ni condenó, a pesar de las rígidas leyes religiosas que imperaban en esa época. Las autoridades católicas insistían en que el conflicto era “entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte”, ubicando a los padres de la niña y a las mujeres de la Red en la cultura de la muerte, y quejándose de que se les había impedido a “nuestras instituciones” acercarse a los padres para advertirles del pecado y el crimen que iban a cometer. Con gran libertad el padre de Rosa respondió: “No estamos dispuestos a someternos a lo que otros digan”. Y la madre: “No podemos esperar que sobre nuestra hija opine hasta el último”. Y el padre: “Todo lo pensamos entre los tres, sólo nosotros tenemos todo el derecho a decidir lo bueno y lo importante”. Con sentido común, mucha gente común de la que entrevistaban de forma permanente diarios, radios y televisoras, disentían con toda libertad del severo mandato antiaborto y sin excepciones que proclamaba el cardenal Obando. Se llama laica Laica. Rosa también tiene este nombre. Su drama personal y el camino que sus padres y ella misma eligieron para resolverlo puso en el centro del tapete el tema de la laicidad del estado. Aunque la Constitución establece que Nicaragua es un estado laico, las políticas públicas, especialmente en todo lo referente a la salud reproductiva de las mujeres, no se rigen por principios laicos sino por las más extremistas orientaciones emanadas de un sector de la institución católica. Conviene recordar que en los años sesenta, cuando se abrió a la opinión pública mundial el debate sobre la despenalización del aborto, 317 desde Nicaragua el Vaticano autorizó públicamente el aborto en una ocasión: durante la guerra de independencia del Congo belga algunas religiosas fueron violadas y el papa Pablo VI permitió a las monjas que así lo decidieran, interrumpir su embarazo. Con arena de olvido se ha enterrado aquella decisión, un importante precedente de compasión y sensatez cuando el humanismo cristiano se ve en el dilema de optar entre extremos. Cuando el cardenal Obando anunció en la misa del domingo 23 de febrero que la niña y sus padres y los médicos y enfermeras que habían practicado la interrupción del embarazo habían sido excomulgados automáticamente, varias voces reclamaron la severidad de la excomunión para el violador de la niña. Otros recordaron que la iglesia no excomulga a los sacerdotes violadores de niños y niñas, sino que comprensivamente los traslada de una parroquia a otra. A la memoria de otros volvió ese aborto seguido de muerte de la madre que fue ”el crimen del padre Amaro”. Y otros más acuciosos se remitieron a las denuncias —y posteriores campañas de solidaridad promovidas por organizaciones de religiosas y de mujeres católicas— que en marzo de 2001 lanzó al mundo la prestigiosa revista católica estadounidense National Catholic Reporter documentando casos en al menos 23 países de África, Europa y América en donde sacerdotes habían violado a monjas y en muchos casos las habían embarazado y las habían obligado a abortar para resguardar su prestigio clerical. Su poder. Se llama sanación Crispado y tenso el debate, resultó, a pesar de todo, sanador. Necesario. Porque hubo voces con argumentos a un lado y al otro, y de ese contraste siempre se aprende. Porque las voces que defendían a Rosa y consideraban que interrumpir su embarazo era lo más humano y lo más cristiano para la conciencia responsable y liberada de sus padres y de la misma niña, además de ser más numerosas, manejaron mejores argumentos. El debate mostró muchos avances en la conciencia de una sociedad, aún atrapada en el machismo y en el miedo a un Dios que castiga, y aún lejana de la equidad entre hombres y mujeres y de la certeza de que Dios es alegría y placer y nos quiere no temerosos sino libres. Sanación, muy especialmente, porque Rosa ”ganó” vida con su opción. Y con ella ganó Nicaragua. 318 María López Vigil Stat Rosa pristina nomine Rosa seguirá viviendo su vida, en algún lugar de Nicaragua o fuera de Nicaragua, pues ha recibido varias ofertas para reconstruirse en más paz y con mayores recursos. Tal vez nunca sabremos más de esta niña, pobre, desnutrida, libre y laica, que se convirtió en un desafío para todos, que nos obligó a hablar de lo que no se habla, que puso a prueba a tantos, que nos recordó realidades y encrucijadas tan vitales para nuestro país. Tal vez nunca sepa ella lo que nos ha dejado y permanece intacto. Tras los fuegos purificadores de un debate necesario, nos quedará de ella sólo el nombre. El nombre de la Rosa. 319 desde la convivencia Román Revueltas Retes Gay de mierda Román Revueltas Retes E so es lo que soy. O, por lo menos, eso es lo que un lector dice que soy, luego de leer mi columna dominical. Claro, yo me lo busqué. Digo, se me ocurrió ni más ni menos que cuestionar la postura hacia los homosexuales que tiene la iglesia católica. La Congregación para la Doctrina de la Fe (vaya ignorancia la mía, no sabía que era el antiguo Santo Oficio, tribunal de la iglesia derivado de la Inquisición; me lo dijo, ayer mismo, monseñor Schulenburg, a quien me encontré en un café de barrio y que, luego de leer unos párrafos del mencionado artículo, me aclaró que también el cardenal Joseph Ratzinger es, al parecer, un hombre muy inteligente llamado expresamente por el Santo Padre para ser el máximo responsable de esa Congregación) acaba de publicar un documento, dirigido sobre todo a los políticos católicos, para detener el avance de las leyes que, en un creciente número de países, reconocen los mismos derechos a homosexuales y heterosexuales como, por ejemplo, la facultad de contraer matrimonio y de adoptar niños. Decía yo, entre otras cosas, que la iglesia es para todos, que su doctrina fundamental es el amor y que las minorías —justamente por la existencia de individuos, más dados a perseguir que a entender, como este lector que me envía, sin firmar, un correo electrónico con un inequívoco mensaje: “enseñaste el cobre gay de mierda”— serían, en todo caso, los hijos predilectos de Jesucristo. Ahora bien, no le falta razón al autor de la misiva. Porque, aquellos de nosotros que intentamos, mal que bien, entender un tanto la condición humana, debemos no sólo ser gays sino también negros, esclavos, judíos, palestinos, mojados y mujeres (estas últimas son, paradójicamente, la más grande de las minorías; de hecho, son mayoritarias en * Tomado de Milenio Diario, lunes 4 de agosto de 2003. 323 desde la convivencia todo el mundo, hasta en esos países donde los machos las cubren de pies a cabeza para no sucumbir a los humillantes tormentos del deseo). Debiera yo, desde luego, apresurarme a certificar debidamente mi condición de heterosexual declarado, pero ello sería una traición a esa naturaleza de humano solidario que tanto ostento, aparte de un acuse de recibo del mezquino acobardamiento que me haya podido producir la obtusa hostilidad de un intolerante. En lo personal, no me preocupa demasiado la calificación recibida. Me angustia, eso sí, la zafiedad del personaje en lo que a la visión de sus semejantes se refiere. Lo que pasa es que el tipo, como todos los homofóbicos, debe traer dentro algunas inclinaciones que a él mismo le horrorizan. Siempre me ha parecido muy sospechosa la rabia de esa gente. Pero, en fin, hoy me toco ser gay, no psicoanalista. 324 María Teresa Priego No es por vicio ni por fornicio* María Teresa Priego R efiriéndose a la propuesta de ley de las Sociedades de Convivencia, el obispo Onésimo Cepeda declaró que la convivencia entre parejas gay no podía ser más que un “arrejuntamiento”. ¿Tendría el término una connotación peyorativa? “Arrejuntamiento” —en el discurso del señor Cepeda— es lo contrario a la santidad del matrimonio cristiano centrado en la reproducción. Pero “arrejuntamiento”, a fin de cuentas, es una palabra muy exacta para describir la necesidad de amor y cercanía entre dos seres humanos cualquiera que sea su sexo. La involuntaria poesía del señor obispo. “Arrejuntarse” es conocerse, acercarse con palabras. Disminuir las distancias. Tocarse, escucharse. “Arrejuntarse” es crear compromisos y pactos de pareja, es declararse mutuamente solidarios, juntos y partícipes de una intimidad cercana y común. “Arrejuntarse” es venirse juntos. Encontrar otro/a para vivir la sensación de “arrejuntamiento” es una necesidad intensa de la mayoría de los seres humanos. El “arrejuntamiento” es la búsqueda de amor. Se puede dar entre una pareja del mismo o de distinto sexo, para vivir juntos o para que no, con religión o sin religión, con deseo de tener hijos o de no tenerlos. Las variables son muchas, en el fondo del “arrejuntamiento” comprometido está el amor, con su —tan vilipendiado por la jerarquía católica— erotismo a cuestas. El discurso de la jerarquía católica contra la legalización de las sociedades de convivencia es la batalla descarnada por imponer a toda costa las particularísimas “variables” de una concepción del mundo, disparada hacia el Absoluto, olvidada del principio básico de la libertad de conciencia, y sustentada en el monopolio de “Moral” y “Naturaleza” * Se publicó en el periódico El Independiente, el 6 de agosto de 2003. 325 desde la convivencia versus un arbitrario “contra natura”. Podríamos decir que el documento “Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales” es una joya homófoba, y eso bastaría para cuestionarlo desde la convicción del más elemental derecho a la diversidad, pero es bastante más. Más les valdría a los homosexuales ser castos “porque los actos homosexuales arrancan el acto sexual al don de la vida”. Pero, cada vez que una pareja heterosexual hace el amor con anticonceptivos “arranca” también “el acto sexual al don de la vida”. El documento explica que la pareja humana sólo es concebible y legítima entre un hombre y una mujer; cualquier heterosexual dispuesto a lanzar un suspiro de alivio desde su accidental pertenencia al universo de lo que sí es “natural” tendría que leer el texto de nuevo. La sensualidad heterosexual tampoco es “natural”, sino a condición de ser reproductiva. Ninguna búsqueda erótica es “natural”, más allá del arrejuntamiento procreativo. En esta vida larga-larga, me tocaba hacer el amor tres veces, ¿diez? ¿veinte? Esas y nada más que esas donde en el fondo de la sensualidad se agitaba el deseo de un hijo. No me salen las cuentas. Si la pareja homosexual es antinatural y horrorosa, que los heterosexuales no se ilusionen, la pareja heterosexual sólo deja de ser antinatural y horrorosa cuando se acepta de antemano acotada. La cruzada contra las parejas homosexuales es la lógica consecuencia de una cruzada mucho más vasta y de principio: la guerra “santa”contra la sensualidad. Nada de orgasmos arrojados al desperdicio. ¿En qué escenarios tristes puede terminar esta “moralidad” tan “natural”? Si nos atenemos a lo indispensable, a un hombre para reproducirse le bastan una erección y una eyaculación, proceso que puede darse en segundos. ¿De cuánto se pierde un hombre en el camino? Inolvidables aquellos camisones confeccionados para facilitar el encuentro entre genitales. Peor, ¿por qué existiría el placer femenino tan rotundamente innecesario en el proceso de reproducción? No es requisito para el embarazo que una mujer haya experimentado placer o haya tenido un orgasmo. El orgasmo femenino no es “reproductivo”. El orgasmo femenino, como el orgasmo de la pareja homosexual, como el orgasmo masculino protegido por la anticoncepción es en sí mismo. ¿Será “antinatura”? El coito reproductivo es “natural”, deduzco que los órganos implicados son igualmente “naturales”. La vagina, los senos tienen una razón de ser en relación con la maternidad. Pero, ¿y el clítoris? con sus 326 María Teresa Priego ocho mil terminaciones nerviosas, completamente inútil en la concepción. ¿Será “anti-natura” un clítoris? Una “moral” que castiga la sensualidad corre el riesgo de terminar reduciéndola a su mínima expresión. Triste y obsceno. La relación sexual “con camisón”, la genitalización de la relación sexual es la “no relación”. ¿No sería inmoral reducir el erotismo y el amor a una historia de protuberancias y orificios? No hay analogía posible “ni siquiera remota” —afirma el documento— entre las uniones homosexuales y la de un hombre y una mujer. Si lo que humaniza una relación es el amor y el compromiso entre dos personas, ¿cuál será la diferencia? 327 desde Argentina Raquel Robles Lo imposible sólo tarda un poco más* Raquel Robles A todas esas Madres que no llegaron a ver la cara de pánico con la que entraban a Tribunales los asesinos de sus hijos. C uando uno de estos genocidas va preso te das cuenta el peso que significa la posibilidad de encontrártelos en la calle, en un bar, en el cine, en el supermercado. Es sólo ese particular alivio el que te hace posible saber que la impunidad es ese collar de melones que te hace andar despacio. O haciendo demasiada fuerza para ir igual de rápido que los demás. Los escraches, entre otras cosas, sirven para compartir algo de ese peso. Todos tenemos que indignarnos si un genocida anda libre. Tal vez no todos sepan de ese miedo animal, de ese miedo niño a uno mismo ante la posibilidad permanente de verlos cara a cara. Otra vez esa cara. Hace ya unos cuantos años decíamos, a modo de arenga a veces, con la certeza de las grandes pasiones otras, que lo imposible sólo tarda un poco más. Y en ese imposible entraba, claro, que los milicos fueran presos. Tanto habían dolido las leyes de impunidad que a nuestro alrededor todo sabía a fracaso. También recuerdo que decíamos que éramos jóvenes y que teníamos tiempo. Ahora, después de tanto empujar este mueble tan pesado, este mueble sin rueditas, sin siquiera una frazada para hacerlo deslizar, de pronto este envión nos toma casi por sorpresa. Cuántas imágenes se agolpan detrás de la frente cuando se piensa en la posibilidad de que los genocidas estén presos. En la memoria de * Publicado en Las/12, suplemento de Página 12, el 5 de agosto de 2003. 331 desde Argentina nuestra historia breve (porque qué son ocho años en la vida de una organización) son miles los recuerdos que se pueden evocar. El primer escrache, todos mojados frente a la casa de Magnaco, médico torturador de la Esma. Repartiendo volantes ante el gesto asustado de unos vecinos que nos decían detrás del vidrio, agolpados en el palier, que no podía ser que ese propietario tan correcto hubiera entregado bebés a militares robándoselos a desaparecidas, o controlado el ritmo de las torturas para que los detenidos no se murieran antes de tiempo. La cara impertérrita de Astiz cuando le gritamos asesino. La noche del 23 de marzo de 1996 cuando sacamos pecho y enfilamos hacia Tribunales con nuestras antorchas encendidas y nos dimos vuelta y nos codeamos incrédulos porque atrás había tanta, tanta gente que era inútil ponerse a contar. Y también las veces que fuimos pocos, las veces que nos decepcionamos, las veces que el camino estuvo lleno de piedras y no hacíamos más que tropezar. La historia de los últimos treinta años nos ha acostumbrado tanto a la derrota, a la mecánica de volvernos a levantar, que miramos torcido cuando metemos un gol. ¿No será que nos corrieron el arco para que la pelota entrara justo? ¿No será que es una jugada maestra para que mientras nosotros festejamos con la tribuna, en nuestro arco, con otra pelota nos están dele embocar y embocar? No. Esto no es un regalo de nadie, esto es una victoria. Esto es que las Madres dejaron una fosa alrededor de la pirámide de Plaza de Mayo de tanto rondar. Esto es que los que estuvieron en los campos de concentración van cosiendo las heridas en cada denuncia, en cada pelea que vuelven a pelear. Esto es que las esposas y los esposos, y los hermanos y las cuñadas, y los tíos y las sobrinas, ocuparon la silla vacía con la lucha nuestra de cada día. Esto es que nosotros estamos juntos y vamos a los barrios a hacer escraches, buscamos a nuestros hermanos y hermanas (y a veces hasta los encontramos), levantamos las banderas de nuestros padres y sus compañeros, aprendemos de sus errores, los amamos hasta la locura. Esto es que hay tantos y tantas que no se conforman ni se conformaron nunca con la mediocridad de lo posible, con la crueldad de lo injusto. Esto es nuestro. Nuestros son los muertos. Y nuestra es esta victoria. El 12 de agosto se trata en el Congreso la nulidad de las leyes de impunidad. Vamos a quedarnos ahí hasta que salga, hasta que esos ¿representantes? levanten la manito de una vez por todas. Vamos a salir todos a tomar la calle, a tomar lo que nos pertenece. Después seguire332 Raquel Robles mos con la Corte Suprema, para que las declare inconstitucionales. Y después iremos a cada juicio para que vayan presos de verdad, en una cárcel común, cadena perpetua. Y después pelearemos para que sufran su castigo los cómplices, los ideólogos, los beneficiarios. Y después y mientras tanto seguiremos luchando para que las desigualdades que indignaron a nuestros padres y sus compañeros no existan y nuestro pueblo sea feliz. Ya desensillamos. En tanta oscuridad algunas luces pequeñas empiezan a encenderse. No sabemos si esto es la claridad, pero de lo que sí estamos seguros es que siempre, después de la noche, amanece. Compañeros, compañeras, a levantar la copa, a dejarse embriagar un poco por las burbujas. Hagamos algunas locuras, besemos las bocas prohibidas, bailemos hasta el amanecer. Nos lo merecemos. Mañana, con el pecho abierto y los brazos tatuados de tanto amor, miremos de frente a nuestros hijos, a los que tenemos, a los que vendrán, a los que todavía son el sueño que nuestros padres no sueñan, y volvamos a empezar. Volvamos a luchar por más imposibles. Porque, recordemos, lo imposible sólo tarda un poco más. 333 desde el diván Adam Phillips Sólo cólera* Adam Phillips I N o consideraríamos nada como tragedia si no tuviéramos previamente un sentido del orden profundamente arraigado que puede ponerse en entredicho. Tanto en la vida como en el arte, la tragedia —para no mencionar las tragedias menores de la vida cotidiana: los insultos, los accidentes, los obstáculos que dan lugar a nuestros melodramas o a la irritación diaria— expone, al violarlas, nuestras suposiciones, inconscientes en su mayor parte, sobre la manera como debería ser el mundo; y cuán a menudo damos por hecho que es como debería ser (un mundo, digamos, que no contiene ya nuestra muerte en él). El enojo al perder las llaves —más allá de lo que revela sobre nuestros significados personales o nuestras divisiones internas— nos muestra que también vivimos en un mundo en el que las llaves siempre están a la mano. En algún otro sitio existe un mundo de eficacia fluida e ininterrumpida; un mundo en el que todo funciona (los trenes siempre están a tiempo). Un mundo en el que nunca necesitamos sentir cólera o, mejor dicho, el insoportable conflicto que pretendemos abolir mediante la cólera, del cual queremos despojarnos (el psicoanalista Ernest Jones señaló alguna vez que no deseamos matar a la persona que más odiamos, sino a la persona que genera en nosotros el conflicto más intolerable). No hay cólera, por así decir, que no sea venganza; no hay furia sin la traición a un ideal, por muy inconsciente o exorbitante que éste sea. Mi irritación no solamente exhibe mi falta de control —que tanto ansia- * Fragmento de The Beast in the Nursery, Faber & Faber, Londres, 1998. 337 desde el diván ba transgredir— sino, de manera mucho más vergonzosa, mi utopismo furtivo: ese horripilante, apasionado ideal que tengo de mí y para mí mismo. En otras palabras, me siento humillado en el momento en el que no puedo ya tolerar —es decir, racionalizar— la disparidad entre quien parezco ser y quien deseo ser; cuando, en términos psicoanalíticos, la brecha entre mi yo y mi yo ideal se vuelve irrecuperable. La única persona sobre cuya pérdida nunca puedo hacer duelo es mi ser ideal. Cualquier cosa, incluso la vergonzosa excitación de la humillación, es mejor que eso. Si la cólera es evidencia de nuestro idealismo, de la idealización que hacemos de nosotros mismos —de cuán inconsciente y frenético es nuestro sentido de la justicia— también revela, en sí misma, que nuestro potencial para la humillación es la raíz de la moralidad. Es realmente curioso cuánto nos impresiona ser denigrados, cuán vulnerables somos siempre al desdén y al ridículo (como si estuviéramos, de algún modo, siempre expuestos a nuestra propia ironía; como si, desde cierta perspectiva, todas nuestras reivindicaciones fuesen alardes). Nada confirma de manera más clara la imposibilidad de la amoralidad, nuestra inserción en un mundo moral, que nuestra capacidad para ser humillados. El hecho de que podamos sentirnos humillados revela cuán importante es para nosotros aquello que nos importa. Nuestra cólera es, de suyo, un compromiso con algo, con algo preferido. Porque, en efecto, ¿cómo sabría lo que es una buena vida quien fuese inmune a la humillación o ignorante de ella? Nuestras traiciones, nuestros travestismos, que se evidencian en la rabia —como cuando perdemos las llaves— son formas de revelación vergonzante, inoportuna. Es como si nuestra moralidad, tal como la exhibe nuestra cólera, fuera un tipo de locura privada, una religión personal y secreta conformada por preciosos valores que sólo descubrimos, si acaso, cuando son violados. Las virtudes que podemos formular conscientemente y a las cuales tratamos de atenernos son, podría decirse, nuestra moralidad oficial. Nuestra moralidad no oficial, más idiosincrásica, sólo nos es accesible, por así decir, a través de la humillación. Una vez que descubres quién o qué te humilla, puedes saber qué de ti mismo valoras al máximo, qué adoras. Dime lo que te encoleriza —lo que de verdad te hace sentir deshonrado—, y te diré lo que crees, lo que quieres creer acerca de ti mismo. Es decir, qué es lo que imaginas que necesitas proteger para mantener tu amor por la vida. 338 Adam Phillips Si digo: mira el viento entre los árboles, todo lo que puedes ver son los árboles en movimiento. Si queremos mirar nuestra moralidad privada —con frecuencia demasiado pública—, lo único que podemos ver, escuchar, sentir, es nuestra cólera. Es de nuestros descontentos y disgustos de donde podemos inferir nuestros ideales. Freud trató de convencernos del grado hasta el cual, dado que somos guiados por el instinto —es decir, su idea de lo que implica el instinto—, también somos guiados por ideales. En la Europa moderna no fue tan difícil reconocer que la sexualidad era una poderosa fuerza en la vida de la gente (Freud no descubrió la sexualidad, sino cómo se resiste la sexualidad a la articulación); resultaba quizá más sorprendente la concepción de nuestra moralidad como una de las formas que puede asumir nuestra sexualidad. No podemos, por ejemplo, imaginar la justicia ni la perversión sexual sin la idea del castigo. En otras palabras, desde un punto de vista psicoanalítico, nuestros ideales son como objetos del deseo; son, de hecho, objetos del deseo que han sido sublimados, planteados de nuevo de manera más aceptable (tal vez suene mejor querer ser una mala persona que querer casarse con la propia madre). Es fácil ver cómo y por qué nuestros ideales respecto de nosotros mismos —ser bueno, malo, tener éxito, ser justo— pueden imponérsenos con más fuerza que otras personas. Es más difícil y más satisfactorio amar a las personas que a los ideales. Y nuestros ideales crean la ilusión de que podemos detener el tiempo, de que hay algo permanente incluso cuando no podemos satisfacerlos. II Así pues, la cólera es sólo para las personas comprometidas; para quienes tienen proyectos que importan (no para los indiferentes, los desinteresados, los deprimidos). Es decir, es para aquellos a quienes algo les ha salido mal pero que “saben”, en su cólera, que podría haber sido de otra manera. Sea desde el interior, a través del trabajo silencioso de un instinto de muerte putativo o desde el exterior, a través del siempre frustrante otro que nunca nos da suficiente de una u otra cosa, hay una ruptura. En su mínima expresión, nuestra imagen es la de algo interrumpido, la de una epifanía de obstáculos. Es la imagen de una criatura inevitablemente desviada de su propósito (de satisfacción, de justicia, de maestría, de “más vida”, de morir a su manera). Nuestra cólera ha339 desde el diván bla de intromisión y sabotaje y traición; pero también, paradójicamente, de insistencia, de rechazo, de esperanza. Resulta, en otras palabras, inextricable de la venganza. En efecto, ¿podemos imaginar una cólera que no sea vengativa, aun cuando a menudo necesite ocultar —desplazar— su objeto? Nuestras cóleras son teorías desarticuladas sobre la justicia; se articulan, se actúan, en venganza. Podría decirse que la venganza es el género de la cólera (“¿Qué —preguntan siempre los pacientes desde el diván— puedo hacer con mi cólera? ¿Qué se supone que debo hacer con ella?” “¿Cuál —preguntaríamos— sería la posible respuesta?”). Si la cólera nos deja indefensos, la venganza nos da algo que hacer. Organiza nuestro desarreglo. Es una manera de hacer que el mundo o la propia vida cobren sentido. La venganza convierte la ruptura en relato. Y nos muestra hasta qué punto el significado es cómplice de la posibilidad de reparar, de la creencia en que las pérdidas pueden transformarse en algo bueno (la venganza como un dolor salvajemente optimista). Puesto que la tragedia siempre amenaza con frustrar la posibilidad de actuar —y esto se cumple tanto en el caso de las tragedias menores como en el de las reales—, la venganza mantiene viva la esperanza. La tragedia real pone en cuestión nuestra capacidad —nuestro deseo— de construir sentido; la venganza se adelanta al cuestionamiento. El vengador es la determinación encarnada. A menos que sea Hamlet, sabe que algo puede hacerse, y qué hacer. La idea de la venganza hace preguntarse a Hamlet, en efecto, si su vida vale la pena; y eso es lo que lo hace tan extraordinario. Pero el vengador promedio, una vez lastimado, sabe para qué es su vida: sabe lo que le interesa. Para él, una herida es como un regalo de significado puro, una vocación. Para el vengador, la única pregunta es cómo. Optimista terrible, cree en la justicia, tanto en su posibilidad como en su valor. Como (ahora) sabe lo que quiere, sabe qué significa su vida. Y sin embargo, es precisamente la naturaleza redentora de la venganza —su implícita convicción de que hace bien o procura la justicia— lo que podría llevarnos a preguntar sobre la humillación misma, sobre nuestra acusada propensión a la cólera. La cólera que manifiesta de inmediato nuestra vulnerabilidad extrema y afirma nuestra negativa a someternos. Traducción: Gloria Elena Bernal 340 lecturas Gabriela Cano Entendernos principios de 1954, Salvador Novo dedicó su columna de prensa, “La semana pasada” a comentar su pequeña biblioteca gay, integrada por apenas una docena de libros. Sigmund Freud y Marcel Proust, autores que “contribuyeron a desvanecer el tabú literario sobre el amor que no osa decir su nombre” figuraban en la breve colección del escritor, al igual que La muerte en Venecia de Thomas Mann, El pozo de la soledad de Radclyffe Hall, novelas con desenlaces trágicos que, junto con las obras de Oscar Wilde, se transformaron en referencias centrales de la cultura literaria homosexual. Novo dedica varios renglones a los trabajos de Alfred Kinsey, profesor universitario que unos años antes sorprendió a la opinión pública de los Estados Unidos al demostrar que la homosexualidad y el lesbianismo eran prácticas mucho más extendidas en la sociedad norteamericana de lo que cualquier persona podría imaginar, en una época en que los valores de la familia y la heterosexualidad parecían ser el único y mejor de los mundos posibles. A Salvador Novo no aborda en forma explícita la temática gay de los libros comentados, como no lo hace ningún otro autor en la prensa en los años cincuenta. Ante la dura condena moral a la homosexualidad, el cronista elude toda mención explícita al tema y recurre a códigos y claves de la cultura literaria homosexual que eran compartidos sólo por una minoría del público lector de “La semana pasada”. Los códigos homosexuales eran —y siguen siendo— para “entendidos”, aquellas personas que se entienden entre sí al compartir una serie de referencias comunes Para entendernos. Diccionario de cultura homosexual, gay y lésbica de Alberto Mira, profesor de filología de origen valenciano y residente en Londres, sistematiza un vasto corpus de textos literarios y de expresiones de la cultura de masas —cine, música popular y televisión— que construyen, recrean, representan, el deseo homosexual y lésbico. A partir de las teorizaciones contemporáneas sobre la fluidez del deseo y de las identidades sexuales (el llamado pensamiento queer, abordado en debate feminista número 16, octubre de 1997), Alberto Mira sostiene que la cultura homosexual no es un asunto que interese sólo a unos cuantos individuos, sino “una estructura cultural que se encuentra 343 lecturas en difícil equilibrio con las nociones de género e identidad, imbricada en toda conceptualización del sexo en nuestra sociedad”. El diccionario pone al alcance de cualquier persona interesada en el tema las claves necesarias para interpretar y disfrutar obras en las que, de manera explícita o implícita, se articulen los códigos culturales que en un determinado momento rigen la cultura homosexual. Las más de mil entradas que componen la obra no son simples fichas de datos más o menos interesantes o curiosos, sino ensayos breves en los que el autor hace una lectura informada y ofrece interpretaciones originales de un conjunto de obras desde una perspectiva queer. La teoría queer plantea una postura teórica crítica de la noción gay, relativa a la existencia de identidades sexuales inmutables, y reivindica un pensamiento que deja atrás la comodidad de interpretaciones establecidas y de consignas políticas anquilosadas, que a fuerza de repetirse una y otra vez sin mayor reflexión han perdido su filo crítico y casi nunca suscitan cuestionamientos. Lo queer se refiere a lo que no cabe en los cajones disponibles, lo que no se puede etiquetar de un plumazo, y se sale de las categorías establecidas homosexualidad y heterosexualidad. (Véase la “Presentación” de Hortensia Moreno en debate feminista núm. 16.) Uno y otro término tienen origen en el discurso médico y son inadecuados para referirse a realidades subjetivas y representaciones corporales más complejas y cambiantes de lo que generalmente se admite. La insuficiencia analítica del concepto “homosexualidad” se aprecia cuando consideramos los términos de deseo homoerótico, patologización, travestismo, armario o clóset, dandismo, amazonismo o transexualidad, entre muchos otros incluidos en el diccionario. Son de utilidad asimismo las entradas dedicadas a la trayectoria intelectual y las contribuciones a la teoría de las identidades sexuales de Michel Foucault, Judith Butler y Eve Kosofsky Sedgwick, entre otros autores. La perspectiva queer se configura a partir de las sugerentes relecturas de la obra de Foucault que hicieron Judith Butler (El género en disputa) y Kosofsky Sedgwick (La epistemología del armario), cuyas influyentes obras están disponibles en lengua castellana desde hace algunos años. La selección de Alberto Mira contempla, desde luego, a autores emblemáticos como Wilde, Mann, Proust, Hall o Kinsey —que ya Novo incluía en su biblioteca gay— y también a figuras como Shakespeare, Baudelaire o Andy Warhol 344 Gabriela Cano que no siempre se consideran parte del canon de la cultura homosexual. La entrada dedicada a la Biblia menciona, por supuesto, la prohibición de la homosexualidad y la condena a los habitantes de Sodoma y Gomorra en el Génesis, pero también refiere episodios que contradicen la condena bíblica a las personas gay, como el del intenso amor homoerótico entre David y Jonathan, o el de la fidelidad de Ruth a Noemí. Aunque Mira ofrece algunos datos biográficos, y se detiene en el reconocimiento público de la identidad homosexual de figuras mediáticas como Martina Navratilova, la tenista norteamericana de origen checo, por mencionar algún ejemplo que deleitará a muchas lectoras, es necesario subrayar que la intención del diccionario no es hacer un outing sensacionalista, es decir, revelar los secretos de personalidades de la cultura, el arte o el deporte sino informar sobre obras, creadores y públicos gay. Son particularmente interesantes y divertidas las apropiaciones de espectáculos o personajes convencionales a los que el público gay les atribuye una interpretación alternativa, que generalmente subvierte la intención aparente de sus creadores. Por ejemplo, El mago de Oz, el musical de Broadway, espectáculo para familias, fue objeto de apropiación de parte de un público homosexual masculino que encontró en este género, muchas veces menospreciado por la crítica culta, “una forma de escapismo que en la etapa previa a los tiempos del orgullo gay, ofrecía instrumentos de lucha emocional que actuaban de manera semejante al lenguaje camp”. El diccionario también registra la creciente aceptación de los temas y figuras explícitamente gays en los espectáculos de masas, como Queer as folk, la exitosa serie televisiva británica, dirigida a un público gay más bien desenfadado y que ofrece una perspectiva normalizadora de la homosexualidad. La versión norteamericana de la serie ya se transmite en la televisión mexicana, y se exhibe sólo en horario de media noche por presiones de grupos conservadores. A la larga, las empresas televisoras no ignorarán el éxito comercial de ésta y otras series con enfoque semejante, que acabarán por tener un espacio amplio en las pantallas domésticas. Un valor adicional del diccionario es el cuidadoso tratamiento que presta a las expresiones culturales de España y América Latina. Tal vez algunas de las entradas relativas al activismo gay de la península ibérica tengan un interés más bien local, lo que no ocurre con perfiles como el dedicado a Miguel de Molina —el cantante malague- 345 lecturas ño exiliado en Argentina, que estuvo de paso en México y es célebre por sus interpretaciones de “Ojos verdes” y de la desgarrada canción “La bien pagá”, a la que dota de una intensidad emocional alejada del estereotipo viril— o el que se ocupa de Cristina Peri Rossi —escritora de origen uruguayo exiliada en España, cuya mirada divertida sobre el lesbianismo rompe con su acostumbrada patologización— o la ficha sobre Gregorio Marañón, médico y ensayista quien consideraba la homosexualidad como un complejo objeto de estudio científico y no como un delito que debiera penarse por la ley, y que en los años treinta dio a conocer en el mundo hispano el pensamiento de Magnus Hirschfield, activista defensor de los derechos de las minorías sexuales. Para México, el diccionario considera a las ineludibles Sor Juana Inés de la Cruz y Frida Kahlo y la nómina contemporánea es amplia: las obras de Nancy Cárdenas, Carlos Monsiváis, Jaime Humberto Hermosillo, Xavier Villaurrutia, Juan Gabriel, Luis Zapata, José Joaquín Blanco y, por supuesto, Salvador Novo son objeto de cuidadosos perfiles. Atento a las complejidades de temas y personajes, Mira escapa de los esquemas santificadores y, por ejemplo, no pasa por alto “el reaccionarismo político galopan- te de la última etapa” del autor de La estatua de sal. La omisión sobresaliente de Carlos Pellicer podrá ser corregida en ediciones futuras, que también podrían enriquecerse con referencias a las novelas de Cristina Rivera-Garza, y a los espectáculos de Astrid Hadad, Jesusa Rodríguez, Liliana Felipe y Tito Vasconcelos, entre otras añadiduras. Los diccionarios son espejos del canon cultural hegemónico, ese conjunto de obras consagradas cuyos valores culturales y artísticos se reproducen y se recrean a sí mismos. El diccionario de Alberto Mira —que recientemente entró en circulación en México— contribuye a consolidar un canon contrahegemónico —esbozado en la pequeña biblioteca gay de Salvador Novo— cuyas claves empiezan a dejar de ser un código secreto para un círculo de iniciados y, más allá del gueto, pueden ser apreciadas por cualquier persona deseosa de entender y disfrutar una muy rica dimensión del arte y la cultura que con frecuencia permanece invisible. Gabriela Cano Alberto Mira: Para entendernos. Diccionario de cultura homosexual, gay y lésbica, 2ª ed. revisada y ampliada, Ediciones La Tempestad, Barcelona, 2002. 346 Teresa Valdés Las mujeres y la tierra resentar este libro es un honor y una alegría para mí. Magdalena León y Carmen Diana Deere son dos grandes cientistas sociales latinoamericanas, feministas comprometidas con la igualdad de la mujer que han hecho contribuciones muy significativas en el pasado y vuelven a hacerlo con esta publicación. Mucho más que un libro, se trata de una obra de referencia obligada para quienes se interesan en un conjunto de temas relacionados. Se trata de una gran obra, que recoge una historia difícil y convoca a la acción, y que me lleva a un abanico de reflexiones, más allá de comentar sus contenidos y su forma. En primer lugar, es necesario destacar que este libro, en sí mismo, representa un quehacer colectivo que recoge otro proceso colectivo: el de las mujeres rurales latinoamericanas en sus diferentes condiciones de tenencia de la tierra y acceso a la propiedad. En efecto, el liderazgo comprometido de Magdalena y Carmen Diana puso en movimiento a un buen número de mujeres y algunos hombres de la región para reunir P 347 información, entregar datos inéditos, compartir saberes y lograr esta obra urgente, necesaria, tejida con tesón a lo largo de varios años. Ello significó la búsqueda de recursos para investigar, viajes por los diferentes países, peticiones de bibliografía e información específica, días de encierro escribiendo, cientos de comunicaciones electrónicas, la búsqueda de financiamiento para la publicación y la presentación y devolución de resultados en los países incluidos en el proyecto. Los resultados de todo el proceso son admirables. El proyecto incluyó doce países: México, Bolivia, Costa Rica, Guatemala, Ecuador, Colombia, Brasil, Perú, Chile, El Salvador, Honduras y Nicaragua. En segundo lugar, sobresale esta obra por la rigurosidad y celo académico con que ha sido elaborada, por el volumen de información reunida, por el esfuerzo en documentar al máximo la historia y los procesos que se propusieron analizar. Ante la falta de información, no se contentaron las autoras con lo que había en las bibliotecas a las que tenían acceso, sino que pusieron en tensión la red de amigas, colegas y contactos. Elaboraron así cuadros comparativos que son de gran utilidad. La bibliografía tiene más de 60 páginas. lecturas En lo formal, se trata de una obra didáctica que elabora paso a paso sus fundamentos, objetivos y argumentos. Al mismo tiempo, cada capítulo se contiene en sí mismo, de modo que se pueden leer en forma independiente. El interés comparativo es uno de sus ejes fundamentales, lo que vuelve visibles semejanzas y diferencias entre los distintos países que son presentadas en cuadros resumen. En tercer lugar, este libro es en sí mismo una buena noticia porque llena un vacío de conocimientos muy importante en la región: la situación de los derechos de las mujeres a la tierra, entendidos como “la propiedad, el usufructo —derecho de uso— asociados con diferentes grados de libertad para arrendar, hipotecar, legar o vender la tierra”, susceptibles de reclamaciones legales, aplicables por autoridad externa legitimada; los procesos y las condiciones que han generado la situación de desigualdad que viven las mujeres y los esfuerzos realizados por ellas mismas por mejorar esa situación en contextos distintos y cambiantes. Sin embargo, al mismo tiempo entrega muy malas noticias: la magnitud de la desigualdad que vive un sector significativo de mujeres, lo arraigada que está esa desigualdad en distintos ámbitos de la cultura y la vida social, particularmente en la legislación, en las políticas, en las prácticas sociales, en las organizaciones campesinas. Argumentan las autoras que la desigualdad de género en la propiedad de la tierra en América Latina tiene que ver con la familia, la comunidad, el estado y el mercado. Que se debe a preferencias masculinas en la herencia, la adjudicación por el estado y la compra en el mercado. También hay desigualdad en las tierras comunitarias por los usos y costumbres. En cuarto lugar, el proyecto y el libro resultante consideran un plan completo y complejo de análisis, que aborda el proceso —histórico, económico y social— de la igualdad de género en la propiedad de la tierra, incluyendo el quehacer del movimiento de mujeres y el contexto internacional. El libro hace visible el impacto de la desigualdad en la reproducción y acentuación de la pobreza, así como en la exclusión sistemática de las mujeres y el deterioro de su bienestar y el de sus hijos. En lo sustantivo, repone un debate teórico-político para el movimiento de mujeres que, en los últimos años, como bien lo señala Nancy Fraser, se ha centrado en mayor medida en los temas de reconocimiento que en los 348 Teresa Valdés de redistribución y justicia social. La atención ha estado centrada más en la identidad de las mujeres como género y en la lucha por el reconocimiento de las desigualdades entre hombres y mujeres. La atención a la dimensión cultural ha desdibujado el imaginario político de justicia social, lo que vuelve necesario retomar la discusión sobre las condiciones materiales y mostrar su interconexión con los temas del reconocimiento de las diferencias, cuando la categoría mujeres está marcada por desigualdades de clase, raza, etnicidad, nacionalidad, generación y preferencias sexuales. Esa es la propuesta que está presente en este trabajo. Se trata de abordar la relación entre género y propiedad y mostrar que la redistribución de la propiedad es fundamental para transformar las relaciones de género y acabar con la subordinación de las mujeres a los hombres. Las autoras señalan que, si bien Engels puso este tema en el análisis social y político, hecho que marcó la agenda feminista y generó gran debate, el énfasis se puso en el trabajo asalariado y no se contempló la propiedad como forma de cambiar la posición de la mujer, por ejemplo, al discutir en los años setenta y ochenta la propuesta de Mujeres en el Desarrollo. 349 Las autoras elaboran los argumentos que sustentan esta posición y asumen una perspectiva de poder/empoderamiento como núcleo central: la ciudadanía de las mujeres y la ciudadanía de las mujeres rurales. Recorrer las páginas de este libro me llevó a pensar una y otra vez en las políticas del olvido y en la importancia de recuperar y reconstruir la memoria colectiva. En efecto, pesan sobre las mujeres rurales e indígenas acciones sistemáticas destinadas al olvido. Pues aunque el conjunto de las mujeres hemos vivido esa experiencia por siglos y siglos, en nuestro cuerpo, en nuestra creación, en lo que es nuestro aporte permanente a la economía y a la sociedad toda, las mujeres rurales lo experimentan de maneras mucho más duras. Uno de los mecanismos que se devela es la persistente discrepancia entre la igualdad formal de mujeres y hombres ante la ley y el logro de la igualdad real, que se expresa muy bien en el caso de los derechos a la tierra. Ello invisibiliza y oculta la desigualdad. Otro mecanismo de olvido/invisibilización es la ideología del familismo que se basa en la noción de que el jefe de hogar es el varón, que sus acciones están motivadas por el altruismo hacia lecturas su familia y nunca por el interés propio y/o la búsqueda de conservación del poder. Esta ideología ha impregnado la visión tanto de economistas como de políticos hasta el día de hoy, si bien los análisis feministas han demostrado su falsedad. A lo largo de la lectura se siente el peso de la opresión de las mujeres campesinas, de la discriminación arraigada por siglos en su vida, y se siente también una profunda impotencia. Es cierto que existen avances y Magdalena y Carmen Diana subrayan los logros alcanzados a partir de la acción de las propias mujeres. Esos logros tienen relación con la capacidad de articular estrategias desde la academia, el movimiento social, el gobierno y el respaldo internacional, para reformar la legislación y establecer algunas políticas hacia la igualdad, pero es imposible no sentir que, al ritmo de las reformas neoliberales, la tendencia en las políticas agrarias es que no apuntan a la igualdad real de las mujeres, aunque se declare en los textos jurídicos la igualdad formal. De hecho, al finalizar el siglo XX, la concentración de la propiedad de la tierra va de la mano con la concentración de la pobreza en el campo. Finalmente, las autoras proponen una agenda de acciones y se- ñalan que existen pocas dudas de que la consagración de los derechos independientes a la tierra para todas las mujeres deba ser una meta de las feministas. De esa agenda destacamos los siguientes aspectos: —Aliviar la pobreza rural a través de la redistribución de la tierra, del mismo modo en que se realiza con la propiedad de la vivienda urbana. —Implementar la titulación conjunta obligatoria a las parejas, independientemente del estado civil, puesto que refuerza la doble jefatura de hogar, y poner en marcha medidas de acción afirmativa para aumentar la propiedad de la tierra en manos de las mujeres. Varios países lo han incluido en su legislación y los datos aportados muestran avances sustantivos. —Replicar en el campo las políticas que dan prioridad en la titulación a mujeres jefas de hogar (Chile). —Legislar sobre la herencia a las mujeres y los derechos de sucesión de las viviendas. —Examinar los regímenes matrimoniales de propiedad y sus consecuencias. —Desarrollar una vigilancia constante, desde el movimiento de mujeres, especialmente atendiendo a que los avances no son 350 Teresa Valdés lineales ni progresivos, sino que son susceptibles de ser revertidos por los cambios de las autoridades políticas y los balances de poder en la sociedad. No obstante, las tareas del movimiento de mujeres difieren según las características de los países. —Velar para que, en las oficinas nacionales de la mujer, no se discrimine a las mujeres agricultoras en cuanto a crédito, capacitación, acceso a tecnología y asistencia técnica. —En países con poblaciones indígenas numerosas y formas comunales de propiedad de la tierra, recomiendan establecer y cautelar el derecho de las mujeres a estar representadas en las estructuras de gobierno comunal. —Promover la propiedad de las mujeres en las cooperativas de producción y la participación de las mujeres en el mercado de tierras como compradoras, lo que supone el acceso a capital y crédito. —Desarrollar nuevas investigaciones para las que delinean un programa de temas y problemas que debe cubrirse. Frente a la pregunta inevitable sobre cómo volver irreversibles las ganancias que favorecen los cambios en las relaciones de género, las autoras subrayan la necesidad de dar sostenibilidad a las alian- 351 zas estratégicas mediante las cuales se impulsaron los cambios que han tenido efectos positivos, independientemente del gobierno en el poder, y desarrollar acciones de control ciudadano: constituir una masa crítica en la sociedad civil y promover las alianzas entre sectores de mujeres. El desafío queda ahora en manos de todos quienes propugnamos y luchamos por una cultura y una sociedad equitativa y plenamente igualitaria. Teresa Valdés Carmen Diana Deere y Magdalena León: Género, propiedad y empoderamiento: tierra, Estado y mercado en América Latina. Primera edición en español, Bogotá: Tercer Mundo editores/UN Facultad de Ciencias Humanas, 2000. Segunda edición en español, México: Universidad Autónoma de México/FLACSO, sede Ecuador, 2002. Edición en inglés, Empowering Women: Land and Property Rights in Latin America, Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 2001. Edición en portugués, O Empoderamento Da Mulher: Dereitos a terra e dereitos de propiedade na América Latina, Porto Alegre: UFRGS/Fundacion Ford/ PGDR, 2002. lecturas La prostitución en México l texto de Fernanda Nuñez, La prostitución y su represión en la ciudad de México (siglo XIX). Prácticas y representaciones, nos ofrece un fascinante recorrido por el mundo de la prostitución en la segunda mitad del siglo XIX. La autora nos lleva de la mano para conocer una parte significativa de la instalación en nuestro país de eso que Foucault ha denominado “el dispositivo de sexualidad”. La exhaustiva revisión de las fuentes, su minucioso análisis y una brillante interpretación de los discursos ofrecen un panorama, en el más puro estilo malinowskiano, de la diferencia entre lo que se dice que se hace, lo que se dice que se debe hacer y lo que realmente se hace. En este periodo está ocurriendo el tránsito de los valores de una sociedad colonial bastante laxa en materia de reglamentación de los cuerpos, en la cual el dogma es el criterio de verdad y los males de la humanidad son producto del castigo divino. Este tránsito se dirige hacia una sociedad disciplinaria construida gracias a un aparato de profesionales que se arroga el derecho de administrar la vida, de hi- E gienizar los cuerpos, de condenar las prácticas. Derecho, sin embargo, nos dirá Fernanda, no logrado sin arduas luchas por parte de los sujetados, quienes a la larga perderán la batalla por encontrarse fuera de la incuestionable verdad científica: Dios porta ahora bata de médico y penetra en las conciencias a través de pústulas, chancros, úlceras y leucorreas, terroríficas escenas de lo que la promiscuidad, la intemperancia y el vicio pueden acarrear. Por ello es de vital importancia disciplinar a los insumisos, vigilar a los pertinaces, castigar a los irredentos. Pero el cuerpo del que se vale esta sociedad para repartir ejemplos y tratar de domesticar libidos no es un cuerpo neutro, abstracto, universal. Tiene, ciertamente, género y clase: es el cuerpo prostituido de la mujer pobre, a veces indígena, que requiere completar exiguos ingresos para subsistir bajo un contrato social suscrito por individuos “libres” e “iguales”, cuerpo que, según esos sabios personajes, viene arrastrando la marca del vicio y la degradación de generaciones pasadas. La ciencia burguesa, fascinada con el descubrimiento de las leyes de la herencia y la elaboración de teorías como el darwinismo social, encuentra en ellas el argumento perfecto para desligar el esquema 352 Rosío Córdova Plaza político-económico liberal de los males sociales (¿no nos suena muy neofamiliar?). Así, en el más puro individualismo ontológico se afirma que los problemas de la sociedad son producto de la ignorancia, la enfermedad, el vicio de los pobres, que por eso son pobres, por viciosos, enfermos e ignorantes. Y de entre ellos, los peores son las mujeres, quienes por su misma animalidad, su misma naturaleza irracional, perezosa, caprichosa, hipócrita, parásita —y ahí está la estetopigia como fenotipo infamante que las denuncia aunque quieran ocultarlo— son presas fáciles de los atavismos que su herencia reclama y que su vagina transhumante exige, al contrario de la pulcra y casta vagina del “ángel del hogar”. Desde su aséptica superioridad, la burguesía se horroriza y, por supuesto, se deslinda y se yergue en juez, misógino, sexofóbico, clasista. Por eso la prostitución masculina se ignora, no se registra, no existe para no echar por tierra las premisas elaboradas con tanto cuidado al interior de un sistema de género dicotómico que ha naturalizado la asignación de poder. Sin embargo, el texto no se queda ahí, dejándonos el mal sabor de boca del discurso normalizante y naturalizador, sino que narra las argucias del(a) subordinado(a) para evadir el cerco de los barones de la medicina, quienes se desean omnipotentes, pero que tendrán que esperar todavía varias décadas para lograr que su palabra sea la Ley. Vemos los recursos de las matronas que cohechan a la autoridad; las mujeres que se escapan por las ventanas de los hospitales en los que se las mantiene secuestradas “por su propio bien” (¡maravillosa sentencia!); diversifican sus lugares de trabajo: de uno a otro burdel, a la calle, a su propia casa, se conchaban los oficios de algún cliente que salga en su defensa, y hasta recurren a la fuerza, echándoles montón a esos santos varones, mintiendo, apedreando, escabulléndose. Y sobre ese punto me detengo aquí para que el lector se quede con ganas de disfrutar por sí mismo o misma el libro. Quiero señalar ahora la importancia de un texto histórico como el que Fernanda nos regala para entender qué de contingente, qué de arbitrario tiene la actividad humana. Por un lado, se constata la particularidad histórica de ese mal llamado “oficio más antiguo de la humanidad”, para cuestionar la definición del término como “comercio que una mujer hace de su cuerpo entregándose a los hombres por dinero” (Gran diccionario enciclopédico ilustrado, del Reader´s Digest, 1972: 3066): para hablar de 353 lecturas prostitución y prostitutas y, por qué no, de prostitutos, necesitamos situarnos en un contexto históricosocial específico, pues no es lo mismo la prostitución sagrada de la antigua Babilonia, donde las denominadas “vírgenes” del templo vendían sus favores a quienes cubrían la cuota de la diosa Ishtar y eran consideradas como mujeres religiosas y honorables; no es lo mismo la exaltación de la virilidad y la falocracia del lupanare de la antigua Pompeya donde las especialidades gimnásticas de las prostitutas se exhibían en los muros, que los prostíbula pública del Renacimiento en Francia donde la fornicación se ejercía oficialmente en espacios protegidos por el municipio o la autoridad señorial, que tenían prácticamente el monopolio de la prostitución; ni son lo mismo, incluso, los servicios intelectuales, estéticos y, por supuesto, sexuales de las geishas japonesas que entretienen a los hombres con el conocimiento y aprobación forzada de sus consortes. El significado y la valoración de actos y sujetos hace justamente la diferencia entre una vestal consagrada y esos “detritus” sociales de fin del siglo XIX en la Ciudad de México de los que nos habla Fernanda. Hace la diferencia entre la cocotte de lujo que es asediada y consentida por amigos ricos e influyentes, y la criadita desflorada por el hijo del patrón, que se prostituye en los oscuros callejones. Y no es, ciertamente, comparable con la diversificación de la oferta sexual en nuestra era cibernética y globalizada, de perversiones clasificadas que florecen en un nicho comercial específico para su mercadeo. La prostitución de ayer es en muchos sentidos incomparable con el trabajo sexual de hoy. Pero, por otro lado, es interesante descubrir ciertas continuidades entre esos personajes, caricaturescos por hiberbólicos, que nos da a conocer el texto y nuestras actuales concepciones sobre el ejercicio del sexo comercial y público, no con el afán de establecer universales e hipostasiar categorías y significados, sino para resaltar cómo se cuela el puritanismo burgués en nuestras propias conciencias, cómo el dispositivo de sexualidad, mediante la implantación de un modelo hegemónico de lo que debe ser el sexo, produce urgencias, crea excitaciones, moldea juicios y sanciona conductas genéricamente diferenciadas. Al igual que en el siglo XIX, el modelo de sexualidad alienta, protege y minimiza el sexo predador en unos, y vigila y sanciona el sexo calculador en otras. Y si creemos que esas formas han quedado en el pasado, pensemos un poco en la 354 Rosío Córdova Plaza condena al aborto o en las justificaciones a la violación o a la violencia conyugal. Así, los rasgos distintivos de las prostitutas coinciden de manera sorprendente con algunos estereotipos que he encontrado en áreas rurales del centro de Veracruz en la actualidad: la puta se antoja estéril, acepta clientes indiscriminadamente, es ninfómana pero no obtiene placer. Entonces, curioso resulta, a la lectura del texto, percatarnos de la vigencia de algunos argumentos y de la forma de presentarlos. Mencionaré una perla: Fernanda cita a sus médicos, quienes refieren que una mujer decente no trabaja, se dedica a su hogar y a educar a sus hijos. Las pobres, las que por fuerza entran al mercado laboral para subsistir, son las culpables al irse a trabajar y descuidar a su familia de todos los males que se atribuyen a las clases peligrosas: promiscuidad, insalubridad, mortalidad, embriaguez. ¿Acaso no hemos escuchado esos mismos argumentos en boca de Nilda Patricia Velasco de Zedillo cuando en una entrevista a los medios acusa a las mujeres de los problemas sociales por dejar el hogar para trabajar, gastar su dinero en medias y, claro, cuando los hijos llegan a casa no hay comida y tienen todos que irse a malalimentar de hamburguesas a McDonald’s, provocando con ello la drogadicción y el descarrío de las nuevas generaciones? Y qué decir del capítulo dedicado a la sífilis y a la construcción del mal venéreo, que podemos comparar, casi palabra por palabra, con lo que hoy escuchamos con respecto al sida y sus formas de contagio: el mal gálico puede ser transmitido a través de una viuda sana vuelta a casar, cuyo primer marido haya sido sifilítico, a los hijos de su nueva unión; también a través de cubiertos sucios, operaciones quirúrgicas, prácticas religiosas (es una pena que las fuentes no permitan descubrir cuáles), la leche materna, vacunas, las caricias de un sifilítico... Nos da risa ¿no?, ¿qué acaso no podríamos contraer sida por la saliva, las lágrimas o hasta la picadura de un mosquito? ¿No ha venido a ser el sida una bendición para nuestras ilustres conciencias pro-vida —que anatemizan la fornicación y se niegan a pronunciar la palabra “condón”— como lo fue la sífilis en el siglo XIX? Fernanda señala, asimismo, una cuestión del sexo comercial de indudable vigencia y en la que no reparamos demasiado: la prostitución es una actividad temporal, a la cual una mujer puede entrar y de la cual puede salir en función de sus necesidades económicas. Su criminalización nos facilita olvidar que es una actividad lucrativa, para la 355 lecturas que siempre existe un mercado. Pero también olvidamos que no es solamente económica, pues puede tener otras motivaciones que la hagan atractiva. Para ilustrar este punto y terminar mi comentario, sólo quiero citar el testimonio de una mujer a quien conocí el año pasado. Joven y atractiva, ella es la encargada del centro de información sobre prostitución en la ciudad de Ámsterdam, dependencia del ayuntamiento que proporciona orientación a quien la solicite. Al interrogarla, manifestó que una de las épocas más felices de su vida había sido los años en que se dedicó al trabajo sexual antes de casarse, porque siempre se había sentido fea y mientras ejercía el oficio recibía cotidianamente la confirmación de lo bella, deseable y competente que era. Una lección nos queda de todo ello: la sexualidad sigue categorizándose en términos de culpabilidad e inocencia como resultado de una ética sexual que se aferra como tabla de náufrago a la heterosexualidad obligatoria, la monogamia, la dicotomía pasivo/activo, el falocentrismo. Es claro también que dentro del universo del comercio sexual existen extremos de violencia, degradación y esclavitud que hay que denunciar y atacar, pero, en otro sentido ¿no podemos aceptar en nuestra mentalidad pequeñoburguesa y decimonónica que para algunos y algunas la venta de sexo es realmente una opción? Sólo me resta invitarlos calurosamente a la lectura de un texto fascinante que nos hace cuestionar algunas de nuestras más caras certezas. Rosío Córdova Plaza Núñez Becerra, Fernanda: La prostitución y su represión en la ciudad de México (siglo XIX). Prácticas y representaciones, Gedisa, Barcelona, 2002. 356 Matthew C. Gutmann Para ubicar el género osario Montoya, Lessie Jo Frazier y Janise Hurtig han compilado una colección de ensayos sofisticada, llena de matices y profundamente fundamentada, sobre el género, que retoma el trabajo etnográfico, histórico y teórico realizado por algunos de los principales especialistas en género de América Latina. El libro comienza y cierra con dos ensayos breves y provocadores de Ruth Behar y June Nash, y alcanza así el objetivo de las editoras de echar abajo algunas de las cercas que rodean los estudios de género en la región, de desalambrar, con habilidad, desenvoltura y claridad. Muchas de las participantes parecen provenir del doctorado de Michigan, y tal vez una de las consecuencias de ello es que predomina en muchos ensayos la atención que se presta a las historias de género y a las complejidades de lo local. Las dicotomías son descartadas a lo largo de todo el libro, desde el análisis de Hurtig sobre la población estudiantil venezolana y el debate acerca del papel de las mujeres en la sociedad hasta el análisis folklorista y provocador —aunque hasta cierto punto es- R peculativo— de Barry Lyon sobre resistencia y masculinidad en el altiplano ecuatoriano, y el cuestionamiento que hace Montoya de los asuntos públicos/privados en Nicaragua. Susan Paulson presenta un estudio fascinante sobre la relación de la burocracia con el género y la etnicidad y las políticas de género en Bolivia, mientras que Marisol de la Cadena se centra en las políticas raciales de ubicación en Perú, en un ensayo evocador y lleno de matices sobre la historia de las mujeres del mercado de Cusco. Aunque la mayoría de los ensayos se centran en las mujeres, esto sin duda es producto del hecho de que hasta la fecha se han realizado muy pocos estudios y se han escrito muchos menos que incluyan (o se centren) en los hombres dentro del panteón del género. El trabajo de Ana María Alonso sintoniza con la interrelación entre hombres y mujeres en la constelación de las relaciones de género, mientras que Charles Klein examina cuestiones ideológicas y organizacionales sobre la violencia en contra de los travestis (a quienes llama personas transgénero y no travestis o transexuales que es como se emplean estos términos en Estados Unidos hoy en día) en Porto Alegre, Brasil. Klein se ubica en el sur de Brasil y, como Paulson en Bolivia y Víctor Ortiz en la frontera entre México y 357 lecturas Estados Unidos, el tema de la organización a partir del género está conceptualizada de diversas y originales maneras. Marta Lamas contribuye con un ensayo muy bueno basado en su largo estudio y trabajo de abogacía con prostitutas en la Ciudad de México; hubiera sido incluso mejor si las voces de los clientes se hubieran discutido y analizado. Marysa Navarro ha hecho una crítica respestuosa, confío en ello, a la formulación de Evelyn Stevens que presentó el “marianismo” (el así llamado culto a la mujer eternamente sufriente) como un adecuado contraste con el machismo. Aunque el machismo —y sus cronistas e historiadores—siga gozando de buena salud, esperamos que este ensayo de Navarro sea ampliamente leído y tomado en cuenta: nunca tuvo mucha utilidad esta etiqueta que se colocó a las mujeres —de hecho el impacto de esta formulación puede haber sido incluso más perniciosa que la idea de que el machismo es característico de todos los hombres que habitan al sur del Río Bravo/Grande— y la verdad es que deberíamos dejarla de lado y olvidarla. Leí Gender´s Place durante mi regreso de un viaje a Bogotá, y su lectura fue un placer a la luz de todas las discusiones que venía de tener con colegas estudiosos de la antropología y el género en la Universidad Nacional de Colombia. Sin embargo, dado el alto nivel académico y del debate respecto del género y la sexualidad en el que recién había participado, la lectura de este libro fue también decepcionante debido a la sorprendente ausencia de referencias a los trabajos de feministas latinoamericanas en la mayoría de las contribuciones. Esta ausencia se ve parcialmente remediada con la inclusión de capítulos como los de Marta Lamas y Sonia Montesino, y de feministas nacidas en América Latina que enseñan en los Estados Unidos como De la Cadena. A pesar de todo y dada la riqueza y variedad de la literatura feminista de la región, aquí se perdió la oportunidad de mostrar a un público lector más amplio del mundo angloparlante lo mucho que las estudiosas de los Estados Unidos tienen que aprender de las feministas latinoamericanas. ¿Por qué tantos ensayos citan sólo el trabajo de personas como Germaine Greer, Chandra Mohanty y Sherry Ortner, y por qué no se menciona el trabajo de gente como Magdalena León (Colombia), Gioconda Herrera (Ecuador), Teresa Valdés y José Olavarría (Chile), Teresita de Barbieri (México) y Maria Luiza Heilborn (Brasil). Esto es en verdad desafortunado. 358 Matthew C. Gutmann Sin embargo, si hablamos de la recopilación como un todo, se trata de un libro maravilloso que sí logra romper con muchos de los paradigmas encasillantes y encasilladores que se han empleado en los estudios de género sobre América Latina y que añade substancia a la rica etnografía de género y sexualidad de América Latina. Este volumen se convertirá en un texto popular en las clases de estudios de género y sobre América Latina, a la vez que los objetivos del libro y muchos de sus capítulos contribuirán a trazar nuevas rutas para la localización del lugar del género en el continente americano. Matthew C. Gutmann Rosario Montoya, Lessie Jo Frazier y Janisse Hurtig (eds.): Gender´s Place: Feminist Anthropologies of Latin America, Palgrave Macmillan, Nueva York, 2002. 359 lecturas Comentarios sobre Debates en torno a una metodología feminista Las ciencias sociales y el feminismo María J. Rodríguez-Shadow n años recientes las preocupaciones metodológicas dentro de la investigación feminista han sido planteadas en diversas obras editadas en el extranjero, entre éstas pueden mencionarse las de Diane Wolf (ed.), Feminist Dilemmas in Fieldwork (1996); Shulamit Reinharz, Feminist Methods in Social Research (1992); Mary Fonow y Judith Cook (ed.), Beyond Methodology; Feminist Scholarship as Lived Research (1991); Joyce McCarl Nielsen (ed.), Feminist Research Methods (1991); Nancy Tuana (ed.), Feminism and Science (1989); Sandra Harding (ed.), Feminism and Methodology (1987); y Teresa de Lauretis (ed.), Feminist Studies/Critical Studies (1986), entre otras. A pesar de la obvia importancia de los textos citados arriba, lamentablemente, en nuestro país son poco conocidos por el público en general y aun por algunos estudiosos no familiarizados con el idio- E ma en el que están publicados. Esto explica el éxito que han tenido libros y revistas en los que han aparecido traducciones de ensayos que se han convertido en referencia obligada, por ejemplo las compilaciones de Carmen Ramos, El género en perspectiva, de la dominación universal a la representación múltiple (1991); la de Olivia Harris y Kate Young, Antropología y feminismo (1979); de Marta Lamas, El género: la construcción cultural de la diferencia sexual (1996); el libro de Martin y Voorhies, La mujer: un enfoque antropológico (1979); y el número 30 de la revista Nueva Antropología (1986), entre otros. En México, esta problemática ha llamado la atención de algunas estudiosas que han publicado algunos ensayos. Sin embargo, el material disponible es escaso y disperso. Los ensayos incluidos en la compilación Debates en torno a una metodología feminista vienen a llenar este vacío, carencia largamente lamentada tanto por metodólogos como por estudiantes. Se trata de una antología compuesta por nueve ensayos, cada uno de los cuales aborda aspectos y ángulos importantes en torno al debate relacionado con las preocupaciones metodológicas dentro de la investigación feminista. El problema que se plantea en esta obra es un tema de candente actualidad en las ciencias sociales en general 360 Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti y en especial en los debates en las disciplinas de la antropología, la sociología, la historia y la filosofía. Esta obra constituye un esfuerzo conjunto de destacadas especialistas en estudios de género que trabajan en nuestro país, cada una de las cuales ha sobresalido en su respectiva disciplina, tanto por su compromiso científico, como por la profundidad de sus conocimientos y sus aportes al avance de los estudios e investigaciones en torno a las mujeres, su historia y su condición. El propósito de esta compilación es poner en la mesa de debates una discusión todavía inacabada respecto al carácter de los vínculos y las relaciones que se establecen entre las investigadoras y los sujetos femeninos “investigados”, por una parte, y la cuestión teóricometodológica, por la otra. La motivación tras la puesta a punto de esta obra es contribuir a la controversia en torno al nexo cienciapolítica. La “Presentación” de Eli Bartra ofrece de manera sintética una panorámica del estado del debate y describe el contenido de los ensayos que componen la antología haciendo, además, algunas anotaciones puntuales en relación con la traducción y los conceptos empleados. De entrada se establece que en la cuestión de la metodolo- gía feminista no existe un consenso, pero se sientan las bases para una discusión. En la segunda sección, “¿Existe un método feminista?” Sandra Harding, conocida filósofa estadounidense, profesora de la Universidad de California en Los Ángeles, discute y aclara las diferencias que existen entre método (técnicas de recopilación de información), metodología (teoría y análisis de los procedimientos de investigación) y problemas epistemológicos (cuestiones relacionadas con la teoría del conocimiento adecuado o estrategias de justificación del conocimiento), para concluir que, desde su perspectiva, sí existe un método de investigación feminista. En el artículo “Feminismo e investigación social. Nadando en aguas revueltas”, Mary Goldsmith, profesora investigadora del área Mujer, Identidad y Poder de la UAM-X, explora, con la erudición que la caracteriza, algunos aspectos del debate en torno a la investigación feminista, y expone algunas de las críticas feministas a las prácticas metodológicas en las ciencias sociales en general y en especial en la antropología. También se ocupa de explorar la relación entre la academia y la política feminista. En el ensayo “¿Investigación sobre las mujeres o investigación feminista? El debate en torno a la 361 lecturas ciencia y la metodología feminista”, Maria Maies responde a las críticas que se han hecho a un artículo suyo publicado anteriormente. Expone varios ejemplos que ilustran la forma en la que se vincula el trabajo de campo, la praxis y la investigación feminista. Teresita de Barbieri, investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, autora de la quinta sección que trata “Acerca de las propuestas metodológicas feministas” explora los problemas de la teoría del conocimiento, las cuestiones metodológicas sobre la recolección de la información y analiza aspectos propios de la sociología del conocimiento en varias autoras feministas. En “Reflexiones metodológicas”, Eli Bartra analiza el estado del debate en torno a la existencia de un método de investigación que pueda ser llamado con toda propiedad feminista. Menciona las posturas de algunas teóricas y concluye que sí existe un método feminista ya que una investigación de este corte dará prioridad a algunos aspectos de la realidad social sobre otros, distinguiéndose porque utilizará un marco conceptual distinto y unas técnicas de recolección de información específicas. Desde luego, como ella misma apuntó durante la presentación de este libro, evento que se llevó a cabo en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, sus propuestas son provisionales y están sujetas, como todo conocimiento científico, a debate y discusión. Anna M. Fernández Poncela, en “Hilvanando palabras y cifras. Un ejemplo sobre política, mujeres y hombres”, se propone un acercamiento y entendimiento de la cultura y la participación política de hombres y mujeres en nuestro país. Aquí se plantea que los instrumentos que se han usado para esto han sido la encuesta y el testimonio, que constituyen “un matrimonio metodológico”. Esta antropóloga española, profesora investigadora del área Mujer, Identidad y Poder de la UAM-X, ilustra su trabajo con los resultados de sus entrevistas. En “Cuando hablan las mujeres” Ana Lau Jaiven, investigadora del Instituto Mora, célebre autora de La nueva ola del feminismo en México, explica en qué reside el valor de la recopilación de los testimonios femeninos, examinando para ello las líneas actuales de discusión acerca de cómo se estudia a las mujeres y las formas de acercarse a la investigación a partir de las entrevistas de historias de vida para la producción de conocimientos. En el artículo “Historia de las mujeres del siglo XIX: algunos problemas metodológicos” Ana Lidia 362 Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti García, historiadora adscrita al Colegio de México, plantea la historia oral como el método idóneo para recuperar y analizar los contextos de poder en los que se producen las relaciones entre los géneros. Esta reconstrucción de “lo vivido” permite un acercamiento a las representaciones sociales y la experiencia vital de los sujetos sociales. Al reunir los ensayos que componen esta obra, Eli Bartra eligió con cuidado a las competentes especialistas que se encargaron de elaborar sus contribuciones desde la historiografía, la filosofía, la sociología y la antropología, así como la temática que debería ser abordada por cada una de ellas. De este modo, consiguió que académicas de mucho prestigio y renombre en la construcción y la difusión del pensamiento y la militancia feminista en México colaboraran con su erudición en una obra que marcará un hito en los estudios de género en nuestro país. En esta compilación se incluyeron asimismo dos artículos, traducidos del inglés, cuya lectura resulta imprescindible. Una de las muchas virtudes que posee esta compilación es que los materiales presentados en cada uno de los artículos se basan en análisis novedosos e investigaciones originales realizadas por las autoras. Otra de sus cualidades, no menos importante, es que la redacción de los ensayos ha sido muy cuidada, de manera que tanto ésta, como la exposición de los datos y argumentos es clara, sistemática y coherente, lo cual permite que los conceptos teóricos y categorías analíticas expuestos sean accesibles a un público amplio, sin que por ello pierdan relevancia y utilidad para los académicos especialistas en las áreas de referencia. Lo anterior da como resultado que la compilación se caracterice por el desarrollo sistemático de los resultados de los estudios y la coherencia expositiva y temática. Su lectura resultará de gran utilidad a los metodólogos y a las especialistas y estudiosas de las ciencias sociales, sean o no feministas, puesto que con este libro en mano podrán debatir los argumentos de las autoras o encontrar una respuesta a sus propias inquietudes metodológicas. Sin ninguna duda, la publicación de este libro constituye un parteaguas en la investigación social en nuestro país puesto que contribuirá de manera significativa al planteamiento de una serie de cuestiones que están siendo debatidas de manera acalorada en foros más amplios en el nivel mundial. Felicito sinceramente a Eli Bartra por la selección tan atinada de los 363 lecturas artículos que componen esta compilación y a las autoras por su extraordinaria calidad expositiva. Por la forma en que está escrito, su tema controvertido y los enfoques adoptados se trata de un libro que no sólo es útil para el aprendizaje y el debate sino, sobre todo, para su disfrute. ¿Hacia una metodología feminista? Martha García Amero uele ocurrir que cuando asistimos al despliegue cuidadoso de un conjunto de reflexiones acerca de algún asunto en donde el rigor, la sinceridad y la pasión son concitadas, se nos despierta una atención equivalente que nos obliga a esforzarnos por seguir las reflexiones aun si el asunto versa sobre temáticas que nos sean poco familiares. Una reflexión pública, rigurosa y apasionada es, desde mi punto de vista, un acto de generosidad formidable. El esfuerzo intelectual ofrenda sus frutos con el único afán de hacerse él mismo inteligible. Merece por eso el respeto que se vuelca en la lectura atenta. Éste es el mérito indudablemente primero, y no único, del libro S que hoy comentamos. Puesto que Debates en torno a una metodología feminista reúne los atributos que mencionamos, es un libro que hay que leer de principio a fin, pero con ciertas recomendaciones. La primera, leerlo sin permitir que un juicio apresurado nos detenga o nos haga abandonarlo, sin ceder a los pronunciamientos apasionados que tienen la fuerza suficiente para hacernos querer tomar partido antes de entender. La segunda, leerlo anticipando con plena seguridad que al hacerlo, aun si somos “neófitas” o legos, estaremos en posibilidades de que el debate nos sea inteligible, e incluso de enterarnos de las polémicas actualizadas en el campo de los estudios de género. Debo decir que intenté una lectura “desde fuera”, con la distancia necesaria que me permitiera terminar el libro sin la sensación de haber comprometido el juicio con alguna de las posturas, o haber cometido la impertinencia de opinar sin venir a cuento. Enterarme o comprender qué se debate y por qué antes de otorgar simpatías innecesarias. Así, lo que resulta claro de inmediato es que el debate está en curso, que las polémicas que se exponen tienden a elaborar la materia sobre la que ulteriormente habrá de debatirse mucho más. Y también es claro para las autoras 364 Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti que ahí es donde habrá de decidirse la problemática que se presenta, al más alto nivel teórico. Entiendo que ésa es la razón por la que una y otra vez lo mencionan, pero no desenvuelven su argumentación. El libro no aborda las cuestiones propiamente en el nivel de la epistemología o la teoría del conocimiento (Teresita de Barbieri, p.105), o en el nivel de la relación entre “la política y la filosofía” aunque se considere que la metodología expresa esta relación (Eli Bartra, p.146). Debates en torno a una metodología feminista tiene el mérito enorme de organizar la polémica documentándola con las aportaciones que la han alimentado y que dan origen a la pregunta eje del propio libro: la pregunta por una metodología feminista. Las primeras cien páginas nos informan sobre esas vigorosas aportaciones y su consecuente impacto. Y, entonces, justo a la mitad del libro se abre paso otro tono en la reflexión que nos permite apreciar que son 30 años de elaboración intensa, que distingue, define y dota de un enorme rigor argumentativo a la polémica. El solo tono del documento da cuenta de la maduración del campo cognoscitivo, contrasta para bien con los que le preceden. A partir de ahí la polémica está domiciliada en nuestras instituciones. En un libro apasionado como éste, la pasión es la que dibuja las posturas que, desde mi punto de vista, no son correctamente designadas porque no constituyen necesariamente polaridades. Se presentan en él, con gran honestidad de autoría original, posiciones encontradas respecto a la existencia de una metodología feminista. Aparentemente una posición diría que sí y su contraria lo negaría. No hay, pues, acuerdo acerca de si existe una metodología feminista. Así, no se debate en torno a ésta sino en torno a su existencia como tal. Es decir, la polémica expresa claramente que no hay todavía una metodología feminista, pues si la hubiera el debate tal vez se centraría en su suficiencia, sus alcances o sus límites, quizá en la manera en que está fundamentada, pero no en resolver la duda acerca de su existencia. Desde mi punto de vista, el libro nos permite enterarnos de que efectivamente existe un campo de problematicidad en el que concurren distintas ciencias sociales, ninguna de las cuales puede dar cuenta, por sí sola, de la complejidad de las cuestiones que se formulan desde los estudios de género. Por el contrario, esa complejidad ha terminado por cuestionarlas a ellas severamente. 365 lecturas A lo largo de 30 años, el campo ha ganado en profundidad, extensión y rigor al punto de que goza ya del reconocimiento general acerca de la emergencia de esos cuestionamientos originales, del reconocimiento de la legitimidad de las formas y el rigor a que obligó la necesidad de ensayar procedimientos igualmente originales, cuyo fruto la reflexión cosecha. Me parece que es el éxito de quienes lo han cultivado lo que les sitúa en condiciones de sistematizar la originalidad de su contribución cognoscitiva e interrogarse por su sentido. En este punto, tuve la duda acerca de si la pregunta le hace justicia a la envergadura de la tarea. Me temo que no. Los criterios con los que se afirma que sí existe una metodología feminista son distintos de los que manejan quienes dicen que por el momento no, pero no dicen por qué no. A una lectora externa sólo le queda claro que no hay criterios unificados, que hace falta la elaboración teórica que las mismas autoras una y otra vez señalan que debe hacerse. Y que es, ni duda cabe, elaboración epistemológica. Sin la realización de esta tarea no es posible dilucidar la pregunta crucial que la madurez del campo de problematicidad de los estudios de género arroja y que es, desde mi punto de vista, ¿cuál es el sentido de su aportación cognoscitiva? Todo ello en la inteligencia de que su originalidad no está puesta en duda. Es esta contribución la que, mediante la polémica, el libro pone a nuestro alcance. En la historia y la sociología, en el saber comprometido con la acción, en la aspiración final que creo que todos compartimos, ahí está dibujada esa labor. La respuesta a la pregunta es, al menos en esta ocasión, todavía una deuda. Los últimos renglones de la obra nos dejan saber del ambicioso horizonte en donde ese sentido habrá de desplegarse; cito parafraseando: “Hace falta insertar esta contribución tan rica y original en procesos globales, formular un verdadero conocimiento incluyendo a hombres y mujeres en los procesos sociales que han ido conformando este complejo mosaico llamado México” (Ana Lau Jaiven, p. 228). En esa tarea nada se niega por anticipado. Es un propósito fecundo en el que se sistematiza y se evalúa lo conseguido en términos de la propia inteligibilidad, la vigencia de metas o el establecimiento de otras nuevas y mejor sustentadas. El libro encuentra en este esfuerzo su sentido pleno y cumple a satisfacción lo que en el título promete. Si, como suponemos, tiene el éxito de público que merece, la investi- 366 Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti gación de género y el propio feminismo se verán ampliamente beneficiados. Suponer que esta sistematización pueda desembocar ulteriormente en una metodología de las ciencias sociales tampoco puede cancelarse por anticipado. Es legítimo aspirar a las más altas metas de la elaboración teórica. Por supuesto que se tiene presente que una propuesta semejante se compromete a formular la inteligibilidad del campo disciplinario de las ciencias sociales sobre bases más sólidas y configurar mejores horizontes para su desarrollo, con toda la inmensa labor que cabe entre esos puntos. Pero todavía más, la solución a una pregunta, expresada en los términos de la propia pregunta, no altera necesariamente las categorías y conceptos que sirven de base para formular la pregunta; si acaso les añade autoridad y alarga su vida [...] Un punto de inflexión significaría algo distinto: un cambio radical en el marco conceptual en el que las preguntas se habían planteado; nuevas ideas, nuevas palabras, nuevas relaciones en virtud de las cuales los problemas antiguos no son siempre resueltos, sino que aparecen como algo remoto, ob- 1 soleto, a veces hasta ininteligible, de manera que las dudas y problemas angustiosos del pasado parecen extrañas formas del pensamiento, o confusiones pertenecientes a un mundo ya desaparecido.1 Así pues, la nueva perspectiva, llámese genericidad, teoría de la diferencia o visión feminista, aspira a constituirse en un punto de inflexión. Sin duda la tarea apenas comienza. También hará falta apoyarse y beneficiarse de las contribuciones del quehacer filosófico contemporáneo, no sólo la crítica que ha decantado la contribución del positivismo (Leszek Kolakovski, por ejemplo) o del cartesianismo (Ryle o Stroud, también por ejemplo), sino las fecundas aportaciones de la filosofía del lenguaje, al menos en la teoría del conocimiento, la noción de lo simbólico e, incluso, los riesgos epistemológicos de iniciar la reflexión con una dicotomía. Por eso resulta sumamente alentador que una filósofa, Eli Bartra, propicie el debate feminista con miras tan ambiciosas y un inicio generoso. Enhorabuena. Isaiah Berlin, El sentido de la realidad, Taurus, Madrid, 1998. 367 lecturas Desmontando viejas y nuevas versiones del pensamiento único María Eugenia D’Aubeterre estejamos hoy la presentación en Puebla del libro Debates en torno a una metodología feminista editado por la UAM-Xochimilco y que ha compilado Eli Bartra, pionera en las investigaciones feministas en México, autora de uno de los artículos en el mismo volumen, junto con otras investigadoras que cuentan como ella con una importante trayectoria en los estudios y la militancia feminista. Tal es el caso de Teresita de Barbieri, Mary Goldsmith, Ana Lau Jaiven, profesoras e investigadoras que han contribuido a la construcción y difusión del pensamiento feminista en el país. El libro incluye también los textos de Anna Fernández Poncela, antropóloga, estudiosa de la participación y cultura política desde una perspectiva de género y de Ana Lidia García, historiadora que se ha se dedicado a la historiografía de las mujeres mexicanas en el siglo XIX. Completan este volumen las traducciones del artículo de la filósofa estadounidense Sandra Harding y de un polémico texto de la holandesa Maria Mies, escrito en 1991, en el que la autora da respuesta F a las críticas que despertó un artículo escrito una década atrás, en 1981, titulado “Hacia una metodología de la investigación feminista”. Debo decir que el libro me hizo evocar aquellos días de las acaloradas discusiones que se suscitaban en los cursos de epistemología y metodología que dictaba el maestro Enrique Carpena en la Facultad de Filosofía y Letras de la UAP, a inicios de los años ochenta. Los filósofos del Círculo de Viena se aposentaban en nuestra aula y Karl Popper blandía su espada desenvainada contra el psicoanálisis, el marxismo y todo aquello que oliera a relativismo y se tambaleara frente a los embates de los ejemplos en contrario. Y qué decir de Mario Bunge que nos persiguió desde la licenciatura hasta los cursos de metodología del doctorado en la rumbosa Escuela Nacional de Antropología e Historia, con su inveterado afán de convencernos de la existencia de un método científico, sólido e inexpugnable cual fortaleza medieval, como lo era su descomunal decálogo de pastas azules sobre la materia que los estudiantes tuvimos que fichar con la paciencia de un monje en los tiempos de la maestría que se impartía por aquellos años en la Facultad de Filosofía de esta universidad. Recuerdo que en los pasillos y en las tertulias del café circulaba el rumor 368 Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti de que la fobia que trasudaban los escritos de Bunge frente al psicoanálisis, obedecía a que fue abandonado por su esposa después de que ella se iniciara en la terapia analítica. En honor a la verdad, hay que decir también que los cursos de Carpena nos brindaron después la oportunidad de leer a Thomas Kuhn y de saber que existía un irreverente como Feyerabend. Su lectura nos convenció de la insensatez de tratar de deslindar eso que llaman el contexto de descubrimiento del contexto de justificación en la tarea de desentrañar la lógica del proceso de investigación científica. Se trataba, a mi humilde entender en la materia, de posturas que liberaban a la epistemología de su coraza autoritaria y de su papel como policía de la ciencia y del quehacer científico, que reconocían el carácter lúdico del conocimiento por encima de sus fines instrumentales, así como las pasiones, los intereses y las utopías que atravesaban el corazón, no sólo de los investigadores en lo particular, sino de las comunidades sobre las que recae la producción teórica, por aquello de la división del trabajo en las mal llamadas sociedades complejas. Fue por esos años también en los que me topé con el feminismo, con las discusiones que se desarrollaban en los cursos del taller de antropología de la mujer que se dictaban en la misma facultad, en el Colegio de Antropología. En ellos pude percatarme de que, específicamente en el campo de la antropología, años atrás, algunas estudiosas ya habían iniciado el desmontaje de sus tradiciones disciplinarias en un proceso que ponía al descubierto el sesgo androcéntrico no sólo de las instituciones que regulan la vida social, la familia, el estado, sino de la ciencia misma y de los conocimientos a los que se acuerda una validez universal. Resultaba entonces que la Razón, no sólo era patrimonio del Occidente y prerrogativa de los blancos, sino que además era sustancialmente masculina. Con Olivia Harris, Kate Young, Sally Unton, Sherry Ortner, Michelle Rosaldo, Gayle Rubin y otras más, pioneras de la investigación feminista en el terreno de la antropología, íbamos descorriendo los velos de interpretaciones y modelos que habían secuestrado a las mujeres, manteniéndolas en la penumbra de la historia, que ocultaban o subestimaban sus saberes y presencia en la creación de la cultura al privilegiar, como objeto de estudio, esas áreas de la vida social reservadas a los varones: la política con mayúsculas, las grandes gestas civilizadoras, en suma, el mundo de la trascendencia. Las que iniciaron ese desmontaje de los saberes y del oficio de la 369 lecturas tradición antropológica y de la historiografía, para sólo mencionar dos disciplinas de las ciencias sociales, eran, desde luego, herederas de la modernidad, de las luchas emprendidas a partir del siglo XVIII por esas mujeres empeñadas en ensanchar los espacios de la política, en lograr el reconocimiento de una ciudadanía plena, de la que habían quedado excluidas cuando emergieron las modernas sociedades concebidas en el crisol de los principios de la Ilustración. Pero, al mismo tiempo, eran tributarias de esa atmósfera de desencanto frente a las ventajas del progreso, de ese malestar que compartieron con los varones y que comenzaba a respirarse en las universidades en los años sesenta de este siglo que fenece. Sospechaban, con sobrada razón, que el reclamo de objetividad de las ciencias sociales se traducía en el mejor de los casos, en un objetivismo ramplón, y en el peor, en un conocimiento sexista, llanamente truculento. Dotadas de una nueva conciencia crítica frente a los cánones de una ciencia aséptica, alentadas por el proyecto político y cultural del nuevo feminismo que irrumpió en los años setenta, se dieron al escrutinio de los grandes paradigmas de las ciencias sociales, de leer entre líneas las teorías heredadas de los padres fundadores. Algunas, convictas y confesas, asumieron que se trataba de un parricidio, para otras, se trataba más bien de un recorrido del que se vuelve apertrechadas con renovadas incertidumbres y un montón de nuevas preguntas. Como quiera que haya sido, la pregunta flotaba en el aire, ¿es posible, o existe, una metodología feminista? E, incluso, ¿podemos hablar de investigación feminista? Precisamente el libro que tenemos entre las manos retoma éste y otros interrogantes que rodean la cuestión: una de las coordenadas cruciales del debate es la relación sujeto-sujeto o, dicho de otra manera, el cruce y la sintonía de subjetividades, ¿es posible remontar las fronteras étnicas, de clase, culturales y en calidad de investigadoras lograr identificarnos con las experiencias de las otras, de las investigadas? ¿Podemos seguir abogando por una perspectiva crítica feminista por encima de las diferencias que nos separan como mujeres a pesar de los feminismos realmente existentes? ¿Las técnicas cualitativas son inherentemente parte del método feminista? ¿Son éstas preferibles para dar cuenta de las experiencias de las mujeres y ofrecer un conocimiento menos sesgado que el que ofrecen las técnicas cuantitativas? ¿Basta simplemente con dar voz a las mujeres 370 Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti para convertirlas en sujetos y hacer etnografía feminista? ¿Hablan por sí solos los testimonios, o requerimos marcos conceptuales para interpretar o traducir las experiencias de las mujeres? ¿Son las historias de vida realmente autobiografías? ¿Qué nuevas lecturas podemos darle a las fuentes historiográficas y cuáles son los materiales inéditos de los que se vale la historiografía en su intento por esbozar una arqueología femenina de la vida cotidiana? ¿Ha podido la etnografía feminista trascender los problemas de la autoridad y de la autoría de los textos que preocupa a los posmodernos? ¿Es suficiente añadir el punto de vista de las mujeres para formular una interpretación más totalizante de la realidad? ¿Podemos concederle al punto de vista de las mujeres el mismo estatuto que a la perspectiva de los hombres? ¿Es el feminismo una nueva versión del relativismo? ¿Pueden los hombres hacer investigación feminista?, y, desde luego, una de las preguntas más candentes: ¿podemos producir conocimientos no sexistas sin estar a favor de las mujeres? ¿Hacer investigación feminista para qué? Si bien es cierto que las preocupaciones de los estudios feministas en Latinoamérica han seguido otros derroteros, cabe reconocer que, tras bambalinas, todas o al menos algunas de estas preguntas nos salen al acecho en algún momento, aunque las investigaciones feministas en América Latina no hayan discurrido sistemáticamente sobre estos asuntos. Pasa un poco lo que le ocurría a Newton con la idea de dios en su búsqueda de la explicación de las leyes del universo, cuando creía haberla sacado por la puerta, le saltaba por la ventana. Tal como lo advierte Eli Bartra, el trasfondo de este debate remite a la relación entre ciencia y política. Desde luego el tema no es novedoso, y Teresita de Barbieri, autora de uno de los artículos del libro, se encarga de reiterarnos su recomendación de volver a leer a Weber. No obstante, estimo que debemos admitir que los términos de esta relación conflictiva entre la ciencia y la política, involucran a nuevos actores, y que las cintas del corsé de la política, por fortuna, se han aflojado un poco. El propio movimiento feminista ha contribuido a esta redefinición de los términos clásicos, y las respuestas que han formulado los distintos feminismos al respecto, desde los años setenta a la fecha, son de tinte muy variado. El libro da cuenta del estado de esta discusión abordada desde distintos niveles, en el terreno específicamente epistemológico y de la reflexión metodológica, y en el campo de dos de las tradicio- 371 lecturas nes disciplinarias en las que han proliferado las investigaciones feministas: la antropología y la historiografía. A la vuelta de 30 años, este debate sobre el que no se ha dicho la última palabra ha dado origen a una abundante literatura generada básicamente en Estados Unidos y en Europa, aderezada en la última década con nuevos ingredientes provenientes del posmodernismo y de la crítica al esencialismo en el horizonte de sociedades que se autodefinen como multiculturales, pluriétnicas, poscoloniales e incluso posfeministas. Por cierto, y valga el paréntesis, resulta paradójico que en este horizonte social tan lejano a nuestras formaciones sociales latinoamericanas, Germaine Greer, la autora australiana que recordamos por su libro El eunuco femenino, vuelva por su fueros con un nuevo libro que ocupa el primer lugar de ventas en Londres, en el que al parecer les recuerda a sus congéneres mujeres que, a pesar de todos los post que le quieran endilgar a sus sociedades, el cuerpo femenino sigue siendo el lugar privilegiado en el que se trenza la dominación masculina. En fin, volviendo al libro que nos ocupa, se trata de un debate espinoso que se complica, además, por la falta de nitidez y de consenso en la delimitación de los conceptos cla- ve en la discusión. Tal como lo advierten varias de las autoras del volumen, las nociones de método y metodología se traslapan con frecuencia, y las sajonas emplean el vocablo “método” como equivalente a técnicas; asimismo, los nexos con la epistemología no siempre se hacen explícitos. Precisamente el artículo de Sandra Harding, publicado en su versión original en el año de 1987, se propone definir cada uno de estos términos en un intento de poner un poco de orden en la discusión. Sandra Harding argumenta en contra de la existencia de un método feminista, aunque reconoce la existencia de metodologías feministas sustentadas en diferentes modelos de explicación propuestos por la teoría social, que han sido sometidos a un ajuste de cuentas en el intento por formular análisis libres de las distorsiones de género. Quiero comentar sólo un par de cosas sobre este artículo: ya he mencionado que uno de sus méritos es el intento de aclarar los componentes de la discusión. No obstante, tal como lo advierte Eli Bartra, me parece que el empleo de la noción de método como equivalente a técnicas de recolección de datos conduce inevitablemente a desechar, sin vacilaciones, la idea de que exista un método específicamente feminista de investigación. Esta noción estrecha de método viene a compli- 372 Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti carnos la pelea que libramos casi cotidianamente con los estudiantes en la tarea de formular los proyectos de investigación, pues deja de lado tanto los procesos lógicos que subyacen a la construcción del conocimiento (sean éstos objeto de la reflexión o no por parte de quien investiga) y, a la vez, omite considerar como parte del método eso que Eli Bartra llama “el punto de arranque” o el punto de partida del proceso de investigación; esa perspectiva crítica feminista a la que también alude Mary Goldsmith que supone la comprensión del mundo desde el lugar social y material en el que se ubica el sujeto del conocimiento y que Teresita de Barbieri, a su vez, sólo reconoce como una opción política que orienta la producción de conocimientos hacia la comprensión de las relaciones de poder, pero que ella considera que no constituye en sí una propuesta teórico-metodológica. Estimo que es igualmente reducida la definición que propone Harding de epistemología exclusivamente entendida como teoría del conocimiento. En cambio, me parece que la segunda parte de su artículo constituye todo un esfuerzo por hacer epistemología en el sentido cabal del término, lo que comprende considerar, al mismo tiempo, los aportes de la historia de la ciencia; en fin, es un intento de trazar analíticamente el recorrido de las investigaciones feministas, poniendo al descubierto los modelos y los enfoques que organizan estos estudios. A la manera de Kuhn, identificando las nuevas preguntas, los dislocamientos de los enfoques empleados, la autora identificaría un corte, una discontinuidad en el curso de esta trayectoria que ha comportado —aunque no sé si se pueda decir de manera tan categórica— la superación de los enfoques de sumar o agregar a las mujeres en las estadísticas, de resaltar sus contribuciones en la esfera de la vida pública, así como las limitaciones de las orientaciones que han focalizado a las mujeres básica o exclusivamente como víctimas de la dominación masculina, confinadas en su posición de subalternidad, sin ningún margen de maniobra o resistencia frente al poder. No quiero alargar más mi intervención con mis comentarios de todos y cada uno de estos artículos, sólo quiero añadir, por último, que se trata de un libro que nos hacía falta, que retoma viejos tópicos que animaban las controversias entre los defensores de los modelos ideográficos y nomotéticos de ciencia, sumidos en la disyuntiva de formular una ciencia interpretativa o explicativa de la realidad 373 lecturas social en una polémica que acaparó la atención y los días de los filósofos desde los albores del nacimiento de las ciencias sociales en el siglo XIX. Viejos tópicos que resultan resignificados al ser analizados desde nuevas perspectivas en la medida en que los otros, a los que pensaba la teoría social en calidad de objetos del conocimiento, han devenido en nuestros días sujetos de conocimiento, en la medida en que las mujeres, los no occidentales, los otrora exóticos nativos de lejanas latitudes y otras categorías de anómalos, incursionan en la producción de conocimientos y desmontan los subterfugios de las viejas y nuevas versiones del pensamiento único, de añejo o renovado cuño, empeñados en cancelar la historia, los sueños y otras formas de felicidad que no sea la de eufóricos consumidores hermanados por los principios del mercado global. Felicito a Eli por su esfuerzo de reunir todos estos textos, por proporcionarnos este libro polifónico, plagado de discrepancias, de voces procedentes de realidades muy disímiles, pero de igual manera comprometido con la construcción de un nuevo mundo en el que quepamos, en condiciones de equidad, todas y todos, el Norte y, desde luego, el Sur. ¿La mente no tiene sexo? Antonella Fagetti star aquí para comentar el libro Debates en torno a una metodología feminista, compilado por Eli Bartra, es un hecho importante para la comunidad académica local y, especialmente, para quienes, estudiantes y docentes, de algún modo, con mayor o menor intensidad, hemos estado interesados en los estudios sobre las mujeres. El fervor con el cual nos acercamos hace ya casi dos décadas al feminismo lo hemos sentido y practicado igualmente en nuestra labor como estudiantes y después en la investigación y la docencia. Es un hecho importante la publicación de los artículos reunidos en este libro, que expresan diferentes puntos de vista y reflexiones sobre diversos temas relacionados entre sí: el feminismo, los estudios de género, la metodología feminista, la relación entre investigación y política, entre varios más. Necesario también, porque ofrece para quienes estudian a las mujeres un panorama bastante articulado del estado de la discusión acerca de la existencia o no, de la posibilidad o no, de hablar de una “metodología feminista” o de una metodología “de los estudios de género”, E 374 Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti además de ejemplos particulares de la aplicación de principios metodológicos y de técnicas particulares que facilitan y propician otro tipo de acercamiento al sujeto de estudio. El libro da cuenta de las discusiones que se han dado en otros países, incluye una amplia bibliografía sobre el tema (a la cual desde aquí no siempre podemos, desafortunadamente, tener acceso), y los puntos de vista de académicas que escriben tomando en cuenta los grandes debates que se han dado en el nivel internacional, pero también ubicándose en la realidad de nuestro país. Es muy útil, sin duda, para estudiantes, docentes e investigadoras de los estudios de género, no sólo para estar al tanto de la discusión actual sino, sobre todo, como una guía que ofrece varios recorridos posibles, una metodología aplicable e interpretable desde distintos ángulos o enfoques e ideas sobre cómo utilizar las técnicas de investigación. Creo que por esto mismo un libro así ya hacía falta. La reflexión sobre el quehacer de las académicas que consideran como prioridad el estudio de los seres humanos que viven en sociedad en tanto mujeres u hombres, es un hecho que ha subvertido y revolucionado el hacer ciencia en su sentido tradicional, porque ha logrado superar esa visión androcéntrica que no hacía distinciones de sexo y asimilaba a todos, mujeres y hombres, en la misma categoría, la del Hombre, que aunque escrita con letra mayúscula, solamente puede denotar, en el idioma español, a un individuo masculino. La mujer no es un hombre, es un ser humano, como el hombre. Esa visión androcéntrica en la antropología, en la sociología, en la historiografía, en la psicología, sumió a las mujeres no diría siempre en la invisibilidad —pensando, por ejemplo, en las investigaciones antropológicas— porque las mujeres allí estaban, aunque difícilmente se les daba y se les reconocía su lugar como mujeres, hasta que Margaret Mead, a quien debemos reconocer como pionera en la antropología de los estudios sobre el género, demostró cómo cada cultura elabora a partir de la diferencia sexual diferentes papeles para hombres y mujeres. A partir de los años setenta, surgió el interés por conocer más de cerca a las mujeres, reconocidas como sujetas de la dominación masculina, el interés por comprender lo que piensan, sienten, hacen y dicen esas mujeres invisibles, olvidadas, ignoradas por la Ciencia, con mayúscula. A una distancia de veinticinco años, el debate se ha vuelto claramente contra los 375 lecturas supuestos pilares inamovibles, los dogmas irrefutables de la Ciencia, de nuevo con mayúscula: la objetividad, la neutralidad, la racionalidad, el orden, la exclusión del sujeto. Los vientos de la posmodernidad han traído nuevas maneras de ver la investigación científica, con más realismo y menos pretensiones, reconociendo sus distintas facetas: la subjetividad, la pasión, lo espontáneo, lo impredecible, los sujetos implicados... El debate en este libro toma en cuenta todos estos nuevos supuestos del hacer investigación. Quienes realizan investigaciones sobre las mujeres parten del contexto particular en que ellas se desempeñan como mujeres, eligen los métodos propios de las distintas disciplinas, utilizan los estudios cuantitativos o cualitativos, o combinan los dos, emplean las diferentes técnicas conocidas y aplicadas por todos, prefiriendo en muchos casos las entrevistas a profundidad y las historias de vida, pero hacen todo esto a partir de ciertas premisas metodológicas que le imprimen a la investigación en ciencias sociales una visión innovadora y más abarcadora. En primer lugar, convienen con la necesidad de pensar en la relación entre investigadora e investigada y en la subjetividad de ambas que debe ser reconocida y estar presente a lo largo de la in- vestigación. En la relación que la investigadora establece con sus informantes debe prevalecer el respeto, una actitud abierta y clara hacia los objetivos que se persiguen, rasgos que además —como lo hace notar Teresita de Barbieri— no deben ser exclusivos de la investigación feminista, sino de cualquier estudio social. Hay algo que comparto plenamente con una de las autoras, Maria Mies: la idea de “identificación parcial”. Surge entre la investigadora y el sujeto de estudio, lo cual no significa que la primera intente “volverse como las otras, las mujeres informantes”, sino más bien, como yo lo veo, se trata de establecer una relación donde se logre la empatía sobre la base del reconocimiento de la investigadora de sí misma como mujer, de sí misma como sujeto “ubicado” en una clase, una cultura e, igualmente, de las mujeres estudiadas, estableciendo un área de comprensión mutua, que haga posible la comunicación intersubjetiva, lo cual se logra sólo si la investigadora se acerca a sus informantes dispuesta, por un lado, a ser —como sugiere Clifford Geertz— un actor implicado y, por otro, un observador imparcial. Esto significa que la investigadora debe esforzarse por actuar de una manera comprometida y, al mismo tiempo, analítica. Debe aprender a mi- 376 Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti rar la realidad con ojos a la vez fríos e interesados, de alguien implicado moralmente, pero también interesado en la observación científica, en la comprensión de lo que está sucediendo a su alrededor. Me parece que en la discusión sobre si existe o no un método feminista lo que aparece claramente es un punto fundamental que le confiere una identidad precisa a estos estudios, un elemento rector, y es el hecho de que la investigación que tiene como sujeto de estudio a las mujeres parte de la ubicación precisa de estos sujetos: mujeres partícipes de una cultura, una sociedad y un tiempo determinados. Más allá de esto, no sé si la discusión sobre una metodología feminista sea realmente fructífera. En todo caso me parece que habría que pensar más a fondo sobre el mismo término “feminista”, porque yo lo entiendo más en un sentido político que académico y me parece que la política y la investigación no van necesariamente ligadas. Además, el término feminista podría excluir a más de una investigación que se ha hecho sobre las mujeres. No creo que la investigación sobre mujeres y la investigación feminista sean lo mismo, simplemente porque muchas de las sociólogas, antropólogas, historiadoras, etcéte- ra, que estudian a las mujeres no se reconocen como feministas, digamos, no se ponen la camiseta. Es decir, que el término feminismo siempre ha implicado una postura política precisa, en este caso se tendría que ligar necesariamente la investigación a la acción política y creo que no todas las investigaciones que se realizan con mujeres o sobre las mujeres tengan como objetivo buscar una aplicación práctica de los conocimientos alcanzados a favor de los grupos estudiados. Tal vez, al hablar de metodología feminista se recorta a nivel del lenguaje algo que a nivel teórico-metodólogico está incluido, es decir, a todas esas investigaciones que incorporan y privilegian la llamada perspectiva de género. Tal vez no deberíamos preocuparnos tanto por la teoría, por quién la hace o no. Tal vez no ha habido una gran producción y reflexión en torno a la metodología feminista y menos una contribución importante de las antropólogas, sociólogas, historiadoras del país al pensamiento feminista. Se ha producido una gran cantidad de conocimiento sobre la metodología y epistemología feministas —señala Eli Bartra— pero esta producción se ha concentrado, por lo general, en los países de lengua inglesa. “No existe —dice Eli— un desarrollo autónomo en ese campo; vamos 377 lecturas a la zaga de lo que se hace en otros lados. Vivimos, pues, en una situación de neocolonización, si se quiere, intelectual. O bien podríamos pensar —prosigue—, que el desarrollo del pensamiento feminista es internacional y nosotras participamos en él en la medida de nuestras posibilidades”. No creo que haya que enfrascarse en las discusiones que quitan el sueño a otros científicos, de por qué en México no se hace teoría, por qué cierto tipo de conocimiento se ha producido especialmente en ciertos países, en Occidente. Opto, en todo caso, por la posibilidad de sumarnos con lo que tenemos en las manos a un conocimiento más amplio producido en otros lados. Si hay algo que le debemos a la globalización es poder pensar en un conocimiento universal y desprovisto de una nacionalidad. Lo que menos nos debe importar, por ejemplo, como antropólogas y antropólogos es si el pensamiento de Geertz es solamente estadounidense, el de Simone de Beauvoir, francés, el de Vattimo, italiano y el de Gadamer, alemán. Es eso y mucho más de lo que tenemos que enriquecernos, incluso, quienes nos dedicamos a estudiar a las mujeres, que muchas veces nos encerramos en un pequeño círculo bibliográfico que da vueltas sobre sí mismo y que no nos permite lle- gar muy lejos. Hay que tomar lo que nos sirve de esas teorías de la sociedad y la cultura, para entender más lo que estudiamos, simplemente adaptándolas a nuestras necesidades, viendo y analizando siempre todo, al igual que nuestros datos de campo, bajo la perspectiva que introduce una distinción entre el ser mujer y el ser hombre, que considera el género como un elemento determinante, al igual que otros como la pertenencia a una clase o una etnia. Una perspectiva que, sin duda, debemos considerar como una visión más humanista del mundo en que vivimos. Quienes reconocen la existencia de la explotación, la discriminación racial, el colonialismo, no pueden permanecer ciegos ante las pruebas tangibles de la particular situación que viven las mujeres en México y en el mundo. Los más incrédulos pueden consultar la página de Internet que les informará sobre lo que están sufriendo las mujeres en Afganistán. Más que pensar en nuestra contribución a una teoría feminista general podríamos explotar la investigación sobre mujeres hecha en casa. Propiciar y encauzar los estudios que se interesan por los pequeños detalles, los estudios en profundidad que logran un acercamiento a la realidad social y descubren esas particulares formas de 378 Rodríguez-Shadow, García Amero, D´Aubeterre, Fagetti interpretar y vivir la vida, esos detalles ocultos que se vuelven visibles sólo cuando los vemos de cerca, cuando logramos un acercamiento total. Debemos estar más interesadas en un “conocimiento local”, en estudios que reflejen las diferentes vivencias de las mujeres mexicanas, de distintas edades, ocupaciones, religiones, clases sociales y etnias, y de allí obtener un panorama más exhaustivo, lograr la integración de conocimientos dispersos provenientes de disciplinas diversas que permitan la teorización a partir de los estudios de caso. Lograr también en el campo de los estudios de las mujeres y de los hombres una perspectiva transdisciplinaria, de la que habla Morin. Tal vez así podríamos alcanzar a formular una ciencia nueva, una ciencia feminista con su metodología propia. Estudiemos lo que estudiemos, creo, debemos tener como eje central a la cultura, porque es a través del estudio de la cultura o las culturas de México que podemos entender cómo mujeres y hombres interpretan o interpretaron la diferencia sexual y actúan o actuaron los papeles genéricos impuestos socialmente, entender cuáles son o fueron las múltiples formas de la dominación masculina y, finalmente, comprender cómo las mujeres viven, piensan, actúan, expresan o se enfrentan a su ser mujer ahora como antes. Hay que pensar en lo que Bourdieu denomina la “paradoja de la doxa”: el hecho de que el orden del mundo tal como es, con sus sanciones y obligaciones, sea grosso modo respetado. Que el orden establecido, con sus relaciones de dominación, se perpetúe tan fácilmente y que las condiciones de existencia más intolerables puedan aparecer como aceptables y hasta naturales. Es necesario tejer más fino, adentrarse más a fondo en las relaciones entre las mujeres y los hombres, en el simbolismo que tiñe estas relaciones para acercarnos y abrirnos ante una complejidad asombrosa, que descubre al hombre y a la mujer como seres biológicos, sociales, culturales, psíquicos. Quisiera terminar refiriéndome a la frase de Poulain de la Barre —escrita en el siglo XVII— citada por Eli en el libro: “La mente no tiene sexo”. Me sumo a sus comentarios para decir que una mente sin sexo no existe, o sería la mente de un ser andrógino. No creo que debamos aspirar a perder nuestras características de género para ganar paridad e igualdad con los hombres. Las diferencias entre el hombre y la mujer son muy hondas, van más allá de lo corporal, son construcciones sociales y culturales 379 lecturas que poco a poco estamos desconstruyendo para volver a edificar relaciones humanas más justas fincadas en un pensamiento que, a partir de la diferencia sexual, fomente entre hombres y mujeres la cooperación y la complementariedad, más que el antagonismo. Eli Bartra (comp.): Debates en torno a una metodología feminista, UAM-X, México, 1998. 380 argüende Jesusa Rodríguez Foximiliano y Martota Jesusa Rodríguez Aparece Benito Juárez en proscenio, incólume. Juárez: Queridas y apreciables ovejas: el divertimento que verán a continuación no es otra cosa que una distracción para el solaz y esparcimiento del rebaño.Cualquier semejanza con un espectáculo de calidad es mera coincidencia. Advertencia: algunas reflexiones pueden resultar ofensivas para el espectador: le sugerimos evitar cualquier reflexión profunda, risa escarnecedora o sucio chiste de retrete; si en algún momento no pudiera evitarlo le suplicamos hacerlo en la privacidad del mingitorio, procurando no herir la susceptibilidad del retrete. Los personajes de esta historia llevan nombres verdaderos pero aún son inexistentes, las actrices sí son reales y están totalmente descerebradas, así que apelamos a su comprensión. Y ahora daremos comienzo a esta historia de la historia, a la manera de Giordano Bruno: si yo apacentase un rebaño, condujese el arado, remendase un vestido, nadie se fijaría en mí, pocos me tendrían en cuenta y fácilmente podría complacer a todos. Mas por ser delineador del campo de la naturaleza, preocupado del pasto del alma, ansioso de la cultura de la mente y artesano experto en los hábitos del entendimiento, he aquí que quien es mirado me amenaza, quien es observado me asalta, quien es alcanzado me muerde, quien es comprendido me devora. Liliana: (canta “Bruno” y al final pregunta): ¿Y qué anda leyendo últimamente don Benito? Juárez: He estado leyendo incesantemene a Giordano Bruno, a menudo a Pessoa, ocasionalmente a Cioran, pero últimamente sobre todo el libreto, porque no me lo sé todavía…sin embargo lo que me tiene obsesionado es un sueño recurrente (se escucha un gran viento): veo dos enormes ángeles descendiendo sobre mí, uno de ellos se trae algo entre manos, algo que quiere soltar sobre mi cabeza. De pronto, 383 argüende negras fauces de león africano se abren frente a mí con enorme estruendo y a lo lejos, un hombre o mujer completamente desnudo retoza alegremente montado en un arcoiris. La fascinante imagen traspasa mi imaginación cuando un grupo de rústicos aureolados con el velo de la tehuana avanzan con la armonía del cardumen, dirigiéndose hacia un enorme huevo estrellado de proporciones inconmensurables… ¿qué cree usted que signifique este sueño doña Carlota? (Juárez repara la ventana rota por la que entra el viento.) Carlota: Cómo se ve que el viento a usted le hace lo que el viento a usted, licenciado. Juárez: Se trata de una antigua receta zapoteca. Pone usted un jitomate pelado en un calcetín y se relame bien el cabello… Carlota: Deténgase. Resulta hostil a mis nobles oídos la tan acuciosa enumeración de menjurjes prehispánicos; en Europa le llamamos mousse. En cuanto a su sueño, no tengo idea qué signifique. Por otro lado, creo que debería usted sonreír de vez en cuando, don Benito, si no lo viera moverse ocasionalmente, pensaría que está usted en estado de coma, y aquí entre nos, no me extrañaría que su calma de obelisco oculte maltrato infantil. Juárez: Sólo falta que me psicoanalice usted, mamá Carlota. Carlota: Lo ve, la ausencia de la figura femenina en su temprana edad lo hace ver en mí a su madre. Juárez: Óigame, así le dice todo el pueblo. Carlota: Mis pobres indios, de esa manera subliman su Edipo. Juárez: No cabe duda de que entre los hombres como entre las naciones siempre es necesario un buen desarmador. (Guarda un desarmador que trae en la bolsa.) Carlota: ¡Pero vea usted aquella nube! ¡Semeja un horrible presentimiento! Más que una tormenta, parece que se avecina una tragedia…(Truenos.) Juárez: (terminando de armar el teatrino que lo hacía aparecer como busto de Juárez.) (Viendo a la ventana.) Disculpe usted, Carlota, no sé si tengo derecho, pero con todo respeto ajeno, para mí que es La Paz. Carlota: ¿Quiere usted decir, licenciado, que hay norte en Baja California Sur? Juárez: Sí, doña Carlota, aquí la geografía es tan caprichosa como la lengua nacional, y se lo digo yo que tengo toda una vida en los libros de texto. 384 Jesusa Rodríguez Carlota: ¿Cómo? ¿pero es que acaso en este desdichado país hay libros sin texto? Juárez: ¡Claro, madame! Y según dice el secretario de Hacienda, son los que más se leen en la actual república. Carlota: ¡Le recuerdo que México es una monarquía, Don Benito!; aunque, en verdad esta tierra ignota no deja de sorprenderme, sólo falta que me diga que hay lámparas sin luz. Juárez: Para todo da la canción vernácula, Carlota. Carlota: ¿Y me lo dice usted a mí, Marie Charlotte Amelié-Victoire Clementine Leopoldine de Belgique, Emperatriz de México y de América? Juárez: No, en realidad se lo estaba exponiendo a mis ovejas aquí presentes. Carlota: ¡Usted las trae todas consigo, licenciado! Juárez: Sí, desde muy niño (bosteza). Y ahora discúlpeme, voy a ver si están completas. Un borreguito, dos borreguitos, tres… (se duerme). Carlota: ¡Qué mal ejemplo para los diputados del futuro! (Carlota lee la revista Hola.) Juárez: (Aparte) Me voy a hacer el dormido para ver qué tanto habla sola esta vieja loca. Carlota: (leyendo el Hola en voz alta) El crecimiento, el expansionismo, el imperialismo, el colonialismo como destino manifiesto. Dijo George W. Bush en el bautizo de su sobrino mexican american, al que fue disfrazado de tlacoyo… El espejo: Carlota, Carlota, sht, sht… (sola frente al espejo mágico). Carlota: ¿Qué es esto? (se acerca al espejo y lo pellizca, éste se estira). El espejo: Soy un espejo mágico, una superficie mercurial hechizada que le llaman; y a mí, los reyes y las emperatrices me la pellizcan. Carlota: ¿Un espejo mágico? Ya había oído hablar del de Tezcatlipoca, pero me lo imaginaba diferente, más chiquito, de obsidiana, no sé, algo más misterioso y con menos porcentaje de polyester. El espejo: Pues esto es lo único que hay para ver el pasado, el presente y el futuro ¡Así que lo toma o lo deja, pero no lo mallugue! Carlota: ¡El sueño de todo gobernante: ver el futuro! Lo tomo, lo tomo, pero antes me gustaría saber si de veras funciona. El espejo: ¡Ah no. Ése si ya es otro precio! Bueno, pero por ser para usted y nomás porque me paso a percatar de que además de loca está usté diabética… 385 argüende Carlota: (en loca furiosa) Mentira, ese jugo de naranja era mi orina, y el chocolate mi mierda, por eso me hizo daño. El espejo: Ya, ya, a mí no me embarre sus cochinadas, yo funciono por pago por evento, así que aproveche porque la deuda va creciendo según el tiempo que me mantiene activado. Y anote su password porque no lo voy a repetir. Voz en off (en inglés): H. O. S. T. I .A (Aparecen las maravillas del mundo antiguo.) Carlota: Pero ¿qué es lo que veo? El Coloso de Rodas, las pirámides de Egipto, los Jardines colgantes de Babilonia, El faro de Alejan... ¿pero a quién le pueden importar las maravillas de la antigüedad? El espejo: Es que usted no conoce a los saqueadores del futuro. Carlota: ¡Eso! Lo que a mí me interesa es ver el futuro, el triunfo de nuestro imperio, el advenimiento de una era feliz para este reino de huizaches y zopilotes, de desidiosos y corruptos, transformado por gracia de nuestra majestad en una región de bonanza y felicidad, en fin, ver a estos plebeyos convertidos en aristócratas. El espejo: Bájele de chantilly a sus bizcochos, que usted con trabajos llega a carlota. Carlota: Y usted no es más que un burdo imitador de la realidad, no sé cómo pude confiar en una placa de vidrio recubierta de mercurio por la cara posterior, que sólo sabe reflejar monótona y fielmente las imágenes que le cruzan por delante, un vil espejo. El espejo: Un momento señora, cómo se ve que usted no ha leído a Borges. Carlota: Y lo peor es que no soy la única.(Llora.) El espejo: Ya, no chille, la voy a complacer, pero tiene que limpiar con la lengua toda mi superficie y le advierto que quien se atreve a ver el futuro pierde la razón y la credibilidad, doña Charito. Carlota: (en loca) No me importa nada. El espejo: ¡Ah! Y por supuesto esto queda aquí entre nosotros, si alguien entra yo volveré a ser un esepejo cualquiera y si usted dice que soy mágico la van a tachar de loca. Carlota: Nada me asusta,si puedo saber que va a a pasar también podré modificar el destino. El espejo: Dígame ¿qué fecha quiere ver? Carlota: A ver… 6 de julio del 2006. El espejo: Muestra extrañas imágenes del piso. 386 Jesusa Rodríguez Carlota: Pero no entiendo, eso es algo como el piso. El espejo: Bueno, usted no especificó qué parte del mundo quiere ver, señora, ora no venga a quejarse, si no sabe pedir, no mande. Carlota: Bueno, me pareció que era obvio que me interesa ver México en esa fecha. El espejo: Aquí está, majestad, mire usted (se ve un mapa aéreo de México). Carlota: ¿Podríamos acercarnos un poco como para ver quién está al mando del gobierno? El espejo: Ay, oiga, usted todo quiere, bueno, está bien, ése va a ser un año electoral y las elecciones las habrá ganado… (Entra Max, todo se ilumina y el espejo vuelve a su humilde condición de imitador.) Carlota: Pero quien car… (ve a Max) …iño mío, sino tú, el heroico, el ingenuo, el magnánimo podría haber llegado justo en este momento. Max: ¿Importuno? Carlota: Nooo, no tiene importancia, estaba bordando en el vacío. Max: ¿Y qué bordaba el alma mía? Carlota: (haciéndose la occisa) Un jardín. Max: Qué hermoso, un Jardín Borda, ¿como el de Cuernavaca? Carlota: No, como el de Nabucodonosor en Babilonia: colgante y con sus terrazas rosadas. Max: Y cómo sabe mi paloma el color de las terrazas, si nadie ha visto los Jardines colgantes de Babilonia. Carlota: (visiblemente nerviosa) No, bueno, dije rosadas, ¿yo dije rosadas? Qué rara palabra, así sola suena como a nalgas de bebé, je, je, quise decir color de rosa, como pude decir naranja o aguacate… todas las frutas me hacen daño, ya no aguanto la comida mexicana… Max: No me cambies el tema, adorable criatura. Carlota: Dios mío, yo, la pobre, la vacía, la estéril, niño mío, cambiarte de tema, nunca. ¿Pero… te has fijado que todo lo que tú tocas se purifica?, mi adorado rey del mundo, y señor del universo… Max: Tu valentía de ánimo convirtió a un austriaco en ciudadano del mundo, tuyo es el mérito, tuyos los cipreses y las taxodias de Moctezuma. Carlota: No, tuyas, mi amor, tuyas. ¿Y qué son taxodias? Juárez: (despertando súbitamente) Perdón, pero me quedé dormido y… Ah, ya está usted aquí mi, erratil, caprichoso, incapaz, inconstante, frívolo, ligero y obstinado Max… 387 argüende Max: Eso lo dirá usted, licenciado, porque mi esposa precisamente me estaba comentando lo contrario, dile mi vida… Juárez: No, si los estaba oyendo, sólo que fingí continuar dormido para ver hasta dónde podían llegar los elogios mutuos. Qué bárbaros, con razón se lanzaron hasta acá sin tener ni puta idea… Carlota: Está por verse quién tiene la razón, licenciado… (aparecen multitudes gritan con pancartitas de cabezas de Juárez.) Títeres: ¡Juárez! ¡Juárez¡ Juárez: Ya ve usted que no sólo en la cámara las paredes hablan. Pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la historia. ¡Ella nos juzgará!, señora Regente de Anáhuac, Reina de Nicaragua, Baronesa del Mato Grosso, y Princesa de Chichen Itzá. Por lo pronto a lo que te truje chencha, ¿a qué hora llegan los cómicos? Max: ¿Qué cómicos? Carlota: ¡Ay! No te dije mi amor, pero como no sabemos cuánto falta para que la historia nos juzgue y no vamos a estar aquí, esperando a ver a qué horas, nomás viéndonos las caras y alternando ásperamente con el zapoteca, hemos convidado a unos cómicos de la legua para que nos entretengan. Max: ¿De quién fue la idea, guajolotita de jijilpan…? Carlota: Pensé que te gustaría, chichicuilotito de lladró. Juárez: Por favor, si me pueden ahorrar estas escenas… Carlota:¡Indio pirruris! ¡Sacristán renegado! Títeres: ¡Juárez! ¡Juárez! Carlota: Voy a ver si ya llegaron (Mutis). Max: ¿Y por qué cómicos? Juárez: Mira, Max, estamos en un momento de gran confusión para la humanidad, la última guerra nos dejó pasmados y deprimidos, lo que necesitamos es entretenernos con cosas banales, lo que sea, pero light... Mira Max: cine mex, cine mark, Ocesa presenta… Max: Ya, ya entendí, me tratan como a un imbécil. Juárez: Es que también tú, con esos arrumacos que te traes con la emperatriz, parecen Carmela y Rafael. Max: Me porto meloso con ella, para que no sospeche de mi enfermedad. Juárez: Ah, si ya la comenta todo el pueblo y por cierto, cómo te sientes… 388 Jesusa Rodríguez Max: Muy mal, cada día peor, no sé si aguante hasta el final. Juárez: No sé de nadie que se haya muerto la víspera,... bueno, sí, el canciller Derbez... Max: Dejemos eso, no me gusta hablar de mi enfermedad y tampoco de tú. Juárez: Pues hablemos de usted. Max: Y usted, ¿cómo se encuentra? Juárez: Tengo un sueño recurrente que me tiene fascinado, le contaba a su esposa, ahora mismo volví a soñarlo, pero con más detalle: hay un grupo de ballenas blancas haciendo piruetas a mi alrededor, yo permanezco inmóvil, como un buda zapoteco y laico. Entre tanto, una multitud enardecida se desplaza hacia la izquierda, leones africanos, monstruos y prodigios, animales anfibios … gritan, cantan, bailan desenfadadamente, se desnudan con naturalidad, alcanzo a ver algo como una trompa de elefante, no, es un enorme sexo masculino en su periodo erectoral... Max: Pero, por favor, Don Benito, deténgase, eso me parece demasiado… Juárez: ¿De veras le parece tan, tan grande? Max: ¡Licenciado, basta por Dios! Carlota: ¡Ya están aquí los saltimbanquis! Max: ¡Uf, qué a tiempo! Juárez: Pues que comience la función. (Teatrino. Discusión.) Max: ¡Qué atrevimiento! detengan esto, no lo voy a tolerar. ¿Cómo se atreven a burlarse así de nosotros, en nuestras propias barbas? Carlota: Es verdad, esta burla ha llegado demasiado lejos. ¿Usted contrató esta basura, licenciado? Juárez: Óiganme, no exageren, los saltimbanquis simplemente están haciendo uso de su libre expresión y fantasía. Carlota: Pero no tienen derecho a maltratarnos así imaginando un mundo grotesco, gentuza como ésta ocupando el castillo, minúsculas ratas de alcantarilla parodiando nuestros mas íntimos momentos. Juárez: Un momento, usted sobreinterpreta, no creo que la historia se refirera a ustedes. Max: Pues la alusión es clara, la enfermedad, qué mal gusto. Creo que se puede llegar hasta la calumnia, pero ¡hablar mal de mí, cuando no he tenido un solo error en mi gobierno! 389 argüende Carlota: Y yo, beata de celaya empoderada, óigame no, yo podré estar loca pero no soy una cucaracha venida a menos. Max: Una cosa es que carloteen a la emperatriz y otra muy distinta que la cajeteen. Juárez: Bueno, bueno, era sólo para entretenernos. Carlota: Pues para mí que ya se está tardando este fallo histórico, licenciado. Juárez: La justicia es lenta, pero inexorable, madame, ya ve usted lo de Cavallo. Max: Ah sí, lo del Cavallo argentino. Juárez: El 28 de junio se fue extraditado para ser juzgado en España. ¡La justicia es lenta pero paulatina! Todos: Aplausos Max: Y ya que hablamos de animales, ¿por qué no jugamos al hipódromo? (Juegan al hipódromo, primera improvisación con el público.) Juárez: Ahora un mensaje para la jerarquía católica. (El interludio de los pájaros. Ballet clásico de señas obscenas dedicadas a los curas metiches.) (Fin de los pájaros.) Juárez: Creo que el mensaje ha llegado a los santos jerarcas. Max: Yo voy a acompañar a las bailarinas, no se les vaya a atorar el tutú. Carlota: ¡Já!, más bien tú no les vayas a atorar tu tutú. Juárez: Nos salió retozón el emperador; en fin, lo importante es no pensar, como dijo Pessoa, no pensar es ya una metafísica. (Liliana canta “Al espejo”con letra de Borges.) Carlota: Dicen que estoy loca, porque rompí todos los espejos de Miramar y de Bouchot, y sólo a ti te dejé entero; dicen que estoy loca porque lamí con la lengua cada centímetro de tu espectral membrana hasta dejarte reluciente, como vajilla de infomercial; dicen que estoy loca porque me acabé el windex cleaner glass and surfaces que mandaron de ultramar para limpiar los ventanales del castillo; dicen que estoy loca porque llevo cuatro días aquí sentada sin parpadear esperando a que te dignes dirigirme la palabra… Juárez: (Soñando.) Carlota: Pero qué saben ellos, acaso saben que se descubrieron las vitaminas y los rayos ultravioleta, que Nóbel inventó la pólvora sin 390 Jesusa Rodríguez humo y que a Carlos Fuentes se le suben los humos creyendo que le van a dar ese premio. ¿Acaso saben que se inventó el automóvil y la sartén para hacer las mejores panquecas? Y porque así me ven, con las manos en el regazo y las palmas vueltas hacia arriba, las lomas hechas un fraccionamiento ostentoso y de mal gusto, el segundo piso a punto de iniciarse y la baba que me escurre de la boca juntándose con la baba que me escurre de las piernas, formando un solo hilo espeso y blanco como tu esperma, espeso, espía, espejo… espeta un sermón, una palabra, una interjección, lo que sea pero respóndeme ya por misericordia, antes de que en verdad me vuelva loca y la lengua se me caiga a pedazos recitando un monólogo unipersonal escrito por Jesusa Rodríguez, para complacer a un público pseudointelectual con pretensiones, y sin posibilidades de acceder a una beca de creadores. Antes de que con esta boca con la que recibí de Pío Nono la sagrada hostia… El espejo: ¡Hostia! Hasta que lo dijiste carajo, ¿qué crees que me puedes tener aquí nomás de tu reflejo?, ¿qué no sabes lo que es un password? ¡hostia! Ni que fuera bendita ¡estás loca, no pendeja! ¡Y, ya, espabílate, que ahí te va el futuro! Video: Discovery Channel 5 000 años adelante. (Programa sobre “El Creptil”.) Carlota: Y a mí qué me importa lo que pase dentro de 5 000 años. Esas son mafufadas de una pobre era digital, a mí muéstrame a mis herederos directos. El espejo: Si no son enchiladas, Chayotita. ¿Crees que es tan fácil ajustar la banda del tiempo? Pérate, pérate: ahí está, México 2003. Carlota: Te pedí el 2006. El espejo: Ya, ya, ¿qué son tres años frente al devenir de los siglos? Video: Aparece en pantalla el programa “Un día con Marta” de TV Azteca, pero con la voz de Discovery Channel y los animales del futuro, programa sobre “La rata becerro”. Carlota: ¡Qué horror! ¿Qué es eso? Esto no puede ser cierto, ¿qué mente diabólica perpetró un ser como ese? No parece humano, pero tampoco animal, es como un litro de cajeta chorreado en un tablero de ajedrez, y los ruidos que regurgita, ¡oh, oh! Me vuelvo loca, se me licúa el cerebro, fermentan mis neuronas frente a esos ojos de basilisco embotellado. ¡Quítenmela, quítenmela! ¡Yo no soy Marie Charlotte Leopoldine, etcetera! Soy una pobre loca infeliz, que se atrevió a ver lo que no debía 391 argüende y a quien su audacia le ha infligido un castigo desproporcionado. ¡Fuera, imagen maldita, fuera de mi vista! Ya no tiene rating, ya no está en las primeras planas y, sin embargo, la sigo viendo ¡Fuera, visión abominable, fuera! (En loca furiosa.) Max (Entra con toda calma): ¿En verdad te ocurre algo, encajito de Bruselas? Carlota: De bruselas te vas a ir tú cuando te encaje la verdad. Max:¿ Qué urdimbres, qué pensamientos devana tu pobre cerebro de enmarañadas circunvoluciones? Carlota: He visto el futuro, Max. No sé ni cómo explicártelo: más espinoso que un uñagatal, más deshilachado que manga de teporocho, más negro que pelo de don Benito… Juárez: (despierta) ¡Ah! ¿Me llamaban? Esperen, déjenme decirles algo importante: !I have a dream! (Entra Castañeda.) Castañeda: Esa es una idea mía. Juárez: Perdóneme, pero es de Martin Luther King. Castañeda: Hay autores, pero no dueños de las ideas. Juárez: ¿Y qué no es usted el lamehuevos que intenta facilitar el regreso de Salinas de Gortari? Castañeda: Usted sabe, licenciado, que los políticos somos agentes transmisores, metales conductores: lamer pisos, o huevos, es también una forma de tender puentes. Si hay en la sala algún periodista que necesite una entrevista sobre este tema no dude en solicitármela.También puedo hablarles de la cuarta opción. Juárez: Aprovechando que atravesó usted la cuarta pared, procedamos a solicitar al rebaño que llene su telegrama. (Segunda improvisación con el público.) Juárez (a Carlota): Por cierto, madame, yo ya entendí el significado de mi sueño: en un principio pensé que se trataba sencillamente de una marcha gay: el hombre desnudo montado en un arcoiris, los choferes de microbús disfrazados de tehuanas, las ballenas blancas a mi alrededor eran en realidad las columnas del homociclo, las hordas ebrias de felicidad, el enorme huevo estrellado no era otra cosa que el Palacio de Bellas Artes. Pero ahora sé que mi sueño va más allá, es una marcha en la que ya nada necesita reivindicarse… un sueño en el que los ideales de absoluto y los delirios mesiánicos son abolidos y desmistificados, donde los pueblos no tienen nostalgia de los tiranos. Donde los 400 pueblos no tienen que bajarse los calzones, porque ya nadie usa calzones, un 392 Jesusa Rodríguez sueño en el que al fin muere el pequeño priísta que todos llevamos dentro, donde Foxilandia es sólo una pesadilla pasajera, en el que Salinas y Slim se van para siempre al extranjero como prestanombres de Berlusconi. Un sueño donde nadie mata a nadie ni en nombre de una Fe ni en el de una Idea, un sueño en donde nuestra participación en la historia es ilusoria, en fin: ¡I have a dream! Carlota: ¿Y a quién le importa eso? Cuando yo he mirado el futuro en el espejo, he visto correr uno a uno los años hasta el dos mil y pico, nuestro sacrificio será inútil y el espejo me ha dicho que ni muertos estaremos a salvo. Juárez: A ver, señora ¿insinúa usted que dialoga con la mercurial película reflejante? Max: No sabe usted, don Benito, ella ya se hizo toda la película. Carlota: Qué película ni que ocho cuartos. Max: Es sólo un cuarto mi vida, no te alucines. Carlota: (furiosa) ¡No estoy alucinando! Juárez: Serénese, por favor, esto no hace sino alargar tan desagradable espectáculo. Max: Recárgate en mí, estás histérica. Carlota:¿Histérica?¡ja!, mi matriz está sana. El infértil eres tú. Lo he visto todo, voy a tener un hijo y tú ni te vas a enterar. Juárez: Esto se está convirtiendo en una telenovela, se me hace un recurso barato para alargar el final y justificar el precio del cover. Max: Yo nomás te dije que te recargaras. Carlota: ¿Y qué quieres que recargue? ¿La matriz? Juárez: ¿Matriz recargada? (Entra comercial de Matrix.) El espejo: ¡Lonol!!!!! (Aparece la Historia que se desprende del espejo.) ¿Quién de ustedes tecleó mi password? Juárez: (cool) Disculpe, usted, pero tenemos la necesidad de concluir por falta de tiempo, podría decirnos el motivo de su irrupción. Historia: ¿Qué usted no es Juárez, el consumador de la independencia? ¿Y usted Carlota, la emperatriz hecha postre? Entonces usted debe ser Maximilano, de los escritores de su tiempo el más fusilado. Max: ¡Qué mala leche! Carlota: ¡Y qué mal se viste esta señora, parece habitación de motel! Juárez: Si fuera tan amable de decirnos: ¿usted quién es? 393 argüende Historia: Yo soy la historia y he venido a juzgarlos. Carlota: Un momento. Bastante trabajo nos costó acostumbrarnos a ver a la gente salir del clóset, como para que ahora salga usted del espejo. Historia: Mire alteza, no tengo su tiempo, yo simplemente ocurro y en este momento estoy teniendo lugar, así que sésguese. Castañeda: Este es mi momento de pasar a la historia (se dirige a la Historia) Pásele, pásele. Max: Y, además, ¿con qué derecho viene a juzgarnos? usted está hecha de pasado, el cual ya pasó, por otro lado el futuro todavía no es y el presente está dejando de ser todo el tiempo, por lo tanto usted no es nada. Carlota: En todo caso, usted no es otra cosa que los archivos del crimen. Juárez: Por favor, no la juzguemos tan severamente, la señora tiene derecho a tener un juicio antes de ser declarada culpable. Historia: Por favor, no me malinterpreten, pero ustedes fueron los primeros en traicionarme, no es posible que empiecen este espectáculo con un error histórico tan evidente: Juárez y Maximiliano nunca se conocieron. Juárez: Un error histórico es el que cometió el Pentágono mintiendo sobre el arsenal en Irak; nosotros sólo nos hemos permitido una licencia poética. Historia: Insisto, no se puede sostener toda una historia basándose en un error (eructa). Juárez: La historia como la morcilla, se repite. Carlota: No se quiera pasar de lista, yo sé que todo lo ha hecho usted para volverme loca, pero ahora mismo va a responder: ¿jura decir la verdad y nada más que la verdad? Historia: Pues depende qué versión le interese. Carlota: Su versión, su versión. Juárez: Modérese, por favor. Vamos a comenzar este proceso. Díganos, ¿cuándo comenzó usted? Historia: Occidente me data en el 3250 a.c. en Mesopotamia; o sea que nací en Irak, con la escritura cuneiforme. Carlota: Ahí está, usted hoy día, no es ya más que una ruina. Max: Démosle pena de muerte, no veo otra manera de matar el tiempo. 394 Jesusa Rodríguez Historia: ¡Pero, por favor! Mírense en este espejo, ¿acaso no son capaces de aceptar que me han leído al revés? El futuro ya pasó. Juárez: Los sioux observan con razón que el pasado está adelante de nosotros porque lo vemos, mientras que el futuro queda detrás donde termina nuestro campo visual, por eso no lo podemos adivinar. No hay duda de que las cosmovisiones indígenas están más vigentes que nunca. Castañeda: De hecho a mí se me ocurrió el indigenismo. Carlota: ¿Pero qué no se dan cuenta de que esta mujer no está en su sano juicio? Castañeda: La Croqueta hablando de Pedigree. Juárez: Sano o no, este es su juicio, y lo que queremos es justicia, así que díganos, ¿es verdad que tiene una enfermedad crónica? Carlota: Yo más bien diría degenerativa. Max: O terminal, quiero decir, ¿y si la historia no fuera sino una gran farsa guiñolesca? Carlota: O sencillamente una estupidez. Juárez: Por favor, serenémonos todos: ahí donde ustedes no ven más que una cadena de acontecimientos yo veo una sola y única catástrofe, que no deja de amontonar ruinas sobre ruinas. Pero desde el paraíso sopla una tempestad que la empuja incesantemente hasta el porvenir al que ella le da la espalda, mientras que las ruinas se acumulan hasta el cielo, una tempestad a la que ustedes llaman progreso. Castañeda: (agitador del cambio)Yo soy el autor de estas ideas, pero no el dueño. Historia: Usted sí me entiende, Don Benito. Max: El colmo, haciéndole la barba a un lampiño. Carlota: Ay sí, nomás porque sabe que él si quedó bien parado en la historia y hasta con monografía. Castañeda: Cuando que soy yo el que tiene la mejor cabeza. Juárez: Mire, usted, a mí en cabeza de Juárez me traen las aspirinas en trailers. Además, quisiera que me juzgaran no por mis dichos, sino por mis hechos. Castañeda: Eso es lo que yo iba a decir. Juárez: Mis dichos son hechos. Historia: Eso es, lo que cuenta son los hechos: todo es historia. Carlota: O sea que la geografía, la física, y las ciencias de la comunicación me las pude haber ahorrado. 395 argüende Max: Haber sabido, me clavo en las humanidades (ja, ja ja). Castañeda: Hace 30 años que doy clases en la UNAM, de hecho soy el agitador del cambio, yo soy el artífice de la extradición de Cavallo. Es más: Lula es idea mía. Juárez:¡Qué bárbaro, Castañeda, ahora que es usted simpático, se ha vuelto mucho más insoportable! Pues bien, mi querida amiga, el tiempo se agota, la historia tiene que llegar a su fin. Carlota: Ya no se ande con más rodeos y díganos, ¿quién va a ganar la carrera al 2006? Historia: Bien, se los diré: nadie puede ganar esa carrera como no sea: Off: El siguiente efecto ha sido construido en mega pantalla 3d. e-max. (Comienza el strip tease de Juárez que se convierte en Ana Guevara.) Historia: Esa y todas las carreras las va a ganar Ana Gabriela y a ella no hay nadie que la alcance, ni la historia ¿Me podría conceder una entrevista para the History Channel? Ana: Sí, como no, con todo gusto, aquí estamos haciendo ese esfuerzo para México, y vamos a seguir echándole ganas, porque creemos que podemos ir mas allá y ganar no sólo el 2004… etc. Carlota: ¿Y nosotros qué? ¿Otra vez nos van a tener aquí de su hazmerreír? Historia: Claro que no, todo el mundo tiene su lugar en la historia, vamos a darles su marco adecuado. (Los mete al marco.) (Castañeda trata de meterse.) Historia: Usted no, Castañeda, usted se queda allí afuera y de espaldas, por insignificante y mamón. Ana: Quiero dedicarle mi próxima carrera a México, a su historia, y especialmente a Don Benito Juárez, porque México necesita de libertad, justicia, respeto y valentía y, por favor, no cuenten conmigo para la presidencia de la república, yo soy atleta, y a eso me dedico, no como el gerente de la coca cola que llegó a presidente, o la maestra de inglés que dizque ora es el cerebro tras el poder. ¡No, si deveras para vergüenzas no gana este país! Historia: Gracias, Ana, por esta entrevista. Si el cerebro humano fue creado por la naturaleza para mirarse a sí misma, la historia es el recuento de los crímenes contra el curso de la naturaleza. Así que ahora voy a parar el tiempo para ver si así comienza una nueva historia. 396 Jesusa Rodríguez (Todo se detiene por un minuto y arranca la canción final.) Liliana: (canta) “Y si la historia se detiene aquí” FIN 397 argüende Y si la historia (337) Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez Y si la historia se detiene aquí y se nos quedan estos besos no besados y los archivos desordenados... Y si la historia se detiene aquí y no podemos resolver este misterio si no te veo, ni un poquito más... Tanto vicio caro tanto vino avinagrado que ya nadie beberá Y tanto tiempo destemplado tanta fecha desfechada pobrecita eternidad... Y si la historia se detiene aquí en el segundo en que te digo que no puedo yo ya no puedo vivir sin... 398 Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez 399 argüende 400 colaboradores Colaboradores Luis Miguel Aguilar. Escritor. Entre sus libros, Todo lo que sé (poesía), La democracia de los muertos (ensayo), Suerte con las mujeres (relato), Poesía popular mexicana (antología). En el 2002 publicó sus versiones a las Fábulas de Ovidio. Actualmente es director de la revista Nexos. “El lugar herido. Una memoria” será parte de un libro de poemas y prosas. Carlos Aguirre. Artista visual. Lorena Alcaraz. Realizó sus estudios en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Intercontinental y los de fotografía con Oweena Fogarty y Salvador Lutteroth. Desde 1993 ha desarrollado un proyecto autoral de fotografía construida en torno a la mujer y su analogía con la tierra. A partir de 1994 es docente en la Universidad Intercontinental. Ha participado en varias exposiciones colectivas en México y el extranjero. Como retratista colabora con el INBA, la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, la OFUNAM y la Orquesta Sinfónica Nacional. Ana María Amado. Profesora de teoría y análisis cinematográficos en la carrera de Artes de la Universidad de Buenos Aires. Investiga sobre memoria, género y narraciones audiovisuales en el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género. Publicó sobre estos temas en medios de su país y extranjeros. Miembro del comité editorial de la revista feminista Mora, de la UBA. Vivió en México entre 1976 y 1983, de donde se llevó dos hijas chilangas. Su perro y sus gatos son argentinos. Jean Améry. Seudónimo de Hans Mayer, adoptado por él cuando emigró a Bélgica a raíz de la anexión de Austria por Alemania en 1938. Nació en Viena en 1912, donde estudió filosofía y letras. Se escapó del campo de Gurs a donde había sido deportado por los alemanes y se unió a la resistencia antinazi en Bélgica. En 1943 fue detenido de nuevo e internado en Auschwitz hasta 1945. Regresó a Bruselas donde comenzó su carrera como escritor. En 1978 se quitó la vida en Salzburgo. 403 colaboradores Judith Astelarra. Es profesora de sociología en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Coordinadora del Seminario de Estudios de la Mujer del Departamento de Sociología de la UAB. Fundadora de este seminario (el primero en una universidad española) en 1976. Fue miembro del Consejo Rector del Instituto de la Mujer, España, desde su fundación. Ha colaborado con los Institutos de la Mujer de diversas comunidades autónomas españolas, en especial el Instituto Vasco de la Mujer, el Instituto Andaluz de la Mujer y el Instituto Catalán de la Mujer. Ha participado en diversas redes europeas sobre políticas públicas de género. También ha realizado cursos, talleres y consultorías en diversos países latinoamericanos: Chile, Argentina, Ecuador, Colombia, Panamá y México. Sus principales líneas de trabajo profesional e investigación son: mujer y política y políticas públicas para la mujer. Gloria Elena Bernal.1958. Antropóloga y traductora. Haydée Birgin. Abogada. Ha desempeñado diversos cargos en el Senado y el Ejecutivo argentinos. Tanto en Argentina como en México, ha participado en el diseño de políticas públicas centradas en la problemática de las mujeres. Ha publicado, entre otros, como compiladora, El derecho en el género y el género en el derecho (Biblos, 2000) y de su autoría, Ley, mercado y discriminación (Biblos, 2000). Carmen Boullosa. Carmen Boullosa se ha mudado a Nueva York. Acaba de terminar una novela que casi ha acabado con ella, con la que emprendió un duelo largo y obsesivo. Por el momento es profesora en la Universidad de Columbia, el año pasado lo fue de New York University (NYU), y no sabe de qué se mantendrá el año próximo, mismo en el que cumplirá sus primeros 50 años. Es mamá de María Aura y de Juan del mismo apellido. No tiene perro, pero en cambio padece una anemia que parece decidida a no abandonarla. Las recetas para combatirla son bienvenidas. Gabriela Cano. Historiadora. Profesora-investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Teresa Carbó. Lingüista en el CIESAS (Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social), en la Ciudad de México. Ha 404 hecho numerosas investigaciones sobre el discurso político de las élites mexicanas, particularmente en la escena parlamentaria del siglo XX. Forma parte del grupo fundador de la ALED (Asociación Latinoamericana de Estudios del Discurso), es coeditora de Discourse & Society (Sage) e integra el Comité Consultivo de IprA (International Pragmatics Association). También está en el comité editorial del Journal of Language and Politics. En la actualidad explora nuevas líneas de investigación: sobre los usos de la fotografía en contextos (marginales) urbanos contemporáneos, y las cuestiones de acceso que el estatus del inglés como lingua franca de la academia global plantea a los analistas de discurso de otras lenguas y otros orígenes culturales. Araceli Colin. Es doctora en antropología por la UNAM. Estudió psicología en la Universidad Autónoma de Querétaro y se formó como psicoanalista con miembros de la École Lacanienne de Psychanalyse. Trabajó como psicoanalista, ha sido profesora en universidades públicas y privadas, ha escrito sobre psicoanálisis, educación y antropología. Su libro Psicoanálisis y antropología: un diálogo posible a propósito del duelo por un hijo, se halla en prensa. Rosío Cordova Plaza. Doctora en ciencias antropológicas y especialista en género, sexualidad, grupos domésticos y migración. Actualmente se desempeña como investigadora del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la Universidad Veracruzana. Es una madre enamorada de sus hijos y fanática bailadora de son y merengue. Francisco Cos-Montiel. México, 1971. Es maestro en planificación de políticas sociales por la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres. Ha sido catedrático en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), El Colegio de México y el Instituto Mora. Ha trabajado como servidor público para el gobierno de México y como consultor para el Banco Mundial, UNIFEM y la Organización Panamericana de la Salud. Liliana Felipe. Argentina, música, cabaretera y agricultora. Matthew C. Gutmann. Profesor asociado de antropología en la Universidad de Brown en EE.UU. Entre sus libros se cuentan Ser hombre de 405 colaboradores verdad en la ciudad de México: ni macho ni mandilón (El Colegio de México, 2000); El romance de la democracia: políticas populares en México contemporáneo (en prensa en Plaza y Valdés), y Changing Men and Masculinities in Latin America (Duke University Press, 2003). Ha publicado artículos en Acta Sociológica, Alteridades, Anales del Museo Nacional de Antropología, Estudios Sociológicos, Horizontes Antropológicos, La Jornada Semanal, Nueva Antropología, La Ventana y otras revistas. Mónica Mansour. Escritora mexicana, maestra en letras por la UNAM. Se dedica a la crítica literaria, la investigación y la traducción. Es autora de varios libros de poesía, cuento y novela. Phillip Lopate. Uno de los escritores neoyorkinos más sobresalientes. Sus ensayos son un homenaje a la vida cotidiana, notables entre otras cosas por su sinceridad e impertinencia. Ha publicado, además de los libros de poemas y ensayos de su autoría —y un volumen significativo de críticas de cine y arte—, algunas antologías memorables. Da clases en varias instituciones, y está por publicar un libro muy voluminoso sobre el “waterfront” de Nueva York. Tiene una hija, Lily, que todavía no es adolescente. María López Vigil. Escritora y periodista. Nacida en Cuba, reside desde hace 22 en Nicaragua, donde durante 11 años dirigió el periódico popular El Tayacán (1981-1992). Actualmente es redactora jefa de la revista Envío. Ha escrito series radiales, entre las cuales se encuentra Un tal Jesús; libros de literatura testimonial, entre ellos Piezas para un retrato de Moseñor Romero, y libros de literatura infantil, como Un güegüe me contó. Enrique Ocaña. Traductor. Adam Phillips. Psicoanalista inglés especializado en psicoterapia infantil. Ha publicado entre otros On Kissing, Tickling and Being Bored, Monogamy, Terrors and Experts. María Teresa Priego. Nació en Villahermosa, Tabasco. Estudió letras hispánicas y una maestría en estudios de género en París 8. Es cuentista, editorialista del periódico El Independiente y colaboradora de la revista Nexos. 406 Román Revueltas Robles. Periodista. Jesusa Rodríguez. Actriz y directora de teatro. Fundadora de la compañía Divas A.C. Su verdadera profesión es conductora de eventos de solidaridad y su verdadera vocación es jugadora de póker. Raquel Robles. Integrante de H.I.J.O.S. Susan Sontag. Escritora, crítica de la cultura moderna, ha escrito ensayos innovadores sobre lo camp, la literatura pornográfica, la estética fascista, la fotografía y el sida. Es considerada en su país de origen, Estados Unidos, como una “nueva intelectual”. Entre sus últimos libros se cuentan la novela In America (1999) y el libro de ensayos Where the stress falls (2001). Teresa Valdés Echenique. Sociologa (Universidad Católica de Chile), es profesora investigadora de FLACSO, Coordinadora del Área de Estudios de Género de FLACSO-Chile. Entre los años 1990 y 1995 coordinó el proyecto regional “Mujeres Latinoamericanas en Cifras” en 19 países de América Latina, y desde 1999 coordina el proyecto regional “El seguimiento de los acuerdos internacionales para el mejoramiento de la situación de la mujer a través de un sistema de indicadores. El Indice de Compromiso Cumplido ICC. Un instrumento de control ciudadano de la equidad de género”. Desde 1983 ha sido integrante activa y dirigenta del movimiento de mujeres en Chile. Desde 1993 integra la articulación de ONGs y centros especializados en género: Grupo Iniciativa Mujeres. Durante el año 2000 fue integrante y relatora del Consejo Ciudadano para el Fortalecimiento de la Sociedad Civil constituido por el Presidente de la República, Ricardo Lagos. Actualmente preside el Consejo provisorio del Fondo para el Desarrollo de la Sociedad Civil, creado por el Presidente de la República en 2002. Paloma Villegas. Nació en México, D. F., en 1951. Estudió lengua y literatura hispánicas en la UNAM. Trabaja en Ediciones Era. Ha traducido numerosos libros y artículos; ha impartido un taller literario en la Universidad Autónoma Metropolitana y realizado adaptaciones radiofónicas para Radio Educación. Ha publicado artículos de crítica literaria y feminismo, y los libros Mapas, Ediciones Era, 1981 (poesía), y La luz oblicua, Ediciones Era, 1995 (novela). 407