Obama y el G7 en Hiroshima: la Historia no os absolverá

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Obama y el G7 en Hiroshima: la Historia no os absolverá
Publicado en Periódico Diagonal (https://www.diagonalperiodico.net)
Obama y el G7 en Hiroshima: la Historia no os absolverá
Enviado por cuneo el Lun, 05/30/2016 - 10:03
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“La muerte cayó del cielo y el mundo cambió”, fue el inicio del discurso del primer presidente
estadounidense de la Historia en visitar el Memorial de la Paz en recuerdo de la bomba atómica de
Hiroshima. Desde que hace un mes el secretario de Estado John Kerry visitase el lugar, más y más
voces se alzaban pidiendo compensación simbólica y un gesto de respeto hacia las víctimas de la
mayor matanza perpetrada por el ser humano. Nadie esperaba un discurso de arrepentimiento,
pero lo cierto es que una sentencia tan impersonal debería haber causado más revuelo del que
causó. Lo sentimos Obama, “la muerte” no “cayó del cielo” como la lotería o la mierda de paloma.
Fue creada deliberadamente en laboratorios con el plan premeditado de ser usada como arma de
guerra.
Japón es un país con graves problemas con su propia historia. Esto no es una excepción, casi todos
los países, en mayor o menor medida, tienen deudas con su pasado, sea colonial, bélico o dictatorial.
Pero el doble filo que representa Japón, víctima de la bomba atómica pero a la vez verdugo de
Oriente, les coloca siempre en una situación muy delicada de manejar por sus élite política,
tradicionalmente nacionalista. La reunión del G7 esta semana en la prefectura de Mie (lugar nada
casual, pues alberga el templo shintoísta más importate del país, símbolo para el emperador y los
conservadores) no se llevaba a cabo únicamente para tratar los típicos temas candentes entre el
exclusivo grupo, si no que servía de resituación histórica para los EEUU y el país del sol naciente en
un momento en el que la geopolítica en extremo oriente está que arde.
Lo sentimos Obama, “la muerte” no “cayó del cielo” como la lotería o la mierda de paloma.
Como casi todas las cumbres entre élites políticas, todo lo que pueda acontecer está pactado y
arreglado de antemano para que no haya lugar para los sobresaltos. Empezando por un minucioso
control social y de prensa: el encuentro de Ise-Shima supuso el despliegue policial más grande
de la historia del país (23.000 policías rodeando y barricando los alrededores de la península más
otros tantos en la capital) y la propaganda mediática estaba medida al milímetro con la
concentración de la prensa en el International Media Center, donde se celebraban exposiciones
sobre el poderío tecnológico nipón y se dotaban con todo lujo de instalaciones a más de seis mil
periodistas, a la vez que se les prohibía abandonar el lugar y acceder a las reuniones del grupo de
los siete.
Acceder a los pueblos cercanos también era un desafío para curiosos, pues muchas paradas de tren
del área cercana permanecieron inactivas a lo largo de la semana. En total, unos 60.000 millones de
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yenes gastados, casi la mitad en medidas de seguridad, incluyendo estas el despliegue de las
renovadas Fuerzas de Autodefensa, el ejército japonés que supuestamente no puede invadir países,
pero que cada día crece más y más con polémicas reinterpretaciones de su Constitución “pacifista” y
que ya entrena en técnicas ofensivas con juntamente con los EE UU.
La cumbre del G7 tenía que suponer para Japón un impulso para devolverle el protagonismo en el
área del Pacífico Oriental, tan disputado ahora con su eterno rival histórico, China. El premier
conservador y revisionista Shinzo Abe tenía todas las de ganar: sus contrapartidas carecían de
excesiva experiencia internacional en estos campos o estaban demasiado ocupados con crisis como
los refugiados o los ataques terroristas en Europa. Merkel, Renzi, Hollande o Cameron (con el
referéndum por el Brexit tan cercano) tienen problemas internos demasiado acuciantes como
para soñar con ampliar su área de influencia.
La política exterior del Estado nipón de los últimos años, personificada en el astuto Fumio Kishida, ha
ido conjugando concesiones y decisiones decididas, ha dado un impulso renovado a su posibilidad de
influir en otros países y de mantener su status de potencia. El doble juego con la política bélica
de EE UU, de los que son fieles siervos, ha conseguido que el rearme siga avanzando viento en
popa dentro de un marco constitucional cada vez más estrecho, y a la vez, la desobediencia y la
firmeza de Abe le ha permitido reunirse de tú a tú con Vladimir Putin para tratar las tensas
relaciones entre los dos países (hay disputas territoriales desde el final de la II GM y, de hecho, aún
no se ha firmado un acuerdo de paz en condiciones) cuando Obama le pidió expresamente que no lo
hiciera.
Recuperar autonomía en materia de política internacional es objetivo primordial de los nacionalistas
en el poder
Recuperar autonomía en materia de política internacional, hasta ahora exageradamente
supeditada el interés estadounidense, es objetivo primordial de los nacionalistas en el poder, el PLD.
Por ello Abe invitó a una reunión paralela a países orbitantes en torno al disputado Mar de China:
Laos, Vietnam, Indonesia, Bangladesh o Sri Lanka (ninguno de ellos destacados en política por su
respeto hacia las libertades o los DD HH precisamente), hecho que, claro, no sentó del todo bien al
gigante asiático, que tardó poco en reaccionar por medio del portavoz del Ministerio de
Exteriores, Hua Chunying, que instaba a los líderes del G7 a mantenerse al margen de “disputas
regionales que no les incumbían”.
Obviamente, no todo le iba a salir bien a los nipones. La injerencia estadounidense sigue siendo
poderosa (le han llovido palos en esta cumbre por intentar devaluar el yen de cara a mejorar sus
exportaciones) y los fantasmas de la Historia aún le persiguen. La tensa relación con Corea del Sur,
mediada en gran parte por Obama y definida por la “amenaza” de su vecina del Norte que tanto
parece preocupar a la primera potencia mundial, ha llevado al presidente nipón a hincar la rodilla en
el tema del esclavismo sexual y el rapto de mujeres durante su etapa colonial en la IIGM y Shinzo
Abe ha tenido que tragarse su orgullo y reiterar disculpas constantes en su mandato en referencia al
pasado imperialista.
Pero sin duda el mayor punto de fricción con sus socios americanos sigue estando en la presencia
militar, que consta de 50 mil soldados y más bases que en ningún otro país del planeta.
Recientemente, un nuevo caso criminal que implicaba a ciudadanos estadounidenses en suelo
japonés saltaba a la luz: el ex-marine Kenneth Franklin, quien ahora trabaja como civil en la base de
Kadena en Okinawa (las islas más meridionales del archipiélago, donde se sitúa más de la mitad
del contingente yankee) reconocía haber violado y asesinado a una joven lugareña, hecho que
reavivó el incesante descontento popular con la presencia militar y su comportamiento. El
gobernador de la región, Takeshi Onaga, lleva además meses en litigios con el gobierno de Tokyo
para que se cumplan los acuerdos que supondrían el traslado de la base de Futenma, en hiato desde
el 95, y la población muestra cada vez más y más signos de hartazgo, habiendo realizado
manifestaciones masivas en contra de la ampliación de las instalaciones bélicas durante toda esta
semana. Obama no pudo ignorar este hecho, pero su referencia al crimen de Kenneth Franklin fue
un tibio pésame y el levantamiento de la prohibición de consumir alcohol a sus tropas dentro del
área civil de Okinawa.
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Está claro que hechos como éstos recuerdan a ambos países que la imagen que tienen de sí mismos,
los EE UU como paladines de la libertad y Japón como la víctima atómica garante de la paz y la
estabilidad de la región, son un relato histórico que se resquebraja a poco que se rasque. La presión
popular puede impedir que el discurso mainstream cale entre los medios, pero no siempre surte
efecto. Obama recibió más de 70 firmas de personalidades y activistas de su país, como
Oliver Stone o Noam Chomsky para que se disculpara por la barbarie atómica, pero nunca hubo
ninguna posibilidad de que ello sucediera. En medio de una campaña electoral contra un enemigo
como Trump (al que Obama aprovechó su estancia en Japón para criticarle y quien, por cierto,
sostiene que Japón y Corea deberían poseer bombas nucleares), unas disculpas oficiales o a título
individual supondrían una muestra de debilidad para su partido. Las asociaciones de Veteranos de
Guerra también presionaron para que ello no ocurriera y, finalmente, Obama a penas alcanzó a
“reconocer el sufrimiento de todas las víctimas”, que incluían prisioneros de guerra y esclavos
coreanos a menudo olvidados por la historiografía. La imagen del presidente demócrata abrazado a
un hibakusha (supervivientes de la bomba atómica, a menudo convertidos en parias sociales y
abandonados a un destino cruel) se volverá icónica, pero el alcance del gesto es, cuanto menos,
reducido.
Las palabras del líder estadounidense apenas hacían referencia a su país como “responsable
moral” a la hora de eliminar el armamento atómico del mundo al haber sido los únicos en emplearlo
como arma asesina. Obama saltó a la fama por el Premio Nobel que le fue otorgado tras su discurso
en Praga promoviendo el desarme nuclear, pero sus pasos en ocho años al frente de la primera
potencia mundial no han ido muy encaminados hacia esa dirección. Obama querrá, con el gesto de
Hiroshima, asegurarse un lugar en la Historia como un hombre comedido que limó asperezas con
rivales clásicos como Irán o Cuba, pero aunque intente esconderlo, las cifras hablan de mayor
número de bombardeos (sobre todo con drones) y víctimas civiles que la etapa Bush, y los
programas nucleares no se han detenido sino que han aumentado.
Por su parte, Abe, que no tiene planes algunos de hacer viajes recíprocos a Pearl Harbour (ni
mucho menos Nanking), también quiere marcarse el tanto con la primera visita de un presidente
yankee a Hiroshima y así poder mostrar de nuevo a su país como víctima de la II Guerra Mundial en
un momento en el que sus vecinos cuestionan más y más los esfuerzos negacionistas de las
autoridades nipones hacia los crímenes de guerra cometidos. Recientes encuestas demuestran que
al menos la mitad de estadounidenses creen que el lanzamiento de Fat Man y Little Boy sobre
Hiroshima y Nagasaki fue necesario para acabar la guerra, mientras que a penas un 15% de
japoneses opinan lo mismo. Las mismas cifras eran mucho más elevadas en las década de los 50', lo
cual demuestra que esto de la memoria histórica es algo manipulable y cambiante, y la cumbre del
G7 en Hiroshima revela a su vez que el uso que los gobiernos hacen de esta memoria sirven a sus
intereses geopolíticos inmediatos. La Guerra por la Memoria se lucha batalla a batalla, día a día, y no
deberíamos permitir que ningún estado que haya sido cómplice o instigador de masacres,
colonizaciones y opresiones salga absuelto del juicio histórico.
Pie de foto:
Hiroshima, tras la explosión.
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Autoría:
Héctor Tomé Mosquera
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