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SICALÍPTICO
REVISTA SEMANAL
ILUSTRADA
tño
Núnit 3 8
»»irpí-l«iiii -I I Sciiiií'inbr*' de 1904
1 0 CEflT&
PECADORAS
CARLOTA BfGAlL
El escultor K. (QO qu'ero norahrarle porque su
mujer es celosa como UQ
turco y podría darle un
disgusto) vió bace dos veranos en la pla^ a de Biarritz á Carlota Rigail, una
muchacha do Bayona elegante é instruida.
Por aquella, época el escultor K. Phiabí hoodarnente preocupado^ entre
las iofiíiitas modelos de
que podía dispmei en Psris no eoeootraba una que
pudiese reunir las condiciones indispensables pura una gran obra que mediJaba.
Ca día, cuando Carlota
salla del bañu pudo contemplarla, auoqua no A
sus anchas; pero no per
eao dejó de parecerle la
linda bavone'ia de hermoHura inmensa y de irreprochable corrección de
lormas.
Disde entonces K. no
descansó, ni desperdició
ncasióa de acercarse á
Carioca, hasta que logró
hablar con ella larg-amente, procurando enamorarla, cosa que iba consiguiendo.
ManifeitAbase loco de
amor y en más de una
ocasión suplicóle que lo
abandonase todo por él^
que a paitir de aquel instante no tendría en el
mundo más norte ni más
dios que ella.
Carlota se adormecía
dulcemente con el arrullo
embriagador de a q u e l
amor sin igual, pero fe
resistía heroicamente y
quería llevar á iv. por el
terreno ñrme; esto PF; qii;rÍR caparíp.
Por fin, un día, y cuando aqiielia oasirtn bahía
hecho terrible es'rago en la Rii^aí), !\.. le h'zo cumplida confesión da su vida, de sus anpiracioues, y de
las angustias terribles que le acong-ojaban
lEra caaado! Aquel amor que ara c] prtmproy sería el último de su vida no podía ser bendito ante
el altsr. El, enamorado del alma de Carlotf, como
hombre que sabe apreciar lo divino, y de su cuerpo, como artista que adora ¡a perfección irreprochable de un cuerpo hermoiin, se veía prpc'sado á perderlo todo: su dicha, que estaba en 'a snii^faccírn
de 8u amor, y su Erlona de artista encerrada en el
cuerpo divino de la inolvidable.
—V es tanta mi angustia—ncabrt diciendo:—^anta mi desesperación, que acabaré mal, te lo juro;
si no eres mía, sólo mía.
En la voz de K. que la emoción y las Iftgrima''hscían temblorosa, se leía tan suprema angustia que
-3"/:.
Cailnta Etntíase invadida p^^r I r m T s a y dulce
piedad,
Y cuando despué? de haberle despedido le ^ió
marchar con 1" cabeza baja y arr'ieando con desesperación infinita el sombrero lleiible que T c a ba en la mann, sio saber por qué, y sin poder
contenerle corrió bncia é.\ y abrazándo'ie desesperadamente á BU cu< lio le dijo:
—No quiero que te vayas sin mí; s pesar ác todo,.
pero tuya, tuya siempre .. hasta que tú no dispongas otra cosa.
Y se echó A llorflr.
A otro día Carlota Rierall y el escultor K. llf garon ñ París.
Y de seguro que no hay en la hermosa capital
francesa otra modelo mÁs gentil y más gallarda
que la Rigail, que separada de K., se hace pagar
bien caras sus posturas.
ÁLFJANDRO PITA.
Biblioteca Nacional
BAILES
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En esfcoB diis la prensa acaba de notífijarnoa un
novisimo iiino consumado en uno de los principales hoteles de Londroí: un timo del género g-alaute,
que BegLiramente causará gran retraimiento entre
los jóvenes calaveras de profesión,
*
Días atrás se presento en la mesa rédenla del
hotel, un matrimonio italiano. El, membrudo v alto, grave y tan a7aro de palabras como parco de
sonrisas. Ella, gentil j pizpireta, con una bnquirrita muy picotera y dos magnlücosojazos muy habladores; parecía, no obstante, un poco triste, y no
faltó comensal que achacase aquella nubejill» nielancóUca al poco amable trato del esposo, que comía apoyado de codos sobre la mesa y muy cecijunto, como si estuviese resolviendo mentalmente algÚB problema.
Asi fueron pssando varios días; la figura de la
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italiana era más interesante cada vez, SUB actitudes más lánguidas, BUS trajes máe perfumados y los
movimientos de su flexible talle más expresivos;
varios huéspedes empezaron á mirarla con ojos codiciosos, elli les correspondía y animaba entornando los suyos, y al rtn hubo un don Juan que cayó
eu el esparavel de aquellas pupilas luminosas...
Y desde entonces, y á hurto de los coneurreotes,
empezeron las frases intencioüadaa y las eoniisltas furtivas... Mientras el marido continuaba absorto y ciego, con esa ceguera maravillosa de todos
los maridos burladosLuego es de suponer que la joven y el galán hubieron de encontrarse en la calle ó en algún lugar
poco seguro y en el cual sólo pudieron decirse algunas palabras. El la pidió una cita, con esa u r gencia desesperada ron que suelen solicitarse tales livores. Ella rtsistii ..
—Mi marido e s m u j celoso...
—No importa.
—Le romperá á usted el esternón.,.
—Mejor; morir por usted esun placer de dioses...
La italiana concluyó por rendiroe á discreción.
—Bien; entonces, mañana por la tarde, á las siete.
Tasabe ustedque ocupo el cuarto número tres...
No hay para qué advertir que antes de conceder
esta cita, la ladina joven se había asegurado de
que su cortejador tíia da los hombres que llevan la
cartera bien repleta.
Al siguiente día, el arriscado inglés acudió á la
cita con puntualidad británica. Al principio hablaron un pocoi luego él fué animándose y Tinieron loa apasionados juramentos de amor, y los
brlnquitos y carreritas de ella, que ECÍ defendía,..
En tan Critico momento entró el it-alianü,el feroz.
marido, con un revólver en la mano. Era inútil
defenderse ni negar, y el seductor .se rindió á dis
creclón. Su enemigo eutouces le pidió cuatro mil
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BOLERO
libras esterlinas.
—Si no me las da usted—dijo;—le rompo el cráneo: está uated en mi cuarto, le he sorprendido
queriendo foizar á mi esposa y tengo derecho i^
matarle. Escoja usted...
El desdichado inglés, escogió y pagó... Y aquella misma noche el matrimonio salió de Londres con
rumbo desconocido.
Después no ha faltado quien diga queaquel'parde
tortolitos ha representado idéntica tragicomedia
en diterentes capitales de Europa, y que así viTea.
p» De suerte, que para este aventurero italiano parece escrita aquella copla que dice:
Cásate y tendrás mujer,
Y vivirás lindamente...
ARTÜHO
REINA
MINÜETT
CELOS NÜCTURNTiS
I.a so.sa de la Manuela
se acostará cou ííami'rez,
y yo en cambio duermo sola,
jlís ciarlo ol reirán que dice
que siempre Dios da ¡lañuelo
a! que no tiene narices!
RÁPiDA
Clotilde, aquel infatig-abla
cascabel regocijador de tantas noches de -¿ambra, está.
preparáüdose para, asistir á
BU último bailt-; el baile conque pierna retirarse definitivameote del mundo alegre.
—¿Para qué s e g u i r - d i c e ,
—si á los hombree, esos adoradores iusauiables de todo
lo uueTO, 1.0 iBDgo ya iilngún atractivo queotreeerles?
Si, finjamos irnos dá gr^do
y enmt-ndemus el apocamiento de nueitra sene-tud, reiirándoaos con esa majeslfid
de las reinas viejas que abdican...
Y mientras hublaba PSÍ.
por sus labios empalidecidos
y marhitos de mujer que ha
besado mucho, vagaba una
triiíle sonrisa de humorista.
Estaba en su gabinete, entre
un grupo de amibas jóvenes.
Cisi todas diacípiílas sujap.
que la observaoau con esa
curiosidad infantil que enciende en las mucbachae ]H
presencia de una cortesana
célebre. C oülde las había
g-uiado A grandes jornadas
por el dulce camino del pecado, revelándolas el secreto afrodisíaco de los mejor<s
perfumes y el misterio enluquecedor de las ¡caricias BUpremas. . y deslumbrándob s
con la novela prestigiosa do
SU5 t r i U L Í Q S .
Clotilde 86 había puesto ya
sus medias de seda y calzad: sus zapatos de tafilete; luego de pie, en medio del dormitorio, qui?o substituir BU camisa blanca y sencilla por otra azul, adornadi con llamativos encajes flamencos; y mientras se vestía óata, la otra dealizabase rápidamente á lo largo de sus caderas
enflaqueaidas y como desgastadas por los libidiaosos sobajeos de lautoí
amantes.,.
Después, sentada deisntí dd ua e?pejo y con los brazos en alto, empezó ¡V
arreglarse el pelo, adornaado la p a n e superior de la cabeza con una artíst c i
media luna de oro salpicada la brillantes, y atajando el indiscreto desembarazo délas sienes con co^uetouea tirabuzoncitos.
Sua amigas la observaban escudriñando con ojos perversos y burlonoí el
ocaso lamentable de aquel ídolo en ruinas,
Clotilde era la caricatura de una obra maestra: las linea? de su espalda b.-ibían p e r i i d j la lujuriante suavidad de lo cur7o, y eran angulosas y duras;
los senos se desmayaban lacios y melancólicos como dos lagrimas que caen...
En todo aquello palditaba nn dolor acerbo una grau tragedia:
la trayedia de lo irroTiedlable, da lo que se va...
Alguaai de las oe'arrentes sonreían, cjmo dtciéadose:—Esta
cayó; ¡una menos!...
Porque pira loí v.'n údjs no hay compasión y la espada ¿e
Breno no se envaina uunca.
Clotilde acababa de ceñir su cuello coa las cinco vueltas de
un collar de esmeraldas y rubíes que, al ser heridos por la lu¿,
proyectaban sobre el pecbo reflejos fantáíticcs.
—^Qué os parece?~preguató la antigua pecadora.
—Bien—repuso una jovin.
—Al contrario—repaso otra con venenosa intención;—esfs
Pasa el curso y el verano
luces recuerdan los farolillos de colores que ponen eu los d t entre beber y bailar
rribos...
y en .'-iepíienbre racolecta
iVutos que !e hacen llorar.
J. JORQCERA
i
fiEüIiRS
UNA
ARTES
FAVORITA.—CUADRO DE ASTI,
Si hay vidas tristes, las de las miijoros encerradas en los harenes
Bon de ías más dig'nas de cninpasióu. El aburrimiento, que poco á poco
66 convierte en tedio, concluye poi' abulagar almas ó inteligencias.
En vano alarg;an la5 horas del baño, Jas del tocador, aquellas otras
en que bayaderas indias y danzarinas africanas y egipcias bailan sobro ricos tapices de Siiiirna, ctiasi desnudas, las iiiils lúbricas danzas
que la voluptuosidad oriental inventó. Al cabo, el bostezo abre aquellos labios purpurinos, y las cabezas y los torsos de aquellas mujeres,
muchas de las cuales jamás conoceián á su señor, se reclinan lánguidamente sóbrelos damasquinos alninliadones, y, cerrando los ojos,
se trasladan con el jiensamiento á su timra, para soñar con amores
allá, quedados, y que hacen palpitar con doloroso ritmo sus corazones.
No 66 mucho más halagüeña la situacióu de las favoritas. Comen-
zando por tener que soportar á. otras con quienes el señor comparto
sus favores; alejadas, aun cuando sea para mayor fausto y goce suyo,
del diario trato de las demás mujeres, han de sostener la couspiracióa
continua, más terrible por ser femenina que por alcanzar absoluto
dominio sobre el coi'azón de su dueño, que comienza desde el instante
en que ocupan el i'ango de favoritas.
Asti pintó Una favorita pensando seguramente en todo esto. A las
lujuriantes formas del desnudo torso, domina la expresión de aquel
rostro bellísimo, que parece no percatarse de los deseos que despierta
la exuberancia plástica de sus encantos. Por el cerebro de Una favorila pasan en tropel ideas que no son, á, juzgar por la desdeñosa
contracción de la boca y el imperio de la mirada, ideas de amor y de
yoluptuosidf^^t
parieioN JUSTA
¿Ypor
qué 710 ncn conceden
á nosotras
d descmiso
dominical:
v.^=• - > ^
UN AVISU L P ^ M Í Ü , O
Mi Kella vecina Paz:
llumiMemenle leniego
que al ciesnudarso en su al,-,i li;i
cierre el IjalcTm lo primor -.
Pues noto con eütapor
que con gran detenimien'n
(odas las ñochas se Iju^ca
las pulgas ú otros inseotop,
levantando la camisa
y dejantlo al descubierto
redondos y gruesos musloí^i
blancos y roijuslos seno^.
Y, no estando satisfeclja,
pasa usted ante el esppjo
y allí ii comparar enrjpieza
el grosor de sus dos peches,
ó palj'a con suavidad
la pom])Osidad de hierro
dd un t:d sitio cuyo nombra
no digo porque. . no quiej'o.
Luego, con aire triuiifaniu,
mira a nii bali^ón riendo
-como pensando: lA'ecino,
limpiáis i]U6 tintas iJe liUi;vo "
'i soplándole á la luz
y meliéniioso en el luclio,
me deja usted lo niismito
que un bai-loLillQ reíleno.
•Cosas todas, linda l'it/,
que alteran la paz del üUi.Tpc.
y cuando á mí se me alleía
'hasta sosegar no cejo.
P o r eso, bella vecin;i,
humildemente le rin.'go'
q u e al desnudarse en sn a'cnl a
•cierre el halcón lo primólo,
•ó bien me Ihime á, su lado,
y verá con cuánto esmero
y o la doi-n'i lo, la e-pulgr,
y hasta si qniere la... duer no
Hasta tanto se ilespíde
su amigo má:i verdadero,
y admirador de las gracias
d e su persona.
JDAN CRFsro
Po)' la copia.
EN LA P L A Y A
¿Por ijiíé no te i-i¿n(S á ésta que es ÍHÚN p'quena?
—Porque á mi me gusta agarrarme d la más gordo.
PEREZASería cosa de entonar un himno á La pereza, ese estado delicioso en que el cuerpo reposa en una inacción sublime, sin estremecimientcs bruscos, sin pensamientos tristes, viéndolo todo con cierta vaguedad de ensueño voluptuoso que acaba per provocar un espasmo ligero y dulce, suave y tenue que enlanguidece los mi'isculos, haciéndoles experimentar un placer tan exquisito como misterioso, indefinible é
intenso. Esperar las lioras que nos han de traer la alejj:ría que huye no bien saboreada; pero esperarlas
sin tedio ni dolores es una gran ciencia que sólo conocen los voluptuosos.
¡Ay del que no eabe aguardar perezoeamente! ¡Ay de loa que no han saboreado el vago plaeer que sa
eiperimenta viendo dosvanerse en el aire el humo de un cigarro! Para ellos no habrá felicidad en el
mundo; morirán cansados por no haber sabido esperar; y las horas supremas del deleite les ¡sorprenderán en los momentos en que rendidos, no puedan saborearlas. lOh encanto de la humanidad sensata,
noble pereza: yo te saludo y á ti rae entrego!
lÍAFAi^l. YiK A l í J ) M L L \ .
MUSEO DE LOUVRE,—LA ADM1R1CH)N, POR AV. BOUGN.RBAÜ
MANANTIAL SICALÍPTICO
SUEISrO DE3 A M O R
Don Leopoldo, ilejo ochentón, se ha casado con
una jovnn muy guapa.
—^;(Jómo has hecíio ese disparate?—le p r e g u n t a
otro veterano.
— ¡Toma, por tener hijos!
—I^r-ro, hombre, ¿tú no cuentas con la huéspeda?'
- ¿ Y es". .
— Que tu mujercita puede salirte virtuosa...
El pálido asteroide de la Doche
empieza á ilumÍQar el rtimameoto,
apagando ei fulgor de las estrellas;
la cumplña se i npregoa de mi^teiio
y una eudecha de atn' r canta el arroyo
que se desliza en pedregoso lecho
Mis f'joi se confunden COD los tuyos
y la brisa que beaa tus cabellos
tus süpiros robando, se perfuma
con loá suaves aromaa de tu allt-nto.
CJLUO tlerabían la? hojas en el árbol
trémulo de placer tiembla lu cuerpo,
tu cabeza reclinas en mis hombros
entre mis brazos tu cintura estrecho...
nuestros labios se buscan y se encuentran;
nuestras almas se funden en un beso
ardoroso que vibra en el espacio.
como nota de amor en el conciertí
que forma el ruistíior en la enramada,
y el manso susurrar del arrroyuelo.
Uuft eeñora le preguntó á s u doncella.
— ¿T.tne usted novio?
—Sí. señura.
— .Q lé es?
—Si Hado de caballería.
—No me gusta su prof-sión.
— ¡Ah, no se alarme usted! .. El pobrecito es da^
muy poco comer...
—Mam^, te aseguro que Per e n e es lo q'te parece,
—De todos modos debes de rüspetarle porgue e s
tu futuro marido
—Si; pero fatino imperfecto... ¡Cuando se lo digo?
FBDHIHICO TRUJILLO
Do? amantes que han tenido una rejería, com.parecep ante el juzgado:
El Juez.—j.Gonque p&tii ."eñora le hirió á usted?
EL amanfe [deseando salcar a su coima).—No,
seonr.
El juez —¿Pues y ese mordisco que tiene en la
orei»?
El í'.manle (aturdido) —'^•i\o he dado 50 mismo, durniiendo... señorjuez
IMP.
6 0 L É , MINA, 8
En el Juzgado:
—Señor juez, este hombre me ha atropellado.
El aludido íurloao:
—¡Protesto!... ¡¡Embustera, calumniadora!!...
Los HPI rr leu:
— ¡Silenciu. . y cuidadifu ciin faltar! ..
El juez queriendo p¿ner ios puntos so'ire las íes:
—Pero, ¿cómo pudo ser eso, Si ese hombre es un.'
cM'ffirahls y usfei tiene un cuerpo hercúleo?. .
Ella. -Eaque. . cuan lo me rio pitírJo las fuerza».-
1
BED-APCIÓN Y ADMTXISTEACIÓN
I
Roger de Flor. 159.1.", 1."
U t r n ' l n p «l***i|<\l Í P T I Í 4».-Br.rc'-I.•?»>•.
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_!?'v!^??'''^?^"--• A t t y r v ^
- ^ - : -^TrT^-T ,*-uAtílSJB&**¿
CTónio s e c l e s n v i c l í m Ifis ntitijére^
»«a¿»i«»T
I HIT: M u r l - . , .
I.—Estarnris frente á írenle, ella y nosotros; pero sin que sospeche que nuestros ojos ávidos la contemplan. ¡Mejor! Así prrti-ederá á ilesnudarse con entera libertad y podremos veria á placer. Estuvo e n e ! baile donde fué proclamada reina,
¡Cuántas y qué buenas cosas tuvo que oir!
Uno se nianií'tíBtaha prendado de sus ojos, parleros y brillantes; otros de su bociuífa, p m a l sabroso de goces infinitos, otros de su pie. el de mim allá <ie su ^^entileza y gallardía... Por todas partes donde fué despertó la a d m i r a ción y el de^eo... Y ahora... La fiesta se acabó, y, durante la cena, «tuvo unas palabras" no muy suaves, con el
amado de su coraxón v Ileyó á su casa a!go triste. Por eso, sin hacer caso del espejo, empieza desnudándose la p r e ciosa salida de teatro, pensando en él.
'''^'-t-.-'»-' •" ni irwnf •"V-r-jifrr-jjt;! i.i •|'«JII»
Cóiaio so desniícla-n las muier.es
11.—Va está fuera la capa y se nos presenta en eí'caprichoso traje con que tanto llamó la atención do todos.
Risueña y orf^^ullosa, fue despertando deseos por el salón.
iCJuú satisfecho se habría mostrado cualquiera, que no hubiera sido él, con poderla llevar del brazol
Estos pensamientos la ponen de mal humor, más que la entristecen.
¡De liaber sabido cómo iba á terminar la fiesta!...
j P a r a final tan desastroso no v¡xlía la pena haber empleado tanto tiempo en vertirsel
—[Pero en fin—exclama, dispuesta á desabrochar el corpino;—á lohecho pecho!
Hace algunos días que le encuentro tibio, frío, y no sé cómo arreglármelas para atraerle al buen camino.
jCuidado que el desaira de esta noche es de tomo y lomo! (Se conliniíará)
^'.
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