Del fracaso y la utilidad de la diplomacia Frank

Anuncio
Traducción
1914 – Del fracaso y la utilidad de la diplomacia
Frank-Walter Steinmeier, Ministro Federal de Relaciones Exteriores
(publicado en el diario FAZ el 25.01.2014)
El 28 de junio de 1914 se difundió por los telégrafos la noticia de la muerte violenta del
heredero al trono austro-húngaro en Sarajevo. Cinco semanas después estalló la Primera
Guerra Mundial. En la memoria colectiva de los alemanes aquella contienda quedó a menudo
soterrada por la Segunda Guerra Mundial y el crimen de lesa humanidad que fue la Shoá. Pero
en muchos de nuestros países vecinos, en cuyos territorios tuvieron lugar las sangrientas
batallas y la horrenda matanza de las trincheras, la Primera Guerra Mundial está marcada a
fuego en la memoria hasta el mismo día de hoy; en Francia sigue llamándose sin más la
Grande Guerre, la Gran Guerra. George Kennan reconoció en ella la “catástrofe originaria”
del siglo XX.
La historia de aquellas cinco semanas transcurridas entre el atentado en una convulsa región
periférica del Imperio Austro-Húngaro y el estallido de la guerra entre las grandes potencias
europeas se ha descrito muchas veces. Con ocasión del centenario de la catástrofe han
aparecido numerosos estudios nuevos que tratan de hacernos comprender lo inconcebible.
Exponen detalladamente el cálculo de los actores en las capitales europeas, los temerarios
pronósticos sobre una campaña que supuestamente conduciría a una rápida victoria, la fijación
de objetivos bélicos descabellados, los errores de apreciación sobre el comportamiento de los
adversarios y de los propios aliados.
La historia del estallido de la guerra hace cien años y el desmoronamiento del frágil equilibrio
de poderes europeo en el verano de 1914 es una historia tan impresionante como angustiosa
del fracaso de las élites y de los militares, pero también de la diplomacia. Ello es aplicable no
solo a los decisivos días de julio de 1914. Las relaciones entre las grandes potencias del
continente y sus dinastías reinantes, muchas de ellas incluso emparentadas entre sí, tenían los
pies de barro mucho antes de que la fatídica concatenación de errores de apreciación política y
movilizaciones militares siguiera su curso. Las pautas de pensamiento del Congreso de Viena
ya no eran capaces de responder a la realidad de la Europa de principios del siglo XX,
presidida por complejas interrelaciones e inmersa en una fase temprana de la globalización de
sus economías nacionales. La política exterior de aquel entonces no disponía ni de la voluntad
-2ni de los instrumentos para generar confianza y alcanzar un equilibrio de intereses pacífico.
Estaba marcada por una profunda desconfianza recíproca, confiaba en los medios de la
diplomacia secreta y no tenía empacho en solventar las rivalidades de poder a costa de
terceros. No conformó instituciones sólidas para el arreglo pacífico de controversias a través
de negociaciones.
Que de la documentación histórica de los beligerantes se desprenda con absoluta nitidez hasta
qué punto predominaban por doquier las percepciones erróneas y la miopía política no nos da
pie a los alemanes para relativizar el fracaso de la política exterior alemana en aquellas
aciagas semanas. En lugar de la desescalada y el entendimiento, en Berlín se impuso la
voluntad de ir hasta las últimas consecuencias. Durante la Primera Guerra Mundial perdieron
la vida diecisiete millones de personas en todo el mundo, un número incalculable la sufrió en
sus carnes y padeció secuelas de por vida.
Este año rendiremos homenaje a las víctimas en los campos de batalla de entonces, en
Alsacia, en Flandes, en el Marne y el Somme, en Ypern y también en el Este. Es una gran
suerte que hoy en día haya llegado a ser inconcebible que pueda estallar una guerra en el
corazón de Europa. Tras el cataclismo civilizatorio de la Segunda Guerra Mundial, que partió
de Alemania, establecimos una comunidad jurídica europea desechando el siempre precario
equilibrio de alianzas cambiantes que caracterizó a nuestro continente cien años atrás. Con la
Unión Europea hallamos un camino para resolver pacíficamente nuestras diferencias de
intereses. Entre europeos, en lugar de la ley del más fuerte rige la fuerza de la ley. A algunos
el buscar compromisos alrededor de la mesa común de negociaciones en Bruselas les resulta
demasiado trabajoso, demasiado prolijo, demasiado parsimonioso. La admonición de este año
conmemorativo consiste en que seamos permanentemente conscientes del formidable logro
civilizatorio que representa el hecho de que Estados miembros pequeños y grandes, antaño
adversarios en innumerables guerras libradas en nuestro desgarrado continente, pugnen hoy
pacífica y civilizadamente por hallar soluciones conjuntas en largas noches de negociación.
La pérdida de confianza en el proyecto europeo registrada a lo largo de los años de la crisis
económica europea en particular entre la generación joven, acuciada en muchos lugares de la
UE por el desempleo y la falta de expectativas de futuro, entraña grandes peligros. En
semejante tesitura es fácil entonar sonsonetes nacionalistas, envueltos en la consabida
musiquilla de la crítica a Europa. Ante el trasfondo de la historia tenemos el deber de hacerles
frente con determinación.
-3En muchas partes del mundo el quebradizo sistema del “balance of power” no se ha superado
hasta el día de hoy. Veinticinco años después de la caída del Muro de Berlín y del Telón de
Acero son numerosos los focos de crisis. En Oriente Próximo y parte de África se carece de
una arquitectura de seguridad regional estable. En Asia oriental las pulsiones nacionalistas y
las ambiciones encontradas amenazan con convertirse en un grave riesgo para la paz y la
estabilidad mucho más allá de la región.
El estallido de la guerra en 1914 dio al traste con la primera globalización. Tan estrechamente
entrelazadas estaban las economías nacionales y las culturas europeas que a muchos
coetáneos la guerra se les antojaba lisa y llanamente imposible, irracional y contraria a los
propios intereses. Pero con todo estalló. Hoy nuestro mundo está más interconectado que
nunca. Ello abre numerosas oportunidades, genera prosperidad y espacios de libertad. Pero
nuestro mundo también es vulnerable y está lleno de puntos de fricción y conflictos de
intereses. En este mundo la sagacidad de la política exterior y el oficio diplomático son más
importantes que nunca. Una mirada desapasionada no solo sobre los propios intereses sino
también sobre los de los vecinos y socios, una actuación responsable y una consideración
objetiva de las consecuencias son irrenunciables para salvaguardar la paz. Evitar tomas de
posición precipitadas y sondear tenazmente espacios de compromiso son dos principios
básicos de una diplomacia prudente. El año 1914 nos ofrece abundantes muestras de adónde
conduce ignorarlos. ¿Debía la crisis de julio abocar entonces inexorablemente a la catástrofe?
Seguramente no. Pero en aquella época el pathos y la presunta audacia eran tenidos en mayor
estima que el valor de luchar por un laborioso equilibrio de intereses. ¿Queda descartado que
hoy pueda repetirse algo parecido? Solo depende de nosotros, los responsables actuales, y de
las lecciones que sepamos sacar de la historia.
Descargar