Solemnidad de la Santísima Trinidad Santa Misa con los Trabajadores Migrantes Iglesia de Santa Ana, Abbotsford 19 de junio de 2011 Queridos hermanos en el sacerdocio, diácono Pablo, queridas hermanas en la vida consagrada y queridos hermanos y queridas hermanas en Cristo: Introduccion Es un placer estar con todos ustedes esta tarde para la celebración de esta Santa Misa. Agradezco a todos los que han organizado nuestra celebración y a todos los que se dedican a los trabajadores y sus familias con tanto amor. La Iglesia apoya a los migrantes trabajadores La Iglesia reconoce que todos los bienes de la tierra pertenecen a todos los pueblos. Por lo tanto, cuando una persona no consiga encontrar un empleo que le permita dar a comer a su familia en su país de origen, ésta tiene el derecho de buscar trabajo fuera de él para lograr sobrevivir. Y nosotros, los canadienses de la Colombia Británica, nos sentimos enriquecidos por su presencia en nuestra tierra. Ustedes son una bendeción tanto por el país como por nuestra comunidad católica de fe. De hecho, nuestra fe nos conduce a vivir el hecho de ser discípulos de Cristo mostrando la hospitalidad y la bienvenida a los que vienen de afuera. El Nuevo Testamento aconseja frecuentemente practicar la hospitalidad como virtud necesaria en todo discípulo de Jesús. En el extranjero vemos la cara de Cristo mismo, como nos dice el Evangelio. La presencia de migrantes trabajadores o más estables requiere de nosotros un mayor sentido de solidaridad y un empeño más serio en la promoción de la justicia y en la denuncia de los abusos que sufren los migrantes. Tenemos que defender con valor sus derechos humanos elementales. La Iglesia debe ser un instrumento privilegiado en el desarrollo e introducción de iniciativas que busquen conseguir una transformación social en beneficio de los miembros más vulnerables de nuestra comunidad. Solemnidad de la santísima Trinidad Ahora quiero pasar a hacer una observaciones sobre las lecturas de la Misa de hoy. En este domingo, que sigue a Pentecostés, celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Gracias al Espíritu Santo, que ayuda a comprender las palabras de Jesús y nos guía a la verdad completa (cf. Jn 14:26; 16:13), los creyentes pueden conocer, por decirlo así, algo de la intimidad de Dios mismo, descubriendo que él no es soledad infinita, sino comunión de amor:1 un solo Dios en tres personas distintas: Padre, Hijo e Espíritu Santo. 1 Cf. Benedicto XVI, Angelus (11 de junio de 2006). 2 La Trinidad divina, en efecto, pone su morada en nosotros el día del Bautismo: «Yo te bautizo – dice el ministro – en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». El nombre de Dios, en el cual fuimos bautizados, lo recordamos cada vez que hacemos el signo de la cruz. Toda la revelación se resume en estas palabras: “Dios es amor” (1 Jn 4:8,16); y el amor es siempre un misterio, una realidad que supera nuestra comprensión razón. Jesús nos ha revelado el misterio de Dios: él, el Hijo, nos ha dado a conocer al Padre que está en los cielos, y nos ha donado el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo. “Tres Personas que son un solo Dios, porque el Padre es amor, el Hijo es amor y el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente.”2 Dios es una comunidad de personas, una comunión perfecta. Por eso, nosotros las personas humanas, imagenes de Dios, nos realizamos en el amor, que es don sincero de nosotros para el otro.3 El “nombre” de Dios En la primera lectura de libro del Éxodo (cf. Ex 34: 4-9), escuchamos un texto bíblico que nos presenta la revelación del nombre 2 Benedicto XVI, Angelus (7 de junio de 2009). 3 Cf. Benedicto XVI, Angelus (22 de mayo de 2005). 3 de Dios: como Él quiere nombrarse. Es Dios mismo, el Eterno, el Invisible, quien lo proclama, pasando ante Moisés en la nube, en el monte Sinaí. Y su nombre es: “El Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en gracia y fidelidad” (Ex 34:6). Nos dice, nos indica quién y cómo es. San Juan, en el Nuevo Testamento, resume esta expresión en una sola palabra: “Amor” (1 Jn 4:8, 16). Lo atestigua también el pasaje evangélico de hoy: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” (Jn 3:16). Así pues, este nombre expresa claramente que el Dios de la Biblia es vida que quiere comunicarse, es apertura, relación. Palabras como “misericordioso”, “compasivo”, “rico en clemencia”, nos hablan de una relación, en particular de un Ser vital que se ofrece, que quiere colmar toda laguna, toda falta; que quiere dar y perdonar; que desea establecer un vínculo firme y duradero con nosotros, su pueblo. Por consiguiente, el contenido principal de estas lecturas se refiere a Dios. En efecto, la fiesta de hoy nos invita a contemplarlo a él, el Señor; nos invita a subir, en cierto sentido, al “monte”, como hizo Moisés. A primera vista esto parece alejarnos del mundo y de sus problemas, pero en realidad se descubre que precisamente cuando conocemos a Dios más de cerca nos recibimos también las indicaciones fundamentales para nuestra vida. Esto sucedió a Moisés que, al subir al Sinaí y permanecer en la presencia de Dios, recibió la ley grabada en las 4 tablas de piedra, en las que el pueblo encontró una guía para seguir adelante, para encontrar la libertad y para formarse como pueblo en libertad y justicia. Del nombre de Dios y de la luz de su rostro depende nuestro camino. La persona, creada por Dios y el otro De esta realidad de Dios, que él mismo nos ha dado a conocer revelándonos su “nombre”, es decir, su rostro, deriva una imagen determinada de hombre, a saber, el concepto de persona. Si Dios es ser en relación – tres personas –, la criatura humana, hecha a su imagen y semejanza, refleja esa misma constitución. Por tanto, estamos llamados a realizarnos en el encuentro. En particular, Jesús nos reveló que el hombre es esencialmente “hijo”, criatura que vive en relación con Dios Padre. Y, por eso, vive en relación con todos sus hermanos y hermanas. El hombre no se realiza en una independencia absoluta de los otros. Al contrario, se reconoce hijo, criatura abierta a Dios y a los hermanos, en cuyo rostro encuentra la imagen del Padre común. Se ve claramente que esta concepción de Dios y del hombre nos da un modelo de humanidad como familia. Nosotros expresamos este hecho afirmando que todos los hombres son hijos de Dios y, por consiguiente, todos son hermanos. Se trata de una verdad fundamental para la justicia social y la construcción de una sociedad justa. 5 El Dios uno y trino y la persona en relación: estas son las dos referencias que la Iglesia tiene la misión de ofrecer a todas las generaciones humanas, como servicio para la construcción de una sociedad libre y solidaria. Conclusión En conclusión, invoquemos la intercesión y la protección de María, La Virgen de Guadalupe para que guíe los pasos de todos los hombres y mujeres que buscan la justicia. Que ella acompañe a los trabajadores migrantes y a todas las personas y familias. Que ella suscite cordialidad y acogida en el corazón de los residentes, y favorezca la creación de relaciones de comprensión y solidaridad recíprocas entre cuantos están llamados a participar un día en la misma alegría en la casa del Padre celestial. Amén. J. Michael Miller, CSB Arzobispo de Vancouver 6