26 PASAJE CULTURAL Día de campo en la FIL MIGUEL SÁNCHEZ Ricardo Ibarra [email protected] El encuentro fue realizado el 27 de noviembre en el marco de la FIL Del boom al boomerang: una literatura sin compromisos Carlos Fuentes arropó a los nuevos escritores mexicanos, quienes transitan con mayor libertad por el mundo literario. Juan Carrillo Armenta [email protected] M ientras en la década de los sesenta el mundo leía con avidez las novelas de Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti y otros autores que gestaron el boom latinoamericano, Cristina Rivera Garza, Ignacio Padilla, Xavier Velasco, Pedro Ángel Palou y Jorge Volpi, jóvenes escritores mexicanos que han sido galardonados por sus obras, veían la luz del mundo por primera vez. “Del boom al boomerang”, reunión que tuvo lugar el pasado 27 de noviembre, en el marco de la XVIII Feria Internacional del Libro en Guadalajara (FIL), sirvió para que Carlos Fuentes arropara a las nuevas generaciones que, como dijo el moderador, Gonzalo Celorio, “han heredado el profesionalismo, la capacidad crítica, la amplitud cultural que da como resultado un internacionalismo evidente, la creatividad e incluso la ruptura con respecto a modelos precedentes. “Estos escritores de las nuevas generaciones vienen de regreso del boom, pero vuelven continuamente a sus modelos y a sus mejores valores. Por eso Carlos Fuentes los consideró pertenecientes a la generación ya no del boom, sino del boomerang”. Carlos Fuentes agregó que estos escritores ya no tienen o no sienten la obligación de buscar la identidad en un sentido nacionalista estricto, aunque no la niegan. Transitan con mayor libertad por el mundo y no consideran que deban ser fieles a una literatura “comprometida”. “Ha quedado atrás esta preocupación de decir todo lo no dicho, de asumir la carga de la historia nacional y contar historias personales. La abundancia de mujeres es significativa en estas generaciones, junto con la diversidad temática. “En esta generación tenemos un archipiélago: Volpi, Padilla y Palou, y luego dos islas: Cristina Rivera Garza y Xavier Velasco. Los tres primeros en 1930 hubieran sido severamente criticados por considerarlos europeizantes, malinchistas, cosmopolitas. Hoy hemos superado esa era reduccionista. Estos escritores no necesitan justificarse ni ante la virgen de Guadalupe ni ante la Malinche, que son las dos madres de México: la milagrosa y la milagrera, la buena y la mala”. Sobre Cristina Rivera Garza, Carlos Fuentes señaló que sus escritos “nos hacen pensar que una cosa es la escritura, el acto físico de pensar, y otra la lectura, el acto físico de pensar con otro”. “Xavier Velasco y su Diablo guardián se inscriben en la tradición de la picaresca, con su historia de una virgencita de clase media llamada Violetta. Xavier Velasco supera el problema de utilizar el lenguaje popular, que suele ser pasajero, al usar un lenguaje popular no literal, sino metafórico y onomatopéyico”. El escritor Juan Villoro y el catalán Enrique Vila-Matas tuvieron un día de campo frente a un auditorio que esperaban más reducido, una reunión de colegas que el mexicano llamó “picnic relámpago”, en la pasada edición de FIL 2004. “En realidad esperaba un diálogo más privado, no tan público”, advirtió el catalán al principio del encuentro. Recordó una frase de William Blake: “el enfrentamiento es la verdadera amistad”. Ambos revelaron los secretos de uno y otro: motivos de inspiración, coincidencias de la realidad que favorecen la creación literaria, su condición de espías para atrapar de la cotidianidad líneas de conversación para novelas, y sucesos casi mágicos que resultan historias de libro. Por ejemplo, la experiencia de Juan Villoro en Barcelona. Luego de unir “coincidencias” en un solo guión, creó El disparo de Argón, una novela que resultó de dos viajes de Madrid a Barcelona en metro. En ambas ocasiones tuvo que llegar de emergencia a una clínica oftalmológica. La primera vez que llegó a la clínica en Barcelona fue por causa de un golpe en el ojo, que le provocó un derrame ocular. La segunda por un pedazo de metal que se le introdujo en el globo. Contó que aquel sanatorio no era algo convencional: “para empezar, lo primero que veías al entrar era un gran ojo curativo de Osiris. Si no te aliviabas con ello, pasabas a la segunda fase: una sala circular que parecía una cripta, con signos zodiacales alrededor”. Al repetir el proceso por segunda ocasión, trascendió las eventualidades. “Me han pasado muchas cosas repetidas, pero luego de varias ocasiones atrapas un hilo literario, que suele tener, al principio, un tono de misterio”. “Cuando quise captar detalles de la clínica y redactar la novela, acudí de nuevo al lugar, sin ningún malestar”. Luego de pasar un buen rato, una señorita le preguntó: ¿a qué viene? A ver, le respondió Villoro. Este no es un lugar para ver, sentenció la mujer, lo que disparó las risas del auditorio que colmó el salón 1 de Expo Guadalajara. Instigado por Villoro, Vila-Matas habló sobre algunas características de su escritura: el recurso de apropiarse de las voces de otros para crear diálogos en sus escritos y cambiar las citas de otros autores. “Las cambio, no porque quiera modificar la orientación de lo que escriben, sino porque me aburre mucho copiar. A mitad de la cita me voy hacia otro lado. Además, me apropio de las voces que escucho en la calle. “Durante una época no pude hacerlo más, porque Barcelona es pequeña y se enteraban que me dedicaba a esto. Subía a los camiones a escuchar qué conversaban y sus voces me parecían salidas de mis propios cuentos, aunque más enloquecidas”.