A.Desde los pobres y para los pobres

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FRANCISCO BARTOLOMÉ GONZÁLEZ
Desde los pobres
y
para los pobres
Ciclo A
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INTRODUCCIÓN
Decían san Jerónimo y san Agustín: Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo,. Nosotros
conocemos muy superficialmente a Jesucristo. Conocemos sus palabras y sus acciones muy por encima y
desconectadas de las reacciones de sus oyentes, que vivían unas vidas concretas a las que Jesús quería dar
respuesta. Necesitamos conocerlo encarnado en su tiempo y respondiendo a ese tiempo y trasladarlo al
nuestro.
Esta necesidad es más acuciante en nuestra sociedad, llamada cristiana, en la que gran parte de ella
utiliza los sacramentos para fiestas sociales.
El conocimiento de Jesucristo no nos llega por generación espontánea, ni atacando planteamientos que
creamos equivocados, ni por haber oído hablar de él desde las primeras catequesis, ni es sólo cuestión de
buena voluntad. Y menos aún creyendo que es bueno lo que hacemos porque se hizo así desde siglos. Nos
va llegando a través de la lectura atenta, reposada, abierta a la Biblia y al Espíritu, sobre todo a los
evangelios y escritos apostólicos; a través de la oración encarnada en la vida de cada día, del diálogo en
grupos y comunidades cristianas y a una vida comprometida, desde el amor de Jesús, con la justicia, la
libertad y la paz para todos.
Jesús vivió muy atento a los acontecimientos y a los grupos humanos y personas de su tiempo. Día a día
fue madurando su opción, a favor de quienes dedicaría su vida, cómo respondería a las necesidades e
inquietudes de los grupos humanos más oprimidos, que eran los más cercanos a él y los más amados por
el Padre. Y eran, a la vez, los más olvidados por los dirigentes religiosos.
Para una persona así, las largas horas de oración, de quietud reflexiva, de lectura y meditación de los
textos bíblicos más importantes, de profundización en todo lo que iba sucediendo, eran factores
imprescindibles.
Jesús experimenta que es el Espíritu el que le impulsa a la acción en favor del pueblo desfavorecido y
al diálogo íntimo con el Padre, y el que le reafirma en las opciones tomadas y le empuja a otras nuevas.
La experiencia le va diciendo que el final del hombre que busca de cara la verdad y la justicia no será
halagüeño. De momento, a él le llueven las denuncias, las malas interpretaciones; lo tienen por
endemoniado, blasfemo, trasgresor de la ley, contrario a la religión, dedicado a la subversión del pueblo.
Sabe, porque reflexiona las lecturas de la Biblia, que ese es el camino de los verdaderos profetas.
A pesar de todo, quiere seguir adelante. Tiene una visión nueva de las cosas, ha descubierto el objetivo
de su vida, intuye hacia dónde camina su historia personal y la historia de la humanidad. Sueña el futuro,
el reino de Dios hecho realidad en esta tierra, lo imagina y, de algún modo, lo vive y le da fuerza para
vivir el presente.
Todo esto es una constante en la vida de Jesús; no es algo de unos momentos. Pero los evangelistas
tuvieron que simplificar y esquematizar, y nos dejaron unos cuantos episodios en los que estas actitudes,
luchas y plegarias de Jesús salen a la luz de una manera más decisiva. Son los momentos en que se ven
con más claridad sus grandes opciones, asumidas en plenitud y hasta las últimas consecuencias.
Fue condenado a muerte por las autoridades religiosas judías y por los ocupantes romanos, en increíble
alianza, acusado de sedición contra el Estado.
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¿Era una acusación objetivamente justificada, o una calumnia? ¿Vino Jesús a liberarnos únicamente del
pecado individual, o a transformar también las empecatadas estructuras sociales?
Proclamó el reino de Dios: un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la
santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz (Prefacio de la Solemnidad de Jesucristo,
Rey del Universo). Un reino inaceptable por el triple poder que domina este mundo.
La predicación de Jesús sacude hasta los cimientos todo el planteamiento religioso-político-económico
de siempre. Señalo cuatro de sus enseñanzas fundamentales: -opone la religión del amor a Dios en el
prójimo a las normas externas y rituales; -proclama que los marginados están más cerca del reino de Dios
que los sabios y los tenidos por buenos; -afirma que el tener, el poder y la facilidad –tentaciones del
desierto- son los grandes enemigos para la llegada del mundo nuevo; -y rubrica la enseñanza profética de
que el juicio de Dios sobre nosotros dependerá de si dimos de comer al hambriento, vestimos al desnudo
y acompañamos al preso y al enfermo.
De estos cuatro puntos se derivan innumerables exigencias para la vida comunitaria: la igualdad de
todos los seres humanos -¿existe mayor revolución que la implicada en la oración del Padrenuestro?-, el
respeto a la libertad de conciencia, la urgencia de que sea eliminada la miseria en todos los campos...
Nosotros no seguimos fundamentalmente una doctrina, ni unos ritos, sino a una persona: A Jesucristo
muerto y resucitado. Él es el cristianismo.
Para interpretar con fidelidad sus enseñanzas y su vida, es necesario que intentemos ponerlas en práctica
y relacionar todos los textos de su mensaje, hasta tener un todo armónico, en el que cada acontecimiento y
cada palabra estén al servicio de los demás y los clarifiquen. Entonces experimentaremos que vamos por
el buen camino, porque iremos viviendo en nosotros parecidas dificultades a las suyas.
Es esencial, para vivir como cristianos, conocer a este Cristo resucitado, encarnado en los pobres de
nuestro mundo, en las víctimas de la opresión de los poderosos. Y esto no se improvisa. Es un
conocimiento que siempre nos lleva ‘más allá’.
Hacía finales de los años 60 comenzamos a reunirnos en Benavente (Zamora) un grupo de adultos para
ahondar en los evangelios. Y, a partir de septiembre de 1973, vimos la utilidad de pasar las homilías a
multicopista, para profundizar, individualmente y en grupos, en la vida de Jesús.
Fruto de ellas, fue la publicación en 1984 de un comentario a los cinco grandes discursos del evangelio
de Mateo. Más adelante, entre los años 1985-88, otros comentarios a todos los textos evangélicos,
siguiendo el posible orden cronológico de la vida de Jesús, en cinco tomos.
Desde entonces, hemos reflexionado también sobre las lecturas que acompañan a los evangelios
dominicales en los tres ciclos. Es necesario leer despacio, dejar que se empape nuestro corazón… Y es lo
que os ofrecemos: Una forma de crecer en el conocimiento de Jesús, sin duda de las mejores.
Es fundamental leer primero los textos bíblicos lentamente. Su lectura reposada, meditativa, orante...
con el compromiso de llevarlos a la práctica, jamás podrá ser suplida por los comentarios.
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DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO
“ESTAD PREPARADOS”
ADVIENTO: UNA LLAMADA AL FUTURO ESCATOLÓGICO, CON UNA ESPERANZA ACTIVA
Volvemos a abrir los libros litúrgicos por la primera página. Estrenamos el año cristiano. Es el ciclo A.
Nos acompañará el evangelio de Mateo para ayudarnos a madurar nuestra fe y acercarnos más a nuestro
único modelo: Jesucristo.
Y lo iniciamos con el primer domingo de Adviento; tiempo litúrgico que nos invita a esperar la venida
del Señor. En él, recordamos su venida en Belén, naciendo de la Virgen María y, al mismo tiempo,
tratamos de prepararnos a su venida final, cuando vuelva para plenificar su reino. Entre ambas, en el
‘ahora y aquí’, también viene Cristo en los sacramentos, en el prójimo, en la oración, en la propia
conciencia, en los signos de los tiempos... El Adviento quiere alertarnos a toda venida del Señor.
Es un tiempo de anhelos, de utopías, de deseos, de esperanzas, de compromisos, de oración. Nos
recuerda el final-principio de la historia: que caminamos por un mundo que espera, y que debemos poner
el corazón en los bienes que perduran: en Dios. Nos invita a despertar, a abrir los ojos para descubrir al
Dios inmanente que está en lo más íntimo de nosotros mismos, en esa ‘intimidad’ a la que nosotros somos
incapaces de llegar.
La Virgen María, Juan Bautista e Isaías son los personajes principales de este tiempo. Nos ayudarán, con
su propio ejemplo, en el camino a seguir.
Esperamos activa y pacientemente. Las cosas que valen de verdad no se consiguen fácilmente. La
naturaleza tiene sus ritmos y la gracia también.
La paciencia nos ayuda a madurar, a fortalecernos, a crecer. Esperamos el triunfo del amor, el triunfo del
reino de Dios. Lo esperamos trabajando.
¡Que no nos falte nunca el Adviento! Se nos secaría el alma. Una persona sin Adviento es como un
peregrino que camina y camina, sin rumbo y sin meta, que corre hacia ninguna parte. Sin Adviento, la
vida sería eternamente gris, y la historia humana un interminable relato absurdo.
Con el Adviento todo se ilumina; todo se llena de sentido; nos sonríe la esperanza.
No esperamos cualquier cosa. Esperamos la liberación definitiva y total; la salvación plena y para
siempre. Mejor aún: esperamos al que es la misma salvación, al que es para nosotros sabiduría, paz,
libertad, Mesías, Señor, Rey, Hijo.
Vivimos en las antípodas del Adviento, en una cultura y una sociedad que asfixian la esperanza.
Nuestro mundo está muy necesitado de esperanza. Nuestra sociedad vive desorientada, confusa, sin
norte. El paganismo ateo se extiende y se enfría la espiritualidad. El ser humano se encuentra cada vez
más solo, más ante el vacío.
Deberíamos pararnos a reflexionar. Es necesario poner freno a tanta permisividad, al relativismo y al
materialismo. Es necesario educar en valores, única forma de construir una verdadera convivencia entre
los pueblos.
Como somos peregrinos en busca de Dios, al perder a Dios seguimos peregrinando, pero a oscuras. No
vemos la ‘estrella’ (Mt 2, 2).
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La verdadera preparación a la Navidad, a la que nos llama el Adviento, es muy distinta a la Navidad que
nos ofrece la publicidad comercial. El Salvador y Redentor que nos presenta es muy distinto a los
‘salvadores y redentores’ que nos presentan por todas partes.
El Adviento no nos invita solamente a pensar en que el Señor vino hace muchos años; ni a detenernos a
pensar que el Señor vendrá al final de los tiempos; sino a convencernos, además, de que el Señor viene, se
hace actual, en cada momento. Es la presencia del Señor que no podemos pasar inadvertida (Mt 25, 3146. Juicio final).
EL DISCURSO ESCATOLÓGICO
“Dijo Jesús a sus discípulos:
-Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del hombre.
Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé
entró en el arca; y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a
todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre:
Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán;
dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el
ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.
Por eso estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo
del hombre.”
(Mt 24, 37-44)
El año litúrgico se abre con la perspectiva del último día. Las lecturas de hoy nos dan la impresión de
que comenzamos por el final. Nos recuerdan la vigilancia: poner la atención de todo nuestro ser en el
Señor que viene constantemente a nuestro mundo, a través de los acontecimientos de la historia. Nos
invitan al encuentro personal con él en el amor, meta auténtica de la vida humana, plenitud de todos los
anhelos y sueños de la humanidad.
El evangelio forma parte del discurso escatológico de Jesús. En él nos recomienda insistentemente estar
en vela, en constante vigilancia, porque el final –individual y colectivo- será inesperado. Después ya no
habrá tiempo para nada más. Nuestro tiempo sobre la tierra es breve, único y decisivo. El ‘final’ será el
cumplimiento y la consumación de todas las esperanzas y anhelos de la humanidad; el desarrollo lógico
de la fe en Jesús resucitado.
¿Es posible esta esperanza en un mundo atormentado por la violencia, la injusticia? ¿Un mundo en el que
parece que Dios ha muerto, suplantado por los dioses de siempre: el poder, el dinero, la facilidad? ¿Un
mundo en el que Dios ha dejado de ser noticia y centro de interés?...
EL MITO DE NOÉ
Los tiempos de Noé y los tiempos cuando venga el Hijo del hombre son todos los tiempos de la
humanidad, siempre empeñada en desfigurar la ‘imagen y semejanza’ divina que el Creador infundió en
lo más profundo de cada ser humano, y relatado, alegóricamente, en el libro del Génesis (1 , 26-31).
Los relatos de la prehistoria de la humanidad (Gén 1-11) enlazan la genealogía de Adán con el relato de
la creación y la unen a Noé, en una cadena de diez generaciones (Gén 5), casi todas con cerca de mil
años. Cadena que más adelante continuará hasta Abrahán (Gén 10-11)... y empezará la historia. La
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finalidad es mostrarnos la realización del plan divino de ‘creced y multiplicaos... llenad la tierra y
sometedla...’ (Gén 1, 28) y enlazar la historia de Abrahán con los orígenes de la humanidad.
Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del hombre. La generación del diluvio
pasó a la historia como una generación corrompida. ¿Alguna no lo ha sido? Pero Jesús no trae su recuerdo
principalmente a causa de su maldad, sino para indicarnos su vivir despreocupado de lo fundamental: su
relación con los valores de Dios. Vivían zambullidos y absorbidos en sus preocupaciones cotidianas; de
espaldas al verdadero vivir; tranquilos en su mediocridad, sin tener idea del juicio de Dios y de la vida
que les ofrecía. Jesús explica a los que le escuchaban que, los que vivan en el momento de su vuelta, se
portarán lo mismo que los contemporáneos de Noé, que vivían en la total despreocupación de las cosas
que se les avecinaban. Un aviso que se haría actual en sus contemporáneos, que se hace actual ahora y
que será actual siempre. Jesús nos llama la atención del peligro que corremos de permanecer indiferentes
ante los verdaderos valores de la vida.
La actitud de Noé refleja la actitud del hombre de fe. Él no contaba con datos de ningún tipo para deducir
la catástrofe que se cernía sobre ellos. Se fía, única y exclusivamente, de las insinuaciones de Yahvé. Y
lleva a cabo aquella construcción absurda e imposible en un país seco, guiado únicamente por la orden
que creía había recibido de Dios.
EL DILUVIO
El relato del diluvio (Gén 6-9) es la sección central y más amplia de la prehistoria bíblica de la
humanidad, llena de símbolos y de mitos; en el que se notan influencias de los mitos de los pueblos
sumerio y babilónico.
El origen del relato es un intento de ofrecer una explicación religiosa a una gran catástrofe natural. Ante
el fracaso de su proyecto creador, a causa de la corrupción de la humanidad, Yahvé decide exterminar su
obra por medio de un castigo ejemplar. En Noé y su familia se salvará un resto que hará posible un nuevo
comienzo.
Antes del diluvio, la gente hacía una vida normal: comía, bebía y se casaba. La vida se juega en estos
actos normales, monótonos, cotidianos. Las decisiones definitivas las vamos tomando en la vida de cada
día.
Cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos. Vivían seguros y, de pronto, les
sorprendió la catástrofe. Se da un cambio brusco, radical: de la seguridad se pasa a la destrucción.
Los cristianos debemos estar siempre atentos a lo desconocido, a lo imprevisto. Nunca podemos creernos
seguros. La vida segura de sí misma se hace perezosa y pesada. La vida del hombre vigilante está llena de
viva tensión.
Los cristianos deberíamos saber muy bien lo que esperamos. La repentitividad de los acontecimientos
últimos, a nivel colectivo o individual, no nos permiten esperar al último momento para la propia
conversión a una vida auténtica. Hemos de vivir vigilantes y cumpliendo con nuestro deber. Sólo así
estaremos disponibles cuando el Señor vuelva.
A la hora que menos penséis... Mateo nos recuerda la actitud vigilante que debemos tener para que
nuestro encuentro con Jesucristo sea gozoso. Una vigilancia que nos lleva a descubrir la tarea a realizar:
buscar dónde el Señor está presente cada día; nos lleva a amar, a abrir bien los ojos y el corazón, a creer
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en las palabras y en los silencios de Dios, a esperar activamente siempre y en todo, a orar porque el objeto
de nuestra esperanza no depende sólo de nosotros...
... viene el Hijo del hombre. Una buena noticia, porque el Hijo del hombre es lo más querido y deseado
en lo más íntimo del corazón humano... aunque no acabemos de creérnoslo y muchos no lo sepan,
absorbidos todos por otras cosas.
En la vida toda acción es definitiva; toda ocasión es única; todo pensamiento, gesto, acción son
‘exclusivos’, no se pueden repetir. Este día, este instante, no volverá a presentarse.
Hay que vivir conscientemente en la esperanza y en la serenidad, sin angustias ni ansiedades, la llegada
de la Parusía. Vendrá inesperadamente. Se trata, al mismo tiempo, de algo cierto y no conocido. Se
presentará en el contexto de las ocupaciones ordinarias de la vida.
No todo tiene el mismo valor. Los criterios de valoración de Dios no son los nuestros. Para él no todo es
aceptable; no todo es presentable, a pesar de las apariencias.
Los creyentes estamos obligados a preguntarnos por la orientación que damos a nuestro presente y por la
consistencia de los valores en los que vivimos. ¿No estamos distraídos de lo esencial? Tenemos que creer
que bajo la superficie de los acontecimientos hay otra realidad que descubrir; que ciertas acciones tienen
un valor de eternidad; que ciertos hechos pueden resultar decisivos; que el ‘examen’ más importante es
aquel al que tenemos que someter la vida de cada día; que la vida puede vivirse de otra manera; que este
tiempo, esta hora, se nos dan para otra cosa; que puede haber –hay- algo precioso, decisivo,
desconcertante, inesperado, bajo la capa de lo ordinario y habitual.
El cristiano debe sospechar que bajo el suelo de lo profano que está pisando se oculta una realidad
sagrada; sabe que la espera se traduce, fundamentalmente, en una tarea que realizar; cree que el último día
no representa una catástrofe, sino el cumplimiento de todas las promesas de Dios.
VIVIMOS EN LA LUZ CUANDO SEGUIMOS LA VIDA DE JESUCRISTO
“Hermanos: Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse,
porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La
noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas
y pertrechémonos con las armas de la luz.
Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni
borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos
del Señor Jesucristo, y que el cuidado de vuestro cuerpo no fomente los malos
deseos.”
(Rom 13, 11-14)
Pablo nos exhorta a vivir fielmente en la espera del Señor. Desde que Cristo inauguró los tiempos nuevos
y últimos todas las horas de nuestra vida deben estar marcadas, orientadas por su luz.
El tiempo entre la venida de Cristo y su manifestación en la Parusía, es un tiempo impregnado de
esperanza; un tiempo que nos lleva a vivir ya en la ‘eternidad’.
Ya es hora de espabilarse. Es como si el Apóstol tirara de la manta que arropa nuestro ‘sueño’.
No basta con levantarnos pronto por la mañana. Lo importante es espabilarse, ‘despertarse’, abrir bien los
ojos y el corazón; tener en cuenta e interpretar los signos de los tiempos, la realidad que tenemos delante.
¿Alguien puede dormir cuando espera la visita del Amor?
La imagen de las tinieblas tiene siempre un sentido negativo en las Escrituras: designan el tiempo del
hombre, el mal-pecado, del que sólo pueden liberarnos la gracia de Dios y la conversión. Un tiempo que
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pasa y que debe abrirse al tiempo de Dios: al día inaugurado por Jesucristo-Camino que lleva a la vida (Jn
14.6).
El tiempo de ‘la noche’ se acaba. Ya no podemos vivir de una forma inconsciente, amodorrados o
aturdidos. La noche de la que hemos de salir es la de una vida sin significado, rutinaria. Tenemos que
vivir despiertos y vigilantes, porque en todos los acontecimientos hay anuncios de salvación, que tenemos
que descubrir.
Porque el futuro no está escrito, tenemos que vigilar para salirle al encuentro. Vigilar, que es orar para no
caer en la tentación. Vigilar, que es vivir como corresponde a los miembros de la familia de Dios:
abandonar las actividades de las tinieblas: las comilonas, las borracheras, la lujuria, el desenfreno, las
riñas y las pendencias. Vigilar, que es estar ‘en vela’, pertrechados con las armas de la luz: la fidelidad
a las tareas de cada día, la oración... en el seguimiento de Jesucristo.
Después de hablar de ‘despojarse’ de las tinieblas, Pablo habla también de revestirse –vestíos del Señor
Jesucristo-. Con ello expresa la exigencia de la conversión.
Que el vestido sea Cristo, es una idea tomada de las religiones ambientales, bien conocida por los
lectores de Pablo: los fieles se vestían, por lo menos en las fiestas que celebraban, como las divinidades
que veneraban y así se distinguían.
‘Vestirse de Cristo’ significa manifestarlo en la vida, seguir su camino y sus huellas; imitar su vida. Es
decir: no basta con ‘vestirse’, tenemos que dejarnos ‘impregnar’ por Cristo, por sus pensamientos, sus
sentimientos, sus proyectos.
Es preciso combatir contra ‘la noche’, encendiendo una luz en nuestro interior. Una luz que nos impida
perdernos en medio del desconcierto, del despiste, de la confusión general.
Ya es hora: cada una de nuestras horas encierra la eternidad de Dios.
UN GOZOSO ANUNCIO DE ESPERANZA
“Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén:
Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los
montes, encumbrado sobre las montañas.
Hacia él confluirán los gentiles, caminarán los pueblos numerosos. Dirán:
Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob.
Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de
Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor.
Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas
forjarán arados; de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.
Casa de Jacob, ven; caminemos a la luz del Señor.”
(Is 2, 1-5)
Todo profeta es hombre de esperanza, porque sabe ver, porque sabe leer los acontecimientos.
La realidad que se le ofrecía a Isaías era poco halagüeña. Pero él supo ver que entre las ruinas de ese
pueblo se encontraba Dios. Y así, la primera lectura es un gozoso anuncio de esperanza; un anuncio que
se repite desde hace muchos siglos.
El primer tema del poema es la edificación del monte Sión –el monte de la casa del Señor-, réplica a la
construcción humana de la torre de Babel (Gén 11, 1-10) y de otros ‘lugares elevados’ de carácter
religioso. No es el ser humano quien, con su orgullo y arrogancia, podrá ascender hacia Dios. Sólo Dios
puede conferir a una montaña su valor religioso.
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En este monte, sólo Yahvé será exaltado; sólo él será templo para los suyos, un templo levantado sobre la
fe del Mesías.
A esta Jerusalén simbólica y espiritual corresponderá una convocatoria universal: Hacia él confluirán
los gentiles, caminarán los pueblos numerosos.
Isaías se ha adelantado varios siglos con su idea de la religión espiritual, capaz de reunir a todos los seres
humanos; idea que es prácticamente contemporánea del nuevo Testamento. El universalismo –segundo
gran tema de la lectura- se fue abriendo camino, muy lentamente, entre sus discípulos.
El conocimiento de Yahvé lleva consigo la paz entre los hombres, que renunciarán a las armas, al anular
todas las diferencias las mutuas relaciones que todos tendrán con Dios. Las lanzas y espadas,
instrumentos de guerra y de muerte, se convertirán en arados y podaderas, instrumentos de trabajo y
progreso.
Al final de los días toda violencia será imposible. Mientras tanto...
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SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
“UNA VOZ GRITA EN EL DESIERTO...”
EL CRISTIANO, SOÑADOR Y REALIZADOR DE ESPERANZAS
Nuestra sociedad consumista, atiborrada de cachivaches, de entretenimientos y de ruidos, parece feliz.
Pero no necesitamos fijarnos demasiado para detectar síntomas de un mal profundo y progresivo; que la
realidad no responde a las apariencias, que hay mucho vacío, que la felicidad es sólo pasajera y ficticia.
Damos la impresión de que nos falta el ‘alma’, el corazón. Hemos construido una máquina gigantesca,
pero sin entrañas. Presentamos un escaparate fascinante, pero vacío por dentro.
En un mundo así no suelen tener buena acogida los soñadores. Les decimos que hay que ser realistas,
que con sueños o utopías no se come, que nadie hace nada por nada.
Sin embargo, son los soñadores los únicos que nos pueden sacar y salvar de la mediocridad. Son los
soñadores, los profetas, los idealistas, los revolucionarios, los inconformistas, los misioneros, los
místicos, los apasionados, los que abren los nuevos caminos, los que nos ayudan a trascendernos.
Necesitamos de ellos para no perder la ilusión y la esperanza. Necesitamos de gente utópica, algo loca,
para que nos levantemos de la monotonía en la que vivimos.
Los soñadores se han entregado con radicalidad a una llamada, a un ideal, a una causa noble, a una gran
esperanza. ¿Utopía? Ellos la van haciendo realidad para nosotros.
Todo llegó a ser realidad en el Mesías. Toda la utopía fue verdad en Jesús de Nazaret. Con él se iniciaron
los tiempos anunciados por los profetas: la era del Espíritu. Con él florecen la paz y la justicia. Él es la
Paz y la Justicia. Con él ya está entre nosotros el Reino de Dios. Por eso, ser cristiano es ser soñador y
realizador de esperanzas.
El hombre del Adviento no puede limitarse a entonar lamentaciones o a esperar soluciones bajadas del
cielo. Los hijos de la esperanza son utópicos, activos, comprometidos, emprendedores. El mundo está ahí
para que entre todos lo renovemos y lo salvemos.
Dondequiera que se decida la suerte de los seres humanos, allí debe estar el seguidor de Jesús, que es el
verdadero y único Salvador del mundo. Dondequiera que se juegue una baza de paz, de justicia, de
desarrollo verdadero de los pueblos; se haga callar todo tipo de armas o se ayude a florecer la vida para
todos, allí debe estar el discípulo de Jesús.
La esperanza de Adviento pone ilusión en nuestra vida. Cierto que hay sufrimiento y tristeza, pero la
esperanza nos anima, nos conforta y nos alegra. Es la que engendra deseos y compromisos y sueños.
Una esperanza que, al igual que el evangelio, no es lo mismo vivirla desde el bienestar del Primer Mundo
que desde la miseria del Tercero o del Cuarto Mundo. En el Primero son escasos los que desean que
cambien radicalmente las cosas. En el fondo, nos va bastante bien. Todo cambia cuando se miran o se
leen desde el sufrimiento y el hambre.
JUAN BAUTISTA, EL GRAN PROFETA DEL ADVIENTO
“Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea
predicando:
-Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.
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Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo: ‘Una voz grita en el desierto:
preparad el camino del Señor, allanad sus senderos’.
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la
cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán;
confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo:
-Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente?
Dad el fruto que pide la conversión.
Y no os hagáis ilusiones pensando: ‘Abrahán es nuestro padre’, pues os digo
que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras.
Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será
talado y echado al fuego.
Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí
puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias.
Él os bautizará con el Espíritu Santo y fuego.
Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero
y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.”
(Mt 3, 1-12)
El evangelio de hoy nos trae unas palabras del profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: preparad el
camino al Señor, allanad sus senderos” (Is 40, 3).
En la mentalidad semita, el desierto es, entre otras cosas, el lugar de la verdad, donde los humanos se ven
obligados a vivir con lo esencial, a enfrentarse con su verdadera realidad. En él, no hay lugar para lo
superfluo. En él, el ‘hambre’ puede manifestarse en todas sus dimensiones y ser permanente.
La sociedad instalada en el confort y el consumismo no puede preparar este camino del Señor, como pide
el Bautista, si no escucha e intenta remediar el clamor de los pueblos abandonados y expoliados. Las
naciones llamadas desarrolladas se han desviado de lo esencial para seguir caminos que nos están
deshumanizando a todos; han creado un mundo en el que la injusticia e insolidaridad impiden a Dios
manifestarse como Padre. Vivimos instalados en una cruel indiferencia, sin querer darnos cuenta de que,
mientras nosotros nos preparamos, una vez más, para celebrar la Navidad del despilfarro, infinidad de
personas estarán esos días muriendo de hambre.
¿Quién será capaz de liberar a Occidente de su ceguera y embotamiento? ¿Quién podrá provocar un giro
radical en la actitud del Primer Mundo? Ahora, lejos de rectificar para caminar hacia la justicia social,
prepara el ‘monstruo’ de la ‘globalización económica’. Las Iglesias cristianas tienen que elevar su voz sin
descanso. No se puede pretender acoger a Dios en el mundo con cantos y celebraciones litúrgicas si no le
dejamos entrar como Padre de todos los pueblos.
Con unos pocos rasgos, el evangelio nos describe a Juan Bautista: un vestido de piel de camello, una
correa de cuero a la cintura y una alimentación tosca –saltamontes y miel silvestre-. Su alimento era el
más normal. Los saltamontes se vendían también en los mercados. Su dieta nos confirma que utiliza los
alimentos que tiene más a mano, sin depender de la sociedad de la que se ha separado.
Juan Bautista, el gran profeta del Adviento, no se manifiesta en el templo, sino en el desierto. Es un tipo
excéntrico, que tiene la misión de advertirnos que está cerca el reino de los cielos. Nos invita a construir
un camino por el desierto: el camino de la liberación, de la justicia para todos, de la conversión a la vida
verdadera. La enmienda, el arrepentimiento, el cambio de actitud respecto a los demás adoptando una
conducta justa, son condición indispensable para que sea posible ese reinado.
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Las personas de ‘sentido común’ pensaban que el Bautista estaba loco. Es un personaje arisco, intratable,
huraño, indomesticable; había que acercarse a él con precauciones.
Acaso sea hoy también la locura, la libertad, el auténtico inconformismo, la sencillez, la forma más
adecuada para manifestar o, al menos, hacer sospechar la presencia de Jesucristo.
Juan hacía una crítica demoledora, exigía una conversión a fondo –dad el fruto que pide la conversión-,
atacaba a la autoridad, hería y hacía sufrir a los fariseos y saduceos.
Los fariseos –representantes del poder espiritual- y los saduceos –representantes del poder económico,
religioso y político- también se acercan al Bautista, pero sin verdadero propósito de reconocer las
injusticias en que viven ni de rectificar su conducta. Al ver la reacción del pueblo, el sistema opresor
quiere de algún modo integrar la figura de Juan y el movimiento que ha suscitado.
Juan no los acepta. Los increpa de forma violenta. Los califica de raza de víboras. Supone que Dios
como rey o, lo que es lo mismo, el Mesías que llega, va a infligir un castigo. Los fariseos y los saduceos
pretenden evitarlo sometiéndose al rito externo, pero sin intención de cumplir la condición exigida: la
enmienda, el cambio de su modo de vivir. Creen que basta ser descendientes de Abrahán para ser
salvados. Juan derriba esa seguridad. Para Dios no cuenta el linaje, sino las obras. No son suficientes los
ritos externos para acoger el reinado de Dios; se requiere un cambio de conducta.
La separación que va a efectuar el Mesías no se basará, por tanto, en la pureza de sangre ni en la práctica
del culto –como pretendían los saduceos- ni en la fidelidad a las prescripciones de la ley –como hacían los
fariseos-, sino en la actitud hacia las personas.
Juan manifiesta su hostilidad contra ambos grupos, contra la clase dirigente, dando a entender que el
movimiento que él inicia es de raíz popular y espera que el Mesías haga justicia sin demora. A los
dirigentes los considera enemigos del reinado de Dios y absolutamente necesitados de un cambio radical.
Hacha, bieldo y fuego son las tres duras metáforas con las que llama a la conversión, que significa una
renovación de la vida, un empezar de nuevo, un cambio de dirección.
La respuesta a sus palabras es unánime. La masiva afluencia es un plebiscito a su favor y en contra de la
institución judía. El pueblo expresa así su descontento con sus dirigentes.
Confesaban sus pecados. Todas las personas y todos los pueblos que escuchen la voz de los profetas,
que sean capaces de reconocer sus errores, sus violencias, sus injusticias, sus intolerancias, son pueblos y
personas capaces de recibir al Mesías.
“ÉL OS BAUTIZARÁ CON EL ESPÍRITU SANTO Y FUEGO”
Mensaje en el desierto –lugar del encuentro consigo mismo-, conversión y bautismo. ¡Cómo
necesitamos que nuestro cristianismo de rebajas vuelva a este ordenamiento!
El bautismo o inmersión en el agua era un rito común en el cultura judía. Significaba la muerte a un
pasado, que quedaba simbólicamente sepultado en el agua. También se utilizaba en la vida civil para
indicar, por ejemplo, la emancipación de un esclavo; y en lo religioso, para la conversión de un prosélito.
En el caso de Juan significaba el cambio de vida: el pasado de injusticia queda sepultado. De ahí que el
bautismo vaya acompañado de un reconocimiento de los pecados; es decir, de las injusticias cometidas.
Esta es la preparación para el reinado de Dios.
12
Juan compara su bautismo con el que ha de llegar. El que llega trae un bautismo muy superior al suyo:
con el Espíritu Santo y fuego.
Nadie mejor para prepararnos a recibir a Jesús. Juan ha sido llamado para eso, para preparar los caminos
de Cristo. Y anuncia que el reino está cerca, que Dios mismo está cerca, que hay que prepararse a fondo,
que hay que quitar impedimentos y ofrecer frutos de buenas obras.
Si somos sensibles a los grandes problemas que vive el mundo de hoy, a las grandes injusticias en el
reparto de los bienes que Dios ha dado para todos los humanos, tenemos que confesar que todos
necesitamos convertirnos a ese cambio de mente y de corazón que pedía el Bautista y que pedirá poco
después el mismo Jesús. El tema de la conversión es central en la predicación de Juan y de Jesús.
Las religiones ayudan a la salvación-liberación en cuanto sirven para tener esa actitud de conversión;
pero se convierten en ‘opio’ si impiden al ser humano tener esa actitud, o miran para otro lado.
Recibir al Mesías exige una apertura total. Optar por Dios es abrirnos a la profundidad de lo humano,
abrirnos a lo mejor de nosotros mismos: al amor y a la libertad, a la justicia y a la paz, a la verdad.
El poder y la gloria de Dios no se manifiestan en celebraciones imponentes y solemnes. La gloria de Dios
es la felicidad del pueblo y sus gentes. Su triunfo es su liberación de toda esclavitud. El honor de Dios
sale realmente a flote cuando un oprimido levanta la cabeza, cuando en el horizonte del pobre se
vislumbra un rayo de esperanza.
Necesitamos una profunda conversión en este Adviento y en toda nuestra vida, sabiendo que la
conversión es mucho más que confiar en nuestro catolicismo ‘de toda la vida’, en nuestras prácticas de
piedad rutinarias. Es ponerse de verdad a la búsqueda de un Dios que es siempre mayor que nuestros
intentos de comprenderlo y de aprehenderlo y trabajar por la solidaridad y la justicia para todos.
La opción por el reino de Dios nos lleva al despojamiento total de nosotros mismos, a la renuncia a toda
forma de orgullo, a seguir dócilmente los impulsos del Espíritu. El que quiere seguir a Jesús tiene que
‘vaciarse’ de sí mismo, ‘perderse’ de alguna manera; revisar la escala de valores que le llevan a actuar,
derribar todo lo que le separa de los demás.
Nunca estaremos preparados para recibir a Dios. Cuando huimos de Dios, huimos de nosotros mismos,
de nuestro ser verdadero, de nuestro yo más íntimo. Juan, que venía del desierto, entrañaba un estilo de
vida nuevo. Era un hombre ‘quemado’ por el fuego del Espíritu, un hombre que se alimentaba de espíritu
y esperanza; un hombre de la verdad y la justicia, que creía en la salvación de Dios.
UN POEMA MESIÁNICO IMPRESIONANTE
“En aquel día:
Brotará un renuevo del tronco de Jesé,
un vástago florecerá de su raíz.
Sobre él se posará el espíritu del Señor:
espíritu de ciencia y discernimiento,
espíritu de consejo y valor,
espíritu de piedad y temor del Señor.
Le inspirará el temor del Señor.
No juzgará por apariencias,
ni sentenciará de oídas;
defenderá con justicia al desamparado,
con equidad dará sentencia al pobre.
Herirá al violento con el látigo de su boca,
con el soplo de sus labios matará al impío.
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Será la justicia ceñidor de sus lomos;
la fidelidad, ceñidor de su cintura.
Habitará el lobo con el cordero,
la pantera se tumbará con el cabrito,
el novillo y el león pacerán juntos:
un muchacho pequeño los pastorea.
La vaca pastará con el oso,
sus crías se tumbarán juntas;
el león comerá paja con el buey.
El niño jugará con la hura del áspid,
la criatura meterá la mano
en el escondrijo de la serpiente.
No harán daño ni estrago
Por todo mi Monte Santo:
porque está lleno el país
de la ciencia del Señor,
como las aguas colman el mar.
Aquel día la raíz de Jesé
se erguirá como enseña de los pueblos:
la buscarán los gentiles,
y será gloriosa su morada.”
(Is 11, 1-10)
El renuevo del tronco de Jesé –el Mesías- no se dejará engañar por las apariencias de los dirigentes.
Defenderá con justicia al desamparado y al pobre; herirá al violento...
Isaías, en la primera lectura, nos presenta un mundo utópico en que habrá reconciliación, incluso, entre
los animales hostiles; entre ellos y con el ser humano: habitará el lobo con el cordero... un muchacho
pequeño los pastorea... El niño jugará con la hura del áspid...
Lo que vivía Isaías no era precisamente un mundo idílico, sino un mundo violento, una sociedad
corrompida. Y anuncia un verdadero milagro. Era un soñador.
El texto es un poema mesiánico impresionante, sacado de una profecía del Primer Isaías sobre el futuro
del rey de Israel. De la raíz humilde de Jesé, padre de David, Yahvé hará brotar un renuevo que lo llenará
todo de justicia y de paz.
Esta utopía de Isaías nos anuncia que este descendiente de Jesé nos llevará al Paraíso. Desde la primera
Navidad quedó abierto el camino.
La esperanza en este porvenir luminoso se construye haciendo las cosas que se pueden y se deben hacer.
Es la mejor forma de esperar la Navidad: ponerse manos a la obra.
La vida nunca puede darse por vencida. ¡Cuántos ejemplos en la naturaleza y en los humanos! El
Ungido, el Señor, en el centro del mundo, en el corazón de la tierra, personificando todas las esperanzas y
aspiraciones humanas, cumpliendo todas las promesas. Él hará posible la nueva tierra. Lo llenará todo de
ideales nuevos, de valores nuevos. Hará que surjan por todas partes los defensores de los marginados, las
protestas de los humildes, los consoladores de los afligidos, los portavoces de los olvidados... El lobo y el
cordero vivirán juntos... porque ya no habrá lobos; el león comerá paja, inevitablemente.
El rey, apenas salido de la prueba, se verá invadido por el Espíritu de Dios, que le hará donación de sus
virtudes: Espíritu de ciencia y discernimiento... Tenemos, en embrión, los dones del Espíritu Santo.
Es importante fijarse en la evolución que tiene en Isaías la noción de justicia: ya no es únicamente la
simple repartición de los bienes, ni la mera retribución de aquello a que cada uno tiene derecho, sino que
se orienta especialmente hacia los más débiles, los más pobres.
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Este sentido de justicia es un elemento esencial del conocimiento de Dios, porque no encuentra su
sentido más que en el mismo designio divino. Se le pedirá que sepa responder a problemas concretos, a
cuestiones actuales: justicia social y paz entre las naciones, esos eternos problemas de la humanidad.
A EJEMPLO DE JESUCRISTO
“Hermanos: Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza
nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras
mantengamos la esperanza.
Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo
entre vosotros, como es propio de cristianos, para que unánimes, a una voz, alabéis
al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
En una palabra, acogeos mutuamente como Cristo os acogió para gloria de
Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la
fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas, y, por otra
parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia. Así dice la
Escritura: ‘Te alabaré en medio de los gentiles y cantaré a tu nombre”.
(Rom 15, 4-9)
En la segunda lectura, Pablo explica el papel de las Escrituras: Dios nos las dio para que, por su fuerza y
consuelo, mantengamos la esperanza. Esta es la finalidad más importante de la Palabra de Dios,
interpretada y recogida por el pueblo judío. Nos dice que no puede haber esperanza sin paciencia, porque
el bien deseado no es fácil de conseguir y se hace esperar. Pero la esperanza también necesita del
consuelo. En la larga espera, Dios es la fuente de toda paciencia y consuelo.
Ahora lo que importa es acogernos mutuamente, abrirnos a todos, imitando la vida de Jesús. La
coexistencia de los cristianos de origen judío y de origen pagano no fue fácil en las comunidades
primitivas. Los primeros tenían más facilidad que los segundos para adaptarse a los usos de la tradición
judeo-cristiana. Se consideran los ‘fuertes’ en comparación con los ‘débiles’, de origen pagano. Era fácil
llegar a menospreciarlos. Pablo no puede consentir este contrasentido y les recuerda el ejemplo de Jesús.
Es necesario mostrar estructuras que den cabida a todos. ¿Con qué derecho podrán los judíos mantener
sobre los paganos, en el seno de la Iglesia, una autoridad y una primacía de tiempos pasados? Y Pablo
pide que el Dios, que mediante su palabra anima y consuela, conceda a los cristianos de Roma que estén
unidos entre ellos según el espíritu de Jesús.
También los cristianos tenemos tendencia a considerar nuestra pertenencia al pueblo de Dios –a la
Iglesia- como un privilegio que nos separa de los demás, cuando en realidad esa pertenencia es, ante todo,
una fuente de responsabilidades.
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DOMINGO TERCERO DE ADVIENTO
NO HAY ‘OTRO’ A QUIEN ESPERAR
JESÚS, PORTADOR DE UNA INMENSA ALEGRÍA
En el tercer domingo de Adviento destaca la alegría. Una alegría que solamente puede empañar la
tristeza, nunca el sufrimiento ni los avatares de la vida.
El testimonio de la alegría es uno de los más necesarios en nuestro mundo y algo central en todo el
mensaje evangélico. Pero lo tenemos muy olvidado. Jesús es portador de una alegría inmensa. Vino a
consolarnos y a proclamar las bienaventuranzas –nueve veces ‘dichosos’-, a expulsar los demonios de la
tristeza, a enjugar las lágrimas, a vencer el dolor y la muerte. Vino a acoger y a alentar.
Deberíamos ir por los caminos de la vida siendo testigos del amor de Jesús con nuestra propia vida;
impregnándolo todo de amor y acogida. Hemos de familiarizarnos con la ternura.
Cristo ha venido a llenar nuestros corazones de alegría (Mt 2, 10), porque la alegría es expresión de Dios.
Una alegría que no tiene nada que ver con la diversión, ni con el placer, ni con la carcajada. Tampoco con
la superficialidad o la irresponsabilidad. ¿Quién puede reír estúpidamente ante tantos millones que lloran?
Tampoco nace del tener, porque las cosas no dan la felicidad. No necesita del triunfo, ni del halago, ni
del poder. Crece en el servicio y en la entrega.
La verdadera alegría cristiana es don de Dios. No se manifiesta ruidosamente. Está en la hondura de la
persona que se siente incondicionalmente amada, definitivamente salvada. Es solidaria, no se aparta ni se
aísla del sufrimiento ajeno, porque en la ‘cruz’ –vida entregada- también puede haber dicha. ¿La máxima?
En este domingo se nos pide un testimonio claro de esperanza y alegría. Y a la Iglesia, que presente un
rostro joven y alegre, que hable al corazón de las gentes, que anime y bendiga todo lo bello y positivo,
venga de donde venga, que seduzca y atraiga por la fuerza de sus testimonios.
La alegría del creyente es el mejor argumento de su fe.
EL REINO ANUNCIADO Y VIVIDO POR JESÚS
“Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar
por medio de dos de sus discípulos:
-¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
Jesús les respondió:
-Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los
inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos
resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se
sienta defraudado por mí!
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
-¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? O
qué fuisteis a ver, ¿un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en
los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: ‘Yo envío mi
mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti’.
Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista,
aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.”
(Mt 11, 2-11)
El evangelio de hoy se compone de dos partes bien distintas: el relato del envío por Juan Bautista de dos
de sus discípulos a Jesús y el elogio que éste hace del Precursor.
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La expresión ‘reino de Dios’ tiene una realidad muy distinta a la que suele dársele. No se manifiesta con
signos ‘religiosos’ o cultuales. Las bienaventuranzas (Mt 5, 1-12), o la parábola del ‘juicio final’ (Mt 25,
31-46), o la respuesta con hechos de Jesús hoy a Juan, son el código del reino.
Jesús no teoriza; libera de verdad. Los insatisfechos que se acercan a él, y entienden, cambian su modo
de vivir. Dejan de ser ciegos, dejan de ser víctimas del montaje social, que les mantiene alienados, y se
ponen en pie para trabajar por el reino de Dios
Miremos a los hechos. Donde las gentes recuperan la dignidad y se humaniza la vida, está el reino de
Dios. Primero los hechos. Después, pueden venir las palabras para interpretarlos, explicarlos, aclararlos,
profundizarlos. Son las obras las que constituyen el Evangelio-Buena Noticia. Y ya sabemos que las
noticias suceden ahora y aquí. Sin obras no hay noticia. Una noticia sin hechos es una mentira.
¿Dónde está hoy, o por dónde camina el reino de Dios? ¿Dónde se está edificando? Hace falta estar muy
ciego, o tener mucho que perder, para no querer verlo: allí donde los seres humanos pasan de condiciones
infrahumanas a condiciones humanas y dignas; allí donde van desapareciendo el analfabetismo y las
desigualdades sociales; allí donde los niños dejan de ser explotados y pueden vivir como niños sin
vagabundear por las calles de las grandes ciudades... allí está actuando el Padre del cielo. ¿De qué sirven
las buenas palabras, ¡las democracias!, las afirmaciones de religiosidad, la subida del nivel de vida de
unos países, si va en perjuicio de otros?
Juan Bautista está en la cárcel por llevar a la práctica las lecciones que enseñaba. Herodes lo tenía preso
por echarle en cara sus maldades y por miedo a que las multitudes que arrastraba con sus palabras
pusieran en peligro su trono. Los poderosos –individuos y naciones-, cuando ven en peligro sus intereses
particulares, ponen en marcha la represión, sin importarles las consecuencias que puedan acarrear para los
demás, sobre todo si estos ‘demás’ son los pueblos indefensos.
En la cárcel ha oído hablar de las obras de Jesús, pero no sabe interpretarlas. Esperaba un Mesías
riguroso, victorioso. Se asombra al enterarse que el Cristo anda con los pobres y se dedica a curar a los
enfermos. Además, hasta entonces no se había enfrentado directamente con las minorías dominantes. Su
línea de sencillez y de misericordia le despista. Y está inquieto, desconcertado, inseguro, tentado de
desaliento, desgarrado por el tormento, dominado por la sospecha de haberse equivocado totalmente.
Desde las terribles mazmorras de Maqueronte, en pleno desierto de Judá, mandó a preguntar por
medio de dos de sus discípulos: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
Podemos comparar el desconcierto de Juan con el que nosotros padecemos ante el mal que existe en el
mundo; ante la gente sin escrúpulos que sigue triunfando; ante las injusticias que quedan impunes en la
sociedad; ante las esperanzas que se desvanecen.
Si Dios está presente en el mundo, ¿por qué no arranca de raíz estos males? ¿Tenemos que esperar a otro
para que resuelva estos problemas? ¿Sigue teniendo validez y vigencia la persona y el mensaje de aquella
persona maravillosa que vivió hace veinte siglos? ¿Tiene respuesta Jesús para los problemas del hombre
de hoy, o debemos buscar en otra dirección?
La vida no es posible sin esperanza. La persona que se cierra a ella carece de razones para existir. La
esperanza es el motor de la vida. De ahí que el ser humano, acertadamente o no, ha de depositar en cosas,
ideales o personas su esperanza, que no siempre coincide con el auténtico sentido de la vida que desea.
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A la pregunta de Juan, que expresa con tanta claridad el anhelo de salvación plena y total que brota en el
corazón de todos los seres humanos, Jesús responde con hechos: Los ciegos –los que se dan cuenta que
son ciegos y, por eso, quieren verlo todo como es en realidad- ven y los inválidos –los que son
conscientes de su incapacidad y quieren salir de ella- andan; los leprosos –los marginados de la
sociedad, por los motivos que sea, y se revelan- quedan limpios y los sordos –los alienados por la
sociedad de consumo, los que viven confortablemente de espaldas a los demás, pero no están a gustooyen; los muertos –los que se saben vacíos, infelices, sin futuro, solos- resucitan, y a los pobres –a los
que esperan y creen en los otros, que saben de su incapacidad para vivir solos, que necesitan de los demás
y del ‘Otro’, y, por ello, viven abiertos a lo que les rodea y a sí mismos- se les anuncia la Buena Noticia.
JUAN LLEGARÍA A ENTENDER
Todo lo que impide al ser humano serlo en plenitud debe ser vencido. ¡Cuántas cosas nos impiden ver,
oír, caminar, levantarnos! Nuestros ojos están hechos para ver, nuestros oídos para oír... Estamos hechos
para vivir, no para morir. Este anuncio de Jesús nos dice que todo lo que el hombre debería ser, todo lo
que el ser humano anhela profundamente, todo lo que conduce a la plenitud y eternidad humanas, todo
eso es ya ahora una realidad, como lo es la espiga futura en el grano que se siembra.
Los signos dados por Jesús, excepto la evangelización de los pobres, son obras milagrosas. ¿Tan difícil
es que los ciegos –y todos los somos- podamos ver, los inválidos andar...?
Sin embargo, a pesar de no ser obra milagrosa, es la evangelización de los pobres el signo más específico
y decisivo del ser cristiano; hasta el punto de haber sido elegido como inicio del discurso programático de
Mateo: ‘Dichosos los pobres...’ (Mt 5, 3). Es el signo que marca la dirección a todos los demás.
En lo que Jesús manda decir a Juan aparecen como beneficiarios de su acción todos los desheredados de
la tierra y, simbólicamente, todos los que desean que Dios de sentido verdadero a sus vidas.
Jesús no ha hecho un largo discurso. Ha respondido a los enviados de Juan haciéndoles ver la plasmación
en su propia vida de los hechos maravillosos que había profetizado Isaías, añadiendo nuevos elementos:
los leprosos quedan limpios y los muertos resucitan. La experiencia demuestra que los discursos
interesan muy poco a cuantos sufren una condición infrahumana. Tradujo a hechos concretos lo que
consideraba como la más clara expresión de la voluntad del Padre: ese reinado de dignidad humana al que
todos tenemos derecho.
La evangelización de los pobres es la gran apuesta de Jesús. Son unas palabras que nos deberían hacer
daño, porque tenemos que reconocer que esto no es realidad en el viejo cristianismo de Occidente. Y sí es
una constante en el mensaje bíblico y en el evangelio de Jesús.
Si Jesús nos revela a un Dios que es ‘Abbá’, Padre de todos los seres humanos, es lógico que, como
todos los buenos padres y madres, tenga predilección por los hijos más desfavorecidos o injustamente
tratados.
Juan llegaría a comprender. Todos los pobres y sencillos llegan a comprender. Es cuestión de mirar los
hechos sin prejuicios; de contemplar los signos sin esquemas prefabricados ni claves interpretativas; de
dejarse interpelar por la palabra sin argucias ni respuestas estudiadas. Estar muy abiertos a los signos que
él nos ofrece. Siempre serán signos de liberación y de amor. Vivamos atentos a las señales, sin fijarnos en
el color o la etiqueta. Lo que importa de verdad es la vida.
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Gran parte de la población del Tercer Mundo padece hambre, o muere a causa de ella, y otra gran parte
de la gente del Primer Mundo se muere de asco. Allí la gente suele ir mejor de alma y peor de comida.
Aquí la mayoría va bien de comida y bastante mal de alma. Entre nosotros –la mayoría cristianos- lo
urgente es llenar el vacío y ver si llegamos a entender de qué va la vida. Comiendo mal se vive poco.
Comiendo demasiado se mal-vive. El sarcasmo del capitalismo es éste: que ni vive ni deja vivir. No vive
porque se vacía de humanidad y no deja vivir porque revienta al resto de la humanidad.
EL MÁS GRANDE ENTRE LOS NACIDOS DE MUJER
“No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista”
Cuando se van los discípulos enviados por Juan Bautista, Jesús cuestiona a la gente sobre cuál fue el
motivo para salir de sus casas e ir al desierto a oírle. A la vez, precisa la misión de Juan, personaje que
influyó mucho en las primeras comunidades cristianas.
Jesús nunca habló de ninguna persona como de Juan. Con sus palabras revela su importancia en la
historia de la salvación. Con sus preguntas hace reflexionar al pueblo sobre lo que buscaban cuando
acudían en masa al desierto a escucharle.
¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? El desierto es el lugar
del hombre verdadero. Del ser humano capaz de ponerse de rodillas ante el único Señor, e incapaz de
doblegarse ante los divos del momento o ante los poderosos de turno. Nuestros corazones se reaniman
ante el ejemplo de personas que no viven según el viento que sople. Resistentes a las modas, a los
oportunismos, a las ideologías, a los intereses, a las seducciones del poder o del éxito.
El evangelio debe producir ‘encinas’ no cañas. Personas libres, no maniquíes irreprensibles y devotos;
personas humanas, no personajillos.
Para mantener la esperanza tenemos necesidad de ‘escuchar’, pero sobre todo de ‘ver’. Las únicas
personas que merecen ser escuchadas, son las que están dispuestas a dejar que en ellas se vea ‘algo’.
Jesús ha hecho el mejor elogio del Bautista: no es una caña sacudida por el viento. No vive en palacios,
en ambientes en los que importan las formas externas, las apariencias, los halagos, las diplomacias, las
ceremonias, el consenso acrítico, el incienso, la uniformidad, la careta, el sueldo abundante.
En los ‘palacios’ se cultivan cañas en abundancia. Son muy ‘fiables’ por su flexibilidad. Cañas que se
doblan en la dirección querida, incapaces de la mínima resistencia.
Juan, que asistió a la escuela del desierto y vivió en él, aprendió la coherencia. Al no tener ninguna
posición personal que defender, encuentra el coraje de seguir siendo él mismo, incluso cuando el viento
cambia de dirección. Al vivir y crecer en el desierto, Juan es una persona auténtica. Y si entra en el
palacio de Herodes es para decir que no está de acuerdo.
Dirigentes de la Iglesia de Cristo: ¿Hasta cuándo lo vais a seguir ocultando a los pobres del mundo
entero? ¿Por qué habéis colocado el mensaje de Jesús en el plano de las grandezas humanas, para hacerlo
más visible a los demás y darnos seguridad e importancia a nosotros mismos? Por esos caminos de
grandeza no vamos a ninguna parte. No, no es eso... lo más pequeño en el reino de los cielos es mayor
que ‘eso’; es de otro ‘orden’.
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“VUESTRO DIOS... VIENE EN PERSONA”
“El desierto y el yermo se regocijarán,
se alegrarán el páramo y la estepa,
florecerá como flor de narciso,
se alegrará con gozo y alegría.
Tiene la gloria del Líbano.
la belleza del Carmelo y del Sarón.
Ellos verán la gloria del Señor,
la belleza de nuestro Dios.
Fortaleced las manos débiles,
robusteced las rodillas vacilantes,
decid a los cobardes de corazón:
sed fuertes, no temáis.
Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite;
viene en persona, resarcirá y os salvará.
Se despegarán los ojos del ciego,
los oídos del sordo se abrirán,
saltará como un ciervo el cojo,
la lengua del mudo cantará,
y volverán los rescatados del Señor.
Vendrán a Sión con cánticos:
en cabeza, alegría perpetua;
siguiéndolos, gozo y alegría.
Pena y aflicción se alejarán”.
(Is 35, 1-6a. 10)
La primera lectura nos trae, con algunas diferencias ya dichas y con hechos, el texto citado por Jesús en
el evangelio. Para Juan ya no podría haber duda.
En aquella época, como ahora, existían muchos signos religiosos que pretendían ser signos de la
presencia de Dios: el templo, la ley, la Biblia, los ritos y los sacrificios, las oraciones, los ayunos, el
precepto del sábado... hasta seiscientos trece.
El pasaje contiene una grandiosa esperanza, que debía animar a los judíos deportados en Babilonia para
regresar a Jerusalén. Pero su mensaje es tan inmenso que sobrepasa el hecho histórico del regreso a Sión.
Supone la total liberación del pueblo, de todo el mundo. Es como la vuelta al Paraíso. Con la venida del
Señor, todas las enfermedades serán curadas porque en el nuevo reino el mal ya no existirá.
Anuncia todo un renacer de la naturaleza, de las personas y de los pueblos. Se alegrará el desierto –los
que vivan en búsqueda, a la intemperie, insatisfechos de cómo van las cosas-, se fortalecerán los
cobardes, sanarán los enfermos –ciegos, sordos, cojos, mudos- y recuperarán la libertad los pueblos
desterrados –los que son conscientes de su esclavitud y quieren salir de ella-. Contempla una procesión
liberadora de personas que han recobrado su salud y su dignidad, que no pueden contener el entusiasmo y
el júbilo. Una vuelta a la tierra prometida, transformada en un vergel, en un verdadero paraíso. La razón
secreta de toda esta liberación está en que Dios viene en persona.
Los que viven resguardados en las ‘ciudades’ –bienes materiales, facilidad, poder...- no quieren cambios
que perjudiquen sus intereses egoístas.
Fortaleced las manos débiles... Un cristiano debería estar preparado para fortalecer a su comunidad. Un
fortalecer que, más que criticar, consiste en estimular, dar ánimo, valorar. Porque todos necesitamos que
nos animen, no sólo que nos riñan; necesitamos que nos conforten, no sólo que nos acusen, critiquen,
reprochen, regañen, reprendan, ‘sermoneen’; necesitamos que nos pacifiquen, que nos serenen, y no sólo
que nos culpabilicen.
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En esta lectura el camino del desierto se ha convertido en camino de esperanza... y de paciencia.
“TENED PACIENCIA”
“Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor.
El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la
lluvia temprana y tardía.
Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del
Señor está cerca.
No os quejéis, hermanos, unos de otros para no ser condenados. Mirad que el
juez está ya a la puerta.
Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas,
que hablaron en nombre del Señor”.
(Sant 5, 7-10)
La lectura de Santiago nos ofrece un mensaje semejante al de Isaías, aunque sin la belleza poética de
éste. Nos recomienda la paciencia. Hasta cuatro veces repite esta palabra en la breve lectura de hoy.
Después de haberse dirigido a los ricos, Santiago se vuelve ahora hacia sus hermanos, los pobres, para
pedirles paciencia en la espera del advenimiento del Señor.
No les anima a la revolución porque, para él, el sistema económico de los ricos está viciado y no tardará
en derrumbarse. ¡No se puede negar su optimismo!
Si el futuro advenimiento del Señor debe tranquilizar a los pobres, el pasado es también fuente de
resistencia en la prueba: tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento a los profetas. Santiago usa
un argumento clásico en los escritos judíos y cristianos: el elogio de los profetas, padres en la fe,
destinado a reforzar la fe de los contemporáneos.
Aduce el ejemplo del labrador que sabe esperar hasta la cosecha. No tira de la planta hacia arriba para
que crezca antes. Sabe que, si lo hace, no conseguirá más que arrancarla de raíz.
La paciencia que nos recomienda Santiago es muy necesaria hoy, en que vivimos en una sociedad de
mucha ‘marcha’ y mucha prisa, y en la que no estamos acostumbrados a la espera. Queremos las cosas
enseguida. Las esperas nos rompen los nervios. Nos contagia el ritmo de las máquinas y la velocidad. Los
hombres del campo, más familiarizados con los ritmos de la naturaleza, se toman las cosas con otro
talante.
La generación apostólica empezaba a perder la paciencia, porque esperaban la llegada inminente del
Señor, y éste no acababa de llegar. No habían entendido bien el mensaje. El Señor volverá, pero no
sabemos cuando. Hay que tener paciencia. Lo mismo les pasó a los profetas, que anunciaban la venida del
Señor y no acababan de ver su llegada definitiva.
Qué difícil es que nuestra sociedad acepte lo verdadero, instalada en una realidad que no quiere cambiar
al presentarse como la mejor de las posibles para ella. Una sociedad que rechaza, ridiculiza y manipula
todo lo que exige sacrificio, esfuerzo, entrega. Léase aborto, divorcio a la carta, sexualidad liberada de
toda responsabilidad, ceguera a la injusticia que provoca en el tercer mundo la globalización económica,
el abandono familiar de los mayores...
21
DOMINGO CUARTO DE ADVIENTO
LA FE Y EL AMOR LO SUPERAN TODO
JOSÉ DE NAZARET
“La concepción de Jesucristo fue así:
La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos resultó
que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en
secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció en sueños un
ángel del Señor que le dijo:
-José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la
criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y
tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por
el profeta:
Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre
Emmanuel (que significa: ‘Dios-con-nosotros)
Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y
se llevó a casa a su mujer.”
(Mt 1, 18-24)
La religión no se fundamenta en explicaciones sino en el ‘Misterio’: La Gran Realidad que es Dios.
La liturgia del Adviento nos está presentando tres figuras como modelos de lo que debe ser la
preparación cristiana para la Navidad: Isaías, Juan Bautista y María de Nazaret.
En este ciclo A, la liturgia nos trae un cuarto modelo: José de Nazaret, cuya vida consistió en: ‘ver’ el
misterio que se estaba desarrollando a su alrededor y que no podía comprender; ‘oír’ en sueños a los
enviados de Dios; y guardar silencio. Los evangelios no nos citan de él ni una palabra. Lo que nos
cuentan hemos de interpretarlo como un intento de la primera comunidad cristiana por transmitirnos el
misterio de la irrupción de Dios en la historia humana. De hecho, lo que se nos dice es simplemente que
un hombre llamado José, de profesión artesano, aunque fuera descendiente de David, con domicilio en un
pequeño pueblo de Galilea, casado con una mujer tan humilde como él, era considerado como el padre de
aquel joven judío, llamado Jesús, que se presentaba con la extraña pretensión de ser el Mesías de Dios
esperado.
Su personalidad se ha ido clarificando con el paso de los años. Del hombre viejo, con barbas largas,
protector de María más que esposo, se va pasando al hombre joven, de edad parecida a la de su esposa,
como corresponde normalmente a un matrimonio.
Aunque los evangelistas nos dicen muy pocas cosas, sí son suficientes para comprender la grandeza de su
vocación y su fidelidad a ella en el silencio.
José mantiene una profunda relación con Dios; vive en el amor, en la fe y en la humildad; no quiere
protagonismos sino el servicio oculto. Reflexiona los acontecimientos, da valor a lo importante y, cuando
no entiende lo que está pasando, prefiere retirarse. Se fía de las personas y, sobre todo, de la palabra de
Dios, lo que le lleva a una obediencia difícil y comprometida.
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José creyó, entendió y obedeció. Es un modelo de entrega. Aparece muy humano, muy respetuoso.
Cuando le roza el misterio, tiembla y duda. Pero cuando escucha en sueños al ángel del Señor, se fía y
acepta, y desaparece en la fidelidad del deber cumplido.
José creyó, siguiendo el camino del corazón y de los profetas, y ganó a la esposa, al Hijo y a Dios.
José es el símbolo de tantas personas que pasan por la vida desapercibidas; seres humanos que nos
demuestran que todos los días pueden seguir siendo Navidad, y que, aunque las apariencias digan lo
contrario, son muchos más, y más necesarios e importantes, que los que nos presentan todos los días los
medios de ‘manipulación’ de masas, dentro de una atmósfera insoportable, alienante e irrespirable.
EL DESCONCIERTO DE UN HOMBRE BUENO
El Padre de Jesús es el Espíritu Santo. Su concepción y nacimiento no son casuales: tienen lugar por
voluntad y obra de Dios. Es la forma que tiene el evangelista de expresar la misión mesiánica y la
novedad absoluta que supone este nacimiento en la historia humana.
La escena evangélica nos presenta a José, a María y al ángel. Sólo al final se nombra, de pasada, a Jesús.
El centro del relato es José. Todo se contempla desde la posición que él ocupa. Su desconcierto es
natural: el estado de María es incomprensible. José es bueno, es prototipo del israelita fiel a los
mandamientos de Dios, que cree en los anuncios proféticos y espera su cumplimiento. Es ‘justo’, palabra
que expresa la mejor alabanza bíblica de una persona. ‘Justo’ es el que busca a Dios y adecua su vida a la
voluntad divina, el que cumple la ley con todo su corazón y con intensa alegría, el hombre prudente en
cuya vida se han unido de forma singular la madurez humana y la experiencia de Dios, la persona ideal en
quien Dios se complace, el que acepta el plan de Dios incluso cuando desconcierta el propio.
En María ocurre algo que no entiende. Reflexionando en las profecías del antiguo Testamento y rezando,
intuye un misterio en María y tiene miedo de entrar en él, porque ve la mano de Dios demasiado cerca. Y
eso es muy arriesgado, porque Dios cuanto más próximo está, pide más para poder dar más. A Jesús le
pidió todo y le dio todo.
Dejar entrar a Dios en nuestras vidas significa exponerse a constantes sobresaltos, a tener que renunciar a
nuestras seguridades y abrirnos a la esperanza; a dejar nuestras míseras pero palpables riquezas, a
dejarnos a merced del Padre, a prescindir de nuestra voluntad personal y de nuestras ideas y planes de
futuro. Curiosamente, la religión se ha vivido, y se vive en gran parte, como un seguro que nos permite
dominar lo imprevisto. Tendría que ser lo contrario, porque Dios tiende a romper nuestros planes y
defensas. ¿Cómo llegar a él de otra forma?
DIOS HABLA EN LA ORACIÓN SILENCIOSA
Interviene un ángel del Señor que le aclara lo que está ocurriendo y le prepara para introducirle en el
misterio, en la vocación que Dios le tiene preparada. Y José, que encarna al ‘resto de Israel’, es dócil a
sus palabras; comprende que la espera ha llegado a su término: se va a cumplir lo anunciado por los
profetas.
El ángel se le aparece siempre en sueños. Es un modo de indicarnos el evangelista que no quiere subrayar
su realidad.
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La aparición en sueños de un ángel es una forma de presentar las propias reflexiones y decisiones sobre
los acontecimientos de nuestra vida. ¿No hemos sentido miedo alguna vez ante una de esas irrupciones de
Dios en nuestra vida? ¿O es que no tenemos el silencio suficiente y la oración necesaria para escuchar sus
susurros? Porque todos tenemos, lo mismo que san José, una vocación, una llamada para realizar algo
concreto en nuestra vida. Algo que si nosotros no hacemos, quedará sin hacer. Quizá en las sociedades
humanas haya más problemas de la cuenta debido a la cantidad enorme de personas que se desentienden
-nos desentendemos-de su –nuestro- quehacer.
El ángel le llama hijo de David. El derecho a la realeza le viene a Jesús por la línea del rey David. José
no debe tener reparo en llevarse a María, su mujer, a casa, porque Dios está detrás de todo lo que está
aconteciendo. Con profunda delicadeza y respeto le indica el misterio: la criatura que hay en ella viene
del Espíritu Santo. Es el Espíritu: el que guía a los profetas y a los santos, el que actúa en el silencio y sin
ruido.
SU MISIÓN SE VA ACLARANDO
Jesús viene del Espíritu Santo, lo envía Dios con una misión muy concreta, que sólo él puede realizar:
salvará a su pueblo de los pecados, trayéndonos toda la Palabra de Dios, su plan sobre el ser humano y el
cosmos. El ángel le aclara su papel en todo aquello: tú le pondrás por nombre Jesús y asumirás su
paternidad legal. El nombre revela su misión de Salvador. El nombre se imponía en la ceremonia de la
circuncisión, que incorporaba al niño al pueblo de la alianza.
La palabra ‘pecado’ designa todo aquello de lo que debe ser liberado el ser humano y la humanidad
entera: opresión, egoísmo, odio, explotación, injusticia, guerra... Esta palabra expresa la total oposición a
lo que debemos ser, y Dios quiere que seamos, los humanos. Significa toda forma de mal que esclaviza al
género humano, de todas las épocas y lugares, bellamente interpretado en el mito del Paraíso (Gén 3, 121)
Jesús va a salvar no del yugo de los enemigos o del poder extranjero –como creían los que esperaban un
mesías político-, sino de los pecados, de un pasado de injusticia. ‘Salvar’ significa hacer pasar de un
estado de mal a otro de bien. El mal del pueblo está principalmente en sus pecados, en la injusticia radical
de la sociedad, a la que todos contribuimos. Salvar del pecado incluye salvar de todo lo que nos oprime e
impide llegar a ser en plenitud la ‘imagen y semejanza de Dios’ (Gén 1, 26s), que es nuestra principal
vocación y destino
Jesús es la Realidad, la encarnación primera y última de nuestro proyecto de hombre y de historia. Es la
respuesta a la gran pregunta: ¿qué es ser persona y humanidad? Nuestro proyecto humano se llama Jesús;
el de la humanidad, Cristo total, místico: Él y toda la humanidad viviendo sus mismos ideales.
José se lleva a María como esposa. Sus planes se han trastocado. Su fe se traduce en fidelidad. Realiza lo
que el ángel le había mandado. Acoge con confianza la llamada de Dios y empieza a seguir con
generosidad los caminos que Dios le señala. No se pierde en discursos y palabras. Habla el lenguaje que
mejor conoce, el que en definitiva importa: el de los hechos. Su grandeza está en esta vida anónima y
entregada, de trabajo y preocupación por la familia; una vida vivida como respuesta fiel y generosa a la
llamada de Dios.
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Aceptó a María, convencido de que lo concebido en ella no podía ser fruto de un engaño. Amaba a su
mujer por encima de toda sospecha de infidelidad. Y llegó a creer lo increíble. Las Escrituras se le irían
aclarando poco a poco. Llevó a la práctica lo que más tarde escribiría san Pablo a los cristianos de
Corinto, sobre la hondura del verdadero amor (1 Cor 13, 4-8).
EL REINO ETERNO PROMETIDO ES DE OTRO ORDEN
“En aquellos días, dijo el Señor a Acaz:
-Pide una señal al Señor tu Dios en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.
Respondió Acaz:
-No la pido, no quiero tentar al Señor.
Entonces dijo Dios:
-Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres sino que cansáis
incluso a Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal.
Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre
Emmanuel (que significa: ‘Dios-con-nosotros).”
(Is 7, 10-14)
La primera lectura pertenece al libro del Emmanuel (Is 7-12), uno de los oráculos más conocidos e
importantes del profeta.
Transcurre el siglo VIII a. C.; unos tiempos muy difíciles para la historia de Jerusalén (Judá) Los reyes
de Damasco e Israel (Siria y Efraín) luchan contra el rey de Judá (Acaz), al que pretenden suplantar por
un rey arameo (Is 7, 6).
Los personajes que intervienen representan dos mundos distintos: Acaz, el rey, al mundo que opta por las
realidades concretas, palpables, al mundo de la política y de la guerra; está preocupado y agitado; se
extinguirá el reino de Judá, se acabará la dinastía davídica. ¿Qué será de las profecías hechas a David
sobre el trono eterno de Judá? Isaías, el profeta, al mundo de la religión, el que opta por ponerse en las
manos de Dios, y confía y trabaja desde la esperanza que da la fe.
Isaías va al encuentro de Acaz para tranquilizarle: debe tener fe en las promesas de Yahvé, y la dinastía
de David subsistirá. Al rechazar todo signo venido del cielo y hasta el signo particular del Emmanuel, el
rey se sitúa entre los incrédulos, por su actitud contraria a la fe en Dios, manifestada en su miedo y en la
búsqueda de ayuda en el poder de Asiria, que le llevará al fracaso.
La fe separará a los incrédulos de los fieles. La señal del Emmanuel es la lección esencial del pasaje, un
signo: la fe en ese signo constituirá al ‘resto’ de los creyentes y les garantizará la liberación gratuita. El
futuro pueblo será de otro orden, puesto que se formará en torno a la fe y no en privilegios nacionales.
El profeta habla de la señal dada por Dios, signo de algo más importante.
El Emmanuel es un signo para la fe, que se cumple perfectamente en Jesús, primer hombre que elegirá
con toda lucidez el bien que hay que hacer y el mal que hay que rechazar; el primero en no contar más
que con su Padre para salvarse. Su nacimiento virginal será signo de su plena oposición a los medios
humanos.
EL “DIOS-CON-NOSOTROS”
Ocho siglos antes de Cristo no podía sospechar Isaías cuánta verdad encerraban sus palabras. El
evangelio se hace eco de esta profecía, que nos narra la primera lectura.
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En la noche de la primera Navidad se encendió una luz de paz y de fraternidad entre todas las personas
de buena voluntad.
Fue aquel Niño quien nos hizo personas, quien nos habló de la dignidad personal que tenemos todos los
humanos, quien nos proclamó unos valores éticos que no han quedado envejecidos por el paso de los
siglos. Fue aquel Niño quien abrió una página de la historia que nadie podrá borrar ni mejorar.
Aquel Niño es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Un nombre que contrasta con los adjetivos con que
acostumbramos llamar a Dios: el Todopoderoso, el Omnipotente, el Eterno, el Infinito... Adjetivos que
podríamos resumir en uno solo: Dios el Ausente, el alejado del mundo.
Aquel Niño viene a decirnos que Dios quiere existir con el ser humano y para el ser humano; que la
verdad de Dios es su amistad con los hombres, que porque Dios no se ha quedado encerrado en su
divinidad, el ser humano puede trascender su humanidad. Todo este misterio es de amor. Por eso, el que
no ama no puede entender. Y, como amamos poco, entendemos poco.
La verdad del Emmanuel es una de las cosas que más identifican al cristiano. A nosotros no nos basta
creer en un Dios que dialoga con los humanos. Nosotros hemos de creer en un Dios que se hace hombre y
se queda con nosotros. Un Dios que ama tanto a sus hijos que, por medio del único Hijo, se mete de lleno
en nuestra historia. Un Dios que ha establecido tal relación, tal alianza con los humanos, que ya no
pueden separarse ni entenderse el uno sin los otros. Dios es divinidad y humanidad; y el hombre,
humanidad y divinidad. En Cristo –Dios y hombre- esto es plena realidad –unión hipostática-; en nosotros
es, al menos, vocación y esperanza. Dios nos hace crecer hasta infinito. Esto es la ‘trascendencia’.
No tenemos nada que temer: el Emmanuel está a nuestro lado. Dios se mete de lleno en nuestra historia y
en nuestra vida; está cerca y está dentro de todos y de cada uno de los humanos, como fermento de
salvación y elevación. Está con nosotros porque quiere dárnoslo todo. Basta que sepamos ‘mirar’.
Si creemos que Dios está con nosotros y dentro de nosotros, brotará la alegría y la paz en nuestros
corazones, porque Dios es más fuerte que todos los enemigos, que todas las dificultades que podamos
encontrar en la vida. Estando Dios-con-nosotros, todo lo que nos asusta se reduce a humo.
Si Dios está con nosotros, ¿quién puede sentirse solo? No hay soledad posible para el que tiene fe.
Podemos estar con Dios en una ‘conversación’ gozosa, ininterrumpida, como saben muy bien los santos
contemplativos.
“ESCOGIDO PARA ANUNCIAR EL EVANGELIO DE DIOS”
“Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar
el Evangelio de Dios.
Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras Santas, se
refiere a su Hijo, nacido, según lo humano, de la estirpe de David; constituido,
según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la
muerte: Jesucristo nuestro Señor.
Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles
respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros,
llamados por Cristo Jesús.
A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de su
pueblo santo, os deseo la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor
Jesucristo.”
(Rom 1, 1-7)
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La segunda lectura nos trae el prólogo de la carta de san Pablo a los Romanos. Pablo se presenta a la
comunidad de Roma, que aún no le conocía. Y lo hace con una solemne introducción, como corresponde
a la importancia de la carta. Se presenta a sí mismo, antes de precisar el objeto de su carta.
Se presenta como siervo de Cristo Jesús: es decir, que está a su total servicio, que no sabe ni desea hacer
otra cosa; llamado a ser apóstol: enviado, consagrado para la misión de anunciar la buena nueva a todos
los pueblos, prolongando en el mundo la misión de Jesús.
En la segunda parte del texto, define el objeto de su Evangelio: el Hijo, de la estirpe de David;
constituido Hijo de Dios.
Para caracterizarle, se sirve de la oposición según lo humano... según el Espíritu Santo, que será una de
las ideas claves de toda la carta a los Romanos.
La oposición ‘carne-espíritu’ no corresponde en Pablo al dualismo moderno ‘cuerpo-alma’. Para él, la
‘carne’ designa el ‘mundo’ anterior a la resurrección de Jesucristo, y el ‘espíritu’ el ‘mundo nuevo’,
animado por el dinamismo que brota de esta resurrección. Esta oposición se complementa en la lectura
con la oposición entre estirpe de David e Hijo de Dios.
Hijo de David, Jesús lo es por ascendencia. Pero esta realidad es secundaria, es según la carne y sellada
de fracasos, como toda la historia de la dinastía davídica, a menos que Dios intervenga con pleno poder
para hacer de este Hijo de David el Hijo de Dios.
En cuanto hombre y ante los hombres, Jesús fue considerado Hijo de Dios, porque reveló, manifestó su
dignidad como tal mediante la fuerza y la actividad del Espíritu Santo en él, haciéndole superior a todo
ser humano, especialmente por su resurrección.
Finalmente, Pablo desea a todos los romanos la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor
Jesucristo, como acostumbra en todas sus cartas.
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NAVIDAD. EUCARISTÍA DE MEDIANOCHE
“NIÑO... PAÑALES... PESEBRE”
LA NAVIDAD CRISTIANA
El nacimiento de un niño siempre es motivo de alegría y esperanza. No tanto si el nacido es pobre y vive
en la marginación. El nacimiento de un Dios encarnado es evangelio -buena noticia- y misterio –plenitud
de vida-: lo mejor que nos podía suceder y lo que no nos hubiéramos atrevido ni a soñar. El nacimiento de
un Niño-Dios es el alumbramiento más grande de la humanidad. Es el principio del camino de la
liberación de los seres humanos de todas sus esclavitudes.
En la Navidad, Dios se ha manifestado como liberación y salvación para todos. En Jesús-Niño se
manifiesta la sonrisa y el amor de Dios. Una sonrisa y un amor que nos regenera y renueva nuestra vida;
nos rescata, nos redime, nos purifica; nos abre a una esperanza plena y para siempre.
¿Seremos capaces aún de celebrar una Navidad cristiana? ¿Tenemos ganas de hacerlo? No la navidad
que marca el calendario, fijada por la costumbre y organizada por nuestra sociedad del consumo; sino la
verdadera Navidad: la Navidad en la que nace Dios para vivir con nosotros, en nosotros, entre nosotros.
Porque, a pesar de las apariencias, existe una sola Navidad, que únicamente puede vivirse desde la fe y la
simplicidad. Las otras, son navidades que trampean con los valores auténticamente cristianos.
Celebramos una Navidad cristiana cuando encontramos su sentido y nos invade el estupor por lo
inesperado del anuncio, cuando todavía no nos hemos acostumbrado.
¿Qué son las navidades cristianas? Es saber que a cada ser humano se le da la vida para que la viva,
como aquel Niño, en el más grande amor, con justicia y libertad para todos. Es abrir nuestras casas,
nuestro corazón y nuestros bolsillos, porque es entre las personas, y no en otro lugar, donde podemos
encontrar al Niño de Belén, ahora y aquí. Es mirar a los que sufren en nuestras calles, a los que no tienen
casa, a los emigrantes que están entre nosotros, a los ancianos abandonados incluso por sus familiares... y
‘arrimar el hombro’. Es dolerse por el drama de la miseria de tantos millones de hijos de Dios. Es,
también, una llamada a la intimidad, para descubrir a Dios que quiere entrar dentro de nosotros, para
compartir nuestro destino, nuestras alegrías y nuestras penas, nuestra vida y nuestra muerte; un Dios que
es Amor, que se ha unido a nosotros para darnos todo lo que tiene y todo lo que es. Y lo tiene y es Todo.
EN LA MÁS ABSOLUTA POBREZA
“Salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del
mundo entero.
Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos
iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de
Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con
su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del
parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un
pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre,
velando por turno su rebaño.
Y un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de
claridad y se llenaron de gran temor.
El ángel les dijo:
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-No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo
el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el
Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales
y acostado en un pesebre
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que
alababa a Dios, diciendo:
-Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra, paz a los hombres que Dios ama.”
(Lc 2, 1-14)
Los relatos evangélicos de la Navidad descubren el gozo y la alegría que rodeó a aquel acontecimiento,
que debió pasar desapercibido por su absoluta irrelevancia. Tres líneas emplea Lucas para contarnos el
nacimiento más trascendental de la historia humana: encontraréis a un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre.
Jesús nació en medio de una noche cualquiera. En un mundo que caminaba en tinieblas y sigue en
tinieblas. En un mundo que cree saberlo todo y no ve lo esencial, siempre invisible a las miradas
‘interesadas’. Quiere nacer en nosotros para iluminar nuestra ceguera, para abrir nuestros ojos a los
hermanos que sufren, para que lleguemos a ver la vida con los ojos del Padre.
Hacía ‘frío’ en Belén y sigue haciendo ‘frío’ en el mundo actual. Faltaba, y sigue faltando, el calor del
amor y de la amistad. El corazón del ‘primer mundo’ se ha helado, víctima de su egoísmo y bienestar, y
ya no es capaz de sentir compasión por quienes mueren de hambre de alimentos, de cultura, de compañía,
de amor. Dios sólo puede nacer y crecer allí donde se le deja entrar. Y sólo se le deja entrar donde tiene
cabida el amor.
El Niño de Belén, ya desde el principio, nos enseña muchas cosas: que Dios es ternura y alegría, que
siente como nosotros, que se deja ayudar, que es amor. Valores que constituyen nuestra vida; porque el
que ama está vivo en la medida de su amor. El que no ama, vive muerto (1 Jn 3, 14).
Cuando la vara del opresor romano sometía a los pueblos, cuando el mundo caminaba en tinieblas, nace
en una región sometida ese Niño que enseñará a los humanos el verdadero camino de la liberación
personal y colectiva, que será la luz y la paz para todos.
Los detalles del nacimiento no estaban anunciados por los profetas. Nace en un ambiente de absoluta
pobreza y rechazo, en total anonimato. Sólo unos pastores aceptan las señales: niño... pañales... pesebre.
Y no tardarán en olvidarlo.
Desde el Niño de Belén, Dios ha plantado su tienda entre nosotros, vive entre nosotros. La señal es el
Niño en el pesebre, símbolo de la fragilidad y, a la vez, del poder irresistible que tiene un niño para el
corazón del ser humano.
El nacimiento de aquel Niño es el comienzo de una historia que sigue viva entre nosotros.
Como el mundo era inhabitable, Dios tuvo que nacer de incógnito; y como sigue inhabitable, Dios sigue
de incógnito. Sólo el ‘dinero’ y lo que representa, lo que se puede comprar con él, tiene vía libre en este
desdichado mundo.
Dios sólo puede vivir en la clandestinidad en esta sociedad. Apenas nos enseña su verdadera identidad
-amor a todos, igualdad de derechos, solidaridad con todos los pueblos y naciones...-, lo mandamos fuera
de nuestras ‘fronteras’, donde no pueda molestarnos.
Dios es distinto a como nos lo imaginamos. Dios es todo lo contrario al poder, al tener, a la autoridad, a
la riqueza, a la fuerza, a la autosuficiencia.
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Dios es semejante a los sencillos, a los pobres, a los niños, a los que se sienten hermanos,
misericordiosos, pacificadores...
Dios asume plenamente el camino humano; responde a las mejores y plenas esperanzas de las personas,
que van más allá de las ilusiones humanas corrientes, al anunciarnos la resurrección.
No tenían sitio en la posada. Existía en Judea una clara hostilidad hacia los galileos. Por la condición
galilea de aquella pareja que esperaba a su primer hijo, posiblemente no fueron acogidos en aquellas
posadas en las que había sitio para todos. La intolerancia y el racismo siempre han perseguido a los
pobres. ‘Posada’ es también el corazón de cada ser humano.
Para sus padres no había sitio. Para Jesús no hay sitio en nuestro mundo. En nuestros montajes de vida no
hay sitio para él; quizá sí para su caricatura.
Interiormente nos sublevamos contra aquellos que le cerraron las puertas. En realidad, nosotros nos
portamos peor. No le dejamos fuera; pero con nuestros ‘finos modales’ hemos conseguido que su mensaje
resulte inofensivo.
Es difícil entender esta forma de entrar el Mesías en el mundo. Los ‘grandes’ de su tiempo y de todos los
tiempos, nunca la entendieron. Tampoco la entenderá nunca nuestra sociedad consumista y ‘cristiana’,
aunque hable de ello constantemente.
SÓLO LOS POBRES PUEDEN ENTENDER ESTAS COSAS
Os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy... ha nacido un Salvador: el
Mesías, el Señor. Lucas, que nos ha presentado la radical pobreza de este nacimiento, nos presenta ahora
a los pobres como los primeros que se enteraron del nacimiento de Jesús.
Unos pastores que pasaban la noche al aire libre... Es necesario pasar ‘la noche de la vida’ a la
intemperie, en la inseguridad, en la búsqueda, en la insatisfacción, en el compromiso... para entender algo.
Nos anuncia una gran alegría para hoy; no una alegría de entonces que recordamos, sino una alegría viva,
profunda, nueva. Es la alegría de poder creer en el ‘nuevo nacimiento’ (Jn 3, 3). Un nacimiento capaz de
transformar este mundo en el reino de Dios.
El anuncio a los pastores –colectivo marginado en aquella sociedad-
contiene varios elementos
importantes del camino cristiano: La comunicación de una noticia alegre para el pueblo, sólo para el
pueblo, para los que no tienen otras cosas y bienes en qué apoyarse; una invitación, que no obliga a nadie
a ir, pero si van tendrán una señal muy distinta a lo que podría esperar una persona ‘razonable’; un
descubrimiento gozoso y la comunicación de una experiencia; una celebración festiva, para agradecer las
maravillas de las que habían sido espectadores y protagonistas. Mensaje, invitación, descubrimiento
personal, celebración. ¿Cuántos nos faltan?
Solamente con los sencillos y desde los pobres es posible hacer avanzar al mundo. Solamente entre
pobres surge el amor fraterno. Solamente entre pobres es posible el evangelio. Solamente con los
ignorados de la humanidad se puede construir un mundo justo. ‘Bajar’ para poder subir todos juntos: éste
será en adelante el camino de la liberación de los seres humanos.
Dios nace Niño. La Palabra definitiva de Dios es un Niño, que es puro desvalimiento. Es la opción de
Dios por lo pequeño. Un mensaje muy fuerte para nuestro deshumanizado mundo. Un Niño que es, como
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Dios, todo ternura, capacidad de ser querido. Un Niño que invita al ‘desarme’ y a la misericordia. Un
Niño necesitado de ayuda y necesitado de todo.
En un pesebre, al margen de la sociedad. Es la opción de Dios por la más radical de las pobrezas. El que
lo es todo no puede tener nada.
Un Niño que hará posible la ‘gloria de Dios’ y la ‘paz de los hombres’. Nunca será posible la una sin la
otra, porque...
...LA GLORIA DE DIOS ES LA VIDA DE LOS HOMBRES
Nos enseñaron que la gloria de Dios era algo que nos asombraba, nos alejaba, nos castigaba. Ahora
sabemos que la gloria de Dios es algo muy distinto: es algo que nos alegra, nos acerca y nos pacifica. La
gloria de Dios es el ‘resplandor’ que brota de su gran corazón, que no es otra cosa que su amor.
De este amor divino surgió la creación y nacemos todos los seres humanos. Dios nos quiere. El amor de
Dios es creativo y nos crea para que crezcamos y lleguemos a nuestra plenitud. La gloria de Dios aumenta
en la medida en que sus hijos crecen. Por eso, la gloria de Dios es que el hombre viva. Crece la gloria de
Dios en la medida en que crece la vida del hombre, en la medida en que crece la dignidad de todos sus
hijos.
Si queremos glorificar a Dios no hay mejor forma que dedicarnos a dar vida a los hombres, trabajar para
que todos los seres humanos vivamos más y mejor, para que todos podamos vivir con dignidad y justicia,
con amor. Si tendemos nuestras manos para levantar al caído o curar al enfermo; si nos enfrentamos a las
injusticias que degradan y destruyen a las personas, si sabemos dar a los que nos rodean razones para
vivir, si contagiamos la fe y alentamos la esperanza, si amamos desinteresadamente y nuestro amor crea
amor... estamos dando gloria a Dios, estamos siendo alabanza de su gloria. Porque es amando a los que
nos rodean como entramos en el misterio de Dios y como participamos de Dios.
Por eso, cuando los ángeles cantaban gloria a Dios y paz a los hombres, venían a decir una sola cosa,
porque la gloria de Dios es que el hombre tenga paz. Y la paz –shalom- es todo ese conjunto de valores
que llamamos vida en plenitud y para siempre.
“UN NIÑO NOS HA NACIDO”
“El pueblo que caminaba en tinieblas
vio una luz grande;
habitaban tierras de sombras,
y una luz les brilló.
Acreciste la alegría,
aumentaste el gozo:
se gozan en tu presencia,
como gozan al segar,
como se alegran
al repartirse el botín.
Porque la vara del opresor,
y el yugo de su carga,
el bastón de su hombro,
los quebrantaste como el día de Madián.
Porque un niño nos ha nacido,
un hijo se nos ha dado:
lleva a hombros el principado,
y es su nombre:
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Maravilla de Consejero,
Dios guerrero,
Padre perpetuo,
Príncipe de la paz.
Para dilatar el principado
con una paz sin límites,
sobre el trono de David
y sobre su reino.
Para sostenerlo y consolidarlo
con la justicia y el derecho,
desde ahora y por siempre.
El celo del Señor lo realizará.”
(Is 9, 1-3. 5-6)
El libro del profeta Isaías es el que más habla del Mesías, especialmente en dos secciones importantes: el
libro del Emmanuel (capítulos 7-12), sobre la concepción, nacimiento y niñez del Dios-con-nosotros con
visión de futuro; y los cánticos del Siervo de Yahvé (Segundo Isaías, capítulos 40-55), en especial el
cuarto poema sobre ese Siervo (Is 52, 13-53, 12).
La primera lectura de hoy pertenece a la primera sección, y nos habla del nacimiento del Emmanuel, en
unas circunstancias históricas concretas. Los galileos acaban de sufrir la invasión asiria y están siendo
deportados a Babilonia. Les invaden las tinieblas de la cautividad, con frecuencia en sentido literal, ya
que a muchos cautivos les habían vaciado los ojos. Galilea es un país machacado por la bota imperial.
Ante esta trágica situación, el profeta, convencido de la salvación de Dios, anuncia al pueblo una gran
alegría, producto del nacimiento de un niño.
La lectura es un canto a la luz, a la pacificación, a la alegría, a la libertad, a la justicia, a la vida, a la
plenitud. Un canto a la luz que anuncia la próxima liberación y que vence a las tinieblas que les rodean; a
la alegría que crece sin límites; a la liberación que rompe toda opresión, toda amenaza; a la pacificación y
al rechazo de toda violencia; a la victoria de la vida, a la vuelta al paraíso. Y para siempre.
Esas serán las consecuencias del nacimiento de un Niño. La luz grande es un niño. Una luz tan grande
que superará toda sombra y toda tiniebla.
Así como en Egipto se daban al soberano, el día de la entronización, nombres nuevos, así se le imponen
al niño que ha nacido. Nombres que son todo un programa: será una Maravilla de consejero, al estilo de
Salomón; un Dios guerrero, a la manera de David; un Padre perpetuo, porque este niño fundará un
reinado que no tendrá fin; y un Príncipe de la paz, en recuerdo también de Salomón. El poder y la
plenitud que expresan estos nombres superan todo lo que se pueda decir del rey teocrático de Jerusalén.
Es un niño con una luz dentro de sí capaz de iluminarlo todo. Afirmará su realeza sobre la justicia y el
derecho. Traerá la salvación y la luz a un pueblo en peligro. Será un rey ideal que garantizará a los suyos
la paz y la justicia. Una promesa convertida en realidad en Jesús de Nazaret.
TODO VALOR HUMANO ES TAMBIÉN CRISTIANO
“Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres,
enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya
desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que
esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo.
Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad y para
prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras.”
(Tito 2, 11-14)
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La segunda lectura, tomada de la carta de san Pablo a Tito, es como la recapitulación de la fe de la Iglesia
primitiva. Da instrucciones para organizar la comunidad. Los cristianos deben dar testimonio de Dios con
su vida, para que sea conocido y amado y no blasfemado.
El autor describe la acción maravillosa que Dios ha realizado en Cristo, anuncia el misterio de la
encarnación y recuerda el sacrificio de Jesús y la gloria que recibe en la resurrección.
Sirve de conclusión a un comentario sobre los deberes de determinadas categorías de cristianos. En los
versículos anteriores, Pablo ha enunciado los deberes de los ancianos, de las mujeres, de los jóvenes y de
los esclavos (Tit 2, 1-10).
En estos consejos morales que les da, nada es específicamente cristiano. La moral no es cristiana a nivel
del catálogo de virtudes, sino al nivel del significado que da a esas virtudes. Los cristianos no tenemos
necesariamente que practicar virtudes originales, tenemos que dar testimonio, con nuestro modo de vivir,
de la llegada de la liberación-salvación de todas las esclavitudes.
Desde el nacimiento del Hombre-Dios todo valor humano es cristiano. En Cristo se unifican la plenitud
humana y la divina.
Para Pablo, la moral cristiana aprende de todo y de todos. Depende del comportamiento de los cristianos
que el mundo crea en la salvación-liberación y espere la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador
nuestro, Jesucristo.
El texto nos presenta una doble aparición de Dios. La primera en Cristo, que trae la salvación para
todos los hombres. En la segunda, en la Parusía citada más arriba, también será Jesús el protagonista,
para llevar a feliz término su amor a toda la humanidad. Entre ambas apariciones, los cristianos debemos
llegar a formar un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras. Ilusionante programa para la
Iglesia.
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LA SAGRADA FAMILIA
COMIENZAN LAS DIFICULTADES PARA JESÚS
LOS PRIMEROS AÑOS DEL NIÑO SON DECISIVOS
Desde hace unos años se ha extendido entre muchos padres una sensación de impotencia y desaliento.
Piensan que es poco lo que se puede hacer en casa para educar a los hijos. Creen que la familia ya no
tiene fuerza, que los niños y los jóvenes de hoy son arrastrados por los compañeros, el ambiente de la
calle, la televisión... Sin embargo, sigue siendo verdad que, en la actual configuración de la sociedad, no
hay ninguna institución mejor dotada que la familia para orientar la vida de los hijos y de los padres; que
nada educa de un modo tan decisivo, ni deja huellas tan hondas en la vida de la persona, como lo vivido
positivamente en el seno del hogar. También lo negativo.
Es cierto que la televisión, los amigos, la calle... tienen mucha influencia, pero si ésta es a veces tan
grande, es porque la familia se ha desentendido por descuido o falta de conciencia y de preparación.
Es evidente que no es sólo problema de los padres. La familia necesita apoyo: parroquias, colegios,
grupos juveniles... deben ayudar con sus reflexiones y orientaciones prácticas.
Las personas acabamos volviendo a aquello que hemos experimentado como bueno y hemos vivido con
ilusión, seguridad y gozo en los primeros años de nuestra vida. Y es ésta la gran posibilidad de la familia.
En el hogar, el niño puede captar valores, estilos de comportamiento, actitudes o experiencias humanas y
religiosas... en un clima de amor, libertad, confianza y diálogo.
Todo en la familia tiene que ser entrañable. Sobre todo el amor. Una familia no puede subsistir sin amor.
Somos algo divino cuando amamos, porque Dios es Amor. Cuando compartimos, acogemos,
colaboramos, abrazamos... nos parecemos a Dios, nos convertimos en pequeños dioses. Y cuando este
amor compartido crea comunidad, cuando posibilita la fecundidad, cuando forma familia... logra ser una
imagen perfecta de lo divino.
Los primeros años del niño son decisivos. De ahí la importancia de ‘sembrar’ con responsabilidad. El
trabajo de padres y educadores puede parecer pobre y débil, pero, si encierra exigencia y amor
demostrado, el Padre del cielo está presente en ese esfuerzo; la semilla no se pierde porque lleva dentro el
poder salvador del mismo Dios.
Es bueno recordarlo en este domingo de la Sagrada Familia, en el que celebramos el acontecimiento
entrañable de que Jesús quiso nacer y crecer en el seno de una familia humana, como todos nosotros.
En Jesús, la familia llega a la perfección. Jesús convirtió el matrimonio y la familia en sacramento, en
fuente de plenitud para todos sus miembros.
LA FAMILIA DE NAZARET
De la infancia de Jesús y de su larga vida familiar apenas sabemos algo. Los datos recogidos por los
evangelistas debemos interpretarlos más en clave teológica que histórica.
Jesús vivió más de 30 años una vida enteramente normal, en una familia aparentemente vulgar. Las
reacciones posteriores de sus paisanos así lo hacen suponer.
En el evangelio vemos que la familia de Jesús no gozó de privilegios; no disfrutó de posición desahogada
y conoció sinsabores, preocupaciones y dificultades. Sufrió duros problemas desde el anuncio del ángel
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hasta la muerte de Jesús en la cruz. Conoció la pobreza, la emigración, la persecución, el dolor. Todo lo
superó porque existía entre los tres una gran unión, un gran respeto y un gran amor... y porque Dios vivía
en ellos.
Donde falta el amor, abundan los problemas. Donde hay amor, existen soluciones.
Unos pocos datos. Después, silencio hasta que lleguen de nuevo las dificultades, a causa del intento de
Jesús por trasformar la sociedad en el reino de Dios.
DISPONIBILIDAD DE JOSÉ Y CRUELDAD DE HERODES
“Cuando se marcharon los Magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a
José y le dijo:
--Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta
que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.
José se levantó, cogió al niño y a su madre de noche; se fue a Egipto y se
quedó hasta la muerte de Herodes; así se cumplió lo que dijo el Señor por el
Profeta: ‘Llamé a mi hijo para que saliera de Egipto’.
Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a
José en Egipto y le dijo:
-Levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los
que atentaban contra la vida del niño.
Se levantó, cogió al niño y a su madre y volvió a Israel.
Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su
padre Herodes, tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se
estableció en un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los
profetas, que se llamaría nazareno.”
(Mt 2, 13-15. 19-23)
Herodes hace planes contra el niño. José se levanta y actúa sin pérdida de tiempo. Solamente una persona
muy ejercitada en la búsqueda de la voluntad de Dios en su vida puede llevar a la práctica una orden
como la que aquí recibe José.
José está plenamente orientado hacia Dios. Por eso, el Padre del cielo puede actuar fácilmente y ser
escuchado. Es lo que sucede siempre que una persona está llena de Dios. ¿Cómo expresar una relación tan
íntima con nuestro propio lenguaje? Es la razón de tanto simbolismo en la Biblia.
Pocos pasajes tan fuertes como esta huida de la Sagrada Familia. Un rey tirano y loco hace huir a la
familia que Dios ha elegido para cumplir sus promesas a la humanidad.
El ángel no le indica la duración de la estancia en Egipto. Lo deja en la incertidumbre. Tiene que
limitarse a hacer lo que se le indique en cada momento. Es así como actúa Dios.
Egipto era el lugar idóneo de refugio político. Era provincia romana, gobernada por un prefecto y fuera
de la jurisdicción de Herodes. Eran en él muy abundantes las colonias judías, siempre prestas a socorrer a
sus conciudadanos. En los primeros años de la era cristiana calculaba Filón en un millón los judíos que
vivían en Egipto. Allí pudieron ser atendidos, hablar su lengua y vivir hasta su regreso.
Cansado de esperar a los Magos, Herodes tuvo una de sus reacciones habituales y brutales. Temió una
conjura contra su trono, cuya conservación era su máxima obsesión, y da la orden de matar a los niños de
Belén y sus alrededores.
La crueldad de Herodes, particularmente al final de su vida, se conoció hasta en Roma. En sus últimos
años mandó matar al sumo sacerdote Hircano II, a tres de sus hijos, dio un decreto para que fuesen
eliminados los principales entre los judíos, decreto que no llegó a realizarse por la muerte del tirano. El
crimen era para él una medida política normal para mantenerse en aquel trono que, además, era usurpado.
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El texto no refleja únicamente lo ocurrido en el momento del nacimiento de Jesús, sino también la
situación en que vivía la Iglesia cuando se escribió este evangelio. Una de las acusaciones que hacían los
judíos a los cristianos era que Jesús había practicado la magia que aprendió en Egipto. El relato lo niega
claramente, ya que, aunque era verdad que Jesús había estado en Egipto, su estancia había sido de recién
nacido.
Desde el comienzo de su vida, Jesús se enfrenta con el odio, el egoísmo y la avaricia, que pretenden
dominar el mundo. Fue calumniado, perseguido, torturado, asesinado. ¿Por qué? ¿No habrá algún camino
más fácil para los humanos que quieran liberarse del mal que todos llevamos dentro de nosotros, y que ha
cristalizado en la sociedad que padecemos?
Jesús sigue siendo perseguido y asesinado en millones de inocentes en todo el mundo: guerras,
exterminio de pueblos enteros, muertos por el hambre... ¿Por qué? ¿Cómo se llaman los Herodes de hoy?
¿Cuándo cesará esta lucha del hombre contra el hombre?
Mateo se muestra optimista: la oposición de los poderes enemigos no podrá impedir la realización de los
planes de Dios.
Vuélvete a Israel... De nuevo el sueño y el ángel para expresarnos la apertura de José al plan de Dios.
La muerte de Herodes es el motivo del regreso. Había muerto poco antes de la pascua del año 750 de
Roma.
Herodes nombró en su testamento a su hijo Arquelao heredero del trono de Judea con el título de ‘rey’,
aunque el César sólo le concedió el de ‘etnarca’. Desde el comienzo de su gobierno mostró una tremenda
crueldad. Esto explica la prudente conducta de José de establecerse en Nazaret, donde ya habían vivido
anteriormente, que estaba en Galilea, gobernada por Antipas, que, a pesar de su sensualidad y astucia, era
mucho más benévolo en su gobierno.
Dios actúa a través de los acontecimientos, con frecuencia crueles y absurdos, de la vida de los hombres:
nace en Belén por una orden del emperador de Roma, va a Egipto por la crueldad de un rey, vive en
Nazaret por los riesgos que podría correr en Belén. Pero de esa forma se va cumpliendo la palabra divina,
contenida en las Escrituras.
Parece que Dios se deja quitar la dirección de los acontecimientos. Impresión que está presente a lo largo
de toda la historia humana. Idea que no está de acuerdo con la que nosotros nos hemos formado de Dios.
De ahí tantas crisis de fe y tantas supersticiones.
REFLEXIONES SOBRE LA VIDA DE LA FAMILIA
“Dios hace al padre más respetable que a los hijos
y afirma la autoridad de la madre sobre la prole.
El que honra a su padre expía sus pecados,
el que respeta a su madre acumula tesoros;
el que honra a su padre se alegrará en sus hijos,
y cuando rece, será escuchado;
el que respeta a su padre tendrá larga vida,
al que honra a su madre el Señor le escucha.
Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre,
no lo abandones, mientras viva;
aunque flaquee su mente, ten indulgencia,
no lo abochornes, mientras seas fuerte.
La piedad para con tu padre no se olvidará,
será tenida en cuenta para pagar tus pecados.”
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(Eclo 3, 3-7. 14-17a)
Hoy, recordando a aquella familia, ejemplo y prototipo para todas las familias cristianas, la primera
lectura nos trae unas reflexiones y consejos de un sabio del antiguo Testamento sobre la vida familiar.
Está tomada del libro del Eclesiástico, único libro del viejo Testamento que lleva el nombre de su autor:
Jesús Ben Sira. Es la obra más completa de la literatura sapiencial judía existente. Tiene grandes
semejanzas con el libro de los Proverbios.
Ben Sira vive en Jerusalén, dentro de una familia acomodada en la que no faltan los medios para la
educación de los hijos. Padre de familia, toma muy en serio sus responsabilidades y confía en que sus
hijos se sometan a su autoridad. Es probable que fuese, además de padre, profesor en Jerusalén.
En la época de su composición –hacia el año 168 a. C., poco antes de la rebelión de los Macabeos-, la
influencia del helenismo comenzaba a ser muy fuerte y la familia es la principal resistencia al paganismo.
El ideal familiar de Ben Sira es bastante mediano: se para en la felicidad; y el mejor modo de obtenerla
consiste en recibir, sin protestar, la educación y formación de los padres. El hijo entra en un molde prefabricado, que se llama sabiduría o experiencia, a través del cual encontrará la comodidad. Perspectivas que
no responden a las exigencias modernas, dominadas por la ‘rebelión’ de los jóvenes, extendida por todas
partes, y la ‘claudicación’ de los padres, ante el temor de los enfrentamientos o por carecer de ideas claras
sobre cómo actuar.
La piedad para con los padres viene ya recomendada en el libro del Deuteronomio (5, 16) y en el del
Éxodo (20, 12). En ambos textos, que se refieren al Decálogo, el precepto que se refiere a los padres sigue
inmediatamente al de Dios y tiene el primer lugar entre los otros mandamientos. Yahvé, para honrar a los
padres, se sirve de los hijos.
En esta primera lectura se prometen cuatro clases de bienes a quienes honran a sus padres: expía sus
pecados... se alegrará de sus hijos... cuando rece, será escuchado... tendrá larga vida.
Son unos consejos de tiempos lejanos, pero que tienen gran actualidad. El autor quería defender a la
familia judía de la contaminación de las costumbres de la sociedad que rodeaba al pueblo de Dios.
También hoy estamos viendo a demasiados padres y abuelos que se encuentran solos, abandonados. La
lectura es una llamada a respetarlos, amarlos y ayudarlos, porque eso lo quiere el Señor. ¡Y es la razón
definitiva! Al que honra a su padre y a su madre –cuarto mandamiento-, Dios lo escucha.
Es la gran enseñanza de la primera lectura, que debe hacernos reflexionar, especialmente a los hijos.
Dios quiso hacerse presente en el mundo siendo hijo de una familia. Y, en ella, mantuvo una serena
obediencia a José y María, compartiendo gozos y preocupaciones, fiestas y duelos... y la fe.
Es preciso ser obedientes, generosos, respetuosos, cariñosos... con los padres, a ejemplo de Jesús. Y eso
se alcanza si, como él, crecemos en edad, sabiduría y gracia ante Dios y los hombres.
LA FAMILIA SE ENRIQUECE CON LA DOCTRINA Y EJEMPLOS DE JESÚS
“Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme:
la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra
otro.
El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.
Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido
convocados, en un solo cuerpo.
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Y sed agradecidos: la Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su
riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.
Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos
inspirados.
Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús,
ofreciendo la Acción de gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el
Señor.
Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor.
Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.”
(Col 3, 12-21)
La segunda lectura nos muestra la gran aportación que hizo Jesús a la familia, con su doctrina y con su
vida.
Frente a los falsos ídolos, que atraen la atención de los seres humanos, aparece la persona de Cristo, a
quien su victoria sobre la muerte ha situado por encima de ellos, como único Señor capaz de llevar a la
humanidad a su plenitud y a la creación entera a su realización final. Esta primacía de Cristo, tesis
esencial de la carta a los Colosenses, tiene sus repercusiones en el orden moral.
En esta carta, después de una primera parte doctrinal, en la que se presenta a Cristo como imagen
perfecta de Dios, cabeza de la creación y de la Iglesia, en la que habita la plenitud del don de Dios, el
autor expone la parte moral.
Es el texto más antiguo del nuevo Testamento sobre la familia. Y tiene su paralelo en la carta a los
Efesios (5, 21-6, 9). Ya existían catálogos semejantes en el judaísmo, con influencias helénicas. San
Pablo lo presenta como fruto de la fe cristiana.
El cristiano ha resucitado con Cristo, por lo que debe vivir la misma vida de Cristo resucitado. De ahí la
exhortación a revestirnos de las virtudes de Cristo, tanto en la vida social como en la familiar. Son unas
quince virtudes para intentar vivir en nuestras familias y en nuestras comunidades. Nos ofrecen un
camino a seguir por los esposos y por los padres.
Al ser el amor de Cristo la señal genuina del cristiano, el apóstol insiste en este amor, y en lo que lleva
consigo de comprensión, perdón, dulzura, paz... Un amor que está por encima de las diferencias de
edad, sexo, categoría social...
El servicio mutuo de los esposos, la obediencia de los hijos, la dedicación de los padres a la familia... no
resultan enojosos si están presididos por el mutuo amor.
Existen demasiados matrimonios rotos y fríos, y demasiadas tensiones entre padres e hijos, hijos y
padres, porque se ha abandonado el amor cristiano.
Ante el enfriamiento de las relaciones familiares, o ante el deterioro en el amor de los esposos o de los
hijos, la palabra de Dios nos abre el camino a la reconciliación, a la comprensión, a la paz y, en definitiva,
al fortalecimiento del amor en el matrimonio y en la familia.
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SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
“NACIDO DE UNA MUJER”
SEGUIMOS EN NAVIDAD
Los relatos evangélicos son muy parcos en darnos noticias sobre la Encarnación y la Navidad. Nos
hubiera gustado saber más sobre estos entrañables acontecimientos.
La fiesta de Navidad nació para luchar contra las herejías que alteraban la personalidad de Jesús: contra
el arrianismo que lo reducía a una naturaleza humana y el monofisismo que aceptaba únicamente su
naturaleza divina. El primero es el principio de todos los que reducen su fe en Jesús a un esfuerzo por
salvar a los seres humanos de las miserias de aquí abajo y pretenden transformar la Iglesia en una
institución humana, política y social. El segundo es el patrón del integrismo, que desprecia la lucha por la
justicia y hasta a la naturaleza humana –la de los demás, claro-. Los primeros, todo se lo asignan al
hombre; los segundos, a Dios.
¿Cómo comprender y celebrar hoy el nacimiento de Jesús, la Navidad? Porque nuestro mundo sigue
desgarrado, inhabitable para millones y millones de personas, a pesar de las innumerables ‘democracias’
que pululan por el mundo capitalista. ¿Qué es lo que podremos celebrar cuando los sufrimientos superan
tanto a las alegrías y las ‘tinieblas’ predominan tanto sobre la ‘luz’? Es el ser humano el que logra que
otro semejante a él aborrezca la vida y sufra y odie; es el ser humano el que encarcela y tortura y asesina a
otros seres humanos.
Nuestra historia actual se ve sacudida por luchas innecesarias y absurdas, por ilusiones colectivas rotas,
por la impresión de que vamos a la deriva, sin norte, sin futuro. Detrás de las afirmaciones sobre la
necesaria renovación de la sociedad, detrás de las grandes palabras como libertad, democracia, paz,
justicia, desarrollo... descubrimos la trampa y la mentira de los manejos, de las conductas inconfesables,
de los egoísmos –individuales y multinacionales-, de la hipocresía, del uso de las religiones para otros
fines.
La crisis que sufre el mundo es una crisis de fe, de encarnación; es nuestra resistencia a la irrupción del
Dios de Jesús –único verdadero- en la vida de cada uno de nosotros y de la humanidad, que es lo mismo
que decir nuestra resistencia a trabajar para que todos los humanos podamos vivir como tales.
Mientras tanto, el hambre de Dios sigue vivo en la humanidad. Las mismas turbas que antaño seguían a
Juan Bautista en el desierto, las que rompían con la sociedad y con la religión (¡establecida por Dios!),
las que buscaban a Jesús por lugares apartados... son las que ahora se congregan lejos de los funcionarios
religiosos, fuera de las instituciones, buscando algo que llene sus vidas.
La sociedad de consumo y las religiones ritualistas han influido para que muchos busquen en el mundo
de la droga y del sexo... de los nacionalismos... de las O.N.Gs... del ‘botellón’, de la música o de la
danza... ‘algo’ para hacer olvidar o dar sentido a sus vidas.
Más allá de sus excesos, los jóvenes están denunciando los males de nuestra civilización: la agresividad
que lanza a unas naciones contra otras, a unas razas contra otras, a unos pueblos contra otros.
Si gran parte de nuestra sociedad va descubriendo dónde está la mentira, parece que carece de la
preparación, experiencia y ‘ganas’ para buscar la verdad, manipulada por los medios de ‘comunicación’.
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MARÍA, MADRE DE DIOS
“Los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño
acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel
niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María
conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían
visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por
nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.”
(Lc 2, 16-21)
Hoy, día primero del año, celebramos la maternidad divina de María, la circuncisión de Jesús, el
comienzo del año y la jornada mundial por la paz.
La antigua fiesta de la circuncisión del Señor, al octavo día de su nacimiento, se ha convertido con la
reforma litúrgica, en la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Dedicar a María la octava de la
Navidad enlaza con una antigua tradición, pero pasa desapercibida al estar difuminada por el comienzo
del año y, en mucha menor medida, por la jornada mundial por la paz, instituida por el Papa Pablo VI.
Tampoco la circuncisión, al estar muy ligada al mundo judío, tuvo ni tiene especial arraigo entre nosotros.
Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Hoy nos unimos a la Madre para meditar este misterio de Cristo, en el que podemos encontrar todo lo
que podemos esperar y pedir al Padre.
La fiesta de hoy nos hace buscar a Dios en un pesebre, con los pobres y los que sufren en el ‘corazón de
la humanidad’.
Junto al niño están José y María, conservando y ahondando en su interior ese misterio del Emmanuel.
Nosotros debemos hacer como María y José, que siguieron y guardaron bien todas las palabras del hijo, y
nunca dejaron de ahondarlas en sus corazones.
Todos necesitamos de esa actitud contemplativa. Sin esta actitud, todo se pierde... y nos perdemos.
Jesús nace en un establo y muere en una cruz. Es un nacimiento en absoluta pobreza. Al morir no tiene
que hacer testamento, porque nunca tuvo nada. Nace en una familia del pueblo, en la dureza de los
pobres, en el amor de los que todo lo comparten.
El nacimiento de Jesús es el comienzo de una historia que sigue viva entre nosotros. Dios, a través de
Jesús, se ha unido a la historia de cada persona, de todos los lugares y épocas del mundo. Siempre, pero
sobre todo desde el nacimiento de aquel niño, no tienen cabida las miserias de tantas familias y naciones,
causadas por la cerrazón y el egoísmo de los poderosos; no cabe mantener encarceladas a personas que
han luchado por la libertad y la justicia para todos; no caben el dolor y la angustia, que se evitarían con un
poco más de amor y de desprendimiento; no caben las clases sociales, ni el racismo, ni el dominio de unas
personas sobre otras, ni de unas naciones sobre las demás.
Dios es distinto de cómo lo imaginamos. Dios es todo lo contrario al poder, a la autoridad, a la riqueza, a
la fuerza. Dios es semejante a los sencillos, a los pobres, a los niños, a los que se sienten hermanos, a los
misericordiosos, a los que aman, a los que tienen hambre de justicia y luchan por implantarla sobre la
tierra.
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DESPEDIMOS UN AÑO Y COMENZAMOS OTRO
“El Señor habló a Moisés:
Di a Aarón y a sus hijos:
Esta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas:
El Señor te bendiga y te proteja,
Ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su favor;
el Señor se fije en ti
y te conceda la paz.
Así invocarán mi nombre sobre los israelitas
y yo los bendeciré.”
(Núm 6, 22-27)
Despedimos un año y comenzamos otro. Cada uno debemos hacerlo desde lo hondo de nuestro ser,
porque todos somos diferentes. El año vivido por cada uno es distinto. Cada ser humano vamos
recorriendo nuestro propio camino, que queda para siempre en nuestro pasado, con sus trabajos y sus
penas, con sus gozos y sus logros. La vida corre de prisa; es necesario aprovecharla bien.
Pero, ¿dónde queda este año que ahora termina? ¿Desaparece en la nada? ¿Lo podemos confiar a
Alguien? Sin duda, es un año que hemos de dejar en las manos de Dios.
No debemos terminarlo sin pedir perdón por nuestra mediocridad, por el bien que hemos dejado de hacer.
Y también con un sentimiento de agradecimiento a Dios, que nos ha regalado la vida día a día, aunque
nosotros lo hayamos olvidado. Nunca nos ha faltado su ayuda. Siempre ha estado a nuestro lado, sin
hacerse notar. Su gracia ha sido más grande que nuestro pecado. Su amor, infinitamente mayor que
nuestra mediocridad.
Entramos en un nuevo año que nace como un niño lleno de ilusiones y esperanzas, de compromisos. Un
año como tantos otros. La única novedad será la que introduzcamos nosotros mismos en nuestras vidas.
La primera lectura es un espléndido texto del antiguo Testamento, que bien puede ser leído como una
invocación sobre el pueblo cristiano al iniciar el nuevo año, al ser una antigua bendición israelita del año
nuevo. Una bendición que da contenido y valor a nuestros deseos de felicidad en este día, basada en el
amor de Dios, único capaz de fundamentar la felicidad de los seres humanos.
Estas palabras tienen claras resonancias navideñas: en Belén se ha iluminado el rostro de Dios sobre los
seres humanos y nos ha concedido su favor, su bendición. En Belén, el Padre se ha fijado en nosotros y
nos ha comunicado la gran noticia.
¡Qué el Señor siga bendiciéndonos y protegiéndonos, iluminando su rostro sobre nosotros y
concediéndonos su paz!
No son solamente palabras hermosas y deseos románticos. Navidad nos trae el gran mensaje de que Dios
nos ama, que comparte nuestra naturaleza humana, que vive entre nosotros y en nosotros.
En una situación difícil e inestable como la nuestra, resulta muy confortante la lectura de este texto al
iniciar cada año.
EL RITO DE LA CIRCUNCISIÓN
“Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer,
nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que
recibiéramos el ser hijos por adopción.
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Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo,
que clama: ¡Abba! (Padre) Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres
hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.”
(Gál 4, 4-7)
El rito de la circuncisión, relatado en el último versículo del evangelio de hoy, enlaza con la segunda
lectura. Jesús se ha hecho hombre encarnándose en un pueblo concreto y ha nacido bajo las leyes de ese
pueblo. Por ese rito, entraba a formar parte del pueblo judío. En ese rito se le impuso el nombre de Jesús,
que significa Salvador; palabra que no sólo expresa un deseo –que Dios nos salve-, ni una simple
afirmación de fe –que Dios salva-, sino la misión de este Niño: él es ‘Dios Salvador’.
Cuando se cumplió el tiempo... nacido de una mujer... Estamos en la plenitud de los tiempos. Es la
más antigua alusión a María. Jesús nace bajo la ley, como todo israelita, y de una mujer, como todo hijo
de nuestra raza. Y, como consecuencia, nosotros somos rescatados del dominio de la ley y obtenemos la
condición de hijos por adopción. Y podemos decir a Dios ¡Abba! Podemos hacer nuestra la experiencia
de Jesús de hijo, su familiaridad y su herencia. ¡Hijos y herederos de Dios! ¿Habrá algo mayor?
Dentro de ese laconismo y falta de datos de los evangelios de la infancia, llama la atención la triple
repetición de le pusieron por nombre Jesús: a María en la Anunciación (Lc 1, 31), a José en sueños (Mt
1, 21. 25) y en su circuncisión (evangelio de hoy: Lc 2, 21).
Jesús es la máxima bendición de Dios, el máximo bien que Dios ha dado y puede dar a la humanidad;
ilumina el misterio de un Dios que es Padre y el destino del ser humano que, de otra forma, seríamos
incapaces de descubrir y comprender.
LA PAZ: DON DE DIOS Y TRABAJO DEL HOMBRE
¿De qué sirve la práctica de una religión que deja a la inmensa mayoría de los humanos en la miseria, sin
capacidad de responder a la violencia de que son víctimas, mientras pacta con todos los poderes? ¿Una
religión que calla ante las opresiones y asesinatos de regímenes dictatoriales y levanta su voz airada
cuando son los pueblos los que se revelan? ¿Dónde hemos dejado al Dios del Éxodo y de los grandes
profetas de Israel?
La paz sigue sin poderse construir. Terminan unos conflictos y comienzan otros; a todos los niveles. Esa
paz que intentan realizar los buscadores de utopías, los ingenuos y los estúpidos, según la mentalidad
común, que prefiere vivir sin complicaciones.
En filosofía nos enseñaban la existencia de unos principios que eran indemostrables y de los que
arrancaba todo lo demás. También en la vida existen unos principios, difícilmente demostrables uno a
uno, pero que juntos y experimentados adquieren su verdadero valor. Creo que son la justicia, la libertad,
la verdad, la paz y el amor, como centro de todo. Los cinco son inseparables: para que uno sea verdadero
necesita estar acompañado de los otros cuatro. Una ojeada a nuestro mundo, desde esta perspectiva, puede
abrirnos mucho los ojos y descubrir las inmensas mentiras con que nos bombardean constantemente
desde todos los medios de manipulación. ¡Qué fácil es perder la ética cuando se rechaza a Dios o el dios
en quien decimos creer nada tiene que ver con el de Jesucristo!
Entre todos los dones que recibimos diariamente de Dios, hoy debemos destacar el don de la paz, por ser
la jornada dedicada a ella.
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La paz no es un don palpable, como lo es la salud o los bienes materiales. Es algo más delicado y
espiritual, pero los contiene a todos, lo mismo que los demás, juntos, la contienen a ella.
¿Os imagináis una pirámide que tiene de base un pentágono -¡qué ironía!-, y en cada arista uno de los
cinco principios vitales –amor, paz, libertad, justicia, verdad- y en la cúspide Dios? Cada principio cuanto
más cerca está de la cúspide y, por tanto, de Dios más cerca están unos de otros. En Dios se identifican.
¡Quién tuviera el gozo de vivirlo!
Esta es la paz verdadera, don de Dios, capaz de pacificarnos en lo más íntimo de nuestro ser, la paz que
calma nuestras agitaciones, que tranquiliza nuestras ansias y pasiones del corazón, las inquietudes y dudas
de la mente, los anhelos del subconsciente. Esa paz que nos serena totalmente.
La paz de Dios no se explica; pero se siente y se transparenta en la alegría interna que rebosa y en la
seguridad de que todo acabará bien, que no tenemos nada que temer, que estamos bien guardados en el
corazón de Dios. Esa que nos lleva a perdonar a todos, porque ya nada perecedero tiene importancia. Y de
perdonarnos a nosotros mismos tantas cosas nuestras que no nos gustan. La paz nos lleva a aceptarnos y a
querernos de verdad.
La paz de Dios nos llena de misericordia y de ternura hacia todos y hacia todo. Nos descubre lo bueno
que hay en todos los seres y nos lanza a vivir en comunión con ellos. De las antiguas incomprensiones,
rechazos y violencias, gracias a la paz de Dios, no queda nada.
La paz de Dios nos llena de luz en la noche del alma, cuando las tinieblas interiores nos impiden ver el
camino y la tristeza nos hace sentir solos y derrotados. ¡Cuántas veces al comprobar las tropelías que se
cometen con los desheredados de la tierra!
No olvidemos nunca que la paz es un don del Padre; no nos distraigamos ni nos droguemos con los
afanes de la sociedad de consumo.
Mientras tanto, en el ahora y aquí, ¿qué podemos hacer? Tomar conciencia de las diferencias
incalificables entre el norte y el sur, entre ricos y pobres, sin dejarnos engañar con las mentiras que nos
llegan cada día; pacificarnos cada uno de nosotros, porque sólo el que está pacificado puede ser
pacificador; seamos constructores de paz en la familia, en los grupos...; y pidamos la paz, porque ésta es
más un don de Dios que una tarea, al estar por encima de nuestras fuerzas.
Pidamos al Padre que podamos llevar un poco de esta paz a los que, a lo largo del año que comienza, se
encuentren con nosotros; que con nuestra mirada, nuestros gestos, nuestras palabras y nuestro trabajo por
la justicia y la libertad para todos demos confianza a nuestro prójimo; que nuestra forma de ser y de vivir
pacifiquen; que podamos ser un pequeño instrumento de la paz divina en este mundo tan necesitado de
ella; que sea siempre él, el Padre del cielo, nuestro alimento, nuestra riqueza, nuestra alegría.
Y así, hasta que llegue el día que no se acaba, el día total, la plenitud de la luz y del ser, la paz-amorjusticia-libertad-verdad plenas que es Dios.
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SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD.
CONOCEMOS A DIOS A TRAVÉS DE JESÚS
LA ‘SABIDURÍA’ DEL MUNDO
En las fiestas de Navidad las lecturas nos hablan de los hechos del nacimiento de Jesús y de sus primeros
pasos en nuestro mundo. Pero hoy, en este domingo que no se celebra todos los años, las lecturas no se
referirán a ningún hecho concreto de la vida del Nazareno, sino que nos invitarán a contemplar la
grandeza del misterio que celebramos: el hecho de la encarnación de un hombre, Jesús, que es la
Sabiduría, la Palabra y la Presencia de Dios en medio de nosotros. Son una mezcla de poesía y reflexión
teológica que debe empapar lentamente la mente y el corazón de los creyentes.
Que en nuestro mundo hay escasez de sabiduría lo demuestra el hecho de que son legión los que se hacen
la ilusión de poseerla abundantemente y que, por ello, ya no la necesitan. Además están, cada uno,
dispuestos a proporcionarla a los otros, aunque no se lo pidan. Los resultados están a la vista: muertos de
hambre, guerras, terrorismos de estado y de los otros, abortos, racismos, clasismos... Basta mirar y
escuchar a nuestro alrededor para caer en la cuenta de cuánta ‘sabiduría’ anda por ahí suelta. ¡Esos
‘maestros’ que tienen cátedra fija en la televisión o en la radio! ¡Esos políticos y esos ‘hombres de iglesia’
hablando ‘ex cáthedra’! Decía Unamuno: ‘Achícame por piedad’.
La sabiduría no es cuestión de cultura, de libros, de títulos de estudio... y menos de dinero.
Dejemos nuestras fórmulas brillantes, nuestro saber, nuestros balbuceos filosóficos y sociológicos... La
sabiduría que viene de lo alto no tiene nada que ver con la erudición, sino con la vida. Y no concierne
sólo al cerebro, sino sobre todo al corazón. Es imposible que la encontremos en una biblioteca.
Solamente si la Sabiduría de Dios nos abre los ojos del corazón, podremos ver un poco mejor, podremos
entender finalmente algo. Porque la sabiduría no es otra cosa que la capacidad de interpretar de manera
justa la partitura de la vida. Capacidad que sólo está en Dios, que la reparte como don a los que la desean.
LA CREACIÓN ES LA PRIMERA REVELACIÓN DE DIOS
“En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo.
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz,
Sino testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
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y el mundo no la conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Éstos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne,
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
-Éste es de quien dije: ‘El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque
existía antes que yo’.
Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la ley se dio
por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás:
El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.”
(Jn 1, 1-18)
Todo ha sido creado a imagen y semejanza de la Palabra y todo debe desarrollarse según esa Palabra.
Nada existe fuera del proyecto divino, expresado y realizado en su Palabra. No hay criatura que no sea
expresión de la Palabra, ni que sea mala en sí misma. El mal no es fruto de la obra creadora (Gén 1, 31).
Las montañas, el mar, las llanuras, el firmamento... el ser humano... todo es reflejo de Dios.
Al ser la Palabra la fuerza creadora de todo, funda el origen de todo (Gén 1, 1).
Dios creó la primera materia de la nada; es decir, sin materia ni forma preexistente. De esa primera
materia fueron surgiendo todas las cosas. El cómo corresponde a los científicos, ya que el relato bíblico es
simbólico, tiene una finalidad religiosa.
En la creación todo nos habla de Dios, siempre que sepamos ver y escuchar (Rom 1, 20): la belleza de
una noche estrellada; la inmensidad de los océanos, de las llanuras y de las montañas; los árboles, que
todos los años pierden sus hojas y parece que mueren, para resurgir cada primavera; el agua, que con sed
de infinito corre hacia los mares... ¡Cuánta maravilla en el universo! Toda la creación nos habla de
infinito, de plenitud.
El contacto con la naturaleza es vital para el ser humano; en contacto con ella se experimenta qué pocas
cosas materiales son necesarias para vivir felices; en ella se aprende el sentido de lo esencial.
A causa del ‘pecado del mundo’ (Jn 1, 29), los humanos no comprendimos esta primera manifestación de
la Palabra, por lo que necesitamos aprender desde niños a experimentar esta realidad. Sin ese pecado
-mal del mundo- descubriríamos fácilmente la belleza de la creación, las ‘huellas’ del Creador en ella.
JESÚS, SEGUNDA Y DEFINITIVA REVELACIÓN DE DIOS
La Palabra era Dios. Jesús es la verdadera y definitiva Palabra del Padre; es el Verbo=Palabra. Y esto
desde el principio, antes de la creación. Una Palabra que es la Vida, la Luz, la Verdad, el Amor...
Vino a nuestra ‘casa’ para iluminar nuestras tinieblas.
La mayoría ‘pasa’; tenemos cosas más importantes que hacer. Pero de esta forma se nos vacía la vida.
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Los que la van recibiendo, descubren que la vida tiene un sentido maravilloso; descubren la vida como
amor.
La Palabra tiene una fuerza impresionante. En la medida en que nuestras palabras se asemejan a esta
Palabra, tendrán fuerza suficiente para transformar nuestras vidas y, al menos, interrogar la vida de los
que nos rodean.
En la Palabra-Jesús todo es comunicación-amor: cuando habla o enseña; cuando nace, trabaja, vive en
familia, obra milagros, lava los pies, muere y resucita.
La Palabra no es preferentemente doctrina para intelectuales o teólogos. Tampoco es ley para que la
estudien los canonistas, ni culto que realicen los sacerdotes. La Palabra es, ante todo, experiencia de
amor, abierta a los más sencillos. La Palabra no se aprende estudiando, sino amando. Está muy cerca de
cada uno de nosotros: en nuestros corazones y en nuestra boca. Si queremos conocer bien la Palabra,
preguntemos a nuestro corazón.
Ser cristiano es, ante todo, aceptar la Palabra-Cristo; después, ser testigo de esa Palabra a través de un
amor como el de Jesús. Ser una pequeña palabra viva, pero palabra de la gran Palabra de Dios.
En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres.
Hoy seguimos necesitando ‘Alguien’ en quien confiar; una luz para caminar; una esperanza para nuestros
anhelos y sueños. Y se nos ofrece la Palabra de Dios hecha carne: como modelo para nuestras vidas;
como meta para nuestra esperanza.
El Verbo se hizo hombre, acampó entre nosotros, asumió nuestra fragilidad, nuestro fracaso, nuestra
fugacidad.
Juan nos describe el inmenso error de la humanidad al no acoger a Dios: Y los suyos no la recibieron.
¿Cómo puede ser posible? Es normal: nunca se presenta como nos gustaría: rodeado de multitudes y de
prodigios. Ya sabemos cuáles fueron las tentaciones constantes de Jesús (Mt 4, 1-11; Lc 4, 1-13): la de
ofrecer la cara gloriosa del Mesías. Todo y todos lo empujaban a una demostración de este tipo.
Parece que Dios no podía enseñarnos a ser personas verdaderas desde el poder, el tener y la gloria,
acaparados por ‘el mundo’, sino desde el desprendimiento y la entrega. Y la mayoría del pueblo no le
conoció. Se le habían enseñado otras cosas. Problemas de ceguera y de corazón, de entrega y de amor.
El que es limpio de corazón está siempre dispuesto a escuchar la Palabra, aunque tenga que desmontar
prejuicios y esquemas prefabricados.
¿Reconocemos nosotros a Dios? ¡Cuántas veces pasa a nuestro lado y no nos damos cuenta! ¡Cuántas
veces llama a nuestra puerta y no le abrimos!
No sabemos cómo es Dios: A Dios nadie lo ha visto jamás. Es decir, nunca podemos sentirnos seguros
de conocer a Dios. Porque, ¿qué Dios conocemos? ¿No nos enseña la historia –y la realidad cotidianaque es frecuente hacernos una imagen o concepción de Dios muy a la medida de nuestras convicciones y
conveniencias? ¿Qué pruebas tenemos de que ese Dios que afirmamos conocer sea el Dios verdadero, el
de Jesús? Decía santo Tomás de Aquino que de Dios sabemos más lo que no es que lo que es. Porque
Dios es siempre más de lo que imaginamos, distinto de lo que suponemos, trascendente, más allá de
nuestros esquemas y suposiciones.
Pero sí sabemos cómo actúa: como Jesús de Nazaret. El Hijo único, que está en el seno del Padre, es
quien lo ha dado a conocer. Conocemos quién es Dios, cómo actúa Dios en la medida en que
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conocemos a Jesús de Nazaret, al Jesús del que nos hablan los evangelios, al Hijo de Dios que el Espíritu
hace presente en nuestra vida.
No hay otro camino. Nuestro modo de entender, de imaginar a Dios, debe pasar –debe alimentarse y
criticarse- según el ejemplo, la vida, la palabra de Jesús. Porque –ésta es nuestra fe- es él, Jesús, el Hijo de
Dios, quien nos lo ha dado a conocer. Y conocer a Jesús no se improvisa ni se adquiere con unas cuantas
catequesis o clases de religión o de teología. Es un conocimiento interior progresivo, fruto del Espíritu,
que lo va donando a aquellos que viven abiertos a sus manifestaciones en el silencio de la oración y
comprometidos en la transformación del mundo.
Nuestro Dios es el Dios de Jesucristo. Ningún otro. Ser cristiano es adherirse a este anuncio del Padre
que hace Jesús con su vida y con su palabra.
Sólo esta luz puede llevarnos a Dios; nunca nuestras imaginaciones y suposiciones.
Solamente mirando a Jesús, el Hijo, veremos al Padre. Solamente conociendo a Jesús, conoceremos a
Dios.
Pero es necesario mirar, conocer, al único Jesús que existe, porque a través de su aventura humana
histórica y concreta, se manifiesta Dios. En Jesús tenemos el ‘rostro’ de Dios, su Palabra, su luz y su vida,
el punto de referencia decisivo para ir al Padre.
Sería importante preguntarnos con frecuencia: ¿Qué Jesús es el mío?
VERLO TODO CON LOS OJOS DE DIOS
“La sabiduría hace su propio elogio,
se gloría en medio de su pueblo.
Abre la boca en la asamblea del Altísimo
y se gloría delante de sus Potestades.
En medio de su pueblo será ensalzada
y admirada en la congregación plena de los santos;
recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos
y será bendita entre los benditos.
Entonces el Creador del Universo me ordenó,
el Creador estableció mi morada:
-Habita en Jacob,
sea Israel tu heredad.
Desde el principio, antes de los siglos, me creó,
y no cesaré jamás.
En la santa morada, en su presencia ofrecí culto
y en Sión me estableció;
en la ciudad escogida me hizo descansar,
en Jerusalén reside mi poder.
Eché raíces en un pueblo glorioso,
en la porción del Señor, en su heredad.”
(Eclo 24, 1-4. 8-12)
La primera lectura es un fragmento del autoelogio que hace de sí misma la sabiduría y que constituye la
cumbre del libro del Eclesiástico. Ha sido escogida por el paralelismo que presentan algunos de sus
versículos con la ‘Palabra’ del evangelio: La sabiduría hace su propio elogio... Desde el principio,
antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás... En el principio ya existía la Palabra... La Sabiduría
de Dios, lo mismo que su Palabra, se ha aproximado al pueblo y echado raíces en su interior.
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La alabanza de la sabiduría que contiene este poema es fruto de la contemplación maravillada de la
creación de Dios y de la entrega a Israel de la ley y del culto, aspectos importantes para poner de
manifiesto a la sabiduría.
La lectura presenta a la sabiduría en forma personificada, para darle mayor relieve. En la segunda parte
del texto es ella misma la que habla en medio de su pueblo, donde reside por voluntad de Dios.
La sabiduría, creada por Dios antes que todo lo demás, establece su morada especialmente en el pueblo
de Dios, siempre que éste esté abierto a ella y la sirva.
Sus manifestaciones más claras, además de la creación y del orden que existe en ella, son la ordenación
del culto -en su presencia ofrecí culto- y la ley de Moisés en cuanto revela al pueblo la voluntad de Dios y
el modo de comportarse ante él.
Las figuras y las imágenes de esta lectura se hacen plena realidad en Jesucristo, verdadera Sabiduría,
Palabra y Revelación de Dios, existente desde el principio y que ha plantado su tienda entre nosotros.
ELEGIDOS EN CRISTO ‘ANTES DE LA CREACIÓN DEL MUNDO’
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo en
Cristo con toda clase de bendiciones espirituales, en el cielo.
Ya que en Él nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuésemos
santos e irreprochables en su presencia, por amor.
Nos predestinó a ser hijos adoptivos suyos por Jesucristo, conforme a su
agrado; para alabanza de la gloria de su gracia, de la que nos colmó en el Amado.
Por lo que también yo, que he oído hablar de vuestra fe en Cristo, no ceso de
dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de
nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y
revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón, para que
comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama y cuál la riqueza de gloria que
da en herencia a los santos.”
(Ef 1, 3-6. 15-18)
Después del saludo habitual, la carta a los Efesios nos transmite un himno –seguramente de origen
litúrgico- para dar gracias y alabar a Dios por la salvación que nos ha concedido en Cristo (Ef 1, 3-14)
Seguidamente, la acción de gracias se transforma en oración a Dios para que conceda a los efesios el
conocimiento de cuál es la esperanza a la que Dios los llama. La segunda lectura de hoy presenta los
primeros versículos tanto de la acción de gracias como de la plegaria.
Nos expresa los designios de Dios sobre nosotros: Hemos sido elegidos, desde la eternidad, para ser
santos e irreprochables en su presencia; llamados a vivir en el amor; predestinados a ser hijos
adoptivos suyos por Jesucristo.
Pablo reza para que se iluminen los ojos de nuestros corazones y comprendamos la gran esperanza a la
que estamos llamados. Y para que vivamos en consecuencia.
La acción de gracias desborda de júbilo ante estos designios de Dios sobre nosotros: El Padre de la
gloria nos ha concedido la participación en la misma vida y herencia de Cristo: vida en plenitud y para
siempre, la suprema aspiración del corazón humano. Todos nuestros sueños serán un día gozosa realidad.
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EPIFANÍA DEL SEÑOR
“SE LLENARON DE INMENSA ALEGRÍA”
EL ‘DÍA DE REYES’
Cuánto nos cuesta aceptar todo lo verdadero: rápidamente lo rodeamos de ‘añadidos’, que lo desfiguran.
Para la inmensa mayoría del pueblo cristiano, esta fiesta se ha convertido en el ‘día de Reyes’, fiesta
popular centrada en los niños y en los regalos. Y, también, en la invasión de la propaganda, el abuso de la
candidez y la ilusión, la competencia del consumismo. Una fiesta que presenta unas dosis de engaño que
van más allá de lo tolerable.
La televisión, la publicidad, todo eso que llamamos ‘sociedad de consumo’, nos han estropeado bastante
el aspecto popular ‘de Reyes’, y casi han hecho desaparecer el mensaje religioso que tiene la Epifanía
para todos los seres humanos. ¿Cuántos cristianos ‘de a pie’ saben que la fiesta se llama ‘de la Epifanía’ y
no ‘de Reyes’? Nos han convertido el sencillo gozo de regalar algo a los niños y a los mayores, como
recuerdo de los regalos que los Magos de Oriente hicieron al Niño de Belén, en una especie de
competición para ver quién gasta más dinero, quién consigue que su hijo se sienta superior a otros niños
por tener más regalos ese día.
Poco podemos hacer nosotros contra los anuncios de televisión, y contra los proyectos de los que
dominan nuestra sociedad. Pero, al menos, seamos conscientes del daño que se está haciendo a los niños,
y tratemos de evitarlo en lo posible a nuestro alrededor. Pensemos que una sociedad organizada sobre el
tener es todo lo contrario a los planteamientos de Jesús.
Desde luego, es válido mantener el gozo de los niños y de los mayores en este día. El cómo se está
haciendo es lo que habría que replantearse.
MANIFESTACIÓN DE DIOS A TODOS LOS PUEBLOS
La fiesta de la Epifanía celebra la manifestación de Dios, en Jesús, a todos los hombres de buena
voluntad. Una manifestación que es un reto a todo exclusivismo y a toda tentación de seguridad.
Jesús nace como luz de las naciones.
Todas las epifanías de Dios tienen algo de revelación y mucho de ocultamiento. Los pastores vieron unos
ángeles, pero después se encontraron con un niño normal en un pesebre. Los Magos vieron la estrella de
un rey y se encontraron a un niño pobre y perseguido.
Lo mismo sucederá en la vida pública, y en la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Dios sigue manifestándose en claroscuro. Unas veces sentimos su presencia y otras muchas vivimos en la
‘noche’. Palpamos su vida y su palabra... pero en ‘sacramento’ (signo sensible de una realidad invisible)
La Epifanía no está reservada a los Magos. También en nuestro camino se dan numerosas epifanías,
revelaciones. Las señales nunca son clamorosas. La luz sigue ofreciéndose a todos. El Padre siempre
espera que alguien esté dispuesto a dejarse abrir los ojos y el corazón.
La revelación de la luz suele llevarse a cabo con criterios paradójicos: Jerusalén –la ciudad santa- está
asentada sobre el poder (Herodes), sobre la seguridad del saber (los letrados), sobre las tradiciones
religiosas que han congelado el pasado (los sumos pontífices) Y Dios se sitúa fuera de ella. Dios se aleja
de las posiciones de los doctos y de los poderosos; no apoya la seguridad del saber y del poder. La verdad
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es nómada. Los letrados y los sumos pontífices mantienen la más perfecta ortodoxia externa; pero no
están en la verdad.
El rey, los estudiosos, la población de la ciudad santa se quedan muy lejos del acontecimiento. Saben lo
que está profetizado, pero no se molestan en ahondarlo ni en verificarlo. Permanecen extraños, como si no
fuera con ellos.
Son los lejanos los admitidos a descubrir el misterio –la vida en plenitud, la vida que todos deseamos en
lo más profundo de nuestro ser-.
Nosotros, cristianos desde pequeños, ¿estaremos también ‘vacunados’ contra esta vida?
La Epifanía abre un horizonte de universalidad. Una universalidad que pasa necesariamente por la
pequeñez: un niño, personas que no cuentan en las sociedades de los hombres. Un cuadro insignificante.
Lo importante, lo decisivo para nuestro mundo, pasa inadvertido. Los valores más preciosos quedan
enseguida olvidados. Vivimos entre tanto ruido y pérdidas de tiempo, que el silencio –lenguaje de Diosno puede llegarnos.
ES TAMBIÉN LA FIESTA DE LOS QUE BUSCAN
La Epifanía -fiesta de la revelación de Dios, de la luz ofrecida a todos los hombres- es también la fiesta
de los que buscan, de los que creen que todavía no han encontrado. Su perseverancia les llevará, antes o
después, al deseado ‘encuentro’.
‘No me buscaríais si no me hubieseis encontrado ya’, decía san Agustín. Porque, ¿quién pone en sus
corazones esa añoranza que les lanza a la búsqueda de ‘eso’ que pueda llenar sus vidas de sentido?
Aquella estrella sigue encendiendo, dentro de muchos corazones, una extraña insatisfacción, el deseo de
algo que no tenga nada que ver con las pequeñas verdades con que se contentan las personas que les
rodean. ¿No es la estrella del Mesías esperado la que responde a todas las mayores y mejores ilusiones
humanas?
Estos ‘buscadores’ estarán tentados con frecuencia de abandonar esta aventura sin asideros, y de
resignarse a vivir como gregarios; de desentenderse de esas ilusiones, de fingir estar satisfechos con las
respuestas prefabricadas que les han dado, de dejar de escrutar más allá de los horizontes acostumbrados.
Pero siguen caminando. Muchas veces sin demasiadas ilusiones, pero sin renunciar totalmente a la
esperanza de encontrar una respuesta a lo que llevan en lo más profundo de su ser. ¡Es tan poco lo que
nos ofrecen los preceptos, ritos y costumbres de siempre! Y siguen recorriendo un camino que no está
señalado en los ‘mapas’.
Los que han dejado de buscar, porque se hacen la ilusión de que ya han encontrado todo de una manera
definitiva, necesitan –necesitamos- el estímulo de la búsqueda apasionada de estas personas inquietas e
insatisfechas.
El camino de la estrella sigue siendo largo y accidentado. Así es la vida de la fe: tensión entre búsqueda y
encuentro... para seguir buscando... y encontrando. Un camino que exige desinstalación, desprendimiento,
constancia. Un camino que pide rezar, buscar, preguntar...
El que encuentre al Niño y lo reconozca como Dios –Mesías, Señor, Respuesta plena a toda búsqueda...quedará transformado –será una criatura nueva- y se llenará de inmensa alegría. Alegría que es la
consecuencia de la búsqueda hecha con total desprendimiento.
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LOS PRIMEROS ADORADORES
“Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes.
Entonces unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
-¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su
estrella y venimos a adorarlo.
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén con él; convocó a
los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer
el Mesías.
Ellos le contestaron:
-En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el Profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de
Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá
un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel.’
Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el
tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:
-Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis,
avisadme, para ir yo también a adorarlo.
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que
habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde
estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron
al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después,
abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se
marcharon a su tierra por otro camino.” (Mt 2, 1-12)
Los primeros que reconocen a Jesús no son los que parece sería lógico –los sacerdotes, los judíos
respetables y más piadosos-, sino personas extrañas al mundo religioso israelita. En Lucas, siguiendo un
criterio que marcará todo su evangelio, son unos pobres pastores; en Mateo, unos extranjeros los primeros
en reconocer a Jesús y en ofrecerle sus dones. En ambos casos, grupos marginales.
La verdad es patrimonio de los que se hacen pequeños, humildes buscadores; sale al encuentro de los
que anhelan algo distinto, porque han sentido que una ‘estrella’ se ha encendido en sus corazones.
En Jerusalén, el poder religioso y el del saber viven mezclados con el poder político. Juntos representan
al dios de este mundo: el poder económico. Todos los poderes se refuerzan entre sí cuando se ven en
peligro.
Venimos a adorarlo. El poder se siente amenazado, sobresaltado, por unas personas dispuestas a doblar
las rodillas ante el Señor, por los que no se dejan impresionar por todas esas falsas grandezas.
Resulta prácticamente imposible doblegar, manipular, a unos individuos que limitan su adoración al
único que tiene derecho a ella. Los verdaderos adoradores son siempre imprevisibles, incontrolables.
Ningún poder de este mundo puede manipular a personas capaces de adorar. La auténtica adoración
resulta subversiva para las estructuras, para los privilegios, para las injusticias, para los intereses egoístas.
El ‘sobresalto’ del pueblo es de otro signo: el de unas gentes que viven hundidas en la indiferencia. ¿Qué
será necesario para suscitar un interés real, para provocar una búsqueda, para dar deseos de emprender un
camino distinto... a una masa amorfa, acomodada, resignada, impermeable a las llamadas de algo nuevo?
Hay en nuestra sociedad como tres respuestas a esa pregunta: una es la actitud de los que creen que ya lo
saben todo, de los que se sienten poseedores de la verdad; otra, la de los que han abandonado todo interés;
la tercera, es la actitud de los que buscan porque son conscientes de su vivir insatisfecho.
Están legislados –desde los poderes que nos dominan- los derechos humanos, la paz, la justicia... Pero
los Magos nos dicen hoy, con su presencia, que no basta con que las cosas estén escritas; que los libros
son importantes, pero no bastan. La verdad necesita avanzar; la verdad no está en las páginas que se leen,
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sino en un camino que nunca se acaba de recorrer. Los libros –como las leyes- sirven cuando buscan que
la vida de todos los pueblos y de todos los individuos sea digna, cuando animan a avanzar, cuando meten
en una aventura en la que se juega el sentido de la propia vida y la vida de todos los demás.
Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron...
Habían emprendido el camino con el deseo de adorar y de ofrecer. No les habían faltado a los Magos las
dudas y las dificultades, pero -¡al fin!- encontraron al Señor y se dejaron transformar por él.
El signo más importante de hoy es la estrella. Una estrella que orienta, ilumina y guía hasta Belén, como
a los Magos, pero sólo cuando se ponen en camino. Una estrella que aparece y desaparece, una estrella
que alumbra en la ‘noche’ y se destaca de modo singular sobre las demás estrellas o ilusiones de la vida.
Todos tenemos una estrella en nuestra vida que nos orienta hacia Dios: un sufrimiento o una alegría, un
acontecimiento o una persona, un amor o un fracaso, una oración... Lo importante es descubrirla y
dejarnos guiar por su ‘luz’.
Decimos que todos tenemos nuestra cruz. Hoy debemos decir que todos tenemos nuestra estrella. La cruz
pesa, hunde, hace sufrir... está en la tierra. La estrella ilumina, alivia, alegra, hace gozar... está en lo alto.
Seamos conscientes de que la estrella, como la verdad, no es de las cosas que se puedan poseer, sino de
las cosas a las que hemos de ir conformando constantemente nuestra vida, si queremos estar en su órbita.
Los Magos se volvieron a sus lugares de origen, después de haber realizado su aventura. Debieran ser
incontables sus seguidores, cristianos o no. Pero quizá sean demasiados los que, siguiendo el ejemplo de
los habitantes de Jerusalén y de sus dirigentes, no se molestarán –no nos molestaremos- en realizar la más
mínima búsqueda. ¿Estará aquí la falta de alegría y de compromiso de gran parte de cristianos?
LA LUZ ES EL HIJO
“¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz;
la gloria del Señor amanece sobre ti!
Mira: las tinieblas cubren la tierra.
la oscuridad los pueblos,
pero sobre ti amanecerá el Señor,
su gloria aparecerá sobre ti;
y caminarán los pueblos a tu luz;
los reyes al resplandor de tu aurora.
Levanta la vista en torno, mira:
todos ésos se han reunido, vienen a ti:
tus hijos llegan de lejos,
a tus hijas las traen en brazos.
Entonces lo verás, radiante de alegría;
tu corazón se asombrará, se ensanchará,
cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar,
y te traigan las riquezas de los pueblos.
Te inundará una multitud de camellos,
los dromedarios de Madián y de Efá.
Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro,
y proclamando las alabanzas del Señor.” (Is 60, 1-6)
Las tinieblas cubren la tierra. Esto es fácil de descubrir. ¡Cuántas cegueras en nuestro mundo!
Pero sobre Jerusalén –sobre el mundo- brilla una luz. No es una luz cualquiera, sino la luz del Hijo.
Isaías se imagina a Jerusalén como la luz del mundo. Una luz que no viene del sol, sino de Yahvé, de
quien Sión es el resplandor.
52
La grandiosa visión del profeta, describiendo la subida de las naciones hacia Jerusalén, no oculta el
particularismo que sigue inspirando el texto. El profeta ve en la ciudad el lugar de reunión de todo el
universo para aportar sus riquezas y ofrecer sus sacrificios. Pero este universalismo está demasiado
centrado en Sión; sólo se concibe el universalismo de la salvación a partir de Jerusalén.
Los primeros cristianos creyeron, a su vez, durante mucho tiempo, que la unidad religiosa del mundo se
haría a partir de Jerusalén. El mismo Pablo parece que lo entendió así.
Pero pronto dejarán este rígido concepto de centralización y reconocerán que toda Iglesia local es, por la
eucaristía, signo eficaz de la unión universal, y que los organismos centrales están al servicio de las
Iglesias locales, de su unidad y de su comunión.
“EL MISTERIO... REVELADO AHORA POR EL ESPÍRITU”
“Hermanos: Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se
me ha dado a favor vuestro.
Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio que no había sido
manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el
Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son
coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo,
por el Evangelio.” (Ef 3, 2-3a. 5-6)
Desde siempre Dios es Padre y Amor; desde siempre, tiene designios de salvación para todos los seres
humanos (Ef 1, 4) Este plan eterno de Dios, lo fue desvelando poco a poco al pueblo de Israel, hasta
culminar en Jesucristo. Pablo, en la segunda lectura de hoy, nos lo indica.
La lectura es la conclusión de la parte doctrinal de la carta del apóstol a los Efesios y, también,
preparación para la oración con que termina esta sección.
Pablo llega, una vez más, a la contemplación del misterio, que consiste en la entrada de los paganos en la
Iglesia y en el ministerio apostólico que le ha tocado a él para realizar esta voluntad de Dios.
El misterio de la Iglesia radica, a los ojos de Dios, en su relación con el mundo. Su esencia es la
preparación para recibir a todos los seres humanos en el reino de Dios; la misión de diálogo con todo el
mundo y la aceptación de las mentalidades y de las culturas humanas.
Pablo llama a esta misión misterio, puesto que la intención de Dios de edificar una Iglesia universal no
apareció fácilmente, debido a la profundidad en que estaba anclado el particularismo en el pueblo de
Israel. La llamada universal a la salvación era difícil de entender para una mentalidad judía. No entendían
que ser pueblo escogido no depende de la raza, sino de la fe. Tampoco del ministerio ni de la religión.
Algo que no debemos olvidar los cristianos.
Oculta así la voluntad de Dios a lo largo de toda la historia de Israel, se manifestó al final en la persona
de Jesús.
Dios se manifiesta, se revela, a todos los pueblos. Dios es Luz, es Epifanía; se da a conocer, pero a través
del misterio, de la hondura-sentido de la vida. Un misterio que no puede ser conquistado ni forzado con la
razón. Sólo puede ser desvelado. Y esto es don, gracia, ofrecimiento de luz, comunicación secreta que se
hace bajo formas, lugares y tiempos sorprendentes, y a las personas en las que menos se podría pensar.
Misterio, o sea, realidad plena. Pero no como uno se la esperaría.
Se cumple la profecía de Isaías, pero de otra manera. Toda promesa de Dios se cumple siempre. Y,
siempre, de otra manera.
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BAUTISMO DEL SEÑOR
PARA HACER EL BIEN Y CURAR
HAN PASADO MÁS DE TREINTA AÑOS
“Fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo
bautizara.
Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole:
-Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?
Jesús le contestó:
-Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió
el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él.
Y vino una voz del cielo que decía:
-Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.”
(Mt 3, 13-17)
Hoy damos un gran salto cronológico en la vida de Jesús. Pasamos de la fiesta de la Epifanía al inicio de
su vida pública.
¿Qué quería Yahvé para él? ¿Qué camino quería el Padre que recorriera Jesús? ¿A qué tarea quería que
dedicara su vida?... Había estudiado las Escrituras, repasado una y otra vez los poemas del Siervo de
Yahvé del libro de Isaías... y se iría viendo cada día más identificado con él. No querrá quebrar la caña
cascada, ni apagar el pábilo vacilante (primera lectura).
Para Jesús era evidente que los seres humanos vivían ciegos, sordos, mudos, paralíticos... muertos; que
estaban muy lejos de ver el mundo como es en realidad y de verse unos a otros como hermanos; que sus
palabras no eran, con demasiada frecuencia, palabras de paz, de concordia, de justicia, de amor; que no
oían las voces de los marginados, de los muertos a causa de las hambres de todo tipo –de comida, de
libertad, de justicia...-; que no sabían moverse en la dirección verdadera del reino de Dios. Todo ello
dirigido por los poderes religioso, político y económico, que preferían que el pueblo no se promocionara
para explotarlo con más facilidad. No podía estar de acuerdo con la religiosidad oficial, que marginaba a
tantos y defendía prácticas inconfesables, mientras el pueblo vivía –y vive- alienado, esclavo, quizá ahora
más que nunca, por no ser consciente de ello, que es la peor de las alienaciones.
Dedicará su vida a curar a los leprosos y a los ciegos, a sacar a los cautivos de la prisión, a defender el
derecho y la justicia, a llenarlo todo de Espíritu (primera lectura), para que todos los seres humanos
podamos vivir con dignidad como tales: como hijos y herederos de Dios.
Se solidarizaría con los pecadores, con la gente sospechosa, con esa realidad de miseria que rodea a la
especie humana. No se unirá a los ‘justos’, para formar con ellos un grupo más de ‘separados’.
Ya había cumplido los treinta y cuatro años, al menos. Y llevaba muchos años dándole vueltas a la
cabeza. Un día, se despidió de su madre, que ya habría notado que el corazón de su hijo no estaba ya en la
casa, y se fue desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.
El bautismo de Jesús es también una manifestación de Dios: la tercera en estos días navideños. Hoy Dios
se revela en Jesús, que se entrega a la causa de los pueblos, ungido por la fuerza del Espíritu.
El Padre, a través de su Hijo amado, va a romper el silencio y a invitar al hombre pecador –todos lo
somos- a un nuevo éxodo –el definitivo- hacia la liberación-salvación de todas las esclavitudes, a las que
nos tiene amarrados el pecado del mundo (Jn 1, 29), sintetizadas en las tres tentaciones del desierto (Mt 4,
1-11; Lc 4, 1-13).
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LA INVESTIDURA MESIÁNICA
Mateo da al bautismo de Jesús el significado de una investidura mesiánica. La voz bajada del cielo lo
designa como Hijo amado del Padre. En adelante, su palabra y su vida revelarán, a todos los que tengan
ojos para ver y oídos para oír, la misión que le ha confiado el mismo Dios: ir transformando este mundo,
ahora y aquí, en el reino de Dios, trabajando por implantar su justicia ( Mt 6, 33).
Para Jesús, su bautismo había sido una experiencia maravillosa y transformante. El Espíritu de Dios lo
plenificaba, lo inundaba. Pero, al mismo tiempo, este bautismo era para él anuncio y figura de otro
bautismo más radical: su muerte en la cruz, precio y signo en este mundo empecatado de todas las
verdaderas liberaciones.
Los evangelistas nos hablan de su muerte como de su bautismo en dos
ocasiones: beber su cáliz (Mc 10, 38s; Lc 12, 50). Lo mismo en nosotros: sólo después de la muerte
quedará vencido el pecado y todas sus secuelas.
La cruz será el signo más evidente y dramático de la doble fidelidad de Jesús: al Padre y a la humanidad.
Para Juan Bautista la situación a que le somete Jesús es desconcertante: este Mesías no cuadraba con la
descripción que él hacía, con su diagnóstico catastrofista sobre un mundo, que no podría subsistir si no
cambiaba.
Jesús, por el contrario, no sopla amenazador sobre la luz mortecina que despide la sociedad; percibe en el
corazón de los humanos un movimiento, quizá imperceptible, de arrepentimiento; adivina un cierto
‘despertar’ debajo de tanta basura; intuye una aspiración profunda, ignorada muchas veces por los
mismos que la llevan dentro. La humanidad, que tantos querrían destruir con una sentencia inapelable,
contiene frutos de justicia, de paz, de bondad, de entrega a la causa de los débiles. ¿No lo están
demostrando, por ejemplo, los miles y miles de voluntarios en las innumerables ONGs?
Jesús trabajará para que todo sea nuevo desde ahora. Abrirá los ojos de los ciegos, de todas las cegueras,
a la revelación del amor del Padre; transformará a las personas, desde dentro de ellas mismas, a partir de
sus ilusiones más profundas. No lo hará aplastando, sino sanando, alegrando, animando.
La voz del cielo y las palabras: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto, nos indican que el Espíritu
de Dios llevará a su plenitud la humanidad de Jesús, constituyendo al Hombre en Hijo de Dios. Es la
respuesta divina al compromiso hecho por Jesús de dar hasta la vida por llevar a término su misión.
Jesús poseerá la plenitud humana, será el Hombre perfecto –el ‘Hijo del hombre’-. Ser el Hombre
perfecto y el Hijo de Dios significan la misma realidad, vista, respectivamente, desde su origen humano y
desde la comunicación divina que lo constituye Hijo.
BAUTIZADOS PARA SEGUIR A JESÚS
Una de las causas que más hacen sufrir a los jóvenes de hoy es la falta de perspectivas de futuro. Les es
difícil imaginar qué van a ser, a qué van a dedicar su vida, con qué ideales e ilusiones se van a identificar.
Y esto se agrava al no encontrar trabajo o salidas profesionales que les interesen, ya que hay muchos
puestos sin ocupar, pero suelen ser de mucha entrega y de poco o ningún sueldo. Todo ello les lleva a la
desilusión y a la desesperanza, y a buscar subterfugios para olvidar esta angustia.
También los adultos deberíamos tener más claro nuestro proyecto de vida, para no dar tan
frecuentemente la impresión de haber perdido el sentido de la orientación.
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Todos, jóvenes y adultos, deberíamos preguntarnos: ¿qué misión hemos de realizar en la vida? Y darnos
cuenta que esa misión quedará sin hacer si nosotros nos evadimos. ¡Cuántas tareas sin hacer por falta de
personas desprendidas y generosas!
Por otra parte, la mayoría de cristianos viven al margen de sus responsabilidades: quieren que los
profetas hablen claro en su nombre; que los misioneros anuncien el evangelio y las monjas de clausura
recen en su lugar; que los catequistas enseñen el catecismo a sus hijos... Sobre todo, encargamos a los
sacerdotes y religiosos que respondan a la ‘vocación’. Siempre evitan exponerse personalmente.
Tenemos que caer en la cuenta de que hay un bautismo, en cada cristiano, que espera ser manifestado con
una fe comprometida, consciente, madura. Un bautismo que debe hacerse compromiso en cada uno de
nosotros. Una pertenencia a Cristo que debe expresarse claramente en la vida con tareas concretas a favor
de los más desfavorecidos. Es necesario que nuestro ‘cristianismo’, registrado en los archivos
parroquiales, sea consecuente en la vida.
El bautismo que hemos recibido cada uno de los cristianos no es un título honorífico, ni una carga o peso
que se impone, sino que es una elección que Dios nos ha hecho y una misión que nos ofrece realizar,
como a Jesús. Y que se resume en lo que hizo Jesús: que pasó haciendo el bien y curando a los
oprimidos (segunda lectura).
La fe no nos viene por herencia, ni se impone por la fuerza, sino que se ofrece, y se acepta o se rechaza.
El bautismo tenemos que aceptarlo personalmente; y aceptarlo como regalo, como don de Dios, como
elección que el Padre nos ha hecho a cada uno. De no ser así, se convierte en carga o costumbre social.
Hoy se nos ofrece la oportunidad para reflexionar sobre nuestra actitud frente al bautismo que hemos
recibido. Tenemos que pensar si nuestro bautismo es motivo de alegría al sentirnos elegidos por Dios.
Si no es así, es que no hemos llegado a comprender lo que es estar bautizados en el nombre de Jesús, ni a
saborear el significado de ser hijos y herederos de Dios y miembros de su Iglesia.
EL VERDADERO MESÍAS DE YAHVÉ-DIOS
“Mirad a mi siervo, a quien sostengo;
mi elegido, a quien prefiero.
Sobre él he puesto mi Espíritu,
para que traiga el derecho a las naciones.
No gritará, no clamará,
no voceará por las calles.
La caña cascada no la quebrará,
el pábilo vacilante no lo apagará.
Promoverá fielmente el derecho,
no vacilará ni se quebrará
hasta implantar el derecho en la tierra
y sus leyes, que esperan las islas.
Yo, el Señor, te he llamado con justicia,
te he formado y te he hecho
alianza de un pueblo, luz de las naciones.
Para que abras los ojos de los ciegos,
saques a los cautivos de la prisión,
y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas.”
(Is 42, 1-4. 6-7)
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Los cuatro poemas conocidos del Segundo Isaías como ‘del Siervo de Yahvé’ (Is 42, 1-4; 49, 1-6; 50, 49; 52, 13-53, 12) se consideran, cada vez con más claridad, como un conjunto autónomo compuesto por
un discípulo del Segundo Isaías.
La primera lectura de hoy pertenece al primer canto o poema. Nos dice que este Siervo es el amado de
Dios, de quien ha tomado posesión y en quien se complace. Yahvé ha encontrado en él una respuesta fiel,
incondicional, que le lleva a amar, en una entrega total, hasta el sufrimiento y la muerte. Tiene, además,
sobre sí el Espíritu de Dios, para llevar a buen término su misión profética con miras al bien de la
humanidad. Y lo hará pacientemente, mostrando confianza en el ser humano hasta el último momento. No
ahogará ninguna esperanza.
Su estilo no encajará con los gustos y las previsiones de los que lo esperan. Tampoco con los nuestros.
¿Qué ‘estilo’ es éste? Es el Siervo que no se hará publicidad, ni llenará las plazas, ni usará el poder, ni el
dinero, ni el prestigio, ni el milagro; se hará solidario con los ‘perdedores’ y los débiles de este mundo;
dará ánimos, confianza y esperanza a los pobres, a los pecadores, a los enfermos, a los que no cuentan.
Será portador de un mensaje y de una práctica de liberación, tanto para los males físicos, como para
cualquier otra forma de esclavitud. Porque existen ‘prisioneros’ que no están en la cárcel, pero viven
-¿vivimos todos?- capturados por lo efímero. Existen –existimos- esos que, aunque nos ven, están ciegos,
porque no saben –no sabemos- descubrir el sentido de la vida, son –somos- incapaces de discernir los
verdaderos valores, cierran –cerramos- los ojos ante el prójimo que no puede mantenerse en pie debido a
la carga desproporcionada de dolor y de fracasos.
Esta lectura expresa la idea que las primeras comunidades cristianas se hacían de Jesús como Mesías. El
Siervo es el elegido de Dios, lleno del Espíritu, cuya misión es liberar a los hombres, implantar el
derecho a las naciones, ser luz de las naciones, promover el amor y la justicia. Una misión dura y
laboriosa, que emprenderá Jesús con toda decisión, una vez bautizado por Juan en el Jordán.
ENTRADA DE LOS PRIMEROS PAGANOS EN LA IGLESIA
“Pedro tomó la palabra y dijo:
-Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la
justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas anunciando la
paz que traería Jesucristo, el Señor de todos.
Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el
bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y
curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él.”
(He 10, 34-38)
La segunda lectura es un fragmento del discurso que pronuncia Pedro ante el centurión Cornelio y su
familia, en la Cesarea marítima, para inducirles a la conversión y al bautismo.
Los ocho discursos misioneros de los Hechos de los Apóstoles se diferencian según vayan dirigidos a los
judíos (seis: He 2, 14-36; 3, 12-26; 4, 9-12; 5, 29-32; 10, 34-43; 13, 16-42) o a los paganos (dos: He 14,
15-17; 17, 22-31) .
El discurso de la lectura de hoy –del quinto a los judíos- es muy importante en la historia del cristianismo
porque representa la entrada de los paganos en la Iglesia, el primer paso para superar los prejuicios
religiosos, la primera brecha abierta en el muro del nacionalismo judío.
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La lectura consta de dos partes: un preámbulo y un resumen de la vida pública de Jesús, mencionada
únicamente en este discurso.
No ha venido a lucirse, sino a ponernos en pie a los seres humanos, a confortarnos, a darnos salud,
esperanza, alegría de vivir; a demostrarnos que el mal-pecado puede ser vencido; se ocupará de los
débiles y se manifestará manso y humilde.
En el exordio afirma sin ambages la universalidad de la salvación, que no es exclusiva del pueblo judío,
como pensaban ellos. Israel ha tenido el privilegio de la elección, de las promesas y de las profecías; pero
todos los demás pueblos están también llamados a la salvación mesiánica.
Ahora esta llamada se realiza en la persona de Cornelio. Además, en las otras religiones, los que sean
fieles a ellas en sus conciencias, los que sean temerosos de Dios y hagan el bien, serán también acogidos
por Dios, aunque no pertenezcan a la religión judeo-cristiana.
La descripción que hace de Jesús, en la segunda parte de la lectura, es encantadora: ungido por Dios con
la fuerza del Espíritu Santo... pasó haciendo el bien y curando toda clase de dolencias, liberando de
los demonios –signos del pecado del mundo, que Jesús viene a eliminar-, lleno de Dios. Hermosa síntesis
de su vida.
Después de estas palabras de Pedro, el Espíritu Santo descendió sobre el centurión Cornelio y su familia,
como un nuevo Pentecostés, e inmediatamente fueron bautizados. Son los primeros paganos bautizados
en la Iglesia de Cristo.
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DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA
LAS TENTACIONES DE SIEMPRE
LA CUARESMA, CAMINO HACIA LA PASCUA
El pasado miércoles de ceniza comenzamos la cuenta atrás hacia la gran fiesta cristiana: la Pascua, la
celebración de la resurrección de Jesús de Nazaret, promesa y anticipo de todas nuestras resurrecciones.
La Cuaresma es camino hacia la Pascua. Hemos de tener siempre los ojos y el corazón fijos en esa meta,
fundamento de nuestra esperanza. ¿Para qué la fe si no hay resurrección? (1 Cor 15, 12-19).
La Cuaresma es, por eso, también tiempo de potenciar la esperanza. Es tiempo de conversión, que no
consiste sólo en corregir un defecto o progresar en una determinada virtud o realizar unas prácticas
religiosas... sino en un cambio de dirección de la mente y del corazón, un cambio de todo el ser. En
términos bíblicos es como un ‘volver a nacer’ (Jn 3, 3), un empezar a ver con ojos nuevos -con los ojos de
Dios- toda la realidad humana y tratar de transformarla en el reino de Dios; es cambiar ‘el corazón de
piedra por un corazón de carne’ (Ez 36, 26); es un ‘morir con Cristo, para resucitar con él’ (Col 3, 1-4).
Una conversión tan radical no podemos conseguirla por nosotros mismos. Podemos hacer algo por
recibir el bautismo de agua, pero no podemos hacer nada por conseguir el bautismo de fuego y Espíritu.
Lavarse es más o menos fácil; pero ‘nacer’ sólo se consigue por el Espíritu. Por eso, la verdadera
conversión, sin olvidar su dimensión libre y responsable, es más pasiva que activa. Podemos poner el
deseo, la apertura, pero el resto de la conversión es obra de Dios.
No nos empeñemos en convertirnos. Pidamos al Señor que nos convierta, que cambie nuestro corazón,
que transforme nuestro espíritu. El silencio interior, la contemplación, la plegaria, la compasión... son
actitudes necesarias para caminar hacia la Pascua.
La Cuaresma es el gran símbolo de la liberación social. No podemos vivirla auténticamente sin hacer
revisión de la situación concreta en que vive la humanidad y sin tomar una posición ante las estructuras
de injusticia, de violencia y de pecado que nos rodean a los seres humanos, y que nos van convirtiendo en
sujetos de explotación.
DOS ACTITUDES Y DOS RESPUESTAS AL PLAN DE DIOS
Desde siempre, el Creador eligió al ser humano como su criatura privilegiada, dotada de libertad y con
capacidad de infinito. Lo pensó desde el principio y, después de miles de millones de años, propició su
nacimiento.
Las lecturas de hoy nos presentan los dos caminos, actitudes y respuestas humanos a ese plan de Dios: la
de ‘Adán’ –el hombre viejo- y la de Jesús –el hombre nuevo-. Adán fue colocado en el paraíso, sucumbió
a la tentación de querer ‘ser como Dios’, y se encontró a sí mismo ‘desnudo’ y ganó la muerte. Jesús –el
Hijo- ‘fue conducido al desierto’, fue tentado, escuchó al Padre y venció las tentaciones, ‘los ángeles le
servían’ y ganó la resurrección y la vida.
Por la autosuficiencia humana –seréis como Dios- entró el pecado en el mundo y, como una mancha de
crudo en el mar o de contaminación en la atmósfera, se fue extendiendo a todos los humanos. ¿No
abundamos todos de ‘autosuficiencia’?
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Pero el pecado humano no es la última palabra. El pecado, y todas sus tristes consecuencias, van a hacer
posible una ‘sobreabundancia de gracia’.
El pecado de Adán y Eva es el prototipo de tantos pecados que nosotros cometemos contra el proyecto de
vida –libertad, amor, justicia, paz- que Dios quiere para todos los seres humanos y que cristalizan en las
empecatadas estructuras que padecemos. La victoria de Jesús es modelo y garantía de nuestras victorias.
La Cuaresma-Pascua nos invita a estar atentos en esta lucha contra el mal, que se realiza dentro de cada
uno de nosotros, y a aceptar la novedad de la vida que nos comunica Cristo resucitado.
LAS TRES TENTACIONES DE JESÚS
“Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo.
Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre.
Y el tentador se le acercó y le dijo:
-Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.
Pero él le contestó diciendo:
-Está escrito: ‘No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de
la boca de Dios’.
Entonces el diablo lo llevó a la Ciudad Santa, lo pone en el alero del templo y
le dice:
-Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: ‘Encargará a los
ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece
con las piedras’.
Jesús le dijo:
-También está escrito: ‘No tentarás al Señor, tu Dios’.
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y mostrándole todos los
reinos del mundo y su esplendor le dijo:
-Todo esto te daré si te postras y me adoras.
Entonces le dijo Jesús:
-Vete, Satanás, porque está escrito: ‘Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo
darás culto’.
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían”.
(Mt 4, 1-11)
Estas tres tentaciones son tipo, modelo de las tentaciones del pueblo hebreo en el desierto, del hombre de
siempre; de la autosuficiencia y del individualismo, de querer manipular a Dios, de creer que se puede
vivir de verdad como personas de espaldas a él y a los demás. A ellas se reducen todas las que sufrimos
los humanos en todas las épocas y lugares.
PRIMERA TENTACIÓN: NO SÓLO DE PAN, PERO TAMBIÉN DE PAN. El diablo invita a Jesús a
reducir su misión al pan material. Jesús le responde con una cita del Deuteronomio (8, 3). Limitar su
acción a dar de comer a la gente era empobrecer su misión. Existen, además de la de pan, otras hambres
para que el ser humano pueda vivir como tal. No sólo de pan, pero también de pan.
Plantea el problema del ‘hambre’ y de la riqueza. La sociedad de consumo trata de dar gusto, y al
máximo, exclusivamente al cuerpo. Me gusta o no me gusta, se ha convertido en la única norma válida de
nuestra sociedad. Es decir, la satisfacción de todo placer físico por encima de todo lo demás. ¡Bastante
difícil está todo para que cada uno no tenga derecho a vivir como mejor pueda! Nos lleva a buscar
realidades transitorias, finitas, como si fueran lo básico de la vida. Nos lleva a creer que uno puede
bastarse a sí mismo, independientemente de cualquier otro y de Dios.
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El diablo se sirve del hambre como tentación: tienes poder ilimitado... úsalo. Si eres Hijo de Dios, y
Dios se preocupa de los humanos, es evidente que debe alimentarlos, preocuparse de ellos. Y son
millones los hambrientos, millones los que lloran sin que nadie los consuele, millones los que mueren
solos, despojados y errantes por el mundo. Son millones los que no encuentran el sentido de la vida.
Si Dios existe y tiene fuerza, ¿no estará obligado a resolver estos problemas? Si Jesús viene de parte de
Dios, tendrá que resolver la gran tragedia de todas estas hambres, de los pueblos y de las personas.
No sólo de pan vive el hombre. Jesús no cayó en el error de convertir la revolución popular, que se
estaba gestando entonces en Palestina –y que era expresión de la fe bíblica-, en una ideología del
bienestar y nada más. Sentiría el atractivo de este error. De seguirlo, hubiera sufrido menos, habría sido
mejor interpretado y más seguido, pero hubiera sido un falso profeta.
Jesús, ante la absolutización del ‘pan’ de este mundo, nos asegura que hay un pan superior, que el
hombre necesita alimentarse de toda palabra que sale de la boca de Dios, para llenar de sentido su vida.
Jesús supo ver que toda aquella forma de pensar no era más que una tentación. Y se puso a trabajar y a
luchar para que se acabara toda opresión y manipulación de unos hombres sobre otros, que es lo que
produce el hambre y la miseria.
El error de muchos cristianos está en entender la religión como un recurrir al poder de Dios para que nos
solucione todos los problemas. Y así, hemos convertido la oración en un pedirle a Dios que actúe,
rehuyendo toda responsabilidad personal en la transformación del mundo.
SEGUNDA TENTACIÓN: LA FE, NO EL MILAGRO. El tentador le invita a encarnar la figura del
mesías triunfador, entonces en vigor; a tirarse desde el alero del templo, para probar al pueblo, con este
hecho prodigioso, que Dios estaba con él; se apoya en un Salmo (91, 11-12).
La respuesta de Jesús reproduce otro texto del Deuteronomio (6, 16). Aceptar esta propuesta significaba
tentar a Dios, forzar su acción sin motivo. La presencia de Dios en Jesús se manifestará con otras señales,
lejos del triunfalismo y de la superficialidad.
Vivimos en la sociedad de la permisividad, de la facilidad, en la que todo carece de importancia y todo se
considera como relativo. Una sociedad en la que cada uno tiene su propia moral, que fundamenta en la ley
del mínimo esfuerzo. Una sociedad que, en el campo del erotismo, reduce a las personas a meros objetos
de placer. Una sociedad que gasta innecesariamente y se olvida de los que carecen de lo más elemental.
Una sociedad en la que cada uno se desentiende de sus obligaciones en la familia, trabajo o estudio. Una
sociedad en la que el esfuerzo de cada uno por realizarse como persona útil y responsable es casi nulo.
Una sociedad así, ¿cómo va a aceptar a un Dios como el que se manifiesta en Jesús?
Esta tentación nos plantea el peligro que tenemos de responder sin profundidad al sentido de la vida, de
creer en un Dios fácil que nos debe dar todo hecho y que se adapta a nuestras conveniencias.
¿Deslumbrar o convencer? Jesús pensaría a veces que por el camino de la sencillez y de la humildad no
iba a conseguir gran cosa. Quizá fuera mejor presentarse ante el pueblo de forma llamativa, haciendo ante
la gente sencilla cosas maravillosas. Así todo sería más rápido... ¡y mucho más eficaz!, porque da más
resultado buscar los aplausos de la gente, de la gran masa, que aplaude tanto más cuanto menos se le pide.
Jesús quiere servir a Dios, no servirse de él; quiere obedecerle, no someterle. No quiere presentarnos a un
Dios que elimina el riesgo y las decisiones de la libertad humana. Dios debe ser una exigencia que
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acompañe y aliente el riesgo de los hombres y de los pueblos que luchan por el reino. Toda facilidad y
superficialidad es traición al Dios de Jesucristo.
TERCERA TENTACIÓN: Es la tentación DEL PODER, QUE NUNCA ES LIBERADOR. Es creer que
el camino de la libertad está equivocado y que dará más resultado recurrir a medios contundentes y de
poder. El diablo llevó a Jesús a una montaña altísima, desde la que se dominaban todos los reinos del
mundo. Satanás ofrece a Jesús el poder en su triple acepción de riqueza, prestigio y dominio –la gloria
del mundo-. Puede darlo porque le pertenece. El evangelista, de esta forma, califica de satánicos el poder
y la gloria del mundo. La única condición que le pone el tentador a Jesús consiste en que le acepte como a
su único soberano.
El afán de poder es una tentación que viene rondando al ser humano desde que vive en el mundo. El
hombre ambiciona dominar, quedar encima de los demás. Es un instinto primario y voraz en toda persona.
Este deseo de poder –lo mismo que el deseo de riquezas- es ciego, no se sacia nunca. Impide que
podamos entablar en la humanidad relaciones de fraternidad, de igualdad entre todos. Hace imposible un
clima de libertad, ya que es necesario reprimir y coartar los derechos de los demás para conservar los
propios privilegios, conseguidos a costa de convertir en ‘esclavos’ a la mayoría.
El ser humano anda loco constantemente detrás de los ídolos. Ceder a la voluntad de poder es renunciar a
todo ideal auténtico, que sólo puede apoyarse en el amor; es escoger, más que la lucha sencilla por
mejorar cada realidad, el situarse en el pedestal que da el mandar; es el no servir, el no amar.
El diablo aparece como el príncipe de este mundo, el dueño. El poder total, el que los imperialismos y
sistemas opresores siempre han robado al pueblo, aparece aquí en manos del diablo, que lo ofrece a Jesús.
El pasaje enseña que utilizar el poder, con sus componentes de riqueza y prestigio, para propagar el reino
de Dios, supone traicionar el designio divino que tiene otros caminos para liberar-salvar a los hombres.
La pretensión del Enemigo de que Jesús le reconozca como soberano, indica que la ambición de poder
nos hace idólatras, porque sustituye al verdadero Dios por un sucedáneo. La figura de Satanás simboliza y
encarna la ambición que tienta y convierte a cada individuo en enemigo del género humano.
Jesús da una orden a Satanás, haciendo referencia a otro texto bíblico (Deut 6, 13). Su respuesta es tan
definitiva como la tentación misma, y ocasiona la derrota del tentador.
Jesús no cayó en la trampa del servilismo ante los poderosos. No se doblegó ante los poderes de este
mundo. Se mantuvo siempre fuera de las estructuras de poder de su tiempo.
Es una tentación constante de la Iglesia y de cada cristiano: tratar de llevar adelante la obra de salvaciónliberación de la humanidad por medios de poder y no mediante el testimonio de una vida de entrega y de
servicio. Ceder a ella es aceptar una verdadera corrupción del mensaje de Jesús, que queda absorbido por
la voluntad de poder.
Ninguno de los tres textos del Deuteronomio citados por Jesús, para responder a las tentaciones, tiene
carácter mesiánico. Se aplican a todo israelita y, más en general, a todo ser humano. Y es que la misión de
Jesús no es exclusiva suya: se extiende a todos sus seguidores que, para serlo de verdad, deben superar
también estos falsos caminos. El Mesías es el modelo de persona –‘el Hijo del hombre’-. Sus actitudes y
conducta son las que hacen que el ser humano pueda llegar a la plenitud querida por Dios para él.
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ENTRE LA ARCILLA Y EL SOPLO
“El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un
aliento de vida y el hombre se convirtió en ser vivo.
El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia Oriente, y colocó en él al
hombre que había modelado.
El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y
buenos para comer; además el árbol de la vida, en mitad del jardín, y el árbol del
conocimiento del bien y del mal.
La serpiente era el más astuto de los animales del campo que el Señor Dios
había hecho. Y dijo a la mujer:
-¿Cómo es que os ha dicho Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?
La mujer respondió a la serpiente:
-Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; solamente del fruto del
árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: ‘No comáis de él ni lo
toquéis, bajo pena de muerte’.
La serpiente replicó a la mujer:
- No moriréis. Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos y
seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal.
La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable porque daba
inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió.
Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban
desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.”
(Gén 2, 7-9; 3, 1-7)
La primera lectura es una reflexión teológica. El tema es la creación del hombre y su relación con Dios,
desde la experiencia que tiene Israel de su dependencia de él.
Habla del pasado para explicar el presente y el futuro. Parte de la creación del hombre en un mundo
inhóspito, de la orden dada por Dios, y de la tensión que su mandamiento ha puesto en los humanos y de
las consecuencias de no haber superado la prueba.
Creados a imagen de Dios, tenemos que manifestar la libertad recibida por el aliento de vida divino.
Tenemos algo divino en nosotros que nos hace superiores a los demás seres. Pero también somos arcilla
del suelo, lo que explica las tendencias contrarias que hay en nosotros.
Para la Biblia, somos criaturas de Dios; pero no acabamos de aceptar esta dependencia. La narración nos
dice que la situación actual del hombre no es la querida por Dios, que la tentación es un problema de
elección, que el mandato divino era una llamada a la verdadera libertad humana y que éste se inclinó por
‘la verdad’ de la serpiente. De esta forma, el plan de Dios se echó a perder.
Este simbolismo de Adán y Eva, y la historia del pecado, quieren ser una explicación al origen del
sufrimiento y del mal, que no vienen de Dios, sino del hombre, que no sabe usar su libertad y se deja
seducir. Hay también un elemento misterioso: la serpiente, ‘representación del diablo’, padre de la
mentira.
El relato destaca que el origen del pecado no es consecuencia sólo de influencias externas a la persona,
sino que se sitúa en el mismo corazón humano. Este es el sentido que hay que dar al diálogo entre Dios y
Adán que viene a continuación. Puesto que hemos recibido en el universo una función determinante, es
lógico que se nos atribuya una parte importante de responsabilidad en el desorden que vive el mundo.
El interés del relato está en precisar el orgullo que implica el rechazo de toda dependencia de Dios.
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CRISTO INAUGURA LA NUEVA HUMANIDAD
“Lo mismo que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el
pecado la muerte, y la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos
pecaron.
Pero, aunque antes de la ley había pecado en el mundo, el pecado no se
imputaba porque no había ley.
Pues a pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre
los que no habían pecado con un delito como el de Adán, que era figura del que
había de venir.
Sin embargo, no hay proporción entre la culpa y el don: si por la culpa de uno
murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia
y el don de Dios desbordaron sobre todos.
Y tampoco hay proporción entre la gracia que Dios concede y las
consecuencias del pecado de uno: la sentencia contra uno acabó en condena total;
la gracia, ante una multitud de pecados, en indulto.
Si por la culpa de aquél, que era uno solo, la muerte inauguró su reino, mucho
más los que reciben a raudales el don gratuito de la amnistía vivirán y reinarán
gracias a uno solo, Jesucristo.
En resumen, una sola culpa resultó condena de todos, y un acto de justicia
resultó indulto y vida para todos
En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron
constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán
constituidos justos.”
(Rom 5, 12-19)
La primera parte del texto (vv 12-15) la leímos –y comentamos- en el domingo duodécimo ordinario, de
este mismo ciclo.
La antítesis Adán-Jesucristo está en el trasfondo de toda la historia de la salvación. El paralelismo entre
ambos no quiere decir que los dos personajes tengan la misma valoración. La economía de la salvación es
infinitamente superior a la de la perdición.
Cristo no es sólo el que reorienta a la humanidad que ha perdido la brújula por culpa de su soberbia; su
obediencia al Padre y la entrega de su vida no borran únicamente la desobediencia y la falta de Adán y de
toda la humanidad: Cristo, por su muerte y resurrección, se ha convertido en el Señor de la vida
escatológica –plena y para siempre-. Con Cristo se produce mucho más que una simple reparación o
expiación: con él se inaugura la nueva humanidad, fundamentada en el amor sin fronteras.
Lo que trae Cristo –la resurrección y la vida- es radicalmente diferente de lo que podíamos aportar los
seres humanos dejados a nuestro libre albedrío.
Adán –el hombre- y Cristo no están, pues, uno frente a otro como dos hombres de igual valor y dignidad,
como si el pecado de uno –de unos- y la justicia del otro se equilibraran.
La humanidad nunca podrá descubrir por sí misma todo el sentido que la resurrección de Jesucristo ha
dado a su existencia. Cristo, al hacer la voluntad del Padre, ha restablecido la amistad con Dios y ha
abierto a los hombres el camino hacia el infinito y la plenitud.
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SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA
LA TRANSFIGURACIÓN
DIOS NOS QUIERE PEREGRINOS Y EN BÚSQUEDA
Los seres humanos tendemos a instalarnos, a acomodarnos. Es la forma que tenemos de buscar
seguridad. Nos instalamos en nuestra tierra, en nuestras casas. Nos acomodamos a unas costumbres y
tradiciones. Nos dedicamos a repetir y a conservar lo ya conseguido.
Sin embargo, cuando Dios se acerca a nosotros, nos desinstala. Quiere que caminemos porque siempre
hay otros horizontes que descubrir, otros ideales que poner en práctica.
El Dios que nos saca de nuestra casa y de nuestra tierra, nos hace subir también a la montaña. No
podemos quedarnos encerrados en nuestra comodidad, en la superficialidad de unas vidas sin sentido. Es
necesario el esfuerzo superador que nos insinúa la subida a las cumbres.
Y en la cima del monte, la luz de Dios, la palabra clarificadora, el Espíritu y la alegría que transforman.
Y también la fuerza para seguir, para luchar, para dar la vida y para dar vida.
El Padre nos quiere peregrinos, siempre en búsqueda, siempre con deseos de superación. Cuando el
Padre se acerca a nosotros, nos pide fe, que dejemos nuestras seguridades, que no nos apoyemos en
nuestras cualidades. Nos pide que nos fiemos de su palabra.
Debido a esa tendencia nuestra a la instalación, a la comodidad, por una parte –consecuencia del ‘pecado
del mundo’ (Jn 1, 29)-, y al deseo de Dios de caminar siempre hacia delante, por otra, existen dos tipos de
respuestas religiosas o dos tipos de religiones: estáticas o de autoridad y dinámicas o de invitación.
Las religiones o respuestas ‘estáticas’, mucho más abundantes y que responden a nuestro afán de
seguridades, se consideran como algo que sólo hay que guardar y defender. Ven a sus fieles como una
masa que hay que dominar y someter. Para conseguir sus objetivos, con mayor seguridad y sin riesgos, se
apoyan en el poder y tienden a hacerse cómplices de cualquier autoridad constituida, que les otorgue
privilegios. Consideran todo cambio como una amenaza a su inmovilismo conservador, y toda crítica
como una falta de fidelidad. Tienen respuestas prefabricadas para cualquier pregunta. No necesitan buscar
y sólo se sienten encargadas de dar, nunca de recibir. Todo lo más que pretenden, si se presenta el caso, es
destruir las ideas o a las personas que se les opongan de alguna manera. ‘Construyen’ a sus fieles desde
fuera: comportamientos, prácticas, reglamentos rigurosos, celebraciones de sacramentos... Adoctrinan
minuciosamente sobre todo lo que se debe hacer u omitir.
Cuando Dios es considerado como una conquista, cuando se le tiene como una posesión definitiva, puede
convertirse en un ‘juguete’ de nuestros ambientes ‘religiosos’. Los ejemplos son abundantes.
Las religiones o respuestas ‘dinámicas’, de ‘llamada’ se dirigen a las conciencias y piden la libre y
gozosa adhesión de las personas. Es la religión-vida. Nos construyen por dentro, nos animan, nos abren
los ojos y el corazón, nos dan confianza, estimulan nuestra participación, nos responsabilizan, nos hacen
vislumbrar nuestras posibilidades; nos dicen lo que somos, lo que podemos ser, lo que estamos llamados a
ser... más que lo que tenemos que hacer. Son religiones liberadoras, dinámicas, siempre sorprendentes.
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Dios es descubrimiento eterno, desconcertante, siempre nuevo. Cuando creemos que lo hemos alcanzado,
él se va ‘más allá’, para obligarnos a adentrarnos en su Misterio, sin la protección de las ideologías o de
las certezas... a través de senderos sin señalar... senderos que van siempre hacia ‘arriba’.
EL TABOR, UNA EXPERIENCIA MARAVILLOSA
“Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó
aparte a una montaña alta.
Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus
vestidos se volvieron blancos como la luz.
Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
-Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su
sombra, y una voz desde la nube decía:
-Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y tocándolos les dijo:
-Levantaos, no temáis.
Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
-No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite
de entre los muertos.”
(Mt 17, 1-9)
La Transfiguración forma parte de la invitación al seguimiento por el camino de la cruz (Mt 16, 24s)
Señala el principio de este camino, al igual que la teofanía del Jordán había iniciado la misión pública de
Jesús, con las tentaciones.
El Tabor es una experiencia maravillosa: es como una autodonación gratuita de Dios, que nos transforma
interna y, a veces, externamente. Son experiencias siempre distintas, porque Dios nunca se repite; pero
llevan siempre el sello de la humildad y de la certeza: el que recibe esta iluminación sabe que Dios está
ahí. Son experiencias que iluminan, desinstalan, renuevan y confortan. Pueden ser unas palabras que se
nos graban y cuyo sentido no habíamos captado antes; una alegría que nos desborda y que nos impide
dormir; una fuerza interior que nos impulsa a seguir en la lucha por el mundo nuevo; un incontenible
deseo de estar a solas con el Padre para orar; una capacidad para perdonar y para amar sin límites; un
querer darlo todo y despojarnos de todo; un deseo ardiente de parusía...
Son experiencias pasajeras. Nunca se pueden plantar chozas en estos ‘tabores’, hasta que no llegue el
definitivo. Si se pudiera, viviríamos una situación de excesivo privilegio. Pero, ¡cómo ayudan en los
momentos en que todo se oscurece!
Necesitamos de estas experiencias. Sirven para confirmar nuestra fe y alimentar nuestra esperanza y
nuestro amor. La vida es muy dura, cuando se vive en profundidad, y podríamos desfallecer. La
monotonía, la rutina, el cansancio y el silencio de Dios, siempre están al acecho y pueden hacer peligrar
nuestra fe. Todo podría llegar a parecer un ‘sin sentido’ si nos faltaran las ‘chispitas’ del Tabor.
Jesús sube con tres discípulos a una montaña alta. Sube para hacer oración y estar más cerca del Padre.
Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Y vuelve a resonar la misma voz del cielo del
día del bautismo de Jesús: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.
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Cuando Jesús se transforma en aquel monte, Pedro dice: ¡qué hermoso es estar aquí! Estaba cercano a
lo que Jesús y el Padre del cielo eran de verdad. Se le había abierto la mente a la luz y a la vida de Dios.
Lo mismo sus compañeros: eran felices porque estaban cerca de Dios, porque la luz que era Jesús les
envolvía.
Si la luz que es Cristo nos ilumina por dentro, no nos dejaremos deslumbrar por otros resplandores, por
mucho que nos ofrezcan. Si nos dejáramos iluminar por esta luz, también nosotros repetiríamos las
palabras de Pedro, porque es la cercanía de Dios lo único que nos puede dar la felicidad.
Sólo desde esa experiencia de ‘montaña’ se puede vivir la utopía del mensaje de Jesús; se puede estar a la
escucha de lo que Jesús nos pide hoy
EL MIEDO DE LOS TRES DISCÍPULOS Y EL REGRESO
Ante las palabras del Padre, centro del relato, la reacción de los discípulos es de espanto: cayeron de
bruces (Dan 8, 17). Tienen miedo a morir por haber recibido un oráculo divino, según la creencia del
antiguo Testamento (Is 6, 5). Siguen pensando como entonces; son víctimas de las ideas religiosas que
han recibido y que les impiden conocer a Dios.
Levantaos, no temáis. ¿Cómo temer a un Dios que es Padre y Amor, y que no quiere ser otra cosa? Un
Padre que no busca más que el bien de sus hijos, precisamente porque es el Amor.
En el monte, Dios descorrió ante los tres discípulos el velo del misterio de Jesús. Un misterio que, en
realidad, sólo resulta explicable desde la resurrección, que constituyó a Jesús en Señor: plenitud de todo
lo humano. La transfiguración es un anticipo de la resurrección y sólo comprensible desde ella. ¿Cómo
entender, sin más, que todo lo verdadero se abre camino en medio de dificultades; que la vida se
encuentra entregándola, que la muerte no es el final de todo?
Y llega el momento de bajar de la montaña. Después de la experiencia excepcional, viene la vuelta a la
normalidad. Después de la montaña viene, necesariamente, el impacto con la ‘llanura’, con la realidad de
cada día, con las ocupaciones ordinarias. Entonces, ¿es como si no hubiera pasado nada? Al contrario, ha
sucedido algo decisivo. Todo, aparentemente, es como antes y, sin embargo, nada volverá a ser lo mismo.
Esa experiencia luminosa continua alentando en la oscuridad de la vida cotidiana.
Jesús ha mandado a sus discípulos que no hablen de aquella visión; pero no les ha prohibido llevar
‘dentro’ este recuerdo luminoso, tener viva en el corazón aquella imagen resplandeciente.
El que ha estado en la ‘montaña’, el que ha trepado por altos senderos solitarios, el que ha admirado
amplios panoramas... cuando vuelve a la llanura, al asfalto, al ruido de la vida vivida a medias, siente
cómo se le estrecha el corazón y experimenta una sensación de ahogo. Todo le parece pequeño y vulgar
en comparación con las cosas que ha contemplado ‘allá arriba’ Y se niega a acostumbrarse. Porque
cuando la luz se apaga y bajan del monte, permanece encendida en ellos la frase oída al Padre. El camino
del creyente se ilumina con estas palabras, a pesar de las muchas dificultades y sufrimientos que tenga
que superar. La lámpara de la fe no elimina la ‘noche’, pero permite caminar.
Es la experiencia que pueden tener todos los que alguna vez hayan estado en la ‘montaña’, y han tenido
que bajar a la vida cotidiana, a sus ocupaciones diarias, a sus acostumbradas rutinas; y encarnar en la
realidad concreta y desilusionante el elevado ideal experimentado arriba.
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Es el drama de la ‘llanura’, que nos invita a ceder, a adaptarnos, a uniformarnos. Sólo permanecen los
que aman el ideal por encima de todo lo demás y tratan de llevarlo adelante, aunque lo vean encarnado en
una realidad repugnante, aunque no sea comprendido ni por los que más debían ‘saber’. Tratan de
conservar intacta la luz que han contemplado en lo alto.
Pero es necesario haber estado en la montaña... Sólo el que ha respirado el aire puro de las alturas, logra
seguir superándose en medio de la contaminación de la llanura.
Cada uno tenemos nuestra montaña que subir; cada uno debemos ahondar y hacer nuestro el misterio de
la muerte de Jesús, si queremos alcanzar la vida plena, la resurrección. Jesús, el Hombre Nuevo, es
nuestra única garantía, porque él ya consiguió la vida en plenitud y para siempre.
Pero, parece que a la montaña son pocos los que se deciden a subir... Hay que pagar el precio de la
soledad y la fatiga... Si queremos subir, para seguir a Jesús, tendremos que aprender a caminar solos.
ABRÁN OBEDECE, SIN SABER A DÓNDE TENDRÁ QUE IR
“El Señor dijo a Abrahán:
-Sal de tu tierra
y de la casa de tu padre
hacia la tierra que te mostraré.
Haré de ti un gran pueblo,
te bendeciré, haré famoso tu nombre
y será una bendición.
Bendeciré a los que te bendigan,
maldeciré a los que te maldigan.
Con tu nombre te bendecirán
todas las familias del mundo.
Abrahán marchó, como le había dicho el Señor.”
(Gén 12, 1-4)
Hoy, en la primera lectura, un hombre anciano recibe una invitación y se le ofrece una misión difícil de
comprender y de realizar. Y Abrán obedece, sin saber a dónde tendrá que ir. Acepta; quiere ser buen
amigo de Yahvé. Irá sabiendo que, con frecuencia, Dios pide cosas duras y exige plena confianza en él.
También experimentará que bendice a quien le acepta y obedece de corazón.
Abrán procede de Ur, en Caldea. Su padre, Téraj, se había establecido en Jarán (Gén 11, 31), a unos
1.500 Km al norte de Ur; ciudad en la que funcionaron los más antiguos tribunales y parlamentos
conocidos por la historia, se elaboraron las primeras legislaciones sociales, la agricultura alcanzó la
mayor perfección técnica conocida hasta entonces. Si el futuro patriarca pasó su juventud en este lugar,
creció en el medio más cultivado del mundo conocido.
La vocación de Abrán, al igual que toda vocación, empieza con una llamada, que puede presentarse de
muchas formas. Pero siempre es una llamada a desinstalarse, a despojarse, a ponerse en camino; siempre
es una llamada a la superación. Y Abrán se puso en camino. Como tantos y tantos, que creyeron y creen.
A Yahvé le gusta hablar en futuro. Son sus promesas. Dios le pondrá el nombre de Abrahán, porque será
‘padre de una muchedumbre de pueblos’ (Gén 17, 5). ¿Cómo podría suponer que él, un beduino viejo y
casado con una mujer estéril, llegaría a ser padre de un gran pueblo?
Abrahán, nuestro padre en la fe, es un modelo inigualable de una religión dinámica, de ‘llamada’. Su
historia es un ejemplo a imitar por el pueblo de Israel, por la Iglesia y por todos los creyentes. Porque,
creyente es el que, como el patriarca, decide ponerse en camino cada día, el que acepta el riesgo, la
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aventura; es el que se despoja, se expone a todas las intemperies, a todos los peligros... porque sabe que la
fe nos invita a vivir en la inseguridad.
La prueba decisiva para la fe, si ahondamos en la vida de Abrahán, es el tiempo. El patriarca cree, pero el
tiempo pasa y las posibilidades de la promesa se reducen cada vez más, hasta desaparecer por completo.
Y él sigue creyendo. Dios no tiene prisa en cumplir sus promesas. Parece incluso que las olvida.
Son -¿somos?- muchos los que, cuando cae la ‘noche’, y la realidad desmiente sus sueños, renuncian a la
esperanza, caen en el desaliento y tratan de olvidar siguiendo otros derroteros.
Parece que Dios realiza sus promesas cuando ya no queda ninguna esperanza. Promesas que van siempre
precedidas de una gran exigencia, tanto más fuerte cuanto mayor es el don ofrecido. Dios quiere
llenarnos, pero antes debe producirse el vacío total.
Porque es preciso que se agoten todas las
posibilidades humanas, que no quede ya ninguna; que la realidad más brutal desmienta todas las
promesas, queme todos los sueños para que se haga realidad ‘lo imposible’.
Todos estamos invitados a salir de ‘nuestra tierra’, de todo aquello que nos resulta tan conocido y tan
querido. Hemos de ‘salir’ de nuestras costumbres religiosas, de nuestras seguridades ideológicas, de todo
aquello que nos dé seguridad frente a Dios. Dios es siempre más de lo que pensamos y deseamos, y
siempre está ‘más allá’.Tenemos que despojarnos de nuestra cultura, de nuestros bienes, de todo poder.
Para caminar hacia Dios, y más teniendo en cuenta que el camino es de ‘montaña’, tenemos que llevar el
mínimo de ‘equipaje’. Y provistos de este mínimo necesario, hacer silencio en nuestro caminar para
escuchar a Dios en el corazón, o el grito de los ‘sin voz’, o las señales de la historia...
PREDICAR EL EVANGELIO, SIN REBAJAS, ES SIEMPRE ARRIESGADO
“Querido hermano:
Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te
dé. Él nos salvó y nos llamó a una vida santa no por nuestros méritos, sino porque
antes de la creación, desde el tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia,
por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado por medio del
Evangelio, al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó
a la luz la vida inmortal.”
(2 Tim 1, 8-10)
Pablo ha envejecido y vive inquieto ante el porvenir de su obra, lo que hizo suponer a algunos que no era
él el autor de las cartas a Timoteo; aspecto que hoy nadie duda.
Cuando Pablo escribió esta carta, la Iglesia apenas estaba institucionalizada. La carta refleja los cambios
que se están introduciendo en la Iglesia primitiva, ante la cercanía de la desaparición de los apóstoles,
cuando era necesario establecer relaciones concretas entre las comunidades y su jerarquía. Una jerarquía
que se definía por su servicio al Evangelio y su deseo de prolongar de alguna manera la manifestación de
la humanidad de nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte, abriendo un camino inesperado a la
vida en plenitud y para siempre: la vida inmortal.
La responsabilidad de dirigir la comunidad no debe recaer sólo en los que estén más capacitados para
administrarla y para dirigir su liturgia y su catequesis, sino, y sobre todo, en los que estén más decididos a
servir a la proclamación de la ‘buena noticia’ de Cristo, Señor de la vida.
Pablo ejerce sobre las comunidades que él ha fundado, y sobre algunas otras, una autoridad soberana.
Con frecuencia, envía a ellas a algunos de sus discípulos como delegados suyos, especialmente a
Timoteo, que gozan de plenos poderes al estar revestidos de una imposición de manos.
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El objetivo principal de esta segunda carta a Timoteo es exhortar a perseverar en el camino emprendido y
a luchar contra el desaliento ocasionado por los peligros interiores y exteriores. Los peligros eran ciertos,
y se recuerda el ejemplo de Pablo que ha tenido que realizar su misión en circunstancias parecidas a las
que está pasando la comunidad. Él es testigo de que la ayuda de Dios no falla y lo recuerda con dos
palabras claves: Él nos salvó y nos llamó. Salvación y llamada que Dios ha dejado a nuestra libertad y
responsabilidad y que no podemos degradar dejando de vivir como hijos de Dios.
Pablo revela a Timoteo que predicar el Evangelio –sin rebajas- es tarea ardua y arriesgada, porque
provoca la reacción de fuerzas contrarias, aparentemente más poderosas. Por eso, necesitará, además de la
llamada de Dios, las fuerzas que Dios te dé, que nunca le faltarán si no pone impedimentos. No puede
asumir esta vocación confiando en sí mismo, en sus propias capacidades.
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DOMINGO TERCERO DE CUARESMA
ENCUENTRO CON LA SAMARITANA
EL SER HUMANO SIEMPRE TENDRÁ SED
¿Quién podrá medir toda la sed del mundo en que vivimos? Si pensamos en términos materiales, el agua
es cada día un bien más escaso, con las consecuencias que lleva consigo de sequías, de hambre, de
muerte. Esta sed es una plaga para millones y millones de personas en los países más desfavorecidos.
Y si damos a la sed un sentido más profundo, ¿quién podrá conocer toda la sed que padecemos?
Podemos afirmar que el ser humano siempre tendrá sed: de cosas, de posesiones, de seguridades; de
diversiones, de encuentros; de dinero, de riquezas, de poder; de verdad, de justicia, de paz, de amor, de
libertad, de saber, de cultura, de superación; de salud, de vida; de placer, de felicidad; de amistad, de
plenitud, de eternidad; de Dios.
Los humanos tendemos a infinito en todas las direcciones y nada podrá ser nunca nuestro todo. Las cosas
se nos ofrecen para calmar y colmar nuestros deseos, y nos dejamos engañar por ellas. Nos seducen y,
cuando las poseemos, nos desilusionan y nos producen nuevos deseos, más sed. Nada de aquí abajo puede
ser nuestro absoluto Entonces nuestras miradas se vuelven a las personas. Y buscamos en ellas las
satisfacciones que puedan darnos: compañía, vanidad, poder, amor. Pero la satisfacción sigue siendo
imposible.
Además, una de las mayores carencias del cristianismo actual en occidente es la falta de experiencia
religiosa. Son muchos los cristianos que no saben –no sabemos- qué es disfrutar de su fe, sentirse a gusto
con Dios y vivir saboreando el amor de Jesucristo.
Son muchos, entre nosotros, los que ‘creen’ cosas acerca de Jesús, pero no saben comunicarse
gozosamente con su Persona viva.
En las celebraciones litúrgicas, observamos correctamente los ritos externos y pronunciamos palabras
llenas de contenido, pero todo parece que nos resbala. Cantamos –cuando lo hacemos- con los labios,
pero nuestros corazones están ausentes. Recibimos el Cuerpo del Resucitado, sin que se produzca una
comunicación viva con él. No hemos aprendido a saborear, desde lo más profundo de nuestro ser, la vida
que Dios nos ha comunicado en Jesucristo.
Nos movemos en la superficie de la fe, por eso no descubrimos la alegría de ser cristianos. Nos falta
‘algo’, sin que sepamos decir exactamente qué es.
¿Cómo se puede ser creyente sin gozar nunca de la ternura de Dios?
Por otra parte, la sociedad occidental moderna se apoya en una economía de la producción y del
consumo que engendra una visión del mundo y de la vida materialistas, creando una psicología humana
especial.
Esta economía ha llevado al hombre moderno a un estilo de vida y a una sed insaciable de devorar lo que
sea: cachivaches, personas, valores, libros, tiempo, ideas... Esta persona ‘desarrollada’, hostigada por la
propaganda, consume cada vez más y con mayor rapidez, pero sin la capacidad de disfrutarlo.
Los seres humanos llevamos dentro de nosotros mismos un anhelo de trascendencia. Pero, al identificar
nuestra vida con lo que tenemos, poseemos o consumimos, nos hemos vaciado de ese deseo y nos hemos
quedado reducidos a un afán de tener que nos ha llevado a una existencia sin demasiado sentido.
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Necesitamos una experiencia nueva del Espíritu, que nos haga vivir por dentro y nos enseñe a sentir y a
gustar la fe internamente. Un Espíritu cuya presencia no se planifica ni se organiza. No es fruto de
nuestros esfuerzos y trabajos. Un Espíritu al que tenemos que ‘hacerle sitio’ en la vida y en el corazón, en
nuestras celebraciones y en nuestras comunidades; y, también, en nuestra sociedad. Un Espíritu que, de
sed en sed, nos irá enseñando que tenemos que orientar la vida en otra dirección, que tenemos que buscar
otro tipo de relaciones con las personas y con las cosas. E iremos experimentando cómo la sed se calma
en la medida en que buscamos satisfacer la sed de los demás olvidándonos de la propia. La sed se irá
calmando, aunque nunca del todo. Siempre quedará alguna insatisfacción.
Nada ni nadie puede ser, ahora y aquí, nuestro todo, porque hemos sido creados a ‘imagen y semejanza’
de Dios (Gén 1, 26s), comunidad de amor pleno y eterno, porque el Dios trinitario nos dio, al crearnos,
unos sentimientos, unas capacidades que sólo en Ellos podían ser saciadas.
Crecemos como personas en la medida en que somos fieles a nuestra más íntima realidad.
SED DE INFINITO Y PLENITUD
“Llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que
dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob.
Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial.
Era alrededor del mediodía.
Llegó una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice:
-Dame de beber.
(Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.)
La samaritana le dice:
-¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?
(Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.)
Jesús le contestó:
-Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le
pedirías tú, y él te daría agua viva.
La mujer le dice:
-Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua
viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él
bebieron él y sus hijos y sus ganados?
Jesús le contesta:
-El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que bebe del agua
que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá
dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
La mujer le dice:
-Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí
a sacarla.
El le dice:
-Anda, llama a tu marido y vuelve.
La mujer le contesta:
-No tengo marido.
Jesús le dice:
-Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no
es tu marido. En eso has dicho la verdad.
La mujer le dice:
-Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este
monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en
Jerusalén.
Jesús le dice:
-Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en
Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis;
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nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los
judíos.
Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto
verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le
den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu
y verdad.
La mujer le dice:
-Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo.
Jesús le dice:
-Soy yo: el que habla contigo.
En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando
con una mujer, aunque ninguno le dijo: ‘¿Qué le preguntas o de qué le
hablas?’
La mujer, entonces, dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:
- V e n i d a v e r a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será
éste el Mesías?
Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él.
Mientras tanto, sus discípulos le insistían:
-Maestro, come.
El les dijo:
-Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.
Los discípulos comentaban entre ellos:
-¿Le habrá traído alguien de comer?
Jesús les dijo:
-Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su
obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo
os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados
para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para
la vida eterna: y así se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene
razón el proverbio: ‘Uno siembra y otro siega'. Yo os envié a segar lo que no
habéis sudado. Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que
había dado la mujer: Me ha dicho todo lo que he hecho’.
Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos le rogaban que se quedara
con ellos. Y se quedó dos días. Todavía creyeron muchos más por su
predicación, y decían a la mujer:
-Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y
sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.”
(Jn 4,5-42)
Un día Jesús, que sí había ahondado en su verdadero ser de imagen de la Trinidad, se atrevió a proclamar
que él podía calmar la sed de todos los humanos, y a ofrecernos un agua que nos saciara definitivamente.
Nos informó que había, dentro de nuestro corazón, un manantial de agua viva, que él nos ayudaría a
descubrir. E invitaba a todos los sedientos: ‘Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beba’ (Jn 7, 37). Y
desde la cruz, nos gritó su sed universal: ‘Tengo sed’ (Jn 19, 28).
Su evangelio, su buena noticia, es que él puede calmar toda nuestra sed, que puede satisfacer todos
nuestros deseos, que puede ser nuestro absoluto, nuestro todo: nuestro Mesías y Señor.
El agua se ofrece gratuitamente. La Escritura se cierra con esta invitación: ‘Y el que tenga sed, que se
acerque, y el que quiera, reciba gratuitamente el agua de vida’ (Ap 22, 17). Dios si es nuestro todo.
El episodio de la Samaritana, junto con el del ‘ciego de nacimiento’ (Jn 9, 1-41) y la ‘resurrección de
Lázaro’ (Jn 11, 1-45), sirvieron de base a la Iglesia durante siglos para su catequesis más importante: la
preparación de los catecúmenos para su bautismo en la Vigilia Pascua. Se leen, en este ciclo A, los
domingos 3º, 4º y 5º de Cuaresma. En los tres tenemos el mismo itinerario: del agua del pozo de Jacob al
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agua viva de la eternidad; de la luz para los ojos a la luz de la fe; de la muerte a la vida que surge del
sepulcro. También hoy deberían ser los textos básicos para la preparación de los cristianos a la Pascua.
Estos pasajes parten de hechos de vida, de la realidad humana más honda. Hay siempre en ellos un
diálogo y una interpelación personal. Un diálogo que se basa en ‘signos’ que es preciso saber ‘leer’ para
descubrir todo el contenido significado en ellos. Un diálogo que siempre desemboca en el descubrimiento
de Jesús como respuesta a las más hondas aspiraciones humanas.
Juan nos va a describir el encuentro con abundancia de detalles. Todo es normal: mediodía, la hora del
calor y de la sed. Después de un largo viaje, Jesús está cansado y tiene sed. Llega una mujer a buscar
agua... Dame de beber... Si conocieras el don de Dios... él te daría agua viva. La mujer ha entendido
tres cosas: este se cree alguien y le llama señor; tiene que poseer algún secreto importante; presume de
poder sacar agua del pozo. Y le responde en los tres puntos: ¿Eres tú más que nuestro padre Jacob?,
¿de dónde sacas el agua viva?, ¿con qué vas a sacar el agua?
Jesús la ayuda a dar un paso más hacia la verdad: El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el
que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed. No quita valor al agua del pozo; se limita a
declarar su insuficiencia. El agua del pozo de Jacob podía apagar la sed física. Jesús le ofrece un agua de
otra naturaleza, un agua que puede satisfacer las exigencias más profundas del corazón humano, un agua
que no puede comprarse con dinero ni con nada que él represente
La insaciable sed humana no tiene pozos suficientes para saciarse. Jesús nos plantea la desproporción
entre la sed del hombre y las posibilidades que nos ofrecen las criaturas y la sociedad para apagarla. El
corazón humano ha sido creado a la medida de Dios, y todas las posibilidades que nos ofrece la sociedad
nos dejan un enorme vacío, que está necesitando de algo infinito para llenarlo. El agua que nos ofrecen
todos los pozos que se encuentran por los caminos del mundo, solamente nos pueden apagar de momento
la sed. Pero la sed de infinito aparece cada vez con más insistencia y nos exige un agua superior para
acallarla. Frente a las propuestas humanas, Jesús nos presenta las suyas. Al agua del pozo, nos propone el
agua que brota para la vida eterna, un agua hecha de amor, libertad, plenitud, eternidad.
Jesús no condena nuestras pobres alegrías; lo que hace es proponernos algo mejor, más definitivo. Y este
algo tiene que brotar de dentro, porque las ilusiones, el deseo de infinito, lo tenemos dentro de nosotros y
dentro tenemos que descubrirlo. Nos quedaríamos lejos de lo que es la fe si nos limitáramos a un
encuentro con Jesús como con Alguien que está fuera de nosotros. Es fundamental la afirmación: El agua
que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. El
Espíritu que él nos comunica se convierte, dentro de cada persona, en un manantial que da vida y
fecundidad continuamente, un manantial que va desarrollando a cada uno en su verdadera dimensión
humana. Porque la vida verdadera, la que sacia el corazón humano, no está fuera de nosotros: brota desde
dentro de nosotros mismos.
Deberíamos leer lenta y contemplativamente este pasaje evangélico. También nosotros hemos encontrado
a Jesús en nuestro camino, cuando estábamos ocupados en las tareas cotidianas, como la Samaritana que
iba a sacar agua. Y, como ella, tampoco nosotros nos habríamos dado cuenta de su presencia junto al
manantial que todos tenemos dentro, si él no nos hubiera llamado y sorprendido al decirnos que quería
algo de nosotros. Lo que nos hace creer no es ningún esfuerzo nuestro. Creemos porque hay Alguien
dentro de nosotros que nos impulsa a ello, creemos aunque no lo sepamos explicar y a veces pensemos
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que estamos perdiendo el tiempo. Creemos, en definitiva, porque Jesús se ha cruzado en nuestro camino y
ha querido entrar en contacto con nosotros.
Con su promesa de vida eterna, Jesús ha despertado el anhelo de la mujer: Señor, dame esa agua...
La mujer pide ayuda, pide de esa agua. Y Jesús le da su ayuda inmediatamente: Anda, llama a tu
marido y vuelve. Sólo después de haber despertado el anhelo, denuncia el mal. Primero le expone la
calidad de su don, luego le señala los obstáculos para recibirlo. Toca su problema, su pena, para que, al
ser consciente de ello, pueda acoger el Evangelio: No tengo marido. Su vida ni es ejemplar ni es feliz.
El marido representa la búsqueda de seguridades opuestas al designio de Dios, la pretensión engañosa de
querer encontrar soluciones fuera de Dios. El marido jamás podrá dar lo que anhela el corazón humano.
EL CULTO QUE DIOS QUIERE
Señor, veo que eres un profeta. La mujer trata de desviar la conversación hacia controversias religiosas.
Siempre buscamos una escapatoria para evitar una decisión personal. Le plantea a Jesús la gran cuestión
que dividía a los dos pueblos: ¿Dónde se debe adorar a Dios? Cuestión que sigue dividiendo a los
creyentes de todas las religiones y que Jesús zanjó con su respuesta:
Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad. Jesús resuelve el problema
colocándose en otro plano, abriendo unos horizontes insospechados. Si Dios estuviera fuera del hombre,
en una montaña o en un templo... este Dios estaría muerto. Y lo mismo el culto y los ritos que se le
ofrecieran y los adoradores que los celebraran. No podemos estar al servicio de las piedras ni de los ritos.
Dejémonos de lugares sagrados y de discutir si Dios está en nuestra religión más que en las otras... Dios
busca la verdad del corazón humano, y todo culto o fe que no nace de ese corazón verdadero, es un culto
y una fe muertos. Dios se manifiesta en la persona que vive el amor universal.
El verdadero culto a Dios suprimirá el culto samaritano y el judío, para sustituirlo por un culto nuevo: el
culto en espíritu y verdad, que es el culto del amor. El Padre busca esos adoradores, porque busca el bien
de la humanidad y el amor es el bien supremo. El Padre y Jesús son compañeros de camino del que ama.
El nuevo culto consiste en testimoniar que Dios es Padre, viviendo como verdaderos hijos suyos y
hermanos de todos los hombres. ¿Cómo ser verdaderos hijos sin ser, a la vez, verdaderos hermanos?
Una religión cuyo centro no está ni en Jerusalén ni en su templo, sino en el corazón de cada hombre. De
esta forma quedan excluidas todas las hipocresías religiosas, que son muchas, y unidas la fe y la vida.
Soy yo: el que habla contigo. Jesús ha ido siguiendo a la mujer que saltaba de un pensamiento a otro, de
una argumentación a otra. A cada una de sus ideas ha respondido con una imagen superior. Ahora llega a
la conclusión. La revelación ha sido completa. A una mujer repudiada de cinco maridos y que ahora es
concubina de un sexto, Jesús le hace su gran revelación. Con la ‘esposa’ –Israel- no ha podido hacerlo...
LA SED DEL DESIERTO CAPACITA PARA ENTENDER EL VALOR DEL AGUA
“En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés:
-¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros,
a nuestros hijos y a nuestros ganados?
Clamó Moisés al Señor y dijo:
-¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.
Respondió el Señor a Moisés:
-Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva
también en tu mano el cayado con que golpeaste el río y vete, que allí estaré yo ante
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ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña y saldrá de ella agua para que beba
el pueblo.
Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel.
Y puso por nombre a aquel lugar Massá y Meribá, por la reyerta de los hijos de
Israel y porque habían tentado al Señor diciendo: ¿Está o no está el Señor en
medio de nosotros?”
(Éx 17, 3-7)
En la larga travesía por el desierto hacia la tierra prometida –figura de todos los pueblos de la humanidadIsrael ha tenido profundas experiencias y ha descubierto verdades que, para no ser olvidadas, se
transmitían en forma de relatos. En el desierto ha experimentado que Dios estaba con el pueblo, guiándole
y librándole de los peligros.
Durante esta peregrinación por el desierto han sido, y siguen siendo, frecuentes el descontento y la
murmuración del pueblo contra Yahvé. A pesar de los grandes signos del pasado, los israelitas dudan de
la presencia salvadora de Yahvé.
El pueblo vive torturado por la sed del desierto-vida. Se sienten engañados por Dios y se enfrentan con
Moisés. Sufren porque Yahvé no se hace visible. Dudan y temen morir en el desierto. El recuerdo de la
liberación de Egipto, del paso del mar rojo y de la promesa no son suficientes para hacerles confiar ante la
sensación de peligro. Si ahora Dios los salva, su acción salvadora será señal de su poder y de su
presencia. El pueblo pide siempre más pruebas.
Moisés se presenta ante Yahvé, que no condena ni castiga la ingratitud del pueblo. Dios salva al pueblo y
deja constancia de que está en medio de ellos, que se toma en serio las dificultades que el hombre se
encuentra para creer.
Sólo quienes han experimentado la sed del desierto –la insatisfacción presente en sus corazones-, están
capacitados para entender el valor del agua –la respuesta a esos deseos ilimitados de sus corazones-, que
se convierten en símbolos de lo único que puede satisfacer profunda y plenamente a los seres humanos.
ESPERAR A PESAR DE TODAS LAS APARIENCIAS
“Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios,
por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a
esta gracia en que estamos; y nos gloriamos apoyados en la esperanza de la gloria
de los hijos de Dios. La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.
En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado,
Cristo murió por los impíos; -en verdad, apenas habrá quien muera por un justo;
por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir-; mas la prueba de que Dios
nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.”
(Rom 5, 1-2. 5-8)
El capítulo 5 de la carta a los Romanos se centra en la salvación fruto del amor de Dios. Presenta la
justificación como garantía y prenda de esa salvación. Si Dios nos ha mostrado su amor cuando éramos
pecadores, con mayor razón lo hará ahora que hemos sido justificados por la sangre de Cristo.
La segunda lectura de hoy afirma nuestra justificación por la fe, el acto más decisivo de Dios para el
futuro de la humanidad.
El primer efecto de esa justificación es la paz con Dios, que pone fin a la angustia del pecado y a la
enemistad con Dios. El origen de esa gracia de la justificación y de la paz es Jesús (v 1). El segundo
efecto es la esperanza de la manifestación final de la gloria de los hijos de Dios (v 2), que comporta: la
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resurrección del cuerpo, la vida eterna y la gloria de la visión de Dios. Esperanza fundada en el amor de
Dios, derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. El cristiano es,
pues, el hombre de la esperanza contra toda esperanza.
Los judíos esperaban la justificación para el futuro escatológico. Pablo manifiesta toda la diferencia que
separa la fe del judío de la del cristiano. La justificación no es ya objeto de esperanza: es un hecho pasado
que se vive en realidades presentes y que desemboca en una nueva esperanza, insospechada para Israel.
Entre los frutos actuales de la justificación adquirida por Cristo, Pablo menciona la paz y la gracia. La
paz sucede al estado de enemistad en la que el pagano y el judío estaban inmersos antes de Cristo; la
gracia hace que vivan en la amistad de Dios quienes habían estado apartados.
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DOMINGO CUARTO DE CUARESMA
EL CIEGO DE NACIMIENTO
CIEGOS DE NACIMIENTO SOMOS TODOS
Los seres humanos necesitamos aprender a ver la realidad tal cual es, si queremos vivir, sentir y
comunicarnos con los demás desde la profundidad del espíritu. Aprender a ver significa saber habitar en
el mundo y convivir con las personas y con las cosas; aprender a existir como peregrinos, en un mundo
lleno de misterios, de ‘presencias’ del Creador.
Un ciego de nacimiento es una persona invadida por las tinieblas, que nunca ha visto una luz, un color,
un cielo lleno de estrellas, una mirada llena de ternura... Pero no es ésta la ceguera evangélica.
Ciegos de nacimiento somos todos los seres humanos. Hemos construido una sociedad increíble:
desigualdades económicas, guerras, muertos de hambre, analfabetismo, religiosidad de ritos vacíos... en la
que vivimos confortablemente. Vemos muchas cosas, pero se nos escapan las más importantes y lo más
importante. Nuestros ojos se fijan en las apariencias, pero no ven el corazón de las personas, el misterio
de la vida. Nuestros ojos ‘miran’, pero no ven más que lo que quieren que veamos los ‘dominadores’ de
turno.
Para ver la realidad, que sólo conoce el Padre, necesitamos otros ojos y otra luz. ‘Sólo se ve bien con el
corazón. Lo esencial es invisible a los ojos’ (Saint Exupéry, en el ‘Principito’)
La vida es ‘sacramento’ –signo visible de una realidad invisible-, pero nos quedamos en lo accidental. Lo
verdaderamente importante se nos escapa. Nos fijamos en las grandezas y no vemos la importancia de las
cosas sencillas; esas cosas que conforman el tejido de nuestras vidas.
Somos ciegos incluso para nosotros mismos. Nos da miedo descubrir nuestra verdad y cultivamos las
apariencias y vivimos en ellas. Por eso nos molesta tanto cuando alguien nos hace ver lo que somos.
Somos ciegos porque no ‘vemos’ a Dios, presente en todos y en todo lo que nos rodea, como una caricia,
como la realidad más íntima. Ciegos al seguir confiando en el tener y en el poder, al no descubrir una
sociedad alienante, unos políticos que se evaden de lo que urge de verdad, unas guerras y alianzas
presentadas como necesarias, una contaminación y unos armamentos que nos están destruyendo, unas
injusticias que claman al cielo...
EL CAMINO DE LA FE
“Al pasar, Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.
Y sus discípulos le preguntaron:
-Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?
Jesús contestó:
--Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras
de Dios. Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha
enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy , en el
mundo, soy la luz del mundo.
Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en
los ojos al ciego, y le dijo:
-Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).
El fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo
pedir limosna preguntaban:
-¿No es ése el que se sentaba a pedir?
Unos decían.
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-El mismo.
Otros decían:
-No es él, pero se le parece.
El respondía:
-Soy yo.
Y le preguntaban:
-¿Y cómo se te han abierto los ojos?
El contestó.
-Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y
me dijo que fuera a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé y empecé a ver.
Le preguntaron:
-¿Dónde está él?
Contestó:
-No sé.
Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día
que Jesús hizo barro y le abrió los ojos.) También los fariseos le
preguntaban cómo había adquirido la vista.
El les contestó:
-Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.
Algunos de los fariseos comentaban:
-Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.
Otros replicaban:
-¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:
-Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?
El contestó:
-Que es un profeta.
Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había
recibido la vista hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:
-¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo
es que ahora ve?
Sus padres contestaron:
-Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve
ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco
lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.
Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos: porque
los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a
Jesús como Mesías. Por eso sus padres dijeron: ‘Ya es mayor, preguntádselo a
él’.
Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:
-Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.
Contestó él:
-Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.
Le preguntaron de nuevo:
-¿Qué te hizo?, ¿cómo te abrió los ojos?
Les contestó:
-Os lo he dicho ya y no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo
otra vez?, ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?
Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
-Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros
sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.
Replicó él:
-Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin
embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores,
sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le
abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría
ningún poder.
Le replicaron:
-Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a
nosotros?
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Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le
dijo:
-¿Crees tú en el Hijo del hombre?
El contestó:
-¿Y quién es, Señor, para que crea en él?
Jesús le dijo:
-Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.
El dijo:
-Creo, Señor.
Y se postró ante él.
Dijo Jesús:
-Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven
vean y los que ven se queden ciegos.
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
-¿También nosotros estamos ciegos?
Jesús les contestó:
-Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís que veis,
vuestro pecado persiste”.
(Jn 9,1-41)
Este relato –paralelo al del paralítico (Jn 5, 1-18)- es la explicación del proceso que sigue la fe o
nacimiento en el Espíritu (Jn 3, 6), y que se explicita en el Bautismo. Jesús ha abandonado el templo, ante
el intento de algunos de apedrearlo (Jn 8, 59) y ha vuelto a la clandestinidad.
Los protagonistas de la escena son Jesús, el ciego, los vecinos, los padres y los fariseos. Los diálogos
mantenidos entre unos y otros tienden a manifestarnos el simbolismo del signo realizado: la curación
simboliza la fe; la capacidad de ver a Dios, a los demás, al mundo y a nosotros mismos como somos en
realidad: como somos para Dios. Porque hay dos clases de ‘ojos’ o de visión: los que ven la realidad tal
cual es y los que la ven deformada; los que miran las apariencias de las cosas y de las personas y buscan
esas apariencias (primera lectura), y los que profundizan en los acontecimientos y sacan conclusiones.
Los primeros son ciegos; los segundos, ‘videntes’ porque saben ir viendo lo que hay que ver.
La narración es evidentemente más teológica que histórica. Lo que a primera vista se nos presenta como
el desarrollo plástico de un milagro es en realidad la descripción del camino de la fe, para llegar a Jesús.
Camino que va de la ceguera a la visión. Jesús es la luz para el que es consciente de no ver y está
dispuesto a ver, aunque sea al precio de quedarse solo. Como el ciego, al que los padres no defienden y
los dirigentes excluyen de la comunidad.
El texto se mueve en una paradoja: un hombre, ciego de nacimiento, comienza a ver la realidad tal cual
es, y los que están seguros de tener buena vista, en realidad están ciegos.
Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Sucede en sábado, como el del paralítico de la
piscina. El ciego es también mendigo; su dependencia de los demás es total. Y, encima, la gente decía que
aquello le ocurría como castigo de Dios.
Jesús niega toda conexión entre culpa y enfermedad, oponiéndose a lo que enseñaban los rabinos y creía
-¿seguimos creyendo?- el pueblo en general. La enfermedad no es un castigo de Dios, ni el enfermo un
pecador mayor que los demás, ni sus padres unos malditos.
Este ciego de nacimiento representa a todos los humanos que desde siempre han vivido y viven
sometidos a la opresión y a la manipulación de los medios que deberían ser de comunicación y ayuda; a
todos los que carecen de posibilidad de salir de esa situación al no conocer alternativa. Ni él ni sus padres
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son los causantes de esa ceguera. Son otros los culpables: los dirigentes religiosos, capitaneados por los
fariseos, como quedará claro al final del relato.
A diferencia de la curación del paralítico, la curación del ciego no se va a realizar por un simple
mandato. Jesús le cubre los ojos con un poco de fango hecho de barro y saliva, y lo manda a lavarse a la
piscina de Siloé: quiere que el ciego opte libremente en favor de su curación.
Jesús actúa sin preguntarle ni exigirle nada antes. Siendo ciego de nacimiento no sabe lo que es la luz,
por lo que tampoco puede desearla ¿Cómo vamos a desear lo que no creemos que existe?
¿Por qué emplea este tipo de emplasto cuando estaba prohibido usarlo en sábado y aquel día lo era?
Quiere poner de manifiesto su libertad respecto a las leyes del reposo sabático y la falsedad de la
casuística rabínica.
Con su acción, Jesús invita al ciego a realizarse según el plan de Dios. Si acepta, deberá ir a lavarse a la
piscina; es decir, renunciar a todo lo que ha sido hasta ahora.
El ciego, al que todos consideraban incapaz de hacer algo por sí mismo, siguió las instrucciones de Jesús
y volvió con vista: está en camino de su integridad humana. Ha dado un paso importante hacia Jesús. Ha
logrado la capacidad de comenzar a ver lo que verdaderamente es el hombre y el mundo, lo que le
permitirá distinguir los verdaderos valores de los falsos, el evangelio de Jesús de nuestro desvirtuado
cristianismo.
Cuando volvió, Jesús ya se había ido. Jesús ayuda sin crear lazos de dependencia obligada. Lo ayudó a
que él mismo abriera los ojos y descubriera la corrompida realidad que le rodeaba y que le había tenido
oprimido. Ha comenzado su ‘nuevo nacimiento’ (Jn 3, 3) y todo serán dificultades. Pero todas las que se
le presenten no podrán apagar la ilusión que se ha encendido dentro de él. Ya tenía los ojos abiertos, pero
aún no estaba en la luz.
Con trazos simples y breves se nos ha hecho una descripción clara de la situación en que vive el hombre
del pueblo, alienado por yugos tan sutiles que hasta tienen apariencias de humanistas y religiosos.
Jesús da al hombre opción para que sea él mismo. Es la propia persona la que tiene que ver la vida como
es, sin sentirse dependiente o ligado a nada ni a nadie, obrando siempre según su propia conciencia.
LOS INTERROGATORIOS
El ciego ve. Se maravilla ante todo lo que descubre. Es feliz... Pero su alegría dura poco. Su curación
provoca asombro y estupor entre la gente que lo conocía e indignación y miedo entre los dirigentes.
La curación ha producido en él un cambio tan profundo, que los vecinos dudan de su identidad. Pero él,
feliz, decía a todos: Soy yo. La duda de los conocidos simboliza el cambio que produce en el hombre el
Espíritu cuando se apodera de él: siendo el mismo, es otro. Lo que debiera ser normal en una sociedad, es
causa de perplejidad: un hombre que ‘ve’.
Quieren saber cómo ha sucedido. ¿Es posible evadirse de la sociedad de consumo y de la religiosidad
alienante y poder ser hombre libre? ¿Posible desmontar el ‘bunker’, desde el que pretendemos vivir la fe,
y transformarlo en un ‘solar edificable’ desde el evangelio de Jesús, sin rebajas? Esa parece ser, más o
menos, la pregunta que le hacen los vecinos.
De cuando en cuando aparecen en las comunidades humanas y cristianas personas que, de pronto,
descubren la trampa en la que han sido engendrados; superan las apariencias de la sociedad y de la
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religión y su mirada se dirige al interior de los acontecimientos y al interior del corazón humano. Se les
suele tratar como locos e insensatos, imprudentes, ingenuos o utópicos... pero son los profetas que surgen
en todas las épocas y empujan la historia hacia adelante.
¿Qué ven estos hombres que antes no veían? ¿Qué ven que otros no ven? Ven el fondo de la sociedad en
que viven, la causa de todo lo que acontece, los verdaderos intereses que están detrás de tantos bellos
discursos y palabras. Ven la trampa de la propaganda... Por eso, son considerados por los dirigentes como
un peligro social: pueden ayudar a otros a ver y a deshacerse de la opresión que consideraban inevitable.
El hombre curado enumera las acciones de Jesús, al que de momento considera un hombre como él. La
gente siente interés por el taumaturgo y quiere saber dónde está. Pero el hombre curado no lo sabe. Jesús
se ha marchado dejándole en libertad para que rehaga la vida a su gusto.
El hombre curado es conducido a presencia de los fariseos, autoridad competente para todas las causas
que tuvieran algo que ver con lo religioso. Son, sin duda, miembros del sanedrín pertenecientes a dicho
partido. Al preguntar al que había sido ciego, no buscan la verdad, sino una posibilidad para poder
desvirtuar los hechos y acusar a Jesús. Están determinados a no admitir, bajo ningún concepto, los
prodigios que pueda obrar el galileo. Por eso, no le preguntan sobre el hecho de la curación, sino sobre el
‘cómo’, porque es ahí donde saben que pueden demostrar que ha habido infracción de la ley. No les
importa el bien que ha recibido el hombre. Miran todo lo humano a través de lo jurídico.
Y tú ¿qué dices del que te ha abierto los ojos? Que es un profeta. Aún no ha descubierto toda la
realidad de Jesús, pero ha dado otro paso en su fe en él.
Los fariseos llaman a los padres con la oculta esperanza de que el hecho sea un fraude. Los padres
confirman los hechos, pero rehuyen su interpretación por temor a la expulsión de la sinagoga. Dan una
respuesta evasiva. No se atreven a manifestar su alegría por la curación del hijo: Ya es mayor,
preguntádselo a él.
La realidad de la curación es indiscutible, pero los fariseos no están dispuestos a aceptarla. Para ellos lo
absolutamente cierto es que Jesús, al transgredir el precepto sabático, es un pecador, por lo que no pudo
obrar tal milagro. ¿Qué se hubieran inventado si llega a ser viernes?
Llamaron por segunda vez al que había sido ciego, que opone su experiencia a las teorías de los
fariseos: Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo. No se mete en cuestiones
teológicas, de las que no entiende. Pero lo que no puede negar, por ser evidente, es que su estado actual es
indiscutiblemente mejor que el anterior. ¿Cómo no va a estar ciego un pueblo dirigido por esta ralea?
Ante la obcecación de los fariseos, el exciego les pregunta irónicamente si piensan hacerse ellos también
discípulos de Jesús, ya que tanto se interesan por lo que hizo.
Los fariseos advierten bien el sarcasmo, y le responden con insultos. Ellos son discípulos de Moisés. Con
la ley en la mano, pretenden saber lo que Dios puede y no puede hacer; lo que quiere y no quiere. Siempre
justificándonos con los profetas del pasado para negar a los profetas del presente (Mt 23, 29-32).
Los fariseos no discuten los argumentos del hombre curado porque son irrebatibles: Sabemos que Dios
no escucha a los pecadores... Siempre buscando razones para defender nuestras posturas.
Y lo expulsaron de la comunidad de los ‘ciegos’. Es la única forma de poner fin a la discusión con este
rebelde. Si ve, que se vaya lejos; que no viva más con los otros ciegos. Su vista es un peligro; su
conciencia de hombre responsable es una seria amenaza para la institución que tan celosamente dirigen.
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Al que era ciego, le han abandonado todos los apoyos humanos: los padres, los vecinos, los responsables
religiosos, la comunidad. Lo han tratado como a un guiñapo. Parece que ya no le queda nada, que el haber
recobrado la vista ha sido para él una gran desgracia. Sin embargo, todo ello le ha ido desnudando de
obstáculos para recibir mejor la luz que progresivamente ha ido descubriendo.
Nuestra sociedad actual -¿nuestra Iglesia institución?- no ha cambiado mucho en sus esquemas. Siguen
inquietando las personas ‘iluminadas’. Quizá los admiramos, pero nos alejamos de ellos porque son un
peligro para nuestra estabilidad. Es más fácil buscar un pretexto para condenarlos o, al menos, para
aislarlos... y que todo siga igual.
CREO, SEÑOR
Jesús no se había desentendido del que había sido ciego. No abandona al que ha sido fiel a sí mismo y a
la nueva visión de lo que le rodea. Se enteró que lo habían expulsado y fue a su encuentro.
¿Crees tú en el Hijo del hombre? Es como si le dijera: ¿Crees que se puede ser hombre de verdad y que
alguien ‘encarna’ ese hombre? El recién curado ‘veía’ que ser persona era otra cosa muy distinta a lo que
él había vivido. Le faltaba descubrir el Modelo de hombre que debía imitar para seguir caminando. El
Hijo del hombre es la realidad humana llevada a la máxima perfección por la comunicación del Espíritu;
la meta de todas las aspiraciones humanas; la respuesta a todas nuestras preguntas; la luz y la vida del
mundo. Es lo mismo que decir ‘el Mesías'.
¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Ha descubierto una nueva manera de ser persona y quiere ser
fiel al ideal que ha visto. Pero no se da cuenta de que Jesús se está refiriendo a sí mismo.
Lo estás viendo: el que te está hablando ése es. Jesús se le revela como Mesías, lo mismo que tiempo
atrás lo había hecho con la Samaritana (Jn 4, 26). ¡A un ciego de nacimiento y a una mujer samaritana! Y
le ha sido imposible poder hacerlo a los dirigentes religiosos. La revelación encuentra al hombre
dispuesto a abrazar inmediatamente la fe: Creo, Señor. Y se arrojó a sus pies.
Jesús ha sido para él, sucesivamente, ese hombre, un profeta, el que viene de Dios y Señor. Ha llegado
al final del camino, Poco a poco, a base de aguantar firme, ha llegado a comprender que Jesús, el que le
abrió los ojos, tiene mucha más luz para darle: porque es la luz misma que nunca se apaga, que vale la
pena seguir, porque es la respuesta a toda oscuridad, a toda inseguridad...
Así debería ser el testimonio del creyente: basado en un encuentro, una experiencia, un contacto directo.
Debatimos problemas teológicos o eclesiales, pero no nos ponemos a la búsqueda de ese Jesús, luz que
puede iluminar nuestras tinieblas, a la búsqueda de esa experiencia personal que pueda dar un nuevo
sentido a nuestra vida.
Después de ver a Jesús, dará dos pasos más: ‘ver como Jesús’ e ‘iluminar como Jesús’. Primero, ver las
cosas, los acontecimientos y las personas como Jesús los ve: con su comprensión, profundidad y amor.
¡Cómo cambiaría todo si viéramos con el corazón de Jesús! Segundo, iluminar como Jesús, aunque con
una luz pequeñita...
El ciego había abierto los ojos al lavarse en la piscina. Pero los ojos del corazón no los abrió de par en
par hasta su segundo encuentro con Jesús, al reconocerle como Mesías. Ya pueden caminar juntos. Tienen
los mismos ojos, la misma visión de la corrupción que los rodea, el mismo proyecto de existencia. Por eso
el hombre creyó; porque a Jesús no se le acepta con los ojos cerrados. Se llega a la fe en él después de
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experimentar personalmente la capacidad de salvación-liberación-vida que trae. Es el camino que ha
recorrido el protagonista del relato.
Termina el capítulo con una fuerte acusación a los dirigentes religiosos de Israel. El relato comenzó con
la negación de la relación entre ceguera física y pecado, y concluye con la afirmación de que la ceguera
del corazón sí es causada por el pecado.
El relato es actual, crudo y realista: nadie llega a la luz sin romper las murallas que lo aprisionan dura y
suavemente. El ciego que vio y los ciegos que no vieron, aunque creían ver, son las dos caras de la
realidad de nuestra vida, de nuestro ver parcial. Reconozcamos que no vemos lo suficiente, que
necesitamos de Jesús y de los demás para seguir abriendo los ojos y la vida hacia la realidad de Dios,
encarnada en la historia de los hombres.
DIOS ELIGE LO PEQUEÑO Y LO DÉBIL
“En aquellos días, dijo el Señor a Samuel:
-Llena tu cuerno de aceite y vete. Voy a enviarte a Jesé, de Belén, porque he
visto entre sus hijos un rey para mí.
Cuando se presentó vio a Eliab y se dijo: ‘Sin duda está ante el Señor su
ungido’.
Pero el Señor dijo a Samuel:
-No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. La
mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las
apariencias, pero el Señor mira el corazón.
Hizo pasar Jesé a sus siete hijos ante Samuel, pero Samuel dijo:
-A ninguno de éstos ha elegido el Señor.
Preguntó, pues, Samuel a Jesé:
-¿No quedan ya más muchachos?
Él respondió:
-Todavía falta el más pequeño, que está guardando el rebaño.
Dijo entonces Samuel a Jesé:
-Manda que lo traigan, porque no comeremos hasta que haya venido.
Mandó, pues, que lo trajeran; era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia.
Dijo el Señor:
-Levántate y úngelo, porque éste es.
Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos.”
(1 Sam 16, 1. 6-7. 10-13)
El relato de la unción de David por Samuel como rey es encantador. Hay otros dos relatos de ‘unciones’ a
David, a los que se alude con más frecuencia y que son más admisibles: la de las tribus del Norte –Israel(2 Sam 5, 3) y la de las tribus del Sur –Judá- (2 Sam 2, 4).
Si David ha recibido el poder después de Saúl, desbancando a los descendientes de este último, es porque
Dios lo ha querido. Es posible que algunos profetas posteriores hayan querido presentar la realeza
davídica, tan rica en promesas mesiánicas, como una iniciativa de Dios llevada a la práctica por Samuel.
Esta ‘elección’ acredita el relato de la unción prematura de David.
Samuel consagra a David y se inicia la carrera ascendente del nuevo rey. Las vicisitudes por las que
pasará David hasta ser proclamado rey de Judá y de las tribus de Israel serán muchas y no todas claras;
pero nada impedirá su triunfo.
La lectura de hoy rezuma un ambiente de gozo y alegría. La idea de que el Señor mira el corazón, no las
apariencias nos da la clave para interpretar el relato: los puntos de vista de Dios no son los nuestros.
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Samuel lo comprueba al verse obligado a rechazar a todos los hermanos mayores de David. Estas
preferencias de Dios por los pequeños y los débiles se manifiestan constantemente en las lecturas bíblicas.
Lo temporal y humano forman parte del plan de Dios. Tenemos que tener una visión amplia y profunda
de este plan porque es fácil quedarse en la superficie de las cosas y no pasar más allá de las apariencias.
Llegar a la fe supone ver con los ojos de Dios. Samuel va a casa de Jesé para ungir a uno de sus hijos y
sólo ve el porte y la estatura. Dios mira el corazón y sigue criterios diferentes. Así demuestra que la
‘fuerza’ viene de él y los elegidos no podrán atribuirse ningún mérito.
LLAMADA A CAMINAR EN LA LUZ
“En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como
hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son frutos de la luz) buscando lo que
agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más
bien poniéndolas en evidencia. Pues hasta ahora da vergüenza mencionar las
cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al
descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: ‘Despierta tú que duermes,
levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.”
(Ef 5, 8-14)
Para valorar esta segunda lectura es importante tener presente el profundo sentido que tenía para la
tradición judía la luz y la oscuridad. Hoy esta imagen ha perdido fuerza por la facilidad que nos da la
técnica para vivir iluminados. Ser luz en Cristo suponía un cambio radical de vida, e iluminar.
La oposición entre la luz y las tinieblas es clásica en el cristianismo primitivo, y sirve con frecuencia para
expresar toda la distancia que separa el comportamiento pagano antiguo de la vida del bautizado.
Entre los frutos de la luz, Pablo menciona la bondad, la justicia y la verdad. Estas tres palabras no
designan virtudes particulares, sino la totalidad de la actitud moral en sus relaciones con los demás
–bondad-, con Dios –justicia- y consigo mismo –verdad-. No se limita a pedir a los bautizados que se
mantengan apartados de las obras de las tinieblas. Tienen que denunciarlas y ‘convencerlas’ de
culpabilidad. No basta vivir apartados del mal, hay que atacarlo de frente para llevarlo a la luz.
Si Dios nos ha hecho pasar de las tinieblas a la luz es para que se refleje en toda nuestra vida. La
conversión no puede limitarse a lo exterior; debe implicar toda la vida.
Pablo termina su argumentación con una alusión a un himno litúrgico de los primeros cristianos. Es una
invitación al mundo pagano, envuelto todavía en las tinieblas, a pasar a la luz de Cristo: Despierta tú que
duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
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DOMINGO QUINTO DE CUARESMA
RESURRECCIÓN DE LÁZARO
LA MUERTE ES EL ENEMIGO QUE LE QUEDA POR VENCER.
“Un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana,
había caído enfermo. (María era la que ungió al Señor con perfume y le
enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.)
Las hermanas le mandaron recado a Jesús, diciendo:
-Señor, tu amigo está enfermo.
Jesús, al oírlo, dijo:
-Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de
Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de
que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos:
-Vamos otra vez a Judea.
Los discípulos le replican:
-Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver
allí?
Jesús contestó:
-¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza,
porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta
la luz.
Dicho esto, añadió:
-Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.
Entonces le dijeron sus discípulos:
-Señor, si duerme, se salvará.
(Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del
sueño natural.)
Entonces Jesús les replicó claramente:
-Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí,
para que creáis. Y ahora vamos a su casa.
Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:
-Vamos también nosotros, y muramos con él.
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania
distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido
a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano. Cuando
Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María
se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
-Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero
aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.
Jesús le dijo:
-Tu hermano resucitará.
Marta respondió:
-Sé que resucitará en la resurrección del último día.
Jesús le dice:
-Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto,
vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees
esto?
Ella le contestó:
-Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía
que venir al mundo.
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:
-El Maestro está ahí y te llama.
Apenas lo oyó, se levantó y salió a donde estaba él: porque Jesús no
había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo
había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al
ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al
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sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María a donde estaba Jesús, al verlo se
echó a sus pies, diciéndole:
-Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.
Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la
acompañaban, sollozó y muy conmovido preguntó:
-¿Dónde lo habéis enterrado?
Le contestaron:
-Señor, ven a verlo.
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
-¡Cómo lo quería!
Pero algunos dijeron:
-Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que
muriera éste?
Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba. (Era una cavidad cubierta
con una losa.)
Dijo Jesús:
-Quitad la losa.
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
-Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.
Jesús le dijo:
-¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios? Entonces
quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
-Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me
escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que
tú me has enviado.
Y dicho esto, gritó con voz potente:
-Lázaro, ven afuera.
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas y la cara envuelta
en un sudario. Jesús les dijo:
-Desatadlo y dejadlo andar.
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había
hecho Jesús, creyeron en él.”
(Jn 11,1-45)
Este evangelio, más que historia, es parábola y profecía; no se refiere únicamente a un caso particular,
sino que es anuncio para todos nosotros.
Jesús se va acercando al momento más decisivo de su vida, al final de su actividad pública. Al resucitar a
un muerto, nos revela la máxima epifanía de Dios: dar la vida a los que viven en la muerte.
Es un pasaje cargado de símbolos. Sin fe, la resurrección de Lázaro es un hecho vacío y absurdo. Nos
anuncia la resurrección de Jesús y la de todos los hombres, y el futuro del mundo. Nos invita a una
decisión fundamental. Sólo viviendo el nuevo estilo de vida que nos presenta Jesús la podemos
comprender, más que como un hecho biológico, como un acontecer espiritual. Las resurrecciones de
Lázaro y de Jesús son como el signo anticipado de eso a lo que todos debemos aspirar: vivir aquí y ahora
con la nueva vida del Espíritu.
Sea lo que sea de su realidad histórica, lo importante para nosotros está en ahondar su significado: la
muerte física no es el final de todo.
La enfermedad y muerte de Lázaro representa la universalidad de la muerte física que alcanzó también a
Jesús y a sus seguidores, y que el Mesías de Dios vino a derrotar en su propio terreno. Es el enemigo que
le queda por vencer. Lo logrará muriendo... y resucitando.
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Lázaro enferma gravemente y sus hermanas se lo comunican a Jesús, que tenía un gran afecto a esta
familia. La información incluye una súplica discreta de ayuda. Apelando a la amistad que los une, le dan a
entender que esperan, llenas de confianza, acuda a curarlo.
Jesús comenta la noticia recibida. La enfermedad de su amigo no acabará en la muerte por ser uno de sus
seguidores. Esta enfermedad, destinada a dar gloria a Dios y a su Hijo, será la ocasión para que Jesús
muestre a sus discípulos los profundos fundamentos de la fe; para que perciban todo el alcance del amor
de Dios al descubrir que la vida supera a la muerte.
Los discípulos tendrán una garantía de la
resurrección futura, un anticipo de la de Jesús al ser testigos de lo que acaecerá con Lázaro.
La resurrección de Lázaro será la gota que colmará la oposición de sus adversarios y lo llevará a él a la
muerte en la cruz y, a través de ella, a su definitiva glorificación y la del Padre, artífice principal de la
resurrección del Hijo.
Jesús no parte para Betania hasta el tercer día. No quiere llegar a tiempo. Deja que el hecho de la muerte
se consume. No ha venido a alterar el ciclo normal de la vida física liberando al hombre de la muerte
biológica, sino a dar a ésta un nuevo sentido.
Los discípulos tratan de disuadirlo de volver a Judea. Le recuerdan la intención de los judíos de
apedrearlo. Tienen miedo por Jesús y por ellos. Presienten el final de todo y quieren evitarlo.
Jesús responde al miedo de los discípulos: Si uno camina de día, no tropieza... Para él es aún de día,
aunque ese día toca a su fin. El ‘día’ designa el tiempo de su vida. De las doce horas, está en la undécima:
se acerca la noche de su pasión. Pero mientras no llegue, sus enemigos no podrán nada contra él. De
momento ‘no ha llegado su hora’ (Jn 13, 1), por eso el temor de los discípulos es infundado.
Es difícil hacer reflexionar a personas que tienen miedo, a personas que sólo piensan en su seguridad
personal. El miedo ‘mata’ al hombre, causándole esa muerte interior que lo va destruyendo lentamente al
hacerle perder la confianza y el coraje de vivir. Es verdad que la vida está llena de peligros y que la
muerte es un grave riesgo; pero cuando una persona tiene miedo no hace falta que el peligro actúe: esa
persona está ya derrotada de antemano, muerta. Los discípulos seguirán a Jesús a casa de Lázaro; lo harán
sin convencimiento, muertos por dentro. El abandono vendrá después.
“YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA”
Cuando llegaron a Betania, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. El luto duraba siete días: los tres
primeros estaban dedicados al llanto y los otros, al luto.
Marta le sale al camino. Jesús no le da el pésame, como era costumbre. Marta le llama Señor, le muestra
su pena y le insinúa un reproche. Jesús podía haber evitado con su presencia la muerte de su hermano.
Tiene pesar por no haberle podido tener presente cuando todavía era posible librar a Lázaro de la muerte.
No se queda en la pena: inmediatamente le manifiesta su fe profunda en que Dios le concederá cualquier
cosa que le pida, incluso el volver a su hermano a la vida; pero no se atreve a decirlo expresamente.
Tu hermano resucitará. Marta interpreta estas palabras de Jesús como una alusión a la resurrección de
los muertos que sucederá al final de los tiempos: Sé que resucitará en la resurrección del último día.
Una respuesta que delata decepción. Lo que Jesús le dice lo ha oído muchas veces. Le parece que Jesús la
consuela con la frase que dicen todos. Pero el último día queda lejos...
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Jesús le responde con las palabras cumbre de este relato: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree
en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees
esto? Jesús no se refiere explícitamente a la resurrección del último día. No hacía falta, porque Marta ya
creía en ella. Se identifica con la resurrección y la vida. No es necesario esperar hasta el ‘último día’ para
poseer la vida eterna, como pensaba Marta participando de la creencia del judaísmo. Jesús no viene a
prolongar la vida física; no es un médico ni quiere ser un taumaturgo. Viene a comunicar la vida que él
mismo posee y de la que dispone. Una vida que anula la muerte en la persona que la recibe. Una vida que
es él mismo y que comunica a los que le siguen, y que no se consigue en plenitud más que en el futuro:
sólo entonces se tendrá libre de deficiencias e imperfecciones. Una vida que requiere el nuevo nacimiento
del agua y del Espíritu (Jn 3, 5), y que no tiene nada que ver con la vida biológica. ‘Vida’ y existencia
terrena son en Juan dos realidades completamente distintas. Sin Jesús, la muerte es la ruina del hombre, el
fin de su existencia; para los que creen en él, sólo un sueño.
Creer en Jesús significa aceptar su forma de vida como única norma de la propia existencia. El que lo va
haciendo, se va transformando desde dentro en un hombre nuevo, adquiriendo una calidad de vida
indestructible. Es la salvación-liberación que nos trae Jesús y que solamente podemos ir alcanzando
imitando su vida. En esta liberación no sirven los actos aislados, y menos las solas palabras: es toda la
vida de la persona la que debe estar comprometida en ella. El paso de la muerte a la vida definitiva se va
realizando a través de toda la vida, ‘escuchando’ a Jesús y realizando lo escuchado. Después de la muerte
física, el creyente fiel recibirá, como don del Padre, toda esa vida que ha ido acumulando día a día.
¿Crees esto? Sin resurrección después de la muerte, ¿qué queda de la fe? De este futuro, esperado o
negado, dependen importantes actitudes del presente.
Creer que Jesús es la resurrección y la vida es estar convencidos de que él puede resucitar en nosotros
todo lo que está dormido o muerto; llevar a plenitud todas nuestras verdaderas esperanzas y utopías.
Marta fue a llamar a su hermana María, que sale inmediatamente para encontrarse con Jesús.
Su dolor es más expresivo que el de su hermana: Se echó a sus pies, llorando. Al verla llorar a ella y a
los judíos, Jesús sollozó, mostrando su afecto personal a Lázaro; su dolor por la ausencia del amigo.
Algunos se preguntan por qué Jesús no ha usado su poder para librarle de la muerte. Es el constante
cotilleo de los humanos, siempre dispuestos a poner pegas a todo. Pero están convencidos de su
incapacidad ante la muerte.
Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba. No ha venido a llorar, sino a enfrentarse con la muerte.
Quiere que los ‘muertos’ que le rodean vuelvan en sí y comprendan que la vida es más fuerte que la
muerte.
VICTORIA DE LA VIDA, YA AHORA
Quitad la losa. Marta le advierte que el cadáver ya ha entrado en proceso de descomposición.
¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios? Jesús le había prometido resucitar a su hermano,
pero ella había interpretado sus palabras como anuncio de la resurrección universal. Si cree en él como
‘resurrección y vida’, podrá contemplar ahora los efectos del amor de Dios al hombre: la vida de su
hermano. El creyente, aunque muera, sigue viviendo. Jesús busca en ella un cambio de mentalidad ante la
muerte. El amor del Padre ya ha realizado su obra en Lázaro, pero ella no podrá verla hasta que no llegue
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a creer. La fe es condición indispensable para ver-experimentar personalmente el amor de Dios al ser
humano, manifestado en el don de la vida definitiva.
Padre, te doy gracias porque me has escuchado... Terminada la plegaria Jesús, de pie delante de la
tumba, gritó: Lázaro, ven afuera. El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas...
Este hecho nos manifiesta la plenitud de la obra de Jesús para con la humanidad entera. Nos muestra
hasta qué punto es poderosa la vida que él nos comunica: vida definitiva, que supera la muerte física y así
es ella misma la resurrección.
La reacción lógica debió ser la fe en Jesús de todos los presentes. Sin embargo, el prodigio provocó una
disensión entre los judíos llegados de Jerusalén. Muchos creyeron en él. Pero otros se dirigirán a los
fariseos, los mayores enemigos de Jesús, para informarles del acontecimiento inaudito (Jn 11, 46) Los
incondicionales del orden injusto, los que no se rinden ante las evidencias de los hechos porque no desean
la vida, los ‘muertos’ que buscan la muerte, los preocupados únicamente de sí mismos, los que viven en la
comodidad y sin problemas, los adictos a los ritos externos... fueron con el cuento a los fariseos que
controlaban la situación. Que el hombre tenga vida y sea libre es un escándalo para ellos, un motivo de
inquietud. Denuncian lo realizado por Jesús, siempre preocupado por la existencia del hombre nuevo.
Las consecuencias no se harán esperar. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocarán al sanedrín y
decidirán matar a Jesús (Jn 11, 47-54). A mayor revelación de Jesús le corresponde una mayor oposición
de los dirigentes. Su mayor milagro será la razón última de su muerte en la cruz. El Mesías y la
institución religiosa de Israel son incompatibles. ¿Todas las ‘instituciones’?
“YO MISMO ABRIRÉ VUESTROS SEPULCROS”
“Esto dice el Señor:
-Yo mismo abriré vuestros sepulcros
y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío,
y os traeré a la tierra de Israel.
Y cuando abra vuestros sepulcros, pueblo mío,
sabréis que soy el Señor:
os infundiré mi espíritu y viviréis;
os colocaré en vuestra tierra,
y sabréis que yo el Señor lo digo y lo hago.
Oráculo del Señor.”
(Ez 37, 12-14)
Al profeta Ezequiel, que pertenecía a una familia sacerdotal de Jerusalén, le tocó vivir la época más
trágica y más dura de la historia de Israel: el exilio, al que él también fue llevado.
El pueblo judío, desterrado en Babilonia, ha perdido toda esperanza de liberación; está muerto como
pueblo por el desaliento y el pecado. Los que viven en destierro y en servidumbre están como en un
‘sepulcro’. Pero Yahvé quiere reunirlo de nuevo y vivificarlo. Este será el punto central del mensaje
profético de Ezequiel.
En el destierro, a orillas del Kebar y frente a una vasta planicie, Ezequiel contempla la llanura que se
extiende delante de él y piensa en los osarios en los que los cadáveres de sus compatriotas se secan al sol,
después de haber sido devorados sus restos por las aves rapaces. Es la visión de los huesos secos
reanimados (Ez 37, 1-11): profecía y explicación plástica sobre la vuelta del pueblo judío del destierro.
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La visión de los huesos secos, cuya continuación es la primera lectura de hoy, son como la imagen y la
interpretación de la situación en que se encuentra el pueblo. La imagen es accidental; lo esencial es la
promesa, la interpretación.
En la primera lectura, Ezequiel comunica a Israel la decisión de Yahvé. Anuncia al pueblo que hay un
futuro, que habrá una restauración nacional comparable a una nueva creación que llevará a cabo el mismo
Dios a través de sus profetas.
El mensaje original de esta lectura no es la resurrección de los muertos, tema que se planteará más tarde,
sino la promesa que hace el profeta en nombre de Yahvé a los desterrados en Babilonia sobre la vuelta del
exilio.
Un discípulo de Ezequiel, inspirado en Isaías (26, 19), añadió dos versículos de los tres que tiene la
lectura de hoy, que transforman el pasaje en una profecía de la resurrección de los muertos (vv 12-13),
motivo por el que se ha elegido esta lectura para este domingo.
Yahvé responde a las dudas del pueblo con la visión de los huesos secos: Si puede hacer revivir estos
huesos, más fácilmente podrá hacer revivir-reunir al Israel disperso.
La situación histórica de Israel en el destierro era difícil de entender y de aceptar, como tantas
circunstancias de la vida e historia de la Iglesia y de cada uno de nosotros.
Cuando nos encontremos deprimidos o incapacitados, tristes o desencantados, hundidos en las fosas del
vacío y de la duda, de la amargura y de la soledad... que resuene en nosotros esta promesa.
CREER EN JESÚS SIGNIFICA PARTICIPAR EN SU RESURRECCIÓN
“Los que están en la carne no pueden agradar a Dios
Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de
Dios habita en vosotros.
El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu
vive por la justicia.
Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros,
el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros
cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.”
(Rom 8, 8-11)
La segunda lectura está tomada de la carta a los Romanos. Es clásica la contraposición que hace san
Pablo entre carne y espíritu –o Espíritu-. Con el término carne designa todo lo que hay en nosotros de
pecaminoso, de apetitos desordenados, de oposición a Dios. Con la palabra espíritu, todo lo que en el ser
humano hay de divino. De ahí que el Espíritu sea la norma de comportamiento cristiano, la fuerza
impulsora de toda acción apostólica, el inspirador de todo lo bueno. En este sentido, ambos conceptos
están en total oposición. En el antiguo Testamento, carne indicaba todo lo que en el hombre hay de
mortal, y espíritu lo que hay en nosotros de imperecedero.
En el texto de hoy, Pablo nos dice que hemos sido liberados de la ley del pecado y de la muerte por la ley
del Espíritu. Es la antítesis carne-Espíritu.
La carne (v 8) expresa la tendencia humana a emanciparse del Dios creador, a vivir enfrentados con todo
lo que él representa y a buscar satisfacer nuestros instintos egoístas. Buscamos ser libres y nos sentimos
como atacados por la ley de Dios; es la reacción de la vida según la carne, vida que está abocada a la
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muerte. De esta forma, a causa de nuestro deseo de liberarnos de esta ley divina, hacemos imposible
cualquier ayuda para alcanzar la salvación, la vida en plenitud.
Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu... (v 9). El cristiano, al haber sido justificado
por Cristo, posee un principio interno de vida. No nos dice de dónde procede este principio de vida, pero
podemos afirmar que se refiere al bautismo.
Si Cristo está en nosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive para la justicia
(v 10). Establece un paralelismo entre la muerte a causa del pecado, y el Espíritu, por el que Cristo
llevará adelante en nosotros su obra vivificadora hasta resucitar nuestros cuerpos mortales. La existencia
en el cuerpo va a la muerte, pero la vida en el Espíritu conduce a la plenitud y eternidad. Creer en Jesús
significa participar en su resurrección.
La presencia del Espíritu en nosotros es lo que garantiza la resurrección corporal, por analogía con la
resurrección de Jesucristo, al que el Padre resucitó por el Espíritu (v 11). El ‘justificado’, al poseer este
Espíritu de Cristo, recibirá la misma transformación física en su cuerpo. La resurrección de Cristo es
garantía de la nuestra. Ya no podemos realizar las obras de la muerte-carne. Tenemos que ‘morir’ a la
muerte, a todo lo que produce muerte (pecado), para vivir en el Espíritu. Es el misterio de la Pascua: paso
de la muerte a la vida en plenitud.
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DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
ENTRADA MESIÁNICA DE JESÚS EN JERUSALÉN
ENTRAMOS EN LA ÚLTIMA SEMANA
“Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de
los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles:
-Id a la aldea de enfrente, encontraréis en seguida una borrica atada
con su pollino; desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo, contestadle
que el Señor los necesita y los devolverá pronto.
Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: "Decid a la hija
de Sión: Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un
pollino, hijo de acémila'.
Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús:
trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos y Jesús se montó.
La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas
de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás
gritaba:
-¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Viva el
Altísimo!
Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada:
-¿Quién es éste?
La gente que venía con él decía:
-Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea.”
(Mt 21,1-11)
El domingo de Ramos abre la gran semana cristiana, con la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén.
Todos los contrastes y paradojas que acompañan a la vida y enseñanzas de Jesús tienen su máxima
expresión en la semana que hoy comenzamos.
Juan es el único que precisa el día del acontecimiento: el día siguiente de la unción en Betania (Jn 12,
12), ocurrida ‘seis días antes de la Pascua’ (Jn 12, 1). Estamos en la semana final y el desenlace se acerca.
Como siempre en estas fechas, la ciudad estaba repleta de forasteros.
Esta entrada de Jesús en Jerusalén es un acontecimiento confuso y contradictorio. Los apóstoles y el
pueblo entienden que Jesús accede a sus pretensiones políticas. Pero pocos días después, el viernes,
quedará claro el mesianismo de Jesús: nunca ese mesianismo triunfal, político-religioso, tan extendido
entonces y ahora.
Si exceptuamos algunos escritos proféticos -principalmente Isaías, y como ejemplo la primera lectura de
hoy-, que presentaban la imagen de un Mesías humilde y sufriente, liberador del pecado del pueblo,
obediente a Dios y servidor de los hombres, la visión mesiánica del pueblo era esencialmente política y
conquistadora. La actitud de los apóstoles es buen ejemplo de ello: hasta el día de la muerte de Jesús
siguieron aferrados a su esquema teocrático del poder religioso-político. Comprenderán después de su
resurrección, a cuya luz escribieron los evangelistas.
El mesianismo de Jesús consistió en anunciar el reino de Dios, sin buscar su propio triunfo. Si lo hubiera
buscado, habría traicionado el designio salvador de Dios.
Jesús anuncia el reino porque era consciente de que las estructuras humanas eran incapaces de generar
seres humanos verdaderos -¿no lo siguen siendo ahora?-; y porque creía que los hombres, con la ayuda
del Espíritu, podrían realizarse como tales.
Su resurrección será el gran signo de la posibilidad de transformación inherente en el ser humano.
Este texto evangélico nos muestra la soledad de un Mesías incomprendido.
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Jesús había resucitado a Lázaro (Jn 11, 1-44); acción que le presentaba como vencedor de la muerte.
Como consecuencia de ella, el sanedrín lo había condenado a muerte (Jn 11, 47-53). Es el vencedor de la
muerte, el Señor de la vida, el que entra en Jerusalén. Es, a la vez, el condenado a muerte por los
dirigentes religiosos del pueblo. La gente sale a su encuentro por el impacto que había provocado la
resurrección de Lázaro. ¡Cuánto tenemos que reflexionar sobre esto!
TODO SE VA CLARIFICANDO DESDE EL AMOR
“Entonces uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos
sacerdotes y les propuso:
-¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba
buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le
preguntaron:
-¿Dónde quieres que te preparemos la cena de pascua?
El contestó:
-Id a casa de Fulano y decidle: ‘El .Maestro dice: Mi momento está cerca;
deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’.
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
-Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.
Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
-¿Soy yo acaso, Señor?
El respondió:
-El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar.
El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a
entregar al Hijo del hombre!, más le valdría no haber nacido.
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
-¿Soy yo acaso, Maestro?
El respondió:
-Así es.
Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a
los discípulos diciendo:
-Tomad, comed: esto es mi cuerpo.
Y cogiendo un cáliz pronunció la acción de gracias y se lo pasó diciendo:
-Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza derramada
por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de
la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi
Padre.
Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos. Entonces Jesús
les dijo:
-Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: ‘Heriré
al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño’. Pero cuando resucite, iré
antes que vosotros a Galilea.
Pedro replicó:
-Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.
Jesús le contestó:
-Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante tres veces, me
negarás.
Pedro le replicó:
-Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.
Y lo mismo decían los demás discípulos.
Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo:
-Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.
Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a
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entristecerse y a angustiarse.
Entonces dijo:,
-Me muero de tristeza; quedaos aquí y velad conmigo.
Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba diciendo:
-Padre mío, si es posible que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero
no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.
Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos.
Dijo a Pedro:
-¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no
caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil.
De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
-Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu
voluntad.
Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque estaban muertos de
sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas
palabras.
Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:
-Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del
hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos,
vamos! Ya está cerca el que me entrega.
Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los doce,
acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los
sumos sacerdotes y los senadores del pueblo. El traidor les había dado esta
contraseña:
-Al que yo bese, ése es: detenedlo.
Después se acercó a Jesús y le dijo:
-¡Salve, Maestro!
Y lo besó. Pero Jesús le contestó:
-Amigo, ¿a qué vienes?
Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de
los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó
la oreja al criado del sumo sacerdote.
Jesús le dijo:
-Envaina la espada: quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que
no puedo acudir a mi Padre? El me mandaría en seguida más de doce legiones de
ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que
pasar.
Entonces dijo Jesús a la gente:
-¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como a un bandido? A
diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.
Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En
aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo
sacerdote, donde se habían reunido los letrados y los senadores. Pedro lo
seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se
sentó con los criados para ver en qué paraba aquello.
Los sumos sacerdotes y el consejo en pleno buscaban un falso testimonio
contra Jesús para condenarlo a muerte, y no lo encontraban, a pesar de los
muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que
declararon:
-Este ha dicho: ‘Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en
tres días’.
El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:
-¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan
contra ti?
Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:
-Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el
Hijo de Dios.
Jesús le respondió:
-Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis que el Hijo
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del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las
nubes del cielo.
Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:
-Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la
blasfemia. ¿Qué decidís?
Y ellos contestaron:
-E s reo de m u erte.
Entonces le escupieron en la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon,
diciendo:
-Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado.
Pedro estaba sentado fuera, en el patio, y se le acercó una criada y le dijo:
-También tú andabas con Jesús el Galileo.
El lo negó delante de todos diciendo:
-No sé qué quieres decir.
Y al salir al portal lo vio otra, y dijo a los que estaban allí:
-Este andaba con Jesús el Nazareno.
Otra vez negó él con juramento:
-No conozco a ese hombre.
Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron:
-Seguro; tú también eres de ellos, se te nota en el acento.
Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo:
-No conozco a ese hombre.
Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús:
‘Antes de que cante el gallo me negarás tres veces’. Y saliendo afuera, lloró
amargamente.
Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo se
reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y atándolo lo llevaron
y lo entregaron a Pilato, el gobernador.
Entonces el traidor sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas
de plata a los sumos sacerdotes y senadores, diciendo:
-He pecado, he entregado a la muerte a un inocente.
Pero ellos dijeron:
-¿A nosotros qué? ¡Allá tú!
El, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó.
Los sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron:
-No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de
sangre.
Y, después de discutirlo, compraron con ellas el campo del Alfarero para
cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía ‘Campo de
Sangre’. Así se cumplió lo escrito por Jeremías el profeta:’Y tomaron las
treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de
los hijos de Israel, y pagaron con ellas el campo del Alfarero, como me lo
había ordenado el Señor’.
Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
-¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús respondió:
-Tú lo dices.
Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los senadores no contestaba
nada. Entonces Pilato le preguntó:
-¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?
Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy
extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente
quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la
gente acudió, dijo Pilato:
-¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?
Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en
el tribunal, su mujer le mandó a decir:
-No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.
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Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que
pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó:
-¿A cuál de los dos queréis que os suelte?
Ellos dijeron:
-A Barrabás.
Pilato les preguntó:
-¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?
Contestaron todos:
-Que lo crucifiquen.
Pilato insistió:
-Pues ¿qué mal ha hecho?
Pero ellos gritaban más fuerte:
-¡Qué lo crucifiquen!
Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando
un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo:
-Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!
Y el pueblo entero contestó:
-¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para
que lo crucificaran.
Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron
alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color
púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le
pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se
burlaban de él diciendo:
-¡Salve, rey de los judíos!
Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y
terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a
crucificar.
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo
forzaron a que llevara la cruz.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir ‘La
Calavera'), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no
quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a
suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un
letrero con la acusación: ‘Este es Jesús, el rey de los judíos’. Crucificaron
con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que
pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza:
-Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti
mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.
Los sumos sacerdotes, con los letrados y los senadores, se burlaban también
diciendo:
-A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel?
Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo
quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?
Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella
región. A media tarde, Jesús gritó:
-Elí, Elí, lamá sabaktani?
(Es decir: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’).
Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:
-A Elías llama éste.
Uno de ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en
vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían:
-Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.
Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo, la tierra tembló,
las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que
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habían muerto resucitaron. Después que él resucitó salieron de las tumbas,
entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y
lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
-Realmente, éste era el Hijo de Dios.
Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían
seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y
María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.
Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era
también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y
Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo
envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se
marchó.
María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del
sepulcro.
A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en
grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
-Señor, nos hemos acordado que aquel impostor estando en vida anunció:
‘A los tres días resucitaré’. Por eso da orden de que vigilen el sepulcro hasta el
tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al
pueblo: ‘Ha resucitado de entre los muertos’. La última impostura sería peor
que la primera.
Pilato contestó:
-Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.
Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del
sepulcro.”
(Mt 26, 14-27, 66)
Los relatos de la Pasión y Muerte de Jesús fueron los primeros que se escribieron en el nuevo
Testamento. Son una interpretación hecha a la luz del antiguo Testamento y desde la experiencia del
Resucitado. Son el primer pregón de la Semana Santa. Nos presentan a Jesús de Nazaret como el Siervo
de Dios esperado.
La figura de un Mesías paciente y derrotado; que los jefes espirituales de la nación lo entregaran a los
paganos para que lo asesinaran; que los propios discípulos lo dejaran solo... era difícil de entender. Mateo,
que escribe para judíos cristianos, va encontrando respuestas en las Escrituras. Tiene empeño en
demostrar que en Jesús se cumplen las profecías. Algunos datos propios de su evangelio son la reacción
final de Judas, el sueño de la mujer de Pilato, los hechos extraordinarios acaecidos a la muerte de Jesús, la
presencia de los guardias en el sepulcro. Mateo quiere que los hechos queden bien probados.
Nos presenta a un Mesías que se somete a las más duras humillaciones y a los más crueles tormentos. Un
Mesías vendido y traicionado por los suyos, abandonado por casi todos, agonizando en Getsemaní entre
sudores de sangre, juzgado y condenado escandalosa y despectivamente por varios tribunales, burlado,
abofeteado, escupido, apaleado, ridiculizado, para terminar muriendo en la cruz.
Pero en este proceso hay una luz que lo ilumina todo: es la luz del amor. Es el amor el que da sentido a
estas lecturas, la clave de interpretación de esta historia. Sin el amor, todo se convertiría en una absurda
tragedia; en una tragedia más de las innumerables que asolan el panorama humano.
Es un amor capaz de explicarlo todo y de convertir esta tragedia en un ‘drama pascual’.
No entenderemos nada de este ‘misterio’ si no ahondamos en el amor latente en cada palabra, en cada
silencio, en cada gesto... El amor de Jesús logrará transformar este mundo de pecado en el reino de Dios;
y lo hará ‘perdiendo’, porque el amor siempre pierde, aparentemente.
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La Pasión sin amor es un crimen más de los poderes de este mundo, de la multitud de ellos que han
cometido, y siguen cometiendo, a lo largo de los siglos. La Pasión con amor es la historia más
apasionante de lo que significa ser persona de verdad en el mundo... y de sus consecuencias.
Ninguna otra religión tiene en su centro una figura martirizada y que experimenta, en lo más profundo
de su ser, el total abandono de Dios.
A medida que se va acercando al final, se aprecia en Jesús una mayor ternura, una mayor sensibilidad y
una mayor expresividad en sus sentimientos. Sus enseñanzas –testamento- tocan fondo: la eucaristía, el
lavatorio de los pies...
Judas se escandalizó de la debilidad de Jesús. ¿Cómo podía estar Dios en Jesús, si todo le salía mal?
¡Qué difícil es quitarnos de la cabeza que Dios no es poder, porque es amor y el amor es lo más opuesto al
poder! ¡Que Dios no ‘triunfa’ de la manera que pensamos nosotros!
La narración de la Pasión de Mateo intenta demostrar la inocencia de Jesús y, como consecuencia, la
culpabilidad del pueblo y de sus dirigentes religiosos y políticos. Manifiesta que todos le traicionan. Sólo
un extraño le ayuda a llevar la cruz y algunas mujeres le siguen de lejos. Jesús queda solo ante el dolor...
No retira ni una palabra de su predicación y va al encuentro con la muerte con plena clarividencia.
Uno de los rasgos que más impresionan de Cristo en su Pasión es su prolongado silencio a lo largo de los
procesos. No calla por miedo, ni por vergüenza, ni por ignorancia, ni por orgullo o desprecio. Quizá calla
porque sabe que la sentencia ya está decidida, que los dirigentes no están dispuestos a escuchar de verdad
a causa de sus resentimientos contra él. No responde a Pilato y renuncia a defenderse. ¿Cómo van a
entender -un servidor del imperialismo romano y unos dirigentes judíos que están a favor de todo lo
contrario- sus planteamientos de libertad, justicia, amor... para todos?
Jesús entrega su vida por la verdad, y para que sus discípulos se vean libres de todo género de esclavitud.
Vive hasta el fondo el reto de hacerlo todo por amor, sabiendo que éste excluye toda fuerza u opresión.
Después de tres horas de silencio, clavado en la cruz, aguardando la muerte, Jesús lanza un grito
desgarrador: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Es el silencio, el abandono de Dios lo que le hace gritar. Ese silencio que aleja de él a tantos de ayer y de
siempre.
Es el grito al que tantas personas atormentadas siguen uniéndose hoy.
Jesús, el Mesías, muere sin librarnos del dolor ni de la muerte; y sin darnos una explicación.
La explicación será el domingo de Resurrección: la del ‘grano de trigo’ (Jn 12, 24) que acaba dando fruto
y renaciendo a una vida superior.
PROFECÍA DE LO QUE SUCEDERÁ SIEMPRE EN EL MUNDO
Lo que sucedió aquella semana, no pertenece al pasado. Es profecía de lo que sucede siempre en el
mundo. Es fundamental leerlo para hoy, con personajes y grupos sociales de hoy En estas páginas del
evangelio estamos también todos nosotros. ¿Con qué personaje nos identificamos? ¿Con qué grupo
religioso o político? El escenario carece de importancia. Vale cualquier situación de nuestra vida,
cualquier respuesta que estemos dando con nuestra actuación a los acontecimientos que nos afecten de
cerca –familia, ambiente de trabajo o estudio, vecinos, grupos...- o de lejos –muertos de hambre o de
violencia en el mundo, opresión de los poderosos sobre los débiles –pueblos o personas-.
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Una diferencia fundamental nos separa de aquellos personajes: tenemos la posibilidad de cambiar:
‘Pilato’ puede no lavarse las manos en adelante; ‘Pedro’ puede decir ‘sí le conozco’, sin miedo a lo que
pueda pasar; ‘Judas’ puede dejar en la mejilla un beso de verdadero amigo; el ‘dinero’ puede quedar al
margen...
La justicia humana –civil y religiosa- procesa y asesina a Jesús, el único ‘justo’. Esto debe hacernos
relativizar todos los juicios de los hombres y sentirnos libres de ellos. Nadie es lo que los demás aplauden
o descalifican; lo que calumnian o alaban. La verdad de las personas está en otro lugar distinto del de
nuestros ‘ficheros y clasificaciones’.
La Pasión de Jesús ilumina y da sentido a la pasión que sufren tantos millones de nuestros
contemporáneos y nos abre el camino para que los que creemos en él nos comprometamos hasta el fondo
con los oprimidos, los pobres y los explotados, y así combatir las raíces humanas del mal-pecado.
Este Cristo resucitará y se convertirá en nuestra esperanza: la cruz terminó en resurrección, el sufrimiento
-¿todos los sufrimientos?- en vida eterna.
EL’ SIERVO’ ILUMINA EL SUFRIMIENTO
“Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado,
para saber decir al abatido
una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los iniciados.
El Señor Dios me ha abierto el oído;
y yo no me he revelado ni me he echado atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
la mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos.
Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido;
por eso ofrecí el rostro como pedernal,
y sé que no quedaré avergonzado”
(Is 50, 4-7)
La primera lectura, tomada del Segundo Isaías (40-55), pertenece al tercero de los cuatro poemas
mesiánicos del ‘Siervo de Yahvé’. Poemas que nos presentan la figura de este Siervo fiel a Dios en medio
de las dificultades que encuentra al proclamar su mensaje.
Es una de las páginas del antiguo Testamento que más nos pueden ayudar para profundizar en la Pasión
de Jesús. El Siervo llama a Dios mi Señor; palabras que encierran mucho cariño y mucha dependencia.
Cada mañana está a la escucha.
La situación de exiliado en que vive, le hace descubrir su misión: reavivar la fe del pueblo, alimentar la
esperanza del retorno a la patria, sostener la lucha por sus derechos. Atento a la llamada de Yahvé y ante
la situación dramática y de oposición que vive el pueblo en el exilio, asume todas las responsabilidades.
La hostilidad de los enemigos llega hasta la violencia física, pero no se desanima. Calla y acepta.
El Siervo, humilde y paciente, dedica toda su vida al bien de los hermanos que viven desalentados. Por
ellos, afronta el sufrimiento y la muerte como expiación de los pecados, causa de todas las injusticias.
Medita cada día la palabra de Dios sin prejuicios, sin resistencias, con el deseo de conocer la verdad y
proclamarla; actitud que le confirma en la entrega a los oprimidos para infundirles confianza. No lo podrá
hacer impunemente: la reacción es violenta. Nada que sea verdadero para todos podremos realizarlo sin
fuertes oposiciones.
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Anuncia la intervención de Yahvé a favor de su pueblo. Con este mensaje quiere estimular la fe y la
esperanza de los de su raza. Es la consolación que el profeta proclama ante los exiliados que sufren una
larga opresión.
Las cualidades humanas y espirituales del Siervo son don de Dios, que le ha dado una fina sensibilidad
para percibir su voluntad y las necesidades de los hermanos; una capacidad de atención y reflexión.
La palabra de Yahvé constituye el centro de su vida y de su actividad: escucha y anuncia; responde a las
dificultades con una actitud de plena disponibilidad, incluso para el sufrimiento, seguro de la intervención
de Dios en el momento oportuno.
Resumiendo: el Siervo aparece como un iniciado en el sufrimiento: ahí están sus espaldas, sus mejillas,
su rostro, que recibirán todo tipo de vejaciones. Pero es fuerte, paciente, sabe encajar. Lleva sobre sí el
dolor del mundo y tiene capacidad para iluminarlo todo desde una paciencia y una confianza sin límites.
De esta forma se siente capacitado para acercarse a los que sufren y están abatidos, y podrá compartir y
decir palabras de aliento.
Finalmente, confía plenamente en el éxito de su misión, porque mi Señor me ayudaba. Su fuerza radica
en la ayuda que recibe del Padre. El cumplimiento en Jesucristo es evidente.
SÍNTESIS DE TODA LA CRISTOLOGÍA
“Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de
Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando
por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se
rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo
levantó sobre todo, y le concedió el ‘Nombre-sobre-todo-nombre’; de modo que al
nombre de Jesús toda rodilla se doble –en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y
toda lengua proclame: ‘¡Jesucristo es Señor!’, para gloria de Dios Padre.”
(Fil 2, 6-11)
No es posible leer esta segunda lectura sin sentir una profunda emoción, una iluminación sobre la
hondura de la vida de Cristo. En ella, Pablo nos transmite un himno que es el fundamento de toda la
‘Cristología’: un Dios que sale de sí mismo, que se despoja de sí mismo, que desciende y se adentra por
los dramáticos caminos humanos; un Dios que se empequeñece, que se vacía, que se anonada, que se hace
esclavo. Un esclavo que es Todo. Un ‘humillado’ que será el ‘exaltado’. El que bajó a lo más profundo,
subirá a lo más alto.
Todo este misterio sólo se explica por el amor de un Dios que quiere salvar a sus hijos, enseñarnos a
vivir de verdad como tales. Pero un Dios que no quiere hacerlo desde arriba y desde fuera, sino desde
‘abajo’ y desde ‘dentro’, desde lo más profundo y oscuro de la existencia humana; no por la fuerza, sino
por el convencimiento.
Nos da una visión global de la historia de Cristo: preexistencia, anonadamiento, hasta la muerte de cruz;
exaltación y adoración porque ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.
Cristo, aunque tenía derecho a ello, no ha querido títulos de superioridad sobre los demás. ¡Cómo
tenemos que aprender los cristianos a tener sus sentimientos de humildad y de amor!
Este texto también nos sirve para profundizar en los poemas del Siervo de Yahvé de Isaías: Pablo, que ha
invitado a los filipenses a la unidad, al amor y a la humildad en sus relaciones personales y comunitarias
(Fil 2, 3-5), ya no apela a la ley: la única ley es Cristo. La norma única de conducta para los cristianos es
la persona, los ejemplos y las enseñanzas del Dios que se ha acercado a nosotros en Cristo.
101
JUEVES SANTO
“OS HE DADO EJEMPLO”
LAS PALABRAS MÁS ENTRAÑABLES Y LOS GESTOS MÁS INOLVIDABLES
En esta tarde de Jueves Santo, celebramos la Cena del Señor. Jesús, la tarde anterior a su asesinato, quiso
celebrar la Pascua con sus amigos. En aquella Cena, en un ambiente de intimidad, pronunció las palabras
más entrañables y realizó los gestos más inolvidables para dejarnos el verdadero amor como su
testamento. Es el apóstol y evangelista Juan el que con mayor detalle nos narra aquel acontecimiento, en
cinco capítulos (13-17) densos en palabras y emociones.
Nosotros, siguiendo su mandato, nos reunimos para recordar y actualizar aquellos gestos y palabras.
Gestos y palabras que no son para guardarlos, sino para comunicarlos y compartirlos. Cristo se nos
entrega para que nos entreguemos.
En esta tarde, el amor de Jesús se desborda, llenándolo todo de ternura y de amor. Un amor que es la
misma persona de Cristo, que se da, se rompe, se entrega por toda la humanidad. Somos amados por Jesús
hasta el extremo. Quien ama y se siente amado –por el Padre- de esa forma, posee las llaves de la Vida.
En aquella Cena se mezclan sentimientos diversos entre sí. Hay sentimientos de intimidad, de ternura, de
amor sin límites... Pero también hay dudas, vacilaciones, miedos, traiciones... Es lo que suele pasar
cuando nosotros andamos de por medio. El Jueves Santo quizás sea esto: Jesús, que una vez más se pone
en nuestras manos, y nosotros, indecisos ante los verdaderos compromisos.
La Última Cena es la expresión del amor de Jesús hasta dar la vida. En ella nos abrió su corazón de par
en par. Un corazón que parece va a romperse a causa de su ternura. Llama a sus discípulos ‘amigos’,
‘hijitos’. Nos enseña a amar hasta el servicio más humilde, lavando los pies a sus discípulos; hasta la
donación y entrega más grande y generosa, muriendo en la cruz. Encuentra el modo de quedarse con
nosotros para siempre, en las especies eucarísticas. Nos invita a un amor como el suyo; un amor que será
la señal y el distintivo de todos los que queramos seguirle. Un amor que es nuestra razón de ser, lo que
más necesitamos vivir cada uno de nosotros y lo que más necesita nuestro mundo. Un mundo al que no
salvará el dinero, ni la ciencia, ni la técnica, ni el poder... sino el amor de Jesús.
Para poder tener parte con él tenemos que ‘dejarnos lavar los pies’ y estar dispuestos a ‘lavar los pies de
los demás’. Que es lo mismo que estar dispuestos a ocupar los últimos puestos; ‘esos’ que siempre están
libres. Y todo esto, no sólo porque nos lo mande Jesús, sino porque nos sale del corazón, porque no
queremos dejar a nadie tirado por los caminos de la vida, porque estamos experimentando que es la única
forma de vivir como verdaderos seres humanos, imagen y semejanza de la Trinidad.
El que no esté dispuesto a servir no puede ser discípulo de Jesús. Porque, ¿cómo comulgar un pan partido
sin dejarnos partir y sin estar dispuestos a dejarnos ‘comer’? No podemos comulgar y vivir al margen de
los sufrimientos del mundo.
TESTAMENTO DE JESÚS
Tres ideas destacan sobre las demás en la Última Cena de Jesús: El Mandamiento Nuevo, la EucaristíaLavatorio de los pies, y la Institución del Sacerdocio.
102
Mucho había hablado Jesús sobre el amor, pero ahora, en su despedida, subraya dos aspectos básicos del
amor cristiano: Debe ser un amor como el suyo. Es a Jesús, a su amor y a su entrega, al que debemos
mirar los creyentes. Nuestro amor debe ser reflejo de aquel que sentía compasión de los hombres, que se
emocionaba, que pasó haciendo el bien, que se acercó siempre al dolor y al sufrimiento del prójimo. Debe
ser un amor que nos lleve a dar la vida por los demás. Porque el amor no es sólo un mero sentimiento
sensible, sino la entrega de la vida por las personas amadas.
El amor a Dios y al prójimo son inseparables, se incluyen mutuamente. El que de verdad ama a Dios
siempre tendrá razones y fuerzas para amar a los demás; el que ama al prójimo de verdad se capacita para
amar a Dios, aunque lo pueda llamar de otra manera (1 Jn 4, 20-21).
Amar al otro es nuestra única ley. ¡Qué liberación y qué fácil lo tenemos! ¡Estamos creados para eso!
¿No somos ‘imagen y semejanza’ del Amor?
El ‘Mandamiento Nuevo’ nos invita a amar con el amor de Jesús: ‘como yo’, ‘hasta el extremo’. El amor
no es amor salvador si no es amor hasta el final. Su prueba es la entrega de la vida por aquel a quien se
ama. Amar porque el prójimo es ‘otro yo’ (Mt 7, 12); porque el prójimo ‘es Jesús’ (Mt 25, 31-46); amar
‘con el amor de Jesús’: hasta dar la vida, de golpe o día a día; amar ‘para hacer amar’, para formar
comunidad, ‘para que el mundo crea’. Sólo deberíamos considerar como persona adulta al que sabe amar
y ama.
Nada hay tan gratificante como el amor. Sólo el amor es capaz de alegrar hondamente el alma. Sólo el
amor es el que da sentido a la vida. El que ama y se siente amado, aunque todo lo demás le falle, puede
ser feliz.
Siempre la supremacía del amor. Cuando falta el amor, todo lo demás pierde su sentido. La Comunidad
cristiana debe ser el gran signo del amor de Jesús. Un testimonio que debe ser comunitario para que sea
cristiano.
La ‘Eucaristía-Lavatorio’: ‘entregado’... ‘en memoria mía’... os he dado ejemplo. Pan, cuyos ‘granos’ se
han molido y comunicado, y vino, de uvas ‘pisadas, machacadas’. Gestos supremos de una entrega. Sólo
entre ‘entregados’ es posible participar en la eucaristía; celebración que nos está pidiendo una entrega
semejante a la de Jesús.
Teniendo en cuenta lo que sucederá en la pasión, la expresión ‘Esto es mi cuerpo’ podría completarse así:
‘esto es mi cuerpo traicionado, herido, hecho objeto de burlas y ultrajes...’ Comulgar con ese ‘cuerpo’
significará siempre, para la comunidad cristiana, asimilar su fuerza de amor y su capacidad de perdón.
Participar de la eucaristía, comulgar, nos exige el compromiso de estar presente en todos los lugares en
que sufra el ser humano. Comulgar es el gesto de cristianos lúcidos y valientes, arriesgados, que se juegan
la vida día a día para levantar a la humanidad caída por tantas injusticias y opresiones. Comulgar tiene
que ser el ‘encuentro’ del ‘entregado por todos’ con ‘entregados’ que tratan de seguir sus huellas. ¿Cómo
celebrar la entrega de Jesús sin entregarnos a los demás?
Iremos entendiendo estos signos sacramentales en la medida en que nuestra vida se vaya asemejando a la
de Jesús, en la medida en que nos vayamos entregando a él... en los otros.
¿Cómo podemos entender esto si no vivimos entregados, si asistimos a las celebraciones eucarísticas
como espectadores o como ‘cumplidores’ de un precepto? De ahí nuestro aburrimiento y nuestras ganas
de terminar cuanto antes.
103
El ‘Sacerdocio’, como ‘puente’ (Pontífice) entre Dios y los hombres: para ‘hablar a los hombres de Dios
y a Dios de los hombres’; para ser ‘los servidores de la Palabra, del Sacramento y de la Caridad’; los
continuadores directos de la obra de Jesús: ‘Haced esto en memoria mía’. Hombres que, para ser fieles,
necesitamos vivir en actitud de libertad y de disponibilidad.
Una libertad, como la de Jesús, para vivir el verdadero amor. Una libertad que se demuestra en el
servicio a todos, porque la libertad y el amor son la misma cosa. Es la ‘otra’ paternidad: la del Espíritu,
que hace padre –creador de vida- de la comunidad cristiana.
Los discípulos creyeron en Jesús no porque entendieran mucho lo que decía, sino porque veían cómo
vivía.
LAVAR LOS PIES, TRABAJO DE ESCLAVOS
“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora
de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban
en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas
Iscariote, el de Simón, que lo entregara), y Jesús, sabiendo que el Padre
había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se
levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego
echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo:
-Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?
Jesús le replicó:
-Lo que hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más
tarde.
Pedro le dijo:
-No me lavarás los pies jamás.
Jesús le contestó:
-Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.
Simón Pedro le dijo:
-Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.
Jesús le dijo:
-Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque
todo él está limpio. También vosotras estáis limpios, aunque no todos.
(Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: ‘No todos estáis
limpios’).
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les
dijo:
-¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ‘El
Maestro’ y ‘El Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el
Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis
lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he
hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.”
(Jn 13,1-15)
Jesús no nos dejó grandes teorías sobre la vida, ni un catálogo de dogmas, ni un código moral, ni un
organigrama que determinara cómo debíamos organizar la comunidad... sino una manera de vivir. Y no
existe otra felicidad, otra alegría, otro auténtico modo de vivir, que el acoger a todos los hombres y
servirlos como él hizo. Todo un programa de vida.
Juan, en su extensa narración de la Última Cena, no nos habla de la eucaristía. Ya lo había hecho en la
sinagoga de Cafarnaún (Jn 6, 51-59). En su lugar, es el único que nos transmite el ‘lavatorio’.
104
Signo de su programa de vida, de su entrega a la humanidad, es su gesto de lavar los pies a sus
discípulos, que nos narra el evangelio de hoy: un trabajo de esclavos, que explica el amor y la libertad de
Jesús. Amor que le lleva a la donación total de sí mismo; libertad que se hace entrega y servicio plenos.
Signo que expresaba, a la vez, la institución de la eucaristía, del sacerdocio y del mandamiento nuevo.
Sólo el que comulga con el hermano puede comulgar con Jesús. El que comulga con Cristo, no sólo con
su cuerpo y con su sangre, sino también con sus sentimientos y actitudes, recibe una mayor capacidad
para amar y para servir.
Este acto de Jesús resume todo lo que fue su vida: servicio y amor a la humanidad. Amor que se expresa
en acciones concretas de servicio. Jesús quiere enseñarnos cuál debe ser nuestra actitud en el mundo, qué
significa amar y ser cristiano.
Al ponerse Jesús a los pies de los discípulos, destruyó la idea de Dios creada por las religiones. Como los
hombres buscamos, casi en general, el poder, el dinero, tener, ser más que los demás, ‘subir’ en la escala
social... nos hemos inventado un dios que colme todos esos anhelos: todopoderoso, rico, dominador... El
Dios de Jesús es otro: es Padre, Amor, Pobre... Y nos invita a servir, a ser pobres, a ‘bajar’ en la escala
social. Un Dios que quiere la igualdad, eliminar todo rango. En su reino no hay amos y criados; todos son
señores, al ser todos servidores. Con Jesús, Dios ha recobrado su verdadero rostro, deformado por
nosotros, que habíamos proyectado en él nuestras ambiciones, miedos, intereses y crueldades.
Pedro quiere mantener los principios que rigen la sociedad: cada uno debe ocupar y defender su puesto,
su rango. Por eso se defiende. Quiere que Jesús sea un jefe al estilo del mundo, mientras que Jesús sólo
quiere en su comunidad a los que sirven y se dejan servir.
Con su acción, Jesús ha revolucionado el mundo de lo religioso. La autoridad, el culto, la institución...
tienen sentido si sirven para que los seres humanos nos desarrollemos como tales y la sociedad se
transforme en beneficio de todos.
Termina el texto evangélico: Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros
también lo hagáis. Porque sólo el amor-servicio puede romper el círculo infernal del miedo y de la
muerte; sólo el amor-servicio puede hacer la vida libre y humana.
LA PASCUA JUDÍA
“Dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
-Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el
primer mes del año. Di a toda la asamblea de Israel: el diez de este mes cada uno
procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado
pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el
número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.
Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito.
Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de Israel lo
matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la
casa donde lo hayáis comido.
Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y
verduras amargas.
Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la
mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.
Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos
del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de
todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.
105
La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la
sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga
exterminadora, cuando yo hiera al país de Egipto.
Este será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en
honor del Señor, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para
siempre.”
(Éx 12, 1-8. 11-14)
Si queremos entender mejor lo que fue esta Cena de Jesús con sus discípulos, debemos relacionarla con
todo lo que nos narra el libro del Éxodo y con los comentarios bíblicos que hablan de ese Éxodo. Un
punto clave para ello es la ‘cena de liberación’ que celebraron los hebreos la misma noche de la salida del
país –Egipto- en el que vivían esclavizados. Desde entonces repetirán cada año esta cena como
‘memorial’; es decir, como recuerdo y exigencia de libertad.
Jesús habría reflexionado mucho sobre el significado de esta cena. Y en la conversación con sus
discípulos les dio a entender qué era lo que buscaba y cómo interpretaba todo lo que estaba sucediendo.
La primera lectura nos describe el ceremonial judío de la comida pascual. El mes de la Pascua toma
medio mes de marzo y medio de abril, que era para los judíos el primer mes del año. Muestra un interés
especial en subrayar que el judío, instalado en la tierra prometida, adopte de nuevo la actitud de
disponibilidad que caracterizó a sus antepasados el día de su liberación de Egipto.
Cuando come de pie, la cintura ceñida... a toda prisa, el israelita manifiesta que la Pascua le concierne
personalmente, que obra su propia liberación. El cordero no sólo es sacrificado, sino que también es
comido, lo que compromete mucho más a los comensales en el misterio de la fiesta. Este cordero
inmolado era signo para los judíos de su liberación y formación como pueblo libre (Éx 12, 23-29).
Un elemento original, resultado de la reflexión de los primeros profetas y del Deuteronomio, era la
actuación del padre de familia, que tenía que explicar el rito celebrado durante la comida. Gracias a esta
catequesis añadida al rito, los comensales se sentían aludidos e impulsados a renovar por sí mismos el rito
liberador. Más que un rito que se limita a evocar un hecho antiguo, el ritual del cordero era un signo que
concernía directamente a los que tomaban parte en la comida y contribuía a su propia liberación.
Después de reconocer en Jesús el verdadero Cordero y haber visto la estrecha relación entre la
inmolación de los corderos en el templo con la muerte de Cristo –ambos acontecimientos a la misma
hora-, Juan nos invita a que hagamos lo posible para comprender que toda la doctrina del rito pascual se
halla realizada plenamente en el sacrificio de Cristo, que es quien sienta las bases del pueblo definitivo, al
que procura la liberación total del mal y nos sitúa a los cristianos como peregrinos en marcha hacia la
Tierra Prometida (1 Pe 1, 17).
PRIMERA NARRACIÓN DE LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA
“Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he
transmitido:
Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y,
pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:
‘Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía’
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
‘Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto, cada vez
que lo bebáis, en memoria mía’
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la
muerte del Señor, hasta que vuelva.”
(1 Cor 11, 23-26)
106
La segunda lectura, de san Pablo a los Corintios, recoge una tradición emocionada: el gesto que hizo
Jesús en la noche de su entrega: partir el pan y ofrecer la copa como signo de otra entrega más generosa,
como signo y memorial del amor más grande.
Los corintios celebraban la eucaristía en el transcurso de una comida fraterna de carácter religioso, que
degeneraba con frecuencia en francachela. A la hora de comer se daban divisiones entre la comunidad, ya
que los que llevaban buenas viandas se reunían en las mismas mesas y no compartían con los más pobres
sus comilonas (1 Cor 11, 18-22).
Para poner fin a estos abusos, Pablo les llama la atención sobre la institución de la eucaristía por Cristo
(lectura de hoy) y les revela los estrechos lazos que existen entre eucaristía y comunidad, entre el Cuerpo
sacramental y el cuerpo místico de Cristo (1 Cor 11, 27-29).
Es el texto más antiguo de los cuatro que nos narran la institución de la eucaristía por Jesús. Los otros
tres son los evangelios sinópticos.
Los sinópticos fijan la atención en los Doce; mientras este relato de Pablo va dirigido a toda la asamblea,
a la que recuerda lo que debe ser y lo que debe hacer para celebrar la Pascua del Señor. Los sinópticos
van dirigidos a los jefes de asamblea, a los que detallan los gestos y palabras que deben realizar para
asegurar la continuidad entre la Cena y la eucaristía que reciben los miembros de la asamblea.
En el texto de Pablo, el mandato de celebrar la eucaristía es percibido como algo que concierne a toda la
comunidad, como un quehacer de todos.
Del relato de Pablo podemos destacar la repetición del mandato de Cristo: haced esto en memoria mía.
Les enseña que una celebración indigna de la eucaristía, desemboca en el menosprecio del cuerpo místico
de Cristo, constituido por la asamblea. Una asamblea en la que sus miembros se dispersan en mesas
separadas no puede dar testimonio de la unión-comunión eucarística; es, más bien, un contrasentido.
107
VIERNES SANTO
“ESTÁ CUMPLIDO”
NECESITAMOS CAMBIAR NUESTRO CONCEPTO DE DIOS
“Jesús salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde
había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos.
Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a
menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos
guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles,
antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y
les dijo:
-¿A quién buscáis?
Le contestaron:
-A Jesús el Nazareno.
Les dijo Jesús:
-Yo soy.
Estaba también con ellos Judas el traidor. Al decirles ‘Yo soy’,
retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
-¿A quién buscáis?
Ellos dijeron:
-A Jesús el Nazareno.
Jesús contestó:
-Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.
Y así se cumplió lo que había dicho: ‘No he perdido a ninguno de los que
me diste’.
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado
del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba
Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
-Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy
a beber?
La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo
ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo
sacerdote aquel año, el que había dado a los judíos este consejo: ‘Conviene
que muera un solo hombre por el pueblo’.
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Ese discípulo era conocido del
sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras
Pedro se quedó fuera, a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo
sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a
Pedro:
-¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?
El dijo:
-No lo soy
Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y
se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la
doctrina.
Jesús le contestó:
-Yo he hablado abiertamente al mundo: yo he enseñado continuamente
en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho
nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han
oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.
Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a
Jesús, diciendo:
-¿Así contestas al sumo sacerdote?
Jesús respondió:
-Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado
como se debe, ¿por qué me pegas?
108
Entonces Anás lo envió a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba de pie,
calentándose, y le dijeron:
-¿No eres tú también de sus discípulos?
El lo negó diciendo:
-No lo soy.
Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le
cortó la oreja, le dijo:
-¿No te he visto yo con él en el huerto?
Pedro volvió a negar, y en seguida cantó un gallo.
Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era al amanecer, y ellos no
entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la
pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
-¿Qué acusación presentáis contra este hombre?
Le contestaron:
-Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.
Pilato les dijo:
-Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.
Los judíos le dijeron:
-No estamos autorizados para dar muerte a nadie.
Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a
morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
-¿Eres tú el re v de los judíos?
Jesús le contestó:
-¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
Pilato replicó:
-¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado
a mí; ¿qué has hecho?
Jesús le contestó:
-Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi
guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi
reino no es de aquí.
Pilato le dijo:
-Conque ¿tú eres rey?
Jesús le contestó:
-Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al
mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi
voz.
Pilato le dijo:
- Y ¿qué es la verdad?
Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo::
-Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros
que por pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los
judíos?
Volvieron a gritar:
-A ése no, a Barrabás.
(El tal Barrabás era un bandido.)
Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados
trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron
por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
-¡Salve, rey de los judíos!
Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
-Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él
ninguna culpa.
Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura.
Pilato les dijo:
-Aquí lo tenéis.
Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias, gritaron:
-¡Crucifícalo, crucifícalo!
109
Pilato les dijo:
-Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.
Los judíos le contestaron:
-Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se
ha declarado Hijo de Dios.
Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra
vez en el pretorio, dijo a Jesús:
-¿De dónde eres tú?
Pero Jesús no le dio respuesta.
Y Pilato le dijo:
-¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y
autoridad para crucificarte?
Jesús le contestó:
-No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de
lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor
Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos
gritaban:
-Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey
está contra el César.
Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el
tribunal, en el sitio que llaman "El Enlosado" (en hebreo Gábbata). Era el día de
la preparación de la pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos:
-Aquí tenéis a vuestro rey.
Ellos gritaron:
-¡Fuera, fuera; crucifícalo!
Pilato les dijo:
-¿A vuestro rey voy a crucificar?
Contestaron los sumos sacerdotes:
-No tenemos más rey que al César.
Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado ‘de la
Calavera’ (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros
dos, uno a cada lado, y en medio Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso
encima de la cruz; en él estaba escrito: ‘Jesús el Nazareno, el rey de los
judíos’.
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde
crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato:
-No escribas ‘El rey de los judíos’, sino ‘Este ha dicho: Soy rey de los
judíos’.
Pilato les contestó:
-Lo escrito, escrito está.
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo
cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una
túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
-No la rasguemos, sino echemos a suerte a ver a quién le toca.
Así se cumplió la Escritura: ‘Se repartieron mis ropas y echaron a
suerte mi túnica'.
Esto hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre
María la de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al
discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
-Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Luego dijo al discípulo:
-Ahí tienes a tu madre.
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término,
para que se cumpliera la Escritura dijo:
-Tengo sed.
110
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja
empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús,
cuando tomó el vinagre, dijo:
-Está cumplido.
E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no
quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día
solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran.
Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que
habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había
muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza
le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da
testimonio, y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad, para
que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la
Escritura: ‘No le quebrarán un hueso’; y en otro lugar la Escritura dice:
‘Mirarán al que atravesaron’.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús
por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y
Pilato lo autorizó. El fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también
Nicodemo, el que había ido a verlo de noche. y trajo unas cien libras de
una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas,
según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio
donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido
enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación y el
sepulcro estaba cerca. pusieron allí a Jesús.”
(Jn 18,1-19, 42)
Jesús es el condenado que ha perdido dos procesos; el crucificado que muere como un malhechor; el
abandonado que acaba sus días en el mayor desamparo, incluido el de Dios. Porque, ¿dónde estaba el
Dios grande y poderoso del Sinaí y de tantos otros relatos del antiguo Testamento? El Dios que se nos
manifiesta en la Pasión de Jesús es un Dios débil, incapaz de salvar de la muerte al Hijo. Y es que el
amor, en este mundo nuestro, es lo más vulnerable que existe cuando lo enfrentamos con la todopoderosa
‘libertad’ humana.
Pero este Dios, después de la muerte, ya podrá mostrar toda su fuerza, al haber desaparecido el poder de
nuestra empecatada libertad. Y lo hará con la resurrección del Hijo.
¿Por qué tanta sangre, Señor? ¿Qué hace el Hijo de Dios juzgado como un bandolero... clavado en una
cruz? ¡Cuántas muertes violentas, sin sentido, desde que el ser humano apareció en el mundo!
Vendido por Judas, negado por Pedro, abandonado por los amigos, juzgado por el sanedrín, por Herodes
y Pilato. Condenado a muerte, escarnecido en la cruz, insultado por los sacerdotes, por el pueblo...
Ante esta debilidad de Dios, debemos cambiar nuestro concepto de Dios. Debemos aceptar a un Dios
humillado, que se encarna en la debilidad humana y que quiere ser el servidor y el que está siempre al
lado de los pequeños, en los sin cultura, en los marginados, en los niños, en los sin voz, en los enfermos,
en los que se reconocen pecadores, en los muertos a causa del hambre, de las guerras, de las violencias...
Los personajes que intervienen en la Pasión y Muerte de Jesús no son peores que nosotros; son personas
normales y corrientes. Esta idea debe ayudarnos a aceptar que nos pueden vender, traicionar y crucificar
las personas normales que viven junto a nosotros; y nosotros a ellas, a causa del pecado que habita en
nosotros.
Dios ha muerto se nos dice hoy con frecuencia. Pero ¿qué Dios? Ha muerto o debería morir, ese dios que
nos fabricamos a nuestra medida; el dios ‘tapa-agujeros’, el que facilita las cosas, el ‘milagrero’...
111
Pero vive el Dios de Jesús asesinado por querer cambiar la sociedad en la que vivía, por querer abrirnos
el camino hacia el mundo nuevo –reino de Dios- en el que podamos llamar todos a Dios ¡Padre!: todos,
sin diferencia de raza, de religión, de sexo, de posición social. Un mundo nuevo en el que la libertad, la
justicia, la paz, el amor y la verdad sean patrimonio de toda la humanidad. Un mundo al que se
enfrentarán siempre los poderes políticos, económicos, militares y religiosos, jamás dispuestos a dejar sus
privilegios.
Vive el Ecce Homo: el Hombre auténtico, que vivió y nos desveló el amor salvador del Padre, que no
permitió que se corrompiese en el sepulcro el que hizo siempre su voluntad, hasta la muerte en la cruz.
¿Cómo se iba a corromper el cuerpo de una persona sin pecado?
EL PRECIO DEL AMOR
La muerte de Jesús fue la consecuencia lógica de su vida entregada al servicio de la humanidad. Había
vivido más de treinta años en su pueblo de Nazaret; había rezado y reflexionado mucho, ahondado en las
Escrituras... Era un verdadero creyente. Y descubrió su vocación. Muchas cosas que veía no le gustaban:
el culto que se tributaba a Yahvé no era el adecuado; los negocios pululaban por el templo; los dirigentes
religiosos tenían otros intereses distintos de los que deberían tener... Y el pueblo, mientras tanto, vivía
‘como ovejas sin pastor’ (Mt 9, 36). El reino de Dios no aparecía por ninguna parte.
Y un día, había decidido actuar.
Ya sabemos muchas cosas de las que hizo, pero se nos escapan muchos ‘porqués’.
Los poderes políticos, religiosos y económicos –herodianos, fariseos, sacerdotes y saduceos- no podían
permitir que el ‘tinglado’ que dominaban, y que tan bien les iba, se les escapara de las manos... si lo
dejaban seguir actuando como lo hacía.
Y habían decidido asesinarlo legalmente. Ya sabemos que las leyes las hacen los poderosos para
defender sus propios intereses. El pueblo nunca cuenta para nada importante. Ni antes ni ahora. Siempre
va de comparsa.
Jesús no había querido huir. Hubiera sido como desdecirse de lo que había dicho y hecho.
Y hoy estamos celebrando el precio que tuvo que pagar.
Después de la Cena, Jesús se dirigió al huerto de los Olivos y allí, en noche de agonía, sufrió la pasión
del alma. ¿De qué habían servido todos sus esfuerzos por hacer el mundo más habitable? Allí, en
Getsemaní, sintió miedo. Estaba solo.
La traición de Judas le duele tremendamente. Judas era uno de sus hijos predilectos, uno de los elegidos
por él. Un amigo que le vendía. ¡Qué desgarro para un corazón que sólo sabía amar!
El sanedrín, la máxima autoridad religioso-política del pueblo escogido, le condena a muerte por hacerse
Hijo de Dios. Pero, ¿y si lo fuera? No dudaron. Los altos dirigentes ¿de siempre?, cuando ven peligrar sus
seguridades, nunca dudan. Aquel blasfemo, iluso, embaucador del pueblo, no podía ser Hijo de Dios. Era
un peligro para el pueblo. ¡Hasta les atacaba a ellos!
También Pedro, el más importante de los discípulos, le traiciona. Pero no por avaricia ni por mala fe, sino
por imprudencia y cobardía. Por tres veces, delante de muchos y con juramento, negó conocer a Jesús.
Perdió la oportunidad más bonita de su vida. Es verdad que, después, supo rehacerse y dar la vida por él.
Sus cobardías y negaciones son las nuestras. ¡Ojalá también lo fuera su transformación!
112
Pilato representa a la justicia de este mundo. Establece, dentro de sí mismo, un diálogo entre su
conciencia y el poder, y sale perdiendo la conciencia. Por eso, siente la necesidad de lavarse las manos.
Hoy la justicia también se vende; sigue condenando a millones de inocentes porque hay poderes fácticos
-económicos, políticos, militares- que así lo exigen. Hoy, quizá más que nunca, estos poderes fácticos
tienen necesidad de ‘lavarse bien las manos’.
Por si no bastara con el tormento de la cruz, se añade el de la tortura. Jesús pasó por todo, sin pronunciar
ni una queja. Brutalmente flagelado, hasta desgarrar un cuerpo que sólo había hecho el bien. Torturado,
ridiculizado, despreciado... Hoy hemos progresado en esto de las torturas: suelen ser menos sangrientas.
Pero, son tantas las crueldades y los refinamientos que la humanidad debería avergonzarse.
Jesús carga con la cruz. Su cruz resume todas las injusticias, todos los sufrimientos de millones y
millones de seres humanos. Desde que Cristo cargó con su cruz, nuestras cruces pueden ser más
llevaderas, porque él las llenó de sentido.
Acepta la ayuda de Simón de Cirene. Jesús quiere colaboradores; nos deja que le echemos una mano.
A veces sólo se puede ayudar desde lejos: compadeciendo, compartiendo, llorando, protestando,
rezando... No lloréis por mí, porque la injusticia y la violencia no paran. Mucho tendréis que llorar...
mucho tendremos que llorar.
Lo clavan en la cruz. ¡Qué atrocidad, clavar a un ser humano en un madero! ¿Cómo es posible? Es algo
indigno y vergonzoso.
MENSAJE DESDE LA CRUZ
Jesús, clavado en la cruz, nos dejó, en siete frases, unas memorables enseñanzas.
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc 23, 34). ¡Qué pocas veces sabemos lo que
hacemos! ¡La maldita ceguera humana! Ahora ya sabemos lo de Jesús, y es posible que ‘eso’ no lo
repitiéramos. Pero, si nos cambian el color político o de la piel, la nacionalidad, la religión o ideología...
es posible que volviéramos a caer en lo mismo. ¡Qué atentos tenemos que estar a los ‘cristos’ actuales!
Te lo aseguro; hoy estarás conmigo en el Paraíso (Lc 23, 43). ¡Qué bien lo hizo el ‘buen ladrón’!
Mientras los demás se mofaban y blasfemaban o desesperaban, él creía y confiaba; era capaz de ver en
aquel derrotado al ‘Mesías-Rey’. Le reconoce cuando le ve impotente, dolorido y en agonía. Lleno de
humildad y confianza, le pide a Jesús que se acuerde de él cuando llegue a su reino. Y Jesús le promete
mucho más: Hoy mismo empezarás una vida nueva; vivirás, viviremos para siempre en el Paraíso del
Amor, que es el Padre.
Mujer, ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre (Jn 19, 26-27). Junto a la cruz estaba su madre. Lo
estaba viendo todo. Mientras los clavos perforaban la carne del Hijo, la espada penetraba en su alma (Lc
2, 35). También estaba Juan. Las dos personas que más quería en el mundo. Que ni la madre ni el hijo
queden solos. Juan es la Iglesia, todo creyente. El Concilio Vaticano II declaró a María, Madre de la
Iglesia.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46; Mc 15, 34). Jesús sufrió una larga
agonía. Tuvo que soportar innumerables tormentos físicos, morales y espirituales. Tuvo tiempo para
rezar, para perdonar, para gritar, para pedir, para regalar. En este tiempo pudimos aprender las lecciones
más admirables de perdón, de paciencia, de humildad, de generosidad, de confianza, de amor sin límites.
113
En el último momento, en un acto supremo de fe, porque todo se le había nublado, y en una expresión de
confianza absoluta, porque no sentía nada, sino dolores y angustias, dando un grito, se echó en las manos
del Padre. Lo puso todo en ellas: su vida, su muerte, su espíritu.
Tengo sed (Jn 19, 28). Sed de respuestas, de amigos, de comprensión...
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Jn 19, 30). No se rinde. A pesar de todo, Dios sigue
siendo para él el Abbá-Papá. Su muerte ha sido la consecuencia de su lucha histórica por el mundo nuevo
que Dios quiere. Ese mundo que nos toca seguir construyendo a nosotros.
E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. La batalla ha concluido. Ya puede descansar. El ‘grano de
trigo’ ha cumplido su misión. La Vida se toma un compás de espera; serán tres días incompletos,
concedidos a la muerte, que aparece victoriosa. Tres días para el descanso, después de la dura agonía,
después de tres años de total entrega, después de más de treinta años de peregrinar por el desierto... es
hora de descansar.
Y tres días para la esperanza. La última palabra no está dicha. No será la muerte el final de la historia. El
‘grano de trigo’ florecerá. El grito de la cruz y el silencio del sepulcro se convertirán en alegría y cantos
pascuales. Y sabremos que todo, ¡todo!, tiende hacia la Pascua.
SIGUE MURIENDO EN TODOS LOS ‘CRUCIFICADOS’
Jesús siguió y sigue muriendo en todos aquellos que sufren las consecuencias de esta sociedad nuestra
radicalmente injusta. Y sigue viviendo en todos los que trabajan por un mundo distinto, por un mundo en
el que todos seamos iguales y hermanos.
Tenemos que descubrir que en todos los que sufren dolor, enfermedad, privación de lo más indispensable
para vivir, en todos los oprimidos por los poderes de este mundo, en todos los que sienten la soledad de
estar abandonados... está presente la misma cruz de Cristo. Tenemos que creer que Jesús está vivo en
todos estos hermanos nuestros que participan de su pasión; asumirla con ellos, compartirla.
Nuestro camino de seguidores de Jesús, no nos engañemos, es un camino difícil; pero es el único camino
que lleva a la vida verdadera. Es el camino de la cruz –vida entregada a la construcción del reino de Diosel que lleva a la resurrección.
El precio de este desenlace feliz se sigue pagando de generación en generación.
La vida surge de la muerte. Y así será hasta el final. La pasión continúa y la resurrección definitiva sólo
será plena en la consumación del mundo.
Mientras tanto, Jesús seguirá siendo crucificado en todos los ‘crucificados’ de la historia humana.
EL PESO MUERTO DE LA HISTORIA
Junto a la cruz de Jesús y de la de todos los ‘crucificados’ de la historia, víctimas de las opresiones y de
las injusticias de los que mandan, deberían levantar éstos un monumento a los ‘imparciales’, a los que no
se meten en nada, a los indiferentes ante el sufrimiento de los demás.
Si los pueblos fuéramos realmente conscientes de lo que pasa en el mundo, no habría necesidad de
héroes, ni de santos, ni de mártires... porque los opresores -siempre en minoría-, no podrían dar rienda
suelta a sus desmanes.
114
La ‘indiferencia’ y la ‘imparcialidad’ son el peso muerto de la historia. Son las cadenas que atan a los
que intentan cambiar algo, la masa inerte en la que se hunden con frecuencia los mayores entusiasmos, la
mejor defensa de los que mandan... porque diezman a los luchadores, los desanima, los deja en
inferioridad y les hace desistir de seguir adelante.
La ‘indiferencia’ influye pasivamente en la historia, pero influye. Es la que derriba los planes mejor
trazados; es la materia bruta que se revela contra la evidencia del amor, y lo sofoca.
Lo que sucede, no es tanto porque lo quieran unos pocos, sino porque la masa de los hombres deja hacer,
permite que se aprieten los nudos que luego sólo las armas podrán cortar; deja promulgar leyes que luego
sólo la revolución podrá derogar, deja subir al poder a hombres ambiciosos, sin escrúpulos... Y para qué
seguir. Todos los ‘cristos’ asesinados son su obra.
Si no queremos problemas, vivamos al ritmo que nos marquen los que mandan; vivamos de la forma que
nos insinúan las modas... y ya está. Moriremos –eso seguro- tranquilos. Pero, no habremos vivido.
EL SIERVO JESÚS
“Mirad, mi siervo tendrá éxito,
subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él,
porque desfigurado no parecía hombre,
ni tenía aspecto humano;
así asombrará a muchos pueblos:
ante él los reyes cerrarán la boca,
al ver algo inenarrable
y contemplar algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio?
¿A quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como un brote, como raíz en tierra árida, sin figura,
sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres,
como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual
se ocultan los rostros; despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo
estimamos leproso, herido de Dios y humillado,
traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.
Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor
cargó sobre él todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como un
cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía
y no abría la boca
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron.
¿Quién meditó su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malhechores;
porque murió con los malvados, aunque no había cometido crímenes,
ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento.
Cuando entregue su vida como expiación,
verá su descendencia, prolongará sus años;
lo que el Señor quiere prosperará por sus manos.
A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará;
con lo aprendido, mi siervo justificará a muchos,
cargando con los crímenes de ellos.
Por eso le daré una parte entre los grandes,
115
con los poderosos tendrá parte en los despojos;
porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores,
y él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.”
(Is 52, 13-53, 12)
La primera y segunda lecturas de hoy son, prácticamente, textos paralelos: ambas nos describen el
misterio de la pasión y muerte gloriosa de Jesús. La idea central en las dos es, sobre todo, que el Siervo
salva con su muerte: él es el Sumo Sacerdote que ofrece su propia sangre; el que ha mantenido la
fidelidad al amor de modo pleno; el que no ha retrocedido por temor a ser destrozado por el pecado que
domina en el mundo; el que ha abierto en medio de la historia humana un camino que es el camino de
Dios, el que deben seguir todos los que quieran vivir de verdad.
La primera, tomada del Segundo Isaías (40-55), es el Cuarto y último de los poemas del Siervo de
Yahvé, y el más importante. Nos anuncia las características fundamentales del Siervo de Dios con una
profundidad interior extraordinaria; el porqué de su humillación, el sentido de su muerte por nosotros.
Estos cuatro cánticos constituyen la culminación de la revelación mesiánica en el antiguo Testamento. En
ellos nos encontramos con un horizonte totalmente nuevo e inesperado: el futuro Mesías se presenta
humilde, manso, suscitando el desprecio de los que lo contemplan; pero, sobre todo, triunfando por la
muerte después de haber cumplido su misión. Sus sufrimientos y muerte obran la reconciliación de los
hombres con Yahvé. Ninguna otra profecía lleva la marca de lo divino y de lo paradójico como estas del
Siervo de Yahvé.
El cuarto poema nos describe la pasión salvadora y gloriosa del Siervo. Su figura dolorida sobrecoge a
cuantos la contemplan. Los hombres huyen de él, le desprecian como castigado por Dios. Pero sus
sufrimientos descubren, no su propio pecado, porque no los tiene, sino el pecado del pueblo –del mundo-.
El ‘castigo’ que pesa sobre él es salvador: sufre en lugar del pueblo, para reunirlo y llevarlo a Dios.
El Siervo acepta este plan de Dios, consciente de que lo lleva a la muerte y a una sepultura ignominiosa.
Pero Yahvé le glorificará después de esta muerte horrible.
Cristo es el Siervo que se entrega a la muerte por el pueblo, el que lleva a cumplimiento esta profecía. La
resurrección constituye su gloriosa exaltación.
EL SUMO SACERDOTE JESÚS
“Tenemos un Sumo Sacerdote que penetró los cielos –Jesús, el Hijo de Dios-.
Mantengamos firmes la fe que profesamos.
Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras
flaquezas, sino probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado.
Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, al fin de alcanzar
misericordia y hallar gracia para ser socorridos en el tiempo oportuno.
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó
oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su
actitud reverente. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y,
llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en
autor de salvación eterna.”
(Heb 4, 14-16; 5, 7-9)
Jesús de Nazaret es el verdadero Siervo y el único auténtico Sumo Sacerdote del nuevo Testamento.
Hombre como nosotros, sin pecado, bajó a lo más profundo del dolor y de la miseria humanos, del pecado
del mundo, para redimirlos; ese pecado que está haciendo que el poder del mal y del vacío nos destruyan
y nos roben el futuro.
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La segunda lectura –en su primera parte- es una breve y conmovedora llamada a la confianza: Tenemos
un Sumo Sacerdote que penetró los cielos. Un Pontífice –Jesús, el Hijo de Dios-, que intercede por
nosotros ante el trono del Padre. ¿Cómo desanimarnos ante las dificultades? Ofrece también una especie
de introducción al tema que va a desarrollar a continuación: el del sacerdocio de Jesucristo. Lo hará en
varios capítulos (Heb 5, 11-10, 39).
El lugar desde el que va a ejercer su función de Sumo Sacerdote es el cielo, al que subió después de
haber padecido y muerto, llevando a término su obra redentora. Añade que está lleno de compasión hacia
nosotros, dispuesto a ayudarnos en todo, ya que conoce nuestras flaquezas, al ser probado en todo,
igual que nosotros, excepto en el pecado.
Jesucristo, igual que todos nosotros, padeció las ‘tentaciones’ o pruebas: de cansancio, de desilusión, de
vacío, de temor ante el sufrimiento, de búsqueda de otros caminos más sencillos... Sin embargo, vivió
libre de todo pecado. Las tentaciones le venían del exterior, nunca de su interior, en el que no existía esa
lucha entre la carne y el espíritu que tantas veces nos llevan a nosotros a que todo se nos nuble.
La segunda parte de la lectura resalta el sacerdocio de Jesús, perpetuo y celestial. No lo hace de forma
ordenada sino genérica, haciendo hincapié en la participación de Cristo en los sufrimientos humanos y en
sus súplicas al Padre en los días de su vida mortal.
No podía ofrecer sacrificios por sus propios pecados, al no tenerlos, como tenían que hacer los sacerdotes
de la ley mosaica, pero sí orar al Padre a gritos y con lágrimas, ofreciéndole el sacrificio de su pasión,
que acepta como voluntad del Padre.
El conocimiento por propia experiencia de lo costoso de esa obediencia, que le lleva hasta la muerte de
cruz, le convierte en Mediador plenamente apto para ejercer sus funciones a nuestro favor.
Parece claro que estas oraciones y súplicas hacen alusión a Getsemaní. Oraciones dirigidas al que podía
salvarlo de la muerte.
Fue escuchado por su actitud reverente. ¿Cómo entender esto si acabó muriendo crucificado? La
oración de Cristo, en su totalidad, a pesar de su miedo y horror a la pasión, era de plena conformidad con
la voluntad del Padre (Jn 4, 34). Y esta voluntad era la de salvar al mundo con la pasión y muerte de su
Hijo, a causa del ‘pecado del mundo’, manifestado en la libertad que había otorgado al ser humano al
crearlo.
Fue escuchado, no librándole de la muerte, pero sí arrancándole de su poder y transformando esa muerte
en resurrección y fuente de salvación eterna para todos los que le obedecen.
117
PASCUA DE RESURRECCIÓN
“NO ESTÁ AQUÍ: HA RESUCITADO, COMO HABÍA DICHO”
NADA VOLVERÁ A SER COMO ANTES
Los enemigos de Jesús estaban satisfechos porque creían que todo había terminado. Jesús había sido para
ellos en los últimos años una pesadilla. Ahora, ya estaban tranquilos: habían logrado que Pilato lo
condenara a la muerte en la cruz. Y habían sido testigos de su muerte y sepultura.
También los amigos de Jesús creían que con su muerte había llegado el final. La fe de todos parecía
perdida. Es posible que la única que se había mantenido firme en la fe en el Hijo fuera su Madre.
El cuerpo de Jesús yacía en el sepulcro, arrojado en el surco, derrotado.
Esta muerte sólo duró tres días incompletos. Todo fue obra del Espíritu de Dios, que ‘sopló’ con fuerza
sobre aquel cadáver destrozado, llenándolo de vida. Y el ‘Hombre Nuevo’ renació a la vida. Y llega la
Pascua, el fin de este mundo empecatado. Desde aquella primera Pascua, nada volvió a ser como antes.
Por eso, en esta noche santa no celebramos una fiesta, sino ‘la Fiesta’. Esta noche es el día que hizo el
Señor. Desde esta noche se empiezan a contar todos los días. En esta noche resucitó Jesús y, con él,
resucitamos todos.
Celebremos con gozo la Pascua, la Fiesta. Sin Pascua, ¿qué podríamos celebrar? Podríamos, es verdad,
admirar la vida y la entrega de Cristo, pero nada más. Pero con ella, toda fiesta es posible. Jesús tenía
razón. Podemos seguir sus pasos, creer en sus palabras, imitar su vida... única que lleva a la Vida.
Pero celebrar la Pascua es poco. La Pascua tenemos que vivirla; tenemos que asumir su mensaje, llegar a
ser ‘Pascua’. Porque la Pascua no es sólo una fiesta del calendario, un rito, sino un estilo de vida, un
espíritu, una manera de ser y de vivir. No es suficiente con creer que Cristo ha resucitado, que Jesús es ‘la
Vida’: tenemos que llegar a que Cristo sea ‘nuestra vida’, vida en nosotros, en todos y en cada uno.
TODO ES FRUTO DEL AMOR
Hemos escuchado, en esta Vigilia de la esperanza, una larga historia. Una historia de amor, que empieza
cuando nace el mundo. Una historia que es la liberación de un pueblo oprimido. Una liberación que es
obra del amor de Yahvé. Una historia llena de promesas, de esperanzas; llena del convencimiento de que,
incluso en las situaciones más difíciles, y sobre todo en ellas, Dios estaba al lado del pueblo, llevándolo a
la vida y a la libertad.
Las lecturas del Génesis, de los profetas, los salmos y después los mismos apóstoles, nos han ido
preparando y acompañando hasta llegar al sepulcro de Cristo y escuchar el primer anuncio pascual: No
está aquí: ha resucitado, como había dicho.
Desde entonces, la historia ha dado un giro, que debemos reflexionar con profundidad. Esta larga historia
del amor de Dios a la humanidad, nos ha llevado hoy a su culminación, a oír la noticia más grande de esta
historia: el anuncio de Jesús resucitado. Anuncio que es garantía y prenda para todos. El anuncio de que,
por el amor de Dios, la vida será siempre, ocurra lo que ocurra, más fuerte que la muerte. Y nosotros
hemos creído este anuncio.
Y, por eso, aunque nuestra vida de cada día sigue siendo tan dura como siempre, y las cosas siguen igual
de complicadas que siempre, nos alegramos y queremos vivir y dar a conocer la fe y la esperanza y el
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amor que nacen de esta noche de Pascua. Queremos, con nuestra vida, hacer presente el gozo de tener a
Jesús vivo en medio de nosotros.
La resurrección no es la vuelta a la vida de un cadáver, sino una nueva forma de existencia y de
presencia. El Resucitado vive también en los que siguen luchando por el mundo nuevo que él inició y
quiere que continuemos nosotros. Vive en todas las personas que liberan y se liberan.
Jesús está resucitando allí donde crece la justicia, el amor, la fraternidad, la vida para todos.
Experimentan a Jesús resucitado esos seguidores suyos que, llenos de dudas y tímidamente, están
dispuestos a seguir lo que él comenzó, a ser los testigos de que Jesús tenía razón, que hay que hacerle
caso, que Dios estaba apoyando su camino. María Magdalena, Juan, Pedro, los de Emaús... se dan cuenta
de que Jesús vive, porque sienten hervir en ellos las ganas y la exigencia de continuar su misión. La
fuerza que sienten, el deseo de que llegue el reino, la fraternidad que quieren vivir, la necesidad de
cambio personal y social en la línea que él les había enseñado... los interpretan como presencia viva suya
entre ellos.
La resurrección es una manera nueva de entender la vida, la historia, cada persona, cada pueblo, a
nosotros mismos. La resurrección de Jesús nos ayuda a comprender el destino de todos los pobres de la
tierra; es la primera semilla de la gran resurrección universal, cuando ni la muerte ni el tiempo puedan
romper el amor entre todos nosotros.
Ayer, Cristo muerto en la cruz, nos ofrecía su amor generoso, su oración vibrante, su paciencia infinita,
su entrega sin límites. Hoy, Cristo resucitado, nos llena con su alegría interminable, que ya nadie nos
podrá quitar y que engendra testigos de alegría; nos llena con su paz que supera todo conocimiento y que
nos lleva a trabajar siempre por ella; nos llena con su fuerza invencible, que levanta todas las losas, que
supera todas las dificultades y quita todos los miedos; nos llena con su presencia y con su vida abundante
y para siempre.
Si ser cristiano, tener fe, significa creer en la resurrección de Jesús, podemos deducir que creer en la
resurrección de Cristo significa querer que todo cambie, y trabajar para ello.
MARÍA MAGDALENA VA AL SEPULCRO
“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer,
cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien
quería Jesús, y les dijo:
-Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos,
pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al
sepulcro; y asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas
en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con
las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al
sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de
resucitar de entre los muertos.”
(Jn 20, 1-9)
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María Magdalena va al sepulcro. Había sufrido un durísimo golpe con la muerte de Jesús. ¿Había
creído y esperado en vano? Parecía que, con Jesús, había llegado la verdadera vida a los pobres y
oprimidos. ¿Por qué había suscitado tantas esperanzas si todo iba a terminar tan pronto y tan mal?
El relato de Juan no dice nada del motivo que empuja a María Magdalena a ir al sepulcro. El encontrarlo
abierto y vacío no la hace pensar en la posibilidad de la resurrección, sino sólo en que alguien se lo ha
llevado. Por eso corre en busca de los apóstoles, con la esperanza de que ellos podrán hacer algo para
recuperar el cuerpo.
Como no se trata más que de una desaparición, Pedro y Juan creen lo que les dice la mujer y van a
comprobar por sí mismos el suceso.
La hipótesis del robo parece inverosímil, puesto que las vendas han quedado abandonadas en el sepulcro,
y no es fácil entender que los posibles ladrones hubieran desnudado previamente el cuerpo. Por eso, los
apóstoles ‘comienzan a creer’: hay que descartar la idea de que el cuerpo haya sido trasladado a otra
tumba. Entonces, ¿habrá resucitado Jesús? La fe en la resurrección sólo se producirá después de ahondar
en la Escritura, sobre todo en el profeta Oseas (6, 2) y en el salmo (16, 10). Pero en ese momento no
poseen esos conocimientos.
La tumba vacía significará el comienzo de los signos que llevarán a los discípulos a la maduración de la
fe; inicia en ellos el proceso de fe que las ‘apariciones’ harán profundizar.
La tumba vacía no pretende ser una prueba de la resurrección, sino un signo para que el creyente, por
medio de una experiencia personal con el Resucitado, pueda llegar a la fe en la resurrección y la plena
comunión con Cristo. Por eso, la resurrección es un acontecimiento que sólo podemos afirmar. No
tenemos más pruebas que los testimonios basados en la fe de los apóstoles. Nadie lo ha visto resucitar. El
Resucitado sólo es objeto de una experiencia de fe. Los apóstoles la han tenido y nos dan su testimonio.
Jesús está en medio de ellos, no como una persona a la que se ve, sino como un valor que se vive y una
esperanza que llena la vida de sentido; como Espíritu que vivifica, salva y da fe de que el justo no muere,
PASCUA ES EXPERIMENTAR QUE CRISTO VIVE EN MÍ
El relato evangélico nos muestra cómo los apóstoles han ‘caminado’ hasta la fe en la resurrección. Han
comenzado por pensar en un robo, después verifican que su hipótesis no es sostenible. Y es cuando
empiezan a creer. Pero no podrán recorrer el camino completamente sin la ayuda de las Escrituras. Por
eso los apóstoles han dado tanta importancia a los textos sagrados en sus discursos misioneros.
Simón Pedro... entró en el sepulcro... Se necesita la prueba del sepulcro vacío para que nazca la fe.
Juan entró también... vio y creyó: cree en la resurrección al ver el sepulcro vacío; no necesita verle
resucitado para creer en la resurrección.
Sin embargo, la fe cristiana no se fundamenta en el sepulcro vacío, porque a los cristianos se nos pide
creer en la victoria del Resucitado sobre la muerte –sobre todas las muertes- y en su presencia en medio
de nuestro mundo. El sepulcro vacío sólo capta una ausencia. Jesús está ‘en otra parte’. Y sigue
manifestándose de manera imprevisible, sin que jamás podamos aferrarlo por completo.
Así como Cristo ha resucitado, nos resucitará a nosotros. Vivamos ya desde ahora como resucitados,
muriendo al pecado de cada día. La resurrección se va haciendo momento a momento. Es como el
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crecimiento de un árbol, que no crece de golpe, sino de forma imperceptible. Tendremos en nosotros tanta
resurrección a la vida cuanta muerte al pecado.
Porque no basta con creer que Jesús murió y resucitó: es necesario que muera y resucite en nosotros, en
cada uno; que nosotros muramos y resucitemos con él, cada uno. Pascua no es algo teórico, sino algo
vivo; es experimentar que Cristo es nuestra vida, que Cristo ‘vive en mí’ (Gál 2, 20).
La Pascua es plenitud de vida, alegría plena, esperanza segura, amor desbordante, compromiso con el
mundo. Es el punto culminante de la historia humana y el principio de una nueva historia. Es la clave para
interpretar la vida y la razón de ser de todas las cosas.
La resurrección de Jesús abre el camino a todo tipo de resurrección. Cristo resucitado anticipa el futuro
de la humanidad. Desde ella, podemos abrirnos a la esperanza de un mundo nuevo; podemos esperar que
nuestros mejores deseos, nuestras más profundas y verdaderas aspiraciones, se hagan realidad, que un día
¡por fin! podamos vivir como hermanos.
Pero el ‘paso’ que tenemos que dar seguirá siendo doloroso. No olvidemos que la resurrección de Jesús
vino después de su muerte, y que esta vida nuestra, en el ahora y aquí, camina hacia esa muerte. Mientras
llega, tenemos cada día que estar pasando de la muerte a la vida; cada día tenemos que despojarnos de
ambiciones y apegos, de egoísmos y rencores; cada día tenemos que dominar nuestros instintos de
autosuficiencia e independencia; cada día tenemos que controlar nuestras ansias de placer y de facilidad
para vivir en libertad; cada día tenemos que desarrollar los propios talentos y ponerlos al servicio de la
comunidad humana; cada día tenemos que avivar el fuego de nuestro amor.
El que celebra la Pascua debe ser testigo de la resurrección: dar a entender con su vida que Cristo ha
resucitado, siendo testigo de su alegría y de su amor.
La Pascua tiene que hacerse sobre todo en el corazón. Nos hace, rompiendo con todo lo pecaminoso,
resucitar a la vida nueva: al amor sin fronteras, al gozo, a la esperanza, a la paz, a la ternura... Para
entenderlo necesitamos encontrarnos personalmente con este Cristo resucitado. Mientras falte este
‘encuentro’, seguiremos viviendo en la mediocridad.
Ser testigos de la resurrección, en nuestro mundo de ‘muerte’, nos puede pedir, en concreto: luchar
contra todo lo que origina muerte y conduce a la muerte; combatir las causas de la pobreza –de todas
ellas-, y de todas las estructuras opresoras; defender la verdadera libertad contra toda situación
esclavizante; trabajar por la paz –fruto de la justicia-; saber dar razones de nuestra fe; vivir en la verdad,
en un mundo acostumbrado a caminar en la mentira; vivir en el amor de Jesús.
Una persona ‘resucitada’ que celebra la Pascua, debe ser una persona que perdona siempre, que
comprende, que sufre, que comparte, que se entrega. Debe ser el corazón de un mundo sin corazón.
LA MISIÓN CRISTIANA ES UNIVERSAL-CATÓLICA
“En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
-Hermanos: Vosotros conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando
Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús
de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el
bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén.
Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos
lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a
nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección.
121
Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha
nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que
los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.”
(He 10, 34-43)
La primera lectura del día de Pascua de Resurrección señala el paso de la transmisión del mensaje
cristiano a los paganos.
Los apóstoles se habían dirigido primero a los judíos; pero, ante el rechazo de éstos, cada vez más
furibundo, y la persecución que sufrían de ellos, se vieron obligados a dirigirse a otros pueblos.
La iniciativa de anunciar el mensaje de Cristo a los paganos se debe al Espíritu Santo, al que las
comunidades primitivas eran muy sensibles.
Jesús había predicado la universalidad de su misión, pero la comprensión de este anuncio llegó a través
de los acontecimientos. Las visiones de Cornelio (He 10, 3-6) y de Pablo (He 10, 9-16) se interpretan
como signos de la misión a los paganos.
La primera lectura de hoy reproduce gran parte del discurso de Pedro en casa de Cornelio, para animarlo,
a él y a su familia, a la conversión y al bautismo. En él, Pedro hace un resumen de la vida pública de
Jesús, mencionada únicamente en este discurso y que corresponde al plan que Lucas se impuso en la
redacción de su evangelio.
Pero cuando el discurso describe la pasión y la resurrección de Jesús utiliza una especie de ‘sumario’ de
la pasión que debía circular entre las comunidades cristianas primitivas (Mc 8, 31; 9, 31; 10, 33). Lucas
ha completado estos sumarios con un argumento tomado, quizás, de la predicación primitiva y que
cargaba sobre los judíos, al menos de los de Jerusalén, la responsabilidad de la muerte de Jesús.
Pedro afirma que el cristianismo tiene una misión universal, que Dios no tiene preferencias, y expone los
puntos centrales de la predicación cristiana. De la vida de Cristo señala que pasó haciendo el bien, que
lo mataron y que Dios lo resucitó. Muerte y resurrección forman el núcleo central del mensaje cristiano.
Otro elemento importante es que la resurrección de Jesús se presenta en estos discursos como un
acontecimiento realizado por Dios.
Lucas, al final de la lectura, vuelve de nuevo al concepto judío de la resurrección final cuando habla de
Cristo como juez de vivos y muertos; es decir, como personaje central de ese ‘juicio escatológico’, que
debía separar a los impíos de los justos y permitir a éstos tomar parte en la resurrección y en la
restauración del reino.
CRISTO ESTÁ VIVO Y SU MISIÓN DE LIBERACIÓN CONTINUA
“Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá
arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de
arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.
Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis,
juntamente con él, en gloria.”
(Col 3, 1-4)
La comunidad de Colosas vivía una grave crisis. Renacían en ella las antiguas experiencias religiosas de
su época pagana y unas teorías mundanas, de algunos predicadores, a las que supeditaban a Cristo.
La carta afirma que Jesucristo es nuestra vida porque es imagen de Dios, cabeza de la Iglesia, y que en él
reside la plenitud de la gracia y la reconciliación de todas las cosas.
122
Desde este contexto, la segunda lectura del día señala el fundamento de la ética cristiana: Si el cristiano
ha resucitado con Cristo debe vivir y actuar según Cristo e interesarse por las cosas del Resucitado:
buscar los bienes de allá arriba.
No hay compromiso posible: aceptar que la vida es un don de Dios equivale a romper con un mundo que
quiere darse a sí mismo su propia vida a través de medios caducos y pecaminosos. Esta ruptura con la
vida ‘de aquí abajo’ es ya realidad para el cristiano, puesto que está ‘muerto al mundo’, lo mismo que
Cristo, por su bautismo.
Vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Pablo saca, en la lectura de hoy, las consecuencias de
la doctrina expuesta en los dos primeros capítulos. El cristiano, introducido por el bautismo en el misterio
Pascual, participa de la muerte y resurrección de Cristo. Ha nacido a una vida nueva. Inserto en Cristo,
debe llevar una vida de resucitado, pensar y actuar como resucitado. Ahora esta vida está escondida y no
se comprende, pero en el retorno de Cristo aparecerá en todo su esplendor; es el paso de la muerte a la
vida y de la vida a la gloria; de lo escondido a lo manifiesto. Poner al Resucitado como norma moral
significa abandonar los criterios puramente humanos y adherirse a los valores evangélicos. El centro de
todo actuar cristiano es la persona de Jesús, en el cual Dios ha llevado a plenitud su revelación a los
humanos.
123
SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA
LOS DISCÍPULOS FUERON COMPRENDIENDO
SIGNIFICADO DE LA PASCUA
Los hombres de hoy damos la impresión de haber perdido el sentido de la vida. Vivimos cada vez más
deprisa y en la superficie de muchas cosas, pero hemos perdido el sentido de lo esencial, de la
profundidad de la vida y de las personas; de Dios, de la trascendencia. Rozamos las personas, pero no
entramos en comunión con ninguna. Nuestros ojos miran, pero no ven. Somos incapaces de profundizar,
de contemplar, de maravillarnos.
Necesitamos contemplar, introducirnos en el misterio y en el sentido de la vida, en la verdadera realidad,
que siempre estará más allá de cuanto nosotros sepamos y logremos decir y comprender. ¡Dios no habla,
pero todo puede hablarnos de él!
Jesús de Nazaret había anunciado a todos la liberación total de todas las alienaciones de la existencia
humana: del dolor, del odio, del vacío, de la soledad, del pecado y, ¡por fin!, también de la muerte. A esta
revolución de los fundamentos de este mundo la llamó ‘reino de Dios’. Pero con su muerte crucificado
parecía que todo había sido un sueño.
Después de su muerte aconteció algo inaudito y único en la historia de la humanidad: Dios lo resucitó y
lo reveló a sus discípulos. Con ella, una esperanza indestructible penetró en el corazón humano: ¡La
puerta hacia la soñada vida eterna y plena estaba abierta! ¿Cómo expresar esta realidad que supera todo lo
que los humanos podamos imaginar? Esta puede ser una de las razones del lenguaje simbólico empleado
por los evangelistas en sus relatos de las apariciones de Jesús.
LAS APARICIONES DEL RESUCITADO
“Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en
una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se
puso en medio y les dijo:
-Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los doce, llamado ‘El Mellizo’, no estaba con ellos cuando
vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
-Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
-Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el
agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos, y Tomás con
ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
-Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
-¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo
-¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
124
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la
vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el
Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.”
(Jn 20,19-31)
Celebramos la octava del día de Pascua. La presencia de Jesús resucitado entre nosotros y el nacimiento
de la comunidad cristiana, fruto del Espíritu, son los dos temas centrales de este tiempo pascual.
En este domingo leemos, en los tres ciclos, el mismo evangelio: la aparición de Jesús a los suyos el día
de Pascua y de nuevo a los ocho días.
Estamos acostumbrados a los relatos evangélicos de las apariciones del Resucitado. Pero lo más
importante no son esas narraciones del suceso, en las que hay contradicciones, sino el profundo
significado que contienen para nuestra vida y el futuro de la humanidad. Son relatos inspirados, que
pertenecen al llamado ‘género apocalíptico’, que nos narran los acontecimientos que van a suceder al
final de los tiempos.
Nosotros hemos ‘cosificado’ la Escritura. Creemos en ella y la leemos de un modo literal. Nos hemos
quedado en la letra; no hemos llegado a conectar con la ‘vida’ que fluye de sus páginas, reveladoras de
los acontecimientos pasados, de los actuales y del futuro, porque el Espíritu de Dios alienta en ellas.
Los relatos de la resurrección de Jesús anuncian un acontecimiento salvador para todos: Cristo ha
resucitado como promesa y esperanza del destino que espera a toda la humanidad, y hacia el que camina.
Esta resurrección es real, ha acontecido en la historia, es un suceso incomparable con otro. Es la noticia
más esperada, la noticia definitiva de lo que la humanidad va a llegar a ser, de lo que ya está empezando a
ser en Cristo, el primogénito de la nueva creación.
Pero antes de ahondar en la narración de la resurrección de Jesucristo necesitamos creer. Sin fe, todos los
relatos de la resurrección no serán más que palabras incomprensibles, sueños de ‘locos’.
El Padre Dios podía haber manifestado a Jesús resucitado espectacularmente, con prodigios y milagros
definitivos, para que todos, incluyendo a Pilato, Anás y Caifás, letrados y fariseos... cayeran de rodillas
ante él. ¿Quién se hubiera podido resistir? Lo que ‘vieron’ los discípulos y las mujeres, ¿no podía haber
sido experimentado por todos, especialmente por los que más le habían perseguido? Una aparición
verificable podía haber sido algo definitivo; pero iría a favor de las tentaciones que venció Jesús en el
desierto. Ni el Padre ni Jesús quieren seguidores vencidos, sino convencidos; quieren creyentes libres.
LA TRANSFORMACIÓN DE LOS DISCÍPULOS
Los discípulos también habían muerto con Jesús. Les consumía el miedo, la tristeza, la duda. Vivían sin
ilusión y sin sentido. Habían perdido toda esperanza. Estaban en una casa con las puertas cerradas, por
miedo a los judíos.
¿Cuántas veces tuvo que reprenderles Jesús, antes de Pascua, su miedo e incredulidad? En estos miedos y
dudas aparece más clara la victoria del Resucitado. ¿Cómo explicar, de otra forma, su transformación? Si
hubieran estado esperando la resurrección y hubieran creído fácilmente, podríamos pensar que todo era
fruto de sus ilusiones y deseos.
Los discípulos resucitaron, se llenaron de Espíritu-Vida de Jesús, se sintieron identificados con él, con su
obra. No tardaron en abrir todas las puertas y todas las ventanas y empezar a dar testimonio de aquella
125
inolvidable experiencia. ¡Por fin, tenían el bautismo de ‘espíritu y fuego’! Nosotros, ¿seguiremos
viviendo únicamente con el bautismo de ‘agua’?
Por eso podemos decir que hubo un hecho, además del sepulcro vacío, que pudo estar a la vista de todos.
Un milagro moral: la transformación radical de los discípulos; inexplicable para todas las leyes
psicológicas. Aquellos hombres acobardados se llenan de valor; tristes, se llenaron de alegría, se
entusiasman, logran formar una verdadera comunidad. Estaban muertos y resucitan. Esta ‘resurrección’ sí
es verificable.
¿De dónde les vino a aquellos hombres la fuerza que iluminó el mundo, el fuego que encendió la tierra?
Todo el cambio se debió a la presencia del Resucitado, al toque del Espíritu, al estudio de la Escritura.
Los discípulos se transformaron porque Jesús había vuelto a la vida, porque habían recibido su Espíritu,
porque Cristo les había amado como nadie, porque los libros sagrados ya lo habían anunciado.
Jesús, que era todo para ellos, se les presentó, y se puso en medio. Vuelve a estar en el centro de sus
vidas, de sus corazones y de nuestra historia. Al ver tan derrotados a los que tanto quería, Jesús, en un
nuevo gesto creador, exhaló su aliento sobre ellos. Es la forma que tiene Juan de decirnos que Jesús nos
dona su vida íntima, que nos da todo lo que es y todo lo que tiene. Es la donación de sí mismos a la que
tienden todos los que van entendiendo lo que significa ser cristiano.
Recibid el Espíritu Santo. Es la forma de capacitarnos para comprender este complicado mundo, el
significado de los acontecimientos que nos sobrepasan. Nos capacita para que perdonemos siempre todo y
a todos, lo mismo que él nos perdona. Nos invita a vivir su misma vida, única que merece vivirse.
Ahora, los discípulos deben continuar la misión de Jesús. Deben comprometer su vida en la lucha contra
todo mal –‘pecado del mundo’ (Jn 1, 29)-, que había iniciado Jesús.
Este es el gran milagro pascual que continúa en nosotros. Cuando Jesús se hace presente, lo ilumina y lo
transforma todo. La fe pascual, lejos de ser fruto de una fácil exaltación, representa una victoria que el
Resucitado consiguió sobre la duda y el miedo que había paralizado a sus amigos.
TOMÁS NO ESTABA CON ELLOS
Tomás no estaba con ellos... y no cree en lo que le cuentan sus compañeros. ¡Qué distinto a nosotros que
lo creemos todo sin esfuerzo y con rapidez! Las consecuencias son evidentes en nuestro cristianismo
sociológico, de prácticas sacramentales muertas.
Tomás quiere ser coherente. Es una persona que busca, que no se conforma, que rechaza las certezas que
le ofrecen los demás, que quiere verificar personalmente lo sucedido, realizar una experiencia sin aceptar
a ojos cerrados las respuestas tranquilizadoras de los demás. No se conforma con lo descubierto por sus
compañeros. Rechaza la cómoda esperanza que le ofrecen. Fue el último en llegar a la fe en Jesús
resucitado. ¡Pero llegó!
Jesús lo esperaba pacientemente. Sabe de la buena voluntad y del amor que le tiene Tomás. Y de lo
mucho que ha sufrido.
¡Señor mío y Dios mío! La más clara profesión de fe en Jesús sale de los labios de Tomás. Esa fe que
madura cuando el ser humano ha perdido por el camino, una tras otra, todas las ilusiones; cuando ha
llegado a deshacerse de toda desconfianza, presunción y autocomplacencia.
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Si hubiera sido conformista, si se hubiera adherido a los demás para no crear problemas y evitar
molestias, habría sido un seguidor de Jesús –un cristiano- muy mediocre; no habría llegado a esa fe que
expresó con sus palabras.
Tomás, delante de Jesús, encontró la prueba decisiva de que era amado, esperado, comprendido. Se
encontró con un Jesús resplandeciente de dulzura, de paz, de cariño. Tuvo ese encuentro personal que
tanto necesitamos todos. Era ese en verdad el Señor por quien suspiraba desde lo más profundo de su ser.
Ya no necesitaba más pruebas.
Jesús no nos obliga a creer. Pero nos sigue repitiendo a todos: Dichosos los que crean sin haber visto.
Toda la Iglesia y cada uno de nosotros tenemos que llegar, en medio de dudas y dificultades, al grito de
Tomás. Pero los caminos de cada uno para llegar son muy diferentes; cada ser humano tiene sus ritmos,
sus exigencias. Pero todos, ¡todos!, necesitamos llegar personalmente a esa fe que expresó Tomás.
Una búsqueda dolorosa es más auténtica que una posesión que provoca el letargo y la rutina.
La fe no puede ser comprobada humanamente: nace en el corazón iluminado por la gracia de Dios. La fe
nos llama a ir más allá de las realidades palpables; nos llama a entrar en el misterio que insinúa, porque
sólo el que se deja influir por el Espíritu puede ser iluminado.
En la señal de los clavos y en la herida del costado había quemado Tomás todas sus dudas. Esta herida,
que llega al corazón de Jesús, es como la puerta abierta para ahondar en su vida; penetrando por ella
podemos acercarnos a la intimidad de su misterio. Porque esta llaga, y las de las manos y los pies, son el
signo de su vida entregada.
Jesús quiere que palpemos la ternura de sus sentimientos, que nos concienciemos de cómo y hasta dónde
nos ama: hasta la entrega de su cuerpo y de su sangre, para vivir dentro de todos los que ama: ¡Toda la
humanidad! ¡Quién pudiera tener esa entrega-pobreza para poder vivir y hacer lo mismo!
Jesús quiere que sigamos palpando esas llagas y esa herida; que curemos esas llagas que nos hacemos
unos a otros: las llagas de la injusticia, de la violencia, del fanatismo, de la guerra y del terrorismo, de la
tortura... Todas son llagas de Cristo. Si las palpamos, creeremos más en el Señor; si tratamos de aliviarlas,
evitarlas, curarlas, irá naciendo, resucitando en nosotros, el hombre nuevo.
BUEN PROGRAMA PARA LAS COMUNIDADES CRISTIANAS
“Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles,
en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.
Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los
apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo
en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la
necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la
fracción del pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de
todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el Señor iba
agregando al grupo los que se iban salvando.”
(He 2, 42-47)
Las primeras lecturas de los domingos de Pascua –también de todos los días- están tomadas del libro de
los Hechos de los Apóstoles. Distintas en cada uno de los tres ciclos, reflejan la vida de la Iglesia
primitiva. Los primeros capítulos introducen unos breves resúmenes para describirnos –idealizados- la
vida de aquellas primeras comunidades cristianas. Reciben el nombre de ‘sumarios’ y los pasajes de los
tres ciclos, que se leen en este domingo, nos ofrecen los tres principales. Nos presentan una comunidad
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cristiana marcada aún por el judaísmo. Su vida se reparte entre la liturgia del templo y las reuniones en las
casas, que no se limitan a lecturas bíblicas: incluyen la fracción del pan.
Hoy leemos el primero de los tres ‘sumarios’ con los que Lucas describe la vida de la comunidad de
Jerusalén. Narración simbólica, es una verdadera carta programática para la Iglesia de ayer, de hoy y de
siempre, si quiere mantenerse fiel al Espíritu de Jesucristo, que desea comunidades cristianas vivas y
actuales.
Y así, en torno a Cristo resucitado, se reúne una comunidad que aparece: como comunidad de fe –eran
constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en
las oraciones-; como comunidad de bienes, de vida y de acción –vivían todos unidos y lo tenían todo
en común-; como comunidad que celebra los sacramentos –celebraban la fracción del pan en las
casas-; como comunidad misionera –como el Padre me ha enviado, así también os envío yo
(evangelio), eran bien vistos de todo el pueblo-; como comunidad peregrina y escatológica –Dios,
Padre... por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para
una esperanza viva... que os está reservada en el cielo (segunda lectura).
La vida que se nos presenta de los primeros cristianos es entrañable: viven unidos y se quieren. El
mundo, marcado siempre por la división y las tensiones, no podía hacer otra cosa que admirar y alabar
una vida semejante. Por lo que no es extraño que este modo de vivir estimulara a muchos a unirse a ellos.
Lucas nos describe los rasgos de toda comunidad cristiana que se precie. Para ello, ha generalizado
hechos particulares, a riesgo de hacer pensar en un ideal que nunca se ha visto realizado plenamente.
Nuestra sociedad de consumo es como una eucaristía al revés. Si nosotros, cristianos, tuviéramos claro el
significado de la fracción del pan, sería suficiente para juzgar la trágica farsa de la sociedad que vivimos.
LA SALVACIÓN CRECE Y MADURA, CADA DÍA, EN EL SILENCIO
“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran
misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho
nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura,
imperecedera, que os está reservada en el cielo.
La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a
manifestarse en el momento final. Alegraos de ello, aunque de momento tengáis
que sufrir un poco, en pruebas diversas; así la comprobación de vuestra fe –de más
precio que el oro que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego- llegará a ser
alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo nuestro Señor.
No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis
con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe:
vuestra propia salvación.”
(1 Pe 1, 3-9)
La primera carta de san Pedro se dirige a los cristianos de origen judío y pagano. Su finalidad es
confortar y afianzar en la fe a los cristianos que han de enfrentarse a las persecuciones que les vienen de
fuera y a las crisis de fe que les vienen desde dentro. Por sus referencias al bautismo, algunos la
consideran como una catequesis bautismal.
La segunda lectura de hoy es como una introducción a toda la carta; como un denso resumen de vida
cristiana, centrado en la fe como medio de salvación, cuya garantía es la resurrección de Jesucristo (v 3).
Una salvación que llegará a plenitud en el momento final (vv 4-5). Mientras tanto, entran en acción la fe y
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la esperanza: la fe, como posesión de lo que no se ve (v 8) y garantía de lo que se espera, se mantiene viva
por la esperanza (v 3) y el amor (v 8) y lleva a vivir como si hubiéramos alcanzado ya la meta (v 9).
La vivencia de esta realidad es fuente de gozo inefable, aún en medio de las pruebas actuales (v 6),
necesarias para verificar la verdad de la fe (v 7).
Parece que la lectura se inspira en un antiguo himno cristiano que podría haber sido concebido en tres
estrofas, dedicadas sucesivamente a la alabanza del Padre, Autor de la nueva creación (vv 3-5); del Hijo,
objeto de nuestro amor hasta en la prueba (vv 6-9) y del Espíritu Santo, manifestado en los profetas (vv
10-12, que no se leen).
Los seres humanos, incluso después de la Pascua, seguimos sujetos a la ley de la primera creación, pero
tenemos ya dentro de nosotros el germen de la nueva creación. Nacer para una esperanza viva no
significa que esta esperanza se realizará sólo en un día lejano. Con la resurrección de Jesucristo, toda la
creación se ha liberado de la muerte. El destino humano y de la creación no es ya la muerte. Cuando la
obra del Mesías llegue a plenitud se manifestará lo que ahora ya crece y madura en el silencio.
Es un texto de consolación para los cristianos que vivían en medio de las tribulaciones y de las pruebas y
que experimentaban que después de la resurrección de Jesús todo seguía como antes, lo que relativizaba
el valor de ella. Debían recordar que la fe que no ha pasado por las pruebas es incierta.
La carta nos invita a renovar la esperanza, porque todos los momentos de la vida son difíciles.
Tendremos que sufrir un poco, aunque sean persecuciones de muerte, en comparación con lo que nos
espera. Las pruebas sirven de purificación, de robustecimiento de la fe, de razones para la alabanza.
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DOMINGO TERCERO DE PASCUA
POR EL CAMINO DE EMAÚS
EL CAMINO DE LOS QUE ‘ESPERABAN’
“Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la
semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén;
iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían,
Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran
capaces de reconocerlo.
El les dijo:
-¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?
Ellos se detuvieron, preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le
replicó:
-¿Eres tú el único forastero de Jerusalén que no sabes lo que ha pasado
allí estos días?
El les preguntó:
-¿Qué?
Ellos le contestaron:
-Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras
ante Dios y todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros
jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos
que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió
esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado,
pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso
vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles que les habían dicho
que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo
encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.
Entonces Jesús les dijo:
-¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No
era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?
Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se
refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán , de seguir adelante, pero
ellos le apremiaron diciendo:
-Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el
pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos
y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron:
-¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos
explicaba las Escrituras?
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron
reunidos a los once con sus compañeros, que estaban diciendo:
-Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían
reconocido al partir el pan.”
(Lc 24, 13-35)
Jesús había sido detenido y asesinado. Los discípulos se habían dispersado con una angustiosa sensación
de miedo y de fracaso.
El evangelio de hoy nos invita a seguir la pista de dos de ellos. Caminan hacia Emaús apesadumbrados
por lo sucedido. Los sueños y utopías que había encendido en ellos el Maestro, la realización de un
mundo distinto, del reino de Dios, de la paz y la justicia, plenas y para todos, habían desaparecido ante la
muerte cruel de Jesús. Sus esperanzas se habían convertido en frustraciones y amargas desilusiones.
Ahora lo mejor era olvidar, rehacerse, alejarse de Jerusalén.
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Siempre tenemos motivos para estar cansados y decepcionados. Basta con mirar a nuestro alrededor. Ser
realistas parece que lleva a ser pesimistas. Es difícil encontrar signos esperanzadores que nos señalen un
futuro mejor. Más bien al contrario: terrorismos, guerras, muertos de hambre, injusticias, destrucción
ecológica, racismo... y, por si faltara algo, la brutal globalización de la economía.
A veces luchamos; pero pronto nos preguntamos: ¿vale la pena?
El último capítulo del evangelio de Lucas sale a nuestro encuentro para respondernos. Nos presenta cómo
va creciendo la fe en la resurrección de Jesús. Primero el anuncio del ángel, que se aparece a las mujeres
en el sepulcro vacío; después la incredulidad de los apóstoles, incluido Pedro, ante el sepulcro vacío;
sigue la lectura de hoy sobre los dos discípulos que caminan hacia Emaús, la aparición a los apóstoles y la
ascensión.
El relato de Emaús es algo más que la noticia de una aparición de Jesús resucitado. Es también una
clarificadora catequesis bautismal. Los dos caminantes están muy marcados por el fracaso de la cruz.
Nunca habían imaginado una tragedia semejante. Se habían creado un mundo de ilusiones y esperanzas:
Si el Nazareno era el Mesías, todo tenía que cambiar. Seguían anclados en el mesianismo triunfalista y
nacionalista.
El relato nos enseña la verdad de la resurrección, la manera de encontrar a Jesús o las circunstancias en
que se hace presente, y los efectos que produce esa presencia.
¿Cómo olvidar lo que se ha vivido con tanta ilusión y con tanta pasión?
En los caminantes destaca algo muy importante: compartían la admiración y el cariño por Jesús, a pesar
de su humillante derrota.
También compartían la desilusión y la desesperanza. La trágica muerte de Jesús les había traumatizado
hasta lo más hondo. ¿Cómo podía ser que el Mesías terminara de una manera tan atroz, sin defenderse,
siendo el hazmerreír de todo el pueblo?
Tienen también en común la ‘torpeza’ y la ‘ceguera’. Torpeza, porque no sabían leer las Escrituras.
Ceguera, porque no entienden que ‘el Mesías tenía que padecer’, lo mismo que todos los que quieran
cambiar las cosas. ¡Qué difícil nos es entenderlo a nosotros!
Con la conversación, empezaron a añorar al Maestro querido: ¿Te acuerdas...? ¡Si él estuviera presente!
Y en el fondo de sus corazones surgía un fuerte deseo, convertido en inconsciente oración: ven, Señor; tú
no puedes desaparecer de nuestras vidas; ¡te necesitamos tanto!
Nosotros tenemos muchas cosas en común con los dos caminantes. No entendemos los caminos de Dios,
no sabemos leer sus signos en nuestra propia vida, ni captamos el sentido de las Escrituras para nuestro
ahora y aquí; ni descubrimos las múltiples presencias del Señor a nuestro alrededor. En lo que, quizá, no
nos parezcamos tanto a ellos es en el amor que tenían a Jesús, en la añoranza de sus palabras y en el deseo
de su presencia.
¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? Sus añoranzas y recuerdos hicieron
posible la presencia de Jesús, mientras caminaban. No lo conocieron a pesar de llevar con él unos tres
años... Y ellos fueron desgranando todas sus desilusiones.
Jesús les dejaba hablar. Necesitaban abrir sus corazones: Nosotros esperábamos... Su vida presente está
marcada por el más amargo desengaño. Están bien informados, al corriente de los sucesos más recientes,
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en posesión de noticias detalladas, olvidándose del acontecimiento fundamental, que también saben: Es
verdad que algunas mujeres...
Será el forastero, el desinformado, quien se encargará de explicarles el sentido de todo lo sucedido.
EN LA ESCRITURA ESTABA –ESTÁ- LA CLAVE DE TODO
Los caminantes de Emaús conocían las Escrituras, pero no profundizaban en ellas. El forastero tendrá
que explicárselas. Estos hombres habían convivido con Jesús largo tiempo, pero no se habían enterado de
nada, ni sobre el mesianismo ni sobre el reino de Dios, ni sobre la necesidad de padecer ni sobre los
anuncios de resurrección. Por eso, ahora son incapaces de reconocerle.
Nosotros ‘sabemos’ lo de entonces; pero ignoramos cómo está sucediendo esto mismo ahora.
Hablaron y contaron... Pero cuando el desconocido empezó a hablar, ellos callaron y no perdían palabra.
Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la
Escritura. Lo que escuchaban era una catequesis sobre el misterio de la cruz. Y aquellas palabras les
calaban, les animaban, les enardecían. Eran palabras dirigidas al corazón. No sabían cómo, pero se
sentían distintos.
No decía nada que transformara de golpe la realidad. No daba ninguna solución
definitiva para sus males y problemas. Simplemente, una invitación a leer y a comprender los
acontecimientos. Y sus corazones ardían: sus mentes se iban llenando de luz y sus corazones de amor. El
camino se les hizo muy corto.
Las cosas desagradables siguen siendo tan desagradables como antes. Pero Jesús nos enseña a verlas y a
interpretarlas de una forma distinta a la que estamos acostumbrados.
Nos urge aprender lo que ya sabemos; profundizar, interpretar, interiorizar. Todos tenemos dentro de
nosotros, sedimentado, mucho saber. Pero está ahí como algo informe, inerte, como letra muerta.
Por eso, necesitamos que alguien nos salga al encuentro y que, con su palabra y con su vida, haga saltar
esa ‘chispa’ que nos encienda por dentro el camino de creyentes en Jesucristo.
EL ENCUENTRO CAMBIÓ SUS VIDAS
Los dos discípulos habían aceptado gustosos la compañía del desconocido; le habían abierto las puertas
de sus mentes y de sus corazones. Y ahora le ofrecen su casa: Quédate con nosotros porque atardece y
el día va de caída. No sabían quién era, pero le ofrecen hospedaje.
El forastero acepta la invitación. Se sienta a la mesa con ellos y parte el pan... Aquí ya se lo puso fácil.
¿Qué más signos podían pedir?: Se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ya
estaban preparados para continuar el trabajo por el reino de Dios que había iniciado Jesús.
¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?
Tenían necesidad de este Maestro: capaz de alimentar un deseo, de despertar una nostalgia, de animar a
intentar la ‘aventura’, de reavivar la esperanza, de encender el corazón, de ayudar a ver los
acontecimientos con los ojos de Dios.
Todos necesitamos testigos capaces de explicarnos, de hacernos comprender con sus palabras y con sus
vidas; testigos que iluminen nuestra mente y enciendan nuestro corazón. Estamos preocupados –en el
mejor de los casos- por clarificar nuestras mentes, pero nos falta el coraje de arriesgar el corazón. La
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señal para saber si nos alcanza la Palabra sigue siendo la experiencia manifestada por los caminantes a
Emaús: el corazón que ‘arde’ en el pecho.
Cumplida su misión, Jesús desaparece. Seguirá su camino, siempre más allá, y nos esperará... más
adelante... Podremos encontrarlo de nuevo y hacer con él otro trecho de camino, y luego otro; cada vez
más lejos y más alto.
El encuentro con Jesús cambió totalmente sus vidas. Ni un momento más en Emaús. El gozo les resulta
incontenible. Hay que decir a todos los que dudan que Cristo vive; a todos los que sufren, que Jesús ha
resucitado; a todos los que buscan, que el Señor se deja encontrar. Vuelven gozosos a la comunidad de
Jerusalén para informarles de lo que les había pasado por el camino. Y es que, quien se ha dejado
encontrar por el Señor, se siente lleno de una alegría que necesita ser comunicada.
Si no experimentamos que ‘arde nuestro corazón’, si no reconocemos al Señor ‘en la fracción del pan’, si
no sentimos la necesidad de ‘comunicar nuestra alegría’, es que todavía vamos camino de Emaús, que no
nos hemos encontrado con el Señor.
Hoy Jesús sigue hablándonos; sigue enseñándonos el misterio del Mesías que ha de padecer y que no
acabamos de entender y de aceptar. También sigue diciéndonos que todo terminará bien, que todo acabará
en una Pascua sin fin.
Nuestra tarea es seguir comunicando la verdad de la resurrección a todos los que nos rodean, a través de
una vida consecuente.
PEDRO, TESTIGO PRIVILEGIADO DE LA PASCUA
“El día de Pentecostés, se presentó Pedro con los once, levantó la voz y dirigió
la palabra:
-Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios
acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que
conocéis. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y
vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó
rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo
su dominio, pues David dice:
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón,
exulta mi lengua
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me entregarás a la muerte
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me has enseñado el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia.
Hermanos: permitidme hablaros con franqueza: El patriarca David murió y lo
enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía
que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente
suyo, cuando dijo que ‘no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la
corrupción’, hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios
resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos.
Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo
que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo.”
(He 2, 14. 22-33)
El libro de los Hechos contiene más de 25 discursos. Ocho de ellos son discursos misioneros
pronunciados por los apóstoles ante los judíos. Seis van dirigidos a ellos, miembros del pueblo elegido
(He 2, 14-35; 3, 12-26; 4, 8-12; 5, 29-32; 10, 34-43; 13, 16-41), y dos a los paganos (He 14, 15-17; 17,
133
22-31). Forman entre todos casi la quinta parte del libro y están distribuidos de forma bastante calculada.
Sirven siempre para interpretar o anunciar un acontecimiento en un momento importante.
Las primeras lecturas de todos los domingos y de los cincuenta días de pascua están sacadas de este libro
de los Hechos. Dichas lecturas, de los tres ciclos de este tercer domingo de Pascua, están tomadas de los
tres primeros discursos misioneros, de los seis pronunciados por los apóstoles a los judíos. Todos ellos
recurren a los mismos argumentos y se inspiran en citas de la Escritura. Y todos contienen una
introducción para recordar el porqué del discurso, un relato, generalmente idéntico, de la muerte y
resurrección de Jesucristo, apoyado en el antiguo Testamento; una proclamación de la soberanía de Jesús
sobre el mundo y un llamamiento a la conversión.
Destaca en todos ellos la figura de Pedro, como testigo privilegiado de la Pascua, sobre todo en este ciclo
A, en el que, además, se lee, como segunda lectura, la primera carta que lleva su nombre. Es él el
principal predicador de la misma.
Al igual que durante la vida de Jesús había sido él el portavoz de la fe de los demás, a pesar de sus
deficiencias, también ahora, robustecido por la gran experiencia de la Pascua, se muestra el más valiente
en la confesión de su fe en Jesucristo, a pesar de todas las dificultades. El discurso de Pentecostés es un
magnífico ejemplo de anuncio de Cristo al pueblo. En la primera lectura leemos parte de ese discurso:
faltan la introducción (vv 15-21), la proclamación de la soberanía de Cristo y el llamamiento a la
conversión (vv 33-41).
Los discursos atribuidos a Pedro no son intervenciones reales del apóstol. Lucas, que no los ha inventado,
se ha servido de fórmulas de fe o de textos litúrgicos de las comunidades cristianas primitivas.
Cuando se recibe el Espíritu de Jesús no se puede dejar de dar testimonio. Jesús Nazareno era lo que
Pedro sabía mejor. Este primer discurso a los judíos lo divide en tres partes: vida pública de Jesús, llena
de signos liberadores; la muerte en la cruz y la resurrección. Y, como habla a judíos, les quiere probar
que Jesús cumple todas las promesas y todas las profecías, que el sentido pleno de todas las Escrituras se
encuentra en el Nazareno.
Nos encontramos, por tanto, con un resumen de la vida pública de Jesús de Nazaret (v 22), después con
el relato de las circunstancias de su muerte y la responsabilidad de los habitantes de Jerusalén (v 23) y,
finalmente, con la proclamación de la resurrección (v 24). Los siguientes (vv 25-32) enumeran los
argumentos bíblicos que consideraban con mayor fuerza probatoria.
Hace mención a los milagros, signos y prodigios que realizó Jesús, a los que daban especial importancia
las comunidades primitivas. A los discípulos les fue muy difícil comprender el mesianismo de Jesús. Sólo
lo consiguieron después de su resurrección. Los signos y milagros eran ayudas para aceptar a un Mesías
que muere crucificado.
Pedro presenta la muerte de Jesús como un homicidio, cometido por ignorancia. Mitiga el escándalo de la
cruz con una cita bíblica: Dios lo había revelado y Jesús lo sabía. Parece que los cristianos tenían ya unos
textos bíblicos para probar sus afirmaciones sobre Jesús. Para su pasión, eran los textos del ‘Siervo de
Yahvé’ y para la resurrección un salmo (16, 10). Lo que indica que los primeros cristianos leían el
antiguo Testamento para encontrar en él el anuncio de la muerte y de la resurrección de Jesús.
El salmo 16, primer texto citado en la lectura, es probablemente uno de los más importantes sobre el que
se apoyaban los apóstoles para justificar la resurrección.
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SI LLAMAMOS A DIOS PADRE, VIVAMOS COMO HIJOS
“Queridos hermanos:
Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin parcialidad,
tomad en serio vuestro proceder en esta vida.
Ya sabéis con que os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros
padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de
Cristo, el cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y
manifestado al final de los tiempos por nuestro bien.
Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó y le dio gloria, y así habéis
puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.”
(1 Pe 1, 17-21)
Hacia el final de la época apostólica, en que se escribe la primera carta de Pedro, muchos cristianos viven
en la diáspora. Deben adaptarse, como minoría insignificante, a un ambiente completamente pagano. Su
situación se agravaba a causa de las persecuciones a que estaban sometidos.
La carta constituye un denso resumen del nuevo Testamento sobre la fe cristiana y la conducta a que esta
fe lleva. Cautiva y sorprende el tono de seguridad, de entusiasmo, de alegría que surge de sus páginas, a
pesar de exponer con toda claridad las dificultades de ser cristianos y los peligros que rodean al creyente.
Les dice cómo vivir en cristiano estas circunstancias de diáspora y persecución. Los dos primeros
capítulos de la carta, de los que la segunda lectura de hoy es la parte central, tratan uno de los temas
teológicos fundamentales: la salvación desde la perspectiva del nuevo modo de vivir que marca el
bautismo. La salvación deseada ha aparecido con Cristo, que marca una nueva forma de vida: la santidad.
Describe la vida del cristiano como peregrinación. El cristiano está en camino, es extranjero que habita
en un país que no es el suyo.
Algunos piensan que la carta tiene cierto parecido con la narración pastoral de la vigilia pascual y del
bautismo. Los primeros versículos (1 Pe 1, 3-17) reproducen la oración inicial de la liturgia, inspirada en
un antiguo himno bautismal. Los versículos de la lectura de hoy son como el centro de una homilía que
reflexiona sobre el libro del Éxodo, 12 (vv 13-21), y que va seguido de una exhortación a los recién
bautizados (vv 22-23, que no se leen).
Los hebreos se vieron libres de la esclavitud de Egipto por la sangre de un cordero ‘corruptible’; los
cristianos somos salvados por la sangre de Cristo (v 19), el Cordero pascual libre de mancha. Un cordero
elegido, previsto antes de la creación del mundo para la liberación del pueblo (v 19-20).
Nos presenta la muerte de Cristo y la liberación que logró para la humanidad como un misterio del amor
de Dios para con todos nosotros: recibir el bautismo es ser admitidos a ese misterio y poner en Cristo
vuestra fe y vuestra esperanza (v 21).
Se trata de dar un giro completo a la existencia, haciendo de ella un servicio de amor a los hermanos, que
sólo Dios nos puede inspirar (vv 21-22).
La sangre de Cristo nos ha liberado de ese proceder inútil recibido de los padres, y nos ha
introducido en una vida nueva. Pedro nos llama a la santidad y a la vigilancia. Aporta varias razones:
somos hijos de Dios, que nos pide frutos de buenas obras; fuimos rescatados con la sangre de Cristo; por
la resurrección de Jesús, ya sólo vivimos en Dios y para Dios.
Tenemos que saber corresponder a la entrega de Cristo, al que Dios resucitó y nos resucitó a una vida
nueva, libre de pecado. Vida que se comunica a todos los que ponen en Dios su fe y su esperanza.
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CUARTO DOMINGO DE PASCUA
“PARA QUE TENGAN VIDA ABUNDANTE”
JESÚS, PASTOR, PUERTA Y PASTO
“Dijo Jesús a los fariseos:
-Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino
que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es
pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va
llamando por su nombre a las ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las
suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un
extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los
extraños.
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les
hablaba. Por eso añadió Jesús:
-Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes
de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon
Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y
encontrará pastos.
El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para
que tengan vida y la tengan abundante.”
(Jn 10, 1-10)
La figura del pastor fue muy querida en nuestro pasado. En el antiguo Oriente se daba el título de ‘Pastor
del pueblo’ a los sacerdotes, a los jueces y a los reyes. Pastor era el rey David.
La representación más antigua de Jesús, ya en las catacumbas, era como ‘Buen Pastor’ con una oveja
sobre sus hombros.
El domingo cuarto de Pascua, en los tres ciclos, está dedicado a Cristo como el ‘Buen Pastor’. El capítulo
10 de san Juan se divide, para ello, en tres pasajes, de los que este año leemos el primero, menos conocido
que los otros dos, que se refieren más directamente a Jesús como Buen Pastor.
El texto de hoy es continuación del enfrentamiento que tuvo Jesús con los fariseos a raíz de la curación
de un ciego de nacimiento (Jn 9). Sus duras palabras hacen referencia a esos mismos dirigentes de Israel,
a causa de la abusiva autoridad que ejercían sobre el pueblo. Sirven de base para este ataque los escritos
de los profetas, principalmente Ezequiel (34, 1-16).
Jesús afirma con claridad que la autoridad de los fariseos no es legítima, al ser unos dirigentes
despiadados que aplastan al pueblo, al que tienen paralizado (Jn 5, 1-18) y ciego (Jn 9), en lugar de
liberarlo, como era su obligación de pastores.
Con la figura del ladrón pone al descubierto el modo de actuar de los dirigentes religiosos de Israel. El
ladrón no sólo roba, despoja a los demás de lo que es suyo: es, también, asesino, porque mata a las ovejas.
Los dirigentes han convertido el templo en un negocio (Jn 2, 16 y paralelos), mientras el pueblo vive en la
miseria y está al borde de la muerte (Jn 5, 3). Las verdaderas víctimas sacrificadas en el templo no eran
los animales, sino los pobres que andaban errantes ‘como ovejas sin pastor’ (Mc 6, 34).
Los fariseos no entendieron de qué les hablaba. ¿Cómo iban a ser ellos ‘ladrones y bandidos’ con lo
seguros que estaban de ser los legítimos jefes del pueblo?
Sólo son verdaderos pastores las personas justas y entregadas, valientes y desinteresadas. Y todos
estamos llamados a serlo.
136
Para hablar de Dios, y de su Hijo, nos valemos de símbolos e imágenes. ‘Pastor’, ‘Puerta’ y ‘Pasto’, son
los tres símbolos de hoy para decirnos quién es Jesús para el creyente y cuál debe ser nuestra relación de
cristianos con él.
¡Qué cosas más entrañables dicen los profetas sobre Dios-Pastor!: que reúne el rebaño cuando éste se
dispersa el día del nublado y la tormenta; que lo cuida con celo, con ternura, desinteresadamente; que lo
defiende del ataque de los lobos y de todos los peligros; que lo ama entrañablemente.
Jesús es ‘el Buen Pastor’ porque posee en grado máximo todas las cualidades que necesita un pastor para
serlo de verdad: autoridad para unir y guiar al rebaño con el propio ejemplo de su vida; fortaleza para
defenderlo de los peligros internos y externos... si se deja. Humildad para ponerse al servicio de la
comunidad, sin condiciones y sin el más mínimo deseo de dominarla; generosidad para entregarse a ella
sin contrapartidas; amor hasta dar la vida por ella.
La imagen del pastor nos habla de una relación personal: va llamando por el nombre a sus ovejas.
Cristo resucitado nos sigue llamando hoy por nuestro propio nombre, por el camino de nuestra vida, a
través de nuestra historia personal, con nuestros valores y nuestras debilidades.
Jesús es la Puerta. Una puerta siempre abierta, por la que se entra y, también, por la que se sale. Jesús no
quiere comunidades cristianas ‘invernaderos’, sino comunidades abiertas, libres, comunicativas,
comprometidas con la sociedad en la que le toca vivir.
Frecuentemente entendemos la vida cristiana como el seguimiento de unas normas y preceptos que hay
que cumplir; muchas veces a regañadientes. Y olvidamos lo fundamental, que empalma con el pasaje de
Emaús: la experiencia personal, viva y en la fe, de Jesús resucitado; motor y vida de todo proyecto ético
cristiano.
Jesús es, también, el Pasto, la respuesta auténtica y plena a todas nuestras búsquedas; siempre en la
libertad: Podrá entrar y salir, y encontrará pastos, a través de su Palabra y de su Eucaristía.
Camina delante de ellas. Apuntarse al estilo de vida de quien camina delante de nosotros sigue
proporcionando a muchos un saber por qué vivir, una esperanza y un sentido de la vida que tanto
necesitamos hoy.
El que ha reconocido vitalmente a Jesús como Pastor –Señor y Mesías (primera lectura)-, que nos llama
por nuestro nombre y con el que es posible una relación personal; el que vive el cristianismo como una
puerta abierta a los problemas del mundo; el que va encontrando en él las respuestas a sus mejores
ilusiones y ‘sueños’ –pasto-, ése experimenta la verdad de las palabras de Jesús, al final del evangelio de
hoy: Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante. Una vida que tanto falta en nuestro mundo
‘progresista’ de hoy, y que, encima, se cree en libertad, en verdad, en paz, en justicia y en democracia.
Jesús nos ha traído la esperanza de una vida plena y para siempre. Esa vida que, cuando reflexionamos,
descubrimos grabada en lo más profundo de nuestros corazones y que la superficialidad cotidiana nos
impide ver y valorar.
EL DIOS DE LA VIDA PLENA Y ETERNA
Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante. Jesús opone su forma de entender y de
vivir la vida a la de los dirigentes. Su misión es comunicar vida plena a los hombres (Jn 6, 40), sin poner
más condiciones que el deseo de ella.
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Jesús nos ha traído una esperanza de vida en plenitud, de vida para siempre. Cuando tantas cosas a
nuestro alrededor nos hablan de muerte, Jesús nos ofrece la vida (Jn 11, 25), inseparable de la libertad, del
amor y de la justicia. Es una lástima reducirlo todo a comer, dormir, trabajar y divertirse superficialmente;
es una lástima no aspirar más que a ‘tener’.
El modo de vida que llevamos normalmente los humanos esconde dentro de sí la muerte: egoísmo,
incomunicación, placer... Jesús quiere que orientemos nuestra vida en otra dirección; que reflexionemos y
nos demos cuenta de que merece la pena vivir en el amor y luchando por una vida más humana; que es
necesario morir a todo lo que nos destruye como seres solidarios para que nazca lo nuevo: la vida que él
vino a comunicarnos.
Jesús se fijaba en todo, se maravillaba de todo, se alegraba y daba gracias por todo lo que deja
indiferentes a nuestros rutinarios corazones; se enternecía ante todas las miserias, adivinaba todos los
apuros... Su amor hacía brotar en las personas inquietas caminos de fe y de esperanza. Ante él, los oyentes
medían mejor el vacío, el egoísmo, la ceguera de sus propios corazones. En presencia de Jesús
comprendemos que es precisamente su amor lo que nos falta.
Jesús amaba la Naturaleza, vivía inmerso en ella. ¿No había sido creada a su imagen de Hijo? (Jn 1, 3).
Toda su vida está salpicada de actuaciones al aire libre y de largos recorridos por Palestina. Habla de ella
como alguien que la ha observado con cariño, que conoce las señales del tiempo en el cielo, las
reflexiones de los hombres del campo, la hermosura de las flores más vulgares, las costumbres de los
pájaros del cielo... Es en medio de ella donde le gusta refugiarse y descansar después de una dura jornada
enseñando y curando al pueblo marginado por los dirigentes. Es en ella donde con frecuencia se quedaba
solo y rezaba al Padre durante horas y horas. Le gustaba sentarse a la orilla del lago, contemplar todo lo
que le rodeaba... ¿En qué pensaba Jesús cuando dejaba correr su mirada sobre el agua? ¡Qué buena es el
agua!; pero esa no es todavía el agua verdadera. Soy yo el que da el agua de verdad, el agua que calma la
sed para siempre, el agua que se convierte dentro del que la bebe, en un manantial que mana
constantemente (Jn 4, 7-15). Veía los árboles, las viñas y nos decía: soy yo la vid verdadera y mi Padre el
verdadero viñador. Vosotros sois las ramas, los sarmientos... (Jn 15, 1-2). Tocaba el pan... El pan es
bueno. Pedidle al Padre el pan de cada día (Mt 6, 11)... Pero ese no es aún el verdadero. Soy yo el Pan de
vida, bajado del cielo (Jn 6, 32-35. 48-51). Andaba los senderos, los caminos... Yo soy el camino único
hacia el Padre (Jn 14, 6). Observaba a los padres y a las madres y los veía inmaduros, sin un verdadero
conocimiento y amor hacia los hijos: no los amáis ni los conocéis en plenitud como el Padre del cielo.
Veía a los hijos tan egoístas e imperfectos... Él es el Hijo verdadero... En todas las cosas Jesús descubría,
como por transparencia, las realidades divinas, a cuya imagen y semejanza habían sido creadas.
¡En qué cosas tan sencillas podemos reconocer a Jesús! Todos los que aman, los que buscan
apasionadamente la justicia y la libertad... pueden decir que viven algo que vivió Jesús.
La vida abundante que nos trae es una amistad que lleva a contarlo todo (Jn 15, 15); una aspiración a
conocerlo como él nos conoce, como él conoce a su Padre y el Padre a él y a nosotros (Jn 17, 3), para
formar una verdadera comunidad (Jn 17, 21). Una vida que conduce a la plenitud y eternidad, porque
nada que tenga límites o fin puede saciar el corazón humano, porque sólo lo eterno y pleno puede ser
verdadero. Jesús, con su resurrección, nos abrió a esa plenitud y eternidad. Si la muerte fuera el final de
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todo, ¿para qué vivir?, ¿cómo explicarnos el desear una plenitud y eternidad inalcanzables? ¿Para qué las
alas del pájaro, si no puede volar?...
Es necesario, para vivir la vida de Jesús, superar los muros de separación levantados incluso entre los
más amigos y cercanos; romper todos los silencios que impidan la comunión... ¡Qué fácil de entender y
qué difícil de vivir!
Es necesario amar incondicionalmente a alguien, y sentirse amado por él de la misma forma, para querer
ser transparente a sus ojos, para atreverse a decírselo todo, para querer vivir en plenitud y para siempre.
Es así como tenemos que llegar a abandonarnos a Jesús. Crecemos como personas en la medida en que
nos sentimos amados y amamos, porque ese amor dado y recibido nos impulsa a comunicarlo a todos los
que nos rodean. ¿Hemos descubierto el amor que nos tiene el Padre, manifestado en la vida del Hijo?
Responder a ese amor es alcanzar la vida abundante que nos ofrece Jesús. Una vida que iremos
experimentando como la auténtica según vayamos siguiendo su camino. Porque, ¿cómo aceptar que el
camino que marcan las Bienaventuranzas, por ejemplo, es realmente dichoso, sin experimentarlo antes?
¿No parecen cosas de locos a simple vista? Sin embargo, cuando se experimentan personalmente se
descubre en ellas el verdadero sentido de la vida, al conectar con las aspiraciones más profundas del
corazón humano. Es la pobreza, la lucha por la paz y la justicia... lo que va haciendo útil y feliz al hombre
en este mundo, lo que lo va construyendo y eternizando.
LA FE EN JESÚS IMPLICA UN CAMBIO DE VIDA
“El día de Pentecostés se presentó Pedro con los once, levantó la voz y dirigió
la palabra:
-Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis,
Dios lo ha constituido Señor y Mesías.
Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los
demás apóstoles:
-¿Qué tenemos que hacer, hermanos?
Pedro les contestó:
-Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os
perdonen los pecados, y recibiréis el Espíritu Santo. Porque la promesa vale para
vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor Dios
nuestro, aunque estén lejos.
Con éstas y otras muchas razones los urgía y los exhortaba diciendo:
-Escapad de esta generación perversa.
Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron
unos tres mil.”
(He 2, 14. 36-41)
En la primera lectura –continuación del pasado domingo-, leemos el final del discurso pronunciado por
Pedro el día de Pentecostés. Es la primera declaración pública de la fe de Pedro con los once. ¡Hacía
falta valentía para hacerla en aquellas circunstancias!
Nos presenta la idea fundamental del primer discurso de Pedro: Todo Israel esté cierto de que al mismo
Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías; dos títulos muy
importantes en la proclamación de la fe de la Iglesia primitiva. Desde estos dos títulos, Pedro invita a los
judíos a reconocer su pecado, a abrir sus corazones al arrepentimiento y a aceptar las consecuencias de la
fe en el Crucificado-Resucitado.
Las palabras de Pedro suponen un contexto judío. Por ello, no sólo les pide un cambio de vida, como
hará con los paganos que abracen la fe, sino una toma de conciencia de su culpabilidad en la crucifixión
139
de Jesús. En ellos, la conversión consistirá en arrepentirse de una falta grave cometida contra Dios, en el
que ya creen; es decir, en la toma de conciencia de la responsabilidad que han contraído ante Dios al
crucificar a su Mesías.
Los apóstoles presentarán otra idea de ‘conversión’ cuando se refieran al mundo pagano: la fe en Jesús
que implica un cambio de vida.
Las palabras de Pedro impactaron de lleno en el auditorio; fueron como puñales que les traspasaron el
corazón. Y muchos se sienten dispuestos a seguir la voluntad de Dios manifestada en estas personas
sencillas. Y aquel día se les agregaron unos tres mil.
¿Qué tenemos que hacer, hermanos? Muestran una docilidad encantadora.
Pedro les responde con la doctrina y la práctica de la Iglesia: Convertíos y bautizaos todos en nombre
de Jesucristo. Lo importante es que acepten a Jesús.
El bautismo en el nombre de Jesús significa aceptarlo como Señor de sus vidas, entrar en relación íntima
con él, pertenecerle.
Se mencionan tres efectos del bautismo: el perdón de los pecados, el don del Espíritu Santo y escapar de
esta generación perversa. El centro es el don del Espíritu.
Los primeros culpables de la muerte de Jesús han sido los judíos; pero, ¿no colaboramos todos
nosotros en su ‘asesinato’? Ante el anuncio de Pedro, el pueblo judío ha preguntado ‘qué debe hacer’.
También nosotros debemos hacernos siempre esta pregunta. La respuesta es clara: dejar nuestros
esquemas, nuestros ídolos; y convertirnos a una vida según Cristo.
NECESITAMOS AHONDAR EN LAS CAUSAS ‘POLÍTICAS’ DE LA MUERTE DE JESÚS
“Si obrando el bien soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante
Dios, pues para eso habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció su pasión
por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas.
Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando lo
insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario,
se ponía en manos del que juzga rectamente. Cargado con nuestros pecados subió
al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas os han
curado. Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y
guardián de vuestras vidas.”
( 1Pe 2, 20-25)
Nunca fueron fáciles las cosas para los verdaderos cristianos. En todos los escritos apostólicos aparecen
desde el principio signos de incomprensión, de rechazo y de persecución, consecuencia de sus vidas
comprometidas con el reino de Dios.
Pedro sigue enseñándonos. El discípulo tiene que parecerse a su Maestro, debe seguir sus huellas. Y nos
llama a una conducta cristiana; a llevar una vida honesta entre los paganos, para darles testimonio (1 Pe 2,
11-12). Después expone a cada grupo social cristiano, la manera concreta de dar ese testimonio. Lo hace
en cuatro apartados: El cristiano ante el estado (vv 13-17), los esclavos ante sus amos (vv 18-25, segunda
lectura de hoy), los esposos en su vida conyugal (3, 1-7) y la comunidad en medio del mundo en que vive
(3, 8-12). Hoy, el autor trata de la actitud de los esclavos liberados por el Señor y que siguen siendo
víctimas de amos exigentes y duros.
Se encuentra en el texto el esquema tradicional de los discursos apostólicos: una introducción que enlaza
el discurso con el contexto –aquí el problema de los esclavos-, una proclamación de la muerte y
resurrección de Jesucristo, una cita de la Escritura -aquí referida al siervo-, una afirmación de Jesús como
140
Señor actuando permanentemente en la Iglesia –aquí como pastor- y una invitación a la conversión –aquí
a la imitación de Jesús-.
El autor utiliza un himno cristológico a la pasión para motivar y profundizar su enseñanza. Himno del
‘siervo paciente’ (Is 52, 13-53, 12), que presenta a Cristo sufriente e inocente, consiguiendo el perdón de
nuestros pecados que ha cargado sobre sí.
Escribe a los esclavos cristianos, castigados por sus amos o compañeros paganos por el hecho de ser o
vivir como tales. Les pide que acepten sin rebelarse las actuaciones injustas contra ellos, lo que parece
contrario a las legítimas aspiraciones de la justicia. Por esta razón, el autor apela a la figura de Cristo que
cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas... se ponía en manos
del que juzga justamente. Cristo nos ha dejado ejemplo en su pasión y Pedro nos invita a seguir sus
huellas: los esclavos deben hacer como el Señor, que no temió ser escarnecido e insultado por su fidelidad
al Padre.
Los argumentos del autor son reveladores: Los esclavos se encontraban en una situación propicia para
vengarse de sus amos. La actitud del cristiano no puede ser distinta a la de Jesús.
¿Cómo leer hoy este pasaje en los ambientes en que se vive una situación intolerable? ¿Hay que pedir la
sumisión a las clases y razas aplastadas por otras? ¿Deben dejarse aniquilar?
Para la respuesta debemos ahondar en la actitud de Jesús, que predicó el reino de Dios: reino de la
justicia, de la libertad, del amor... Y murió a manos de los que se sintieron perjudicados por sus
enseñanzas. Si ahondamos en la actitud de Jesús, la respuesta la iremos encontrando: Él no cometió
pecado ni encontraron engaño en su boca, lo que le llevó a querer cambiar la sociedad. El autor del
texto busca que el oprimido imite a Jesús, que no hizo jamás daño físico a nadie, pero sí ‘derribó de sus
tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes’ (Lc 1, 52), que para los primeros supuso el mayor de los
agravios. Apliquemos esto a nuestro mundo dividido en naciones ricas y pobres... ¡Qué pronto sale la
acusación ‘política’ cuando interesa a los que manejan el poder y el dinero! Jesús fue acusado de
‘soliviantar al pueblo’ (Lc 23, 5).
De aquí que, ante la evidencia de la necesidad de transformar el mundo radicalmente injusto que
padecemos, hemos de reconocer en ciertos revolucionarios modernos un despojo de sí mismos y una
abnegación de ‘siervos’ que pueden ayudarnos a reproducir algunos rasgos de la vida de Cristo. ‘Siervos’
difíciles de encontrar en nuestras sociedades del despilfarro.
DOMINGO DEL ‘BUEN PASTOR’
Hoy es el día de los buenos pastores. Todos estamos llamados a serlo. El campo pastoral es inmenso y
los pastores pocos. Todos tenemos alguna responsabilidad sobre los demás. Todos tenemos algo que
enseñar, alguien a quien ‘cuidar’. Todos estamos obligados a dar respuesta a las necesidades del otro,
aunque sólo sea una respuesta de escucha, de comprensión y de amor.
Pero hay pastores especialmente dedicados a la tarea de evangelizar y de servir a las comunidades, de
orar por ellas; pastores que quieren hacer de sus vidas una vocación en la línea del Buen Pastor.
Estos pastores son menos, y se necesitan más. Son todas las personas consagradas especialmente a
Cristo, al cuidado de los demás.
141
Son vocaciones de especial entrega y consagración, que tratan de vivir al máximo las exigencias de su fe
y de su bautismo, que prestan a Jesús todas sus capacidades y cualidades; todo su tiempo. Vocaciones
dedicadas, de por vida, al reino de Dios, que hizo presente Jesús entre nosotros, y que es lo mismo que
decir al progreso integral de la humanidad.
Estos pastores son testigos de esperanza en un mundo desencantado, del perdón de Dios en un mundo de
violencias, de solidaridad en una sociedad egoísta. Son –deben ser- los signos vivos del evangelio del
Señor. Esa es su meta.
No hay pastor auténtico que no pase por la Puerta que es Cristo: por sus cualidades, actitudes... y, sobre
todo, por su amor.
Seremos buenos pastores si aprendemos de Jesucristo, si nos dejamos llevar por su Espíritu.
142
QUINTO DOMINGO DE PASCUA
JESÚS, CAMINO HACIA EL PADRE
¿’ESTO’ ERA TODO?
“Dijo Jesús a sus discípulos:
-No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi
Padre hay muchas estancias, si no, os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio.
Cuando vaya y os prepare sitio volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy
yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.
Tomás le dice:
-Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?
Jesús les dice:
-Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me
conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora yo lo conocéis y lo habéis
visto.
Felipe le dice:
-Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
Jesús le replica:
-Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha
visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que
yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta
propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo
estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que
cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores. Porque yo me
voy al Padre.”
(Jn 14, 1-12)
El evangelio está tomado del discurso de despedida de Jesús, de la Última Cena según san Juan (13-17)
Un discurso de despedida lleno de ternura y de gestos profundamente significativos. Cada palabra y cada
acción requieren una profunda meditación.
Los discípulos están tensos. Jesús les anuncia su partida inminente del mundo y de su vuelta al Padre;
expresiones que no entran en la comprensión de sus discípulos. ¿’Esto’ era todo? ¿Qué nos espera ahora?
Es consolador escuchar las palabras de Jesús: No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en
mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias. Les –nos- invita a la paz interior. Cristo es la paz.
Donde está él, no puede haber angustia. Nos dice que no suframos por su partida, porque se va al Padre y
seguirá cercano a nosotros, hasta que un día volvamos a encontrarnos en la casa del Padre, que es nuestra
casa común. Mientras tanto, igual que hasta ahora ha estado a su lado, estará ‘dentro’ de ellos y de los
que sigan sus pasos.
Les hace y nos hace la promesa más consoladora: volveré y os llevaré conmigo. No quiere ni puede
desentenderse de sus amigos, de sus ‘hijitos’. Su amistad tiene que ser para siempre, eterna.
Sólo esa fe esperanzada en Jesús les hará experimentar que han acertado cuando han optado por él.
La casa es el reino de Dios, en la que, a diferencia de las muchas ‘casas’ que construimos los humanos
con nuestras intolerancias y suficiencias –nacionalismos, racismos, clasismos...-, hay muchas estancias
para alojar todos los pluralismos religiosos y de todo tipo que hayan ayudado a construir el mundo que
Dios quiso desde antes de la creación del mundo. La fraternidad universal, proclamada por Jesús sobre
todo en la oración del Padrenuestro, será un día plena realidad.
143
Jesús nos dice hoy a cada uno de nosotros estas mismas palabras. El Padre no nos abandona. El Hijo
viene a nosotros. Ya nunca estaremos solos. Jesús está en nuestra ‘barca’ y puede calmar todas las
‘tempestades’. Confiemos, porque todo terminará bien. Jesús tiene la última palabra.
JESÚS CAMINO: VIDA PLENA Y VERDAD TOTAL
Junto a la imagen de la casa, el camino que conduce a ella. Yo soy el camino y la verdad y la vida.
Nadie va al Padre sino por mí.
Vivimos bastante desorientados. No sabemos el camino. Vamos muy deprisa por caminos que no llevan
a ninguna parte. No nos valen los caminos de la violencia, del consumo, del placer... Después de transitar
por ellos -¡y de qué forma!-, venimos a parar siempre a la insatisfacción. Y vuelta a empezar.
El camino tampoco está en la economía, ni en las armas, ni en la ciencia, ni en la diversión, ni en la
cultura, ni en la política...
Nos ofrecen caminos los pensadores, los teólogos, los profetas, los filósofos, las religiones... Algunos
muy lúcidos y bien orientados.
Multitud de caminos. Y Jesús afirma que él no es un camino más, sino el camino. Se nos ofrecen
demasiadas mentiras como solución a nuestros problemas. Y Jesús se nos presenta como la verdad para
nosotros. Se nos ofrecen muy variadas formas de vida, que nos llenarán de felicidad. Y Jesús se nos
presenta como la vida. La historia de la humanidad, a través de los siglos, le está dando la razón.
El camino no es una doctrina o un comportamiento ético: es la misma persona de Jesús. En él están todas
las orientaciones y exigencias que necesitamos los seres humanos para llegar a la meta: el Padre
Jesús camino; es decir: no-violencia, perdonar siempre, compartir, servir, amar... presente en los pobres,
en los niños, en los ancianos, en todo el que sufre... en toda la humanidad. El camino está en el prójimo y
dentro de cada uno de nosotros. Acercándonos a los otros, sirviendo y amando a los otros con el amor de
Jesús, caminamos derechos hacia el Padre. No hay otro verdadero camino. No seguirlo es errar la vida.
Jesús es también la verdad. La verdad siempre era relativa. Por eso se ofrecían tantas verdades como
filosofías o religiones.
Jesucristo es ‘la verdad de Dios’. Es la explicación y el sentido último de todas las cosas. Da consistencia
a todo. Es la verdad que autentiza todas las verdades. Sin él todo sería ‘vaciedad’ y absurdo.
Jesucristo es la verdad del hombre, que está creado a su imagen; es la persona ideal hacia la que
tendemos todos los seres humanos desde lo más profundo de nuestro ser. Cuanto más nos acercamos a
Cristo más nos humanizamos; cuanto más nos alejamos de él, más desfiguramos nuestra imagen.
Todas sus palabras son sinceras y verdaderas. Todos sus comportamientos, toda su vida. La verdad de su
vida la podemos resumir: No hay mayor grandeza que entregar la vida por los demás; el amor lo es todo.
Jesús es la vida. Una vida que se alimenta del Espíritu, que es el Amor. Vivimos en la medida en que
amamos. El que no ama está muerto (1 Jn 3, 14-15).
Jesús es la vida del mundo. Si hoy tenemos que lamentar tanta muerte es porque hemos prescindido de
Jesús.
El servicio incondicional a los semejantes; la búsqueda cada día de la fraternidad universal, de la justicia
y de la libertad para todos... son las condiciones inexcusables de la veracidad de nuestro seguimiento de
Cristo, camino del Padre.
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YA SABEMOS CÓMO ACTÚA DIOS
Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. No sabemos cómo es Dios. Pero sí sabemos cómo actúa. El
Hijo, único espejo fiel del rostro del Padre, con su palabra y, sobre todo, con su vida, ‘nos lo ha dado a
conocer’ (Jn 1, 18). Sus palabras, sus gestos, sus opciones, sus obras, se convierten en signos, parábolas,
huellas, transparencias del Dios invisible.
Jesús manifiesta un Dios tan humilde, tan cariñoso, tan familiar, tan débil, tan ‘humano’, que nos
asombra. Cuando contemplamos a Jesús prefiriendo a los pequeños y últimos, mostrando compasión y
ayudando a los que sufren, perdonando siempre a todos, devolviendo las ganas de vivir a los abatidos,
atendiendo a los marginados, llorando por la muerte de un amigo, agradeciendo los pequeños gestos de
delicadeza, abriendo su corazón a las más íntimas confidencias, amando hasta dar la vida... ‘aprendemos’
al Padre, porque ¡Dios es así!
Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. ¿Cómo puede una persona estar en otra? Por el amor,
por el mismo pensar, sentir, obrar, ‘soñar’... vivir. Así es como Jesús está en el Padre. Y así es como
debemos estar los cristianos con Jesús y con el Padre. Y unos con los otros.
Viviendo así, no tendremos ningún inconveniente en creer en la existencia de este Dios. ¿Cómo no creer
en Alguien al que vamos experimentando desde lo más profundo de nuestro ser?
En resumen: Jesús es el camino que lleva a la verdad y que da vida. Esa vida llena de sentido y contenido
que añoramos. Camino-respuesta a las preguntas más profundas de cada uno de nosotros: para qué vivir,
cuáles son los verdaderos valores, cuál es el destino y el sentido de nuestra vida.
LAS OBRAS DEL DISCÍPULO
El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores... Jesús promete a los que
crean en él que, después de su partida, harán obras como las suyas, y aun mayores. Y da la razón: su
retorno al Padre. Su misión no acabará con su partida, sino que será continuada y superada por sus
verdaderos seguidores. Lo suyo ha sido sólo el comienzo de la transformación de la humanidad, que
deberemos continuar si de verdad creemos en él.
¿Cuáles son esas ‘obras mayores’? No se refiere a que sus seguidores tendrán una mayor entrega que la
suya, ni tampoco a signos mayores que los obrados por él, ni a doctrinas más profundas... sino a la
expansión de su mensaje por todo el mundo. Jesús limitó su actividad a Palestina, y no logró más que un
reducido número de seguidores. Serán sus discípulos los que extiendan su evangelio por todo el imperio
romano y, posteriormente, a todas las naciones de la tierra.
La condición para hacer estas obras será que crean en él. Así como con su actividad ha mostrado Jesús su
comunión con el Padre, mostrarán sus discípulos la intimidad con él a través de sus obras.
Los discípulos harán obras como las suyas, y aun mayores, porque desde su nueva condición de
resucitado, él seguirá actuando en ellos. Las obras no serán fruto únicamente de la acción de los suyos,
sino principalmente de su oración junto al Padre. Los discípulos no estarán solos en su trabajo. La
comunicación del Padre con los hombres será constante a través de la mediación del Espíritu de Jesús.
Al insistir en la promesa de que él mismo escuchará la oración de sus discípulos, Jesús trata de
inculcarnos que toda nuestra actividad es en realidad obra suya.
145
NACE EL DIACONADO
“Al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra
los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus
viudas. Los apóstoles convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron:
-No nos parece bien descuidar la Palabra de Dios para ocuparnos de la
administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de
buena fama, llenos de espíritu de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea;
nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra.
La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de
fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Simón, Parmenas y Nicolás,
prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los Apóstoles y ellos les impusieron
las manos orando.
La Palabra de Dios iba cundiendo y en Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos; incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.”
(He 6, 1-7)
La palabra ‘crisis’ la tenemos gastada de tanto usarla. No salimos de una crisis y entramos en otra: crisis
política, económica, social, familiar, eclesial; crisis de fe, de valores...
Las crisis pueden ser de decadencia o de crecimiento.
La primera lectura nos presenta hoy a una comunidad en crisis de crecimiento. La elección de siete
diáconos sirve para explicar la ampliación del evangelio al mundo helenista. Hay conversiones en masa y
el cristianismo penetra incluso en las clases dirigentes de Israel: incluso muchos sacerdotes aceptaban
la fe. El cristianismo pasa de ser un hecho marginal a una realidad de dominio público.
Los de lengua hebrea eran los judíos que, después del destierro, se habían quedado dentro de Palestina o
habían vuelto a ella. Hablaban arameo –hebreo del pueblo-, leían la Escritura en hebreo en las sinagogas y
el centro de su vida religiosa giraba en torno al templo y sus horarios de sacrificios. Observaban la ley y
el sábado con toda rigidez.
Los de lengua griega vivían en la Diáspora y hablaban y leían la Escritura (versión de los LXX) en
lengua helena. Observaban la ley excluyendo algunos elementos inaceptables en los países donde vivían,
como el templo y el sábado, lo que provocaba la desaprobación de los hebreos.
Ambos grupos, que tenían sus propias sinagogas separadas en Jerusalén, vivían bajo la dirección de los
Doce apóstoles, cuya mentalidad coincidía, en líneas generales, con la de los hebreos. La comunidad ya
no esta formada por un único pueblo. Había nacido una comunidad relativamente autónoma y los
helenistas corrían el riesgo de salirse de la influencia de los apóstoles. Es el primer tropiezo de la
comunidad cristiana, que ha creado unas tensiones inevitables
La primera lectura alude a la distribución de la ayuda material a ambos grupos. Parece que los Doce
prestaban más atención a los pobres de lengua hebrea que a los otros. De ahí las quejas de éstos:
consideran que sus viudas están marginadas. Y hay tensiones.
La comunidad cristiana se enfrenta a la crisis con serenidad y lucidez. Nada mejor para solucionar los
problemas que el encuentro y el diálogo. Los discípulos se reúnen, se escuchan, presentan iniciativas y
eligen la solución que creen mejor.
Los apóstoles, guiados por el Espíritu, están en su sitio. Escuchan y ofrecen soluciones. Cuentan con la
base, y es la comunidad la que elige a los primeros diáconos. Siete, para indicar plenitud ¿y las naciones
paganas? Si ellos se dedican a administrar las limosnas, les quedará menos tiempo para la oración y la
palabra. La palabra de Dios debe ser comunicada siempre ‘caldeada’ de oración.
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Se distinguen ya las tres dimensiones que construyen la Iglesia: el ministerio-servicio a las mesas; el
ministerio-servicio a la palabra y el ministerio-servicio a la oración-sacramentos. Es decir: la Caridad, la
Palabra y los Sacramentos.
Un buen ejemplo a seguir. Se actúa respetuosa y responsablemente. Se acepta la crítica constructiva.
Nada de condenas y castigos; nada de imposiciones y amenazas.
EL SACEDOCIO DE LOS FIELES
“Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero
escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la
construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado para
ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.
Dice la Escritura: ‘Yo coloco en Sión una piedra angular, escogida y preciosa;
el que crea en ella no quedará defraudado’.
Para vosotros los creyentes es de gran precio, pero para los incrédulos es
la piedra que desecharon los constructores: ésta se ha convertido en piedra
angular, en piedra de tropezar y en roca de estrellarse.
Y ellos tropiezan al no creer en la palabra: ése es su destino.
Vosotros, en cambio, sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os
llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa.”
(1 Pe 2, 4-9)
La segunda lectura de hoy está sacada del texto clásico sobre el sacerdocio real de todos los fieles (1 Pe
2, 1-10). Incluye dos citas del antiguo Testamento: Yo coloco en Sión una piedra angular, escogida,
preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado (Is 28, 16) y la piedra que desecharon los
constructores se ha convertido en piedra angular (Sal 118, 22). Los dos textos se consideran como
alusiones proféticas al Señor muerto y resucitado, cabeza y fundamento de la Iglesia.
La idea esencial de la lectura es que los cristianos constituimos el ‘nuevo Israel’, porque poseemos las
prerrogativas contenidas en el título que concedió Yahvé al pueblo elegido durante su peregrinación por
el desierto (Éx 19, 5-6): raza elegida entre las naciones y reino de sacerdotes; capaces de ofrecer, en lugar
de los sacrificios del Sinaí (Éx 24, 5-8), sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo (v 5).
Para expresar esta transferencia de títulos de Israel a la Iglesia, el autor emplea el tema bíblico de la
piedra (vv 4-8). La antigua alianza se había fraguado en la llanura del Sinaí, monte al que el pueblo no
podía acercarse bajo pena de muerte (Éx 19, 23). La nueva alianza se establece en torno a la piedra
angular que es Cristo muerto y resucitado; una ‘piedra’ a la que todos podemos acercarnos (v 4).
El nuevo pueblo se reúne en torno a una Persona que dio pruebas de su divinidad, sobre todo en su
muerte y resurrección: desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios.
Reunidos en torno a Cristo, los cristianos formamos un templo vivo, espiritual, cuya ofrenda ya no son
simples ritos, sino actitudes personales (v 5) de fe y compromiso (vv 6-8).
Los sacrificios espirituales de los cristianos son de orden moral y se apoyan en la conversión y en el
caminar incesante hacia la meta que Cristo nos ha trazado en nuestras propias vidas.
Todos los miembros del pueblo de Dios somos sacerdotes, mediadores entre el Padre Dios y nuestros
hermanos los hombres. Unos, por el bautismo y la confirmación, participan del sacerdocio común de los
fieles; otros, por el orden sacerdotal, del sacerdocio ordenado. Todos lo hacemos realidad con la práctica
de una vida entregada al reino de Dios, a través del amor a la humanidad; como el de Jesús.
147
SEXTO DOMINGO DE PASCUA
LA INHABITACIÓN TRINITARIA
EL ESPÍRITU SANTO, MÁXIMO DON DE JESÚS A SU IGLESIA
“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os
dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El
mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce; vosotros lo conocéis
porque vive con vosotros y está con vosotros.
No os dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá,
pero vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo
estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis
mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo
también lo amaré y me revelaré a él.”
(Jn 14, 15-21)
Todos buscamos el amor. Es lo más gozoso y lo más doloroso. A pesar del panorama que nos presenta la
humanidad, Jesús nos sigue hablando del amor. De un amor signo de la inhabitación trinitaria en el
interior de las personas que le son fieles.
Jesús está preocupado por la ‘noche’ que caerá sobre sus discípulos con su próxima muerte. No quiere
que la soledad los hunda, que se sientan abandonados.
En el evangelio de hoy, sin referencia alguna a su unidad indivisible, el Padre, el Hijo y el Espíritu
aparecen como realidades distintas. El misterio trinitario se encuentra ya presente, en sus líneas
fundamentales, en este texto tomado de la Última Cena. Nos recuerda las palabras de Jesús
prometiéndonos la presencia del Espíritu Santo. Son parte de sus últimas recomendaciones, de sus últimas
promesas: me voy, pero me quedo; nunca estaréis solos. Deseo meteros dentro de mí mismo, para que la
separación sea imposible.
¡Cómo le cuesta la separación! También a nosotros nos cuestan las despedidas; sobre todo cuando se
trata de despedidas tan radicales como la muerte.
En las despedidas, entre personas conscientes de ser verdaderos amigos, son posibles las palabras
sentidas y profundas, los ruegos y las promesas, los gestos de amistad... como una forma de prolongar la
presencia, como un deseo de dejar algo a las personas que se ama, a los amigos entrañables, a los
compañeros inolvidables.
Jesús no puede dispensarnos del sufrimiento y de la cruz, inseparables siempre de una vida
comprometida con el reino de Dios. Pero pide al Padre que la experiencia amarga del dolor vaya siempre
acompañada del consuelo; que les ayude a levantarse, devolviéndoles las ganas y la esperanza de vivir.
¡Qué importante es que en nuestras ‘noches’ haya una luz, una persona, no unas teorías abstractas y frías!
Jesús, en su cena de despedida, nos ha dejado su Cuerpo y su Testamento. Ahora nos va a dejar su
Espíritu para que esté siempre con vosotros. Un Espíritu que no es Alguien distinto de él, sino lo más
íntimo y verdadero de él mismo.
¿Cómo explicar tanta entrega íntima? No tenemos más respuesta que el amor. Un amor humanamente
inexplicable. Un amor que tiene su origen y fundamento en el amor del mismo Dios.
Y, ¿qué nos pide a cambio? Que creamos en este amor, que vivamos en este amor, que nos amemos unos
a otros como él nos ama. Un amor que comprometa toda la vida. Este es su único mandato.
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Para Jesús no es suficiente que digamos que le amamos. Quiere una prueba concreta, decisiva: Si me
amáis, guardaréis mis mandamientos. Quiere que vivamos lo que nos dice, lo que nos manda, lo que
nos pide. Si queremos ser libres de cualquier esclavitud, tenemos que guardar-vivir sus mandamientos,
camino hacia la verdadera vida humana.
Todo lo que Jesús nos dice se puede resumir en: amad, amaos, como yo; sed testigos del amor, de la
misericordia; sabed que Dios es Padre –‘Abbá’ (Papá)-, que es Amor; dejaos amar y extended este amor.
Habla de mandamientos, en plural; pero sabemos que todos están incluidos en uno: en amar como él.
Los mandamientos no son opcionales para nosotros; son la prueba de la veracidad de nuestra vida. Si se
acepta el amor de Jesús, se aceptan también los mandamientos.
Nos pide lo más verdadero y humano y, a la vez, lo más difícil de vivir en nuestra sociedad herida por el
pecado. Saber amar, amar como Jesús, es nuestra vocación y el precepto del Señor; no tenemos otra cosa
que aprender, porque es la perfección.
Le pediré al Padre que os dé otro Defensor. El Espíritu de la verdad es el mayor don-regalo que
Jesús resucitado ha legado a su Iglesia y a cada uno de sus seguidores. Otro Defensor: Alguien que
llenará el vacío de la ausencia. Será un ‘Consolador’, un ‘Maestro’ y, sobre todo, un ‘Huésped’ y Amigo.
No lo puede recibir cualquiera: sólo el que cree en él y se prepara para recibirlo. Quien lo reciba no
necesitará otros apoyos, ni otras enseñanzas. Recibirlo es tener la posibilidad de vivir la fe con todas las
exigencias que nos señala el evangelio. Nos anima, desde dentro de nosotros mismos, a caminar siempre
más allá. Actúa en lo más íntimo de nuestros corazones, en la Iglesia-Comunidad cristiana y en los
‘signos de los tiempos’. Nos hace ir comprendiendo lo que Jesús vivió y enseñó, ver lo que otros no
pueden ver, comprender lo que antes no habíamos comprendido, descubrir lo que todavía no se ha escrito,
decir cosas que hasta ese momento no sabíamos... Si nos abrimos a él con el silencio y la oración, iremos
ahondando en el sentido de nuestra vida, nos iremos viendo y comprendiendo tal como somos.
LA NUEVA PRESENCIA DE JESÚS EN Y ENTRE NOSOTROS
No os dejaré desamparados, volveré... vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo.
Todo el tiempo pascual es buena ocasión para seguir ahondando en la presencia de Jesús resucitado entre
nosotros. Un Cristo que no sólo está localizado ‘a la derecha del Padre’ (Mc 16, 19), sino también en la
Eucaristía y en medio de los suyos invadiéndonos con su cercanía de Resucitado. Es el misterio de una
presencia real que tiene unas manifestaciones experimentables en el amor de la comunidad (Mt 18, 20),
en la Palabra, en los sacramentos y en todas las personas, principalmente en las más necesitadas y
marginadas (Mt 25, 31-46).
Esta presencia suya por la fe y el amor no podrá verla el mundo, encerrado en sus egoísmos. Sólo podrá
‘verlo’ el que tenga como norma de su vida las bienaventuranzas, el que viva abierto a las necesidades de
los demás, el desprendido de sí mismo... porque sólo éstos viven, y son únicamente los que ‘viven’ los
que pueden conectar con Jesús. Sólo a través del amor podemos llegar al conocimiento de Jesús y del
Padre.
El mundo no lo verá porque sus valores son otros muy distintos a los del evangelio. El mundo sólo
escucha y sólo ama lo que le interesa; por eso, no puede ver a Jesús. No porque Jesús no quiera, sino
porque el mundo no quiere; porque Jesús no cabe en sus esquemas.
149
Me veréis. Me volveréis a ver. Es el misterio de la ausencia y de la presencia de Dios en nuestras vidas.
¡Cuántas veces se nos esconde!, y después se hace presente. Todo tiene su importancia: la ‘ausencia’
estimula la búsqueda y el deseo; la ‘presencia’ confirma la fe y enciende el amor. La presencia nos
acostumbra. La ausencia puede hacernos más adultos. La ausencia va a durar tres días, pero ¡qué largos se
van a hacer! La presencia posterior será para siempre... si ellos quieren.
Y viviréis. Ver a Jesús es vivir. No es un ver superficial y desde lejos, sino un ver en profundidad la
realidad y en comunión. Un ver que es conocer, comprender, participar. Un ver que es compenetrarse con
Jesús.
‘Ver’a Jesús es empezar a mirar como él, a sentir como él, a amar como él.
TAMBIÉN EL PADRE INHABITA EN LOS QUE AMAN COMO JESÚS
Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. ‘Ver’ a Jesús nos
introducirá en el misterio-vida trinitario. Sabréis-experimentaréis este misterio de comunión.
El Padre está en Jesús y con Jesús; Jesús está en nosotros y con nosotros, dentro de nosotros. Todos
formamos una perfecta unidad de amor.
El amor del Padre llega a nosotros a través de Jesús; el amor que nosotros tenemos a Jesús y que nos
tenemos unos a otros llega al Padre a través de Jesús.
Sobre el amor del Padre y de Jesús ya sabemos la medida: sin medida. Palabras llenas de esperanza:
Jesús nos revela su regreso al corazón de todos los que aman, libre de las limitaciones de tiempo y de
espacio, propios de la vida y del cuerpo humano.
Termina el texto: Al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él. Poco
más adelante afirmará la presencia-venida del Padre a vivir también dentro de nosotros (Jn 14, 23).
El lenguaje del amor es la mejor forma de confortar el corazón humano. El Señor nos dice que sólo le
ama el que guarda sus mandamientos. Sabe que es difícil mantener la fidelidad a sus mandamientos en un
mundo nada favorable a ellos; en un mundo en el que son otros valores más fáciles y llamativos, y
satisfactorios ‘a corto plazo’, los que atraen nuestra atención.
Esta presencia trinitaria es la que comenzaron a sentir los primeros discípulos, a partir de Pentecostés.
Una experiencia que sólo podemos captar, de verdad, desde ‘dentro’.
¡CÓMO NECESITAMOS LA ORACIÓN!
La fe en este Dios Trino, que inhabita en nosotros, se puede debilitar o apagar de muchas maneras, pero
sólo tenemos un camino para reavivarla: la oración personal. Ese ‘ponerse ante Dios’ en silencio y a
solas. No creo que sea posible creer de verdad en el Padre sin haberlo escuchado como hijos en el fondo
de nuestro ser. La fe se despierta y se consolida cuando invocamos a Dios, lo buscamos, lo llamamos, lo
deseamos. El Padre no se oculta a quien lo busca así. Más aún: está ya presente en esa búsqueda.
Sin oración personal, es muy difícil tener la experiencia del Padre, del Hijo y del Espíritu en nuestras
celebraciones comunitarias y en el desarrollo de nuestra vida ordinaria.
La oración personal permite al creyente vivir una experiencia diferente, más allá de las vivencias
centradas en la utilidad, la posesión, el interés económico, que constituyen la vida ordinaria. En ella se
está ‘en otro plano’. En la oración personal nos abrimos a Dios. Y esto es lo decisivo, el corazón de la fe.
150
EL ESPÍRITU SANTO, PROTAGONISTA DEL LIBRO DE LOS HECHOS
“En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí a Cristo.
El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído
hablar de los signos que hacía y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los
espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La
ciudad se llenó de alegría.
Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaria
había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta
allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo; aún no había
bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús.
Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.”
(He 8, 5-8. 14-17)
Lo mismo que Jesús es el protagonista indiscutible de los Evangelios, el Espíritu Santo lo es del libro de
los Hechos de los Apóstoles, de cuya presencia y actuación entre ellos eran muy conscientes los primeros
cristianos.
Lucas, que ha abandonado la comunidad de Jerusalén, nos presenta el inicio de la misión apostólica
entre los paganos. La persecución desencadenada en la ciudad contra los cristianos y la muerte de Esteban
(He 7, 54-8, 3), primer mártir, ha dispersado a algunos cristianos por Judea y Samaria, lugares en los que
anuncian el mensaje de salvación de Jesús.
El diácono helenista Felipe, uno de los dispersados, predica a Jesús, rey de los judíos, como Mesías, a
los samaritanos enemigos de los judíos. Es uno de los primeros siete diáconos (He 6, 5-6) y evangelizador
de Samaria.
Los judíos tenían a los samaritanos por herejes, pero los evangelios nos los presentan como un pueblo de
nobles sentimientos: Jesús los puso en ocasiones como ejemplos a seguir en sus parábolas y en sus
enseñanzas.
El evangelio penetra en Samaria. La Iglesia comienza su misión universal. La persecución, que tenía
como fin destruir, abre a la Iglesia a más fecundidad.
Cuando sus habitantes creyeron en Jesús por el testimonio de Felipe, la ciudad se llenó de alegría. Todo
el que haya tenido una experiencia de fe dirá que es verdad, que nada se puede comparar al gozo y a la
paz que produce una experiencia de Dios.
Si recorremos las páginas de los Hechos –historia de la Iglesia primitiva-, comprenderemos sin dificultad
que la alegría es un don del Espíritu; que nada puede compararse con estas gozosas experiencias. Nada,
ningún placer, ninguna diversión, ninguna fiesta humana. Sin Jesús, a la postre, todo deja insatisfecho.
Con la predicación de Felipe en Samaria, el sufrimiento y la pena son superados y los enfermos se curan.
Son signos de la nueva humanidad que había empezado Jesús. Era la continuación de la obra del Mesías,
que había venido a liberar a la humanidad de todas sus dolencias y esclavitudes. Una humanidad que
siempre necesitará de alguien que le quite su dolor, su pena y su vacío. ¿Lo haremos nosotros? Tenemos
que hacer avanzar, con nuestro testimonio, el mundo nuevo, el reino de Dios, que se está gestando.
La fe es una fiesta; lo que no quiere decir que el creyente no tenga ya problemas, fatigas y dolores. Desde
la fe todo se ve y se acepta de otra manera. En todo descubrimos matices de ternura y de esperanza. En la
fe vamos encontrando las fuerzas que necesitamos para vivir con paz, aun en medio de las circunstancias
más adversas.
151
Para nosotros, nacidos en países llamados cristianos, esta alegría que lleva consigo el seguimiento de
Jesús, es algo que difícilmente llegaremos a saborear convenientemente. Y es evidente que, quien no tiene
la alegría y el gozo de ser cristiano, no lo puede contagiar a los demás, ni siquiera transmitir.
La fe es algo que se acepta y recibe libremente y se manifiesta con alegría.
Como vemos, los primeros diáconos no se dedicaron solamente a servir y repartir el pan en las mesas;
también predicaban con fuerza extraordinaria. Y es que todos los ministerios deben integrarse.
Los apóstoles, desde Jerusalén, siguen con atención el trabajo de los mensajeros de la fe. Y, para
garantizar la comunión en la unidad de la fe, el colegio apostólico envió a Pedro y a Juan para completar
y ratificar el ministerio de Felipe mediante la oración, la imposición de las manos y el don del Espíritu.
Este texto está considerado como el más antiguo testimonio de la celebración del sacramento de la
confirmación: los apóstoles comunican el Espíritu Santo mediante la imposición de las manos, después de
la celebración del bautismo y después de unas plegarias que la tradición occidental ha incluido en el ritual
de la confirmación (He 19, 1-7).
CÓMO PROCLAMAR EL EVANGELIO EN AMBIENTES HOSTILES
“Hermanos: Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre
prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con
mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que
sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en
Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que
padecer haciendo el mal.
Porque también Cristo murió una vez por los pecados, el justo por los
injustos, para llevarnos a Dios. Murió en la carne, pero volvió a la vida por el
Espíritu.”
(1 Pe 3, 15-18)
Después de referirse a la actitud que deben tener los cristianos con los paganos y con las autoridades (1
Pe 2, 11-17), de elaborar una moral para el esclavo y para los esposos cristianos (1 Pe 2, 18-3, 7), el autor
de esta carta pasa a las relaciones interpersonales: entre las personas que constituyen la comunidad (1 Pe
3, 8-12) y, después, con los ‘perseguidores’, objeto de la segunda lectura de hoy.
El autor se dirige a los cristianos del Asía Menor para animar y fortalecer su fe y su esperanza. Viven una
dura prueba en el ambiente pagano y quiere animarles en estos tiempos de persecución.
En los versículos anteriores les ha recordado que, a pesar de la persecución, el mundo no les puede hacer
ningún daño importante. Y ahora les propone la actitud que deben tener para proclamar el evangelio en un
ambiente hostil. Habla de defensa, de dar cuenta, de injurias, de sufrimiento, de injusticia y de muerte.
Glorificad en vuestros corazones a Cristo: es reconocerle como Señor, acercarse a él, hacer de él el
centro de la propia vida. De esta actitud brotará la fuerza para dar testimonio, para hablar y presentarse
ante los tribunales y dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere.
En un mundo repleto de ideologías y de ídolos, los creyentes debemos ser testigos de las razones que
tenemos para la esperanza, para la ilusión, para la alegría. En un mundo inundado de palabras, en el que
hasta los conceptos más sagrados se han adulterado; en nuestros países occidentales, en los que la fe ha
perdido su vigor, a causa del afán del tener, del poder y del placer, la fe y la esperanza cristianas deben
manifestarse necesariamente con las obras de un amor como el de Jesús.
152
Pedro es testigo de las persecuciones y calumnias que sufren los creyentes, y les recomienda una actitud
paciente y confiada: con mansedumbre y respeto. No imponer sus razones; que brillen por sí mismas la
verdad y la justicia, de manera que los calumniadores queden confundidos. Al final, prevalecerá la
verdad. Lo mismo que Jesús, sacrificado, volvió a la vida.
Quien proclama su fe y testimonia su esperanza, ha de estar dispuesto al sufrimiento, a la incomprensión
e, incluso, a la persecución. Por eso nos dice también Pedro: que mejor es padecer haciendo el bien, si
tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal.
Igual que Cristo ha encontrado la muerte en su lucha contra el pecado y la injusticia, su mensaje seguirá
encontrando la oposición, y sus seguidores la persecución. Pedro nos llama a la fidelidad a Cristo.
¿Damos nosotros razones de nuestra esperanza como las daban los primeros cristianos?
153
DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
SE MARCHA Y SE QUEDA
EL DESTINO FINAL DE LA HUMANIDAD SERÁ UNA ‘ASCENSIÓN’
Una persona se limita cuando vive ignorando el sentido de su vida. Un cristiano no disfruta de su fe
cuando prescinde de un Dios Salvador; cuando no espera ni recuerda nunca la plenitud y eternidad que
Jesús nos promete; cuando no sabe que lo importante de la vida está siempre a salvo, por la misericordia
de Dios; que aunque todo se nos hunda, Jesús siempre está junto a nosotros; que cuando nos falten todos
los apoyos y no vislumbremos ninguna salida, Dios siempre está con nosotros. La fidelidad y la bondad
divinas están por encima de todo, incluso por encima de nuestra mediocridad y falta de fe; por encima de
la misma muerte. Desde Cristo resucitado nos llega este mensaje de esperanza.
Esta fe no le quita su dureza a la vida; no nos dispensa del sufrimiento y las penalidades de la existencia.
Todo parece seguir igual. Los problemas siguen como siempre. Sin embargo, desde la resurrección de
Jesús todo ha cambiado.
No es fácil captar el sentido de la Ascensión. Es una realidad que, como todo lo verdadero, nos cuesta
asimilar. Nos resistimos a admitir tanta maravilla. Nos indica que el destino final de la humanidad, más
allá de la muerte, será una ‘ascensión’, que vivir es dar pasos adelante, alcanzar nuevas metas, acercarse a
la plenitud; que la vida es un proyecto que se va perfilando y que nunca se acaba; que para mantener la
esperanza, la ilusión, es necesario tener siempre presente la meta que queremos alcanzar y trabajar por
ella; que el futuro que se espera llena de contenido el presente que se vive.
La Ascensión de Jesús es la garantía de que todas nuestras ilusiones, utopías, proyectos y sueños serán
realizables; que Dios está siempre ‘más allá’ de nuestros más audaces deseos de plenitud y eternidad,
porque Dios es meta cada vez más alta porque está en lo más alto y, a la vez, en lo más profundo de cada
ser, porque es el Trascendente y el Inmanente.
La Ascensión es el final del paso de Jesús por nuestra tierra; el remate glorioso de su obra, su victoria
definitiva sobre todas las fuerzas del mal. Nos enseña a reconocer la dignidad y el valor de la persona
humana; a descubrir su verdad y cómo tenemos que vivir para construirnos como tales; a comprometernos
en la construcción del mundo nuevo, del reino de Dios.
La de Jesús fue la primera de todas las ascensiones.
La Ascensión es la respuesta al sentido último de la existencia, la culminación del proyecto de la persona
ideal, la que se construye en el amor; el cumplimiento de los deseos de eternidad latentes en los humanos.
LOS RELATOS DE LA ASCENSIÓN
“Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había
indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
-Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de
todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”
(Mt 28, 16-20)
154
Los autores de los evangelios, y de muchos escritos bíblicos, no escriben la historia como nosotros la
entendemos. Más que narrar los hechos tal como sucedían, buscaban el sentido profundo de lo que estaba
aconteciendo. Por eso, no les importaba escribir cosas que para nosotros parecen contradictorias.
Ahora, los medios de comunicación nos narran los hechos tal como suceden, ignorando deliberadamente
las intenciones que los han provocado, si estas intenciones pueden dejar al descubierto los manejos de los
que se han constituido a sí mismos dueños del mundo. Es el tributo que exige el que ‘paga’.
Según Mateo (evangelio de hoy), la Ascensión tuvo lugar en un monte de Galilea, muy lejos del lugar en
que la coloca Lucas en su evangelio y en el libro de los Hechos de los Apóstoles (primera lectura): en
Judea, cerca de Jerusalén. ¿Dónde fue?
Los relatos de la Ascensión son narraciones llenas de simbolismo, que en ningún caso debemos tomar al
pie de la letra. Lo mismo que las apariciones del Resucitado a los suyos. Nos describen, con imágenes
míticas, el futuro al que está orientado la humanidad.
Los testigos del acontecimiento, más que ofrecernos una crónica detallada de lo sucedido, intentan
transmitirnos su significado, sirviéndose de unas imágenes alusivas a una realidad imposible de expresar
con nuestro lenguaje. Nos presentan un cuadro dramatizado de la victoria definitiva de Jesús sobre todas
las fuerzas del mal. Su experiencia fue, esencialmente, una vivencia espiritual, una certeza de fe: Jesús
está vivo, está en medio de nosotros con una nueva presencia. Terminó su presencia corporal, pero han
aparecido otras. Basta una mirada penetrante, por el amor, para descubrirlo, para reconocerlo, para
encontrar de nuevo sus huellas. No hay de él un ‘único’ rostro, una presencia ‘localizada’ en algún punto
concreto de esta tierra.
Los textos de la Ascensión nos quieren decir, sobre todo, dos cosas: Que se han terminado las
apariciones del Resucitado a aquellos que fueron testigos de su vida, de su muerte y de su resurrección, y
que el Hijo entra de nuevo en el ámbito del misterio –de la Realidad- de ese Dios Trino que nadie ha
visto, y que Jesús nos ha dado a conocer con su vida entre nosotros. Este es el núcleo esencial del hecho
de la Ascensión, expresado en los datos simbólicos con los que aparece adornado
La comprensión del amor es siempre más honda que cualquier descripción pormenorizada.
La fiesta de la Ascensión debe animarnos a buscar las huellas de Jesús lejos de aquel monte: en los
caminos de la vida de cada día.
ÚLTIMAS PALABRAS DE JESÚS ENTRE NOSOTROS
Leemos el final del evangelio de Mateo y, en él, las últimas palabras de Jesús en esta tierra, según este
evangelista. Todo un testamento de vida y doctrina. El lugar escogido es un monte de Galilea. El monte es
en la Biblia un lugar muy apropiado para las epifanías divinas.
Este ‘testamento’ de Jesús contiene una misión y una promesa. Una misión: Id y haced discípulos de
todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y una promesa: La más esperanzadora: Y sabed
que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Terminado el caminar terreno de
Jesús, comienza el peregrinaje de la Iglesia.
Ahora nos toca a nosotros. Pero también le sigue tocando a él. ¿Qué podríamos hacer nosotros sin su
ayuda y la de su Espíritu? (Lc 5, 4-6; Jn 21, 3-6).
155
Jesús ha dejado su Evangelio en nuestras manos. Sus seguidores –la Iglesia- debemos tomar el relevo de
su misión evangelizadora: ¡Ser testigos de su vida! Depende de nosotros el que sea conocido y acogido
por quienes lo desconocen y por quienes lo conocen de un modo deformado o deficiente, que es peor aún.
La Iglesia y, en ella, las comunidades de creyentes, estamos unidos en un quehacer común: ¡transmitir el
Evangelio de Jesús en nuestro mundo, a través de nuestras palabras y de nuestras vidas!
Jesús estará siempre con nosotros. Es ésta una de las realidades más consoladoras que nos ha dejado. La
ausencia sólo será aparente. Se ha quedado. Son ‘los milagros del amor’, porque para el amor no hay
distancias; siempre encontrará una manera de estar, aunque sólo sea en el corazón.
Se marcha, pero se queda. Desaparece físicamente, pero su Espíritu, lo más íntimo suyo, se queda con
nosotros. Desaparecen las limitaciones de su presencia física. Su presencia resucitada supera todas las
limitaciones: podrá estar, a la vez, en todo y en todos, siempre. En adelante lo llevaremos dentro,
podremos hablar con él y como él; sentir con él y como él; hacer las mismas obras suyas.
Jesús asciende al Padre llevando en el corazón los nombres de todos los suyos: ¡todos! Marcha al Padre y
se queda en el interior de todos los que aman.
Desde la encarnación de Jesús ya no podemos entender a Dios sin el hombre, ni al hombre sin Dios.
Jesús ha dejado todo lleno de su presencia. En cada cosa, en cada persona o acontecimiento, podemos ver
la huella de Cristo. Todo puede llegar a ser para nosotros como un pequeño ‘sacramento’. Todo puede ser
presencia de Cristo, si sabemos ver, si sabemos vivir.
Esta presencia de Cristo es más íntima que la presencia corporal. Actúa en nosotros desde dentro, con la
fuerza del Espíritu. No está limitada por el tiempo o el espacio. Es luz que ilumina nuestras ‘noches’ y
energía que transforma nuestras vidas. Es compañía que llena nuestra soledad y vacío; y meta que da
sentido a nuestro caminar. Es el tesoro que, el que lo encuentra, ya no podrá dejar (Mt 13, 44).
Será conocido y amado a través de nuestras palabras y de nuestras obras. A través nuestro podrá seguir
bendiciendo, perdonando, curando, compartiendo.
Ha comenzado un camino interminable que durará hasta el final de los tiempos.
Final feliz de la misión que le confió el Padre. La última palabra no es la muerte. Lo último es siempre el
amor, más fuerte que todas las muertes.
CONTINUADORES DE SU MISIÓN
“En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue
haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que
había escogido movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó
después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y,
apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
Una vez que comían juntos les recomendó:
-No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre,
de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua; dentro de pocos días, vosotros
seréis bautizados con Espíritu Santo.
Ellos le rodearon preguntándole:
-Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?
Jesús contestó:
-No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha
establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros,
recibiréis la fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y
hasta los confines del mundo.
156
Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista.
Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres
vestidos de blanco, que les dijeron:
-Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os
ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.”
(He 1, 1-11)
Lucas tiene dos relatos de la Ascensión de Jesús: el del Evangelio y el del libro de los Hechos de los
Apóstoles. La Ascensión es la conclusión del primero y el inicio del segundo; conclusión de la vida y
obra de Jesús, exaltado a la gloria del Padre y comienzo de la vida de la Iglesia desde la fe y la esperanza
en él; porque es Jesús el único punto de referencia de la actividad eclesial.
Se aparece a los discípulos, haciéndoles testigos de su resurrección durante cuarenta días –número
simbólico-, hablándoles del reino de Dios, el mismo tema con el que había comenzado su vida pública. Y
es la expansión de este reino de Dios la misión que confía a sus discípulos, el tema de su predicación.
Para los apóstoles, el reino mesiánico sigue coincidiendo con la restauración del reino de David: Señor,
¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel? Parece que sus ideales están aún reducidos a
esto.
Con la Ascensión termina la experiencia sensible de Cristo: lo vieron levantarse hasta que una nube se
lo quitó de la vista. El Hombre pleno alcanza la plenitud, alcanza a Dios, es Dios; y con él toda la
humanidad.
El que recorrió nuestros caminos y experimentó el dolor y el amargor de las lágrimas, está ya en lo más
alto del cielo. Ha dejado la tierra porque su tiempo terreno se ha cumplido. Y ha comenzado el nuestro, el
tiempo de la Iglesia.
Por eso, Lucas nos dice: ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? Jesús quiere que pongamos
manos a la obra: trabajad para ir haciendo posible, desde el ahora y aquí, el reino de Dios: el reino de la
libertad y de la justicia, de la paz y del amor para todos. No nos quiere mirando al cielo, sino trabajando
para que la tierra sea un cielo. Tenemos que prestarle nuestras manos, nuestras palabras, todo nuestro ser
para que siga edificando el reino a través nuestro.
Debemos reencontrar su presencia en el mundo de hoy. Porque Jesús sigue entre nosotros dejando sus
huellas por todas partes. Huellas en los rostros de las personas que lo encuentran, lo reconocen y son
transformadas por él; huellas de los ‘clavos’ en el cuerpo de tantos marginados, muertos de hambre...
olvidados constantemente por los políticos y por las naciones ricas, preocupados casi exclusivamente por
el incremento del PIB, para los de siempre y algunos más que van llegando al reparto del ‘pastel’.
Hay señales por todas partes. Jesús es, en nuestro mundo occidental, un ‘clandestino-marginado’
especial, que en lugar de borrar las huellas, las multiplica para hacerse descubrir.
La situación después de la Ascensión es nueva y requiere respuestas y soluciones nuevas. El evangelio
sigue centrado en Cristo, pero encarnado en la humanidad (Mt 25, 31-46) y en el corazón de los que le
son fieles, como principio de vida interior.
Hoy, en los comienzos del siglo XXI, además de escuchar la frase evangélica que nos invita a trabajar
para hacer realidad el reino de Dios, probablemente necesitemos escuchar también lo contrario: ‘¿qué
hacéis en la tierra sin mirar nunca al cielo?’
En resumen: hoy fiesta del compromiso y de la esperanza. El compromiso de trabajar para ir haciendo
presente el reino de Dios entre nosotros. Y la esperanza de la vida plena y para siempre.
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UNA ORACIÓN PARA QUE CONOZCAMOS LOS PLANES DE DIOS
“Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu
de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para
que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria
que da en herencia a los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para
nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en
Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a la derecha en el cielo, por
encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo
nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.
Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella
es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.”
(Ef 1, 17-23)
La carta a los Efesios, una de las cuatro llamadas ‘de la cautividad’, es como un tratado de teología cuyo
tema principal versa sobre el plan salvador de Dios sobre la humanidad.
La segunda lectura, continuación del himno de bendición (Ef 1, 1-14), es una oración en la que Pablo
pide a Dios la gracia del conocimiento de sus designios para los destinatarios de ella.
Pide para los efesios el espíritu de sabiduría: ese don sobrenatural que les revele el destino del ser
humano y la herencia de gloria que se deriva de ello; que les descubra el poder de Dios manifestado en la
resurrección de Cristo, garantía de las propias resurrecciones.
Pablo quiere que ahondemos en la contemplación del poder divino. Un poder que cambia, incluso, las
leyes de la creación para transformar al Crucificado en Resucitado, comienzo del mundo nuevo; un poder
que ha colocado a Jesucristo por encima de todo nombre. Cristo ha sido constituido Señor de todo, y
bajo sus pies está todo el poder sobre la vida, la muerte, el universo, los seres humanos...
Pablo pide a Dios que sus fieles puedan comprender y admirar la grandiosidad de la vocación cristiana:
Que Dios ilumine los ojos de vuestro corazón...
Necesitamos luz para comprender todo el misterio de Cristo... todo lo que nosotros estamos llamados a
ser en Cristo o a esperar de él. No se trata de un conocimiento teórico, sino de una comprensión
entrañable.
Además, el Padre Dios a dado a Cristo a la Iglesia como Cabeza, para que se convierta en su plena
continuadora en el mundo. Una institución que mitificara su poder y no lo ejerciera como servicio,
traicionaría a Jesús, al convertirse ella en ‘cabeza y centro’ sin serlo.
La obra de Cristo no ha terminado; está en constante expansión, por medio de la Iglesia, hasta que llegue
a la plenitud.
Sólo hay relación personal en la medida en que hay conocimiento y amor. Tenemos necesidad de un
conocimiento más profundo de Cristo. Tenemos que aprender a tener paciencia, acostumbrarnos a las
largas esperas. Ni el mundo ni las personas nos transformamos de golpe. La realidad no cambia con la
rapidez de nuestros deseos. Sentirse urgido por la pasión apostólica no significa quemar etapas.
158
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
LA ERA DEL ESPÍRITU
SEGUIMOS EN ‘BABEL’
¡Qué difícil es el diálogo, el entendimiento. entre los seres humanos! Esta dificultad es muy antigua,
viene desde el origen de la humanidad, culminando en los tiempos de ‘Babel’ (Gén 11). Antes habíamos
roto las relaciones –el diálogo- con Yahvé, expresado bellamente en el mito del pecado de Adán y Eva
(Gén 3), de Caín sobre Abel (Gén 4) y propiciado el ‘diluvio’ (Gén 7).
Desde el principio, los hombres empezamos a decir: ‘mío, para mí, yo más...’ Y a emplear gestos
alarmantes y amenazadores... y a afilar las piedras, nuestras primeras armas.
A la vez que dejábamos de entendernos, dejábamos también de querernos. Y comenzaron las guerras,
que no han parado hasta nuestros días.
Somos descendientes de esas tribus. ¡Seguimos hablando lenguas tan distintas y tan absurdas!: odios
tribales, limpiezas étnicas, imperialismos, nacionalismos bajo el signo del terror, capitalismos crueles con
millones y millones de muertos de hambre...
Sólo en el siglo pasado y en lo que llevamos de éste se pueden contabilizar unas doscientas guerras
declaradas. Las no declaradas, que matan más, como el hambre, ni se cuentan. No pensamos que con
cada guerra levantamos monumentos a la intolerancia y a la incomprensión; que toda guerra y violencia
es resultado de la locura humana. También en nombre de Dios se destruye al contrario, en nombre de
Dios se ha matado y se mata. Con frecuencia, ni siquiera nos entendemos ni nos queremos a nosotros
mismos.
También en nuestra Iglesia es difícil el diálogo. Cuando las instituciones eclesiásticas se anquilosan y
aburguesan, ¿cómo van a ser capaces de entender a las comunidades cristianas encarnadas en sus
ambientes marginados y explotados y en lucha por la justicia? ¡Cuántas reuniones para temas secundarios
y estériles! Parroquias insensibles ante todo lo que sucede a su alrededor, sin interés alguno por ir
cambiando cosas que poco o nada tienen que ver con el Evangelio.
¿Quién se puede imaginar a un Cristo aburguesado, mudo, indiferente a los verdaderos problemas de la
sociedad, imperturbable ante el dolor de los que sufren, aceptando el abundante folklore religioso actual?
¡CÓMO NECESITAMOS TODOS AL ESPÍRITU SANTO!
“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos
en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús,
se puso en medio y les dijo:
-Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron
de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”
(Jn 20, 19-23)
¡Cómo necesitamos todos al Espíritu Santo! Ese Espíritu donado a toda la humanidad y que sólo puede
ser reconocido
en comunidad. El apoyo invisible del Espíritu Santo y el apoyo visible de las
comunidades cristianas, son las dos claves para una Iglesia que quiera dar testimonio.
159
No es fácil hablar del Espíritu Santo. ¿Quién puede creer, en nuestro mundo materialista y materializado,
en la Tercera Persona de la Trinidad? El hombre actual rechaza todo lo que no pueda comprobar con sus
ojos y con su razón. Considera lo ‘espiritual’ como algo etéreo e incierto y ¿peligroso? ¡Qué empeño, en
los que se llaman a sí mismos ‘progresistas’, por hacer desaparecer todo vestigio religioso!
¿Qué significa creer en el Espíritu Santo? Dios nos ha creado, nos ha dado la vida. Nuestra vida sólo
tiene una explicación: hay Alguien que nos ama, incluso desde antes de nacer (Ef 1, 3-6). Y Dios no nos
ha creado para desentenderse después de nosotros. Esta vida que vivimos y experimentamos ahora
mismo, sigue siendo creada, sostenida y animada por su Espíritu. Nuestras vidas están bajo el signo del
amor de Dios. Nada de nosotros queda fuera de este amor. Un amor que se atribuye a la Tercera Persona
de la Trinidad: El Espíritu Santo.
¿Qué dicen las Escrituras sobre él? Jesús lo promete en la última cena (Jn 14, 15-17; 16, 7); lo envía
sobre la Iglesia (primera lectura de hoy); habita en nosotros (1 Cor 3, 16); realiza el plan creador de Dios
en nosotros (Rom 5, 5), lo profundiza (1 Cor 2, 10-14), lo actualiza (Jn 14, 26); ruega por nosotros (Rom
8, 26); nos guía hacia la verdad (Jn 16, 13); sus frutos son abundantes (Gál 5, 22-23) y sus dones se dan
para el bien común (segunda lectura); nos concede el perdón de los pecados (evangelio).
Es el Espíritu el que ‘empuja’ la historia hacia su desarrollo integral y su consumación; es el ‘aliento de
vida’; habita en el interior de cada ser humano y en el universo. Sopla donde quiere y como quiere; no
está ligado en exclusiva a nada ni a nadie. Su acción no está limitada a la Iglesia. A veces parece que
sopla con más fuerza en personas y en movimientos no cristianos, incluso ateos o agnósticos.
Allí donde hay vida, esfuerzo y superación; donde hay amor y se lucha por la justicia y la libertad de
todos; donde se opta por la liberación de los pueblos y grupos oprimidos; donde se comparte... allí está
presente la Persona y la acción del Espíritu Santo.
Para hablar del Espíritu Santo tenemos que recurrir a los símbolos y a los efectos, porque su personalidad
es más difícil de definir que la del Padre o la de Jesús. No sabemos decir con claridad quién es esta
Tercera Persona de la Trinidad, pero sentimos su fuerza, su libertad, su alegría, su vida, su amor. Es luz y
fuego, brisa y viento. Es el ‘Defensor’ que libera, el ‘Huésped’ que acompaña, el ‘Maestro’ de la verdad,
el ‘Consolador’ único, el ‘Abrazo’ que reúne a los dispersos, el ‘Don’ máximo; el ‘Dador’ de gracias y
carismas, el ‘Director’ de nuestro espíritu, la ‘Energía’ del amor...
El Espíritu es una necesidad para que los humamos podamos serlo de verdad. Jesús lo valora más que a sí
mismo (Jn 16, 7) La ausencia física de Jesús hará posible su presencia más íntima, porque el Espíritu nos
‘mete’a Jesús dentro del corazón –sus ideales, sus sentimientos, su vida-. A través del Espíritu podemos ir
comprendiendo lo que Jesús enseñaba, a amarle y a compenetrarnos con él.
El Espíritu deja su marca de libertad en todo lo que toca; nos enseña a orar, a adorar, a amar a todos y a
amar del todo; nos capacita para amar como Jesús.
El Espíritu nos va revelando a Jesús; los porqués de sus palabras y de sus obras. Sus enseñanzas no
tienen nada que ver con las enseñanzas de los libros, porque son como un fogonazo íntimo que ya nunca
se podrá olvidar, que nos lleva a ver la vida de otra manera. Su enseñanza tiene más de sabiduría que de
ciencia. Quizá tarda en llegar. Pero, cuando llega, sabemos que nosotros no lo hemos conquistado.
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PROTAGONISTA TAMBIÉN DE LOS SACRAMENTOS
En los Evangelios sólo se alude a la Venida del Espíritu Santo en el relato de Juan de hoy, y que tiene
lugar en el mismo día de la resurrección, con unas características mucho menos espectaculares que en el
libro de los Hechos.
Sin embargo, Juan en la última cena había subrayado la importancia de esta Venida, para hacer posible
ahondar en todo lo que Jesús les había dicho y había vivido entre ellos.
El lenguaje de las apariciones de Jesús tiene como objetivo afirmar que sigue vivo. Es el modo que
tienen las comunidades cristianas de expresar su fe en el Resucitado. No intenta describir hechos
históricos como haríamos ahora, sino proclamar la salvación de Dios.
Jesús se aparece a sus discípulos en su nueva vida de resucitado sin romper la continuidad con el Jesús
terreno; de ahí que haga referencia a los clavos. Tiene entre ellos una nueva presencia y eficacia. Les da la
paz y les confiere su misma misión: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Paz que
tiene el poder de transformar el miedo en entusiasmo, la duda en fortaleza, la decepción en esperanza.
Una paz, que encarnada en el ser humano, es sumamente frágil y puede quebrarse inesperadamente. Por
eso, necesita la fuerza del Espíritu.
Hoy la Iglesia nos convoca a todos para celebrar aquello que ocurrió en Jerusalén, y lo que ocurre
siempre que dejamos abierta la puerta del corazón al aliento de Jesús.
Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se
los retengáis, les quedan retenidos. Jesús les había dicho que no les dejaría solos, y ahora les deja
acompañados por el Espíritu, por aquél que siempre les acompañará y enseñará. El Espíritu es también el
protagonista de los sacramentos. Hoy el evangelio hace referencia a la penitencia. La segunda lectura, al
bautismo. En estas palabras de Jesús sobre el perdón, ha visto la tradición católica el origen del
sacramento de la Penitencia.
EN PENTECOSTÉS NACIÓ UNA NUEVA HUMANIDAD Y LA IGLESIA
“Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un
ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se
encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían,
posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a
hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu les sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de
la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque
cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos
preguntaban:
-¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que
cada uno los oye hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia,
Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la
zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros
judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de
las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.”
(He 2, 1-11)
El libro de los Hechos nos narran varios ‘Pentecostés’: el de hoy (c. 2); el de Samaria (c. 8); el de
Cesarea (c. 10) y el de Éfeso (c. 19).
El relato de Lucas es más una visión profética que la descripción de una realidad. Parece que divide la
historia humana en dos tiempos: antes y después del Espíritu.
161
Antes, era la época de ‘Babel’: prima la ambición, la dispersión, sobre el deseo de comunión. Son los
‘dones’ del egoísmo humano, manifiestos en nuestro mundo injusto.
Los dones del Espíritu tienen su raíz en el compartir todo lo que se es y todo lo que se tiene. Se
derramaron en Pentecostés, el día en que nació una nueva humanidad y el día en que nació la Iglesia.
Desde entonces ya puede ser posible que los pueblos se vayan uniendo en una empresa común: la
liberación universal de toda esclavitud.
Entre estos dos polos –Babel y Pentecostés- se debate la vida humana sobre esta tierra.
Durante su vida pública, Jesús se había rodeado de un grupo de amigos. No aprendieron teorías en los
tres años que estuvieron juntos. Incluso fallaron en momentos decisivos. Pero aprendieron a quererse y a
ser fieles a la convivencia, a comportamientos concretos respecto a Dios, a las personas y a las cosas, a
imitación del Maestro.
Todas las palabras de Jesús habían quedado como dormidas en el interior de los discípulos... hasta que
despertaron, de repente, en Pentecostés. Entonces cada uno adquirió el sentido de esas palabras, consiguió
su ‘música’. Todos tenemos experiencia de cómo una palabra que nos había pasado desapercibida durante
mucho tiempo, de repente se nos llena de significado.
Necesitamos, más que nuevas palabras o nuevas doctrinas, que el Espíritu nos conceda luz, gusto,
novedad... desde el interior de nosotros mismos, a las palabras que ya conocemos.
Quizá a los demás –hijos, padres, alumnos, jóvenes, feligreses- se lo hemos dado todo menos lo que
tampoco teníamos nosotros: convencimiento, ilusión, compromiso. Y ellos, tal vez, han ‘tirado’ la
‘cáscara’ –normas, preceptos, prohibiciones, historietas-.
Pero, ¿por qué tampoco entendemos a Jesús, que sí tiene al Espíritu? ¡Misterio del pecado humano!
Ciento veinte personas, reunidas en comunidad, esperan al Espíritu Santo (He 1, 15).
¡Qué difícil es expresar con palabras esas experiencias y vivencias interiores que han marcado nuestra
vida! Pero son pistas –salvando las distancias de entrega y...- para interpretar lo que aconteció aquel día.
Todo sucedió dentro de una fiesta agrícola judía. ¿Qué pasó ese día, en ese acontecimiento que sólo nos
describe Lucas en el libro de los Hechos?
La venida del Espíritu Santo es esencial para comprender los acontecimientos narrados en el libro de los
Hechos. Sin el Paráclito, la Iglesia y su acción misionera se hacen inviables.
En Pentecostés, la experiencia del Espíritu cambió el corazón de aquellos hombres amedrentados, que
inmediatamente nos ofrecieron la primera predicación de la Iglesia, que nacía como continuadora de la
obra de Jesús. Los apóstoles no podían callar lo que habían experimentado, lo que habían visto y oído.
Este acontecimiento, el día de Pentecostés, no fue fortuito. En este día se reunía en Jerusalén una gran
multitud proveniente de todas las regiones de la Diáspora.
La transformación interior de los apóstoles se manifiesta al exterior en el ‘don de lenguas’ o capacidad
de entenderse y comunicarse. El Espíritu viene a hacer posible la comunión y la comprensión entre todos
los pueblos de la tierra.
Entre ruido, viento y llamaradas –como en la manifestación del Sinaí-, el Espíritu desciende y llena el
corazón de los discípulos con su fuerza, con su convencimiento, y hace posible la fraternidad universal.
Al recibirlo ya podrán ir entendiendo la hondura de las enseñanzas de Jesús y todo su misterio. Ahora ya
podrán prolongar y completar la obra del Maestro.
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En este día, aquel pequeño grupo de Jerusalén, que vivía de la fe en el Resucitado, sintió la necesidad de
proclamar a todos la hondura de la fe que les había cambiado a ellos la vida. Y comienza la historia que
ha llegado hasta nosotros.
Cada uno los oía hablar en su propio idioma. Habla Pedro con las palabras del Espíritu y todos se
sorprenden porque, sin perder sus características propias, étnicas o culturales, todos le oyen como si fuera
su propia lengua. Las lenguas, que se posan sobre las cabezas de los discípulos, es la ‘lengua común’ del
amor, del convencimiento, de la fidelidad con la vida... que todos entendemos: A pesar de estar
representados habitantes de todo el mundo entonces conocido, todos entienden.
En Pentecostés tuvo lugar la máxima autodonación de Dios: toda su fuerza sobre la debilidad humana,
toda su luz sobre nuestras tinieblas, todo su amor sobre nuestro individualismo.
Lucas, teniendo en cuenta el mapa de su tiempo, nos muestra a los partos, a los romanos... enemigos
entre sí, todos ellos protagonistas de una larga historia de guerras, de odios, de persecuciones, de
destierros y de exterminios. Cada uno de ellos hablando su propia lengua, sin interés alguno por los
demás.
Y llega el Espíritu, que actuará como Jesús, iluminando y amando, pero desde ‘dentro’. Será la lengua
común que todos podremos entender y que todos podremos aprender, si queremos, porque conecta
plenamente con lo más profundo de nuestros corazones. Hablará en ‘plural’: nosotros, comunión,
comunidad. Animará a dialogar, a perdonar, a compartir. Enseñará a abrir la mano y el corazón. Como
Amor que es, nos hará crecer en todas las direcciones: hacia Dios, hacia el prójimo, hacía uno mismo.
Ninguna respuesta externa podrá nunca ocupar el lugar de la experiencia personal en su búsqueda íntima.
CRITERIOS PARA DISCERNIR UN CARISMA VERDADERO
“Nadie puede decir ‘Jesús es Señor’, si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios,
pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra
todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.
Porque lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los
miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también
Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en
un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo
Espíritu.”
(1 Cor 12, 3-7. 12-13)
La ciudad de Corinto pasa por la tentación del ‘sincretismo’, sistema filosófico que trata de aunar
doctrinas diferentes. El mundo pagano pretende obtener un ‘conocimiento’ de Dios por medio de trances
y de fenómenos extáticos. La comunidad cristiana goza también de ciertos carismas –dones del Espíritu-.
Algunos cristianos daban más importancia a los carismas que a la fe y a la caridad. De ahí el peligro de
confundir el conocimiento de Dios por la fe con los signos que lo acompañaban.
Nadie puede decir ‘Jesús es el Señor’, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Pablo les va a
indicar los criterios para distinguir los verdaderos carismas
de los falsos. El primero, la fe del
beneficiario, puesto que un carisma auténtico deberá siempre contribuir a reforzar la fe en Jesús (v 3). Y
todos deben colaborar al único designio de Dios que obra todo en todos (vv 4-6). Puesto que el único
Dios es la fuente de los carismas, no puede haber oposición entre ellos. Si existe alguna oposición entre
ellos, quiere decir que no provienen de Dios. El tercero, contribuir al bien común (v 7) y a la unidad del
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cuerpo (vv 12-13). Todo cuanto aprovecha sólo a una persona, o no tiene repercusión en la asamblea,
habrá que excluirlo de la comunidad. Los carismas deben servir para el crecimiento y la vitalidad del
cuerpo.
El Espíritu lo es todo en la vida. Nadie puede invocar a Dios sin él; no se puede orar sin él, no se puede
dar ni recibir vida sin él; no se puede hacer la unidad ni la paz sin él; no se puede amar sin él.
Bastaría esta sola idea para revisar todos los siglos de cristianismo. Nadie tiene fe si no la tiene según el
Espíritu; nadie puede ‘fabricar’ el cristianismo a su manera. Nadie es dueño de la Iglesia. Entre todos
formamos el cuerpo de Cristo.
Los carismas auténticos son dones que reciben los creyentes para el enriquecimiento de toda la
comunidad, para el bien de todos. Y así como el cuerpo humano tiene muchos miembros, así es
también Cristo, así es también la Iglesia: una unidad en la diversidad.
Cada uno tenemos en el mundo una tarea a realizar, una vocación distinta, para colaborar al bien de la
humanidad, a la edificación del Cuerpo de Cristo.
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DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
NUESTRO DIOS SON TRES PERSONAS
EL MISTERIO DE DIOS
Hemos terminado los cincuenta días pascuales, nuestra principal celebración anual, y entramos de nuevo
en el tiempo ordinario de las celebraciones dominicales. Y lo reemprendemos con este domingo dedicado
a la Trinidad de Personas en Dios, centro de nuestra fe y de nuestra vida.
Queremos creer en Dios, pero nuestra mente se pierde en el misterio. No sabemos decir de verdad quién
es Dios, pero lo sentimos, lo deseamos, lo necesitamos y lo amamos. ¿Qué Dios sería aquél que
pudiéramos definir? ¿No sería un ídolo a nuestra imagen y semejanza? ¡Cuántos ídolos por el mundo!
A Dios lo conocemos más por el camino del amor que por la vía del pensamiento. Pensamos sobre Dios,
y nos confundimos, porque tendemos a proyectar en él nuestros fríos, interesados y pobres razonamientos.
Así, hacemos dioses a nuestro criterio y conveniencia. Cuando amamos a alguien de verdad, sabemos
algo del Dios de Jesucristo, que es Amor (1 Jn 4, 8). Es el conocimiento claroscuro del enamoramiento
que se manifiesta en los místicos. Al que ama todo le habla de Dios. Vamos entendiendo a Dios, amando;
lo vamos encontrando, amando; vamos participando de él, amando. Jesús ‘explicó’ todo su amor y el del
Padre y del Espíritu, amándonos.
Tenemos una primera revelación de Dios: la creación entera, fruto del amor divino lo mismo que el ser
humano, que tiende a infinito. Cada nuevo descubrimiento científico nos debería ayudar a conocer un
poco más al Creador de todo. La segunda y definitiva revelación de Dios es el Hijo: Jesucristo.
La Trinidad es el misterio más profundo de la vida, que iremos intuyendo dentro de nosotros mismos en
la medida en que vayamos viviendo una vida verdaderamente humana.
La Trinidad es la síntesis de todo lo que celebramos y vivimos: la fiesta de Dios. Todas nuestras
oraciones y celebraciones las iniciamos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; y todas
las terminamos bendiciendo en el nombre de estas tres divinas Personas. Estamos marcados por la
Trinidad y vivimos inmersos en la Trinidad. Es el ‘aire’ que respiramos, la ‘luz’ para poder ahondar en
toda la realidad que nos envuelve, la ‘razón’ de todos nuestros profundos deseos y la ‘fuente’ de todas
nuestras alegrías y esperanzas.
Creer en la Trinidad es creer en el gran misterio: la gran realidad de la vida plena y eterna.
LAS TRES DIMENSIONES DE LA VIDA HUMANA
Nada de lo que Jesús nos reveló lo podemos considerar superfluo. Y nada es tan decisivo para
comprendernos a nosotros mismos como saber que Dios es Padre, Hijo y Espíritu, que Dios es
Comunidad de Amor. Verdad que desborda nuestra capacidad de comprensión, como la misma creación,
porque a Dios no lo podemos encerrar en nuestras explicaciones, como tampoco a su obra creadora.
Dios Trino es la meta de nuestras aspiraciones y utopías: nos invita a vivir en tres dimensiones:
horizontal, vertical y profunda. Por la ‘horizontal’ conectamos con nuestros semejantes; nos hacemos
hermanos, solidarios. Por la ‘vertical’ conectamos con el Dios Trino; nos hacemos hijos, dependientes,
obedientes. Por la ‘profunda’ conectamos con nuestro yo más verdadero, ese yo que está en lo más hondo
de nosotros mismos y que tenemos tan olvidado; ese yo por el que conectamos con nuestras ilusiones y
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proyectos más queridos, por el que nos conocemos a nosotros mismos y, a través nuestro, conocemos más
y mejor a los demás. El ser humano que pretenda desarrollarse de verdad como tal, deberá intentar crecer,
simultáneamente, en estas tres direcciones.
El que sólo vive en una o dos dimensiones, vivirá una vida humana limitada. Así, el que solamente vive
como ‘hijo’ se inclinará a asumir actitudes conservadoras, preocupado por mantener el orden o desorden
constituidos, mientras no le perjudiquen. No participará en las luchas por la justicia, la libertad y la paz
para todos. Tampoco dará importancia a los valores del espíritu. El que vive sólo como ‘hermano’ se
opondrá a los valores de disciplina, autoridad... y a los valores espirituales. El que se limita a su ser
‘espiritual’, considerará el propio mundo interior como una cómoda evasión de los compromisos
concretos para la transformación del mundo; será un ‘emboscado’.
Nuestra sociedad parece que trata de presentarnos estas actitudes como opuestas entre sí, en lugar de
verlas como son en realidad: complementarias.
A IMAGEN DE LA TRINIDAD
Sólo desde la Trinidad se nos aclaran todos los interrogantes que nos van surgiendo a través de nuestra
vida: qué es vivir, por qué no podemos ser felices solos, por qué nos gustan muchas cosas pero ninguna
nos llena, la sed de infinito y plenitud.
Creer en la Trinidad es creer en la comunión de los seres humanos. Estamos creados, siguiendo el
modelo trinitario, para el diálogo, el amor y la unión de todos con Dios. Por lo que la Trinidad no es tanto
un dogma para estudiar, como un misterio para vivir y una realidad a la que tender.
Sólo en comunidad somos testigos en el mundo de nuestro Dios trinitario; y sólo en comunidad nos
realizamos como personas verdaderas. Cuando en un grupo se está a gusto... es fruto del espíritu que
anida en sus miembros. Cuando en un grupo se recibe algo, es fruto de la paternidad. Cuando en un grupo
se nota interés por recibir, deseo de más, necesidad de los otros... es fruto de la filiación.
El creyente se encuentra con Dios en tres dimensiones fundamentales. Vemos en los evangelios a un
Dios que está sobre nosotros. Es el Padre nuestro. Un Padre lleno de amor, respetuoso de la libertad de
sus hijos –no es paternalista, no da todo hecho-, siempre dispuesto a perdonar. También encontramos a un
Dios que, en Jesús, ha tomado un rostro humano, fraterno. Un Dios que está a nuestro alrededor. Un Dios
Hermano nuestro: ‘Tuve hambre... (Mt 25, 31-46). Dios se encuentra también en la dimensión interior, en
las profundidades de nuestro ser; ‘dentro’ de nosotros. Y así, Dios es nuestro Padre, nuestro Hermano,
nuestro Espíritu. Lo vamos descubriendo en la medida en que seamos hijos, hermanos y verdaderamente
espirituales.
Dios es una Familia, una Comunidad. Seremos imagen suya siendo familia y comunidad. Nunca solos,
porque Dios es Comunidad de Personas. Son Tres que comparten todo lo que son –y lo son Todo-,
viviendo aquello que para las personas que se aman siempre será un sueño: formar una comunidad en la
que todos lo tengan todo en común, sin perder su ser personal.
De esta forma, el Misterio más grande se convierte en el Misterio más fecundo, que se experimenta en la
vida de cada persona que va profundizando, que va viviendo; y en cada comunidad que lo va siendo de
verdad y en la medida en que lo va siendo.
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NECESITAMOS NACER DE NUEVO
“Dijo Jesús a Nicodemo:
-Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca
ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque
no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.”
(Jn 3, 16-18)
El evangelio está tomado del relato que hace Juan de la entrevista de Jesús con Nicodemo.
Quienes han gozado de la experiencia de un padre y una madre buenos, tienen un gran camino recorrido
para intuir algo de Dios. Quienes carezcan de esta experiencia, tendrán que purificar su memoria para ir
conociendo a Dios. A ese Dios Padre-Madre, a ese Dios ternura...
Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los
que creen en él, sino que tengan vida eterna. Este texto es la afirmación clara y terminante del amor de
Dios como la causa verdadera y última de la presencia de su Hijo único en el mundo. Nos ofrece la
explicación definitiva de la realidad del Mesías: Jesús es el don del amor de Dios a la humanidad.
El amor del Padre a la humanidad le llevó a enviarnos al Hijo para que tengamos vida eterna, vida en
plenitud. El verdadero amor pide morir a sí mismo. Y esto cada día, cada instante. El que no ama, no
quiere morir. En este mundo en que sólo se busca el tener, el placer y el poder, ¡cómo entender esto!
El amor de Dios fue la razón del envío del Hijo, y su finalidad única salvar a toda la humanidad, con lo
que concluían los privilegios del pueblo judío. Una salvación que consiste en pasar de la muerte –de todas
ellas- a la vida definitiva; que es posible a través de Jesús, en la medida en que vamos imitando su vida.
Toda responsabilidad negativa recae sobre la persona humana, nunca sobre Dios. En nosotros son
posibles dos actitudes: o a favor o en contra de Jesús; no existe la neutralidad. Ante el ofrecimiento de su
amor, sólo podemos responder aceptándolo o negándolo con los hechos de nuestra vida concreta. Dios no
actúa como juez, sino como don de vida. Al darnos a su Hijo, nos ofrece la plenitud de vida que hay en él
y nos da la posibilidad de hacernos hijos con una vida de amor como la del Hijo.
Dar la adhesión a Jesús como al Hijo único de Dios es creer en las posibilidades infinitas humanas.
ENCUENTRO EN LA CUMBRE
“Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el
Señor, llevando en las manos las dos tablas de piedra.
El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre
del Señor.
El Señor pasó ante él proclamando:
-Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en
clemencia y lealtad.
Moisés al momento se inclinó y se echó por tierra.
Y le dijo:
-Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un
pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad
tuya.”
(Éx 34, 4-9)
La primera lectura –del libro del Éxodo- forma parte del relato yahvista de la alianza del Sinaí.
Moisés deseaba ardientemente conocer a Dios. No tiene más deseo que acercarse a él. Vive siempre
abierto a su Palabra, que escucha con atención para ponerla en práctica.
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Dios anhela también darse a conocer a Moisés. Si éste sube a la montaña, el Señor bajará en la nube. La
iniciativa es obra de Dios.
La cercanía produce confianza y conocimiento. En la cumbre del Sinaí Dios descubre ante Moisés parte
de su corazón: Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad. Términos
que expresan los sentimientos más entrañables del amor humano. Dios revela su compasión y
misericordia; su verdadera definición para con nosotros. Y Moisés queda balbuciendo.
Pero no basta con oír a Dios. Hay que ‘verle’ aunque no sea directamente. La aparición del Señor no es
una visión directa. El Señor permanece velado por la nube. No hay posibilidad de ‘ver’ a Dios en el
mundo sensible. Lo que los humanos podemos conocer de él es su bondad (Éx 33, 19) para con nosotros.
Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura;
perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya. En las palabras de Moisés hay una
doble confesión: pecado del pueblo y bondad de Yahvé. Israel sabe por experiencia que Dios es más
grande que el pecado del hombre.
El pueblo ha sido infiel antes de la Alianza; nunca debe olvidar que debe su existencia a la iniciativa y
amor gratuito de Dios. En este contexto debemos entender las palabras tómanos como heredad tuya. Se
trata de una pertenencia total.
Dios se deja convencer por Moisés y por todo el que le suplica con fe. Ni Moisés ni nadie podía
sospechar de qué manera se llegó a cumplir este deseo.
El Dios de la Biblia, el Dios revelado, no tiene nada que ver con los ídolos paganos ni con el dios
abstracto de los filósofos. Es el Dios que acude a la búsqueda del hombre.
TESTIGOS DE DIOS TRINO
“Alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y
vivid en paz.
Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con
el beso santo.
Os saludan todos los fieles.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del
Espíritu Santo esté siempre con vosotros.”
(2 Cor 13, 11-13)
La segunda lectura está tomada del final de la segunda carta de san Pablo a los Corintios. Después de
algunas recomendaciones en torno a las relaciones fraternas, signos de la presencia de Dios, el apóstol
dirige un último saludo a los destinatarios, en el que les resume aquello que más necesita la comunidad
para crecer como tal: Alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y
vivid en paz. Es el modo de vida que debe caracterizar a los cristianos y distinguirlos del ambiente que
les rodea.
Y, como final, el broche trinitario, tomado de una fórmula litúrgica o catequética. Contiene el concepto
histórico-salvífico según el cual Dios se revela en Cristo a través del Espíritu Santo.
¿Qué es la Trinidad? Es el Dios del amor y de la paz, el Dios de la comunión, el Dios que está siempre
con nosotros.
No es suficiente saber que existe la Trinidad; tenemos que tratar de vivir de acuerdo con ella. Vivir según
la Trinidad es tener un mismo sentir, es procurar siempre la paz, es intentar superarse constantemente,
es llenarse de alegría.
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Quien quiera acercarse y parecerse a Dios, tiene que aprender a dar el beso santo. Cuando nos damos el
beso santo o el abrazo de comunión, expresamos algo de lo que es Dios; porque Dios es abrazo de
comunión, íntimo y respetuoso, intenso y fecundo.
Vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Con estas palabras define Pablo el
ideal de la perfección cristiana.
Deseando a sus destinatarios la gracia, el amor y la comunión, el autor quiere que los corintios
comprendan, y con ellos todos nosotros, que vivir de esos dones es, necesariamente, vivir la misma vida
de Dios y participar de su misterio más profundo.
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DOMINGO DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO
EL PAN DE LA VIDA ETERNA
ORIGEN DE LA FIESTA
La fiesta del ‘Cuerpo y Sangre de Cristo’ es como un duplicado del Jueves Santo, en la que celebramos la
institución de la Eucaristía dentro de un clima litúrgico de tristeza por la cercanía de la Pasión y Muerte
de Jesús.
Esta fiesta surge como consecuencia de las primeras herejías que negaban la presencia real de Jesús en el
pan y en el vino consagrados. Lo que hizo que se desarrollara en los ambientes católicos una fuerte
espiritualidad centrada en la presencia sacramental de Jesús bajo las especies de pan y de vino.
Nos recuerda un hecho memorable, centro de todas nuestras celebraciones: Jesús se nos da en alimento
para saciar todas nuestras hambres, se nos ofrece como ayuda imprescindible para nuestro caminar
cristiano por la vida. Un hecho que nos afecta personalmente a todos y a cada uno de los creyentes: nos
alimentamos de Dios. Un alimento que nos urge a vivir de manera distinta al ‘mundo’; a crear un orden
justo en las relaciones entre las personas y dentro de nosotros mismos.
Participar de la Eucaristía, recibir al Resucitado, significa entrar en una juventud eterna, porque ella,
como Jesús, ha derrotado definitivamente a la muerte y ha puesto ante nosotros un porvenir eterno. Y, a la
vez, reconocernos débiles, incapaces de vivir de verdad, necesitados de ayuda. Gracias a ella, recobramos
las fuerzas, seguimos caminando.
La lógica de este sacramento es la misma que la de la Cruz: una lógica perdedora. Estos caminos son
para nuestro mundo escandalosos y necios. Porque cuando el Dios de Jesucristo interviene en la historia
humana, nunca lo hace con los medios de los poderosos. Renuncia al poder, se niega a combatir, a
recurrir a la fuerza, a defenderse. Por eso, la fe eucarística hace más referencia a una derrota que a una
victoria: a cómo una derrota puede hacer posible que nazca y se desarrolle la semilla de un amor y de una
esperanza ilimitados.
La práctica eucarística debe llevarnos a elegir la pequeñez y no la grandeza; el servicio y no la conquista;
la entrega desinteresada y no los privilegios ni los honores; el trabajo silencioso al ruido de los actos
espectaculares. Aunque sea verdad que ‘mete más ruido un árbol cayendo que un bosque creciendo’.
De los que comulgan a Jesús de verdad puede esperarse cualquier sorpresa. Ese Jesús que desea
transformarlo todo en el reino del Padre. Porque el que comulga bien, se va convirtiendo en un
enamorado de la fraternidad, de la entrega a los demás, de la unidad; en un trabajador por la paz y la
libertad, en un apasionado de la justicia, en una persona capaz de perdonar siempre. Se va uniendo a todos
los creyentes, porque la comunión es común-unión.
El que comulga bien, va poniendo en crisis la religión de fachada, inofensiva, tranquilizante, que
alimenta y multiplica tradiciones vacías, y creciendo en un compromiso total con la persona de Jesús.
COMULGAMOS CON LA VIDA DE JESÚS
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá
para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
Disputaban entonces los judíos entre sí:
-¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les dijo:
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-Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su
sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene
vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el
que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo
comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.”
(Jn 6, 51-59)
Juan escribe para su comunidad de seguidores de Jesús, para los que el significado del discurso
eucarístico es claro. Todas las afirmaciones que hace son eucarísticas y se entienden perfectamente desde
la última cena, por lo que es muy posible que no fueran pronunciadas en la sinagoga de Cafarnaún, sino
en el cenáculo de Jerusalén.
Bajar del cielo significa venir de Dios y vivir su vida divina: vivir en la verdad, en la paz, en la libertad,
en la justicia, en el amor. Es dar testimonio con la propia vida de la verdad sobre Dios y sobre la vida
humana, con un amor total hasta la muerte.
Nos alimenta cuando nos habla del amor a todos y a todo, cuando anuncia el amor y la paz como una
gran alegría, cuando proclama el gran don del amor de Dios en medio de las irracionalidades humanas.
Nos alimenta dándonos el Espíritu que dio sentido a su vida, que le hizo fiel en medio de un mundo tan
adverso como el nuestro. Su alimento nos es necesario sobre todo cuando parecen más claras las razones
de la desesperanza, del abandono, del ‘no hay nada que hacer’. Un alimento que adquiere todo su sentido
después de la experiencia de las crueles injusticias humanas, de la oscuridad de la vida y de la dolorosa
constatación de las propias limitaciones.
La fe en Jesús y la participación en el sacramento de su entrega nos hacen participar, ya desde ahora, en
la vida eterna, al hacernos entrar en la comunión de vida y de amor que se da entre el Padre y el Hijo.
Jesús, aceptado en la fe, es el alimento que nos asegura la vida íntegra, imperecedera, sin ocaso: la vida de
Dios.
El pan vivo es una persona, el Hijo del hombre. Encontrar a Jesús de Nazaret, seguirlo y que él sea el
pan que alimenta nuestro camino de vida, es lo que constituye el ser cristiano.
JESÚS VIVE EN EL CREYENTE
El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. Estas palabras nos muestran la
profunda comunión que se establece, por la eucaristía, entre Jesús y el creyente. La adhesión a Jesús no
queda en lo externo, como si fuera un modelo exterior que imitar, sino que nos lleva a una comunión
íntima, a una común-unión. Al ser una adhesión de amor establece una comunión de vida. Jesús, alimento
de su comunidad, produce en ella la entrega del amor: el don recibido lleva al don de sí; al amor recibido
respondemos con nuestro amor. En la eucaristía comulgamos con la vida de Jesús; una vida que creemos
es ‘el camino, y la verdad y la vida’ (Jn 14, 6). Una vida que es carne y sangre, lucha y entrega; una vida
que se da hasta la muerte.
El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá
por mí. La vida que posee Jesús procede del Padre. Vivo por el Padre, significa que vive totalmente
dedicado a cumplir su voluntad (Jn 4, 34), que es la de descubrir a los hombres la vida verdadera. Jesús,
171
en lugar de guardar esa vida para él, la comunica a los suyos, que la reciben según vayan siguiendo sus
pasos. El mismo vínculo de vida que existe entre el Padre y Jesús, existe entre Jesús y sus seguidores:
vida dada, vida recibida y dedicada.
El que come este pan vivirá para siempre. Tener la vida eterna significa estar en unión con la vida de
Jesús, que es lo mismo que estar en unión con la vida del Padre.
Es preciso estar demasiado acostumbrados -como quizá lo estamos nosotros- para no sorprendernos y
admirarnos ante el anuncio de vida que nos hace Jesús. ¿No ha sido frecuente la presentación del
cristianismo como una doctrina de negación, de prohibición, de limitación? ¿No lo vivimos de la misma
manera? Sin embargo, el anuncio de Jesús es muy distinto: Su mensaje, por el que se lo juega todo y por
el que mucha gente que le seguía le abandona, es un anuncio de vida para siempre. Una vida que
esperamos, pero que también creemos tener ya ahora.
Existen dos ‘panes del cielo’: uno falso, el maná; otro verdadero, la Persona de Jesús. El primero no
consiguió llevar a los que lo comieron a la tierra prometida; Jesús sí lleva a sus seguidores hasta el final.
Da a la eucaristía un carácter de sacramento escatológico: ahora nos da la vida eterna, después de la
muerte Jesús resucitará a quienes hayan participado de él, aunque no hayan sido conscientes de ello.
Jesús habla aquí en singular, se refiere al individuo, no a la comunidad. ¿Por qué? Porque su comunidad
está formada por hombres adultos, donde cada uno hace su opción personal y libre y tiene su propia
responsabilidad en su seguimiento.
Jesús nos explica la única forma de crear la sociedad humana que Dios quiere, la única que nos permitirá
a los seres humanos vivir una vida plenamente humana y cumplir el proyecto de Dios sobre la creación: el
don de sí mismo, el amor de todos y de cada uno por todos los demás, sin regatear nada, hasta la muerte.
Él nos ha dado la posibilidad de ese amor y de esa vida, abriéndonos el camino. No tenemos más que
seguir sus huellas.
Es la última explicación del reparto de los panes. Jesús no ha venido a darnos ‘cosas’, sino a darse él
mismo para enseñarnos a vivir. Viviendo como él nos vamos redimiendo, liberando, salvando. El pan que
daba contenía su propia entrega, era el signo que la expresaba. Y esta misma es su exigencia para sus
seguidores: debemos dar lo que tenemos como signo del don que hacemos de nuestro propio ser, como
signo de amor a cada una de las personas que nos rodean y, en ellos, a toda la humanidad. Quien no da lo
que tiene, ¿cómo podrá darse? Sólo el que dé todo lo que tiene y todo lo que es encontrará la plenitud de
la vida verdadera ahora y aquí. Y como esa entrega es prácticamente imposible mientras vivamos en este
mundo, esa plenitud siempre será para después de la muerte.
Todo este estilo de vida se expresa en la eucaristía, en la que experimentamos el amor del Padre a través
del Hijo, y lo manifestamos en el amor a los hermanos con el compromiso de una vida de servicio como
la de Jesús.
DE CAMINO HACIA LA PATRIA PROMETIDA
“Habló Moisés al pueblo y dijo:
-Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos cuarenta
años por el desierto, para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus
intenciones: si guardas sus preceptos o no. Él te afligió haciéndote pasar hambre y
después te alimentó con el maná –que tú no conocías ni conocieron tus padrespara enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la
172
boca de Dios. No sea que te olvides del Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, de la
esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y
alacranes, un sequedal sin una gota de agua; que sacó agua para ti de una roca de
pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.”
(Dt 8, 2-3. 14-16)
El pueblo hebreo saliendo de Egipto y caminando por el desierto hacia la Tierra Prometida es signo de la
Iglesia peregrina y de cada creyente que camina hacia la Patria.
En la primera lectura, Moisés recuerda al pueblo la ayuda que el Señor le había otorgado en su caminar
por el desierto; cómo les había ofrecido pan para calmar su hambre, agua para saciar su sed y esperanza
ante la muerte. Se refiere especialmente al agua brotada de la roca en una región desolada y al maná
llovido del cielo, símbolo de la eucaristía y alimento para el largo camino. Pretende convencer al pueblo,
probado por los acontecimientos, de que la Palabra de Dios, presente en la creación y en la ley, se
encontraba también en las pruebas que habían sufrido.
El libro del Deuteronomio nos habla de la necesidad de ser fieles a los mandamientos. Los hebreos han
vencido al desierto, a pesar de las duras pruebas, porque la Palabra creadora del Señor, contenida en la
ley, está siempre dispuesta a actuar en la historia del pueblo, creando las condiciones necesarias para su
subsistencia. De aquí que, obedecer a la ley es asegurarse la comunión con la Palabra que da vida y ofrece
los bienes que puedan ser necesarios.
La lectura presenta también un tema original: Para ponerte a prueba. Es la respuesta bíblica al problema
de si se puede ‘probar’ la existencia de Dios: El ser humano no puede ni poner a prueba a Dios ni
demostrar su existencia. Sólo Dios ‘pone a prueba’ y sólo el ser humano puede ser probado, porque Dios
es fiel y someterlo a prueba o querer demostrarlo sería una presunción, una tentación.
Es verdad, que la persona que ha sido probada y ha salido victoriosa de la prueba tiene en sí misma la
demostración más contundente de la existencia de Dios y de la veracidad de sus promesas. La lectura de
hoy se refiere a esta prueba existencial, que nunca será aceptada por la filosofía al apoyarse en la fe.
Para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. Dios
había impuesto al pueblo aquella larga marcha de cuarenta años para darle a conocer su pobreza y ‘sus
hambres’. El maná tenía que mostrarles cómo el ser humano no puede vivir en plenitud sólo de pan. La
‘Palabra creadora’ no se limita a la creación, sino que acompaña a la historia; no se da sólo en el orden
natural, sino también en el moral. La vivimos en la historia humana, situándonos en ella como discípulos
‘probados’ de la voluntad divina: cumpliendo sus preceptos.
La intervención de Dios no estaba ordenada exclusivamente a saciar el hambre de pan y la sed de agua.
La experiencia del desierto les servirá de lección para la vida en la tierra prometida. De la falta de
caminos en el desierto, pasarán a vivir hacia Dios fiados en su Palabra.
LA EUCARISTÍA, SIGNO DE COMÚN-UNIÓN
“Hermanos: El cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos en la
sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de
Cristo?
El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo
cuerpo, porque comemos todos del mimo pan.”
(1 Cor 10, 16-17)
173
Pablo ha exhortado a los corintios a no participar en los banquetes a los ídolos, porque eso les pone en
comunión con ellos. Para aclararles esta idea les recuerda la unión que produce la participación en el
banquete cristiano: la comunión con Cristo realiza la unidad íntima de los cristianos con el Señor y de los
cristianos entre sí.
Pablo no trata de la defensa de la realidad del sacramento, porque sus destinatarios no la ponían en duda.
Subraya las repercusiones de la Eucaristía en el cuerpo de Cristo, que constituyen a la Iglesia. La unión de
cada uno con el Señor realiza la comunión de cada uno con todos. Unidad orgánica: es un cuerpo: la
Iglesia. Por tanto, la eucaristía es el sacramento que constituye a la Iglesia; que produce su unidad.
El pan y el vino son signos de unidad, Quienes participamos de ellos nos hacemos miembros de un
mismo cuerpo, fraternales y solidarios. Comulgar a Cristo, lleva a comulgar con sus sentimientos, con sus
sufrimientos, con sus esperanzas.
La piedad cristiana destacó siempre que la comunión es como una forma especial de fusión con la vida y
la persona de Jesús, como el camino para ser semejantes a él.
El sacramento eucarístico nos une a Cristo y nos une entre nosotros. Somos como los granos que se unen
para formar un solo pan, como las uvas que se pisan en el lagar para que sea posible el vino, como los
miembros que reciben de la cabeza una misma savia. La eucaristía es así la expresión más clara del
misterio de la común-unión.
Esta comunión-unidad no debe reducirse a una celebración litúrgica, sino que debe realizarse en la vida,
si no queremos vaciar el sacramento de sentido, comer y beber sin discernir. ¡Cómo necesitamos ahondar
en estas ideas para restituir al sacramento el ideal que pretendió Jesús darle en la última cena!
174
DOMINGO SEGUNDO ORDINARIO
JUAN BAUTISTA DA TESTIMONIO DE JESÚS
LA FE EN JESÚS DEBE SER 'NUESTRA', PERSONAL
Las primeras comunidades cristianas reflexionaron profundamente sobre Jesús de Nazaret, a la luz de los
textos proféticos y de los acontecimientos, que muchos de ellos habían vivido, sobre su vida y su muerte;
sobre lo que representaba para sus vidas en el 'ahora y aquí' y en el 'más allá'. Hasta llegar al
convencimiento de que sus planteamientos y su forma de vivir eran los únicos verdaderamente humanos,
que una vida como la suya no podía terminar en el fracaso de la muerte. También fueron experimentando
las dificultades que se van encontrando cuando se quieren cambiar las cosas de verdad.
Nosotros deberíamos imitar su búsqueda, su reflexión... en lugar de limitarnos a repetir fórmulas y
palabras que nada o muy poco dicen al ser humano actual. Es ésta, quizá, una de las tareas más difíciles y
urgentes que debemos afrontar los cristianos en este comienzo del tercer milenio: Presentar a Jesucristo al
hombre moderno, sin caer en las fórmulas ya hechas y aprendidas de memoria, y sin perder de vista, a la
vez, lo que la Tradición -con mayúscula- cristiana ha reflexionado y nos ha transmitido.
Porque la cultura religiosa de nuestro mundo llamado cristiano se reduce, casi en general, a repetir, sin
entenderlas o sin ahondarlas, frases aprendidas desde pequeños en la catequesis -cada vez menos de los
padres-, que nunca nos hemos preocupado de profundizar después. ¿De aquí tantos abandonos? Porque,
¿cómo puede caber una religión infantilista en una persona adulta que piensa? ¿Dónde queda el reino de
Dios prometido –un reino que empieza en este mundo y se plenifica en el más allá-, si prescindimos de la
lucha por la liberación de todas las marginaciones?
Es preocupante la cantidad de frases que repetimos sin saber lo que realmente significan: 'Jesús murió
para salvarnos', 'el bautismo quita el pecado original'... incluso el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo, del evangelio de hoy y que repetimos cuatro veces en cada eucaristía antes de comulgar.
Es necesario que cada cristiano nos respondamos personalmente y encontremos el sentido que tienen
para nuestra vida concreta hoy. Porque lo más importante en nuestras vidas no es lo que pensamos, o lo
que sabemos, o lo que hacemos, sino lo que somos, lo que vivimos. Lo que pensamos, sabemos y
hacemos debe llevarnos a ser, a vivir nuestras convicciones más profundas. El que trate de vivir así, se
puede decir que es una persona auténtica. Y ya no le será difícil ir ahondando en los verdaderos ideales y
sentimientos de Jesucristo.
Si descubrimos que algo es mejor que lo que estamos haciendo, debemos tratar de ponerlo en práctica.
JESÚS ES EL CORDERO DE DIOS
"Al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
-Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de
quien yo dije ‘Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque
existía antes que yo’. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para
que sea manifestado a Israel.
Y Juan dio testimonio diciendo:
-He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó
sobre él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel
sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar
con Espíritu Santo’.
175
Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios"
(Jn 1, 29-34)
El Padre Dios nunca nos dará nada hecho. Juan Bautista fue descubriendo su vocación. Era una persona
sincera, deseosa de vivir en plenitud. Un verdadero buscador de Dios. Por eso llegó muy lejos en el
conocimiento de Jesús. Y lo pudo presentar a los inquietos, a los que no estaban satisfechos de cómo
vivían.
El evangelio de hoy contiene su testimonio central sobre Jesús. Su mirada de fe supo ver-contemplar
-cuatro veces esta idea en la lectura de hoy- donde los no creyentes, o los cristianos superficiales, no ven
-no vemos- nada.
Anteriormente, Juan Bautista ha afirmado que él no es el Mesías (Jn 1, 20), que no era más que 'la voz
que clamaba en el desierto' (Jn 1, 23). Ahora nos da su testimonio positivo y concreto de Jesús; una
auténtica profesión de fe cristiana: Jesús es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo... el Hijo
de Dios.
Aunque no nos guste que nos comparen con ovejas o corderos, la imagen del cordero tiene fuertes
resonancias bíblicas: sacrificio de Abrahán, cordero pascual, muerte de Jesús a la hora del sacrificio de
los corderos en el templo...
En arameo, lengua de Jesús, se emplea la misma palabra para designar al cordero y al siervo (primera
lectura). ¿Qué significan?
Siervo de Dios es el que, al recibir una misión divina, la lleva a la práctica con total fidelidad, incluso
con la entrega de su vida.
Cordero de Dios es el que obedece al Padre con plena docilidad, con un amor indefenso -el amor
verdadero siempre lo es- que le lleva hasta el sacrificio de sí mismo.
El 'cordero' es todo lo contrario al conquistador; no tiene pretensiones, no es agresivo, no mete miedo, no
posee medios para hacerse respetar; posee la mansedumbre, única virtud capaz de derrotar a la
prepotencia. El mal, que parece invencible, no soporta a la inocencia; su poder no puede nada contra la
fuerza desarmada del amor.
Es necesario que los cristianos vivamos este estilo de mansedumbre, comprensión, dulzura, ternura,
entrega silenciosa, solidaridad real con los más débiles.
¿QUÉ ES EL PECADO DEL MUNDO?
El misterio del mal -se llama pecado en lenguaje religioso- desborda el mundo humano. De él surgen las
fronteras que impiden una tierra de comunión, la ruptura en el interior de la persona humana: entre mis
ideas y mi vida, entre mi vida y la vida de todos los que amo; frontera con los que piensan como yo y
frontera con los que piensan distinto. De él, la falta de confianza en el otro y en mí mismo: esa
desconfianza en el prójimo, esa necesidad de sospecha que llega a desfigurar hasta las intenciones más
nobles de los demás; el absurdo y brutal gasto en armamentos y las injusticias de toda índole; la
incapacidad de realizar la comunión universal. De él, esas contradicciones en una sociedad que aspira a
lograr lo mismo que combate con todas sus fuerzas: libertad, amor, justicia, verdad, paz...
176
La naturaleza, malicia y dimensiones del pecado se van desvelando a través de la historia bíblica. La
historia de la salvación es el intento de Dios por liberar a la humanidad de su pecado.
El pecado de los orígenes abre la historia de la humanidad: el hombre, creado a imagen y semejanza de
Dios, prefiere ponerse en lugar de Dios, quiere ser único dueño de su destino, se niega a depender del que
le creó, cortando la relación que le une con Dios. Relación que no sólo era de dependencia, sino también.
y sobre todo, de amistad.
El pecado corrompe el espíritu humano, antes de provocar su acción. Y como le afecta en su misma
relación con Dios, cuya imagen es, es la perversión y trastorno más radical. Por ello acarrea
consecuencias tan graves.
Por el pecado -mal- todo ha cambiado entre el ser humano y Dios, y entre los seres humanos. Lejos de
Dios no queda más que la muerte.
Los seres humanos tendemos a olvidar que, al pecar, no sólo somos culpables, sino también víctimas.
Cuando pecamos nos hacemos daño a nosotros mismos. Pecar es renunciar a ser humanos, dar la espalda
a la verdad, llenar nuestra vida de oscuridad. Pecar es matar la esperanza, apagar nuestra alegría interior,
dar muerte a la paz, a la libertad, a la justicia, al amor... Pecar es aislarnos de los demás, alejarnos de
nosotros mismos, hundirnos en la soledad, negar el afecto y la comprensión. Pecar es contaminar la vida,
hacer un mundo injusto e inhumano, destruir la fiesta y la fraternidad.
Las cosas no son malas porque Dios quiere que lo sean, sino al contrario: porque son malas y destruyen
nuestra verdadera felicidad, son pecado, que Dios trata de quitar de nuestro corazón.
¿Somos conscientes de que en la relación con los que nos rodean vivimos más de carencias que de
realidades? Esperamos con ansiedad la presencia de alguien que queremos y... casi siempre
experimentamos que nos tratamos como si fuéramos extraños... ¿No añoramos que el trato con todos y
cada uno con los que convivimos fuera más cercano, más comunicativo, más cariñoso y comprensivo?
Y, ¿cómo vivimos con nosotros mismos? ¿Qué tal nos llevamos con nuestro 'yo'? ¿Vivimos como
deberíamos vivir? ¡Cuántas dificultades y defensas cuando se trata de cumplir con nuestro deber, cuando
se trata de crecer como verdaderas personas humanas!
¿Y con la naturaleza? Cada vez vivimos una vida más inhumana, encerrados en nuestros cómodos (?) y
calentitos 'palomares', encerrados en lugares dónde se respira de todo menos de lo que se debería
respirar... ¡Cuántos no han observado nunca un árbol, un pájaro, una estrella...!
¿Y la relación con Dios? Si con lo que vemos y tocamos estamos como estamos, ¡con Dios, al que no
vemos!... para qué hablar.
La ruptura vino por el hombre. La reconciliación va a venir de Dios.
EL CORDERO VENCEDOR DEL PECADO
Jesús es el que quita este pecado del mundo, marcándonos un camino, enseñándonos a vivir
auténticamente como seres humanos. Por eso, llamar Cordero a Jesús es lo mismo que llamarlo 'Camino,
Verdad y Vida' (Jn 14, 6).
177
Jesús escoge un camino de servicio, de humildad, de pobreza, para llevar a feliz término la misión que le
encomendó el Padre: descubrir a la humanidad la vida verdadera, el camino para ser persona auténtica,
humanidad redimida y reconciliada. Es la paradoja de la vida y de la obra de Jesús: sigue un camino de
servicio, sin poder, junto a los más pobres y marginados. Un camino que es locura y escándalo para judíos
y griegos -para cristianos y no cristianos- (1 Cor 1, 17-31; Rom 8, 35-39). Pero es el camino de Dios. Un
camino que es lo primero que tenemos que aprender vitalmente los cristianos, si queremos serlo de
verdad.
Jesús vivió en plenitud como los seres humanos deberíamos vivir para ser la imagen y semejanza de
Dios. Y quiere enseñarnos a vivir, a ser comunicativos, serviciales, cariñosos, trabajadores, desprendidos,
buscadores de la vida verdadera... porque sabe que es la única forma de crecer en los verdaderos valores
humanos.
No hay otra forma de llegar a ser personas verdaderas que siguiendo el camino de Jesús, sabiéndolo o sin
saberlo; porque habrá personas que, sin haber oído hablar de Jesús, vivan sus ideales desde otra religión u
otros planteamientos. Lo mismo que habrá gente que, hablando mucho de Jesús, vivan otros
planteamientos -sociedad de consumo entre nosotros-, negando con su modo de vivir lo que dicen
–decimos- creer con sus palabras.
Dejar que las personas sean lo que deben ser, es la fuente de la paz y del reino de Dios que vino a
inaugurar Jesús.
¡Ojalá entendamos 'desde dentro' esta liberación-felicidad que nos trae Jesús!
YAHVÉ ENVIARÁ A SU SIERVO
"’Tú eres mi siervo (Israel)
de quien estoy orgulloso’.
Y ahora habla el Señor,
que desde el vientre me formó siervo suyo,
para que le trajese a Jacob,
para que le reuniese a Israel,
-tanto me honró el Señor
y mi Dios fue mi fuerza-:
Es poco que seas mi siervo
y restablezcas las tribus de Jacob
y conviertas a los supervivientes de Israel;
te hago luz de las naciones,
para que mi salvación alcance
hasta el confín de la tierra."
(Is 49, 3. 5-6)
El segundo Isaías, que había considerado a Ciro como el enviado de Dios para liberar al pueblo, expresa
ahora su desilusión: el rey, al mismo tiempo que ha favorecido la reconstrucción de Israel, ha restaurado
los templos de Marduk y las fiestas paganas del Año Nuevo. Por ello, el profeta lo desacredita en este
segundo poema del 'Siervo del Señor', del que leemos hoy un fragmento como primera lectura. Dios
enviará muy pronto a su pueblo otro mensajero.
El profeta llega a considerarse a sí mismo como el enviado de Dios que debía haber sido Ciro, y hace el
elogio de su propia función profética en los términos que hasta entonces había reservado al mandato de
178
Ciro, cuya espada debía haber aniquilado a los reyes enemigos. Esta espada le es confiada al profeta: te
hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.
El profeta se descubre a sí mismo como llamado por Dios desde su concepción, al igual que Jeremías (Jer
1, 5).
El Siervo del Señor -que aparece en cuatro poemas- es un personaje religioso, consolador, de clara
identidad mesiánica en el aspecto de la salvación. Yahvé se complace en su Siervo, como se ve
repetidamente en el evangelio, y le confiere la misión de hacer retornar a su fe a los descarriados del
pueblo de Israel y, además, ser luz-salvación para todos los pueblos.
Así, el Segundo Isaías une la misión universal, tan propia de él, a la misión y actuación del Siervo del
Señor. Gracias al Mesías, la salvación de Dios llegará a todos los pueblos.
Ya la Iglesia primitiva encontró los rasgos de Cristo en los de este profeta.
SEGUIDORES DEL CORDERO
"Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo, por voluntad de Dios, y
Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los
consagrados por Jesucristo, al pueblo santo que él llamó y a todos los demás que
en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo Señor nuestro y de ellos. La
gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, sea con
vosotros.”
(1 Cor 1, 1-3)
Se conservan dos cartas de san Pablo a la comunidad cristiana de Corinto. La primera de ellas, que
leeremos durante siete domingos seguidos en este ciclo A (hasta el domingo octavo ordinario, inclusive),
es uno de los escritos más importantes e iluminadores del nuevo Testamento. Enfoca los grandes
problemas de la vida cristiana de siempre en el seno del mundo pagano y de la sociedad particularmente
decadente de Corinto, ciudad de unos doscientos mil ciudadanos libres y cuatrocientos mil esclavos, de
vida alegre y desenfrenada, propensa a todo tipo de excesos, que originó grandes dificultades al
desenvolvimiento de la joven comunidad cristiana. En ella, Pablo manifiesta su corazón, su espíritu
apostólico y la grandeza de su personalidad.
Pablo era conocido de los corintios: había fundado esta comunidad cristiana durante su segundo viaje
apostólico. Anunció en ella el evangelio durante año y medio, dejando al marchar una comunidad
numerosa y floreciente. Y ahora, les escribe esta carta.
Hoy leemos únicamente el saludo, que contiene ya los temas fundamentales de toda ella. No sabemos
bien quién puede ser su compañero Sóstenes; quizá un jefe de la sinagoga de Corinto, convertido después
al cristianismo (He 18, 17).
Pablo comienza por mostrarles su misión de apóstol de Jesucristo. Su misión no se fundamenta en el
hecho de ser fundador de una secta o pensador filósofo, sino en un llamamiento de Dios. Las palabras que
dirá no serán suyas, sino palabras de Dios trasmitidas lealmente.
Recuerda a los corintios lo que ellos son: consagrados por Jesucristo, el pueblo santo que él llamó, en
unión con todos los demás cristianos.
La Iglesia de Corinto, que ha sucedido al antiguo Israel, debe mantenerse separada de las costumbres
paganas, rechazar el amoralismo de su sociedad y ser la representante de la trascendencia divina en el
179
corazón del mundo pagano, en solidaridad con todos aquellos que, en todo el mundo, invocan el nombre
del Señor.
Invocando el nombre de Jesús, los cristianos cargan con la responsabilidad de la salvación del mundo,
puesto que, mediante su oración y su conducta, garantizan la realización de esa salvación en ellos y a su
alrededor.
Y, como siempre, Pablo les desea la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor
Jesucristo.
Este inicio de Pablo nos invita a reflexionar sobre el misterio de la Iglesia del Cordero de Dios, que se
hace presente donde hay un grupo de personas que han acogido el anuncio del Evangelio y han creído en
él, aunque sean tan poca cosa como en Corinto.
¡Iglesia del Cordero!, pon tus energías al servicio de la debilidad. Arriesga en la no-importancia, en el
fracaso, no entres en el juego de los 'señores de este mundo'. Ten el coraje de jugar a 'perder'. No olvides
que es el Crucificado el que te asegura el verdadero futuro, que recibes la gloria de él, con tal de que no
vayas a mendigarla de los que le colgaron. Muéstrate pequeña, modesta, pobre, humilde, sierva. Cae en la
cuenta de que cuando estás de rodillas en oración y al servicio de las personas estás colaborando a quitar
el pecado del mundo; no cuando caminas triunfalmente al lado de los poderosos y del brazo de los
grandes de este mundo.
Enséñanos y ayúdanos a todos nosotros a creer que estamos seguros cuando seguimos, indefensos, las
huellas del Cordero.
180
DOMINGO TERCERO ORDINARIO
EL COMIENZO FUE EN GALILEA
VIVIMOS EN UN MUNDO EN TINIEBLAS
¿Hará falta demostrar que vivimos en un mundo en tinieblas? Terrorismos de estado -¿qué mayor
terrorismo que el despiadado capitalismo, causante de millones de muertos de hambre?- y subversivo,
guerras, desigualdades, hambres de todo tipo; pluriempleos y paro; leyes que atentan contra la dignidad
humana, como el aborto; el sexo convertido en placer; ausencia de responsabilidad en el trabajo y en los
estudios; racismo, individualismo...
A nivel individual, ¿qué ‘luces’ orientan nuestras vidas? ¿Qué valores están dando sentido a nuestra
existencia? ¿Qué respuestas estamos dando a nuestros problemas? ¿Nos preguntamos algo sobre el
sentido de la vida? ¿Qué son los demás para nosotros?: padres, hermanos, amigos...
¡Cuántas veces nos sentimos como extraños entre personas a las que queremos de verdad! ¿Es la timidez
o es la indiferencia?
Cuando se pierde el sentido religioso de la vida, la oscuridad se apodera de la mente humana. Digo
‘sentido religioso de la vida’, no dogmatismos intransigentes ni normas o ritos rutinarios.
Deberíamos ser conscientes los hombres de hoy de la falta de luz que sufrimos en nuestras vidas. Quizá
sea éste uno de los aspectos más destacables de la civilización actual, al borde del desastre moral. Líderes
políticos, pensadores, gente sencilla... que en realidad no sabe cómo encaminar su vida ni la vida de los
demás. Nos es difícil encontrar un apoyo para seguir caminando, cuando prescindimos de Dios y de los
valores que él representa. ¿A qué dejamos reducida la vida sin Dios? ¿Y el ‘cristianismo’ sin Jesús?
CONVERSIÓN...
“Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea.
Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de
Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías:
‘País de Zabulón y país de Neftalí,
camino del mar, al otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en tinieblas
vio una luz grande;
a los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló.’
Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
-Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos.
Paseando junto al lago de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman
Pedro, y a Andrés, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores.
Les dijo:
-Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres.
Inmediatamente dejaron las redes y le siguieron.
Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a
Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los
llamó también.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y le siguieron.
Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio
del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.”
(Mt 4, 12-23)
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Habían arrestado a Juan. Los ‘jefes’ pensaban haber arreglado las cosas eliminando a aquella voz que
denunciaba los poderes; voz insoportable e insolente. Juan había tenido que callar, encerrado en una
mazmorra, para que no pudiera perjudicar los intereses de los bien instalados y ‘bien’ pensantes, y a los
faltos de compromiso. Todo parecía volver a la normalidad. Podían volver a escuchar y a vivir esa única
‘emisora’ capaz de lavar todo tipo de cerebros. Los discípulos de Juan Bautista tenían motivos para
pensar que con el maestro en la cárcel la aventura había terminado.
Entonces comenzó Jesús a predicar. Cuando parecía que se apagaban las razones para esperar, sale
otro para comenzar un nuevo discurso revolucionario, otro que busca despertar al pueblo y ponerlo en pie.
El poder, al cerrar la boca a Juan Bautista, lanzó un aviso concreto a todos los insatisfechos: es peligroso
exponerse... Por gracia del Padre, y a imitación de Jesús, siempre habrá personas que acepten arriesgarse
para abrir a sus semejantes el camino de la vida verdadera, de la vida de Dios, que siempre serán caminos
de justicia y de libertad, de amor y de paz para todos.
El tiempo desfavorable, el ambiente dominado por la comodidad y el consumismo, la impresión de que
es imposible cambiar esta sociedad... es el momento para sembrar.
Jesús, además de comenzar su predicación en el momento menos oportuno, inicia su vida pública en el
lugar menos adecuado: la Galilea de los gentiles. Cafarnaún, donde Jesús fija su residencia, no goza de
buena reputación. Se va a vivir donde hay tinieblas, confusión, abandono, ausencia de Dios; donde
siempre habrá personas que busquen y le puedan entender. ¿Cómo podemos buscar si creemos que ya lo
hemos encontrado todo?
El Evangelio del Reino es para todos, pero sólo lo aceptan aquellos que saben que necesitan de los
demás, a los que la vida que llevan no les satisface. A los que esperan, pero también a los que quizá no
esperan ya nada ni tienen fuerzas para pedir. ¡Qué difícil les va a ser entenderle a los judíos! ¡Qué difícil
nos está siendo a los cristianos!
Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. La antigua profecía de Isaías, que leemos como
primera lectura, se ha cumplido en Jesús de Nazaret, que nos llama a la conversión. Pero... ya nos
creemos convertidos. Y, además, pensamos instintivamente que la conversión es algo penoso, triste,
unido a la penitencia y al sacrificio.
Sin embargo, Jesús es la luz que ilumina los verdaderos valores de la vida humana: la fraternidad
universal, la igualdad de todos los pueblos, naciones e individuos, la paz, la ausencia de todo tipo de
fronteras... Es esa luz-conversión que, una vez recibida, nos impedirá vivir de otra manera. ¿Cómo vivir,
incluso lo bueno, sabiendo-añorando lo mejor?
Jesús nos invita a cambiar nuestros corazones y a aprender a vivir de una manera más humana, porque
eso es convertirse; a ponernos a disposición del Padre; a limpiar nuestra mente de egoísmos e intereses
que empequeñecen nuestro vivir de cada día; a liberar el corazón de angustias y complicaciones creadas
por nuestro afán de cosas y de satisfacciones. Por eso, convertirse es algo alegre y gozoso; es dejar abierta
la puerta del corazón a Dios.
Lo que deseamos que desaparezca a nivel mundial o local, debemos extirparlo de nosotros a nivel
personal. Porque los grandes males del mundo son la cristalización y suma de los males de cada uno de
nosotros. Los individualismos y egoísmos sumados... producen las grandes injusticias humanas.
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El camino verdaderamente comprometido es el que realizamos al interior de nosotros mismos para
realizar allí un verdadero vuelco en nuestras actitudes, pensamientos y acciones.
... Y SEGUIMIENTO
Trabajar por el reino significa convertirse uno mismo y ayudar a que se conviertan los que nos rodean a
través del testimonio de nuestra vida consecuente con el Evangelio, nuestra oración y nuestras palabras.
Paseando junto al lago de Galilea... Si escuchamos a Jesús al pasar junto a nosotros –pasa constantemente-, si acogemos de verdad su invitación a seguirle más de cerca, nada en nosotros será ya como
antes.
Dios pasa por nuestra vida a través de las personas que nos rodean: una sonrisa, un gesto, una palabra,
una reunión o una clase, una comunicación, un beso o un abrazo... pueden ser suficientes para que, de
pronto, se nos iluminen las tinieblas y descubramos que ya nunca podremos vivir como habíamos vivido
hasta entonces. Es necesario que vivamos con los cinco sentidos atentos. De cualquiera puede venir la
llamada de Dios –incluso de una mala acción- a vivir una vida más verdadera y entregada; en definitiva:
más feliz.
Sembremos en nosotros, y en los que nos rodean, simpatía, cariño, cercanía, sonrisas, ternura... hablemos
de nuestras ilusiones e ideales, desarmémonos de todo lo que impida la ‘comunión’.
Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres. Para reclutar gente que colabore a realizar el
proyecto de Dios, Jesús no va a las escuelas de los rabinos, ni a lugares que ofrezcan ‘personas
preparadas’. Se dirige a unos pescadores, a los que invita a seguirle mientras están en su puesto ordinario
de trabajo. Personas de ‘poco pelo’; analfabetos o casi analfabetos.
Es la llamada a los que iban a ser sus primeros seguidores: dos parejas de hermanos; cuatro pescadores
rudos y experimentados.
El Maestro no les entrega un texto, sino que se ofrece a sí mismo como modelo a seguir. No les presenta
una doctrina que aprender, ni un programa al que atenerse: les ofrece un camino. Les arranca del mar, de
la barca, para orientarlos hacia los caminos de los hombres.
Inmediatamente dejaron... y le siguieron. Puede pensarse que ya se conocían... Y, además, en la
fascinación y atracción que ejerció en ellos aquel Rabí. Tendrán que dejarlo todo para seguirle.
Se indican sus nombres: Simón, Andrés, Santiago y Juan.
JESÚS SIGUE LLAMANDO HOY
Hoy sigue llamando, pero parece que nuestro mundo está sordo. Da la impresión de que sólo busca el
tener, el poder, el placer... Y con este bagaje vivimos tan contentos, incapaces de escuchar las llamadas de
Dios a una vida más fraternal, más desprendida, más humana y divina a la vez.
Como un desconocido llega hoy Jesús a cada uno de nosotros, igual que en la orilla del lago se acercó a
aquellos pescadores. Y nos pide que le sigamos. Y nos coloca ante las tareas que tenemos que resolver en
nuestro tiempo. A los que acepten se les revelará como paz, alegría, amor, justicia, libertad... y un día
podrán experimentar quién es él.
Nuestra fe cristiana no es, en primer lugar, un contenido de dogmas y artículos de fe que tenemos que
aceptar, o una serie de principios éticos que debemos respetar. Nuestra fe es, ante todo, una experiencia
183
personal de que Jesús sigue pasando por nuestra vida, y que nos sigue repitiendo la misma llamada, la
misma invitación: ‘Sígueme'.
La fe cristiana es inseparable de la experiencia de fascinación de Aquél que no sólo nos reveló quién es
Dios, sino que también nos manifestó quién es el hombre, cuáles son nuestros verdaderos valores, nuestra
verdadera felicidad. ¡Cómo necesitamos ofrecer este atractivo de su persona en la búsqueda de
vocaciones!
Es curioso: miles y miles de personas empeñadas en trabajar en lo que sea y, al lado, miles y miles de
puestos de trabajo esperando a ser ocupados por personas idealistas y de gran corazón. Me refiero a la
dedicación a las personas desde la vida religiosa, y también a todos esos campos en los que la persona
humana es el centro de interés: personas solas y abandonadas, enfermos, viejos... Muchos perdiendo
lamentablemente el tiempo y la vida, cuando ese tiempo y esa vida podían hacer sentirse valiosas a
personas que creen que no sirven para nada o que creen que nadie las quiere... Es esperanzador el gran
auge que está adquiriendo el llamado ‘voluntariado’.
Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando
las enfermedades y dolencias del pueblo. Jesús enseñaba en la vida cotidiana y a grupos. Vida cotidiana
y comunidad, dos aspectos importantes que tenemos que profundizar día a día.
DIOS NO OLVIDA A SU PUEBLO
“En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí;
ahora ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los
gentiles.
El pueblo que caminaba en tinieblas
vio una luz grande;
habitaban tierra de sombras,
y una luz les brilló.
Acreciste la alegría,
aumentaste el gozo:
se gozan en tu presencia
como gozan al segar,
como se alegran
al repartirse el botín.
Porque la vara del opresor,
y el yugo de su carga,
el bastón de su hombro
los quebrantaste como el día de Madián.”
(Is 9, 1-4)
En la distribución de las tierras de Palestina que hicieron los hijos de Jacob, a Zabulón y Neftalí les
correspondieron tierras de Galilea y de otras regiones de la Transjordania del norte. Estos territorios
fueron sometidos por el rey de Siria Tiglatfiléser III (año 733 a. C.). Comenzó así la cautividad y la
miseria de estas regiones.
Víctimas de la invasión, los galileos van siendo deportados a Babilonia, donde se ven sumidos en las
tinieblas del cautiverio; incluso en sentido literal, ya que a muchos cautivos les habían vaciado los ojos.
Ya no son más que muertos en vida, habitantes en tierras de sombras. Con este lúgubre cuadro como
fondo, Isaías predice la luz grande del Emmanuel.
El profeta les anuncia que Yahvé no olvida a su pueblo, que este país verá de nuevo la luz de la libertad,
de la salvación y de la alegría. Con su oráculo profético, anuncia la liberación que tendrá lugar en los
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tiempos mesiánicos. Jesús de Nazaret -ciudad que pertenecía a la tribu de Zabulón- se establecerá en
Cafarnaún y actuará especialmente en esta ciudad y en los alrededores del lago –pertenecientes a la tribu
de Neftalí-.
La luz, elemento esencial de la felicidad futura, significaba entonces, a la vez, salvación, liberación de la
opresión y del pecado y participación en la ‘gloria’ del personaje mesiánico.
Isaías compara la gran alegría que esto va a producir con la alegría de la siega o del reparto del botín. De
esta forma, todo lo que era cautividad, opresión y yugo quedará destruido y quebrado como el día de
Madián, alusión a la victoria sobre los madianitas lograda por Gedeón y que fue la salvación de Israel
(Jue 7).
NO ANDÉIS DIVIDIDOS
“Hermanos: Os ruego en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de
acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir.
Hermanos, me he enterado por los de Cloe de que hay discordias entre vosotros. Y
por eso os hablo así, porque andáis divididos diciendo:‘Yo soy de Pablo, yo de
Apolo, yo de Pedro, yo soy de Cristo’. ¿Está dividido Cristo?¿Ha muerto Pablo en
la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en nombre de Pablo? No me envió
Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras,
para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.”
(1 Cor 1, 10-13. 17)
La primera carta a los corintios trata, casi siempre, de cuestiones y problemas muy concretos de la
comunidad cristiana. Uno de los principales problemas que tenía aquella comunidad era el de las
divisiones, del que se enteró Pablo, estando en Éfeso, por los hombres de Cloe, una familia de Corinto
que tenía negocios en distintos lugares.
Estas divisiones se centraban en torno a Pablo, a Apolo, a Pedro y a Cristo. Se trataría de cristianos que
habían conocido personalmente a uno u otro de estos cuatro personajes, y que han aceptado su mensaje y
quizá han sido bautizados por alguno de ellos.
Cada uno de estos cristianos de Corinto enfrentados, habrían asimilado con preferencia los matices que
más les habrían atraído: unos un carácter ‘judaizante’ –partidarios de Pedro-, otros una nota profética y
libre -¿adeptos de Jesús?-, otros el espíritu misionero y ascético de Pablo y otros el espíritu dialéctico y
filosófico de Apolo, converso de Alejandría muy influyente.
Pablo trata inmediatamente de disolver el grupo centrado en torno a su persona. Rechazará después el
grupo de Apolo (1 Cor 1, 17-4, 21) y a los fundamentalistas de Jesús (1 Cor 5-6); reservando para su
segunda carta los ataques contra los judaizantes.
Para destruir estos grupos, Pablo distingue al Maestro de sus discípulos. Su argumento es: ¿Está
dividido Cristo? ¿Acaso Pablo y los demás han sido crucificados? Únicamente Jesús es el Redentor y
una persona no puede estar dividida. Tampoco la Iglesia. Sólo Jesús, su obra y su bautismo tienen valor y
garantía. Los demás son sus servidores, con la misión de predicar y de bautizar. Les pide muy insistentemente que vivan unidos, sin partidismos.
De hecho, las divisiones surgen cuando se da preferencia al discípulo sobre el Maestro, al rito sobre el
mensaje.
Pablo muestra su interés hacia el ministerio de la evangelización, al vivir en una época en la que el rito
ocupaba un lugar excesivo en todas las religiones. El rito debe estar siempre supeditado a la palabra y a la
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misión. De hecho, Pablo se dedicaba casi siempre a la predicación, dejando el bautismo en manos de
otros.
Estas palabras del apóstol tienen que ayudarnos a crecer en sentimientos de unidad y de paz, porque es a
Jesús de Nazaret al único que tenemos que seguir.
Ni la Iglesia ni quienes, individualmente, somos sus miembros, deberíamos olvidar que estamos
invitados a ser, en continuación con la misión de Jesús, luz que ilumina las tinieblas del mundo. Y que el
objeto de nuestros desvelos han de ser los graves problemas que se plantean hoy a la humanidad, y que
van desde el hambre y las guerras, del tipo que sean, al diálogo Norte-Sur. El reto es tan importante que
nadie –iglesia, religión o individuo- puede autoexcluirse, sino que, siendo fieles a las propias raíces,
tendremos que hacer frente común para luchar contra todos estos retos comunes.
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CUARTO DOMINGO ORDINARIO
LAS BIENAVENTURANZAS
LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD
El problema de la felicidad es, posiblemente, el más importante que los seres humanos nos hemos
planteado en todos los tiempos y lugares. ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo lograrla?
Cada cultura, cada religión, cada edad... tiene sus propios criterios para tratar de conseguirla. Pero deben
ser falsos, porque no es precisamente la dicha lo que abunda sobre la faz de la tierra.
Con sus Bienaventuranzas, Jesús nos va a presentar su camino para que los humanos vayamos logrando
la verdadera felicidad, la verdadera vida. Un camino que no es precisamente el que ha elegido nuestra
sociedad del tener y de la facilidad. La superficialidad y el consumo nos están ‘comiendo’ la vida.
Nuestro inhumano y ‘democrático’ mundo capitalista busca ‘su’ felicidad en el desarrollo económico, en
el progreso de ciertos individuos, empresas multinacionales y naciones; para lo que consideran necesario,
aunque no lo digan, seguir con la explotación del tercer mundo y del cuarto. De esta forma, los menos se
‘desarrollan’, no como seres humanos, pero sí como individuos y gobiernos que acaparan la mayoría de
los bienes materiales, a costa de que la mayoría se hunda, cada día más, en el paro y la miseria. ¡Cuántas
personas están sufriendo las consecuencias de este mal llamado progreso! Un progreso que está lejos de
proporcionar la verdadera felicidad a los mismos que lo están imponiendo. No sé cuanto tiempo tardará
en explotar esta ‘bomba’ que está construyendo el llamado primer mundo.
Frente a este desarrollo económico está la promoción humana, que busca el bien de todos los pueblos y
de todas las personas. Trabajar por este progreso sí puede contribuir a la felicidad.
Buscamos ser bien vistos por todos, consideramos afortunados a los que acumulan dinero y éxito, a los
que hacen una brillante carrera, a los que son aclamados por las masas, a los que tienen el poder en sus
manos, a los que saben gozar de la vida... y un largo etc.
Sin embargo, Dios no puede ofrecer su felicidad a los que se sienten seguros de sí mismos y satisfechos
con lo que tienen y son: creen que no la necesitan. La ofrece a quienes la buscan como necesidad, a la vez
que se reconocen pobres y ponen en él su esperanza. Sólo estos alcanzarán la liberación, la felicidad.
Porque la salvación-felicidad de Dios no es para los hartos, para los poderosos, para los ricos...
EL CAMINO ES LA POBREZA
“Al ver Jesús al gentío subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus
discípulos, y él se puso a hablar enseñándoles:
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán
saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán ‘los hijos de
Dios’.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino
de los cielos.
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Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de
cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra
recompensa será grande en el cielo.”
(Mt 5, 1-12)
El ‘Sermón de la montaña’ no respeta en absoluto nuestro modo de vivir habitual, esas normas que
hemos mamado con la leche materna. Sin embargo, damos todo por sabido, por normal; no vemos nada
extraño en lo que nos anuncia como palabra de Dios; estamos
perfectamente de acuerdo con esas
palabras –¡las hemos oído tantas veces!-. Pero luego, en la vida, todo sigue como si nada hubiera pasado.
Es lo malo de ser cristianos ‘de toda la vida’: fingir que es normal algo que no lo es. Una ‘normalidad’
que es la negación práctica de la novedad del evangelio, que nos presenta un aparente desconcertante
programa de vida. Promete la dicha y la felicidad, no sólo para después de la muerte, sino también para el
ahora y aquí.
Programa de vida que lleva consigo la inversión radical y escandalosa de los valores de este mundo. Las
ambiciones humanas, que tantas injusticias provocan, quedan en él espectacularmente contrariadas.
Nos descubre que la vida de los humanos tiene una dimensión escondida que no puede descubrirla el que
vive únicamente para sí mismo. Puntualiza las actitudes humanas fundamentales, el camino de la
verdadera humanidad. Es un programa completo de vida: El de los que quieren ser de verdad seguidores
de Jesús. Su espíritu es su única ley: el amor.
Las Bienaventuranzas son un don de Dios; el secreto de su felicidad y la de su Hijo. Una felicidad que
nos empeñamos en buscar por caminos equivocados.
En ellas, Jesús nos ha dejado su autorretrato: Él es el pobre, el manso, el perseguido... porque sabe que
son el camino del amor sin fronteras y sin límites. Sabe que son la fuente de la verdadera vida, de la vida
en plenitud que está ‘al otro lado’, pero que comienza ahora y aquí.
Sólo el que está libre de ataduras, el que no se deja atrapar por las servidumbres humanas, es –seráverdaderamente libre y feliz. Y podrá decir palabras de verdad y hacer cualquier tipo de crítica o de
juicio, porque no busca nada para sí mismo.
Las Bienaventuranzas han provocado, a lo largo de los siglos, admiración y gozo. Y, también,
perplejidad y escepticismo: ¿Es posible vivirlas en un mundo violento, competitivo, egoísta...?
Jesús afirma, categóricamente, que sí. El reino de Dios nunca será para los que viven en hartura y
riqueza... No les queda sitio para él en sus vidas.
La felicidad, la bienaventuranza, es para los que eligen ser pobres, para los sufridos, para los humildes,
para los limpios de corazón, para los pacificadores, para los misericordiosos... La verdadera figura del
cristiano sale a luz únicamente poniendo juntos todos esos valores: dulzura, misericordia, pureza de
corazón, pasión por la justicia... Son el precio, el desarrollo, del verdadero amor: el amor de Jesús.
Quizá sea difícil aceptar las palabras de Jesús. Por eso no encontramos la alegría, la dicha, la felicidad, ni
en nuestras vidas ni en nuestra fe.
Con el ‘dinero’ solamente se compra una apariencia de felicidad. Por eso hay tanta gente triste por
nuestras calles. La felicidad ha sido sustituida por el placer, la comodidad, el consumismo...
Jesús nos insiste en que tenemos que seguir su camino si queremos encontrar y poseer la felicidad. Un
camino, aparentemente, no muy apetecible, pero que es el único verdadero.
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Es posible que, si tomamos en serio este camino, los que nos rodean nos tengan por ingenuos, por
personas que no entienden nada de la vida... por gente que hay que compadecer... que han perdido la
cabeza.
Esto hace que el camino tenga que hacerse en solitario. Algún loco raro, como el santo de Asís, se
arriesgará a recorrerlo... Sólo esos experimentarán que la verdadera alegría humana, la verdadera felicidad
se encuentran únicamente por esos parajes. Los demás seguiremos caminando por las trilladas autopistas
de nuestra sociedad... que no llevan a ninguna parte.
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Se refiere a los pobres por
decisión personal, a los que deciden hacerse pobres, a los que lo eligen; y los opone a los pobres por
necesidad.
Pobres son los que se abren a Dios –a todo lo que representa- y aman, los que no apoyan su vida en leyes,
seguridades o riquezas de la tierra. Son los que optan contra el dinero y el rango social y se ponen en las
manos de Dios; los que viven desprendidos de todo lo que no tiene un valor absoluto, los que se sienten
peregrinos y en búsqueda. Son los que se conciben a sí mismos –existencia, capacidades de todo tipocomo gratuidad, y no como posesión; los que saben que no se pertenecen, que todo se lo deben al Padre.
Son aquellos con los que se está a gusto y logran crear comunidad a su alrededor; los que están siempre
abiertos a la palabra de Dios y se dejan criticar por ella; los que consienten que sus ideas sean discutidas,
porque saben que es mucho lo que ignoran. Son los que saben que ningún ser humano es dueño de sí
mismo y que Dios puede pedirlo todo, porque sólo cuando abandonemos la última ‘posesión’ podremos
llegar a él. Son los que han aprendido a ver de una forma nueva su destino, al situarse más allá de los
criterios de este mundo. Son los que se apoyan en Jesús, los que han puesto en él toda su esperanza, y, por
eso, no se sienten desatendidos ni desamparados. Son los que lo esperan todo del Padre, porque no se fían
de su propia justicia y verdad...
La opción por la pobreza realiza lo prescrito en el primer mandamiento de Moisés: ‘No tendrás otros
dioses frente a mí’ (Dt 5, 7). Lleva a la verdadera conversión, pues quien elige ser pobre renunciando a
acaparar riquezas, al rango social y al dominio, excluye de su vida toda posibilidad de injusticia.
La pobreza proclamada por Jesús es liberadora. Sólo los pobres podrán ser auténticamente libres: cuando
sean capaces de vivir totalmente desprendidos de sí mismos y en el amor al prójimo.
Felices los pobres, los que optan por serlo y tienen sus necesidades más elementales cubiertas –ni les
falta ni les sobra, en un clima de gran austeridad-, porque ellos son la única esperanza para crear un
mundo justo. Sólo estos pobres, concienciados y organizados, podrán construir el reino de Dios.
Esta primera bienaventuranza sintetiza todas las demás: los pobres son también los sufridos, los que
lloran, los que tienen hambre y sed de la justicia, los misericordiosos... Para hacer la experiencia de Dios
hay que ser pobre.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Son los que luchan por el mundo nuevo sin
necesidad de violencias físicas, porque saben que su causa y su tarea seguirán adelante a pesar de la
violencia de todos los que se opongan, porque confían en Dios, que lleva adelante la historia. Son los que
son fieles a su proyecto de vida sin claudicaciones, sin triunfalismos y sin pesimismos, porque
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experimentan la fuerza de Jesús. Son los que buscan la justicia para todos, serenamente, sin dar jamás un
paso atrás. Son los que optan y trabajan por el mundo que Dios quiere y que saben que no pueden ceder a
ningún precio. Son los tenaces, los que se lo juegan todo a la causa de Dios, que es la causa de la libertad,
de la justicia, de la paz, del amor... que es la causa de los pueblos marginados y explotados. Y por ello, se
unen a los débiles de este mundo y se enfrentan con el triple poder –político, económico y religioso,
defendidos por el poder militar- para defender su causa, que es la causa del Dios de Jesucristo. Son los
que dan a los demás aun lo propio, los que hacen iguales y van por la vida creando espacios de libertad.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Lloran porque la persona humana no es
respetada y, por ello, tampoco Dios. Lloran porque hacen suyos los problemas de toda la humanidad,
porque la Iglesia no está unida ni es como debe ser: signo de la presencia de Dios en el mundo. Lloran por
sus propios pecados. Lloran porque ‘ven’ y están en vela, despiertos, en medio de la inconsciencia de los
que se encuentran ‘bien’...
Son los insatisfechos, los que no se acomodan ni se acostumbran a ver toda la injusticia, toda la
amargura, toda la miseria del mundo. Son los incapaces de ser felices solos, los que saben que nunca
serán felices por sí mismos, los que tienen necesidad de que todos sean felices para serlo ellos también.
Son los incapaces de ser felices a bajo precio, los que saben que el mundo está enfermo, que la vida es
imposible, que el ser humano está corrompido, que el mundo tiene que cambiar, convertirse,
transformarse en el reino de Dios y ponen manos a la obra. Son los que presentan al Padre sus lágrimas
por el dolor de la humanidad.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Son los que se
lanzan sin miedo a combatir por la justicia hasta las últimas consecuencias porque saben que su combate
es de Dios, que Dios está con ellos, con la fuerza de su amor, para vivificar y sanear su lucha. Son los que
ansían que la justicia de Dios se implante en la tierra y trabajan para ello. La justicia que buscan es que
toda la humanidad se vea libre de toda opresión, goce de libertad, tenga todos los medios necesarios para
una vida digna.
Sin esta bienaventuranza, todas las demás pierden su sentido. Se quedan sin vida. Por falta de ‘esta
hambre y sed’, muchas veces no entendemos las palabras de Jesús, y las reducimos a un plano
exclusivamente espiritual, lo que es traicionar su mensaje.
Tener hambre y sed de justicia es sentir la necesidad vital de que avance la construcción del reino de
Dios, de ser como Dios nos ha creado y quiere que vivamos.
‘Hambre y sed de justicia’ es querer una sociedad más humana, en la que la libertad nos lleve hacia
relaciones basadas en el amor. Una sociedad en la que los ricos –personas y pueblos- sean cada vez
mucho menos ricos, para que los marginados puedan vivir con dignidad.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Son los que perdonan porque se
saben constantemente perdonados por Dios; son como el Padre. Son los que devuelven bien por mal; los
que participan de los sufrimientos ajenos, tomándolos como propios. Porque saben que necesitan la
misericordia de Dios, viven continuamente de ella.
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Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Es una llamada a superar la moral de los
fariseos que, a fuerza de purificaciones y prescripciones legales, habían degenerado en un ritualismo
estéril (Mt 23, 25-28).
El ‘corazón limpio’ es un corazón sencillo, puro, ocupado en Dios y en su reino, que se deja modelar por
la acción de la palabra del Padre: no busca más que a Dios, con el que entra en un trato fácil y lleno de
gozo: se puede decir que realmente ‘ve’ a Dios.
‘Los limpios de corazón’ son como los niños; no piensan de una manera y obran de otra, ni tienen
doblez. Son los que no tienen intereses bastardos, los que ven en la creación los reflejos del Creador; los
que han quemado todos los ídolos; los que saben mirar la realidad tal como es, sin que su sueldo o sus
negocios les cieguen la vista; los que saben comprender sencillamente la realidad, sin desprecio, porque
sólo así podrán ver a Dios en el prójimo oprimido, aplastado, alienado. Son los que ven a Jesús en cada
semejante; los que no abrigan malas intenciones contra los demás, los de conducta transparente y sincera,
los que crean confianza a su alrededor.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán ‘los hijos de Dios’. Jesús habla de
trabajar por la paz, y él no vaciló en dividir a los hombres, en hacerse impopular y quedarse solo. Sobre
todo, no dudó en perder su tranquilidad.
La paz de Jesús no tiene nada que ver con la paz del mundo (Jn 14, 27): es fruto de la justicia, del bien
común, que es hoy el problema más grave que tiene planteado la humanidad. Se habla tanto de paz, que
muchas veces es difícil llegar a descubrir la larga y dolorosa distancia que existe entre la paz oficialmente
existente y la concordia verdadera entre todos los humanos.
Hasta los que hacen las guerras hablan de paz, y dicen que la quieren y la buscan. Hasta los que oprimen
dicen que defienden la paz, una paz creada por y para ellos. Todos, confusamente, enarbolamos la
bandera de la paz. La paz no se impone, no nace por un decreto, ni es consecuencia de una victoria. No
nace por el poder del más fuerte.
Son los que trabajan por la justicia y la libertad para todos, por hacer respetar los derechos de los débiles,
única forma de lograr una paz verdadera y estable. A éstos los llama Jesús ‘hijos de Dios’, porque están
realizando la misma actividad del Padre.
La paz es imposible mientras todos los seres humanos no seamos libres e iguales; mientras haya
discriminaciones por la raza, el color de la piel, el sexo, el idioma, la religión, la opción política, la
posición económica. La paz es imposible mientras las leyes no busquen el bien de todos los hombres, y se
siga legislando para el provecho de unos pocos; mientras falte la justicia y la libertad; mientras las
cárceles se sigan llenando de víctimas de las injusticias sociales; mientras los ‘ricos’ sigan aplastando a
los ‘pobres’; mientras siga el escandaloso gasto en armamentos...
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Esta
bienaventuranza completa la primera al presentarnos la situación en que vivirán los que hagan la opción
contra el dinero, contra todo lo que representa. La sociedad, basada en la ambición de poder y de
riquezas, no tolerará la existencia y la actividad de personas o grupos que trabajen para derribar las bases
de su sistema. La consecuencia inevitable de esta opción por el reino de Dios, será la persecución. Una
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persecución que no es ningún fracaso, sino un triunfo. Éstos, lo mismo que los pobres, poseen ya el reino
de los cielos.
La persecución es el signo de estar al lado de Jesús y en la línea de todos los profetas. Si un cristiano es
coherente con su fe, la persecución le vendrá como consecuencia. La persecución es la marca que nos
señala si nuestra vida cristiana es verdadera. En un mundo en el que reina la avaricia, la explotación, el
capricho, la opresión... querer llevar una conducta modelada por la justicia, la fraternidad universal, el
amor... tiene que tener dificultades. Todo el que intente anular intereses injustos debe esperar la
persecución de los ‘interesados’. Tal es el destino inevitable de todos aquellos que tienen ‘hambre y sed
de justicia’. Los consideramos incómodos porque turban la injusticia establecida que se ha ido
imponiendo. Y tienen que pagar por todo eso. Con facilidad, los que mandan cambian los papeles y los
acusan de perturbadores y terroristas. Eso se experimenta en todas las dictaduras, sean del signo que sean.
¿No es el ‘capitalismo globalizado’ la más dura dictadura para los países pobres?
La persecución tiene formas variadas, como son variados los intereses injustos a los que hay que
oponerse. ¡Cuántas marginaciones y zancadillas a los que con honradez se oponen a los planes egoístas!
Son perseguidos porque su vida y su lucha acusan y condenan el modo de vivir de muchos que nos
creemos buenos. Por eso molestan. Desenmascarar a los ‘malos’ nunca tuvo grandes problemas, a no ser
que fueran malos poderosos, en cuyo caso se unen con los ‘buenos’ en el poder y forman un bloque.
Perseguidos por causa de la justicia es lo mismo que perseguidos por causa de Jesús, porque solamente se
puede conseguir la verdadera justicia por el camino de Jesús de Nazaret y de su doctrina, aunque no se
sepa. Lo que es verdadero no puede nunca ir en contra de la verdad. La causa por la justicia implica una
entrega apasionada, la disponibilidad para pagar el precio correspondiente.
La persecución vendrá de ‘la triple alianza’ que acabó con Jesús en la cruz.
Esta bienaventuranza puede preservarnos de sueños triunfalistas.
Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi
causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Explicita la
persecución en insultos, persecuciones y calumnias por causa de Jesús.
Es necesario clarificar: no todas las persecuciones están incluidas aquí, sino sólo las que sean a causa de
Jesús. Es fácil y cómodo, ante las críticas que la sociedad hace a la Iglesia y a los cristianos, aplicarnos
estas palabras de Jesús. Deberíamos saber que muchas de las críticas, quizá la mayoría, son a causa de
nuestra infidelidad al evangelio. Sólo los que están dispuestos a persecuciones, insultos, calumnias...
sirven para construir el reino de Dios en este mundo. La persecución es una prueba de que la vida de los
discípulos causa impacto en la sociedad. Es su éxito. ¿Nos persiguen por causa de Jesús?
‘Estad alegres y contentos...’. Todo, incluso el dolor y la persecución, puede ser motivo de felicidad para
la persona que vive su vida con sentido y mirando siempre al futuro de Dios.
Poner en práctica este programa es la única esperanza para vivir una vida cristiana auténtica y para
construir el mundo nuevo.
EL PUEBLO DE DIOS ESTÁ NACIENDO SIEMPRE EN LOS HUMILDES
“Buscad al Señor los humildes,
que cumplís sus mandamientos;
192
buscad la justicia,
buscad la moderación,
quizá podáis ocultaros
el día de la ira del Señor.
Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde,
que confiará en el nombre del Señor.
El resto de Israel no cometerá maldades,
ni dirá mentiras,
ni se hallará en su boca una lengua embustera;
pastarán y se tenderán sin sobresaltos.”
(Sof 2,3; 3, 12-13)
Sofonías es un profeta del siglo VII a. C. Escribe hacia el año 640, un siglo después del Primer Isaías. Le
tocó vivir un tiempo interesante. Judá llevaba un siglo sometido al imperio asirio (desde el año 734 a. C.).
Poco a poco la vida religiosa había sido invadida por costumbres extranjeras y prácticas paganas.
Infidelidades e injusticias, que ayudaban a seguir destruyendo la moral del pueblo judío, que vive en
medio de una gran crisis económica y política.
El profeta ayudó a poner los fundamentos del despertar religioso. En continuidad con los grandes
profetas del siglo VIII a. C., denuncia con fuerza los pecados contra Dios y contra el prójimo, que están
haciendo insostenible la situación y van a provocar la irrupción del día de la ira del Señor, como el día
del mayor castigo. Ese día escaparán solamente los pobres, que se han mantenido fieles a la confianza en
Dios y a la moral de la alianza.
Sofonías descubre, en esta situación que vive el pueblo, una posibilidad de relación con Yahvé, y se
dirige a los humildes del país, a aquellos que saben escuchar a Dios y confían en él. Con ellos, el Señor
formará un ‘resto’ pobre y humilde, fiel al Señor y que confía en su bondad; un ‘resto’ que será el
fermento de la nueva realidad de los tiempos mesiánicos.
El ‘día del Señor’ (Sof 1, 14-18), el ‘desastre’, sólo afectará a los que no hayan cultivado en su corazón
esta pobreza y humildad.
Después del desastre se encontrarán, tanto entre los paganos como entre los judíos, personas
suficientemente pobres y humildes como para merecer sobrevivir. Tal es el objeto del poema que leemos
como primera lectura.
Celebrarán su culto en Jerusalén. La afluencia de paganos al templo no originará confusión entre los
judíos, porque habrán desaparecido de entre ellos los orgullosos y los arrogantes, que consideran la
montaña de Sión y el templo como privilegio exclusivo suyo (Jer 7, 1-15).
El universalismo no se hará realidad hasta que Israel y su templo, cuya misión es acoger a todas las
naciones, se purifiquen de todo exclusivismo y de todo orgullo.
Por primera vez en Israel, un profeta hace de la purificación del templo la condición para el
reagrupamiento de las naciones. Una misión que reclamase la humillación del otro está abocada al
fracaso.
Sofonías anuncia que la condición esencial para la conversión del pueblo es la pobreza y la humildad: la
pobreza de espíritu. A la pobreza material le da menos importancia. Busca la confianza en Dios, porque
sin él son posibles todas las injusticias e inmoralidades.
Las ideas de pobreza-humildad y de universalismo se encuentran reunidas en un mismo mensaje. Si el
pueblo judío quiere conservar su templo y se considera como propietario de Yahvé, la llamada universal,
querida por Dios, será imposible. Los judíos deben renunciar a todo privilegio.
193
La Iglesia, como institución de prestigio y poder, merecería la condena de Sofonías (3, 11b). Lo mismo
cada cristiano y comunidad.
El profeta nos dice que el pueblo de Dios se distingue por la humildad y la pobreza; que está naciendo
siempre en ‘los humildes’, en los que buscan la justicia, en los que confían en el Señor, en los que son
sencillos y caminan en la verdad; en todos los que tienen ‘hambre de Dios’.
DIOS SE MANIFIESTA EN LA DEBILIDAD
“Fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni
muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo
ha escogido Dios para humillar a los sabios.
Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no
cuenta para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en
presencia del Señor.
Por él vosotros sois en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para
nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención.
Y así –como dice la Escritura- el que se gloríe que se gloríe en el Señor.”
(1 Cor 1, 26-31)
El núcleo principal de las comunidades cristianas primitivas estaba formado por gentes sencillas. Había
también otros, pero eran pocos. La comunidad de Corinto la componía gente baja, despreciable, que no
cuenta. Se confirmaban las palabras de Sofonías.
La ‘lógica’ humana se derrumba ante la ‘locura’ de Dios. Mientras nosotros buscamos lo grande, el éxito
y la eficacia, Dios elige lo pequeño, lo pobre, lo insignificante. San Pablo lo comprendió perfectamente, y
acepta que las comunidades cristianas de Corinto estén integradas por gentes humildes, de condición
modesta, por esclavos, por gentes sin instrucción ni poder. Y enseña a los corintios que tienen que creer
en este Dios sorprendente que quiere prescindir de toda fuerza, poder y orgullo humanos, para llevar
adelante sus planes. Es en la pobreza y sencillez humanas donde se manifiesta la fuerza de Dios en toda
su plenitud: Su fuerza se realiza en la debilidad.
El apóstol designa a Cristo Jesús como sabiduría, justicia, santificación y redención, porque revela el
misterio de Dios, porque es la sabiduría en la que el mundo ha sido creado y por la que los humanos
podemos llegar al conocimiento de Dios; porque es la ‘revelación del Dios invisible’ (Jn 1, 18) y porque
es el corazón del cosmos y el primogénito de toda la humanidad (Col 1, 15-16); porque es la luz sobre el
mundo y sobre los seres humanos (Jn 8, 12). Será siempre ‘locura’ para los sistemas humanos (1 Cor 1,
18-25). Pablo se complace en ver en la pobreza de los cristianos el signo de la presencia de Dios, que
hace nacer a su Iglesia y a su reino de lo que no existe (Mt 11, 25).
194
QUINTO DOMINGO ORDINARIO
LOS DISCÍPULOS, SAL Y LUZ
SAL Y LUZ
“Dijo Jesús a sus discípulos:
-Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la
salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo
alto de un monte.
Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para
ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y
den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”
(Mt 5, 13-16)
El domingo pasado Jesús nos decía que seríamos felices, también ahora y aquí, siguiendo el camino de
las bienaventuranzas. Hoy nos ofrece una misión a realizar: ser como la sal y como la luz en medio del
mundo.
Todos sabemos lo que significa la sal para los alimentos y la luz para la vida. Cuando Jesús recurre a
estos dos símbolos, tenían una expresividad y un valor superior al que poseen en nuestros días. La sal era
un condimento difícil de encontrar en los lugares lejanos al mar. La luz no era fácil de conseguir. Son,
además, dos realidades que no tienen sentido por sí mismas o para sí mismas. La sal da sabor si se
disuelve. La luz ilumina todo lo que la rodea. Así hemos de ser para los que nos rodean: visibles, como la
luz, e invisibles, con una vida callada y comprometida, como la sal.
Mateo utiliza dos proverbios, en forma de parábola para definir la misión del discípulo de Jesús. A la
moral viciada del fariseísmo y de la humanidad en general, hay que ‘salarla’ con la vida y las enseñanzas
de Jesús para transformar esta humanidad en tinieblas en el mundo que Dios ideó desde la eternidad.
NO HAY ‘SAL’ PARA LA SAL
Un alimento puede resultar insípido por falta de sal; pero puede ser incomestible por exceso de ella. De
la misma forma, existe un estilo de cristianismo soso, mediocre, adaptado a las exigencias de la sociedad,
inofensivo, que encuentra la indiferencia en el hombre actual; un cristianismo externo, de ritos, cuando
Dios habita en lo más profundo de nuestro ser. Y otro triunfalista. El primero no dice nada; el otro es
insoportable.
Ser sal es ser sembradores de paz, de alegría, de esperanza, de amor, de justicia. Una sal que se vuelve
sosa cuando escondemos la fe, cuando no damos razón de nuestra esperanza, cuando no clarificamos las
injusticias.
Si la sal se vuelve sosa... No hay ‘sal’ para la sal. No existe otra doctrina que pueda compensar la falta
de testimonio de los cristianos. ¡Cuántos viven sin esperanza al no encontrar en la práctica de la
institución eclesiástica y en la vida de la inmensa mayoría de cristianos, lo que buscaban con ilusión; o
viven inmersos en otros planteamientos e ideologías que difícilmente podrán llenar sus corazones!
Si los seguidores de Jesús no nos comportamos como debemos, no nos podrán suplir por nada y haremos
el ridículo ante los demás, caeremos en el desprecio de la gente. ¿Cómo no abandonar una religión que no
ayuda a gozar de la vida, con ese gozo interior que Jesús prometió a quienes le siguieran?
195
LA LUZ LUCE POR SÍ MISMA
Es suficiente que el seguidor de Jesús intente vivir como su maestro para que su ejemplo sea visible a
todos.
No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. No podemos dejar de reflexionar que
una ‘ciudad’ edificada en lo alto de un monte es mucho más visible para bien o para mal: será más
alabada o más despreciada según su comportamiento y según los intereses que busquen sus habitantes.
Las bienaventuranzas son el desarrollo de las consecuencias que acarrea la fidelidad a la luz.
El cristiano tiene que iluminar a toda la humanidad. Hemos de ser ‘luz’ con palabras y acciones, hacer
visible de alguna manera el reino que con tanta ilusión y entrega predicó y vivió Jesús.
Las dos comparaciones –sal y luz- tienen finalidades distintas. La primera mira más a la vida personal.
La sal trabaja desde dentro, se pierde en el interior de la masa de los alimentos y actúa en ellos de forma
imperceptible y sin espectacularidad. Es así como actúa el reino de Dios: como levadura (Mt 13, 33),
como pequeña semilla (Mt 13, 31s). La sal, como la semilla y la levadura, es un producto humilde. La
segunda –la luz- se orienta más a la acción, al apostolado.
LA VIDA FRATERNA DE LA COMUNIDAD ES EL MEJOR TESTIMONIO DE LA FE EN JESÚS
¿Cómo un cristiano o una comunidad cristiana pueden ser sal y luz? No sólo con ritos, ni con
sacramentos, ni con cumplimientos de preceptos legales, que nos pueden dejar aquietados, aunque
tengamos corrompido el corazón.
En un mundo herido, la sal irrita y escuece como si actuara en una herida abierta. En una sociedad
empecatada, egoísta, la luz estorba al poner al descubierto el corazón de cada uno. En una convivencia
humana tan disminuida, plantear un nuevo tipo de humanidad es una crítica despiadada contra lo
establecido.
Para ser sal y luz no es suficiente una vida individual. Hay personas geniales en otras religiones e
ideologías. Además, Jesús habla en plural.
Creo que nuestra fe en Jesús debe manifestarse al mundo mediante la vida fraterna de la comunidad
cristiana. Idea desarrollada en la última cena, relatada por Juan.
Tenemos que demostrar con nuestra vida comunitaria que merece la pena ser creyente en el mundo
actual, con nuestro servicio y presencia en la sociedad, lejos de todo poder.
La fe en Jesús nos pide que seamos una comunidad indómita, unos cristianos inconformistas, rebeldes,
revolucionarios, trabajadores incansables por la justicia y la libertad de todos, sembradores de esperanzas.
Entonces, los poderosos se enfadarán mucho con nosotros, y nos acusarán de intromisión en campos que
no son de nuestra competencia, y nos caerán encima las bienaventuranzas... y nuestras vidas se irán
pareciendo cada vez más a la de Jesús. Habremos perdido el miedo al evangelio, y seremos sal de la tierra
y luz del mundo. ¡Y que Dios nos libre de que esos ‘poderosos’ se llamen también cristianos!
Jesús concluye: Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den
gloria a vuestro Padre que está en los cielos.
La luz alumbra cuando se destierra toda opresión e injusticia... y se edifica el amor, la justicia, la
fraternidad. En la medida en que los hombres vean que los que se dicen creyentes proyectan la luz de la
196
liberación total, en esa misma medida darán gloria al Padre. La liberación de todo mal es el signo de la
presencia de Dios entre los humanos. El cristianismo es la semilla de una humanidad sin fronteras.
EL AYUNO ES INCONCEBIBLE SIN AMOR Y SIN JUSTICIA
“Esto dice el Señor:
Parte tu pan con el hambriento,
hospeda a los pobres sin techo,
viste al que va desnudo,
y no te cierres a tu propia carne.
Entonces romperá tu luz como la aurora,
en seguida te brotará la carne sana;
te abrirá camino la justicia,
detrás irá la gloria del Señor.
Entonces clamarás al Señor
y te responderá.
Gritarás y te dirá:
‘Aquí estoy’.
Cuando destierres de ti la opresión,
el gesto amenazador y la maledicencia,
cuando partas tu pan con el hambriento
y sacies el estómago del indigente,
brillará tu luz en las tinieblas,
tu oscuridad se volverá mediodía.”
(Is 58, 7-10)
La primera lectura pertenece al Tercer Isaías. Está sacada de una larga diatriba del profeta contra el culto
formalista y externo de los israelitas, que acaban de volver del exilio. Para entenderla mejor, conviene
leer todo el capítulo 58 de Isaías.
Los primeros años, después del retorno de Babilonia, fueron muy difíciles y tristes para el pueblo judío.
Su fe y su moral estaban destrozadas; la decadencia espiritual era evidente; el culto ritualista, centrado en
el ayuno y el sábado. Israel consideraba el ayuno como algo esencial.
Ayunan y experimentan que Yahvé no les escucha. Y se quejan a él: ‘¿Para qué vamos a ayunar si tú no
lo ves, si tú no te enteras?’
Ante esta situación, el profeta les exhorta a un cambio, a una profundización en la propia vida. Les
propone un nuevo tipo de ascetismo: no un ayuno ostentoso para cubrir las apariencias y que se extraña
de que sus súplicas no sean escuchadas, sino el ayuno del que ama y reparte con los demás.
Lo que cuenta ante Yahvé no es tanto privarse de alimentos por motivos religiosos, cuanto compartir con
los marginados y no hacer mal al prójimo. Les llama a la religión del amor, que llevará Jesús a plenitud.
El ayuno expresa un deseo de conversión: una llamada al amor a Dios -en la oración y el culto (Zac 7)-,
en los hombres –limosna y justicia social (Is 58)- y como signo de la espera en la Parusía (Jl 2).
El ayuno es inconcebible sin la caridad y sin la justicia, que hace de él expresión viva del servicio a Dios
y al prójimo.
El verdadero ayuno es encuentro con las personas más necesitadas y, como consecuencia, una posibilidad
de encuentro con Yahvé. El sufrimiento compartido y la solidaridad entre los seres humanos son las
señales de la presencia de Dios en medio del pueblo.
197
SÓLO A TRAVÉS DE LA CRUZ SE CONSTRUYE EL MUNDO NUEVO
“Hermanos: Cuando vine a vosotros a anunciaros el testimonio de Dios, no lo
hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de
saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado.
Me presenté a vosotros débil y temeroso; mi palabra y mi predicación no fue
con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu,
para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de
Dios.”
(1 Cor 2, 1-5)
Pablo había llegado a Corinto, el año 51, con el corazón destrozado y humillado después del fracaso que
supuso para él su discurso en el Areópago de Atenas (He 17, 22-34).
Desde entonces, dejando de lado cualquier recurso de elocuencia humana, Pablo se propuso anunciar el
misterio crudo y sublime de Jesús crucificado. Verdad que, presentada con convicción y humildad, es
capaz de convencer a los corazones humanos.
Pablo presenta una vivencia: la suya. Un testimonio que convence por el valor del acontecimiento que
presenta; nunca por la oratoria del que lo proclama. Las palabras del testigo son siempre relativas; su
valor no depende de ellas, al contrario que las palabras de la sabiduría humana.
Si Pablo defiende con tanto ardor su testimonio de Cristo crucificado, quizá sea porque durante mucho
tiempo la Cruz fue para él un fenómeno incomprensible. ¿Cómo admitir que el Mesías esperado fuese un
Mesías crucificado? En el camino de Damasco descubrió, de golpe, que el Crucificado era realmente el
Señor. Un Señor que vive entre igualmente perseguidos, consecuencia del trabajo por el reino, en un
mundo dominado por el egoísmo.
Si Dios había podido convertirle a él, a pesar de ser un exaltado fariseo, haciéndole ver el sentido de la
vida y de la muerte de Jesucristo, ¿no sería el mejor modo, el más directo y verdadero, de convertir a los
humanos presentarles la ‘locura’ de la cruz como único camino de la gloria?
Por eso Pablo, al presentarnos la humillación que supone la cruz, se presenta desprovisto de toda
elocuencia, poder o sabiduría humanos; lleno de debilidad y de la fuerza persuasiva del amor y del propio
convencimiento.
El apóstol no pretende forzar ni seducir a nadie. Quiere convencer a través de la fuerza del Espíritu,
nunca con otros medios. En Atenas había preparado un brillante discurso y había fracasado. Desde
entonces ya no busca impresionar; busca palabras sencillas que remuevan lo profundo de los corazones,
que iluminen las conciencias para que analicen los acontecimientos de cada día y descubran los
innumerables ‘crucificados’ por querer transformar el mundo.
Pablo descubre y presenta la verdad del ser humano en el Crucificado. Por eso no tiene necesidad de
modelar el mensaje evangélico con la sabiduría y las ideologías humanas. No olvida que fueron los
poderosos, con la complicidad de los políticos y las altas jerarquías religiosas, los que crucificaron a
Jesús. Y es consciente de que pueden también ‘crucificar’ al ser humano.
No está dispuesto a cambiar la ‘necedad de la cruz’ por la sabiduría humana (1 Cor 1, 18-25). Sabe que
sólo a través de la cruz puede seguir en contacto con el Espíritu y establecer una relación profunda con lo
más verdadero del corazón humano y responder a sus esperanzas más acuciantes. Sabe que sólo a través
de la cruz –de todo lo que representa- se construye el mundo nuevo, el reino de Dios, a causa de la cruel
oposición de todos los que se sienten ‘perjudicados’ en sus intereses, que siempre tendrán a su favor los
medios de la violencia estructural: sus economías, sus personas y sus armamentos.
198
SEXTO DOMINGO ORDINARIO
JESÚS, PLENITUD DE LA LEY
EL RITUALISMO EMPOBRECEDOR
Una de las tentaciones más frecuentes, en la que hemos caído siempre los cristianos, es la de reducir la fe
a una serie de normas morales concretas y detalladas. De esta forma, la práctica de la fe queda reducida a
una religiosidad meramente externa, en un cumplimiento de ritos que practicamos porque están
mandados. Y así, hemos desvirtuado la fidelidad en el seguimiento de Jesucristo y de su Evangelio,
fundamento de toda verdadera vida cristiana.
Cuando el legalismo se infiltra en la conciencia del creyente, la actividad propia de la aventura de la fe
queda reducida a una rutina que desilusiona, y que puede ser causa de no pocos abandonos.
Frente a esta situación, tan real y concreta, las lecturas de hoy nos han de ayudar a vivir nuestra fidelidad
cristiana con la actitud interior, gozosa y liberadora, de quien quiere hacer de su vida una entrega al amor.
Si nos dejamos llevar por la sabiduría divina (segunda lectura), acogeremos los mandamientos de la ley,
interpretados por Jesús (evangelio) y escogeremos la vida (primera lectura) Jesús nos invita a una
conversión total.
“A DAR PLENITUD”
“Dijo Jesús a sus discípulos:
-No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir
sino a dar plenitud.
Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse
hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe
así a los hombres, será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.
Os lo aseguro: Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis
en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será
procesado.
Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y
si uno llama a su hermano ‘imbécil’, tendrá que comparecer ante el sanedrín; y
si lo llama ‘renegado’, merece la condena del fuego.
Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar te acuerdas allí
mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar
y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar
tu ofrenda.
Con el que te pone pleito procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía
de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la
cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.
Habéis oído el mandamiento ‘no cometerás adulterio’. Pues yo os digo: El
que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero en su interior.
Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un
miembro, que ser echado entero en el abismo.
Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale
perder un miembro que ir a parar entero al abismo.
Está mandado: ‘El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de
repudio’.
Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer -excepto en caso de
prostitución- la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete
adulterio.
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Sabéis que se mandó a los antiguos: ‘No jurarás en falso’ y ‘Cumplirás
tus votos al Señor’.
Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono
de Dios; ni por la tierra, que es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la
ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o
negro un solo pelo. A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del
Maligno.”
(Mt 5,17-37)
No he venido a abolir, sino a dar plenitud a la Ley y a los Profetas. Esta plenitud se entiende en la
medida en que aceptemos el nuevo concepto de Dios que trae Jesús. Dios es Padre, un Padre lleno de
amor. La moral del reino no puede ser otra que la del hijo que intenta imitar al Padre en todo. Es la forma
de ser feliz y de construir el reino. Moral caracterizada por la entrega incondicional al Padre, por el
abandono confiado en su bondad y en su providencia. Únicamente desde estos presupuestos se pueden
comprender las enseñanzas del Hijo.
Pero, ¿qué sabe nuestra sociedad del amor? Todos los problemas que surgen los quiere arreglar con
parches, sin ahondar en las raíces profundas de las causas que los originan. No podemos seguir viviendo
sin esa línea divisoria entre el bien y el mal, cambiada por ‘es bueno lo que me gusta y malo lo que no me
gusta’. No puede extrañarnos esa falta de ilusiones y de esfuerzo en un mundo con esos planteamientos.
No debemos limitarnos al cumplimiento de la letra de la ley, sino comulgar con su espíritu, que impulsa
siempre más allá. Y esto en todo acontecer de la vida.
La ley antigua -¿las leyes de siempre?- había degenerado en un formalismo rudimentario que se limitaba
a exigir actos externos.
Jesús dirige su mirada, más allá de los actos externos, al corazón en sentido bíblico, que es todo el
interior de la persona humana.
El evangelio de hoy nos presenta cuatro de las seis antítesis que Mateo añade a la proclamación de las
Bienaventuranzas. En ellas nos habla de cuatro mandamientos: el quinto no matarás; el sexto y el
noveno, al hablarnos del adulterio; el segundo: no jurarás en falso. Además, el tema del divorcio. Cada
una va introducida por: Habéis oído que se dijo a los antiguos... Pero yo os digo...
La claridad de unos casos concretos nos ayuda a perfilar la actitud del que quiera ser discípulo de Jesús.
Presentan metas, ideales... ¿para pocos?
Sólo un total desprendimiento de sí mismo, ante las exigencias del reino de Dios, hará posible la
realización de esta moral del Sermón del Monte.
En la sociedad, en las tradiciones de los pueblos, en las religiones, se hacen muchas cosas por mera
costumbre, aunque no sean correctas, porque ‘siempre se han hecho así’.
Jesús nos invita hoy a hacer lo que él nos dice, aunque contradiga nuestras ideas y nuestro modo de vivir.
Y no se limita a marcar principios éticos generales, sino que desciende a la vida corriente de cada día, a la
práctica diaria de los seres humanos, para concretar en qué consisten esos ‘pero yo os digo’.
Jesús ha venido a dar plenitud. En esta ‘plenitud’ es donde nos jugamos la autenticidad de nuestra vida.
EL DERECHO A LA VIDA ES INALIENABLE
El primero de los seis ejemplos de Jesús trata del quinto mandamiento del Decálogo, que defiende el
derecho más importante que tenemos los humanos: el derecho a vivir. La historia de ayer y de siempre se
200
encarga de mostrarnos a qué insensatas aberraciones nos lleva la violación de tan elemental y sagrado
derecho.
No sólo matan los criminales ‘comunes’, como hipócritamente los llama nuestra sociedad. Se mata en
nombre de los gobiernos, de determinados ¿ideales? políticos, de la raza, de la religión, para defender
intereses económicos... Se mata con leyes que defiendan la eutanasia activa, el aborto, la pena de
muerte... Se mata con la indiferencia, la calumnia, la mentira, la envidia, el egoísmo... Se mata dejando
que pueblos e individuos mueran de hambre...
El espíritu del quinto mandamiento implica un amor total al hombre. No se puede matar al hermano de
ninguna manera; ni con la intención, ni con la inhibición.
Dios mira nuestro corazón, la intención en todo lo que hacemos. No se limita a lo externo.
Pero a nadie se le puede exigir dejarse matar: marginados, hambrientos, parados, desigualdades infames,
gobiernos y estructuras sociales opresoras y dictatoriales... Y les estará permitido defenderse para no
morir... Es la legítima defensa.
Jesús murió asesinado... y no mató a nadie, pero luchó duramente con amor por la justicia y la libertad
para todos. Es nuestro ejemplo.
Si cuando vas a poner tu ofrenda... Jesús habla de unos problemas vitales que sólo se pueden afrontar
con la nueva visión cristiana del evangelio. Y se sitúa en clara continuidad con los profetas que
protestaban por una religión ‘cultual’, que dispensaba de los deberes de justicia interhumana. La recta
relación con el prójimo es previa a cualquier acto de culto. A la plenitud de la ley se llega por el camino
de la justicia entre todos los humanos
EL ADULTERIO
La finalidad del sexto y noveno mandamientos es ayudar a que el ser humano sea capaz de amar de
verdad. ¿Cómo podrá llegar al amor el que busca el placer en todo lo que hace? Creo que nos
incapacitamos para el amor en la medida que hacemos nuestro el ambiente sexual relajado en que
vivimos. ¿No es el amor don de sí mismo? ¿Cómo puede ser el amor compatible con el ambiente amoral
actual?
La ley antigua condenaba en el Decálogo el adulterio, incluso el que se cometía sólo con los ojos o el
pensamiento. Pero, interpretado superficialmente en todos los ambientes, se había reducido esta condena
exclusivamente al acto externo.
Frente a una legislación interpretada tan restringidamente y siempre en contra de la mujer, Jesús da su
valoración auténtica a este mandamiento. Hace saber que no sólo se comete adulterio por el acto externo,
sino por todo acto interno pecaminoso. Una conducta exteriormente intachable, puede ser fingida.
Y una vez declarado el sentido de este precepto, y haciendo ver la gravedad del mismo, Jesús expone la
necesidad de evitar la ocasión de pecado. Lo hace con el grafismo hiperbólico y paradójico de los
orientales. Utiliza la comparación del ojo y la mano, sacando la conclusión de que es preferible perder un
miembro que perder todo el cuerpo. No quiere decir que se ampute realmente una mano o se saque un ojo
si fueran ocasión de tropiezo y ruina del hombre. Es un modo de decirnos, a través de fuertes contrastes,
que adulterar con el corazón es igual de pecaminoso que el acto externo. Y esto sigue vigente en una
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sociedad que ve el adulterio como algo normal, alimentado con el cine, con la vida disoluta de tantos
llamados ‘famosos’...
El que viva la experiencia del amor conyugal, desde la perspectiva de la unión de dos personas,
entenderá perfectamente la indisolubilidad del matrimonio como ideal a conseguir, aunque sean muchas
las parejas incapacitadas para llegar a ese ideal, víctimas de su inmadurez para el verdadero amor, entre
otras razones.
EL DIVORCIO
La ley mosaica permitía el divorcio (Dt 24, 1-4) por una condescendencia de Moisés (Mt 19, 8). Frente a
ella, Jesús, interpretando el verdadero sentido de la institución matrimonial, restituye ésta a la primitiva
indisolubilidad.
Todo lo que atenta contra el amor del cónyuge es una forma de adulterio y de divorcio. La misma base
del amor total –como ideal humano- conduce al rechazo del divorcio como una forma fácil y cómoda
-dentro del drama que supone en otros muchos casos- de resolver los problemas de convivencia.
Jesús pone en el mismo plano a la mujer y al varón y afirma la importancia del compromiso matrimonial,
que no debe romperse. Admite excepciones. Es necesario buscarlas, interpretando las razones de ayer.
Pero, si falla el amor o nunca lo ha habido, ¿hay sacramento?
El mensaje esencial podría ser éste: si viviéramos la ley de Dios en su letra y en su espíritu, sin regateos y
con compromiso, el camino hacia la fidelidad estaría bastante despejado. Una ley que es amor y que
supone la renuncia a todas las formas de egoísmo, porque la vida verdadera tiene su precio, ¿cómo podrá
vivirla en la fidelidad conyugal el que sea incapaz de amar, el que no se ‘posea’? El matrimonio
verdadero requiere un alto mínimo de capacidad de amor en los contrayentes para que sea posible.
¡Cuántos se casan que no creen en el amor para siempre! Cuando una sociedad no está fundamentada en
el amor, ¿nos extrañaremos de tantos fracasos matrimoniales? Es verdad que las leyes deben dar salida a
estos conflictos, lo que no es obstáculo para dejar intacto el ideal señalado por Jesús; ideal que desean, en
lo más profundo de sus corazones, todos los que emprenden el camino matrimonial.
EL JURAMENTO
Otro tema fundamental es el juramento, el segundo precepto del Decálogo, ante el abuso que el judaísmo
había hecho de ellos.
La ley prohibía expresamente el juramento falso; pero, salvando esto, la casuística rabínica había
construido todo un prodigio de sutilezas y distinciones para justificar los juramentos. No sólo se tenía
como lícito todo juramento que tuviera como base la verdad, sino que se llegó a considerar como más
valioso y meritorio hacer las cosas por Dios, ligándose con juramento. Ello les llevó a concluir que debían
tomar siempre el nombre de Dios como garantía de todo lo que no fuera falso, lo que degeneró en una
serie interminable de fórmulas de juramento absurdas.
Juraban por Dios, por el cielo, por el Todopoderoso, por el templo, por el altar, por la alianza, por los
hijos... Juraban si habían comido o no, que darían esto o lo otro a alguien... y mil cosas por el estilo.
Ante este abuso, hecho en nombre de una mayor religiosidad, Jesús sale en defensa del honor debido al
nombre de Dios, tan traído y llevado por cosas inútiles. Y prohíbe jurar por Dios en general, destacando
202
algunos juramentos más frecuentes que se hacían por las criaturas, haciendo ver que en todo juramento se
incluye a Dios.
Ante esta frívola actitud religiosa judía que, pretendiendo honrar a Dios, lo irreverenciaba, Jesús propone
la conducta que deben seguir sus discípulos: os basta decir sí o no. Con ello destaca el valor de la palabra
dada por la persona, su honor y lealtad. A la vez, la necesidad de emplear el nombre de Dios para cosas
importantes y dignas.
Lo que pasa de ahí viene del Maligno, viene de la mala condición que causa el pecado en el hombre y
que siembra mentiras y desconfianzas
ELEGIR LA VIDA
“Si quieres, guardarás sus mandatos,
porque es prudencia cumplir su voluntad;
ante ti están puestos fuego y agua,
echa mano a lo que quieras;
delante del hombre están muerte y vida:
le darán lo que él escoja.
Es inmensa la sabiduría del Señor,
es grande su poder y lo ve todo;
los ojos de Dios ven las acciones,
él conoce todas las obras del hombre;
no mandó pecar al hombre,
ni deja impunes a los mentirosos.”
(Eclo 15, 16-21)
El libro del Eclesiástico, escrito por Ben Sira hacia el año 190 a. C., es esencialmente una defensa de la
religión y los valores humanos del judaísmo frente a la cultura ambiental helénica. El texto de la primera
lectura nos describe al ser humano con gran optimismo, posiblemente para contrarrestar el fatalismo
griego. Nos ofrece un camino a seguir, dejando en nuestras manos la elección.
Si quieres... El ser humano puede elegir entre cumplir los mandamientos o quebrantarlos. En su adhesión
a la voluntad de Dios consiste la verdadera libertad. Resalta la confianza que Dios ha depositado en el
hombre, otorgándole la facultad de la libertad, una de las más importantes creaciones de la sabiduría
divina, y la más estimada por los humanos, a pesar de los sinsabores que causa a la humanidad.
El hombre ha sido creado libre y tiene en sus manos la clave de la respuesta ante el bien y el mal; aunque
en la práctica sea una libertad muy herida, que nos lleva a que nuestras decisiones se inclinen, con
demasiada frecuencia, hacia la muerte –el mal-, como reconoce san Pablo (Rom 7).
Ben Sira es el primer autor judío que medita sobre los primeros capítulos del Génesis, especialmente en
torno al pasaje de la caída en el pecado. El origen del pecado será el objetivo de su meditación.
Ninguna persona humana debe ser excluida de nuestro amor. Sus gozos y esperanzas, sus tristezas y
carencias, sus miserias y sus hambres, son realidades concretas de las que no nos podemos evadir. Y si lo
hacemos, aunque tengamos la conciencia tranquila por creernos cumplidores escrupulosos de los ritos,
estaríamos eligiendo la muerte en lugar de la vida.
Las cosas que suceden en el mundo, que conocemos según interesen a los que ‘mandan’, ponen en
entredicho nuestro estilo de vida aferrado al tener y al consumir. No tenemos disculpa posible si nos
evadimos de la urgente solidaridad efectiva con los más pobres del mundo. Pretender elegir la vida
olvidando a los marginados de la tierra, pueblos e individuos, es imposible.
203
LA ‘LOCURA’ DE LA CRUZ
“Hermanos: Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este
mundo ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que
enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios
antes de los siglos para nuestra gloria.
Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido, pues si la hubiesen
conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria.
Sino como está escrito: ‘Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede
pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman’.
Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu, y el Espíritu todo lo penetra, hasta
la profundidad de Dios.”
(1 Cor 2, 6-10)
San Pablo, en la segunda lectura, sigue haciendo apología de la sabiduría divina, de la sabiduría
cristiana, tan distinta de la del mundo. Alude a un fragmento del profeta Baruc (3, 9-4, 4), que hace de la
sabiduría una prerrogativa de Israel. Este texto de Baruc se leía todos los años en las sinagogas en el
aniversario de la destrucción del templo.
El apóstol copia el argumento de Baruc, reemplazando el templo destruido por Cristo crucificado. Los
príncipes de este mundo no podían ni soñar que ese era el camino para que Jesús pasara de la muerte a la
gloria. Su sabiduría mundana ha quedado confundida.
Burlada la ‘sabiduría’ de los poderosos con la muerte de Jesús en la cruz, Dios envía su propio Espíritu
para que nos enseñe las profundidades de su ‘misterio’.
Dice Pablo que si los poderosos hubieran conocido estos caminos de Dios nunca hubieran crucificado
al Señor de la gloria; no por arrepentimiento, sino porque la crucifixión, y resurrección consiguiente,
significaban su destrucción y desmitificación.
La sabiduría del mundo, encerrada en las realidades humanas y naturales, desconoce totalmente las cosas
de la fe, los designios de Dios, y sin este don de Dios está condenada al pesimismo y al fracaso.
Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo
aman. La fe cristiana no es fruto de un razonamiento científico sino de una revelación y donación gratuita
de Dios. Por ello no debe sorprendernos que haya cosas que estén fuera de nuestra humana comprensión.
Los pensamientos y caminos de Dios siguen otros derroteros que los nuestros y superan nuestra
capacidad.
El cristianismo es depositario de una peculiar sabiduría que hunde sus raíces en Dios, profunda y
misteriosa. Jesús, verdadera sabiduría de Dios, ha hecho suyos nuestros valores humanos y nosotros
participamos de los suyos.
La sabiduría divina no significa ciencia o acumulación de conocimientos; es una luz que orienta la vida y
muestra el valor real de las cosas y de los comportamientos. Lleva a verlo todo con los ‘ojos’ del Padre.
La sabiduría cristiana está escondida a la soberbia humana, a los grandes de este mundo, a la
superficialidad con que vivimos casi siempre... y revelada a los humildes (Mt 11, 25-30). Esta sabiduría
va al interior de las cosas de Dios, y más allá de los límites estrictamente humanos, mostrando la felicidad
que Dios tiene preparada para los que tratan de serle fieles.
Mientras tanto, nuestra sociedad sigue su camino. Unos dejándose llevar por el ambiente, otros
limitándose a prácticas externas y otros descubriendo la felicidad en la fidelidad al camino de Jesús.
204
SÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO
LA ‘LEY DEL TALIÓN’ Y EL AMOR A LOS ENEMIGOS
LA ‘SABIDURÍA’ HUMANA
Cuanto más se aleja de Dios, nuestro mundo camina más en tinieblas en todo. Las ideas que más celebra
son, muchas veces, las más inhumanas.
Las democracias que padecemos, aunque sean el mejor sistema político aceptable actualmente, nos
resultan a muchos ciudadanos poco merecedoras de atención. Por algo es el sistema defendido por los
países e individuos que ostentan los poderes de este mundo. El poder del dinero –de todo lo que
representa- no entra dentro de estas democracias: es soberano. De esta forma, los pueblos e individuos
más desfavorecidos tendrán cada día más crudo el futuro.
Nuestros políticos dan la sensación, casi en general, de haberse convertido en profesionales de algo que
sólo interesa a los que viven y se benefician de ello. Lo que conduce a un creciente escepticismo de la
sociedad a que sean capaces de resolver los graves problemas que nos angustian. Sobresalen el paro entre
los más desfavorecidos –siempre les caen todas-, la emigración de los pueblos explotados por las
‘democracias’ y la violencia terrorista e institucionalizada. Un paro que no tendrá más solución que el
paso a otro sistema que no sea el capitalista; una emigración que se arreglaría dejando de expoliar y
ayudando a esas naciones; una violencia que no tendrá solución con la condena de unas opciones
acompañadas de la exaltación de las contrarias. Se necesita un debate a fondo sobre estas cuestiones más
acuciantes. Los partidos deben salir de su esclerosis y de sus mutuas condenas, medir mucho sus palabras.
Nuestra democracia tiene defectos objetivos y nuestros políticos poco interés en resolverlos. Se quedan en
períodos de grescas, sobre todo en campañas electorales. Los partidos políticos deben ser defensores de
los derechos de todos los ciudadanos, sobre todo de los más marginados; deben ser ejemplares... La ética
pasa por una tremenda crisis.
La utilización sesgada de los medios de comunicación complican el problema. Una información objetiva
y veraz debe ser el fundamento de la democracia y derecho básico de las personas. ¿Pero cómo serlo
cuando está en manos de los mismos a los que tendría que desenmascarar?
LA ‘LEY DEL TALIÓN’
“Dijo Jesús a sus discípulos:
Sabéis que está mandado: ‘Ojo por ojo, diente por diente’. Pues yo os digo:
No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla
derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica,
dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale
dos; a quien te pida, dale; y al que te pida prestado, no lo rehuyas.
Habéis oído que se dijo:
‘Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo’.
Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los-que os
aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de
vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y
manda la lluvia a justos e injustos.
Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo
mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué
hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto,
sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.”
(Mt 5,38-48)
205
Ojo por ojo... Es la quinta de las seis antítesis del ‘sermón de la montaña’. La ‘ley del talión’ vino a
humanizar las relaciones entre las personas. Se leía en la ley (Éx 21, 24s; Lev 24, 20-22). Estaba en vigor
en el Oriente bíblico. Es la ley del código de Hammurabi e incorporada en el derecho romano.
Esta ley tenía su origen en el deseo de moderación y de justicia, al ser frecuente que la injuria recibida
degenerara en abusos.
Esta ley, por desgracia, está muy arraigada en nuestro mundo, que cree que la forma lógica de restablecer
la justicia es castigar al culpable con lo mismo que hizo. Lógica contraria a la justicia del reino de Dios,
que nos exige ir por el mundo con una actitud muy distinta de la que nos es connatural.
No sólo no debemos devolver el mal que nos hagan, sino responder a ese mal con el bien.
Lo que se logra con el ojo por ojo es caer en una espiral de violencia, demasiado frecuente en nuestro
mundo. El mal conservará toda su fuerza mientras el perjudicado conteste con las mismas armas. Pero el
mal pierde su dominio si es respondido con la fuerza del amor. Y de esto todos podemos tener alguna
experiencia.
Jesús no pretende abolir la aplicación de la justicia pública, ni las penas legales que la autoridad
competente declare. Pretende enseñarnos el modo de comportarnos en la práctica de la justicia.
¿Cuál debe ser la actitud del cristiano ante los abusos del prójimo? Jesús precisa su doctrina con cuatro
ejemplos tomados de la vida popular y cotidiana y expresados en forma de fuertes contrastes, por lo que
no los podemos tomar al pie de la letra. Se expresa en forma gráfica. Quiere inquietarnos, despertarnos,
transformarnos. Los ejemplos son meros ejemplos: lo importante es la actitud a la que nos invitan.
No se trata de poner la otra mejilla, sino de perdonar. Jesús no lo hizo en la ocasión que se le presentó (Jn
18, 22s). Tampoco Pablo obró de esa forma (He 23, 2s). El ejemplo de ambos nos muestra que la
enseñanza de Jesús no tiene un sentido material.
La túnica y la capa eran las dos piezas del vestido palestino de la época. La enseñanza podría ser: si
alguien pretende quitarte una de las dos prendas únicas y necesarias de tu vestimenta –de lo necesario o
casi necesario para la vida-, no le niegues tu ayuda. Debes enterarte de su situación y apoyarle con todos
los medios a tu alcance. ¡Cuántos roban por necesidad!
Con el ejemplo siguiente –a quien te requiera para caminar una milla...-, Jesús pide generosidad a los
suyos: deben ofrecerse para una prestación doble.
Con el cuarto ejemplo, Jesús nos indica que jamás neguemos nuestra ayuda, ya sea como limosna o
préstamo, a quien nos la solicite.
EL AMOR DEBE EXTENDERSE A TODOS
Amad a vuestros enemigos... La sexta y última de las antítesis nos presenta la máxima consecuencia del
amor, la regla suprema de la verdadera existencia humana en este mundo, el motivo de toda acción
humana con sentido, la energía más sana y potente de la vida.
La primera parte de sus palabras –Amarás a tu prójimo- se encuentra formulada textualmente en la ley
(Lev 19, 18), pero la segunda –aborrecerás a tu enemigo- no aparece ni en la ley ni en ningún escrito
bíblico. Pero el amor que preceptuaba la ley no se extendía a todo ser humano, sino al judío, única
persona que consideraba prójimo otro judío.
206
¡Amar a los enemigos, siendo tan difícil amar a los que nos aman! Jesús nos presenta una alternativa: o
ser ‘realista’ y seguir la corriente de la mayoría del ojo por ojo, o adherirnos a la ‘utopía’ evangélica de
‘amar a los enemigos’. Quedarnos en el punto intermedio, sería fomentar un diálogo de sordos, entre las
experiencias humanas y la palabra de Dios.
El amor cristiano se extiende a todos los seres humanos. El prójimo es toda persona. Hemos de vivir con
radicalidad el mandamiento del amor al prójimo; del amor que no deja a nadie fuera de sus fronteras.
Y la razón es clara: nuestro comportamiento debe ser lo más próximo posible al del Padre del cielo: Sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Frase que resume todo lo expuesto a lo largo de las
seis antítesis. Hemos de buscar en todo la perfección para asemejarnos cada día más al Padre.
Dios es lo más humano que existe; pero es distinto a nosotros, porque nosotros estamos muy lejos de ser
verdaderamente humanos. Dios es bueno y perfecto, misericordioso y justo. Así tenemos que ser cada uno
de nosotros y cada comunidad: como una presencia divina en medio de la sociedad.
Muchos cristianos se preguntan si es posible vivir este amor en un mundo en el que impera la
competitividad y las leyes del dinero y del más fuerte; un mundo en el que lo que importa es ganar a costa
de lo que sea.
Es precisamente en esto donde radica la fuerza del mensaje evangélico y la tarea transformadora del
cristiano en el mundo. Este amor universal es el mensaje esencial de nuestra vida, el primer criterio y el
último de nuestros comportamientos. Un amor del que Jesús será siempre el modelo a seguir.
Siguiendo a Jesús llegaremos a nuestra plenitud; superaremos las mezquindades del corazón y lo
abriremos a la única perfección en la que podremos encontrar la alegría, la paz y el sentido de la vida.
Se trata de ser testigos de un mundo distinto, realizadores de una nueva relación entre los humanos.
El amor ¿imposible?, loco, inconcebible, sugerido por el ‘pero yo os digo’ de Cristo, y vivido por él en
su vida, pasión y muerte, seguirá siendo el único criterio de la originalidad cristiana. Originalidad que el
Padre del cielo rubricó como la vida verdadera al resucitar a Jesús.
Cuando todos los seres humanos encuentren sitio y sean acogidos sin reticencias en nuestro corazón,
también el Padre encontrará sitio en él. Pero si alguien queda fuera de nuestro amor... también el Padre se
negará a entrar: quiere ser siempre el último en ocupar nuestro corazón; quiere ‘cerrar la puerta por
dentro’. Y lo hará cuando nadie falte en la lista. Emocionante tarea la que tenemos encomendada.
Si me llamo cristiano y no hablo con la vida el lenguaje del amor, del perdón sin límites, de la
comprensión, de la no-violencia... estoy mintiendo.
Cristiano es el que se niega a odiar a su enemigo, el que responde a una injuria con una palabra de
comprensión, el que saluda con una sonrisa al individuo que no se lo merece, el que no se preocupa por
sobresalir, el que opone la humildad y la mansedumbre al orgullo, el que olvida las humillaciones
sufridas... el que es capaz de perdonar ‘setenta veces siete’ (Mt 18, 22).
Si estos comportamientos se hicieran comunes... a nuestra vida habría llegado el reino de Dios.
LA FRATERNIDAD SOCIAL
“Dijo el Señor a Moisés:
-Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles:
Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo.
No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás a tu pariente para que no
cargues tú con su pecado.
207
No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu
prójimo como a ti mismo.
Yo soy el Señor.”
(Lev 19, 1-2. 17-18)
Moisés nos trae la misma enseñanza de parte de Yahvé que el final del evangelio de hoy: Sed santos,
porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo.
Una de las secciones más importantes del libro del Levítico es la compilación legislativa realizada
después del destierro (Lev 17-26). Son capítulos que reciben el nombre de ‘Ley de santidad’ porque se
muestran particularmente sensibles a la santidad de Dios y a las exigencias que esa santidad impone al
pueblo que ha establecido con él la alianza.
Dentro de este conjunto de textos se encuentra el breve pasaje de la primera lectura sobre la fraternidad
social, que invita a ‘amar al prójimo como a uno mismo’, fruto posiblemente de haber descubierto que,
por encima de todos los ritos sacrificiales, el verdadero signo de la presencia de Dios entre los hombres lo
constituía el amor fraterno.
Dios es santo, distinto del hombre, separado del ambiente de pecado que respiramos los humanos; Dios
es bueno y perfecto, misericordioso y justo. Lo mismo tiene que ser el pueblo elegido, separado de entre
los demás pueblos de la tierra: como una presencia divina en medio del mundo. Por esa razón, debe dejar
de lado, en su religiosidad, todo formulismo, todo culto vacío. La santidad del pueblo debe influir en el
corazón de las personas que lo forman, que lo demostrarán en el amor a los hermanos.
De este modo, con la separación de un mundo corrompido y con la transparencia de una vida que sea
reflejo de Dios, el pueblo será santo. Esta es la voluntad de Dios y el mayor bien del hombre.
LA SABIDURÍA CRISTIANA
“Hermanos: ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo
habita en vosotros?
Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo
de Dios es santo: ese templo sois vosotros.
Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que
se haga necio para llegar a ser sabio.
Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito:
‘Él caza a los sabios en su astucia’. Y también:. ‘El Señor penetra los
pensamientos de los sabios y conoce que son vanos’.
Así pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo,
Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro,
vosotros de Cristo y Cristo de Dios.”
(1 Cor 3, 16-23)
El tema de la segunda lectura de hoy sigue siendo el de la sabiduría cristiana.
Los corintios, ávidos de sabiduría intelectual, reprochaban a Pablo el que les hubiera hecho una
presentación muy elemental del mensaje evangélico y le comparaban con predicadores más filósofos y
más intelectuales.
Pablo ha comparado la obra de los predicadores con la de un albañil, que cuando termina su obra es
calificado según sea la solidez y la calidad del edificio: Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo
destruirá a él. Nos muestra uno de los aspectos más profundos y más incomprensibles fuera del ámbito
de la fe: los cristianos somos templos de Dios. Parece que Pablo se refiere aquí a la comunidad concreta
de Corinto. Ella es el templo de Dios. Más adelante (1 Cor 6, 19) hablará del cuerpo del cristiano como
208
templo del Espíritu Santo. Y más adelante (1 Cor 12, 12-31) hará referencia a la comunidad como Cuerpo
de Cristo. En la carta a los Efesios (4, 4-16) lo aplicará a la Iglesia universal.
Esto confiere a la vida cristiana una dignidad infinita, inmensamente superior a la sabiduría humana,
llena de vacilaciones y oscuridades.
Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. Porque
la sabiduría del mundo es necedad ante Dios... ‘El Señor penetra los pensamientos de los sabios y
conoce que son vanos'.
Los seguidores de Jesús tenemos, si lo seguimos de verdad, una nueva visión de las cosas y vivimos una
nueva realidad: Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios. Todo lo creado ha sido puesto a
nuestro servicio para crecer como templo de Dios y ‘Cuerpo de Cristo’. Únicamente somos de Cristo y de
Dios. De nadie más. Visión alegre y optimista de la vida cristiana.
El mensaje bíblico de los dos testamentos es teocéntrico. Dios es la base, el centro, la cima y la meta de
todo. Por tanto, no tenemos que aferrarnos a ningún hombre de Iglesia. Y los que tienen en ella una
responsabilidad especial deben saber que son servidores de la comunidad cristiana, nunca propietarios.
No tenemos nada que temer, porque ni la muerte podrá apartarnos ‘del amor de Dios manifestado en
Cristo Jesús, Señor nuestro’ (Rom 8, 38s).
209
OCTAVO DOMINGO ORDINARIO
“NO PODÉIS SERVIR A DIOS Y AL DINERO”
LOS VERDADEROS INTERESES DE LA SOCIEDAD CAPITALISTA
Una de las cosas que buscamos los humanos con más afán son unos bienes materiales que nos garanticen
el presente y el futuro. Necesitamos sentirnos seguros en la vida: con una economía que nos respalde el
futuro, con una familia estable y sin problemas, con un trabajo seguro y bien remunerado.
Y, a la inversa, la inseguridad nos hace sufrir, nos pone nerviosos, nos quita el sueño y la paz. Porque,
aunque la verdadera paz nace en el corazón, necesita un contexto externo seguro para disfrutarla.
Este afán de tener y de seguridad se ha intensificado en la sociedad moderna. Vivimos inquietos y
agobiados por alcanzar el máximo de bienestar, por sobresalir y tener más que los demás, por acumular
poder y dinero, por divertirnos, sin otra finalidad, frecuentemente, que la de evadirnos de la realidad que
nos tiene encadenados. En definitiva, se trata de lograr el máximo bienestar con el mínimo esfuerzo.
Con nuestro modo de vivir, los cristianos estamos demostrando que no nos interesa seguir a Jesús. Nos
defendemos de él, al vivir y actuar como si todo terminara en este mundo y al encerrarnos en nuestro
propio egoísmo. Tenemos que trabajar para hacer un mundo más humano para todos.
Jesús no perdió el poco tiempo que vivió. Nosotros lo perdemos lamentablemente en cosas superfluas. Y
cuando lo empleamos a fondo es, en demasiadas ocasiones, en nuestro provecho.
IMPOSIBILIDAD DE SERVIR A DOS AMOS
“Dijo Jesús a sus discípulos:
-Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y
querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo.
No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo: no estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni
por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el
alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni
almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros
más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora
al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo:
ni trabajan ni hilan. Y yo os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido
como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se
quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de
poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con
qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre
del cielo que tenéis necesidad de todo eso.
Sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por
añadidura. Por tanto, no os agobiéís por el mañana, porque el mañana traerá su
propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.”
(Mt 6, 24-34)
La enseñanza evangélica de hoy es una de las más conocidas, de las más cautivadoras y una de las que
muestran en mayor medida la espiritualidad de Jesús y su modo de comportarse ante Dios y ante los
avatares de la vida. Nos invita a vivir con intensidad el presente.
Es un texto común en Mateo y Lucas (12, 22-34). Mateo lo dirige al pueblo; Lucas, a los discípulos.
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Presenta dos temas principales: imposibilidad de servir, al mismo tiempo, a dos amos y la verdadera
preocupación por lo temporal. El primero va dirigido, principalmente, a los ricos; el segundo, sobre todo a
los pobres que puedan vivir agobiados por su pobreza. El mensaje es único: para ser cristiano es
fundamental ser pobre.
No podéis servir a Dios y al dinero. Debemos reconocerlo: el dinero, con todo lo que representa de
poder, seguridad y prestigio, es el único dios de la inmensa mayoría de nosotros
Según el derecho de aquella época, un siervo podía serlo, al mismo tiempo, de distintos amos. Pero, en la
práctica, esto resultaba imposible. Llegaba siempre el momento en que se adhería a uno y se separaba del
otro. Jesús aplica esta experiencia de la vida a las relaciones del hombre con Dios.
El texto nos presenta una disyuntiva radical, sin posibilidad de componendas: Dios, Señor absoluto,
solicita el corazón del ser humano, al hombre por entero y en exclusiva. El otro ‘señor’ que entra en la
disyuntiva, no es el prójimo, sino el dinero tomado como el ídolo que resume todo lo que impide llegar en
plenitud a Dios, todo lo que impide ser plenamente ser humano; un ‘señor’ que pide también una entrega
total y absoluta, sin concesiones.
Seguir a Dios no se puede compartir. Requiere una total libertad interior respecto a todo lo demás. Así lo
vivió el mismo Jesús. Seremos libres en la medida en que lo vayamos logrando
Conocemos todos por propia experiencia el poder disimulado del dinero, que gana el corazón humano y
lo encadena.
La vida debemos ponerla al servicio de lo que realmente merece la pena. Y lo que vale la pena no es lo
que podemos conseguir con dinero, como piensan la mayoría de los hombres, sino lo que se fundamenta
en el Amor que es Dios y se concreta en el servicio a los semejantes. ¿Cómo comprar con dinero la
libertad, el amor...?
LA VERDADERA PREOCUPACIÓN POR LO TEMPORAL
Este segundo tema tiene dos partes: librarnos de la preocupación angustiosa por la comida y el vestido y
orientar la vida humana hacia su verdadera finalidad.
El Padre, que nos ha dado lo más –la vida-, nos dará también lo menos –el alimento y el vestido-. Pero
siempre será necesario aceptar cierta inseguridad. A Dios no le podemos pedir una seguridad como la
que da la acumulación de alimentos o de vestidos. Todas estas cosas debemos tenerlas y ocuparnos de
ellas, en cuanto nos sean necesarias. Nunca nos pueden imposibilitar la búsqueda de Dios en el prójimo.
Jesús quiere que sus seguidores superemos la angustia por el futuro, que no acaparemos bienes
materiales, lo que no impide un trabajo por conseguir los bienes necesarios para la vida. Los pájaros
trabajan duramente para buscar el alimento de cada día, y nada más. Nos habla de esa preocupación que
desasosiega, que se apodera completamente de la persona, que procede de la ilusión de creer que
podemos asegurar la vida con los bienes de la tierra.
El que trata de vivir confiando en el Padre, no se agobia por nada que le pueda ocurrir.
Tenemos que buscar el Reino de Dios y su justicia. Si hacemos así, lo demás ya está asegurado: bastará
con lo que haya. Esta es la gran lección de esta lectura evangélica y de la predicación entera de Jesús:
creer en el amor que Dios nos tiene y buscar su reino; lo demás son cosas accesorias, que se nos darán
por añadidura.
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Debemos realizar una tarea difícil: unir el abandono en manos de la providencia de Dios con un trabajo
decidido al servicio de la humanidad.
Tenemos que vivir en libertad. Y sólo seremos libres cuando nos desprendamos de todo aquello que tiene
fin. Vivir en libertad es una de las enseñanzas más originales de Jesús, aunque sea una de las menos
asumidas por los cristianos. Un vivir en libertad que nos impide ser esclavos de modas, costumbres,
diversiones, normas, agobios; afán de poder, de tener...
En nuestro mundo actual, este pasaje tiene una tremenda actualidad, ante tanto consumo de alimentos
refinados y de modas absurdas e incómodas. Tanto si somos pobres como si somos ricos, podemos ser
víctimas de tales preocupaciones. ¡En cuántos el sentido de la vida se agota en la búsqueda de estos
bienes!
A cada día le bastan sus disgustos. La inquietud por el mañana perjudica el trabajo de hoy. Si Dios ha
estado hasta hoy con nosotros en nuestra vida, ¿por qué no va a estar ‘mañana’? La bondad de hoy para
con nosotros es garantía de su amor para mañana.
MAYOR QUE EL DE UNA MADRE
“Sión decía: ‘Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado’.
¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo
de sus entrañas?
Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.”
(Is 49, 14-15)
La breve primera lectura de hoy expresa espléndidamente el amor que Dios nos tiene: aunque una madre
se olvide de sus hijos, él no nos olvida.
El texto pertenece al Segundo Isaías, el profeta del destierro de Babilonia. Su misión consistió en
levantar el ánimo abatido y destrozado del pueblo judío, deportado de su patria y oprimido por la
conciencia de culpabilidad, a causa de su infidelidad a la alianza. El estado psicológico del pueblo era
deplorable, después de tanto tiempo de exilio; necesitaban a alguien que les infundiera ánimos. Y fue este
autor anónimo el que les confortó, hablándoles del regreso a la patria y de la ayuda de Yahvé en la
reconstrucción del país.
El porvenir que el profeta describe a sus contemporáneos para consolarles en el destierro está descrito en
términos simbólicos, para no despertar sospechas del enemigo opresor. La imagen del hijo, repudiado por
su madre y que vuelve a encontrar su amor y su felicidad, era tranquilizadora y clara para los hebreos. Los
paganos, desconocedores de las Escrituras, no podían descubrir en estas palabras del profeta la promesa
de una nueva alianza.
Les dice que la alianza volverá a reanudarse en un clima de amor y de fecundidad. El ‘niño’ no puede ir
hacia otra madre, porque Yahvé es su única madre.
Por su perdón, el Dios único manifiesta de nuevo su superioridad sobre los dioses paganos.
La prueba de la esperanza que les transmite es el amor inquebrantable de Yahvé por su pueblo. Les dice
que no se crean abandonados ni olvidados, que Dios sigue amándoles y que lo hará siempre, porque su
amor hacia su pueblo es más grande y más desinteresado que el amor materno, considerado el mayor de
los conocidos.
De esta forma, el profeta, en la línea de la historia de la salvación, alienta y fortalece al pueblo en lo más
valioso e importante de su fe, muy deteriorada por la dura prueba del destierro.
212
Creer en el amor sin límites de Dios será la fuerza que les hará superar todas las dificultades.
SERVIDORES EN LA FIDELIDAD AL SEÑOR
“Hermanos: Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y
administradores de los misterios de Dios. Ahora, en un administrador lo que se
busca es que sea fiel. Para mí lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un
tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me
remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor.
Así pues, no juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor. Él iluminará
lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón;
entonces cada uno recibirá de Dios lo que merece.”
(1 Cor 4, 1-5)
La comunidad de Corinto vivía entre crisis y dificultades. Al aceptar el cristianismo, además de la
doctrina de Jesús, han asimilado también el pensamiento de algunos predicadores. De esta forma, a la
Buena Nueva fundamental, han añadido ideas personales de estos predicadores, llegando a crear grupos.
El universalismo del mensaje evangélico está en peligro.
En toda esta carta, Pablo se propone corregir y orientar a los corintios; intento que le proporcionó muchas
preocupaciones.
Después de una larga argumentación sobre este tema, Pablo llega a su conclusión en el texto de la
segunda lectura de hoy.
Los predicadores son únicamente servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios.
No tienen ningún derecho para alterar los ‘bienes’ que administran. Deben ser servidores fieles.
La segunda declaración de Pablo se refiere al juicio por el que pasará el servidor cuando tenga que rendir
cuentas. Todo servicio debe realizarse sin tener en cuenta las simpatías que pueda recibir a su alrededor o
el éxito que pueda obtener, sino esencialmente por la aprobación que el Señor hará de él a su regreso.
Deben ser coherentes, auténticos con su fe, en la vida y en la predicación.
Los demás tienen que contemplarles como servidores de Cristo, como discípulos suyos, por la semejanza
de su vida con el ideal que profesan y predican, por la fidelidad a una fe y a un camino que han aceptado.
Somos administradores de la Buena Nueva, de la fe a la que llama, de la verdad que propone, de la luz
que es Cristo. Bienes que debemos mantener y aumentar, como ocurre con los buenos administradores. Y
todo ello sin temor a lo que los demás opinen o critiquen.
Además, Pablo nos ofrece el ejemplo de su libertad interior; libertad que le hace prescindir de cualquier
juicio humano: mi juez es el Señor. Acepta sólo el juicio de Dios, el único justo y verdadero. Del mismo
modo deben actuar los corintios... y los cristianos de todas las épocas y lugares.
213
NOVENO DOMINGO ORDINARIO
LA SALVACIÓN Y LAS BUENAS OBRAS
LA FELICIDAD HUMANA ESTÁ EN LAS BUENAS ACCIONES
Nuestras palabras, si son sinceras, manifiestan lo que anida en lo más profundo de nuestros corazones;
son la ‘ventana’ que descubre nuestro ser interior, nuestras ilusiones y pesimismos.
¿Qué hay en el corazón de Dios? Dios se nos ha ido manifestando; nos habla a través de la creación y de
algo tan limitado como son las palabras humanas. Si es Creador y Padre, es evidente que sus palabras a
sus hijos tienen que ser palabras de vida, palabras que busquen el bien de sus criaturas, de sus hijos,
palabras que esconden la respuesta a nuestros verdaderos deseos y búsquedas.
Dios nos manda unas cosas y nos prohíbe otras. Mandatos y prohibiciones que no son arbitrarios. Están
enraizados en la naturaleza de las cosas que él ha creado y que conoce como nadie. De su cumplimiento
depende nuestra verdadera felicidad; de su incumplimiento, la insatisfacción. Esta insatisfacción no es
una venganza del Padre por haberle desobedecido, sino la reacción de nuestra propia naturaleza al ser
violentada. Por eso, Dios nos previene.
El disco rojo del semáforo es una protección y defensa del ciudadano, que debe conocer el peligro que
puede correr cuando no lo atiende. Ese es el sentido que tienen las palabras de Moisés y de Jesús, en la
primera lectura y en el evangelio de hoy.
LA ORACIÓN VERDADERA SE NOTA EN LA VIDA
“Dijo Jesús a sus discípulos:
-No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos, sino
el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Aquel día muchos dirán: ‘Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre,
y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos
milagros?’
Yo entonces les declararé: ‘Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados’.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel
hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos,
soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque
estaba cimentada sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel
hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos,
soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente.”
(Mt 7, 21-27)
Durante cuatro domingos de este ciclo (del 4º al 7º ordinarios) hemos leído completa la primera parte del
‘Sermón de la Montaña’ (Mt 5). Del capítulo 6º leímos un fragmento el pasado domingo (8º ordinario).
Hoy leemos un fragmento del capítulo 7º, que es como la conclusión de todo el discurso, que consta de
dos partes bien marcadas: la necesidad de llevar a la vida las enseñanzas recibidas y la confirmación de la
misma con una parábola.
Por más ortodoxa que sea nuestra fe, no sirve para nada si no se concreta en obras coherentes con esa fe.
Este texto debería sacudir seriamente todo el montaje de nuestro cristianismo. Es posible que hagamos
muchas cosas en nombre de la religión, pero ¿responde lo que hacemos a lo que Jesús nos ha presentado
en todo este ‘sermón’, y sobre todo en las bienaventuranzas? ¿Qué respuesta estamos dando a la lucha de
los pueblos oprimidos durante tantos siglos y deseosos de liberarse?
214
La ilusión de pensar que basta para ser cristiano con hablar de Dios y cumplir una serie de ritos religiosos
es un funesto error contra el que nos avisa Jesús.
La fe verdadera, que lleva a una verdadera oración, se nota en la vida: se traduce en compromiso por la
construcción del reino de Dios. Esa oración que nos vuelve sordos al grito de los oprimidos no puede ser
oración.
Jesús critica duramente la actitud farisaica, que intenta vivir la fe sin transformar la propia vida. Es fácil
decir que creemos, pero la garantía de la fe verdadera no está sólo en lo que digan nuestros labios. Si
nuestra vida, nuestras obras, no están de acuerdo con nuestras palabras, ¿de qué nos sirve decir que somos
creyentes? Todo aquel que no planifique su vida y ayude a los demás, desde Dios, desde una perspectiva
de infinito y plenitud, aliena a la persona humana, la rebaja.
La fe es un proyecto de vida. Cuando rezamos aceptamos el plan de Dios sobre nosotros y sobre el
mundo, y tratamos de llevarlo a la práctica. Un plan que no puede ser otro que la búsqueda de más
justicia, más libertad, más paz, más verdad, más amor para todos.
La fe nos impulsa a un cambio radical de la vida. Sólo es cristiano el bautizado que lo demuestra con el
estilo de su vida: es pobre, misericordioso, lucha por la paz y la justicia...
La fe nos impulsa a nuestra realización personal y comunitaria. Cuánto más persona seamos, seremos
más comunidad. Nuestra meta, desde Cristo, es infinita: sólo seré libre cuando lo sea toda la humanidad,
sólo viviré la justicia y la verdad cuando llegue a todas las personas, sólo seré plenamente humano
cuando todo el mundo sea una gran fraternidad. Proyecto utópico, irrealizable del todo en esta vida. Por
eso necesito creer en el ‘más allá’, en el reino de Dios: un reino que se va construyendo aquí, pero que
tendrá su plenitud después. Esa plenitud da confianza y sentido a nuestras luchas de ‘aquí abajo’.
Lo único esencial en la vida de fe es el cumplimiento fiel de la voluntad de Dios. Sin esa condición, todo
lo demás que se haga carece de valor.
Que una persona se confiese creyente y cristiana, y llegue a ‘profetizar’, ‘echar demonios’ y ‘hacer
muchos milagros’, nada significa si su vida no responde a lo que Dios quiere de nosotros. ¿Es posible que
pueda darse esto en la práctica? San Pablo no niega esa posibilidad (1 Cor 13, 1-3).
Jesús se presenta como Juez supremo del mundo, como lo hará también en otros momentos (Mt 25, 3146), lo que tiene un gran valor para entender su mesianismo: se apropia uno de los atributos que el
antiguo Testamento consideraba exclusivo de la divinidad.
EDIFICAR SOBRE ROCA
El discurso de Jesús termina con una parábola, en la que compara a los hombres con las casas que
edifican: externamente parecen iguales; la diferencia se nota en los momentos decisivos: una se mantiene
firme, mientras que la otra se derrumba con gran estrépito.
Jesús habla de dos clases de personas que han oído sus palabras. La diferencia entre unas y otras está en
llevar o no a la práctica las enseñanzas escuchadas.
La casa representa a la persona misma. El ser humano es como una construcción: puede edificarse sobre
sólidos cimientos o sobre tierra movediza.
El primer caso se refiere al que oye y practica. Es el hombre prudente que edificó su fe sobre su vida.
Cuando llegan las horas de prueba y se multiplican las dificultades, cuando se hace necesario
215
comprometerse a fondo, cuando llegan los momentos límite en que hemos de optar por dar un paso más
hacia adelante, sin poder prever las consecuencias, o dejarlo todo... es cuando se va descubriendo si la fe
era verdadera o no, si estaba edificada sobre roca o sobre arena.
Sólo cuando la fe se asienta en la escucha sincera de la palabra y en su fiel cumplimiento, cuando nos
esforzamos por parecernos a la imagen y semejanza de Dios que somos, cuando las palabras de Jesús son
la base –la roca- de nuestra existencia, podemos tener cierta garantía de que el edificio está solidamente
edificado, al estar construido sobre las bienaventuranzas. En los momentos difíciles, que sin duda llegarán
al hombre de fe, resistirá.
El segundo caso es el del hombre necio que oye y no practica, del hombre en el que su ‘fe’ va por un
camino y su vida por otro. Es natural que su ‘edificio’ no resista los embates de las dificultades.
No se puede edificar sobre la mentira, la acumulación de bienes materiales, la opresión, la comodidad...
Este modo de vivir se acaba pagando caro, aunque parezca que sea el que triunfa.
Jesús nos descubre al hombre recio. Aquel que, desde el pueblo y a su servicio, vive de tal manera que el
estilo y la acción de su vida provoca la irritación de los poderes políticos, religiosos, militares,
ideológicos y económicos. Jesús es un hombre de acción metido de lleno en la trama de la vida diaria. Y
quiere que nosotros seamos como él, que se hizo ‘carne’, es decir, pueblo, historia, lengua, cultura...
El ser humano auténtico es completamente lo contrario a lo que se vive y valora: no es el rico, sino el
pobre; no es el pasivo, sino el luchador por la causa de la justicia; no es el que ríe, sino el que llora a
causa del sufrimiento humano; no es el bien visto por todos, sino el perseguido... Es el que vive el espíritu
del mensaje de Jesús, aun sin conocerlo.
Ser consecuente con la fe resulta doloroso e inquietante. Cuando se predica que vale más perderlo todo
que destruirnos, no es para fastidiar a nadie, sino para anunciar el camino de la liberación-salvación; el
camino de la verdadera vida.
Los cristianos tenemos que demostrar con la vida que queremos seguir a Jesús.
Es posible que nuestro cristianismo se haya desarrollado al margen del evangelio, al haberlo
fundamentado en una teología racionalista, en el derecho canónico y en una moral rayando –en ocasionesel ridículo. Es necesario que nos repitamos constantemente que el evangelio del reino es mucho más que
ser fieles a unas normas de comportamiento externo, porque implica un cambio profundo en el interior del
hombre y en toda la vida social. El momento de profunda transformación que vivimos es muy favorable a
este cambio de rumbo. Asumamos el momento y comencemos –o continuemos- por donde siempre
debimos caminar: por el estudio atento y sincero de las enseñanzas de Jesús y su puesta en práctica. Todo
lo demás puede ser hojarasca.
LOS DOS CAMINOS
“Moisés habló al pueblo diciendo:
-Meteos mis palabras en el corazón y en el alma, atadlas a la muñeca como
un signo y ponedlas de señal en vuestra frente.
Mirad: hoy os pongo delante maldición y bendición: la bendición, si
escucháis los preceptos del Señor vuestro Dios que yo os mando hoy; la maldición,
si no escucháis los preceptos del Señor vuestro Dios y os desviáís del camino que
hoy os marco, yendo detrás de dioses extranjeros que no habíais conocido.”
(Dt 11, 18. 26-28)
216
La primera lectura es como un resumen de la teología del Deuteronomio y de la escuela que lleva su
nombre y que incluye los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes: Yahvé muestra a su pueblo dos
caminos, el del bien y el del mal; haciendo ver que la vida, la felicidad y la bendición consisten en seguir
el camino del bien, mientras que el camino del mal supone la maldición, la insatisfacción y la ruina.
El camino de la maldición, además de en no escuchar los preceptos del Señor, lo concreta en ir detrás
de dioses extranjeros que no habíais conocido.
El pueblo de Israel se ha comprometido a elegir el primero de estos caminos: el de la bendición y la
felicidad. La felicidad, que es una bendición porque es el resultado de la vida que Dios comunica a su
pueblo. La insatisfacción es una maldición por el rechazo de esa vida ofrecida.
Esta visión optimista, que ensalza la libertad humana, es un estímulo a la fidelidad y un recuerdo del
compromiso con la alianza del Sinaí. Por eso, los autores de estos libros no se cansan de repetirnos la
importancia de la fidelidad a los preceptos de Yahvé, al cumplimiento de la ley. Preceptos que deben
tener presentes, incluso físicamente –muñeca, frente-, para no olvidarlos. La fe tiene que impregnar a toda
la persona, tiene que empapar toda la vida.
La palabra del Señor la acogemos con el corazón, que simboliza a lo más íntimo de nuestro ser, al que
quiere transformar y renovar. Desde el corazón, empapa toda nuestra vida. La fe es totalizante: nada
puede quedar fuera de su influencia.
SÓLO DIOS JUSTIFICA Y SALVA
“Hermanos: Ahora, la justicia de Dios, atestiguada por la Ley y los profetas, se
ha manifestado independientemente de la Ley.
Por la fe en Jesucristo viene la justicia de Dios a todos los que creen, sin
distinción alguna. Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios, y
son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención de Cristo
Jesús, a quien Dios constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su
sangre.
Sostenemos, pues, que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la
Ley.”
(Rom 3, 21-25. 28)
La segunda lectura nos presenta uno de los fragmentos de la carta a los Romanos más densos e
importantes de la teología de san Pablo: nos dice que somos justificados por la fe... gratuitamente por
su gracia. Una buena noticia para toda la humanidad, sin ninguna distinción, porque nos anuncia un
regalo de Dios absolutamente gratuito, que debemos acoger con palabras y con buenas obras, como nos
han dicho las otras dos lecturas de hoy. Sólo Dios justifica –‘hace justo’-, libera. El hombre no puede
justificarse.
Es este un aspecto fundamental del cristianismo: la salvación es un don, una gracia, un regalo.
Antes, Pablo nos ha presentado un panorama desolador sobre la realidad del pecado en el mundo, tanto
entre los paganos como entre los judíos. Un panorama agravado en estos últimos por el conocimiento que
tenían de la ley, con todos sus preceptos y prohibiciones. El ser humano, sea quien sea, es pecador y no se
puede salvar. La salvación está por encima de nuestras posibilidades; estaríamos irremisiblemente
perdidos si en nuestra salvación no hubiera intervenido la redención de Cristo Jesús, que nos salvó
gratuitamente, sin ningún mérito nuestro.
217
La mayor parte de las religiones han tratado de buscar mediadores que acerquen al hombre a Dios.
Moisés aparece en la ley y el culto judío como mediador de la alianza. Pablo declara que no se ha
conseguido la mediación buscada, y nos presenta a Jesucristo como el único mediador, no sólo en virtud
de la unión en su persona de las dos naturalezas, divina y humana, sino, y sobre todo, en razón de su
sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre.
En el ritual de la fiesta de la Expiación, el sacerdote derramaba la sangre de la víctima sacrificada (Lev
16, 14). Por esa sangre –símbolo de la vida- derramada, el pecador era ‘rescatado’ al poner esa sangre en
contacto directo con Dios. Cristo es propiciación porque es el lugar en que la sangre –la vida- humana
está en contacto permanente con Dios, ¡incluida la muerte! En la cruz se cumple la más extrema
separación –‘maldito el que cuelgue del madero’- de los hombres con Dios y, al mismo tiempo, la más
perfecta obediencia a Dios y la más completa solidaridad con la humanidad.
Esta redención se realizó de forma totalmente gratuita. La fe nos dice que Jesús murió por todos los
hombres; por lo que todos estamos ya justificados. La redención es únicamente obra de Dios, debida a su
iniciativa y bondad. Las buenas obras son el signo de estar ya justificados, porque la fe verdadera es la
que se abre a la obra de Dios, la acepta, la agradece y va produciendo frutos.
La justicia de Dios es salvadora, trabaja por establecer el derecho y la felicidad; fiel a la alianza, cumple
siempre sus promesas de salvación, aunque falte la respuesta humana, que siempre será insuficiente.
Signo de esta justicia divina había sido la liberación de los hebreos de la opresión egipcia y del destierro
de Babilonia, a pesar de ser y seguir siendo pecadores.
La justicia humana consiste en vivir como Dios quiere que vivamos: una vida conforme a la voluntad del
Padre.
Jesús es el único mediador: en él se realiza para siempre la ‘comunión’ –común unión- entre Dios y la
humanidad, al pertenecer, a la vez, a las ‘dos orillas’; al ser, a la vez, Dios y Hombre, el Pontífice
–puente- entre el cielo y la tierra, al que nosotros estamos unidos por la fe.
Pablo disocia la ‘justificación’ de la ‘salvación’. Para él, la justificación ya se ha producido en Jesucristo,
mientras que la salvación está reservada para el final de los tiempos y de la vida de cada uno (Rom 5, 9).
También afirma que estamos ya salvados en esperanza (Rom 8, 24). Para beneficiarse de la justificación,
no sirve ninguna obra de la ley: sólo la fe en Jesucristo –aunque sea implícita- permite llegar hasta ella.
Para beneficiarse de la salvación final son necesarias las obras (Rom 8, 3-4; 14, 10; 2 Cor 5, 10; Col 3,
25).
Dejemos la salvación en manos del Padre Dios y tratemos de vivir como seguidores de Jesús para tener
parte ya, ahora y aquí, de la ‘vida abundante’ (Jn 10, 10) ofrecida por Jesús.
218
DÉCIMO DOMINGO ORDINARIO
EL SEGUIMIENTO DE MATEO
EL CONOCIMIENTO DE DIOS
Parece que en la actualidad se han multiplicado las posibilidades de conocer a Dios. Los descubrimientos
científicos que se están haciendo constantemente sobre el cosmos, nos descubren, cada día más, una
inteligencia y un amor creadores que sobrepasan todas nuestras capacidades. Son multitud los libros que
nos hablan de él y de su obra. Tampoco escasean los programas religiosos en la radio y en la televisión, y
sobre la naturaleza en esta última. Sin embargo, no parece que el conocimiento del Señor haya
aumentado.
Porque, el ‘conocimiento’ de Dios, en sentido bíblico, implica una relación íntima, profunda, con él.
Indica un vínculo afectivo, más que unas ideas; una experiencia directa más que un saber cosas sobre él;
intimidad más que doctrina; común-unión más que cultura. Es un asunto del corazón, más que de la
mente; un deseo intenso y apasionado, más que una búsqueda intelectual; una necesidad de amar y un
compromiso con la humanidad, más que comprender. Un conocimiento que lleva, necesariamente, al
enamoramiento. Por eso, la vida de un creyente es capaz de presentarnos a Dios de forma más
convincente que todas las demostraciones y conocimientos teológicos y científicos.
Dejémonos instruir por los verdaderos expertos, que no son necesariamente los teólogos, ni los que
tienen la misión de enseñarnos, sino los que siembran en nosotros un deseo, una ‘nostalgia’.
Las lecturas de este domingo pueden resultar escandalosas para todos los que creemos conocer ya a Dios
y tenemos cimentadas nuestras vidas sobre una religión legalista, y que esperamos, a través del riguroso
cumplimiento de sus normas, acceder a la salvación-liberación. Somos los ‘buenos’, los cumplidores, que,
hoy como en los tiempos de Jesús, nos sentiremos escandalizados y defraudados, siempre que nos
tomemos la molestia de profundizar en los textos, cosa que difícilmente haremos, porque ya lo sabemos
todo. ¡Cómo necesitamos la constante conversión del corazón y de la mente al Dios de Jesucristo!
DIOS QUIERE UNA RELIGIOSIDAD MÁS INTERIOR Y SINCERA
“Esforcémonos por conocer al Señor:
su amanecer es como la aurora
y su sentencia surge como la luz.
Bajará sobre nosotros como lluvia temprana,
como lluvia tardía que empapa la tierra.
‘¿Qué haré de ti, Efraím?
¿Qué haré de ti, Judá?
Vuestra misericordia es como nube mañanera,
como rocío de madrugada que se evapora.
Por eso os herí por medio de profetas,
os condené con las palabras de mi boca.
Porque quiero misericordia y no sacrificios,
conocimiento de Dios más que holocaustos’.”
(Os 6, 3-6)
La religión de Baal, que fomentaba las pasiones humanas con su culto sensual, había invadido al pueblo
escogido. Aquellos templos llenos de sacerdotisas, que practicaban la prostitución sagrada como acto de
culto, satisfacían los bajos instintos y, a la vez, aseguraban la fertilidad de los campos, y la fecundidad de
los animales y de las personas.
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Oseas, que se había desposado con una de aquellas sacerdotisas fornicarias de Baal y a la que amaba
apasionadamente, fue abandonado por esta esposa incapaz de controlar sus malas costumbres. Y, aunque
consiguió ganar de nuevo su amor, su propia dolorosa experiencia le ayudó a comprender mejor al Señor,
que ama a su pueblo como a una esposa; un pueblo que también le ha respondido con su infidelidad.
Esforcémonos por conocer al Señor. Así empieza la primera lectura. Oseas nos ayuda a confirmar que
no conoce a Dios el que se limita a practicas religiosas, que tenemos que vivir la justicia y la misericordia
de forma permanente con el prójimo, porque es la manera que tiene Dios de comunicarse con nosotros.
El Señor no quiere ritos ni sacrificios vacíos, sino corazones llenos de amor, de ‘conocimiento’. Quiere
conversión verdadera para poder perdonar tanta infidelidad; quiere que su gran amor sea correspondido.
La lectura de hoy pertenece a una ceremonia de expiación y de penitencia, organizada por el pueblo, para
obtener el perdón de Dios. El profeta subraya la vacuidad de esta ceremonia, porque el arrepentimiento
del pueblo es superficial: como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora.
Oseas opone el conocimiento de Dios a los ritos celebrados sin fe y a la idolatría que toma a Yahvé por
lo que no es, al reducirlo a los límites humanos. El conocimiento intelectual no vale nada sin el descubrimiento del amor de Dios, tal como él se nos revela, y sin una entrega fiel a ese amor (Os 2, 21s; 4, 1s).
Dios se siente decepcionado por la escasa profundidad del amor de su pueblo. Es un pueblo superficial e
inconstante; vacío y ambiguo. Dios quiere una religiosidad más interior; la primacía de esta religiosidad
sobre todo el imponente aparato cultual y sacrificial.
Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios, más que holocaustos. Oseas condena el
sacrificio sin alma, sin amor y sin conocimiento de Dios; condena una liturgia sin influjo alguno sobre la
vida cotidiana y sobre las relaciones sociales. ¿No tienen mucho de esto nuestras celebraciones festivas?
LA LLAMADA A MATEO
“Vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado en el mostrador de los
impuestos, y le dijo:
-Sígueme.
Él se levantó y lo siguió.
Y estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que
habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:
-¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?
Jesús lo oyó y dijo:
-No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended
lo que significa ‘misericordia quiero y no sacrificios’: que no he venido a llamar
a los justos, sino a los pecadores.”
(Mt 9, 9-12)
El evangelio nos narra la comida que reunió a Jesús y sus discípulos con muchos publicanos y pecadores,
inmediatamente de la llamada de Mateo a seguirle.
El relato de la vocación de Mateo le sirve a Jesús para afirmar el amor de Dios a los pecadores, a los
impuros y marginados, a los débiles y más necesitados de cariño y, a la vez, para desenmascarar la
hipocresía de los que se creen impecables.
Mateo coloca su conversión entre las narraciones de milagros, porque sabe que el mayor milagro es
siempre una conversión; porque ha experimentado hasta qué punto la llamada inesperada, desconcertante,
transformadora de Jesús, ha sido para él camino de vida verdadera.
220
Mateo, que pertenece a una clase social despreciada por los judíos por colaborar con la ocupación
romana y obtener así ventajas económicas, es incluido por Jesús en el grupo de los Doce. A los
pescadores se les une ahora uno a quien se le niega el saludo. Se ve de nuevo la predilección del Maestro
por los despreciados de la sociedad.
Con el paso del tiempo, Jesús fue constatando que eran los marginados los que lo seguían, mientras los
‘piadosos’ le atacaban, y no pararon hasta acabar con él en la cruz. Quizá algún día nos convenzamos de
que ahora está pasando algo parecido: ¡Cuántos no creyentes están demostrando hoy, con sus obras a
favor de la justicia, su fe en el Dios de Jesús!
El proceso personal real de la conversión de Mateo lo desconocemos. Pero sí sabemos que por pasarse al
bando de Jesús, que es el bando del pueblo de los pobres, dejó el empleo, su modo de vida, por ser
incompatible con el seguimiento del joven profeta. Era un ‘ciego’ y un ‘paralítico’, ya que su horizonte se
limitaba al dinero, atado a su mesa, a su oficio, a su ambiente. De todo se vio libre y pudo empezar una
nueva vida. Sigue a Jesús, acoge su palabra, dejando sus propias seguridades.
Creen en Jesús los que siguen sus pasos, los que ponen en práctica sus ideales, porque sólo siguiéndole se
le puede ir entendiendo y comulgando con su vida.
Ser cristiano es tener la experiencia personal de sentirse llamado a seguir el camino de vida de Jesús. Un
camino-seguimiento que hemos de reiniciar cada día, abiertos a lo que pueda pedirnos.
JESÚS COME CON PECADORES
Para celebrar el acontecimiento de su llamada y de su decisión de seguir a Jesús, Mateo celebró un
banquete, al que invitó a sus compañeros y amigos; a publicanos y pecadores.
En el mundo oriental antiguo, comer con otro era tenido por un gran honor y expresión de confianza e
intimidad. Entre los judíos era el signo más valioso de amistad y comunión, no sólo a un nivel humano,
sino también en el plano religioso: indicaba de alguna manera comunidad ante Dios. Por eso, los judíos
evitaban comer con los miembros del pueblo considerados como pecadores. Comer con ellos era entrar en
profunda convivencia con los pecadores; era como asumir y aceptar su modo de vivir. Los fariseos sólo
comían en las casas en las que era seguro que se cumplían todas las complicadas normas rituales de rezos,
abluciones... cosa poco probable en casa de un publicano. Comer con publicanos era un gran escándalo.
Jesús se comporta de forma distinta, no se avergüenza de convivir en esta sociedad equívoca. Se
encuentra bien en ella; no teme quedar impuro según la ley.
¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores? Los fariseos, gente de mente
estrecha y corazón endurecido, nunca han comprendido la actuación de Jesús. Se asombran ante los
discípulos de que su Maestro coma con tales sujetos.
Los fariseos, como tantos de nosotros, estaban seguros de conocer a Dios. No se planteaban el problema
de si el Dios que adoraban, que imponían a los demás y al que obedecían, era el verdadero o un
sucedáneo. No se planteaban si lo que ellos presentaban era ‘voluntad de Dios’ o expresión de sus
frustraciones, conveniencias, miedos, mezquindades, incapacidad de amar a sus semejantes. No tenían la
menor duda sobre lo que ofrecían a Dios. Habían decidido que a Dios le agradaba precisamente ‘eso’, a
pesar de tener en contra a los profetas. Lo saben todo y no han aprendido nada. Siguen, impertérritos,
exhibiendo lo que hacen; no intuyen que el amor exige el don de sí mismos, más que actos externos. Han
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decidido que Dios es como a ellos les gusta. Lo han ‘encarcelado’ en sus mezquinos esquemas, en sus
estrechas categorías morales y en sus leyes polvorientas, llenas de antiguallas.
Les escandaliza que Jesús se siente a la mesa de los pecadores, porque eso contradice su idea de un Dios
que se complace únicamente con la compañía de los buenos, de los piadosos, de los virtuosos, que,
evidentemente, son ellos. Han establecido cómo tiene que ser Dios: a imagen y semejanza de ellos. Le
han impuesto sus gustos, su sectarismo. No aceptan a un Dios que busque a los perdidos.
No necesitan médico los sanos... Los fariseos no creen que ellos necesiten médico. Lo que ellos hacen
es exactamente lo que Dios quiere. Se apoyan en su propia justicia, la que viene de la ley interpretada por
ellos, y que tantos beneficios les acarrea.
La actitud de estos ‘justos’ recuerda la de los obreros de la viña llamados a primera hora (Mt 20, 1-16), la
del hijo mayor celoso de la bondad del padre con su hijo pequeño (Lc 15, 11-32), la del fariseo que paga
con justicia hasta el más pequeño diezmo (Lc 18, 9-14).
Cristo opone esta justicia, reducida a sacrificios, su religión basada en la misericordia. Cita a Oseas, al
recordar que los profetas ya han rechazado el valor de los ritos (primera lectura), incluso los realizados
con perfección, y alabado la religión del amor.
NUESTRAS CELEBRACIONES EUCARÍSTICAS
El número de comidas celebradas por Jesús con pecadores, que el padre del hijo menor celebre su vuelta
con un banquete (Lc 15, 22-24), su actitud con Judas en la última cena (Mt 26, 20-25) y su gesto de
ofrecerse en el pan y en el vino para el perdón de los pecados (Mt 26, 28), manifiestan la conciencia de
los primeros cristianos respecto a la Eucaristía como sacramento del perdón (Mt 18, 1-18). Después se
perdió de vista el vínculo existente entre los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia, haciendo de
éste un mero rito de purificación antes de la acción sagrada, como si la Eucaristía no tuviera esencialmente poder para perdonar.
Es importante que la teología y la pastoral estudien la forma para volver a celebrar la Acción de Gracias
‘en remisión de los pecados’. ¿No lo están pidiendo los fieles con su actuación de comulgar cada vez más
y confesarse cada vez menos?
TODO COMENZÓ CON LA DECREPITUD DE DOS ANCIANOS
“Hermanos: Abrahán, apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza,
que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: ‘Así
será tu descendencia’.
No vaciló en la fe, aun dándose cuenta de que su cuerpo estaba medio muerto
-tenía unos cien años- y estéril el seno de Sara.
Ante la promesa no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe por la gloria
dada a Dios al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo
cual le fue computado como justicia.
Y no sólo por él está escrito: ‘Le fue computado’, sino también por nosotros a
quienes se computará si creemos en el que resucitó de entre los muertos, nuestro
Señor Jesucristo, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado
para nuestra justificación.”
(Rom 4, 18-25)
Durante 16 domingos (del 9 al 24) leeremos, como segunda lectura, la carta a los Romanos, en este ciclo.
Con la lectura de hoy, Pablo termina su análisis de los lazos de unión que existen entre la justificación y
la fe, a partir del ejemplo de Abrahán (Rom 4). Ha demostrado que éste era ‘pecador’ en el momento de
222
su justificación y llamado a ser padre de una multitud antes de ser circuncidado y de haber observado las
obras de la ley. Por tanto, la fe sola le ha ‘justificado’. ¿Qué fe es ésta?
Es, en primer lugar, una ‘esperanza más allá de toda esperanza’. La fe del patriarca se mantuvo en la
seguridad de que Dios puede suspender las leyes fijas de la naturaleza para crear un futuro nuevo e
inesperado. De esta manera, Abrahán se ha fiado de Dios como de Aquel que puede renovarlo todo.
Como creyente, Abrahán no ha dirigido su mirada hacia su estado físico, que contradecía su esperanza,
sino que ha superado esta contradicción confiando en que Dios es capaz de sobrepasarlo.
En segundo lugar, la fe del patriarca se apoya fundamentalmente en el mismo Dios, más que en el
contenido de la promesa; está ligada a Aquel que hace la promesa, más que a lo que había prometido. Por
eso podrá, más adelante, liberarse del objeto de la promesa –su propio hijo-, sin dudar de que Dios, que
prometió, cumplirá fielmente lo prometido.
Finalmente, Pablo ve en esta fe un tercer componente: la fe en la resurrección, la fe en el Dios que ha
resucitado a Jesús. Es imposible creer en el milagro o en la resurrección sin el acto previo de confianza en
el que realiza estos milagros. Dando vida al cuerpo apagado de Abrahán, Dios anticipa algo de la
resurrección de Jesús: el ‘Isaac’ que nace siendo ya viejo Abrahán y estéril Sara puede ser comparado a
Jesús resucitado de la muerte. Ambos se relacionan por la fe idéntica que suponen.
La fe de Abrahán se consolidó en la inseguridad, en la contradicción. No pretende garantías
suplementarias: le basta con la promesa de Dios
Esta fe-esperanza no sigue la línea de nuestras esperanzas, que se basan en el cálculo de probabilidades.
La verdadera esperanza se ve siempre desmentida por la ‘experiencia’ humana; burlada por los cálculos
prudentes y por la realidad más brutal
Es interesante constatar que todo comenzó en la decrepitud de dos ancianos: Abrahán y Sara; que todo
arranca en una total impotencia humana. Todavía más paradójicamente, en el nuevo Testamento, la vida
nace y celebra su máximo triunfo sobre la muerte en un sepulcro. Cuando los humanos dejamos de estar
seguros sobre la historia que nosotros podemos construir, se manifiesta la fuerza de la resurrección.
¿Cuándo experimentemos nuestra incapacidad radical, será cuando podremos dejar actuar al Padre?
223
UNDÉCIMO DOMINGO ORDINARIO
SITUACIÓN DEL PUEBLO AL QUE JESÚS ENVÍA A LOS DOCE
EL SUFRIMIENTO DE LAS VÍCTIMAS
Opresiones y avasallamientos de las grandes potencias económicas, apoyadas en los militares, sobre los
países pobres, con el fin de mejorar sus niveles de vida, con el resultado de millones y millones de
muertos de hambre en el tercer mundo; violencias de todo tipo, terrorismos, embargos económicos a
pueblos que viven en la miseria, emigraciones masivas de los países pobres a la búsqueda de una vida
humana digna, abortos, injusticias, sectarismos... ¿Cuánto tardará en explotar la ‘bomba’ que con tanta
ceguera están propiciando los dirigentes del llamado primer mundo? ¿Cómo podemos soportar que el
mundo ‘funcione’ así? ¿Será por nuestra increíble inconsciencia? ¿Cuándo se querrá tener en cuenta el
sufrimiento de las víctimas, que siempre serán los más inocentes y los más pobres?
Nunca como en esta época de la globalización y de la liberación de los grandes capitales –únicos que
pueden circular por todo el mundo con plena impunidad- se experimenta con más crudeza las palabras
lapidarias de Jesús en el sermón de la montaña: ‘No podéis servir a Dios y al dinero’ (Mt 6, 24); es decir,
a lo que ambos representan.
¿Qué democracias son las nuestras que dejan libertad a los grandes capitales y multinacionales para que
actúen como lo están haciendo? ¿Son democracias para enmascarar la ‘ley de la selva’ en la que vivimos?
Sólo el recuerdo del sufrimiento de los inocentes nos puede humanizar; porque este sufrimiento desafía
cualquier teoría del ser humano, cualquier filosofía, política o religión que no lo tome en serio. Es
inhumano todo planteamiento de una causa que trivializa el sufrimiento de las víctimas.
De ahí la importancia de escuchar no sólo al que razona o al que reza, sino, y sobre todo, al que sufre.
Cuando el pensamiento olvida el sufrimiento concreto de las personas, la humanidad corre peligro.
Cuando la política utiliza el sufrimiento humano como estrategia, degrada su propia causa. Cuando la
religión vive de espaldas a los que sufren, se deshumaniza. Cuando la Iglesia no se acerca a ellos, se aleja
del Crucificado.
Sólo la preocupación por los que sufren revela la verdad de nuestra defensa del ser humano. Sólo
haciendo nuestra su causa nos hacemos humanos y cristianos; y hacemos ‘creíbles’ nuestras democracias.
JESÚS NO SOPORTA EL SUFRIMIENTO DE LOS PUEBLOS
“Al ver Jesús a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban
extenuadas y abandonadas, ‘como ovejas que no tienen pastor’. Entonces dijo a
sus discípulos:
-La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad,
pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.
Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus
inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.
Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, el llamado
Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y
Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el
fanático, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
-No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a
las ovejas descarriadas de Israel.
224
Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos,
resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad
gratis.”
(Mt 9, 36-10, 8)
El capítulo diez de Mateo es el documento fundamental de la misión de la Iglesia para todos los tiempos.
Está dirigido a los doce apóstoles, que son el ideal de todo verdadero discípulo. En él deben inspirarse
siempre la Iglesia y todas las comunidades cristianas, si queremos ser fieles continuadores del Maestro.
Al contrario que los rabinos de su tiempo, que se rodeaban de discípulos en una escuela o a las puertas de
una ciudad, Jesús quiere ser un maestro itinerante. No tendrá discípulos para razonar con ellos, sino para
hacerles compartir sus recorridos misioneros y atraer su atención hacia las masas sufrientes y
abandonadas a las que quiere ayudar para que se liberen. Quiere que su misión evangelizadora sea una
obra de ‘compasión’ (padecer-con) y de misericordia para con los pobres, los enfermos y los pecadores,
de los que ni sacerdotes, ni fariseos, ni rabinos se preocupaban.
Jesús dedicará su tiempo y sus fuerzas a predicar en las sinagogas y, sobre todo, a liberar del sufrimiento
y de la enfermedad a los doblegados por cualquier tipo de mal.
Este texto es de los pocos pasajes que nos muestran los íntimos sentimientos de Jesús, que se compadecía
de las gentes porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor.
Jesús, cuando ve a las gentes, ve a cada uno de los individuos. No le interesa tanto la gente como las
personas que la componen. Cada una con su rostro, con su nombre y con su historia. La gente, para él, es
la ocasión para entablar una relación ‘única’ con cada persona; su amor rodea de cariño a cada individuo.
Con él no hay peligro de caer en el anonimato, en el montón. Cada uno existimos ante él con nuestros
problemas, dificultades, extravíos, esperanzas.
Jesús expresa su sentimiento por la falta de apóstoles, de enviados, ya que la mies es abundante, pero
los trabajadores son pocos. Una oración que tiene hoy especial actualidad ante la crisis de vocaciones.
Hay pocos obreros, pocas personas que se dediquen, como único fin de sus vidas, a la ayuda a los demás.
Hoy se dan, también, junto a la ausencia de verdaderos pastores, casos de pastores sin fieles; es decir, con
‘fieles’ que les requieren para menesteres ajenos a su verdadera misión. ¿No entran aquí la mayoría de
nuestras celebraciones de sacramentos?
Cuando los pastores no somos como deberíamos ser, cuando las estructuras sofocan la vida, cuando no
educamos para el ejercicio de la libertad, cuando se tiene miedo a la conciencia, cuando no queda espacio
para una verdadera creatividad... entonces los cristianos reflexivos tendrán la impresión de que no tienen
pastores, sino funcionarios.
Rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies. Jesús nos invita a orar; ésta será
siempre la primera actividad para el que haya tomado conciencia de la realidad humana y de la propia
incapacidad.
La oración de Jesús brota de su compenetración con las necesidades del pueblo, ante las que se siente,
con frecuencia, impotente. Es una oración que nace espontáneamente en las personas que se hacen
pueblo.
225
Toda oración cristiana, si es verdadera, es misionera; consecuencia del deseo de la venida del reino de
Dios, de la imposibilidad de soportar que el mal siga triunfando y los oprimidos sufriendo. Una oración
que lleva, inevitablemente, a un serio compromiso con la justicia.
También debemos rezar por los pastores que se sienten solos e inútiles, y viven desalentados ante el
vacío que se amplía de una manera cada vez más intensa en torno a lo que representan.
LES DA PODER SOBRE TODO MAL
Mateo nos da la lista de los doce no en el momento en que Jesús los llama (Mc 3, 16-19; Lc 6, 14-16),
sino cuando los envía. Se manifiesta más sensible a la misión de los apóstoles que a su vocación.
En pocas palabras nos señala los cuatro aspectos que debe tener este envío: curar todo mal, limitarse al
pueblo de Israel, anunciar el reino de Dios y hacerlo gratuitamente.
Les ordena que se limiten a Palestina. No deben ir a los gentiles ni a las ciudades de los samaritanos. Ya
les llegará el momento después de su muerte y resurrección.
El reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad
demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis.
Llevad la esperanza a los enfermos, a los pobres, a los que sufren, a los necesitados, a los que dudan de
que Dios viva en este mundo que nos hemos fabricado... Dad testimonio de la salvación del Padre, de la
cercanía de su reino de libertad y de justicia, de amor y de paz. Esta cercanía hace posible que Dios pueda
reinar en el corazón de las personas. En esta cercanía estaba sintetizado todo. Lo absoluto es el reino de
Dios: su presencia misteriosa en medio de los hombres. Jesús quiere que los suyos introduzcamos en el
mundo una experiencia pura de amor. No deben atraer a los abandonados sólo para compadecerlos, sino
para comunicarles que alguien les ama gratuitamente.
Deben despertar la conciencia del pueblo a la realidad de un reino que tiene que irse manifestando poco a
poco en este mundo. Una vez despertado, el pueblo tiene que luchar para sanearlo todo desde la raíz.
Les da poder contra todo lo que impide al ser humano vivir como tal. Invita a modificar sustancialmente
la manera de pensar y de vivir; a convertirse. Sacarán a la luz la mentira, la ambición, la hipocresía. Por
eso deberán contar con la oposición de los que se sientan perjudicados.
Gratis habéis recibido, dad gratis. La proclamación del reino debe quedar libre de toda codicia, de toda
retribución. Jesús les comunica gratuitamente sus dones y así deben transmitirlos. El enviado debe ser el
hombre de lo absoluto, el que lo dé todo, el que realice las empresas más imposibles. Debe demostrar que,
cuando uno se decide en serio a hacer algo importante, sólo tiene derecho a descansar después de haberlo
realizado. Que cuando se acepta un compromiso es para cumplirlo totalmente, cueste lo que cueste. Que
un camino, aunque sea muy difícil, se ha hecho para caminar por él, nunca para acampar. Que un
discípulo cargado de ‘equipaje’ se hace sedentario, conservador, incapaz de caminar.
¿Quién era Aquél que sanaba las enfermedades y dolencias del pueblo? Era una esperanza, una luz, una
llamada. ¡Por fin!, en medio de los hombres había uno que era bueno, y hacía buenos a todos los que,
buscándole en lo más profundo de sus corazones, se iban encontrando con él en los aconteceres de la vida
diaria. Compartía lo suyo, amaba sin esperar nada a cambio, no se vendía a nada ni a nadie, luchaba por la
libertad y la justicia para todos. Fue asesinado, pero murió limpio. Con él nació la mayor esperanza.
226
LA VERDADERA OBEDIENCIA ES FRUTO DE LA PLENA LIBERTAD
“Los israelitas, al llegar al desierto del Sinaí, acamparon allí, frente al monte.
Moisés subió hacia Dios. El Señor le llamó desde el monte diciendo:
-Así dirás a la casa de Jacob y esto anunciarás a los israelitas: ‘Ya habéis visto
lo que he hecho con los egipcios y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de
águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi
alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía
es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.”
(Éx 19, 2-6)
El pasaje que leemos como primera lectura sirve de introducción al acontecimiento central del Éxodo: la
alianza del Sinaí, la elección del pueblo hebreo. Un texto posiblemente introducido al principio de la
sección Éx 19-24, por un autor del siglo IV o III a.C. y que imagina al pueblo de Israel situado ante el
resto de naciones del mismo modo que la casta sacerdotal frente a las tribus del pueblo elegido. Todas
estas tribus pertenecían a Yahvé, pero sólo los sacerdotes se acercaban a él; es decir, toda la humanidad es
propiedad de Dios, pero sólo el pueblo hebreo puede encontrarse con él en la liturgia y en la palabra,
representando a la humanidad, y ser signo de los designios de Dios ante todas las naciones.
Yahvé ha elegido a Israel y lo ha llevado, a través del desierto, hasta el Sinaí para hacer allí una alianza
con él. La alianza no es un contrato bilateral, aunque contenga obligaciones recíprocas: sólo Dios tiene la
iniciativa, sólo él ha hecho todos los preparativos. La alianza tampoco es algo ya definitivo: todo se
describe en el tiempo futuro: seréis mi propiedad personal... seréis para mí... La alianza es el comienzo
de una relación, con todo lo que esto implica de compromiso y de historia.
Israel se detiene al pie de la montaña y Dios le interpela a través de Moisés; Dios le ayuda a descubrir el
sentido de los acontecimientos que ha vivido. Todos tienen que tomar conciencia de que pertenecen a un
pueblo. Yahvé les avanza su propia propuesta: Si de verás escucháis mi voz y guardáis mi alianza...
seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa. Dios informa al pueblo hebreo de su
proyecto, de su sueño: ‘Si queréis... podremos hacer juntos grandes cosas’.
Dios no impone nada. La suya es siempre y sólo una invitación. Dios ha roto ya las cadenas, sacándolos
de Egipto. Ahora, si el pueblo está de acuerdo, podrá permanecer libre perteneciéndole sólo y totalmente
a él, descubriendo y viviendo su propia vocación de ser humano, imagen de la Trinidad.
Esta elección comporta una separación que se realiza, ante todo, en un estilo de vida especial, signo de la
voluntad de salvación-liberación de Yahvé sobre los seres humanos.
También nosotros debemos interrogarnos; interpretar los acontecimientos que vivimos. ¿No descubrimos
la mano de Dios detrás de algunos hechos decisivos en nuestra vida personal, en la Iglesia y en la
humanidad? Si hemos llegado hasta aquí, es porque él nos ha llevado sobre alas de águila.
El águila no lleva siempre su nidada sobre las alas. Les hace experimentar la altura para que aprendan a
volar. Un buen ejemplo para entender que Dios nos atrae hacia sí, pero también quiere que corramos
nuestros propios riesgos; no quiere suplantarnos; quiere que asumamos cada uno nuestras propias
responsabilidades; no nos infantiliza, sino que quiere que seamos adultos y nos portemos como tales; está
presente, dejándonos solos; nos protege reforzando nuestras alas. Sólo le obedeceremos de verdad cuando
nos hagamos criaturas libres.
227
LA JUSTICIA DIVINA ES DE OTRO ORDEN QUE LA HUMANA
“Hermanos; Cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado,
Cristo murió por los impíos; -en verdad, apenas habrá quien muera por un justo;
por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir-; mas la prueba de
que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió
por nosotros.
¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él
salvos de la cólera!
Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de
su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos
salvos por su vida!
Y no sólo eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor
Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.”
(Rom 5, 6-11)
En los versículos anteriores a la segunda lectura (Rom 5, 1-5), Pablo nos enseña que la justificación ya
está conseguida. La prueba de ello está en la obra de amor que el Espíritu realiza actualmente en nosotros.
Pero estos hechos no nos eximen de esperar, sino que le dan a la esperanza un sentido insospechado para
los judíos, para los que la justificación era un don del futuro.
El mismo argumento reaparece en el texto de hoy, pero con un enfoque y un vocabulario nuevo: la
‘historia de la salvación’ se apoya en tres hechos: uno pasado: la muerte voluntaria de Cristo por los
pecadores (vv 6-8); otro presente: la reconciliación obtenida por esta muerte da fruto ya en esta vida (vv
10-11); y, tercero, la garantía de un acontecimiento futuro: Dios dará su vida y su gloria a personas ya
reconciliadas con él, puesto que el Hijo murió por ellas (v 10b). Lo esencial, pues, ya está hecho, desde
ahora.
La vida religiosa de Israel estaba orientada hacia el juicio futuro de Yahvé, que traería la recompensa
para los buenos y el castigo para los malos. El cumplimiento de la ley les colocaba a ellos del lado de los
buenos y su justicia aparecería claramente en el juicio de Dios.
Pero el pueblo elegido hará unos descubrimientos desconcertantes: la justicia ‘justificante’ de Dios no
responde a los esquemas de la justicia distributiva de los humanos. Ante Yahvé, no podemos presentar
ningún derecho. El amor de Dios puede salvar al pecador y justificar al justo.
Cristo ha vivido los dos tipos de justicia: ha observado la justicia de la ley, resumiéndola en el amor, y ha
contribuido con su perdón a la justificación de la humanidad. El cristiano no está ya, como el judío,
orientado hacia un juicio último de tipo distributivo. Para nosotros, la justicia de Dios ya ha reconciliado a
la humanidad con él.
228
DOMINGO DUODÉCIMO ORDINARIO
EL TEMOR PARALIZA
HABLAR CLARO Y SIN TEMOR
“Dijo Jesús a sus apóstoles:
-No tengáis miedo a los hombres porque nada hay cubierto que no llegue a
descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse.
Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que os digo al oído
pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma.
No; temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par
de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo
disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis
contados. Por eso, no tengáis miedo, no hay comparación entre vosotros y los
gorriones.
Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su
parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo
negaré ante mi Padre del cielo.”
(Mt 10, 26-33)
Seguimos leyendo el ‘segundo gran discurso del evangelio de Mateo’. En el texto de hoy, el evangelista
reúne sentencias de Jesús pronunciadas en momentos distintos; palabras que encuentran su unidad en la
enumeración de las dificultades y contradicciones que encontrarán los discípulos en su misión. Señala
cuatro: no deben tener miedo a la oposición que tendrán de parte de los hombres, como la está teniendo
él; la obligación de éstos de extender su mensaje; la confianza en la providencia de Dios y la recompensa
que obtendrán por su trabajo.
Para Mateo, la proclamación del evangelio debe contar siempre con la persecución, porque la edificación
del reino de Dios y su trascendencia no puede hacerse sin el desgarramiento del corazón humano y sin la
oposición de un mundo que cree bastarse a sí mismo. Entre los intereses mundanos y los ideales de
Jesucristo, la oposición o enfrentamiento es inevitable. Los que practiquen las bienaventuranzas
-¿cuántos?- serán discutidos irremisiblemente al presentar un modo de vivir opuesto a la sociedad
‘facilona’ y consumista. La oposición no será contra todos los bautizados, sino contra los que intenten
vivir de acuerdo con las palabras y la vida del Maestro; siempre que éstas salgan ‘a la luz’, se hagan
manifiestas –en pleno día, desde la azotea-.
El pasaje parece encontrar su unidad en la invitación a no caer en el temor. Por tres veces nos dice: no
tengáis miedo... Y nos da tres razones: la primera, la certeza de que la obra de Cristo, todavía en
embrión, llegará a convertirse en pública y espectacular: el escaso éxito actual no puede desanimarles; la
segunda, el hecho de que la ‘vida’ –el alma, el camino hacia la plenitud- no puede ser perjudicada por la
persecución: proviene sólo de Dios y los humanos no pueden nada contra ella; la tercera, la seguridad de
que el Padre vela por todos los seres, incluidos y principalmente los más débiles, y con mayor motivo por
los que dan testimonio con sus vidas de Jesús como Mesías.
Las persecuciones son las consecuencias lógicas de ser seguidores de Jesús; teniendo claro que no todas
las que sufre la Iglesia o los llamados cristianos lo son contra el Evangelio. Es importante constatar qué
grupos persiguieron a Jesús en su vida pública y cuáles no, y si nos sucede ahora lo mismo a nosotros y a
la Iglesia. Es un termómetro muy interesante... porque una misma doctrina debe provocar siempre una
229
misma reacción, a favor o en contra. ¿No tuvo –y tiene siempre- gran peligro la institución eclesiástica de
perseguir a los seguidores más fieles de Jesús, como lo hizo el sanedrín?
Serán perseguidos hasta en nombre de Dios, como lo fue Jesús... ¡Y asesinados! (Jn 16, 2). Pero el alma,
nunca.
Jesús nos presenta un futuro para sus seguidores muy parecido al de Jeremías, que veremos en la primera
lectura. El apóstol cristiano desarrolla su misión en medio de una sociedad que camina en otra dirección.
Es normal que choque con oposiciones, incluso furibundas, que sea criticado, amenazado, calumniado,
obstaculizado en su tarea. Siempre habrá alguien que quiera reducirlo al silencio, quitarlo de en medio,
cuando se crea perjudicado en sus intereses personales. Pero él no debe vacilar, sino hablar con toda
franqueza. Debe tener el coraje de atestiguar a favor de Cristo sin temor a los riesgos.
Sólo el que está animado por una gran pasión y no intenta fáciles consentimientos o ventajas personales,
conseguirá recorrer el camino de Jesús hasta el final, aunque el precio que tenga que pagar sea muy alto.
Únicamente debe tener en cuenta el juicio de Dios, que, al ser tan tardío, le hará vivir en una constante
inseguridad. Dios está cerca y sostiene siempre al que trata de serle fiel.
La pureza de fines, la transparencia en los medios, la ausencia de intereses personales, la integridad del
mensaje... constituyen una garantía de apoyo por parte de Dios. Cuando resistamos a la tentación de
dejarnos llevar por la facilidad, por los ingresos económicos, por el éxito y la popularidad, el Señor
estará de nuestra parte.
TEMER A LOS QUE ‘FACILITAN’ LAS COSAS
El peor de los consejeros del ser humano es el miedo, porque produce parálisis, opresión, injusticia.
No podemos dejarnos guiar por el miedo. Nuestra sociedad burguesa está basada, en gran medida, en el
miedo, un miedo muy refinado, muy sutil. Pero un miedo que produce parálisis incluso en la fe. ¿A
cuántos hoy les da vergüenza decir que son cristianos? La presión del miedo bloquea al que la padece.
Es lo que sucede en nuestra sociedad: los adolescentes sometidos a las leyes de las pandillas, de las
marcas en la ropa y calzado, en las diversiones, en los modos de ser y de comportarse, sin poderse salir de
los ‘cánones’ para no verse marginados; el miedo a perder el puesto de trabajo; los padres, abdicando de
sus responsabilidades para no verse señalados con el dedo... Por eso, todos luchan, en esta economía
capitalista, por estar, como sea, dentro de la ‘alambrada’ del consumo y de la permisividad, marcada por
el dinero.
Ante el miedo a perder sus posiciones, muchos se prestan a lo que sea, paralizando sus sueños, su
libertad y su fe, vendiéndose al mejor postor. Sólo los que confían en el Señor encuentran la liberación y
la salvación; sólo esos van comprendiendo estas palabras: ‘El miedo llamó a la puerta; la fe fue a abrir... y
no había nadie’.
La batalla contra el miedo estará siempre por ganar en la historia de la humanidad, porque siempre habrá
mucho miedo a quedarse fuera, a que sean dañadas las seguridades sobre las que vivimos.
En resumen, tenemos que temer a los que ‘facilitan’ las cosas.
No debemos temer meternos por caminos solitarios y arriesgados. Fiados en Jesús, sintámonos seguros
en la inseguridad y en la indefensión. Rechacemos toda complicidad con la injusticia, todo intento de
sustituir el profetismo por la política o las prácticas religiosas.
230
La ‘persecución’ adopta en la actualidad formas indoloras, asépticas, sometiendo a las colectividades a
‘anestesia total’. El narcótico tiene un gusto y un olor agradable: se llama éxito, carrera, dinero,
comodidad, producto interior bruto (PIB)... todo ello manipulado por la, cada vez más extendida, ‘telebasura’.
Algunos valores fundamentales -como la oración, la contemplación, el silencio, la humildad, el
compromiso, la fidelidad...-, ya no tienen lugar en nuestra sociedad; se pueden suprimir sin más, porque
además estorban y son fastidiosos.
Vivamos en guardia contra todos los que, sin recurrir a métodos violentos, adormecen nuestra conciencia
hasta hacerla inservible.
NINGÚN PROFETA TRIUNFÓ EN SU VIDA
“Dijo Jeremías:
-Oía el cuchicheo de la gente:
‘Pavor en torno;
delatadlo, vamos a delatarlo’.
Mis amigos acechaban mi traspié:
‘A ver si se deja seducir y lo violaremos,
lo cogeremos y nos vengaremos de él’.
Pero el Señor está conmigo,
como fuerte soldado;
mis enemigos tropezarán
y no podrán conmigo.
Se avergonzarán de su fracaso
con sonrojo eterno que no se olvidará.
Señor de los ejércitos, que examinas al justo
y sondeas lo íntimo del corazón,
que yo vea la venganza que tomas de ellos,
porque a ti encomendé mi causa.
Cantad al Señor, alabad al Señor,
Que libró la vida del pobre de manos de los impíos.”
(Jer 20, 10-13)
Profeta es el que habla a los hombres en nombre de Dios; el que pregona en público lo que antes ha
experimentado en la intimidad con Dios. Y, como su mensaje es de Dios, con demasiada frecuencia será
molesto para los humanos porque viene cargado de exigencias. Y nosotros no ahorraremos medios para
ridiculizarle o amedrentarle. Y es que todo lo verdadero, como exige compromiso, tiene mala ‘prensa’.
El profeta nunca está seguro de que sus palabras coinciden con lo que Dios quiere, lo que agrava su
situación: sus contemporáneos no los aceptan y Dios guarda silencio.
Cuando anuncian calamidades o ponen en duda nuestras costumbres –incluso religiosas- más arraigadas,
sus palabras no son acogidas; son perseguidos y se les trata de eliminar.
Así pasó con Jeremías que, en la primera lectura, nos describe la situación conflictiva en que se
encuentra, su desgarrador drama interior. Ha sido perseguido, incluso por sus familiares y amigos. Ha
sido maltratado y torturado, humillado, espiado; y, como si esto no bastara, siente sobre sí el silencio de
Dios, la soledad y el abandono.
En esta desoladora situación, tiene un momentáneo rayo de luz: El Señor está conmigo. Y da gracias a
Dios, porque no abandona a los que se mantienen fieles a él. Se niega a defenderse, a justificarse: a ti
encomendé mi causa.
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Ante la dureza de su destino, Jeremías escribió sus ‘Confesiones’, género literario nuevo en Israel, eco de
los dramas provocados por el llamamiento de Yahvé a su delicada personalidad (Jer 16, 1-13...). La
lectura de hoy es una brevísima muestra de esas confesiones autobiográficas, situada entre las palabras en
que el profeta maldice el día de su nacimiento (Jer 20, 14-18) y de las que compara la llamada de Dios
con una ‘seducción’ (Jer 20, 7). Las persecuciones contra él fueron abundantes (Jer 11, 18-23; 12, 3-6;
26, 1-24...).
La mayoría de los relatos de vocación subrayan la decepción de los llamados: tentación de abandono en
Moisés (Éx 3, 11; 4, 10. 13), desaliento en Elías (1 Re 19, 3-8), decepción en Jonás (4, 1-3), depresión en
Jeremías (20, 14-18)...
Y es que resulta penoso sentirse excluido de la propia comunidad por haber presentado determinadas
exigencias o dado un testimonio que ha molestado la vida de los ‘fieles’.
Los ‘profesionales de la palabra’ estimaban que la muerte de un profeta no era perjudicial para el pueblo,
ya que siempre habrá suficientes sacerdotes y ‘sabios’, sin tener que recurrir a Jeremías (18, 18) o a gente
de su estilo.
La reflexión lleva a Jeremías a la oración, marcada por el deseo de venganza: que yo vea la venganza
que tomas de ellos, porque a ti encomendé mi causa. Petición de venganza frecuente en las oraciones
judías de entonces, muy comprensible en una religión que se basaba en la retribución temporal. El nuevo
testamento superará esta manera de ver las cosas.
Ningún profeta verdadero triunfó en su vida. Jesús y sus discípulos tampoco. Pero Dios estaba de su
parte. El drama vivido por ellos es signo de la necesaria repercusión de los misteriosos caminos del Padre
en la vida de los humanos.
Quien no tiene de Dios más que una idea superficial, jamás experimentará el drama de su encuentro y no
tendrá que despojarse nunca de sí mismo y ‘perderse’ para identificarse con la voluntad de Dios (Mt 10,
39; Lc 17, 33). Un Dios que jamás priva al ser humano de su libertad.
SOLIDARIDAD EN EL MAL Y, SOBRE TODO, EN EL BIEN
“Hermanos: Lo mismo que por un solo hombre entró el pecado en el mundo,
y por el pecado la muerte, y la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos
pecaron.
Pero, aunque antes de la ley había pecado en el mundo, el pecado no se
imputaba porque no había ley.
Pues a pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre
los que no habían pecado con un delito como el de Adán, que era figura del que
había de venir.
Sin embargo, no hay proporción entre la culpa y el don: si por la culpa de
uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la
benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos.”
(Rom 5, 12-15)
El capítulo 5 de la carta a los Romanos es el más difícil y el más importante sobre la teología de Pablo.
La justificación aparece, desde sus primeros versículos, como una ‘reconciliación’, como un don, para
demostrarnos que no tenemos ningún derecho a reivindicar justicia ante Dios, porque no tenemos ninguna
obra buena que aportar al ser radicalmente pecadores (segunda lectura del pasado domingo).
La lectura de hoy comienza (v 12) con la cuestión del pecado en el mundo, llamado ‘original’ desde san
Agustín. San Pablo alude a él con bastante imprecisión.
232
La muerte, ¿es la muerte física o la espiritual? Parece que debe ser la segunda, porque el cuerpo del ser
humano, en las condiciones actuales, es mortal por necesidad.
Tampoco está claro el porque todos pecaron. Puede hacer alusión a ‘en el que’ todos han pecado,
concepción agustiniana del pecado original; o a ‘porque’ todos han pecado, aludiendo solamente a los
pecados personales; o a ‘desde el momento en que’ todos han pecado, con lo que cada uno ratifica,
pecando personalmente, la solidaridad de toda la humanidad con la ‘rebelión’ del ser humano contra Dios,
y que se transmite de una generación a otras.
Tampoco sabemos si el todos pecaron se refiere al ‘acto’ de pecar, o al sentido pasivo de ‘estado’
culpable.
No debemos olvidar que Pablo, como hizo en el capítulo anterior con Abrahán (domingo décimo),
reflexiona sobre Adán como teólogo y no como historiador: buscando las estructuras fundamentales de la
existencia humana, realza la responsabilidad colectiva y el dominio de la muerte sobre toda la humanidad;
en la que existe una doble solidaridad: para el mal y, sobre todo, para el bien. Para el mal, el ‘símbolo’ es
el pecado de Adán: afán de dominar, de tener, de placer... egoísmo, superficialidad, esclavitud... muerte.
Para el bien, el centro es la vida de Cristo: servicio, amor, justicia, libertad... vida.
Los vv 13-14 suponen que después del pecado de Adán, la voluntad de Dios no se da ya a conocer en el
judaísmo hasta la revelación de la ley del Sinaí. En los países paganos, no se podían imputar los pecados
porque no había ley. Ningún pecado personal puede ser imputado a los miembros de una humanidad sin
ley, sin conocimiento de Dios.
La originalidad de Pablo está en proclamar la remisión del pecado colectivo por el sacrificio de la cruz.
La continuación del texto (vv 15-19) está construido en forma de antítesis entre Adán y Jesucristo (sólo
se lee hoy el v 15). Este paralelismo no otorga la misma importancia a los dos personajes. La obediencia y
el sacrificio de Cristo no se limitan a borrar la desobediencia de uno y la falta de la humanidad: Cristo se
ha convertido en el Señor de la vida escatológica; es la entrada en una nueva economía. No están ambos
uno frente a otro en un plano de igualdad, como si el pecado de uno y la justicia del otro se equilibraran.
Adán aparece como simple imagen de la antigua realidad. Únicamente Jesucristo, el Crucificado y el
Señor, posee las llaves del misterio del ser humano.
Los dos términos Adán-Jesucristo son tan distintos en su comparación que carecería de importancia para
la fe cristiana que la ciencia demostrara un día el ‘poligenismo’; como ha dejado patente, por otra parte, la
demostración de Adán como ‘mito’.
Lo único importante es que la humanidad no podrá desvelar el sentido pleno de su existencia más que a
la luz del ‘Señorío’ de Cristo sobre toda la Creación.
¡Poco importa de dónde viene la humanidad, si al menos sabe adónde camina!
De esta forma, la lectura de Pablo a los Romanos se relaciona con el tema central de hoy: no hay que
tener miedo, tenemos que enfrentarnos valientemente con la lucha, porque... ya hay un vencedor: Jesús
Resucitado. El mundo nuevo, inaugurado por Cristo, es el mundo de la vida, nacido del poder de la
Resurrección. Todo ha sido radicalmente transformado: no hay proporción entre la culpa y el don. La
semilla del bien se enfrenta con la del mal, la supera y se propaga con una acción irresistible.
El mal –el pecado-, a pesar de las apariencias y de los triunfos clamorosos, jamás podrá detener el avance
del bien.
233
DOMINGO DECIMOTERCERO ORDINARIO
EL OLVIDO DE SÍ MISMO, ESENCIAL PARA SEGUIR A JESÚS
EL AMOR A JESÚS ESTÁ POR ENCIMA DE TODO
“Dijo Jesús a sus apóstoles:
-El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el
que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma
su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá, y el que
pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y
el que me recibe, recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta porque es
profeta, tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá
paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a
uno de estos pobrecillos, sólo porque es mí discípulo, no perderá su paga, os lo
aseguro.”
(Mt 10, 37-42)
En el evangelio de este domingo leemos el tercero y último pasaje del discurso apostólico de Mateo, que
acentúa dos importantes características que deben acompañar al ministerio apostólico: los ‘enviados’
deben tener la misma actitud que el que envía, y los ‘destinatarios’ tenemos que acogerlos como si fueran
el mismo Jesús o el Padre del cielo. Son palabras dirigidas claramente a todos nosotros. Nos dicen lo que
hemos de hacer para ser verdaderamente libres y dar testimonio de Jesús
Ser cristiano es un modo de existir que se resume en el deseo, por parte del discípulo, de asemejarse de
tal manera al Maestro que llegue a su identificación con él, aunque tenga que pasar por opciones tan
radicales como ésta: El que quiere a su padre o a su madre... a su hijo o a su hija... no es digno de mí.
El texto es una interesante reflexión sobre el ‘precio’ que debe pagar toda persona que quiera vivir en
libertad interior. Todos nacemos dentro de una familia de la que recibimos prácticamente todo. Sin los
padres, la vida y el desarrollo del niño serían imposibles. Pero el cariño familiar puede conseguir unos
vínculos tan fuertes que, llegado el momento de las propias decisiones, el hijo carezca de libertad
suficiente para hacer una opción realmente personal.
Esta situación no se da únicamente en el seno de la familia. También influyen los intereses personales, de
clase o de partido político... Un apego mal entendido a la Iglesia nos puede impedir la fidelidad a Jesús.
Sólo el que va conociendo a Jesús puede entender lo que aquí se nos pide. Ser su discípulo significa
aceptarlo como único Señor de nuestra vida, al que tenemos que subordinar todo lo demás, hasta la propia
familia y la propia vida. Subordinación que eleva los amores más íntimos y legítimos. Jesús quiere que
amemos a cada persona con el mismo amor suyo y del Padre, como Dios la ama. Tenemos aquí un largo
camino que recorrer... sin posibilidad de llegar algún día a la meta de ese amor ilimitado.
Con estas palabras, Jesús nos dice que toda adhesión inmadura a personas, cosas e instituciones achica
nuestras capacidades personales. No pretende que eliminemos nuestros afectos, sino que los elevemos
para que en ningún momento nos puedan impedir nuestro desarrollo personal, tomar nuestras propias
decisiones. El que le ame a él por encima de todo lo demás, conseguirá liberarse de sí mismo y no tendrá
ya nada personal que defender.
Jesús quiere que amemos a todos y a cada uno; que crezcamos día a día en ese amor infinito que es Dios.
Al amarle a él por encima de todo lo demás, nuestro amor se purifica, se profundiza.
Cuando entregamos al Señor el primer lugar, todo y todos ocupan su puesto y armonía; todo y todos
adquieren su verdadero valor. Alcanzamos un nuevo modo de vivir, porque ya no nos conformaremos con
234
amar a nuestra medida, sino que trataremos de amar con el mismo amor de Jesús, lo cual es mucho más
importante.
Jesús, con las exigencias de su seguimiento, no hace competencia a los demás amores; al contrario, el
amor a él, en una completa disponibilidad, nos libera y nos madura para poder amar a nuestros semejantes
cada día más y mejor.
El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. La imagen de la cruz era aterradoramente
familiar para los judíos desde que Roma había invadido Judea y aplicaba esta pena.
Es la cruz diaria de la aceptación y superación de todo lo que nos vaya cayendo encima. La fidelidad a
Jesús lleva consigo dificultades y persecuciones. No podemos olvidar que el cristiano es discípulo de un
hombre que murió crucificado. Si los discípulos no pueden aspirar a ser más que el Maestro, sí deben
estar dispuestos a pasar por los mismos trances.
GANAR Y PERDER LA VIDA
El que encuentre su vida, la perderá, y el que la pierda por mí, la encontrará. Es otra forma de decir
lo mismo que antes: la cruz es la consecuencia de enfrentarse a un mundo que rechaza el amor. La
alternativa de la cruz se hace prácticamente necesaria para el que ha comprendido que la verdadera vida
sólo se alcanza siguiendo a Jesús.
Jesús no nos invita a un desarraigo inhumano, sino a liberarnos de todo condicionamiento, porque es
dentro de nosotros mismos donde debemos perderlo todo para no perdernos. La exigencia de Jesús es
liberadora porque nos sitúa más allá de toda dependencia de personas y de cosas. Nos coloca más allá de
toda esclavitud.
El que renuncia a su pequeña y enana vida, está en disposición de alcanzar la vida definitiva, está en la
libertad. Las esclavitudes sólo se superan estando por encima de ellas mismas. En la medida en que nos
aferramos demasiado a algo, aunque sea a la vida, nos transformamos en cautivos de ese ‘algo’.
La vida tenemos que conquistarla, tenemos que vivirla con intensidad. Solamente lo lograremos cuando
la entreguemos al servicio de los demás. Tenemos que renunciar a esa vida egoísta, que nos encierra en
nosotros mismos.
Quien se ‘pierde’ orientado hacia Dios y dentro de Dios, logra la plenitud de la vida, porque en Dios se
encuentra también con todo lo demás. Aunque el modo de lograrlo sea inverso: en la entrega a los demás
descubrimos a Dios. Es una experiencia que podemos tener todos: el que se olvida de sí mismo
entregándose a Dios –de ordinario entregándose al prójimo-, aumenta la vida, adquiere una vida mucho
más verdadera que la que llevaba antes. Una vida que es alegría, paz interior, amor, libertad.
ESCUCHAR Y RECIBIR
El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y... al que me ha enviado.
Las últimas palabras del discurso apostólico no van dirigidas ya a los discípulos, sino a los que los
reciben. Es como recibirlo a él. Recibir de verdad exige que antes se escuche, se reflexione y se acepte el
mensaje que lleva este enviado. El apóstol de Jesús es un ser pequeño, una persona corriente, débil y
necesitada, que ha dejado sus cosas para vivir por los caminos del mundo, a disposición de sus
235
semejantes, y que deja el problema de su sustento en las manos de Dios y de los demás; que se contenta
con poco y ese poco le basta para reemprender, nuevamente solo, su camino.
El enviado a comunicar la buena noticia es como el que envía. Se habla de dos envíos, que actúan
misteriosamente el uno en el otro: el Padre envía a Jesús y Jesús a sus discípulos. Recibir al enviado es
como recibir a Jesús y al Padre del cielo.
Todo cristiano está llamado a concretar con hechos esta acogida. Acogida que debe ser personal y
comunitaria. Y todo cristiano y toda comunidad deben buscar ser acogidos por otros también.
El pensamiento es ilustrado con tres ejemplos: recibir al profeta, al justo y a los pobrecillos. Esta triple
clasificación, en este contexto, parecen ser palabras sinónimas.
El que recibe a un profeta porque es profeta... a un justo porque es justo... tendrá paga... Los
profetas son los que a través de su propia experiencia enseñan la fe; los justos, son los que se han
acreditado en la comunidad por su vida ejemplar.
Recibir a los profetas no es fácil; el anuncio que llevan suele provocar divisiones. Los verdaderos
profetas son insobornables e inflexibles. Recibirlos es casi tan difícil como serlo. Porque estamos
dispuestos a leer o escuchar o aprender sólo lo que ya ‘sabemos’. Estamos dispuestos a acoger a los
profetas, con tal que sepamos de antemano, con certeza, que no van a poner en tela de juicio nuestras
ideas, nuestra mentalidad, nuestras costumbres, nuestro montaje de vida... aspectos que siempre
contradicen.
El que dé a beber... Uno de los hechos más esperanzadores de nuestra sociedad es el número, cada día
más elevado, de personas que dedican parte de su tiempo libre a actividades de servicio al prójimo
gratuitamente. Es el llamado voluntariado social. Ancianos solos y enfermos, disminuidos físicos y
psíquicos, ancianos aparcados en las residencias... Su necesidad de compañía y ayuda está pidiendo algo
más que el servicio técnico del profesional.
Mateo, en este discurso, nos ha hablado constantemente de exigencias, de renuncias, incluso de entregar
la vida por fidelidad a Jesús. Tiene que haber una razón poderosa para que el ser humano acepte un
programa como éste. Esta razón parece que está en el premio que se espera conseguir, además de la
compensación que lleva consigo este estilo de vida. Todo el bien que se haga a los demás, sea lo que sea,
tendrá recompensa, se está eternizando ya ahora. Además, ¿qué mayor recompensa, en el ahora y aquí,
que el ir encontrando el sentido de la propia existencia, que no es otra cosa que la preocupación, el amor a
los demás demostrado con la vida? Sólo el amor hace que la vida merezca la pena ser vivida. Sólo la
ayuda a los demás procura la gran alegría de vivir.
Toda persona de buena voluntad, que trabaja a favor de la paz y de la justicia para todos, que siembra el
bien en medio de nuestro mundo... está realizando la voluntad de Dios, esté en el bando que esté. Y todos
debemos darle apoyo y una buena acogida.
Decir ‘ese es su problema’, ‘yo no me meto en líos’... son actitudes muy distintas del espíritu de acogida
y hospitalidad que quiere Jesús que tengamos sus discípulos. Un cristiano no puede olvidar nunca que
todos somos hermanos, hijos del mismo Padre.
236
YAHVÉ SIEMPRE REALIZA SUS PROMESAS
“Un día pasaba Eliseo por Sunem y una mujer rica lo invitó con insistencia a
comer. Y siempre que pasaba por allí iba a comer a su casa. Ella dijo a su marido:
-Me consta que ese hombre de Dios es un santo; con frecuencia pasa por
nuestra casa. Vamos a prepararle una habitación pequeña, cerrada, en el piso
superior; le ponemos allí una cama, una mesa, una silla y un candil y así cuando
venga a visitarnos se quedará aquí
Un día llegó allí, entró en la habitación y se acostó.
Dijo a su criado Guiezi:
-¿Qué podemos hacer por ella?
Contestó Guiezi:
-No tiene hijos y su marido ya es viejo.
Él le dijo:
-Llama a la Sunamita.
La llamó y ella se presentó a él.
Eliseo dijo:
-El año que viene, por estas mismas fechas abrazarás a un hijo.”
(2 Re 4, 8-11. 14-16)
La primera lectura nos narra uno de los numerosos relatos de nacimientos de niños de madres estériles.
Recoge la acogida que debemos dispensar a los profetas con la historia de la hospitalidad que una
sunamita otorgó al profeta Eliseo. Nos habla de un matrimonio, visitado con frecuencia por el profeta, que
lo tenía todo menos lo que más apetecían: los hijos. La recompensa será la fecundidad.
Los libros de los Reyes no narran la historia como lo hacemos ahora, sino que ofrecen una historia
religiosa para la comunidad cultual del pueblo judío. Recogen lo que se relaciona con la fe y el culto a
Yahvé. En estos relatos sobre Eliseo se mezclan la realidad y la leyenda.
El interés del relato está en acreditar al profeta como verdadero portador de la palabra de Dios. Lo que
los ‘ángeles’ realizaron en Sara y en las otras mujeres estériles, lo lleva a cabo Eliseo en beneficio de una
pagana, en nombre de la Palabra.
Cuando Eliseo promete un hijo a la mujer, no lo hace por propia iniciativa, sino en nombre de Yahvé. Y
Dios no sólo dice palabras, sino que las lleva a la práctica. Al año siguiente la mujer tenía un hijo.
Es normal que una mujer que no tiene hijos propios proyecte sobre un extraño su afecto maternal. Eliseo,
que ha abandonado su familia para ponerse al servicio de Dios, es aquí el beneficiario de esta bondad.
Hospedarle ha significado, como hemos visto en el evangelio, acoger al mismo Dios y ha recibido el don
del hijo.
LA MUERTE CON CRISTO
“Hermanos: Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos
incorporados a su muerte.
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como
Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros andemos en una vida nueva.
Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él,
pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere
más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque su morir fue un morir al
pecado de una vez para siempre, y su vivir es un vivir para Dios.
Lo mismo vosotros consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo
Jesús.”
(Rom 6, 3-4. 8-11)
237
En toda su carta a los Romanos, san Pablo contrapone la justicia humana –la que podemos
proporcionarnos unos a otros por nosotros mismos- y la justicia de Dios –la que él concede a los que se la
piden con fe-.
El medio por el que Dios nos otorga su justicia es el bautismo, punto de encuentro entre la fe del hombre
y la justicia de Dios.
La idea central de la segunda lectura es el significado que tiene para nosotros ‘la muerte con Cristo’.
Para la Biblia, Dios es la Vida y su plan sobre los seres humanos es de vida. La muerte física es un
accidente que la mentalidad judía atribuye al pecado.
Heredero de este concepto judío, el apóstol enlaza la muerte física y la muerte espiritual del pecado. Esto
no quiere decir que la muerte física sea un castigo de Dios al pecado del hombre, sino de comprender que,
encerrándose en el pecado –no contando más que consigo mismo para realizar su futuro- el hombre se
encierra fatalmente también en la muerte, ya que únicamente Dios –una conversión a él- puede sacarnos
de ella. Es en este sentido en el que Pablo relaciona el pecado con la muerte.
Jesús de Nazaret es el primero en morir sin pecado (Heb 4, 15), al vivir con una total fidelidad y
confianza en el Padre, esperando que éste le salvaría. De esta forma, la muerte de Cristo rompe la unión
que existía hasta entonces entre muerte y pecado. Su muerte libera del pecado, al ser la muerte de un ser
humano que se puso plenamente en las manos de Dios que, por eso mismo, le pudo resucitar.
Según Pablo, el bautismo nos une a la muerte de Cristo, porque nos incorpora al plan del Padre – a su
salvación- al ser el rito por el que manifestamos nuestro deseo de realizarnos como personas verdaderas
en la comunión con Dios (vv 3-6). Nuestro bautismo nos asemeja a la muerte de Cristo (v 11), porque nos
coloca en su misma situación de influencia e iniciativa del Padre.
Es verdad que los cristianos, como todos los demás seres humanos, seguimos abocados a la muerte física,
pero gracias al bautismo, que nos incorpora a la muerte-resurrección de Jesucristo, tenemos la posibilidad
de vivir y morir confiando en el Padre, lo que nos hace posible vencer la muerte espiritual del pecado, que
nos encerraba en nosotros mismos. Morir con la misma disposición que Jesús es vivir de la misma vida de
Dios, y eso es lo que nos proporciona el bautismo: una vida nueva donada por Dios (vv 4-5).
Los cristianos, por nuestro bautismo, hemos pasado ya por lo esencial de la muerte: la muerte espiritual
del pecado, de la que hemos salido gracias a la intervención de Dios. Por eso, tenemos que tomar
conciencia de que el bautismo ya nos ha sumergido en el proceso que nos conduce a la resurrección.
238
DOMINGO DECIMOCUARTO ORDINARIO
EL EVANGELIO ES PARA LOS SENCILLOS
LA REVELACIÓN DE DIOS SE ABRE A LOS PEQUEÑOS Y SE CIERRA A LOS SABIOS
“Jesús exclamó:
-Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas
cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así
te ha parecido mejor.
Todo me lo ha entregado mi padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre,
y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad
con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis
vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.”
(Mt 11, 25-30)
El evangelio de hoy está situado entre los domingos dedicados al ‘discurso misionero’ -segundo de los
cinco grandes discursos de Mateo- (domingos 11-13) y los dedicados a las ‘parábolas del Reino’
(domingos 15-17), que forman dos unidades temáticas.
El mensaje evangélico es una invitación a cambiar, a encontrar un nuevo estilo de vida en el mundo.
La alegría de Jesús, por lo que los discípulos acaban de contarle, se traduce en una breve oración.
Esta clarificadora oración de Jesús contiene tres afirmaciones fundamentales: la revelación del Padre
Dios se abre a los pequeños y se cierra a los sabios; sólo el Hijo es capaz de revelar el verdadero rostro de
Dios; todos los que están cansados y oprimidos pueden encontrar alivio en Jesús.
Jesús alaba al Padre por la respuesta que le están dando los sencillos, la gente del pueblo llano. En su
oración de alabanza aparece el Padre como el Creador y el Señor del universo.
Dios ha decidido esconder estas cosas a los sabios y entendidos y revelarlas a la gente sencilla. Parece
que Dios ha hecho una opción de clase: está de parte de la gente sencilla, de los del montón, de los que no
cuentan para nada, de los que son oprimidos y estrujados por otros. Jesús expresa la realidad que estaba
experimentando
En aquella sociedad –y como casi siempre- todos los privilegios religiosos, basados en la obediencia a la
ley, eran para los entendidos en Escritura. Sólo contaban los que estaban dentro del círculo de los
intelectuales, que se identificaban, ¡cómo no!, con los acomodados.
¿Quiénes eran, entonces, los ‘sabios y entendidos’ y la ‘gente sencilla’? ¿A qué se refiere Jesús al decir
estas cosas? Los ‘sabios y entendidos’ eran las élites religiosas de Israel, los letrados y los fariseos, los
rabinos, que permanecían ciegos ante la claridad de las palabras de Jesús, que se escandalizaban por su
predicación a favor de los pobres -¿de la ‘teología de la liberación’?-. Son los autosuficientes, que utilizan
su ciencia y su conciencia para formarse una idea de Dios y del mundo acorde con sus intereses. Creen
que conocen bien a Dios y que poseen la verdadera doctrina. Es la eterna tentación del espíritu humano
desde sus orígenes, tan bellamente expresada en la narración simbólica del Paraíso: ser como dioses (Gén
3, 5). Son los que hablan de Dios y de los hombres sin poner en ello su corazón. No captan el sentido de
las obras de Jesús porque su hipocresía y sus intereses personales inutilizan su ciencia, impidiéndoles
aceptar las conclusiones a las que su saber debería llevarles.
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Los ‘sencillos’ no son sólo los niños, sino también los hombres sin cultura (así se dice): los aldeanos de
Galilea, los pastores de Belén, los publicanos y los pecadores, las prostitutas. Todos aquellos que eran
despreciados por los doctores de la ley y por los fariseos.
El plan de Dios no puede ser aceptado más que por aquellos que se presenten ante él conscientes de su
vacío y pequeñez, con la pobreza sustantiva que caracteriza al ser humano, con la actitud de humilde y
esperanzada búsqueda de algo o Alguien que pueda llenar sus vidas.
Dios sólo puede contar con los sencillos, con los pequeños, con los desechados y despreciados de la
sociedad, con los que todo lo esperan de los otros y del Otro.
¡Qué singular trastorno del orden!: Dios tiene predilección por los que no valen nada en el mundo.
¡Cuántas cosas se entienden en el mundo, si se tienen en cuenta estas palabras!
De esta oración de Jesús se puede deducir que los discípulos eran de éstos: gente pobre, del montón, de
los que en la sociedad son tenidos por nadie.
‘Estas cosas’ son las obras de Jesús, el evangelio en su totalidad; es decir, la nueva comprensión de Dios
y de su reino que se contiene en las palabras y en los hechos de Jesús. Es comprender el sentido de las
obras de Jesús, de ver en ellas la actividad del Mesías. La revelación del Mesías podía haberse hecho de
manera deslumbradora y autoritaria, única forma que tiene de entender la sociedad de las medallas y de
las condecoraciones. Así no hubiera habido problema: habrían entendido ‘los listos’ y no ‘los tontos’.
Es la limpieza de corazón, la ausencia de todo interés torcido, la que permite discernir en las obras que
realiza Jesús la mano de Dios. En última instancia, depende de la disposición del hombre.
SÓLO EL HIJO REVELA EL VERDADERO ROSTRO DE DIOS
Todo me lo ha entregado mi Padre... La segunda afirmación parece más propia del evangelio de Juan.
Nos describe el misterio de la filiación de Jesús, Hijo de Dios, con la terminología y profundidad propios
del cuarto evangelio. Según Juan, Jesús es el único que conoce el misterio insondable de Dios.
La revelación de Dios como Padre y Amor y de su reino constituye el centro de la predicación de Jesús.
En la paternidad de Dios resume la relación de Dios con los hombres; en la filiación divina, la relación de
los hombres con Dios. Es el mejor resumen del evangelio: Dios es Padre, sobre todo de Jesús y, a través
de él, de todos los hombres.
El Hijo es el único revelador pleno de Dios, la plenitud de la revelación, por su vida de intimidad con el
Padre desde toda la eternidad. Todos los demás han sido reveladores parciales.
Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo
se lo quiera revelar.
Habla de conocer y revelar. Conocer no es una ciencia del entendimiento. Conocer en la Biblia tiene un
significado mucho más hondo: llega a las últimas razones y causas de las cosas y de los acontecimientos
humanos. Es una sabiduría. En la acción de conocer participan por igual la voluntad, los sentimientos y la
inteligencia. Conocer y amar son una misma cosa. Estas palabras nos indican la profunda relación entre
Dios y Jesús. Sólo el Padre sabe quién es, en verdad, Jesús; sólo Jesús sabe quién es realmente el Padre.
Conocer es una experiencia personal. Se emplea en la Biblia para expresar, también, la relación íntima
del hombre y de la mujer en el matrimonio.
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Estas palabras contradicen a los que pretenden poseer y guardar el ‘depósito de la fe’. Nadie es
depositario de la Revelación; nadie puede acaparar o imponer, con dogmatismos legislativos o culturales,
las formas con las que los hombres pueden encontrarse con el Dios de Jesús y hablar con él.
Pero el Hijo no posee este conocimiento para sí solo, sino que debe transmitirlo, ya que el Padre se ‘lo ha
entregado todo’.
¿Y cómo lo transmite? ¿Cómo recibirlo? La respuesta nos la ha dado el apartado anterior, que traducido
con otro pasaje evangélico, dice así: ‘Quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él’
(Mc 10, 15). No lo transmite como ciencia, a través del estudio de la ley o de la teología, sino como
nuevo nacimiento por el Espíritu (Jn 3, 3-8). Éste fue el riesgo y la equivocación de los dirigentes judíos,
custodios de la revelación de los profetas; y éste es el riesgo y la posible equivocación de los cristianos.
¿Cómo puede hablar así un hombre? No entenderemos nada que merezca la pena si únicamente hemos
nacido del agua; si nos falta nacer del Espíritu.
TODOS LOS CANSADOS Y OPRIMIDOS PUEDEN ENCONTRAR ALIVIO EN JESÚS
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Jesús tiene delante a las
personas a las que había dedicado toda su vida: los pobres, los hambrientos de tantas hambres, los
ignorantes, la gente sencilla, los apenados y enfermos. Siempre le han rodeado. Ahora los llama a sí y les
promete aliviarlos de una doble carga que les cansa y les deja embotados: la vida agobiante llena de
dificultades y los insoportables centenares de preceptos de la ley (seiscientos trece), que fue dada para la
salvación y la vida; prescripciones que nadie era capaz de cumplir, ni los mismos que las imponían (Mt
23, 4). Jesús los quiere aliviar y liberar de la enseñanza de esos ‘sabios y entendidos’. Les quiere decir
que no sigan penando bajo las intolerables y complicadas prescripciones de los sacerdotes, que dejen de
sentirse perdidos ante la sutil y difícil doctrina de los rabinos. Les invita a buscar en otra parte la
verdadera voluntad del Padre; una voluntad sin duda exigente, pero clara y al alcance de todos. Les invita
a buscar en él mismo la respuesta a sus problemas.
Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis
vuestro descanso. La imagen del yugo perteneció a la relación esclavo-señor. Después se aplicó a la
relación discípulo-maestro. Cada maestro tenía un ‘yugo’ que imponer a sus discípulos. El yugo de Cristo
va por otro camino que los demás. Para animarles a tomarlo se define a sí mismo como ‘manso y humilde
de corazón’: ‘manso’ indica su actitud ante los hombres, es decir, misericordioso, no-violento, tolerante,
pronto al perdón, pero también exigente; ‘humilde’ indica su actitud obediente y dócil en todo a la
voluntad del Padre; ‘de corazón’, porque su docilidad y obediencia es interior, libre, fundamentada en el
amor.
Él se presenta como Maestro, pero no como los letrados, dominando al discípulo; no es violento, sino
humilde y manso, en contraposición al orgullo de los rabinos de Israel. Su enseñanza lleva al descanso, a
la paz, si se acepta desde él su doctrina. La fe nunca debe convertirse en carga agobiante, en yugo que
cause heridas con el roce. En la libertad de vivir la fe debería conocerse al discípulo de Jesús.
Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Mateo ha hablado ya de las tremendas exigencias de
Jesús. ¿Cómo puede afirmar que su yugo y su carga son suaves? Porque nos inculca el espíritu de la ley,
con lo que nos libera de la esclavitud de la letra. Aunque tiene exigencias más duras que las enseñadas
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por los letrados y los fariseos, su yugo es provechoso al hombre, da sentido pleno a su vida. Sólo exige
amor, que es gozo al vivirlo, aunque no exento de sufrimiento. Jesús obra una profunda revolución
religiosa: el culto, el dogma, las instituciones religiosas... todo debe estar al servicio del amor al hombre.
UN MESÍAS MANSO Y PACÍFICO
“Así dice el Señor:
alégrate, hija de Sión;
canta, hija de Jerusalén;
mira a tu rey que viene a ti
justo y victorioso,
modesto y cabalgando en un asno,
en un pollino de borrica.
Destruirá los carros de Efraín,
los caballos de Jerusalén,
romperá los arcos de los guerreros,
dictará la paz a las naciones.
Dominará de mar a mar,
desde el Éufrates hasta los confines de la tierra.”
(Zac 9, 9-10)
La primera lectura contradice cualquier sueño de una cristiandad organizada desde el poder, desde los
puestos de mando, porque el Mesías que anuncia se apoya en la mansedumbre y en el servicio. Destaca
los signos de su sencillez y modestia. No se impone por la fuerza o el miedo, sino que se ofrece con un
‘mensaje’ al alcance de todos los humanos.
El libro de Zacarías ha sido compuesto por dos autores distintos. Al desconocerse el autor del segundo
(capítulos 9-14) se le designa como el ‘Segundo Zacarías’, que escribe, probablemente, en el siglo III a.
C.
El pecado de Israel ha sido siempre la infidelidad a la alianza. Su salvación no puede ser obra de sus
méritos, sino de la intervención gratuita de Dios.
El ‘Segundo Zacarías’ vuelve a la noción primitiva de mesianismo, que había caído casi en el olvido. La
tradición judía estaba desconcertada ante este vaticinio. Los judíos, con su mentalidad triunfalista -tan
semejante a la nuestra-, no podían comprender a un Mesías venciendo con su modestia y humildad. Por
eso, al entrar Jesús en Jerusalén montado en un asno, no supieron relacionarlo con esta profecía,
claramente mesiánica. Nosotros, sí la relacionamos, pero no sacamos sus enseñanzas.
La elección del asno tiene un claro significado: la adopción de un estilo de sencillez y de humildad, el
rechazo de todo triunfalismo, de todo exhibicionismo, de toda manía de grandeza, de toda muestra de
poder. Este Mesías no tiene ningún empeño por imponerse, por asombrar, por aparecer como un
dominador.
Hace alusión al rey David (v 9), que no montaba a caballo. Fueron el rey Salomón y sus sucesores los
que introdujeron en Israel el uso de carros y de caballos.
La tradición de los profetas se había opuesto siempre a este uso, porque enseñaba al hombre a contar con
sus propias fuerzas y veían en los caballos de Salomón una de las causas del fracaso del pueblo judío
El hecho de montar un asno –la montura más pacífica- es, a la vez, una vuelta al comportamiento pobre
de David y una nota de fidelidad a las tradiciones típicamente palestinas.
El Mesías se presenta manso y pacífico, ante el que no cabe el temor. Sus armas son la bondad y la
disponibilidad para el servicio.
242
El profeta compara también al Mesías con Salomón, por la extensión de su reino: Dominará de mar a
mar... (v 10). El futuro Mesías recibirá de David su sencillez y de Salomón la extensión del reino.
El Mesías dictará la paz a las naciones. Una paz impuesta no es digna del hombre. El Mesías quiere
una respuesta libre y responsable.
Jesús avanza, gana terreno en el mundo, silenciosamente, lentamente, discretamente. Quiere seguidores
sin forzar las cosas, sin batallas de ningún tipo. Le va bien el ritmo lento y humilde del asno.
Su triunfo fue fruto de la tenacidad, de la entrega cotidiana, del trabajo bien hecho. Fue el más fuerte.
Con su actitud, puso los fundamentos de un reino basado en la paz y en el amor.
Esta imagen de Zacarías, y que Jesucristo interpretó fielmente, debería grabarse para siempre en la
memoria histórica de la Iglesia y de cada uno de nosotros.
NECESITAMOS VIVIR SEGÚN EL ESPÍRITU
“Hermanos: Vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el
Espíritu de Dios habita en vosotros.
El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Si el Espíritu del que
resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los
muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por el mismo
Espíritu que habita en vosotros.
Por tanto, estamos en deuda, pero no con la carne para vivir carnalmente.
Pues si vivís según la carne, vais a la muerte; pero si con el Espíritu dais muerte a
las obras del cuerpo, viviréis.”
(Rom 8, 9. 11-13)
Dos principios internos, enfrentados entre sí, rigen nuestra vida: La carne, que designa las apetencias
propias del ser humano herido por el pecado; y el espíritu, que lucha para que vivamos como ‘imagen y
semejanza de Dios’ (Gén 1, 26-27), y al que nos empuja la fe en Jesucristo, un estilo de vida imposible de
llevar a la práctica sin la ayuda divina.
Pablo, que nos ha expuesto la antítesis carne-espíritu, pasa ahora a profundizar en el segundo.
Vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El
que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo (v 9). El que tiene el Espíritu de Cristo, no puede
vivir ya para la carne, porque el Espíritu ha tomado posesión de él, haciéndole partícipe de la misma vida
divina. Habla indistintamente de Espíritu de Dios y Espíritu de Cristo, indicándonos que se refiere a la
Tercera Persona de la Trinidad. Los Tres ‘habitan en nosotros’. También parece que Pablo deja claro que
se puede estar bautizado y no tener el Espíritu de Cristo, al no hacer sus obras. Éstos ‘no son de Cristo’.
La Ley, aun siendo un don de Dios, puede pertenecer al orden de la carne si desnaturalizamos su
observancia, pretendiendo hacer de ella un medio para presentarnos ante Dios con méritos.
Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros... vivificará también
vuestros cuerpos mortales (v 11). Relaciona la vida en el Espíritu con la resurrección de Jesús. Principio
de vida, el Espíritu lleva a la transformación del propio cuerpo físico, hasta convertirlo en cuerpo
resucitado al estilo de Cristo. Gracias al Espíritu, nuestros cuerpos serán vivificados por la unión con
Jesús.
Por tanto, estamos en deuda... con el Espíritu... (vv 12-13). El creyente debe vivir según el Espíritu,
consciente de que un retorno a la vida según la carne, puede llevarle a la doble muerte: temporal y eterna.
243
‘Vivir en la carne’ es buscar la autosuficiencia que llevó a Adán a la desobediencia y a los observadores
exclusivos de la Ley a su observancia formalista. Ambas actitudes llevan a la muerte; es decir, al
aislamiento con relación a Dios.
‘Vivir en el Espíritu’ es aceptar que él habita dentro de nosotros, que nuestro ser está abierto a la
iniciativa de Dios, que queremos ser llevados por él a la vida y a la paz.
Pablo, de forma fraterna y convincente, nos invita a sacar las conclusiones.
La vida del cristiano, que vive según el Espíritu, es el mejor testimonio que se puede dar de la
resurrección de Jesús.
244
DOMINGO DECIMOQUINTO ORDINARIO
PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
A LA PALABRA HOY LE FALTA CREDIBILIDAD
Nuestro mundo está inundado de palabras vacías; de palabras devaluadas por la política, por los
fundamentalismos religiosos tan peligrosos, por los medios llamados de comunicación y que nos
transmiten las voces de sus amos; por los anuncios propagandísticos... Por estas razones y más, las
palabras nos suenan a promesas incumplidas, a engaños y mentiras; a verborrea electoral. Priman en ellas
la búsqueda de la utilidad para el momento.
También nuestra Iglesia, y cada uno de nosotros, debemos reflexionar con seriedad sobre el modo de
emplear la palabra. Esa palabra que es el principal medio de comunicación, vehículo de acercamiento
entre las personas. Esa palabra que debe ser la expresión de nosotros mismos.
Además, y por si lo anterior fuera poco, hoy muchos creen que Dios es un signo incomprensible al que se
puede renunciar tranquilamente sin que pase nada. Inmersos en el proceso de secularización que nos
invade, no oímos la Palabra que Dios pronunció en la Creación ni la que nos transmite en la Revelación.
Sin embargo, para el creyente, la Palabra de Dios es la realidad dominante en su vida. Es el símbolo de
su voluntad de salvar-liberar al ser humano de todas sus ataduras; el compromiso del Padre con todo el
cosmos para que se desarrolle según el plan que determinó al crearlo.
Para que esta Palabra nos transforme necesitamos creer en ella, aceptarla y vivir de acuerdo con la
dirección que ella marca. Sólo así podremos colaborar a alumbrar el mundo nuevo que se está gestando.
LAS PARÁBOLAS DEL REINO
“Un día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente
que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la
orilla.
Les habló mucho rato en parábolas:
-Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del
camino; vinieron los pájaros y se lo comieron.
Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la
tierra no era profunda, brotó en seguida; pero en cuanto salió el sol se abrasó y por
falta de raíz se secó.
Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron.
El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros,
treinta.
El que tenga oídos, que oiga.
Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:
-¿Por qué les hablas en parábolas?
El les contestó:
-A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos, y a
ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le
quitará hasta lo que tiene. Por eso les habló en parábolas, porque miran sin
ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías.
‘Oiréis con los oídos sin entender;
miraréis con los ojos sin ver;
porque está embotado el corazón de este pueblo,
son duros de oído, han cerrado los ojos;
para no ver con los ojos, ni oír con los oídos,
ni entender con el corazón,
ni convertirse para que yo los cure’.
245
Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro
que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron, y
oír lo que oís, y no lo oyeron.
Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador.
Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el maligno y roba
lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino.
Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta
en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante y, en cuanto viene
una dificultad o persecución por la Palabra, sucumbe.
Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la Palabra, pero los
afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril.
Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende; ése
dará fruto y producirá ciento, o sesenta, o treinta por uno.”
(Mt 13,1-23)
Comenzamos hoy el tercer discurso de Mateo. Durante tres domingos leeremos sus siete parábolas
sobre el reino de Dios. Hoy, la primera: el sembrador y su explicación.
Cuando a los hombres nos presentan ideales que requieren desmontar nuestra comodidad, orientar
nuestros pasos en otra dirección, comprometernos con los que nos rodean para edificar el mundo nuevo;
cuando nos presentan los aspectos más importantes, más íntimos, más decisivos de nuestra vida, siempre
nos cuesta entender. Nos cuesta porque somos superficiales, comodones, porque solemos cerrarnos a lo
más importante y positivo, a lo más fundamental de nuestra vida.
La vida de Jesús fue esencialmente anunciadora del reino de Dios; un reino que está ya entre nosotros y
que crece. Un reino que es siempre más; imprevisible. Un reino que puede llenar todas las aspiraciones
humanas. Jesús anuncia el reino y nos deja en plena libertad para aceptarlo o no.
Las parábolas nacen como consecuencia de la dificultad de hablar directamente del reino de Dios en toda
su profundidad, al estar siempre más allá de nuestras experiencias, al superar incluso nuestros sueños más
optimistas.
En el lenguaje parabólico podemos distinguir tres características: es un lenguaje simbólico, abierto y que
obliga a pensar. Simbólico porque, tomando los ejemplos de la vida y de los trabajos de la gente sencilla
que le rodeaba, expresa algo que está mucho más allá de esos ejemplos; algo profundo y capaz de llenar
de plenitud el corazón humano. Abierto a lo trascendente, aunque no sea capaz de expresarlo; porque el
reino de Dios no se identifica con nuestra historia, pero guarda con ella una gran relación: es un reino que
no es de aquí, pero que aquí comienza. Obliga a pensar porque no desarrolla todo el mensaje, porque es el
primer paso que invita a seguir ahondando, a la vez que nos señala el vínculo existente entre el reino de
Dios y nuestra existencia cotidiana. De esta forma, la parábola hace pensar, inquieta y compromete. Dejan
vislumbrar el misterio de Dios a los que tienen corazones generosos y miradas profundas. Unen el
comprender a Jesús con el seguirle. Ayudan a captar desde el corazón el secreto del reino de Dios.
Las parábolas, escritas de un modo sencillo y popular, esconden conceptos que escapan al modo normal
de pensar del hombre. Y es que todo lo relativo al reino de Dios sólo puede ser comprendido por quien lo
vive y se deja llevar por él.
A la predicación de Jesús va respondiendo, cada vez con mayor dureza, el rechazo de los dirigentes
religiosos, que influirán de manera decisiva en la opción de las muchedumbres, siempre indecisas y
temerosas de las represalias de los que mandan; máxime si los que mandan dicen que lo hacen en nombre
246
de Dios, y aplican unos castigos a los infractores. Ahora va a intentar, con unas parábolas sobre el reino
de Dios, explicar esa incomprensión generalizada y cómo se implanta y se vive este reino.
A los apóstoles, que sin duda querían a Jesús, posiblemente les ocurría como ahora a nosotros: pensamos
que todo lo que predica Jesús son ideales muy bonitos pero imposibles de llevar a la práctica. Al menos
es lo que damos a demostrar con nuestras vidas.
Jesús se había sentado junto al lago. Observaba y contemplaba. Una forma esencial de preparación para
hablar a la gente es la capacidad para observar la realidad. Nos ‘encontramos’ con las personas cuando
ahondamos en el mundo que les es familiar y hablamos desde él. La gente se reconocía en lo que él
decía.
EL PORQUÉ DE HABLARLES EN PARÁBOLAS
¿Por qué unos comprenden y otros no? La revelación de Dios, ¿no debería ser transparente y convincente
para todos?
La parábola viene a decirnos que la comprensión o el rechazo del mensaje está motivado por la vida
concreta de los oyentes, por nuestra falta de compromiso y responsabilidad, única causa de la sordera.
Los discípulos no ven la razón para que Jesús hable en parábolas. Les parece que el mensaje es
directamente accesible a todos. Pero no es así; necesitamos la clave para poder interpretar con fidelidad
las palabras de Jesús: un mesianismo sin ninguna clase de poder basado en las bienaventuranzas (Mt 5, 112), en la supremacía de la justicia (Mt 6, 33) y del amor (Jn 13, 34-35), en la superioridad del hombre
sobre la ley (Mt 12, 1-12). En cambio, los dirigentes religiosos y la mayoría del pueblo seguían aferrados
a la doctrina de un Mesías triunfador que vencería a los romanos y haría de Israel la nación más poderosa
de la tierra; consideraban la ley como un absoluto al que había que supeditar todo lo demás; y reducían
todas las obligaciones religiosas al culto.
Por ello, es difícil que entendieran porque todo lo escuchaban desde sus categorías mentales y desde la
seguridad de sus propias posiciones y creencias. Para captar las palabras de Jesús era necesario que
rompieran con la ideología oficial del judaísmo, para lo que eran impotentes, y que preguntaran lo que no
entendieran. La doctrina propuesta por la institución judía los tenía aprisionados y los incapacitaba para
entender todo lo que se les ofreciera desde otras perspectivas.
Es lo que nos pasa ahora a los cristianos: ¿cómo vamos a entender el evangelio los que vivimos seguros
de poseer la verdad, sentados cómodamente en el ‘sillón’ de nuestra ‘fe’, sin ningún compromiso con la
justicia social, por ejemplo? Sólo podrán entender los que se despojen de su ‘molde’, prefabricado en una
sociedad llamada cristiana. Los demás seguiremos aceptando lo que dé la razón a nuestro modo de vivir, a
lo que más nos convenga, cerrados a conocer los misterios del reino.
Para entender necesitaríamos cambiar nuestra idea de Mesías, ahondar en las verdaderas causas del
asesinato de Jesús; sacar las conclusiones para ahora y aquí y ponerlas en práctica. Necesitamos dudar, y
es lo que nunca haremos.
Al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.
A los que escuchan el mensaje, lo ahondan y van produciendo los frutos correspondientes, las palabras de
Jesús se le aclaran cada vez más; lo que les irá llevando a una vida más semejante a la suya. Los que no
247
respondan con su vida a dichas palabras, irán perdiendo paulatinamente lo que han recibido. Ejemplos no
faltan entre nosotros.
Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender.
La razón de su enseñanza en parábolas responde a un hecho: las multitudes, manipuladas por los letrados
y los fariseos, no perciben ni comprenden. ¡Qué difícil es cambiar el ‘recipiente’! Y Jesús no quiere
forzarlas. Hasta ahora ha hablado y actuado con toda claridad y no le han entendido. ¿Para qué seguir
exponiendo su doctrina con toda amplitud y radicalidad? Se la propondrá en forma velada, en parábolas,
para estimularlos a pensar por sí mismos, a ver si de esta forma llegan a cuestionarse los principios
ideológicos que les impiden entender. La doctrina sobre el reino exigía esfuerzo y disponibilidad.
Es el problema de hoy y será el de siempre. De otra forma, ¿cómo entender la palabra de Dios como
profecía?
La cita del texto se refiere a Isaías (6, 9-10).
EXPLICACIÓN DE LA PARÁBOLA
La explicación de la parábola sólo se da a los que preguntan, al grupo de los íntimos, a los iniciados, a los
que van entendiendo que Jesús pide el compromiso de toda la vida y están dispuestos a jugársela.
Lo que siembra el sembrador es el mensaje del reino. Mensaje que podemos resumir en el contenido de
las bienaventuranzas, principalmente en la primera –‘dichosos los pobres’- y en la última –‘dichosos los
perseguidos por causa de la justicia’-. La opción personal por la pobreza y la situación de persecución e
incomprensión que la fidelidad a esa opción comporta, constituyen el núcleo de los secretos del reino.
No basta con oír, es necesario entender. Si no se entiende; es decir, si no se toma la palabra como norma
de conducta personal, el Maligno lo arrebata. Son las tentaciones que venció Jesús en el desierto –el afán
de dinero, de gloria y de poder- las que quitan el mensaje.
El Maligno, el tentador, es todo lo que impide aceptar la clave de interpretación del mensaje de Jesús, es
la institución judía con su doctrina del mesías poderoso y triunfador. Y no sólo ella...
Lo sembrado al borde del camino, se pierde. Son los que escuchan sin entender, por ser terreno duro,
impenetrable, empedrado y machacado por la costumbre y la rutina. Todo lo escuchan como ya sabido.
La semilla rebota. Escuchan como espectadores. El reino no es un valor para ellos. ¿No estaremos aquí la
mayoría de los cristianos –clérigos y laicos- actuales? ¿No lo sabemos ya todo?
Lo sembrado en terreno pedregoso, también se pierde. Son los que aceptan todo rápidamente, sin
profundizarlo. No dan a la palabra el valor que tiene, la consideran una cosa más en su vida, y la colocan
junto a otros valores que interesan y preocupan más. No tiene raíces y se lleva todo el viento más ligero.
Son inconstantes ante las exigencias de la fe.
Lo sembrado entre zarzas, da también resultado negativo. Son los que tienen mucho que dejar para
poder ser cristianos: las riquezas, la posición social, los criterios de clase, los valores del mundo
capitalista, los condicionamientos históricos de la Iglesia, la concepción del sistema económico, la
sociedad de consumo, las ideas radicalmente injustas que se aceptan como buenas... Por eso, se apresuran
a ahogar la simiente por miedo a las complicaciones que podría ocasionar en sus vidas. Todo esto hace
que sean los peores adversarios del reino de Dios. Tanto más peligrosos cuanto más importantes sean los
puestos que ocupen en la Iglesia y en la sociedad.
248
Se dan mezclados y pueden coexistir en la misma persona. Son muchas las cosas que nos impiden hacer
una verdadera opción de fe a favor de los oprimidos y de una sociedad más justa. Escuchamos la palabra
aparentemente. No intentamos defenderla contra las exigencias y demás ofrecimientos seductores de la
vida. Preferimos evadirnos o tergiversarla.
Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende. Y da un ciento o
setenta o treinta por uno.
Sólo si la semilla echa raíces dentro de nuestro corazón, podrá hacer frente a las dificultades que,
inevitablemente, han de llegar.
Aun cuando hayamos recibido el evangelio con corazón sincero, las situaciones externas pueden
hacernos entrar en crisis. Cada etapa de la vida tiene sus propias dificultades.
En este cuarto grupo están los que se han reconocido en los tres anteriores. Reciben la palabra de Dios
como una revelación, como una interpelación personal constante, como una llamada ininterrumpida a
superarse. Son los que se dejan desalojar de su buena conciencia y de su seguridad; los que toman para sí
todo lo que oyen, los que están en actitud permanente de conversión y de arrepentimiento. Son los que se
deciden por la opción radical de la fe, los que ponen el reino de Dios por encima de todo lo demás; los
constantes hasta el final. Son los que oyen y van entendiendo, porque tienen la clave de interpretación.
Clave que se logra únicamente con el compromiso de toda una vida entregada a la causa de Jesús, que es
la causa de los pobres de la tierra.
También entienden en las dificultades, en la dura polémica con las otras fuerzas que quieren dominar
nuestras vidas. Entender en medio de las dificultades es entender plenamente. Es entonces cuando se
comprende que Dios quiere ser Señor de todos nuestros actos, lo cual nos lleva a un compromiso para
toda la vida. En ellos, la palabra va penetrando, madurando, germinando, dando fruto.
La parábola muestra cómo el éxito y el fracaso se dan juntos. Tres veces fracasa la palabra. Pero el
fracaso queda compensado con el fruto abundante.
Lo mismo ocurre con el reino de Dios. Los comienzos no son halagüeños, parece que todo lo demás tiene
más atractivo para nosotros; pero se logrará una gran cosecha.
Por eso, no debemos desanimarnos aunque tengamos mucha oposición y muchos fracasos. Aunque esta
oposición venga de aquellos que más tendrían que apoyarnos.
Dios habla siempre, porque semilla suya es todo lo que hay de bueno en nuestro mundo y en nuestras
vidas. Todo lo que de verdad, de amor, de justicia, hay en nosotros y en el mundo. ¡Todo! Un todo que se
manifiesta al máximo en Jesús de Nazaret, y que llega a nosotros de mil formas.
La Palabra de Dios es irrepetible; aunque la hayamos oído mil veces, nunca ilumina de la misma manera
ni produce los mismos frutos. Se trata siempre de ‘buena nueva’ –evangelio-.
LA PALABRA CREADORA DIRIGE LA HISTORIA
“Esto dice el Señor:
Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo
y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra,
de fecundarla y hacerla germinar,
para que dé semilla al sembrador
y pan al que come,
así será mi palabra que sale de mi boca:
no volverá a mí vacía,
249
sino que hará mi voluntad
y cumplirá mi encargo.”
(Is 55, 10-11)
La primera lectura pertenece al final del ‘Segundo Isaías’ (capítulos 40-55), escrito en el siglo IV a. C.
En los capítulos anteriores, el profeta ha tratado de mostrar cómo todos los acontecimientos de la historia
están dirigidos por el mismo Yahvé para el progreso del pueblo. En la lectura de hoy se sirve de la imagen
de un subordinado que va a cumplir una misión y vuelve a su superior a comunicarle que se ha cumplido
lo mandado: no vuelve a mí vacía (v 11).
Dios dirige con su inteligencia la historia. Pero sus designios misteriosos superan toda capacidad
humana. Designios que se expresan a través de su palabra (v 10), cuya eficacia es tan manifiesta como la
lluvia, que empapa la tierra y la hace fructificar. Aunque la eficacia de la lluvia no es perceptible a simple
vista, sin embargo, a la larga, la simiente consigue dar fruto (v 11).
Aunque en determinadas circunstancias provoquen desesperación e inquietud –la situación del pueblo,
exiliado en Babilonia, era desesperante-, Yahvé está siempre presente llevando adelante sus designios de
salvación, realizando su obra. Cuando el ser humano o el pueblo imaginan que sus pecados son
demasiado grandes para ser perdonados, Dios les revela una perspectiva que escapa a las normas de la
justicia humana.
Al defender enérgicamente el monoteísmo (Is 41, 8-14. 17-20), el autor recapitula la unidad de la historia
del mundo. Si Dios es único, no tiene por qué temer la competencia de otro en su modo de dirigir la
historia: todas las etapas de ella son queridas por Yahvé y conducen al futuro escatológico por él
señalado. Ninguna fuerza podrá contradecir sus designios, simbolizados en la lectura de la palabra.
La esperanza en la realización del plan de Dios sobre el mundo no puede tener mejor apoyo que la fe en
el Dios único y trascendente.
La palabra de Dios es poderosa y eficaz. Yahvé es fiel a ella y realizará la salvación prometida. Los
sufrimientos que padecen en el exilio no deben desalentarles. Yahvé ha anunciado por el profeta la
liberación de la esclavitud; una liberación que se realizará con toda certeza, aunque se retrase. Lo mismo
que liberó a los padres de la esclavitud de Egipto, los librará a ellos de la cautividad de Babilonia. Hay
que mantener la esperanza, a pesar del silencio y de la aparente impotencia de Dios. De todas las
promesas divinas ni una sola ha dejado de cumplirse.
EL SUFRIMIENTO ALUMBRA EL MUNDO NUEVO
“Hermanos: Considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria
que un día se nos descubrirá. Porque la creación expectante está aguardando la
plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración no por
su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la
creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en
la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con
dolores de parto.
Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu,
gemimos en nuestro interior aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención
de nuestro cuerpo.”
(Rom 8, 18-23)
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En uno de los más bellos pasajes de sus cartas, san Pablo responde a la pregunta que se hacían muchos
cristianos: ‘Si hemos sido reconciliados por el Hijo en el bautismo (Rom 6), ¿cómo es posible que el
sufrimiento y el fracaso tengan tanto poder sobre nosotros?’
Pablo ha dejado claro que somos ‘hijos y herederos de Dios’, pero antes tenemos que ‘padecer con
Cristo’ (vv 16-17). Es el ‘precio’ de la restauración del hombre y del cosmos. Nuestro cuerpo pertenece al
mundo presente, por lo que participa de sus sufrimientos. Pero no hay proporción entre este sufrimiento y
la gloria futura (v 18). La creación entera, a la que nuestro cuerpo está estrechamente ligado, está sujeta a
la frustración –al sin sentido-, no sólo por el pecado del ser humano, sino también por sus propias leyes.
La naturaleza se somete a sus leyes y se acomoda a sus límites con repugnancia (vv 19-22).
Lo más llamativo de este pasaje es, posiblemente, la solidaridad que Pablo supone entre el universo y los
creyentes. Atribuye dimensiones cósmicas, y no sólo antropológicas, a la redención de Cristo. Aunque no
explica el cómo, Pablo parece afirmar con rotundidad que el cosmos no se limitará a ser un simple
espectador de la salvación y de la gloria del ser humano redimido, sino que las compartirá.
Si la humanidad ha superado en Cristo este destino de muerte, el resto de la creación también lo superará.
Aunque en los profetas del antiguo Testamento hay algunos atisbos, es Pablo el primer autor bíblico que
habla de esta esperanza cósmica.
Estamos en el tiempo de la siembra y del crecimiento... y todos esperamos la siega. Estamos en el
tiempo de los dolores de parto... y todos esperamos la hora de ser hijos de Dios. El sufrimiento, fruto
de la entrega a la realización del mundo nuevo, es un elemento necesario para la fecundidad de la Palabra
de Dios, que llevará toda la creación a su glorificación (v 23). La Palabra es semilla que produce la vida.
Y la vida, para nacer, nos hace un daño... de muerte.
La visión cristiana del mundo no puede ser más optimista: todo lo que hay de trágico y doloroso en la
historia humana es considerado como constantes dolores de parto que están alumbrado el mundo nuevo,
el reino de Dios. Un ‘parto’ que durará tanto como la historia de ‘aquí abajo’.
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DOMINGO DECIMOSEXTO ORDINARIO
EL TRIGO Y LA CIZAÑA, LA MOSTAZA Y LA LEVADURA
PARÁBOLA DEL TRIGO Y DE LA CIZAÑA
“Jesús propuso esta parábola a la gente:
-El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla
en su campo; pero, mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en
medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga
apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo:
‘Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde
sale la cizaña?’
El les dijo:
‘Un enemigo lo ha hecho’.
Los criados le preguntaron:
‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’
Pero él les respondió:
‘No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer
juntos hasta la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores:
‘Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla,
y el trigo almacenadlo en mi granero’.
Les propuso esta otra parábola:
-El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que
uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las
semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas y vienen los
pájaros a anidar en sus ramas.
Les dijo otra parábola:
-El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la
amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente.
Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas, y sin parábolas no
les exponía nada.
Así se cumplió el oráculo del profeta:
‘Abriré mi boca diciendo parábolas: anunciaré lo secreto desde la
fundación del mundo'.
Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le
acercaron a decirle:
-Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.
El les contestó:
-El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo
es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña
son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el
diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores, los ángeles.
Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del
tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su
reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno
encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los
justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos,
que oiga”.
(Mt 13,24-43)
Hoy, segundo domingo dedicado a las parábolas de Mateo sobre el reino de Dios, leemos tres.
Hay un hecho evidente: no todo es bueno en nuestro mundo, ni mucho menos. Desde siempre, los
humanos hemos sucumbido a la tentación de juzgarlo todo, de dividir el mundo en buenos y malos,
colocándonos nosotros, ¡cómo no!, entre los primeros. ¡Qué fácil es ver el mal en los demás! Nos
acusamos unos a otros, nos excluimos y hasta nos condenamos.
252
Hoy se siembra la cizaña a manos llenas bajo la mirada de todos. El mal se exhibe, se celebra en vallas
publicitarias, en programas televisivos, se exalta a la luz del día. Las consecuencias están a la vista.
Es más fácil denunciar que testimoniar. Más fácil protestar que trabajar. Más fácil indignarse y
escandalizarse que reconocer los propios errores y después trabajar para crear algo distinto.
Jesús ha explicado a sus discípulos la parábola del sembrador, y vuelve a hablar a la gente en parábolas.
Aunque la semilla caiga en buena tierra y comience a crecer, viene después la amenaza de la cizaña.
Esta primera parábola de hoy refleja la situación de la humanidad con un criterio realista y maduro: la
historia humana está tejida de luces y sombras. Dios no tiene prisa en condenar a nadie. Es evidente que
existe un principio de muerte en el mundo que provoca los odios, las guerras, las injusticias, la
inmoralidad. Comprender el mundo tal cual es debe ser el punto de partida de toda comunidad cristiana.
Nadie tiene derecho a sentirse formando parte de la gente buena, despreciando o condenando a los demás.
Este juicio está más allá de la historia y es exclusivo de Dios.
Porque Dios es fuerte puede permitirse ser también paciente. Los hombres somos injustos, porque somos
débiles. Por eso, nos vemos urgidos a demostrarnos a nosotros mismos y a los demás de qué somos
capaces. Dios no tiene prisa. Sabe tratarnos; cuenta con nuestras posibilidades reales, con nuestro ser real,
aunque esté oculto. Conoce las razones de nuestro actuar mejor que nosotros mismos. Dios sabe que hay
que esperar siempre.
El que ama sabe esperar, sabe tener paciencia, sabe que puede surgir trigo del campo más inundado de
cizaña. Para Dios, y para todo el que ama, siempre es tiempo de plantar y nunca de arrancar.
Hemos de aprender a ser pacientes, sabiendo respetar los ritmos lentos de la vida, el paso de Dios por
cada uno de nosotros.
¡Cuántos padres han sabido esperar, han sabido aceptar la cizaña del corazón de sus hijos y se han
negado a arrancarla!
La cizaña se manifiesta cuando el trigo da fruto; el mal sale a flote cuando es desenmascarado por el
bien. En un mundo egoísta todo está tranquilo hasta que surge una persona desprendida, que pone en
evidencia su falsedad; y obliga a elegir entre destruir al testigo de la forma que sea, o cambiar de vida. Lo
fácil, y lo que solemos hacer, es lo primero.
La parábola vuelve al tema de la paciencia. No somos capaces de distinguir bien entre el bien y el mal;
nos podemos equivocar. Sólo Dios tiene todos los datos para hacer un juicio justo sobre el proceder de los
seres humanos.
Dios es el que siembra el reino, y el que lo desarrolla por medio de una fuerza misteriosa e
incomprensible para nosotros, que lo está llevando a su plenitud. Un reino que está ya cerca de nosotros
–dentro- en Jesús y tenemos que saber reconocerlo ya ahora en la pobreza de los medios y la lentitud del
crecimiento. Un reino que no vendrá triunfalmente, como se esperaba desde el último siglo antes de
Cristo.
En medio de nuestras dudas y esperanzas, Dios actúa en nosotros; por caminos distintos. Confiemos en
él, aunque no entendamos qué pasa ni adónde vamos a parar.
Dios sabe esperar. En el fondo, tenemos que reconocerlo: Todos nosotros somos fruto de la paciencia
interminable de Dios.
253
TODOS Y CADA UNO SOMOS TRIGO Y CIZAÑA
No hay personas totalmente buenas –trigo- y personas totalmente malas –cizaña-. ¿No somos todos
ambas cosas a la vez? ¿No son una amarga experiencia en todos nosotros las incoherencias entre el bien y
el mal?
Querríamos ser veraces, justos, comunicativos, verdaderos seguidores de Jesús, con ganas de seguir el
camino que nos marca en su evangelio. Querríamos ser siempre desprendidos, generosos, serviciales,
solidarios. Lo querríamos porque sabemos que, en definitiva, eso es lo que nos hace felices. Pero nuestra
experiencia nos muestra muy claro que, junto a esos momentos en los que somos consecuentes con
nuestros ideales, hay otros muchos en los que pueden más el deseo de poder, la envidia, el quedar bien,
los deseos de venganza, el odio y tantas otras cosas. Es lo que san Pablo nos dice en su carta a los
Romanos (7, 18-25). ¡Qué frágil parece la amistad y todo lo noble de nuestro mundo!
La vida de todos y de cada uno está llena de contradicciones, de cosas buenas y malas, de amor y de
egoísmo. En todos nosotros hay verdad y mentira. Sólo Dios es la verdad. Creemos en él en la medida en
que estemos dejando que la siembre en nuestros corazones... y la comuniquemos.
PARÁBOLA DEL GRANO DE MOSTAZA
Las parábolas del grano de mostaza y de la levadura son gemelas; nos transmiten la misma enseñanza: la
enorme desproporción que existe entre unos comienzos casi imperceptibles y el desarrollo que se logra.
Lo que hay de Dios en el ser humano –somos su imagen y semejanza-, por poca cosa que parezca, es lo
más importante. Es la pequeña semilla que crece y da fruto; es la levadura que hace que toda la persona y
toda la humanidad se desarrollen.
La parábola del grano de mostaza quiere decirnos que las obras de Dios comienzan y terminan
humildemente, que Dios tiene normas distintas a las nuestras. También, que su reino no procederá de lo
ya existente: será –es- una planta nueva. El grano de mostaza es, en Palestina, la más pequeña de todas las
semillas. De ella sale un arbusto más alto que las hortalizas. No llega al tamaño de árbol. Lo pequeño para
Dios es grande y lo grande, pequeño. Con esta parábola, Jesús se opone frontalmente a la esperanza de
grandeza y de dominio universales propios del mesianismo nacionalista. Israel no dominará a las demás
naciones, ni el reino de Dios será en la historia un gran imperio. Tampoco la Iglesia.
Nos cuesta aceptar los ritmos lentos de Dios; que su reino vaya echando raíces tan lentamente en
nosotros y en las estructuras de nuestro mundo.
Cuando medimos la labor de la Iglesia o la nuestra con patrones de eficacia y espectacularidad, cuando
nos dejamos deslumbrar por lo ostentoso, cuando pensamos que aliándonos con las estructuras de poder y
ocupando cargos influyentes, cuando creemos que moviendo multitudes... nos será más fácil extender el
reino de Dios, nos equivocamos lastimosamente. No es ése, ni mucho menos, el camino que siguió Jesús.
Sólo lo pequeño y pobre tiene posibilidad de comulgar con el desarrollo del reino de Dios. No lo que ha
crecido, lo que ha triunfado, lo que se ha desarrollado.
¿Dónde encontrar hoy esos valores que luchan por abrirse paso? No en lo que goza del favor de los
poderosos, de los honores y las alabanzas de los que manejan este mundo, o de la ley; sino en aquello que
sufre contradicción y burlas, en aquello que se considera como cosa de locos.
254
Debemos creer siempre, por encima de todo, en esta semilla del reino plantada en nosotros y en nuestro
mundo. Semilla que crece y que no dejará nunca de crecer. Porque Jesús lo quiere. Porque él se preocupa.
Porque él nos lo ha dicho y nosotros, sus seguidores, debemos creerlo.
PARÁBOLA DE LA LEVADURA
La parábola anterior hace hincapié en el aspecto externo y visible del reino. La parábola de la levadura
considera su acción invisible, a la que no se puede poner límite ni constatarse hasta el final.
Admite que la comunidad cristiana, vista desde fuera, es pequeña e insignificante, pero con una fuerza
interna capaz de transformar la sociedad; que el fracaso es aparente, que al final el reino saldrá victorioso.
El reino de Dios no es algo sobreañadido al mundo, sino que está inmerso e identificado con él. Nadie ve
la levadura ni la semilla sembrada; sólo se ve la masa y el arbusto. El reino nunca se busca a sí mismo;
está siempre en función del crecimiento de la humanidad.
La pequeña cantidad de levadura logró un gran efecto. Así sucede con el reino de Dios: por sus humildes
comienzos y desarrollo no es posible vislumbrar el final. Interiormente está lleno de fuerza vital, lo que
exteriormente parece débil. Con la debilidad externa del mensajero se desarrolla su fuerza interna.
No podemos olvidar la tremenda sensibilidad del reino de Dios: la menor violencia, la menor infidelidad
del mensajero, pueden dificultar el desarrollo del mensaje, aunque nadie se entere de esa infidelidad o de
esa violencia.
¿Hacemos los mensajeros, por nuestros pecados, más lento aún e imperceptible el reino de Dios? Quizá
deberíamos distinguir entre el mensajero que se subordina plenamente a los planes de Dios y se deja
transformar por él, del que no compromete su vida con lo que comunica. El primero, por su compromiso
con el reino, no impedirá su implantación entre los hombres. Ya sabemos, que aunque haya deseos de
fidelidad, los pecados serán abundantes (Sant 3, 2). El segundo, el que no trata de vivir de acuerdo con lo
que dice, será difícil que logre algo... Aunque ya sabemos que los caminos de Dios son imprevisibles.
Estas parábolas nos revelan un concepto de Dios muy diferente del que aparece en el antiguo
Testamento. No es un Dios poderoso, sino humilde; su obra dentro de la historia es modesta, llena de
dificultades.
EN DIOS, LA JUSTICIA Y LA MISERICORDIA SE IDENTIFICAN
“No hay más Dios que tú, que cuidas de todo,
para demostrar que no juzgas injustamente.
Tu poder es el principio de la justicia,
y tu soberanía universal te hace perdonar a todos.
Tú muestras tu fuerza a los que dudan de tu poder total
y reprimes la audacia de los que no te conocen.
Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación
y nos gobiernas con gran indulgencia,
porque puedes hacer cuanto quieres.
Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano,
y diste a tus hijos la dulce esperanza
de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.”
(Sab 12, 13. 16-19)
El libro de la Sabiduría es el último que se escribió del antiguo Testamento (entre los años 150 y 30 a. C.)
Su autor ha meditado la historia y sacado sus enseñanzas. Ha observado que el poder de Yahvé es el
255
principio de su justicia y de su misericordia. Su soberanía universal le hace mostrarse compasivo y
paciente. Esta fue su conducta con los egipcios y es ahora con los cananeos, pueblo idólatra y cruel en su
culto, que ocupaban la tierra prometida a los hebreos. Los cananeos se daban a la adivinación, a la magia
y a ritos impíos, en honor de Baal; y crueles, como ofrecer en holocausto, al dios Moloc, a sus hijos en las
grandes calamidades y en las fiestas del dios.
Cuando el autor redacta el texto de la primera lectura, la mayoría de los miembros del pueblo judío se
encuentran viviendo entre los cananeos, en situación parecida a la que habían conocido sus antepasados
en Egipto. Las severas leyes judías les amparan de la promiscuidad en que viven los paganos.
Los judíos viven inquietos por su situación y se preguntan: ¿Por qué tolera Yahvé tales cosas y no hace
caer su furia sobre los impuros y los idólatras?
El antiguo Testamento acostumbra presentar a Dios con ostentación de poder: truenos, tempestades... En
el texto de hoy nada de esto. Se afirman su fuerza y omnipotencia, pero éstas se revelan en el silencio de
su amor misericordioso. De ahí el escándalo y los interrogantes que el pueblo manifiesta a su Dios. Si
Yahvé es el poderoso que libró a nuestros padres, ¿por qué no nos libra ahora a nosotros? ¿Por qué no
destruye a los enemigos del hombre justo?
Nadie puede pedirle cuentas, pues nadie hay por encima de él que cuide de todo. Todos somos criaturas
suyas y a todas nos ama.
Dios espera... y espera siempre. No nos da permiso para extirpar al ‘malo’: Diste a tus hijos la dulce
esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.
La Palabra de Dios no alienta nuestra vocación de jueces. Al contrario, quiere hacerla fracasar, y
pretende que nos metamos en el pellejo del acusado. La dureza es debilidad. El verdadero poder es
indulgente. En Dios la misericordia y la justicia no se excluyen, sino que se identifican en él, lo mismo
que el amor, la libertad... Porque Dios ‘es’ todo eso.
La respuesta del autor del libro de la Sabiduría prepara la de Jesús: la fuerza de Dios es real, pero no
quiere emplearla en destruir, sino en la indulgencia y en la moderación (vv 16-18). Esta moderación
reposa sobre dos motivaciones distintas: porque la demora puede permitir al hombre vencer su egoísmo y
convertirse; y para que el judío aprenda a ser más humano, en el respeto y la tolerancia.
¡QUÉ DIFÍCIL ES REZAR BIEN!
“Hermanos: El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque nosotros
no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos inefables.
El que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su
intercesión por los santos es según Dios.”
(Rom 8, 26-27)
Seguimos leyendo el capítulo octavo de la carta a los Romanos. Hoy, en el tercero de los cinco
dedicados a él, Pablo aborda otro problema: si el creyente posee el Espíritu de Dios, ¿por qué encuentra
tantas dificultades para rezar? Al sufrimiento de todo tipo se añade la ‘miseria’ de nuestra vida cristiana,
especialmente en el campo de la oración.
Es verdad que, cuando oramos, tenemos muchas cosas que pedir. Las necesidades son innumerables... y
Dios calla. Sólo Dios sabe lo que realmente necesitamos. Por eso, con frecuencia no escucha nuestras
pretensiones. Nuestra oración es casi siempre demasiado mezquina; no manifiesta nuestras verdaderas
256
necesidades. No nos damos cuenta de las cosas esenciales que nos faltan. Pretendemos que Dios nos
resuelva las dificultades, cuando lo que hace es darnos ánimos para enfrentarnos con ellas.
El Espíritu, además de mantener nuestra esperanza en la resurrección (domingo pasado), suple en
nosotros el no saber pedir lo que nos conviene (v 26). Nos ayuda a que descubramos nuestras verdaderas
necesidades e ilusiones. Nos ayuda a que entremos nosotros en los planes de Dios y no al revés. A que
nos abandonemos plenamente a sus insinuaciones.
La cuestión no es rezar: hay métodos para ello. Lo importante es hacerlo pidiendo lo que necesitamos de
verdad. Porque la vida cristiana no es solamente el fruto de la actividad y del esfuerzo de la persona, sino
el desarrollo progresivo de la vida del Espíritu en nosotros. El Apóstol habla de gemidos inefables (v 26),
porque se trata de algo interior, sin palabras, que no puede ser expresado adecuadamente con el lenguaje
humano; algo incomprensible a los humanos, pero no a Dios, que escudriña los corazones (v 27). Tarea
propia del Espíritu, porque él es el único que conoce el plan de Dios. Resultado de ello es que la oración
más auténtica se apoya, a la vez, en la insatisfacción profunda del creyente y en la certeza del papel
esencial del Espíritu como intercesor en nuestra vida espiritual (v 27) y de fuerza interior que nos conduce
a lo mejor de nosotros mismos: a vivir como verdaderos hijos y herederos del Padre del cielo.
La oración no es una evasión hacia Dios, sino un compromiso con el mundo nuevo o reino de Dios. En
ella asumimos la realidad. Sólo la persona adulta en la fe puede orar, porque sólo ella puede ser
compañera de Dios en la lucha por realizar el plan divino sobre la creación.
Es preciso que demos la primacía al Espíritu. Nuestras oraciones suelen quedarse muy cortas en
comparación con las esperanzas de Dios.
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DOMINGO DECIMOSÉPTIMO ORDINARIO
EL TESORO ESCONDIDO, LA PERLA FINA Y LA RED
EL TESORO ESCONDIDO Y LA PERLA FINA
“Dijo Jesús a la gente:
-El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo
encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene
y compra el campo.
El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que
al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.
El Reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge
toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen
los buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los
malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el
rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?
Ellos le contestaron:
-Sí.
Él les dijo:
-Ya veis, un letrado que entiende del reino de los cielos es como un padre de
familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo. ”
(Mt 13, 44-52)
Hoy, el tercero y último domingo dedicado a las parábolas sobre el reino de Dios, leemos las tres últimas,
exclusivas de Mateo: el tesoro escondido, la perla fina y la red.
Cuanto más satisfechos estamos los seres humanos, cuanto más de acuerdo vivimos con nuestro entorno,
cuanto menos nos ‘admiramos’ de lo que vamos encontrando y menos ‘buscamos’ algo más valioso, nos
vamos alejando de la posibilidad de captar un acontecimiento o de estar atentos a ‘algo’ que pudiera
interesarnos y cambiar el rumbo de nuestras vidas.
No sin motivo en las sociedades en las que gozamos de un mayor nivel de vida resulta más difícil
encontrar reacciones desinteresadas ante valores espirituales, o ante las injusticias que padecen tantos
millones y millones de semejantes. A pesar de todo, el reino de Dios, como oferta de libertad y de vida en
plenitud y para siempre, en comunión con el Padre del cielo, está siempre disponible para poder ser
descubierto.
Todos tenemos nuestro ‘tesoro-perla’. A él le dedicamos lo mejor de nuestro tiempo y de nuestras
energías. La cuestión está en acertar con el verdadero.
¿Cómo actúan las personas que valoran de verdad el reino de Dios? Estas dos parábolas manifiestan esta
valoración: el primero ‘encuentra’ algo que no esperaba; el otro, en cambio, es un comerciante que
‘busca’. Son dos formas de situarse ante la vida. En ambos casos, la reacción es la misma: dejan todo lo
demás.
Las páginas evangélicas están llenas de palabras de Jesús invitándonos explícitamente a dejar ‘todo lo
demás’. Aunque el reino en apariencia es poca cosa –‘un grano de mostaza’, un ‘poco de levadura’-, es un
verdadero tesoro y una perla de gran valor por los que vale la pena venderlo todo para conseguirlos.
Tenemos que buscar lo que es fundamental en la vida. Para Jesús lo principal es el reino al que ha
entregado totalmente la vida. A nosotros se nos presenta como una realidad suprema que debe
comprometer toda nuestra existencia.
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Las dos parábolas acentúan el hecho de que venden todo lo que tienen para hacerse con el tesoro o la
perla. Supone no sólo encontrar el tesoro o la perla, sino valorarlos como tales.
La parábola de la perla añade a la del tesoro la belleza. El reino de Dios no es solamente el valor más
grande, sino también el bien más bello y perfecto que se puede conseguir.
La enseñanza es clara: de la misma manera que estos hombres vendieron todos sus bienes, debemos
comportarnos nosotros si queremos adquirir el reino de Dios: desprendernos de todo para conseguir lo
único necesario. Pero, ¿cómo hacerlo sin experimentar que ‘compensa’? Necesitamos, para dar este paso,
para valorar el reino en su justa medida, una cierta experiencia anterior.
Son muchos los esfuerzos que hacemos para encontrar lo que nos falta: trabajo, dinero, placer, cultura...
Pero, ¿hacemos los mismos esfuerzos para vivir en la verdad, en la libertad y la justicia, en la verdadera
dimensión humana?, ¿para saber por qué y para qué vivimos? En nuestra sociedad de consumo tenemos
de todo, pero ¿no carecemos de lo esencial?
Quien ha comprendido el mensaje del reino se compromete de tal forma que otros lo creen una locura.
Los primeros discípulos, cuando se encontraron con Jesús, dejaron decididamente su mundo habitual.
Para ellos ese fue el descubrimiento asombroso que determinó un viraje radical en sus vidas.
Los santos han sido capaces de jugárselo todo ante el descubrimiento sensacional de Jesucristo, ‘tesoro’
que puede llenar nuestras vidas. ¡Cuántas cosas nos gustan! Pero, ¿nos ‘llena’ alguna?
Sólo dejando todo lo demás se encuentran el tesoro y la perla. Por eso, es casi imposible lograrlo. Sólo
‘vendiendo’ encontramos. Y como no ‘vendemos’... Olvidamos que únicamente dejando la última
posesión ‘compramos’ a Dios. Necesitamos usar las cosas sin poseerlas y sin que ellas nos posean a
nosotros. Todos son medios; el reino de Dios es lo único que puede ser fin.
Al reino no se llega sumando, sino restando. Ese reino que está en las cosas de la vida que no se compran
con dinero. Ese reino, que como Dios mismo, está presente en lo más íntimo de nuestra intimidad.
MENSAJE MUY ACTUAL PARA NOSOTROS
Al máximo de ser, corresponde el mínimo de tener. Creer que compramos sin vender es el engaño del
cristiano de siempre. Lo que en el fondo queremos es no cambiar nada de nuestro modo de vivir. Muchas
veces decimos que es imposible.
En la vida, nadie vende sin haber encontrado antes. Y aquí está nuestro problema: no solemos tener
conciencia de haber encontrado un tesoro o una perla de gran valor en la persona de Jesús. Por eso es
inútil toda invitación a ‘vender’, al no tener la experiencia previa de que vale la pena hacerlo.
Todo palidece ante el valor del reino de Dios cuando ha sido descubierto en plenitud. El hombre queda
fascinado. No compran para vender de nuevo o especular con lo comprado. Han encontrado algo que
llena sus vidas y les da sentido. Así ocurre con el hallazgo del reino. Sólo desde él, la vida adquiere su
verdadero sentido. Pero, como requiere desprenderse de todo lo demás, son pocos los que dan con él, son
pocos los que viven un cristianismo en lucha y con alegría.
Porque el motivo que impulsa al discípulo a abandonar lo que tiene y a adherirse al reino, es la alegría de
haber encontrado. Sólo el que ha encontrado el sentido de Dios, a través del mensaje de Jesús, puede
renunciar con alegría a todo lo demás. Ha encontrado la verdad y la vida, ha encontrado la libertad y la
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paz, ha encontrado la justicia y el amor. Y el que tiene el sentido de Dios, lo tiene todo. Afirmación que
sólo puede entenderse desde la propia experiencia.
El descubrimiento de Jesús –es como un enamoramiento- nos hace cambiar todos los objetivos de nuestra
vida; nuestra mirada sobre las cosas y las personas se hace nueva. Hemos hecho un gran negocio. Tanto
más cuanto el tesoro por el que lo hemos vendido todo, no cesará de admirarnos y revelarnos una belleza
siempre nueva, con tal de no acostumbrarnos a ella.
Acostumbrarnos a Jesús es un peligro que tenemos todos los cristianos. El polvo de cada día se va
depositando sobre la perla, ocultando su valor original. Y podemos cambiar el mensaje de Jesús por
componendas con la sociedad, por soluciones de facilidad, por equívocas aprobaciones humanas; y,
también, por la oración reducida a las prácticas religiosas.
PARÁBOLA DE LA RED
Esta parábola es semejante a la de la cizaña. Su finalidad es mostrarnos que el reino inaugurado por Jesús
llegará a su plenitud.
Nos describe una escena de pesca en el lago de Genesaret. Se calculan en él unas treinta especies
distintas de peces. De ellas solamente una no se podía comer, prohibida por la legislación judía al ser
peces que no tenían escamas. Se les consideraba impuros. Esos mismos peces eran muy apreciados por
los paganos de la región.
Los peces defectuosos o legalmente impuros, los tiraban; los buenos los ponían en cestos.
Al final del tiempo sucederá algo semejante a esta escena.
De los justos no se dice nada. Todo se centra en la suerte de los malos.
Jesús afirma que llegará un día en que se hará la separación, pero no es esa su misión actual. Él viene
para salvar, y acepta que le acusen de juntarse con publicanos y pecadores. Mientras tanto los peces
buenos deben convivir con los malos.
Aunque en la vida de una persona no salga a la luz lo malo cuando tiene éxito y prestigio, cuando es
estimado, cuando exteriormente aparece como intachable; o cuando no sale a la luz lo bueno del hombre
marginado, olvidado, mal visto... porque molesta; el día del juicio saldrá a la luz la verdad de cada uno.
Antes no es posible la selección. Malos y buenos, lo malo y lo bueno de cada uno, tienen que convivir o
coexistir hasta el final. Solamente entonces se manifestará con claridad meridiana la verdadera
comunidad de los hijos de Dios, libre de la esclavitud, libre de todo lo malo, libre de lo aparentemente
bueno, libre de los que parecían creer, libre de los que confesaban a Cristo con sus labios teniendo el
corazón muy lejos de él...
NECESITAMOS AHONDAR EN EL SENTIDO PROFUNDO DE LAS PALABRAS
No basta con oír las palabras, es necesario entender su sentido profundo. Jesús termina sus enseñanzas
en privado con sus discípulos. Vuelve al tema de ‘entender’ que ha dado el tono a todas las parábolas del
reino. Sólo quien acepta interiormente lo que oye, puede vivir después guiado por esas palabras.
Puedo oír las palabras y no quedar afectado por ellas. Pero si me esfuerzo por entenderlas, noto que se
refieren a mí, y que no puedo desviarme de lo que proclaman.
El que quiere vivir y anunciar el reino, tiene primero que haber aprendido la verdad sobre ese reino.
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Lo nuevo y lo antiguo indica la necesidad de comprender el sentido que aporta Jesús a todo lo anterior.
Mateo opone aquí a los ‘letrados’ cristianos y a los judíos. Éstos pretendían interpretar todo desde el
antiguo Testamento. El que ha comprendido los secretos del reino, coloca a Jesús –lo nuevo- en primer
lugar, subordinando a él toda la ley y los profetas -lo antiguo-. Ésta será en adelante la clave de lectura de
todo el antiguo Testamento: el mensaje de Jesús.
LA PETICIÓN DE SALOMÓN
“En aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo:
-Pídeme lo que quieras.
Respondió Salomón:
-Tú trataste con misericordia a mi padre, tu siervo David, porque caminó en
tu presencia con lealtad, justicia y rectitud de corazón; y fiel a esa misericordia, le
diste un hijo que se sentase en su trono: es lo que sucede hoy, Pues bien, Señor,
Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque
yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu
pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón
dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues ¿quién sería
capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?
Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello y Dios le dijo:
-Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la
vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar,
te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido
antes ni lo habrá después de ti.”
(1 Re 3, 5-12)
La primera lectura clarifica las parábolas del tesoro y la perla, a través de la decisión que tomó el joven
Salomón al suceder a su padre en el trono de Israel.
Ya desde el principio su reinado se sitúa en un plano distinto del de David: las conquistas han terminado,
por lo que la atención del nuevo rey recaerá sobre los problemas de la organización y desarrollo del reino.
Durante su reinado se construirá el templo de Jerusalén, centro de la vida del pueblo y signo de su
‘encuentro con Dios’.
Salomón es joven e inexperto. Pero es consciente de que tiene que gobernar a un pueblo que no es suyo,
sino de Yahvé. Se siente incapaz... y acude a la oración. Se fue a Gabaón a ofrecer ‘mil holocaustos’ (1
Re 3, 4). Allí se encontraba la ermita principal antes de la construcción del templo de Jerusalén.
El Señor se apareció en sueños a Salomón para decirle que le pidiera lo que quisiera. Y Salomón le
pidió sabiduría para gobernar a su pueblo. La acertada petición agradó a Dios que le concedió un corazón
dócil para gobernar a su pueblo.
Esta petición de bienes espirituales es única en la antigüedad. Los reyes paganos pedían a los dioses larga
vida, seguridad nacional, un ejército invencible, prosperidad para el país, un poder duradero... Yahvé da a
entender, en su respuesta, que también sus servidores de Israel pedían esas cosas.
Salomón comprende que únicamente escuchando a Dios puede el ser humano llegar a una actuación
acertada y no perderse en cosas secundarias.
Da gusto encontrarse con personas que reconocen no estar a la altura de la misión que se les ha
encomendado, que tienen miedo de haber alcanzado su propio ‘grado de incompetencia’, según el
‘principio de Peter’: ‘toda persona trata de ascender hasta un puesto para el que no sirve, y en él se
queda’.
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En la oración de Salomón se advierte un timbre de autenticidad. No recita ante Dios el papel del humilde,
del que afirma que no es digno... y que espera que le digan que no es verdad.
Se presenta tal como es: confiesa sus insuficiencias y sus límites –soy un muchacho-, sus incapacidades
y sus incertidumbres –no sé desenvolverme-. Da a entender que para él lo importante no es haber llegado
a aquel puesto; lo que considera decisivo es lo que vendrá luego. Sabe que no se trata de buscar apoyos y
recomendaciones para hacer carrera.
Salomón no exhibe sus títulos. Se declara disponible para recibir. No está preocupado por el éxito, por la
popularidad. Busca el bien del pueblo. Sabe que, si actúa mal, no compromete tanto su propio prestigio
como el bien de las personas de las que es responsable.
Obtener de Dios un corazón dócil no significa acumular saber, sino ponerse a escuchar. Dios le promete
que lo irá instruyendo día a día; le garantiza la posibilidad de ver, de examinar, de decidir de manera justa
en cada ocasión.
La añadidura: como no lo ha habido antes ni lo habrá después pertenece al estilo hiperbólico oriental,
engrandecido por la leyenda popular.
Todos podemos hacer nuestra la oración de Salomón, aunque no tengamos responsabilidades de
gobierno. Todos necesitamos un corazón ‘dócil, sabio e inteligente’ para gobernar nuestras vidas, para
saber discernir el mal del bien, con plena fidelidad.
La referencia constante al Señor es indispensable para no perder el rumbo.
SÍNTESIS DE TODA LA CARTA
“Hermanos: Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a
los que ha llamado conforme a su designio.
A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que
él fuera el primogénito de muchos hermanos.
A los que predestinó los llamó; a los que llamó los justificó; a los que
justificó los glorificó.”
(Rom 8, 28-30)
Los tres versículos de la segunda lectura contienen en síntesis la doctrina de toda la carta. En ellos, Pablo
nos da la razón última de la esperanza que nos viene anunciando desde el principio. El texto describe el
desarrollo del plan salvador de Dios, desde la eternidad hasta su última realización.
Podemos distinguir dos partes: La segunda (v 29-30) explicación de la primera (v 28), en la que se
encuentra la afirmación fundamental del Apóstol: a los que aman a Dios todo les sirve para el bien.
Dios transforma todo lo que consideramos nosotros como negativo en bien. El cómo lo hace está
escondido a nuestros ojos y a nuestra comprensión. La solución positiva a veces llega después de muy
largo tiempo. Otras veces... no llega. Pablo nos infunde ánimos ante la certeza de nuestra futura
glorificación. Ni los males del cosmos ni la debilidad espiritual del ser humano, pueden poner en peligro
los planes que Dios estableció desde la eternidad. Hemos de creer que todo acontecimiento doloroso
encierra una semilla de crecimiento y de liberación.
Los vv 29-30, segunda parte del texto, nos indican los diversos momentos por los que pasa la acción
salvadora de Dios afirmada en el versículo anterior.
Pablo enumera cinco actos divinos: ‘escoger-conocer, predestinar, llamar, justificar y glorificar’. Los
dos primeros son actos eternos; los otros tres, son temporales.
262
Distingue conocer de predestinar. Dios no predestina ciegamente: el conocer precede a cualquier
decisión. Los destinatarios somos todos los cristianos –Pablo sólo se dirige a los cristianos, lo cual no
puede significar excluir a los demás-.
Nos predestinó a ser imagen de su Hijo para que él fuera el primogénito de muchos hermanos (v
29). Es decir, a reproducir en nuestra vida los sentimientos de Cristo. Este es el fin último que Dios
pretende con su predestinación: La gloria del Hijo, cuya soberanía quiere resaltar.
¿Cuándo adquirimos esa configuración con Cristo, objeto de la predestinación? Únicamente en el cielo,
cuando incluso nuestro cuerpo será transformado a semejanza del de Cristo. Es verdad que la gracia nos
asemeja ya al Hijo, en el ahora y aquí, pero no es aún esa imagen perfecta y consumada por la que
suspiramos.
A los que predestinó los llamó; a los que llamó los justificó; a los que justificó los glorificó (v 30).
Son palabras que no ofrecen ya dificultad. Señalan el orden de la realización de los actos con que Dios
lleva a cabo esa predestinación: vocación a la fe, justificación, glorificación en el cielo.
Habla de glorificó en pasado, dando así más certeza a nuestra esperanza.
263
DOMINGO DECIMOCTAVO ORDINARIO
MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES Y LOS PECES
AL PUEBLO SIEMPRE LE ‘CAEN’ TODAS
La historia nos muestra que el pueblo hace revoluciones, empujado por unos pocos. Acabado el esfuerzo,
vuelve a quedar reducido a la ignorancia y al olvido.
Entre la gente inquieta, entre los que pretenden cambios importantes en la sociedad, se ha puesto de
moda volver al pueblo, contar con el pueblo, acercarse a él, promocionarlo... Es como un campo en el que
se han sembrado todas las esperanzas sin más cosecha que las frustraciones y la explotación.
También se le pide a la Iglesia que ayude al movimiento liberador de los pueblos.
El paternalismo ronda todo esfuerzo por promocionar al pueblo: gentes de ‘buenas familias’ o viviendo
una vida burguesa, que pretenden ayudar sin dejar de ser lo que son. Están también personas muy
‘honorables’ que hacen con el pueblo lo de siempre: explotarlo.
Sin embargo, el pueblo es la auténtica esperanza de la humanidad. En él está el futuro de la historia. Pero
no debemos idealizarlo porque está desorientado, sin cultura, sin conciencia, con muchos años de manejo
por los poderes.
Solamente es del pueblo el que pertenece a él. Los que pertenecen a las clases altas, por el poder que
ostentan o por la cultura o por sus bienes económicos, no son del pueblo. Si alguno de estos quiere estar
con el pueblo, ha de hacerlo con humildad, silenciosamente, en un segundo plano.
Jesús de Nazaret sí es del pueblo: no poseía bienes de este mundo, ni había adquirido la ciencia de las
grandes escuelas y culturas. Era un simple trabajador manual. Por eso todos se admiran de que supiera sin
haber estudiado (Lc 2, 47; Mc 6, 2).
La actitud de Jesús es fundamental para entender el verdadero espíritu de la transformación social y
religiosa. Si la aceptáramos haríamos al pueblo un servicio incalculable. Es necesario que lo oigamos a él
por encima de tantas voces que nos hablan de oídas porque no contemplan, ni oran, ni viven desprendidos
de los bienes materiales, ni se quieren renovar. Para poder transmitir la Palabra de Dios necesitamos vivir
con periodicidad un tiempo fuerte de sosiego, de paz, de encuentro íntimo con Jesús.
Mirándonos en la actitud de Jesús deberíamos preguntarnos cada uno de nosotros y cada comunidad
cristiana: ¿somos capaces de ver más allá del pequeño círculo de nuestros intereses y de nuestro yo, o
sufrimos de miopía?, ¿cómo resuenan en nosotros los problemas de los demás?: el paro, la marginación,
la soledad, la enfermedad, la inmigración, el racismo, el hambre de tantos millones de seres humanos...
Jesús ve la realidad y, también, sus causas. No ve sólo lo que es evidente a simple vista, sino que juzga
las raíces más profundas de la situación que vive el pueblo, y las pone al descubierto.
El hombre moderno vive en una ‘cultura’ visual, de imágenes, ‘teledirigida’... Si no vamos a las raíces
de los problemas para solucionarlos, nuestro cristianismo puede resultar estéril y nuestra compasión puro
sentimentalismo. Es necesario que pongamos, en el centro de nuestra vida, la misión de anunciar y
realizar el reino de Dios, y todo lo demás –profesión, posesiones, diversiones...- a su servicio.
Jesús, después de hablar al pueblo, va a darnos un signo que haga patente su enseñanza. Con la
multiplicación de los panes y de los peces nos está indicando que también se preocupa de nuestro
alimento corporal.
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EL PUEBLO SENCILLO ES EL DESTINATARIO DEL EVANGELIO
“Al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en
barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde
los pueblos.
Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos.
Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
-Estamos en descampado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan
a las aldeas y se compren de comer.
Jesús les replicó:
-No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.
Ellos le replicaron:
-Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.
Les dijo:
-Traédmelos.
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los
dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los
dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta
quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos
cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.”
(Mt 14, 13-21)
Después de las parábolas sobre el reino de Dios, el leccionario A recoge importantes narraciones de
Mateo en torno a la Iglesia (domingos 18-24), con un tema central: Jesús es el Hijo de Dios, Mesías y
Señor de la Iglesia. Repartidos en tres núcleos: el primero, la multiplicación de los panes en descampado
y Jesús y Pedro caminando sobre el agua (domingos 18-19); el segundo, la fe de la cananea, la confesión
de fe de Pedro y las dificultades que acarrea el seguimiento de Jesús (domingos 20-22); y la tercera, la
comunidad de la conversión y del perdón (domingos 23-24).
Estamos en los comienzos del tercer año de la vida pública de Jesús, según el evangelio de Juan, que nos
narra este mismo episodio en su capítulo sexto.
Los primeros cristianos daban mucha importancia a esta narración de la multiplicación de los panes y de
los peces. Solamente así se explica el hecho de encontrarla en los cuatro evangelios. Más aún, Mateo y
Marcos nos hablan de ella dos veces (Mt 14, 13-21; 15, 32-39; Mc 6, 30-44; 8, 1-10), siendo,
posiblemente, la segunda un doblaje de la primera.
Todos los relatos de la multiplicación de los panes hacen una clara alusión a la Eucaristía, celebración
cumbre en la vida de un cristiano.
No se cansan de oírle y llega la tarde. La gente necesita comer. Le han seguido prescindiendo de las
seguridades que el mundo les ofrece; entra la noche y no tienen dónde refugiarse, sienten hambre y no
disponen de comida... porque se encuentran lejos de las ciudades, a la intemperie, lugar ideal para poder
escuchar las cosas de Dios. Aquí no se puede comprar comida: la sociedad de consumo no funciona en el
‘desierto’. Es fuera de las ciudades en que se refugian los hombres, es en medio del desierto y a la llegada
de la noche donde actúa Dios.
Es difícil encontrar una imagen más evocadora del sentido y de la obra de Dios en Jesús. Los que le
siguen tienen que arriesgarse, dejar atrás sus seguridades. Una vez que se han decidido a seguirle no
necesitan decir nada: Jesús sabe sus necesidades y les ayudará.
‘Comprar’ a cambio de dinero, es un sistema que crea dependencia. Y Jesús no lo acepta, porque así la
vida-alimento no está directamente al alcance del hombre, sino manipulada por los que tienen el poder. Y
265
les propone otra solución: Dadles vosotros de comer. Al ‘comprar’, Jesús opone el ‘dar’: son los
discípulos los que tienen que dar de comer a la gente. ¡Tan realista como parecía Jesús...!
El relato evangélico nos afecta y nos compromete más de lo que podríamos sospechar. El sentido
religioso de este episodio de la historia de la salvación es claro: Proclama que Dios está siempre a favor
del pueblo. Jesús ha responsabilizado a los apóstoles, que sugieren una solución dictada por el sentido
común, que refleja la postura normal en nuestras sociedades ‘cristianas’: ¿qué podemos hacer nosotros?
Ya tenemos bastante con nuestros problemas y preocupaciones.
Dadles vosotros de comer. El pueblo está pasando por una grave crisis económica, el paro se multiplica
día a día, la necesidad es angustiosa en muchas familias. El pueblo no sólo experimenta el hambre de una
vida más verdadera y feliz, sino también, como la multitud que acompañaba a Jesús, el hambre o la
indigencia material. También tiene hoy, por eso, actualidad el mandato de Jesús. En todo lo que pueda
emprenderse para solucionar esta situación angustiosa, los cristianos tenemos que estar presentes. Hemos
de luchar contra las desigualdades y los egoísmos; contra las excesivas diferencias de sueldos, el
pluriempleo, las horas extraordinarias, la globalización... Es verdad que los cristianos no tenemos la
solución, pero ¿no deberemos infundir en nuestro mundo un nuevo estilo que renueve los sistemas
económicos y haga posible el milagro de la multiplicación de los bienes, mediante un reparto más
fraternal? ¿Seguiremos defendiendo el sistema capitalista, causante de tantas opresiones y muertos de
hambre? ¿Cómo pueden compaginarse el ideal evangélico de la fraternidad universal con el principio de
la libre competencia y el máximo lucro que rige el sistema capitalista? Si no repartimos el pan material,
¿cómo pretender repartir el eucarístico? Los cuatro evangelistas nos presentan la imposibilidad en que el
pueblo se encuentra de alimentarse a sí mismo. Jesús quiere saciar el hambre de los que le rodean, por
muchos que sean y por desesperada que parezca la situación.
COMPARTIERON Y HUBO PARA TODOS
Jesús ha tomado los panes y los peces que posee el grupo, ya que éste debe aportar a la solución del
problema todos sus medios. En la pobreza del grupo humano entra un elemento nuevo: el Padre. Sólo
después de la intervención de Dios podrá ser alimentada la multitud. ‘Sin Él nada podemos hacer’ (Jn 15,
5). La creación da alimentos para todos; basta liberarlos de los que se los apropian para que vuelvan a ser
dones de Dios a toda la humanidad. El milagro lo obra el amor-acción de Dios unido al desprendimiento
del hombre: dar todo sin reservarse nada. Con esa actitud nada de lo que nos propongamos será
imposible.
Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. Número simbólico que está en
proporción y en desproporción con el número de panes. Designa al hombre realizado, llegado a la
madurez; por eso no incluye el número de mujeres y niños, símbolo de los débiles. Designa a la
comunidad mesiánica, profética, a la comunidad del Espíritu que quiere Jesús crear a su alrededor. Los
miembros de la comunidad de Jesús serán llevados por el Espíritu al pleno desarrollo humano, cuando
compartan el ‘pan’. Será así como se construya la nueva comunidad: poniendo en práctica la primera
bienaventuranza (Mt 5, 3): poner lo propio al servicio de los que lo necesitan sin reservarse nada para sí.
La multiplicación de los panes simboliza el gran banquete al que Dios llama a toda la humanidad.
Compartir y amar. Donde llegan estos valores desaparece el hambre.
266
Recogieron doce cestos llenos de sobras. Las sobras superaron a lo que había. Es fundamental que nos
demos de comer unos a otros. El tiempo, la comunicación, las posesiones, el cariño, la comprensión... se
multiplican si lo compartimos. Es fundamental buscar y vivir juntos. El resultado superará con creces las
capacidades de cada uno.
Si busco mi placer, mi comodidad... jamás llegaré a ser amigo, ni a tenerlos. Y si los que me rodean
hacen lo mismo, el vacío será tremendo. ¿No lo notamos?
Transmitir la Palabra y administrar los Sacramentos no es suficiente para que la Iglesia cumpla su misión.
Falta un tercer factor: el servicio de la Caridad, que no excluye la justicia, sino que la complementa.
No podemos partir y compartir el pan eucarístico, del que este texto evangélico es signo, si no estamos
dispuestos a partir y compartir con los demás el ‘pan material’.
NECESITAMOS TENER ‘HAMBRE Y SED’ DE PLENITUD PARA ENTENDER
“Esto dice el Señor:
Oíd, sedientos todos, acudid por agua
también los que no tenéis dinero:
Venid, comprad trigo; comed sin pagar
vino y leche de balde.
¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta?
¿Y el salario en lo que no da hartura?
Escuchadme atentos y comeréis bien,
saborearéis platos sustanciosos.
Inclinad el oído, venid a mí:
escuchadme y viviréis.
Sellaré con vosotros alianza perpetua,
la promesa que aseguré a David.”
(Is 55, 1-3)
Con el capítulo 55 concluye el ‘Segundo Isaías’ (40-55). Estamos en los últimos años del destierro de
Babilonia. Las victorias de Ciro hacen presagiar la derrota del gran imperio y la relativa liberación del
pueblo judío. Durante el destierro muchos israelitas han perdido la esperanza de volver a la patria y se han
acomodado definitivamente en tierra extranjera.
Oíd, sedientos todos... El profeta, que vive en el seno de una comunidad de pobres marcada duramente
por la experiencia del exilio, renueva ante éstos las esperanzas en la liberación de Yahvé. Invita al pueblo
a levantar los ojos hacia Dios que les colmará de lo que verdaderamente llenará sus corazones. Invitación
que se dirige a todos los que tienen ‘sed de Dios’, se sienten pobres y no buscan la salvación en los bienes
materiales. Yahvé-Dios será el único que saciará sus esperanzas y sus ‘hambres’.
Estas palabras, en una sociedad en la que los precios de los productos básicos suben constantemente,
suenan a ‘angelismo’: acudid por agua también los que no tenéis dinero: Venid, comprad trigo;
comed sin pagar vino y leche de balde” (v 1). El Señor espera a todos. A nadie excluye. No hay que
llevar nada. A no ser ‘hambre y sed’.
Nos cuesta aceptar a un Dios que nos pide solamente que nos acerquemos a él para recibir. No acabamos
de creernos que Dios es ‘gratuito’. Tenemos que meternos bien en la cabeza estas palabras del Segundo
Isaías, porque la medida de los verdaderos valores no es el precio, sino la falta de precio.
¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿Y el salario en lo que no da hartura? (v 2). Dios no
quiere que acudamos a otros cuando nos atormenta la sed, cuando estamos hambrientos, cuando
queremos gustar la paz del corazón, cuando nos sentimos dominados por un deseo irresistible de
267
felicidad. Dios no quiere que tengamos miedo de pedírselo todo. Se siente desilusionado cuando
mendigamos por otra parte cosas que tienen poco que ver con lo que de verdad necesitamos.
Corremos el riesgo de pasarnos la vida buscando realidades ilusorias, consumiendo ‘alimentos’ que,
cuando los devoramos, nos dejan cada vez más hambrientos. Sólo Dios puede y quiere saciarnos.
Vosotros los sedientos, los que no os contentáis con cualquier cosa; vosotros, los que no podéis soportar
el vacío; vosotros, los que empezáis a sospechar que estáis creados para otra cosa... dejad sitio para lo
esencial.
La vida en el destierro no era la verdadera vida, como tampoco lo es la nuestra en el ahora y aquí.
Aunque muchos se habían buscado los medios para asegurarse, el profeta les advierte –nos advierte- que
no sirve de nada establecerse en un país extranjero. Es una vana ilusión. No es su –nuestra- tierra. El
profeta alienta el deseo de retorno a la patria. El tiempo del juicio de Dios por la infidelidad del pueblo ha
pasado. Yahvé quiere establecer una alianza nueva: Sellaré con vosotros alianza perpetua (v 3). Estas
palabras se hacen realidad, de una manera totalmente nueva e inesperada, en Jesucristo.
Las dos necesidades biológicas más acuciantes –el hambre y la sed- simbolizan, en las Escrituras, al
hambre y la sed que todos los humanos tenemos de felicidad, de justicia, de paz, de amor... y nos
presentan a Yahvé como el único que puede saciar esa ‘hambre’ y esa ‘sed’.
Por otra parte, es frecuente entre nosotros gastar nuestras mejores energías en cosas que, en lugar de
saciarnos, aumentan nuestra hambre y nuestra sed. Vivimos superficial y egoístamente sin pensar ni
ayudar a los demás. Tampoco miramos a lo profundo de nuestros corazones para preguntarnos: ¿qué es de
verdad lo que nos haría ser nosotros mismos?
NADA NI NADIE PODRÁ IMPEDIR QUE DIOS LLEVE ADELANTE SU PLAN DE SALVACIÓN
“Hermanos:¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la
angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?
Pero en todo esto vencemos fácilmente por Aquel que nos ha amado. Pues
estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente,
ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá
apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro. ”
(Rom 8, 35. 37-39)
Terminada la enumeración de las garantías divinas que dan seguridad a nuestra esperanza (vv 18-30;
domingos 15-17), san Pablo cierra este capítulo 8 con un himno de triunfo por la certeza de esa esperanza
cristiana, proclamando que nada tenemos que temer de las tribulaciones y poderes de este mundo, pues
nada ni nadie podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro (vv 3139). Este amor de Dios en Cristo, tan apasionadamente contado por Pablo, es, sin duda, la raíz primera y
el fundamento inconmovible de nuestra esperanza. Por parte de Dios y de su Mesías nada fallará; el fallo,
si se produce, será por parte nuestra.
Pablo desmiente a quienes piensan que sólo podemos experimentar el amor de Dios cuando todo va bien,
cuando no hay dificultades, cuando el camino es llano, cuando tenemos éxito, cuando logramos realizar
nuestros proyectos, cuando gozamos de la estima y de la comprensión de los demás. Quiere convencernos
de que el amor no se limita a los momentos favorables. El amor de Cristo nos alcanza siempre, con toda
seguridad. Nada ni nadie puede impedirlo.
268
Si el amor de Cristo no es frenado por ninguna realidad desagradable, si nos alcanza por todas partes y en
todas las circunstancias, no podemos vivir bloqueados ante ningún obstáculo, por muy grave que sea.
El amor de Dios en Cristo nos alcanza para empujarnos a ir ‘más allá’.
Para el Apóstol, las pruebas sufridas por el cristiano forman parte del gigantesco proceso emprendido
contra la auténtica humanidad. Pablo lo sabe por experiencia personal. Es la consecuencia del pecado del
mundo.
¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el
hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? (v 35). Pablo condensa en siete puntos las
dificultades que nos pueden sobrevenir y que podrían hacernos dudar de que Cristo sigue amándonos.
Describen sus propias adversidades. Nunca estas dificultades ni ningunas otras podrán privarnos ni hacer
vacilar el amor que Dios nos tiene. Al contrario: todo ello redunda en beneficio nuestro (v 37).
Para expresar esta seguridad nos recuerda las diez potencias adversas: ni muerte, ni vida... –sentido de
totalidad- que tampoco podrán destruir el amor que Dios nos tiene y que nos manifestó en el Hijo. Dios
no se limita a confiar en nosotros; su amor nos ayuda a resistir todo tipo de pruebas y a liberarnos de toda
alienación (vv 38-39).
269
DOMINGO DECIMONOVENO ORDINARIO
JESÚS ESTÁ POR ENCIMA DE TODO MAL-PECADO, Y NOS LIBERA DE ÉL
ENTRE EL SILENCIO Y EL RUIDO
Para que el Evangelio sea realmente ‘buena nueva’ es necesario que lo leamos para el ‘ahora y aquí’.
Cada uno de sus pasajes describe la historia de cada persona, de cada pueblo, de cada comunidad. Todos
sus pasajes deben servirnos como una revisión de vida permanente, personal y comunitaria, desde la
experiencia pascual –muerte y resurrección de Cristo-, y teniendo como único punto de referencia la vida
histórica de Jesús. Y siempre ahondando en el porqué de cada acontecimiento.
Nuestro mundo se está convirtiendo, cada día más, en un gran ‘ruido’, en una sucesión interminable de
reclamos, anuncios, programas, cine, concursos... que apenas nos dejan tiempo para respirar. El silencio y
la soledad no están de moda en nuestro mundo del ‘progreso’ y del consumo. Así se hace imposible
escuchar a Dios.
El ritmo acelerado que llevamos de vida, el trabajo sometido a la competitividad, los ruidos que
necesitamos para, entre otras cosas, no sufrir de soledad, precisan ser contrapesados con tiempos de paz,
de silencio, en los que hemos de buscar expresarnos y ser nosotros mismos. Los necesitamos para curar
nuestras heridas, para restablecer y lograr el equilibrio entre lo que vivimos y lo que de verdad deseamos.
El relato de la tormenta calmada por Jesús en el lago nos plantea el impresionante contraste entre la
agitación de las olas y el viento, símbolos de las dificultades de la fe y de la vida, y la calma del atardecer
en la que Jesús se retira para orar, o la recobrada por el lago cuando Pedro y Jesús regresan a la barca.
LA ORACIÓN DE JESÚS
Jesús dedicó gran parte de su vida a la oración. Por eso, pudo saber lo que el Padre iba queriendo de él.
Pudo amar de verdad todo y a todos. Y pudo enfrentarse hasta a la muerte por fidelidad a lo que el Padre
quería de él: enseñarnos a amar. Esta es la razón por la que el Padre ‘quiso’ su muerte.
Cuanto más rodeado estaba de las multitudes, más necesidad sentía de retirarse al monte para orar, para
amar más y mejor a todos.
¿Será cierto que solamente somos capaces de amor verdadero cuando estamos solos? Porque el amor
supone morir a la necesidad de las personas y estar solo aprendiendo del Amor.
A Dios se le encuentra en la oración, siempre que nos metamos dentro de nosotros mismos. No hay
oración ni verdadero encuentro con el Padre sin liberarnos del estrépito.
Para orar tenemos que despojarnos de la agitación, dejar las prisas, recobrar la calma, descubrir de nuevo
el sentido de la gratuidad.
El que reza y escucha la Palabra y recibe de verdad el sacramento eucarístico, tiene que sentir en su
corazón el atractivo de Dios, que le irá creciendo dentro hasta hacer desaparecer el propio yo.
Jesús ha vivido una jornada colmada de emociones. Necesita de la soledad y del silencio para encontrarse
con el ‘Abbá’ en la oración.
No nos es posible penetrar toda la hondura de esta oración solitaria. Pero el paralelo que presenta con la
oración de Getsemaní y la ocasión de popularidad que ha rechazado, hace pensar que esta oración de
Jesús tiene relación con la tentación del mesianismo triunfalista que le acechaba por todas partes.
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Necesita descubrir la voluntad del Padre en las nuevas circunstancias en que se halla comprometido. Es
fácil confundir la voluntad de Dios con nuestra conveniencia. Ha pasado muchas veces.
Su oración no era evasiva, como suele ser la nuestra. Miraba al Padre sin olvidar a los hombres. El hecho
de haberse separado de la multitud y de sus discípulos no le llevaba a olvidarse de ellos; más bien rezaría
para que unos y otros no cedieran a la tentación de un mesías de poder y pudieran entenderle y seguirle.
Deberíamos quedarnos contemplando esta escena: Jesús unido con Dios en la oscuridad de la noche, en
el monte, en la soledad.
SIN JESÚS NO PODEMOS HACER NADA
Los discípulos se adentran en el lago y comienza la lucha contra el viento y las olas, en la oscuridad de
la noche. Avanzan penosamente. Estas dificultades nos deben hacer pensar en que encierran una
enseñanza para nosotros y tratar de descubrirla.
Imaginémonos la escena: la barca... sacudida por las olas... el viento contrario... en medio de una
oscura noche; no avanza y Jesús no está.
Las olas del lago simbolizan las fuerzas del mal que se oponen a los designios de Dios sobre los seres
humanos. El viento contrario, la resistencia de los discípulos y de los cristianos en general a aceptar el
mesianismo de Jesús. Todavía no han entrado en la óptica del reino de Dios: tienden a confundirlo con
sus esquemas humanos. Por eso, no han sentido la necesidad de orar. Se creen autosuficientes, y el viento
que les arrastra evidenciará la distancia entre sus –nuestros- puntos de vista y los del reino expresados por
Jesús.
La noche es el momento en que las ideas se nublan y los falsos valores se presentan como indiscutibles.
¿Dónde querían –queremos- ir sin Jesús y con las fuerzas del mal desencadenadas en contra? ¿Dónde
queremos llegar con nuestros proyectos si no le preguntamos al Padre, en la oración, qué quiere de
nosotros?
“¡ÁNIMO, SOY YO, NO TENGÁIS MIEDO!”
“Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran
a la barca y se le adelantarán a la otra orilla mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la
noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas,
porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el
agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de
miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo en seguida:
-¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!
Pedro le contestó:
-Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.
Él le dijo:
-Ven.
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús;
pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y
gritó:
-Señor, sálvame.
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
-¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
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Los de la barca se postraron ante él diciendo:
-Realmente eres Hijo de Dios.”
(Mt 14, 22-33)
De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Jesús ‘anda’ por encima de todos los males
y de todos los deseos de posesión que nos tienen comido el corazón a todos los humanos. Está sobre el
agua, sin miedo, sostenido por la oración al Padre.
Se asustaron. La reacción de los discípulos es normal. El ser humano tiembla ante la cercanía de Dios y
ante sus prodigios. Jesús está cerca de los suyos siempre; sobre todo cuando el miedo debilita la fe.
¡Ánimo... Es la frase central de la narración, el fundamento de toda lucha cristiana. Soy yo: dos palabras
que lo dicen todo, porque sólo hay una persona que pueda hablar de un modo tan incondicional y
absoluto. Yo soy evoca la respuesta de Yahvé a Moisés en medio de la zarza ardiendo (Éx 3, 14). Alude a
su condición divina; por eso, ante él sólo es válida la confianza sin reservas y la entrega total que
eliminan el miedo.
Pedro, fiado en la palabra de Jesús, comienza también a caminar sobre el agua. Para ‘hallar’ es preciso
ponerse a caminar. Mientras se fió de Jesús, su andar sobre el agua fue firme; pero cuando fue
consciente de la fuerza del viento y del oleaje, empezó a hundirse y llamó a Jesús. ¿Para qué si sabe
nadar (Jn 21, 7)? Porque su ‘hundirse’ es de otro ‘orden’ y es únicamente Jesús el que puede ‘rehacerlo
por dentro’. Aunque está junto a Jesús, las circunstancias adversas le hacen perder la confianza. Le entran
la duda y el miedo. Aún no sabe que el ser humano se construye en medio de la oposición y la lucha. No
ha entendido que la misión se realiza a través de la entrega total, apoyado incondicionalmente en Dios,
nunca en uno mismo.
¿Cómo es posible que camine hacia Jesús y se hunda? Porque cuando comenzó a dudar dejó de caminar
hacia Jesús.
Es la fe en Jesús la que nos permite afrontar las dificultades de la vida y salir adelante.
La actitud de Pedro personifica y simboliza todo caminar hacia Jesús. Un caminar que no está exento de
dudas ni de inseguridades humanas, porque cuando creemos no nos entregamos a algo evidente. Pedro es
modelo de todo creyente: ¿no es nuestra vida un constante oscilar entre la fe en Jesús y el miedo y la
duda? Es la situación del discípulo que se encuentra entre la fe en el Resucitado y tentado por la fuerza de
los acontecimientos empeñados en oscurecerla.
Pedro ha querido imitarle. Pero aún no está preparado para el total desasimiento, para el pleno amor. Le
siguen pudiendo los ‘vientos’ de la vida. Llegará un día en que, por estar disponible, será capaz de vivir
sólo para su amado Jesús, que es lo mismo que vivir para un amor pleno a la humanidad.
Es indudable que fiarse de Jesús es arriesgado -como lo era el atreverse a caminar sobre el lago-, porque
lleva a vivir contra corriente. Pero solamente el que es capaz de correr el riesgo, fiándose de la palabra de
Jesús, será salvado –liberado de todo mal-, como Pedro.
No hay otro signo que la vida asumida con toda su inseguridad, confiando en Dios, que nos ofrece un
camino que se nos va desvelando según vamos transitando por él.
La barca -imagen de la Iglesia-, sacudida por las olas y el viento contrario –signo de las sociedades
mundanas, montadas en otros ‘valores’-, debe vivir siempre apoyada en este Maestro.
Hoy los creyentes nos encontramos en la misma situación en que se encontró Pedro y la comunidad de
Mateo. Rodeados de peligros y con muchas dificultades para creer, tanto a nivel personal como de Iglesia.
272
Nuestro peligro quizá sea que ni nos enteremos que nos estamos ‘hundiendo’. ¡Es tan fácil dejarse hundir
en ‘las aguas de la mediocridad’!
Pedro, andando sobre el agua, nos hace comprender que la fe es un riesgo, que nunca estará de moda, que
la ‘seguridad’ está únicamente en la adhesión a Jesús, en la fe en él. ¿Cómo entender esto desde nuestro
‘domesticado’ cristianismo burgués?
Dios está siempre cerca de nosotros, pero más en los momentos de peligro, de tentación, de prueba. Para
comprobar que es él, muchas veces será necesario caminar sobre ‘arenas movedizas’, ‘saltar’ en el vacío.
Jesús nos invita a no tener miedo a lo que él significa, al modo de vivir que inauguró; a creer en él y a
proclamar su evangelio... que siempre tendrá la oposición de todos los inmensos poderes de este mundo.
Jesús nunca alimentó ese enfermizo espíritu religioso que sólo busca lo maravilloso y milagrero. El
creyente debe enfrentarse con los problemas de la vida como los demás humanos, sin esperar que Dios le
resuelva mágicamente las dificultades. La fe no garantiza el éxito, no da ninguna ventaja sobre los
aconteceres de la vida; aporta, eso sí, una nueva perspectiva ante ellos y la fuerza para superarlos.
Para ser creyente hace falta mucho corazón, echarle valor y coraje... y ‘lanzarse al agua’. Sólo
lanzándonos al agua hallaremos a Dios; sólo el que se arriesga encuentra –va encontrando- el camino.
La fe del cristiano se demuestra en los momentos de prueba, fiados en un Dios que conduce la historia
más allá de las apariencias. Si miramos la historia de la Iglesia con la perspectiva que dan los siglos,
veremos que no coinciden en ella los momentos de triunfo con la mayor fidelidad a Jesús; que muchos de
sus mejores seguidores fueron perseguidos, incluso por los dirigentes religiosos, como le pasó a Jesús.
Después de los siglos podemos apuntar cuáles fueron los verdaderos triunfos y las verdaderas derrotas.
Perspectiva que nos debe ayudar a no seguir cayendo hoy en los mismos errores. Hemos de buscar en
todo momento la fidelidad a las palabras de Jesús, pase lo que pase. La historia se encargará de hacer
justicia.
EN CUANTO SUBIERON A LA BARCA AMAINÓ EL VIENTO
Con Jesús en la barca desaparece el peligro. Los discípulos entienden sus planteamientos y cesan en su
oposición. La búsqueda del triunfo humano –el viento- no tiene razón de ser. Los discípulos le rinden
homenaje, aceptan que se han equivocado: Realmente eres Hijo de Dios. Son las máximas palabras que
se pueden dirigir a un ser humano
¿Han entendido definitivamente los discípulos el misterioso milagro de los panes y los peces en un lugar
solitario, el poder de Jesús para caminar sobre las aguas sin riesgo, sus palabras de ánimo y el episodio de
Pedro? ¿Les durará mucho? ¿Nos duran a nosotros mucho tiempo los ideales que descubrimos de vez en
cuando?
LA EXPERIENCIA DEL PROFETA ELÍAS
“En aquellos días, al llegar Elías al monte de Dios, al Horeb, se refugió en una
gruta. El Señor le dijo:
-Sal y aguarda al Señor en el monte, que el Señor va a pasar.
Pasó antes del Señor un viento huracanado, que agrietaba los montes y rompía
los peñascos: en el viento no estaba el Señor. Vino después un terremoto, y en el
terremoto no estaba el Señor. Después vino un fuego, y en el fuego no estaba el
Señor. Después se escuchó un susurro.
Elías, al oírlo, se cubrió el rostro con el manto y salió a la entrada de la gruta”
273
(1 Re 19, 9a. 11-13a)
La soledad y la paz, como lugar de encuentro con Yahvé, son también el tema que nos propone la
primera lectura. Si a Moisés le habló Dios en el monte Sinaí entre truenos y relámpagos, la experiencia
del profeta Elías se produce en medio del silencio, clima propicio para la oración.
En el reino del Norte, la reina Jezabel, de origen fenicio, quiere implantar entre los israelitas el culto al
dios Baal. El profeta Elías se enfrenta a esta decisión idolátrica que atenta contra la religión de Yahvé.
Por ello es perseguido y tiene que huir hacia el sur de Judá para salvar su vida.
Elías va en busca de Yahvé, hacia el Horeb, en la montaña del Sinaí. Busca a Dios como refugio en su
angustia. Y va al lugar donde el Señor se había revelado en varias ocasiones. Se ocultó en una gruta, en la
que el mismo Moisés se había refugiado con anterioridad para asistir a la teofanía de Dios (Éx 33, 18-34,
9). Allí el Señor le dice que salga de la cueva porque va a pasar y quiere encontrarse con él.
Pasó antes del Señor un viento huracanado... un terremoto... un fuego... Después se escuchó un
susurro. El Señor, para hacerse oír, esta vez acude al ligero susurro de la brisa. Dios no vence nuestra
connatural sordera a gritos. Intenta curarla acostumbrándonos a escuchar el ligero murmullo del silencio.
El profeta Elías había sido, hasta entonces, intérprete de un Dios cuya voz resonaba como el trueno.
A partir de este acontecimiento, Dios inaugura otro tipo de experiencia para comunicarse con los seres
humanos: la longitud de onda del silencio... sin perder nada de su fuerza.
Elías sale de la gruta transformado. Capaz de sacudir a las personas y de serenarlas. Se ha ido al silencio
de la soledad y ha podido escuchar la palabra de Dios.
La ‘ciudad’ envenena a los humanos; el campo, el desierto, la montaña siguen siendo el espacio ideal
para el hombre. Dios no se calla porque no tenga nada que decirnos ni porque esté enfadado y quiera
castigarnos quedándose mudo. Somos nosotros, que vivimos en medio del ruido, los que estamos
incapacitados para oírle.
El silencio, en el lenguaje del amor, es mensaje, comunicación. Dos enamorados se comunican más con
los silencios que con las palabras, porque las palabras siempre son incapaces de expresar toda la hondura
del verdadero amor. El encuentro de Dios con los místicos es la prueba de esto.
El silencio es el único mensaje del misterio. No puede haber adoración sin silencio. El silencio es
revelación. El silencio es el lenguaje de las ‘profundidades’. El silencio es la otra cara de la palabra,
porque él mismo es palabra.
Después de hablar, Dios se calla y nos pide silencio; no porque haya terminado de hablarnos, sino porque
le quedan otras cosas que decir, otras confidencias que sólo pueden expresarse con el silencio.
Existe una sentencia rabínica, conocida como ‘ley de los espacios en blanco’, que dice: ‘Todo está escrito
en los espacios en blanco entre una letra y la otra. Lo demás no importa’.
Nosotros, a los que nos parece intolerable el silencio de Dios, deberíamos prestar más atención a esos
‘espacios en blanco’. Si pasamos velozmente de una palabra a otra, de una página a la siguiente, y
saltando rápidamente los ‘espacios en blanco’, corremos el riesgo de perdernos gran parte de la
comunicación... Y luego nos quejamos del silencio de Dios.
Cuando Elías percibió el susurro del silencio se dispuso a escuchar.
Los signos de la presencia de Dios son imprevisibles. Nunca en la violencia, del tipo que sea.
El ser humano busca a Dios, pero es Dios el que elige el modo de manifestarse.
274
En nuestras angustias, sufrimientos y dudas, busquemos a Dios con sencillez, con humildad y él se nos
hará presente de la forma que más nos convenga. Nuestro encuentro con Dios se realizará en la calma y
en la serenidad. Ese es el ‘riesgo de nuestra fe’: confiar en un Dios que siempre se nos manifestará de
forma imprevisible. Un encuentro que nos llevará, como a Elías, a intentar vivir de otra manera: una vida
cargada de riesgos y de gozos.
Esta experiencia lleva a Elías a la comprensión de que Dios no se encuentra en los fenómenos naturales:
huracán, terremotos, rayos y truenos, en donde los paganos le situaban preferentemente. En su lucha a
favor del monoteísmo absoluto, Elías aprende a desacralizar la naturaleza y a liberar la noción de Dios del
naturalismo baálico de los fenicios y de Jezabel.
La experiencia de Elías es una representación muy significativa de la fe en el mundo moderno: un mundo
que ha desacralizado la naturaleza. Los descubrimientos científicos modernos sobre la naturaleza han
prestado un gran servicio a la idea de Dios. El progresivo desprendimiento por el que ha tenido que pasar
Elías, para no captar ya a Dios en los fenómenos naturales, tiene como compensación un encuentro íntimo
con él: ha reconocido al que no podía conocer, se ha encontrado con quien vive en el incógnito.
Dios estaba en el susurro. Elías, que estaba expectante pudo descubrirlo. ¿Nos extrañará la ausencia de
Dios –ausencia de sentido de la vida- en nuestro mundo de la superficialidad, del ruido y del consumo?
EL DRAMA INTERIOR DE PABLO
“Hermanos: Como cristiano que soy, voy a ser sincero; mi conciencia,
iluminada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento. Siento una gran pena
y un dolor incesante, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza y sangre,
quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo.
Ellos descienden de Israel, fueron adoptados como hijos, tienen la presencia
de Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas. Suyos son los patriarcas, de
quienes, según lo humano, nació el Mesías, el que está por encima de todo: Dios
bendito por los siglos. Amén.”
(Rom 9, 1-5)
En el año 57, Pablo tiene el conocimiento suficiente para saber que no puede contar con la conversión, al
menos cercana, del pueblo de Israel (Gál 4, 29). No acepta al Mesías que viene a hacer realidad –llevar a
plenitud- todas las promesas recibidas durante siglos. Jesús, con su vida y su mensaje evangélico, no ha
coincidido con la idea que ellos tenían de Mesías: sorprendente, libertador, glorioso, triunfador...
El drama interior que vive lo expresa con vehemencia.
Lo mismo que Moisés prefería su desaparición al aniquilamiento del pueblo (Éx 32, 32), Pablo desea ser
un proscrito de Cristo si eso pudiera ayudar al pueblo judío a desarrollar sus múltiples privilegios; unos
privilegios que siempre le pertenecerán, incluso en su situación de fuera de la Iglesia. Esto no ofrece
dudas para Pablo (v 4).
Privilegios de la palabra: La alianza concertada con Abrahán (Gén 15, 18), y con David, la ley de Moisés
(Éx 20), los comentarios del judaísmo ulterior... son palabra de Yahvé, que reflejan su presencia en este
pueblo.
Privilegios de la liturgia, de la presencia divina en el templo (Éx 40, 34). Aun cuando el sacrificio
espiritual y la gloria de la resurrección hayan transformado radicalmente el culto, no por eso dejan los
judíos de seguir gozando de esos privilegios.
275
Privilegios de sangre: Por pertenecer a la raza de los patriarcas, en particular de Abrahán. Privilegio que
deriva esencialmente del hecho de que Jesús nació de su carne. Pero Israel se niega a aceptar que de su
carne pueda nacer una persona divina, un Dios bendito por los siglos (v 5). ¡Drama de un pueblo que se
niega a aceptar el mayor privilegio que ha existido!
El texto de la segunda lectura nos hace ver que ninguna religiosidad puede garantizar sin más la
presencia de Dios, ni crear situaciones de privilegio. La religión que parecía más válida y más segura se
convierte en lejana y carente de revelación.
Es una gran advertencia para nosotros. Se nos ha ofrecido el conocimiento de Dios; la fe en Jesucristo.
¿Cuál es nuestra actitud? Si nosotros, ‘cristianos de toda la vida’, no lo aceptamos coherentemente, será
ofrecido a otros que ahora nos creemos que están alejados de ese mensaje salvador. ¿No hay ya ‘atisbos’
de esto?
276
DOMINGO VIGÉSIMO ORDINARIO
LA ‘BUENA NUEVA’ ES PARA TODOS: LA CANANEA
El tema fundamental de las lecturas de hoy es el universalismo del mensaje cristiano. La universalidad de
la salvación fue intuida en el antiguo Testamento (primera lectura) y afirmada en el nuevo. Un ejemplo es
el evangelio de hoy con la acción de Jesús en favor de la cananea. También san Pablo nos habla de ello en
su carta a los Romanos.
¡QUÉ DIFÍCIL ES PEDIR Y ACEPTAR LO VERDADERO!
“Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a
gritarle:
-Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy
malo.
Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
-Atiéndela, que viene detrás gritando.
Él les contestó:
-Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió de rodillas:
-Señor, socórreme.
Él le contestó:
-No está bien echar a los perros el pan de los hijos.
Pero ella repuso:
-Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen
de la mesa de los amos.
Jesús le respondió:
-Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.
En aquel momento quedó curada su hija.”
(Mt 15, 11-28)
¡Qué difícil es aceptar lo verdadero! Todo lo que exige compromiso y riesgo es rehusado por la mayoría
de los seres humanos, que preferimos la facilidad. Pasa en el campo de la música, de la literatura, del
cine... ¿Por qué no en el campo de la vida?
El relato de la cananea lo han recogido Mateo y Marcos (7, 24-30). Cuando se publicaron ambos
evangelios los paganos ya habían entrado en gran número dentro de la Iglesia, y la vieja polémica,
relatada con detalle en el libro de los Hechos de los Apóstoles, estaba ya resuelta. Sin embargo, en sus
pocas líneas puede descubrirse todo lo que le costó al orgulloso pueblo judío aceptar a los paganos en
plan de igualdad.
Jesús está lejos de Galilea, en el país de Tiro y Sidón. El ambiente de persecución que le rodea crece
cada día. También, gradualmente, sigue alejándose de las masas, decepcionado por su conformismo.
El tema de fondo de esta narración es la entrada de los paganos en la Iglesia. La cananea y su hija
representan el paganismo. La enfermedad de la hija simboliza la situación de los paganos, dominados por
una ideología contraria a Dios. La petición de la madre simboliza el anhelo de toda persona de encontrar
sentido a la propia vida.
La escena consta de tres partes: la petición de la mujer cananea, convencida de que Jesús la puede
ayudar; el diálogo de Jesús con los discípulos y la mujer; y la actuación de Jesús en favor de la hija, con la
constatación de la curación.
277
También en el extranjero es conocido. Una mujer cananea... se puso a gritarle. Ten compasión de mí,
Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo. Ha roto todos los prejuicios que nos
impiden a los humanos comunicarnos. Esos prejuicios que hacen que vivamos ignorándonos unas
personas a otras, y que cuando nos encontramos nos consideremos como adversarios.
Las palabras ten compasión de mí –constantes en los Salmos- son una oración de petición, fruto de una fe
profunda en que Dios puede hacer lo que se le pide, y de una confianza ilimitada en que lo hará. Una fe
que recibe lo que pide, porque lo que pide está en la línea de la voluntad de Dios, que es el bien del ser
humano. Le llama Señor, Hijo de David, que son títulos mesiánicos. Conoce lo que está oculto a la gran
mayoría de los israelitas. La cananea es un ejemplo impresionante de fe; supera todas las barreras y
humillaciones. Un ejemplo más de una constante en la vida pública de Jesús: el rechazo de los dirigentes
religiosos y de los israelitas más fieles a la ley, casi en general, y la fe incondicional en él de los
marginados del pueblo judío y de muchos paganos y samaritanos.
LAS RESPUESTAS DE JESÚS
De momento, Jesús no le respondió nada. Su silencio parece ocultar un deseo de ir más allá de lo que se
le pide: quiere llevarla a una plena comunión con él. La conoce mejor que se conocía ella a sí misma.
Sabía hasta donde podía llegar, si la ayudaba a profundizar en su fe y en su humildad.
Había un riesgo: que se marchara llena de rencor. Pero quizá era peor aún dejarla únicamente con lo que
pedía. Lograda la curación, se habría alejado de él. Y Jesús quería que ya no sintiese ganas de marcharse,
que no se quedara en el don, sino que llegara a su persona... porque eso era lo que en realidad buscaba: el
sentido de la vida que él proclamaba y encarnaba.
Los discípulos desean que la atienda porque les molesta con sus gritos. Para ellos no cuenta la persona ni
su sufrimiento.
Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel. ¿Por qué Jesús limita su acción al pueblo
judío? Es posible que su primera idea fuera mentalizar a su pueblo para que éste realizara la
evangelización de todos los demás. Esa habría sido la intención de Dios al elegir a Israel. Además, el
tiempo de la vida de una persona es muy limitado y no puede abarcar mucho. Esa tarea será realizada por
sus discípulos.
Señor, socórreme. La mujer no se echa atrás; no se desalienta por la negativa inicial. Está convencida de
que Jesús le puede conceder lo que ella desea, y no presta atención a las dificultades que éste le pone.
Quiere algo muy importante para ella, y está segura que con Jesús lo alcanzará.
No está bien echar a los perros el pan de los hijos. Esta respuesta de Jesús, a primera vista, es cruel.
Los judíos se consideraban hijos de Dios y en ocasiones llamaban perros a los paganos; un insulto grave
en Oriente y en todas partes. Sin embargo, con tal insulto se pensaba en los perros callejeros y
vagabundos; nunca en los perrillos que viven en la casa, muy queridos de todos.
No parece que Jesús pretenda insultar a los paganos: sería inconcebible. Debe referirse a los perrillos
domésticos a los que daban de comer. Y así lo entiende la mujer.
Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los
amos. Sabe captar la metáfora e ironía de Jesús, y le responde en el mismo tono. Es consciente de la
278
precedencia de los judíos y la acepta humildemente, aplicando agudamente a su favor la imagen empleada
por Jesús
Con su perseverancia logrará más de lo que pedía. Como no tenía orgullo ni desconfianza, intuyó la
inmensa esperanza, la ilusión que Jesús había depositado en ella. Comprendió que no estaba siendo
rechazada, sino llamada. Está abierta totalmente a Dios y puede nacer una amistad para siempre.
Jesús ya podía ahora, sin peligro, concederle lo que le pedía. Ya no corría el riesgo de perderla, porque
había escuchado y entendido más allá de lo que ella había soñado.
“MUJER, QUÉ GRANDE ES TU FE: QUE SE CUMPLA LO QUE DESEAS”
Es la misma admiración que expresó ante la fe del centurión (Mt 8, 10). ¡Ambos paganos!
Jesús reconoce admirado su fe. Una fe que es un deseo muy hondo de lo que Jesús puede dar, y la
certeza de que lo va a dar. Una fe que no es privilegio de sabios o de personajes importantes o de gente
que ha triunfado en la vida, sino todo lo contrario.
La mujer sólo lo ha hecho cambiar de opinión en apariencia. Dios nunca nos quiere dar algo que sea
menos que él mismo; porque sólo él es capaz de calmar nuestra hambre y nuestra sed de plenitud. Si a
veces no nos concede lo que le pedimos es para que nos abramos al encuentro y a la amistad con él. Una
fe auténtica no se rinde al desaliento, aunque parezca que Dios ha desaparecido de nuestro horizonte para
siempre.
Aquella mujer fue adquiriendo la certeza de que en aquel judío existía una fuerza que podía hacerla feliz.
Y esa es la fe que busca Jesús: la absoluta confianza en él; una confianza que va más allá de lo que
pedimos y llega a su misma persona.
La mujer se va a su casa y encuentra curada su hija. Se marchó confiando en la palabra de Jesús: que se
cumpla lo que deseas. Confía en la eficacia de la palabra de Jesús a distancia. Es la última prueba a la
que había sido sometida la fe de la cananea.
No nos iría nada mal tener la tozudez de la mujer cananea: supera el silencio de Jesús, después su
negativa y su aparente desprecio. ¿No encontramos en la conducta de Jesús una confirmación de nuestra
experiencia? ¿Cuántas veces nuestras oraciones han sido aparentemente estériles y sin respuesta?
El final del texto nos enseña que Dios siempre acaba escuchando a los que insisten con una confianza
total; difícil de tener porque requiere creer que el ‘don’ está ya concedido antes de recibirlo. Requiere una
gran ‘pobreza’. Dios es pobre y elige a los pobres. Sólo el que tiene alma de pobre puede conectar con
Dios y recibir sus regalos.
DIOS ROMPE TODAS LAS FRONTERAS
“Así dice el Señor:
Guardad el derecho, practicad la justicia,
que mi salvación está para llegar
y se va a revelar mi victoria.
A los extranjeros que se han dado al Señor,
para servirlo,
para amar el nombre del Señor
y ser sus servidores,
que guardan el sábado sin profanarlo
y perseveran en mi alianza:
los traeré a mi Monte Santo,
279
los alegraré en mi casa de oración;
aceptaré sobre mi altar
sus holocaustos y sacrificios,
porque mi casa es casa de oración
y así la llamarán todos los pueblos.”
(Is 56, 1. 6-7)
El edicto de Ciro (año 539 a. C.) había dado a los judíos desterrados en Babilonia la posibilidad de volver
a Jerusalén (2 Cr 36, 22-23; Esd 1, 1-4). Ya en la ciudad, deben establecer un nuevo estatuto jurídico y
cultual; una nueva comunidad de culto en torno al templo.
En los escritos del Primero y del Segundo Isaías predominaba un clima de confianza en la acción de
Dios. En el Tercero prevalece la observancia del derecho y la práctica de la justicia y el rito, lo que
manifiesta una decadencia de la fe; decadencia que se intenta paliar con actos externos. A pesar de eso,
brilla la universalidad de la salvación: incluye a los extranjeros, a los que la ley excluía del culto
comunitario.
El texto de la primera lectura pertenece al comienzo del Tercer Isaías (siglo V a. C.). La mayoría de sus
poemas son un siglo posteriores al destierro de Babilonia. En él, el profeta define las condiciones para
admitir a los paganos al culto del templo. Propone de nuevo el universalismo, en un momento en el que el
pueblo judío se encuentra en una situación crítica: viven en una mezcla de ilusión por el retorno del exilio
y de desaliento por los trabajos que tendrán que realizar para reconstruir tanto destrozo. Rompe el
particularismo del pueblo judío y se abre a todos los que quieran cumplir los mandatos elementales de
Dios.
El Tercer Isaías ha comprobado el fracaso de la restauración de Jerusalén y la imposibilidad de una
dominación judía sobre los grandes imperios de su tiempo. Y, aunque sigue aferrado al papel central y
determinante de Jerusalén y de su pueblo, abre con mayor amplitud a los paganos el acceso al templo.
Impurezas como las del eunuco y del extranjero no podrán ya justificar una excomunión: todo el que
acepte las cláusulas de la alianza, y en particular las leyes rituales, como el sábado (vv 2-4, que no se
leen), podrá formar parte de la asamblea litúrgica y ofrecer en ella sacrificios válidos. El templo será
entonces realmente lo que Dios quiere que sea: una casa de oración para todos los pueblos (v 7). Los
criterios serán esencialmente de orden religioso.
La razón de la universalidad de la salvación es que ‘Dios quiere que todos los hombres se salven’ (1 Tim
2, 4). Eligió al pueblo de Israel para comenzar. Ellos primero, pero para todos. La casa de Dios es casa de
oración, y todos pueden orar en ella, sean de la raza o del país que sean.
La promesa de Dios ya no se limita a Israel: se extiende a todos los pueblos.
Israel llegó muy lentamente a esta idea de universalidad. La tentación de considerarse el pueblo
privilegiado será superada, en parte, después del destierro de Babilonia. El contacto con otros pueblos y
otras religiones le ayudó a descubrir los aspectos positivos de los demás y sus propias limitaciones; les
hizo tomar conciencia de que eran un pueblo pequeño en medio de los otros pueblos.
Dios rompe todas las fronteras. La fe, la salvación ofrecida por Dios, es patrimonio de todas y de cada
una de las personas. Dios está por encima de toda frontera: es absolutamente universal
Lo anunciado por el profeta se hace plena realidad en Jesucristo. Ni antes los judíos ni ahora los gentiles
podemos recurrir a nuestra situación religiosa para creernos privilegiados. Dios no está obligado a ningún
pueblo, a ninguna persona en particular: se siente cercano a todos, porque todos somos sus hijos.
280
“LOS DONES Y LA LLAMADA DE DIOS SON IRREVOCABLES”
“Hermanos: A vosotros, gentiles, os digo:
Mientras sea vuestro apóstol, haré honor a mi ministerio, por ver si despierto
emulación en los de mi raza y salvo a algunos de ellos.
Si su reprobación es reconciliación del mundo, ¿qué será su reintegración sino
un volver de la muerte a la vida?
Los dones y la llamada de Dios son irrevocables.
Vosotros, en otro tiempo, desobedecisteis a Dios; pero ahora, al desobedecer
ellos, habéis obtenido misericordia.
Así también ellos que ahora no obedecen, con ocasión de la misericordia
obtenida por vosotros, alcanzarán misericordia.
Pues Dios nos encerró a todos en la desobediencia, para tener misericordia de
todos.”
(Rom 11, 13-15. 29-32)
San Pablo ha presentado el mensaje evangélico en los ocho primeros capítulos de la carta a los Romanos.
El pueblo judío no ha acogido el mensaje salvador de Jesús y esto hace sufrir al apóstol.
Pero no se desalienta en su misión apostólica. Si el pueblo judío no acepta a Jesús como Salvador, él se
dedicará a proclamar el evangelio a los gentiles. De esta forma, la salvación de Cristo se abrirá a toda la
humanidad.
La Iglesia es el nuevo Israel, formada por antiguos paganos, en la que los judíos son una reducida
minoría, un pequeñísimo ‘resto’ (Rom 11, 4-5; 9, 27-29). El patrimonio de Israel es ahora de la Iglesia.
Pablo advierte que no es Dios quien ha tomado la iniciativa de la ruptura, porque nunca deja de ser fiel al
pueblo que ha escogido (Rom 11, 2). El pueblo judío sigue siendo objeto de la promesa; los patriarcas,
que han vivido conforme a la promesa (Rom 4, 13-25), imprimen al pueblo hebreo una cualidad
particular.
La continuidad de la presencia de Dios en su pueblo explica que la ruptura actual no sea una caída
definitiva, sino un paso en falso (Rom 11, 11). El pueblo elegido tiene, incluso fuera de la Iglesia, una
razón de ser, un contenido positivo. Es testigo del dramático fracaso del hombre que quiere salvarse por sí
mismo, y signo de la llamada que Dios hace a la Iglesia para que se mantenga fiel a la promesa (vv 12 y
15a).
Por otro lado, Pablo espera (v 14) –es esperanza, no profecía- que la influencia negativa de Israel se
convierta algún día en papel activo y revitalizador en el seno de la Iglesia.
El testimonio de los paganos convertidos a la Iglesia debe provocar la conversión de Israel (vv 11 y 14).
Si no se produce esa conversión puede ser porque el testimonio que se da no es bueno. De donde se sigue
que Israel y los gentiles son solidarios en su salvación, de tal manera que ninguno de los dos puede ser
salvado sino por pura misericordia (vv 30-32).
En otras palabras: El evangelio exige la solidaridad de los ‘obedientes’ con los ‘desobedientes’. En éstos
muestra Dios su misericordia y llega a suscitar la ‘obediencia’. Los que han llegado al evangelio no deben
vanagloriarse, sino vivir de una forma más comprensiva y agradecidos a la misericordia que se les ha
concedido.
Los cristianos no podemos caer en la actitud de discriminación que tuvieron los judíos. Cuando Israel se
convierta a Cristo –es la esperanza de Pablo- aportará a esa conversión una cualidad que el ‘pagano’
-nosotros- no podrá aportar: recibirá la plenitud de Cristo como culminación de una historia que él ha sido
el único en vivir; verificará, mejor que los demás, cómo la salvación es un don de la misericordia divina.
281
Nacido de una iniciativa de amor, Israel es un pueblo perseguido por ese amor, hasta en su repulsa;
continúa viviendo de la fidelidad de Dios a su Palabra, a pesar de todo.
Ojalá podamos los cristianos preparar la vuelta de Israel, y el cumplimiento de lo que es, preparándole
una Iglesia digna de recibirlo en su seno.
En ningún otro texto de los escritos de san Pablo hay una relación tan clara entre la historia de Israel y el
evangelio.
Si nosotros ahora no acogemos la llamada del Padre, no hay duda de que la ofrecerá a otros.
282
DOMINGO VIGÉSIMO PRIMERO ORDINARIO
“TÚ ERES EL MESÍAS, EL HIJO DE DIOS VIVO”
EL IRRESISTIBLE AFÁN DE PODER
Los jefes de estado y los políticos en general, cuando suben al poder, es normal que disfruten con el
cargo y se sitúen económica y socialmente para toda su vida. Ellos y los suyos. Ejemplo que siguen la
gran mayoría que pueden hacerlo a causa de sus puestos de privilegio.
Vivimos abrumados, aplastados, con tantos ‘poderes’: la banca –la bolsa-, los científicos y filósofos, los
medios de ¿comunicación? social –que son ‘la voz de su amo’: el capital-, los ejércitos, los políticos, los
religiosos, los racistas, los terroristas de estado y los otros...
Hay otros poderes menores y domésticos: el poder de los padres sobre los hijos y de éstos sobre los
padres; el poder de los profesores, de los encargados de ‘ventanillas’, de los ‘investidos’ de autoridad...
¿Quién puede decir que es libre en un mundo así?
¿Es un poder la Iglesia jerárquica? Muchas veces, al menos, lo parece. ¿Debe ser un poder?
Como transmisora del evangelio y de la moral, cuanto más ‘poder’ (como servicio al pueblo) mejor;
como poder económico, el mínimo necesario para subsistir; como poder-servicio político y social, todo el
que pueda servir para orientar y estimular a la sociedad en la búsqueda de un mundo más humano para
todos, más justo y fraternal, solidario y en paz.
Que los cristianos, por nuestra cuenta, nos comprometamos en la lucha por el bien común en sindicatos y
partidos políticos, en movimientos y asociaciones, es deseable, siempre de acuerdo con la doctrina social
de la Iglesia; una doctrina tan criticada como poco conocida.
Pero que la Iglesia se entrometa, en cuanto institución, en los asuntos de gobierno y de política, de poder
temporal, es una tentación en la que no se debería haber caído nunca.
Tanto en el antiguo como en el nuevo Testamento –primera lectura y evangelio de hoy-, la entrega de las
llaves simboliza la entrega de un poder.
Jesús entrega un poder a su Iglesia en la persona de Pedro, que lo deja en herencia a la Iglesia de Roma y
a sus sucesores, con el encargo de entenderlo como servicio (Lc 22, 25s).
¿QUÉ PIENSA LA GENTE DE JESÚS?
Jesús quiere saber lo que piensan de él los que le rodean. Esto es básico a todo animador de
comunidades: saber lo positivo y lo negativo de su actuación. ¡Qué pocas veces lo conocemos de verdad!
¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? No quiere interpelar de golpe a los discípulos, y
comienza dando un rodeo. Es una pregunta que debemos hacernos también nosotros: ¿Qué se piensa de él
en los países tradicionalmente cristianos? ¿Cómo lo ven los demás pueblos y religiones?... Sería muy
interesante averiguarlo, ya que en gran medida la imagen que los hombres tengan de Jesús depende de
nuestra fe y de nuestro testimonio.
Han pasado tantos siglos sobre Jesús y la primera experiencia que se tuvo de él, han hollado su figura
tantas teorías, lo han pulido los intereses creados de tantas culturas y poderes, se han dado de él tantas y
tan variadas imágenes, que los creyentes del siglo XXI tenemos necesidad de redescubrirlo tal como vivió
y como era. La Iglesia necesita recuperar el papel profético en nuestro mundo; pero son demasiados los
283
que en ella rechazan lo profético. Y así, Cristo no llega al pueblo. Los profetas de Dios denunciaban a los
responsables de las desdichas del pueblo, por alta que fuese su autoridad. Esta valentía profética abría los
ojos y los oídos de los marginados y explotados, que se ponían en camino de liberación. Valentía que a
muchos de los profetas les costaba la vida.
En las narraciones evangélicas han ido saliendo distintas opiniones de la gente respecto a la actuación de
Jesús. Era normal que quedaran maravillados, llenos de estupor. La opinión popular lo considera como
alguien muy importante: lo comparan con Juan Bautista, Elías, Jeremías o uno de los profetas
antiguos. Lo colocan al máximo nivel que el ser humano puede concebir. Sólo quedaba por encima el
Mesías. Los discípulos no dicen nada de lo que piensan los enemigos de Jesús: los dirigentes religiosos y
políticos.
UN TEXTO CLAVE
“Llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe y preguntaba a sus discípulos:
-¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Ellos contestaron:
-Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los
profetas.
Él les preguntó:
-Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
-Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Jesús le respondió:
-¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de
carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el
poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que
ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará
desatado en el cielo.
Y les mandó a los discípulos que no dijeran a nadie que era él el Mesías.”
(Mt 16, 13-20)
Tenemos que reconocer que si algo caracteriza a nuestra sociedad, es la ausencia de Dios. Una sociedad
que cree que el día en que cambie el entorno que nos rodea, cuando los demás nos traten mejor o cuando
nos sucedan cosas buenas, seremos felices. En el fondo, buscamos que la vida se adapte a nuestros
deseos. Sin embargo, hay una pregunta que no debemos eludir: Para conocer la felicidad, ¿tiene que
suceder algo fuera de mí, o dentro de mí mismo?, ¿tienen que cambiar los demás, o tengo que cambiar
yo?, ¿ha de mejorar el mundo que me rodea, o he de transformarme yo?
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Para los creyentes esta pregunta que Jesús dirigió a sus discípulos
es la decisiva. Porque, de acuerdo con la respuesta reflexionada que demos, decidiremos el sentido de
nuestra vida, de nuestros comportamientos y de nuestra felicidad.
¿Quién es Jesús para nosotros? Para cada uno. La causa de que nuestra fe tenga normalmente tan poca
fuerza debe estar en que nunca nos hemos planteado con seriedad la pregunta: Jesús, ¿quién eres?
Una pregunta que debemos respondernos, tarde o temprano, todos los cristianos, si queremos serlo de
una forma consciente y responsable. Es necesaria una respuesta clara. Pero, ¡qué difícil es pensar!
Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Es decir, la respuesta plena a todos mis sueños, mi auténtica
vida. A través tuyo lograré entrever lo más profundo de mi yo, y del de Dios, al que tú le has quitado el
‘velo’.
284
¡Dichoso tú, Simón... Jesús declara feliz a Pedro por algo que ha ocurrido en su interior: el Padre del
cielo le ha revelado que Jesús no es un profeta más, sino el Mesías, la gran esperanza de la humanidad, el
que llenará de sentido y de plenitud las vidas de todos los seres humanos, la síntesis de la fe de la Iglesia.
Le hace ver la suerte que tiene porque el Padre le ha desvelado una verdad tan decisiva para su vida y, a la
vez, lo declara dichoso por haberse abierto a la luz que el Padre había puesto en él.
La profesión de fe de Pedro sólo puede ser fruto del Padre. Los humanos a lo máximo que podíamos
llegar era a ver a Jesús como un gran profeta, como Elías o Jeremías... un hombre como ellos. Nosotros
no podemos llegar más lejos, ni ‘ver’ más en profundidad. Ha de ser obra de la revelación del Padre,
aceptada por la fe, ver en Jesús al Hijo de Dios vivo.
Porque la fe no es el resultado de nuestras investigaciones, ni de nuestros razonamientos. Es la acogida
que damos a Dios; es la respuesta que el ser humano ofrece al Señor, que tiene siempre la iniciativa de la
fe.
A nosotros nos puede parecer extraño que una revelación interior pueda convertirse en fuente de
felicidad. Sin embargo, pocas cosas pueden desencadenar una experiencia tan gozosa y estable como el
descubrir, con luz nueva, las convicciones fundamentales que sostienen la vida de la persona humana.
Pedro ha respondido correctamente. Pero no ha entendido, como veremos el próximo domingo.
JESÚS, FUNDAMENTO DE LA IGLESIA
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. La imagen de la piedra sobre la que se edifica
la Iglesia no hay que entenderla como si estuviera ya libre de riesgos y dificultades. En esta imagen se
promete un fundamento tan sólido que durará siempre.
El contexto manifiesta que Jesús está presente en la Iglesia, que está fundada sobre él y, a la vez, sobre
un hombre. Es la expresión del ideal y de la realidad; el signo de la seguridad y de la debilidad. La
dificultad y el escándalo han surgido siempre al concebir la Iglesia exclusivamente desde uno de los dos.
Los cristianos olvidamos con frecuencia un dato elemental. Lo que encontramos al comienzo del
cristianismo no es una doctrina, sino una experiencia vivida con fe por los primeros discípulos. La fe
cristiana nació cuando unas personas se encontraron con Jesús de Nazaret y experimentaron en él la
cercanía de Dios. Este encuentro dio un sentido nuevo a sus vidas: descubrieron a Dios como Padre
cercano y bueno y pusieron en Cristo todas sus esperanzas de futuro, de salvación-liberación plena y para
siempre.
Pero, lo que para ellos fue una experiencia viva, a nosotros nos llega como una tradición religiosa, que ha
cristalizado en una doctrina y en unas prácticas. Y es evidente que ser creyente es mucho más que aceptar
dócilmente esa doctrina y esas prácticas. Cada uno hemos de vivir nuestra propia experiencia y hacer
nuestra la fe de aquellos discípulos.
No basta afirmar teóricamente que Jesús es el Hijo de Dios encarnado. Es necesario, además, creer en él,
acogiendo su Palabra, siguiéndole, dejándonos trabajar por su Espíritu.
Si así lo hacemos, también nosotros seremos declarados dichosos, no sólo por afirmar una verdad
doctrinal del Credo, sino por dejarnos iluminar interiormente por el Padre.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo... Con
estas palabras Jesús confiere a Pedro una autoridad verdadera y plena: todo lo que ate o desate en la tierra
285
será atado o desatado por Dios. Esta autoridad se manifiesta principalmente en el perdón de los pecados y
en la admisión o exclusión de la comunidad.
¿Qué son las llaves del reino de los cielos? Jesús ha ideado la Iglesia como una edificación, como una
casa. Las llaves simbolizan la autoridad sobre esa casa.
El auténtico poseedor de las llaves es Jesús: ‘Él es el que abre y nadie puede cerrar, cierra y nadie puede
abrir’ (Ap 3, 7). Se las deja a Pedro como fundamento visible de su ‘casa de piedras vivas’.
‘Atar y desatar’ tiene el sentido de permitir y prohibir, de separar y perdonar. Lo que él ‘ate’ o ‘desate’
quedará convalidado por Jesús.
‘Atar’ y ‘desatar’, según los rabinos, quiere decir que algunos tienen poder de declarar verdadera o falsa
una doctrina y de excluir a alguien de la comunidad de Israel (de excomulgar), o de acogerlo en la misma.
Es la autoridad que Jesús confía aquí a Pedro hasta su vuelta al final de los tiempos.
Estas mismas palabras las repetirá Jesús más adelante referidas al conjunto de los apóstoles (Mt 18, 18).
Y les mandó a los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías. No quiere falsas
interpretaciones. Será el Mesías del dolor y del fracaso humano. Seguirá el camino, lento y difícil, de todo
lo verdadero: El camino que lleva a la Vida sin fin.
LA DIPLOMACIA NO PARECE DEL AGRADO DIVINO
“Así dice el Señor a Sobna, mayordomo de palacio:
Te echaré de tu puesto,
te destituiré de tu cargo.
Aquel día llamaré a mi siervo,
a Eliacín, hijo de Elcías:
le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda,
le daré tus poderes;
será padre para los habitantes de Jerusalén,
para el pueblo de Judá.
Colgaré de su hombro la llave del palacio de David:
lo que él abra nadie lo cerrará,
lo que él cierre nadie lo abrirá
Lo hincaré como un clavo en sitio firme,
dará un trono glorioso a la casa paterna.”
(Is 22, 19-23)
En Jerusalén –siglo VIII a. C.- reina Ezequías. Los asirios, después de apoderarse del reino del Norte,
han invadido el reino de Judá. Senaquerib ha cercado Jerusalén, dejándola aislada del resto del país. El
rey Ezequías ha quedado sitiado sin posibilidad de escapar. Pero un suceso inesperado, ya anunciado por
Isaías, ha obligado a los asirios a levantar el cerco: una epidemia en el ejército y una rebelión en Nínive.
La primera lectura alude a los enfrentamientos entre los oficiales de la corte del rey y el profeta Isaías,
descritos ampliamente por el profeta (Is 36-39).
En este contexto dramático para todo el pueblo, la conducta de un funcionario de Jerusalén, que se había
construido un fastuoso monumento funerario, es criticada duramente por Isaías: le anuncia que será
destituido de su cargo y que no será sepultado en la tumba que se ha preparado.
El rey destituye a Sobna, mayordomo de palacio, porque con su conducta extraviaba al pueblo. Y es
llamado a ocupar su puesto Eliacín, cuyo poder será como un clavo que sujeta y mantiene tensas ‘las
cuerdas de la tienda’.
Eliacín siguió la política recomendada por el profeta durante la invasión asiria.
286
El interés de este pasaje –además de señalar el abuso de poder de Sobna- está en la descripción detallada
de la investidura de un funcionario de la corte: la túnica, la banda y, sobre todo, la llave del palacio de
David, son las tres insignias de su cargo. Las llaves simbolizan de manera especial la amplitud del poder
concedido. Confiar a un funcionario las llaves significaba constituirle en una especie de plenipotenciario.
Esta será la idea de Jesús al confiárselas a Pedro. También el Padre, al confiárselas a Cristo, hace de él el
plenipotenciario del reino (Ap 3, 7-8).
Toda institución necesita una autoridad y la Iglesia la ha tenido desde el principio. Pero el poder no se
otorga para el prestigio y provecho personal, sino para la utilidad y servicio del pueblo de Dios. El
servicio al pueblo es la medida de la idoneidad para ocupar el cargo. Todo lo contrario que Sobna, más
preocupado de su ‘mausoleo’ que por los graves problemas y sufrimientos que el asedio estaba
ocasionando al pueblo.
Los rasgos típicos del mayordomo Sobna no cambian con el paso del tiempo: ambición desenfrenada,
deseos de grandeza, intrigas, negocios sucios, adhesión a la ‘causa’, la ‘gloria de Dios’... como tapadera
de los propios intereses.
¡Dichosos los tiempos en que Dios mandaba con urgencia a sus profetas para echarle en cara al ‘Sobna
de turno’ su egoísmo (Is 22, 17s).
El Padre del cielo no se contenta con vagas denuncias. Interviene para poner fin a aquella situación
intolerable e imponer una sustitución: Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo.
Ninguna táctica diplomática. Dios ignoró ‘los consejos’ de los que querían que se dedicara a ‘la
salvación de las almas’, e intervino para hacer limpieza donde las cosas estaban sucias.
Nadie es intocable para Dios. ¡Ojalá nunca faltaran en la Iglesia profetas con el coraje de Isaías, para
decir claramente y realizar lo que, en el fondo sabemos, debe decirse y hacerse!
LOS DESIGNIOS DE DIOS SON INESCRUTABLES
“¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento el de Dios!
¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!
¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha
dado primero para que él devuelva?
Él es el origen, guía y meta del universo.
A él la gloria por los siglos. Amén.”
(Rom 11, 33-36)
La segunda lectura es el final de la parte doctrinal de la carta a los Romanos, en la que Pablo da gracias a
Dios por su misericordia.
El texto es un himno que consta de dos exclamaciones que expresan los inescrutables designios de Dios.
Himno que es la conclusión de los razonamientos que Pablo ha desarrollado antes (Rom 9-11). Su
contenido es el futuro de Israel.
Pablo presenta la historia de la humanidad como una carrera entre judíos y paganos. Unos fueron los
primeros en obedecer, pero después desobedecieron; los paganos, que empezaron por desobedecer,
terminaron obedeciendo (vv 30-31, que no se leen). Dando sentido a todo nos presenta la misericordia de
Dios (v 32: tampoco se lee), que permite a cada ser humano pasar por el pecado, para que experimenten
su vanidad y se abran a la gratuidad del amor divino, única salida verdadera a la situación humana.
287
La ‘acción de gracias’ que Pablo dedica a la misericordia de ese Dios, que busca la conversión del ser
humano, se inspira inicialmente en el Salmo 139 (vv 6. 17s), que canta el inmenso saber de Dios ante el
que los humanos nos quedamos sin comprender. Después alude a la reflexión de Isaías (40, 13), en el
momento en que el profeta anuncia la vuelta del exilio y se van vislumbrando las grandiosas realizaciones
de Dios sobre su pueblo. Finalmente, el apóstol cita a Job (41, 3), símbolo de la fe del pobre que no
cambia ni ante los acontecimientos más incomprensibles.
Preocupado por el futuro de Israel, Pablo no busca en el pueblo razones para la esperanza: Se vuelve
hacia Dios, siempre fiel a sus promesas y abierto al arrepentimiento. La historia del pueblo judío, a lo
largo de los siglos, no ha sido más que una interminable sucesión de rebeldías.
La fe de Pablo le lleva a esperar que Israel vuelva de su incredulidad, no porque él lo decida algún día
por propia iniciativa, sino porque no sufrirá por más tiempo vivir alejado de Aquél a quien se ha unido en
una Alianza eterna.
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DOMINGO VIGÉSIMO SEGUNDO ORDINARIO
PRIMER ANUNCIO DE JESÚS DE SU PASIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN
“QUÍTATE DE MI VISTA, SATANÁS”
“Empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y
padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que
tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a
increparlo:
-¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
-Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los
hombres, no como Dios.
Entonces dijo a sus discípulos:
-El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su
cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por
mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra
su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá
entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según
su conducta.”
(Mt 16, 21-27)
El evangelio de hoy está en total continuidad con el del domingo pasado. Nos aclara que Pedro no había
entendido el verdadero mesianismo, al rechazar la perspectiva de un Mesías entregado al martirio.
La afirmación fundamental del texto es que el Hijo del hombre ha de sufrir.
Jesús vive en su interior la misma contradicción que expresaba Jeremías (primera lectura). Se sentía
seducido y forzado interiormente por la misión recibida de su Padre; experimentaba que su mensaje era
acogido con burlas por los líderes religiosos.
Jesús sabe que el triunfalismo y los resultados inmediatos, típicos de la mentalidad de Pedro, no son el
camino. Sólo construye de verdad su propia vida quien sabe darla, siguiendo a Cristo, por su reino del
amor y de la libertad, de la justicia y de la paz, para todos y cada uno.
Es la lógica de la cruz, de la entrega personal, que Pedro aún no consigue comprender. Quiere una
redención a bajo coste; y la redención no se da sino a través de la entrega total de la propia vida.
La expresión de Jesús: Quítate de mi vista, Satanás, nos recuerda el relato de las tentaciones en el
desierto (Mt 4, 10). Presupone la existencia de un mesianismo ‘satánico’, que presenta a Jesús como
aliado del triple poder –político, económico y religioso-. Y, lógicamente, a ese ‘mesianismo’ le
corresponderá una Iglesia ‘satánica’, aliada con esos mismos poderes y siendo ella misma poder.
Pedro quiere que el Mesías sea glorificado, y Dios tiene claro que el reino sólo se llevará adelante desde
la humillación y el fracaso, a causa del ‘pecado del mundo’. Es evidente que ‘los planes y los caminos de
Dios no son los mismos que los planes y los caminos humanos’ (Is 55, 8-9).
Esta solidaridad con Jesús implicará una participación activa en su resurrección y en su reino escatológico, indicado en la contraposición que hace Mateo entre vida y mundo. La muerte y la resurrección de
Cristo es la herencia de todos sus seguidores que lleven su cruz: también vivirán con él en la gloria de su
Padre.
La oposición de Pedro a Jesús continuará hasta culminar en las negaciones (Mt 26, 30-35. 69-75). Sólo
después de la resurrección del Maestro comenzó a comprender el sentido de la cruz, al irla experimentando en sí mismo.
289
EL VERDADERO MESIANISMO
Nuestra sociedad y nuestra cultura han grabado a fuego en nosotros deseos de vanagloria, de placer y de
consumismo; de indiferencia ante el sufrimiento de los demás. ¿No es éste el sentido del llamado ‘pecado
original’? ¡Cuánta gente perdiendo la vida dominada por la búsqueda de placer y de bienes materiales!
Si queremos clarificar cuál ha de ser la actitud cristiana, hemos de comprender bien en qué consiste la
cruz ‘mesiánica’ para el cristiano, porque puede suceder –sucede con demasiada frecuencia- que nosotros
la pongamos donde Jesús nunca la puso.
Nosotros llamamos fácilmente cruz a todo aquello que nos hace sufrir, incluso a ese sufrimiento
generado por nuestro propio pecado o manera equivocada de vivir. No podemos confundir la cruz con
cualquier desgracia o malestar que se produce en nuestras vidas.
La cruz es otra cosa. Jesús llama a sus discípulos a que le sigan con fidelidad y se pongan a trabajar por
un mundo más humano: el reino de Dios. La cruz es ese sufrimiento que se producirá en nuestra vida
como consecuencia de ese ‘trabajo’, que nos lleva a olvidarnos del propio ‘yo’ para construir nuestra
existencia sobre Jesús. No son cruz, por ejemplo, los sufrimientos a causa de los cambalaches que pueda
hacer la institución eclesiástica con los gobiernos y poderes del mundo para sacar beneficios o evitarse
dificultades; ni nuestros conformismos con las costumbres sociales que usan las prácticas religiosas y los
sacramentos para otros fines.
Los creyentes debemos asumir todo lo que la vida conlleva de alegre y de amargo; debemos vivir los
valores que Jesús nos proclama, los que responden a las verdaderas exigencias humanas, a lo mejor que
llevamos dentro de nosotros. Y como todo esto es contrario a lo que la sociedad del tener, del placer y del
poder quiere... brota la cruz como consecuencia de este contraste. Es decir, a todo aquel que presenta y
vive planteamientos de amor, de justicia, de libertad, de un mundo para todos... la sociedad lo rechaza y
elimina porque deja al descubierto sus injusticias y egoísmos. El que vive los valores que aporta Jesús,
encuentra la vida verdadera, el tesoro escondido (Mt 13, 44), y tendrá que pagar el precio por ello. Porque
los creyentes no vivimos la cruz como derrotados, sino como portadores de una esperanza final, como
‘precio’ por la lucha del mundo nuevo.
CONDICIONES DEL SEGUIMIENTO
‘Renunciar’, ‘cargar con la cruz’ y ‘seguir a Cristo’ son tres expresiones que indican lo esencial de la
vida cristiana. Si Jesús piensa ya en el castigo de la cruz por sus ideas inconformistas y revolucionarias,
nos indica a los cristianos que correremos la misma suerte que él, siempre que permanezcamos fieles a
sus ideales, no sólo en teoría, sino también en la práctica.
Jesús no obliga a nadie: El que quiera... Ni nadie tiene derecho a hacer sugerencias, o a imponer
condiciones, o a pretender variaciones, o a hacer ‘rebajas’. En una palabra: o se toma o se deja.
Se es discípulo de Jesús después de un acto libre y consciente. Lo que supone que analicemos el
problema, que ahondemos en el Evangelio, que comprendamos las palabras de Jesús y las comparemos
con otras teorías o religiones. Y, después, decidirnos. No podemos seguir defendiendo un cristianismo
sociológico y masivo, que nada tiene que ver con las exigencias marcadas por Jesús.
Las condiciones del seguimiento son dos: ‘renegar de sí mismo’ y ‘cargar con la propia cruz’; renuncia y
entrega.
290
Todo el que pierda su vida por Cristo, la encontrará, porque el Dios que resucitó a Jesús nos resucitará
también a nosotros a una vida plena y para siempre. Esa vida que debemos ir construyendo en el ahora y
aquí.
Salvar su vida es abandonar el grupo de Jesús, considerado peligrosamente revolucionario, para evitar
dificultades; perder la vida es arriesgarla manteniéndose activo dentro del grupo. Un riesgo que no
puede aceptarse más que en solidaridad con la persona de Jesucristo: por mi causa.
UNA HISTORIA DE AMOR
“Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir;
me forzaste y me pudiste.
Yo era el hazmerreír todo el día,
todos se burlaban de mí.
Siempre que hablo tengo que gritar ‘Violencia’,
y proclamar ‘Destrucción’.
La palabra del Señor se volvió para mí
oprobio y desprecio todo el día.
Me dije: no me acordaré de él,
no hablaré más en su nombre.
pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente,
encerrado en los huesos;
intentaba contenerla, y no podía.”
(Jer 20, 7-9)
La primera lectura describe el drama que ha supuesto para el profeta haber aceptado la vocación al
profetismo. Nos ofrece un diálogo conmovedor entre el profeta y Dios. Se ha producido un ‘encuentro’
que le marcará para toda la vida. Jeremías grita, protesta... pero no dice: ‘Me has desilusionado’. Es un
breve extracto de una serie de escritos autobiográficos (Jer 20, 7-18), en el que el profeta maldice el día
de su nacimiento, exterioriza su desaliento ante el odio que le rodea y no duda en comparar la llamada de
Dios con una tentativa de seducción.
La mayoría de los relatos de vocación subrayan la decepción de los llamados: Moisés (Éx 32), Elías (1
Re 19), Jonás (Jon 4), Jeremías (Jer 20)...
Resulta penoso sentirse excluido de una sociedad por haberle recordado unas exigencias evidentes; las
únicas que la llevarían por el buen camino.
Estas palabras de Jeremías no deben interpretarse sólo individualmente: expresan también las miserias,
las lamentaciones del pueblo judío.
El drama vivido por el profeta, o por el pueblo, no es más que la necesaria repercusión del misterio de
Dios -su deseo de que vivamos en plenitud-, en unos seres humanos inmersos en el ‘pecado del mundo’.
Es evidente que quien no conserve de Dios más que una vaga idea, no vivirá jamás el drama de este
‘encuentro’, y no llegará jamás a despojarse de sí mismo y a ‘perderse’ para identificarse con la voluntad
del Padre.
Entre las últimas profecías de Isaías (año 690 a. C.) y la vocación de Jeremías (año 626 a. C.), median
unos 60 años, de los que casi 50 corresponden al reinado de Manasés, que hizo todo lo posible por
destruir la fe de los judíos (2 Re 21).
Los reyes y los altos mandos militares manipulan la política; los sacerdotes y los charlatanes
proporcionan al pueblo la ‘verdad’ que quieren oír; las guerras y el hambre tienen postrados a los seres
291
humanos... ¿Quién llevará adelante la misión que Dios confió al pueblo de Israel, de ser su instrumento de
salvación para todas las naciones?
Yahvé busca una persona para que ‘arranque y destruya, edifique y plante’ (Jer 1, 10), y elige a Jeremías.
La historia de Jeremías está marcada por la persecución y el sufrimiento. Ya al comienzo del reinado de
Joaquín, unas violentas palabras del profeta contra el culto que se realizaba en el templo, le habían
llevado a un proceso por sacrilegio, del que había salido absuelto (Jer 26, 24), pero muy afectado. Se
habían recogido pruebas para ese proceso y hacerle callar. Pero Jeremías, en medio de su angustia, no
consigue olvidar que ‘profetizar’ es la gran ilusión y la gran desilusión de su vida.
La palabra de Dios ha tenido unos efectos totalmente contrarios a los que él esperaba. Y echa en cara a
Yahvé el haberle ‘seducido’. Ve la ineficacia de la palabra de Dios en el mundo y sufre, porque ama a
Dios y ama a sus hermanos. Sus desahogos son signo de un gran amor incomprendido. Ha tenido una
profunda experiencia de Dios que le ha llevado a la convicción de que no puede dejar de cumplir el
encargo que se le ha confiado.
Se muestra cansado de Dios porque está cansado de sufrir. La misión profética sólo le ha ocasionado
marginación social y sufrimiento. No acaba de aceptar que la palabra de Dios sea ineficaz. Le desconcierta pensar que el plan de Dios pueda fallar. Termina aceptando aunque no comprenda y le persigan.
La historia de la salvación nos muestra con toda claridad que el que cree y lleva a la práctica una fe
auténtica, encontrará oposición; que cuando Dios entra con fuerza en la vida de una persona encuentra,
normalmente, resistencia.
Al profeta le hubiera gustado mucho más anunciar a su pueblo felicidad y dicha, y se ve obligado a
hablar de violencia y destrucción.
Los humano preferimos que nos ‘regalen el oído’, que nos hablen de cosas agradables aunque sean
falsas. Por eso, son bien recibidos los aduladores, una ‘especie’ demasiado frecuente en nuestra sociedad.
El profeta no actúa así: dice lo que debe decir, guste o no. Por eso no es bien recibido y se le responde con
la burla, el escarnio o el desprestigio, lo que le lleva a la tentación de no volver a pensar ni a hablar más
en nombre de Dios.
Jeremías supera esa tentación porque se siente ‘seducido’ por Dios y por su palabra, que son en su
corazón como un fuego ardiente que no le es posible contener. El verdadero profeta es un ‘enamorado’ y
no podrá nunca dejar de hablar en nombre de ese Dios que le ha cautivado.
VIDA Y RITO SE COMPLEMENTAN
“Hermanos: Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros
cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable.
Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la
mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que
agrada, lo perfecto.”
(Rom 12, 1-2)
San Pablo ha concluido sus enseñanzas doctrinales a los romanos y, según su costumbre, termina la carta
con exhortaciones morales. Son tres los temas que trata en esta segunda parte de la carta: las relaciones de
los cristianos entre sí (Rom 12, 3-13) y con los demás (Rom 12, 14-13, 14), sus relaciones mutuas entre
fuertes y débiles (Rom 14, 1-15, 13).
La segunda lectura de hoy es como el cimiento doctrinal del conjunto.
292
Pablo, otro gran ‘seducido’ por Dios, que entrega también la vida por él, nos exhorta a la entrega de
nuestras vidas, como único culto agradable a Dios, a no dejarnos asimilar a este mundo.
El culto que los cristianos debemos ofrecer al Padre somos nosotros mismos: en alma y cuerpo.
Todos, y cada uno de nosotros, estamos situados ante la tentación de identificarnos con el mundo y sus
‘valores’, o dejarnos ‘seducir’ por el Padre, que nos invita a construir la propia existencia desde Jesús; lo
que nos lleva a saber perder lo accesorio para ganar lo fundamental, a discernir de verdad dónde está la
‘ganancia’ y dónde la ‘pérdida’, dónde la ‘vida’ y dónde la ‘muerte’.
Para que los cristianos, a quienes se dirige, no incurramos en la desobediencia en que cayeron los judíos,
Pablo nos invita a llevar a la práctica la transformación interior que hemos experimentado por la fe en
Jesucristo; a hacer visible, en la vida, la liberación que el Espíritu ha realizado en cada uno de los
cristianos por medio del bautismo
La comunidad cristiana debe caracterizarse por un culto nuevo: el culto razonable, espiritual. El sacrificio
de animales es sustituido por el ofrecimiento de la propia vida; una vida que se desarrolle según la
voluntad de Dios, nunca según la ‘lógica’ de este mundo.
El mundo piensa sólo en sí mismo, en su comodidad, en sus intereses personales. Emplear la vida en el
plan salvador de Dios supone una renovación de la mente, un cambio de mentalidad: pasar del conformismo con el mundo al ‘discernimiento’ y seguimiento de la voluntad de Dios. Es una entrega viva y
personal porque supera la comodidad de los sacrificios de animales y de frutos, para instaurar la ofrenda
de la propia vida.
El cuerpo, que designa a la persona concreta y la realidad de su existencia, es considerado por Pablo
como una ofrenda consagrada que ya no puede recuperarse, porque ya no pertenece a quien la ha
presentado. El Espíritu se apodera de ella, lo mismo que en los antiguos holocaustos la consumía el fuego,
y la reintegra como hostia viva, santa, agradable a Dios: viva, porque al ser ofrecido el cuerpo no
muere ofreciéndose, como las víctimas sacrificadas en el templo, sino que resulta más viva que nunca;
santa, por el contacto con el Espíritu santificador; agradable a Dios, como el perfume de los sacrificios
antiguos (Éx 29, 18; Lev 1, 9. 13).
Lo esencial de este pasaje es que permite comprender cómo la actitud moral tiene también una dimensión
cultual. La existencia humana, guiada por el Espíritu, es la materia del nuevo sacrificio, lo mismo que fue
la materia del sacrificio de Cristo en la cruz.
De esta forma, vida y rito se complementan como los elementos de una sola y única realidad.
Y no os ajustéis a este mundo. La presencia del Espíritu en el obrar del ser humano impulsa a éste hacia
una visión renovada del mundo y de sí mismo; ayuda a ir viendo la creación y a los seres humanos con los
‘ojos’ de Dios, único que conoce toda la realidad; y a trabajar por hacerla presente.
¿Cómo seguir a Jesús sin trabajar por transformar el mundo en el reino de Dios? ¿Y cómo lograrlo sin
oposición?
Como es experiencia de todos, una cosa es saber todo esto teóricamente y otra muy distinta vivirlo
personalmente. Y no debe extrañarnos: la gran tentación humana, consecuencia del ‘pecado del mundo’,
es natural que sea difícil de desenmascarar y más aún de vencer.
293
DOMINGO VIGÉSIMO TERCERO ORDINARIO
FRATERNIDAD RESPONSABLE Y PRESENCIA DE JESÚS EN LA COMUNIDAD
LA OMNIPRESENTE INCOMUNICACIÓN
Entre los seres humanos en general, y en las comunidades y familias en particular, suele hacer mucho
daño la palabra no pronunciada, la palabra que no llega al destinatario. Hablamos, susurramos, criticamos
con aspereza, pero casi siempre a las espaldas del interesado. Es éste el único que no sabe nunca nada,
porque la murmuración no suele llegar hasta él. Le llega, a veces, únicamente un clima tenso, helado,
hostil, indiferente, lleno de desconfianza a su persona, y no sabe el porqué. Nunca le llega la noticia clara,
la acusación precisa.
Una persona auténtica debe demostrarlo teniendo el valor de cargar con la responsabilidad de sus actos y
de sus palabras. Si hay algo que no funciona, da la cara ante el interesado, habla abiertamente con él,
aclara directamente hasta los asuntos más delicados. No ‘mata’ enviando mensajes silenciosos de odio, de
resentimiento, de sospechas. No se limita a ‘hacer que entienda’, a poner mala cara, a mostrarse enfadado
u ofendido. No se desahoga con los que no tienen nada que ver. Se explaya con toda claridad solamente
con el interesado. Aceptar el riesgo de sus palabras. Palabras claras, sencillas que, aunque sean duras, no
deben necesariamente ser hirientes. Palabras que deben apartar los obstáculos que impiden a los humanos
comunicarse, dialogar, mirarse a los ojos. Palabras que limpien el terreno de dificultades.
Comunicarse, dialogar, establecer contacto con los demás, participar juntos en reflexiones y comunicaciones... son tareas humanas que no podemos eludir. Y hoy menos que nunca, al estar tan divididos en
grupos inaccesibles entre sí, en que todos tenemos tantas razones para ello, pero que a todos nos falta la
razón.
En la vida social nos desconocemos, nos despreocupamos unos de otros. En la vida eclesial dejamos que
otros trabajen y, si las cosas van mal, criticamos o callamos.
Hemos de reconocer que no somos cristianos aislados, sino miembros de una comunidad, de una iglesia
que se concreta en cada lugar, en cada comunidad, en cada diócesis.
También formamos parte de comunidades humanas. Es muy fácil criticar lo que hace un ayuntamiento,
un sindicato, un partido político, una asociación de vecinos... Pero, ¿qué hacemos cada uno de nosotros?
¿Hemos procurado participar, interesarnos, aportar nuestra colaboración?
La fe en Jesús pasa también por esta solidaridad con las comunidades políticas, sindicales, cívicas, que
nos afectan. Vivir en una sociedad que quiere ser democrática implica también una respuesta de participación, de ayuda, con todo aquello que busca sinceramente la promoción del pueblo.
Si no hay comunicación, hemos de dudar de la autenticidad de nuestra fe cristiana. La fe en Jesús de
Nazaret nos tiene que llevar a una actitud de cercanía y de diálogo con todas las personas. Cercanía y
diálogo como expresión del amor que tenemos que llevar dentro de nosotros.
Una comunidad en la que no exista diálogo, en la que haya una sombra de dictadura, del tipo que sea, no
es una comunidad cristiana.
LA CORRECCIÓN O CRECIMIENTO FRATERNO
“Dijo Jesús a sus discípulos:
294
-Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has
salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo
el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso,
díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo
como un pagano o un publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo
lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.”
(Mt 18, 15-18)
El evangelio de hoy, y el del próximo domingo, están tomados del cuarto discurso –son cinco- de Mateo,
dirigido a la vida comunitaria que deben desarrollar todos los que quieran de verdad seguir a Jesucristo.
Antes, se ha referido a la primacía de los niños en el reino de Dios, al escándalo a los pequeños y a la
parábola de la oveja perdida.
El texto de hoy trata de la actitud que debe tener la comunidad cuando peque alguno de sus miembros, de
la capacidad de la Iglesia para ‘atar’ y ‘desatar’, de la eficacia de la oración comunitaria y de la presencia
de Jesús en la comunidad.
Esta primera parte deja claro que el pecado en la Iglesia es posible y que la Iglesia no puede quedar
indiferente ante él. Estamos lejos de una visión angelical de la vida de los cristianos.
Es evidente que en nuestra sociedad no se cultiva la ‘corrección fraterna’, ni individual ni colectivamente. Parece de mal gusto decir a los compañeros que se han equivocado o se van a equivocar. No
queremos que se nos hable de pecado, de los abusos que cometemos, de los falsos planteamientos de la
sociedad en la que vivimos tan ‘encarnados’. ‘Allá ellos’, es una expresión muy común. ‘Si creen que
obran bien...’.
Tampoco podemos hablar de misericordia –‘el que la hace, que la pague’, porque siempre las ‘hacen’ los
demás-; ni de perdón, porque, perdón ¿de qué?...
Hemos de ayudarnos para llegar a ser, cada uno de nosotros, una verdadera imagen del Padre del cielo.
El texto describe una época en que las comunidades de creyentes eran reducidas, en las que todos se
conocían y se saludaban y celebraban las eucaristías dentro de las casas. Eran situaciones muy distintas a
las de nuestras misas masivas –cada vez menos- y anónimas ¿y anodinas?
Convencer a alguien de una culpa resulta casi imposible: no tenemos la misma escala de valores; incluso
dentro de la misma fe o de las mismas costumbres.
El pecado-mal es ofensa a Dios y también a los demás. Somos solidarios en el bien y en el mal. Somos
responsables del mal que otros hacen por culpa nuestra y del bien que se deja de hacer por falta de
ejemplo o de colaboración.
Si tu hermano peca... ¿Cómo podemos aplicar hoy estas palabras de Jesús? El camino que tomamos
habitualmente no es el adecuado: la murmuración, el chismorreo, la condena... Ninguna persona se ha
hecho mejor porque se haya hablado mal de ella en su ausencia.
Antes de intervenir, tenemos que reflexionar mucho sobre la situación concreta en que se encuentra el
otro. Meternos en su piel. Preguntarnos cómo reaccionaríamos nosotros y cómo seríamos nosotros si
hubiéramos nacido y crecido en el ambiente en que él lo hizo, cuáles son los condicionamientos que han
marcado su persona. Y para ello, nada mejor que la oración. ¿Qué quiere el Padre del cielo que le diga?
La oración nos ayudará a evitar nuestros motivos ambiguos y nuestros ‘escondidos’ deseos de venganza.
Toda ayuda fraterna debe ser fruto del amor. El amor es la clave (2ª lectura) para corregir y ayudar al
otro: lo hace porque le quiere.
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Los cristianos somos corresponsables unos de otros, debemos responder unos de otros. El Padre no nos
pregunta si está todo en orden, sino dónde está el otro, qué lugar ocupa en mi corazón.
Si la Iglesia es un cuerpo –el Cuerpo Místico de Cristo-, todo lo que afecte a cada célula, repercute en el
cuerpo. Una célula enferma perjudica a toda la comunidad.
Es difícil corregir a los demás y dejarse corregir por ellos. Pero el verdadero amigo es aquél que nos dice
las cosas que hacemos mal. Porque la corrección nace del amor: se corrige porque se ama, cuando se ama.
Las sugerencias que ofrece Jesús para la corrección fraterna no son para seguirlas al pie de la letra.
Sirven para indicarnos que se trata de una intervención necesaria y delicada, que hay que hacer con
discreción, dulzura, paciencia, tacto... y mucho amor. Es posible que estas palabras de Jesús reflejen la
práctica que existía en las primeras comunidades cristianas: corregir a solas, ante dos o tres testigos, ante
la comunidad.
Sólo es posible en las comunidades pequeñas. Por eso, al masificarse la Iglesia y las comunidades estar
insertas en parroquias enormes, se hizo imposible su práctica y se limitó a un diálogo entre el penitente y
el sacerdote en la confesión privada.
La corrección también puede alcanzar a la jerarquía, llegando hasta la ‘contestación’, cuando el camino
seguido no es evangélico, a nuestro juicio. Un cristiano, una comunidad, no puede callar cuando cree que
se está tergiversando el mensaje del Maestro.
“... todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo...”. Lo que antes había dicho Jesús sólo a
Pedro (Mt 16, 19), lo dice ahora al conjunto de sus discípulos, y con las mismas palabras. La facultad de
‘atar’ y ‘desatar’ se da aquí a la Iglesia. Son expresiones que, conforme a la literatura rabínica, significan
‘permitir’ o ‘prohibir’. De esta forma, Jesús le da autorización para decidir sobre la vinculación o no de
sus miembros. Es evidente que la jerarquía no puede usar de este poder de un modo arbitrario, sino
siempre tratando de interpretar la verdadera voluntad de Jesús.
EFICACIA DE LA ORACIÓN EN COMÚN Y PRESENCIA DE JESÚS EN LA COMUNIDAD
“Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir
algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”
(Mt 18, 19-20)
El verdadero poder de la comunidad reside en la oración. Poder ilimitado, siempre que tenga las características fijadas por Jesús en el Padrenuestro.
Jesús no dice nada en contra de la oración privada; únicamente afirma la fuerza de la oración en común.
¿Dónde y cómo podremos tener una verdadera experiencia del Padre y de Jesús? Donde hay una
comunidad reunida en su nombre, una comunidad que está tratando de seguir el camino de Jesús, allí está
presente la Trinidad, está presente Jesús.
Lo que se mantiene en común es escuchado por Dios. Aunque no se especifica lo que hay que pedir en la
oración, es evidente que debe tratarse de algo digno de ser pedido.
No hay nada que resista a una comunidad, a un grupo de adultos que se aman y colaboran. Si están
unidos obtendrán todo lo que pidan, alcanzarán todo lo que quieran conseguir con su plegaria y con su
acción. Con su unión y amor harán ver por transparencia a Aquél que les inspira, ofrecerán a sí mismos y
al mundo la revelación de la Presencia que los ha unido.
296
Es el sentido del pan y del vino en la eucaristía: podemos tener a Cristo presente bajo las especies de pan
y de vino, porque ha habido comunicación de granos de trigo y de uvas, para formar algo unido: pan y
vino. Jesús de Nazaret se hace presente a los ojos del mundo en comunidades que se aman y viven unidas.
Estas palabras de Jesús nos están indicando su divinidad: estar, simultáneamente, en multitud de lugares.
Jesús, en cuerpo mortal, tenía limitada su presencia como todos nosotros. Después de su resurrección
puede estar, a la vez, -como Dios-, en todos los lugares donde haya personas que quieran seguirle y se
reúnan en su nombre.
El más importante quehacer de la Iglesia es aprender a reunirse en el nombre de Jesús. Alimentar su
recuerdo, vivir de su presencia, reactualizar la fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu, abriendo cada día
nuevos caminos a ese Espíritu. Cuando esto falta, todo corre el riesgo de quedar trivializado o pervertido.
RESPONSABILIDAD DEL PROFETA ANTE EL PUEBLO
“Esto dice el Señor:
A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya
en la casa de Israel;
cuando escuches palabra de mi boca,
les dará la alarma de mi parte.
Si yo digo al malvado:
‘Malvado, eres reo de muerte’,
y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado,
para que cambie de conducta,
el malvado morirá por su culpa,
pero a ti te pediré cuenta de su sangre.
Pero si tú pones en guardia al malvado,
para que cambie de conducta,
si no cambia de conducta, él morirá por su culpa,
pero tú has salvado la vida.”
(Ez 33, 7-9)
La primera lectura está tomada del comienzo de la cuarta parte del libro de Ezequiel (de las cinco de que
consta), que contiene la predicación del profeta durante la segunda etapa de su ministerio: la etapa posterior a la destrucción de Jerusalén y a la segunda y definitiva deportación del pueblo judío a Babilonia
(año 586 a. C.).
Los oráculos y comparaciones de estos capítulos intentan buscar una explicación al desastre (Ez 34-35) y
transmitir signos de esperanza (Ez 36-37). Los dos últimos capítulos (Ez 38-39) están redactados en el
género apocalíptico y anuncian su florecimiento.
El texto de hoy contiene el final de la parábola del profeta-vigilante (Ez 33, 1-9): una especie de meditación sobre la responsabilidad del profeta ante el pueblo.
Los versículos 1-6, que no se leen, describen la imagen del centinela. La finalidad de esta imagen se
precisa en la lectura de hoy: modifican la imagen del centinela y sirven para explicar la misión del
profeta. Son palabras de consuelo dirigidas al pueblo.
El texto va más allá de una simple ‘corrección fraterna’. Subrayan la actitud y responsabilidad que debe
tener cada uno en relación con el que, de buena o mala fe, se equivoca.
Ezequiel, constituido en centinela, tiene que denunciar la falta de fe del pueblo, la injusticia... Le va en
ello la vida. No se trata de castigar, sino de ‘convertir’. El silencio hace corresponsables del mal.
297
La misión del profeta está fuera de su libre elección personal. Hay una motivación externa a su persona.
Debe proclamar el mensaje si no quiere perder la vida. Así expresa Dios su amor al pecador: no quiere su
muerte.
Si el profeta no acepta sus responsabilidades, si se deja dominar por la desgana, si no hace nada para
solucionar los problemas de sus compatriotas... se hace responsable de los peligros que corran (v 8). Si
protesta contra el ambiente pernicioso y la mentalidad negativa de su entorno... salvará su responsabilidad
(v 9).
La misión del profeta consiste en enfrentarse con el mal y sus causantes, y hacer todo lo posible por
convertir a estos últimos. Su propia salvación-liberación dependerá del celo con el que desempeñe su
vocación profética.
El centinela está llamado a despertar la conciencia de los demás; debe lograr que cada uno sea centinela
de sí mismo. Para ello educa el sentido crítico en los que le rodean.
Todo cristiano, como profeta que debe ser, está puesto como vigía, como centinela, no para acusar, sino
para llamar al perdón y a la esperanza.
Para ser buen centinela necesitamos purificar constantemente nuestra mirada, pidiendo ayuda al corazón.
El ojo más limpio y penetrante es el que está iluminado y guiado por el corazón.
EL AMOR RESUME TODOS LOS MANDAMIENTOS
“Hermanos: A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama tiene
cumplido el resto de la ley. De hecho, el ‘no cometerás adulterio, no matarás, no
robarás, no envidiarás’, y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta
frase: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’.
Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley
entera.”
(Rom 13, 8-10)
Pablo, en su carta a los Romanos, ha recordado a los cristianos que deben obedecer las leyes civiles,
aunque provengan de estados paganos o perseguidores (Rom 13, 1-7). La voluntad de Dios se refleja
tanto en las leyes sagradas del Sinaí como en las leyes profanas de los estados, siempre que éstas no
vayan en contra del mandamiento del amor.
La misma ley del Sinaí es una ley civil interpretada a la luz de la comunión con Dios. Cuando prescribe
el amor de unos a otros coincide con las exigencias de la ley civil en torno al ‘adulterio, al asesinato, al
robo y a la codicia’ (v 9).
Es frecuente entre los cristianos despreciar las leyes civiles, sobre todo las que se refieren a las
declaraciones de la renta. Los impuestos deben ser el canal adecuado para el ejercicio del amor al
prójimo; por ello, se deben pagar sin trampas.
Las leyes civiles debemos concebirlas como un medio por el que Cristo extiende su amor a toda la
humanidad. Todos y cada uno tienen derecho a exigir de los demás cristianos amor, y no a escuchar
solamente quejas, reproches, amenazas, advertencias...
El amor no es una táctica para hacerme más fácilmente con el otro, para doblegarlo a mi voluntad, para
hacerle entrar en mi visión de las cosas, para imponerle mi proyecto. El amor es el contenido del
evangelio, la ‘demostración’ fundamental de que seguimos a Jesús. Aseguramos la salvación del otro
cuando ‘lo ponemos a salvo’ en nuestro corazón.
298
En la base de toda acción social y eclesial, si quiere ser auténticamente evangélica, ha de estar el amor.
El derecho es necesario, pero no lo es todo. Delimita los campos, pero no crea ‘comunión’. Sólo el amor
es la plenitud de la ley. El amor no sólo no hace mal al prójimo sino que lleva las exigencias del bien al
pleno cumplimiento.
El amor resume todos los mandamientos. Pablo enumera sólo cuatro de ellos, pero es obvio que se
refiere a todo el decálogo. La razón de seleccionar estos cuatro parece ser que se funda en que en ellos se
determina la actitud en las relaciones personales: “no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no
envidiarás”.
Cuando se trata del amor nunca se llega a la meta. Las cosas tienen un término y llegan a plenitud, pero
en el amor –es Dios- siempre es posible el crecimiento.
299
DOMINGO VIGÉSIMO CUARTO ORDINARIO
LA LÓGICA DEL PERDÓN FRATERNO
¿’OJO POR OJO’ O PERDÓN?
Seguimos en el capítulo 18 del evangelio de Mateo. El pasado domingo veíamos a la Iglesia como
comunidad de conversión y de corrección fraterna. Hoy la contemplamos como comunidad de perdón.
Ambos aspectos se complementan: el verdadero amor lleva a la corrección y al perdón sin limitaciones.
Quizá sean legión los que piensan que el perdón hace más difícil luchar contra la violencia, la opresión
de los poderosos, el terrorismo... porque olvida el sufrimiento de las víctimas, la humillación del que ha
sido traicionado, porque ‘no pone los pies en el suelo’.
Es fácil comprender esta resistencia al perdón. ¿Cómo no entender la rabia, la impotencia, el dolor de los
que han sido víctimas de la opresión, del terrorismo, del desprecio o la traición? Pero el resentimiento y la
agresividad nos deben hacer ver con claridad qué sería –qué está siendo- de la sociedad en la que se ha
suprimido el perdón. Quien ha sido víctima de una agresión tiende a su vez a imitar de alguna manera a su
agresor, con lo que se igualan. Es una reacción casi instintiva en el individuo y en la colectividad, y que
se transmite de generación en generación. De esta forma, el mal tiende a perpetuarse.
Cuando no se quiere o no se puede perdonar, queda en la víctima una herida que le hace daño, al
encadenarla negativamente al pasado. Además, el resentimiento instalado en una sociedad, hace más
difícil la lucidez para buscar caminos de convivencia y puede bloquear todo movimiento para encontrar
solución a los conflictos. Los ejemplos no faltan.
El deseo de revancha es, sin duda, la respuesta más visceral ante la ofensa. Pero quien pretenda curar su
herida infligiendo sufrimiento al agresor, se equivoca. El sufrimiento del otro no posee un poder mágico
para curar la agresión recibida. Puede producir una cierta satisfacción, pero la persona necesita algo más
para volver a vivir de forma creativa.
Suele olvidarse que el perdón al que más beneficia es al ofendido, porque le hace crecer en dignidad y
nobleza, porque le da fuerzas para rehacer su vida, porque le permite iniciar nuevos proyectos.
Cuando Jesús nos invita a perdonar es para que sigamos el camino más sano y eficaz para erradicar de
nuestra vida el mal. Sus palabras adquieren una hondura todavía mayor para los que creen en Dios como
la fuente última del perdón.
PERDONAR SIEMPRE, TODO Y A TODOS
“Acercándose Pedro a Jesús, le preguntó:
-Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?
¿Hasta siete veces?
Jesús le contesta:
-No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.”
(Mt 18, 21-22)
Todos, si somos sinceros, debemos reconocer que hemos puesto unos límites a nuestro perdón. Y que
cuando se pasa ese límite, cuando nos parece excesivo lo que nos han hecho, cuando se repite, nos
negamos a perdonar. También hemos de reconocer que frecuentemente concedemos un perdón raquítico.
No sólo en las relaciones personales es difícil perdonar. También a niveles colectivos ocurre lo mismo.
300
Podemos constatarlo diariamente en las noticias de la radio, de la televisión y de los periódicos. Incluso
en la Iglesia, entre las Iglesias cristianas, entre las diversas tendencias de nuestra Iglesia.
Siguiendo las instrucciones sobre la vida de la comunidad, Jesús nos habla hoy de la necesidad de
perdonar siempre.
Cada escuela de rabinos tenía su punto de vista sobre las veces que había que perdonar al hermano. Así
se comprende que Pedro se dirigiera a Jesús para preguntarle su opinión sobre la materia. Añadiría hasta
siete veces, porque sería, quizá, el máximo de perdón otorgado por los rabinos más comprensivos.
La pregunta de Pedro es la que nos hacemos todos. La respuesta de Jesús es clara: perdonar siempre, todo
y a todos.
Este perdón ilimitado se entiende desde la certeza de ser perdonados por Dios y en la necesidad que
tenemos todos de ser perdonados constantemente por los demás, siempre que seamos capaces de
reconocer los propios errores. Al que reconoce los propios errores le es más fácil comprender y perdonar
los errores de los demás.
¿Quién no tiene necesidad de ser perdonado por Dios? ¿Quién no tiene necesidad de que los demás le
perdonen en muchas ocasiones? Si alguno está en ese caso... que no perdone a los demás.
En la medida en que vamos logrando perdonar siempre a los demás, vamos consiguiendo la libertad
plena y el conocimiento de nosotros mismos. El perdón que damos a los demás es una manifestación de
que sabemos perdonarnos a nosotros mismos, que no nos condenamos ni rechazamos, que nos aceptamos.
El que no perdona a su prójimo es difícil que se crea pecador y que él mismo ha sido perdonado. Para
perdonar siempre es necesario que tengamos conciencia de pecadores, porque el perdón es un acto de
comprensión, de reconocer que el mal del otro está, o puede estar, también dentro de mi mismo.
Además, el perdón que concedemos a nuestros semejantes es condición indispensable para obtener el
perdón de Dios: es una petición del Padrenuestro. El perdón que pedimos a Dios sin estar dispuestos a
perdonar a los demás es una hipocresía. El perdón al otro es el signo de la misericordia que el Padre Dios
nos ha manifestado a nosotros al perdonarnos mucho más; es una imitación de la conducta divina y un
acto de agradecimiento por su bondad para con nosotros.
No es perdón dejar de ver, abandonar la lucha por la justicia; o ser débil; ni echar en cara, con
paternalismo o agresividad, el perdón.
Para aprender a perdonar de corazón tenemos un camino abierto: fijarnos en cómo perdona Dios; perdón
que se manifiesta en el obrar de Jesucristo.
La fuerza de este perdón-amor incondicional sólo la encontramos en la fe. No perdonamos únicamente
por intereses humanos, o por generosidad, o por una convivencia más civilizada. Los cristianos
perdonamos por motivos más profundos: porque Dios nos ha perdonado a nosotros y quiere que hagamos
lo mismo con los demás; porque queremos vivir en comunión de amor y de vida con él.
Esta llamada de Jesús es exigente y no permite escurrir el bulto. No tiene excepciones.
Jesús nos ayuda, más aún, a comprenderlo con la parábola del ‘siervo cruel’.
LA PARÁBOLA
“Y les propuso esta parábola:
-Se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con
sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil
301
talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él
con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’.
El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar,
perdonándole la deuda. Pero al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus
compañeros que le debía cien denarios, y agarrándole lo estrangulaba diciendo:
‘Págame lo que me debes’.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré’.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que
debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a
contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
‘¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste.
¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve
compasión de ti?’
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la
deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona
de corazón a su hermano.”
(Mt 18,23-35)
En una de sus más bellas parábolas, Jesús aclara el porqué del perdón ilimitado que ha enunciado.
Dios es como un rey que quiere arreglar las cuentas con sus servidores. Le presentan a uno que le debe
diez mil talentos (diez mil era la cantidad numérica más alta y el talento la unidad más grande de dinero).
Que una persona pudiera tener una deuda semejante era prácticamente imposible, y así debió entenderlo
el auditorio de Jesús.
La deuda enorme, simbólica, se aclara si la referimos a las relaciones de Dios con nosotros. El más
humilde y más justo de nosotros es una persona a quien el Padre ha cubierto de millones, aunque no nos
demos cuenta de ello. Pensemos un momento: los ojos, las manos, el corazón... ¿Cuánto estaríamos
dispuestos a pagar, si lo tuviéramos, por ellos si enfermaran o nos faltaran? Añadamos los padres, los
amigos, la naturaleza entera... Todos estos dones nos los hemos atribuido a nosotros mismos; los usamos
y los malgastamos como si no nos los hubiera dado él. Nos servimos de ellos egoístamente. Es claro que
somos unos deudores insolventes.
El deudor se arroja a los pies del señor, signo máximo de petición de gracia, suplicando y prometiendo.
El rey le perdona la deuda. Llega mucho más lejos de lo que el empleado podría soñar. ¡Dios es así! Es
Padre y se conmueve con sus hijos. Para reconocer a fondo este amor del Padre es necesario que nos
reconozcamos pecadores, con más necesidad de perdón que de pan.
Págame lo que me debes. Poco después el deudor perdonado se encuentra con un compañero que le
debe cien denarios –cantidad insignificante en comparación con la anterior-, y se repite la escena
anterior. Pero en este caso todo resulta inútil. Su actitud despiadada retrata la ruindad del corazón
humano. Lleva hasta el extremo todos los recursos legales, sin tener en cuenta las súplicas del compañero
ni el hecho de haber sido él perdonado. No supo hacer con el otro lo que habían hecho con él.
¿Verdad que es cruel este modo de proceder? Sin embargo, es lo que hacemos nosotros todos los días:
queremos que Dios nos perdone siempre, que los demás olviden nuestros errores; pero nosotros
guardamos rencor, dejamos de hablar a los que nos han agraviado...
302
Para que Dios nos perdone nuestros innumerables pecados, necesitamos dos condiciones: reconocer que
somos pecadores y que perdonamos siempre a los demás. Los santos, personas extraordinarias, se veían
cubiertos de pecados. Y no lo hacían por falsa humildad, sino con sinceridad, al comparar sus vidas con la
vida que intuían en Dios, fruto de la presencia del Espíritu en sus corazones. Necesitamos una gran
sacudida para poder despertarnos a la realidad de reconocernos llenos de limitaciones.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo
sucedido. Éste, indignado por aquel proceder incalificable, le retira el perdón y le aplica la justicia: nunca
será capaz de pagar su deuda.
Las palabras del rey: ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve
compasión de ti?; y las de Jesús: Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no
perdona de corazón a su hermano, nos dan el sentido de la parábola. Dios perdona gratuitamente, pero
exige el perdón al hermano.
Las personas de ‘a pie’ nos debemos unos a otros ‘cien denarios’, cantidad irrisoria en comparación con
lo que nos ha sido perdonado y dado a cada uno de nosotros. Los grandes dictadores, criminales de guante
blanco y acaparadores de la historia, nos deben mucho más; pero Dios es el único que puede hacer justicia
a sus personas.
Esta ley del perdón de Cristo es una auténtica revolución. ¡Cómo cambiaría la sociedad si los cristianos
contribuyéramos a romper la espiral de la venganza y del rencor que nos atenaza!
El ejemplo de Jesús nos ha puesto de nuevo ante el gran mandamiento del cristianismo: el amor.
Lo que sabemos los humanos es vengarnos; lo que sabe Dios es perdonar. Debemos perdonar porque
somos perdonados, como somos perdonados, para que seamos perdonados.
Tengamos confianza: podemos hacer con Dios lo que queramos. Es como un padre-madre que siempre
espera que su hijo se arrepienta y cambie. Somos nosotros los que determinamos la medida que Dios
utilizará con nosotros: la misma, infinitamente ampliada, que usemos con los demás.
UNA MAGNÍFICA REFLEXIÓN SAPIENCIAL
“El furor y la cólera son odiosos:
el pecador los posee.
del vengativo se vengará el Señor
y llevará estrecha cuenta de sus culpas.
Perdona la ofensa a tu prójimo,
y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.
¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro
y pedir la salud al Señor?
No tiene compasión de su semejante,
¿y pide perdón de sus pecados?
Si él, que es carne, conserva la ira,
¿quién expiará por sus pecados?
Piensa en tu fin y cesa en tu enojo,
en la muerte y corrupción y guarda los mandamientos.
Recuerda los mandamientos
y no te enojes con tu prójimo,
la alianza del Señor, y perdona el error.”
(Eclo 27, 30-28, 7)
303
El evangelio encuentra una magnífica reflexión sapiencial en la primera lectura, síntesis de los
sentimientos que suscita la parábola de Jesús.
El autor del libro del Eclesiástico conoce por experiencia que el rencor humano acaba en venganza y
destrucción interior de la persona. Este círculo sólo se puede romper perdonando. El mismo Yahvé da
ejemplo de perdón y fidelidad para con los suyos por medio de la alianza.
Por el camino de la venganza se acepta la lógica de la violencia. El buen sentido de Ben Sirá le lleva a
condenar duramente toda forma de ira y de venganza, no sólo por el desorden social que ocasiona, sino
también porque supone romper con Dios.
En todo el pasaje aflora la idea de la retribución inmediata. ¿Por qué no vengarse?: Porque se teme la
venganza divina. ¿Por qué perdonar al otro?: Porque es la forma de obtener el perdón de Dios.
La intervención salvadora de Dios en la historia de Israel implica la prohibición de la venganza (Lev 19,
18). Sólo Dios puede juzgar (Dt 32, 34). La expresión cesa en tu enojo interpreta las palabras guarda los
mandamientos.
Según Ben Sirá el temor de Dios supone el perdón, y quien perdona cumple las disposiciones de la ley.
Para justificar la exhortación, el autor apela al recuerdo de los mandamientos y de la alianza.
Las limitaciones, comunes a todos, deben conducirnos a la comprensión de los demás; y la idéntica
dignidad de todos los humanos, pide la disponibilidad para el perdón. ¿Cómo se puede pedir perdón a
Dios si no se está dispuesto a perdonar?
Además, el perdón debe ir más allá del ámbito religioso, privado o público: debe ser la expresión de unas
nuevas relaciones entre los seres humanos.
Hemos arrinconado el pensamiento de la muerte: Piensa en tu fin... ‘Sabiduría’ que nos haría
compasivos, magnánimos, pacientes, cariñosos con todos los demás.
Tener conciencia de los propios límites significa, en el fondo, tener piedad de uno mismo y también de
los demás; reconciliarse con uno mismo y vivir reconciliado con todos.
“CRISTO, SEÑOR DE VIVOS Y MUERTOS”
“Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí
mismo.
Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la
vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo, para ser
Señor de vivos y muertos.”
(Rom 14, 7-9)
Todo el capítulo 14 y la primera parte del 15 (vv 1-13) de la carta a los Romanos, la dedica san Pablo al
tema de la mutua comprensión dentro de la comunidad cristiana. La ocasión se la han ofrecido los
conflictos surgidos entre los cristianos de Roma, similares a los problemas y divisiones de otras
comunidades. También en Roma hay ‘grupos’ como en Corinto. Los ‘fuertes’ y los ‘débiles’: cristianos
venidos del judaísmo y del paganismo.
La comunidad de Roma no la ha fundado Pablo; por ello sus sugerencias y motivaciones son de carácter
más general.
No sólo debemos renunciar a tomarnos la justicia por nuestra mano; tenemos que llegar a la aceptación
positiva de los demás, con sus limitaciones y deficiencias.
304
Al desprecio y juicio recíproco de condena, que caracterizaban las relaciones entre los judío-cristianos y
pagano-cristianos, el apóstol propone la comprensión y la aceptación. Lo común y fundamental a todos es
su relación con Jesucristo, que debe eliminar toda dificultad.
Lo que importa no es comer o no comer ‘carne’, sino el ser ‘en’ y ‘para’ Cristo. Dios nos ha aceptado a
todos como somos. También nosotros nos debemos aceptar y evitar el desprecio y la condena del
hermano.
A los cristianos venidos del judaísmo no les fue fácil desprenderse de las prácticas judías. Pablo ve la
dificultad, pero no quiere darle más importancia de la necesaria. Insiste en que se toleren. La comunidad
puede y debe superar las tensiones. La prohibición de comer ciertas carnes y la observancia de
determinadas fiestas no eran vinculantes para la comunidad cristiana, pero el paso de la observancia del
sábado a la celebración del domingo supuso dos siglos.
¿Qué importan las diferencias en cuestiones de prácticas si en todo buscamos el seguimiento del
Crucificado-Resucitado?
305
DOMINGO VIGÉSIMO QUINTO ORDINARIO
PARÁBOLA DE LOS OBREROS DE LA VIÑA
EL DIOS DE JESÚS
¿Qué idea tenemos de Dios? Es una pregunta a la que todos los creyentes deberíamos respondernos con
frecuencia. Para ello necesitamos adentrarnos en nuestro propio misterio y llegar a lo más profundo de
nuestro ser, allí donde de verdad somos nosotros mismos. Porque hemos de reconocer que, quizá sin
darnos cuenta, tendemos a construirnos un Dios a nuestra imagen y semejanza. Atribuimos a Dios
nuestros rasgos, nuestra manera de pensar y de vivir, con lo que corremos constantemente el riesgo de
construirnos una caricatura de Dios.
Los cristianos no somos ajenos al empeño del materialismo actual por presentar a Dios como un rival
peligroso del hombre. Y es el mismo ser humano el que sufre las consecuencias, al quedar limitados sus
esfuerzos a esta tierra, forzados por la caricatura del Dios cristiano preocupado únicamente del ‘más allá’,
para regocijo de los explotadores de todos los tiempos y lugares –individuos y naciones- que defienden
este dios con uñas y dientes. La insatisfacción, la soledad y el vacío es un precio demasiado alto pagado
por la sociedad moderna al haber eliminado a Dios de su futuro, en lugar de haber ahondado en el Dios de
Jesús presentado por los Evangelios. ¿Trabajaremos por restituir la verdadera imagen del Dios Padre y
Amor, revelado por Jesús?
Hemos desarrollado una teología y una predicación orientada a ‘explicar’ a Dios. Es verdad que la
doctrina siempre es necesaria para encontrar ‘razones’ para creer. Pero, lo que todos necesitamos,
fundamentalmente, es experimentar, en lo más profundo de nuestro ser, la presencia viva del Dios
Comunidad de Amor.
Es posible que pueda escandalizar a muchos decir que Dios es bueno con todos, lo merezcan o no, sean
creyentes o ateos, invoquen su nombre o vivan de espaldas a él. Pero es así. Y lo primero es dejar a Dios
ser Dios, y no empequeñecer con nuestros cálculos y esquemas su amor universal y gratuito.
SALVACIÓN GRATUITA Y UNIVERSAL
“Dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
-El Reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a
contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un
denario por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin
trabajo, y les dijo:
‘Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido’.
Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo
mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros parados, y les dijo:
‘¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?’
Le respondieron:
‘Nadie nos ha contratado’.
Él les dijo:
‘Id también vosotros a mi viña’.
Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz:
‘Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y
acabando por los primeros’.
Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.
306
Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos
también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra
el amo:
‘Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que
a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y del bochorno’.
Él replicó a uno de ellos:
‘Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un
denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no
tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú
envidia porque yo soy bueno?’
Así, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos.
(Mt 20, 1-16)
Las parábolas no son alegorías; es decir, no debemos buscar un significado concreto en cada uno de sus
elementos, como sucede en las segundas. En las parábolas abundan los rasgos irreales, artificiosos, que
ayudan a que quede más clara la enseñanza fundamental que quiere hacerse. Jesús no pretende aquí hablar
de relaciones económicas o laborales, sino de nuestro trabajo por el reino de Dios en esta viña que es el
mundo. Quiere que todos trabajemos según nuestras capacidades, desde el momento en que caigamos en
la cuenta de ello, para que el mundo sea, cada día más, reflejo del deseo de Dios.
Nuestras relaciones con Dios tampoco pueden expresarse en términos de justicia: están reguladas
exclusivamente por la gratuidad. Todo es gracia, podría ser la síntesis de esta parábola.
Para entenderla correctamente, hemos de tener presente a los destinatarios del Evangelio de Mateo:
cristianos que provenían del judaísmo. Los primeros llamados son los judíos, los últimos los pueblos que
desconocían el antiguo Testamento y no formaban parte del pueblo hebreo. Judíos y paganos son
llamados por Cristo; primero unos y después los otros, para que todos entremos en el reino, que en esta
parábola se compara a una viña. Comparación que ya se encuentra en el antiguo Testamento.
Jesús recurre a parábolas para desvelarnos que los valores de Dios, que son también los verdaderos
valores humanos –en Cristo se identifican-, pueden y deben ser prioritarios en el corazón humano y en
nuestras relaciones interhumanas.
La justicia de Dios es una crítica de la injusticia humana en nombre del amor con que Dios ama a todos
los seres humanos, sus hijos. Acoge a los últimos igual que a los primeros, a los paganos lo mismo que a
los judíos, a los recién llegados con idéntico cariño que a los creyentes desde siempre.
Con su modo de obrar, Dios no es injusto, sino sencillamente bueno. Y esa es la gran novedad de nuestro
Dios: la gratuidad y la universalidad de su amor.
La fe, al igual que el amor, no se compran ni con dinero ni con esfuerzo personal. Son un regalo de Dios,
un don del Padre. Y eso es lo que pretende Mateo que comprendamos con su parábola.
Dios es mucho más que aquel que administra rectamente la justicia, es más que el que paga a un denario
determinadas horas de trabajo, es más que el Dios del viejo catecismo que premiaba a los buenos y
castigaba a los malos. Dios es, ante todo, bueno y esta bondad rompe nuestros esquemas humanos y
nuestros más elaborados conceptos de justicia conmutativa
Debemos convencernos cada vez más de que, ante los graves problemas del mundo actual, no basta con
el principio de justicia y que es necesario hablar también de solidaridad, que viene a ser como el rostro
humano de la justicia.
¡Qué importante es saber que Dios siempre nos ama, por muy torcidos que hayan sido nuestros caminos
previos, y saber que siempre es posible volver a él!
307
¿QUÉ MAYOR RECOMPENSA QUE LA ALEGRÍA DE VIVIR EN COMUNIÓN CON EL PADRE?
Los de la primera hora deberían estar contentos por la suerte que han tenido de conocer a Jesús y
seguirle desde el comienzo de su vida. ¿Qué más recompensa que la alegría de vivir en comunión con él?
Si nuestra vida estuviera iluminada por el amor, gozaríamos de la gran alegría de vivir en amistad con el
Padre, y tendríamos el corazón rebosante de gozo al haber sido llamados en la primera hora de nuestra
vida.
Las quejas de los primeros trabajadores reflejan la idea de muchos cristianos que creen que Dios les debe
estar agradecido por su ‘fidelidad’.
Son las tentaciones del hombre ‘religioso’ de siempre. A nivel racional es posible que estemos de
acuerdo con las ideas presentadas aquí por Jesús. Pero cuando tratamos de aplicarlas a casos concretos,
surgen inmediatamente las resistencias y las protestas: ¿No estamos llenos de prejuicios hacia otras
religiones e ideologías?
El ser llamados por Dios no es un premio, sino un regalo. Si fuéramos conscientes de lo que esto
significa, nos volcaríamos en acción de gracias al Señor; sentiríamos honda satisfacción porque otros sean
llamados, aunque sea a última hora.
La protesta no la ocasiona la violación del contrato, sino el trato reservado a los trabajadores de la hora
undécima. Lo que no aceptan es la desigualdad. Se habrían conformado con recibir menos de lo acordado
con tal de que fuera más que a los otros.
¿Cómo es posible? No puedes tratarnos como a los demás. Debes gratificarnos por nuestro sacrificio,
por los placeres a los que hemos tenido que renunciar, por la fidelidad que nos han impuesto, por los
sermones que hemos tenido que soportar, por el aburrimiento acumulado en tantas prácticas religiosas,
por la carga de tus mandamientos... Ellos no han tenido que soportar ese peso. ¿Y ahora les pagas lo
mismo que a nosotros? Hubiera sido mejor ‘pescar al vuelo’ la última oportunidad.
Se sienten engañados, defraudados, porque interpretan el trabajo del reino como fatiga, como carga
desagradable, y no como gozo inmerecido, como don.
Pensándolo bien, deberían haber sido ellos los que pidiesen al patrón que recompensase a los últimos,
para resarcirles por lo que han perdido de felicidad, de ternura, de libertad, de plenitud... durante el
tiempo que han estado lejos. Ellos ya estaban compensados: el premio, incalculable, ya lo habían tenido
por anticipado con el gozo y la satisfacción de poder trabajar por el Señor, por la libertad y el amor
recibidos. Si no razonamos así, es que todavía no hemos respondido a la llamada del Padre, que
trabajamos como mercenarios, que somos ‘obreros de la hora duodécima’.
Jesús ha propuesto la parábola para responder a las críticas de los letrados y fariseos, que le acusaban de
igualar a los pecadores con los que cumplían la ley. En el fondo de la protesta está la mentalidad de estos
dirigentes religiosos.
De la parábola se deduce que con Dios no se puede hacer contrato en orden a la salvación. No paga
según el rendimiento y la ganancia: salva libre, gratuita y generosamente. La salvación debemos aceptarla
como don del Padre.
A nosotros no nos toca juzgar el trabajo –la vida- de los demás; nos toca sentirnos felices por haber sido
llamados a trabajar en la viña, por haber sido invitados a trabajar por el reino de Dios.
308
TODO CONDUCE AL FIN ESCATOLÓGICO FIJADO POR DIOS
“Buscad al Señor mientras se le encuentra,
invocadlo mientras está cerca;
que el malvado abandone su camino,
y el criminal sus planes;
que regrese al Señor, y él tendrá piedad,
a nuestro Dios, que es rico en perdón.
Mis planes no son vuestros planes,
vuestros caminos no son mis caminos
-oráculo del Señor-.
Como el cielo es más alto que la tierra,
mis caminos son más altos que los vuestros,
mis planes, que vuestros planes.”
(Is 55, 6-9)
La primera lectura pertenece al último capítulo del libro de la ‘Consolación’ o Segundo Isaías (capítulos
40-55), que contiene una idea fundamental: defender la unicidad y trascendencia de Yahvé que interviene
en la historia, del Dios que está cerca de nosotros (v 6). Un Dios que marca los acontecimientos de la
historia, positivos o nefastos, llevándolos a la realización de sus planes. Siendo un Dios único, no hay que
temer a ningún competidor en la forma de llevar la historia, que también es única.
Todas las etapas de la historia son queridas por él y todas conducen al fin escatológico que ha
determinado. No hay fuerza capaz de impedir el desarrollo normal de la historia.
Buscad al Señor... mientras está cerca. Hay búsquedas y búsquedas. Porque no todas las búsquedas
son correctas. Hay quienes buscan otra cosa, pero en lo más profundo de su ser buscan a Dios. Buscan la
justicia, la paz, la solidaridad, la honradez... Son personas inquietas, insatisfechas... que van recorriendo
un camino de despojo progresivo. Están quienes dicen que buscan a Dios, pero en realidad buscan otra
cosa. Dios es el pretexto de sus mezquinas apetencias. Son personas que viven satisfechas, dotadas de
certezas e insaciables apetencias por todo lo que no es Dios.
Y están, también, los que dicen que buscan a Dios y son coherentes con sus palabras.
Se puede buscar a Jesús por motivos equivocados, por objetivos que nada tienen que ver con su misión.
Por eso tenemos que verificar con frecuencia la autenticidad de nuestras búsquedas.
La búsqueda conduce siempre a algo: al Dios de Jesucristo –amor, libertad, justicia... para todos-, o al
‘ídolo’ –todo lo que se puede comprar con dinero-. Incluso entre creyentes; porque, ¿qué Dios es el
nuestro?
Uno de los signos de la trascendencia de Dios es que sus planes y caminos, lo mismo que su
misericordia, no coinciden con nuestro modo de pensar: Como el cielo es más alto que la tierra, mis
caminos son más altos que los vuestros... Es creyente el que se da cuenta de la distancia. Cuanto más
cerca está Dios, tanto más descubre su lejanía de él. Es la experiencia de los santos.
Cuando ciertos acontecimientos engendran desconcierto e inquietud en los humanos, no podemos olvidar
que Dios está siempre presente llevando adelante sus planes; cuando el ser humano considera su pecado
demasiado grande para que pueda ser perdonado, el Padre Dios revela que su misericordia está muy por
encima de las normas de la justicia humana. Para él no supone ninguna dificultad que el peor de los
pecadores llegue a convertirse. La esperanza en que los planes de Dios se cumplirán en toda la creación
cuenta con el más firme de los apoyos: la fe en un Dios único y trascendente.
309
Israel creía que, por ser la nación elegida, podía manipular a Dios y encontrarlo con toda seguridad en el
templo y en la fidelidad a las prácticas religiosas. La amarga experiencia del destierro le ha obligado a
repensar estas seguridades. El pensamiento humano no puede abarcar ni agotar los planes y los
pensamientos de Dios.
Para aceptar con gozo el mensaje de la salvación, tenemos que superar nuestro modo de pensar y aceptar
que los pensamientos de Dios nos sobrepasan infinitamente. E irlos conociendo y aceptando, para lo que
necesitamos mucha disponibilidad. Hemos de pensar que Dios está haciendo su obra, pero que nosotros
sólo vemos de ella ‘el reverso del tapiz’ –hilos cruzados, ininteligibles...-, La ‘belleza del tapiz’ sólo la
tiene él presente.
NADA ES DEFINITIVO AHORA Y AQUÍ
“Hermanos: Cristo será glorificado en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi
muerte. Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. Porque si el vivir esta
vida mortal me supone trabajo fructífero no sé qué escoger.
Me encuentro en esta alternativa: por un lado, deseo partir para estar con
Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que
es más necesario para vosotros.
Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo.”
(Fil 1, 20c-24. 27a)
La carta a los Filipenses es, junto a la de Filemón, la más familiar y confidencial de las cartas paulinas.
Es la carta del amigo que se encuentra en dificultades, a los amigos que nunca le han olvidado y siempre
le han ayudado con todos los medios a su alcance. Es la carta de un corazón agradecido y, a la vez,
preocupado, porque también en aquella comunidad existen conflictos e incomprensiones.
Parece que también a Filipos –situada al norte de la actual Grecia- han llegado unos predicadores
judaizantes que pueden amenazar seriamente la acción evangelizadora de Pablo. Éste comunica a sus
queridos filipenses su encarcelamiento, les da detalles del mismo y expresa, en la segunda lectura de hoy,
algunas reflexiones sobre la situación en que se encuentra. La relación personal que tiene Pablo con esta
comunidad explica el calor y el afecto de esta carta entrañable. Les escribe para animarles.
El ejemplo del Apóstol debe ayudar a la comunidad a marcarse sus metas. El problema de la vida y de la
muerte cambia de sentido miradas desde Cristo
Ante la muerte, Pablo cuenta no sólo con su deseo de estar con Cristo, sino con las necesidades de la
comunidad. Llega a entender que el vivir y el morir no tienen importancia en sí mismos, que lo
importante es transparentar a Cristo en la propia vida; que la vida es el compromiso que tenemos cada
uno por el reino de Dios y que lo único que puede hacer inteligible a nuestro mundo la imagen del Dios
de Jesucristo es una vida cristiana coherente, totalmente entregada al servicio de los demás; que el
cristianismo es un intento de realizar la escatología –reino de Dios- en la sociedad actual.
La verdadera vida, a los ojos de Pablo, es una vida en Cristo (v 21). Contempla la muerte y la vida cara
a cara, en su verdadero significado. Compara ambas, reflexionando sobre sus respectivas ventajas (vv 2224): irse o quedarse, estar con Cristo o continuar trabajando por su Evangelio. Y decide, sin titubear,
permanecer en esta vida (v 25), aunque para él lo más beneficioso es morir para estar con Cristo.
Es preciso pasar por la muerte, y por las renuncias que lleva consigo, para poder tomar parte en el reino
definitivo.
310
DOMINGO VIGÉSIMO SEXTO ORDINARIO
PARÁBOLA DE LOS DOS HIJOS
EL PODER Y LA AUTOSUFICIENCIA CIEGAN
Casi nunca tenemos la culpa de nada. Si los hijos toman caminos distintos, los padres pocas veces
reconocen su responsabilidad; si los cristianos no vivimos el evangelio o los jóvenes no quieren saber
nada de la Iglesia, no pensamos, ni por un momento, en el tinglado que tenemos montado y que no
estamos dispuestos a revisar.
La parábola del evangelio de hoy representa la repulsa de un judaísmo y cristianismo hinchados de
palabras, de fórmulas, de proclamaciones de fe, pero vacío de hechos convincentes.
Hay una fidelidad de ‘fachada’, muy correcta, que respeta las formas, y que sirve con frecuencia de
tapadera al oportunismo, al cinismo... Y hay una fidelidad sufrida, que a veces se traduce en actitudes
externas rebeldes, pero que dejan entrever un hondo compromiso con el evangelio de Jesús, una vida
entregada al servicio del mundo nuevo, una generosidad total.
A las palabras deben seguir las acciones; a los principios, la conducta coherente; a las enseñanzas, el
ejemplo personal. Las ideas tienen que estar en consonancia con la conducta práctica.
Es indispensable ‘hacer la verdad’, y no sólo conocerla, pensarla, guardarla, anunciarla. Podemos decir,
incluso, que conocemos la verdad en la medida en que la estamos llevando a la práctica.
La práctica es la condición necesaria para llegar al conocimiento del Dios de Jesús, único que existe.
Jesús viene de Galilea con sus discípulos en peregrinación para celebrar su última Pascua en Jerusalén.
En Jericó ha curado a dos ciegos y ha entrado en la ciudad santa rodeado de aclamaciones y cantos de
júbilo. Ha arrojado del templo a los que compraban y vendían...
Los sacerdotes y los letrados están cada vez más furiosos, y le piden cuentas de lo que hace. ¿Para qué
darles razones si no piensan hacerle caso? En lugar de responderles directamente les cuenta tres parábolas
de denuncia sobre su actitud ante él. La primera, que sólo nos cuenta Mateo, es la parábola de los dos
hijos, que leemos hoy; las otras, los dos próximos domingos. Las tres anticipan las durísimas palabras de
Jesús a los letrados y a los fariseos a causa de su hipocresía (Mt 23).
Siempre existe el mismo peligro en el que cayeron las personas oficialmente religiosas del tiempo de
Jesús. Siempre es posible que, detrás de nuestras actitudes aparentemente correctas, se escondan planteamientos de vida incompatibles con el evangelio de Jesús; que quizá no pequemos mucho y que, sin
embargo, nos falte amor, entrega, generosidad...
DECIDEN LOS HECHOS
“Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
-¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le
dijo: ‘Hijo, ve hoy a trabajar en la viña’.
Él le contestó:’No quiero’. Pero después se arrepintió y fue.
Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. El le contestó:
"Voy, señor". Pero no fue.
¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?
Contestaron:
-El primero.
Jesús les dijo:
311
-Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en
el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino
de la justicia, y no le creísteis: en cambio, los publicanos y prostitutas le
creyeron. Y aun después de ver esto vosotros no os arrepentisteis ni le
creísteis”.
(Mt 21, 28-32)
‘Voy, señor’. Pero no fue. La alusión a los sacerdotes, los cumplidores, los puros, los religiosos, era
directa. Jesús sabe que lo van a matar. Está viviendo los últimos días de su vida. Habla con claridad y sin
miramientos a unos hombres que tenían demasiado orgullo para recibir esta andanada de Jesús.
La raza de los fariseos es universal. Donde hay soberbia -¿dónde no?-, hay fariseísmo.
Jesús señala que hay dos grupos en el pueblo de Israel: el de los dirigentes religiosos que creen decir ‘sí’
a Dios, y dicen ‘no’ a Jesús, el Hijo de ese Dios; y el de los ‘pecadores’ que parece que dicen ‘no’ a Dios
y, sin embargo, acogen a Jesús como Mesías.
Esta es una realidad que penetra los evangelios: Jesús muestra preferencia por el hijo pródigo en lugar
del hermano mayor, por el publicano sobre el fariseo, por la pecadora pública sobre el fariseo Simón que
le había invitado a comer a su casa, por la mujer sorprendida en adulterio sobre los acusadores dispuestos
a lapidarla, por los trabajadores de la última hora sobre los que fueron contratados al salir el sol, por el
buen samaritano sobre el sacerdote y el levita...
Jesús insiste en cómo el pueblo judío, manipulado por los dirigentes religiosos, aceptó la ley de Moisés,
pero rechazó la invitación de Juan Bautista a recibirle a él como Mesías. Mientras los paganos y los que
eran considerados pecadores y de vida licenciosa,
aunque vivían al margen de la ley de Moisés,
aceptaron a Jesús como Salvador, lo mismo que habían aceptado al Precursor.
La parábola la seguimos viendo realizada en multitud de ocasiones. ¡Cuánta gente que presume de ser
religiosa, cumplidora, pero que es injusta, egoísta, rencorosa, incapaz de mover un dedo para transformar
la sociedad en el reino del Padre! ¡Y cuántas personas que parecen lo contrario, ayudan, aman, trabajan
por la justicia y la libertad para todos!
Hoy, como en los tiempos de Jesús, es Palabra de Dios la frase escandalosa: los publicanos y las
prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios.
De los dos hijos, sólo hace la voluntad del padre el que, de hecho, va a trabajar a la viña, va a trabajar al
mundo para transformarlo en el reino de Dios, ya ahora y aquí.
La postura del segundo hijo, que acepta trabajar en la viña y no lo hace, es uno de los males más
arraigados entre las personas religiosas: muchas prácticas, que a nada comprometan, y un total
absentismo en la marcha de la sociedad.
NADIE CARGA CON LA CULPA DE LO QUE NO HA HECHO
“Esto dice el Señor:
Comentáis: no es justo el proceder del Señor.
Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?; ¿o no es vuestro proceder el
que es injusto?
Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere,
muere por la maldad que cometió.
Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo, y practica el derecho y la
justicia, él mismo salva su vida.
Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no
morirá.”
(Ez 18, 25-28)
312
Hoy, más que nunca, es difícil ser libre -¿imposible?-. La libertad nos invita a tomar decisiones
personales, y la sociedad de consumo trata de impedirnos que seamos conscientes de la esclavitud en que
vivimos. Y lo normal es que cada ser humano busque su propio interés y descargue sobre los demás
-individuos o colectivos- la responsabilidad del desarrollo de los acontecimientos, si estos son negativos.
Se llega, incluso, a hacer responsable de ellos al propio Dios: ‘¡Si Dios fuera justo, no permitiría que
sucedieran estas cosas!’ Otros niegan su existencia precisamente a causa de tantas desgracias y males que
amargan la convivencia humana.
El capítulo 18 del libro de Ezequiel es uno de los más importantes del profeta. ‘Nadie carga con culpas
ajenas’, viene a decirnos hoy. Nos orienta hacia nuestra propia responsabilidad y libertad.
Es un hecho comprobado que sólo a través de experiencias dramáticas llegamos los seres humanos a
conocer, de un modo progresivo, el valor auténtico de la libertad. Lo vivió el pueblo judío, principalmente
en el destierro de Babilonia.
Al llamar a los judíos a la salvación, el profeta choca con la mentalidad fatalista del pueblo: ¿para qué
convertirse si tenemos que pagar las faltas de nuestros padres? Este concepto popular se apoyaba en
textos del antiguo Testamento y en proverbios como el que rechaza Ezequiel (18, 1-4).
Para completar la refutación de esta idea, el profeta alude a una especie de decálogo, conocido por sus
contemporáneos (Ez 18, 5-17), para mostrar que esta ley llama a la responsabilidad personal. Nos
recuerda que hay siempre una posibilidad de hacernos distintos, de modificar el talante actual de nuestra
vida.
En la segunda parte del capítulo (vv 21-32), de los que algunos versículos leemos hoy como primera
lectura, Ezequiel enseña que la fatalidad no interviene en el plano personal: Yahvé juzga al individuo
únicamente según las propias obras personales. Mediante su arrepentimiento, el pecador puede librarse de
la amenaza del castigo; y por su debilidad, el justo puede perder su opción a la recompensa.
Dios no quiere la muerte ni el castigo (vv 23 y 32), sino la vida de todos.
Cada ser humano es responsable personalmente de su propia conversión. Yahvé se limita a llevar a
término lo que nosotros hemos iniciado con nuestra conducta.
Cuando las cosas van mal, Israel está siempre dispuesto para acusar a Dios y poner en duda su acción
salvadora. No ha llegado a comprender que cada uno –individuo o pueblo- es el responsable de su futuro.
La vida de la persona humana se construye dependiendo de los valores que elige. Dios no hace más que
respetar nuestras actuaciones.
Los individuos y los pueblos de siempre, hacemos como el pueblo judío: raramente admitimos nuestra
responsabilidad; antes de declararnos pecadores, preferimos acusar a Dios y a los demás.
LOS SENTIMIENTOS DE CRISTO
“Hermanos: Si queréis darme el consuelo de Cristo
y aliviarme con vuestro amor,
si nos une el mismo Espíritu
y tenéis entrañas compasivas,
dadme esta gran alegría:
manteneos unánimes y concordes
con un mismo amor y un mismo sentir.
No obréis por envidia ni por ostentación,
dejaos guiar por la humildad
313
y considerad siempre superiores a los demás.
No os encerréis en vuestros intereses,
sino buscad todos el interés de los demás.
Tened entre vosotros los sentimientos propios
de una vida en Cristo Jesús.
Él, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el ‘Nombre-sobre-todo-nombre’,
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
-en el Cielo, en la Tierra, en el Abismoy toda lengua proclame:
‘¡Jesucristo es Señor!’,
para gloria de Dios Padre.”
(Fil 2, 1-11)
Filipos es una de las comunidades cristianas preferidas del apóstol.
La segunda lectura de hoy es el pasaje central de la carta. Pablo les dice a los filipenses que, aunque está
muy contento con ellos, le darían mayor alegría si estrecharan más los lazos fraternales que les unen y
dieran más pruebas de sencillez y amor los unos para con los otros. Esta llamada apremiante a la unidad
hace suponer que comenzaban a aparecer divisiones y tendencias opuestas en la comunidad.
Pablo recurre a los valores cristianos fundamentales (v 1), que él comparte con sus queridos filipenses:
darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, en comunión con el mismo Espíritu, con
entrañas compasivas.
Con estas bases, el amor fraterno que debe animar a los filipenses, se traducirá necesariamente en un
mismo sentir (v 2), fruto de una escucha mutua y a la prioridad que cada uno ha dado a los intereses de
los demás (v 4).
La condición para que esta unidad y amor fraterno sean posibles es la humildad, que considera siempre
superiores a los demás (v 3), e imita los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús (v 5). Sólo él
nos ha dado el testimonio ejemplar de esta humildad.
Para urgir a los filipenses a que se comporten de manera humilde y servicial, Pablo ha invocado el
ejemplo de Jesús y pone a continuación, para dejarlo más claro, un extraordinario himno cristológico (vv
6-11), que
probablemente aprendió en algunas de las comunidades en las que pasó algunos años,
añadiéndole algunas reflexiones personales.
Es éste uno de los mejores ejemplos de cómo Pablo incorpora a sus cartas materiales ya existentes, a los
que añade su sello personal.
La frase actuando como un hombre cualquiera expresa la radicalidad de la unidad de Jesús con la
especie humana, subrayando, al mismo tiempo, su posición excepcional y única dentro del conjunto de la
humanidad.
Sólo Jesús puede hacer que sus fieles lleguemos a olvidar nuestros afanes de gloria y de superioridad
para lograr la auténtica unidad fraterna. Nos invita a seguir al único Maestro, a realizar la unidad en la
314
humildad. Ocupar el último puesto y llegar al anonadamiento, debería inspirar el comportamiento de
todos sus seguidores.
El protagonismo, la envidia... son el cáncer que corroe las relaciones comunitarias. Solamente un corazón
vacío de sí mismo puede llenarse del amor de Cristo. No basta con tener en los labios la palabra amor. Es
necesario poseer ‘por dentro’ el sentir de Cristo, su deseo de convertirnos en el último y en el servidor de
todos. Sólo cuando hagamos desaparecer nuestro yo, aparecerá el rostro del amor de Jesús.
La vida tiene sus leyes y sólo llega a pleno desarrollo si estas leyes se aceptan libre y plenamente. Una
obediencia como la de Jesús de Nazaret se traduce en una aceptación y entrega totales de la vida.
Con esta actitud, Jesús ha llevado a plenitud la imagen de Dios que es el hombre, y ha sido constituido
Señor del Universo.
Tener los sentimientos de Cristo significa aceptar el riesgo de una vida humana vivida hasta el fondo.
Cristo es ‘El Señor’ porque nos ha liberado de los poderes que nos oprimen –de todos-, nos angustian y
nos esclavizan. Unos poderes que, aunque ya están vencidos por Cristo, tendremos que ir superando en el
transcurso de esta vida, a la que, de esta forma, ha dado sentido.
315
DOMINGO VIGÉSIMO SÉPTIMO ORDINARIO.
PARÁBOLA DE LOS VIÑADORES ASESINOS
LA INCREDULIDAD DE LOS INNUMERABLES ‘CRÉDULOS’
Hoy, en este mundo radicalmente injusto, en el que las mentiras y los atropellos son incontables; en el
que nuestra vida no responde al cristianismo que decimos profesar. Hoy, en nuestra Iglesia envejecida, en
la que muchos siguen empeñados en que al Dios de Jesús sólo le importa lo espiritual, lo invisible, el
futuro escatológico –con lo que se logra que en nuestro cristianismo abunden los ‘crédulos’ y sea
tranquilamente capitalista y burgués-. Es verdad que son cada vez más los que defiende que la fe cristiana
nos tiene que llevar a luchar contra toda injusticia y opresión, esté donde esté, pero muy pocos se juegan
la vida por la liberación de los oprimidos. Hoy, Jesús quiere recordarnos: que Dios esperó siempre de su
pueblo obras llenas de honradez y de justicia, y tuvo que echarle en cara que cometiera atropellos,
opresiones y asesinatos –primera lectura y evangelio-.
Si no hay creyentes que demuestren con su vida que lo son, el número de incrédulos –la palabra se opone
a ‘crédulo’, nunca a ‘creyente’- seguirá creciendo. Un verdadero creyente siempre es un interrogante
positivo para los humanos: Juan XXIII, Oscar Romero, Teresa de Calcuta...
Debemos hacer todos un esfuerzo de revisión: ¿qué frutos está dando hoy la Iglesia universal? ¿Y
nuestras diócesis y parroquias? ¿Y cada uno de nosotros? ¿Nuestro modo de vivir se diferencia en algo de
los no creyentes? ¿En qué? ¿Vivimos realmente el evangelio o lo empleamos para otros fines? ¿No
vivimos esclavizados a un consumismo materialista que nos está dejando vacíos? ¿Son compatibles
nuestro nivel de vida, las necesidades que nos hemos creado, con la solidaridad que deberíamos tener para
con los que no tienen nada? ¿Qué caso hacemos de los profetas que surgen entre nosotros?... ¿Somos
‘crédulos’ o ‘creyentes’?
SEGUNDA PARÁBOLA PARA LOS DIRIGENTES RELIGIOSOS
“Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo:
-Escuchad otra parábola:
Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en
ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se
marchó de viaje.
Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores para
percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los
criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon.
Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con
ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: ‘Tendrán respeto
a mi hijo’.
Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: ‘Este es el heredero: venid,
lo matamos y nos quedamos con su herencia’.
Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.
Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?
Le contestaron:
-Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros
labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos.
Y Jesús les dice:
-¿No habéis leído nunca en la Escritura:
‘La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
316
ha sido un milagro patente‘?
Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de los cielos y se dará a
un pueblo que produzca sus frutos.”
(Mt 21, 33-43)
Seguimos en los últimos días de la vida de Jesús, en un clima de dura polémica con los líderes religiosos
judíos. Hoy leemos la tercera parábola sobre el tema de la viña. La segunda dedicada a los dirigentes
religiosos.
Si leemos atentamente el evangelio, percibimos cómo va creciendo la tristeza en el rostro de Jesús y en
sus palabras a medida que va avanzando el tiempo. Cuando comenzó a predicar, surgían de sus labios
unas parábolas apacibles y serenas. Las parábolas últimas de su vida reflejan dramatismo y violencia.
La comprobación del fracaso de su predicación entre los dirigentes religiosos, motiva la parábola de la
viña, dirigida a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo, que no estaban dispuestos a cambiar
su mentalidad ni a renunciar a su posición privilegiada.
Jesús se inspira en el bellísimo cántico de la viña de Isaías (primera lectura), al que complementa.
Si los textos evangélicos insisten en un tema, no debemos evadirlo, aunque nos resulte muy conflictivo y
desagradable. La parábola nos invita a la conversión al presentarnos la culminación de una larga historia
de infidelidades.
El simbolismo de la parábola es claro: el propietario es Dios; los trabajos que realiza en la viña nos
indican su solicitud y amor por el pueblo elegido; los labradores son principalmente los dirigentes
religiosos y, con menor responsabilidad, el pueblo judío; los frutos son el amor, la justicia...; los criados
los profetas; los envíos repetidos significan las llamadas constantes de Dios a la conversión; el hijo es
Jesús. En la viña no faltaba ningún detalle para que los frutos pudieran ser muy halagüeños: el dueño
había puesto todo el interés.
Los malos tratos que reciben los criados van en aumento, lo que indica que las relaciones del pueblo con
Dios son cada vez peores. Es el trato que han recibido la mayoría de los grandes profetas. Un antiguo
texto judío ha reunido unas breves biografías de veintitrés profetas. Seis de ellos murieron violentamente:
Amós, muerto a mazazos; Miqueas, arrojado a un precipicio; Isaías, aserrado en dos; Jeremías, lapidado
en Egipto; Exequias, muerto en Babilonia; Zacarías, despedazado. El último había sido el Bautista. Es
evidente que las palabras de Jesús sobre el asesinato de los profetas están justificadas (Mt 23, 37).
Es verdad que no todos fueron maltratados, que la viña no siempre dio agrazones. Pero en la historia de
Israel –como en toda historia que describa las relaciones humanas con Dios- pesan mucho más las
infidelidades que el amor.
Maltratar, apedrear, matar a los enviados... es el fiel reflejo de la pretensión de los seres humanos que
quieren construir su vida por sí mismos, desde sí mismos y para sí mismos, con autonomía absoluta y
total, eliminando toda ingerencia exterior, incluso la de Dios.
Por último, les mandó a su hijo. El envío del hijo es el punto central del relato. No han hecho caso de
los profetas y tampoco lo harán del hijo. La situación histórica en que se encuentra Jesús cuando propone
esta parábola es dramática: está a escasos días de ser crucificado. Jesús es consciente de esto y hace los
últimos intentos para que crean en él, aunque parece que no espera tener mejor suerte que los profetas que
le han precedido.
317
La muerte del hijo no es consecuencia de un error trágico. Es un asesinato muy consciente y
premeditado. Tienen plena conciencia de la gravedad de su acción. El complot de los dirigentes religiosos
contra Jesús se basa en motivos inconfesables: quieren matarle porque les quita el monopolio de Dios,
sobre el que han construido su poder económico y político. Quieren ser ellos los únicos dueños y señores
de la viña, del pueblo de Dios. Jamás aceptarán al que pretenda poner en duda las bases de su sistema.
LA VIÑA NO ES ESTÉRIL
Los arrendatarios se comportan como si la viña y sus frutos fuesen de su propiedad. Hace referencia a lo
que sucede en el templo, en el que prospera un comercio y un tipo de religiosidad útil para algunos. Los
dirigentes deberían haberse preocupado de los intereses de Dios, del que son representantes, en lugar de
buscar los propios. Han recurrido a la violencia y al asesinato, cuando han visto peligrar sus ingresos y su
poder.
Nunca faltaron –ni faltarán- quienes se apoderaron de la institución religiosa para aprovecharse de ella,
incapacitándola como bien al servicio de la humanidad. En todas las religiones suele darse este fenómeno:
lo que comienza siendo obra de Dios al servicio de todos los seres humanos, se transforma con el paso del
tiempo en el negocio de unos pocos. Cuando aparecen los reformadores y los profetas, se encuentran
generalmente con la oposición de los dirigentes, que ven peligrar su prestigio y sus intereses ante la sola
idea de una reforma a fondo.
Lo que más falsea una religión es hacer coincidir los intereses del reino de Dios con los propios y
mezquinos intereses personales o comunitarios. Fue lo que Jesús les reprochó a aquellos jefes del pueblo
judío; atrevimiento que le llevó a ser apresado y asesinado. Es triste constatar cómo la historia fue testigo
del mismo proceso en el seno de la institución eclesiástica en demasiadas ocasiones.
La última palabra de la historia no es la muerte del profeta, sino la intervención de Dios, que se hace
solidario con los que le son fieles. Jesús cita el Salmo 117, salmo mesiánico: La piedra que desecharon
los arquitectos es ahora la piedra angular..., en clara alusión a su resurrección.
El final de Jesús no coincide con Isaías; el castigo no cae sobre la viña –como en Isaías-, sino sobre los
viñadores. La viña pasará a otras manos, algo inconcebible para los israelitas: se os quitará a vosotros el
Reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.
Es necesario dar frutos verdaderos. Y no olvidar que el reino de Dios es mucho más grande e importante
que nuestra Iglesia. Un reino de Dios que se hace presente allí donde existen personas dispuestas a
dedicarse, desinteresadamente, al bien de toda la humanidad. Estar dentro de la Iglesia no garantiza estar
trabajando para Dios, si nuestra actitud profunda no se adecua a los criterios del reino, expuestos a lo
largo de los cuatro evangelios.
Cuando resuena una palabra dura de crítica, de denuncia, cada uno deberíamos tener la lealtad de
reconocer: va por mí. Cuando el Señor dice cosas desagradables hemos de comprender que nos está
hablando a cada uno de nosotros.
Tenemos que escuchar siempre la Palabra de Dios como invitación a un examen de conciencia personal.
Dios sigue enviando profetas: voces inconformistas que reclaman un cambio de dirección en la
humanidad y en la Iglesia. Voces que tratamos de esquivar de mil modos: difamando, acusando,
excluyendo, despreciando... incluso asesinando. Mientras, defendemos un cristianismo de rebajas.
318
Las parábolas evangélicas son siempre actuales, van siempre mucho más allá del contexto histórico. No
tratemos de ‘aguarlas’.
Los cristianos no hemos heredado el Evangelio como algo que podremos conservar siempre. Permanece
en nosotros en tanto en cuanto seamos verdaderos seguidores de Jesús, vivamos de él y para él. De lo
contrario, nos pondremos en peligro de desaparecer. Y es ésta la gran responsabilidad que pesa sobre la
Iglesia de cada generación: permanecer por la fidelidad en el amor y la justicia, o desaparecer. Dios
sembró con prodigalidad la fe cristiana en regiones y continentes que en la actualidad no la conservan o
están en franca minoría: Palestina, Oriente medio, Norte de África...¿Qué pasará con Europa... España...?
“UN CANTO DE AMOR A SU VIÑA”
“Voy a cantar en nombre de mi amigo
un canto de amor a su viña
Mi amigo tenía una viña en fértil collado.
La entrecavó, la descantó
y plantó buenas cepas;
construyó en medio una atalaya y cavó un lagar.
Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones.
Pues ahora, habitantes de Jerusalén,
hombres de Judá,
por favor, sed jueces entre mí y mi viña.
¿Qué más cabía hacer por mi viña
que yo no lo haya hecho?
¿Por qué, esperando que diera uvas,
dio agrazones?
Pues ahora os diré a vosotros
lo que voy a hacer con mi viña:
quitar la valla para que sirva de pasto,
destruir su tapia para que la pisoteen.
La dejaré arrasada:
no la podarán ni la escardarán,
crecerán zarzas y cardos,
prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.
La viña del Señor de los ejércitos
es la casa de Israel;
son los hombres de Judá su plantel preferido.
Esperó de ellos derecho,
y ahí tenéis: asesinatos;
esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos.”
(Is 5, 1-7)
El canto de amor a su viña está en oposición total con el contexto de las fiestas oficiales que tanto
gustaban a los dirigentes judíos. Al cuidado amoroso de Dios para con su pueblo Israel, éste ha
respondido con unas prácticas religiosas externas, con la infidelidad a la alianza, con la idolatría y la
relajación moral; injusticias, derramamiento de sangre. Es la síntesis de toda la historia del pueblo judío.
La Biblia compara a Israel , unas veces con una viña, y otras con una esposa mimada y luego repudiada.
En la primera lectura de hoy se mezclan ambas consideraciones.
El profeta se compara al amigo del esposo (v 1), encargado de proteger la virginidad de la novia y
acompañarla ante el esposo el día de la boda.
Las delicadas atenciones dedicadas a la viña (v 2) son las que Dios prodiga a su esposa, Israel.
El juicio que Dios emite sobre su viña se desarrolla públicamente (vv 3-4), según prescribía la ley en
caso de adulterio. Implica en este juicio, como jueces, a los oyentes. Ante el asentimiento implícito de
319
éstos a la decisión del dueño de la viña, los ‘jueces’ se convierten en acusados. Los trabajos que el amante
dueño –Yahvé- se toma con la amada viña –pueblo judío- no buscan una paga en el terreno personal, sino
en las relaciones sociales: si Yahvé se preocupa por su pueblo es para que haya justicia entre ellos.
La condenación de la viña a la esterilidad (v 6) es la maldición prometida a la esposa infiel.
Finalmente (v 7), nos dará la clave de interpretación de la parábola: La viña del Señor... es la casa de
Israel... Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos...
La caída y destrucción de Jerusalén, con la dispersión del pueblo judío, son el signo de una disgregación
mayor y más profunda: la pérdida de la misión profética en la historia de la salvación.
El texto llama la atención sobre la responsabilidad ante la llamada-vocación de Dios. Una
responsabilidad que se fundamenta en el amor. Yahvé ama y es despreciado en su amor. Desde Oseas al
Apocalipsis las relaciones entre Dios y el pueblo se presentan como relaciones de esposos.
Lo que sucedió a Israel es un juicio de la historia a la misma Iglesia y a cada uno de nosotros.
LOS FRUTOS QUE DIOS QUIERE
“Hermanos: Nada os preocupe; sino que en toda ocasión, en la oración y
súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz
de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús. Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero,
noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud o mérito tenedlo en
cuenta. Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis y visteis en mí ponedlo por obra. Y
el Dios de la paz estará con vosotros.”
(Fil 4, 6-9)
La segunda lectura forma parte de una exhortación a la alegría originada por el anuncio del evangelio
(Fil 4, 4). Es la alegría fundada en Cristo, en un clima de persecución y de martirio, de firmeza y de
esperanza en Jesucristo, en el que vivían los filipenses.
En esta situación de gozo y de paz, en que viven los filipenses su vida cristiana, deben mostrar a todos su
amor y entrega, en medio de sus tribulaciones. Deben poner en práctica el amor a los enemigos predicado
y vivido por Jesús, y que sólo es comprensible desde la fe y la esperanza.
El hecho de que Israel hubiera perdido la elección, debiera ser para los nuevos elegidos una clara
advertencia. Les podía suceder lo mismo a ellos si no daban los frutos en medio de sus dificultades.
¿Qué clase de frutos quiere Dios? ¿Qué es lo equivalente a las uvas?
San Pablo nos dice cómo debemos vivir para que nuestra respuesta al Padre sea de verdaderos frutos:
todo lo que es verdadero... ponedlo por obra.
El apóstol está preocupado por el testimonio que los cristianos puedan dar al mundo mediante su
compromiso. La mayor parte de las virtudes que cita se refieren a las relaciones con el prójimo.
La comunidad cristiana ha de vivir en medio del mundo dando sentido cristiano a todo lo que haga. El
Padre del cielo no se contenta con oraciones, devociones, prácticas varias, manifestaciones externas,
números, carnés... Espera otra cosa. Espera frutos de otro orden.
El Padre no pide nada para sí, sino para nosotros y para los demás. Somos nosotros los que necesitamos
la libertad, el amor, la justicia, la paz y la verdad para crecer como personas, como cristianos. Si no los
producimos, no crecemos; nos empobrecemos, nos ponemos en peligro de morir de ‘hambre’. Es cuestión
de producir en nosotros lo necesario para vivir de verdad.
320
La viña no es propiedad privada. Es tarea de todos trabajar para que los que estamos y los que vengan
estemos a gusto.
Tenemos que sentirnos solidarios con todo lo que es verdadero, noble... venga de donde venga. De otra
forma, la fe cristiana pasará a otros. Ya están floreciendo verdaderas comunidades cristianas en los
pueblos africanos y latinoamericanos. Son comunidades cristianas generosas, que están produciendo unos
frutos que nosotros, a nivel de naciones ricas, hemos dejado de dar.
No basta guardar la palabra. Tenemos que sentirnos siempre en camino hacia una mayor verdad,
nobleza, justicia...
321
DOMINGO VIGÉSIMO OCTAVO ORDINARIO
PARÁBOLA DE LA BODA DEL HIJO DE REY
ENTRE EL RUIDO Y LAS PRISAS
¿Cómo escuchar las llamadas de Dios entre el ruido y las prisas? Nuestra sociedad nos ofrece un clima
poco propicio a quienes quieran buscar silencio y paz para encontrarse consigo mismo y con Dios. Es
difícil liberarse del ruido permanente y de las prisas de tanto ‘quehacer’, que nos impiden ser dueños de
nosotros mismos. Incluso en el propio hogar, invadido por la televisión, es prácticamente imposible
encontrar el sosiego y recogimiento indispensables para percibir las constantes llamadas que Dios nos
dirige, desde dentro de nuestro propio ser, para que cambiemos el rumbo de la vida que llevamos.
Los cristianos han abandonado las iglesias o acuden a ellas para las celebraciones dominicales, cada día
en menor número. Se nos ha olvidado detenernos y dejarnos penetrar por el silencio y la calma de un
recinto sagrado. Nos sorprenderíamos, si lo hiciéramos, que basta pararse y estar en silencio un breve
tiempo, para aquietarnos y recuperar la lucidez y la paz.
¡Cuánto necesitamos hoy ese silencio!, que nos ayude a entrar en contacto con nuestro ser más profundo
y recuperar nuestra libertad y vida interior. Acostumbrados al ruido, a las prisas y a la palabrería, no
sospechamos el bienestar que proporcionan el silencio y la soledad. Ávidos de noticias, imágenes e
impresiones, nos hemos olvidado de que sólo nos enriquece aquello que podemos escuchar en lo más
íntimo de nuestro ‘yo’.
Sin este silencio interior no podemos escuchar a Dios, reconocer su presencia en nuestra vida y crecer,
desde dentro, como personas y como creyentes.
La parábola de Jesús es una grave advertencia. Dios no cesa de llamarnos; pero, lo mismo que los
invitados de la parábola, seguimos cada uno bien instalados y ocupados en nuestras cosas, sin posibilidad
de escuchar la voz del Padre con una cierta hondura. ¿Será necesario vivir en los cruces de los caminos de
la desinstalación, del inconformismo y de la búsqueda de una vida con sentido, para poder escuchar los
verdaderos anhelos de nuestro ser, creado a imagen y semejanza de Dios? La ciudad, signo del confort y
del consumismo, incapacita para cualquiera verdadera búsqueda y debe ser ‘destruida’ –prendieron
fuego a la ciudad-.
EL REINO DE DIOS, CENTRO DE LA PREDICACIÓN DE JESÚS
Jesús habla mucho del reino de Dios. Fue el centro de su predicación. Los evangelios hablan de él 122
veces; 90 de ellas en labios del mismo Jesús.
Los evangelios nunca hacen definiciones sobre el reino. Lo presentan a través de la forma de actuar de
Jesús, de su mensaje y de sus parábolas, en que repite: el reino de los cielos se parece a...
La parábola del evangelio de hoy cierra el ciclo de cuatro –la tercera, en polémica con las autoridades
religiosas de Israel-. Las tres primeras en torno al tema de la viña. La de hoy, con el mismo tema de
fondo, pero desde otra perspectiva: la imagen del banquete escatológico.
La parábola de la boda es paralela a la de la viña del domingo pasado. En ambas ocupa un lugar
destacado el hijo, se usa la violencia contra los mensajeros, hay un cambio de destinatarios. La diferencia
322
radica en que en una ‘se piden frutos’ y en la otra ‘se ofrece un banquete’. Una coloca el trabajo como
centro; la otra, la fiesta. La vida cristiana es las dos cosas: trabajo-lucha y fiesta.
Cuando falta la fiesta y la trascendencia en la vida cristiana, los corazones se ‘secan’. Cuando falta el
sentido de victoria definitiva sobre todos los males de la vida presente –el peor es la muerte-, la angustia y
la pena llevan, casi inevitablemente, a reacciones de desesperanza. La fe en Dios es una luz que permite
ver más a fondo las cosas, incluso las más duras.
El evangelio ofrece a todos los humanos una fiesta interminable –eterna-, más segura que cualquiera otra
fiesta que pueda llenarnos de gozo. Nos habla de banquetes, de convivencia alegre; de amistad.
LO VERDADERO NUNCA ESTÁ DE MODA
“Volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los
senadores del pueblo, diciendo:
-El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su
hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no
quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: ‘Tengo
preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a
punto. Venid a la boda’.
Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a
sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron
hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con
aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados:
‘La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora
a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis convidadlos a la
boda’.
Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que
encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales.
Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no
llevaba traje de fiesta, y le dijo:
‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?’
El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros:
‘Atadlo de pies v manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el
llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los
escogidos”.
(Mt 22, 1-14)
La parábola se refiere directamente al destino de Israel, que desoyó a los profetas y repudió la invitación
al banquete mesiánico. Insiste en la universalidad de la llamada de Dios, a la que es necesario responder
con ciertas condiciones y exigencias. Y es una nueva interpelación para todos nosotros.
Uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios... Un comportamiento normal. Estos individuos no
tienen tiempo que perder. El deber es más importante que la fiesta. Pero si no somos capaces de ‘perder el
tiempo’, corremos el riesgo de perder esta vida. La parábola nos expresa la gratuidad del reino de Dios.
Hay personas que, a pesar de las apariencias, no pueden participar del reino de Dios porque otros
intereses les preocupan e importan más, y porque, en el fondo, no aprecian los ideales del Dios de Jesús.
Todo profeta que nos invita a construir un futuro mejor para todos, hace la subversión sobre el presente,
lo pone en entredicho, y proclama que lo que vivimos con tanta entrega está llamado a desaparecer; nos
anuncia que todo lo humano puede y debe ser superado; nos incita a un legítimo deseo de transformación
de la sociedad.
323
Los invitados rehúsan conscientemente la invitación: no quisieron ir. Tienen otras cosas más
interesantes que hacer. No creo que sea difícil aplicarlo a nuestro hoy: nunca tenemos tiempo para las
cosas realmente importantes de la vida, a pesar de pasar horas y horas delante de la televisión o...
Los que viven en la abundancia tienden a guardar, conservar, retener, defender lo que tienen; frenan la
marcha de la historia y se quedan fuera de ella. Lo que tienen les basta. No quieren el mundo nuevo. No
quieren que exista otro modo de vivir en la tierra que el que ellos han fabricado y en el que viven tan bien.
Defienden sus privilegios con todos los medios imaginables. Esto es historia constante; no exageración.
Ha pasado siempre y seguirá pasando. Como todas las parábolas del reino, y como todo el Evangelio,
tienen un significado que va más allá de su inmediato contexto histórico.
Los invitados en primer lugar –el pueblo de Israel- no aceptan la invitación. Unos se marchan a sus
negocios; otros a sus diversiones... otros insultan y maltratan, hasta llegar a matarlos, a los portadores de
la invitación.
INVITACIÓN UNIVERSAL
La reacción del rey ante el agravio es doble: destruir la ciudad del bienestar y del egoísmo de aquellos
asesinos y convidar a todos los que encuentren por los caminos. Porque sólo en camino, en búsqueda,
desinstalado, se puede entender el mensaje de Jesús.
Si los primeros invitados no quieren participar en el banquete, abrirá las puertas de su casa y de su fiesta
a otras gentes que estén dispuestas a aceptar su invitación con todas sus consecuencias.
La segunda invitación va dirigida a todos los pueblos. Es el ofrecimiento de una salvación que alcanza a
la totalidad de la vida humana y a la totalidad de las personas, especialmente a los que buscan por los
caminos del mundo: los que viven a la intemperie de las seguridades humanas, sin propiedades ni
negocios; los marginados de la sociedad consumista y conformista, los que buscan la nueva humanidad.
Representan al nuevo pueblo. ¿Cómo ofrecer algo a los que creen tenerlo ya todo o piensan conseguirlo
con sus solas fuerzas?
No nos podemos engañar: hay dos tipos de personas y de pueblos: los satisfechos –los hartos- y los que
no tienen nada. Los primeros se conforman y no pueden esperar otra cosa. Los otros lo desean todo. Los
satisfechos no quieren más banquete que el organizado por ellos. Los pobres sueñan todos los días con
llegar a una situación justa y humana. Esta lucha, necesaria, entre los acaparadores y los que carecen de
casi todo es una de las mayores fuerzas transformadoras de la historia. ¿Creéis que Jesús hubiera muerto
crucificado si se hubiera limitado a bellas declaraciones o a fastuosas celebraciones litúrgicas?
Los deseos del rey se cumplen: La sala del banquete se llenó de comensales; de toda clase de gente:
malos y buenos, de marginados y de bien considerados. El nuevo pueblo tampoco está formado por
santos. Todos estamos invitados. El que tenga el corazón abierto a la esperanza de un futuro mejor para
todos, que entre y emprenda el camino.
POR EL CAMINO DE JESUCRISTO
Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta? Es verdad que el reino de Dios es un don, que
los invitados no tenemos que pagar por entrar en él... pero hemos de ‘vestir el traje de fiesta’. Hemos de
ser consecuentes con la aceptación de la invitación que nos han hecho.
324
Se puede pertenecer a la Iglesia de dos maneras: una de ellas, meramente externa: por herencia o
tradición familiar.
No basta estar en el banquete –pertenencia externa al reino o a la Iglesia-, si no lleva consigo la
aceptación de unas exigencias morales. Es el amor el que debe expresar externamente y en profundidad
que pertenecemos a la Iglesia y aceptamos el don de la salvación. Estar en el banquete es una llamada a
vivir de una forma distinta: la del que vive como si estuviese vestido de las actitudes de Jesucristo; la del
que vive una vida semejante a la de Jesús. O valores semejantes, los no cristianos.
Se pertenece a la Iglesia –al reino- por invitación personal y por elección responsable. Una decisión que
es necesario hacerla crecer en el corazón, y que requiere haberse encontrado personalmente con Jesús.
Antes de ir al banquete es necesario convertirse, revestirse de Jesús. Cuando esto ha sucedido, y a pesar
de todos los pecados –el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil-, nos hemos vestido el traje
adecuado para poder pertenecer a la comunidad y participar en el banquete mesiánico.
Toda fiesta, por noble que sea, termina cuando terminan los días del ser humano sobre la tierra. Pero la
fiesta de la fe lleva a la comunión con aquello que es definitivamente victorioso: la Pascua de Jesús.
NUESTRAS CELEBRACIONES EUCARÍSTICAS
Es un gran banquete al que el Padre nos invita en la parábola de hoy. Un banquete que sólo él puede
celebrar, porque es un banquete eterno. ¡Cuán pobres resultan nuestros banquetes y nuestras fiestas al
lado de este banquete!
Lo que celebramos semanalmente en la eucaristía es su anuncio, su promesa, la celebración de su certeza.
Hemos de trabajar por una Iglesia, por un estilo de vida, festivo, gozoso, ilusionado. ¿Cómo creer en el
gran anuncio de una fiesta eterna cuando insistimos casi exclusivamente en lo que hay de negativo en la
vida humana, cuando no valoramos los aspectos positivos que son anuncios e inicios de la gran fiesta?
Si nuestras celebraciones eucarísticas no nos exigen el cambio interior de ‘vestido’, debemos
preguntarnos para qué sirven. El hecho de asistir a ellas no es garantía de nada. Hemos de tratar de vivir
una vida lo más parecida a la de Jesús de Nazaret para ser consecuentes con la celebración ‘de su
memorial, hasta que él vuelva’ (Mt 22, 19; 1 Cor 11, 24. 26).
En la eucaristía celebramos que la muerte es la gran derrotada y la vida la gran vencedora. Hemos de
procurar, cada día más, que nuestro modo de celebrarla –de estar en ella, de cantar, de rezar, de sentir- sea
expresión de alegría. De ella hemos de sacar la fuerza necesaria para seguir caminando.
¿Cuántos habrían respondido mejor que nosotros a esta constante invitación a la eucaristía si la hubieran
conocido? Porque una cosa es cumplir el precepto dominical y otra participar en plenitud del banquete de
valores que Dios pone delante de nosotros.
Celebrar la eucaristía es afirmar que la muerte es la gran derrotada y la vida la gran victoriosa:
Aniquilará la muerte para siempre.
AL ENCUENTRO DEL DIOS VIVO
“Preparará el Señor de los ejércitos
para todos los pueblos, en este monte,
un festín de manjares suculentos,
un festín de vinos de solera;
manjares enjundiosos, vinos generosos.
325
Y arrancará en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos,
el paño que tapa a todas las naciones.
Aniquilará la muerte para siempre.
El Señor Dios enjugará
las lágrimas de todos los rostros,
y el oprobio de su pueblo
lo alejará de todo el país
-lo ha dicho el Señor.
Aquel día se dirá:
Aquí está nuestro Dios,
de quien esperábamos que nos salvara:
celebremos y gocemos con su salvación.
La mano del Señor se posará sobre este monte.”
(Is 25, 6-10a)
Israel había creído en su propia misión mientras los acontecimientos le fueron favorables. Cuando
comprobó que ya no podía dominar a los demás pueblos, ni mantener su situación privilegiada, perdió el
sentido de su propia identidad, y se puso a vivir como los demás. Israel sabe, porque tiene libros que se lo
dicen, y porque los padres se lo cuentan a sus hijos, que Yahvé, su Dios, es el Dios de los dioses. Los
israelitas suben a Jerusalén para ofrecer sacrificios, y siguen las costumbres de sus padres. Pero detrás de
todo aquello, había escasa vida.
Los seres humanos, para llegar a la fe verdadera, necesitamos tener ‘experiencia personal de Dios’.
Cuando un pueblo o una persona sólo cuenta y recuerda la experiencia religiosa de sus mayores, su fe se
vuelve anémica.
Isaías había logrado esa experiencia personal, y había encontrado al Dios vivo. Este joven de familia
noble, que ‘había visto a Yahvé’ (Is 6, 1), habló sin cesar en nombre del Dios presente en Israel, y al que
los israelitas desconocían.
El texto de la primera lectura forma parte del ‘gran Apocalipsis’ de Isaías (capítulos 24-27), redactado en
los siglos V o IV a. C., después del destierro. Describe el suntuoso banquete de entronización de YahvéRey (vv 6-8) y las aclamaciones de la multitud (vv 9-10).
El banquete es frecuentemente en la Biblia y en todo el Oriente, un rito de entronización real o una forma
de afirmar públicamente el poder real. Dios no se queda por detrás de los reyes de la tierra: su ‘menú’
supera todo lo que se podía ofrecer en aquella época (v 6). El banquete que ofrece es un banquete de
victoria, y el enemigo, cuya destrucción se celebra, es la muerte (vv 7-8).
Finalmente, este banquete es de alianza y de amistad con todos los pueblos de la tierra (vv 6-7).
La imagen del banquete sobre el monte Sión (v 6) –en este monte- se funda en el poder salvador de
Yahvé, y choca con la esperanza del hombre moderno que, apoyado en el progreso técnico y económico,
espera un mundo nuevo, en el que se realizarán todos los deseos humanos sin necesidad de ayudas.
El profeta se quedó corto, porque no llegó a vislumbrar en toda su realidad espiritual y universal el
banquete mesiánico, la eucaristía. A este festín estamos invitados todos los pueblos y todas las personas.
Para aceptarlo necesitamos tener ‘hambre’.
Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el
oprobio de su pueblo.
El largo camino de la humanidad no termina en el absurdo, sino que está abierto al misterio del gran
amor de Dios, que se ofrece como esperanza a todos los humanos.
326
“TODO LO PUEDO EN AQUEL QUE ME CONFORTA”
“Hermanos: Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en
todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en Aquel
que me conforta. En todo caso hicisteis bien en compartir mi tribulación.
En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia,
conforme a su riqueza en Cristo Jesús.
A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.”
(Fil 4, 12-14. 19-20)
Como segunda lectura leemos la cuarta y última perícopa de la carta de san Pablo a los filipenses.
Esta última parte de la carta la dedica Pablo a agradecer la ayuda que le han enviado (4, 10-20). Sólo de
esta comunidad ha aceptado dones; pero les deja claro que quiere mantener la libertad y la independencia
de su misión (vv 11-12). Felicita a la comunidad, porque con esta ayuda que le ha enviado participa en las
dificultades de su ministerio; ayuda que considera como manifestación de que también ellos han sido
iniciados en el misterio de Cristo.
Pablo es consciente de que la lucha por el Evangelio sigue; y recuerda a los filipenses que, el hecho de
haber aceptado el mensaje de Jesucristo, no significa haber realizado ya la misión encomendada. La
salvación-liberación es un compromiso, un proceso, una lucha continua que les puede llevar a la cárcel y
a las cadenas como a él.
Pablo nos confiesa que su experiencia de Cristo le permite vivir en cualquier situación: abundancia o
escasez; cárcel o libertad. En todas las situaciones el centro de su vida es siempre Cristo: Todo lo puedo
en Aquel que me conforta.
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DOMINGO VIGÉSIMO NOVENO ORDINARIO
EL TRIBUTO AL CÉSAR
NUESTRA SOCIEDAD GIRA EN EL VACÍO
Da la impresión de que nuestro mundo gira en el vacío, al haber abandonado los valores éticos o morales,
convertidos en ‘gustos’, en egoísmos: ‘Lo hago porque me gusta’, parece ser el móvil para actuar, tanto
en jóvenes como en adultos.
Cada ser humano busca ‘su bien’, individualmente. El ‘otro’ no cuenta para nada. Pero, ¿ese bien
–llamado libertad por casi todos- se ajusta con el bien común de todas las personas y de todos los
pueblos? ¿Basta una mayoría de votos para legitimar toda actuación política? ¿No están sufriendo las
consecuencias los millones y millones de marginados?
El desequilibrio económico está llegando a límites escalofriantes con la llamada ‘globalización
económica’. El paro y las desigualdades económicas, a nivel personal y de pueblos, tendrán cada vez peor
solución dentro de la brutal economía occidental.
El problema de la inmigración, por ejemplo, sólo tiene una solución viable: ayudar a las economías de
los países de origen de dos formas: dejándoles de explotar y facilitándoles los medios para que puedan
desarrollarse con dignidad.
¿Qué se puede decir de una sociedad que, además de condenar a la miseria y a la muerte por hambre a
millones de seres humanos, llama progreso a leyes como las del aborto, la eutanasia activa, o al libre
mercado de la globalización?
Es mucho lo que tienen que decir las iglesias a esta sociedad, aún a riesgo de ser tildadas de políticas.
Jesús fue acusado de ello. Cuando un obispo o un sacerdote no son acusados nunca de hacer política, es
porque están haciendo la política del poder. La predicación evangélica debe ser siempre profética:
anunciadora y denunciadora.
LOS ENEMIGOS SE UNEN CADA VEZ MÁS
Las relaciones entre lo religioso y lo político han estado, con demasiada frecuencia, saturadas de
confusionismo, llegándose en las grandes religiones a una estrecha relación, hasta el punto de ejercer una
misma persona las máximas responsabilidades civiles y religiosas: el rey era, a la vez, el máximo jefe
religioso. El cristianismo nace con total independencia del poder político y sin relación con los Estados,
que ven en él un peligro cuando es fiel a su Maestro. La fe cristiana no inspira a ningún partido político;
es una actitud de respuesta total a Dios, pero no invade los fueros de la vida secular.
Después de las cuatro parábolas sobre el reino de Dios, tres de ellas dedicadas a los dirigentes religiosos
de Israel, leeremos durante tres domingos unas controversias provocadas por los dos grupos más
representativos del judaísmo –los fariseos y los saduceos-: el tributo al César, el primer mandamiento y la
tremenda diatriba contra los letrados y los fariseos. La primera, que leemos hoy, trata del tributo personal
que se pagaba al César, que estaba rodeado, en la teoría y en la práctica, de honores y exigencias divinos.
Nos la cuentan los tres sinópticos.
Para entender correctamente el texto debemos conocer las circunstancias concretas en que vivían los
oyentes de Jesús. Israel, un pueblo con tanta historia, que amaba profundamente la libertad y la
328
independencia de su nación, está ocupada por las tropas del emperador romano. El signo más visible y
más odiado de esta ocupación era el impuesto que debían pagar al César todas las personas: los hombres
desde los catorce años y las mujeres desde los doce, hasta la edad de sesenta y cinco para todos.
Pagar o rechazar este impuesto tenía para ellos una doble significación: someterse o rebelarse ante la
ocupación y ante la pretendida divinidad del César. Someterse y pagar significaba abandonar la defensa
de la propia independencia y la divinidad única de Yahvé, o reducirlas a meras palabras.
La postura de los diversos grupos políticos y religiosos estaba muy dividida. Los más radicales eran los
zelotes, para los que pagar el impuesto era ir en contra del primer mandamiento, que manda reconocer a
Yahvé como único Dios (Dt 6, 4-5). En el otro extremo estaban los herodianos, partidarios de Herodes,
que defendían el pago del impuesto por los beneficios y privilegios que disfrutaban con la ocupación.
También los saduceos, el partido de las clases altas sacerdotales y laicas, que dominaban el sanedrín y
ejercían el poder político mediante una alianza de sumisión con los romanos, se habían resignado al pago
del impuesto y a todo aquello que no pusiera en peligro sus intereses económicos privados. Finalmente,
los fariseos eran contrarios a la ocupación romana y al pago del impuesto, pero se habían sometido como
mal menor, y adoctrinado al pueblo para que siguiera su ejemplo.
LA MALA FE DE LOS FARISEOS
“Los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús
con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de
Herodes, y le dijeron:
-Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios
conforme a la verdad sin que te importe nadie, porque no te fijas en las
apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús:
-¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.
Le presentaron un denario. Él les preguntó:
-¿De quién son esta cara y esta inscripción?
Le respondieron:
-D el C ésar.
Entonces les replicó:
-Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.”
(Mt 22, 15-21)
¿Por qué no se escuchan gritos de protesta contra la mentira que nos invade? La mentira es hoy uno de
los presupuestos más firmes de nuestra convivencia. La mentira es aceptada como algo necesario: en el
quehacer político, en la publicidad, en las relaciones personales. Si hemos sido creados para vivir en la
verdad, difícilmente podremos construir algo verdaderamente humano sobre la mentira y la falsedad.
Jesús hablaba abiertamente, con claridad y valentía. Proclamaba la verdad con franqueza, sin miedo a
herir susceptibilidades y a ponerse en contra de los poderosos, los doctos y los devotos.
Su lenguaje era el profético; todo lo contrario al adoptado por la diplomacia: lenguaje oportunista, de
conveniencia, de intereses, de equilibrios, de juegos políticos.
Cuando la palabra sirve para halagar vanidades, atraer simpatías, alcanzar consensos, queda envilecida.
Los fariseos, atacados directamente por Jesús en las tres parábolas anteriores, contraatacan ahora y
buscan desacreditarlo ante el pueblo o hacerle detener por las tropas romanas. Le van a proponer, por
medio de unos discípulos, una cuestión política que le obligará a una declaración comprometedora para
él, dé la respuesta que quiera.
329
Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad... no te
fijas en las apariencias. Espléndida síntesis de la persona de Jesús, hecha por sus enemigos.
Estos discípulos se dirigen a Jesús cortésmente: -Maestro- y preparan el terreno alabando su enseñanza y
su valentía y libertad, que no se deja impresionar por la posición social de los hombres, ni por los riesgos
que le puedan ocasionar. Se presentan como israelitas piadosos que tienen un grave escrúpulo de
conciencia.
PAGAMOS O NO PAGAMOS
¿Es lícito pagar impuesto al César o no? Quieren hundirlo: si dice que sí, el pueblo se apartaría de él,
aceptaría la ocupación romana y la divinidad del emperador; si dice que no, lo denunciarán a las
autoridades romanas, que le condenarían a muerte. Para eso estaban presentes los herodianos.
Jesús se da cuenta de la trampa que intentan tenderle. Por esa razón, no acepta el planteamiento.
¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis? Y así, después de desenmascararlos, hará que los mismos que han
formulado la pregunta queden implicados en la respuesta.
Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Esta frase de Jesús es una de las que
más se ha abusado para defender las propias ideas en el campo político. Algunos han querido ver en ella
una afirmación de la separación de los terrenos temporal y espiritual, cada uno con su autonomía
específica, mezclados en tiempos de Jesús. Otros ven únicamente el intento de salir airoso de la zancadilla
dialéctica de sus adversarios. Otros, la idea de que el evangelio no tiene nada que ver con la política
concreta.
Sin embargo, la respuesta de Jesús deja claras dos cosas: ‘Dios y el César no son lo mismo’ y ‘Dios no
está en contra del César’. Vivir en medio del mundo y de una sociedad nos obliga a todos los humanos a
tomar postura y a colaborar en la realización del bien común. Es falso que la fe no tenga nada que ver con
el compromiso político.
Jesús sitúa el planteamiento del tema a un nivel más profundo: lo importante es que el ser humano
-imagen y semejanza de Dios- se entregue por completo a él. Por eso, si los fariseos y sus discípulos
aceptan la autoridad y los beneficios del Imperio romano, deben soportar también sus leyes y exigencias.
Jesús no trata de dirimir ninguna cuestión política ni social ni económica. Solamente manifiesta que los
ciudadanos tienen unas obligaciones como miembros de una sociedad y, por otra parte, pertenecen a Dios
sea cual fuere su condición y situación como ciudadanos.
Los cristianos, al igual que todas las demás personas, vivimos en una sociedad y usamos sus servicios.
Por eso, tenemos que pagar los impuestos justos.
Pero si el César se diviniza y se erige en señor absoluto, surge el conflicto entre Dios y el César:
conflicto que llevó al asesinato de muchos cristianos.
La respuesta es una invitación para situar cada cosa en su lugar, con la correspondiente subordinación: el
ámbito del ‘César’ es muy concreto, y hay que tenerlo en cuenta; pero el campo de Dios lo engloba todo,
incluso al César. Ningún poder humano puede pretender exigencias absolutas sobre las personas.
La Iglesia y los cristianos no somos una ‘teocracia’ o un estado sacral frente a otros estados. El reino de
Dios no es de este mundo, en el sentido de que ni es un reino más en la tierra, ni es un reino al estilo de
los reinos de aquí. El ser humano pertenece al reino de Dios, en cualquier sociedad o sistema político en
330
el que se encuentre viviendo. Por eso, es justo dar al César lo que es del César, sin quitarle a Dios lo que
le pertenece sólo a él.
Con su respuesta, Jesús separa los derechos de Dios de los del emperador y rechaza su divinidad.
A pesar de su aparente oscuridad, la gente entendió perfectamente la respuesta de Jesús sobre el tributo: a
cada uno ‘lo suyo’. Los saduceos y los letrados, también. Pronto le acusarán ante Pilato. Tenían que
defenderse de ‘lo de Dios’ que les proponía Jesús.
Tenemos que reflexionar seriamente para poder pagarle al César y a Dios lo que les corresponde.
No olvidemos que ‘lo de Dios’ es, en el fondo, lo nuestro, lo que puede llenar de plenitud nuestras vidas.
Buscar ‘lo de Dios’ es el objetivo fundamental de la vida del ser humano.
DIOS ACTÚA EN LA HISTORIA
“Así dice el Señor a su Ungido, a Ciro,
a quien lleva de la mano:
Doblegaré ante él las naciones,
desceñiré las cinturas de los reyes,
abriré ante él las puertas,
los batientes no se le cerrarán.
Por mi siervo Jacob,
por mi escogido Israel,
te llamé por tu nombre, te di un título,
aunque no me conocías.
Yo soy el Señor y no hay otro;
fuera de mí no hay dios.
Te pongo la insignia,
aunque no me conoces,
para que sepan de Oriente a Occidente
que no hay otro fuera de mí.
Yo soy el Señor y no hay otro.”
(Is 45, 1. 4-6)
La primera lectura se comprende a la luz de la historia del rey de Persia. Ciro está a punto de acabar con
el imperio babilónico. Sus ejércitos entrarán en la capital el año 539 a. C. Para ganarse el favor de gran
número de naciones, reducidas a la esclavitud por Babilonia, libertará a sus súbditos. Entre ellos están los
hebreos. Este cambio, según el Segundo Isaías, es obra de Yahvé que interviene en las luchas que
enfrentan a las grandes potencias; que está presente y actúa en la historia para cumplir las promesas
hechas por los profetas.
El texto considera a Ciro como el Ungido de Yahvé (v 1), título reservado al rey hebreo (1 Sam 9, 26) y
que se convertiría en título mesiánico.
Esta aplicación a un rey extranjero es sorprendente, pero se explica en la medida en que se afirma con
claridad el ‘monoteísmo’ (vv 5-6). Como Único que es, Yahvé es Señor de todos los humanos y de todos
los acontecimientos, de los que puede disponer como le plazca para manifestarse al mundo. Si es el
Único, ¿por qué no disponer de una persona extraña al pueblo elegido para llevar adelante las promesas?
Por Ciro llevará el Señor a su cumplimiento sus planes de salvación sobre Israel. Ciro –a quien lleva de
la mano- será, sin él saberlo, el que liberará a Israel de la esclavitud de Babilonia, anunciada por los
profetas. Yahvé le ‘ha llamado por su nombre’, por amor a Israel, al que quiere repatriar.
331
Vemos aquí la providencia de Dios, que no tuerce la libre determinación de Ciro y, sin embargo, va
dirigiendo sus pasos, sin que él tenga conciencia de que está siendo instrumento de liberación en manos
de Yahvé: aunque no me conocías.
Necesitamos una perspectiva más profunda para saber descubrir la acción de Dios, incluso en los sucesos
más insignificantes de la historia de nuestras vidas y de la vida de los pueblos.
Ciro ignoraba que sus conquistas las obraba Yahvé, Dios desconocido para él. Si Dios le protege es para
que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de élEste oráculo es una respuesta a los que se preguntaban: ¿los dioses de Babilonia son más poderosos que
Yahvé? ¿Yahvé ha abandonado a su pueblo? Eran preguntas que se hacía el pueblo, sobre todo después
de la destrucción de Jerusalén.
El Dios bíblico es un Dios que actúa en la historia y deja en ella sus huellas de presencia y de revelación.
La religión hebrea, en el fondo, es una interpretación teológica de la historia, vista a la luz de la fe. Todo
lo que salva al pueblo viene a ser instrumento y manifestación de la actuación de Dios.
EN TESALÓNICA SE PALPA LA PRESENCIA DE DIOS
“Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los tesalonicenses, en Dios Padre y
en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz.
Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en
nuestras oraciones.
Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el
esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro
Señor.
Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido y que cuando se
proclamó el Evangelio entre vosotros no hubo sólo palabras, sino además fuerza
del Espíritu Santo y convicción profunda, como muy bien sabéis.”
(1 Tes 1, 1-5b)
La primera carta de san Pablo a los Tesalonicenses es el primer escrito del nuevo Testamento. Fue escrita
en Corinto el año 50. La leeremos durante cinco domingos.
Pablo había enviado a su discípulo Timoteo a Tesalónica. El discípulo, al regreso, le presentó un informe
bastante favorable sobre la fe, el amor y la esperanza de los tesalonicenses (v 3).
Las primeras líneas de la carta son el eco de estas buenas noticias traídas por Timoteo (vv 1-2). El
saludo, breve, está cargado de contenido teológico. La palabra Iglesia aparece ya en la primera página
escrita del nuevo Testamento. Pablo no escribe a individuos aislados, sino a una comunidad de fe.
Es una carta dirigida a unos recién convertidos por un convertido, que debemos leer en este contexto.
Pablo conoce por experiencia los problemas que se pueden presentar a los convertidos.
La comunidad no está consolidada (He 17, 1-13), pero se palpa la presencia de Dios.
Pablo da gracias a Dios por la obra que está realizando en esta comunidad: la actitud de vuestra fe, el
esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor. De aquí
que la fe sea activa, el amor operante y esforzado y la esperanza perseverante. Es de resaltar la temprana
mención de las virtudes teologales como realidades constitutivas de lo específico cristiano.
Al señalar el progreso de su fe, amor y esperanza (v 3) y el carácter prodigioso de su evangelización,
Pablo atribuye el mérito al poder de Dios, no a la elocuencia humana. La predicación va acompañada por
milagros semejantes a los de Cristo: cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros no hubo sólo
palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda. Es el final del texto.
332
DOMINGO TRIGÉSIMO ORDINARIO
EL PRIMER MANDAMIENTO SON DOS
VACÍO ESPIRITUAL Y DE AMOR
Una de las causas más importantes del abandono de la fe de bastantes cristianos es la ausencia de vida
interior, de vida espiritual.
Dentro de nuestras estructuras eclesiásticas vivimos ocupados en cuestiones secundarias o
intrascendentes a la fe, y apenas ayudamos –ni nos ayudamos- a vivir la experiencia de un encuentro
personal con el Dios vivo de Jesucristo. Y así, todo queda en la superficie. En nuestras catequesis
ofrecemos doctrina religiosa y orientaciones morales. Hacemos celebraciones litúrgicas y sacramentales...
pero, ¿cuándo y cómo comunicamos, contagiamos, esa experiencia, fundamental de la fe, de un Dios
Padre, de un Cristo Salvador y respuesta al sentido verdadero de la vida humana, que tanto necesitamos
siempre? ¿Hemos vivido nosotros esa ‘experiencia’ de encuentro?
El único objetivo verdadero de los cristianos consiste en comprometer nuestra vida en un gran amor, que
abrace, a la vez, a Dios, a su Mesías, a todos nuestros semejantes y a nosotros mismos. Y esto hemos de
descubrirlo cada uno en lo más profundo de nuestro ser; y enseñarlo –contagiarlo- como lo esencial, a los
que nos rodean.
A cualquier cosa se llama hoy ‘amor’. Pocas realidades han quedado tan desfiguradas por la propagación
de ideas, costumbres y corrientes de todo tipo. Se habla mucho de él, pero el mal más dañino de nuestra
sociedad es la falta del verdadero amor. Todos los demás males que dependen de los humanos se derivan
de éste. Escasea el amor y abundan los discursos sobre el amor. Es una palabra que se repite
incesantemente en canciones, revistas religiosas y profanas, televisión, tertulias, cine... Una palabra que
se presta a toda clase de equívocos. De tanto usarla superficialmente hemos terminado por devaluarla,
hacerla impresentable, insoportable. Y nos encontramos sin saber ya qué significa exactamente. Se tiene
la impresión de que cada cual la entendemos como más nos conviene. Este hablar, esconde un gran vacío.
Para bastantes personas, sobre todo jóvenes, ‘amar’ es sentir una atracción de carácter sentimental o
sexual. Cuando la atracción se apaga, desaparece el amor. ¡Cuántas parejas son víctimas de este planteamiento!
En contra de esta corriente de la sociedad, experimentamos una honda alegría cuando somos capaces de
amar gratuitamente.
RECUPERAR LO ESENCIAL
“Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a
Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba:
-Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?
Él le dijo:
-‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con
todo tu ser’.
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’.
Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.”
(Mt 22, 34-40)
333
Seguimos, como en los domingos anteriores, en un ambiente polémico entre Jesús y los líderes religiosos
de su pueblo, ya en las cercanías de su pasión, muerte y resurrección. Se ha dejado de lado el tema de la
resurrección de los muertos, planteado por los saduceos y al que hace mención el comienzo del evangelio
de hoy, y se pasa al tema del ‘mandamiento principal’.
Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús para preguntarle sobre
el mandamiento principal de la Ley. Es decir, la orientación esencial que hemos de dar a nuestra
conducta, el criterio decisivo sobre el cual edificar nuestra vida cristiana y humana.
La pregunta de los fariseos es similar a la que todos, en un momento u otro de nuestra existencia, nos
debemos hacer: ¿Qué es, realmente, lo más importante de la vida? Es posible que sean muchas las
respuestas que nos demos a esa pregunta; unas más teóricas y rutinarias, otras más experimentadas y
vividas. Pero primero es la pregunta, después la respuesta. ¿Cómo sentirnos interpelados por una
respuesta que no hemos solicitado? Ofrecer respuestas escamoteando o dando por supuestas las preguntas
personales es ineficaz. Y es así como estamos intentando propagar el cristianismo, desde hace muchos
siglos, con las catequesis y demás medios de enseñanza. El mensaje de Jesús responde auténtica y
profundamente a las preguntas más íntimas del hombre. Preguntas que debemos formularnos y ayudar a
otros a hacerse, y que tenemos dentro. Sólo después de ‘decirnos’ cuál es nuestra gran pregunta, qué es lo
más importante en nuestra vida, podremos valorar la respuesta que ofrece Jesús.
La pregunta era esencial para los judíos, porque a todos los preceptos, que los expertos habían sacado
de la Ley, le daban el mismo valor, ya que por ellos se alcanzaba la salvación. ¡Y tenían 613! –365,
prohibiciones y 248, positivos-. ¿Cómo iban a conocerlos y, por tanto, cumplirlos, los pastores, los
pobres...? De ahí su marginación e imposibilidad de salvación.
A DIOS SE LE AMA EN EL PRÓJIMO
La respuesta de Jesús no es nueva, ya que recoge dos antiguos preceptos bíblicos (Dt 6, 5; Lev 19, 18).
La novedad es la identificación que hace de ellos.
El primero es el amor a Dios. Pero un amor total que implique a toda la persona. Amar con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todo tu ser significa desterrar de nuestro interior todo lo que no tenga su
fundamento en Dios. Amar a Dios es amar todo lo que existe, ir al fundamento de la realidad, beber en las
fuentes de donde brota la misma vida; aceptar vivir según el estilo que me pide ese amor a Dios. Un amor
que dé sentido a toda nuestra vida y por el que hacemos todo lo que hacemos: el trabajo, las prácticas
religiosas, la lucha por la liberación de la sociedad... Porque amar a Dios es poner su proyecto sobre el
mundo y sobre los seres humanos como prioridad absoluta en nuestros propios proyectos y en nuestra
propia mentalidad; es escuchar su palabra asiduamente, encontrarnos con él en la oración, poner en
práctica la oración de Jesús: el Padrenuestro.
El segundo mandamiento no es solamente paralelo al primero, tan importante como él, sino que es su
consecuencia necesaria: el amor al prójimo constituye la concreción del amor a Dios. La primacía de Dios
se demuestra cuando se reconoce, concretamente, la primacía del prójimo.
Dios no compite con nosotros en cuestión de amor. El amor que plantea Jesús presupone la justicia, el
sentir como propios los problemas ajenos, reconocer la igualdad de todos los seres humanos.
El que ama a Dios debe tener sus mismas actitudes y amar todo lo que él ama.
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El resto de los mandamientos los cumpliremos sin ninguna dificultad, en la medida en que nuestro amor
vaya siendo parecido al de Jesús. El ‘ama y haz lo que quieras’, que decía san Agustín, sólo puede tener
una interpretación válida a partir del evangelio de hoy, en el que ‘amar’ es, al mismo tiempo, amar al
Dios creador y salvador de una manera absoluta, y tratar a los demás con el amor con que deberíamos
amarnos a nosotros mismos. Porque, ¿cómo amar a los demás cuando el amor a nosotros mismos está tan
devaluado, al vivir tan superficialmente? El amor verdadero a nosotros mismos nos obliga a
desarrollarnos como personas solidarias, a imagen del que nos ha creado.
¡Cuántas veces tratamos de ser delicados en detalles pequeños o en aspectos secundarios de nuestra vida
cristiana y olvidamos lo principal: el amor a Dios EN el prójimo!
¿Sería nuestro mundo lo que es, con sus innumerables desdichas, si los discípulos de Jesús pusiéramos
este doble mandamiento del amor como fundamento de nuestro actuar?
Cuanto mejor sea nuestro amor, seremos más verdaderos, mejores creyentes y miembros de la
comunidad humana y cristiana.
Es verdad que son necesarias las leyes-normas para que sea posible la convivencia entre los hombres. Sin
ellas no puede haber verdadero orden y libertad para todos. Pero sólo el amor puede ‘encender’ la vida.
No hay camino directo para llegar a Dios. El camino que lleva a Dios pasa inevitablemente por el camino
que lleva al prójimo.
Tenemos que dejar de contraponer los deberes para con Dios al amor con el prójimo. Porque una ‘vida
espiritual’ que no se convierta en servicio al prójimo es una mística equivocada.
EL AMOR DE JESÚS
No se puede pedir mayor claridad: es imposible cumplir el primero sin el segundo.
El amor –como núcleo del reino de Dios- fue el principal objetivo de la Buena Nueva de Jesús. Ese amor
que él vivió y que le llevó a la muerte. Porque su vida y su muerte tuvieron un objetivo principal:
enseñarnos a amar. Enseñarnos ese amor que nos aparta de nuestros planes, de nuestras costumbres, de
nuestra comodidad, y nos conduce al desgaste total de nuestras fuerzas humanas al servicio de los demás.
Ese amor que nos entrega a la voluntad del Padre, presente en los acontecimientos cotidianos, en la lucha
por la justicia y la libertad... y, sobre todo, presente en el sufrimiento de los hombres, nuestros hermanos.
Saber amar con Jesús y como Jesús es nuestra vocación y el precepto fundamental del reino de Dios. No
tenemos otra cosa que aprender y vivir: es la perfección, la felicidad, la plenitud del ser humano.
¿Qué sentido puede tener una fe de palabras, unas prácticas religiosas... si no contribuyen a arrancarnos
de nuestro egoísmo y comodidad y a lanzarnos al servicio de los que nos rodean? Un amor que nos lleve
a trabajar para hacer desaparecer tantas injusticias, opresiones y esclavitudes que padecen la mayoría de
seres humanos y de naciones.
Deberíamos preguntarnos constantemente por qué Jesús fue enviado a la muerte por los más piadosos,
por los más religiosos de los hombres. Si hubiera predicado lo que profesamos la mayoría de los
cristianos: que hay dos mandamientos distintos: adorar a Dios y compadecerse de los hombres, no habría
provocado ninguna oposición. Lo que resultó indignante, lo que todavía nos indigna, es su identificación
de Dios con el hombre, su afirmación de que hay que destruir el templo porque el templo en el que habita
335
Dios es el hombre, que hay que transformar el culto en servicio al hombre, que la única ley es que nos
amemos los unos a los otros como él nos ama. Que el amor es el quehacer de la vida.
Jesús ha divinizado al hombre y ha humanizado a Dios. Desde él, el sentido de lo ‘sagrado’ está en
rebeldía en los corazones de los hombres ‘piadosos’, y la ‘religión’ –las prácticas- ha emprendido una
lucha a muerte con la fe. Jesús trastoca todas las ideas ‘religiosas’.
¿No fue el amor de Jesús la causa de su asesinato y de nuestra salvación, al abrirnos con él el camino de
la plenitud de la vida humana?
El amor de Jesús, además de ser la única ‘ley’ del reino de Dios, es también la norma de toda persona
que quiera vivir como tal. Sin amor no se puede vivir, pues amor es dar vida, recibirla, realizar una
vocación, construir una comunidad y una familia, buscar la paz y la justicia, compartir la misma historia...
Cuando la sociedad postula principios que atentan contra el amor, cuando patrocina un modo de vida que
adora por encima de todas las cosas el dinero, el placer, el poder, el prestigio, el narcisismo... la vida
verdaderamente humana se hace imposible... y Jesús –su estilo de vida- sigue siendo ‘asesinado’.
¿Seremos capaces de comprenderlo alguna vez?
No hay verdadero amor a Dios sin amor explícito al ser humano, reflejado en obras. Pero sí puede haber
un verdadero amor al hombre sin un amor explícito a Dios. Porque todo verdadero amor al hombre es un
amor, una fe implícita en Dios. Creer que amando al hombre es como amamos a Dios no significa que no
amemos al ser humano por sí mismo, sino que queremos amarlo con el mismo amor de Jesús, que
siempre será mayor que el nuestro. Pero, ¿cómo amar con el amor de Jesús sin conocerlo?
El amor a Dios está lleno de falsas ilusiones. No crea problemas: Dios no molesta, no habla, no reprocha,
no discute nuestras opiniones ni se opone a nuestros planes.
El que no haya descubierto esto no puede llamarse creyente cristiano.
EL AMOR Y LA CONCIENCIA-JUSTICIA SOCIAL
“Esto dice el Señor:
No oprimirás ni vejarás al forastero,
porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto.
No explotarás a viudas ni a huérfanos,
porque si los explotas y ellos gritan a mí
yo los escucharé.
Se encenderá mi ira y os haré morir a espada,
dejando a vuestras mujeres viudas
y a vuestros hijos huérfanos.
Si prestas dinero a uno de mi pueblo,
a un pobre que habita contigo,
no serás con él un usurero
cargándole intereses.
Si tomas en prenda el manto de tu prójimo
se lo devolverás antes de ponerse el sol,
porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo,
¿y dónde, si no, se va a acostar?
Si grita a mí yo lo escucharé,
porque yo soy compasivo.”
(Éx 22, 21-27)
La primera lectura forma parte de una colección de normas jurídicas llamada ‘Código de la alianza’ (Éx
20, 22-24, 8). Es probable que sea la colección de leyes más antigua de todas las conocidas de Israel.
Autónoma en sus orígenes, fue incluida posteriormente en el Pentateuco.
336
Esta legislación había sido promulgada al final de la larga lucha que los profetas habían mantenido a
favor de la justicia social. Contiene una serie de leyes muy semejantes a las de otras legislaciones de los
países vecinos –por ejemplo: a las del código de Hammurabi-. Reflejan una sociedad en la que la familia
y el clan son las estructuras básicas de la vida social; la ganadería es el medio de vida; se está pasando de
una economía rural a otra urbana, en la que el individuo aislado no podía contar ya con los recursos de su
clan para subsistir. Los extranjeros, las viudas, los huérfanos y numerosos pobres, morían de hambre sin
que el medio social se preocupara por ayudarles. Y así, la situación jurídica de todos estos marginados era
incierta y fácilmente objeto de opresión.
Los motivos de las recomendaciones que hace la lectura son varios: la experiencia del tiempo en que los
hebreos fueron extranjeros en Egipto, donde vivieron oprimidos y sin protección por parte de la ley; los
indefensos –forasteros, viudas, huérfanos- y los pobres están bajo la protección de Yahvé.
Recomendaciones que encuentran su cumplimiento en Jesús.
Se trata de la formación de la conciencia social, que en Cristo no se quedará sólo en no oprimir al débil,
sino en un positivo empeño a favor del oprimido para liberarlo.
La letra de la ley tiene un espíritu: el amor a Dios en el hombre, porque el primero se concreta en el
servicio al segundo.
Dios está en el grito de todos los que claman por su realización como personas.
Puede verse en estos textos el comienzo de las legislaciones sociales promulgadas en las naciones
actuales, y también el comienzo de una ayuda internacional a los países del tercer mundo, sobre los que
las naciones del primer mundo tienen aún mucho que aprender, hacer y rectificar.
EL CRISTIANO, IMITADOR DE JESÚS
“Hermanos: Sabéis cuál fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro
bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la Palabra
entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo
para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya.
Desde vuestra comunidad, la Palabra del Señor ha resonado no sólo en
Macedonia y en Acaya, sino en todas partes; vuestra fe en Dios había corrido de
boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya
que ellos mismos cuentan los detalles de la visita que os hicimos: cómo,
abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y
vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de
entre los muertos y que os libra del castigo futuro.”
(1 Tes 1, 5c-10)
La segunda lectura está tomada también –como la del pasado domingo- de la acción de gracias que sirve
de prólogo a la primera carta a los tesalonicenses. Describe la acogida que dispensó esta comunidad al
apóstol y cómo se ha extendido por ella la Buena Noticia.
Pablo ha quedado sorprendido por el celo con que los de Tesalónica le han imitado a Jesucristo y a él, y
se han convertido, a su vez, en un modelo para todos los demás creyentes.
El crecimiento de la Iglesia se realizará a través de ‘imitaciones’. Los cristianos podrán ser imitados,
cuando se hayan convertido en signos de Dios, siendo imitadores de Jesús. Pablo no duda en pedir que se
le imite también a él; y espera que los paganos imiten, a su vez, a los cristianos (v 7).
Una comunidad afortunada la de Tesalónica. Dispone de dos modelos en los que inspirar su conducta: el
modelo insustituible de Cristo y el ejemplo de Pablo, cuya vida puede ser imitada por todos, al estar
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calcada en Cristo. De esta forma, aquella Iglesia se ha convertido, al acoger con gozo la Palabra de Dios.
Viven en la esperanza del encuentro definitivo con Cristo. Su fe se fundamenta en ese acontecimiento
futuro, que ilumina y da sentido al presente. ¡Cómo cambiaría nuestra vida si nuestro fundamento fuera el
mismo!
Es una comunidad que logra que se hable de ella por su creer-esperar-amar.
Podríamos preguntarnos: ¿Qué es lo que hacían aquellos cristianos de extraordinario? La respuesta
podría ser: Nada excepcional. Sólo que, después de haberse hecho seguidores de Jesús, lo fueron hasta el
fondo. Deberíamos recordar con frecuencia a Tesalónica, donde vive una comunidad que se limita a
‘contar’ su propia fe.
La lectura subraya una condición esencial de todo apostolado: abandonar los recursos de poder y de
propaganda y ofrecer al mundo los signos de la Buena Noticia, que es anunciada cuando el no cristiano
descubre en la vida del creyente la respuesta inesperada a lo más profundo de sus búsquedas.
Han sido compañeros de Pablo y de Jesús al llegar a ser cristianos entre dificultades, pero siempre con la
alegría del Espíritu Santo. Por eso han pasado de imitadores a modelos.
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DOMINGO TRIGÉSIMO PRIMERO ORDINARIO
EL DISCURSO MÁS DURO DE JESÚS
NO TRATAN DE VIVIR LO QUE PREDICAN
“Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo:
-En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos:
haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos
no hacen lo que dicen.
Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en
los hombros; pero no están dispuestos a mover un dedo para empujar.
Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y
ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los
banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan
reverencia por la calle y que la gente los llame ‘maestro’.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es
vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos.
Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es
vuestro padre, el del cielo.
No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo.
El primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”
(Mt 23,1-12)
Moisés es el primer legislador de Israel. Después de él, sólo está la tradición de los antepasados,
desarrollada a partir de su muerte. En tiempos de Jesús, los letrados o doctores de la ley eran los
encargados oficiales de transmitir la ley mosaica. Tenían gran influencia entre el pueblo por su tarea
específica de formar a los demás, dictar sentencia en los tribunales y determinar el sentido de la ley y las
normas de conducta. Pocas veces citaban la Biblia; eran más teólogos que intérpretes de la Escritura, que
leían poco. Ocupaban el puesto de los profetas, y habían convertido la misión profética de enseñar en una
profesión que no comprometía para nada la vida personal, y violentaba la libertad de conciencia de los
demás, por la intransigencia con que obligaban a la aceptación de sus preceptos. Habían sustituido la
referencia a Dios, propia de los profetas, por un código minuciosamente comentado e interpretado, que
ahogaba al pueblo.
Por eso, Jesús, que ha mostrado siempre tanta comprensión con los pecadores y marginados de la
sociedad, ha usado un lenguaje tan violento contra los letrados y los fariseos –cumplidores escrupulosos
de la ley-, que formaban los dos grupos más influyentes del judaísmo de aquel tiempo. Al ser personas
importantes, su mal comportamiento resultaba mucho más escandaloso.
No podemos incluir en las palabras de Jesús a todos los letrados y fariseos. El fariseísmo contra el que
Jesús lanzó sus diatribas es una categoría del espíritu, más que un grupo determinado de personas. Una
actitud permanente más que una acción ocasional. Una tentación capaz de desarrollarse en cualquier
época y de manifestarse en las situaciones más diversas. Pablo pertenecía a la secta de los fariseos y fue
una persona consecuente.
En su capítulo 23, Mateo nos dice hasta dónde puede llegar una persona religiosa que no tiene un buen
punto de partida. Quiere desengañar a todos los que piensen que la doctrina de estos dirigentes religiosos
-cumplimiento exclusivo de unas prácticas externas- es compatible con el cristianismo. Es el discurso más
terrible de todo el Evangelio, construido con palabras pronunciadas por Jesús en diversas circunstancias y
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agrupadas en este capítulo por afinidad temática. Si no fuera Jesús el que las dice, podríamos interpretarlo
como una fenomenal falta de prudencia, ‘virtud’ tan eclesiástica.
El discurso consta de tres partes: actitud de los letrados y fariseos, dejando al descubierto la opresión que
ejercen sobre el pueblo y su ansia de prestigio y de poder, e instrucciones a sus seguidores para que no los
imitemos (vv 1-12); siete anatemas contra ambos grupos religiosos, que ponen en evidencia la hipocresía
de la doctrina que proponen (vv 13-32); y la predicción de su castigo y el de Jerusalén (vv 33-39). El
evangelio de hoy se refiere a la primera parte.
Jesús les –nos- hace dos reproches: no viven lo que predican y son puro exhibicionismo.
Además de no cumplir lo que enseñaban, cargaron la ley con una enorme cantidad de minuciosidades y
reglamentaciones que la hacían odiosa e insoportable. Prescripciones ridículas sobre el lavado de las
manos, vasos, alimentos... La casuística rabínica es uno de los mayores absurdos que produjo la mente
humana. Recordemos los 613 preceptos que habían sacado de la ley.
No pretenden ayudar al pueblo con su doctrina, sino dominarlo.
SON PURO EXHIBICIONISMO
Todo lo que hacen es para que los vea la gente. Es el segundo reproche que les hace Jesús. Todas sus
obras son fingidas, puro exhibicionismo, porque no las hacen por Dios, que conoce lo oculto, sino para
que los hombres reconozcan su autoridad y prestigio. Buscan por todos los medios llamar la atención del
pueblo, siempre crédulo ante las apariencias.
Alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto. Las filacterias eran unos colgantes con
pequeños estuches o cajitas que contenían fragmentos de textos importantes de la ley. Tenían un claro
significado simbólico: mantener siempre presente en el espíritu el recuerdo de la ley del Señor y el
compromiso de observarla, que era justamente lo que no hacían. Se colgaban en la frente y en el brazo
izquierdo. Jesús les ataca porque no sólo no se preocupaban de cumplir con los textos que llevaban
escritos, sino que además los llevaban más grandes de lo ordinario para hacer ostentación de una falsa
fidelidad a la ley. Los flecos del manto tenían una función parecida (Núm 15, 38s).
Poseídos de su superioridad, se consideraban merecedores de los primeros puestos en la vida civil y
religiosa. Desean que la gente reconozca su dignidad con señales externas de aprecio y sumisión.
Les encantaba dar paseos por las plazas vestidos con largas y amplias túnicas de colores muy llamativos,
para atraer la atención. Su porte era ostentoso, su paso lento. Y así eran saludados por las gentes que
veían en ellos a los estudiosos de la ley y sucesores de Moisés. ¿Qué doctrina podemos enseñar así?
Las palabras de Jesús son claras: ¡Cuidado con ellos!, porque a la vez que simulan y hacen ostentación
de largas oraciones, aprovechan el culto y las plegarias para enriquecerse.
EL VERDADERO DISCÍPULO
El título de maestro (rabí) era el más codiciado por los dirigentes religiosos de Israel. Era tal el ansia de
ser saludados con este título, que llegaron a enseñar que los discípulos que no llamaban a su maestro
‘rabí’, provocaban la ira divina sobre Israel.
No os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro. Todos se limitan a repetir lo que
han recibido. El único verdadero maestro es Jesús.
340
Podremos conseguir que nos enseñen cosas mecánicas, científicas o matemáticas... Pero, ¿quién nos
podrá enseñar las cosas que verdaderamente importan: la vida, el amor, la realidad, Dios...? En estas
cosas nadie puede enseñarnos nada... desde fuera de nosotros mismos. Son cosas que se aprenden desde la
propia experiencia, desde la propia vivencia. Son cosas del Espíritu de Jesús, que actúa ‘desde dentro’.
Lo más que puede hacer un educador es darnos pistas. Pero somos cada uno de nosotros los que tenemos
que descubrir la realidad, la vida que el Padre nos ofrece. La ‘realidad’ no puede enseñarse, pero sí puede
aprenderse, como nos han demostrado tantos profetas y místicos. Lo han logrado a través de la soledad
del silencio. Un ‘silencio’ que es todo lo que ‘han visto’ y que les ha llevado a renunciar a todo tipo de
libros y guías. Y cuando han experimentado este encuentro con el Resucitado, no han vuelto a ser los
mismos. Han visto lo mismo que antes... pero desde otra perspectiva.
Ningún ser humano puede llevar el título de padre para expresar su dignidad religiosa, porque uno solo
es vuestro padre, el del cielo. ‘Padre’ significaba transmisor de la tradición y modelo de vida. Jesús
prohíbe a los suyos reconocer otra paternidad distinta a la de Dios. El discípulo no tiene más modelo que
el Padre Dios.
No os dejéis llamar jefes. El término significa consejero y guía espiritual. Jesús se reserva también este
título. Es únicamente él, como Mesías, el que señala el camino hacia el Padre y es merecedor de
seguimiento.
La fuerza de las palabras de Jesús está principalmente en la expresión uno solo es vuestro..., repetida
tres veces. Ninguna autoridad puede oscurecer un hecho fundamental: Jesús es el único Señor.
Establecida la diferencia entre el comportamiento de los letrados y fariseos y el que deben tener los
discípulos, Jesús nos señala cuál es la verdadera grandeza: hacerse los últimos y siervos de todos. Es
verdadero discípulo el que no se da importancia, el que no tiene posiciones que defender, el que está
siempre en camino.
El sujeto no indicado en los verbos será humillado y será enaltecido es Dios mismo. Las palabras
enuncian un juicio de Dios sobre las actitudes humanas. La estima que pretenden los dirigentes religiosos
ante los demás, es desestimada a los ojos de Dios. Es grande ante Dios el que se vuelve pequeño ante los
hombres. Los criterios de Dios no coinciden con los nuestros. Menos mal.
NO PODEMOS REFUGIARNOS EN EL CULTO
“Yo soy el Rey soberano, dice el Señor de los ejércitos;
mi nombre es temido entre las naciones.
Y ahora os toca a vosotros, sacerdotes:
Si no obedecéis y no os proponéis
dar la gloria a mi nombre
-dice el Señor de los ejércitos-,
os enviaré mi maldición.
Os apartasteis del camino,
habéis hecho tropezar a muchos en la ley.
habéis invalidado mi alianza con Leví
-dice el Señor de los ejércitos.
Pues yo os haré despreciables y viles ante el pueblo,
por no haber guardado mis caminos
y porque os fijáis en las personas al aplicar la ley.
¿No tenemos todos un solo Padre?
¿No nos creó el mismo Señor?
¿Por qué, pues, el hombre despoja a su prójimo
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profanando la alianza de nuestros padres?”
(Mal 1, 14b-2, 2b. 8-10)
La primera lectura, de autor anónimo, pertenece a un conjunto de invectivas y amenazas reunidas bajo el
nombre de Malaquías (significa ‘Mensajero’), libro escrito en el siglo V a. C. El pueblo judío ha vuelto
del exilio, el templo ya ha sido reconstruido y se ha reanudado en él el culto. Poco después vendrá la
reforma de Esdras y Nehemías. El pueblo, que lo había esperado todo del nuevo templo, observa
desalentado que no ha cambiado nada. No se han cumplido las esperanzas suscitadas por Ageo y Zacarías
con la reconstrucción del templo de Jerusalén.
Y en nombre de ese pueblo, el profeta arremete con violencia contra el clero (Mal 1, 6-2, 9), al que
considera responsable de la decadencia moral y política, porque no ofrece sacrificios con manos
suficientemente puras como para merecer el beneplácito divino. Yahvé les amenaza con la maldición.
Sin embargo, la infidelidad de los sacerdotes no disculpa a los fieles por su laxismo y, por ello, el profeta
les dedica otro escrito (Mal 2, 10-16), del que leemos el primer versículo al final de la lectura de hoy.
Clero y fieles se han liberado del profetismo y se han refugiado en el culto. De ese ‘refugio’ pretende
Malaquías sacar al pueblo.
Yahvé había concertado una alianza particular con la tribu de Leví (Jer 33, 18-22), por lo que se confiaba
a esta tribu el servicio litúrgico y la enseñanza de la ley. Pero los levitas han traicionado su misión con sus
interpretaciones y arrastrado al pueblo hacia actitudes contrarias a la ley (v 8). Los sacerdotes cuando no
‘transparentamos’ a Dios, nos convertimos en estorbo y tropiezo.
El castigo no se hace esperar. Cada vez que se viola la alianza, los sacerdotes pierden la estima del
pueblo, su influencia disminuye y su misión profética es discutida (v 9).
La posición de privilegio que tienen los sacerdotes, les –nos- exige la digna celebración del sacrificio y la
recta enseñanza de la religión a los que buscan la voluntad y la revelación de Dios.
El sacerdote es el responsable del culto y del anuncio de la palabra que ha de dirigir el comportamiento
humano. Para ello debemos dar ejemplo y no defender nuestros intereses personales, sino los intereses de
Dios, que son los que de verdad coinciden con el bien del ser humano. Debemos poner en práctica lo que
predicamos, si no queremos ser un tropiezo para aquellos a quienes debemos guiar.
Su respuesta había sido parecida a la de los letrados y fariseos del evangelio. Debería hacernos pensar.
EL MENSAJE DE PABLO ES CREÍBLE PORQUE TRANSPARENTA A DIOS
“Hermanos: Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos.
Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio
de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro
amor.
Recordad, si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y
noche para no serle gravoso a nadie proclamamos entre vosotros el Evangelio de
Dios.
También, por nuestra parte, no cesamos de dar gracias a Dios porque al
recibir la Palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de
hombre, sino, cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante
en vosotros los creyentes.”
(1 Tes 2, 7b-9. 13)
Una actitud muy distinta a la de los sacerdotes, letrados y fariseos, es la del apóstol Pablo, que continúa,
en la segunda lectura, con la descripción a los tesalonicenses de su ministerio apostólico.
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Según el libro de los Hechos (17, 2), Pablo predicó en Tesalónica durante tres semanas. Dos veces
intentó volver (1 Tes 2, 18), pero no lo consiguió. Desde Corinto les escribe esta carta en la que les
muestra su admiración por la fe de la comunidad; pero también les muestra su preocupación por el futuro.
Muchos filósofos recorren la comarca anunciando sus teorías. No deben identificarlos con los apóstoles.
Les apremia para que distingan el sentido de la misión de los apóstoles a través del testimonio de sus
vidas y de su entrega al Evangelio de Jesús, fundado en el amor y en el desinterés. Quiere que la imagen y
el recuerdo de los apóstoles no sean oscurecidos ni deformados.
La acción apostólica de Pablo entre los tesalonicenses se desarrolló bajo el signo de una ternura
excepcional. Le faltan palabras para expresar sus sentimientos: os tratamos... como una madre cuida de
sus hijos (v 7); con una disponibilidad que llega hasta a dar la vida (v 8). Les recuerda su estilo de vida,
su entrega apasionada y desinteresada –trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie- (v 9),
sus esfuerzos y fatigas (v 9).
Pablo transparenta a Dios. Por eso su mensaje es creíble.
En ningún otro texto explica el apóstol tan claramente cómo el anuncio de la Palabra implica a toda la
persona. No le preocupa que su prestigio personal de apóstol se resienta por el modo tan humano de
comportarse. Identifica su persona con su mensaje. Su misma persona es una llamada a la vida por su
actitud, sus sufrimientos, su celo y su transmisión del Evangelio.
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DOMINGO TRIGÉSIMO SEGUNDO ORDINARIO
PARÁBOLA DE LAS DIEZ DONCELLAS
¿POR QUÉ TANTAS DESERCIONES Y APATÍAS?
La vida es una larga búsqueda de Dios. En cada acontecimiento tenemos que ir descubriendo su
presencia y su mensaje. La muerte será un maravilloso ‘encuentro’, aunque nunca acabemos de
creérnoslo.
En nuestro cristianismo sociológico, masivo, de consumo, es normal tener una personalidad religiosa
artificial, fabricada a base de catequesis, de celebraciones rutinarias de sacramentos, de repetir palabras
que nada significan para nuestras vidas. Y este ‘robot’ es el que inicia el camino de la fe, sin que la
persona auténtica intervenga para nada en la experiencia. Al hacerse mayor, cae en la cuenta de que, todo
eso que ha recibido desde pequeño, no le sirve para plantearse y dar respuesta a su vida de adulto. Y se
asombra después de no obtener de todo ese tiempo ‘vivido’ como cristiano más que una gran desilusión.
Hacia Dios tenemos que caminar con todo lo que somos. Ciertas decepciones, ciertos abandonos de la fe,
incluso de clérigos, se explican si tenemos en cuenta 
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