LFV 345 HECHOS 8:29-9:16 Continuando nuestro recorrido por el

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LFV 345
HECHOS 8:29-9:16
Continuando nuestro recorrido por el libro de los Hechos, y en particular
por el capítulo 8, seguimos considerando hoy la conversión del eunuco
etíope que comenzamos en nuestro programa anterior.
Leemos aquí que este hombre de Etiopía estaba encargado de todos los
tesoros del reino.
En realidad era el Ministro de Finanzas. Era un
funcionario importante. Este hombre no viajaba solo. Llevaba consigo un
gran séquito de siervos y oficiales menores. No viajaba en el carro con las
riendas en una mano y un libro en la otra. Este hombre estaba sentado
cómodamente en su carro, protegido del sol por un gran parasol. Tenía su
chofer privado y había llegado a Jerusalén para adorar. Y esto indica que
era prosélito, o sea, un pagano convertido al judaísmo.
Este hombre acababa de estar en Jerusalén. Había visitado el centro de la
religión judía. Aunque esa religión había sido dada por Dios, el etíope salía
de esa ciudad, pero todavía permanecía en sus tinieblas espirituales. Leía
las palabras del profeta Isaías, pero no entendía lo que leía. Y el versículo
29 de este capítulo 8 de los Hechos, nos dice:
29
El Espíritu dijo a Felipe: «Acércate y júntate a ese carro».
El Espíritu Santo estaba guiando aquí, como guiaría en cualquier
conversión. Felipe era el hombre de Dios, a quién el Espíritu de Dios
estaba usando. Y la Palabra de Dios ya estaba en el carruaje, porque el
etíope estaba leyendo un ejemplar de las Escrituras que llevaba consigo.
2
Ahora, el versículo 30 nos dice:
30
Acudiendo Felipe, lo oyó que leía al profeta Isaías, y dijo:
—Pero ¿entiendes lo que lees?
Podemos imaginarnos esta escena. Quizá Felipe levantó la mano y el
eunuco ordenó detener el carruaje con todo su séquito y entonces Felipe se
acercó al carro y le oyó que estaba leyendo en voz alta al profeta Isaías. Y
entonces le preguntó, ¿Y entiendes lo que lees? Y esta fue una buena
pregunta, porque el etíope estaba precisamente necesitando una explicación
porque no entendía lo que leía. Y veamos lo que ocurrió en los versículos
31 al 33 de este capítulo 8 de los Hechos:
31
Él dijo:
— ¿Y cómo podré, si alguien no me enseña?
Y rogó a Felipe que subiera y se sentara con él. 32El pasaje de la
Escritura que leía era este:
«Como oveja a la muerte fue llevado;
y como cordero mudo delante del que lo trasquila,
así no abrió su boca.
33
En su humillación no se le hizo justicia;
mas su generación, ¿quién la contará?,
porque fue quitada de la tierra su vida»
¿Dónde estaba leyendo? En el capítulo 53 de Isaías. Estaba leyendo los
versículos 7 y 8. Era obvio que había estado leyendo por algún rato y
también debía haber leído los versículos anteriores que dicen:
“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores,
experimentado en sufrimiento; y como que escondimos de él el rostro, fue
menospreciado, y no lo estimamos.
Ciertamente llevó él nuestras
enfermedades, y sufrió nuestros dolores; ¡pero nosotros le tuvimos por
azotado, como herido y afligido por Dios! Mas él fue herido por nuestras
rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él
3
el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos
descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas el
Señor cargó en él el pecado de todos nosotros.” Era evidente, pues, que el
eunuco debió haber leído también estos versículos.
Y dicen aquí los
versículos 34 y 35 de este capítulo 8 de los Hechos:
34
Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe:
—Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí
mismo o de algún otro?
35
Entonces Felipe, abriendo su boca y comenzando desde esta
escritura, le anunció el evangelio de Jesús.
¡Qué maravilloso lugar para comenzar! Es que, cuando el Espíritu de Dios
guía, las cosas se revelan con claridad, ¿ve usted? Él tomará las cosas de
Cristo y las pondrá en claro. Usará la Palabra de Dios. Hemos visto ya
cuán poderosamente Dios usó a Simón Pedro en la conversión de
multitudes de personas. Y Pedro expresó con claridad, que la Palabra de
Dios es necesaria para una conversión. Él dijo que una persona no podía
ser renacida espiritualmente sin esa Palabra. Escuchemos lo que él dijo en
su primera carta, capítulo 1, versículos 23 al 25. Dijo el apóstol Pedro:
“…pues habéis renacido, no de simiente corruptible, sino de incorruptible,
por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Porque: Toda
carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba.
La hierba seca, y la flor se cae, mas la palabra del Señor permanece para
siempre. Y ésta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.”
Ahora, cuando el Espíritu de Dios usa la Palabra de Dios, ¿qué sucede?
Estos hombres estaban en el carruaje hablando acerca de la Palabra de
Dios. Felipe le estaba contando al etíope acerca de Jesús. Y veamos lo que
ocurrió aquí en los versículos 36 y 37 de este capítulo 8 de los Hechos:
4
36
Yendo por el camino llegaron a un lugar donde había agua, y dijo
el eunuco:
—Aquí hay agua, ¿qué impide que yo sea bautizado?
37
Felipe dijo:
—Si crees de todo corazón, bien puedes.
Él respondiendo, dijo:
—Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.
Recordemos que Felipe había tenido una experiencia con Simón el mago en
Samaria, y no quería que el caso se repitiera. Por eso, cuando este hombre
pidió ser bautizado en agua, Felipe quiso estar seguro de que él creía con
todo su corazón. Y leemos aquí en los versículos 38 y 39:
38
Mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el
eunuco, y lo bautizó. 39Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor
arrebató a Felipe y el eunuco no lo vio más; y siguió gozoso su camino.
Dice aquí que Felipe fue llevado. Ya no era necesario que estuviera allí.
Y el eunuco etíope siguió entonces su camino y salió así de las páginas de
la Escritura en su carruaje. Siguió alegremente su camino. Ahora, ¿qué
fue de este hombre etíope? ¿Sabe usted que la primera gran Iglesia estuvo
en África del Norte, mucho antes que hubiera Iglesias en otras partes? El
eunuco etíope evidentemente volvió, y por su testimonio y su influencia, se
fundó allí una gran Iglesia. Sería muy provechoso poder leer algo sobre la
historia de la Iglesia en Etiopía, pero el tiempo no nos permite hacerlo aquí.
Ahora, ¿qué fue de Felipe? Leamos el versículo 40:
40
Pero Felipe se encontró en Azoto; y, al pasar, anunciaba el evangelio
en todas las ciudades hasta llegar a Cesarea.
Azoto es Asdod y estaba situada en las cercanías de Gaza. Para llegar a
Cesarea, tendría que pasar por Jope, donde está hoy Tel Aviv. Por tanto, él
salió predicando el evangelio mientras subía a lo largo de la costa hasta
Cesarea. El evangelio pues, había ido hasta Judea y a Samaria, y ahora
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estaba extendiéndose hacia otras tierras. El eunuco llevaría el evangelio a
Etiopía. Felipe lo estaba proclamando por la costa hasta Cesarea.
Y así concluye estimado oyente, el capítulo 8 de este libro de los Hechos de
los Apóstoles. Llegamos ahora a
HECHOS 9:1-16
Este capítulo cuenta otra conversión sumamente interesante. La conversión
del eunuco etíope que estudiamos en el capítulo anterior, tuvo lugar en un
carruaje. La conversión de Saulo de Tarso que veremos ahora, tuvo lugar
en el polvo de la tierra. El relato bíblico no aclaró si Saulo iba a caballo, o
si iba montado en burro cuando subía a Damasco; pero sí sabemos que la
luz fue tan brillante que el resplandor hizo que Saulo cayese a tierra.
Cuando en nuestro estudio lleguemos a la carta a los Filipenses,
consideraremos los aspectos teológicos, psicológicos, y filosóficos de la
conversión de Saulo de Tarso. Aquí solamente trataremos los hechos de lo
que realmente ocurrió en el camino a Damasco.
Leamos, pues, los
primeros dos versículos de este capítulo 9 de los Hechos, que inician el
relato de
LA CONVERSIÓN DE SAULO DE TARSO
1
Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del
Señor, vino al Sumo sacerdote 2y le pidió cartas para las sinagogas de
Damasco, a fin de que si hallaba algunos hombres o mujeres de este
Camino, los trajera presos a Jerusalén.
Cuando la persecución comenzó en Jerusalén, la Iglesia pasó a la
clandestinidad. Y la Iglesia de Jerusalén tuvo que comenzar a reunirse en
secreto. Los apóstoles se quedaron en Jerusalén, pero muchos de los otros
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salieron y se dispersaron. Hallamos por ejemplo a Felipe en Samaria, a lo
largo de la costa mediterránea, como ya hemos visto. Lo que precipitó esta
dispersión, por supuesto, fue el apedreamiento de Esteban, seguido por la
persecución.
Como resultado, los líderes religiosos en Jerusalén se
sintieron satisfechos, por haber ahuyentado de Jerusalén a los cristianos. Y
al parecer, estaban dispuestos a quedarse satisfechos con esto. Es decir,
¡todos, excepto Saulo de Tarso! Él no dejaba de amenazar de muerte a los
discípulos del Señor. Aborrecía a Jesucristo. No creemos que el Señor
Jesucristo haya tenido jamás un enemigo mayor, que este hombre Saulo de
Tarso. Pues bien, él fue a ver al sumo sacerdote y le dijo: “Mire, me he
enterado de que un grupo de estos cristianos se ha ido para Damasco, y yo
los voy a ir a buscar.” El hecho es que Saulo hizo lo posible por encontrar
a los cristianos dondequiera que fueran. Su mayor deseo era exterminarles.
Continuemos leyendo los versículos 3 y 4 de este capítulo 9 de los Hechos:
3
Pero, yendo por el camino, aconteció que, al llegar cerca de
Damasco, repentinamente lo rodeó un resplandor de luz del cielo; 4y
cayendo en tierra oyó una voz que le decía:
—Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
Al proseguir nuestro estudio bíblico veremos que Pablo contará este
incidente dos veces más, en el libro de los Hechos. El hecho es que Pablo
nunca se cansó de contar acerca de su conversión.
Le encontramos
repitiéndola nuevamente en su carta a los Filipenses. Y es allí donde llegó
al fondo del asunto y contó lo que realmente le sucedió. Aquí sólo se nos
ofrecen los hechos. Y nosotros los repasaremos de nuevo, especialmente
cuando estudiemos el discurso que Pablo pronunció ante el rey Agripa. Y
veremos que ese discurso fue una obra maestra. Leamos ahora el versículo
5 de este capítulo 9 de los Hechos.
7
5
Él dijo:
— ¿Quién eres, Señor?
Y le dijo:
—Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra
el aguijón.
Ahora, ¿Ha notado usted aquí la ignorancia de Saulo? Probablemente era
el hombre más inteligente de su tiempo. Probablemente se graduó en la
Universidad de Tarso, la mejor universidad griega de aquel entonces. Fue
estudiante en la escuela de Gamaliel, el erudito hebreo.
Había sido
instruido en los detalles de la religión judía. Pero Saulo no conocía al
Señor Jesucristo.
“¿Quién eres, Señor?” preguntó.
Estimado oyente,
conocer al Señor Jesucristo es ¡recibir vida! ¡Y Saulo no le conocía!
Leamos ahora el versículo 6:
6
Él, temblando y temeroso, dijo:
—Señor, ¿qué quieres que yo haga?
El Señor le dijo:
—Levántate y entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que debes hacer.
Saulo se encontraba aquí tendido sobre el polvo, en aquel camino a
Damasco. Ésta fue una conversión muy notable. Notemos además que
Pablo reveló inmediatamente su conversión. Este hombre que aborrecía al
Señor Jesús, el que había hecho todo lo que pudo en contra de Él, entonces
le llamó “Señor,” y le preguntó lo que Él quería que hiciese. Estaba
completamente dispuesto a cumplir las órdenes del Señor. Había sido
completamente transformado. Esto nos recuerda las palabras del Señor
Jesús en Mateo 7:20 que dice: “Así que, por sus frutos los conoceréis.”
Sin duda podemos saber lo que había ocurrido en la vida de este hombre.
El versículo 7 de este capítulo 9 de los Hechos, dice:
7
Los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, porque, a la
verdad, oían la voz, pero no veían a nadie.
8
Más adelante, Pablo en su relato dijo que sus acompañantes no habían oído.
¿Es que hubo quizá un conflicto entre este relato del doctor Lucas y el de
Pablo? ¡No! Lo que ocurrió fue que oyeron el sonido de una voz y eso fue
todo. No les fue posible comprender lo que fue hablado. Lo que oyeron no
tuvo sentido para ellos y tampoco vieron a nadie. Y se quedaron mudos de
asombro. Lo veremos con mayor detalle en los capítulos 22 y 26 de
Hechos.
Leamos ahora los versículos 8 y 9 de este capítulo 9 de los Hechos:
8
Entonces Saulo se levantó del suelo, y abriendo los ojos no veía a
nadie. Así que, llevándolo de la mano, lo metieron en Damasco, 9donde
estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió.
Saulo se había quedado ciego debido al resplandor de luz del cielo que le
había rodeado. Difícilmente alguien habrá estado más perplejo y confuso
que Saulo. Si nosotros nos hubiéramos encontrado con él durante uno de
esos tres días en Damasco, y le hubiéramos preguntado qué le había
sucedido, creemos que nos habría respondido que no tenía la menor idea.
Pero veremos que pronto Saulo ya se enteraría de lo que le había ocurrido.
Leamos los versículos 10 al 12 de este capítulo 9 de los Hechos:
10
Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a
quien el Señor dijo en visión:
—Ananías.
Él respondió:
—Heme aquí, Señor.
11
El Señor le dijo:
—Levántate y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de
Judas a uno llamado Saulo, de Tarso, porque él ora, 12y ha visto en
visión a un hombre llamado Ananías, que entra y pone las manos sobre
él para que recobre la vista.
Aquí vemos que Saulo de Tarso, un joven de mucho talento, se hallaba en
Damasco ciego y confundido. Mientras tanto, el Espíritu de Dios había
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venido a un hombre llamado Ananías y le había dicho que fuera donde
estaba Saulo de Tarso. Continuemos leyendo los versículos 13 al 16:
13
Entonces Ananías respondió:
—Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males
ha hecho a tus santos en Jerusalén; 14y aun aquí tiene autoridad de los
principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu
nombre.
15
El Señor le dijo:
—Ve, porque instrumento escogido me es éste para llevar mi nombre
en presencia de los gentiles, de reyes y de los hijos de Israel, 16porque
yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre.
Dios explicó dos motivos por los cuales llamó a este hombre. Saulo fue el
instrumento escogido por Dios para cumplir dos propósitos. En primer
lugar, debía llevar el nombre de Jesús. Fíjese que no fue llamado un
testigo, como lo fueron los otros discípulos. Es posible que Pablo hubiera
conocido a Jesús en Su crucifixión, pero no había caminado con Jesucristo
en los días de Su vida en la tierra. En realidad no supo nada acerca de Él,
hasta aquel día en el camino a Damasco. Ahora, tendría que proclamar ése
Nombre. Y es el mismo nombre que nosotros debemos llevar hoy. Es el
nombre de Jesús.
Ahora, Pablo presentaría este Nombre ante tres grupos diferentes: los
gentiles o no judíos, los reyes, y los israelitas. Los no judíos fueron
nombrados en primer lugar. Pablo fue el gran apóstol a los no judíos.
Luego, se mencionan los reyes. Y veremos que Pablo aparecería delante de
reyes, y probablemente aun ante el mismo Nerón. Y luego, llevaría el
nombre de Jesús a la nación de Israel. Cuando Pablo entrase en una
ciudad, siempre visitaría primero la sinagoga. La sinagoga casi siempre
serviría como su lugar de arranque para introducirse en una comunidad y
en la vida de la ciudad. Desde allí alcanzaría a los no judíos. Pero siempre
iría primero a los judíos.
10
En segundo lugar, el Señor dijo que mostraría a Saulo cuán grandes cosas
tendría que sufrir por el Señor. O sea que fue escogido para sufrir por
Jesucristo. Creemos que nunca ha habido otro que haya sufrido tanto por
causa del Señor como lo que sufrió el apóstol Pablo. Nadie se atrevería a
decir: “Yo he sufrido más que cualquier otro. ¿Por qué permite Dios que
esto me ocurra a mí?” Podemos sufrir o podemos pensar que sufrimos más
de lo que realmente sufrimos. Sea como fuere, ninguno de nosotros sufre
como sufrió Saulo de Tarso por el Señor, después que llegó a ser el apóstol
Pablo.
Ahora, al reflexionar sobre esta conversión extraordinaria, sabemos que
hay quienes recordarán que dijimos que la conversión requiere que el
Espíritu Santo utilice la Palabra de Dios y por medio de un hombre de
Dios. ¿Se aplicaron estos factores en la conversión de Saulo?
El Señor Jesús se le apareció personalmente a Saulo. Ahora, recordemos
que antes que el Señor Jesús dejara a sus discípulos, les dijo que iba a
enviar a su Espíritu Santo, y les explicó lo que el Espíritu haría. Dijo el
Señor Jesús en el evangelio según San Juan, capítulo 16, versículos 14 y
15: “Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo
lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo
hará saber.”
Ahora, creemos que cuando el Señor Jesucristo apareció personalmente a
Saulo, el Espíritu de Dios abrió sus ojos espiritualmente y los cerró
físicamente a fin de que pudiera ver al Señor Jesús. De modo que podemos
decir que ciertamente el Espíritu Santo estaba obrando.
¿Y qué diremos de la Palabra de Dios? ¿Cómo fue utilizada en la
conversión de Pablo? Saulo de Tarso era fariseo y conocía muy bien la
11
Palabra de Dios. En efecto, si hubo alguien saturado por la Palabra de Dios
debió haber sido Saulo de Tarso. Cuando uno lee sus cartas, resulta obvio
que estaba muy familiarizado con el Antiguo Testamento. Por lo tanto,
vemos que el Espíritu Santo y la Palabra de Dios fueron factores operativos
en la conversión de Saulo:
¿Y cómo podemos decir que Dios utilizó a un hombre de Dios para
alcanzar a Saulo? Aunque no hubo ninguno presente en aquel momento,
creo que el hombre a quien el Señor utilizó para alcanzar a Saulo no fue
otro que el mártir Esteban.
Estos dos hombres, Saulo y Esteban, se
encontraron solo una vez, y me refiero al momento en que Saulo se
encontraba entre los que mataron a Esteban. Esteban había contemplado el
cielo abierto y dijo: “Veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre que está
a la derecha de Dios” (Hechos 7:56). Saulo habrá mirado al cielo y no pudo
ver a nadie. Después había mirado el rostro de Esteban, dándose cuenta de
que Esteban esta realmente viendo algo. Creo que Saulo habrá esperado
que algún día los cielos se abrieran y que él también pudiera tener una
visión de Dios. Y eso ocurrió precisamente en el camino de Damasco,
cuando el viajero contempló una brillante luz. Fue Jesucristo el que se le
reveló en aquel lugar. Estimado oyente, usted también puede tener un
encuentro con Dios por medio del señor Jesucristo. Usted también podrá
sentir que la luz de aquél que proclamó ser la luz del mundo le ilumina,
disipa las sombras, aleja la oscuridad espiritual y transforma su vida en este
mundo con las realidades de la vida eterna.
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