Antología poética - Arte poética

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El poeta, sin duda, es aquel quien mueve, desde la marginalidad, su palabra, para volverla eterna.
ANTOLOGÍA POÉTICA 2004-2010
RONALD CAMPOS
ASIGNATURA COTIDIANA
Hoy que como siempre he reído,
ante mi propio abrazo en retirada.
Hoy que cualquier página de noticiero
manosea de golpe mi piel toda
contra el viento.
Hoy que he amotinado
de repente mi camisa,
¡sin su atareada pregunta de botones!
Hoy que es tantas noches
solamente mi desnudez…
¡desprendiendo, una a una,
poleas de solo olvidos contra el olvido!
Hoy… que el aire solo ha sido esta máscara
demorada frente al silencio.
¡Hoy que tantas noches de pronto ya me agitan!,
¡rehusándose a entregarle nuestros cuerpos insomnes
a algún ángel, a este ángel
omitido por el beso!
Hoy, que tantas noches se rompen,
¡en las íngrimas deudas de Tu cuerpo,
Señor!,
es cuando busco
sobre esta indescifrable dentadura, lentamente,
la palabra
rezumada
de mi infancia…
(De: Deshabitado augurio, 2004)
1
El poeta, sin duda, es aquel quien mueve, desde la marginalidad, su palabra, para volverla eterna.
A ESTRIBOR DEL ÁNGEL
Ser ángel es ser siempre
un delito.
Ser ángel es ser un niño, que sólo
tiene en la garganta apenas un barco atracando
hacia la muerte, con un dos
y un dolor en alto estribor,
con un dos y un dolor
creyéndose irredento corazón.
Y fuera yo como Tú otros ángeles,
pero yo jamás, yo jamás
me he arrodillado tanto hasta besar
sobre la fruta augurios.
Yo jamás he comprendido
lo que es tirarse niño en plena tierra,
y someter contra otros ojos cada herida frente a frente
porque se tiene rocío,
como se tienen canicas
para canjear contra el olvido.
Ser ángel, es nacer
cada día, y todavía no saberlo.
2
El poeta, sin duda, es aquel quien mueve, desde la marginalidad, su palabra, para volverla eterna.
LA SILLA…
“Ponla en pie ante Este Anciano, ella también teme
a Mi Persona. Porque Yo soy Jehová.”
Levítico 19:32
La silla ha combatido
hasta poder amarte.
Ella se ha tomado como pretexto
solamente un café.
El mundo se ha detenido a descansar en ella
y tú, sencillamente,
¡sencillamente la has manchado!
Viniste a sentarte con luto entre las manos.
¡Viniste con el luto encubierto entre los labios!
Y luto en la camisa y los naranjos
y luto entre la herida y los zapatos
¡y luto en la madrugada y en el llanto!
La silla únicamente te ha mirado,
¡y sólo frente a ella estaba tu dolor en alto!
Ella sólo ha perseguido
su inquieta, azul, inquieta soledad:
¡Ella tan sólo te ha esperado!
Por eso dejadla en sus verticales
cuatro golpes,
porque ya has muerto
de frente sin poder morirte,
porque ya, ya has amado
¡y ahora sólo falta que partas tú!,
porque nadie mejor
que Yo para esperar tu sombra,
porque nadie, ¡nadie puede volver
sino siendo sólo otro con un golpe,
sólo un golpe de luz sobre sus hombros!
Ella tan sólo te ha esperado,
anciana sin sombrero entre la tarde.
La silla únicamente te ha mirado,
desde esta silla en que estabas
y ya no,
ya no podrás estar.
3
El poeta, sin duda, es aquel quien mueve, desde la marginalidad, su palabra, para volverla eterna.
JUGARRETAS A TRSLUZ
“¿Quién, si yo gritara, me oiría desde las jerarquías
de los ángeles?… Todo ángel es terrible.”
Rainer María Rilke
Lo nuestro es terrible:
Arribar como un niño a este mundo,
disfrazado para el viaje, y sin ser ya temible.
Lo nuestro es terrible…
Háblame, que no quiero
volverme esa palabra incesante para el silencio.
Tócame, porque ya, ¡ya ha sido demasiado tarde:
me he descubierto siendo Dios entre tus brazos!,
pues te besé tan sigilosamente,
que sobre tu boca estallaron lunas
rodeándolo todo, ¡todo, todo…!
Al final, sólo quedó
sobre tu sombra y mi sombra
este escarabajo cómplice
deshaciéndose en luz;
el resto fue sólo sombras.
¡Lo nuestro también es terrible!:
¡Esperar sobre el cuerpo
sólo un ángel furioso!
¡Y negar toda la vida cuando se ama,
cerrar los ojos y aventurar abrirlos contra
otro cuerpo que tampoco existe!
¡Lo tuyo es terrible!:
¡Convertirte en este ángel
tan lentamente –repentinamente-,
que hasta incluso crees
que cuanto ves en mí todavía es el mundo!
Lo nuestro también es terrible…
Mientras aguardan,
entrecerrados, nuestros ojos,
una mañana que tampoco comienza.
4
El poeta, sin duda, es aquel quien mueve, desde la marginalidad, su palabra, para volverla eterna.
CABALLOS EN MI TAZA DE CAFÉ
He llegado un poco tarde
a las 5:30 del café, y he levantado
esta tibia taza de modo
que levanto incluso el corazón.
He levantado la negra taza de beber,
y sin querer han entrado con tajo
azul sobre el pecho caballos,
caballos empuñados locos
pisando sangres,
caballos empuñados locos
hasta el filo unívocos,
caballos empuñados locos
contra esta taza relinchando
como un humillo,
o como una herida,
sobre mi negro sorbo todavía…
He aguardado
—cigarrillo en boca—
el estrago de todo cuerpo
sobre espejos besados.
¡Y sí!
Temo haberte fallado, padre;
el no haber sido suficiente
umbral dispuesto ante
¡tu hábito preciso de ser cuchillo!
Temo haber
decepcionado a ese otro,
¡que impenitente viene
preguntando por mí desde otras muertes!
Temo, simplemente, doler
como un tajo de crines sobre las cosas puras,
¡como un corazón
sitiando al corazón!
He llegado un poco tarde,
y he encontrado mi cuerpo
en la esquina más lámpara
del café: cucharilla y soledad y taza entre las manos.
Y sin embargo, he traído una
naranja doblada
5
El poeta, sin duda, es aquel quien mueve, desde la marginalidad, su palabra, para volverla eterna.
en mi bolsillo,
para ofrecértela y distraerte
cuando decidas,
Dios mío,
tomarme por estas manos,
¡y disfrazar conmigo niebla a niebla
también tu grito!
(De: Hormigas en el pecho, 2007)
6
El poeta, sin duda, es aquel quien mueve, desde la marginalidad, su palabra, para volverla eterna.
HACERNOS AL AMOR
Llego, y desnudo estás.
¡Tocándote como un muchacho
ebrio de dioses totalmente!
Aspiro tu olor de hombre
recién duchado.
¡Aspiro las flores
invisibles saltando de tus poros!
Si enamorabas con nimbadas
naranjas tus pezones.
¡Si con rosas, con sándalo!
¡Con violetas maceradas y azucenas; tulipanes!
Todo yace en equilibrio
bajo tu bóxer encendido.
Y sacudes el agua
de tu lomo cobrizo.
¡Friccionas tu cuello con esa tu mano
que desde allí me sueña!
Hurgando los rincones
de tu espalda, de tus nalgas.
¡Hurgando delicioso
tus caderas de arcángel vestidas ya de mundo!
Tu pelo, brisa
idéntica a lejanías.
¡Tu cuello convocado a la muerte, luz pausada!
Tus vellos, ráfaga de carne.
¡Tu pene como un río que viniera
desde extintas manos a morir sobre mi espalda!
Llego, ¡y con mi boca abro
sujetándote el candado del aire
entre tus piernas!
Acuclillada tu entrepierna…
¡Acuclillada como un cáliz, una hostia,
a donde llevas, ay, lentamente mi cabeza!
No cometas en mí
el peor de tus silencios.
Somos la vaciedad
tan ciega de esta tarde.
Después de todo, amor,
somos más antiguos que el instante de morir
amándonos.
7
El poeta, sin duda, es aquel quien mueve, desde la marginalidad, su palabra, para volverla eterna.
RUTINAS PARA TU LÁPIZ LABIAL
El juego es la verdad
exhausta de la noche.
Ven.
La noche es esta gata
súbitamente tibia:
¡La votiva humedad
mientras tú
manchando todo!,
¡manchándolo de rojos
cuchillazos calientes
desabrochas tu torso!
¡Ven!
Mordisquea mis dedos
inevitables.
¡Mordisquea esta mordaz
tinta empapada de mis gemidos porque quiero…
a tus manos temerles, como anchos dados torpes
contra el viento!
Ven…
Ambicioso embistiendo
mis nalgas enfebrecidas.
¡Ambicioso inclinándome,
manchando tu bermeja hostia entregada
a ras del suelo!:
Ven…
¡Aunque la mirada traigamos
bulliciosa de luz desde otras muertes!:
¡Gajo de carne el que
recibo a tus pies largamente!
¡Por eso ven, ven!,
¡ven y ensúciate, amor!
¡Con rojas cuchilladas!,
se hirió tu cintura
de madrugadas.
8
El poeta, sin duda, es aquel quien mueve, desde la marginalidad, su palabra, para volverla eterna.
ÍMPETU DEL AGUA
“Y arqueaba mi lomo de agua limpia...”
Gerardo Diego
Desde tus piernas. Sola.
De entre mi boca cae.
El agua nos cae y dura.
Vive ¡Y estréchanos larga
con su tibio sabor
a hombre! ¡Gime…! Espera.
Aguarda sucesiva
tu hombro ¡Irrumpe el nervudo
borde de tus rodillas,
mis rodillas! Respira:
Desde su levedad
invicta me arrinconas.
Y el agua entrega y cierra,
y afilas alaridos
y paz y rayo contra
mi espalda: Respira ¡Alza!
¡Abre agonía joven
y tiembla! Acaso ríndete:
¡Desgarra tú la curva
indefensión y grita!:
¡Pierde insustituible algo
de hombre con tu lamento!
¡Desde mi abrazo! Sola.
Nos cubre y lame. Y vive.
9
El poeta, sin duda, es aquel quien mueve, desde la marginalidad, su palabra, para volverla eterna.
SOSPECHARNOS IMPERDONABLES
Perdón.
Perdón por mis ojos contra tus ojos.
¡Perdón por mancharnos más que
de caricias las manos!
Perdón porque dispuse
¡de tu sombra frente al súbito guiño de esta niebla!
¡Perdón!;
porque en tus manos seguirán besándose ya
nuestras muertes vencidas.
Te pido:
Perdóname este horror,
¡todavía mayor que es la transparencia!:
¡Otro es el sitio de la vida!
¿Será que pretendimos
conocer nuestros rostros,
cuando sólo a nacer hemos venido?
Dueño de un rostro, de un corazón:
¡Por aquel almendro madurando entre mi infancia,
tu voz se detenía como un móvil
de papel por el aire!
Perdóname porque no
―y no estoy seguro―
¡de convertirme en algo más allá de estas venas!:
¡Blanco donde acertará ya el olvido!
¡Perdóname…
amor!
Perdón, porque no estuve…
no estuve ya más entre tus ojos.
10
El poeta, sin duda, es aquel quien mueve, desde la marginalidad, su palabra, para volverla eterna.
TRAVESTIR DE TU INOCENCIA
“A woman’s face with Nature’s own hand painted,
Hast thou, the master-mistress of my passion…”
William Shakespeare
Para el siguiente invierno
incluso estarás aquí.
Mi cama todavía
relame inagotable la mancha de tu olor
regado en sus encajes.
En tu voz
había un taconeo adormecido.
¡En tus pestañas,
alborotadas lunas de cielos corrosivos!
Tus anchos hombros rubios
¡junto a la puerta se ensuciaban de chaqueta
y terciopelo frío!
En tu voz,
jugaba a los espejos
una niña escondida.
Pero con un explícito gusto
a las nueve en punto,
¡casi a las nueve en punto
mordiste mi saliva!
Socorriste con tacitas de té
mi corbata.
¡Omitiste maquillar de náufrago
carmesí las barcazas de tus labios!
Travestiste de muñeca mi amor,
¡para que yo también
besara hasta tu muerte!
Desprendiste en mí un mordisquito maricón.
¡Retocaste malicioso tus caricias
bajo tu falda!
Ruborizaste a la noche
con tu cuchilla tibia:
¡Taconeaste entre mis sábanas roncos gemidos
ay de flamenca herida!
Mi cama no deja
¡de lamer tus clandestinos brazos derramados
contra mi espalda!
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El poeta, sin duda, es aquel quien mueve, desde la marginalidad, su palabra, para volverla eterna.
Para el siguiente invierno todavía,
¡travestirás tu muerte
frente al espejo, amor, cada mañana!,
¡hasta jugar —a escondidas de nuevo—
con Dios y conmigo y con toda esta soledad!
(De: Navaja de luciérnagas, 2010)
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