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Esgrimas verbales / “Antología del retrato” de E. M.
Cioran; por Patricio Pron
Patricio Pron · Thursday, June 16th, 2016
Emil Cioran, fotografiado por Ana Torralba.
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“Después de vivir su infancia huyendo de las frondas aristocráticas, Luis XIV decidió
instalar a la mayor parte de la nobleza de su reino en distintos apartamentos del
palacio de Versalles”, escribe Rafael Gumucio en su prólogo a este libro; como afirma,
“Tenerlos cerca le permitió vigilarlos, mientras ellos, a su vez, se vigilaban entre sí. La
corte se dejó ir en ese juego de miradas aviesas y hambrientas que los más lúcidos, o
los más indiscretos, dejaron anotadas en cartas, notas, novelas en clave, diarios de
vida y memorias” (7).
Apasionado de la obra de Henri de Saint-Simon, el escritor francés de origen rumano
Emil Cioran ideó alguna vez con una amiga una antología en inglés de la obra del
autor de El nuevo cristianismo; el proyecto nunca se llevó a cabo: en contrapartida,
Cioran decidió “intentar ofrecer una imagen de conjunto de este arte tan arduo que
consiste en fijar un personaje, en desvelar sus misterios atractivos o tenebrosos” (15).
La Antología del retrato resultante recorre un arco temporal que va desde mediados
del siglo XVIII a la mitad del XIX, aproximadamente; a pesar de que en ese período se
produjeron, como es evidente, algunos hechos de cierta importancia (la Revolución
Francesa, por ejemplo), la unidad estilística de los retratos reunidos pone de
manifiesto la continuidad de las prácticas que les dieron origen, como si sus autores
no hubiesen abandonado nunca las habitaciones de Versalles. La ociosidad de palacio
los había convertido en brillantes observadores y en esgrimistas verbales temibles, en
auténticos maestros del epigrama, pero también en árbitros de un gusto que, como
sostiene Cioran, fue empleado “en naderías sutiles y en futilidades delicadas” (23) y
cultivadas tan largamente que la nobleza que las produjo, “de tanto mirarse a sí
misma, no vio llegar la Revolución que cortó sus cabezas” (12). En esa paradoja,
sostiene Gumucio, “Cioran encontró […] algo más que la explicación de las
revoluciones y contrarrevoluciones que marcaron su vida” (12).
Si las “naderías sutiles” contribuyeron, según el rumano, a la creación de un
“producto de invernadero” que, “al rechazar todo desenfreno, de ninguna manera era
capaz de producir una obra de una originalidad total, con todo lo que ello implica de
impuro, de espantoso y de irresistible” (23), el retratismo de autores como FrédéricMelchior Grimm, Madame de Rémusat, François-René de Chateaubriand, Charles
Augustin Sainte-Beuve o el ya mencionado Saint-Simon es, sin embargo (y pese a la
opinión de su antologador), extraordinario: en la corte, sus autores habían hecho de la
observación un recurso vital para la supervivencia política, y de la esgrima verbal, una
forma excelsa de resolución de los conflictos políticos. Reunidos aquí, sus textos (que
Cioran cree caracterizados por “un verbo vigilado y censurado por quién sabe qué
inquisición de la nitidez”, 23) se leen como una literatura quizás remanente, pero no
por ello menos fascinante.
A la fascinación de leer a Chautebriand hablando sobre Joseph Joubert (“un egoísta
que no se ocupaba más que de los demás”, lo describe; 176) sólo para, a continuación
(y en un rasgo de malicia por parte del antologador), leer a Joubert hablando sobre
Chautebriand (“prefería los errores a las verdades porque los errores eran más
suyos”, 181), o de ver a Jean-Jacques Rousseau siendo juzgado por un incidente banal
en un teatro y no por el extraordinario edificio intelectual que levantó, la lectura de
esta Antología del retrato añade la de una aproximación a una sociedad en la que,
como afirma Cioran, “la maledicencia era de rigor”: Saint-Simon atribuyendo al duque
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de Noailles “toda suerte de recursos en la mente, pero todos para el mal” (42), Grimm
despachando a Bernard Le Bovier de Fontenelle con un “la sabiduría de una mente
fría no vale las tonterías de un genio ardiente” (60), Etienne Dumont acusando al
conde de Mirabeau de haber plagiado la frase (muy acertada) de Nicolas de Chamfort
“la facilidad es un bonito talento a condición de no usarlo” (101), a Madame Vigée Le
Brun recordando que al señor Le Pelletier de Morfontaine le olían mucho los pies y
ella tuvo que viajar con él en un coche cerrado en una ocasión (lo que describe como
una “triste experiencia”, 139).
♦
E.M. Cioran (ed.)
Antología del retrato. De Saint-Simon a Tocqueville
Trad. Santiago Espinosa
Santiago de Chile: Hueders, 2015
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on Thursday, June 16th, 2016 at 1:30 am and is filed under
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