ÉTICA, RESPONSABILIDAD SOCIAL Y TRANSPARENCIA 4.0

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ÉTICA, RESPONSABILIDAD SOCIAL Y TRANSPARENCIA
4.0 DIAGNÓSTICO Y ESTRATEGIA: PENSANDO NUESTRO BIENESTAR
“Llega a ser el que realmente eres”
Píndaro
4.1 El diseño de una estrategia de vida
¿Qué rasgos comunes comparten una enfermera en Kandahar, un profesor rural en Chiapas
y un director de orquesta en Bellas Artes? Obviamente las diferencias entre ellos saltan a la
vista, pues cada uno ha elegido vidas muy distintas. La enfermera atiende a una persona
que perdió sus piernas en un campo minado, el profesor enseña a leer a los niños indígenas
y el director de orquesta encabeza a un grupo de músicos que interpretan música de cámara
en un concierto. Sin embargo, todos comparten el hecho de que ninguno llegó ahí a partir
de la nada. Todas esas vidas tienen una historia detrás que los ha llevado a ese lugar. A
nadie le cae del cielo una orquesta para dirigirla ni una cola de diez enfermos para curarlos.
Hay algo de lo que podemos estar seguros: todos ellos están en busca de su propia plenitud.
La inclinación hacia el estado óptimo de vida está presente en los seres humanos de
cualquier época. Los cines, las pirámides, las ferreterías, los hospitales, los estadios de
futbol y todo lo que se nos ocurra tiene su origen en la búsqueda de esa vida plena. El
mundo moderno, cada vez más complejo, tiene un hilo conductor: el anhelo de bienestar y
de sentido. ¿Cómo alcanzar la mejor versión de nosotros mismos? Hay tantas respuestas
como personas, pero se pueden reconocer tres rutas fundamentales:
1) llegar a la plenitud por casualidad;
2) esperar a que alguien nos lleve hacia su encuentro;
3) ser el protagonista de su búsqueda.
Un examen de estas posibilidades arroja alguna luz sobre la respuesta.
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4.1.1 La apuesta por el azar
Examinando la primera posibilidad, podemos presumir que la vida lograda —el bienestar,
más o menos estable—, no es fruto de alguna coincidencia afortunada. Esto se debe,
básicamente, a dos motivos: (a) la causa del bienestar debe ser algo que esté al alcance de
todos y (b) debe ser algo que nos mantenga en estado de plenitud. Éste no es el caso de la
suerte.
Los eventos casuales no suceden siempre ni frecuentemente. Un ejemplo de un evento de
este tipo sería ganar el premio mayor de la lotería. Esto no puede ser, por sí mismo,
detonador de una vida lograda. El premio, de entrada, no puede ser ganado por todos los
participantes y, además, ganarlo no garantiza un estado pleno. La vida de las personas
transcurre en un horizonte temporal, así que sacarse el premio no es una eventualidad que
vaya acompañada inseparablemente de una dicha permanente. El momento de alegría que
acompañará al golpe de suerte, puede verse sucedido por momentos de angustia. La
preocupación por perder el premio o su misma pérdida, pueden poner al afortunado en un
estado de desdicha total como ocurrió al buen Harpagón, protagonista del Avaro de
Molière: “¡Me han robado mi dinero! ¿Quién podrá ser? ¿Qué ha sido de él? ¿Dónde está?
¿Dónde se esconde? ¿Qué haré para encontrarlo? ¿A dónde correr? ¿A dónde no correr?
¿No está ahí? ¿No está aquí?...¡Ay! ¡Mi pobre dinero! ¡Mi pobre dinero! ¡Mi más querido
amigo!” Un golpe de suerte no es suficiente para alcanzar un estado de plenitud definitivo
o, por lo menos, estable. El azar, cambiante por definición, no parece ser el mejor camino
hacia una vida lograda. Optar por el azar, consciente o inconscientemente, es una elección
desafortunada. Es arriesgado hacer de nuestra vida un puro juego de dados.
4.1.2 La renuncia a la libertad
La segunda opción que se nos presenta para alcanzar una vida lograda es que alguien nos
lleve hacia ella, sin intervención alguna de nuestra voluntad. En este caso, no sería
resultado de actuar bien o mal, sino de ser títere de otro. Renunciar a la libertad es dejar de
ser actores de nuestra vida, para convertirnos en marionetas de un titiritero.
Alcanzar la plenitud por este camino —la renuncia a la libertad— parece poco probable
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por dos razones. Primero (a) porque no tenemos garantía alguna de que esa persona nos
conducirá hacia la dicha. Además, (b) este camino es sólo una ficción. En realidad nadie
puede mover la voluntad de otra persona. No existe el titiritero suficientemente poderoso
como para mover la voluntad humana a su antojo. En todo caso puede inducirla, pero esto
exige la cooperación del involucrado. Un títere no decide ser movido por otro. En cambio,
el ser humano que renuncia a su voluntad, renuncia libremente.
La plenitud de la vida implica saber qué es lo que realmente queremos de ella y no lo que
otros quieran de nosotros. Los estereotipos de conducta usados para arrastrar a las masas no
suelen ser proyectos exitosos para quienes se dejan persuadir por ellos. No hay más que
sentimiento de sumisión, servilismo y anulación de valores. El "hombre masa", dice
Ortega, no lo es por ser multitudinario, sino porque es inerte. La vida es movimiento, pero
sobre todo auto-movimiento. Quien pretenda renunciar a su libertad tiende a convertirse en
un cadáver, o por así decirlo, en un zombie.
El examen de la renuncia a la libertad arroja como consecuencia la certeza de que la
búsqueda de una vida plena exige la intervención activa de la voluntad de cada persona. El
azar y la renuncia a la libertad no parecen caminos viables hacia una vida lograda. Esta
verdad puede parecer obvia. En efecto, reflexionando un poco, cualquier individuo dotado
de una inteligencia normal podría llegar a esas conclusiones. Sin embargo, esta verdad
teórica tan elemental, no se refleja en el mundo como podríamos esperar. Pocos
reconocerían explícitamente que “les molesta ser libres”. Sin embargo, en la práctica es
fácil convertirnos en títeres de las circunstancias, de la publicidad o del poder. Todos
hemos tenido noticia de más de una persona que vive al día sin rumbo determinado, o que
es movida en masa hacia donde marca la moda. La renuncia de la voluntad a favor del caos
o del determinismo es lamentable. La apuesta por el azar o la esclavitud para alcanzar una
vida plena desembocan en el conformismo (“lo que venga está bien”) y en el totalitarismo
(“hago lo que otras personas quieren que haga”). Si bien hay tantos caminos hacia la dicha
como personas, todas esas rutas tienen algo en común: ninguno llega a su fin por
casualidad ni sin la propia intervención.
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4.1.3 La intervención de la voluntad
Disfrutar una vida plena exige desempeñar un papel protagónico en la propia vida. Para
gozar de la vida —de nuestra vida— debemos ser actores de ella y no meros espectadores.
Sin embargo, las acciones humanas coinciden con innumerables escenarios que no
dependen de la propia voluntad. Es más, la mayoría de las cosas que suceden en nuestra
vida suceden al margen de nuestro querer y son imprevisibles. Pero estos acontecimientos
exigen que tomemos una postura.
Nada de lo que sucede hoy, determina irreversiblemente lo que sucederá mañana. Si bien
esta apertura es estremecedora, nuestra libertad no toca todas las áreas de nuestra vida.
Estamos arrojados a unas circunstancias concretas. Vivimos en un mundo que no elegimos,
pero en el que podemos elegir. Nosotros no pusimos el escenario, pero lo podemos
modificar, aceptar o rechazar. Nadie puede elegir su lugar de nacimiento o la época de la
historia en la que quiere vivir. No está en nuestra mano la elección de nuestros padres, pero
sí depende de nuestra voluntad configurarnos a nosotros mismos. Todo individuo al nacer
viene acompañado de un sinfín de determinaciones. No obstante, en ese contexto
determinado, está llamado a elegir y a elegirse. La voluntad de cada individuo es su caja de
Pandora o su lámpara de Aladino. Nuestra voluntad puede modificar el entorno y sobre
todo modificarnos a nosotros mismos.
Si la vida plena exige la participación activa de la voluntad, el diseño de una estrategia de
vida será un requisito indispensable. La urgencia de tal estrategia emerge de la
multiplicidad de caminos hacia la plenitud y de la responsabilidad que conlleva nuestra
libertad. Los actos voluntarios, por ser libres, implican responsabilidad. Es decir, se
remiten a quien los realiza como a su origen. El ser humano, por ser libre, es causa de sí
mismo, elige su papel y tiene historia. Si bien el concepto de responsabilidad admite
matices, que no son evidentes a primera vista, todo mundo sabe que tiene que responder
por sus actos. Si no fuera así, los niños no pedirían un premio por hacer su tarea, ni
esconderían sus malas calificaciones a los padres. Ni el niño más cínico se extrañaría de
que sus padres lo castigaran por hacerle un corte de cabello “original” a su hermano menor.
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¿Qué significa ser responsable? La idea más común es que una persona es responsable si
asume las consecuencias de sus actos. Esto es deseable, pero insuficiente. No basta con ser
responsables. No diríamos que una persona que permanece en el lugar de los hechos
después de cometer un crimen es un buen ejemplo de responsabilidad. El tipo asume las
consecuencias de sus actos: ir a la cárcel. Sin embargo, este no es el tipo de responsabilidad
que facilita la convivencia humana, ni nos acerca a una vida lograda. No basta una gran
cárcel llena de hombres y mujeres responsables —y delincuentes— que asumen las
consecuencias de sus actos para tener una sociedad exitosa.
Hay que llamar responsable a la persona que también asuma los "antecedentes" de sus
actos, es decir, los principios a partir de los cuales actúa. Una persona que actúa sin
referencia a un mínimo de convicciones, difícilmente podrá alcanzar una vida lograda.
Vamos a decirlo llanamente: la primera responsabilidad es sopesar nuestro marco de
valores. Somos responsables de las pautas de conducta que elegimos para nuestra vida. Tal
es nuestra primera responsabilidad. Las personas, generalmente, pueden tener puntos de
vista encontrados con otros sujetos. Sin embargo, alguna convicción deben tener. Nadie
vive sin un mínimo de principios de conducta. Cualquiera puede estar sentado en una
cafetería de moda discutiendo sobre la objetividad de la ética, pero nadie estaría dispuesto a
pagar dos veces la cuenta, por mucho que el mesero argumentara un relativismo ético que
no reconozca la justicia en su elenco de valores. A la hora de la verdad sostenemos con
mayor o menor firmeza algunos parámetros éticos.
La responsabilidad que emerge del señorío sobre nuestras acciones, exige asumir las
consecuencias desencadenadas por nuestros actos y las convicciones que nos movieron a
actuar. Sin embargo, esto todavía no es suficiente. Una persona es responsable si, además
de esto, tiene un proyecto y una estrategia para encarar la vida. No se puede vivir sin
convicciones, pero éstas necesitan un marco de referencia que les dé coherencia entre sí.
No se puede ser abogado y anarquista al mismo tiempo. Las pautas de conducta deben
mirar las exigencias emergentes del hecho de ser persona y de lo que queremos llegar a ser.
Nuestra vida debe ser un proyecto consistente y no un mero conglomerado de acciones y
buenos deseos.
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4.1.4 El proyecto de vida
Nadie puede renunciar a esta exigencia: es necesario proyectar lo que queremos llegar a
ser, a partir de lo que ahora somos. La propia naturaleza, como se ha dicho antes, es un
marco común para todas las personas. Las decisiones, las convicciones y el cálculo de las
consecuencias de nuestros actos también tienen sentido en virtud de un marco más
particular: el proyecto de cada persona. Vivir con un fin en mente da un marco de
referencia para examinar todas nuestras acciones.
La conducta de hoy, la de mañana, la de la próxima reunión o jornada de trabajo puede
examinarse en el contexto de un plan. Si el fin aparece con claridad en la cabeza, el
quehacer diario no desviará a nadie del lugar al que se dirija. La conducta de cada día
contribuirá significativamente a la construcción de cada uno.
¿Cómo construimos una casa? Primero la planeamos. ¿Para qué quiero una casa? En virtud
de la respuesta a esta pregunta, selecciono el tipo de residencia que necesito, los materiales
a usar, los tiempos de la construcción, etc. La vida, a su vez, también es algo que se
construye. ¿Qué queremos llegar a ser? Esto es ponerse un fin, descifrar cuál es la mejor
versión de nosotros y dirigirnos hacia ella. Kierkegaard, filósofo danés del siglo XIX,
decía que nuestra grandeza está en proporción al objeto de nuestro amor. La respuesta que
demos a la pregunta por lo que queremos llegar a ser, da lugar a la planeación de nuestra
propia edificación. En la construcción de la persona, podríamos decir lo mismo que
Leonardo da Vinci: “¡Es hermoso ver crecer un edificio de un suelo donde antes nada
existía!”
Actuar con un proyecto en mente significa comenzar con una idea clara de quiénes somos,
dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos. El hombre se comporta como lo que cree que
es. Aceptar la verdad de lo que somos, ni más ni menos, es el punto de partida más
recomendable. No tiene caso sobrevaluar lo que ahora somos y menospreciar lo que
podemos llegar a ser. El éxito de la empresa dependerá de la coherencia de cada voluntad
con su proyecto. Una vida será más amable entre más se aproxime a lo proyectado. No es
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lo mismo quedarse a una décima del récord mundial de los 400 metros planos, que
quedarse a un minuto.
La relación de perfección entre la coherencia de vida y proyecto también se da a la inversa.
La perfección de un proyecto dependerá, a su vez, de la capacidad que tenga para realizarse
en la práctica. No basta diseñar un proyecto y una estrategia de vida, para llegar a feliz
término. Ésta debe ser realista. El récord de 100 metros planos no puede bajarse a cinco
segundos. Debe existir una retroalimentación entre el proyecto y la vida práctica. De lo
contrario, idealizaremos la realidad en vez de realizar un ideal.
La persona que cuenta con un proyecto de vida es como aquel que tiene un barco, sabe de
dónde parte, hacia dónde va y qué ruta lo llevará hacia su destino. Sin embargo, como
decía Séneca, la vida se divide en tres épocas: la que fue, la que es y la que será. La que
vivimos es breve, la que hemos vivido es cierta e irrevocable y la venidera es dudosa. La
realización del proyecto se enfrentará a más de un imponderable: tormentas, revueltas entre
los tripulantes y mil contratiempos más. El futuro incierto no es predecible. Llevar el
proyecto a la práctica implica tener una estrategia realista para sortear los obstáculos que
se puedan presentar.
4.2 Aplicar la estrategia: la ética como saber práctico
Algunos muebles que se venden desarmados son una verdadera maravilla. Si uno se toma
la molestia de leer el instructivo, costumbre poco generalizada, podemos armar un pequeño
librero sin mayor complicación. El número de tablas y el número de tornillos es exacto. Las
indicaciones puntuales. Además, tienen otro encanto: así como armamos este librero, se
puede armar cualquier otro de la serie. En este terreno, las aportaciones “originales”
pueden ser desastrosas.
En cambio, un modo desafortunado de aplicar una estrategia de vida es pensar que hay un
conjunto de reglas fijas que garantizan la felicidad. La realización de un proyecto y la
aplicación de una estrategia de vida no son tan sencillas como el armado de un librero. No
existe un manual que indique con lujo de detalle los pasos a seguir para armar y dirigir la
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propia vida hacia su meta. La aplicación de una estrategia de vida exige reflexionar
reiteradamente sobre nuestro proceder ante la diversidad de situaciones concretas. Esta
responsabilidad es intransferible. Nunca encontraremos dos escenarios iguales para su
aplicación y dos personas iguales para decidir. Visto un león, decía Gracián, están vistos
todos; pero visto un ser humano, sólo está visto uno, y además mal conocido. Alcanzar una
vida lograda exige actuar con cierta sabiduría práctica.
Este “saber hacer” no siempre viene con las arrugas y los años. Su adquisición no es sólo
cuestión de tiempo. El éxito del proyecto vital depende de saber cómo aplicar esa idea
ejemplar a cada situación particular. Así como el buen músico no sólo es un teórico de la
armonía, tampoco la ética se ejercita en abstracto. No es mero conocimiento, sino
conocimiento directivo: reflexiona, enjuicia y ejecuta o se abstiene. Es necesario, para ello,
mirar siempre en dos direcciones: hacia la naturaleza humana, como pauta de conducta, y
hacia las circunstancias concretas que exigen una respuesta.
Si cuidar la propia salud es una exigencia de nuestra condición, vivir la sobriedad será una
exigencia de la propia naturaleza. No hacerlo implica, por lo menos, el deterioro de las
funciones del hígado. La sobriedad es una de esas cosas que no se viven en abstracto, sino
que se pone a prueba en situaciones concretas que exigen una respuesta concreta. ¿Cuántos
tequilas puede o debe tomar una persona en una fiesta de graduación? Dar un número
concreto no es precisamente una respuesta sabia. La cantidad estará en función de la
persona, pero la llamada a la sobriedad es universal. Habrá gente que su constitución física
sea más resistente que otras. Sócrates, por ejemplo, tenía una reconocida capacidad para
beber y comer más que la mayoría de sus compañeros de tertulia, sin perder la compostura.
Toda persona es, en ese sentido, su propia medida. La naturaleza exige a todos sobriedad,
pero esto no se traduce en determinar el número exacto de tequilas que debe tomar un ser
humano virtuoso al momento de graduarse.
La pregunta que sale al paso ahora es: ¿cómo aplicar exitosamente las normas generales a
los casos particulares? Bien, pues esta "sabiduría práctica" se obtiene, paradójicamente, en
la acción. A nadar se aprende nadando y a decidir decidiendo. El ejercicio de la decisión
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implica creatividad. El ser humano llega a ser creativo cuando logra extraerle sentido a una
vida que parecía absurda o, al menos, aburrida. Algunas recomendaciones, mínimas, que
pueden ser útiles para decidir sabiamente son las siguientes:
a) Hay que tener presentes las experiencias anteriores. Es recomendable comparar cada
caso que tenemos en frente con otros similares. No serán idénticos, pero guardarán alguna
semejanza. El éxito o el fracaso ante una situación similar serán un buen criterio para
decidir lo que se debe hacer. Si una persona llega tarde a una entrevista de trabajo y ésa es
la causa por la que no recibe el empleo, procurará ser puntual en su próxima entrevista.
b) Experimentar en cabeza ajena. No está escrito en lugar alguno que haya que tropezar
con todos los obstáculos posibles. No hay personas sin tropiezos, pero no es necesario
recorrerlos todos. Aprender de los errores o aciertos de los otros, es una medida de
prudencia muy útil.
c) Pedir consejo a quien se reconoce como experto. Así como acudiríamos a un experto
para resolver un problema técnico, es recomendable recurrir a las personas que
reconozcamos como sabias en el arte de vivir la vida. Los ancianos pueden ser los mejores
candidatos, pues han recorrido ya caminos semejantes al nuestro y su ánimo es mucho más
sereno. Desafortunadamente, la sociedad industrial ha minusvalorado la experiencia de la
persona adulta en plenitud. Hoy, la civilización intenta enmendar su error, injusto y torpe:
las personas mayores suelen ser sabias. En todo caso, todos conocemos personas que
pueden dar un buen consejo. La opinión de alguien externo, acerca de nuestro
comportamiento siempre será útil para saber qué hacer o, en otros casos, conocer nuestros
propios defectos.
d) Aprender a tomar distancia de las situaciones. Hay que intentar, en la medida de lo
posible, ser lo más objetivo posible en la valoración de las cuestiones que traemos entre
manos. Las dificultades de la objetividad ya las comentaremos más adelante, pero no son
insuperables para alcanzar una vida lograda.
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Algo que salta a primera vista es la diferencia entre el técnico y el poseedor de la sabiduría
práctica. La obra técnica es el resultado de la transformación de algo externo. En cambio,
actuar correctamente transforma al sujeto mismo. Todas las personas escriben a lo largo de
su vida su autobiografía. Ésta será el resultado de la suerte con que tome sus propias
decisiones. No hay decisiones que no afecten de alguna manera la configuración de la
propia personalidad.
4.3 Obstáculos y condiciones
La aplicación de un proyecto de vida, hemos dicho, implica un saber práctico, pues debe
aplicarse en situaciones concretas, cambiantes y llenas de matices. Conocer y respetar los
límites, suele ser una de las claves del éxito en más de un caso. Si alguien piensa que la
realización de un proyecto depende únicamente de echarlo a andar, se desalentará ante el
primer contratiempo. Más vale tomar en cuenta las dificultades, para resolverlas de la
mejor manera posible cuando se presenten.
Los obstáculos y las condiciones para la concreción de nuestro proyecto son variadas.
Pueden ser naturales, psicológicas e incluso sociales. Haremos un breve repaso por algunas
de ellas.
4.3.1 Limitaciones naturales
El diseño de una estrategia de vida debe ser realista, lo cual implica aceptar nuestra
condición humana. La naturaleza humana tiene límites. Todo ser humano comparte límites
con el resto de la especie, pero también con las otros habitantes del universo. Carece de
sentido elaborar un proyecto y determinar una estrategia fuera de nuestras limitaciones
naturales. Esto no implica que si no tenemos alas, no podamos volar en avión, pero
tampoco es aconsejable saltar por un tercer piso imitando el vuelo de un ave. La anorexia
sería otro ejemplo lamentable. El cuerpo humano tiene límites hasta en la delgadez. Ir más
allá de esos límites naturales en búsqueda de la felicidad trae consigo consecuencias
indeseables.
El cuerpo humano no es un envase desechable, por lo menos no lo es todavía. Tampoco es
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una máquina perpetua que pueda soportar cualquier trato. El ejercicio físico y el mental son
igualmente importantes. Mente sana en cuerpo sano. El cuerpo tiene limitaciones muy
específicas, aunque está dotado de un conjunto de capacidades que están involucradas en la
búsqueda de una vida lograda. Si tales capacidades son potenciadas, la disposición hacia la
plenitud será óptima. Desde luego esto admite grados, pero cada persona, como en el caso
de la sobriedad, es su propia medida.
Hay otras limitaciones naturales que es recomendable contemplar. La finitud es una de
ellas. Platón y los estoicos decían —con cierto dramatismo-— que toda la vida se ha de
aprender a morir. Nuestra vida se despliega en un marco espacio-temporal. Al nacer una
persona hay un número infinito de mundos posibles para ella, pero sólo una cosa es segura:
en algún momento terminarán sus días. Estudiar en una escuela o en otra, tener un novio o
no tenerlo, estudiar una carrera de artes plásticas en vez de economía y todo lo que se
quiera, abre y cancela mundos posibles. Sin embargo lo único cierto ante tal apertura es
que cada historia tiene un fin. Nadie sabe cómo, cuándo o dónde, pero llegará el momento.
Este día, esta tarde, o la próxima media hora, puede ser la última de nuestra vida. Por
supuesto, puede no serlo también. Este planteamiento puede antojarse exagerado; no
obstante, convivimos con la muerte cotidianamente: accidentes de tráfico, enfermedades,
catástrofes naturales.
Si no contemplamos, por miedo o descuido, que algún día terminará nuestro paso por el
mundo, nuestros planes no serán realistas. Séneca decía: "Teméis todas las cosas como los
mortales, y todas las deseáis como inmortales". El proyecto a realizar y la estrategia a
utilizar deben incluir en su mirada esta realidad ineludible. No podemos apostar todo por el
futuro, ni jugar toda nuestra bolsa en la primera mano. Gastar todos los ahorros en un día
de compras, porque puede ser la última oportunidad, parece una decisión poco afortunada.
Si la persona vive unos días más, estará en serios aprietos. Por otra parte, no gastar un
quinto en el presente, en vistas de un “futuro digno”, es una apuesta peligrosa. Nadie tiene
asegurado el futuro.
Lo mismo pasa con el uso del tiempo. Las personas, en circunstancias normales, no pueden
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pasar 24 horas al día junto a sus seres queridos. De hecho, puede ser poco recomendable.
No dedicar tiempo a la convivencia con esas personas, como si siempre fueran a estar ahí,
tampoco es una apuesta exitosa. El proyecto de vida y la estrategia a seguir para encarnarlo
deben mirar, sin miedo, las limitaciones propias de nuestra condición. La persona que
pueda mirar de frente a la muerte, sin miedo, podrá vivir con una preocupación menos.
4.3.2 Limitaciones del entorno social
Hablar de las limitaciones que impone el entorno social admite más de un enfoque. Si una
determinación es cierta limitación, podría decirse que estamos limitados a ver las cosas de
acuerdo a como nos ha configurado nuestro entorno. No es un determinismo absoluto, pero
sí una influencia que nunca desaparece.
La sociedad ofrece a cada persona un conjunto de valores mínimos para sobrevivir. Esto no
implica que cada sujeto está determinado a seguir las pautas de comportamiento que le
ofrece su alrededor. La aplicación de una estrategia de vida no pocas veces obliga a las
personas a remar contra corriente. Asumir las consecuencias de nuestros actos, diseñar un
proyecto de vida a partir de una serie de convicciones armónicas entre sí y ser coherente
con él, enfrentarán a las personas con su entorno más de una vez. Por una parte, el proyecto
de vida exigirá a veces tomar decisiones en función de una meta a largo plazo que está en
conflicto con lo inmediato, pero, por otra, vivir al día parece ser la consigna. Los modelos
de comportamiento que marcan la pauta a las masas no garantizan la felicidad y muchas
veces la restringen. El miedo al rechazo puede inmovilizar en más de una ocasión la
realización de un proyecto.
Todas las personas que lleven a cabo un proyecto de vida tendrán que jugar en estos dos
frentes: la procuración de una sana convivencia con quienes le rodean y la coherencia con
su propio proyecto. En muchas ocasiones estas dos esferas no entrarán en conflicto, pero
tampoco es raro que alguna vez suceda. Ser coherente con un proyecto de vida y vivir en
paz con los semejantes son dos supuestos básicos de una vida lograda. Un error lamentable
sería realizar un proyecto que no involucre a otras personas. La plenitud de un sujeto no
necesita sólo de objetos, sino también de otros sujetos.
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4.3.3 La resistencia interna al deber
La coherencia de una persona con su proyecto de vida no sólo debe combatir las
limitaciones naturales, el miedo a la muerte y las limitaciones del entorno social, sino la
propia resistencia al deber. Todas las personas han experimentado alguna vez la tensión
entre el placer y el deber. Redactar un trabajo de investigación o irse un fin de semana a la
playa no son igualmente atractivos. Optar por las vacaciones no sería raro. Esto no sólo
pasa a las personas que por ignorancia no saben qué les conviene a largo o mediano plazo.
A cualquiera de nosotros el sol y la arena nos atrae más que un fin de semana encerrados
en la biblioteca.
Comprender que la realización de una meta a largo plazo exige un sacrificio inmediato no
garantiza nuestra coherencia. El cálculo de los costos no garantiza que la balanza se incline
a un lado u otro. “Si no redactas el trabajo, reprobarás la asignatura”, pero... la playa es la
playa.
La resistencia al deber también puede tener su origen en el miedo. Cuando Héctor tiene
que salir a combatir a un Aquiles furioso por la muerte de Patroclo, titubea porque no sabe
cuál será su suerte. El héroe troyano teme la muerte. A veces el miedo puede ser el freno
de mano que impide dar el paso natural que sigue en el proceso de realización emprendido.
Ya lo decía Platón, hay una parte de nosotros que tira hacia la tierra cuando queremos
emprender el vuelo. Esta inconstancia de la voluntad exige el acompañamiento de la
fortaleza para hacer lo correcto cuando no es fácil o rectificar cuando sea oportuno. Ser
fuertes es un hábito adquirido. Nadie nace dotado de él, pero su posesión enriquece la vida
de su dueño. La ausencia de proyecto o la incoherencia con él, son fuentes de frustraciones.
Una voluntad fuerte no garantiza el éxito absolutamente. La vida lograda supone la
posesión de una voluntad firme. La firmeza cuida a la persona de todo, incluso de sí
misma.
4.4 Un diagnóstico falible: el arte del acierto práctico
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Acertar en las decisiones que conducen a la vida lograda no es sencillo. No es cuestión de
un cálculo matemático ni de seguir un instructivo que nos ofrezca pasos específicos. Se
trata de ir asimilando las experiencias que nos da la vida, de aprender el arte de la elección
más conveniente.
4.4.1 Una materia cambiante: el conocimiento de la situación
Nadie quiere lo que no conoce, pero esto no supone un conocimiento cierto y absoluto del
objeto en cuestión. Todas las personas están dotadas de una inteligencia capaz de conocer
al mundo, aunque nuestro conocimiento de él siempre es parcial. El conocimiento que
nuestra generación tiene sobre la naturaleza es superior al que tenían generaciones
anteriores. Sin embargo, no podemos decir que estamos cerca de descifrar todos los
misterios del universo. La naturaleza se caracteriza por innovar, así que ni siquiera el
conocimiento de todo el universo en su estado actual sería un conocimiento absoluto.
En el mundo de las decisiones sucede lo mismo. Siempre tenemos alguna noticia del asunto
sobre el cual hay que decidir, aunque no tenemos un conocimiento absoluto de él. ¿Cuál es
la carrera que debo estudiar? No hay razones lo suficientemente poderosas para mover a la
voluntad irremediablemente hacia alguna. Si uso como criterio de elección la demanda del
mercado por un tipo de profesionistas en vez de otro, no tengo garantizado el éxito de la
elección. Después de cuatro años las circunstancias pueden cambiar. No puedo conocer
todas las variables que determinan cuál es la carrera con más demanda del mercado hoy día
y si las conociera, no tengo garantía alguna de que no cambiarán.
Tal tensión exige la presencia de la voluntad. Los bienes concretos y nuestro conocimiento
de ellos es siempre parcial. Nunca habrá razones suficientes que nos obliguen a tomar una
decisión. La voluntad, en un arranque de audacia, tendrá que dar la última palabra.
4.4.2 Intervención de la voluntad
La relación entre la inteligencia y la voluntad es asimétrica. ¿Por qué actuamos de una
manera y no de otra? La respuesta no apunta hacia la inteligencia. No hacemos las cosas
únicamente porque tenemos buenas razones para ello. La inteligencia no somete a la
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voluntad para que cumpla su deber. Sólo le presenta propuestas, y la voluntad decide. En
cambio, la voluntad sí tiene un dominio despótico sobre la inteligencia y la somete a su
designio.
Nadie quiere lo que no conoce, pero la voluntad decide el tema de sus pensamientos. En
otras palabras, podemos decidir qué pensar y qué no. Este dominio no se da para controlar
los sentimientos, pero sí los pensamientos. La obsesión es la disminución de esta capacidad
y por eso trastorna a quien la padece. El obsesivo no puede pensar lo que él quiere.
Algunas ideas lo persiguen y acosan.
El dominio de la voluntad sobre la inteligencia es fundamento para comprender los
mecanismos éticos de la decisión. La peculiar relación entre ambas capacidades, querer y
pensar, tiene sus repercusiones en la valoración de una situación concreta. Hay muchas
decisiones éticas que nos involucran de tal modo que dirigimos nuestra atención
selectivamente hacia aquellos aspectos del asunto que más nos agradan o convienen. La
voluntad elige esos aspectos. Sin embargo, esto no siempre es lo mejor. Hay veces que una
persona puede pensar que tiene buenas razones para hacer algo, pero es posible que no sea
así. Una decisión no puede tomarse mirando sólo una cara del asunto. Elegir a un candidato
en vez de otro en la carrera presidencial sólo porque se ve en él una parte que nos agrada,
haciendo abstracción del resto, es una elección irresponsable. Esta atención selectiva tiene
su origen principal en la voluntad. Una valoración correcta de los hechos no consiste en
adecuarlos a nuestros intereses.
4. 4. 3 Intervención de las emociones
Las emociones son impulsos para actuar que tienen un origen externo al sujeto. Emoción
viene del verbo latino motere, que significa mover, más el prefijo ex que hace referencia al
origen externo de ese movimiento. Las emociones mueven a la acción y nuestra percepción
del mundo está acompañada de una estimación emocional. Por ejemplo, si una persona es
testigo de una injusticia, puede acompañar su percepción de sentimientos como la ira, la
desesperación o la aversión. Cuando una persona siente ira, la sangre fluye hacia sus
manos, el ritmo cardíaco se eleva y el aumento de adrenalina genera un ritmo de energía
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suficiente que mueve a actuar vigorosamente. En ese estado, la voluntad tiene que decidir
el cauce que dará a esos sentimientos. El sentimiento puede entorpecer los actos de la
voluntad. En derecho se distingue, por ejemplo, entre un crimen pasional y otro
premeditado. La ira reduce la capacidad de la voluntad.
Vemos que un hombre es condenado a recibir un castigo por un crimen que no cometió. La
inteligencia juzga el hecho como injusto y los sentimientos se agitan. La voluntad elegirá la
respuesta: apelar el caso, amenazar al juez o golpear a la parte acusadora. No somos
responsables de lo que sentimos. Sí de lo que consentimos. Las personas son responsables
de los actos que realizan, aunque se vean afectados por un sentimiento del que no son
causantes. Quien mata a una persona llevado por los celos es culpable, pues estuvo en sus
manos no matar. La pasión podrá ser considerada un atenuante y nada más.
Las emociones tienen el poder de alterar el pensamiento y la voluntad. Esto no es una cosa
menor, pues la sociedad no puede funcionar con personas que sólo obedecen a sus
sentimientos o emociones. La inclinación hacia el disfrute inmediato adormece la
capacidad de proyecto y fomenta el conformismo. ¿Cuántas personas se encuentran en
estado óptimo por la mañana para ir a cumplir los deberes? Alguna vez escuchamos decir
al gerente de cierta sucursal bancaria que los domingos por la tarde era abordado por una
depresión inexplicable desde su niñez. Tomar conciencia de que el fin de semana estaba
terminando lo angustiaba. Esto no le parecía extraño, porque le parecía una afección
común. La compartía, por lo menos, con su hijo mayor. Por supuesto el día perfecto sería
un jueves de quincena por la tarde seguido por un viernes en el cual hubiera “suspensión de
actividades por sucesión de días inhábiles”, es decir, un “puente”. La voluntad deberá
contar con un refuerzo para hacer lo que más le convenga.
La injerencia de las pasiones en la valoración de los escenarios que enfrentamos es
indudable. La aplicación de un proyecto de vida será poco exitosa si opta por intentar la
anulación de las pasiones o el sometimiento ante ellas. Sin embargo, alcanzar la armonía
entre razón, voluntad y emociones no es cosa sencilla. Algo que sin duda ayuda es conocer
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las propias pasiones y aprender a manejarlas a nuestro favor. “Conócete a ti mismo” citaba
Sócrates. El arte de dirigir las pasiones, a partir de su conocimiento, tiene dos dimensiones:
aprender a provocarlas para lograr que las acciones correctas sean placenteras y aprender a
atenuar las pasiones cuando impiden un comportamiento correcto.
El fin del equilibrio no es la represión emocional, sino darle su valor y su lugar a cada
sentimiento. Aristóteles decía, y con él la psicología contemporánea: “Cualquiera puede
ponerse furioso...eso es fácil. Pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad
correcta, en el momento correcto, por el motivo correcto, y de la forma correcta...eso no
es fácil”.
En suma, la educación de la persona es un proceso de toda una vida durante el cual el
individuo nunca pierde la oportunidad de cambiar hacia algo mejor. Tener un concepto
claro de qué es lo mejor y luchar incansablemente por ello es uno de los requisitos para
evitar que ese proceso de toda una vida quede truncado. Un proyecto de vida y una
estrategia para realizarlo son exigencias de una vida lograda. Aún más, no sólo es un
asunto en el que nos jugamos la propia suerte. No basta saber qué queremos de la vida,
sino qué quiere la vida de nosotros. Vivir en un lugar y un momento determinado trae
consigo algunas exigencias. Nada más común, pero también lamentable, es el hecho de
que la mayoría de las personas piensan que su dicha no tiene nada que ver con la
sociedad. La suerte del país y de la diversidad de comunidades a las que pertenecemos no
es indiferente a nuestra participación y viceversa. El proyecto de cada persona se da en el
marco de un proyecto social que no es un obstáculo para su realización sino la plataforma
para su plenitud. Nuestra suerte está anclada a la de nuestra comunidad. La exhortación
de Goethe sigue vigente: "tú no puedes huir de ti; eso dijeron las sibilas, los profetas; y no
hay tiempo ni poder que destruya la forma impresa que se desarrolla en la vida".
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Bibliografía recomendada
1. Aristóteles: Ética a Nicómaco, UNAM, México, 1994.
2. Baudrillard, J.: Las estrategias fatales, Anagrama, Barcelona, 1985.
3. Bella, H. R.: Hábitos del corazón, Alianza, Madrid, 1985.
4. Camps, V.; Giner, S.: Manual de Civismo, Ariel, Barcelona, 1998.
5. Frankl, V.: El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 1984.
6. Gardner, H.: Las inteligencias múltiples: la teoría en la práctica, Paidós, Barcelona,
1995.
7. Goleman, D.: La inteligencia emocional, Vergara, México, 2000.
8. Gracián, B: El arte de la prudencia: oráculo manual, Planeta Mexicana, México, 1996.
9. Marco Aurelio: Meditaciones, Gredos, Madrid, 1990.
10. Moliere: El avaro, Sopena, Barcelona, 1965.
11. Platón: Fedro, Gredos, Madrid, 1992.
12. Ortega y Gasset, J.: La rebelión de las masas, Altaya, Barcelona, 1993.
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