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El triste mundo de la felicidad en la DIAN
EL TRISTE MUNDO DE LA FELICIDAD EN LA DIAN1
“(…) ganarse el pan de cada día puede consistir únicamente en
obtener dinero para el bolsillo. Pero ganarse la vida también es
ganarse el ser. Sin ganancia ontológica, espiritual, sólo hay
subsistencia. (Silva, 2003)
El escrito que se dispone a leer contiene la lectura crítica que un pequeño número de moradores han
hecho sobre, el que al parecer es, el «mundo de la felicidad del trabajo en la Dirección de
Impuestos y Aduanas Nacionales». La conclusión a la que hemos llegado es, que la vida cotidiana
del trabajo en la DIAN, para el trabajador(a) se trata de una experiencia feliz, muy a pesar, claro
está, del maltrato, la discriminación, la persecución, la segregación, la estigmatización y la
alarmante vigilancia in situ de la que somos sujeto.
Los destinatarios naturales de esta reflexión son, en primer lugar, los trabajadores del paraíso que es
la DIAN, y en segundo lugar, quienes robustecen su cuerpo de dirección. Aunque no lo parezca,
éste, está escrito con cierto rubor de intencionalidad política. Es decir, para que sirva de material de
discusión en el marco de lo que son las relaciones de poder posibles en la entidad. Esa es la idea,
queremos abrir espacios de conversación entre los trabajadores, promover en cierto modo la
reflexividad y la autocrítica individual y colectiva como ejercicios que posibiliten la construcción
de «relaciones creativas de poder» entre nosotros; que den vida a un mundo del trabajo en el que
«nosotras y nosotros» tengamos derechos a un trabajo con el derecho a ser felices. Partiendo del
entendido, que la humanización de las relaciones de trabajo es una necesidad urgente en esta
entidad.
Al inicio de la lectura van a encontrarse con una escueta descripción sobre cómo transcurre la vida
cotidianidad y cómo es la experiencia de los trabajadores en el mundo del trabajo que se
(re)produce en la entidad. La primera impresión, probablemente no es la más grata, pues aparece
descrita como una escena triste, pero, que no es propiamente de infelicidad; se trata, entonces, de un
mundo habitado por seres “aburridos”, ó a lo mejor “cansados” de repetir una y otra vez lo mismo,
pero sin hartarse. Curioso la verdad. ¿Pues, cómo puede un ser humano no hartarse de un mundo
dominado por la rutina y la represión y ser feliz?
La experiencia nos confirma que las energías, las del cuerpo se consumen, que el tiempo
cronológico transcurre implacable y que la idea del trabajador (nos incluye) sobre el porvenir se
altera (o cambia) con alguna frecuencia; pues allí, donde «lo que antes eran metas, motivos, ímpetu
y sueños, crítica, creatividad, queda una mezcla indescifrable de sentimientos de frustración,
incredulidad, pereza y resignación». Entonces la pregunta es, ¿qué paso aquí? ¿Acaso estamos ante
la culminación de un proceso (natural) de decadencia ontológica del trabajo en la DIAN? ¿Cómo y
qué piensan las personas que están próximas a jubilarse (o pre-pensionados), el trabajador temporal,
él o la que no es, ni de aquí ni es de allá (el disfuncional)?
1
“Aquí mismo en los proyectos de la existencia cotidiana, más acá del reino de las mentiras eterna, introducimos también el ideal tonto
de la seguridad garantizada; de las reconciliaciones totales; de las soluciones definitivas. (Zuleta E.)
El triste mundo de la felicidad en la DIAN
TRABAJADORES Y TRABAJADORAS QUE SIMPLEMENTE MORAN
Los rostros reflejan la costumbre, porque acostumbrarse es en cierto modo una forma de evitar la
infelicidad. Por eso los rostros de la mayoría de nosotros, en principio esos rostros no son pálidos y
la mirada aún se dirige a un lugar próximo. Tras esa mascara, sin embargo, se esconden los rostros
de enfermos, de enojo y sobre todo, los rostros de resignados. Pero también, están los rostros
frescos de quien recién llega; se les conoce a leguas, enredados en precauciones y desconfianzas
que no pueden evitar dejar ver, es comprensible, pues del mundo que recién abordan, tan sólo
conocen la versión oficializada del “1, 2, 3” y el de las noticias judiciales. Algo más de mil (1000)
en los últimos seis meses. Muy distinto es el rostro retocado de aquellos personajes, que de entre la
espesa nube de la confusión aparecen luciendo el disfraz para la ocasión, maestros de lo aparente y
la manipulación, dispuestos a posarse inmorales sobre la desesperanza de los subordinados. Otro
rostro entra en escena, no es nuevo, vive el cambio, que en buena hora asoma, es la expresión de la
felicidad distinta, la de quien recobra la esperanza en medio de lo que parecía imposible. Bien por
ellas y bien por ellos, ganaron en franca li, y aunque la competencia de la que se alzaron con la
victoria no haya sido lo esperado de ninguna manera les arrebata el mérito.
Al final todos son rostros de miedo. Miedo que diferencia y es diferente en cada caso: miedo, por
ejemplo, a ser desempleados. Ese miedo puede escucharse y verse: son las voces de los espíritus
sufrientes que moran por entre las paredes vigilantes. Las mismas que a diario2 repiten: “… esta
difícil por fuera aquí mal que bien al final de mes recibimos el sueldo”.
¿Miedo? Si miedo. ¿Y miedo a qué? A saber quiénes somos en realidad cada uno individualmente:
«desempleados en potencia, subempleados en potencia, precarios, temporales o de tiempo parcial en
potencia, interinos, jefes removibles en potencia». En síntesis, marginales, despojados, maltratados,
excluidos, perseguidos, una especie de humanidad que sufre. Oh paradoja. Y es ese miedo el que los
muestra en medio de las dificultades felices. Más bien alienados, oprimidos, impedidos para
adquirir conciencia de la condición específica de lo que son (o somos) miserables.
Pero claro, tomar conciencia es un riesgo, es el riesgo de pensar. Pero pensar es la clave, porque
pensar entraña reflexión, crítica, revisión, ruptura, lucha. Implica decisión, amor propio, amor por la
vida y por los otros. Porque la lucha es fraternal y solidaria. Y toda lucha es movimiento de ideas,
es imaginación y creación. En fin, la lucha es en términos del humanismo radical «relaciones
creativas de poder».
EL CARÁCTER EMANCIPATORIO DE LA LUCHA POLÍTICA
El llamamiento es a emprender la lucha en sentido político con su carácter emancipatorio. No hay
que olvidar que la lucha es en esencia una especie de confrontación emocional, un campo de fuerza
2
EI punto decisivo es, pues, que en este contexto del "individualismo institucionalizado" (T. Parsons) se erosiona el mecanismo a través
del cual los hombres -desde un punto de vista material y social son integrados a la sociedad, a través del trabajo... La desocupación ya no
amenaza solo a grupos marginados, sino también a la sociedad, incluso a grupos que, hasta hace pocos años, eran considerados como la
encarnación de la seguridad profesional de existencia (por ejemplo, médicos y gerentes), de un modo tan general que, Para los
implicados, la diferencia entre desocupación y amenaza de desocupación pierde significación. Para comprender el dramatismo de esta
transformación de los fundamentos de la sociedad moderna (modernización reflexiva) Esta reflexión la encontramos en Meda (1998) y
Silva (2003)
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habitado por personas deseosas de poder3. (Agudelo, 2013) Dicho esto, miremos por-qué se acusa a
los trabajadores de carecer de deseo de poder, de ser cómodos y mostrarse complacidos de su
condición de sumisos. Unos llaman a ese estado de abandono, resignación y otros, frustración. No
es comprensible, que en la contemporaneidad existan personas que se consideren a sí mismas
inferiores a los otros y que su identidad corresponda a la que los privilegiados les asigne.
Ahora bien, sin perder de vista que la lucha política inevitablemente conlleva contienda,
confrontación, personas de carne y hueso, cuerpos vivos y espíritus impetuosos contra cuerpos
sufrientes y espíritus moribundos. Y de que la lucha se libra entre personas diferentes y es desigual.
Y esto sucede así, en un mundo en el que hay oprimidos, “miserables” (de Víctor Hugo, 1862),
gobernados por unos privilegiados, elegidos (de Alfonso López, 1953) por la providencia. Esto es,
la lucha es al fin y al cabo la pugna permanente entre establecidos y marginados (de Elías N, 1989).
El marginado ignora que el Estado4 es una idea que logra concretarse única y exclusivamente en la
acción que regula sus cuerpos y sus formas de actuar. Que el poder del Estado se hace cuerpo en el
empleado público, y el empleado público encarna la actitud que deviene del poder del Estado. Que
el Estado utiliza a los trabajadores públicos para materializar el ejercicio del monopolio de la
violencia y el monopolio fiscal. Que la administración de impuestos recaba los impuestos en virtud
del poder legítimo, legitimidad que es empleada fundamentalmente para producir miedo a los
contribuyentes, o lo que en términos técnicos equivale a acrecentar el riesgo subjetivo.
Por supuesto, la DIAN5 no necesita exactamente de los empleados en sí, necesita de sus cuerpos
domeñados y dispuestos a producir «miedo». «Miedo» que opera, por una parte, como mecanismo
de persuasión, pero ese miedo sólo es efectivo cuando el empleo de la fuerza es ejemplarizante, esto
es, cuando se propina castigo (o se sanciona) como acción demostrativa de ese poder. Por otra, para
lograrlo, la entidad debe antes seleccionar los cuerpos domeñados, someterlos al imperio ineludible
de una Ley específica, a la que el empleado no sólo debe obediencia, sino a la que además debe
temer -so pena- de hacerse merecedor del castigo ejemplarizante. En resumidas cuentas, el
3
“Las relaciones sociales en el mundo real, lucha descarnada de posiciones, confrontación de deseos e intereses, y entre esos deseos, uno
es el que nos domina, el del poder de dominar” En Agudelo (2013)
4
La DIAN ha sido desde su creación en 1993 laboratorio de experiencias de modelos de gestión de la más diversa índole. Es una
institución que ha experimentado cuatro reformas, más/menos a su estructura administrativa y funcional así como a la estructura de
planta, lo que se ha traducido a modificaciones a la denominación del empleo, la estructura y denominación del cargo. A lo anterior hay
que agregarle la incidencia que sobre la administración y sus trabajadores han tenido las reformas tributarias y a la administración del
Estado, la Carrera Administrativa y las ciento de disposiciones legales que impactan la gestión tributaria, aduanera y cambiaria y que
agravan las relaciones de trabajo basadas en la subordinación y sujeción administrativa y política de los trabajadores.
5
La comunidad de trabajadores de la DIAN se presenta como una estructura de relaciones sociales que está determinada por el tipo de
trabajo que desarrollan, el sistema de reglas que lo regulan y la función que como institución pública cumple en el gran entramado estatal.
Hay allí determinantes, aspectos y características que definen el campo social en el que los trabajadores de la DIAN realizan un tipo (o
clase) definido y específico de trabajo. Esa clase es el trabajo público. Pero un trabajo público, que se despliega en un campo social
específico dentro del mismo Estado, el tributario, al que se le suman, el aduanero y cambiario. Puede decirse, que el campo social en el
que los trabajadores de la DIAN realizan su labor, es, empero, dinámico, en cierto modo complejo y especializado, pero que implica, una
relación de poder de extraordinario valor político además de económico.
Es el carácter político lo que hace que los trabajadores de la DIAN se diferencien del resto de los trabajadores públicos. Las típicas
relaciones sociales de producción que se observan en la fábrica no son reproducibles en la administración pública. Las relaciones de
poder entre el obrero fabril y el patrón, no son las mismas que se establece entre el auditor tributario con su jefe de grupo o el director
seccional.
Cabe anotar aquí, que la organización del trabajo basado en procesos, y en la jerarquización técnica por roles y competencias, han sido
aprendizajes del mundo fabril y burocrático privado, y que ha sido en la administración pública en donde ha alcanzado un nivel de
desarrollo importante. En principio, la necesidad de darle una forma más organizada y técnica a la administración pública permite la
aplicación de modelos de gestión con vocación eficientista, buscando la optimización de resultados y economías necesarias acordes a los
objetivos fiscales sustentadas en relaciones sociales de trabajo basado en la subordinación
El triste mundo de la felicidad en la DIAN
empleado público debe caracterizarse, por ser dueño de una mentalidad sumisa y preso de una
actitud atemorizada. Por ello, la moral que se reclama de los trabajadores de la DIAN, es aquella
que da cuenta de su capacidad, sin duda técnica, de atemorizar a los contribuyentes. El dilema al
que se enfrentan, que no es, ni ético ni moral, sino pragmático es ese que señala la experiencia: “¿...
el contribuyente o yo?”6
LA GESTIÓN POLÍTICA DEL MIEDO
La administración política del miedo consiste en la capacidad del Estado para reprimir (o
coaccionar) el empleado público. Las modernas teorías de la administración del talento humano o
capital intelectual, plantean la necesidad de emplear tecnologías de persuasión o manipulación
emocional basadas en una especie también técnica de gestión de la incertidumbre y el riesgo. Por
ejemplo, la posibilidad de un futuro sin pensión de jubilación, sin jefatura, sin encargo, sin trabajo,
sin el 200% de prima nacional, sin los pequeños privilegios. La incertidumbre (recrea la idea de la
expectativa), el ejemplo más claro, es el de los concursos. La evidencia son los prepensionados que
aspiraban a ocupar un cargo que les representara el incremento real de su base salarial y el eventual
mejoramiento del promedio para la pensión de jubilación; el otro caso, es el de los antes
supernumerarios ahora temporales, motivados por la expectativa de un empleo estable y un mejor
salario; pero también, es la expectativa del disfuncional, que esperaba ascender, obtener
reconocimiento y recibir un mejor salario. Fíjense, la expectativa o lo esperado, se asocia al mismo
tiempo al riesgo de la inestabilidad, a la de un retiro en condiciones indignas, o a la del
empeoramiento de las condiciones materiales de la vida precaria. Se pronostica que cerca (≈) del
35% de los actuales empleados se jubilaran en el curso de los próximos tres años.
Los trabajadores hoy “temporales” (antes supernumerarios) son la demostración de una forma de
precarización estéticamente mejor elaborada. Son el resultado de un artificio jurídico, invención que
ha permitido a la dirección hacerse a un mecanismo de gestión del miedo, que como se dijo antes,
consiste en la manipulación de la necesidad de empleo del temporal para colocarlo en condición de
eventual adversario (o amenaza) de los empleados de planta (sin serlo en realidad). Con el temporal
se produce una especie de estímulo a la competencia basada en la intimidación y la discriminación.
Ejemplo: «Hay jefes que prefieren los temporales a los de “planta”, por considerárselos dóciles y
obedientes». Los (temporales) que recién llegan (2011-2013) no alcanzan aún a experimentar a
plenitud la represión de la que son objeto tanto ellos como los más antiguos (1995-2010) La
incertidumbre sobre la permanencia en el empleo los convierte en sujetos a merced del miedo.
El miedo implícito a la frustración. Se habla de la “disfuncionalidad de la planta”. El disfuncional
es el morador sufriente, impedido de identificarse con su trabajo y probablemente de identificarse
con sus semejantes. El ejerce de manera discontinua múltiples oficios, no tiene profesión que lo
identifique, teniéndola. Sujetos a la prohibición, la de ejercer su profesión. Pero ejercerla es ilegal, y
va contra lo que dice la Ley de carrera y su caprichosa reglamentación. Directivos y algunos de los
6
Aquí es importante resaltar, que cumplir la Ley o hacerla cumplir por parte de sus administrados (o subordinados) implica
necesariamente una relación de poder, y está por imperativo de la Ley misma, supone el ejercicio de la violencia, si bien, no la física, por
considerársele indecorosa e ilegal, si la simbólica, que es estéticamente mejor y políticamente más efectiva. Las probabilidades de un
ejercicio de poder autoritario o democrático dependen, a pesar de las restricciones legales, de la estructura de la personalidad individual y
del contexto en el que, subjetivamente pretende realizar sus intenciones (intereses y deseos) como directora o director.
El triste mundo de la felicidad en la DIAN
enésimos sindicatos coinciden en señalar que la solución al problema está en una “carrera que
funcione”. Lo que es parcialmente cierto o mejor no del todo cierto.
A propósito de lo mismo, hace poco, se divulgo profusamente una propuesta elaborada por el Dr.
Beltrán. En opinión de la dirección dicha propuesta ilumina la solución al problema de la “carrera
administrativa” en la entidad. Contrario a la opinión oficial, en la propuesta del prestigioso jurista,
nada hay de extraordinario, nada nuevo y por lo que se desprende de la lectura de su documento
ninguna solución a la vista. Y los trabajadores y los sindicatos en representación de estos no dicen,
no agregan ni quitan.
Lo desconcertante, es que a pesar de su penetrante y extenso estudio sobre el origen histórico de la
carrera administrativa, el mismo haya carecido de un análisis estructural de la situación real de los
trabajadores en la entidad. Lamentablemente la propuesta se circunscribe al examen constitucional
y legal de la posibilidad de la existencia de una carrera especial y no al estudio y diseño de una
estrategia de solución del problema de la disfuncionalidad de la planta que la aqueja. Es más, en el
documento no se alude a la vulneración de derechos, a la segregación y negación sistémica de
derechos de que son víctimas los trabajadores públicos de la DIAN. Tampoco, atreve a mostrar
como la entidad se permite el lujo de dilapidar la capacidad y competencia de miles personas por
cuenta a la obediencia de la normativa que reglamenta la Carrera Administrativa.
LA POLÍTICA DE EMPLEO PÚBLICO
“(…) Al menos usted tiene trabajo”: La política de empleo público en la entidad parece apoyarse en
un régimen de trabajo sin derechos. Quien atreve a denunciar, quien atreve a reclamar es condenado
al ostracismo, literalmente tirados, marginados, maltratados. El miedo a ser disminuido en la
condición de ser humano duele. Y eso ocurre aquí, y por la frecuencia de los eventos en las que hay
maltrato y persecución a los trabajadores, podría concluirse que estamos ante la práctica sistemática
e institucionalizada del acoso laboral. Y que la práctica recurrente de generar miedo sería
considerada licita y que es un componente de la política de gestión de empleo público en la entidad.
Es decir, para la dirección es “licito” provocar miedo. La pregunta es: ¿se ha percatado (la entidad)
que producir miedo es un acto violento? Es de humanos sentir miedo, distinto es, considerar valido
producirlo en los demás con el objeto de someterlos.
Pero no nos digamos mentiras, la gestión del miedo ha resultado ser efectivo como mecanismo de
administración laboral. Se trata de un factor dominante de la política gestión de personal, o como
ahora lo enuncian: la política de empleo público. El enunciado parece comprometer otro tipo de
elementos, quizá más modernos, pero introduce mayores restricciones. Lo cierto es que el esquema
actual de la política de empleo público basado en la gestión del miedo, permite al administrador
hacer un aprovechamiento más óptimo del recurso humano, en la medida que reprime reduciendo la
capacidad política de los trabajadores de reaccionar ante los atropellos y exigencias extremas a
causa de mayores cargas de trabajo, a la imposición de normas que regulan in-situ la actividad
laboral y, a la permanente vigilancia y amenaza de castigo disciplinario. Es entonces cuando el
lenguaje institucional connota y denota amenaza: ¡Denuncie! ¿Recuerdan, el poder del “gran otro”?:
El triste mundo de la felicidad en la DIAN
“La contraloría está encima de esa investigación”. “Eso es para disciplinario”. “El no diligenciar el
formato XXX es producto no conforme”, “es obligatorio”, “esa señora todo lo manda a
disciplinario”, “usted está aquí para obedecer”, “informe sobre el comportamiento sospechoso de
sus compañero”.
La violencia como puede observarse se concreta también en las actitudes y comportamientos, en el
lenguaje (institucional). Se trata de esa violencia simbólica que deja huellas invisibles pero no por
ello menos destructiva, todo lo contrario, si hay algo que evidencia el uso de la violencia simbólica
es el estado de sufrimiento de las personas y “el poder sin trabas que la administración ha
adquirido sobre ellos y sobre sus vidas”. No olvidemos que la violencia está presente en las
relaciones de trabajo de la entidad, que de hecho, se ha constituido en rasgo característico de la
cotidianidad del trabajo en la DIAN.
La creencia de que los trabajadores producen su mayor rendimiento posible, encerrándolos en un
sistema de restricciones que le quita todo margen de iniciativa es característica de las mentalidades
obsesivas por la vigilancia, justificada en “la desconfianza que los administradores tienen en
aquellos trabajadores sumisos de consciencia refractaria al esfuerzo”. O en el propósito político de
combatir la corrupción, tan de boga en este tiempo. Obviamente la idea de combatir la corrupción
es aceptada por la comunidad de trabajadores. Pero lo que no puede ser aceptable, es que ese
combate encubra, finalmente, otros propósitos como la de recluirnos en el panóptico en el que
pretenden convertir la institución. Basta ver las medidas de control y restricción a la movilidad de
los empleados, por ejemplo, en SENDAS, el Aeropuerto El Dorado, los puntos de contacto, para
entender de qué se trata.
Finalmente la creatividad de los trabajadores se ha reducido a armar y fomentar “nichos ocultos de
autonomía que no superan el triste escollo de la burocracia sindical” y la de los liderazgos
mesiánicos. Pero lo realmente lamentable, es que los trabajadores nos hayamos amparado en la
capacidad de la débil representación gremial de los sindicatos, desprendiéndonos
irresponsablemente de la responsabilidad de pensar y decidir por nosotros mismos. No nos damos
cuenta, que la débil representación es justamente el resultado de la nula responsabilidad y de la
carente autonomía política de nosotros mismos como trabajadores. Démonos cuenta, al parecer la
política del empleo público de la entidad ha logrado el objetivo, anular políticamente a los
trabajadores.
Fíjense bien, como todas las acciones para el control y la vigilancia in situ de los trabajadores se
han encaminado a erosionar la confianza en sí mismos y respecto de sus semejantes (o
compañeros), a sabiendas, claro está, de que la solidaridad se funda en la confianza. Mejor aún, la
ausencia de condiciones para el reconocimiento de la identidad como trabajadores, nos impide hoy,
en términos Giddens (1993) construir como trabajadores, espacios de relaciones creativas de poder
como experiencia fundamental de la democracia.
Sabemos sobremanera que movilizar ideas hoy en día, supone otros modos, otras estrategias de
organización social de los trabajadores. Las actualmente conocidas, son en realidad insuficientes,
pero también insatisfactorias a las necesidades de movilización política. Con el Decreto 1092 de
El triste mundo de la felicidad en la DIAN
2012 el gobierno redujo la capacidad –al menos formalmente- de la acción política de los sindicatos
del sector público, los redujo a nichos de gestión de las relaciones obrero-patronales, como quien
dice, a meros gestores de la crítica de la política de empleo público.
Pues bien, por qué no darnos la oportunidad de imaginar un mundo del trabajo distinto y humano en
esta entidad. Recordemos que la “pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiesta de
una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad (…) Metas (que)
afortunadamente (son) inalcanzables, paraísos (que) afortunadamente (son) inexistentes” (E.
Zuleta, en Elogio a la Dificultad) Recordemos que “… nuestro problema no consiste solamente ni
principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo que nos proponemos, sino en aquello
que nos proponemos: que nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nuestros deseos,
como en la forma misma de desear. (Porque para colmo) deseamos mal”7.
No olvidemos que el lugar de esta reflexión es la consciencia de quienes (son sujetos) se atreven a
asumir el riesgo de desear. La propuesta es desear poder. Para lo cual debemos estar dispuestos a
desear una relación humana lo suficientemente rica en dificultades, que provoque nuestra decisión
de luchar. Muy cierto es, que el movimiento de ideas posibilita el reencuentro con nosotros, y que
entre el espeso y sombrío mundo de la realidad en caos nos permite erigirnos en productores de
futuro aun cuando sea incierto. Abracemos la oportunidad única de ser nosotros mismos y producir
una relación creativa de poder de los trabajadores para los trabajadores.
Bibliografía:
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VÍCTOR HUGO (1856) Los miserables.
ZULETA, ESTANISLAO. Conferencia dictada en la Universidad del Valle, Cali, Colombia, en el acto de otorgamiento
del título Honoris Causa en Psicología
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Zuleta, Estanislao. Conferencia dictada en la Universidad del Valle, Cali, Colombia, en el acto de otorgamiento del título Honoris Causa
en Psicología.
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