Pintando los horrores de la guerra en Siria

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Pintando los horrores de la guerra
en Siria
Por: Camilo Vargas Betancourt*
Las teorías son como las pinturas, que, a
diferencia de las fotografías, con sus
trazos resaltan de entre los abundantes
detalles de la realidad aquellos elementos
que es importante observar para
entenderla; decía Hans Morgenthau, uno
de los principales pensadores de la
política internacional.
Esta reflexión es útil para pensar
en situaciones que, gracias a ser
conocidas sólo a través de episódicas
fotografías, terminan por ser mal
entendidas,
y
su
importancia
menospreciada. Es el caso de la guerra en
Siria. Lo que la prensa internacional
mostró como un episodio más de la
llamada “primavera árabe”, la lucha de
varios pueblos por su libertad en contra
de sus tiranos, terminó convirtiéndose en
una sucesión de imágenes dramáticas
sobre una guerra civil de la cual nos
hemos acostumbrado simplemente a ver,
de vez en cuando, en cuántos cientos de
miles va la cifra de muertos. Pero más
allá de las fotografías de combates y
ciudades
destruidas,
desplazados,
refugiados y cadáveres agolpados, es
importante valorar la situación desde
perspectivas más profundas. Hay que
resaltar aquellos elementos que se
esconden
detrás
de
impresiones
superficiales, y que dan muestra de por
qué es importante para el mundo entender
por qué pasa lo que pasa en un caso como
el de Siria.
Esa es la función de las teorías,
ayudar a entender las causas profundas de
las cosas. Thomas Hobbes, por ejemplo,
fue uno de los primeros pensadores que
*
Investigador de la Universidad del Rosario
buscó teorizar la política entendiendo su
lógica profunda, en vez de opinar sobre
sus apariencias. Este inglés del siglo XVII
experimentó el caos de las guerras civiles
que estallaron en su país por la década de
1640, y con base en ello planteó su teoría
del Leviatán. Vista con recelo desde
entonces, Hobbes argumentaba con ella
que si los miembros de la sociedad no
depositan todos sus derechos políticos en
una sola persona para que ésta tome las
decisiones y mantenga el orden, esta
sociedad caería en un estado de
naturaleza, lo que para él era la
manifestación de la más violenta y rapaz
naturaleza humana.
Esta defensa de la autocracia y la
tiranía parecería hoy inaceptable, y sin
embargo hay que ver por qué para
Hobbes era lógica y razonable. Aunque la
guerra civil inglesa traería como resultado
el surgimiento del liberalismo político en
el mundo occidental, Hobbes veía en ella
que el desafío al poder del autócrata, en
su caso el monarca inglés, daba pie a
matanzas, torturas y violaciones entre
quienes hasta hacía poco habían
convivido pacíficamente (aunque sin
libertad), generando un bacanal que
produjo casi 200.000 muertes. Un vistazo
superficial a la historia puede hacer
pensar que fue una guerra necesaria para
el triunfo de las ideas políticas que hoy
aceptamos como las más convenientes,
pero quienes tuvieron que sufrir los
horrores de la guerra, como el propio
Hobbes, tal vez no pensarían lo mismo.
Sería interesante saber si el
ciudadano sirio promedio considera que
las masacres y torturas que vive a diario
son un precio justo por liberar al pueblo
árabe de sus dictadores.
Ahora bien, este juicio puede ser
criticado por los defensores de la libertad
de los pueblos, quienes podrían señalar
que muchas veces los dictadores no le
dejan más salida a los oprimidos que el
camino de las armas. También pueden
criticarlo los observadores que noten que
la guerra es un hecho inevitable a lo largo
de la historia. Al fin y al cabo, lo que
inició como manifestaciones pacíficas en
Siria (como en Túnez, Egipto o Libia),
fue enfrentado de forma violenta por el
gobierno, y así la guerra llegó como un
destino inevitable, en apariencia.
El
ya
mencionado
Hans
Morgenthau defendía una perspectiva
teórica según la cual, tras un buen estudio
de la historia, es evidente que la guerra es
un hecho común en la forma en la que se
desenvuelve la política internacional.
Negarlo sería ingenuo y peligroso, pues al
no estar preparado para la guerra se sufre
peor sus consecuencias. Pero aceptando
esto, uno de los mayores aportes de este
pensador judío alemán, emigrado a
Estados Unidos a finales de la década de
1930, fue haber declarado que el deber de
los tomadores de decisiones políticas es
ser prudentes. Y por prudencia,
Morgenthau entendía que aquellos que
deciden en nombre de una comunidad, o
sea, aquellos que controlan alguna forma
de poder público (llámense estadistas,
líderes rebeldes de una causa popular o
incluso dirigentes de organizaciones
supranacionales) deben ser estratégicos a
la hora de velar por la seguridad de
aquellos cobijados bajo su poder. Ser
estratégico implica ser consciente de los
alcances del propio poder, y saber
calcular cuáles van a ser las acciones de
los demás en respuesta a las propias
acciones
(lo
que
él
llamaba
‘reciprocidad’).
En el caso sirio eso es fácil de ver
ahora, en retrospectiva, pero no por ello
era difícil de calcular en su momento. La
misma “primavera árabe” da buenos
ejemplos.
En el caso de Libia, un par de años
antes, los medios de comunicación
mostraron la lucha de otro pueblo por su
libertad, en este caso en contra de
Muamar Gadafi. Tras ello, el apoyo de los
países
liberales
internacionalmente
poderosos fue claro: el envío masivo de
armas británicas y francesas para
equilibrar el poder del pueblo al de su
tiránico dictador, a quien por lo demás se
le vendían también las mismas armas,
antes de que fuera rechazado por su
pueblo.
Al final, que las potencias
liberales desencadenaran en Libia un
estado de naturaleza como el que temía
Hobbes sirvió para que el pueblo libre
asesinara a su dictador. Hoy en día, el
nuevo gobierno libio se enfrenta al reto de
desarmar a su pueblo, y evitar que sus
habitantes persigan lo que le interese por
medio de las armas que circulan
masivamente por el país.
En el caso de Siria, un cálculo de
reciprocidad habría podido prever lo
mismo. Una vez la protesta contra el
régimen y en defensa del liberalismo pasó
al combate, el apoyo internacional se
manifestó en el envío masivo de armas, a
ambas partes de la contienda; algo que no
se muestra tanto en los reportajes como
las parsimoniosas discusiones políticas
entre las potencias internacionales. Habría
que considerar nuevamente, a través de
las mencionadas visiones teóricas, qué tan
prudente es lanzar a un pueblo a la lucha
armada en contra de su gobierno opresor,
cuando el cálculo de la reciprocidad
demuestra que los demás gobiernos
apoyarán
animadamente
el
desencadenamiento de la matanza y los
horrores de la guerra. La causa puede ser
justificada, pero hay que pensar hasta qué
punto es racional poner los principios
políticos de un pueblo por encima del
interés de su supervivencia.
Esta es la pintura teórica que se
puede hacer de la guerra en Siria, más allá
de las recurrentes y, de lo habituales ya
aburridas, fotografías de su masacre
diaria. Una pintura útil para juzgar la
inteligencia y la justicia de las decisiones
políticas.
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