NICETO ALCALÁ-ZAMORA Y TORRES (Priego, Córdoba, julio de 1877 / Buenos Aires, febrero de 1949) Licenciado en Derecho y experto jurista, militó desde joven en las filas del Partido Liberal y fue diputado y ministro en varias ocasiones durante el reinado de Alfonso XIII a las órdenes de García Prieto, facción del partido a la que pertenecía, aunque hacia 1923 ya apuntaba a su vez en líder en ciernes de otra facción. Durante la Dictadura de Primo de Rivera terminó capitaneando a los exmonárquicos liberales opuestos al rey por considerarle un traidor y como tal formó Derecha Liberal Republicana (DLR) junto a Miguel Maura en 1930 y se adhirió al Pacto de San Sebastián, que presidió desde el comienzo, representando así la adhesión de la derecha conservadora y católica pero a la vez liberal y democrática al nuevo régimen que iba a venir. Encarcelado tras el fracaso de la insurrección de diciembre de 1930, acabó presidiendo el Gobierno provisional desde el 14 de abril de 1931, y tras el éxito de la conjunción republicanosocialista en las municipales del 12 de abril y la huida del rey. De verbo florido, eran famosos sus discursos públicos y en las Cortes, pero a cambio su apoyo parlamentario tras las elecciones de junio de 1931 fue más bien exiguo. En julio se fue Miguel Maura, que formaría otro partido algo más a la derecha. Por ello la DLR pasó a llamarse en agosto Partido Republicano Progresista (PRP), el nombre que había deseado Don Niceto desde el principio. Intentó influir, pese a sus exiguos apoyos, desde la presidencia del Gobierno, en la legislación, tanto en la agraria, para lo que hizo su propio proyecto de reforma, como en la Constitución, en la que mantuvo una opinión laicista pero favorable a algún tipo de negociación o concordato con Roma y a no incluir medidas contra el clero regular en el texto de la ley fundamental, como católico devoto que era. En minoría, en éste y otros puntos (el bicameralismo), decidió dimitir como presidente del Gobierno en octubre de 1931 aprovechando la aprobación de los artículos 26 y 27 sobre las relaciones Iglesia-Estado. Pese a todo, aceptó el cargo de presidente de la República, es decir jefe del Estado, que debería haber ejercido hasta 1937 (seis años) y se mantuvo escrupulosamente dentro de los límites de la Constitución a diferencia de gran parte de la derecha conservadora y católica española, que le veían como un traidor. Desde ese cargo y aprovechando las posibilidades legales que tenía, se consagró a ejercer el papel influyente sobre el gobierno y la legislación que le era imposible obtener de otro modo al carecer de un grupo parlamentario serio (es decir, de votantes) y al faltar un Senado que moderase al Congreso. Sus obsesivas críticas contra la Constitución que regía las instituciones que él debía encarnar las puso por escrito ya en Los defectos de la Constitución de 1931 (1936), y reiteradamente en sus memorias, tanto en las robadas y en parte recuperadas recientemente, como en las que reescribió después de 1936. Y, junto a las del sistema electoral, han sido muy influyentes a posteriori en la visión que se ha formado de la República. Él se veía a sí mismo como un poder moderador o dirimente de los excesos de izquierdas y derechas, pero sus detractores le vieron como una especie de Alfonso XIII y Medio, excesivamente intervencionista, y consideraron que se entrometió en exceso en la labor de los gabinetes, vetando y retrasando leyes, sugiriendo o imponiendo ministros, e incluso eligiendo presidentes del Gobierno de su predilección pero que no eran líderes de partido alguno (como Martínez Barrio, Samper, Chapaprieta y Portela Valladares). Todo ello en parte recordaba a la «doble confianza» de la monarquía. Fueron numerosos sus enfrentamientos personales con Azaña en el primer bienio, al que, presionado por los parlamentarios republicanos contra la presencia socialista en el gobierno y las políticas de Azaña retiró la confianza en junio de 1933, sin éxito, y después en septiembre de 1933, cuando contaba con mayoría parlamentaria, para precipitar nuevas elecciones. En el segundo bienio nunca confió en Lerroux al que consideraba venal, y contribuyó, aprovechando los escándalos que afectaban a él y a su partido, para sacarle de la presidencia del Gobierno y después de los ministerios (septiembre de 1935) Se resistió a conceder la amnistía a Sanjurjo, lo que finalmente hizo, contra el criterio de la izquierda, pero tras lograr que no fuese restituido al ejército. Se mantuvo distante de la CEDA, de la que pensaba no era fiel a las instituciones republicanas y obstaculizó todo lo que pudo su entrada en el Gobierno, pero no pudo impedir su desembarco en octubre de 1934. Luego, sin embargo, se mantuvo firme en presionar a Lerroux para que se conmutasen las penas de muerte de Pérez Farrás o González Peña por los hechos de Octubre, lo que conllevó una temporal salida de la CEDA en abril-mayo de 1935. Cuando tras la crisis de diciembre de 1935 Gil Robles le exigió la presidencia y el decreto de disolución de Cortes se negó en redondo a darle el poder, colocó a un hombre próximo, Portela Valladares, al frente del Gobierno, con el que se convocaron nuevas elecciones en febrero de 1936, en las que aspiraba a reforzar un centro político en el parlamento, sin éxito. Gil Robles arremetió contra él durante toda la campaña, considerándole poco menos que un cómplice de la revolución. Tras la victoria del Frente Popular concedió la declaración del estado de guerra a Portela, pero éste prefirió, antes de publicarla, abandonar y dejarle la presidencia a Azaña el 19 de febrero de forma precipitada. En cualquier caso, se negó a apoyar soluciones de fuerza, demandadas por Gil Robles, Franco y Calvo Sotelo. Pronto volvió a obstaculizar insistentemente la labor de Azaña en el tema de la aceleración de la reforma agraria y las elecciones municipales, a las que se oponía. Por ello el nuevo parlamento, instigado por Prieto, alegando que había disuelto las Cortes por dos veces durante su mandato, consideró que se había extralimitado en sus funciones y le destituyó (abril de 1936). No recibió apenas apoyos ni de la izquierda ni de la derecha, muy resentidas con su actitud, pero su salida permitió a militares considerados republicanos sumarse a la conspiración en marcha como Cabanellas o Queipo de Llano, consuegro suyo. La guerra civil le sorprendió de viaje por Noruega y pasó ésta y después el franquismo en el exilio, primero en Francia y tras la derrota de ésta ante los alemanes, en Argentina. Es el ejemplo máximo del fracaso de ciertas políticas centristas durante la República, de las limitaciones de una manera elitista de hacer política que empezaba a resultar anticuada en la era de la democracia de masas y de la escasa popularidad de la derecha católica pero liberal que aceptó el nuevo régimen con naturalidad. BIBLIOGRAFÍA Alcalá Galvé, Ángel (2002): Alcalá-Zamora y la agonía de la República. Sevilla: Fundación José Manuel Lara. Gil Pecharromán, Julio (2005): Niceto Alcalá-Zamora: un liberal en la encrucijada. Madrid: Síntesis.