Campos, Esteban. Guerra de Guerrillas, política

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América en armas
Guerra de guerrillas, política y enemistad en el imaginario de
Cristianismo y Revolución (1966 – 1971)
Esteban Campos
(UBA / CONICET)
1
“No existen más que dos especies humanas, con el odio por
único vínculo. La que aplasta y la que no consiente en ser
aplastada. Jamás hubo un tratado de paz, solamente está la
guerra”
Paul Nizan
En el trabajo “¿Militarización de las prácticas políticas o desmilitarización de la guerra?” nos
introducíamos por primera vez en el estudio de las identidades políticas revolucionarias de los años 60 y
70, con la idea seminal de reflexionar sobre las prácticas políticas de la izquierda peronista. Desarrollando
una idea original de Ernesto Laclau, notamos como el discurso político – militar de Montoneros
configuraba una identidad diferenciada del resto de las fuerzas sociales y políticas, cuya eficacia
ideológica reposaba en el desplazamiento de sentido mediante la aplicación de la retórica militar al campo
de las luchas políticas y sociales. Si hasta 1973 las figuras bélicas empleadas como metáforas políticas
contribuyeron a “desmilitarizar” o democratizar la concepción bélica de la política sostenida por la
dictadura de Juan Carlos Onganía -cuyo cemento ideológico era la nueva doctrina de seguridad nacional
impuesta desde Washington- a partir de esa fecha y en especial con el golpe militar de 1976 se invirtieron
los términos: en el proceso de lucha armada que había destruido el monopolio de la violencia legítima
detentada por el Estado, se consolidó la tendencia a militarizar las prácticas políticas en el conjunto de las
organizaciones armadas1. Ahora la pregunta desanda el camino y toma un cariz más genealógico ¿De
donde proviene la tendencia a concebir como guerra a los procesos de enfrentamientos sociales en la
historia argentina reciente?
La pregunta integra tres problemas que a su vez se relacionan con tres experiencias: a)
la aplicación de categorías provenientes de la filosofía política al análisis de los procesos históricos, en
1
En este punto revisamos la tesis canónica de “militarización” de Montoneros expuesta por Richard Gillespie en Soldados de
Perón. Los Montoneros al estudiar la evolución del concepto de “guerra popular” atendiendo a su fusión con la dimensión
integral de las luchas sociales. Allí notamos un uso más “político” o más “militar” del término ligado al movimiento ocasional
de la coyuntura antes que a una definición ideológica rígida, que representaría la tendencia inexorable a convertir la
organización en una máquina de guerra. Esta última sería la premisa que guía las investigaciones de autores como Hugo
Vezzetti o María Matilde Ollier, donde lo político se contrapone a lo militar y el problema principal consiste en rastrear los
orígenes de una cultura política violenta inherente a la sociedad argentina. V. María Matilde Ollier, La creencia y la pasión.
Privado, público y político en la izquierda revolucionaria. Ariel, 1998, pp. 131-185 y Hugo Vezzetti, Pasado y presente.
Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina. Siglo XXI, 2002, pp. 55-95. Para una mirada alternativa, v. mi trabajo
“¿Militarización de las prácticas políticas o desmilitarización de la guerra? Aproximaciones comparativas al vocabulario
político - militar en Antonio Gramsci y la organización Montoneros”. Ponencia presentada en el Encuentro Internacional:
“Política y violencia: las construcciones de la memoria. Génesis y circulación de ideas en los años sesenta y setenta”. Programa
de Estudios sobre la Memoria del Centro de Estudios Avanzados (CEA). UNC, 3 y 4 de noviembre de 2005. Por otro lado, si el
modelo de guerra antisubversiva acuñado por los manuales del Ejército, sustituía el enemigo exterior allende las fronteras
nacionales por el enemigo interior en las “fronteras ideológicas” de la guerra fría, esta doctrina de seguridad nacional creada en
las escuelas militares del canal de Panamá con la activa participación de cuadros norteamericanos, franceses y latinoamericanos
rara vez se exponía en público, como veremos más adelante.
2
particular la posibilidad de profundizar sobre los conceptos de guerra, antagonismo y política
aprovechando el curso de un seminario de doctorado sobre la teoría del partisano en Carl Schmitt, dictado
por el Dr. Jorge Dotti en la Universidad de Buenos Aires. b) la “regionalización” pionera de la revista
Cristianismo y Revolución (C & R), medio de comunicación militante publicado entre 1966 y 1971 por el
ex seminarista Juan García Elorrio en Argentina, y documento central de nuestra investigación de
doctorado. Al concebir C & R a América Latina como un territorio unitario donde las guerrillas
conformaban uno de los destacamentos avanzados de la revolución mundial, estudiar la ideología de la
lucha armada en Argentina exige una comparación con procesos similares desde una perspectiva regional.
Este problema se vincula directamente a la lucha política y teórica por la instalación de un programa de
estudios y una cátedra paralela de historia americana contemporánea en la UBA, que integra el caso
argentino a la cursada. c) ofrecer una respuesta provisoria a la pregunta ¿Hubo una guerra en Argentina?,
desarrollada a partir de la colaboración en el seminario “Memoria, cultura y violencia política: la guerra
sucia en América Latina” dictado en la UBA hacia 2007 por colegas de la Universidad de Guadalajara,
donde abordamos la problemática de la lucha armada, el terrorismo de Estado y las transiciones
democráticas comparando casos de Argentina, México y Centroamérica.
Los fantasmas de la guerra en las memorias del pasado reciente de América Latina. Problemas
teóricos, políticos e historiográficos (1983 – 2008).
Vamos a partir del caso argentino para compararlo con otras configuraciones de la memoria sobre el
pasado reciente a escala regional, con el objetivo de señalar tanto su especificidad como su particularidad
(es decir, su relación con una totalidad más amplia que desborda la escala nacional). Durante el juicio a las
Juntas Militares desarrollado en Argentina hacia 1985, uno de los puntos nerviosos del debate jurídico era
la propia definición de los hechos de violencia política de la década anterior. Mientras la defensa de los
dictadores alegaba que se había tratado de una “guerra sucia”, es decir, una guerra no convencional
desatada contra un enemigo irregular, la fiscalía y un amplio conjunto de organizaciones sociales
sostenían la tesis de la violación a los Derechos Humanos impuesta por un Estado terrorista 2. Es a partir de
2
H. Vezzetti, op.cit., pág. 70. El término “guerra sucia” se empleó por primera vez en la guerra de Vietnam cuando el Ejército
norteamericano tuvo que justificar ante la opinión pública internacional las torturas, matanzas de civiles, destrucción de aldeas
y otros delitos censurados por el derecho de guerra internacional. El eufemismo en realidad ocultaba una doctrina militar
instalada por los manuales de “guerra subversiva” y “guerra contrarrevolucionaria” a partir de la experiencia francesa en
Argelia e Indochina entre 1945 y 1962. En estos conflictos la amenaza no provenía de un Estado, sino de movimientos
nacionalistas y/o socialistas revolucionarios independentistas. Como afirma Carl Schmitt, desde el punto de vista castrense el
“partisano” o guerrillero hace una forma de guerra desleal al emplear métodos de lucha irregulares (identificación con la
población civil al no usar señales como banderas y uniformes, clandestinidad y secreto, guerra de guerrillas, sustitución del
combate frontal por emboscadas, etc.), v. “El concepto de ‘lo político’. Teoría del partisano, Notas complementarias al
concepto de ‘lo político’”, Folio, Bs. As., 1984, pp. 138 – 142. Sobre la influencia de la escuela militar francesa en la doctrina
de seguridad nacional practicada desde la década de 1960 por los ejércitos latinoamericanos, v. Daniel Mazzei, "La misión
militar francesa en la escuela superior de Guerra y los orígenes de la Guerra Sucia, 1957 - 1962. Revista de Ciencias Sociales
3
esta instancia político jurídica, que el concepto de guerra aplicado para caracterizar los procesos de
enfrentamientos sociales en la década de 1960 y 1970 se transforma en tabú, una prohibición ritual que
resiste su simbolización en el plano discursivo y adopta la forma de lo inefable (es decir, aquello que no
sólo no se puede representar, sino que se debe reprimir o ahogar en el olvido). Hugo Vezzetti repite la
trama argumentativa del Juicio a las Juntas, precisamente porque mientras escribe la disputa sobre el
significado de ese pasado ha recuperado su vigencia, y la distancia que impuso el olvido no logró fijar un
sentido unívoco a los acontecimientos:
“Todavía hoy el escenario bélico resume, para el bloque favorable a la dictadura, la única justificación
esgrimida: se repite una y otra vez que hubo guerra y que se derrotó a la subversión. La investigación
de la CONADEP y el juicio, así como el sentido común de la sociedad, han desechado que el accionar de
las organizaciones guerrilleras tuviera una envergadura suficiente como para asemejarse a una
situación de guerra”
3
Esta necesidad de afirmar en 2002 lo que se había sancionado jurídicamente casi veinte años atrás
señala algo más. Las figuras de la guerra ya no necesitaban ocultarse para fundamentar el relato dominante
de la transición democrática, una vez ahuyentados los fantasmas que convulsionaron la escena política
argentina entre 1987 y 1989, en especial el levantamiento de los militares carapintadas y el ataque
guerrillero a La Tablada4. Antes bien, la guerra como apariencia ideológica anclada en los 70 podía ser
nro. 14, Universidad Nacional de Quilmes, 2002 (pp. 105 - 137). Para el concepto de “guerra sucia” v. Carlos Flaskamp,
Organizaciones político-militares. Testimonio de la lucha armada en la Argentina (1968-1976), Ed. Nuevos Tiempos, 2002,
pp. 209-212.
3
H. Vezzetti, op.cit., pág. 69. En el bloque dictatorial la enunciación de la guerra se usa con una lógica política bastante clara: a
comienzos de la década del 70, Alejandro A. Lanusse todavía se podía dar el lujo de afirmar públicamente que: “La guerra ha
cambiado de forma…ya que la existencia palpable de fronteras ideológicas internas coloca al enemigo también dentro de las
naciones mismas”. El campo de batalla de esta guerra no convencional era la sociedad civil, y el desafío de la dictadura era
tanto ideológico y político como técnico y militar. V. Julio Nosiglia, Botín de guerra, pp. 51, en
http://www.abuelas.org.ar/material/documentos/botin_guerra.pdf. Esta situación cambia con el golpe militar de 1976: el éxito
de las tácticas contrainsurgentes instrumentadas por las Fuerzas Armadas (tortura para extraer información, secuestro y
desaparición de personas, etc.) dependen de la violación sistemática de las reglas de la guerra convencional por parte de un
ejército regular, definidas por las Convenciones de La Haya (1907) o Ginebra (1949). La ola de desapariciones masivas
coincide en el discurso militar con el uso de eufemismos como “lucha contra la subversión”. Si se hablaba de guerra, el
enemigo tenía una entidad como fuerza beligerante, status que otorgaba ciertos derechos semejantes a los de la guerra
interestatal. No bien se desarticula a la “subversión”, y cuando la dictadura se defiende de los cuestionamientos dentro y fuera
de la Argentina, el discurso militar cambia “lucha” por “guerra”, entendida desde el punto de vista castrense al modo clásico de
una guerra justa como respuesta necesaria a la agresión previa del enemigo. V. Paula Vera Canelo, “El discurso armado: el
Proceso de Reorganización Nacional y la construcción de la amenaza. Argentina 1976-1979”, en III Jornadas de Nuevos
Aportes a la Investigación Histórica. Historia y militancia ¿una relación antagónica?, FFyL, UBA, 1999 y C. Flaskamp,
op.cit., pp. 208-209.
4
Para una caracterización de los alzamientos militares dirigidos por Aldo Rico y Mohammed Alí Seineldín, junto con el ataque
de jóvenes militantes y ex miembros del PRT-ERP al cuartel militar de La Tablada, v. mi trabajo “El retorno de la década
infame. Globalización neoliberal, cultura y protesta social en Argentina (1989 – 2001)”, ponencia presentada en el V Encuentro
Latinoamericano de Estudiantes de Historia. Mérida, República Bolivariana de Venezuela, 5 al 11 de Noviembre de 2007. La
exclusión de la guerra para caracterizar los hechos de violencia política en la década del 70 se corresponde con la teoría de los
dos demonios, elaborada por la CONADEP y popularizada en el informe Nunca Más. Allí, el terrorismo de ultraderecha y
ultraizquierda impactan sobre una sociedad paralizada por el miedo, mecanismo que exculpa a la sociedad civil, a la clase
4
juzgada tanto para desacreditar a posteriori cualquier proyecto de cambio social -evocando el fracaso de la
generación desaparecida- como para denunciar la continuidad de una derecha política golpista con disfraz
democrático5. Si pasamos al núcleo del argumento esgrimido por la CONADEP ¿una situación de guerra
está determinada exclusivamente por el tamaño de las fuerzas en disputa? Desde ese punto de vista, la
guerra de guerrillas como estrategia militar no tendría nada que ver con un conflicto de naturaleza bélica,
justamente porque el secreto de su éxito reside en las pequeñas unidades de tipo comando, organizadas en
diferentes columnas dispersas en el territorio que controla. Para seguir el planteo de Pasado y Presente,
debemos aceptar la premisa de que el modelo de guerra convencional interestatal seguía dominando las
concepciones bélicas a fines del siglo XX. Luis Mattini concibe un escenario diferente entre 1956 y 1976:
“Las protestas sociales como expresión primaria de la lucha de clases se desarrollan por un terreno que
generalmente empieza a ser aquel que va desde lo estrictamente legal hacia zonas fronterizas con la
legalidad y con mucha frecuencia hasta forzar o entrar directamente en la ilegalidad. Mediante esa puja,
legítima dentro de la lucha política, precisamente se pueden modificar las leyes (…) Cuando los
conflictos entran en un determinado nivel de desarrollo sin solución pacífica aparece la opción armada,
la cual asumirá formas organizadas siempre que existan sujetos dispuestos a llevarla a cabo (…) la
guerra como prolongación de la política iniciada con ‘la noche de los bastones largos’ engendró esos
estallidos sociales que la elocuencia popular calificaría con los sufijos ‘azos’: El correntinazo, el
rosariazo, etc., para llegar a su apogeo en el cordobazo. Y de estos estallidos surgieron los grupos
armados (…) Y ahora podemos intentar una pregunta: ¿Si esto no es guerra, que es? (…) la Doctrina de
seguridad nacional incorporaba otra concepción bélica en la cual el arma de combate tradicional pasaba
a ser sólo decorativa, mejor dicho de apoyo y las que antes funcionaban como apoyo pasaban a ser las
fuerzas de combate (…) La infantería, aquella orgullosa ‘reina de las batallas’, fue reemplazada por los
grupos de tareas. Comandos bien entrenados, con funciones estrictamente compartimentadas, que
actuaban sobre el ‘enemigo’ aplicando la táctica del secuestro y la desaparición forzada (…) El estado
represor pasó a estado de terror y de allí al terrorismo de estado, como lógica consecuencia de la
política y a las FFAA como institución del Estado de derecho. Negar la guerra permitió a su vez despolitizar a los sujetos
antagonistas, ocultando su pasado militante para caracterizarlos como víctimas del terror. Esta distorsión ideológica es
comprensible desde el punto de vista jurídico, ya que para poder juzgar los delitos del terrorismo de Estado en la delgada línea
de la transición democrática, era necesario concebir al conflicto reciente como violación a los Derechos Humanos, y al
detenido-desaparecido como víctima del terror estatal. Lo que cuestionamos aquí es la persistencia de esa exclusión como
sustento ideológico del proyecto democrático, en la medida que el desarrollo de las organizaciones de DDHH han revisado la
categoría de víctima. Por ejemplo, desde la década de los 90 la organización HIJOS reivindica la militancia de la mayor parte
de los detenidos-desaparecidos, v. Marina Franco, “Reflexiones sobre la historiografía argentina y la historia reciente de los
años ´70”, en Nuevo Topo. Revista de historia y pensamiento crítico, n.1 (2005).
5
H. Vezzetti toma el ejemplo de ex coronel carapintada Aldo Rico, reciclado como dirigente del peronismo bonaerense en los
noventa. El prefacio de Pasado y presente explica que si bien se preparó para publicarse entre 2002 y 2003, recopila artículos y
reflexiones colectivas que se remontan hacia 1998. El contexto de escritura, entonces, tiene el denominador común del ascenso
y caída de la Alianza, que gobernó el país desde 1999 hasta las protestas del 19 y 20 de diciembre de 2001. Desafiado por los
piqueteros como expresión de los nuevos movimientos sociales en Argentina, y presionado por el Partido Justicialista, el libro
funciona intenta de legitimar la “democracia real” instituida, señalando su continuidad con el mito fundacional de las elecciones
de 1983 y el Juicio a las Juntas militares.
5
aplicación precoz de la Doctrina de la seguridad nacional (…) Si esto no es guerra, busquemos la palabra
adecuada, pero no es simple represión por cruel que haya sido, ni simples excesos represivos”
6
Para Mattini hay guerra en la medida que hay violencia política: una guerra no convencional o
asimétrica declarada por el Estado contra la población civil en los 70, y una guerra civil oculta o larvada
en los 60. Es por esta razón que para analizar un proceso de enfrentamientos sociales como guerra,
debemos expulsar de nuestra imaginación histórica aquella fantasía donde “La infantería, al son de la
música de Wagner, libraba batallas y ocupaba el terreno, clave para toda victoria militar”7. Cuando
Vezzetti afirma como una obviedad que “no hubo guerra en términos de una consideración estrictamente
militar”, hay que pensar exactamente lo contrario. Desde el punto de vista de la guerra revolucionaria o de
los manuales de contrainsurgencia, episodios como la masacre de Trelew, el asesinato de Rucci o la
desaparición masiva de personas podrían ser nombrados por el significante “guerra”. Podría argumentarse
que como ex miembro del PRT-ERP, la visión de Mattini está condicionada por la ideología militarista de
la lucha armada y el terrorismo de estado en la Argentina. Sin embargo, desde su experiencia como
militante de las FAR, Carlos Flaskamp afirma:
“…tal vez el argumento de más peso para reconocer que lo que tuvo lugar en la Argentina fue una
guerra sea el que parte de aceptar la conciencia que sus principales actores tenían de la misma: no
solamente los militares, también el PRT y los Montoneros estaban convencidos de estar librando una
guerra (…) El factor ideológico desfiguraba la visión que tenían los combatientes populares de los
conflictos políticos en los que participaban (…) En el ejercicio de la lucha armada los combatientes
creyeron ver la primera etapa de una guerra que, a su entender, era el desemboque inevitable al que
conducía la dinámica secular de la lucha de clases en la Argentina. Cuestionar el concepto de guerra no
significa ignorar los fuertes elementos de la realidad que sirvieron de apoyatura a esa construcción. Si la
idea de guerra expresaba una conciencia cargada de ideología por parte de estas organizaciones, el
componente violento de las luchas políticas y sociales argentinas desde 1955, basamento de esa idea,
fue una realidad que la última dictadura militar no hizo sino confirmar, llevándolo a su extremo (…) La
frontera entre violencia y guerra es fluida, pero el convencimiento subjetivo de los actores no es
determinante para dirimir esta cuestión. Aquí lo decisivo es la reacción de los demás sectores de la
sociedad. A este respecto es indudable que la inmensa mayoría del pueblo argentino no estuvo en
8
guerra .
6
Luis Mattini "¿Hubo una guerra en la Argentina?", La escena contemporánea. Revista de política nro. 3, 1999 (pp. 12 - 21).
L. Mattini, op. cit., pág, 16. “Si esa es la definición de guerra, pues aquí no hubo una guerra y cuando la hubo (en las
Malvinas) no había infantería capaz de ocupar el terreno”.
8
C. Flaskamp, op. cit., pp. 213-214. El autor sostiene que aunque la mayor parte de la población sufrió la política económica de
la dictadura junto a la represión política y sindical, no se comprometió con acciones armadas ni se sintió representada por ellas.
De este modo, la progresiva militarización de las organizaciones político militares las aisló del campo popular.
7
6
Aún en el pasado más inmediato, la mera enunciación de la palabra guerra para analizar la historia
reciente tiene las mismas consecuencias que un acto fallido: produce incomodidad, enrarece el ambiente y
es muy difícil reintegrarlo a una cadena de comunicación para otorgarle algún sentido. ¿Por qué? En la
medida en que politiza en un sentido radicalmente antagónico un campo hoy preservado a la reflexión
académica o al campo de la memoria, que posee sus propias reglas (conscientes e inconscientes) para
delimitar que se puede decir y que es imposible evocar del pasado reciente. Un buen ejemplo es el planteo
de la socióloga marxista Inés Izaguirre, que narra expresivamente el shock producido cuando empleó el
término guerra como herramienta teórica en un ámbito público:
“Cuando hace tan sólo 8 años planteé en una reunión académica que el proceso de aniquilamiento
habido en Argentina formaba parte del genocidio que sucede a una guerra perdida (Izaguirre, 1995) no
local ni nacional, sino de clases, una guerra civil entre dos fuerzas sociales, una de las cuales estaba
constituida por una parte de la sociedad movilizada que luchaba por cambiar el orden social, confronté
con gran parte del público: unos porque afirmaban que lo que había ocurrido en Argentina era una
matanza que de un lado tenía a las FFAA legales y no legales y del otro a simples ciudadanos aterrados,
que lo que había habido era una cacería y no una guerra; otros porque decían que lo que había habido
era una guerra pero no civil, ni de clases, sino de aparatos armados –teoría de los dos demonios- y
finalmente, muchos de los miembros de los organismos de derechos humanos decían que la teoría de la
guerra estaba sustentada por los militares, y ellos, por razones políticas, no podían hacer lo mismo.
Único argumento que pude llegar a admitir”.
9
Esta inédita galvanización política de la reunión académica invierte aquello que Schmitt llamaba “la
era de las neutralizaciones y despolitizaciones” -en referencia a la virtual tendencia de la modernidad a
desactivar la potencia de lo político tratando de dividir a la sociedad en esferas autónomas-. Sobre los
primeros dos argumentos ya nos hemos extendido más arriba. Lo interesante es que las organizaciones de
DDHH no impugnan la validez de entender la guerra como problema teórico e histórico. Simplemente
evitan plantear públicamente el problema debido a razones políticas (es decir, en última instancia por un
criterio ético o pragmático sin fundamento científico). Como afirma Izaguirre, este obstáculo ideológico
toma la forma de una “idea tenaz” que expresa la derrota infligida al campo popular en las últimas
décadas. Hacia 2004 la intervención de Inés Izaguirre en el marco de las IV Jornadas de estudio sobre
genocidio despertó la misma reacción, y cuando plantee a mediados de 2007 la hipótesis de la guerra en el
seminario sobre memoria, cultura y violencia política en América Latina como disparador para analizar el
caso argentino, se repitió el mismo malestar, exorcizado por argumentos parecidos a los que ya criticamos.
9
Inés Izaguirre, “Pensar la crisis Tres décadas de poder y violencia en la Argentina”. Ponencia presentada en las Quintas
Jornadas Nacionales / Segundas Jornadas Latinoamericanas “De la dictadura financiera a la democracia popular”. Grupo de
Trabajo “Hacer la Historia”, Facultad de Humanidades y Artes – UNR, 2002, pág. 12.
7
Si la negación persiste, si engloba a generaciones que no han vivido en carne propia el terror –aunque la
experiencia haya sido transmitida y mediada por vínculos familiares, intelectuales y/o políticos- quiere
decir que el tabú se ha convertido en un trauma, el trauma de una guerra que para muchos jamás existió.
Al final, si el denominador común que unifica a los diferentes autores son las representaciones bélicas, es
secundario dilucidar si hubo guerra o no en términos empíricos. Una vez más, el problema es por qué
varios protagonistas de esta historia (incluyendo actores de reparto y extras) entendieron el conflicto en
términos de guerra civil, en particular como estructuraron su práctica política y su vida social según el
ethos y el pathos de la guerrilla.
¿Que ocurre en el conjunto de América Latina? En Colombia o en América Central, el trauma de la
guerra tiene raíces más palpables. En Guatemala, por ejemplo, hablar de genocidio -la muerte o
desaparición de más de 200.000 personas ultimadas con bombas, ametralladoras y machetes- no puede
separarse de concebir la masacre como resultado de una auténtica guerra civil. Los actores del conflicto
armado detonado por el derrocamiento del gobierno popular de Jacobo Arbenz en 1954, eran las fuerzas
militares y paramilitares dirigidas por la oligarquía terrateniente y apoyadas logísticamente por tropas
estadounidenses, que se enfrentaron a una heterogénea alianza interétnica de clases. El campesinado pobre
de mayoría indígena y la pequeña burguesía urbana mestiza formaban el otro polo del nudo antagónico,
fragmentado a su vez en diversas organizaciones político-militares 10. El caso colombiano es parecido, pero
contiene elementos que contrastan con las historias particulares de los demás países americanos. Para el
historiador Gonzalo Sánchez:
“En Colombia, donde ‘el pasado no pasa’, porque la guerra no termina, la apelación a la memoria es
mucho más ambigua que en estas historias ya consumadas, puesto que puede cumplir una función
liberadora, pero puede también producir efectos paralizantes sobre el presente (…) la administración de
la memoria está asociada de manera determinante con la experiencia social y cultural de la guerra (…)
en ningún otro país de América Latina, el tema de las huellas de la guerra tiene tanta vigencia y
10
La guerrilla guatemalteca se desarrolló a partir de una revuelta de militares nacionalistas dirigida por Yon Sosa hacia 1960:
las FAR (Fuerzas Armadas Rebeldes, creada por jóvenes oficiales del ejército en 1962), el EGP (Ejército Guerrillero de los
Pobres, grupo influenciado por la teología de la liberación, que comenzó a operar en la selva guatemalteca en 1972 cruzando la
frontera de Chiapas); la ORPA (Organización del Pueblo en Armas, escindida de las FAR en 1979), y el PGT (Partido
Guatemalteco de los Trabajadores, partido comunista proscrito fundado en 1949). Estas cuatro formaciones se unieron hacia
1981-1982 en la URNG (Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca), v. James D. Cockcroft,, América latina y Estados
Unidos. Historia y política. País por país, Siglo XXI, México, 2001, pp. 157-181. Sobre la definición del conflicto, Ramiro de
León Carpio -consejero de derechos humanos y ex presidente de Guatemala entre 1993 y 1995- afirmaba que “Los partidarios
de la mano dura en el ejército no están dispuestos a discutir sobre la injusticia en la propiedad de la tierra o la injusticia
social, que son las verdaderas causas de la guerra”. La CEH (Comisión por el Esclarecimiento Histórico) informó en 1999 que
el enfrentamiento armado había provocado más de 200 mil muertos y desaparecidos: 93% por parte del Ejército, 3% por la
guerrilla y el resto por otros grupos armados no identificados. El 83% de las víctimas que se pudieron identificar eran mayas,
con lo cual además de genocidio también podemos hablar de etnocidio o “limpieza étnica”. V. Christian Salazar Volkann,
“Documentos estremecedores. Impacto de los informes sobre los derechos humanos en Guatemala”, en Desarrollo y
Cooperación (D+C) N°3, pp.12-13.
8
condiciona tanto las percepciones políticas como en la Colombia de hoy. Puede establecerse entonces,
una primera constatación: son en buena medida las exigencias de comprensión de la guerra actual las
que han llevado en años recientes a un redescubrimiento ávido de las guerras del siglo XIX. Todo ocurre
como si se esperara que la relectura de las viejas guerras pudiera descifrar la actual, en el supuesto de
que las primeras de alguna manera le imponen su propia trama a la de hoy”
11
En Colombia se da aquello que veía Carlos Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, donde el
presente era esclavo del recuerdo y “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una
pesadilla el cerebro de los vivos”12. Otro eje de debate aparece con las categorías que surgen del análisis
de situaciones nacionales que poseen su propia especificidad, cuando intentamos trasladarlas a América
Latina entendida como una totalidad articulada de diferencias (grosso modo por estados nacionales,
grupos étnicos, clases y movimientos sociales). Si en México la historiografía emplea el término “guerra
sucia” para definir las violaciones a los derechos humanos que se produjeron cuando prevalecía la
hegemonía del PRI, en Argentina el mismo término se descarta por ser parte de las categorías mentales del
aparato represivo, de allí el predominio de definiciones unilaterales como “terrorismo de Estado” 13. Al
mismo tiempo, fenómenos como el Plan Cóndor o los llamados “conflictos de baja intensidad”, desbordan
el terreno de las sociedades nacionales e invitan a reflexionar sobre conceptos que puedan aprehender el
contenido universal de estos procesos, más allá de sus formas locales y de la particularidad del caso. Por
ejemplo, la equiparación entre guerra y función policial que hacen Antonio Negri y Michael Hardt es
operativa para abarcar varios casos de guerra civil, genocidio y terrorismo de Estado en América Latina.
Para los autores, a partir de la guerra del Golfo en 1990 asistimos a una recuperación del antiguo concepto
de bellum justum o “guerra justa”:
11
Gonzalo Sánchez, “Guerra, memoria e historia”, en AAVV, Memoria en conflicto. Aspectos de la violencia política
contemporánea, Instituto Francés de Estudios Andinos, Instituto de Estudios Peruanos, Perú, 2004. El caso colombiano parece
el ejemplo opuesto a la memoria del pasado reciente en la Argentina. En este caso, la teoría de los dos demonios articulada
desde 1983 legitimaba el olvido de la sociedad civil y ofrecía un perdón secular, situando a aquella como víctima de un
conflicto ajeno entre dos aparatos armados. Poco tiempo después, las leyes de Punto Final y Obediencia debida (1986-1987), y
los indultos a los militares condenados por violaciones a derechos humanos en 1990 fijaron un límite muy claro a los regímenes
de la memoria implementados desde el Estado. Al mismo tiempo, este movimiento pendular estuvo condicionado por la lucha
de las organizaciones derechos humanos y sus aliados ocasionales. En síntesis, mientras en la Argentina la memoria y el olvido
parecen sucederse como momentos precarios y contingentes asociados tanto a los equilibrios y desequilibrios de determinadas
coyunturas políticas como a la evolución de las luchas sociales, en Colombia habría un “exceso” de memoria, es decir, un
presente preso de la imaginación histórica (enajenado en cuanto presente).
12
Carlos Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Ariel, Barcelona, 1968, pág. 11.
13
En el seminario Memoria, cultura y violencia política: la guerra sucia en América Latina los estudiantes cuestionaron
fuertemente el uso de la categoría “guerra sucia” para caracterizar los hechos de violencia política en la historia reciente. De
hecho, el debate posibilitó reflexionar comparativamente el caso argentino y el mexicano: en el primero el ciclo de golpes
militares y la vitalidad de los movimientos de derechos humanos creados a fines de la década de 1970 habrían producido una
disputa mucho mas fuerte en torno a la legitimidad de la palabra “guerra”, opinión que se puede fundamentar con lo expuesto
anteriormente sobre el tema. En México, por el contrario, no se experimentaron golpes de Estado: el PRI como “partido-estado”
acordó una división de poderes entre la clase política y la corporación militar, ambas surgidas de la institucionalización de la
revolución de 1910.
9
“El concepto tradicional de una guerra justa implica la banalización de la guerra y su elogio como un
instrumento ético (…) Estas dos características tradicionales han reaparecido en nuestro mundo
posmoderno: por un lado, se reduce la guerra a la condición de acción política y, por el otro, se sacraliza
el nuevo poder que puede ejercer legítimamente funciones éticas a través de la guerra (…) Así surge, en
nombre de la excepcionalidad de la intervención, una forma de derecho que, en realidad es un derecho
de policía. La formación de un nuevo derecho se inscribe en el despliegue de la prevención, la represión
y la fuerza retórica destinadas a reconstruir el equilibrio social: todas características propia de la función
14
policial”
Es decir, en la guerra de nuevo tipo que se generaliza a comienzos del siglo XXI, los conflictos
interestatales mutan rápidamente en guerras de policía, basadas en la persecución y destrucción de
enemigos al interior de las fronteras nacionales o a través de los flujos transnacionales articulados por el
mercado global. El “estado de excepción” que constituía a la guerra por definición se convierte en norma,
legitimando la tortura y la suspensión de las garantías constitucionales. La invasión norteamericana a Irak
es un buen ejemplo de este nuevo orden, pero no el primero. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, la
tendencia nace con la guerra colonial de Francia en Argelia, y describe un recorrido cada vez más amplio
con la guerra de Vietnam. Dicho en otras palabras, la guerra fría con sus fronteras ideológicas bien
marcadas entre capitalismo y comunismo internacionaliza la guerra de policía. Así Estados Unidos
exporta su técnica de “conflicto de baja intensidad” o “guerra sucia” a las dictaduras latinoamericanas, que
las aplican en mayor o menor grado según el caso 15. Si unimos en una sola red conceptual los diferentes
elementos que caracterizan este nuevo tipo de guerra, notamos que la teoría política de Carl Schmitt
anticipa aquellas tendencias, y aporta un vocabulario afín para el análisis de la ideología guerrillera de los
años 60: categorías como guerra, política, enemistad y en especial su teoría del partisano nos permitirán
hacer las preguntas correctas para comprender que lugar ocupó la guerra en el imaginario político de C &
R. Como exponente singular del pensamiento moderno conservador, Schmitt afirma que el fundamento del
derecho no reside en un conjunto de normas positivas, sino en la voluntad política que engendra la
decisión (o dicho en otras palabras, en el principio de autoridad que fuerza una elección). El decisionismo
va a encontrar un criterio para definir lo político que no se agota en la forma estatal:
14
A. Negri y M. Hardt, Imperio, Paidós, 2002, pp. 26-30. Pensar históricamente esta mutación de la guerra interestatal a guerra
de policía como manifestación de los procesos de mundialización del capital, no implica considerar a las formas de soberanía
que devienen de estos cambios como “imperiales” en lugar de imperialistas. Las tendencias visibles de la desterritorialización
transnacional aún conviven con sólidos estados nacionales o regionales, y el avance de la fragmentación micronacional y étnica
contrarrestan la formación de una sociedad civil a escala global.
15
Lilia Bermúdez, Guerra de baja intensidad. Reagan contra Centroamérica. Siglo XXI, México, 1987, y Edelberto Torres
Rivas “¿Qué democracias emergen de una guerra civil?”, en Waldo Ansaldi (comp.) La democracia en Améica Latina, un
barco a la deriva, FCE, Bs. As., 2007.
10
“La específica distinción política a la cual es posible referir las acciones y lo motivos políticos es la
distinción de amigo (Freund) y enemigo (Feind). Ella ofrece una definición conceptual, es decir un
criterio, no una definición exhaustiva o una explicación del contenido. En la medida en que no se deriva
de otros criterios, ella corresponde, para la política, a los criterios relativamente autónomos de las otras
contraposiciones: bueno y malo para la moral, bello y feo para la estética y así sucesivamente. En todo
caso es autónoma, no en el sentido de que constituye un nuevo sector concreto particular, sino en el
sentido de que no está fundada ni sobre una ni sobre algunas de las otras antitesis, ni es reductible a
ellas.”
16
Desde la distinción amigo-enemigo podemos concebir la política y la identidad en términos
radicalmente antagónicos y relacionales, más allá del contenido específico de una situación (de guerra o
de paz, de enfrentamiento de clases o hegemonía). Antes bien, el concepto subraya las condiciones
antagónicas que determinan cualquier situación específica, señalando el grado de intensidad de una
relación social como criterio para diferenciar lo político de otro tipo de asociaciones (religiosas, étnicas,
económicas, jurídicas, etc.). Ahora bien, ¿Quién es el enemigo? ¿Que relación tiene con el otro término de
la díada? Unas líneas más abajo, el autor desarrolla su argumentación concibiendo la hostilidad o
enemistad como una categoría que puede traducirse en términos sociológicos, más allá del formalismo
puramente filosófico o jurídico:
“El enemigo es simplemente el otro, el extranjero (der fremde) y basta a su esencia que sea
existencialmente, en un sentido particularmente intensivo, algo otro o extranjero, de modo que, en el
caso extremo sean posibles con él conflictos que no puedan ser decididos ni a través de un sistema de
normas ni mediante la intervención de un tecero ‘descomprometido’ y por eso ‘imparcial’ (…) Enemigo no
es el competidor o el adversario en general. Enemigo no es siquiera el adversario privado que nos odia
debido a sentimientos de antipatía. Enemigo es sólo un conjunto de hombres que combate, al menos
virtualmente, o sea sobre una posibilidad real, y que se contrapone a otro agrupamiento humano del
mismo genero. Enemigo es sólo el enemigo público, puesto que todo lo que se refiere a semejante
agrupamiento, y en particular a un pueblo integro, deviene por ello mismo público. El enemigo es el
hostis no el inimicus en sentido amplio…”
(los subrayados figuran en cursiva en el original)17.
Queda claro entonces que la enemistad no es cualquier relación de oposición real ni puede reducirse a
una contradicción lógica. La raíz del antagonismo propiamente político depende del vínculo entre grupos
16
Carl Schmitt, El concepto de ‘lo político’. Kolectivo Editorial “Ultimo Recurso”, Argentina, 2004. Consideramos que el
pensamiento schmittiano es conservador antes que reaccionario, en la medida que si bien es claro su ataque a la Ilustración, su
filosofía no posee elementos románticos sino más bien pesimistas, como una constatación fatalista del avance de la técnica y los
valores modernos que erosionan el principio de autoridad tradicional. Como afirma Giacomo Marramao, “Del mismo modo
que, para Nietzsche, esta irremisiblemente muerto el Dios que preside ociosamente el orden inmutable del mundo, para
Schmitt el estado de derecho está muerto porque ha perdido el monopolio de lo político”, citado por José Arico en C. Schmitt,
op. cit., p. XVI.
17
C. Schmitt, op. cit., pp. 15, 17.
11
sociales que luchan entre sí, o cuya situación es el resultado inmediato del enfrentamiento (de allí que la
paz sea concebida como un continuum de la hostilidad, y que las formas más intensas de lo político sean la
guerra y la revolución)18. Por otro lado, el contenido existencial del término implica que la identidad de los
actores políticos surge mediante la negación del Otro, en la medida que la relación de enemistad niega mi
existencia (la amenaza que pende sobre mi vida y me limita como ser), pero al mismo tiempo constituye
mi esencia (el ser que surge del combate). Si “lo político” depende concretamente del par amigo-enemigo,
para Schmitt esta relación no posee un privilegio ontológico por encima de aquel concepto. Al contrario,
el principio formal de lo político se realiza cuando la enemistad contamina cualquier contenido particular
de carácter religioso, laboral, estético, etc.19 Llegados a este punto, observamos que en Schmitt no hay una
relación inmediata entre “lo político” atravesado por la enemistad, y las múltiples dimensiones de lo
social. Es por esta razón que aclarar el sentido existencial y empírico del que parte la elaboración
conceptual, tiene la función de reprimir su contrario: para pensar la política como guerra es preciso
recurrir a la mediación de la metáfora, y el desplazamiento de sentido que realiza el autor permite
fetichizar el antagonismo social en un conflicto bélico20. En las páginas que siguen, pondremos a prueba
esta hipótesis analizando tres casos que reflejan como las categorías bélicas atraviesan una parte
significativa del discurso político-ideológico en C & R: dos comunicados del ELN de Bolivia, y un
informe de la revista sobre la guerrilla fundada por Carlos Marighella en Brasil y los Tupamaros de
Uruguay.
18
C. Schmitt, op. cit., pp. 19-21. A pesar de que la división amigo-enemigo en términos de identidad parece asumir rasgos
dialécticos (como ocurre con la interdependencia entre el amo y el esclavo en Hegel), el pesimismo schmittiano parece negar la
posibilidad de una síntesis. A diferencia de la dialéctica de Hegel o Fichte, la oposición que alimenta la relación amigo-enemigo
no conduce a ningún cierre capaz de resolver la oposición entre tesis y antitesis, o al fin de la Historia por la realización de
Espíritu Absoluto. Para un enfoque que rescata la dialéctica hegeliana, v. S. Zizek, El espinoso sujeto. El centro ausente de la
ontología política. Paidos, 2007. Para una crítica de la dialéctica hegeliana, v. Antonio Negri-Michael Hardt, op. cit., pp. 73-91.
19
Un buen ejemplo es su concepción de la lucha de clases: “…también una ‘clase’ en el sentido marxista deja de ser algo
puramente económico y se convierte en una entidad política si llega a este punto decisivo, o sea si toma en serio la lucha de
clases y trata al adversario de clase como enemigo real y lo combate, ya sea bajo la forma de una lucha de estado contra
estado o en la guerra civil en el interior de un estado”, C. Schmitt, op. cit., pág. 25. En cambio, para el Marx de Miseria de la
Filosofía, la lucha de clase contra clase es una lucha política que atraviesa el terreno de la producción, y la complicación de
esquematizar las mediaciones que enhebran estas dimensiones indisolublemente unidas aparecerán con mayor relieve en el
Prólogo a la Crítica de la Economía Política. V. C. Marx, Miseria de la Filosofía, Ed. Progreso, 1981, pág. 161 y S. Zizek, A
propósito de Lenin, Atuel, 2006, pp. 100-102.
20
Nuevamente seguimos la lectura de S. Zizek en El espinoso sujeto, loc. cit., pp. 127-130,185, pero nos separamos en un
punto: el filósofo esloveno caracteriza el gesto schmittiano como una “fetichización bélica heroica del conflicto”. En nuestra
recepción de la obra de Schmitt no hemos contemplado ninguna valoración romántica de la guerra. Antes bien, en uno de sus
pasajes más brillantes, aquel sostiene que: “La definición aquí dada de ‘político’ no es ni belicista, ni militarista, ni
imperialista, ni pacifista. Ella no representa siquiera un intento de elevar la guerra victoriosa o revolución lograda a ‘ideal
social’, puesto que guerra o revolución no son nada de ‘social’ ni de ‘ideal’”, C. Schmitt, El concepto de ‘lo político’, loc. cit.,
pág. 21.
12
1. Tras los pasos perdidos del Che.
“La guerra nos revolucionó. No hay experiencia más profunda para un
revolucionario que el acto de la guerra; no el hecho aislado de matar, ni de
portar un fusil o el de establecer una lucha de tal o cual tipo, es el total del
hecho guerrero, el saber que un hombre armado vale como unidad
combatiente, y vale igual que cualquier hombre armado, y puede ya no
temerle a otros hombres armados”
Carta del Che Guevara a Ernesto Sábato
A mediados de la década de 1960, Bolivia ya conocía la revolución. En 1952, una insurrección
popular había colocado en el poder al Movimiento Nacionalista Revolucionario de Víctor Paz Estensoro,
fruto de una coyuntural y frágil alianza de clases entre el campesinado indígena excluido por el avance del
latifundio, el proletariado minero y las capas medias urbanas. Jaqueado por la Confederación Obrera
Boliviana y por los sindicatos rurales, el MNR nacionalizó las minas de estaño y procedió a la reforma
agraria. El movimiento obrero ocupó las minas y puso en práctica el control obrero de la producción, de
manera semejante a lo que ocurría en el campo con la toma de latifundios por parte de las comunidades
indígenas21. La lucha armada tampoco era desconocida; en los tres días que duró la insurrección se
asaltaron cuarteles militares para aprovisionarse de armamento, y tras la disolución del ejército profesional
los mineros organizaron sus propias milicias. El declive del movimiento obrero a causa del estado de sitio,
y el éxito de la represión militar a las autodefensas armadas de los campamentos mineros en 1965,
parecían mostrar los límites de la huelga y de las milicias obreras como formas de lucha y organización
emergentes de la insurrección armada22. Hacia noviembre de 1966, Ernesto Guevara entró de incógnito en
Bolivia bajo la identidad falsa del economista uruguayo Adolfo Mena González. El 9 de octubre de 1967
era asesinado en La Higuera, y con el moría la tentativa de instalar un foco rural entre Cochabamba y
Santa Cruz, plataforma de operaciones que podía servir de enlace para el desarrollo de la guerra de
guerrillas en el altiplano boliviano, pero también como experiencia previa a la formación de un ejercito
21
El MNR se apoyó en el ejército boliviano, el capital norteamericano y la CIA para recuperar el monopolio estatal del poder
político y la violencia legítima. Sin embargo, la virtual situación de empate en el cogobierno con el movimiento obrero se
rompió con el golpe militar del general Rene Barrientos, producido hacia 1964. Barrientos promovió el “pacto militarcampesino”, logrando cooptar a varios sectores del campesinado indígena. Esta estrategia le permitió aislar a los mineros,
silenciados por una dura represión que incluyó bombardeos a las zonas de autodefensa minera en las montañas, y matanzas
similares a las producidas antes de 1952. Para una introducción general a la Revolución boliviana, v. James Dunkerley,
Revolución en las venas. La lucha política en Bolivia 1952-1982. La Paz, Plural, 2003. Para revisar la participación del
campesinado antes y después de 1952, v. Silvia Rivera Cusicanqui, “Apuntes para una historia de las luchas campesinas en
Bolivia (1900-1978)” en Pablo González Casanova (coord.) Historia política de los campesinos latinoamericanos, México, S.
XXI, 1985, Vol.3, pp. 146 a 207. Para observar el punto de vista y las demandas del proletariado minero, v. las tesis de
Pulacayo (1946), en http://www.pt.org.uy/textos/temas/pulacayo.htm.
22
Para una crítica de la autodefensa armada muy leída hacia 1967 que revisa el caso de los mineros bolivianos, v. Régis
Debray, ¿Revolución en la revolución? en revista Lucha Armada en la Argentina, nro. 1, pp. 125-130.
13
popular capaz de desplegarse por las extremidades andinas23. La tardía noticia de que el Che estaba
combatiendo en Bolivia galvanizó la militancia en varios puntos de América Latina, especialmente en el
sur, donde se organizaron varios grupos de apoyo a la guerrilla en Argentina, Chile y Perú. Como
demuestra Gustavo Rodríguez Ostria en Teoponte. La otra guerrilla guevarista en Bolivia, el ciclo del
foquismo en ese país no se cerró con la muerte de Guevara. Por el contrario, desde su aparición oficial el
23 de marzo de 1967, el Ejército de Liberación Nacional animado por los hermanos Coco, Inti y Chato
Peredo se reorganizó tras el descalabro de 1967, y fue nutrido una vez más por combatientes de origen
cubano, argentino, chileno y boliviano. De las primeras acciones militares realizadas por la guerrilla del
Che en Ñancahuazú, a la caída del núcleo armado de Teoponte en noviembre de 1970, median tres años de
una experiencia política que unió a militantes comunistas, socialistas, trotskystas, maoístas, cristianos e
independientes24. Si bien los integrantes de C & R encuadrados en el Comando Camilo Torres no
formaron parte de estos grupos de apoyo, en el número 5 de noviembre de 1967 publicaron el primer
manifiesto del ELN. En el número 9 se difundió Volveremos a las montañas, una entrevista concedida por
Inti Peredo al diario La Paz hacia julio de 1968, en plena etapa de recomposición y balance político de la
guerrilla boliviana25. La estructura del manifiesto de abril de 1967 es sencilla, pero engañosa: si los
integrantes del ELN eran “perfectamente foquistas, iluminados hasta lo más íntimo por las enseñanzas de
Che”, se supone que el primer comunicado comenzaría describiendo las condiciones objetivas que
permiten el desarrollo de la lucha armada en Bolivia, para pasar rápidamente a los factores subjetivos (de
organización y conciencia) necesarios para el surgimiento de un núcleo guerrillero como embrión del
ejército popular26:
23
Para Gabriel Rot, el compromiso personal del Che en la aventura boliviana se remonta a la “fuga hacia delante” que inicia
para resolver su posición cada vez más incómoda en Cuba. La política de coexistencia pacífica con el imperialismo impulsada
por la URSS y apoyada por el PC cubano, entraba en tensión con el proyecto de generalizar las luchas antiimperialistas a escala
global, apelando a la consigna de “crear dos, tres, muchos Vietnam”. En ese contexto se entiende su fracasada expedición al
Congo en 1965, y la consecuente certeza guevariana de que Latinoamérica sería el Vietnam de la década siguiente. La decisión
de instalar la guerra de guerrillas en zonas rurales de Bolivia -el foco capaz de crear por su propia duración las condiciones
subjetivas de la revolución social, a través de la lucha armada- no fue arbitraria ni apresurada: a comienzos de los 60 había
auspiciado la creación del Ejército Guerrillero del Pueblo, organización armada dirigida por Jorge Massetti que operó en Salta
entre 1963 y 1964. También en 1964 conoció en Cuba a Tamara Haydeé Bunke Bider (Tania), que se entrenó con los servicios
de inteligencia de la isla para desempeñar tareas de espionaje en Bolivia. V. Gabriel Rot, “Lanzando semillas con
desesperación”, en revista Lucha Armada en la Argentina, nro. 9, pp. 24-37. Para una breve biografía de Tania, v. mi artículo
“La tumba de la guerrillera heroica”, en www.prensadefrente.org
24
Gustavo Rodríguez Ostria, Teoponte. Sin tiempo para las palabras. Teoponte. La otra guerrilla guevarista en Bolivia. Grupo
Editorial Quipus, 2006. Los sobrevivientes del ELN formarán en 1974 la Junta Coordinadora Revolucionaria con miembros del
PRT-ERP de Argentina, el MLN Tupamaros de Uruguay, y el MIR chileno. En 1975 el ELN finalmente se disolvería, como
resultado de la secesión del grupo que va a formar la sección boliviana del PRT.
25
En torno a C & R se organizó una red de agrupaciones de “superficie” (públicas) y “episuperficie” (semiclandestinas). El
Comando Camilo Torres era una organización celular de estructura piramidal, que realizó su primera acción directa en Buenos
Aires el 1ro. de mayo de 1967, interrumpiendo la misa del cardenal Caggiano por motivo del Día del Trabajador. V. G.
Morello, Cristianismo y Revolución. Los orígenes intelectuales de la guerrilla argentina. UCC, 2003, pp. 144-145.
2626
La cita entre comillas es de Rodríguez Ostria, op. cit., pág. 4. En el artículo Cuba ¿excepción histórica o vanguardia en la
lucha contra el colonialismo? (9/04/61), el Che sostiene que “Las condiciones objetivas para la lucha están dadas por el
hambre del pueblo, la reacción frente a esa hambre, el temor desatado para aplastar la reacción popular y la ola de odio que
la represión crea. Faltaron en América condiciones subjetivas de las cuales la más importante es la conciencia de la
14
“Larga es la historia de penurias y sufrimientos que ha soportado y soporta nuestro pueblo. Son cientos
de años que corren ininterrumpidamente raudales de sangre. Miles suman las madres, esposas, hijos y
hermanas que han vertido ríos de lágrimas. Miles son los heroicos patriotas cuyas vidas han sido
segadas. Los hombres de esta tierra hemos vivido como extraños; más derechos tiene cualquier
imperialista yanqui, en el territorio nacional que llama sus ‘concesiones’. El puede destruir, arrasar e
incendiar viviendas, sembradíos y bienes de bolivianos. Nuestras tierras no nos pertenecen; nuestras
riquezas naturales han servido y sirven para enriquecer a extraños y dejarnos tan sólo vacíos,
socavones y profundas cavernas en los pulmones de los bolivianos”.
27
Sin embargo, aquí el análisis de las condiciones objetivas se confunde con la descripción del estado
subjetivo de sufrimiento y negación del pueblo boliviano. Si el ELN era una organización “de pocas
palabras”, la arenga que atraviesa el manifiesto no es simplemente el reflejo de la pobreza teórica o la falta
de programa: desde el punto de vista de la guerrilla, es el formato retórico más apto para crear un sujeto de
combate28. En este subgénero discursivo, la enemistad es un asunto de vida o muerte, y del mismo modo
que ocurre con la díada amigo-enemigo empleada por Carl Schmitt, tiene la capacidad de constituir
identidades políticas relacionales que parten del antagonismo. En primer lugar, notamos que el enfoque
sobre la subjetividad del pueblo boliviano parte de una carencia: aquello que bautizamos con cierta
imprudencia como identidad, nace escindido de la negación y la alienación, dado que “Los hombres de
esta tierra hemos vivido como extraños; más derechos tiene cualquier imperialista yanqui…”. El enemigo
hace sentir a los bolivianos como extranjeros en su propia tierra, incendian, destruyen y matan, pero en ese
mismo acto de negación se nomina retroactiva y políticamente al sujeto vindicador. En otras palabras, el
imperialismo amenaza la conservación de la vida, pero la enemistad absoluta es un extremo que permite la
política revolucionaria entendida como guerra, allí donde los demás gestos políticos fueron silenciados 29.
La amenaza que pende sobre mi vida (enemistad como concepto “existencial”) se materializa en el
comunicado en forma de tragedia, como el espejo invertido del Lebensraum pangermánico: la destrucción
del espacio vital de una sociedad colonizada30. El problema que tiene el comunicado para contribuir a
posibilidad de la victoria por la vía violenta frente a los poderes imperiales y sus aliados internos. Esas condiciones se crean
mediante la lucha armada que va haciendo más clara la necesidad del cambio (y permite preverlo) y de la derrota del ejército
por las fuerzas populares y su posterior aniquilamiento (como condición imprescindible a toda revolución verdadera)”. V.
http://www.patriagrande.net/cuba/ernesto.che.guevara/index.htm
27
C & R nro. 5, pág. 20 (38-39 del original).
28
Rodríguez Ostria, op. cit., pág. 163-179. También Adolfo Gilly analiza el vocabulario militar de las guerrillas como sustituto
del programa y del análisis social en “Régis Debray y la guerrilla de las galaxias”, artículo compilado en La senda de la
guerrilla. México, Nueva Imagen, 1986, pp. 177-193.
29
La idea de la subjetividad como producto del antagonismo y la negación, parte del análisis de René Zavaleta Mercado sobre
la identidad nacional boliviana en “Las masas en noviembre”, artículo publicado en AAVV, Bolivia hoy, México, Siglo XXI,
1987, pp. 11-59, y Franz Fanon, Los condenados de la tierra, FCE, 1971, pp. 99-135. La opción por las armas cobra vigencia
cuando la dictadura margina al MNR, a la COB y a los partidos de izquierda en general. Si la hegemonía se basa en el pacto
militar-campesino, la clase obrera y las capas medias urbanas no van a tener ni voz ni voto en el campo político nacional.
30
El Lebensraum o espacio vital era parte de la ideología imperialista de pangermanismo, creada por los mariscales Luddendorf
y Hyndenburg cuando se apoderan del estado mayor del ejército alemán hacia 1916. Con el argumento de la necesidad de un
15
demostrar nuestra hipótesis es que no aparece la palabra guerra, aunque el discurso se construye “en
contra de” el imperialismo norteamericano y sus socios locales. El enemigo se configura fuera de los
límites de la nación (es un extranjero), pero también hay un otro-entre-nosotros que va de la “camarilla
pro-yanki que detenta el poder” al ejército nacional y los partidos de izquierda “seudo revolucionarios”.
En la sucesiva articulación de equivalencias que definen al enemigo, el interno (el autor material) es el
más nombrado como objeto de la justicia popular –como torturador, delator y traidor-, antes que el “autor
intelectual” o enemigo real (el imperialismo, la CIA)31. Sin embargo, el tono reivindicativo y trágico
prepara el terreno para la emergencia de las acciones armadas y justifica del escenario bélico: en
Volveremos a las montañas aparece la guerra como objeto del discurso del ELN, una explicación de las
actividades guerrilleras, y un intento de esbozar un cuadro de las diferencias políticas que agitaban a la
izquierda boliviana desde el advenimiento del Che:
“El pueblo y sólo el pueblo será el encargado de dar el título de vanguardia a quienes lo conduzcan a su
liberación. El sectarismo de los ‘vanguardistas’ se traduce en la exigencia de subordinar la dirección de la
guerrilla a la dirección política. Habría que preguntarse: ¿a la dirección política de quien? ¿Se trata de
dividir la lucha en armada y pacífica subordinando la forma de lucha armada a la pacífica? ¿O es que se
pretende utilizar la lucha armada como simple instrumento de presión para la ‘lucha política’ en las
ciudades? ¿Por qué no pensar más bien en la dirección única político-militar, considerando que en
situación de guerra, como lo es la guerra de guerrillas los cuadros revolucionarios más capacitados y más
aptos deben atender el problema de la guerra?”
32
Aquí aparece una referencia muy clara al problema de la vanguardia, que se remonta a
la coyuntura de 1967, cuando el Che llega a Bolivia y se desata el primer conflicto con el PCB (Guevara
reclamaba la jefatura de la guerrilla, desairando al enviado que el partido quería designar como
comandante). Como parte de una formación
discursiva, la ilusión de inmanencia que funde a la
“espacio vital” para el pueblo alemán, exigían la colonización germana del África Central y de Ucrania, elementos que más
tarde serían reivindicados por el nacional socialismo. V. Jeffrey Herf, El modernismo reaccionario. Tecnología, cultura y
política en Weimar y el Tercer Reich, FCE, 1990.
31
C & R nro. 5, pág. 20 (38-39 del original). En este sentido, cabe preguntarse si el último eslabón de la cadena de
equivalencias que identifica a la formación hegemónica opuesta (imperialismo-ejército cipayo-izquierda traidora) no confunde
al adversario con el enemigo. Calificar del PC de Bolivia (PCB) como “traidor” por la derrota del Che y asimilarlo sin más al
bloque imperialista, replica la lógica sectaria de varias formaciones de la izquierda en general, que sustituyen con mucha
facilidad al compañero/adversario que se equivoca por el enemigo que traiciona. En última instancia, si el enemigo schmittiano
se configura en base a la territorialidad -el nomos de la tierra- el enemigo del ELN se construye desde la indiferencia entre
territorio y nación como comunidad del pueblo oprimido: ambos aparecen mutilados por el imperialismo, y el objetivo del
comunicado guerrillero es construir un sujeto político.
32
C & R nro. 9, pág. 13 (22 del original). La argumentación del Inti Peredo se construye con “preguntas retóricas” -respuestas o
normas del discurso disfrazadas en forma de interrogante-. Esta forma retórica se repite en el análisis de la huelga petrolera de
Ensenada (La Plata, Argentina) que hace C & R tres números después, en noviembre de 1968. Se replica la estructura
interrogativa e incluso parte del contenido, cuando la cobertura del conflicto petrolero introduce el problema de la vanguardia
armada como grupo de choque, v. “La lengua obrera. Trabajadores, hegemonía e identidades populares en Cristianismo y
Revolución (cap.2, 1968-1969)”, en IV Jornadas de Trabajo sobre Historia Reciente, Rosario, 14, 15 y 16 de mayo de 2008,
Facultad de Humanidades y Artes, UNR, pág. 13.
16
vanguardia con el pueblo saltea la mediación partidaria, justificando la unificación de los mandos políticos
y militares con un argumento similar al de Régis Debray en ¿Revolución en la revolución?33. La pregunta
que ultima el párrafo condiciona la totalidad del pasaje: el conflicto bélico es preformativo de lo político,
y crea las condiciones subjetivas de la revolución con una tautología. Las acciones de la guerrilla implican
una situación de guerra a modo de prólogo, y aquella modalidad de enfrentamiento social exige la
militarización de los cuadros revolucionarios, que se convierten en guerrilleros34.
2. Del foco rural a la guerrilla urbana
“Hoy ser asaltante o terrorista es una condición que ennoblece a cualquier
hombre honrado, pues significa exactamente la actitud digna del
revolucionario que lucha a mano armada contra la vergonzosa dictadura
militar y sus monstruosidades”
Carlos Marighella, Minimanual del guerrillero urbano (1969).
A diferencia de lo ocurrido con Bolivia, en Argentina, Uruguay y Brasil se desarrollarían formas de
lucha armada con epicentro en las ciudades. En Guerra de guerrillas, el Che pensaba las operaciones
militares en “los bosques de cemento de las grandes urbes capitalistas” como la última etapa del foco35.
Esta posibilidad surge en casos donde la insurrección general ya se encuentra avanzada y del control
territorial en la zona liberada rural, la guerrilla “llega al acoso de las ciudades”, destacando pequeños
comandos para realizar actos de sabotaje (tumbar postes telefónicos, inutilizar centrales eléctricas, etc.). A
pesar de que Guevara critica la subestimación de la lucha armada en las ciudades, afirma categóricamente
33
R. Debray, loc. cit., pp. 136-144. Con esta posición, el foquismo se diferencia radicalmente del marxismo leninismo, que al
apoyarse en la experiencia obrerista y urbana de la revolución rusa, separó la lucha armada de la lucha política, subordinando la
primera a la segunda. Esta relación jerárquica a su vez tenía una expresión organizativa partidaria en la creación de un comité
político (comandado por Lenin) y un comité militar (bajo la dirección de Trotsky), v. John Reed, Diez días que conmovieron al
mundo, CEAL, 1971. Por otro lado, para Rodríguez Ostria las proclamas del ELN no tienen marco referencial, posición que
cortaría cualquier relación entre las palabras y las cosas, como si el discurso se proyectara por fuera de una formación
discursiva que lo determina y al cual se refiere, o del contexto que lo atraviesa más allá de la especificad de sus reglas, v. R.
Ostria, op. cit., pág 165. No hay un marco referencial inmediato en los primeros comunicados (como sostiene el autor de
Teoponte, la lucha de clases y el debate político se sustituyen por la tragedia del pueblo boliviano y la epopeya de la
independencia, encarnada en las figuras legendarias de Sucre y Juana Azurduy). En el reportaje al Inti Peredo se hace imposible
no aludir a algún marco referencial después de la muerte del Che, más acá de los mitemas bolivarianos.
34
En la tercera parte de su obra De la guerra, Clausewitz sentencia que “la guerra es la continuación de la política por otros
medios”. Carl Schmitt invierte la célebre fórmula al afirmar que “La guerra no es pues un fin o una meta, o tan solo el
contenido de la política, sino que es su presupuesto siempre presente como posibilidad real y que determina de modo
particular el pensamiento y la acción del hombre, provocando así un comportamiento político específico”, C. Schmitt, op.cit.,
pág. 22. y Carl von Clausewitz, De la guerra, Agebe, 2005. En una lectura herética, Chato Peredo va a sostener que “La frase
de Lenin y Clausewitz la guerra es nada más que la continuación de la política por otros medios, para la mayoría de nuestros
países hay que invertirla algo: la continuación de la política por otros medios es nada más que la guerra”, v. Rodríguez
Ostria, op.cit., pág. 171. La vuelta de tuerca del dirigente del ELN va en la misma dirección que la de Schmitt, pero sin
considerar un elemento clave agregado por el pensador alemán: que la guerra sea el presupuesto de la política, no significa que
el contenido de la política sea la guerra. Como “última ratio del reagrupamiento amigo-enemigo”, la guerra tiene sus propias
reglas y puntos de vista, susceptibles de constituir un campo específico.
35
La metáfora es de Abraham Guillén en “Lecciones de la guerrilla latinoamericana”, Lucha Armada en la Argentina, n. 4, pág.
126.
17
que “nunca puede surgir por sí misma una guerrilla suburbana”36. Sin embargo, la propia muerte del Che
en Bolivia obliga a revisar algunos aspectos de su estrategia: tanto en la guerrilla de Teoponte como en
otros núcleos latinoamericanos, se observa un proceso de “nacionalización” que modifica su perspectiva
continental de la lucha armada37. Que la totalidad de la teoría del foco no es puesta en discusión, puede
demostrarse a través de los testimonios de ex militantes de C & R. Como recuerda Marita:
“Cuando lo matan al Che, nosotros formábamos parte…Miguel Mascialino coordinaba un grupo de
estudios de Teilhard de Chardin en la casa de María Rosa Oliver. María Rosa Oliver era el contacto más
directo con el Che, y ella es la que tiene la confirmación…me acuerdo como si fuera hoy viéndola en su
silla de ruedas que se pone a llorar cuando nosotros llegamos y dice “me acaban de confirmar, lo han
matado a Ernesto”. A partir de eso evidentemente cambiaban todos los tantos, y se empieza a perfilar
toda esta cuestión que también influye mucho Los condenados de la tierra de Fanon, la batalla de
Argelia, es decir toda la estrategia vietnamita y argelina que se refiere a la guerrilla urbana…entonces el
rediseño, la redefinición de ese foquismo rural se va a una guerrilla urbana. Sin rever todavía el
foquismo –porque el foquismo en realidad yo lo reviso con otros compañeros cuando nos separamos de
Juan García Elorrio en el año 70”
38
.
La revisión del foquismo criticó los aspectos tácticos antes que los estratégicos. Dicho en otras
palabras, la caída del Che se habría producido o bien a causa de factores subjetivos y exteriores a la propia
guerrilla (la traición del PCB) o a lo sumo por una falla técnica (equivocación en definir correctamente el
teatro de operaciones). En esta segunda parte, consideramos que el surgimiento de la guerrilla urbana
modifica sensiblemente la subjetividad guerrillera construida en los primeros números, algo que puede
verificarse en el nivel de las representaciones simbólicas39. Para desarrollar el problema utilizaremos la
“teoría del partisano” de Carl Schmitt. En su obra madura de 1962, el pensador alemán trata de explicar
las nuevas formas de legalidad y legitimidad que surgen en la era de la guerra total, explicando que el
partisanen krieg (guerrillero en castellano) es un síntoma de la crisis del Estado de derecho. Inmovilizadas
36
Ernesto Guevara, Guerra de guerrillas (1960). Kolectivo editorial Último recurso, Rosario, 2006, pp. 37-39.
G. Rodríguez Ostria, “Teoponte: la otra guerrilla guevarista en Bolivia”, en revista Lucha Armada en la Argentina, nro., 2 pp.
88-97. En Argentina, el grupo de Arturo Lewinger se estaba preparando para apoyar a la guerrilla del Che en Bolivia, cuando la
noticia de su muerte modifica su estrategia. A partir de esa experiencia volcarían su lucha al contexto nacional, convergiendo
con otros grupos para formar las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), que más tarde realizarían acciones de guerrilla
urbana y se unirían a Montoneros.
38
Entrevista a Marita Foix, Programa de Historia Oral, Instituto de Antropología, FFyL (UBA).
39
En un trabajo anterior observamos un período inicial de C & R entre 1966 y 1969, donde el pobre como objeto de caridad
deviene en el trabajador como sujeto transformador, tendencia que anuncia la teología postconciliar, la formación de la CGT de
los Argentinos y se consolida con el Cordobazo. La teoría del foco era la línea política que se correspondía mejor con el pobre
como sujeto de cambio, pero en 1969 las notas sobre trabajadores rurales como los hacheros y los obreros del azúcar en
Tucumán, serán desbordadas por la cobertura de conflictos de petroleros, gráficos, obreros de la construcción o de la industria
automotriz, v. “La lengua obrera”, en n. 32. Paralelamente, la guerrilla urbana en Argentina es una respuesta política tanto al
asesinato del Che en Bolivia, como a los cambios en la coyuntura política nacional. En términos ideológicos, la reactivación del
movimiento obrero y el proceso de “nacionalización” de las guerrillas latinoamericanas, se refleja en C & R con un despliegue
más explícito de su adhesión al peronismo.
37
18
para la guerra regular por la amenaza nuclear, las grandes potencias de la guerra fría van a ser relevadas de
la política -entendida como enemistad absoluta o existencial- por el partisano. Elevado filosóficamente por
Clausewitz, y situado en la vanguardia de la guerra revolucionaria por Lenin y Mao, el partisano se
convierte en la segunda mitad del siglo XX en el político por excelencia40.
a) Irregularidad/regularidad.
El ejemplo de la lucha armada en Brasil ofrece un relieve singular para el análisis comparativo. A
diferencia de Bolivia o Argentina, las principales organizaciones político-militares se desarrollaron a partir
de núcleos con amplia experiencia en el Partido Comunista local. Las huellas de este cordón umbilical
(orgánico o por adopción ideológica) seguirán presentes en las posiciones políticas adoptadas por la
Alianza Libertadora Nacional de Carlos Marighella, o la Vanguardia Popular Revolucionaria de Carlos
Lamarca41. Nacido en Salvador de Bahía hacia 1911, Marighella inició su militancia en el movimiento
estudiantil a los 23 años, en las filas del PCB. Conoció la cárcel en dos oportunidades: mientras Getulio
Vargas ejercía su segunda presidencia constitucional, en 1936, y durante la fase corporativa del Estado
Novo hacia 1939, organizando cursos de alfabetización y charlas para los presos. Una vez derrocado
Vargas en 1945, fue liberado y elegido diputado un año después por el Estado de Bahía, hasta que el
partido fue nuevamente puesto fuera de la ley en 1948. Con la revolución cubana, la ruptura de una
fracción maoísta que se separa del partido en 1962, el apoyo del PCB al gobierno de Joao Goulart y el
golpe militar de Castelo Branco dos años después, podemos ver un Marighella cada vez más incómodo en
la estructura partidaria: miembro del Comité Ejecutivo, pero defensor de la acción directa en franca
oposición al conjunto de la dirección comunista. En 1965 escribe Por que resistí a la prisión, donde apoya
40
Hay cuatro rasgos que definen al partisano: 1) es un combatiente irregular, sin uniforme y con autonomía táctica para operar
individualmente o en grupos pequeños. 2) actúa dentro de una formación política con un compromiso “total” (es decir, con un
tipo de vínculo absoluto que subsume todas las dimensiones de la vida humana, subordinando la vida del otro no a la legalidad
exterior del Estado, sino al total legítimo del ideal partisano). 3) la movilidad y sorpresa son signos distintivos del partisano,
aunque exista una tendencia a su regularización (al decir del Che, cuando la guerrilla pasa de los ataques veloces y furtivos a la
guerra de posición en trincheras y zonas liberadas, conduciendo tanques, etc.). V. C. Schmitt, op. cit., pág. 125, nota 10 y
Ernesto Guevara, op. cit., pág. 14 y 72. 4) El carácter telúrico. El guerrillero defiende su tierra, y “deforma su naturaleza
cuando se apropia de una ideología de agresividad absoluta y tecnificada o anhela una revolución mundial”, C. Schmitt, op.
cit, pág. 127.
41
La trayectoria del ex capitán Lamarca se relaciona con la experiencia histórica de un sector de militares nacionalistas, que se
identificaron con la izquierda revolucionaria en Brasil. El antecedente más conocido es el de Luis Carlos Prestes, dirigente del
movimiento cívico-militar que inició una “larga marcha” en 1924 por Río Grande do Sul, Foz do Iguazú y el Estado de Paraná,
más tarde con una importante trayectoria en las filas del PCB. Mientras duró la estrategia de “clase contra clase” difundida por
el Komintern, el comunismo brasileño participó en la insurrección constitucionalista de 1932, y protagonizó otro levantamiento
en 1935, ambos fallidos. En el caso de Lamarca, se trataba de un oficial de origen obrero, tirador experto seleccionado como
asesor de seguridad bancaria en 1969…y pocos días después implicado en el asalto al banco Itaú y Mercantil, tras escapar de su
unidad militar con pertrechos varios. Desde 1962 recibía propaganda clandestina del PC, estudiaba marxismo y tenía la
convicción de que la lucha armada era la única vía para hacer la revolución en Brasil. V. “Los nacionalismos de América
Latina” en AAVV, Siglo Mundo, Historia documental del s. XX. Bs. As., CEAL, 1969 y Virginia Martinez, “Vida y muerte de
Iara Iavelberg”, en www.rodelu.net/perfiles/perfil64.html,
19
la estrategia de frente democrático del PCB, pero ya critica la línea oficial de asignarle un papel dirigente
a la burguesía nacional. Entre 1966 y 1967 permaneció en Cuba para asistir al Congreso de la OLAS sin
autorización de su partido, y a su regreso fundó la ALN ya separado del PCB, junto a Joaquín Cámara
Ferreira42. La organización se abocó en un principio a erigir la estructura clandestina del aparato militar, a
través de operaciones de acumulación financiera y logística. Si bien en un principio el concepto de guerra
revolucionaria se encuentra asociado a la “perturbación de la red bancaria brasileña”, estas acciones
militares cobran una dimensión política como parte de una estrategia de largo plazo:
“La guerra revolucionaria que estamos haciendo es una guerra prolongada, que exige la participación de
todos. Es una lucha feroz contra el imperialismo norteamericano y contra la dictadura militar brasileña,
que funciona como agencia de los Estados Unidos dentro de nuestra propia patria (…) Debemos
aumentar gradualmente los disturbios de la guerrilla urbana, con una secuencia interminable de
acciones imprevisibles, de tal modo que las tropas de la dictadura no puedan dejar el área urbana sin
riesgo de desguarnecer las ciudades. Son estas circunstancias desastrosas para la dictadura militar las
que permitirán desencadenar la guerra rural, en medio del incremento incontrolable de la rebelión
urbana”
43
Si bien la primacía de esta lógica operacional en la construcción política es un elemento recurrente en
la historia de los Tupamaros, las diferencias estratégicas saltan a la vista: a diferencia de la guerrilla
uruguaya, en ALN la predicada complementariedad entre guerrilla urbana y guerrilla rural acentuaba la
importancia de esta última, por lo menos en el nivel de las declaraciones programáticas. Una vez superada
la etapa de conseguir armas y dinero para financiar y templar la guerrilla en la selva urbana, Marighella
declaraba en la toma de la Radio Nacional de Sao Paulo a 1969 como “el año de la guerrilla rural”. El
42
Sobre Carlos Marighella y la ALN, v. Gabriel Rot, “Nota introductoria” en Carlos Marighella, “Minimanual del guerrillero
urbano”, Lucha Armada en Argentina nro. 2, pág.122, y Álvaro Bianchi, “Del PCB al PT: continuidades y rupturas en la
izquierda brasileña”, en Marxismo Vivo 4 (2001), www.marxismovivo.org/alvaro4esp.htm. Para la revista brasileña Veja, por
otro lado, “…la VPR está estructurada en los mismos moldes que los Tupamaros del Uruguay”, v. C & R nro. 21, pág. 20 (37
del original). La Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) fue creada a partir del I Congreso Tricontinental de La
Habana. Era un foro de organizaciones políticas encargada apoyar activamente a la revolución cubana, asumiendo en ocasiones
su línea política o difundiendo sus realizaciones. Dirigida por Régis Debray con el auspicio de Fidel Castro, en la delegación
argentina presidida por John W. Cooke participaron formaciones como el PCA y el MALENA -en permanente tensión antes y
durante el encuentro- contando con la participación de Fernando Abal Medina, Norma Arrostito y Juan García Elorrio.
Agradezco el diálogo personal con José Vazeilles, que integró como militante del MALENA la delegación argentina.
43
C & R nro. 21, pág. 21 (38 del original). Aquí no hay una línea demarcatoria claramente discernible entre lo “político” y lo
“militar”, aunque la influencia del PCB se advierte en que a pesar de privilegiar la guerrilla rural, la ALN reniega de la teoría
del foco. Que la doctrina política de Marighella no puede reducirse al “Minimanual del guerrillero urbano”, como pretende
Adolfo Gilly puede verificarse rastreando la elaboración programática de los mismos dirigentes de la ALN. En su Manifiesto al
Pueblo Brasileño queda claro el sesgo político de la estrategia militar. En su punto 3 se exige: “Expropiar a los latifundistas,
acabar con el latifundio, transformar y mejorar las condiciones de vida de los operarios, de los campesinos y de las clases
medias, extinguiendo al mismo tiempo y definitivamente la política de aumento de los impuestos, de los precios y de los
alquileres” (C & R nro. 21, pag. 20, 37 del original). V. A. Gilly, “Regis Debray y la guerrilla de las galaxias”, op. cit., pág.
181.
20
mapa de Brasil estaba atravesado por enormes franjas verdes, y el país contaba con una masa de
trabajadores marginados sin tierra, aislados por pésimas vías de comunicación, con una historia de
resistencia y autonomía frente al Estado que se remontaba a los quilombos o comunidades de esclavos
fugitivos. Ahora bien, ¿que tipo de guerra es la que está librando, si para Marighella es “un hecho
reconocido hasta por las propias autoridades”? Aquí entran en tensión los elementos de regularidad e
irregularidad a los que hacía referencia Carl Schmitt, como se nota en las propias palabras de Lamarca:
“Téngase presente que al hablar sobre el punto de vista militar, no me estoy refiriendo al
convencionalismo militar y sí al concepto militar de la guerrilla como forma de lucha y estrategia no
convencionales, donde el factor decisivo es político-revolucionario; una estrategia global contra el
imperialismo de los Estados Unidos y la utilización del hombre revolucionario, del hombre de convicción
revolucionaria, que tiene fe ciega en las masas y en su capacidad de lucha (…) En el campo
construiremos la primera columna guerrillera, alternativa al poder de las clases dominantes, embrión del
futuro Ejército Popular. Construir ese Ejército, en el Brasil, no significa entretanto solamente la columna
guerrillera, sino crear guerrillas irregulares en todos los puntos del país. Significa aún efectuar un
44
trabajo político-militar junto a las masas principalmente junto a la clase obrera .
El dirigente de la organización Var-Palmares (en homenaje al célebre quilombo del siglo XIX) pone
énfasis en el trabajo de masas, tocando un punto nodal del debate político entre la ortodoxia del PCB y las
heterodoxas organizaciones armadas: el problema de la concepción militarista del foco como cuña entre la
vanguardia política y el sujeto revolucionario. Aquí no hay confusión posible entre guerrilla y ejército
popular: mientras el ELN de Bolivia ya se bautiza como ejército -aún cuando Inti Peredo admite que no
superó la primera fase de “aguante” guerrillero- el grupo de Lamarca incluye la guerrilla como etapa
(irregular) en la conformación de un ejército popular (regular). Esta distinción no es menor, si tenemos en
cuenta el poder retroactivo de identificación que poseen los nombres en general, desde el punto de vista de
la teoría de la ideología45. Aún cuando el “olor a guerra” penetra en los discursos de ambas organizaciones
a través del concepto maoísta de guerra prolongada, es en la obsesión gradualista de la Var-Palmares
donde constatamos la necesidad de cubrir un vacío, la ausencia de una guerra revolucionaria que no puede
desatarse solamente a través de la suma aritmética de operaciones logísticas y de aprovisionamiento. En
otras palabras, para entrar en la guerra popular no basta con cumplir las reglas del “convencionalismo
militar”, que simboliza el nomos de la legalidad formal como forma vacía, abstracta, ocultando el
antagonismo fundamental de la sociedad de clases. Para alcanzar el sublime objeto de la revolución
socialista en Brasil, es necesario suturar esa distancia con el hombre nuevo, “el hombre de convicción
revolucionaria, que tiene fe ciega en las masas y en su capacidad de lucha”. Si pensamos el problema con
44
45
C & R nro. 21, pág. 21 (38 del original). Las partes en negrita están subrayadas en el original.
Para este punto y lo que sigue, v. Z. Zizek, El sublime objeto de la ideología, Siglo XXI, 2005, pp. 138-143.
21
las categorías de Carl Schmitt, el compromiso político total del partisano absorbe la formalidad legal,
rompiendo con su decisión la anarquía que rige la (no) soberanía del Estado de derecho moderno46.
b)
Compromiso político y guerra total
Por el momento, la red conceptual del pensador alemán no ha sufrido mella alguna. Comprobamos una
relación de equivalencia entre el compromiso político del partisano y su carácter irregular, aunque la
evidencia empírica recogida hasta ahora no nos alcanza para inferir con claridad si alguno de los términos
tiene un “privilegio ontológico” sobre el otro, si el compromiso político es lo que hace diferente al
guerrillero, o si lo que define el compromiso político (revolucionario) como tal es el ser guerrillero.
Nuevamente el discurso de las organizaciones armadas nos hace tropezar con una tautología. ¿Existe
algún caso que rompa con este círculo vicioso? Si el compromiso político es total (posee un sistema de
normas más allá de toda moral universal, ya que parte de una ética dicotómica basada en la relación
amigo-enemigo) ¿la “criminalización del enemigo” y el terrorismo como emergente de una guerra total sin
códigos es su consecuencia ulterior, tal como lo concibió Schmitt? En Uruguay, hacia 1965 surgía el
Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros a partir de la experiencia del Coordinador. Este órgano
de enlace fue activado entre 1963 y 1965 por jóvenes militantes de izquierda influenciados por la
revolución cubana, con el objetivo de apoyar las marchas de los cañeros sobre Montevideo. El MLN-T era
una organización político-militar que había roto amarras con las formaciones políticas de la izquierda
tradicional, a partir del núcleo originario compuesto por unos 50 militantes procedentes de experiencias
diversas, por lo general fracciones disidentes de formaciones políticas mayores como el MIR (maoísta), el
PS, el MAC (Movimiento de Apoyo al Campesinado) y un sector de la UTAA (Unión de Trabajadores
Azucareros de Artigas), conducido por Raúl Sendic47. A diferencia de la guerrilla “trasplantada” en
Bolivia por el Che –armada con apoyo cubano, y compuesta principalmente por veteranos guerrilleros de
la isla además de los combatientes bolivianos, argentinos y chilenos- los Tupamaros habían surgido
orgánicamente de la protesta social local, con un nombre que se remontaba a los gauchos de Artigas,
desacreditados como tupamaros por las tropas coloniales y la elite montevideana. El fantasma de la
46
Lo interesante aquí es que lo irregular es la condición para lo regular (aún dependiendo de reglas políticas y organizativas, la
guerrilla irregular y la violencia revolucionaria son pasos necesarios en la construcción del ejército popular, y por extensión de
la refundación del Estado sobre nuevas bases sociales). Esta perspectiva se apoya en la revolución cubana e invierte la
experiencia china, donde la guerra regular contra el invasor japonés se convierte en guerra de guerrillas. Aunque para Mao el
binomio regular-irregular en clave militar es mucho más simbiótico e interdependiente -en especial para la etapa de la guerra
civil- la primacía política del Partido como “lugar de la verdad” (como ley más allá de lo formal-legal, como regularidad
instituyente) se enfatiza para desacreditar las tendencias “guerrilleristas”, incapaces de saltar de la forma inferior “irregular” a
la forma superior “regular” de lucha. V. Mao Tsé Tung, Problemas de la guerra y de la estrategia (1938), Parte IV, pp. 235237 en www.marxists.org/espanol/mao/PSGW38s.html
47
Eduardo Rey Tristán, La izquierda revolucionaria uruguaya, 1955-1973, Universidad de Sevilla, 2005. Entre los
antecedentes de la organización también debe contarse hacia 1963 una temprana expropiación de armamento en el Club de Tiro
Suizo, al calor de la protesta cañera.
22
rebelión indígena de Tupac Amaru durante las guerras de independencia, y el reparto de tierras encarado
por el artiguismo con el Reglamento Provisorio constituían su mito fundacional y señalaban su linaje 48. La
primera etapa de trabajo en 1966 se destinó a construir el aparato militar, que tenía una estructura
piramidal dividida en células descentralizadas y compartimentadas, alimentada con asaltos a bancos,
armerías y robos de uniformes. En diciembre de ese año, la organización sufrió un duro golpe a raíz del
tiroteo con una patrulla policial, hecho que obligó el pase a la clandestinidad de varios militantes e hizo
conocido al grupo en amplios sectores de la izquierda uruguaya. Entre 1967 y 1970, los Tupamaros
realizaron varias operaciones apelando a la estrategia de “propaganda armada”, fusión de la tradición
anarquista con la experiencia vietnamita49. El objetivo de las acciones era golpear los nervios simbólicos
del imperialismo y sus socios locales en Uruguay: se denunciaba la corrupción del sistema en primer lugar
(con el asalto en 1969 de la Financiera Monty, los Tupamaros publican sus libros contables, que
registraban negociados de la clase política o miembros de la oligarquía); por otro lado, la guerrilla
48
Siguiendo a Rodríguez Ostria, el nombre y la tradición son un denominador común del ELN y el MLN-T, como signo de la
tensión entre lo viejo y lo nuevo en las organizaciones guerrilleras. Teoponte es un topónimo indígena de origen Leco que
significa “lugar de flores rojas”, una forma de “nacionalizar” a la guerrilla: en los comunicados del ELN, las referencias a Juana
Azurduy, Padilla y Bolívar son correlativas al artiguismo en el caso tupamaro, no sólo por el recurso al mito de los “padres
fundadores” de la Patria Grande para justificar la continuidad y la legitimidad de las luchas sociales, sino de manera más sutil
por el escamoteo a las tradiciones políticas más recientes, dada la necesidad de romper con las prácticas políticas de blancos y
colorados en Uruguay, o del MNR y la COB en Bolivia. En el caso argentino, organizaciones como Montoneros diseñaron su
genealogía eligiendo su nombre en relación a las milicias rurales que apoyaban a los caudillos federales, y el PRT-ERP se
remontaba a la saga de los ejércitos libertadores de San Martín. Para el ELN, v. Rodríguez Ostria, op. cit., pp. 166-167. El
significado histórico del artiguismo puede rastrearse en Eduardo Azcuy Ameghino, “Artigas y la revolución rioplatense:
indagaciones, argumentos y polémicas al calor de los fuegos del siglo XXI”, en Waldo Ansaldi (coord.) Calidoscopio
latinoamericano. Imágenes históricas para un debate vigente. Bs. As., Ariel, 2004, pp. 51-90.
49
La “propaganda armada” difundía el mensaje revolucionario empleando la pedagogía de los hechos: en la ideología
guerrillera, una acción armada exitosa desnudaba la corrupción, la debilidad y la esencia represiva de la oligarquía asociada al
imperialismo. Esta era una manera espectacular de galvanizar las luchas sociales y radicalizar las formas de conciencia, aunque
en la práctica la función más importante era dotar de mística y unidad a la propia organización. La propaganda armada cumplía
las funciones que en el marxismo leninismo tenían la prensa como “organizador colectivo”, la teoría y el programa
revolucionarios. Originalmente, la “propaganda por el hecho” fue elaborada como doctrina por Bakunin, Kropotkin y
Malatesta. Si bien es diferente tanto de las proclamas insurreccionales como de los atentados individuales, hacia 1880 y 1890 se
generalizó en el movimiento anarquista con una ola de atentados pensados como: “acciones violentas y espectaculares, que
abrieran una grieta en las filas enemigas o que proporcionaran un triunfo a los trabajadores (…) las más de las veces
mediante explosivos contra instituciones o personas”, v. R. Núñez Florencio, El terrorismo anarquista, Madrid, Siglo XXI,
1983, pp. 15-16. Para Régis Debray, la propaganda armada en Vietnam implicaba condiciones históricas muy específicas que
no tenían equivalente en América Latina: el desarrollo de una guerra anticolonial en Indochina desde 1945, en la cual el Partido
Comunista destacaba patrullas de propagandistas en las aldeas, con militantes que tomaban la palabra en las asambleas para
reclutar combatientes, y una tradición de autodefensa en las áreas rurales. Quizás uno de los pasajes más significativos para
pensar la “traducción” de la propaganda armada en América Latina sea esta sentencia de Debray: “…la fuerza física de la
policía y el ejército es tabú, y no se rompe un tabú con discursos, sino mostrando que ‘las balas les entran también a ellos’. El
guerrillero, a la inversa, debe servirse de su fuerza para mostrarla”, v. R. Debray ¿Revolución en la revolución?, en revista
Lucha Armada en la Argentina, n. 1, p.130-132. Los Tupamaros tomarían de la tradición anarquista la espectacularidad, aunque
de manera instrumental antes que como un fin en si mismo. El trabajo de masas en el caso vietnamita, propiciado por la guerra
anticolonial y por un ejército regular favorable a esta causa, era sustituido por la cobertura de los medios masivos de
comunicación. Sin embargo, creemos que es un ligero anacronismo caracterizar a la propaganda armada de “mediática”, como
se ve en el trabajo de Leandro Inchauspe, “Decididos de Córdoba. El PRT-ERP, guerra y política en la Córdoba de los setenta”,
en IV Jornadas de Trabajo sobre Historia Reciente, UNR, 2008. Para capturar una moderna central de radio propiedad de una
empresa de taxis, los Tupamaros contaron con la complicidad de los chóferes, lo que requirió de un trabajo político previo. Con
este ejemplo, cabría preguntarse si la acción tiene la espectacularidad como fin, o más bien la exposición pública como medio
para legitimar la política de la organización.
23
explicitaba una ética política diferente con los “comandos del hambre”, que repartían el botín de asaltos a
bancos y casinos en los cantegriles o villas de emergencia en Uruguay50. Así, en sus primeros años de
existencia, la propaganda armada parecía funcionar, en parte por la minuciosa preparación de las acciones,
y a pesar de (o precisamente por) los tropiezos de la organización, ya que ambos factores aumentaban su
popularidad, revelando el compromiso personal de los militantes: para buena parte de la prensa nacional
en estos años iniciales, los Tupamaros eran la encarnación oriental de Robin Hood, mientras que la
“pedagogía del ejemplo” predicada con tanta pasión por el Che tuvo como consecuencia el crecimiento
explosivo de la organización entre 1968 y 196951. Una vez presentada la organización, podemos volver al
interrogante que dirige este apartado: para Carl Schmitt, el total del compromiso partisano no reconoce
límites, porque nace de la oposición irregular/regular: “Esta es la lógica de una guerra de justa causa que
no reconoce un justus hostis”52. Sin embargo, las acciones de la organización y su manipulación simbólica
en el marco de la propaganda armada, muestran una práctica que parece desbordar las aristas más rígidas
en la cuatripartita teoría del partisano. Según la cobertura de C & R:
“El 15 de mayo, un grupo armado identificado como un destacamento del Movimiento de Liberación
Nacional (Tupamaros), tomó por asalto la radio Sarandí de Montevideo, reclamando apoyo de pueblo
uruguayo para la lucha armada. En ninguno de ambos asaltos hubo víctimas. Fueron ejecutados con
toda limpieza y con gran respeto por las personas que estaban a cargo de las plantas de las
radioemisoras. Ambas acciones revolucionarias revelaron, además, un perfecto conocimiento técnico
53
para interrumpir las transmisiones normales y lanzar al aire las respectivas proclamas”
El carácter incruento de las acciones, la capacidad de la fuerza desplegada y el conocimiento técnico
se articulan en el mismo enunciado como sinónimos, que se agregan en forma equivalente para explicar la
50
Rey Tristán, op. cit., pág. 172.
Una vez divididos en dos columnas para romper el funcionamiento en bloque (realizando el principio de autonomía táctica en
cada segmento de la formación guerrillera) los Tupamaros debieron adaptar su línea política al transformarse “de secta en
movimiento de masas”. Este cambio no implicó una democratización del “centralismo orgánico” (vertical, de mandos militares)
que presuponía el funcionamiento sostenido de una organización clandestina. La dirección apoyaba nominalmente el
centralismo democrático de la izquierda partidaria –dirección y línea política aprobadas tras debate colectivo- pero en la
práctica cada célula sólo debía conocer a su responsable, que a su vez servía de enlace entre la dirección y las bases,
prohibiéndose los contactos “horizontales” entre células (esquema que debe haber mostrado fisuras y resistencias, dada la
reorganización en columnas). La habilitación de la Columna 70 como frente clandestino de masas permitió el compromiso
regular de unos 2.200 militantes en universidades, fábricas y barrios, sin contar la periferia de simpatizantes. Esta acelerada
acumulación política modificó la composición social de la guerrilla, incorporando una gran cantidad de estudiantes que carecían
de la experiencia política del núcleo fundador, y obligando a definir un marco de alianzas con otras fuerzas. El siguiente paso
de los Tupamaros fue su incorporación en 1971al Frente Amplio. V. Rey Tristán, op. cit., pp. 150-155.
52
Para Schmitt, si el Estado no reconoce al partisano como fuerza beligerante y lo excluye del derecho de guerra, “También el
combatiente revolucionario, por otra parte, hace la misma cosa, y declara al enemigo un criminal y considera un engaño
ideológico todas las convicciones del enemigo acerca del derecho, la ley y el honor (…) cuando se considera al enemigo que
se combate como a un verdadero criminal, cuando la guerra, por ejemplo la guerra civil, se libra entre enemigos de clase y su
objetivo primordial se convierte en la eliminación del gobierno del estado enemigo, en ese caso la explosiva eficacia
revolucionaria de la criminalización del enemigo transforma al partisano en el verdadero héroe de la guerra”, op. cit., pp.
135-136.
53
C & R nro. 21, pág. 18 (33 del original).
51
24
eficacia del operativo. Algo más abajo se reproduce el fragmento de una “Carta abierta de los Tupamaros
a la policía”, que aparece en el periódico Época a raíz de un tiroteo entre un comando guerrillero y dos
policías, en el cual resulta herido un uniformado:
“…No somos delincuentes comunes porque nuestra lucha no es contra los agentes policiales (…) es
contra quienes utilizan las instituciones armadas y a quienes las integran para reprimir al pueblo y
sustentar sus privilegios. El mismo pueblo que conforma y paga dichas instituciones. Contra ellos sí
apuntan sin vacilaciones las miras de nuestras armas y apuntarán también contra quienes asuman su
defensa, consciente o inconscientemente. Hemos iniciado una lucha en la que nos va la vida. Lucha que
se detendrá sólo con la victoria o la muerte”
54
Aunque el Estado los coloca al margen del “derecho, la ley y el honor”, los Tupamaros resisten su
nominación como irregulares. Buscan el reconocimiento como fuerza política legítima, a través de
acciones militares “limpias” sin efusión de sangre, aún si incluimos las muertes producidas en
enfrentamientos o los asesinatos selectivos cuando se agudiza la represión, como ocurrió en 1970 con Dan
Mitrione55. De aquel deseo de regularidad previsto por Carl Schmitt en su obra (la guerrilla que busca
convertirse en ejército popular y combatir de igual a igual con las fuerzas armadas regulares) no se deduce
que aquella necesariamente tenga que caer en una espiral de enfrentamiento sin reglas o en el terrorismo
(violencia indiscriminada empleada para atemorizar una población, como medio para lograr objetivos
políticos)56. Paradójicamente, fue la ceguera de contemplar en los militares uruguayos un justus hostis
(identificándose con el enemigo, como si compartieran un código de “caballería espiritual” medieval) una
de las razones que determinaron la desaparición de Tupamaros como organización político-militar, hacia
1973. El compromiso político total, en consecuencia, no tiene porque devenir en una guerra total y menos
54
C & R nro. 21, pág. 18 (33 del original).
Dan Mitrione era un agente de la CIA reclutado por el gobierno uruguayo para desempeñarse como jefe de la Oficina de la
Seguridad Pública, una dependencia policial especializada en técnicas de interrogatorio bajo tortura, usando como conejillos de
indias a "bichicomes" (mendigos) de Montevideo. Cuando tenía 150 detenidos y torturaba en el sótano de su propia casa de la
capital, fue secuestrado y asesinado por un comando tupamaro. En la pared de la Escuela de Policía de la Academia Nacional
del FBI, aparece su nombre y un epitafio que lo define como un “héroe que perdió su vida por defender los valores
democráticos”.
V.
Juan
Manuel
Lázaro
Fuentes,
“Dan
Mitrione:
¿héroe
o
torturador?”,
en
www.uruguayosenitalia.org/LASEMANA/sextaedicion/mitrione.htm.
56
Aún los casos más controvertidos que utiliza la derecha para calificar a los Tupamaros como terroristas –la muerte de Hilaria
Ibarra, cuidadora del Bowling de Carrasco volado con explosivos en 1970-, o el peón rural Ramón Pascasio Báez Mena,
asesinado con una inyección de pentotal a fines de 1971 cuando por accidente descubrió una “tatucera” (refugio subterráneo en
zonas rurales) no abonan el uso de un concepto tan vaciado por su carga ideológica como “terrorismo”. Si tratamos de tomarlo
en serio, el concepto es aplicable a las acciones contemporáneas del Islam radical, que realizan atentados a objetivos civiles
como medio de protesta contra la ocupación israelí de Palestina, la invasión de Estados Unidos a Irak, etc. Para ver diferencias
históricas y conceptuales entre guerrilla urbana y terrorismo, v Pilar Calveiro, “Antiguos y nuevos sentidos de la política y la
violencia”, en revista Lucha Armada en la Argentina, nro. 4 (2005), pp. 14-15. Para los argumentos de la derecha uruguaya, v.
www.envozalta.org/accionterrorista.html. Para la autocrítica tupamara de Jorge Zabalza, que define la muerte del peón rural
como “delito de guerra”, v. www.espectador.info/text/ele99/28nov/ele11042.htm. La posibilidad de un agente infiltrado
responsable de la orden de ejecución, no atenúa la gravedad del caso. Si hubo consentimiento de los militantes, y más aún si fue
discutido en las “mateadas” de la periferia, se trata de un hecho incubado en el interior de la organización.
55
25
en aún en un Estado total, la fatal deducción lógica que liga el pensamiento schmittiano con el fenómeno
totalitario57.
c) Movilidad y dimensión telúrica
Para terminar con nuestra exposición, veremos en que medida las guerrillas de Uruguay y Brasil
integran y a la vez subvierten con la guerrilla urbana aquella subjetividad “partisana” que diseñara Carl
Schmitt en 1962. La idea de movilidad como sinónimo de supervivencia y trabajo político para la
guerrilla, aparece en el reportaje a Carlos Marighella, que analiza experiencias previas de lucha armada en
el número 21 de C & R:
“No había una total identificación con los campesinos de la región, ya que los guerrilleros vivían aislados
de la masa rural, permanecían inactivos y bajaban de la sierra sólo de vez en cuando para buscar
alimentos, por lo general conservas enlatadas (…) Los guerrilleros procedían del área urbana. Además
de eso, permanecieron acampados durante un período demasiado largo, cuando se sabe que por lo
menos en el Brasil, la guerrilla jamás debe basarse en el simple hecho de acampar, sino que, por el
contrario, sólo podría tener éxito si se mantiene en movimiento constante, siempre con tareas a
ejecutar. Una guerrilla inmóvil significa la muerte”.
58
Ahora bien, el desarrollo sostenido de los Tupamaros en Uruguay modifica sustancialmente la noción
de territorialidad incluida en el paradigma de Carl Schmitt. El nomos de la tierra tiene que ver con una
representación espacial (geopolítica) de su pensamiento social, filosófico y jurídico más allá del
formalismo, donde se entiende “La toma de tierra como acto constitutivo del Derecho de Gentes”, y a la
vez como división política entre la tierra firme (susceptible de ser controlada por un Estado territorial) y el
“mar libre”. Si el mar fue históricamente el espacio vital de los piratas y un no-lugar de la política, la tierra
por el contrario es la patria del partisano, que según Schmitt comienza a moverse y se transforma en un
57
Decimos deducción (de lo general a lo particular) ya que para que el compromiso político sea total en la red conceptual
schmittiana, debe incluirse el tiempo histórico justificando la premisa lógica de la guerra total como universal, necesaria por la
relación entre compromiso político y enemistad absoluta. A pesar de que las principales carnicerías humanas que se coagularon
en la memoria del siglo XX fueron las dos guerras mundiales -surgidas por la propia dinámica del imperialismo del siglo XIX-,
Carl Schmitt le adjudica el desarrollo de la idea y la práctica de la guerra total a la Revolución francesa. La expansión del
jacobinismo revolucionario y de la modernidad agresiva encarnada por Napoleón a fines del siglo XVIII, instituiría un linaje
continuado por excelentes discípulos como Lenin y Mao, aprendices de brujo que llevan al extremo la fórmula explosiva de la
guerra revolucionaria.
58
C & R nro. 21, pág. 20 (36 del original).
26
militante político para defender un pedazo de tierra59. En Uruguay, en cambio, el anonimato de la ciudad
reemplaza a la sierra o la selva:
“Un oficial de Inteligencia y Enlace pareció mostrarse más realista en una reciente conversación privada
con algunos cronistas vinculados a la jefatura: Probablemente todos nosotros conocemos a algún
Tupamaro –dijo-; lo que ocurre es que no sabemos que lo es. Lo que juega en última instancia es
justamente el apoyo de la población, de esa gente normal, pacífica, insospechable. El agua donde se
mueve el pez del MLN”.
60
Para el guerrillero tupamaro clandestino, o el simpatizante periférico de superficie, la mejor máscara
era su propio rostro: el cultivo de maneras tranquilas, la discreción en el lenguaje. Al contrario de Brasil,
las zonas rurales en Uruguay no ofrecían protección alguna, salvo las precarias “tatuceras”. Por lo tanto,
no se niega la posibilidad de formar una guerrilla rural a posteriori, pero en el horizonte de la
organización esta debía servir como soporte de la lucha en las ciudades. ¿Qué variable determina esta
elección? Precisamente aquella que negaba en el esquema de Carl Schmitt la dimensión telúrica del
partisano, aquel “quinto elemento” moderno y modernizante capaz de erosionar su tipo ideal, apoyado
históricamente en el nomos de la tierra: el saber técnico. En los textos del MLN-T -de modo semejante a
lo que ocurre en las páginas de C & R, y por extensión al discurso de las guerrillas latinoamericanas- la
primacía de la técnica es una marca distintiva que refleja la devaluación de la teoría revolucionaria y del
partido de vanguardia, entendidos respectivamente como procedimiento y lugar de la verdad (necesidad
histórica) en la tradición marxista-leninista61. Si para Schmitt el partisano “deforma su naturaleza cuando
59
Esto se aplica en lo fundamental a la guerrilla rural: el tipo ideal del partisano condensa una materia histórica del guerrillero
español que resistió la invasión napoleónica de 1808, al campesino sin tierras que se suma a la guerrilla de Sierra Maestra y
logra la reforma agraria en Cuba, en 1959. No obstante, el propio Schmitt era consciente de las limitaciones de su esquema
hacia 1969 cuando se transmite el “Diálogo sobre el partisano”, una conferencia radial donde el filósofo discute con el escritor
maoísta Joachim Schickel, y revisita críticamente los elementos constitutivos de su propia teoría. En el diálogo afirma
nuevamente que el problema del partisano es básicamente la oposición entre el derecho y la ley, entre la legalidad y la
legitimidad: “En la medida en que ya no tiene lugar la orientación a la regularidad, la guerra se transforma en una guerra
partisana y la llamada limitación de la guerra que se alcanzó en el derecho público europeo desaparece”. Aquí queda clara la
clave antimoderna del pensamiento schmittiano: La modernidad, la Ilustración liberal y la revolución social como su corolario
inevitable, vinieron a subvertir los límites de la guerra convencional reglamentados desde los buenos tiempos de la Paz de
Westfalia en 1648, hasta la Conferencia de Ginebra en 1949. Por otro lado, el elemento telúrico se vuelve a problematizar a la
luz del surgimiento de la guerrilla urbana: “…también podría decir “territorial”, en la medida en que esa palabra no quede
demasiado estrechamente ligada a la representación estatal del territorio. El partisano que conocimos hasta ahora fue en
forma típicamente terráneo, no sólo en China, India o Indonesia (…) sino también en el Cercano Oriente, en Argelia y
finalmente en América Latina (…) Los así llamados guerrilleros (en español en el original), que hoy vuelven insegura una
ciudad, un Estado y un gobierno ¿pueden ser denominados partisanos?”
60
C & R nro. 21, pág. 20 (36 del original). Una cartilla atribuida al MLN-T sostenía en el cuarto punto “Recuerde que sus
peores enemigos serán la jactancia, la falta de discreción y la falta de disciplina, el exceso de charlas. No pregunte, no cuente,
no permita que le cuenten”. C & R 21, pág. 18 (33 del original).
61
Si bien en el documento de 1971 Foco o Partido, falso dilema el MLN-T no niega que teóricamente un partido
revolucionario pueda instalar el foco guerrillero, lo que se discute es que la prioridad de la izquierda revolucionaria sea la
construcción del partido primero, para iniciar la lucha armada en un futuro indefinido. El argumento legitima en la práctica la
devaluación del partido de vanguardia como organización revolucionaria, v. Rey Tristán, op cit. pág. 138. Los textos de Régis
27
se apropia de una ideología de agresividad absoluta y tecnificada o anhela una revolución mundial”,
Tupamaros necesita huir del elemento telúrico porque no tiene ningún lugar donde esconderse, en un país
donde el 70 % de la población vivía en conglomerados urbanos, y de ese porcentaje casi la mitad había
fijado su residencia en Montevideo. Si a nivel geográfico los edificios, las calles y la misma multitud
amontonada e indiferente que recorre la gran ciudad van a ser el agua donde se mueva el pez de la
guerrilla urbana, la tecnología guerrillera va a reemplazar el lugar de la verdad que antes ocupaba la teoría
revolucionaria. Como señala C & R:
“La experiencia acumulada en Uruguay y Brasil señala, sin dudas, que las normas de seguridad
constituyen la garantía y la vida tanto de los militantes como de la organización. La actividad
revolucionaria se eleva de categoría. De un juego intelectual pasan a ser una actividad concreta
en que la muerte del revolucionario y de la organización acecha a la espera de cualquier oportunidad.
En algún sentido, la pasión revolucionaria que late en nuestro Continente ha entrado en una
obligada etapa de tecnificación. Y ello corresponde a una cruda realidad: a la alta calidad técnica
que, a su vez, han logrado los cuerpos represivos adiestrados por la CIA norteamericana que es, en
definitiva, el verdadero enemigo que se tiene al frente”
62
(el subrayado es mío).
La teoría es reducida a un “juego intelectual”, mientras que la mención de la “actividad concreta”
inviste a la frase de un halo semántico, que paradójicamente encubre su contrario: tal como observara
Adolfo Gilly para caracterizar la obra de Debray, aquí también desaparece “lo concreto como síntesis de
Debray en la década de 1960, por otro lado, dan una muestra más acabada de esta filosofía de la praxis, que se construye
destronando el status de la teoría haciendo posible el vuelco a la acción guerrillera, de la misma forma que el militante del
Partido como agente político y representación de la totalidad cede el lugar al guerrillero concebido como hombre de acción
(símbolo de la voluntad revolucionaria y de la organización político militar). V. mi artículo “Cristianismo y Revolución ¿un
proyecto de hegemonía alternativa?”, en Nuevo Topo. Revista de historia y pensamiento crítico, nro. 5, 2008 (en prensa).
62
C & R 21, pág. 19 (35 del original). En el número 23 de C & R, pág. 24 (44 del original) otra nota sobre Tupamaros repite la
misma idea y hace varias precisiones al respecto: “Durante 1969, los enfrentamientos entre estudiantes y policías que se dieron
en 1968, no se reeditaron. ‘Hay que tecnificarse’, decía un joven estudiante de secundaria (no es raro encontrar un joven
militante, que sepa fabricar una bomba, un dispositivo para lanzar volantes, o un mimeógrafo) y continuaba: …también
disciplinarse. La lucha es ahora a otro nivel” (…) El estudiantado, luego de haber llevado su combatividad a un punto
máximo, debió replegarse pues estaba incapacitado para profundizar su lucha, puesto que no es una clase social, y la
resistencia al régimen durante todo 1968, había desgastado sus fuerzas (…) La juventud que había salido a la calle
espontáneamente a enfrentar la represión, postulando cambios que terminaran con la corrupción política, con los negociados
realizados en perjuicio del país, por parte de los que se hallan en el poder, con las injusticias sociales, etc., se habían
acercado a los planteos del M.L.N., sobre la importancia de lo técnico: ‘La lucha armada –dice el M.L.N.- es un hecho
técnico que requiere, pues, conocimientos técnicos, entrenamiento, práctica, materiales y psicología de combatiente. La
improvisación en ese terreno se paga onerosamente en vidas y fracasos. El espontaneísmo que propician los que hablan
vagamente de ‘la revolución que hará el pueblo’ o ‘las masas’, o es mera dilatoria o es librar a la improvisación, justamente,
la etapa culminante de la lucha de clases. Todo movimiento de vanguardia, para conservar ese carácter en el momento
culminante de la lucha, debe intervenir en ella y encauzar técnicamente la violencia popular contra la opresión, de modo que
se logre el objetivo con los menos sacrificios posibles” (el subrayado es mío). Es sugestivo que la demanda de tecnificación sea
expuesta por una no-clase social como es la pequeña burguesía urbana, un sector proclive tanto a huir de la territorialidad que le
impone su posición social, como a caer en las mistificaciones del ser nacional donde casi siempre constituye imaginariamente el
“justo medio”. La idea de la clase media como una “no-clase” es de Slavoj Zizek, El espinoso sujeto. El centro ausente de la
ontología política. Paidós, 2007, pág. 200-201.
28
múltiples determinaciones”63. Aquel concreto que niega la abstracción de la teoría revolucionaria, es en
realidad un señuelo retórico que reclama la herencia del vocabulario político marxista, para legitimar el
empirismo de la técnica y la estética de la acción que hacían posible el alto voltaje simbólico-político de la
propaganda armada. ¿Cuáles son las coordenadas históricas y contextuales de la cultura política sobre la
que dispara el pasaje citado? En la experiencia del Coordinador previa a la conformación del MLN-T, se
daban acalorados debates sobre el método para la toma del poder, la organización y formas de lucha que
debía asumir aquella formación multipartidaria, discusión que terminó desgastando el proceso de
convergencia entre organizaciones de la izquierda revolucionaria uruguaya. Así los disidentes del PS, del
MAC o del MIR que se convirtieron en tupamaros (y varias organizaciones armadas de América Latina),
hicieron suya la frase de Raúl Sendic que sentenciaba “los hechos nos unen, las palabras nos separan”.
¿Esto quiere decir que el MLN-T renegaba de la formación teórica? Por el contrario, en esa adquisición de
saber técnico se incluía el análisis de coyuntura o la investigación histórica: es sabido que la elección de
Montevideo y otras ciudades como principal teatro de operaciones de la guerrilla, tuvo como paso previo
el estudio de experiencias revolucionarias en la historia reciente del siglo XX, como las de Rusia, China o
Argelia. Los condenados de la tierra en el caso ya citado de C & R, o Rebelión en Tierra Santa de
Menahen Begin (el MLN-T quería emular las tácticas de resistencia armada israelí contra la ocupación
colonial británica), eran algunos de los títulos más leídos por los militantes de estas organizaciones a uno
y otro lado del Río de la Plata 64. Si como creía Mao “El poder nace del fusil”, la misma finalidad operativa
concebida como tarea política de primer orden la tenían el manejo de armas, explosivos, vehículos, el
saber moverse en la clandestinidad, etc. En síntesis, si tanto en Brasil como en Uruguay el elemento
técnico subordinó la elección del teatro de operaciones, las lecturas y los procedimientos de seguridad en
general, vemos como la lucha armada en las ciudades modifica sensiblemente la subjetividad guerrillera:
aunque esta tendencia se encuentra prefigurada por lo menos desde el Che Guevara y su Guerra de
guerrillas, el efecto de sentido generado por el texto de C & R es nuevamente el de emanciparse del
nomos de la tierra para entregarse al fetichismo de la técnica: de la territorialidad de la guerrilla rural
pasamos al no-lugar de la guerrilla urbana, que apela al mito de Artigas o de los quilombos para volver a
63
A. Gilly, op. cit., pág. 181.
Rey Tristán, op.cit., pág. 140. El hecho de que revisaran estas obras no significa presuponer que leían mucho (de hecho, la
ideología guerrillera se caracterizaba por el antiintelectualismo, la otra cara de la moneda de la filosofía vitalista proclive a la
acción directa). Al menos por el nivel y sincretismo de ideas expresadas en documentos, comunicados y testimonios, es de
notar que de la cantidad de la formación teórica (cuanto se lee) no se deduce automáticamente la capacidad de apropiación ni la
intensidad de la recepción (es decir, como se lee y se mezclan lecturas para racionalizar un tiempo de acción política, cuyo
denominador común en la memoria militante se traduce con la palabra “vertiginoso”). O bien que partes, hasta que frases se
recortan de un determinado texto para construir el discurso y la identidad guerrilleras. Si una imagen vale más que mil palabras,
en la ideología guerrillera la refundición práctica de diferentes textos cumplían la misma función. Es de recordar la anécdota
que se narra de la entrevista entre Arturo Frondizi y Ernesto Guevara, donde el primero le preguntó si había estudiado mucho el
marxismo, ante lo cual el Che confesó humildemente: “No. Tengo lecturas de marxismo, pero nunca he hecho un estudio en
profundidad sobre el tema”, v. Luiz Alberto Moniz Bandeira, De Martí a Fidel. La Revolución Cubana y América Latina,
Norma, Buenos Aires-México, 2008, pág. 287.
64
29
echar raíces. No es casual entonces que este tipo de organizaciones remarcaran sus orígenes nacionales y
populares, resistiendo su vinculación con el “Otro” comunista internacional como reverso exterior al
cuerpo unificado y armónico de la nación, configurado desde la lógica hegemónica del Estado burgués65.
3. Observaciones finales. ¿Hubo una guerra en Argentina?
“¿Es necesario repetir que estamos en tiempos de guerra? El combate
liberador se libra en todos los frentes, en todas las naciones, en toda la
humanidad (…) Nuestro deber como cristianos y revolucionarios es asumir
nuestro compromiso total con esta lucha de liberación (…) ¡Porque ya llega
el día de la matanza!”
Juan García Elorrio, Prefacio a la Teología del Tercer Mundo (1969).
Para empezar, vamos a intentar realizar un ajuste de cuentas con el pensamiento de Carl Schmitt,
habiendo reflexionado sobre el fenómeno de la ideología guerrillera a la luz de sus categorías. La red
conceptual cuatripartita que sostiene la teoría del partisano (irregularidad, movilidad, compromiso político
y carácter telúrico) puede ubicarse en el género de una filosofía política que intenta escapar del
formalismo legal que caracteriza al Estado de derecho. Sin embargo, la preocupación por la dislocación de
la soberanía que abre el ciclo de guerras y revoluciones en la modernidad, lo lleva al mismo tiempo a
depositar el principio de autoridad estatal en algún postulado metafísico, la gracia divina por sus creencias
católicas, o la razón de Estado. El fundamento que define la naturaleza soberana de un Estado es, en
última instancia, su capacidad de decisión para instaurar el estado de excepción (idea-fuerza que le
permite escapar de la soberanía popular, como fuente inmanente del poder estatal en el derecho natural)66.
De allí se derivan sus apreciaciones sobre la política, la guerra, la legalidad y la legitimidad, pero esta
constatación del vacío de la formalidad legal no conduce en la teoría del partisano a afirmar la
irregularidad (las nuevas reglas que impone la guerrilla al conflicto bélico) como condición de lo regular
(los tratados internacionales, la jurisprudencia formal, el ejército de línea, en síntesis, el aparato estatal).
Simplemente se constata una tensión, que no es otra cosa que la expresión concreta de la contradicción
teórica entre legalidad y legitimidad. Dado que Schmitt piensa en última instancia a lo político “desde
65
La ALN recordaba en el comunicado emitido tras la toma de la Radio Nacional de Sao Paulo el 15 de agosto de 1969, que
“Las armas son obtenidas en el mismo Brasil. Son las armas capturadas de los cuarteles y de la policía. O son aquellas que
los militares revolucionarios entregan a la revolución cuando desertan de las fuerzas armadas de la dictadura, como hicieron
el capitán Lamarca y los valerosos sargentos, cabos y soldados que lo acompañaran en la retirada del Cuartel de Quintana
(…) En cuanto al dinero, es público y notorio que los grupos revolucionarios armados asaltan los bancos del país y expropian
a los que se enriquecieron explotando en forma brutal al pueblo brasileño. Se acabó la leyenda del ‘oro de Moscú, de Pekín o
de La Habana”, en C & R n. 21, pág. 20 (37 del original).
66
En su “Teología política I” (1922), Carl Schmitt afirmaba “Es soberano quien decide el estado de excepción (…) en el
presente texto ha de entenderse por “estado de excepción” un concepto general de la teoría del Estado, no un decreto de
emergencia ni un estado de sitio cualquiera (…) Si este actuar no está sometido a ningún control, si no se distribuye de alguna
manera entre diversas instancias que se limitan y equilibran mutuamente, como ocurre en la praxis de la constitución jurídicoestatal, entonces es evidente quien es el soberano” en Carl Schmitt, Teólogo de la política, FCE, México, 2001, pp. 24- 25.
30
arriba” (desde la utopía antimoderna del principio de autoridad, como clave de la soberanía estatal), una
mirada “desde abajo” podría desarmar la tensión entre regularidad e irregularidad que constituye el fondo
de la teoría del partisano. Es lo que ocurre con la lectura que hace Zizek del decisionismo:
“La paradoja básica de la posición de Schmitt reside en que en su polémica contra el formalismo liberaldemocrático queda inexorablemente enredado en la trampa formalista. Schmitt cuestiona el fundamento
utilitario-ilustrado de la política (un conjunto presupuesto de normas neutrales-universales o reglas
estratégicas que deben regular el interjuego de los intereses individuales, sea como un normativismo
legal á la Kelsen, o como un utilitarismo económico). No es posible pasar directamente desde un orden
normativo puro a la vida social real: el mediador necesario es un acto de voluntad, una decisión solo
basada en sí misma, que impone un cierto orden o hermenéutica legal (interpretación de las reglas
abstractas). Cualquier orden normativo, tomado en sí mismo, queda pegado al formalismo abstracto; no
puede salvar la brecha que lo separa de la vida real. No obstante (y este es el núcleo de la
argumentación de Schmitt), la decisión que cruza la brecha no impone un cierto orden concreto, sino
primordialmente el principio del orden como tal (…) Este es el rasgo principal del conservadurismo
moderno, un rasgo que lo diferencia nítidamente de cualquier forma de tradicionalismo: el
conservadurismo moderno, incluso más que el liberalismo, advierte y asume la disolución del conjunto
tradicional de valores y autoridades; ya no hay ningún contenido positivo que pueda presuponerse como
marco de referencia aceptado universalmente (Hobbes fue el primero en postular explícitamente esta
distinción entre el principio del orden y cualquier orden concreto). La paradoja reside en que el único
modo de oponerse al formalismo normativo legal es recaer en el formalismo decisionista. Dentro del
horizonte de la modernidad, no hay modo de sustraerse al formalismo”
67
Este sin sentido de la formalidad legal merodea permanentemente la obra de Schmitt, pero en última
instancia sostener el binomio regular/irregular lo constriñe a los límites formalistas de la filosofía del
derecho, amen de su capacidad para abrir el campo de la filosofía política a un enfoque sociológico e
historiográfico. El hecho de que el compromiso político del partisano sea capaz de sustituir al moribundo
Estado de derecho -contando con la mediación del partido político- intuye el tenor del problema, pero no
modifica lo sustancial de los argumentos elaborados en el período de entreguerras: la primacía de la
política concretada en el Partido como lugar de la verdad y de la ley, sólo implica que aquel ha ocupado
nuevamente ese principio abstracto del orden que antes intentaba llenar el Estado68. Para terminar, vamos
67
Z. Zizek, El espinoso sujeto. El centro ausente de la ontología política, loc. cit., pp. 127-128.
En la Teoría del partisano, Schmitt sostiene que “En la guerra revolucionaria, la pertenencia a un partido revolucionario
representa un vínculo total. Otros reagrupamientos o asociaciones, y más en particular el estado contemporáneo, no son
capaces de vincular a sus propios miembros de un modo tan definitivo como consigue hacerlo con sus combatientes un partido
comprometido en una lucha revolucionaria. Durante el curso del largo debate sobre el llamado estado total no se consiguió
aún ver claramente el hecho de que hoy, más que el estado como tal, es el partido revolucionario como tal el que representa la
verdadera y sustancial organización totalitaria única. Desde el punto de vista puramente organizativo, o sea, del rígido
funcionamiento de la relación mando-obediencia, se debería decir que algunas organizaciones revolucionarias son, en este
sentido, incluso superiores a todas las tropas regulares…” (las partes subrayadas en negrita figuran en cursiva en el original),
v. C. Schmitt, op. cit. pp. 123-124.
68
31
a intentar responder la pregunta esgrimida en el comienzo, acerca de si hubo una guerra en la Argentina,
observando los efectos textuales de este significante diseminado por las páginas de C & R. Como sucede
con las Guerras Floridas evocadas en La noche boca arriba de Cortázar, la atmósfera bélica impregnaba
los sentidos, agitaba el corazón de los militantes y los preparaba para la acción. “El olor a guerra era
insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de
piedra en pleno pecho” 69. Si recordamos a Carlos Flaskamp cuando sostenía que “es indudable que la
inmensa mayoría del pueblo argentino no estuvo en guerra”, debemos determinar entonces que papel
tienen las figuras de la guerra introducidas en el discurso de la revista, más allá de la existencia empírica o
no del enfrentamiento armado generalizado. Tomemos un caso a modo de ejemplo:
La foto de la tapa fomenta la imaginación bélica con una fotografía de la guerra de Vietnam, donde se
ven niños descansando en una trinchera norteamericana. Sin embargo, la editorial de Juan García Elorrio
comienza a explicar el conflicto azucarero en Tucumán en términos locales, lo que deriva en un
desplazamiento metafórico destacando el compromiso de los sacerdotes que “sintieron la lucha del
pueblo como un deber, como sintió Camilo la lucha revolucionaria”70. La estructura de esta breve
editorial se divide en dos partes, “Tucumán” y “Vietnam”, como territorios reducidos a su común
pertenencia al Tercer Mundo. La primera construcción universal puesta en escena es América Latina,
unificada desde Tucumán a Medellín por la rebelión de los cristianos (curas y laicos) en apoyo a las luchas
populares. Los gobiernos gorilas que asesinan al pueblo están del lado del enemigo, y se confunden con el
imperialismo –los mismos que mataron a Hilda Guerrero, Camilo Torres, el Che-. Allí se realiza el paso
siguiente en la universalización, ya que la enemistad define el rango (universal) de lo político, y la guerra
es la clave analítica de este Armaggedón, la batalla final entre el Bien y el Mal:
69
70
Julio Cortázar, “La noche boca arriba” en Final del juego, v.www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/cortazar/nocheboc.htm.
C & R nro. 6-7, abril de 1968, pág. 2 (1 del original).
32
“Hay una lucha, una guerra, declarada a nivel mundial. Los enemigos del género humano son los que
en Vietnam asesinan al heroico pueblo que lucha por su Liberación (…) La sangre y la muerte de los
Vietnamitas es el precio que todos los hombres pagamos por la Liberación. Ahora en Vietnam; después
será en América Latina. El Vietnam de la próxima década es América Latina. Somos todos nosotros. Son
los compañeros tucumanos y los mineros de Bolivia y Chile, son los trabajadores y los pobres de toda
América. Y los cristianos estamos también metidos en esta guerra sucia y definitiva. En esta última
violencia en la que el imperialismo yanqui se juega sus últimas cartas. Los cristianos debemos sentirnos
solidarios hasta el fin en esta guerra. Y tenemos que elegir el lugar de nuestra lucha. Por complicidad o
por cobardía, por silencio o por omisión, por exigencias de lucha y revolución. Y saber que tenemos
enfrente a los enemigos del Amor. A los que perfeccionan sus bombas, sus mecanismos de explotación
71
y dominación”
La editorial de García Elorrio crea el espectro de una “guerra total”, donde el somos todos nosotros
involucra la totalidad de los recursos materiales y humanos de un población, en un conflicto que se
desarrolla a nivel mundial. Para realizar este esfuerzo argumentativo, necesita desplazar ideológicamente
el sentido particular (concreto) de las luchas sociales, a una escala global iluminada por el fuego de la
guerra, situada en una dimensión universal (abstracta). El denominador común o el nexo entre estas dos
instancias lo constituye el enemigo del género humano: el imperialismo yanki, según la célebre definición
del Che Guevara que aparece en la tapa del número 5 de C & R72. La guerra de García Elorrio es real,
define amigos y enemigos; también mide el escenario del conflicto, inflado para obtener una
claustrofóbica atmósfera de guerra mundial, sin salida y sin lugar para la falta de compromiso. En aquel
número 6-7, las definiciones de la Acción Revolucionaria Peronista son un intento de ubicar el fenómeno
de la guerra en el plano de la estrategia política:
“A los argumentos que podríamos esgrimir a favor de la guerra revolucionaria concebida como un
proyecto a corto plazo se agrega otro: hay que actuar con un objetivo más en vista, que no se cumple
al triunfar la guerra sino con el mero hecho de que una guerra exista: hacer que este paso innecesario y
apresurado del régimen hacia la dictadura militar sea irreversible (…) LA ALTERNATIVA DEJA DE SER
ENTRE DICTADURA VIOLENTA O DICTADURA ENCUBIERTA EN LA SEMIDEMOCRACIA, DE AHORA EN
MAS ES: O REGIMEN DICTATORIAL BURGUES IMPERIALISTA O GOBIERNO REVOLUCIONARIO DE LAS
MASAS, MEDIANTE EL TRIUNFO DE LA GUERRA REVOLUCIONARIA ”
71
73
C & R nro. 6-7, “La misma guerra”, pág. 3 (2 del original).
“Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo y un clamor por la unidad de los pueblos contra el gran
enemigo del género humano: los Estados Unidos de Norteamérica. En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte,
bienvenida sea, siempre que ese, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para
empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos
gritos de guerra y victoria”.
73
C & R nro. 6-7, “Informe especial: peronismo revolucionario. Acción Revolucionaria Peronista”, pág. 8 (13 del original).
72
33
La llave de esa guerra que todavía no existe es la lucha armada, la única estrategia que no cambia,
aunque cambien las “condiciones objetivas” –porque es el principio que puede crear una voluntad
colectiva revolucionaria, más allá de esas mismas condiciones-. El horizonte del proceso histórico reenvía
al principio de la línea política, delinea su identidad retroactivamente constituyendo un “mapa” de sus
definiciones. La guerra es la variable contigua y equivalente de la lucha armada, su consecuente y el deseo
de la terra incognita en la línea política, delimitando las coordenadas del proceso histórico –porque el
encadenamiento real es dictadura-antagonismo-lucha armada-guerra revolucionaria. Aquí el significante
guerra no tiene un uso metafórico sino conceptual, al sintetizar elementos de una definición política, y esta
distancia permite advertir fracturas en el texto integro de la revista. A diferencia de la editorial de García
Elorrio, la guerra revolucionaria aquí no es el principio sino el fin, el objetivo en el corto plazo, un
contenido que se deduce del cálculo político e histórico. ¿Que efecto semántico predomina, entonces? Si
consideramos la posibilidad de que la metáfora se impone al concepto como hipótesis de trabajo, podemos
determinar el privilegio ontológico del “olor a guerra” por encima de la dimensión problemática visible en
la guerra-concepto74. ¿Qué papel tiene este uso recurrente del conflicto bélico como metáfora? La
omnipresencia de la guerra en el discurso de C & R, es un síntoma emergente de la crisis orgánica que se
está desarrollando en la formación social del capitalismo argentino, a finales de la década de 1960. La
guerra aparece como un elemento que intenta ser verbalizado, integrado al proceso de comunicación. Pero
lejos de ser un tropiezo de la lengua, un lapsus o un tabú que encubre un trauma histórico como ocurriría
después de 1983, en el período analizado por el contrario desnuda un goce, un plus-de-sentido que podría
ser la puesta en escena de una fantasía, es decir, un mecanismo que activa los componentes imaginarios
(inconscientes o “para-ideológicos”, más allá de los elementos formales, racionales e incorporados a la
trama simbólica) de la ideología que estructura la realidad y la experiencia de los sujetos. Como afirma
Zizek, la fantasía funciona no sólo realizando un deseo en forma alucinatoria, sino también enseñándonos
como desear75. ¿Cuál es el objeto sublime de ese deseo? Lo más sencillo, a modo de conjetura, sería
74
El uso metafórico de la guerra se repite no sólo en la editorial, sino en varios números de la revista. El número 15 de C & R
correspondiente a mayo de 1969, muestra en su tapa una estrella roja de cinco puntas con el título “Estos son los Tupamaros”.
En el cuerpo central aparecen dos artículos producidos por integrantes del staff permanente de la revista: “Los que descubrieron
América” es una breve nota de opinión escrita por José Eliaschev, que realiza el mismo truco que García Elorrio cuando afirma
que: “En Chile y en Perú se verifican verdades centenarias, pero deslumbradamente válidas. La única verdad es el cambio
total. La única verdad es expropiar al sistema, darle batalla sin cuartel y sin esperanzas de reconciliaciones. O sea: la única
verdad es la guerra” (pág. 11, 19 del original). Aquí se registra un uso puramente metafórico del término guerra, empleado
para caracterizar el cambio revolucionario del régimen militar peruano. Algunas páginas antes Jorge Gil Solá (nexo entre el
Comando Camilo Torres y las demás organizaciones del peronismo revolucionario), escribía otro artículo titulado “Quieren
guerra, tendrán guerra”, donde denuncia la represión del gobierno y sostiene que: “El gobierno nos ha declarado la guerra, y
se ha cavado la fosa” (pág. 6, 9 del original). El argumento tiene un marco referencial originario en el concepto romanocristiano de bellum justum o “guerra justa”: somos víctimas, tenemos que defendernos contra una agresión y esa amenaza nos
otorga el derecho a la guerra y la justicia.
75
En lo que sigue, nos remitimos nuevamente a S. Zizek, El sublime objeto de la ideología, loc. cit., y Adrián Escribano,
Combatiendo fantasmas, MAD, Santiago de Chile, 2004, pp. 6-11. En el trabajo publicado por la Universidad de Chile se
resume sucintamente el planteo de Zizek: “la fantasía crea una gran cantidad de ‘posiciones de sujeto’, entre las cuales
(observando, fantaseando) el sujeto está en libertad de flotar, de pasar su identificación de una a otra (…) Uno debe tener en
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pensar en la Revolución. La guerra es la fantasía que estructura ese deseo revolucionario, estableciendo
las coordenadas de la realidad y su criterio de verdad (de allí la insistencia en el discurso de C & R sobre
la legitimidad a priori de la “guerra revolucionaria”)76.
La fantasía de la guerra tiene su correlato más velado en una falta, una carencia; lo que en
psicoanálisis se denomina “complejo de castración”: si la dictadura libra una guerra no declarada -pero al
mismo tiempo la mayor parte del pueblo argentino no está en guerra- la hipérbole fetichista, tecnológica y
heroica del conflicto bélico en C & R es, con toda su verborragia, la exhibición paradójica de una gran
impotencia política. La victoria relativa del golpe militar de 1966 puede disimularse con una demostración
de fuerza excesiva, solo posible en el reino de las metáforas: la guerra debe ser como necesidad de la
evolución histórica y símbolo, pero aún no lo es a nivel empírico. El vacío que denota esa fractura o hiato
se origina porque en el nivel “real” (empírico, sensible), no había guerra, y las nominaciones tradicionales
de la revolución parecían agotadas. Hasta el Cordobazo en 1969, nadie habla del arte de la insurrección, la
“vía chilena al socialismo” todavía no existe. Las únicas fuerzas revolucionarias en América Latina desde
el punto de vista de C & R se encarnan en el “peruanismo” –el golpe militar nacionalista de Velazco
Alvarado- y las guerrillas que libran combates a escala latinoamericana.
A lo largo de nuestro trabajo comprobamos la existencia de una tensión entre la guerra que aparece al
final del horizonte histórico (la guerra de guerrillas desencadena la guerra revolucionaria como
conflagración general), pero al mismo tiempo, la guerra como símbolo y metáfora es constitutiva,
excesiva: establece un plus, una sobredosis de identidad política revolucionaria que se coloca más allá de
la evidencia sensorial. Para justificar la existencia de una guerra a nivel empírico en Argentina, se recurre
a desplazamientos retóricos: es notorio que el significante “guerra” se emplee en diversas
caracterizaciones de la situación nacional antes de que aparezcan referencias concretas a la guerrilla
argentina. Eso no quiere decir que la fantasía sea equivalente a una pura ilusión que tiene el objetivo de
ocultar la “realidad”, ya que la fantasía siempre se nutre de elementos concretos para ser verosímil. La
superposición de artículos sobre la guerra de Vietnam, la resistencia armada de Al-Fatah en Palestina, o la
cuenta siempre que el deseo ‘realizado’ (escenificado) en la fantasía no es el del sujeto, sino el deseo del otro (…) Es por los
otros y el Otro que se configura la ‘solidez’ del mecanismo fantasmático (…) la fantasía es la forma primordial de narrativa,
que sirve para ocultar algún estancamiento original. Desde esta perspectiva, es posible entender porque las visiones
conspiracionistas del imperialismo funcionan en muchos casos, en un sentido contrario de sus ‘intenciones originales’, es
decir, no persuadiendo sobre la existencia del imperialismo”. Es de notar que en esta lectura sobre Zizek sólo se tiene en
cuenta a la fantasía como forma de control o represión sublimada, hipótesis que abona El sublime objeto de la ideología, escrito
hacia 1988. En El espinoso sujeto, sin embargo, uno de los ejes que anima este trabajo más reciente es la potencia destructiva y
creativa de la imaginación. Es probable, entonces, que el desarrollo del concepto lacaniano de fantasía sea mucho más complejo
de lo que sugiere la investigación de Scribano.
76
Pilar Calveiro afirma sobre el período estudiado que “si la palabra clave en el escenario internacional fue la guerra, la
palabra clave de la política latinoamericana fue revolución”), v. “Antiguos y nuevos sentidos de la política y la violencia”, en
revista Lucha Armada en la Argentina, nro. 4 (2005), pág. 9.
35
lucha guerrillera en América Latina, cumple esta función de legitimar la fantasía con objetos sensibles,
con experiencias. A escala socio-simbólica, la guerra como fantasía permite fijar el antagonismo de modo
transparente (la “guerra total” identifica amigos y enemigos, en términos schmittianos). En otras palabras,
objetivamente la fetichización bélica del conflicto social cubría el hiato que existía entre una creciente
conflictividad social, por un lado, y el perfeccionamiento del aparato represivo militar, por el otro.
Subjetivamente, estructuraba la realidad social que experimentaba el militante, y lo preparaba
“espiritualmente” para resistir una mayor represión, devolver el golpe y tomar la iniciativa (por eso el olor
a guerra y el miedo a la desintegración del cuerpo social era una realidad percibida sobre todo por la clase
dominante y el aparato represivo). El fetichismo no sería tanto el ocultamiento de una red positiva de
relaciones sociales (como cuando Marx se refiere al fetichismo de la mercancía), como la oclusión de una
falta -según el psicoanálisis de Freud, aunque los dos enfoques pueden complementarse-. Continuando en
el plano de las conjeturas, la falta puede ser definida como el síntoma de una castración política y
simbólica, relacionada con la acción directa y la democratización de la violencia política en un país donde
las armas casi siempre habían apuntado al pueblo: en las huelgas de 1902 y 1910, durante la Semana
Trágica, en la Patagonia Rebelde, o con el bombardeo a Plaza de Mayo, el 16 de junio de 1955. Como
decíamos al principio, parece secundario a la luz de la perspectiva histórica dilucidar si hubo una guerra o
no a nivel empírico en la Argentina de los 60 y 70 (salvo para la generación que vivió esa historia y
diverge a la hora de contarla, con la ventaja y el límite de una experiencia distorsionada por las figuras de
la guerra). Parafraseando aquella sentencia del saber popular acerca de las brujas en tiempo pasado, la
guerra en nuestro país no existió, pero que la hubo, la hubo.
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