La guerra, el terror y la democracia

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LA REVOLUCIÓN DE LA LIBERTAD
3. EL FUTURO DE LA REVOLUCIÓN
“Príncipe de las Tinieblas”, “Darth Vader” o “neocon” son algunas de las coloristas adjetivaciones, que, con intención
descalificadora, dedican a Richard Perle algunos medios de comunicación españoles, antes de “acusarle” –por ejemplo,
El País del pasado 13 de marzo– de ser artífice principal de la política exterior del Presidente Bush.
Sin lugar a dudas, Richard Perle ha sido y es una persona influyente en EEUU. Con ideas muy claras, que han dejado huella en las distintas responsabilidades que a lo largo de su vida ha tenido, en particular, como Assistant Secretary
of Defense for international Security Policy (1981-1987), y Presidente del Defense Policy Board (2001-2003). Es decir,
primero, junto al Presidente Reagan, mientras éste maduraba la política exterior de su país, que desde el famoso “Mr.
Gorbachov, tear down this wall” condujo a la desaparición de la Unión Soviética y a la libertad de millones de ciudadanos. Y más recientemente, en la definición de la política exterior de los Estados Unidos desde la marcha hacia la libertad, que cristalizó en el discurso inaugural del segundo mandato del Presidente Bush.
Porque a día de hoy, las huellas de la política exterior del Presidente Bush están en la imagen de las mujeres iraquíes, mirando al futuro con la desafiante V de la victoria dibujada por sus dedos manchados de tinta violeta, desde la
memoria de los más de 300.000 cadáveres ejecutados en tiempos de Saddam Hussein exhumados en el último año,
y el coraje de no haberse plegado a los terroristas. La política exterior americana reverbera en las elecciones en
Afganistán que han consolidado democráticamente a Hamid Karzai. La podemos rastrear en las aspiraciones a la libertad que empiezan a tener eco en distintas reformas, aún tímidas e insuficientes que germinan en el mundo árabe desde
el despotismo. Y la proclama, en el Líbano, tras el arrebol de banderas que cubrió las plazas, Walid Jumblatt, el líder histórico druso, hasta hoy notorio antiamericano: “La invasión norteamericana de Iraq hizo posible el levantamiento contra la ocupación siria”.
La marcha hacia la libertad progresa, pese a que algunos, en Europa, y particularmente en España, no quieran verlo,
y prefieran recibir en Madrid por todo lo alto al Ministro Pérez Roque de Cuba, que bravuconea sobre las sanciones al
régimen castrista, y dos centenares de personas vinculadas al mundo del espectáculo acusan de falta de autoridad
moral a los EEUU y expresan su apoyo a la dictadura cubana porque dicen “no ha existido un solo caso de desaparición, tortura o ejecución extrajudicial y donde a pesar del bloqueo se han alcanzado índices de salud, educación y cultura reconocidos internacionalmente”. Delirante: hay quien, todavía hoy, quince años después del derribo del Muro de
Berlín, se pone del lado de los déspotas, de los dictadores, desde una argumentación que la historia ha demostrado
falsa, sin futuro, sin vida, desde ideas-zombi pertenecientes a la felizmente periclitada era de la coexistencia pacífica,
el realismo y la colaboración, contra la que ha luchado con denuedo Richard Perle.
Ana Palacio
La conferencia de Richard Perle fue pronunciada el día 17-03-2005.
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LA GUERRA, EL TERROR Y LA DEMOCRACIA
Richard Perle
El tema que voy a abordar está relacionado con tres asuntos: el terrorismo, la guerra para
derrotar a los terroristas y la lucha por la democracia. Voy a ocuparme de la forma en que
estos tres temas están relacionados. En un contexto inmediato, todos tienen su origen en los
acontecimientos del 11 de septiembre de 2001. Lo que el mundo de hoy conoce como la política exterior de Estados Unidos surge a partir del 11 de septiembre y es imposible comprender esa política si no se comprende el impacto que causaron los acontecimientos ocurridos
aquel día.
Los norteamericanos estábamos confortablemente instalados entre dos grandes océanos,
y en nuestras fronteras del Norte y del Sur había países amigos. No teníamos que enfrentarnos a ninguna guerra en nuestro territorio desde hacía mucho tiempo y nos creíamos invulnerables por los actos terroristas. Antes del 11 de septiembre, creíamos que las medidas que
estábamos tomando contra un posible ataque terrorista estaban a la altura de la magnitud de
la amenaza. Estábamos realizando las inversiones precisas (modestas) en nuestras instituciones de seguridad, y no estábamos provocando demasiadas molestias a nuestros ciudadanos,
aun reconociendo que ya se habían producido atentados en el pasado y que podían reproducirse en el futuro. Lo que aprendimos el 11 de septiembre, al cobrar conciencia de que el
siguiente atentado podía llevarse a cabo con armas químicas o biológicas, fue que habíamos
minusvalorado esa parte de la ecuación que consistía en la magnitud del daño que podía infligirnos un ataque terrorista.
Por esa razón, inmediatamente después del 11 de septiembre los Estados Unidos adoptaron una política totalmente diferente a la que habían desarrollado anteriores Administraciones.
El 11 de septiembre, el Presidente Bush expuso esta nueva política al decir: “No haremos distinciones entre los terroristas que han cometido estos ataques y los países que los acogen”.
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LA REVOLUCIÓN DE LA LIBERTAD
3. EL FUTURO DE LA REVOLUCIÓN
Era la primera vez que un Presidente norteamericano declaraba que íbamos a tomar medidas
contra Estados que daban cobijo a los terroristas. Afganistán era el país que había invitado a
Al Qaeda a instalarse en su territorio; le había facilitado, abiertamente, los medios necesarios
para preparar los ataques del 11 de septiembre y también algunos de los atentados que habían tenido lugar previamente en nuestras embajadas, barcos e instalaciones militares. Resulta
irónico que el 11 de septiembre, la única fuente significativa de ayuda humanitaria del régimen talibán fuera Estados Unidos. Estábamos ayudando a la gente de Afganistán, y como agradecimiento a dicha ayuda ellos colaboraban en la preparación de un ataque terrorista contra
nosotros. Es justo preguntarse por qué el Gobierno talibán creía que podía aceptar nuestra
ayuda con una mano mientras servía a nuestros enemigos con la otra. Creo que la respuesta
a esta pregunta es que nos habíamos acostumbrado a una política en la que no respondíamos a los que fomentaban el terrorismo contra nosotros.
con el comportamiento opresivo y violento propio de un Estado de ese tipo. Estoy seguro de
que no puede existir diálogo con gente que cree que sólo hay un camino y que ese camino
implica la adopción de un concepto de ley y de comportamiento humano que se expresa en
corrientes radicales de extremismo islámico. No puede producirse un debate serio con gente
que cree que hay que acabar con los infieles (un grupo que comprende a la mayor parte de la
humanidad). Ahora bien, es importante distinguir entre los líderes de este movimiento terrorista y los soldados, los reclutas. Por desgracia, los reclutas son gente joven a la que se hace
creer que la muerte es preferible a la vida, que se gana la inmortalidad y el paraíso muriendo
por un mundo en el que todos viviremos bajo su doctrina. Por regla general, estos jóvenes sólo
han vivido bajo dictaduras. Estoy convencido de que existe un vínculo irresistible entre la
democracia y nuestra capacidad para entrar en contacto con esa bolsa de jóvenes entregados
a la causa terrorista.
Pero a partir del 11 de septiembre nuestra política cambió. Gran parte del resto del mundo
no estaba preparada para ese cambio. Al declarar que nos veríamos obligados a actuar contra Estados que acogían organizaciones terroristas, entramos de lleno en el debate de la “guerra preventiva”. La idea de la guerra preventiva no goza de mucha popularidad en el mundo.
Sin embargo, creo que es una cuestión de sentido común. La pregunta es la siguiente: ¿Hasta
qué punto está justificada la intervención de un país para impedir una catástrofe? En 1981,
en un duro ataque aéreo, los israelíes destruyeron un reactor nuclear que Jacques Chirac
había vendido a Sadam Hussein. Y no lo hicieron creyendo que podía ser capaz de producir
material nuclear “en ese momento”. Lo hicieron porque podía transformarse en la cabeza de
un arma nuclear. Lo destruyeron porque, después de un acalorado debate del Gobierno israelí, llegaron a la conclusión de que si permitían que se introdujera combustible en el reactor,
cualquier otra acción posterior destinada a destruir esa incipiente capacidad propagaría material nuclear en la zona del reactor y causaría más daños de los imaginables. Por esa razón, el
último momento para actuar contra lo que se hubiera convertido en un arma nuclear en manos
de Sadam Hussein se localiza en un instante anterior al día en que la amenaza hubiera llegado a ser efectiva. Si se hubiera cargado combustible en el reactor, se habría traspasado un
umbral sin vuelta atrás. Por eso, en algunas ocasiones, actuar para garantizar la seguridad
requiere hacerlo mucho antes de que la amenaza se convierta en algo evidente.
En última instancia, la batalla contra el extremismo islámico debe llevarse a cabo entre los
propios musulmanes. La gran mayoría de los musulmanes, todos los que no creen en esa
visión de una guerra santa contra el resto de las religiones, deben desempeñar un papel crucial en esta lucha y nosotros debemos animarles a hacerlo. Contemplo con consternación los
escasos esfuerzos que desarrollan los gobiernos occidentales en la organización de campañas sobre este tema que lleguen de verdad a las mentes y a los corazones de la gente.
Nuestro papel en un debate que debe producirse en el interior de la comunidad musulmana
es extremadamente limitado. Y los ejecutivos del mundo de la publicidad no son la solución.
En mi opinión, nuestra tarea consiste en hacer frente a las declaraciones de esos movimientos terroristas, es decir, a los terroristas mismos, cuando estén armados y sean peligrosos.
Sin embargo, el debate intelectual y filosófico sobre lo que está bien o mal no resulta fácil
para ningún gobierno, y en una dictadura no suele producirse jamás. Hasta que las sociedades en las que ese debate debe desarrollarse se muestren más abiertas a una auténtica discusión, va a resultar difícil animar, y aún menos introducir, un intercambio de ideas entre
musulmanes moderados y musulmanes fanáticos.
La pregunta es la siguiente: ¿Cuándo se cruza ese umbral crítico? No es necesariamente
dos minutos antes de que el misil que va a devastar nuestro territorio sea cargado con la ojiva
correspondiente. Cuando recordamos el debate sobre la posibilidad de una amenaza inminente a los Estados Unidos, es importante subrayar que en estos casos es difícil definir qué
entendemos por “inminencia”. Esperar demasiado sería correr un riesgo gigantesco, y una de
las lecciones más importantes que aprendimos con el 11 de septiembre fue que habíamos
esperado demasiado tiempo. Incluso después de ver lo que estaba ocurriendo en Afganistán
–las instalaciones, los campos, los jóvenes reclutas– y de los ataques que sufrimos en África
y en otros lugares del mundo. Lo que hicimos después del 11 de septiembre pudo haberse
hecho antes. Así que rectificamos y decidimos que no volveríamos a esperar a que fuera demasiado tarde.
Se me pregunta con frecuencia si, después de lo ocurrido en Iraq, tuvimos razón cuando
derrocamos a Sadam Hussein, si sigo defendiendo la invasión de Estados Unidos contra ese
régimen. Siempre respondo lo mismo: no cambiaría nunca la decisión de derrocar a Sadam
Hussein, bajo ningún concepto. Derrocar a un dictador sádico y brutal que había matado al
menos a 300.000 iraquíes, que había comenzado dos guerras en las que murieron más de un
millón de personas, que ha controlado las vidas de más de 25 millones de iraquíes, que ha
asesinado sin medida… eso era lo que había que hacer. Creo que la Historia demostrará que
fue un acto de liberación del que los norteamericanos deben sentirse orgullosos y que el pueblo iraquí les agradecerá. Pero también es cierto que no tenemos mucha experiencia a la hora
de invadir otros países o gestionar una Administración colonial. Así que pensamos que estábamos allí para ayudar a los iraquíes a establecer un orden decente. Creo que hubiera sido
mejor que se hubiesen encargado antes ellos mismos de su propia Administración, quizá debimos transferir antes el poder. Pero en cualquier caso, ahora son ellos los responsables de su
propia sociedad y de su democracia.
Si queremos enfrentarnos de forma efectiva al terrorismo, lo primero que debemos entender es quiénes son los terroristas y de qué trata esta guerra. Los terroristas que más nos
preocupan son los que están ideologizados, irremediablemente impregnados de motivos ideológicos. Con ellos es imposible establecer ningún tipo de diálogo. Dialogar con el totalitarismo es “totalmente” inútil. El diálogo no sirve para acabar con las instituciones totalitarias o
Hoy se escucha muy a menudo que no se puede derrotar al terrorismo utilizando sólo
medios militares y que no se puede crear la democracia apuntando con un arma. Ambas afirmaciones son totalmente ciertas. Pero lo que sí se puede hacer por medio de la fuerza militar es forzar a los Estados a que dejen de ser refugio de terroristas y acabar con los obstáculos que impiden la democracia, como hicimos al derrocar a Sadam Hussein. En otras palabras,
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LA REVOLUCIÓN DE LA LIBERTAD
3. EL FUTURO DE LA REVOLUCIÓN
la fuerza militar tiene un papel que desempeñar, pero no es el único medio para derrotar al
terrorismo e instaurar la democracia.
Los iraquíes celebraron sus primeras elecciones en enero de 2005. Dando muestra de un
valor extraordinario, 8,5 millones de iraquíes desafiaron a la muerte para ir a votar. Aunque
muchos países no dieron mucha cobertura a este acontecimiento, como es el caso de Francia,
fue un día muy importante para los iraquíes. Algunos de ellos tenían la certeza de que iba a
ser el último día de sus vidas. Había una cola de votantes esperando en un barrio a las afueras de Bagdad cuando un francotirador abrió fuego desde un edificio cercano y alcanzó a una
persona que se encontraba en la fila. Todo el mundo se agachó, pero nadie se movió de su
sitio. El mundo entero pudo ver que los votantes estaban orgullosos de sí mismos. Hubo un
debate antes de las elecciones entre los oficiales responsables de organizar las elecciones
para evitar el doble voto. Todos se esforzaron en organizar lo mejor posible esas primeras elecciones. También se produjo un debate sobre la necesidad de marcar a los votantes con una
tinta, y sobre si ésta debía ser visible o invisible. Muchos expertos sugirieron que, por seguridad, era necesario utilizar una tinta invisible. Pero al final se marcó a los votantes con toda
claridad, y los iraquíes, demostrando un gran coraje, exhibieron con alegría sus dedos manchados de tinta violeta, como una prueba de honor, sin dar importancia a que eso los convertía
en blanco del terrorismo. Así fue como los iraquíes empezaron el proceso que los llevó a formar un Gobierno.
impide a la gente percibir las cosas buenas que han ocurrido gracias a la liberación del país.
La alternativa de derrocar a Sadam Hussein era dejarle en el poder. ¿Hubiera sido eso mejor
para el pueblo iraquí? ¿Y para la causa de la libertad? Estoy orgulloso de lo que hicimos y creo
que la Historia nos dará la razón. Espero que los iraquíes consigan el apoyo que necesitan
para lograr lo que se han propuesto, con valor y con un terrible coste en vidas humanas: construir la democracia en su país.
Durante una conversación con un corresponsal de Al Jazeera le pregunté sobre las elecciones. Me dijo que no eran las primeras que se celebraban en el mundo árabe; las imágenes de
la gente yendo a los colegios a votar no le impresionaban mucho, y afirmó que hubiera preferido ver imágenes del Gobierno derrotado abandonando el poder. Pero esas elecciones han
servido de inspiración para todo el mundo árabe y esto no habría sido posible sin la liberación
de Afganistán e Iraq. La imagen de la gente en los colegios electorales ejerciendo su derecho
a votar está cargada de significado. Ahora se están exigiendo procesos de apertura política en
todos los países árabes.
En todos los lugares de la tierra los seres humanos desean vivir en libertad. Nadie desea
vivir bajo el temor o la censura. Por esa razón, la liberación de Iraq ha puesto en marcha algo
sumamente importante en esa parte del mundo en la que viven los terroristas. La relación
entre la democracia, los actos terroristas y la guerra es la siguiente: los gobiernos, que deben
dar respuesta a los deseos de su pueblo, se verán acosados por ciudadanos que exigen formas pacíficas de resolver los conflictos. No podrán hacer frente a los presupuestos que
requieren los procesos de militarización. El fin de las democracias no es hacer la guerra al
vecino. Las personas que viven en democracia tienen libertad para expresarse y eso hace
mucho más difícil reclutarlos para la causa terrorista.
Creo que la apertura del mundo musulmán será fundamental a la hora de controlar el terrorismo, no por medios violentos sino poniendo en marcha un cambio político que ofrezca una
salida a los jóvenes y que les haga rechazar la causa terrorista. En muchos países, como Irán,
Libia, Egipto o el Líbano se han producido ya importantes cambios políticos.
Desgraciadamente, en Europa, en vez de considerar esta posibilidad como una gran oportunidad para el mundo árabe, muchos siguen obsesionados con saber dónde están las armas
de destrucción masiva que supuestamente se encontraban en Iraq. La hostilidad hacia
Estados Unidos, que proviene en buena parte del fracaso a la hora de encontrar esas armas,
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