LA VÍA DE LA CRUZ Viernes Santo LA INVOCACIÓN: En el nombre del Padre, del + Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Dios nuestro, santo y fuerte, santo y eterno, santo y perfecto amor. Ten misericordia de nosotros y escúchanos. Señor, ten piedad de nosotros. Señor, ten piedad de nosotros. Cristo, ten piedad de nosotros. Cristo, ten piedad de nosotros. Señor, ten piedad de nosotros. Señor, ten piedad de nosotros. Oremos al Señor: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre; venga a nos Tu reino; hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo; el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; y no nos dejes caer en la tentación; más líbranos del mal; porque Tuyo es el reino, el poder y la gloria, por los siglos de los siglos. Amén. Nos gloriamos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: Solamente en Cristo esta nuestra salvación, nuestra vida y nuestra resurrección. Oremos: Asístenos misericordiosamente con Tu ayuda, Señor Dios de nuestra salvación, para que entremos con reverencia a la contemplación de aquellos hechos poderosos, por medio de los cuales nos has concedido perdón, paz y vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. LA PRIMERA ESTACIÓN: Ante el altar Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos: Porque con Tu muerte en la cruz redimiste al mundo del pecado. Esta vía de la cruz es para dejar una impresión en nuestras mentes y corazones de la terrible consecuencia del pecado y la magnitud del sacrificio del nuestro Salvador en la cruz del Calvario. En cada estación nos acordaremos de los diferentes eventos que ocurrieron antes y después de la muerte de Cristo. Una por una, en cada estación se apagarán las velas, simbolizando cómo disminuía la luz del mundo mientras Cristo partía de este mundo. Esto nos hace recordar los eventos que terminaron en la oscuridad total del viernes santo. Pero una vela queda, alumbrando hasta el final, simbolizando que aún en medio de la muerte y la oscuridad, las fuerzas del infierno, el pecado y la muerte no prevalecerán contra el gran amor de Dios en Jesús, Su Hijo amado. Pues Dios amó tanto al mundo que dio a Su Hijo único, para que todo aquel que cree en Él no muera sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió al Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo. 2 Oremos: Dios todopoderoso, Tu muy amado Hijo no ascendió al gozo de Tu presencia sin antes padecer por nosotros, ni entró en gloria sin antes ser crucificado. Concédenos, por Tu misericordia, que mientras nosotros caminemos por la vía de la cruz, encontremos que ésta es la vía de la vida, camino de la paz y senda de la salvación, por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. LA SEGUNDA ESTACIÓN: Jesús es sentenciado a muerte Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos: Porque con Tu muerte en la cruz redimiste al mundo del pecado. Muy de mañana, habiendo tenido consejo los principales sacerdotes con los ancianos, con los escribas y con todo el Concilio, llevaron a Jesús atado, y lo entregaron a Pilato. Y todos ellos le condenaron diciendo: “¡Es condenado a muerte!” Entonces Pilato, oyendo esto, llevó fuera a Jesús, y se sentó en el tribunal del lugar llamado el Empedrado, y en hebreo Gabata. Así que entonces lo entregó a ellos para que fuese crucificado. Dios no escatimó a Su propio Hijo: Pero lo entregó por todos nosotros. Oremos: Dios todopoderoso, Tu muy amado Hijo, aunque era de naturaleza divina, no insistió en ser igual a Ti, sino que hizo a un lado lo que le era propio, y tomando naturaleza de siervo, nació como hombre. Y al presentarse como hombre, se humilló a sí mismo, y por obediencia fue a la muerte, a la vergonzosa muerte en la cruz. Gracias, amado Dios. Amén. LA TERCERA ESTACIÓN: Jesús carga Su cruz Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos: Porque con Tu muerte en la cruz redimiste al mundo del pecado. Jesús, cargando Su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota. Aunque era Hijo de Dios, fue obediente hasta la muerte, padeciendo por nuestros pecados. Como Cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió Su boca. El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El Señor cargó sobre sí mismo, el pecado de todos nosotros: Por la rebelión de mi pueblo fue herido. Como cordero fue llevado al matadero: Derramó Su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores; por la rebelión de mi pueblo fue herido. Oremos: Dios omnipotente, Tu muy amado Hijo sufrió voluntariamente la agonía y sufrimiento de la cruz por nuestra redención, danos valor para tomar nuestra cruz, confiar plenamente en Él, honrarlo, amarlo y seguirle; quien vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. LA CUARTA ESTACIÓN: Simón de Cirene ayuda a cargar la cruz 3 Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos: Porque con Tu muerte en la cruz redimiste al mundo del pecado. Cuando llevaron a Jesús a crucificarlo, echaron mano a Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígueme. Lleven mi yugo sobre ustedes, y aprendan de mí, que soy manso y humilde en corazón; y hallarán descanso para sus almas; porque mi yugo es suave y mi carga ligera.” La fe verdadera descansa únicamente en Cristo, y éste crucificado. El que no lleva su cruz y viene en pos de mí: No puede ser mi discípulo. Oremos: Padre celestial, Tu bendito Hijo no vino para ser servido, sino para servir: Bendice a todos los que, caminando en Sus pasos, entran al servicio de los demás; que con sabiduría, paciencia y valor puedan administrar en Tu nombre a los pecadores, a los que sufren, a los desheredados, a los que están solos, a los que sufren penas y dolores, y a los necesitados; por el amor de quien entregó Su vida por nosotros, Tu Hijo, nuestro Salvador Jesucristo. Amén. LA QUINTA ESTACIÓN: Jesús y las mujeres de Jerusalén Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos: Porque con Tu muerte en la cruz redimiste al mundo del pecado. No hay parecer en Él, ni hermosura. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de Él, el rostro; fue menospreciado, y no lo estimamos. De tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y Su hermosura más que la de los hijos de los hombres. Más Él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo que sufrió nos trajo la paz, y por Sus heridas fuimos nosotros curados. Le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y se lamentaban por Él. Pero Jesús, vuelto hacia ellas les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloren por mí, sino lloren por ustedes mismas y por sus hijos.” Volvamos al Señor en arrepentimiento; confiemos en Él. Los que sembraron con lágrimas: Con gritos de alegría segarán. Oremos: Enseña a Tu iglesia, oh Señor, a llorar por sus pecados por los cuales es culpable, y arrepentirse y abandonar toda su maldad; que, por Tu gracia misericordiosa, los resultados de nuestras iniquidades no pueden caer sobre nuestros hijos y los hijos de sus hijos, por Jesucristo, nuestro Señor, quien dio Su vida por nosotros y nuestra salvación. Amén. LA SEXTA ESTACIÓN: Jesús tiene sed y es despojado de Su ropa Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos: Porque con Tu muerte en la cruz redimiste al mundo del pecado. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa el lugar de la Calavera, Jesús dijo: “Tengo sed.” Le dieron a beber vinagre mezclado con hiel; pero después de haberlo probado, no 4 quiso beberlo. Entonces, los soldados se repartieron entre sí, Sus vestidos echando suertes. Esto fue para que se cumpliese la Escritura, que dice: “Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes.” Por amor a nosotros, Cristo sufrió por nosotros, soportó nuestro dolor. Como cordero fue llevado al matadero: Y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Le pusieron hiel para beber: Y en su sed le dieron a beber vinagre. Oremos: Señor Dios, Tu bendito Hijo, nuestro Salvador, entregó Su cuerpo a los azotes y Su rostro a los golpes. Otórganos Tu gracia para soportar gozosamente los sufrimientos de esta vida temporal, confiados en la gloria que ha de ser revelada, por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. LA SÉPTIMA ESTACIÓN: Jesús es clavado en la cruz Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos: Porque con Tu muerte en la cruz redimiste al mundo del pecado. Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí; y con Él crucificaron a dos malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda, y Jesús en medio. Se cumplió la Escritura que dice: “Él fue contado entre los pecadores.” A pesar de las burlas y el rechazo, Jesús muestra Su gran amor y compasión por nosotros: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” Al ladrón arrepentido le dijo: “Hoy estarás conmigo en el paraíso.” Más yo soy gusano, y no hombre: Oprobio de todos y desprecio del pueblo. Oremos: Oh Dios, que por la pasión de Tu bendito Hijo, el instrumento de una muerte vergonzosa, por medio de quien Tú convertiste en un medio de vida para nosotros, concede que de tal manera nos gloriemos en la cruz de Cristo, que suframos con alegría la vergüenza y la privación por causa de Tu Hijo, nuestro Salvador Jesucristo. Danos más fe, Señor; danos perseverancia. Amén. LA OCTAVA ESTACIÓN: Jesús muere Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos: Porque con Tu muerte en la cruz redimiste al mundo del pecado. Cuando Jesús vio a Su madre y al discípulo a quien Él amaba, que estaba presente, dijo a Su madre: “Mujer, he ahí tu hijo.” Después dijo al discípulo: “He ahí tu madre.” Y cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: “¡Todo está consumado!” Cristo fue traspasado a causa de nuestra rebeldía, fue atormentado a causa de nuestras maldades; el castigo que sufrió nos trajo la paz, por Sus heridas alcanzamos la salvación. Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: “Padre, en Tus manos encomiendo mi espíritu.” Y habiendo inclinado la cabeza, entregó Su espíritu y murió. Dios no escatimó a Su propio Hijo: Sino que lo entregó por todos nosotros. 5 Cristo se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte; por nosotros fue obediente hasta la muerte: Y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra y debajo de la tierra; Y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Oremos: Dios todopoderoso, que por nuestra redención entregaste a Tu unigénito Hijo a la muerte en la cruz, y por Su resurrección gloriosa nos libraste del poder de nuestro enemigo, concédenos morir diariamente al pecado, de tal manera que vivamos siempre con Él en el gozo de Su resurrección. En el precioso nombre de Cristo, quien vive y reina ahora y por siempre. Amén. LA NOVENA ESTACIÓN: Jesús es sepultado Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos: Porque con Tu muerte en la cruz redimiste al mundo del pecado. Cuando llegó la noche, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también había sido discípulo de Jesús. Este fue a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que se le diese el cuerpo. Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia, y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en una peña; y colocó una gran piedra a la entrada del sepulcro. Por eso, dentro de mí, mi corazón está lleno de alegría: Todo mi ser vivirá confiadamente. No dejarás mi alma en la oscuridad: Ni permitirás que Tu santo vea corrupción. Oremos: Oh Dios, Tu bendito Hijo fue puesto en el sepulcro de un jardín, para descansar el sábado santo. Concédenos, quienes hemos sido sepultados con Él en las aguas del Santo Bautismo, encontrar nuestro descanso perfecto en Su reino eterno y gozoso. Danos la fe verdadera, en Cristo, el Salvador del mundo quien vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. LA DÉCIMA ESTACIÓN: Ante el altar Oh Salvador del mundo que por Tu cruz y Tu preciosa sangre nos redimiste del pecado y la muerte: Sálvanos y ayúdanos, humildemente te lo suplicamos, amado Señor. Miren, todavía hay una luz encendida. No todas las luces han sido apagadas. Tampoco han quitado la vida de nuestro Señor para siempre. El poder infernal, la muerte, la tumba, estos no podían, ni nunca podrán sujetarlo porque al tercer día Él sí resucitó. Ellos no son los vencedores. Cristo, el Señor es el vencedor. Jesús, y sólo Él, es quien triunfa. Sí, en medio del caos de los elementos, en medio de la tierra que tembló, el velo que se rasgó, y los sepulcros que se abrieron, ¡Cristo vive! Nuestra voz alcemos en adoración por el grato precio de la redención. 6 A Cristo nuestro Señor, quien nos ama, y nos lava en Su propia sangre, y nos tiene un reino eterno para servir a Dios, Su Padre: a Él sea la honra y la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe. Pero Cristo sí resucitó, y vivimos por la fe en El. Si Cristo no resucitó, somos los más infelices de todos los seres humanos. Pero Cristo sí resucitó, y nos llena de júbilo. Si Cristo no resucitó, nuestros pecados no son perdonados Pero Cristo sí resucitó, y hay abundante perdón. ¡Cristo ha resucitado! ¡Ha resucitado en verdad! Oremos: Te damos gracias, Padre celestial, porque nos has librado del poder del pecado y de la muerte, y nos has traído al reino de Tu Hijo; te suplicamos que, así como por Su muerte nos has devuelto a la vida, igualmente por Su amor nos resucite a la vida eterna. En Cristo, quien vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y por siempre. Amén. Oremos: Todopoderoso y eterno Dios, Tú has dado a Tu Hijo para que por nosotros padeciera en la cruz a fin de rescatarnos del poder del adversario. Ayúdanos a recordar la pasión de nuestro Señor. Ayúdanos a darte las gracias por lo que hizo Jesús. Danos el perdón de nuestros pecados y la redención de la muerte eterna. Te rogamos por las muchas personas que todavía no te confiesan como Salvador. Ahora, úsanos como Tus instrumentos de paz. Todo esto te lo pedimos por Jesucristo, Tu Hijo nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén. LA BENDICIÓN: Bendigamos al Señor. Demos gracias a Dios. Que Dios, nuestro Padre celestial, reine en nuestros corazones; que el Espíritu Santo, nuestro Consolador, nos guíe y nos proteja por ser hijos e hijas del Señor; que Jesucristo, nuestro Salvador, nos lleve a Su Reino eterno. En el nombre del Padre, del + Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Vivamos en paz. Sirvamos al Señor, salvados por Su amor. Amén. Gracias a Dios. (Favor guardar silencio al retirarse del altar.)