El sombrero de tres picos - University Library, University of Illinois at

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UNIVERSITY OF ILLINOIS LIBRARY AT URBANA-CHAMPAIGN
FEB 2 4
DEC
198!
3 t
kX
SI
4
v
EL SOMBRERO DE TRES PICOS.
ÍOÜ&*tf.L8?fcCRO¡
Es propiedad
del autor.
IMPRENTA DE LA BIBLIOTECA DE INSTRUCCIÓN Y RECREO
Calle del Rubio,
núm. 25.
t
EL SOMBRERO
DE TEES PICOS
HISTORIA VERDADERA
DI UN SUCEDIDO QUE ANDA EN ROMANCES
ESCRITA AHORA TAL Y COMO PASÓ
POR
D.
PEDRO
A.
DE ALARCON
Bachiller en Filosofía y Teología, etc., etc.
MADRID
CASA EDITORIAL DE MEDINA Y NAVARRO
Calle del Rabio,
núm. 95
? US AJÍ
I
^*<,
EL AUTOR
S.
PREFACIO
Pocos españoles, aun contando á los menos sabidos y leídos , desconocerán la historieta vulgar que sirve de fundamento á la
presente obrilla.
Un
zafío
que nanea
escondida cortijada en
pastor de cabras,
habia salido de
que naciera, fué
otros se la oimos
la
el
primero á quien nos-
referir.
Era
el tal
ano de
aquellos rústicos, sin ningunas letras, pero
naturalmente ladinos y bufones, que tanto
papel hacen en nuestra literatura nacional
con el dictado de picaros. Siempre que en
la cortijada habia fiesta con motivo de una
boda, de un bautizo ó de una visita de los
amos tocábale á él poner los juegos de
chasco y pantomima, hacer las payasadas y
,
8
romances y relaciones..., y precisamente en una ocasión de estas (hace ya
casi toda una vida... es decir, hace ya más
de treinta y cinco años) fué cuando deslumhró y embelesó una noche nuestra inocencia (relativa) con el cuento en verso de
El Corregidor y la Molinera ó sea de El
Molinero y la Corregidora, que hoy ofrecerecitar los
,
mos
nosotros
al
público bajo
el
nombre más
trascendental y filosófico (pues así lo requiere la gravedad de estos tiempos) de El
Sombrero de
tres picos.
Recordamos, por cierto, que la noche en
que el pastor nos dio tan buen rato, las muchachas casaderas allí reunidas se pusieron
muy coloradas, de donde sus madres dedujeron que la historia era algo verde, por lo
cual pusieron ellas al pastor de oro y azul;
pero el pobre Repela (así se llamaba el pastor) no se mordió la lengua
y contestó en
el acto que no habia por qué escandalizarse
de aquel modo, pues nada se decia en su
relación que no supiesen hasta las monjas
y
hasta las niñas de cuatro años...
Y si no, vamos á ver, preguntó el
cabrero;
¿qué se saca en claro de la historia de El Corregidor y la Molinera? Que
los casados duermen juntos,
y que á ningún
,
—
—
—
marido le acomoda que otro hombre duerma
con su mujer. ¡Me parece que la noticia!...
respondieron las
¡Pues es veraad!
madres, oyendo las carcajadas de sus hijas.
La prueba de que el tio Repela tiene
razón—observó en esto el padre del noes que todos los chicos y grandes
vio,
aquí presentes se han enterado ya de que
esta noche, así que se acabe el baile, Juanete y Manolilla estrenarán esa hermosa
cama de matrimonio que la tía Gabriela acaba
de enseñarles á nuestras hijas para que admiren los bordados de los almohadones...
Hay más,—dijo el abuelo de la novia.
Hasta en el libro de la doctrina cristiana y en los sermones se habla á los niños de todas estas cosas tan naturales, al
ponerlos al corriente de la larga esterilidad
de nuestra señora Santa Ana de la virtud
del casto José de la estratagema de Judit
y de otros muchos milagros que no recuerdo ahora... Por consiguiente, señores...
exclamaron
¡Nada, nada, tio Repela!
valerosamente las muchachas.
¡Diga usted
otra vez su relación
que es muy diver-
—
—
—
—
—
—
,
,
—
—
—
,
tida!
muy
— ¡Y
—pues en
hasta
abuelo;
decente!—continuó
ella
no se
le
el
aconseja á
.
10
nadie que sea malo, ni se le enseña á serlo,
ni
queda sin castigo
—
el
que
jVaya! ¡repítala V.!
madres de
lo es.
—
.
dijeron al finias
familia.
El tio Repela volvió entonces á recitar el
romance, y considerándolo ya todos á la luz
de aquella crítica tan ingenua, hallaron que
no habia pero que ponerle; lo cual equivale
á decir que le concedieron las licencias necesarias.
#
hemos oido muchas y
muy diversas versiones de aquella misma
aventura de El Molinero y la Corregidora,
siempre de labios de graciosos de aldea y
de cortijo, por el orden del ya difunto Repela habiéndola leido además en letras de
Andando
los años,
;
molde en diferentes romances de ciego, y
hasta en el famoso Romancero del inolvidable D. Agustín Duran. El fondo del asunto
es siempre idéntico tragi-cómico zumbón
:
,
y terriblemente epigramático, como todas
las lecciones dramáticas de moral de que se
enamora nuestro pueblo; pero, en la forma,
en el mecanismo accidental, en los procedimientos casuales, difiere mucho, muchísimo,
del que relataba nuestro pastor; tanto, que
!
11
no hubiera podido recitar en la cortijada
nmguna de dichas versiones, ni aun aquesin que antes se
llas que corren impresas
tapasen los oidos las muchachas en estado
honesto, ó sin exponerse á que sus madres
le sacaran los ojos. ¡A tal punto han extremado y pervertido los groseros patanes de
otras provincias el caso tradicional que tan
sabroso, discreto y pulcro resultaba en la
versión del clásico Repela
Hace, pues, mucho tiempo que concebimos el propósito de restablecer la verdad
de las cosas, devolviendo á Id peregrina
historia de que se trata su primitivo carácter, que nunca dudamos fuera aquel en que
salia mejor librado el decoro. Ni ¿cómo dudarlo? Esta clase de relaciones, al rodar por
las manos del vulgo, nunca se desnaturaliéste
,
zan para hacerse más bellas, delicadas y decentes, sino para estropearse y percudirse
al
contacto de
la
ordinariez
y
la
chabaca-
nería.
Lo primero que hicimos con aquel intento
(como se dice
á nuestro querido y malo-
fué cederle el asunto
entre escritores)
grado amigo D. José Joaquín Villanueva,
que se enamoró perdidamente de él, y que
tan á pedir de boca lo hubiera desempeñado
12
con aquella sana y castiza pluma que escribió las Avispas y la Franqueza. Pero, ;ay!
Villanueva murió, cuando diz que apenas
llevaba bosquejado el principio de una zarzuela titulada El que se fué á Sevilla...
(cuyo argumento era el mismo de la presente obra), y todo se quedó en tal estado
hasta el año de 1866.
Regresó entonces á España, después de
su larga permanencia en Méjico, el ilustre
poeta D. José Zorrilla, y como llegásemos á
referirle en uno de nuestros largos coloquios
de El Molinero y la
Corregidora, según que nos la habia legado
Repela, prendóse también del asunto el
popular autor de D. Juan Tenorio, é hizonos entrever la posibilidad de que lo convirtiera inmediatamente en una comedia de
espadin y polvos, que ya creíamos estar
saboreando desde butaca de primera fila.
Pero han pasado ocho años, y Zorrilla no
se ha vuelto á acordar del corregimiento ni
del molino. Nosotros nos vamos haciendo
la historia
literarios
viejos entre tanto,
y podremos seguir á Redia que más descuidados
tumba el
Es una cosa que se ve todos los
estemos.
dias. Ahora se vive poco. Villanueva, Aguspela á
la
.
tín
.
—
Bonnat, Javier Ramírez, Becquer, Egui-
13
eran casi de nuestra edad, y ya no
Hemos decidido, por
están en el mundo...
consiguiente, escribir nosotros mismos en
laz...
—
nuestra humilde prosa
genuina historia
de El Corregidor y la Molinera, más que
con la presunción de dar por realizado
nuestro deseo y por concluida la tan suspirada obra, con el modesto fin de apuntar y
divulgar su argumento, para que otras plumas puedan sacar de él mejor partido.
¡A
no habernos quedado sin ninguna copia del
romance de Repela, ó á ser nosotros hombres de más memoria, nos hubiéramos limitado á darlo á la estampa!
la
—
Otra advertencia, y concluimos este in
-
digesto prefacio.
Cada uno de
los
muchos romances que
circulan por toda España
,
ya de boca en
boca, ó ya impresos, con relación á
y á la corregidora, fija
escena en un pueblo distinto.
linera
el
la
mo-
lugar de
la
El incluido en el Romancero de D. Agustín Duran (tomo n, pág. 409, sección de
Cuentos vulgares) la pone en la ciudad de
Arcos de la Frontera, y así es que se titula
El Molinero de Arcos.
:
14
Hay
monopolizado por
que principia de este modo
los ciegos,
otro,
En
Jerez de
la
Frontera
Hubo un molinero honrado,
etc.
Nuestro insigne maestro (¿de quién no lo
es?) D. Juan Eugenio Hartzenbusch, con
quien hemos tenido á honra consultar acerca
del particular, nos ha dicho unas coplejas
verdes
populares asaz
y
hasta
coloradas
que sabe de memoria (¿qué no sabrá de
memoria el erudito académico?), en las cuales se hace también mención de esta última
ciudad como patria del molinero.
En Jerez de la Frontera
Un molinero afamado...
es el comienzo de
primera copla.
Los campesinos extremeños suelen colocar la acción en Plasencia, en Gáceres y en
otras ciudades de su país.
Y finalmente, en el romance de Repela
no se cita pueblo alguno como teatro de los
la
sucesos.
En
situación, y considerando que Repela nació, vivió y murió en la provincia
tal
de Granada; que su versión parece
tica y fidedigna
y que aquella es
,
la
autén-
la tierra
15
que mejor conocemos nosotros nos hemos
tomado la licencia de figurar que sucedió el
caso en una ciudad, que no nombramos,
,
del antiguo reino granadino.
Perdónesenos esta falta y todas las demás en que abunda la presente historia.
,
—
EL SOMBRERO DE TRES PICOS.
I.
De cuándo sucedió
Comenzaba
vencida.
—No
la cosa.
que ya va de
este largo siglo,
se sabe fijamente el año: sólo
consta que era después del
de
4 y antes
del de 8.
España don
Reinaba, pues, todavía en
Garlos
IV de Borbon,
por
la
gracia de
Dios, según las monedas, y por un olvido
ó gracia especial de Bonaparte, según los
boletines franceses.
—Los
demás soberanos
europeos descendientes de Luis
perdido ya
la
corona (y
el jefe
XIV
de
habían
ellos
2
la
18
cabeza) en
deshecha borrasca que corria
la
esta vieja parte del
mundo desde 1789.
Ni' paraba aquí la singularidad
en aquellos tiempos.
tra patria
de
la
revolución,
gado corso,
el
de nues-
El soldado
de un oscuro abo-
el hijo
vencedor de Rívoli, de
las
Pirámides, de Marengo y de otras cien batallas
acababa de ceñirse
Magno y de
corona de Carlo-
la
completamente
transfigurar
la
Europa, creando y suprimiendo naciones,
borrando fronteras, inventando dinastías, y
haciendo mudar de forma,
de nombre, de
de costumbres y hasta de traje á los
pueblos por donde pasaba con su corcel de
sitio,
guerra
como un terremoto
como
Antecristo, que le llamaban las po-
el
tencias del Norte...
—
ó
embargo, nues-
Sin
tros padres (Dios los tenga
ria), lejos
animado,
en su santa glo-
de odiarlo ó de temerle, compla-
cíanse aún en ponderar sus descomunales
hazañas,
como
si
se tratase del héroe de
un
libro de caballería ó
de cosas que sucedían
en otro planeta,
que
les ocurriese
sin
ni
por asomos se
que pensara nunca en venir
19
por acá á intentar
países.
sumo) llegaba
de
la
atrocidades que habia
Alemania y otros
Una vez por semana (y dos á lo
hecho en Francia,
mayor
las
el
Italia,
correo de Madrid
á
la
parte de las poblaciones importantes
Península, llevando siete números de
Gaceta, y por ellos sabían las personas
principales (suponiendo que la Gaceta hala
blase del particular)
más ó menos allende
si
existia
Pirineo,
el
un Estado
se habia
si
reñido una batalla en que peleasen seis ú
ocho reyes y emperadores, y si Napoleón
se hallaba en Milán, en Bruselas ó en Varsovia...
seguían
— Por
lo
demás, nuestros mayores
viviendo á
la
antigua
sumamente despacio, apegados
española,
á sus ran-
cias costumbres, en paz y en gracia
con su Inquisición y con sus
pintoresca desigualdad ante
de Dios,
frailes,
con su
con sus
la ley,
y exenciones, con su carencia de toda libertad municipal ó política,
privilegios, fueros
gobernados simultáneamente
obispos
y
poderosos
por
insignes
corregidores
respectivas potestades no era
muy
(cuyas
fácil des-
20
unos y otros se metían en lo
temporal y en lo eterno), y pagando diezmos, primicias, alcabalas, subsidios, limoslindar, pues
nas y mandas forzosas, rentas, rentillas, capitaciones,
tercias
reales,
gabelas,
frutos
y hasta cincuenta tributos más, cuya
nomenclatura no viene á cuento ahora.
civiles
Y
aquí termina todo lo
historia tiene
lítica
que ver con
el
el
la
la
presente
militar
y po-
de aquella época; pues nuestro único
objeto, al recordar lo
en
que
mundo, ha
año de que se
sido
trata
que entonces sucedía
venir á parar á que
(supongamos que
el
de 1805) imperaba todavía en España
el
antiguo régimen en todas las esferas de
la
vida pública
y
particular,
como
si
en medio
de tantas novedades y trastornos el Pirineo
se hubiese convertido en otra muralla de la
China.
II.
De como
En
vivia entonces la gente.
Andalucía, por ejemplo (pues precisa-
mente aconteció en una ciudad de Andalucía
lo
que vais á
oir), las
personas de suposición
continuaban levantándose
yendo
á la catedral á
muy
temprano,
misa de prima, aun-
que no fuese diá de precepto; almorzando
á las
nueve un huevo
frito
chocolate con picatostes;
á dos
de
la
tarde
habia caza, y
miendo
la
si
siesta
seando luego por
y una jicara de
comiendo de una
puchero y principio, si
no, puchero sólo; durdespués de
el
campo;
comer; pa-
yendo
al
ro-
III.
Do ut
En
la
des.
aquel tiempo, pues,
habia
ciudad de *** (perteneciente
Granada,
y
al
cerca
de
reino de
cabeza de corregimiento) un
magnífico molino harinero (que ya no existe),
la
situado
como
á
un cuarto de legua de
población, en un delicioso paraje, entre
una colina poblada de guindos y cerezos y
una fértilísima huerta que servia de margen
(y algunas veces de lecho) á un traicionero
é intermitente rio.
Por varias y diversas razones, hacia ya
algún tiempo que aquel molino era el pre-
—
25
de llegada y descanso de los
paseantes más caracterizados de la men-
dilecto punto
cionada ciudad...
un camino carretero, menos intransi-
á él
table
nos.
— Primeramente, conducía
que
los restantes
—En segundo
lino habia
bierta por
una
de aquellos contor-
lugar, delante del
empedrada, cu-
plazoletilla
un parral enorme, debajo del
cual se tomaba
muy
rano, y
en
el sol
bien
invierno,
el
en
el
ve-
merced
á la
el fresco
alternada ida y venida de los pámpanos.
En
tercer lugar, el
bre
muy
fino,
tes,
que
y
mo-
molinero
respetuoso,
tenia lo
.
un hom-
discreto,
muy
que se llama don de gen-
que obsequiaba
solian honrarlo con su
ofreciéndoles... lo
habas verdes,
muy
era
.
á los
señorones que
tertulia
que daba
el
vespertina,
tiempo;
ora
cerezas y guindas, ora
lechugas en rama y sin sazonar (que están
ora
muy buenas cuando
se
las
acompaña de
macarros de pan de aceite; macarros que se
encargaban de enviar por delante sus
ñorías),
ora
melones,
misma parra que
se-
ora uvas de aquella
les servia
de dosel,
ora
III.
Do ut
En
la
des.
aquel tiempo, pues,
había
ciudad de *** (perteneciente
al
cerca de
reino de
y cabeza de corregimiento) un
magnífico molino harinero (que ya no exisGranada,
te), situado
la
como
población, en
á
un
un cuarto de legua de
delicioso
paraje, entre
una colina poblada de guindos y cerezos y
una fértilísima huerta que servia de margen
(y algunas veces de lecho) á un traicionero
é intermitente rio.
Por varias y diversas razones, hacia ya
algún tiempo que aquel molino era el pre-
—
2f>
punto de llegada y descanso de
dilecto
más caracterizados de
paseantes
cionada ciudad.
á
men-
la
— Primeramente, conducía
un camino carretero, menos intransi-
él
table
nos.
.
.
que
los restantes
—En segundo
lino habia
bierta por
una
de aquellos contor-
lugar, delante del
un parral enorme, debajo del
muy
rano, y
en
el sol
bien
invierno,
el
en
el
ve-
merced
á la
el fresco
alternada ida y venida de los pámpanos.
En
tercer lugar, el
bre
muy
fino,
que
y
mo-
empedrada, cu-
plazoletilla
cual se tomaba
tes,
los
molinero
respetuoso,
tenia lo
un hom-
discreto,
muy
que se llama don de gen-
que obsequiaba
solían honrarlo con su
ofreciéndoles... lo
habas verdes,
muy
era
.
.
á los
señorones que
tertulia
que daba
el
vespertina,
tiempo;
ora
cerezas y guindas, ora
lechugas en rama y sin sazonar (que están
ora
muy buenas cuando
se
las
acompaña de
macarros de pan de aceite; macarros que se
encargaban de enviar por delante sus
ñorías),
misma
ora
melones,
se-
ora uvas de aquella
parra que les servia
de dosel,
ora
—
26
rosetas de maíz,
si
era invierno, y castañas
y almendras, y nueces, y, de vez
en cuando, en las tardes muy frias, un trago
asadas,
de vino de pulso (dentro ya de
amor de
la
lumbre), á
pestiño,
tecado, algún rosco, ó
món
casa
y
al
que por Pascuas
lo
se solia añadir algún
la
algún
man-
alguna lonja de ja-
\
alpujarreño.
—¿Tan
rico era el molinero, ó tan
dentes sus tertulianos?
—
impru-
exclamareis, inter-
rumpiéndome.
*
Ni
nia
lo
uno
ni lo otro. El
molinero sólo te-
un pasar, y aquellos caballeros eran
delicadeza y
el
la
orgullo personificados. Pero
en un tiempo en que se pagaban cincuenta y
tantas contribuciones diferentes á la Iglesia
y
al
Estado, poco arriesgaba un rústico de
tan claras luces
nada
la
frailes,
como aquel en tenerse ga-
voluntad de regidores, canónigos,
escribanos
demás personas de
y
campanillas. Así es, que no faltaba quien
dijese
que
el tio
Lúeas
(tal
del molinero) se ahorraba
á
fuerza de agasajar
á
era el
nombre
un dineral
todo
el
al
año
mundo.
\>
á
27
«Vuestra merced
de
tecilla vieja
la
casa que ha derribado»,
— «Vuestra
hoja para
me
para que
madera en
el
me
me
censo.»
una
va á dar permiso
pinar H.»
—
va
á
—
poner una car-
una poca
permitan cortar
haga usarcé una
cueste nada.»
el
del convento
una poca leña del monte X.»
traer
«Vuestra paternidad
me
va á
mis gusanos de seda.»—
«Vuestra ilustrísima
ta
subsi-
me
reverencia
dejar coger en la huerta
p'ara
el
alcabala, ó la contribución de fru-
tos civiles.»
poca
le
señoría (le decia á
mandar que me rebajen
otro) va á
dio, ó
va á dar aquella puer-
— «Vuestra
uno.
decia á
la
me
— «Es menester que
escriturilla
que no
me
«Este año no puedo pagar
— «Espero que
— «Hoy he dado de
el pleito se falle
mi favor.»
le
bofetadas
y creo que debe ir á la cárcel por haberme provocado.»- «¿Tendría su merced
á uno,
—
cosa de
tal
algo
la?»
tal
—
otra?»
— «¿Le
— «¿Me puede
sirve á
prestar
«¿Tiene ocupado mañana
— «¿Le
Y
sobra?»
parece que envié por
el
el
V.
la
de
mu-
carro?»
burro?»...
estas canciones se repetían á todas ho-
28
ras,
obteniendo siempre por
un generoso
Conque ya
taba en
a
Como
veis
contestación
se pide.»
que
el
tio
camino de arruinarse.
Lucas no
es-
—
IV.
una mujer
vista por fuera.
La última y acaso la más poderosa razón
que tenia el señorío de la ciudad para frecuentar por las tardes
el
molino del
cas, era... que, así los clérigos
empezando por
glares,
el
tio
Lu-
como los
se-
señor obispo y
el
señor corregidor (que tampoco se desdeña-
ban de
visitarlo),
podían contemplar
sus anchas una de las obras
más
allí
bellas,
á
más
y más admirables que hayan salido
llamado enjamás de las manos de Dios,
graciosas
—
Ser Supremo por Jovellanos y toda
escuela afrancesada de nuestro país...
tonces
la
el
Esta obra era
la
seña Frasquita.
—
30
Empiezo por responderos de que
Frasquita, legítima esposa del
Lúeas, era
tio
una mujer de bien, y de que
seña
la
así
lo
sabían
todos los ilustres visitantes del molino. Digo
más: ninguno de éstos daba muestras de considerarla con ojos concupiscentes ni con in-
tención pecaminosa. Admirábanla,
sí,
y
re-
quebrábanla en ocasiones (delante de su marido, por supuesto) lo
los caballeros, los
mismo
los frailes
canónigos que los
que
golillas,
como un prodigio de belleza que honraba á su
Criador, y como una diablesa de travesura
y coquetería que alegraba inocentemente los
espíritus más melancólicos.
«Es un her-
moso animal»
—
—
solia decir
el
prelado.-^- «Es una estatua de
helénica»
dito,
toria.
virtuosísimo
la
antigüedad
—observaba un abogado muy
académico correspondiente de
— «Es
prorumpia
«Es una
la
His-
propia estampa de Eva»
el prior
real
la
eru-
moza»
de
los
franciscanos.
—exclamaba
— «Es una
un demonio» —
de milicias.
anadia
sierpe,
el
el
una sirena,
corregidor.
ro es una buena mujer, es
coronel
— «Pe-
un ángel, es una
—
31
criatura, es
una chiquilla de cuatro años»
acababan por decir todos,
al
regresar del
molino, atiborrados de uvas ó de nueces, en
busca de sus tétricos y metódicos hogares.
La chiquilla de cuatro años, esto
es, la
seña Frasquita, frisaría en los treinta. Tenia
más de cinco
pies de estatura,
proporción, ó quizás
lo
y era recia
más gruesa
á
todavía de
correspondiente á su arrogante
talla.
Pa-
recía una Niove colosal, y eso que no había
tenido hijos; parecía una Hércules-hembra;
parecía una matrona
romana de
las
que aún
se ven ejemplares en el Trastevere.
lo
más
notable en ella era
ligereza, la animación,
petable
la
la
—Pero
movibilidad,
la
gracia de su res-
mole. Para ser una estatua como
pretendía
el
académico,
le faltaba el
reposo
monumental. Se cimbraba como un junco,
como una veleta, bailaba como una
peonza. Su rostro era más movible todavía,
y por lo tanto menos escultural: avivábanlo
giraba
donosamente hasta cinco hoyuelos; dos en
una mejilla, otro en otra, otro
cerca de
la
muy
chico
comisura izquierda de sus ríen-
32
y el último, muy grande, en medio de su redonda barba. Añadid á esto los
tes labios,
picarescos mohines, los graciosos guiños
y
las variadas posturas de cabeza que ameniza-
ban su conversación
,
idea de
y formareis
aquella cara llena de sal
y de hermosura,
y
rebosante siempre de salud y de alegría.
Ni
la
seña Frasquista ni
andaluces:
Lúeas eran
el tio
navarra y él murciano.
ciudad de ***, á la edad de
ella era
Él habia ido
á la
quince años, como medio paje, medio criado
del obispo
anterior al que entonces gober-
naba aquella Iglesia
á
y su señor le dejó
su muerte aquel molino. El tio Lúeas sir-
vió luego al
de
,
Rey; hizo en 1793
los Pirineos occidentales,
za del valiente general D.
la
campaña
como ordenanVentura Caro;
de Castillo-Piñón, y permaneció largo tiempo en las provincias del
asistió al asalto
En
Norte, donde tomó
la
Estella conoció á
seña Frasquita, que en-
la
licencia absoluta.
tonces sólo se llamaba Frasquita;
ró; se casó
con
ella,
y se
la
la llevó al
enamoreino de
Granada en busca de aquel molino que habia
33
de verlos tan
el resto
pacíficos
y dichosos durante
de su peregrinación por este valle
de lágrimas y risas.
La seña Frasquita, pues,
Navarra
á aquella soledad,
trasladada de
no habia adquiri-
do ningún hábito andaluz, y se diferenciaba
mucho de las mujeres campesinas de los
más
contornos. Vestía con
sencillez, desen-
más sus
fado y elegancia que ellas; lavaba
carnes y permitía al sol y al aire acariciar
sus arremangados brazos y su descubierta
garganta.
Usaba hasta
cierto punto el traje
señoras de aquella época,
de
las
las
mujeres de Goya,
ría Luisa; si
no
falda
el traje
de
traje
el
reina
la
de
Ma-
de medio paso, falda
de un paso solo, sumamente corta, que dejaba ver sus
menudos
su soberana pierna:
dondo y
pies
y
llevaba
arranque de
el
escote re-
el
donde se
bajo, al estilo de Madrid,
detuvo dos meses con su Lucas
al
trasladar-
se de Navarra á Andalucía; todo el pelo re-
cogido en
lo alto
jaba campear
la
déla coronilla,
lo
cual -de-
gallardía de su cabeza
su cuello; sendas arracadas en las
y de
diminu-
3
34
y muchas sortijas en los ya celebrados dedos de sus duras pero limpias ma-
tas orejas,
nos.
— Por
último,
la
voz de
la
quita tenia todos los tonos del
seña Fras-
más extenso
y melodioso instrumento, y su carcajada era
tan alegre y argentina que parecía un repi-
que de sábado de
gloria.
Retratemos ahora
al tio
Lúeas.
V.
ün hombre
El
tio
visto por fuera
Lúeas era más
habia sido toda su vida,
y por
feo
y ya
que
dentro.
Picio.
Lo
tenia cerca de
cuarenta años. Sin embargo, pocos hombres
tan
Dios
simpáticos y agradables habrá echado
al
mundo. Prendado de su
su ingenio y de su gracia,
el
viveza, de
difunto obispo
se lo pidió á sus padres, que eran pastores,
no de almas, sino de verdaderas ovejas, á
de darle educación y dedicarlo á
eclesiástica.
que hubo
el
la
fin
carrera
Muerto Su Ilustrísima, y dejado
mozo, voluntariamente, el semi-
nario por el cuartel, distinguiólo entre todo
36
su ejército
el
general Caro, y lo hizo su or-
denanza más íntimo, su verdadero criado de
campaña. Cumplido, en
fin,
su
empeño mi-
litar, fuéle
tan fácil al tio Lúeas rendir el
corazón de
la
seña Frasquita,
habia sido captarse
como
fácil le
aprecio del general
y
del prelado. La navarra, que tenia á la sael
zón veinte abriles, y era
el ojo
derecho de
todos los mozos de Estella, algunos de ellos
bastante ricos, no pudo resistir á los conti-
nuos donaires, á
las chistosas ocurrencias, á
de enamorado mono y á la bufona
y constante sonrisa, llena de malicia, pero
también de dulzura, de aquel murciano tan
los ojillos
atrevido, tan locuaz, tan
avisado, tan dis-
y tan gracioso, que
acabó por trastornar el juicio no sólo á la
puesto,
tan valiente
codiciada beldad, sino también á su
padre
y á su madre.
Lúeas era en aquel entonces, y seguia
siendo en la fecha á que nos referimos, de
pequeña estatura
(á lo
menos con
su mujer), un poco cargado
muy
relación á
de espaldas,
moreno, barbilampiño, narigón, oreju-
37
do y picado de viruelas. Únicamente su boca
era regular y su dentadura inmejorable. Dijérase que sólo la corteza de aquel hombre
era tosca y fea,
y que
tan luego
zaba á penetrarse dentro de
él
como empe-
aparecían sus
perfecciones, y que estas perfecciones principiaban en los dientes. Luego venia la voz,
que era vibrante,
elástica, atractiva; varonil
y grave unas veces, dulce y melosa cuando
pedia algo, y siempre difícil de resistir.
Llegaba después
lo
que aquella voz decia:
todo oportuno, discreto, ingenioso, persuasivo...
—Y
por último, en
Lúeas habia valor,
lealtad,
el
alma del
tio
honradez, senti-
do común, deseo de saber y conocimientos
instintivos ó empíricos de muchas cosas, un
profundo desden á
los
que fuese su categoría
cualquiera
necios,
social,
y
cierto espí-
de ironía, de burla y de sarcasmo que
hacían pasar, á los ojos del académico,
ritu
le
por un D. Francisco de Quevedo en bruto.
Tal era por dentro y por fuera el
tio
Lúeas.
VI.
Habilidades de los dos cónyuges.
Amaba, pues, locamente
queta al tio Lúeas,
más
él.
feliz
No
del
seña
y considerábase
mundo en
la
Fras-
mujer
verse adorada por
tenían hijos, según que ya sabemos,
y habíase dedicado
al otro
la
el
uno
á cuidar
y mimar
con un esmero indecible; pero sin
que aquella
solicitud
y ternura ostentase
el
carácter sentimental y empalagoso, por lo za-
lamero, de casi todos los matrimonios sin
sucesión.
Por
el
contrario, tratábanse con
una llaneza, una alegría, una broma y una
confianza semejantes á las de los niños, ca-
39
de juegos y de diversiones; los
cuales se quieren con toda el alma sin de-
maradas
círselo jamás, ni darse á
lo
sí
mismos cuenta de
que sienten.
¡Imposible que haya habido sobre
la tierra
molinero mejor tratado, mejor vestido, más
regalado en
la
mesa, rodeado de más como-
didades en su casa que
el tio
que ninguna molinera
ble
Lúeas! ¡Imposi-
ni
ninguna reina
haya sido objeto de tantas atenciones, de
tantos agasajos, de tantas
seña
Frasquita!
finezas
¡Imposible
como
también
la
que
ningún molino haya encerrado tantas cosas
útiles, agradables, recreativas, necesarias
hasta supérfluas
como
el
y
que va á servir de
teatro á casi toda la presente historia!
Contribuía
Frasquita,
la
mucho
á
ello
que
pulcra, hacendosa,
la
seña
fuerte
y
saludable navarra, sabia y podia guisar, coser, bordar, barrer, hacer dulces, lavar,
planchar, blanquear su casa, fregar
el
cobre,
amasar, tejer, hacer media, cantar, bailar,
tocar
la
guitarra y los palillos, jugar á la
brisca y al tute,
y
otras
muchísimas cosas
40
cuya relación fuera interminable.
tribuía no
menos
el tio
Lúeas sabia
tivar
el
— Y con-
mismo resultado
al
el
que
molienda, cul-
dirigir la
campo, cazar, pescar, trabajar de
carpintero, de herrero y de albañil, ayudar
mujer en todos
á su
los
quehaceres de
la
casa; leer, escribir, contar, etc., etc.
Y esto
ó
lujo,
sin hacer
sea
de
mención de
sus
los
ramos de
habilidades extraor-
dinarias.
Por ejemplo: El
res (lo
tio
Lúeas adoraba
mismo que su mujer), y
cultor tan
era
las flo-
un
flori-
consumado, que habia llegado
á
producir ejemplares nuevos por medio de laboriosas combinaciones. Tenia algo de inge-
niero natural,
y
lo
habia demostrado constru-
yendo una presa, un
que
sifón y
triplicaron el agua del
un acueducto
molino. Habia
enseñado á bailar á un perro, domesticado
una culebra, y hecho que un loro diese la
hora por medio de gritos, según las iba marcando un
reloj
de
sol
que
el
molinero habia
trazado en una pared; de cuyas resultas
el
loro daba ya la hora con toda precisión hasta
41
en
los
dias nublados y durante
la
noche.
Finalmente, en el molino habia una huerta,
que producía toda
bres;
clase de frutas y
legum-
un estanque, encerrado en una especie
de kiosko de jazmines, donde se bañaban en
el
un
verano
jardín;
el tio
Lúeas y
la
seña Frasquita;
una estufa ó invernadero para
las
plantas exóticas; una fuente de agua 'potable; dos burras,
la
ciudad ó á
gallinero;
los
en que
el
matrimonio iba á
pueblos de
palomar;
las
pajarera;
cercanías;
criadero de
peces; criadero de gusanos de seda; colmenas, cuyas abejas libaban en los jazmines;
jaraíz ó lagar,
con su bodega correspondien-
ambas cosas en miniatura; horno,
te,
telar,
fragua, taller de carpintería, etc., etc.; todo
ello
reducido á una casa de ocho habitacio-
nes y
la
ádos
fanegas de tierra,
cantidad de diez mil reales.
y tasado en
VIL
El fondo de la felicidad.
Adorábanse,
sí,
locamente
el
molinero y
ella lo
y aun se hubiera creído que
quería más á él que élá ella, á pesar
de ser
él tan feo
la
molinera,
y
ella tan
hermosa. Dígolo
seña Frasquita solía tener celos y
pedirle cuentas al tío Lúeas cuando éste se
porque
la
tardaba
de
los
tras
las
mucho en
regresar de
la
ciudad ó
pueblos adonde iba por trigo, mien-
que
el tio
Lúeas veía hasta
atenciones de
que era
con
objeto
la
gusto
seña
Frasquita por parte de los señores que fre-
cuentaban
el
molino; se ufanaba y regocijaba
43
de que todos
como
la
encontrasen tan hechicera
aunque comprendía que en
él; y,
fondo del corazón se
de
les,
envidiaban algunos
la
codiciaban
ellos, la
como simples morta-
y hubieran dado' cualquier
cosa por-
que fuese menos mujer de bien,
dias enteros sin el
sola
la
dejaba
menor cuidado, y
preguntaba luego qué habia he-
nunca
le
cho
quién
ni
el
habia estado
durante su
allí
ausencia...
No
que
consistía
amor
el
que
el
de
que
él
tenia
ella
que
sin
embargo, en
del tio Lúeas fuese
la
ella
aquello,
seña Frasquita.
Consistía en
más confianza en
en
de
la
aventajaba
en
él;
menos vivo
virtud de
la
consistía en
que
penetración
y sabia
hasta qué punto era amado y todo lo que
su mujer se respetaba á sí misma; y consis-
él
tía
la
en que
el tio
Lúeas era todo un hombre;
un hombre como
el
de Shakspeare, de pocos
é indivisibles sentimientos; incapaz de du-
da; que creia ó moría;
ba; que no
entre
la
admitía
suprema
que amaba ó mata-
gradación ni
felicidad y el
tránsito
exterminio
44
de su dicha.
— Era un Ótelo de Murcia, con
alpargatas y montera, en
el
primer acto de
una tragedia posible.
Pero ¿á qué estas notas lúgubres en una
tonadilla tan alegre?
fatídicos
¿A qué
estos relámpagos
en una atmósfera tan serena? ¿A
qué estas reminiscencias trágicas
historia
de género?
Vais á saberlo inmediatamente.
en una
VIII.
El
hombre
Eran
las
del sombrero de tres picos.
dos de una tarde de Octubre.
El esquilón de
peras,
—
lo cual
comido todas
las
la
Catedral tocaba á vís-
quería decir que ya habían
personas principales de
la
ciudad.
Los canónigos se dirigían
al
coro, y los
seglares á las alcobas á dormir la siesta, so-
bre todo aquellos que, por razón de oficio,
vg. las autoridades,
habían pasado
la
ma-
ñana entera trabajando.
Era, pues,
lla
muy
hora, impropia
de extrañar que á aque-
además para dar un pa-
seo, pues todavía hacia demasiado calor, sa-
46
liese
de
ciudad, á pié, y
la
seguido de un
solo alguacil, el ilustre señor corregidor de
la
misma,
—
á
quien no podia confundirse con
ninguna otra persona
así
por
picos
ni
de dia ni de noche,
enormidad de su sombrero de
la
y por
como por
lo vistoso
tres
de su capa de grana,
lo particularísimo
de su grotesco
donaire...
De
la
capa de grana y del sombrero de
tres picos, son
muchas
todavía las personas
que pudieran hablar con pleno conocimiento
de causa. Nosotros, entre
que todos
en
las
nacidos
los
ellas, lo
en aquella
mismo
ciudad
postrimerías del reinado del Señor
D. Fernando VII, recordamos haber
visto
colgados de un clavo, en medio de una des-
mantelada pared, en
la
ruinosa torre de
la
casa que habitó su señoría, (torre destinada
á la sazón á los infantiles juegos
tos,) aquellas
lla
dos prendas anticuadas, aque-
capa y aquel sombrero,
brero encima y
mando una
de sus nie-
la
—
el
negro som-
capa roja debajo,
—
for-
especie de espectro del absolu-
tismo, una especie de sudario del corregidor,
47
una especie de caricatura
con
su poder, pintada
como
retrospectiva de
carbón y almagre,
tantas otras, por los párvulos constitu-
cionales de
la
de
1
837 que
mos; una especie, en
fin,
nos reunía-
allí
de espanta-pá-
jaros, que en otro tiempo habia sido espan-
ta-hombres, y que hoy me da miedo de haber contribuido á escarnecer, paseándolo por
aquella histórica ciudad en dias de carnestolendas, en lo alto de
un deshollinador, ó
sirviendo de disfraz irrisorio al idiota que
más
hacia reír á
la
pleble...
cipio de autoridad! ¡Así té
mismos que hoy
En
cuanto
al
te
—
¡Pobre prin-
hemos puesto
invocamos
los
tanto'
indicado grotesco donaire
del señor corregidor,
consistía (dicen)
en
que era cargado de espaldas... todavía más
cargado
de espaldas que
casi jorobado, para decirlo
estatura
el
tio
de una vez; de
menos que mediana;
de mala salud; con
una manera de
Lúeas...
endeblillo;
arqueadas, y
sui géneris (balan-
las piernas
andar
ceándose de un lado á otro y de atrás hacia
adelante),
que sólo se puede describir con
48
absurda fórmula de que parecía cojo de
la
dos
los
pies.
—En
dición) su rostro
cambio (añade
era
bastante arrugado
dientes
de
por
tra-
aunque ya
regular,
la
la
absoluta de
falta
y muelas; moreno verdoso, como
casi todos los hijos
de
las Castillas;
el
con
grandes ojos oscuros, en que relampaguea-
ban
la
cólera,
el
despotismo y
lujuria;
la
con finas y traviesas facciones, que no tenían
la
expresión del valor personal, pero
sí
de una malicia artera capaz de todo, y con
cierto aire de satisfacción, medio aristocrátila
co,
medio
libertino,
hombre habría
muy
sido,
que revelaba que aquel
en su remota juventud,
agradable y acepto á
las
mujeres, á
pesar de sus piernas y de su joroba.
D. Eugenio de Zúñiga y Ponce de León
(que
así se
llamaba su señoría) habia nacido
en Madrid de una familia
á la sazón
en
los
ilustre,
y
frisaría
cincuenta y cinco años,
llevando cuatro de corregidor en
la
ciudad
de que tratamos, donde se casó, á poco de
llegar,
con
mos más
la
principalísima señora que dire-
adelante.
49
Las medias de D.
Eugenio (única parte
que, además de los zapatos, dejaba ver de
su
vestido
la
de grana)
extensísima capa
eran blancas, y los zapatos negros, con hebilla
de oro. Pero luego que
campo
le
el
obligó á desembozarse, vídose que
gran corbata de batista
llevaba
calor del
sarga de color de tórtola,
muy
chupa de
;
festoneada de
ramillos verdes, bordados de realce; calzón
corto, negro,
la
misma
de seda; una enorme casaca de
que
estofa
la
chupa; espadín con
empuñadura de acero; bastón con
un respetable par de guantes
de gamuza
la
y
(ó quirotecas)
que no se ponia nunca,
pajiza,
empuñados por
borlas,
mitad á guisa de cetro.
El alguacil que seguia á veinte pasos de
distancia
al
Garduña, y
nombre.
—
señor
corregidor
llamaba
se
era la propia estampa
Flaco, agilísimo,
de
mirando ade-
lante y atrás, á derecha é izquierda al
pio tiempo
que andaba; de largo
diminuto y repugnante rostro
manos como dos manojos de
recía juntamente
su
,
pro-
cuello;
de
y con dos
disciplinas, pa-
un hurón en busca de
4
cri-
50
cuerda que había de atarlos, y
instrumento destinado á su castigo...
mínales,
el
la
El primer corregidor que
encima
le dijo sin
mi primer
le
echó
más informes:
alguacil...
—Y ya
lo
la vista
Tú
serás
habia sido
de cuatro corregidores.
Tenia
cuarenta y ocho años,
sombrero de
que
el
tres picos
,
y llevaba
mucho más pequeño
de su señor (pues repetimos que
el
de éste era descomunal), capa negra como
medias y todo el traje, bastón sin borlas,
y una especie de asador por espada.
Aquel otro espantajo negro parecía la
las
sombra de su vistoso amo.
IX.
¡Arre, burra!
•
Por donde quiera que pasaban
naje
y su apéndice,
el
los labradores
sus faenas y se descubrían basta
perso-
dejaban
los pies,
con más miedo que respeto; después de
lo
cual se decian en voz baja:
— ¡Temprano
— ¡Temprano...
va esta tarde
regidor á ver á
nos,
la
en
señor cor-
seña Frasquita!
y solo!
—
acostumbrados á verlo
aquel paseo
el
anadian algu-
siempre
dar
compañía de otras varias
personas.
—Oye,
tú,
Manuel;
¿por qué
irá
solo
univers'ty oí
iiuncis librar»
52
tarde
esta
navarra?
el
señor corregidor á ver á
le
preguntó una lugareña á su
—
que
marido,
la
en
grupas
llevaba á
la
la
bestia.
Y,
al
mismo tiempo que
la
pregunta, le
hizo cosquillas por via de retintín.
— ¡No
mó
el
seas mal pensada, Josefa!
buen hombre.
— La
—
excla-
seña Frasquita es
incapaz...
—No
yo
digo
Pero
contrario...
lo
el
corregidor no es por eso incapaz de estar
enamorado de
de todos
molino,
los
ella...
que van
Yo he
oido decir que,
á las
francachelas del
único que lleva mal
el
fin es
ese
madrileño tan aficionado á faldas...
—¿Y qué
—preguntó
—No
sabes tú
á su
faldas?
lo
namente
el
vez
el
aficionado
á
marido.
lo
corregidor que es, de de-
los ojos tienes negros!
La que
—
es
digo por mí... ¡Ya se hubiera
guardado, todo
cirme
si
así
hablaba era más que media-
fea.
¡Pues mira, hija,
llamado Manuel.
allá
—Yo no
ellos!
creo
—
replicó
al tio
Lú-
—
53
cas hombre de consentir...
tiene el tio
—
—
Lúeas cuando se enfada!
Pero, en
añadió
la
El
repuso
tia.
tio
ve que
fin, si
le
conviene.
.
.
Josefa, retorciendo el hocico.
Lúeas es un hombre de bien,
lugareño;
el
¡Bonito genio
—
y á
un hombre de
bien nunca pueden convenirle esas cosas.
— Pues
—
ellos!... Si
entonces, tienes razón...
yo fuera
¡Arre, burra!
mudar
Y
pudo
la
la
la
—
¡Allá
seña Frasquita...
gritó
el
marido para
conversación.
burra salió
al trote;
con
oirse el resto del diálogo.
lo
que no
X.
Desde
Mientras
saludadan
quita
así discurrían los
al
labriegos que
señor corregidor,
seña Fras-
la
y barría cuidadosamente la
empedrada que servia de atrio ó
regaba
plazoletilla
compás
de
la parra.
sillas
al
molino, y colocaba media docena
debajo de
lo
más espeso
rado, en el cual estaba subido
del
el tio
emparLúeas,
cortando los mejores racimos y arreglandolos artísticamente
—Pues
sí,
en una cesta.
Frasquita,
eas desde lo alto de
la
—
parra;
regidor está enamorado de
manera ...
decía et tio
—
tí
Lú-
el
señor cor-
de
muy
mala
55
— Ya
la
te lo dije
yo hace tiempo,—contestó
mujer del Norte.
—
—
¡Pero, déjalo que pene!
¡Cuidado, Lúeas, no
te
que
—
mucho
También
—Mira, no me des más
rumpió
— ¡Demasiado
Descuida,
bien
estoy
gustas
le
vayas á caer!
del
noticias,
eres
—
inter-
sé yo á quién le
gusto! ¡Ojalá supiera
le
mismo modo por qué no
— Porque
—Pues
—Más
de
—
señor...
al
ella.
gusto y á quién no
agarrado.
muy
fea,
te
—
gusto á
tí!
contestó el tio
Lucas.
fea y todo,
la
soy capaz de subir á
parra y echarte de cabeza
fácil
bajar
la
seria
al suelo...
que yo no
te
dejase
parra...
¡Eso es!... y cuando vinieran mis ga-
lanes, dirían
que éramos un mono y una
mona...
—Y
acertarian;
porque
tú
eres
muy
mona y muy rebonita, y yo parezco un
mono con esta joroba...
Que á mí me gusta muchísimo...
Entonces te gustará más la del corregidor, que es mayor que la mia.
—
—
.
56
— ¡Vamos! ¡Vamos!
que
V.
me
yo de
—
Me
mucho deque
—¿Por qué?
—Porque en pecado
Sr. D. Lúeas...
parece
tiene
celos...
ese viejo petate? Al con-
¿Celos
alegro
trario.
te quiera...
lleva la peniten-
el
cia.
que
Tú no has de
entre tanto
quererlo nunca, y yo seré
verdadero corregidor de la
el
ciudad.
— ¡Miren
vanidoso! Pues figúrate que
el
llegase á quererlo...
ven en
el
más
¡Cosas
raras se
mundo!
—Tampoco
—¿Por qué?
— Porque
se
me
daria gran cosa.
.
entonces, tú no serias ya tú;
y, no siendo tú quien eres, ó
que
eres, maldito lo
te llevasen los
—Pero
—¿Yo?
que
me
como yo creo
importaría que
demonios.
bien, ¿qué harías
en semejante
caso?
¡Mira lo que no sé!... Porque,
y no el que soy
ahora, no puedo figurarme lo que pensaría
como entonces yo
seria otro
después de mi trasformacion...
57
—¿Y qué
— Porque yo
por
cree en
tí
mismo, y que no tiene
sí
esta creencia.
de creer en
al dejar
convertiría en
tí,
De
me
consiguiente,
moriría, ó
un nuevo hombre;
me
modo;
nacer;
soy ahora un hombre que
como en
más vida que
otro
serias entonces otro?
viviría
parecería que acababa
me
de
de
tendría otros sentimientos. Ignoro,
pues, lo que aquel segundo yo haría enton-
ces contigo. Puede que se echara á reir y te
volviera
espalda.
la
Puede que
ni siquiera
Puede que... Pero ¡vaya un
te conociese.
gusto que tenemos en ponernos de mal hu-
mor
otros
que
te
—
Sí,
á nos-
quieran todos los corregidores
mundo? ¿No
del
¿Qué nos importa
sin necesidad!
eres tú mi Frasquita?
pedazo de bárbaro,
—
contestó
la
na-
—
yo soy tu
Frasquita, y tú eres mi Lúeas de
mi alma,
varra, riendo á
más
los
feo
que
el
más no poder:
bú, con más talento que todos
pan y más
que es eso de querido,
hombres, más bueno que
querido... ¡Ah,
cuando bajes de
lo
la
el
parra lo verás! ¡Prepárate
á llevar más bofetadas y pellizcos que pelos
58
tienes en la cabeza! Pero, ¡calla!
¿Qué
es lo
que veo? El
viene
por
allí
señor corregidor
completamente
Ese
to!...
y no le digas que
parra. Ese viene á decla-
aguántate,
estoy subido en
á
¡Y tan temprani-
trae plan.
— Pues
rarse
solo...
contigo,
solas
durmiendo
la
siesta.
la
creyendo pillarme
Quiero
divertirme
oyendo su explicación.
Así dijo
el tio
Lúeas, alargándole
la
cesta
á su mujer.
—No
está
mal pensado,
— exclamó
— demonio
ella,
lanzando nuevas carcajadas.
del madrileño!
¿Qué
¡El
se habrá creído
un corregidor para mí? Pero aquí
Por cierto que Garduña, que
lo
guna distancia, se ha sentado en
á
la
Y
llega...
seguía á alla
ramblilla
sombra... ¡Qué majadería! Ocúltate tú
bien entre
reir
que es
más de
los
lo
pámpanos, que nos vamos
que
dicho esto,
á cantar
te figuras.
hermosa navarra rompió
una copla de fandango, que ya
era tan familiar
tierra.
la
á
como
las
canciones de
le
su
XI.
£1 bombardeo de Pamplona.
— Dios
te
guarde,
Frasquita,
—
dijo
corregidor á media voz, apareciendo bajo
emparrado y andando de
—
ella
reverencias.
¡Y con
el
puntillas.
¡Tanto bueno, señor corregidor!
pondió
el
—
res-
en voz natural, haciéndole mil
—
¡Usía por aquí á estas horas!
el calor
que hace!... ¡Vaya, siéntese
¿Cómo
demás se-
su señoría!... Esto está fresquito...
no ha aguardado su señoría á
los
ñores? Aquí tienen' ya preparados sus asientos...
Esta tarde esperamos
en persona, que
le
al
señor obispo
ha prometido á mi Lucas
60
venir á probar las primeras uvas de
ra.—¿Y cómo
pasa
la
pasa su señoría?
lo
la
par-
¿Cómo
lo
señora?
El corregidor estaba turbado.
La ansiada soledad en que encontraba
la
seña Frasquita
lazo
que
le
hacerle caer en
el
un sueño, ó un
parecía
le tendía la
á
enemiga suerte para
abismo de un desengaño.
Limitóse, pues, á contestar:
—No
es tan temprano
como
dices...
Se-
rán las tres y media...
El loro dio en aquel momento un chillido.
—Son
las
mirando de
Este
dos y cuarto,
en hito
hito
calló,
como
—
al
dijo la navarra,
madrileño.
reo convicto que renun-
cia á la defensa.
—¿Y
Lúeas? ¿Duerme?
— preguntó
al
cabo de un rato.
(Debemos advertir aquí que
lo
mismo que
tes,
el
corregidor,
todos los que no tienen dien-
hablaba con una pronunciación
sibilante,
como
si
floja
y
se estuviese comiendo sus
propios labios.)
— De
seguro,
—
contestó
la
seña Fras-
61
quita.
— En
dormido donde primero
en
el
de
lo
déjalo dormir...
—
corregidor, poniéndose
el viejo
lido
coge, aunque sea
le
borde de un precipicio...
— Pues mira...
mó
se queda
llegando esta hora,
que ya
era.
—Y
mi
más pá-
mi querida
tú,
oye... ven acá...
Frasquita, escúchame...
Siéntate aquí, á
excla-
lado...
Tengo muchas
cosas que decirte...
—Ya
estoy sentada,
nera, agarrando una
—
silla
respondió
baja
la
moli-
y plantándola
delante del corregidor, á cortísima distancia
de
la
suya.
Una vez que
pierna sobre
se
hubo sentado, echó una
la otra,
adelante, apoyó
inclinó el cuerpo hacia
un codo sobre
la rodilla ca-
y la fresca y hermosa cara en
una de sus manos; y así, con la cabeza un
balgadora,
poco ladeada,
la
sonrisa en los labios,
los
cinco hoyos en actividad, y las serenas pupilas clavadas
en
el
corregidor
declaración de su señoría.
,
aguardó
la
—Hubiera podido
comparársela con Pamplona esperando un
bombardeo.
62
El
hombre
pobre
quedó con
fué
boca abierta
la
aquella grandiosa
,
á
hablar y
se
embelesado ante
hermosura, ante aquella
esplendidez de gracias
,
ante aquella formi-
dable mujer, de alabastrino color, de lujosas carnes, de limpia
y riente boca, de azué insondables ojos que parecía creada
les
,
por
el
—
pincel de Rubens.
Frasquita...
— murmuró
al fin el
dele-
gado del Rey con acento desfallecido, mientras
que su marchito
rostro, cubierto
de su-
dor, destacándose sobre su joroba, expresaba
una inmensa angustia.
—
Frasquita...
—
—Me
de
—¿Y qué?
— repuso
—Lo que
con una
—Pues que yo
—
Lo que
—
llamo,
contestó
la hija
los Pi-
rineos.
tú quieras,
el
viejo
ternura sin límites.
quiero,
lo
nera,
es
que
ya
usía
miento de
sabe usía.
lo
la
nombre
dijo la moli-
yo quiero
secretario del ayunta-
ciudad á un sobrino mió que
tengo en Estella, y que así podrá venirse de
aquellas montañas, donde está pasando mu-
chos apuros...
63
—Te he
El
—Es un
— Ya
Frasquito, que eso es
dicho,
imposible.
secretario actual...
ladrón,
lo sé...
un borracho y un
bestia.
Pero tiene buenas alda-
bas entre los regidores perpetuos, y yo no
puedo nombrar otro
do.
De
me
lo contrario,
— ¡Me
acuerdo del cabil-
sin
expongo!...
expongo...
¡Me expongo!... ¿A
qué no nos expondríamos por vuestra señoría hasta los gatos
de esta casa?
—¿Me
deó
que
—No,
—Mujer, no me
— tartamu-
querrías á ese precio?
el
corregidor.
señor;
quiero á usía de
lo
balde.
des tratamiento. Había-
me
de usted ó como se
que vas
á
te antoje...
¿Con-
quererme? Di...
—¿No
—
—No hay
le
Pero...
digo á V. que lo quiero ya?
.
pero que valga. jVerá V. qué
guapo y qué hombre de bien es mi sobrino!
— ¡Tú
—¿Le
sí
que eres guapa, Frasquita!...
gusto á V.?
64
— ¡Que me
como
— Pues mire V.
—
¡No hay mujer
gustas!...
si
tú!
tizo.
.
contestó
.
de arrollar
trando
al
la
.
.
Aquí no hay nada pos-
seña Frasquita acabando
la
,
manga de su jubón, y mos-
corregidor
resto de su brazo,
el
digno de una cariátide, y más blanco que
una azucena.
— ¡Que me
—De
en
—¿Pues qué?
si
regidor.
gustas!
dia,
—
prosiguió
de noche,
ñora corregidora?
le
lástima!
tí...
gusta á V.
—preguntó
la
la
se-
seña Fras-
compasión que hu-
quita con una fingida
biera hecho reir á
cor-
á todas horas,
todas partes, sólo pienso en
¿No
el
un hipocondriaco.
— ¡Qué
Mi Lúeas me ha dicho que tuvo
el
gusto de verla y de hablarle cuando fué á
componerle
á
V.
el
reloj
muy guapa, muy
muy cariñoso.
que es
trato
de
la
alcoba,
y
buena, y de un
¡No
— murmuró
— ¡No
con
amargura.
me han
—En cambio,
—
muy mal
— que
tanto!-
tanto!
corregidor
el
cierta
otros
siguió la molinera,
dicho
tiene
pro-
65
muy
genio, que es
bla
más que
— ¡No
celosa, y
que V.
le
tiem-
D.
Eu-
una vara verde...
á
tanto, mujer!...
—
repitió
genio de Zúñiga y Ponce de León, ponién-
dose colorado.
¡Ni tanto ni
¡Yo soy
— Pero, en
quiere?
—Te
diré.
mejor decir,
.
el corregidor!...
¿la quiere V. ó no
fin,
.
Yo
quiero mucho.
la
te vi,
no sé
lo
que
me
misma conoce que me pasa
Bástete saber que hoy,
cara á
. .
si
me
ó por
la
pasa,
algo.
para mí, tomarle
mi mujer me hace
ción que
la
quería antes de conocerte.
la
Pero desde que
y ella
La
hacerme temblar hay mucha
ello á
diferencia.
tan poco!
tiene sus manias, es cierto...
corregidora
Pero de
—
tomara á
la
misma operamí propio... Ya
la
ves que no puedo quererla más, ni sentir
menos.
. .
¡Mientras que por coger esa
ese brazo, esa cara
lo
,
mano r
daria
esa cintura...
que no tengo!
Y
hablando
así
el
corregidor, trató de
apoderarse del brazo desnudo que
Frasquita
le
estaba
refregando
la
seña
material5
66
mente por
pero ésta, sin descom-
los ojos;
ponerse, extendió
de su señoría con
mano, tocó
la
la
pacífica violencia é in-
contrastable rigidez de
fante, y lo tiró
..
la
trompa de un ele-
de espaldas con
y todo.
exclamó ensilla
—
— ¡Ave María
más
— Por
—exclamó en
—¿Qué
Purísima!
tonces
la
no po-
navarra, riéndose á
lo visto, esa silla
der.
estaba rota...
pasa ahí?
tio
Lúeas asomando su
pámpanos de
la
pecho
el
esto el
feo rostro entre los
parra.
El corregidor estaba todavía en
suelo
el
boca arriba, y miraba con un terror indecible á aquel
hombre que aparecía en
los ai-
res boca abajo.
Parecia
el
guel, sino por otro
—¿Qué
ponder
la
demonio del
ha de pasar?
—
— ¡Que
la silla
¡Jesús, María y José!
el
molinero.—¿Y
señor
el
en vago, fué á
cerse, y se ha caido...
vez
infierno.
se apresuró á res-
seña Frasquita.-
corregidor puso
—
Mi-
diablo vencido, no por San
—exclamó
se ha
meá
su
hecho daño su
señoría? ¿Quiere un poco de agua y vinagre?
67
— ¡No me he hecho
regidor, levantándose
Y
luego añadió por
que pudiera
— ¡Me
—
la
oirlo la
dijo el cor-
como pudo.
modo
pero de
lo bajo,
seña Frasquita:
pagareis!
salvado á mí
me
cambio, su señoría
Pues, en
sin
—
nada!
vida,
la
moverse de
lo
—
repuso
de
alto
la
el tio
parra.
ha
Lúeas,
—
Figú-
que estaba yo aquí sentado
rate, mujer,
contemplando
me quedé
uvas, cuando
las
dormido sobre una red de sarmientos y palos
que dejaban claros suficientes para que paPor consiguiente,
sase mi cuerpo...
me
caída de su señoría no
si
la
hubiese desper-
tado tan á tiempo, esta tarde
me
habria yo
roto la cabeza contra esas piedras.
—Conque
—Pues
dor.
¡vaya
me
¡Te digo que
caido!
— ¡Me
,
la
pronunció
replicó el corregi-
hombre! me
alegro
pagarás!
la
dirigiéndose á
Y
—
¿eh?
sí...
alegro...
mucho de haberme
—agregó en
seguida
molinera.
estas
palabras
con
presión de reconcentrada furia, que
Frasquita se puso
triste.
tal
la
ex-
seña
68
Veia claramente que
el
corregidor
se
asustó al principio, creyendo que el molinero lo había oido todo; pero que, persuadido
ya de que no habia oido nada (pues
ma y
el
gañado
disimulo del
más
al
cal-
Lúeas hubieran en-
tio
lince),
la
empezaba
á
abando-
narse á toda su iracundia y á concebir pla-
nes de venganza.
— Vamos!
j
á limpiar
á
¡Bájate ya de ahí
su
que se ha puesto
señoría,
perdido de polvo!
y ayúdame
— exclamó
entonces
la
mo-
linera.
Y
al
en
mientras
el tio
Lúeas bajaba,
corregidor, dándole golpes con
el
delantal
casaca y alguno que otro en las orejas:
la
—
díjole ella
El pobre no ha oido nada...
Estaba
dormido como un tronco...
Más que
estas frí»ses, la circunstancia
de
haber sido dichas en voz baja, afectando
produjo un efecto
complicidad y secreto,
maravilloso:
—
¡Pícara! ¡Proterva!
genio de Zúñiga con
— balbuceó D. Eu-
la
pero gruñendo todavía...
boca hecha agua,
69
—¿Me
la
guardará
usía
rencor?
—
replicó
navarra zalameramente.
Viendo
corregidor que
el
la
severidad
daba buenos resultados, intentó mirar
mucha
seña Frasquita con
le
á la
rabia, pero
se
encontró con su tentadora risa y sus divinos
en que brillaba
la
caricia de
una súpli-
ca, y, derritiéndosele la
gacha en
el acto, le
ojos,
dijo
bría
con un acento baboso, en que se descu-
más que nunca
la
ausencia
total
de sus
dientes y muelas:
—De
En
el tio
tí
depende, amor mió.
aquel
momento
Lúeas.
se descolgó de
la
parra
XII.
Diezmos y primicias.
Repuesto
el
linera dirigió
corregidor en su
mo-
una rápida mirada á su esposo:
no sólo tan sosegado como siempre,
viole,
sino reventando de ganas
de reir por re-
cambió con
de aquella ocurrencia:
sultas
él
silla, la
desde
lejos
un beso
tirado,
aprovechando
un descuido del corregidor, ydíjole, en
á éste,
con una voz de sirena que
le
fin,
hubie-
ra envidiado Cleopatra:
— Ahora
j
va
su señoría
á
probar mis
uvas!
Entonces fué de ver á
la
hermosa navar-
71
ra (y así la pintaría
yo
si
tuviese el pincel
de Ticiano), plantada enfrente del embelesado corregidor
tante,
,
fresca
,
magnífica
,
inci-
con sus nobles formas, con su an-
gosto vestido, con su elevada estatura, con
sus desnudos
brazos
levantados
sobre
la
cabeza y con un trasparente racimo en cada
mano, diciéndole, entre una sonrisa
tible
el
irresis-
y una mirada suplicante en que titilaba
miedo:
—Todavía
obispo.
Son
no
las
las
primeras
ha probado
el
señor
que se cogen
este año.
una gigantesca
Parecía
Pomona, brin-
dando frutos á un dios campestre;
—
á
un
sátiro, vg.
En
leta
esto apareció al
empedrada
diócesis,
el
extremo de
la
plazo-
venerable obispo de
la
acompañado del abogado acadé-
mico y de dos canónigos de avanzada edad,
y seguido de su secretario, de dos familiares y de dos pajes.
Detúvose un rato su ilustrísima á contemplar aquel cuadro tan cómico y tan bello,
72
hasta que, por último, dijo con el reposado
acento propio de los prelados de entonces:
—El
cias
á
pagar diezmos y primi-
quinto...
de Dios, nos enseña
la Iglesia
la
doc-
trina cristiana; pero V., señor corregidor,
no se contenta con administrar
el
diezmo,
sino que también trata de comerse las primicias.
—
¡El
señor
obispo!
molineros, dejando
al
— exclamaron
los
corregidor y corriendo
á besar el anillo del prelado.
—
¡Dios se lo pague á su ilustrísima, por
venir á honrar esta pobre choza!
tio
besando
Lúeas,
el
primero,
—
dijo el
y
con
el
acento de una sincera veneración.
— ¡Qué
—exclamó
—
señor obispo tengo tan hermo-
so!
la
seña Frasquita,
¡Dios lo bendiga y
después.
más años que
le
conservó
besando
me
lo
el
suyo á mi
conserve
Lúeas!
—No
tú
me
echas
dírmelas
pastor.
qué
sé
—
las
falta
puedo hacerte, cuando
bendiciones en vez de pe-
contestó riéndose el bondadoso
—
73
Y, extendiendo dos dedos,
seña Frasquita y después á
bendijo á
los
demás
la
cir-
cunstantes.
—Aquí
—
tiene usía ilustrísima las primi-
dijo el corregidor,
cias
de manos de
cortesmente
mos probado
la
al
tomando un racimo
molinera y presentándoselo
obispo.
Todavía no había-
—
las uvas...
El corregidor pronunció estas palabras,
dirigiendo de paso una rápida y cínica mira-
da á
la
espléndida hermosura de
— Pues no porque
— observó
de
— Las de
—expuso
las
la
fábula!
la
molinera.
estén verdes,
será
i
la
académico.
el
fábula
como
obispo
el
no estaban verdes, señor licenciado, sino
fuera del alcance de la zorra.
Ni
el
uno
ni el otro
habia querido acaso
aludir al corregidor; pero
ron
ambas
frases fue-
casualmente tan adecuadas á
acababa de suceder
allí,
trísimo.
que
que D. Eugenio de
Zúñiga se puso lívido de cólera, y
sando el anillo del prelado:
—Eso
lo
es llamarme zorro,
dijo,
be-
señor ilus—
—
.
74
— Tu
dixisti
—
replicó éste, con la afable
severidad de un santo (como diz que lo era
en efecto.)manifestó,.
satis
O,
jam
Excusatio nonpetita, accusatio
— Qualis
dictum, nullus ultra
que es
lo
Y
—
muy
rando aquella uva
buenas!
racimo que
— exclamó
—
al trasluz
en seguida á su secretario.
á
el
le
corregidor.
el
¡Están
lati-
estas famosas uvas.
picó una sola vez en
presentaba
sit
mismo, dejémonos de
lo
y veamos
nes,
— Pero
sermo —
vir, talis oratio.
mi-
y alargándosela
¡Lástima que
mí no me sienten bien!
El secretario repitió
ñor,
y luego... colocó
acción de su se-
la
la
uva en
la
cesta con
escrupuloso cuidado.
—Su
ayuna
—observó en voz
uno de sus familiares.
baja
El
con
ilustrísima
tio
Lúeas,
la vista, la
mente, y se
la
que habia seguido
cogió entonces
comió
sin
la
uva
disimulada-
que nadie
lo viera.
Después de esto, sentáronse todos: hablóse de
la
otoñada (que seguía siendo
muy
seca, á pesar de haber pasado el cordonazo
75
de San Francisco); discurrióse algo sobre
la
probabilidad de una nueva guerra entre
Napoleón
y
el
Austria;
en
insistióse
la
creencia de que las tropas imperiales no invadirían nunca el territorio español; quejóse
el
abogado de
aquella
lo
época,
revuelto y calamitoso de
envidiando
los
tranquilos
tiempos de sus padres (como sus padres
habrían envidiado los de sus abuelos)
las
cinco
obispo,
el loro..., y, á
el
menor de
;
dio
una seña del señor
los pajes fué al
coche
de su ilustrísima, que se habia quedado en
la
misma
ramblilla
que
el alguacil,
y volvió
con una magnífica torta sobada, de pan de
aceite, polvoreada
de
sal,
que apenas haria
una hora habia salido del horno: colocóse
una mesilla en medio de
descuartizóse
la torta;
los concurrentes;
diósesu parte corres-
pondiente, á pesar de que se resistieron
mu-
Lucas y á la seña Frasquita, y
una igualdad verdaderamente democrática
cho,
al tio
reinó durante una hora bajo aquellos
pám-
panos que filtraban los últimos resplandores
de un
sol poniente...
.
Le
XIII.
dijo el grajo al cuervo...
Hora y media después, todos los ilustres
compañeros de merienda estaban de vuelta
en
la
ciudad.
El señor obispo y su familia habían llegado con bastante anticipación, gracias al
coche, y hallábanse ya en palacio, donde
los
dejaremos rezando sus devociones.
El insigne abogado (que era
muy
seco)
y
los dos canónigos (á cual más grueso y más
respetable) acompañaron al corregidor hasta
la
puerta del ayuntamiento (donde dijo que
tenia
que hacer), y tomaron luego
el
cami-
77
no de sus respectivas casas, guiándose por
las
como
estrellas
teando á tientas
gos;
— pues
navegantes, ó sor-
esquinas
ya había cerrado
no habia salido
blico (lo
las
los
la
luna, y el
mismo que
las
siglo) estaba todavía allí
En cambio, no
algunas calles
tal
como
los cie-
noche; aún
la
alumbrado pú-
demás luces de
en
la
este
mente divina.
era raro ver discurrir por
ó cual linterna ó farolillo
con que respetuoso servidor alumbraba á
su amo, que se dirigía á su tertulia ó de visita á
desús parientes...
casa
Cerca de casi todas
las rejas bajas se veía,
ó se olfateaba por mejor decir, un silencioso
bulto negro.
—Eran
pendido su palique
— ¡Somos
novios, que habían susal
sentir pasos.
unos calaveras!
—
iban dicién-
—
abogado y los dos canónigos.
¿Qué
pensarán en nuestras casas al vernos llegar
dose
el
á estas
horas?
— Pues ¿qué
dirán los que nos encuen-
tren en la calle, de este
pico de
la
modo,
á las siete
y
noche, como unos bandoleros am-
parados de
las tinieblas?
—
78
—Hay que mejorar de
—
—Mi mujer
en
boca
estómago —
académico con un
conducta...
¡Ese dichoso molino!...
sentado
lo tiene
del
dijo
la
el
tono en que se traducía
el
miedo
á
un pró-
ximo regaño.
—
de
—exclamó
uno
canónigos, que por señas era
pe-
¡Pues y mis sobrinas!
los
— Mis
no deben
embargo —
sobrinas dicen que los
nitenciario.
sacerdotes
—
Sin
visitar
comadres...
interrumpió su compa-
ñero, que era magistral:
—
lo
que
allí
pasa
no puede ser más inocente...
— ¡Toma!
—Y
¡Como que va
el
mismo señor
obispo!
luego, señores, á nuestra edad...
repuso
el
penitenciario.
— Yo
he cumplido
ayer los setenta y cinco.
—
¡Es claro!
—
replicó el
Pero hablemos de otra cosa:
magistral.
¡qué guapa
estaba esta tarde la seña Frasquita!
—
¡Oh, lo que es eso... ¡Gomo guapa, es
guapa!
—
cialidad.
dijo el
abogado, afectando impar-
—
—
79
—Muy guapa —
embozo.
—Y no—
pregunten
—que
enamorado de
Indudablemente
—exclamó
—
— agregó
— De
— Conque,
repitió
,
penitenciario
el
dentro del
añadió
si
predicador de ofi-
el
al corregidor...
se lo
cio,
está
¡Ya
lo creo!
el
ella.
confesor de
la catedral.
seguro
académico...
el
yo
señores:
correspondiente.
corto por aquí para llegar
antes á casa...
¡Muy buenas noches!
— Buenas
noches,
—
le
contestaron los
dos capitulares.
Y
anduvieron algunos pasos en silencio.
—También
le
gusta á ese
murmuró entonces
con
el
codo
al
molinera,
la
magistral,
el
dándole
penitenciario.
—
— ¡Como
rándose
de
— ¡Y qué
mañana, compañe—Conque
V. muy
—Que
si lo
respondió éste, pa-
viera!
á la puerta
bruto
hasta
es!
ro.
le
bien las uvas.
sienten á
— Hasta mañana,
pase V.
su casa.
muy buena
si
Dios quiere...
Que
noche.
—Buenas noches nos
dé Dios,:
rezó el
80
penitenciario, ya desde
el
portal,
que
tenia
por cierto farol y Virgen.
Y llamó
á la aldaba.
Una vez
solo en la calle el otro canónigo,
(que era más ancho que
que rodaba
al
y que parecía
andar), siguió avanzando lenalto,
tamente hacia su casa; pero, antes de llegar
á ella, infringió contra
el
una pared
lo
que en
porvenir habia de ser un bando de poli-
cía
urbana, y díjose
al
mismo tiempo, pen-
sando sin duda en su cofrade de coro:
— ¡También
—Y
quista!...
te
la
gusta á
tí
la
seña Fras-
verdad es (añadió
al
cabo
de un momento) que, como guapa, es guapa!
XIV.
Los consejos de Garduña.
Entre tanto,
el
corregidor habia subido
al
Ayuntamiento, acompañado de Garduña, con
quien mantenía hacia
rato,
sesiones, una conversación
lo
en
más
el
salón de
familiar de
que debiera un hombre de su calidad y de
su oficio.
—
conoce
— La
Crea usía á un perro perdiguero que
la
cil.
caza,
—
decia el
innoble algua-
seña Frasquista está perdidamente
enamorada de usía , y todo lo que usía acaba
de contarme me lo hace ver más claro que
esa luz.
6
—
82
Y
señalaba á un velón de Lucena, que
apenas esclarecía un pedazo del salón.
—No
duña, —
— Pues no
estoy yo tan seguro
como
tú
,
Gar-
contestó D. Eugenio suspirando.
mos con
sé
por qué.
Y
si
no, hable-
Usía (dicho sea con
franqueza.
perdón) tiene una tacha en su cuerpo... ¿No
es verdad?
—
¡Bien,
sí!
pero esa tacha
¡Él es
— repuso
la tiene
más!
corregidor;
también
más jorobado que
— ¡Mucho
el
el tio
Lúeas.
yo!
¡muchísimo más!
¡sin
comparación de ninguna especie! Pero en
cambio (y es á lo que
cara de muy buen ver.
bella cara.
rece
al
.
.
iba),
. .
lo
mientras que
usía tiene
una
que se llama una
el tio
Lúeas se pa-
sargento Utrera, que reventó de feo.
El corregidor sonrió con cierta ufanía.
—Además, —
prosiguió
el
alguacil,
—
la
seña Frasquita es capaz de tirarse por una
ventana con
tal
de agarrar
el
nombramiento
de su sobrino...
— Hasta
ahí estamos
de acuerdo.
nombramiento es mi única esperanza.
Ese
—
83
— Pues
manos
á
la
obra,
mi
Ya
señor.
¡No hay
más que ponerlo en ejecución esta misma
he dicho á
le
usía
plan.
noche!
que no
— he
— D. Eugenio, acordándose de que
costumbre de
— que me
Garduña.
— ¡No me
Garduña
de Zú—¿Conque
—
—que misma noche puede
jos!
necesito conse-
dicho
¡Te
gritó
enfadarse.
tenia la
Creí
usía
los'
habia pedido. .
.
balbuceó
repliques!
saludó.
decías,
ñiga,
arre-
esta
glarse todo eso?...
bien.
prosiguió el
Pues, mira,
me
parece
¡Qué diablos! ¡Así saldré pronto de
esta cruel incertidumbre!
Garduña guardó
silencio.
El corregidor se dirigió
bió algunas líneas en
llado,
que
selló
la
hecho
el
está
y
escri-
un pliego de papel se-
también por su parte, guar-
dándoselo luego en
—Ya
al bufete
faltriquera.
nombramiento del so-
brino,—dijo entonces, tomando un polvo
de rapé.
Mañana me las compondré yo con
—
84
regidores...
los
y,
acuerdo, ó habrá
la
ó lo
con un
ratifican
de San Quintín! ¿No
te
parece que hago bien?
—
—exclamó
¡Eso, eso!
siasmado, metiendo
la
Garduña entu-
zarpa en
corregidor y arrebatándole un polvo.
eso! El antecesor de usía
¡Déjate de bachillerías!
¡Eso.
— repuso
el
sacudiéndole una guantada
corregidor,
la ratera
—
no se paraba tam-
poco en barras. Cierta vez...
—
del
la caja
mano.
—
en
¡Mi antecesor era un bes-
tuvo de alguacil! Pero vamos
tia,
cuando
á lo
que importa. Acabas de decirme que
molino del
te
tio
Lúeas pertenece
al
el
término
del lugarcillo inmediato, y no al de esta población... ¿Estás seguro de ello?
— ¡Segurísimo!
ciudad acaba en
senté está tarde
ría...
á
la
La
jurisdicción
ramblilla
donde yo
¡Voto á Lucifer!
un
¡Basta!
—
la
me
esperar que vuestra seño¡Si yo hubiera
tado en su caso!
—
de
gritó
D.
Eugenio.
—
es-
¡Eres
insolente!
Y
cogiendo media cuartilla de papel, es-
85
cribió una esquela
;
cerróla
pico, y se la entregó á
—Ahí
po—
la
tienes
carta
—
doblándole un
,
Garduña.
mismo tiem-
dijo al
le
que me has pedido para
calde del lugar.
Tú
el
al-
de palabra
le explicarás
todo lo que tiene que hacer. ¡Ya ves que
sigo tu plan al pié de
de
tí
me metes en un
No hay cuidado,
si
—
—
ña.
la letra!
¡Desgraciado
callejón sin salida!
—
El señor Juan López tiene
temer, y en cuanto vea
la
firma de
hará todo lo que yo le mande.
le
debe mil fanegas de grano
y otro tanto al Pósito
Gardumucho que
contestó
al
Pió!...
¡
usía,
Lo menos
Pósito Real,
Esto último
contra toda ley, pues no es ninguna viuda
ni
ningún labrador pobre para recibir
trigo sin
abonar creces
ni recargo, sino
el
un
jugador, un borracho y un sin vergüenza,
muy amigo de
el
faldas,
pueblecillo...
que
¡Y aquel hombre
autoridad! ¡Así anda el
— ¡Te he
trae escandalizado
ejerce
mundo!
dicho que calles!... ¡Me estás
distrayendo!
— bramó
que vamos
al
el
asunto,
corregidor.
—
— Con-
añadió luego,
mu-
86
dando de tono.
—Son
Lo primero que
la
cuarto...
y
que hacer es
tienes
casa y advertirle á
siete
las
ir
me
señora que no
á
es-
pere á cenar ni á dormir. Dile que esta no-
che
me
estaré trabajando aquí hasta la hora
queda, y que después saldré de ronda
secreta contigo, á ver si atrapamos á ciertos
de
la
En
malhechores...
engáñala bien para
fin,
que se acueste descuidada. De camino,
que
á otro alguacil
no
me
atrevo
traiga la cena...
lante de la señora
,
me
pues
leer en
conoce tanto,
mis pensamientos.
cocinera que ponga unos pes-
Encárgale á
la
tiños de los
que se hicieron hoy
alguacil que, sin
gue de
la
blanco.
En
que
taberna
lo
hallarte
te
me
muy
lugar,
al
las
ocho
allí!
— ex-
el
corre-
bien á
y media...
— ¡A ocho en punto
clamó Garduña.
—
— ¡No me
estoy
las
contradigas!
rugió
gidor, acordándose otra vez de
alar-
de vino
cuartillo
marchas
dile al
y
,
vea nadie,
medio
seguida
donde puedes
Yo
noche de-
parecer esta
á
que es capaz de
me
dile
que
lo era.
..
87
Garduña saludó.
— Hemos
quilizándose,
en
tás
dicho,
—que
el lugar.
—
continuó aquel, tran-
á las ocho en punto es-
Del lugar
molino habrá
al
media legua...
—
— No me
— —
Corta
interrumpas!
;
El alguacil volvió á saludar.
Corta,
prosiguió
el
corregidor.
¿Crees tú que á
consiguiente, á las diez...
las diez?.
—Por
.
—Antes de
las diez; á las
nueve y media
puede llamar usía descuidado
á la
puerta
del molino.
— ¡Hombre!
me
¡No
tengo que hacer!...
digas á mí lo que
— Por supuesto que
tú
estarás?...
— Yo
estaré en todas partes...
cuartel general será la ramblilla.
me
olvidaba...
Vaya
Pero mi
¡Ah! se
usía á pié, y no lleve
linterna...
—
¡Maldita
la
falta
que
me
hacían tam-
poco esos consejos! ¿Si creerás tú que es
primera vez que salgo á campaña?
la
88
— Perdone
llame usía á
la
del caz
se
tú lo
Sí, señor.
me
hay
á la puerte-
otra puerta? ¡Mira
habia ocurrido!
La puertecilla del caz da
Lúeas no entra
al
los molineros...
ni
y
nunca por
sale
De forma que, aunque
ella.
la
caz...
mismísimo dormitorio de
tio
No
puerta grande que da á
que hay encima del
—¿Encima
que no
—
el
Otra cosa.
emparrado, sino
plazoleta del
cilla
¡Ah!
usía...
volviese
de
pronto...
— Comprendo, comprendo...
más
Procure
— Por
aturdas
¡No me
los oidos!
último.
usía escurrir el
bulto antes del amanecer.
Ahora amanece
á
las seis.
—
¡Mira otro consejo inútil!
estaré de vuelta en
hemos hablado
sencia
mi
ya...
casa...
A
las
cinco
Pero bastante
¡Quítate de mi pre-
!
te!
— Pues
—exclamó
al
corregidor y mirando
entonces, señor... ¡Buena suer-
tiempo.
el alguacil,
alargando
al
techo
al
mano
mismo
la
89
El corregidor dio una peseta á Garduña,
y éste desapareció como por ensalmo.
—
— murmuró
— me
¡Por vida de!...
cabo de un instante.
¡Se
el viejo al
ha olvidado
me trajeran también una baraja! ¡Con ella me hubiera entretenido hasta
las nueve y media, viendo si me salia aquel
decirle
que
solitario!...
XV.
-
Despedida en prosa.
Serian las nueve de aquella
cuando
el
Lúeas y
tio
terminadas todas
y de
la
las
la
misma noche
seña Frasquita,
haciendas del molino
casa, comiéronse una fuente de
en-
salada de escarola, una libreja de carne gui-
sada con tomates, y algunas uvas de las que
quedaban en
la
consabida cesta, todo ello
rociado con un poco de vino y con grandes
risotadas á costa del corregidor; después de
lo cual,
miráronse afablemente
como
los
dos es-
de Dios y de sí
mismos, y se dijeron, entre un par de bosposos,
satisfechos
91
tezos
que revelaban toda
la
paz y tranqui-
lidad de sus corazones:
—
Pues, señor, vamos á acostarnos,
mañana
En
y
será otro día.
aquel
momento oyéronse dos
golpes aplicados á
fuertes
puerta grande del
la
mo-
lino.
El marido y
la
mujer se miraron sobre-
saltados.
Era
la
primera vez que oian llamar á su
puerta á semejante hora.
— Voy
—
encaminándose
¡Eso me
—
dijo la intrépida
á ver...
ra,
hacia
¡Quita!
el tio
Lúeas con
Frasquita le cedió
que no
salgas!
viendo que
la
la plazoletilla.
toca á mí!
—exclamó
dignidad, que
tal
el
paso.
—añadió
navar-
—
¡Te
seña
la
he dicho
luego con dureza,
molinera quería seguirlo.
Esta obedeció, y se quedó dentro de
la
casa.
—¿Quién — preguntó
desde en medio de
—
una
—
es?
el
la
¡La justicia!
lado del portón.
tio
Lúeas
plazoleta.
contestó
voz
al
otro
—
92
—¿Qué
— La
justicia?
del lugar.
— ¡Abra V.
ai
señor al-
calde!
El
tio
Lúeas se habia asomado entre tanto
por una mirilla
muy
disimulada que tenia
y reconocido
el portón,
¡Dirás
guacil!
que
abra
le
— repuso
al
luna
la
borrachon del
molinero,
el
de
lugar inmediato.
al rústico alguacil del
—
á la luz
retirando
alla
tranca.
—Es lo
mismo
—
contestó
el
de afuera,
puesto que traigo una orden escrita de su
—Tenga V. muy buenas
Lúeas — agregó
menos
Toñuelo —
—
murciano. — Veamos qué orden
merced...
noches,
luego entrando, y con
tio
voz
oficial.
Dios
te
respondió
guarde,
el
es esa... ¡y
bien podia
el
señor Juan López escoger otra
hora más oportuna de dirigirse á los
bres de bien!
será tuya.
— Por
¡Gomo
emborrachando en
supuesto, que
si lo
las
viera, te
la
homculpa
has estado
huertas del camino!
¿Quieres un trago?
— No,
señor: no hay tiempo para nada.
93
que seguirme
Tiene V.
Lea V.
la
inmediatamente.
orden.
—¿Cómo
seguirte?
—exclamó
eas, penetrando en el molino
en
mano. ¡A
la
con
ver, Frasquita!
La seña Frasquita soltó una
Lú-
el tio
el
papel
¡alumbra!
cosa
que
mano, y descolgó el candil.
Lúeas miró rápidamente el objeto
tenia en la
El
tio
que habia soltado su mujer, y reconoció su
bocacha, ó sea un enorme trabuco que
calzaba balas de media libra.
El molinero dirigió entonces á
una mirada
le dijo,
—
llena
tomándole
de gratitud
la
y
la
navarra
ternura, y
cara:
¡Cuánto vales!
La seña Frasquita, pálida y serena como
una estatua de mármol,
levantó
cogido con dos dedos, sin que
temblor agitase su
pulso,
el
el
candil,
más leve
y contestó seca-
mente:
—
¡Vaya,
lee!
La orden decia
«Para
el
así:
mejor servicio de S. M.
el
Rey
«Nuestro Señor (Q. D. G.), prevengo á Lú-
94
de estos veci-
»cas Fernandez, molinero,
inmediatamente que
»nos, que
reciba
la
«presente orden comparezca ante mi auto»ridapl sin
excusa ni pretexto alguno; ad-
» virtiéndole
»no
que, por ser asunto reservado,
pondrá en conocimiento de nadie,
lo
»todo ello bajo las penas correspondientes,
»caso de desobediencia.
—
El alcalde:
Juan López.»
Y
habia una cruz en vez de firma.
— Oye,
tú.
Lucas
el tio
¿Y qué
—
es esto?
al alguacil.
le
—¿A qué
preguntó
viene esta
orden?
—No
lo sé
—
contestó el rústico;
hombre
de unos treinta años, cuyo rostro esquinado
y de asesino, no
mejor idea de su sinceridad.
Creo
y avieso,
daba
la
que se
ó de
—
trata
moneda
usted.
to...
rostro de ladrón
. .
En
de averiguar algo de brujería,
falsa
.
.
.
Pero
Lo llaman como
fin,
yo no
la
cosa no va con
testigo, ó
me he
El señor Juan López se
con más pelos y señales.
como
peri-
enterado bien...
lo explicará á
V.
—
95
—
que
—
— exclamó
¡Corriente!
Dile
el
molinero.
mañana.
iré
¡Ca! no, señor...
Tiene V. que venirse
ahora mismo, sin perder un minuto... Es
orden que
la
Hubo un
me
ha dado
el
señor alcalde.
instante de silencio.
Los ojos de
seña Frasquita echaban
la
llamas.
El
tio
Lúeas no separaba
como
suelo,
— Me
clamó
al
si
cuando
concederás
levantando
fin,
ir
la
menos
á la cuadra
burra ni que demontre!
alguacil.
—
¡Cualquiera
legua! La noche está
se
muy
—
—
ex-
cabeza,
una burra.
— ¡Qué
el
suyos del
buscara alguna cosa.
tiempo preciso para
jar
los
el
y apare-
—
anda
replicó
media
hermosa, y hace
luna...
—Ya he
que ha
Pero yo
tengo
muy
— Pues
no perdamos
Yo
ayudaré
Y.
¿Temes que me
—
—Yo no temo
Lúeas — responvisto
salido...
hinchados.
los pies
entonces
le
tiempo.
á aparejar la bestia.
á
escape?
¡Hola! ¡Hola!
nada,
tio
96
dio Toñuelo con
do.
—Yo
Y
ver
soy
la justicia.
hablando
retaco
el
— Pues
— que
descansó armas, dejando
así,
que llevaba debajo
mira, Toñuelo
ra,
ya
tu oficio,
bién
la
de un desalma-
frialdad
la
vas á
hazme
moline-
dijo la
cuadra...
la
el
—
del capote.
ejercer
á
tam-
favor de aparejar
otra burra.
— qué?—
— Para yo voy con
—No puede
— Tengo orden de
¿Para
interrogó
mí:
molinero.
el
vosotros.
ser, seña Frasquita
—
objetó
llevarme á su
el alguacil.
marido de V. nada más y de impedir que V.
lo siga.
En
ello
me
va
el
destino y
el
pes-
Juan
—Así me
—Conque... vamos,
Y
más
— tartamudeó mur—
moverse.
Fras— ¡Muy —
que yo me
—
—Esto
cuezo.
lo advirtió
López.
el
tio
señor
Lúeas.
se dirigió hacia la puerta.
¡Cosa
rara!
el
ciano sin
contestó
rara!
la
seña
quita.
es algo...
tinuó balbuceando
el
sé...
tio
Lúeas,
con-
de modo
que no podia ser oido por Toñuelo.
97
—¿Quieres que vaya yo
chicheó
navarra,-
la
—y
le
á la ciudad
dé aviso
—
cu-
cor-
al
regidor de lo que nos sucede?...
— —
— Pues ¿qué
con gran
—
—Que me
respondió en
¡No!
alta
voz
Lúeas.
quieres que haga?
el
—
tio
dijo la
ímpetu.
molinera
mires
respondió
el
antiguo
soldado.
Los dos esposos se miraron en silencio, y
quedaron tan satisfechos ambos de la tranquilidad,
la
resolución y
la
energía que se
comunicaron sus almas, que acabaron por
encogerse de hombros y reírse... Después
de
lo cual el tio
Lúeas encendió otro can-
dil
y se dirigió á
la
á
cuadra, diciéndole antes
Toñuelo con socarronería:
—
¡Vaya, hombre!
Ven y ayúdame, su-
puesto que eres tan amable.
Toñuelo
lo siguió,
canturriando una copla
entre dientes.
Pocos minutos después,
del molino, caballero
menta y seguido del
el tio
Lúeas
salía
en una hermosa jualguacil.
98
La despedida de
ducido á
los esposos
habíase re-
lo siguiente:
—
—
— Embózate, que
Cierra bien
dijo el tio
Lúeas.
hace fresco
—
seña Frasquita, cerrando con llave,
y
dijo
la
tranca
cerrojo.
Y
no hubo más adiós,
más abrazo,
ni
¿Para qué?
ni
más mirada.
más beso,
ni
XVI.
Un ave de mal
agüero.
Sigamos por nuestra parte
Ya
habian andado un
al
borrica
y
el alguacil
Lúeas.
cuarto de legua
sin hablar palabra, el molinero
la
tio
subido en
arreándola con
su
bastón de autoridad, cuando divisaron delante de
hacia
el
sí,
en
lo alto
camino,
la
de un repecho que
sombra de un enorme
pajarraco que se dirigía hacia ellos.
Aquella sombra se destacó enérgicamente
sobre
el cielo,
bujándose en
esclarecido por
él
la
luna,
con tanta precisión, que
molinero exclamó en
el acto:
diel
100
—Toñuelo,
¡aquel
sombrero de
tres
es
Garduña, con su
picos
sus
y
patas
de
alambre!
Mas
lado,
antes de que contestara el
la
sombra, deseosa sin duda de eludir
aquel encuentro,
echado
interpe-
camino y
campo travieso con la
había dejado
á correr á
el
velocidad de un ave nocturna.
—No veo
—
Toñuelo con
mayor
—Ni yo tampoco—
nadie
á
respondió entonces
naturalidad.
la
replicó
comiéndose
Y
la
molino
la
Lúeas,
el tio
partida.
sospecha que ya se
le
ocurrió en el
principió á adquirir cuerpo
sistencia en el
espíritu
receloso
y con-
del joro-
bado.
— Este
— es
te.-
viaje
mió
que
díjose interiormen-
una estratagema amorosa del corre-
gidor. La declaración
desde
—
lo alto del
el vejete
que
le oí
emparrado
esta
tarde
me demuestra
madrileño no puede
esperar
más. Indudablemente, esta noche va á volmolino, y por eso ha principiado quitándome de en medio. Pero ¿qué
ver de
visita al
—
101
importa?
abrirá
la
Frasquito
puerto aunque
Digo
la casa...
aunque
el
la
más;
le
peguen fuego
aunque
las
añadió
al
manos en
—
más temprano que me
Llegaron con esto
el alguacil,
Sin em-
cabo de un momento,
jbueno será volverme esta noche
alcalde.
abriese,
la
cabeza. ¡Frasquito es Frasquito!
—
á
sorprender á mi navarra,
pobre hombre saldría con
bargo
y no
corregidor lograse, por medio de
cualquier ardid,
el
Frasquito...
es
al
á
casa lo
sea posible!
lugar
el tio
Lúeas y
y dirigiéronse á casa del señor
XVII.
Un
alcalde de monterilla.
El Sr. Juan López, que como particular
y como
y
el
con
alcalde era la tiranía, la ferocidad
orgullo personificados
(cuando trataba
los inferiores), dignábase, sin
á aquellas horas, después
embargo,
de despachar
los
asuntos oficiales y los de su labranza, y de
cotidiana paliza,
be-
berse un cántaro de vino en compañía
del
pegarle á su mujer
secretario
iba
el
y
del
la
sacristán,
más de mediada
operación
que
aquella noche cuando
molinero compareció en su presencia.
—
¡Hola, tio Lúeas!
—
le dijo,
rascándose
.
103
la
cabeza para excitar en
—¿Cómo
embustes.
secretario, échele
Lúeas!
¿Y
he
ahora
ver,
V. un vaso de vino
al tio
mucho tiempo que no
hombre... ¡Qué bien sale
molienda!
pan de centeno pa-
¡El
rece de trigo candeal!
Siéntese
.
.
Conque.
.
V.
y descanse,
Dios, no tenemos prisa.
—
.
que,
vaya.
.
Lúeas,
.
gracias
¡Por mi parte, maldita aquella!
testó el tio
los
seña Frasquita? ¿Se conserva
la
visto! Pero,
la
vena de
va de salud? ¡A
tan guapa? ¡Ya hace
la
ella la
—
á
con-
que hasta entonces no
habia despegado los labios, pero cuyas sos-
mayores
pechas eran cada vez
amistoso recibimiento que se
pués de una
orden tan
al
ver
el
hacia des-
le
y apre-
terrible
miante.
— Pues
el alcalde,
entonces,
—
tio
Lúeas
—
continuó
supuesto que no tiene V. gran
dormirá V. acá esta noche, y mañana
temprano despacharemos nuestro asuntillo.
prisa,
.
—Me
parece bien
—
respondió
el tio
Lú-
eas con un disimulo que no tenia nada que
envidiar á
la
diplomacia del Sr. Juan Lo-
104
—Supuesto que
me quedo.
—Ni
pez.
urgente,
añadió
engañado
quien creia engañar.
Oye
quilo.
tú,
cosa no es urgente...
V.
ni de. peligro para
alcalde,
el
la
por aquel á
— Puede V.
estar tran-
Toñuelo... Alarga esa media
fanega para que se siente
el tio
Lúeas.
—
—
clamó
— ¡Venga de —
buena mano. Médielo V.
—
—
—
Juan López, bebiéndose
—
de
—
apurando
Manuela! —
— ¡A
— Dileá ama que
de
Entonces... ;venga
el
—
ex-
otro trago!
molinero, sentándose.
repuso
ahí!
alargándole
el
el alcalde,
vaso lleno.
Está en
¡Pues, por su
salud!
dijo
V., señor alcalde!
-¡Por la
Lúeas,
la otra
tio
monterilla.
Lúeas se queda
¡Ga!
duermo en
no...
el pajar
á
dormir aquí.
el
creo!
Que
el
le
granero.
¡De ningún modo!
como un
—Mire V. que tenemos
Pero
— ¡Ya
lo
mitad.
tu
ponga una cabecera en
—
replicó
gritó entonces el
ver,
alcalde
señor
mitad del vino.
la
el tio
el
Yo
rey.
cabeceras...
¿á qué quiere V.
105
incomodar á
familia?
la
Yo
mi ca-
traigo
pote...
como V.
—Pues
ponga.
ama que no
— con— Lo que V.
Lúeas, bostezando de un modo
en
— que me
guste. ¡Manuela!
señor,
dile á tu
la
sí
tinuó
atroz,
á permitirme,
va
el tío
seguida.
acueste
es
Anoche he
mucha- molienda, y no
tenido
he pegado todavía
los ojos...
majestuosa—Concedido —
— Se puede V.
mente
cuando
de que nos
—Creo que también
—
asorecojamos
de
graduar
mándose
que quedaba. — Ya deben de
ó poco menos.
—
— Las menos
,
respondió
recoger
alcalde.
el
quiera.
es hora
nosotros,
al
cántaro
dijo el sacristán,
vino para
lo
ser las diez...
diez
secretario,
notificó
cuartillo,
echando en
los vasos
del vino correspondiente á aquella
— ¡Pues
— Hasta
el anfitrión,
el
el
resto
noche.
— exclamó
— añadió
á dormir, caballeros!
apurando su parte.
mañana, señores,
molinero, bebiéndose
la
suya.
el
106
—Espere
—
que
V.
ñuelo! Lleva al
tio
¡Por aquí,
lo,
llevándose
tio
el
alumbren...
le
Lúeas
al
¡To-
pajar.
Lúeas!...
cántaro por
—
dijo
si le
Toñue-
quedaban
algunas gotas.
—
Hasta
agregó
el
mañana
,
si
Dios
quiere,
—
sacristán, después de escurrir to-
dos los vasos.
Y
marchó tambaleándose, y cantando
alegremente el De pro fundís.
se
— Pues
cretario
señor,
—
díjole el alcalde al
cuando se quedaron
solos.
—
El
setio
Lúeas no ha sospechado nada. Nos pode-
mos
acostar descansadamente, y ¡buena pro
le haga al corregidor!
XVIII.
Donde se verá que
el tio
muy
Lúeas tenia el sueño
ligero.
Cinco minutos después, un
descolgaba por
la
hombre
se
ventana del pajar del se-
ñor alcalde; ventana que daba á un corraIon
,
y que no distaría cuatro varas del
suelo.
En
el
corralón habia
una gran pesebrera,
un cobertizo sobre
á la cual
estaban ata-
das seis ú ocho caballerías de diferente alcurnia.
El hombre desató una borrica
cierto estaba aparejada,
,
que por
y se encaminó,
vándola del diestro, hacia
la
lle-
puerta del cor-
108
ral; retiró
tranca y desechó
el
cerrojo
mucho
tien-
y se encontró en. medio del campo.
Una vez allí montó en la borrica
me-
que
to,
la
la
aseguraban; abrióla con
,
tióle
los
,
como una
talones, y salió
con dirección
á la
ciudad
carril ordinario, sino
;
flecha
mas no por
el
atravesando siembras
y cañadas...
Era
molino.
el
tio
Lúeas, que se dirigía á su
—
XIX.
Voces clamantes in deserto.
— ¡Alcaldesa mí que soy de Archena!
-
iba diciéndose el
la
mañana pasaré
mo medida
que me ha
murciano.
—Mañana
por
á ver al señor obispo, co-
preventiva, y le contaré todo lo
ocurrido esta noche. ¡Llamarme
con tanta prisa y con tanta reserva á las
nueve de la noche; decirme que vaya solo;
hablarme del servicio del Rey, y de moneda falsa, y de brujas, y de duendes, para
echarme luego dos vasos de vino y mandarme á dormir!... ¡La cosa no puede ser
más
clara!
Garduña
trajo al lugar esas
ins-
110
trucciones de parte del corregidor, y esta
es la hora en
que
corregidor estará ya en
el
campaña contra mi mujer... ¡Quién sabe
me
lo
encontraré llamando á
molino! ¡Quién sabe
dentro
decir?
.
!
.
.
¡
¡
me
Quién sabe!
.
.
lo
puerta del
encontraré ya
Pero ¿qué voy
.
Dudar de mi navarra!... ¡Oh,
que
¡Imposible
es ofender á Dios!
¡Imposible que mi
ble!...
si
la
si
á
esto
ella!...
¡Imposi-
Frasquita!...
Pero ¿qué estoy diciendo? ¿Acaso
hay algo imposible en
el
mundo? ¿No
se
casó conmigo, siendo ella tan hermosa y yo
tan feo?
Y
al
hacer esta última reflexión,
jorobado se echó á
Entonces paró
el
pobre
llorar...
la
burra para serenarse;
se enjugó las lágrimas; suspiró hondamente;
sacó los avios de fumar;
garro de tabaco negro;
picó y
lió
un ci-
empuñó luego pe-
dernal, yesca y eslabón, y al cabo de algu-
nos golpes, consiguió encender candela.
En
aquel
mismo momento
de pasos hacia
allí
el
sintió
camino (que
unas trescientas varas).
rumor
distaría
de
111
— ¡Qué imprudente soy!—
me
andarán ya buscando y yo
dido al echar estas yescas!
Escondió, pues,
la
ocultándose detrás de
Pero
ferente
la
dijo.
—
¡Si
me
habré ven-
lumbre, y se apeó,
la
borrica.
borrica entendió las cosas de di-
modo, y lanzó un rebuzno de
satis-
facción.
—
¡Maldita seas!
—exclamó
tratando de cerrarle
la
Lúeas,
el tio
boca con
las
manos.
Al propio tiempo resonó otro rebuzno en
el
camino, por vía de galante respuesta.
— ¡Estamos
sando
el
aviados!
molinero.
el
mayor mal de
—
los
—
¡Bien
prosiguió pendice el
refrán:
males es tratar con ani-
males!
Y
así diciendo, volvió á
bestia
salió
y
traria al sitio
montar, arreó
la
disparado en dirección con-
en que habia sonado
el
se'gundo
que
la
persona
rebuzno.
Y
que
lo
iba
más
particular fué
en
jumento interlocutor debió de
el
asustarse tanto del tio Lúeas
Lúeas se habia asustado de
,
ella,
como
el tio
pues apar-
!
112
camino y salió á escape
sembrados de la otra banda.
tose también del
por los
murciano, y tranquilo ya por
aquella parte, continuó discurriendo de este
Notólo
el
modo:
— ¡Qué
noche! ¡Qué mundo!
lamia desde hace una hora!
¡Qué vida
¡Alguaciles
metidos á alcahuetes; alcaldes que conspiran contra mi honra
;
burros que rebuznan
cuando no es menester, y aquí, en mi pecho, un miserable corazón que se ha atrevido á dudar de
la
mujer más noble que
Dios ha criado! ¡Oh! ¡Dios mió, Dios mió!
¡Haz que llegue pronto á mi casa y que encuentre allí á mi Frasquita!
Siguió caminando
sando
fin,
el tio
Lucas
siembras y matorrales,
,
atrave-
hasta que al
á eso de las once de la noche, llegó sin
novedad
á la puerta
grande del molino.
¡Condenación! ¡La puerta del molino estaba abierta
!
XX.
La duda y
la realidad.
¡Estaba abierta...
y él,
al
marcharse,
habia oido á su mujer cerrarla con
llave,
tranca y cerrojo
Por
consiguiente
,
su
mujer
la
habia
abierto sin duda alguna.
¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿De
resultas
¿A
de una
de un engaño?
consecuencia
orden? ¿O bien deliberada y voluntariamente, en virtud de previo acuerdo con el
corregidor.
¿Qué
le
iba á ver?
¿Qué
iba á saber?
¿Qué
aguardaba dentro de su casa? ¿Se habría
8
114
fugado
la
seña Frasquita? ¿Se
habrian ro-
la
bado? ¿Estaria muerta, ó estaría en brazos
de su rival?
—
El corregidor contaba con que yo no
podría venir en toda
gubremente.
—
noche,
la
se dijo lú-
El alcalde del lugar tendría
orden hasta de encadenarme
biese
—
empeñado en
si
me hu-
yo
volver...
¿Sabia todo
en
complot? ¿O
esto Frasquita? ¿Estaba
el
ha sido víctima de un engaño, de una violencia, de
una infamia?
No empleó más
tiempo
el sin
ventura en
hacer todas estas crueles reflexiones que
que tardó en atravesar
la plazoletilla
del
el
em-
parrado.
También estaba
casa,
las
abierta
la
puerta de
la
cuyo primer aposento, como en todas
viviendas rústicas, era
Dentro de
la
la
cocina.
cocina no había nadie.
Sin embargo, una enorme fogata ardia en
la
chimenea... ¡chimenea que
él
dejó apa-
gada, y que no se encendía nunca hasta
mes de Diciembre!
Por último, de uno de
los
el
ganchos de
115
la
espetera pendía un candil
¿Qué
encendido...
significaba todo aquello?
¿Y cómo se
compadecía semejante aparato de
de sociedad con
reinaba en
el silencio
vigilia
y
de muerte que
casa?
la
¿Qué habia
sido de su mujer?
Entonces, y sólo entonces, reparó
el tio
Lúeas en unas ropas que habia colgadas en
de dos ó tres
los espaldares
alrededor de
Fijó
la
chimenea...
rugido tan intenso, que se
zo
mudo y
se llevó
le
quedó atreve-
garganta, convertido en un sollo-
la
Creyó
puestas
en aquellas ropas, y lanzó un
la vista
sado en
sillas
sofocante.
el
infortunado que
se ahogaba, y
las
manos
mientras que,
lívido, convulso,
al cuello;
con
los ojos desencajados,
contemplaba aquella vestimenta, poseído de
tanto horror
le
presentan
Porque
grana,
y
la
el
lo
como
la
el
reo en capilla á quien
hopa.
que
allí
sombrero de
chupa de color de
veia era
la
capa de
tres picos, la casaca
tórtola, el calzón
de
seda negra, las medias blancas, los zapatos
116
con hebilla, y hasta
el
bastón, el espadín y los
guantes del execrable corregidor!... Lo que
allí
taja
veía era
hopa de su ignominia,
la
de su honra,
el
sudario de su ventura.
El terrible trabuco seguía en
en que dos horas antes
El
tío
queta,
y
Sondeó
él.
el
rincón
dejóla navarra...
lo
Lúeas dio un
apoderó de
mor-
la
de tigre y se
canon con la ba-
salto
el
que estaba cargado. Miró
vio
la
piedra, y halló que estaba en su lugar.
Volvióse entonces hacia
conducía á
la
la
escalera que
cámara en que había dormido
tantos años con
la
seña
Frasquita, y
mur-
muró sordamente:
—
¡Allí están!
Avanzó, pues, un paso en aquella dirección; pero en seguida se detuvo para mirar
en torno de
sí
servando...,
—
Dios!
¡Nadie!
...
y ver
—
y ese.
Confirmada
.
.
dijo
si
alguien lo estaba ob-
mentalmente.
ha querido
—
esto!
así la sentencia, fué á
paso, cuando su errante
un pliego que había sobre
¡Sólo
dar otro
mirada distinguió
la
mesa...
—
:
117
Verlo, y haber caido -sobre él, y tenerlo
entre sus garras, fué todo cosa de un se-
gundo.
Aquel papel era
brino de
la
el
nombramiento
del so-
seña Frasquita, firmado por don
Eugenio de Zúñiga y Ponce de León.
¡Este ha sido el precio de la venta!
—
pensó
la
el tio
boca
mento
Lúeas, metiéndose
á su
rabia.
—
quisiera á su familia
¡No hemos tenido
papel en
y dar ali¡Siempre recelé que
sofocar sus
para
el
gritos
más que
hijos!
.
.
.
á mí!...
¡He aquí
la
¡Ah!
causa
de todo!
Y
el
infortunado estuvo á punto de vol-
ver á llorar.
Pero luego se enfureció nuevamente,
dijo con
la
un ademan
ya que no con
voz
—
¡Arriba! ¡Arriba!
Y
empezó
gatas con una
la
terrible,
y
otra,
á subir la escalera
andando
mano, llevando
trabuco en
y con
el
papel
el
á
infame entre los
dientes.
En
corroboración de sus naturales sospe-
118
chas, al llegar á
puerta
la
dormitorio
del
(que estaba cerrada), vio que salían algunos
rayos de luz por las junturas de las tablas
y
por el ojo de la llave.
— ¡Aquí
Y
están!
se paró
un
—
volvió á decir.
como para pasar
instante,
aquel nuevo trago de amargura.
Luego continuó subiendo... hasta
á la
misma puerta
Dentro de
—
¡Si
mente
la
él
llegar
del dormitorio.
no se
oia el
no hubiera nadie!
más
—
leve ruido.
le dijo
tímida-
esperanza.
Pero en aquel mismo
instante el
infeliz
oyó toser dentro del cuarto.
Era
la tos
medio asmática
del corregidor.
¡No habia duda posible! ¡No habia
tabla
de salvación en aquel naufragio!
El molinero sonrió en
modo
horroroso.
— ¿Cómo
oscuridad semejantes
todo
con
el
el
las tinieblas
de un
no brillan en
la
relámpagos? ¿Qué es
fuego de las tormentas, comparado
que arde
á
veces en
el
corazón del
hombre?
Sin embargo,
el
tio.
Lucas
(tal
era
su
119
alma, según dijimos ya en otro lugar) principió á tranquilizarse no bien
oyó
la tos
de
su enemigo...
La realidad
menos daño que
hacia
le
la
duda.
Según
á la
le
anunció
seña Frasquita,
en que perdia
la
él
mismo
punto y hora
que era vida de su
desde
única
fe
aquella tarde
el
alma, empezaba á convertirse en otro
hom-
bre nuevo.
Semejante
al
moro de Venecia (con quien
comparamos
ya
lo
el
desengaño mataba en
todo
el
al
describir su carácter),
él
de un solo golpe
amor, trasfigurando de paso
raleza de
la
natu-
y haciéndole ver el
mundo como una región extraña á que acasu
espíritu
bara de llegar. La única diferencia consistía
en que
menos
que
el
el tio
Lúeas era por idiosincrasia
menos austero y más egoísta
insensato sacrificador de Desdémona.
trágico,
¡Cosa rara; pero propia de tales situacio-
nes! La duda, ósea
el
la
esperanza (que para
caso es lo mismo), volvió todavía á
tificarlo
un momento...
mor-
—
!
120
—
¿Si
me
pensó.
tribulación de su infortunio olvidá-
la
basele ya
al
cuitado que habia visto las ro-
pas del corregidor cerca de
habia encontrado abierta
que habia leido
lino;
—
hubiese sido de Frasquita!...
¡Si la tos
En
hubiera equivocado?
la
chimenea; que
la
puerta del
mo-
credencial de su in-
la
famia...
Agachóse, pues, y miró por el ojo de la
llave, temblando de incertidumbre y de zozobra
.
El rayo visual no alcanzaba
más que un pequeño
triángulo de cama, por
la
parte del cabecero...
te
en aquel
extremo de
mohadas
la
¡pero precisamen-
pequeño triángulo
las
descubrir
á
almohadas,
se
veia el
y sobre las al-
cabeza del corregidor
Otra risa diabólica contrajo
el
rostro del
molinero.
Dijérase que volvía á ser
—
¡Soy dueño de
la
feliz.
verdad!
— murmuró,
irguiéndose tranquilamente.
Y
volvió á bajar la escalera con el
tiento
que empleó para
subirla...
mismo
121
—
El asunto es delicado... Necesito re-
—
iba
á la cocina, sentóse
en
Tengo tiempo para
flexionar.
todo...
pensando mientras bajaba.
Llegado que hubo
medio de
ella,
y ocultó
frente
la
entre las
manos.
Así permaneció
lo
mucho
tiempo, hasta que
despertó de su cavilación un leve golpe
que
sintió
Era
el
en un pié...
trabuco, que se habia deslizado de
sus rodillas, y que
le
hacia aquella especie
de seña...
—
tio
¡No!
Lúeas,
— murmuró
con
arma. —No
¡Te digo que no!
encarándose
el
el
me convienes. Todo el mundo tendría lástima de ellos... y á mí me ahorcarían! ¡Se
de un corregidor... y matar á un corregidor es todavía en España cosa indiscultrata
pable! ¡Dirían
que
lo
maté por infundados
desnudé y lo metí en
mi cama!... Dirían, además, quémate á mi
celos,
y que luego
lo
mujer por simples sospechas... ¡Y meahorcarian!
tener
Además, yo habría dado muestras de
muy
poca alma,
muy
poco talento,
si
122
al
remate de mi vida fuera digno de compa¡Todos se reirian de mí!
sión!
muy
mi desventura era
natural
¡Dirían
que
siendo yo
,
jorobado y Frasquita tan hermosa! ¡Nada!
¡no!
Lo que yo
necesito es vengarme; y des-
pués de vengarme,
reir,
despreciar,
triunfar,
reírme mucho, reírme de todos... evi-
tando por
nunca de
tal
medio que nadie pueda
esta
reírse
que yo he llegado
jiba
á
hacer hasta envidiable, y que tan grotesca
seria en una horca!
Así discurrió
el
Lúeas,
tio
vez sin
tal
darse cuenta de ello puntualmente, y, en
arma
virtud de semejante discurso, colocó
el
en su
con los
sitio,
y principió
brazos atrás y
la
cabeza
cando su venganza en
en
las
ruindades de
la
á pasearse
como bus-
baja,
el suelo,
en
la tierra,
vida, en alguna es-
tratagema vulgar y bufona
que dejase en
completo ridículo á su mujer y al corregidor, en vez de buscar aquella misma venganza en
la
muerte, en
la
justicia,
el
ho-
como huhecho en su lugar cualquier otro hom-
nor, en el cadalso, en el cielo...
biera
en
123
bre de condición menos rebelde que
la
suya
á toda imposición de la naturaleza, de la so-
ciedad ó de sus propios sentimientos.
En
tal
estado, paráronse
sus ojos en
la
vestimenta del corregidor...
Luego
se paró él mismo...
Después fué iluminándose poco
á
poco su
semblante de una alegría, de un gozo, de
un triunfo
indefinibles... hasta
que por úl-
timo se echó á reir de una manera formidable... estoes, á grandes carcajadas, pero
sin hacer
ningún ruido
(á fin
de que no
oyesen desde arriba), metiéndose
los
lo
puños
por los ijares para no reventar, estremeciéndose todo
como un
y teniendo que concluir por dejarse caer en una silla
epiléptico,
hasta que le pasó aquella convulsión de
sarcástico regocijo.
— Era
la
propia risa de
Mephistópheles.
No
bien se sosegó, principió á desnudarse
con una celeridad
en
las
mismas
febril: colocó toda su
sillas
que ocupaba
la
ropa
del cor-
regidor: púsose cuantas prendas pertenecían
á éste,
desde
los zapatos
de hebilla hasta
el
126
paraje,
el
allí
muy
próximo, por donde corría
agua del caz.
—
¡Socorro! ¡que me ahogo! ¡Frasquita!...
¡Frasquita!...
— clamaba una voz de
con todo
el
¿Si
Lucas?
bre,
acento de
hom-
desespera-
la
ción.
—
será
—pensó
navarra,
la
de un terror que no necesitamos des-
llena
cribir.
En
mismo dormitorio habia una puer-
el
de que ya nos habló Garduña,
tecilla,
que daba efectivamente sobre
del caz.
—
la
seña
más que no hubiera recono-
voz que pedia auxilio, y encontróse
la
de manos á boca con
aquel
parte alta
Abrióla sin vacilación
Frasquita, por
cido
la
momento
salia,
el
corregidor, que en
todo chorreando, de
impetuosísima acequia...
—
y
¡Dios me perdone! ¡Dios
balbuceaba
el
infame viejo.
me perdone!
—
¡Creí
que
la
—
me
ahogaba!
—¿Cómo? ¿Es V.? ¿Qué
se atreve?...
¿A qué viene
—
molinera con
gritó
la
significa?
¿Cómo
V. á estas horas?...
más indignación
127
que espanto, pero retrocediendo maquinalmente.
—
¡Calla!
¡calla,
mujer!
corregidor, colándose en
de
ella.
— Yo
— tartamudeó
aposento detrás
el
diré todo...
te lo
el
¡He estado
me llevaba ya como
¡mira cómo me he puesto!
para ahogarme! ¡El agua
una pluma! ¡Mira!
—
ña
¡Fuera! ¡fuera de aquí!
Frasquita
replicó la se-
violencia.
comprendo
todo!
— ¡No
¡Dema-
nada que explicarme!...
tiene V.
siado lo
mayor
con
—
¿Qué me importa
á
mí que V. se ahogue? ¿Lo he llamado yo
á
V.? ¡Ah! ¡Qué infamia! ¡Para esto ha man-
dado V. prender á mi marido!
—Mujer,
— ¡No
escucha...
escucho! ¡Márchese V. inmedia-
tamente, señor corregidor!
.
.
.
¡Márchese V.
,
ó no respondo de su vida!...
—¿Qué
— que V.
dices?
¡Lo
oye!
Mi marido no
mi casa; pero yo me basto en
cerla
respetar...
ha venido,
vez
al
si
ella
está
en
para ha-
¡Márchese V. por donde
no quiere que yo
lo arroje otra
agua con mis propias manos!
—
126
paraje,
el
allí
muy
próximo, por donde corría
agua del caz.
—
¡Socorro! ¡que me ahogo! ¡Frasquita!...
¡Frasquita!...
— clamaba una
con todo
el
¿Si
Lucas?
bre,
hom-
voz de
acento de
desespera-
la
ción.
—
llena de
será
—pensó
navarra,
la
un terror que no necesitamos des-
cribir.
En
mismo dormitorio habia una puer-
el
de que ya nos habló Garduña,
tecilía,
que daba efectivamente sobre
del caz.
—
la
seña
más que no hubiera recono-
voz que pedia auxilio, y encontróse
la
de manos á boca con
aquel
parte alta
Abrióla sin vacilación
Frasquita, por
cido
la
y
momento
salia,
el
corregidor, que en
todo chorreando, de
la
impetuosísima acequia...
— ¡Diosme
balbuceaba
el
perdone! ¡Dios
infame viejo.
me perdone!
—
¡Creí
que
me
ahogaba!
—¿Cómo? ¿Es V.? ¿Qué
se atreve?...
¿A qué viene
—
molinera con
gritó
la
significa?
¿Cómo
V. á estas horas?...
más indignación
127
que espanto, pero retrocediendo maquinalmente.
—
¡Galla!
mujer!
¡calla,
corregidor, colándose en
de
ella.
— Yo
una pluma! ¡Mira! ¡mira
ña
—
replicó la se-
violencia.
nada que explicarme!...
tiene V.
siado lo
mayor
con
;He estado
me llevaba ya como
cómo me he puesto!
¡Fuera! ¡fuera de aquí!
Frasquita
comprendo
el
aposento detrás
el
diré todo...
te lo
para ahogarme! ¡El agua
—
— tartamudeó
todo!
— ¡No
¡Dema-
¿Qué me importa
á
mí que V. se ahogue? ¿Lo he llamado yo
á
V.? ¡Ah! ¡Qué infamia! ¡Para esto ha man-
dado V. prender á mi marido!
—Mujer,
— ¡No
escucha...
escucho! ¡Márchese V. inmedia-
tamente, señor corregidor!
.
.
.
¡Márchese V.
,
ó no respondo de su vida!...
—¿Qué
— que V.
dices?
¡Lo
mi casa; pero yo
cerla
respetar...
ha venido,
vez
al
si
oye!
me
Mi marido no
está
basto en ella para
en
ha-
¡Márchese V. por donde
no quiere que yo
lo arroje otra
agua con mis propias manos!
—
.
las
—
[Chica! ¿chica!
soy sordo
— exclamo
Cuando yo estoy
Tengo á libertar
no
el
grites tanto,
viejo
que no
libertino.
al tío
Lúeas, á quien ha
preso por equivocación un alcalde de
terñla...
—Pero
Yo
aquí, por algo será...
mon-
ante todo, necesito que
seques estas ropas. .
.
me
;Estov calado hasta los
V. que
marche!
—
—
¿Qué
nombramiento de
—Enciende lumbre, v hablaremos.
;Le digo á
se
sabes tú? Mira...
Calla, tonta...
aquí te traigo
tu sobri-
el
no. . .
la
Mientras se seca
la
ropa, vo
me
.
acostaré eo
esta cania...
—
;Ah! ¡ya! ¿Conque declara Y. que ve-
nia por
mí? ¿Gorüique declara Y. que para
e~
ha mandado arrestar á mi Lúeas? ¿Conque
traía
T. su nombramiento v
tod
?
S
s
Santas del cielo! ¿Qué se habrá figurado de
mí
este mamarracho?
—
— Aunque
;Frasquita! ;Soy el corregidor!
fuera Y. el rey! á mí. ¿qué?
Yo soy la mujer de mi marido, y el ama
de mi casa! éCree Y. que yo me asusto de
—
loe corregidores?
Madrid, y al
.
.
Yo
fin del
sé ir a Granada,
y a
tnund© y a pedir justicia
contra el viejo insolente
que
autoridad por fes sodas!
Y
sabré mañana ponérmela
mantüb. éiráier
así arrastra
sobre todo: yo
a la señora corregidora..
— So
harás nada de esoü
—repuso
corregidor, perdiendo la paciencia,
dando de
táctica.
porque yo
so
el
ó mu-
de eso;
ve© que no
IX© harás nada
te pegaré
un
taro»,
si
entiendes de razones. .
— ¡Un
con t©z
—Un
tir©!!—exclamo la seña Frasquito
sorda...
tir©,. so.
perjuicio
dicho en
Y de ello
no
me resultara
alguno. Casualmente he dejado
h
ciudad que salía esta noche a
caza de criminales...
—Conque no
seas ne-
y quiéreme... como yo te ador©.
Señor corregidor; ¿un tir©? v©frvi© a
decir la navarra, echando los brazos atrás y
cia...
—
el
—
cuerpo hacia adelante, como para lanzar-
se sobre su adversan©.
—
Si te empeñas, te 1© pegaré,
veré bbre de tus amenaza*
y de
tu
y
asi
130
sura...
—
respondió
corregidor, lleno de
el
miedo y sacando un par de cachorrillos.
¿Conque pistolas también? ¡Y en
—
otra faltriquera el
brino!
—
nombramiento de mi so-
dijo la seña Frasquita,
no es
momento, que voy
Y
así
á
encender
y
la
la
usía
la
un
lumbre.
bajó en tres brincos.
El corregidor cogió
la
Pues, señor,
la
hablando, se dirigió rápidamente á
la escalera,
de
moviendo
—
dudosa. — Espere
cabeza de arriba á abajo.
elección
la
la
luz y salió detrás
molinera, temiendo que se escapara;
pero tuvo que bajar
mucho más
de cuyas resultas, cuando llegó
tropezó con
la
despacio,
á la cocina,
navarra, que volvía ya en su
busca.
—¿Conque
—exclamó
un
decia V. que
tiro?
dando un paso
caballero,
me
iba á pegar
aquella indomable mujer
atrás.
que yo ya
—
Pues, ¡en guardia,
lo estoy!
y se echó á la cara el formidable
trabuco que tanto papel representa en esta
Dijo,
historia.
—
¡Detente, desgraciada!
¿Qué vas
á ha-
—
131
—
— Lo de mi
cer?
to.
gritó
corregidor, muerto de sus-
el
cachorrillos
los
están
cambio, es verdad
Aquí
Y
lo tienes...
lo
le
Lo que
es de V.
lia,
nombramiento...
—
repuso
la
guise
el
mesa.
navarra.
la
servirá para encender
cuando
si
lo del
Tómalo... De balde...
está bien,
Mañana me
En
descargados...
colocó temblando sobre
—Ahí
y
una broma... Mira...
tiro era
lumbre
la
almuerzo á mi marido.
no quiero ya
ni la
gloria;
mi sobrino viniese alguna vez de Estepara pisotearle á V.
seria
la
fea
mano
con que ha escrito su nombre en ese papel
indecente! jEa, lo dicho!
mi
{Márchese V. de
casa! ¡Aire, aire! ¡Pronto!...
me
sube
la
pólvora á
la
¡Que ya se
cabeza!
El corregidor no contestó á este discurso.
Habíase puesto
lívido, casi
ojos torcidos, y
un temblor, como de
azul; tenia los
ciana, agitaba todo su cuerpo.
principió á castañetear
ai suelo, presa
Por último,
dientes, y cayó
de una convulsión espantosa.
El susto del caz,
sus ropas,
los
ter-
lo
la violenta
muy mojado
de todas
escena del dormitorio,
.
132
y el miedo
trabuco con que
al
le
apuntaba
la
navarra, habían agotado las fuerzas del en-
fermizo anciano.
— ¡Me muero! —
balbuceó.
— Llama
á Gar-
duña... llama á Garduña, que estará ahí...
en
la
ramblilla ...
No pudo
Yo no debo morirme
aquí
.
.
continuar. Cerró los ojos, y se
quedó como muerto.
— ¡Y
se morirá
como
seña Frasquita.
pió la
lo dice!
—
— prorum-
¡Pues
esta
es
la
más negra! ¿Qué hago yo ahora con este
hombre en mi casa? ¿Qué dirían de mí si se
muriera? ¿Qué diría Lúeas?... ¿Cómo podría
justificarme,
la
cuando yo misma
puerta? ¡Oh! no...
aquí con
él.
he abierto
Yo no debo quedarme
¡Yo debo buscar
yo debo escandalizar
le
el
á
mi marido,
mundo
antes que
comprometer mi honra!
Tomada
esta
resolución, soltó el trabu-
co, fuese al corral, cogió la burra
daba en
abrió
de un
la
él,
la
aparejó de cualquier modo,
puerta grande de
salto, á
que que-
la
cerca,
montó
pesar de sus carnes, y se di-
rigió á la ramblilla.
—
133
— ¡Garduña, Garduña! —
conforme
acercaba
—
—
iba gritando
navarra
se
respondió
¡Presente!
la
á aquel sitio.
al
cabo
el
al-
apareciendo detrás de un seto.
guacil,
¿Es V., seña Frasquita?
—
tu
yo soy. Vé
Sí,
amo, que se
—¿Qué
está
al
molino y socorre á
muriendo.
dice V.?
— Lo que
—¿Y V.?
—¿Yo? Yo
—
oyes...
¿á
la
la
la
á estas horas?
ciudad por un mé-
seña Frasquita arreando
burra.
Y tomó
la
voy... á
contestó
dico,
dónde va
camino del lugar... y no
ciudad, como acababa de decir.
el
Garduña no reparó en
cunstancia; pues
hacia
esta
¡La
él
es
dando zancajadas
iba
al
par de
:
infeliz
no
puede hacer más!...
un pobre hombre... ¡Vaya una
ocasión de ponerse malo!
fites á
de
esta última cir-
molino y discurriendo
manera
—
Pero
el
ya
el
..
.
¡Dios le da con-
quien no puede roerlos!
XXII.
Garduña
se multiplica.
Cuando Garduña
llegó al molino, el cor-
regidor principiaba á volver en
sí,
procuran-
do levantarse del suelo.
En
el
el
suelo también, y á su lado, estaba
velón encendido que bajó
el
corregidor
del dormitorio.
primera
—¿Se marchado —
—¿Quién?
Quiero
mo—
ha marchado... y
Ya
—
ha
ya?
fué
la
frase del corregidor.
¡El demonio!...
decir, la
linera...
Sí, señor...
no creo que iba de
se
muy buen humor.
!
135
muriendo...
— ¡Ay, Garduña! me
de
—¿Pero qué
hombres
hecho
en
—Me he
y
me
de
Los huesos
una
con
— ¡Toma,
—Garduña... ve que
—Yo no
sácame de
—Pues
qué pronto
Verá
—Voy
estoy
tiene usía? ¡Por vida
caido
sopa.
parten
se
. .
estoy
caz,
el
los
toma! ¡ahora salimos
frió.
eso!
te dices!...
lo
digo nada, señor...
este apuro...
bien,
volando...
usía
lo arreglo todo.
Así dijo
cogió
la
metió
al
el alguacil,
luz con
en un periquete,
y,
una mano, y con
la otra
se
corregidor debajo del brazo; subiólo
al
dormitorio; púsolo en cueros; acostólo en
la
cama; corrió
al jaraíz;
reunió un brazado
de leña; fué ala cocina; hizo una gran lumbre; bajó todas las ropas de su amo; colocólas en los espaldares de dos ó tres sillas;
encendió un candil;
lo
colgó de
la
espetera,
y tornó á subir á la cámara.
¿Qué tal vamos? preguntóle entonces
—
—
á D. Eugenio, levantando
para verle bien el rostro.
en
alto el
velón
—
!
136
—Admirablemente. Conozco que voy
¡Mañana
Garduña!...
—¿Por qué, señor?
preguntármelo? ¿Crees
—¿Y
á
sudar...
te
ahorco,
te atreves á
tú que, al
esperaba
seguir
el
plan que
me
trazaste,
yo acostarme solo en esta cama,
después de recibir por segunda vez
el sa-
cramento del bautismo? ¡Mañana mismo
te
ahorco
—Pero cuénteme
—La
usía
algo...
¿La seña
Frasquita?...
seña Frasquita ha querido asesinar-
me. ¡Es todo
consejos!
la
que he logrado con tus
lo
Te digo que
te
ahorco mañana por
mañana.
—Algo menos
repuso
—¿Por qué
me
—No,
será, señor corregidor,
el alguacil.
lo
dices,
insolente? ¿Porque
ves aquí postrado?
señor.
Frasquita no ha
inhumana como
la
Lo digo porque
la
seña
debido de mostrarse tan
usía cuenta,
cuando ha ido
á
ciudad á buscarle un médico...
—
¡Dios santo!
¿Estás seguro de que ha
137
ido á
ciudad?—exclamó D. Eugenio, más
la
aterrado que nunca.
—A
—
lo
menos, eso
seña Frasquita á
¡Ah. estoy
mi mujer!... ¡A decirle que estoy
¿Cómo ha-
yo de figurarme esto? ¡Yo creí que se
habría ido
como
y,
me
la
ciudad? ¡A contárselo
la
aquí! jOh, Dios mió, Dios mió!
bía
ella...
remedio! ¿Sabes á qué va
perdido sin
todo á
ha dicho
Garduña!
corre,
¡Corre,
me
al
lo
lugar en busca de su marido;
tengo
allí
á
buen recaudo, nada
importaba su viaje!
ciudad!!...
¡Pero irse
¡Garduña, corre,
á
la
corre...
tú
que eres andarín,
y evita mi perdición!
que
molinera entre
¡Evita
mi
la
terrible
en
casa!
—¿Y no me
go?— preguntó
—
ahorcará usía
lo
consi-
el alguacil.
¡Al contrario!
tos
si
Te regalaré unos zapa-
en buen uso, que
me
están grandes.
¡Te regalaré todo lo que quieras!
—Pues
vov
volando.
tranquilo. Dentro de
Duérmase
usía
media hora estoy aquí
de vuelta, después de dejar en
la
cárcel á
138
la
navarra. ¡Para algo soy
más ligero que una
borrica!
Dijo Garduña, y desapareció por
la
esca-
lera abajo.
Se cae de su peso que durante aquella
ausencia del alguacil fué cuando
nero estuvo en
el ojo
de
el
lecho
hacia
la
moli-
molino y vio visiones por
la llave.
Dejemos, pues,
el
el
ajeno
,
al
y
corregidor sudando en
á
Garduña
corriendo
ciudad (adonde tan pronto habia
de seguirlo
el tio
Lucas con sombrero de
y capa de grana), y, convertidos
también nosotros en andarines, volemos con
tres picos
dirección
al
lugar,
en seguimiento
valerosa seña Frasquita.
de
la
—
XXIII.
Otra vez
el desierto
y
las consabidas voces.
La única aventura que
navarra en su viaje desde
blo, fué asustarse
le
el
un poco
ocurrió á
molino
al
al
la
pue-
reparar que
echaba yescas alguien en medio de un sembrado...
—
¿Si será
irá á
detenerme?
En
esto se
mismo
—
un esbirro
— pensó
la
molinera.
oyó un rebuzno hacia aquel
lado.
¡Burros en
siguió pensando
lo
del corregidor? ¿Si
el
la
campo
á estas horas!
seña Frasquita.
— Pues
que es por aquí no hay ninguna huerta
ni
140
cortijo...
¡Vive Dios que los duendes se es-
despachando
tán
esta
noche á su gusto!
La burra que montaba
la
seña Frasquita
creyó oportuno rebuznar también en aquel
instante.
—
¡Calla,
demonio!
clavándole un
alfiler
—
le dijo la
navarra,
de á ochavo en mitad
de la cruz.
Y
le
temiendo
ella
conviniese, sacó
algún encuentro que no
bestia fuera
la
de cami-
no y la hizo trotar por los sembrados.
Pero pronto se tranquilizó al comprender
que
el
hombre que echaba yescas y
del primer rebuzno
caso una
,
asno
en aquel
constituían
sola entidad
el
y que esta entidad
habia salido huyendo en dirección contraria
á la su va.
— ¡A un cobarde
la
otro mayor!
— exclamó
molinera, burlándose de su miedo y del
ajeno.
Y
sin
más
tas del lugar á
de
la
noche.
accidente, llegó á las puer-
tiempo que serian
las
once
XXIV.
Un rey de
entonces.
Hallábase ya durmiendo
ñor alcalde, dando
la
la
mona
espalda á
la
se-
el
espalda
de su mujer, y formando así aquella figura
de águila austríaca de dos cabezas que
dice nuestro inmortal Quevedo, cuando To-
nudo
cial
llamó á
y avisó
al
la
puerta de
la
cámara nup-
señor Juan López que
la
seña
Frasquita, la del molino, quería hablarle.
No tenemos
para qué referir
todos
los
gruñidos y juramentos que acompañaron al
acto de despertar y vestirse del alcalde de
raonterilla
,
y nos trasladamos desde luego
142
al instante
en (pe
la
molinera
lo vio llegar,
desperezándose como un gimnasta que ejercita la
musculatura, y exclamando en medio
de un bostezo interminable:
—Téngalas V.
muy
buenas, seña Fras-
quita.
¿Qué
dijo á
V. Toñuelo que se quedase en
la
trae á V. por
aquí?
¿No
el
le
mo-
lino? ¡Así desobedece V. á la autoridad!
—
la
le
¡Necesito ver á mi Lúeas!
navarra.
—
—
respondió
¡Necesito verlo al instante! ¡Que
digan que está aquí su mujer!
—
hablando con
que
— Déjeme V. mí de
¡Necesito! ¡necesito! Señora, á V. se le
olvida
está
á
el
Rey...
reyes, señor Juan,
que no estoy para bromas. ¡Demasiado sabe
usted
lo
que me sucede!
¡Demasiado sabe
para qué ha preso á mi marido!
—Yo no
sé nada, seña Frasquita...
Y
en
cuanto á su marido de V., no está preso,
sino
casa,
nas.
durmiendo tranquilamente en
y
tratado
como yo
esta su
trato á las perso-
¡A ver, Toñuelo! ¡Toñuelo! Anda
al
Lúeas que se despierte y
venga corriendo... Conque vamos... cuén-
pajar y dile al
tio
143
teme V.
lo
que
¿Ha tenido V.
pasa...
le
miedo de dormir sola?
— ¡No
sea V. desvergonzado, señor Juan!
me gustan
Lo que me pasa
¡Demasiado sabe V. que á mí no
sus bromas ni sus veras!
es una cosa
muy
sencilla:
que V. y
el
señor
corregidor han querido perderme; pero que
se han llevado
un solemne chasco. Yo estoy
aquí, sin tener de qué abochornarme, y el
señor corregidor se queda en
el
molino
mu-
riéndose...
— ¡Muñéndose corregidor!—exclamó
—Señora, ¿sabe V. que
— Lo que V. Se
en
el
su subordinado.
lo
se dice?
ha caido
oye.
y
casi se
corregidora.
sin
caz,
ha ahogado, ó ha cogido una pul-
monía, ó yo no sé...
do,
el
Eso es cuenta
Yo vengo
perjuicio de
á buscar á
ir
de
la
mi mari-
mañana mismo
á
Granada...
— ¡Demonio,
demonio!
señor Juan López.
—A
— murmuró
ver,
el
¡Manuela!...
¡muchacha!... anda y aparéjamela mulilla...
Seña Frasquita,
al
molino voy...
¡Desgra-
—
144
ciada de
V.
le
si
ha hecho algún daño
al
señor corregidor!
—Señor
en
—
¡i
alcalde, señor alcalde!
más muerto que
esto Toñuelo, entrando
El
vivo.
tío
Lúeas no
—exclamó
está
en
Su
el pajar.
burra no se halla tampoco en los pesebres,
y
la
puerta
modo que
del
el
corral
está
De
abierta...
pájaro se ha escapado.
—¿Qué
—
Juan López.
Carmen! ¡Qué
—
en mi
—exclamó
gritó el señor
diciendo?
estás
¡Virgen del
casa!
la
va á pasar
seña Frasquita.
Corramos, señor alcalde; no perdamos tiempo...
Mi marido va
encontrarlo
allí
á
matar
corregidor
al
á estas horas...
—¿Luego V.
en
—¿Pues no he de
cree que
el
al
el tio
Lúeas
está
molino...?
creerlo? Digo más...
Cuando yo venia me he cruzado con
él sin
conocerlo. El era sin duda uno que echaba
yescas en medio de un sembrado... ¡Dios
mió! ¡Cuando piensa una que los animales
tienen
más entendimiento que
las
personas!
Porque ha de saber V., señor Juan, que
145
nuestras dos burras se reconocieron y se sa-
ludaron, mientras que mi
Lucas y yo
ni
nos saludamos ni nos reconocimos...
— ¡Bueno
— En
está su
el alcalde.
Lúeas de V!
—
replicó
vamos andando, y ya
que hay que hacer con todos
fin,
veremos
lo
ustedes.
¡Conmigo no se juega! ¡Yo soy
Rey!... Pero no un rey
como
tenemos en Madrid, ó sea en
como aquel que hubo en
llamaban D. Pedro
el
me
el
que ahora
Pardo, sino
Sevilla,
Cruel.
nuela! ¡Tráeme el bastón,
que
el
y
el
á
quien
¡A ver,
Ma-
dile á tu
ama
marcho!
Obedeció
la
sirvienta
más buena moza de
lo
(que era por cierto
que convenia
á la
y á la moral) y como la mulilla
del señor Juan López estuviese ya aparejaalcaldesa
,
,
da, la seña Frasquita y él salieron para el
molino, seguidos del indispensable Toñuelo.
10
XXV.
La
estrella
de Garduña.
Precedámosles nosotros, supuesto que te-
nemos
carta blanca para andar
más de
prisa
que nadie.
Garduña se hallaba ya de vuelta en
molino, después de haber buscado á
Frasquita por todas las calles de
la
la
el
seña
ciudad.
El astuto alguacil había tocado de camino
en
el
muy
corregimiento, donde lo encontró todo
sosegado. Las puertas seguían abiertas
como en medio
cuando
la
del dia,
según costumbre
autoridad está en la calle ejer-
ciendo sus sagradas funciones. Dormitaban
147
en
meseta de
la
escalera
la
y en
el recibi-
miento otros alguaciles y ministros, esperando
descansadamente
cuando sintieron
llegar á
su
á
amo; mas,
Garduña, despere-
záronse dos ó tres de ellos y le preguntaron
al
que era su decano y jefe inmediato:
¿Viene ya el señor?
—
—Ni asomos.
ha habido
—Ninguna.
—¿Y
— Recogida en
—¿No ha
hace poco?
— Nadie ha
—Pues no
por
á saber
si
la
Estaos quietos.
Vengo
novedad en
casa...
la
señora?
sus aposentos.
entrado una mujer por estas
puertas
parecido por aquí en toda
noche.
la
.**
dejéis entrar á persona algu-
na
,
sea quien
contrario,
del alba
sea y diga lo
echadle
que venga
ñor ó por
la
mano
á
mismo
preguntar por
señora, y llevadlo á
—¿Parece que
esta
de pájaros de cuenta?
esbirros.
al
que diga
la
noche se anda
.
Al
lucero
el se-
cárcel.
á caza
— preguntó uno de
los
—
148
— mayor! —
— ¡Mayúscula! —
lemnemente. —
¡Caza
añadió otro.
respondió Garduña so-
¡Figuraos
cuando
delicada,
hacemos
si
la
cosa será
señor corregidor y yo
batida por nosotros mismos!
la
el
mu-
Conque... hasta luego, buenas piezas, y
cho
ojo.
— Vaya
— ¡Mi
V. con Dios, señor Bastian
repusieron todos, saludando á Garduña.
se
estrella
eclipsa!
éste al salir del corregimiento.
mujeres
me
minó
lugar en busca
al
Y
la
se ha
la
de su esposo, en
ciudad. ¡Pobre Garduña!
hecho de
tu olfato?
discurriendo de este modo, emprendió
vuelta al molino.
Razón
tenia el alguacil para echar
nos su antiguo
á
¡Hasta las
engañan! La molinera se enca-
vez de venirse á
¿Qué
— murmuró
—
olfato,
de
me-
puesto que no venteó
un hombre que se escondía en aquel mo-
mento detrás de unos mimbres
tancia de la ciudad,
pote, ó
más bien
— ¡Guarda,
á poca dis-
exclamando para su ca-
para su capa de grana:
Pablo!
Por
allí
viene Gar-
149
duna...
Era
que se
Es menester que no me
el tio
vea...
Lúeas, vestido de corregidor,
dirigía á la ciudad, repitiendo
en cuando su diabólica
— ¡También
la
de vez
frase:
corregidora es guapa!
Pasó Garduña sin verlo, y el falso corregidor dejó su escondite y penetró en la población...
Poco después llegaba
el alguacil al
no, según dejamos indicado.
moli-
.
.
XXVI.
Reacción.
El corregidor seguía en
como acababa de
ojo
de
verlo
tal
Lúeas por
y
el
bien sudo, Garduña! ¡Me he sal-
una enfermedad!
vado de
luego como penetró
—¿Y
ella?
el tio
cama,
la llave.
— ¡Qué
cia.
la
la
— exclamó
el alguacil
en
la
tan
estan-
seña Frasquita? ¿Has dado con
¿Viene contigo? ¿Ha hablado con
la
señora?
— La
molinera, señor,
me engañó como
á un pobre hombre,
y no
sino al pueblecillo.
en busca de su esposo.
¡Perdóneme usía
la
. .
se fué á la ciudad,
torpeza!
.
.
.
.
151
— Mejor!
I
con
los ojos
¡mejor!
—
dijo
el
madrileño,
chispeantes de maldad.
— ¡Todo
Antes de que ama-
se ha salvado entonces!
nezca estarán caminando para las cárceles
de
la
Inquisición de Granada, atados codo
con codo,
y
allí
el tio
Lúeas y
la
seña Frasquita,
se podrirán sin tener á quien contarle
sus aventuras de esta
noche.
—Tráeme
la
ropa, Garduña; que ya estará seca. ¡Trae—
mela, y vísteme! El amante se va á convertir
en corregidor!
Garduña bajó
. .
á la cocina por la ropa.
XXVII.
¡Favor al Rey!
Entre tanto,
la
seña Frasquita,
Juan López y Toñuelo
molino,
al
el
señor
avanzaban hacia
el
cual llegaron pocos minutos des-
pués.
— [Yo
entraré delante!
calde de monterilla.
—
—exclamó
¡Para algo soy
la
el al-
auto-
Sigúeme, Toñuelo, y V., seña Frasquita, espérese á la puerta hasta que yo la
ridad!
llame.
Penetró, pues,
la
el
señor Juan López bajo
parra, donde vio á
hombre
la
luz de la luna
casi jorobado, vestido
como
un
solia el
153
molinero, con chupetín y calzón de paño pardo,
faja
negra, medias azules, montera
ciana de felpa y el capote de monte
—
¡Él es!
—
gritó el
Rey! ¡Entregúese V.,
alcalde.
tio
¡Date!
tando sobre
—
gritó á su
él,
¡Favor
al
Lúeas!
El hombre intentó meterse en
—
hombro.
al
—
mur-
vez
molino.
el
Toñuelo,
cogiéndolo por
sal-
pescuezo,
el
aplicándole una rodilla al espinazo y hacién-
dole rodar por tierra...
mismo tiempo
Al
saltó sobre
de
otra especie
Toñuelo, y,
cintura, lo tiró sobre el
fiera
agarrándolo de
empedrado y
la
princi-
pió á darle de bofetones.
Era
—
la
seña Frasquita, que exclamaba:
¡Tunante! ¡Deja á mi Lúeas!
Pero en esto otra persona, que había aparecido llevando del diestro una borrica,
tióse resueltamente entre los dos,
y
me-
trató
de
salvará Toñuelo...
Era Garduña, que tomando
del lugar por D.
al
Eugenio de Zúñiga,
cía á la molinera:
—
alguacil
Señora, respete V. á mi amo.
le
de-
—
154
Y
la
derribó de espaldas sobre
el
luga-
reño.
La seña Frasquita, viéndose entre dos
fuegos, descargóle entonces
revés en medio del
que
estómago,
como
caer de boca tan largo
Y, con
Garduña
á
que rodaban por
hizo
era.
ya eran cuatro
él,
le
tal
las
personas
el suelo.
El señor Juan López impedia entre tanto
levantarse
al
supuesto
tío
Lúeas, teniéndole
plantado un pié sobre los ríñones.
—
soy
¡Garduña! ¡Socorro! ¡favor
el
corregidor!
sintiendo que
la
—
al
Rey! ¡Yo
gritó al fin este último,
pezuña del alcalde, calzada
con albarca de
piel
de toro,
reventaba
lo
materialmente.
—
—
¡El corregidor!
dijo el señor Juan
Y
¡Pues es
verdad!
López, lleno de asombro...
¡El corregidor!
—
repitieron todos.
pronto estaban de pié los cuatro derri-
bados.
— ¡Todo
el
mundo
á la cárcel!
—exclamó
— ¡Todo
mundo
D. Eugenio de Zúñiga.
la
horca!
el
á
—
155
—
Pero, señor...—observó
López, poniéndose de
usía
que
lo
el
rodillas.
señor Juan
— ¡Perdone
haya maltratado! ¿Cómo babiade
conocer á usía con esa ropa?
—
¡Bárbaro!
—
replicó
¡alguna había de ponerme!
me han
robado
corregidor:
el
¿No sabes que
mia? ¿No sabes que una
la
compañía de ladrones, mandada por
el
tío
Lúeas...
—
—
—Escúcheme V
¡Miente V.!
.
gritó la navarra.
,
—
—Con permiso
V.
compaña. —
seña Frasquita
,
le dijo
Garduña, llamándola aparte.
del señor corregidor
Si
y la
nos van á ahorcar á todos,
no arregla esto,
empezando por
el tio
— Pues ¿qué
—Que
Lúeas...
— preguntó
ocurre?
la
seña
Frasquita.
el tio
Lúeas anda á estas horas
ciudad vestido de corregidor... y que
Dios sabe si habrá llegado con su disfraz
por
la
hasta el propio dormitorio de
Y
el alguacil le refirió
la
corregidora!
en cuatro palabras
todo lo que ya sabemos.
— Jesús!—exclamó
;
la
molinera.
—
¡Con-
—
.
156
que mi marido
que ha ido á
vamos á
la
la
me
cree deshonrada
ciudad á vengarse!
!
Con-
¡Vamos,
ciudad, yjustificadmeá los ojos de
mi Lúeas!
—Vamos
á la ciudad, é
impidamos que
hable ese hombre con mi mujer y
le
cuente
todas las majaderías que se haya figurado,
dijo el corregidor, arrimándose á
burras.
—Déme V. un
una de
las
pié para montar, se-
ñor alcalde.
—Vamos
—y
—
añadió Gardu-
quiera el cielo, señor corregidor, que
ña;
el tio
á la ciudad, sí,
Lúeas se haya contentado con hablarle
á la señora!
—¿Qué
dices, desgraciado?
D. Eugenio de Zúñiga.
capaz?.
—
— prorumpió
¿Crees tú que será
.
—De
todo!
—
contestó
la
seña Frasquita.
XXVIII.
¡Ave María purísima! ¡Las doce y media,
y
Así gritaba
quien
la
por las calles de
facultades para
tenia
molinera y
una de
las
sereno!
la
ciudad
tanto,
cuando
corregidor, cada cual en
el
burras del molino,
López en su muía
andando, llegaron á
,
y
la
los
el Sr.
Juan
dos alguaciles
puerta del corregi-
miento...
La puerta estaba cerrada.
Dijérase que para el Gobierno, lo
que para
los
gobernados, habia
todo por aquel dia.
—
¡Malo!
—pensó Garduña.
mismo
concluido
.
158
Y
llamó con
el
Pasó mucho
aldabón dos ó tres veces.
tiempo,
y ni abrieron, ni
contestaron
La
que
seña Frasquita estaba
más
amarilla
cera.
la
El corregidor se habia comido ya todas
las
uñas de ambas manos.
Nadie decia una palabra.
jPum!...
¡Pum!...
más golpes
á
la
¡Pum!...
golpes
y
puerta del corregimiento
(aplicados sucesivamente por los dos algua-
y por el Sr. Juan López)... ¡Y, nada!
¡No respondía nadie! ¿No abrían!... jNo
ciles
se
movia una mosca!
Sólo se oía
el claro
rumor de
una fuente que habia en
Y
el patio
caños de
de
la casa.
de esta manera trascurrian minutos,
largos
Al
los
como
fin,
eternidades.
cerca de
tanillo del piso
la
una, abrióse un ven-
segundo, y dijo una voz
fe-
menina:
—¿Quién?
—Es
la
voz del ama de leche...
muró Garduña.
—mur-
159
D. Eugenio de Zú— —
—
Pasó un
de
no—¿Y quién V.?—
— Pues no me V. oyendo! Soy
respondió
¡Yo!
¡Abrid!
ñiga.
instante
silencio.
replicó luego
es
la
driza.
está
¡
amo...
el
Hubo
corregidor...
otra pausa.
— ¡Vaya
V. mucho con Dios!
:
buena mujer.
la
el
—Mi
amo
vino hace una
y se acostó en seguida.
ustedes también, y duerman
hora,
tendrán en
Y
la
el
el
vino que
ventana se cerró de golpe.
el rostro
con
manos.
— —
—¿No oye V.
¡Ama!-
sí.
Acuéstense
cuerpo.
La seña Frasquita se cubrió
las
—repuso
puerta?
tronó el corregidor,
que
le
fuera de
digo que abra
la
¿No oye V. que soy yo? ¿Quiere
usted que
la
aho'rque también?
La ventana volvió á abrirse.
—Pero vamos
—
á ver... ¿Quién es V. para
dar esos gritos?
¡Soy
el
corregidor!
.
160
—
¡Dale, bola!
¿No
digo á V. que
le
el
señor corregidor vino antes de las doce...
y que yo lo vi con mis propios ojos encerrarse en las habitaciones de la señora? ¿Se
quiere V. divertir conmigo? ¡Pues espere
usted y verá lo que le pasa!
Al mismo
mente
la
tiempo
se
puerta, y una
abrió
repentina-
nube de criados y
ministriles, provistos de sendos garrotes, se
lanzó 'sobre los de afuera, exclamando fu-
riosamente:
— ¡A
¿Dónde
ver!
es el corregidor?
¿Dónde
Y
se
está ese
¿Dónde
que dice que
está ese
chusco?
está ese borracho?
armó un
en medio de
la
lio
de todos
los
demonios,
oscuridad, sin que nadie
pudiera entenderse, y no dejando de recibir
algunos palos
el
corregidor,
López y Toñuelo.
Era la segunda paliza que
Garduña,
el
Sr. Juan
le
costaba
á
D. Eugenio su aventura de aquella noche,
además del remojón en
la
acequia del molino.
La seña Frasquita, apartada de aquel
rinto, lloraba
por
la
labe-
primera vez en su vida.
.
161
—
;
Lúeas! ¡Lúeas!
—
decia.
— ¡Y
has po-
dido dudar de mí! ¡Y has podido estrechar
entre tus brazos á otra! ¡Ah! ¡nuestra des-
ventura no tiene ya remedio!
11
.
XXIX.
Post nubila... Diana.
—¿Qué
escándalo
es
este?
—
dijo al fin
una voz tranquila, majestuosa y de gracioso
timbre, resonando encima de aquella baraúnda.
Todos levantaron
la
cabeza y vieron una
mujer, vestida de negro, asomada
al
balcón
principal del edificio.
—
—
pendiendo
de
—tartamudeó D. Eugenio.
—
—Que pasen
que
permite — agregó
¡La señora!
dijeron los criados, sus-
la retreta
palos.
¡Mi mujer!
esos señores. El señor cor-
regidor
dice
corregidora
lo
la
163
Los criados cedieron paso, y
el
de Zú-
ñiga y sus acompañantes penetraron en el
portal y
tomaron por
la
escalera arriba.
Ningún reo ha subido
al
patíbulo con
paso tan inseguro y semblante tan
dado como
el
corregidor subia las escaleras
de su casa... Sin embargo,
deshonra
demu-
principiaba ya
la
idea
de su
á descollar,
noble egoísmo, por encima de todos
con
los
que habia causado y que lo
afligían, y sobre las demás ridiculeces de
la situación en que se hallaba.
infortunios
—
¡Antes que todo
—
iba pensando,
—soy
un Zúñiga y un Ponce de León!... ¡Ay de
aquellos que lo hayan echado en olvido!
XXX.
Una señora de
La corregidora recibió
su rústica comitiva en
el
clase.
á su esposo
y á
salón principal del
corregimiento.
Estaba
vados en
sola,
la
de
pié,
y con
los ojos cla-
puerta.
Érase una principalísima dama, bastante
joven todavía, de plácida y severa hermosura,
más propia
del
cincel
toda
la
el
que
y estaba vestida con
seriedad que consentía
gentílico,
nobleza y
gusto de
del pincel cristiano
la
trecha falda y
la
época.
Su
traje,
de corta y es-
mangas huecas y subidas,
era
165
de alepín negro: una pañoleta de blonda
blanca, algo amarillenta, velaba sus redon-
deados hombros; y larguísimos maniquetes
ó mitones de
tul
negro cubrían
mayor
la
Abanicá-
parte de sus alabastrinos brazos.
base majestuosamente con un pericón enor-
me,
la
traído de las islas Filipinas,
mano un pañuelo de
otra
y
tenia en
encaje, cuyos
colgaban simétricamente con
cuatro picos
una regularidad sólo comparable á
la
de
su actitud y menores movimientos.
Aquella
hermosa
mujer tenia algo de
y mucho de abadesa, é infundía por
ende veneración y miedo á cuantos la mirareina
ban. Por
traje á
lo
demás,
el salón,
de su
atildamiento
semejante hora,
continente y las
ban
el
muchas
la
gravedad de su
luces que alumbra-
demostraban que
la
corregi-
dora se habia esmerado en dar á aquella
escena
una solemnidad
teatral
y un
ceremonioso que contrastasen con
ter villano
y grosero de
la
el
tinte
carác-
aventura de su
marido.
Advertiremos,
finalmente,
que aquella
166
señora se llamaba doña Mercedes Carrillo
de Albornoz y Espinosa de
que era
hija, nieta,
biznieta,
hasta vigésimanieta de
la
familia, por razones
Monteros, y
tataranieta
y
ciudad, como des-
cendiente de sus ilustres
Su
los
conquistadores.
de vanidad munda-
na, la habia inducido á casarse con el viejo
y acaudalado corregidor, y
otro
modo hubiera
cación natural
la
ella,
que de
sido monja, pues su voiba llevando
al
claustro,
consintió en aquel doloroso sacrificio.
A la
sazón tenia ya dos vastagos del arris-
cado madrileño, y aún se susurraba que
habia otra vez moros en
Conque volvamos
la costa...
á nuestro cuento.
XXXI.
La pena
del Talion.
— Mercedes! —exclamó
i
el
corregidor al
comparecer delante de su esposa
—
saber inmediatamente...
—
la
i
Hola,
tio
—
Lúeas! ¿V. por aquí?
corregidora, interrumpiéndole.
alguna desgracia en
—
¡Señora!
repuso
tes
el
el
dijo
—¿Ocurre
molino?
chanzas!—
hecho una fiera.
An-
¡no estoy para
corregidor
—
de entrar en explicaciones por mi parte,
necesito saber qué ha sido de
lo
Necesito
— ¡Esa
ha
—
mi honor...
no es cuenta mia! ¿Acaso
me
dejado V. á mí en depósito?
Sí, señora... ¡A V.!
—
replicó D.
Eu-
168
genio.
—
;Las mujeres son las depositarías
del honor de sus maridos!
— Pues
mujer por
entonces, pregúntele
el
suyo.
V.
á
su
Precisamente nos está
escuchando.
La seña Frasquita, que
dado
se
habia que-
á la puerta del salón, lanzó
una espe-
de rugido.
cie
— PaseV.,
dió
la
señora, y siéntese...
—aña-
corregidora, dirigiéndose á la moli-
nera con una dignidad soberana.
Y
por su parte, encaminóse
al sofá.
La generosa navarra supo comprender
desde luego toda
la
grandeza de
la
actitud
de aquella esposa injuriada... é injuriada
acaso doblemente... Así es que, alzándose
en
el acto á igual altura,
rales ímpetus,
roso.
—Esto
dominó sus natu-
y guardó un silencio decosin contar con que la seña
Frasquita, segura de su inocencia y de su
fuerza, no tenia prisa de defenderse... ¡Te-
de acusar, y mucha!... pero no
Con quien
ciertamente á la corregidora.
níala, sí,
—
ella
deseaba ajustar cuentas era con
el tio
169
Lúeas...,
—Seña
ma,
al
Lúeas no estaba
el tio
y
—
— he
Frasquita
ver que
vido de su
la
sitio:
allí.
noble da-
repitió la
molinera no se habia mole
dicho á V. que
puede pasar y sentarse.
Esta segunda indicación fué hecha con
más
voz
ra...
—
afectuosa
Dijérase
y
sentida que la prime-
que
la
corregidora habia
adivinado también por instinto,
el
reposado continente y en
la
al fijarse
en
varonil her-
mosura de aquella mujer, que no
iba á ha-
un ser bajo y despreciable,
sino quizás más bien con otra infortunada
bérselas con
como ella;
—
¡infortunada,
cho de haber conocido
al
sí,
por
el
solo
he-
corregidor!
Cruzaron, pues, sendas miradas de paz y
de indulgencia aquellas dos mujeres que se
consideraban dos veces rivales, y notaron
con gran sorpresa que sus almas se aplacieron
la
una en
la
otra,
como dos hermanas
que se reconocen.
No de
otro
modo
se divisan v se saludan
á lo lejos las castas nieves de las encumbra-
das montañas.
—
170
Saboreando estas dulces emociones,
molinera entró majestuosamente en
y se sentó en
A
su paso por
que en
de una
el filo
el salón,
silla.
molino,
el
la
calculando
ciudad tendría que hacer visi-
la
de importancia, se habia arreglado un
tas
poco y puéstose una mantilla de franela
negra, con grandes felpones, que le sendivinamente.
taba
—
Parecía toda una se-
ñora.
Por
que toca
lo
al
habia
corregidor,
guardado silencio durante aquel episodio.
El rugido de
ción en
la
la
seña Frasquita y su apari-
escena, no habían podido
de sobresaltarlo. Aquella mujer
ya
más
terror
que
la
—Conque vamos,
tiene
V
.
causaba
suya propia.
tio
Lúeas
Doña Mercedes, dirigiéndose
Ahí
le
menos
—
prosiguió
á su marido.
á la seña Frasquita .
.
.
¡
Puede
V
.
volver á formular su demanda!
—Mercedes,
¡por los clavos de Cristo!
gritó el corregidor.
de
lo
—
que soy capaz!
juro á que dejes
la
¡Mira que tú no sabes
¡Nuevamente
te
Con-
broma y me digas todo
lo
171
que ha pasado aquí durante mi ausencia!
¿Dónde
está ese
—¿Quién?
hombre?
¿Mi marido? Mi marido se
está levantando,
y
ya no puede tardar en
venir.
—bramó D. Eugenio.
—
V.
—¿Se asombra V.?Pues ¿dónde
¡Levantándose!
queria
que estuviese
á estas horas
un hombre de
bien, sino en su casa, en su cama,
miendo con su
y dur-
como
consorte,
legítima
manda Dios?
—
¡Merceditas! ¡Ve lo que te dices!
para en que nos están oyendo!
que yo soy
el
¡Re-
¡Repara en
corregidor!...
— ¡A mí no me dé V.
mandaré
V.
que
—
poniénde
— ¡Yo
de
—
de
déla
Rey
apoderado
—repuso gran
con una
voces,
á los alguaciles
á la cárcel!
dose
Lúeas, ó
lleven á
replicóla corregidora,
pié.
á
la
lo
tio
la cárcel!
¡Yo!
corregidor
¡El
ciudad!
El corregidor
sentante
la
ciudad,
severidad
señora
y una energía que ahogaron
repre-
del
justicia, el
la
el
la
voz del fin-
172
gido molinero,
—
llegó á su
casa á
la
hora
debida, á descansar de las nobles tareas de
su
oficio,
honra y
para seguir
la
mañana amparando
la
vida de los ciudadanos, la santi-
dad del hogar y el recato de las mujeres,
impidiendo de este modo que nadie pueda
entrar disfrazado de corregidor ni de nin-
guna
otra cosa en la alcoba
de
la
que nadie pueda sorprender
na;
mujer ajeá la virtud
en su descuidado reposo; que nadie pueda
abusar de su casto sueño...
—
—
jMerceditas!
¿Qué
es lo
que profieres?
con labios y encías. jSi
es verdad que ha pasado eso en mi casa,
silbó el corregidor
diré
que eres una picara, una
pérfida,
una
licenciosa!
—¿Con quién
rumpió
la
pasando
la vista
tes.
habla este hombre?
—
pro-
corregidora desdeñosamente,
—¿Quién
y
por todos los circunstan-
es este loco? ¿Quién
es este
ebrio? ¡Ni siquiera puedo ya creer que sea
un honrado molinero como
el tio
Lucas, á
pesar de que viste su traje de villano!
ñor Juan López, créame V.
—
—Se-
continuó, en-
—
173
carándose con
el
estaba aterrado.
de
que
alcalde de monterilla,
—Mi marido,
el
corregidor
ciudad, llegó á esta su casa hace dos
la
horas, con su sombrero de tres picos,
su
capa de grana, su espadín de caballero y su
bastón de autoridad... Los criados y alguaciles
que
me escuchan
saludaron
la
escalera
al
se levantaron
y
lo
verlo pasar por el portal, por
y por
el
en seguida todas
recibimiento. Cerráron-
y desde entonces no ha penetrado nadie en mi hogar
se
las puertas,
que llegaron VV.
hasta
—
¡Es esto cierto?
Responded vosotros...
—
¡Es verdad! ¡Es
taron
la
triles;
muy
—
verdad!
nodriza, los domésticos
y
contes-
los minis-
todos los cuales, agrupados á
la
puerta
del salón, presenciaban aquella singular es-
cena.
—
¡Fuera de aquí todo
el
mundo!
—
gritó
D. Eugenio, echando espumarajos de rabia.
— ¡Garduña!
á estos viles
peto!
que
¡Todos á
¡Garduña! ¡Ven y prende
me
están faltando al res-
la cárcel!
¡Todos á
Garduña no parecía por ningún
la
horca!
lado.
—
174
— Además, señor— continuó Doña Mercedes, cambiando de tono y dignándose ya
mirar á su marido y tratarle como á
tal, te-
merosa de que
á
las
chanzas llegaran
irre-
—Supongamos que
mediables extremos.sea
mi esposo.
.
.
Supongamos que V.
sea
V.
don
Eugenio de Zúñiga y Ponce de León...
—
—Supongamos,
¡Lo soy!
alguna culpa
además, que
me
cupiese
en haber tomado por V.
hombre que penetró en mi
al
alcoba vestido
de corregidor...
—
mano
¡Infames!
—
gritó
echando
y encontrándose sólo con
faja de molinero murciano.
y con
la
La navarra se tapó
la
viejo,
á la espada,
el sitio,
de
el
el rostro
con un lado
mantilla para ocultar las llamaradas
de sus celos.
—Supongamos
todo lo que V. quiera,
continuó doña Mercedes con una impasibilidad inexplicable.
— Pero dígame V.
ahora,
señor mió: ¿Tendría V. derecho á quejarse?
¿Podría V. acusarme
como
fiscal?
¿Podría V.
sentenciarme como juez? ¿Viene V. acaso
175
del
sermón? ¿Viene V. de confesar? ¿Vie-
ne V. de oír misa?
¿O de dónde viene V.
con ese traje? ¿De dónde viene V. con esa
señora? ¿Dónde ha pasado V.
mitad de
la
la
noche?
—Con
permiso,
—exclamó
queta, poniéndose de
pié,
seña Fras-
la
como empujada
por un resorte, y atravesándose arrogante-
mente entre
la
corregidora y su marido.
Este, que iba á hablar, se quedó con
boca abierta
al
ver que
la
navarra entraba en
la
fuego.
Pero doña Mercedes se anticipó, y dijo:
Señora, no se fatigue V. en darme á
—
mí explicaciones... Yo no se
ted,
ni
mucho menos...
puede pedírselas á justo
V. con
las
pido á us-
Allí viene quien
título.
[Entiéndase
él!
Al mismo tiempo se abrió
un gabinete, y apareció en
la
puerta de
ella el tío
Lúeas,
vestido de corregidor de pies á cabeza,
y
con bastón, guantes y espadín, como si se
presentase en las salas de Cabildo.
—
XXXII.
La fe mueve
—Tengan
pronunció
las
montañas.
VV. muy buenas
noches,
recien llegado, quitándose el
el
sombrero de
y hablando con la
boca sumida, como D. Eugenio de Zúñiga.
En
tres picos,
seguida se adelantó por
el salón,
ba-
lanceándose en todos sentidos, y fué á besar
la
mano de
la
corregidora.
Todos se quedaron estupefactos. El parecido del
tio
Lúeas con
el
verdadero corre-
gidor era maravilloso.
Así es que
mismo
Sr.
la
servidumbre, y hasta
el
Juan López, no pudieron conte-
ner una carcajada.
—
177
D. Eugenio
nuevo agravio, y
Lúeas como un basi-
sintió aquel
se lanzó sobre el tio
lisco.
Pero
la
apartando
seña Frasquita metió
al
corregidor
el
montante,
el
brazo de
con
y su señoría, en evitación de otra
marras,
y del consiguiente escarnio, se
dejó atropellar sin decir oxte ni moxte.
voltereta
Estaba visto que aquella mujer habia nacido
para domadora del pobre viejo.
El
tio
muerte
al
Lúeas se puso más pálido que
ver que su mujer se
le
la
acercaba;
pero luego se dominó, y, con una risa tan
horrible que
tuvo que llevarse
corazón para que no se
dijo,
remedando siempre
—
¡Dios te
le hiciese
al
al
pedazos,
corregidor:
el
nombramiento?
¡Hubo que ver entonces á
la
mano
guarde, Frasquita! ¿Le has
enviado ya á tu sobrino
Tiróse
la
la
mantilla atrás, levantó
navarra!
la
frente
con una soberbia de leona, y, clavando en el
falso corregidor dos ojos como dos puñales,
—
¡Te desprecio, Lúeas!
—
le dijo
tad de la cara.
12
en mi-
178
Todos creyeron que
gesto, tal
tal
ademan y
le
tal
habia escupido:
tono de voz acen-
tuaron aquella frase.
El rostro del molinero se transfiguró
oir la
al
voz de su mujer. Una especie de ins-
piración, semejante á
la
de
la fe religiosa,
alma, inundándola
habia penetrado en su
de luz y de alegría... Así es que, olvidándose por el momento de cuanto habia visto
y creído ver en
el
molino, exclamó con las
lágrimas en los ojos y
la
sinceridad en los
labios:
—¿Conque
— —
— ¡Yo no soy
tú eres
¡No!
sí.
respondió
mi Frasquita!
la
navarra fuera de
ya tu Frasquita!
Yo
soy...
¡Pregúntaselo á tus hazañas de esta noche,
y
ellas te dirán
lo
corazón que tanto
Y
hielo
que has hecho de este
te quería!...
se echó á llorar,
como una montaña de
que se hunde y principia
á derretirse.
La corregidora se adelantó hacia
ella sin
poder contenerse, y la estrechó en sus brazos con el mayor cariño.
La seña Frasquita se puso entonces
á
be-
179
tampoco
sarla, sin saber
sus
entre
diciéndole
lo
que se hacia,
sollozos,
como una
niña que busca amparo en su madre:
— Señora
— ¡No
;
señora
,
!
¡
Qué
desgraciada
soy!
tanto
como V.
tábale la corregidora,
se figura!
—
contes-
llorando también ge-
nerosamente.
— ;Yo
al
sí
que soy desgraciado!
mismo tiempo
el
tío
—gemia
Lúeas, andando á
puñetazos con sus lágrimas, como avergon-
zado de verterlas.
— Pues
¿y yo?
— prorumpió
al
Eugenio, sintiéndose ablandado por
tagioso lloro de los
varse
también
decir, por
la
por
fin
Don
el
con-
demás, ó esperando
la via
sal-
húmeda; quiero
via del llanto.
— ¡Ah,
yo soy
un picaro! ¡Un monstruo! ¡Un calavera deshecho, que ha llevado su merecido!
Y
zado á
Y
rompió
la
á berrear tristemente,
abra-
barriga del Sr. Juan López.
éste
y
los
criados lloraban de igual
manera, y todo parecía concluido, y sin
embargo, nadie se habia explicado.
-
XXXIII.
Pues ¿y
El
flote
tío
Lúeas fué
el
primero que
salió á
en aquel mar de lágrimas.
Era que empezaba
lo
tú?
que habia
á acordarse otra vez
visto por el ojo
vamos
—
—No hay
—exclamó
una
de V.
—
— ¡Nada de
Señores,
de
de
la llave.
á cuentas!...
—
dijo
de
pronto.
cuentas que valgan,
la
eas,
es
corregidora.
tio
— ¡Su
Lú-
mujer
bendita!
Bien... sí... pero...
pero!... Déjela V. hablar, y
verá
cómo
se justifica.
Desde que
la vi,
me
—
.
181
dio
el
corazón que era una santa, á pesar
de todo
lo
que V.
— ¡Bueno,
Lúeas.
— ¡Yo no
— que
El
ra.
Porque
Y
la
la
me
que
habia contado...
hable!...
—
el
hablo!
—
tiene
que hablar eres
contestó
verdad es que
la
tio
molinetú...
tú...
seña Frasquita no dijo más, en vir-
tud del invencible respeto que
la
dijo
le inspiraba
corregidora.
— Pues ¿y —
perdiendo de nuevo
—Ahora no
tú?
respondió
toda
se trata
el
tio
Lúeas,
ella,
—
gritó el
fe.
de
corregidor, tornando también á sus celos.
¡Se trata de V.
!
...
Se
trata
de esta señora.
.
]Ah! Merceditas... ¿Quién habia de decir-
me que
tú...
—Pues
¿tú?
midiéndolo con
— repuso
la
corregidora,
la vista.
Y durante algunos
momentos
los
dos ma-
trimonios repitieron cien veces las mismas
frases:
—¿Y
tú?
—¿Pues y
tú?
.
182
— ¡Vaya, que
— ¡No que
—Pero ¿cómo has podido
tú!
tú!
tú
.
.
Etc., etc., etc.
La cosa hubiera sido interminable
si
la
no
corregidora, revistiéndose de dignidad,
dijese por último á
—
D. Eugenio:
¡Mira, cállate tú ahora! Nuestra cues-
más adelanmomento es devol-
tión particular la ventilaremos
te.
Lo que urge en
ver
la
muy
paz
Sr. Juan
corazón del
al
fácil á
este
mi
á Toñuelo,
tando por justificar á
— ¡Yo no
hombres! —
pues
juicio;
López y
la
necesito que
de mayor crédito,
que he seducido
Lúeas; cosa
allí
distingo al
que están
sal-
seña Frasqulta...
me justifiquen
respondió ésta.
tigos
tio
á
—Tengo dos
los
tes-
quienes no se dirá
ni sobornado...
—Y ¿dónde
—preguntó
en
—Están
— Pues que suban, con permiso de
—Las pobres no
están?
el
nero.
abajo,
la
puerta...
diles
esta señora.
podrían subir...
moli-
183
¡Vaya un
—
son
—Tampoco dos
dos hembras...
que
—
nombres.
Hazme
de decirme
Li— La una
Piñona y
—
—
yendo de mí?
hablando muy
—No: que
¡Ah!
¡Son dos mujeres!...
testimonio fidedigno!
mujeres.
son
Sólo
peor! ¡Serán dos niñas!...
¡Peor
sus
el favor
se llama
la otra
viana...
¡Nuestras dos burras!
estás
Frasquita: ¿te
ri
estoy
Yo puedo
formal.
probarte con
nuestras burras que
el
no
el
me
testimonio
de
encontraba en
molino cuando tú viste en
él
al
señor
corregidor...
—
¡Por Dios te pido que te expliques!...
—Oye,
Lúeas... y muérete de vergüenza
por haber dudado de mi honradez. Mientras
tú ibas esta noche desde el lugar á nuestra
casa, yo
me
dirigía
desde nuestra casa
al
lugar, y por consiguiente, nos cruzamos en
el camino. Pero tú marchabas fuera de él, ó
por mejor decir,
te
habías detenido á echar
unas yescas en medio de un sembrado...
184
—Es verdad que me
—En rebuznó
—
detuve... Continúa.
tu borrica...
esto
¡Justamente! ¡Ah, qué
bla, habla,
feliz
soy! ¡Ha-
que cada palabra tuya me de-
vuelve un año de vida!
—Y
—
—Eran
rebuzno
á aquel
el
contestó otro en
le
camino...
¡Oh!
sí...
sí...
¡Me
¡Bendita seas!
parece estarlo oyendo!
Liviana y Piñona, que se habian
y se saludaban como buenas
amigas, mientras que nosotros dos ni nos
reconocido
saludamos
nos reconocimos...
ni
— ¡No me
—Tan no
digas más!...
¡No
me
digas
más!...
nos reconocimos
seña Frasquita,
— que
los
mos y salimos huyendo en
trarias...
en
el
continuó
la
dos nos asustadirecciones con-
¡Conque ya ves que yo no estaba
molino!
Si
qué encontraste
nuestra cama,
quieres saber ahora por
al
señor
corregidor
tienta esas ropas
que
en
llevas
y que todavía estarán húmedas, y
dirán mejor que yo. ¡Su señoría se
puestas,
te lo
—
185
cayó en
molino, y Garduña
caz del
el
lo
desnudó y lo acostó allí! Si quieres saber
por qué abrí la puerta... fué porque creí
que eras
que se ahogaba y me llamaba
Y, en fin, si quieres saber lo
tú el
á gritos...
del nombramiento... Pero no tengo
decir por
te
presente.
la
masque
Cuando estemos
enteraré de ese y otros particulares.
solos
.
que
.
no debo referir delante de esta señora.
— ¡Todo
que ha dicho
lo
quita es verdad!
—
la
gritó el Sr.
seña Fras-
Juan López,
deseando congraciarse con Doña Mercedes,
visto
que
ella
—
guiendo
—
la
regidor,
muy
¡Todo!
imperaba en
¡Todo!
—
el
corregimiento.
añadió Toñuelo,
si-
corriente de su amo.
¡Hasta ahora... todo!
caciones de
la
—agregó
complacido de que
el
cor-
las expli-
navarra no hubieran ido
más
lejos...
— ¡Conque
Lúeas,
en
—
eres
tanto el tio
dencia.
¡Frasquita
alma! ¡Perdóname
te
dé un abrazo!...
inocente!
— exclamaba
rindiéndose á
mia!
la
evi-
¡Frasquita de
la injusticia,
mi
y deja que
186
— Esa
es harina de otro costal...
hurtando
testó la molinera,
tes de abrazarte,
necesito
el
— con—An-
cuerpo.
oir
tus explica-
ciones...
— Yo
—
y por
Doña Mercedes.
que
— ¡Hace una
de
—
—Pero no
—
mamirando desdeñosamente
— que
hayan
las
daré por
mí,
dijo
estoy
espe-
él
hora
las
profirió el corregidor, tratando
rando!
erguirse.
continuó
daré
las
corre-
á su
gidora,
rido
la
des-
estos señores
hasta
cambiado vestimentas... y aun entonces, se
las daré tan sólo á quien merezca oirías.
—Vamos... Vamos
jole el
murciano
mucho de no
á
á
descambiar...
—
dí-
D. Eugenio, alegrándose
haberlo asesinado, pero mi-
rándolo todavía con un odio verdaderamente
morisco.
—
¡El traje de Vuestra Señoría
ahoga! ¡He sido
lo
muy
desgraciado mientras
he tenido puesto!...
— ¡Porque no
— ¡Yo
lo entiendes!
el
me
corregidor.
—
respondióle
estoy, en cambio,
seando ponérmelo, para ahorcarte
á tí
dey
á
187
medio mundo,
si
no
me
satisfacen las
ex-
culpaciones de mi mujer!
La corregidora, que oyó estas palabras,
tranquilizó á
risa,
propia
la
reunión con una suave son-
de aquellos afanados ángeles
cuyo ministerio es guardar
á los
hombres.
XXXIV.
También
la corregidora es
Salido que hubieron de
gidor y
Lúeas
el tio
corregidora en
,
el sofá;
guapa.
la sala
el
corre-
sentóse de nuevo
la
colocó á su lado á
la
seña Frasquita, y, dirigiéndose á los domésticos
y ministriles que obstruían
les dijo
—
puerta,
con afable sencillez:
¡Vaya! muchachos, contad ahora vos-
otros todo lo malo
Avanzó
el
ama de
en
leche,
la
que sepáis de mí.
cuarto estado, y diez voces qui-
sieron hablar á
tenia
la
un mismo tiempo; pero
como
casa,
la
el
persona que más alas
impuso
silencio á los
mas, y dijo de esta manera:
de-
—
189
— Ha de
saber V., seña Frasquita, que
estábamos yo y mi señora esta noche
cuidado de los niños, esperando á ver
al
si
amo, y rezando el tercer rosario
para hacer tiempo, pues la razón que habia
venia
el
traído
Garduña era que andaba
el
señor cor-
regidor detrás de unos facinerosos
muy
ter-
y no era cosa de acostarse hasta
verlo entrar sin novedad, cuando sentimos
ribles,
ruido de gente en
es
la
alcoba inmediata
,
que
donde mis señores tienen su cama de
matrimonio. Cogimos
la
luz,
muertas
de
miedo, y fuimos á ver quién andaba en
la
cuando ¡ay Virgen del Carmen!
al
alcoba,
entrar,
vimos que un hombre, vestido como
mi señor, pero que no era
él
(¡como que
era su marido de V!), trataba de esconderse debajo de
la
cama.
«¡Ladrones!» prin-
cipiamos á gritar desaforadamente,
momento después
la
y
un
habitación estaba llena
de gente, y los alguaciles sacaban arrastrando de su escondite al fingido corregidor.
—Mi
conocido
señora, que,
al
tio
Lúeas
como
,
todos, habia re-
y que lo vio
con
—
190
matado
aquel traje, temió que hubiese
amo, y empezó
á dar
unos lamentos que
«¡A
partían las piedras...
((¡Ladrón! ¡Asesino!» era
bra que oia
taba
y
el tio
como un
Lúeas, y
jo... lo
— Pero viendo
llevaban ya á
lo
que voy
á repetir,
cárcel, di-
la
aunque verdade«Señora,
seria para callado:
»yo no soy un ladrón
el
que es-
es
difunto, arrimado á una pared
ramente mejor
»y
demás.
mejor pala-
la
así
sin decir esta boca es mia.
luego que se
¡A
la cárcel!
la cárcel! y> decíamos entre tanto los
—
al
ni
un asesino;
el
ladrón
asesino de mi honra está en mi casa,
«acostado con mi mujer.»
—
—
¡Pobre Lúeas!
quita.
¡Pobre de
—murmuró
—
mí!
suspiró
la
seña Fras-
corregi-
la
dora.
— Eso dijimos
todos...
«¡Pobre
eas y pobre señora!»... porque...
tio
Lú-
vamos
..
ya teníamos ciertos antecedentes de que mi
señor había puesto los ojos en V...; y, aunque nadie se figuraba que V...
— ¡Ama! —exclamó
severamente
la
cor-
191
regidora.
— ¡No
siga V. por ese camino!...
— Continuaré
alguacil
,
yo por
—
—
otro
un
dijo
aprovechando aquella coyuntura
para apoderarse de
eas,
el
palabra.
la
que nos engañó de
El
tio
Lú-
con su traje
lo lindo
y su manera de andar cuando entró en
la
tomamos por
el se-
ñor corregidor, no habia venido con
muy
casa, tanto
que todos
lo
buenas intenciones que digamos, y si la señofigúrese V.
ra no hubiera estado levantada
.
.
.
que habría sucedido...
lo
— ¡Vamos!
rumpió
la
más que
¡Cállate
tú también!
— ¡No
—
cocinera.
tonterías!
Pues,
estás
—
inter-
diciendo
seña Fras-
sí,
quita: el tio Lúeas, para explicar su presencia
en
la
alcoba de mi ama, tuvo que con-
fesar las intenciones
que
y
le
la
que
traia...
¡Por cierto
señora no se pudo contener
al oirlo,
arrimó una bofetada en medio de
boca, que le dejó
la
dentro del cuerpo!
mitad de
las
—Yo misma
la
palabras
lo llené
de
y denuestos, y quise sacarle los
ojos... Porque ya conoce V., seña Frasinsultos
quita,
que aunque sea su marido de V.,
—
192
de
eso
—
ro,
venir
con
manos
sus
¡Eres una bachillera!
poniéndose delante de
más hubieras querido
lavadas...
—
—¿Qué
—En
gritó el porte-
oradora.
la
tú?...
fin,
seña
y vamos al asunto.
La señora hizo y dijo lo que debia...
pero luego, calmado ya su enojo, compadeFrasquita, óigame V. á mí,
—
cióse del
tio
Lúeas y paró mientes en
el
mal proceder del señor corregidor, viniendo
á pronunciar estas ó parecidas palabras:
«Por infame que haya sido su pensamiento
»de V.,
tio
Lúeas, y aunque nunca podré
«perdonar tanta insolencia, es menester que
»su mujer de V. y mi esposo crean durante
«algunas horas que han sido cogidos en sus
«propias redes y que V., auxiliado por ese
«disfraz, les ha devuelto afrenta por afren»ta!
¡Ninguna venganza mejor podemos
«mar de
ellos
que
este
engaño tan
«desvanecer cuando nos acomode!
»
to-
fácil
de
— Adop-
tada tan graciosa resolución, la señora y el
tio
Lúeas nos aleccionaron
á todos
de
lo
que
teníamos que hacer y decir cuando volviese
su señoría, y por cierto que yo le he pegado
193
á
Garduña
no se
le
tal
palo en
olvidará en
la
que creo
rabadilla,
mucho tiempo
la
noche
de San Simón y San Judas...
Cuando el portero dejó de hablar, ya hacia rato
que
cuchicheaban
la
al
corregidora y
la
molinera
oido, abrazándose
y besán-
dose á cada momento, y no pudiendo en ocasiones contener
;
lo
la risa.
Lástima que no haya llegado á saberse
que hablaban!...
—Pero
figurará sin gran esfuerzo; y
el
lector se lo
si
no
el lector,
la lectora.
13
XXXV.
Decreto imperial.
Regresaron en esto á
dor y
sala el corregi-
la
Lúeas, vestido cada cual con su
el tio
propia ropa.
— ¡Ahora me
el
toca á mí!
—
entró diciendo
insigne D. Eugenio de Zúñiga.
Y, después de dar en
bastonazos,
(á guisa
oficial,
y una
—
corregidora con un én-
frescura indescriptibles:
Merceditas: estoy
plicaciones.
que no se sentía
que su caña de Indias tocaba en
la tierra), díjole á la
fasis
suelo un par de
como para recobrar su energía
de Anteo
fuerte hasta
el
esperando tus ex-
195
Entre tanto,
do y
la
le tiraba al
molinera se habia levantatio
Lúeas un pellizco de
paz, que le hizo ver estrellas, mirándolo al
mismo tiempo con desenojados y hechiceros ojos.
El corregidor, que observara aquella pan-
tomima, quedóse hecho una pieza,
tar á explicarse
sin acer-
una reconciliación ian inmo-
tivada.
Dirigióse, pues, de
le dijo
—
nuevo á su mujer, y
hecho un vinagre:
Señora:
¡Todos se entienden menos
Sáqueme V. de dudas. ¡Se
do como marido y como corregidor!
nosotros!
Y
man-
dio otro bastonazo en el suelo.
—¿Conque
-
lo
se
— exclamó doña
Eugenio. — Pues
no
—
marcha V.?
Mercedes acercándose
á la seña
Frasquita
y sin hacer caso de D.
vaya V. descuidada, que este escándalo
tendrá
alumbra
ningunas
á estos señores,
marchan...
—
consecuencias.
¡Rosa!
que dicen que se
—Vaya V. con
— eldeZúñiga,
Lúeas no
— que
Dios,
¡Oh... no!
poniéndose.
¡Lo
gritó
tio
Lúeas.
inter-
es el tio
se
—
.
196
marcha! El
Lúeas queda arrestado hasta
tio
que sepa yo toda
les!
¡Favor
la
verdad. ¡Hola, alguaci-
al rey!...
Ni un solo ministro obedeció
genio. Todos miraban á
— jA
ver,
la
hombre, deja
á
D.
Eu-
corregidora.
el
paso libre!
añadió ésta, pasando casi sobre su marido
y
despidiendo á todo el mundo con la mayor
finura; es decir, con la cabeza ladeada, co-
giéndose
la falda
con
la
punta de los dedos
y agachándose graciosamente, hasta completar la reverencia que á la sazón estaba de
moda, y que se llamaba
Pero yo.
Pero tú
—
.
.
pero aquellos...
—
.
la
pompa.
. .
Pero nosotros.
seguía mascujando
el
.
ve-
mujer del vestido y perturbando sus cortesías mejor iniciadas.
jete, tirándole á su
¡Inútil afán!
Nadie hacia caso de su se-
ñoría.
Marchado que
ya en
el
se hubieron todos, y solos
salón los desavenidos cónyuges, la
corregidora se dignó
al fin
decirle á su es-
poso, con el acento de una Czarina de todas
las
Rusias que fulminase sobre un ministro
:
197
caido
orden de perpetuo destierro
la
á
la
Siberia
—
Mil años que vivas ignorarás
lo
que ha
pasado esta noche en mi alcoba. Si hubieras estado en
ella,
como
no
regular,
era
tendrías necesidad de preguntárselo á nadie.
Por
lo
que
á
mí
toca,
no hay ya ni habrá
jamás razón ninguna que
pues
tisfacerte;
que
si
te
no fueras
arrojaba ahora
el
me
obligue á sa-
desprecio de
tal
modo,
padre de mis hijos,
mismo por
ese balcón.
te
—Con-
que buenas noches, caballero.
Pronunciadas estas palabras, que D.
genio oyó sin pestañear (pues
lo
Eu-
que es
á
solas no se atrevía con su mujer), la corre-
gidora penetró en el gabinete y del gabinete
en
la
sí,
y
alcoba, cerrando las puertas detrás de
el
pobre hombre se quedó plantado en
medio de
la sala,
murmurando
entre encías
(que no entre dientes) y con un cinismo de
que no habrá habido otro ejemplo:
— Pues
señor, no esperaba
tan bien... ¡Garduña
me
yo escapar
buscará otra!
—
XXXVI.
Conclusión, moraleja y epílogo.
Piaban
cuando
lían
de
los pajarillos
alba,
Lúeas y la seña Frasquita saciudad con dirección á su molino.
la
á pié, y delante
caminaban apareadas
le
el
el tio
Los esposos iban
—
saludando
las
la
ellos
dos burras.
El domingo tienes que
decia
de
ir á
confesar
molinera á su marido;
— pues
necesitas limpiarte de todos los malos juicios
y criminales propósitos de esta noche.
Has pensado muy bien contestó el
—
molinero.
—Pero
cerme otro
favor,
—
tú, entre tanto, vas á
y
ha-
es dar á lo» pobres los
.
199
ropas de nuestra cama, y
Yo no me acuesto
ponerla toda de nuevo.
colchones y
las
—
donde ha sudado aquel bicho venenoso!
— ¡No
la
me
nombres, Lúeas!
lo
seña Frasquita.
—Mejor
es que
—
replicó
hablemos
de otra cosa. Tengo que pedirte un segundo
favor.
.
—Habla.
— verano que
tomar
baños
Solan de Cabras.
—¿Para qué?
— Para
tenemos
Te
—
viene vas á llevarme á
El
del
los
ver
hijos.
si
¡Felicísima idea!
llevaré,
si
Dios
nos da vida.
Y con esto llegaron al
sin
el sol,
las
haber salido todavía, doraba ya
cúspides de
A
la
las
esperaban nuevas visitas de
altos personajes
el
montañas.
tarde, con gran sorpresa de los es-
posos, que no
como
molino, á punto que
de
la
después de un escándalo
precedente noche, concurrió
al
molino más señorío que nunca. El venerable
200
prelado,
muchos canónigos,
dos priores de
jurisconsul-
el
y otras varias personas (que luego se supo habían sido convoto,
cadas
allí
frailes
por Su Señoría Ilustrísima) ocupa-
ron materialmente
la
empe-
plazoletilla del
drado.
Sólo faltaba
el
corregidor.
Una vez reunida
obispo tomó
la
la
palabra,
tertulia,
y
yendo
á ella lo
cosas en
ciertas
aquella casa, sus canónigos
mismo que
ni los
honrados molineros ni
sonas
allí
y
señor
que, por lo
dijo:
mismo que habían pasado
el
él
seguirían
antes, para
las
que
demás per-
presentes participasen de
la
cen-
sura pública, que sólo merecía aquel que
había profanado con su torpe conducta una
reunión tan morigerada y tan honesta. Exhortó paternalmente á
que en
lo
la
sucesivo fuese
seña Frasquita para
menos provocativa
y tentadora en sus dichos y ademanes, y
procurase llevar más cubiertos los brazos
y más alto el escote del jubón. Aconsejó al
tio Lúeas el desinterés, la circunspección
y
la
verdadera modestia, y concluyó dando
201
como
comería con mucho
bendición á todos, y diciendo que,
la
aquel dia no ayunaba, se
gusto un par de racimos de uvas.
Lo mismo opinaron
este último particular.
.
todos...
.
,
y
la
respecto de
parra se quedó
temblando aquella tarde.
— ¡En dos
de uvas apreció
el
el
gasto
arrobas
molinero!
Cerca de tres años continuaron estas sabrosas reuniones, hasta que, contra
visión de todo el
los ejércitos
de
la
de Napoleón y se armó
guerra
la
Independencia.
el
magistral y
el
tenciario murieron el año de 8, y el
los
pre-
mundo, entraron en España
El señor obispo,
y
la
demás
contertulios en los de
y 12, por no poder
peni-
abogado
9,10,11
sufrir la vista
franceses, polacos y otras alimañas
de
los
que in-
vadieron aquella tierra y que fumaban en
pipa, en el Presbiterio de las iglesias, durante la Misa de la tropa!
El corregidor, que nunca más tornó
molino, fué destituido por
bastiani,
y murió en
el
mariscal
la cárcel alta
al
Se—
de Gra-
202
nada, por no haber querido ni
un
solo ins-
tante
(dicho sea en honra suya) transigir
con
dominación extranjera.
la
Doña Mercedes no
se volvió á casar,
y
educó perfectamente á sus
á la vejez á
un convento
,
hijos, retirándose
donde acabó sus
dias en opinión de santa.
Garduña
se hizo afrancesado.
El Sr. Juan López fué guerrillero y mandó
una partida, muriendo,
alguacil,
en
la
lo
mismo que su
famosa batalla de Baza, des-
pués de haber matado
muchísimos fran-
ceses.
Finalmente:
el tio
Lúeas y
la
seña Fras-
quita (aunque no llegaron á tener hijos, á
pesar de haber ido
al
Solan de Cabras y de
haber hecho muchos votos y rogativas), siguieron siempre amándose del propio
do, y alcanzaron una edad
viendo desaparecer
el
muy
mo-
avanzada,
absolutismo en
1812
y 1820, y reaparecer en 1811 y 1823,
hasta que, por último, se estableció de nue-
vo
el
Rey
Sistema Constitucional á
la
muerte del
Absoluto, y ellos pasaron á mejor vida
203
(precisamente
Guerra
al estallar la
los siete años),
sin
que
copa que ya usaba todo
los
el
civil
de
sombreros de
mundo pudiesen
hacerles olvidar aquellos tiempos... simbolizados por el
sombrero de
FIN.
tres picos.
.
ÍNDICE
ugius.
Prefacio
I.
II
.
De cuándo sucedió la cosa
De cómo vivia entonces la gente.
III.
Doutdes
IV.
Una mujer vista por fuera
Un hombre visto por fuera y
V.
VI
.
Vn
.
VHI
7
17
21
24
29
35
38
42
por dentro
Habilidades de los cónyuges
El fondo de la felicidad
El hombre del sombrero de tres
45
picos
IX
X.
XI
.
f
Arre, burra!
51
Desde la parra
El bombardeo de Pamplona ....
Diezmos y primicias
54
Xin.
XIV.
Le dijo el grajo al cuervo
Los consejos de Garduña
76
XV
Despedida en prosa
Un ave de mal agüero
Un alcalde de monterilla
90
99
.
Xn
XVI
X Vn
.
.
.
.
59
70
81
1
02
.
206
PAGINAS.
XVIII
Donde
que el tio Lúeas
tenia el sueño muy ligero. ...
Voces clamantes in deserto
La duda y la realidad
¡En guardia, caballero!
.
XIX.
XX
.
XXI.
*XXI1
XXIII.
se verá
Garduña
se multiplica
Otra vez
el desierto
y
Un
rey de entonces
XXV.
La
estrella
XXIX
XXX.
.
XXXI.
XXXII.
XXXIII.
XXXIV.
XXXV
.
XXXVI.
113
125
las consa-
139
XXIV.
XXVII.
XXVIII.
109
134
bidas voces
XXVI.
107
141
de Garduña
146
Reacción
150
¡Favor al rey
¡Ave María purísima, las doce y
152
media y sereno!
Post nubila. Diana
157
Una
164
!
.
162
.
señora de clase
La pena del Talion
La fe mueve las montañas
167
Pues... ¿y tú?
180
También la corregidora es guapa.
188
Decreto imperial
194
Conclusión, moraleja
y
epílogo.
176
198
OBRAS DEL MISMO AUTQR:
COSAS QUE FUERON.— Un tomo
de 400 páginas, 16
POESÍAS SERIAS
tomo en
logo de
8.°,
I).
con
rs.;
en
en provincias
8.°
de
más
18.
Y HUMORÍSTICAS. — Un
el retrato del
Juan Valera, de
la
autor y un pró-
Academia Espa-
ñola; 20 rs.
EL AMIGO DE LA MUERTE.
tomo en
8.°,
(Novelas.)— Un
10 rs; en provincias 12.
AMORES Y AMORÍOS.— Un tomo
(en prensa.)
en
8.°
de lujo
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