“LA REGIÓN CARIBE”: ¿separación o autonomía?

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“LA REGIÓN CARIBE”: ¿separación o autonomía?
Por Edgardo Passos Simancas
Especial para EL UNIVERSAL
Hace algunas semanas el profesor y buen amigo,
Raimundo Almanza, rector de una prestigiosa
Institución Educativa del municipio de Turbaco –
Bolívar, me preguntó el por qué no he vuelto a
escribir para el periódico El Universal de la ciudad de
Cartagena, esos artículos pintorescos que resaltan la
cotidianidad de nuestra cultura caribeña; es más, me
recomendó, y lo entendí como un llamado expreso,
que escribiera sobre la ‘Región Caribe’, lo cual es un
tema que nos atañe a todos, como quiera que
pareciéramos ser una ‘Colombia diferente’ dentro de
la misma organización política y administrativa del
país. La sola sugerencia es ya una osadía por parte
del licenciado, y libera en efecto, un engreimientillo
de regionalismo y cierto tinte de discriminación
territorial.
Pero, bueno, los costeños estamos acostumbrados a
todo ello, inclusive a eso y a mucho más; vivimos
acostumbrados a que para cierta gente no pasemos
de ser eso, unos “corronchos” extrovertidos,
irresponsables, parranderos o simple y llanamente…
costeños. Pareciera que ciertas personas en éste
país, en especial los políticos de turno, no se
hubieran percatado aún, que aquello de ‘Región
Caribe’ , es una expresión que ha hecho carrera, y
que los otrora “simplemente costeños” , empezamos
a sentirnos cómodos y mucho más satisfechos, en la
dimensión que encarna ésta nueva denominación
territorial, ante todo, aquellos que, como los
cesarenses y los habitantes del sur de nuestros
departamentos (Bolívar, Sucre, Córdoba y
Magdalena) se han sentido siempre caribes, pese a
las angustiosas distancias que los separan de las
playas y del mar Caribe.
La idea de las regiones autónomas no es un tema
nuevo para los caribeños; por el contrario, es una
propuesta que nació hace dieciocho años, cuando
industriales, empresarios, académicos, medios de
comunicación, políticos, artistas y personas del
común , salimos a las calles de Barranquilla para
pedirles a los dirigentes políticos del país, pero
especialmente a los padres de la patria de la Costa
Caribe colombiana, su apoyo legislativo para que en
el Congreso se discutiera y aprobara una ley
orgánica de reordenamiento geomorfológico. Hasta
la fecha los esfuerzos por reglamentar ésta vital
propuesta constitucional en el legislativo de la
república, ha sido un total fracaso, dada la estrecha
relación que existe entre territorio, manejo de los
recursos públicos y distribución del poder político, lo
que le ha concedido a los congresistas mantener por
casi dos décadas el statu quo que hoy nos agobia,
evitando desafortunadamente con esta actitud, que
una nueva ley le abra las puertas a modernas
opciones de organización del país, como serían las
regiones autónomas y administrativas, mediante la
integración de departamentos, tal y cual como está
consagrado en los artículos 306 y 307 de la
constitución colombiana de 1991.
Geográficamente Colombia es un país diverso, con
cinco o más regiones claramente definidas. Casi lo
mismo se podría afirmar de su variedad cultural.
Pese a todas esas marcadas diferencias -en climas,
acentos, cadencias, músicas, comidas, vestidos,
etc.- el país ha logrado repensarse y construirse
como nación. De verdad nadie en Colombia quisiera
dejar de ser colombiano. Al contrario, el orgullo por lo
propio cunde en cada rincón del país. Si acaso,
algunos salen en defensa de los valores de su
región, pero sin negar frecuentemente su
colombianidad. Ante lo anterior prudentemente me
atrevo a afirmar, que nuestro destino siempre estuvo
marcado conscientemente por la unidad social, pues
somos un país consciente de dos cosas: primero,
que somos una nación densamente sólida, y
segundo, ampliamente complementaria. Es decir,
que lo que una región no ofrece o posee, otras
orgullosamente lo prodigan.
Al respecto hay que decir, que la multidiversidad
geográfica, cultural y económica de Colombia es una
realidad inocultable. La riqueza natural, los capitales
humanos y sociales, así como el grado de fortaleza
de las instituciones, varían sustancialmente de una
región a la otra. En el caso de la Costa Atlántica, el
45 por ciento de sus habitantes vive en situación de
pobreza y vulnerabilidad (Editorial del Tiempo,
febrero 9 de 2010). Sin embargo, por más esfuerzos
que se hayan desplegado en los últimos 25 años en
favor de la descentralización, las regiones siguen
luchando contra el evidente centralismo de la
estructura estatal; contra la galopante corrupción de
sus estamentos administrativos, contra la politiquería
y el clientelismo; contra la violencia provocada por el
narcotráfico, los grupos al margen de la ley y el
sicariato; y como si fuera poco, contra el
desplazamiento forzado, el desempleo y la
marginación social.
Escuché atentamente al escritor David Sánchez
Juliao pronunciarse sobre la regionalización en RCN
radio. Para él, lo que los constituyentes de 1991
pretendían era que el territorio colombiano pudiera
ordenarse de manera más flexible y gobernarse con
un mayor grado de autonomía local, desde la
perspectiva de la unidad social y de la
complementariedad regional, buscando con ello la
consolidación de los lazos de hermandad, solidaridad
y de integración cultural de la sociedad colombiana.
Para Sánchez Juliao, los enfrentamientos, casi
siempre en broma, entre una y otra región (que
jamás trascienden los terrenos de la palabra y el
buen humor) expresan, de manera muy especial, esa
conciencia de la complementariedad. Como ejemplo,
señala éste gran escritor y novelista en un portal de
la internet, que un buen amigo le preguntó un día
“¿Qué sería de Bogotá, sin costeños?”. Y él le
respondió: “lo mismo que sería la Costa Caribe sin
cachacos”. “¿Cómo así?”, le volvió a preguntar el
entrañable amigo, y él le explicó:
Entonces sería pertinente preguntarles a las
autoridades electorales del país, qué camino les
queda a los dirigentes costeños: ¿Esperar a que por
obra y gracia del espíritu santo el Congreso apruebe
una ley orgánica de ordenamiento territorial que no le
ha importado en casi dos décadas?. La consulta o
papeleta Caribe como le llaman algunos, no tiene
consecuencias jurídicas vinculantes ni constituye un
llamado a la separación; es un ejercicio de carácter
pedagógico y de participación popular en el que los
habitantes de una región del país, expresan su
deseo de organizarse mejor bajo las normativas de la
Constitución Nacional.
“… Lo mejor para el país es que los
cachacos interioranos y los costeños caribes
nos complementemos. Porque, si los
costeños
nos
independizamos,
terminaríamos siendo, sin cachacos, una
especie de Haití. Y si los cachacos se
independizan, terminarían, sin costeños,
siendo algo parecido a Bolivia. ¿Cuál
prefieres: Bolivia o Haití? El amigo le
responde, mejor, querido amigo, sigamos
siendo Colombia, costa y montañas, ajiaco y
arroz con coco, fríjoles y guandul, friche y
longaniza, pasillo y vallenato, Juanes y
Shakira, El Flecha y Los Carrangueros, El
Pibe e Higuita, ruana y guayabera, que así
nos va mejor”.
Como se observa, la iniciativa tiene dos grandes e
importantes consideraciones. La primera consiste en
reactivar la imperiosa necesidad de que el
parlamento debata y apruebe lo más pronto posible
una ley de ordenamiento territorial (LOOT) que
incorpore las nuevas realidades nacionales y
modernice las normas constitucionalmente vigentes.
Así pues, su reglamentación podría abrirles la puerta
a modelos alternativos de desarrollo para las
regiones más pobres y olvidadas por el estado. El
segundo aspecto positivo es el llamado a la voluntad
popular para legitimar éstas medidas y/o
disposiciones. Negar la consulta es darles un golpe
en la cara a los millones de habitantes de una zona
del país que sólo quieren empujar a los congresistas
a que cumplan con su deber constitucional.
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