chamanes, medicos y salud

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"LA VIDA INTERIOR DEL SANADOR
IMPORTANCIA DEL CHAMANISMO PARA LA MEDICINA MODERNA”
Por Larry Dossey
Convertirse en chamán jamás ha sido una mera cuestión de cultivar pericia
intelectual. Se trata más bien de ejercitar la totalidad del ser: el cuerpo, la mente,
la psique y el espíritu. Las siguientes palabras de un chamán iglulik esquimal
constituyen un reflejo vivaz departe del proceso:
Deseaba convertirme en chamán con la ayuda de los demás, pero no lo conseguí.
Visité a muchos chamanes famosos y les hice grandes regalos... Busqué la soledad
y pronto me entró una profunda melancolía. A veces me echaba a llorar y me
sentía muy desgraciado, sin saber por qué. Entonces, sin razón alguna, de repente
todo cambiaba y me sentía inexplicablemente alegre, con una alegría tan poderosa
que era incapaz de contenerla, y tenía que ponerme a cantar, una poderosa
canción en la que sólo había cabida para una palabra: ¡Alegría, alegría! Además,
tenía que utilizar toda la fuerza de mi voz. Entonces, en el seno de aquel misterioso
y abrumador ataque de alegría, me convertí en chamán, sin saber yo mismo
cómo había ocurrido. Pero era chamán. Podía ver y oír de un modo totalmente
distinto. Había adquirido mi qaumanEq, mi iluminación, la luz chamánica del
cerebro y del cuerpo, de modo tal que no sólo era capaz de ver a través de la
oscuridad de la vida, sino que la misma luz emanaba de mí, imperceptible para los
seres humanos, pero visible para todos los espíritus de la tierra, del cielo y del
mar, que se me acercaron para convertirse en mis ayudantes espirituales. 1
Sin embargo, convertirse en médico moderno es algo muy distinto. Consiste
principalmente en aprender una cantidad descomunal de datos y hechos objetivos,
sin los cuales uno no puede funcionar como doctor con una orientación científica. El
proceso de educación médica hace hincapié en una externalidad abrumadora con
respecto al mundo de las dolencias y enfermedades: todo está «ahí fuera». Por
tanto, no es sorprendente que el médico siempre parezca mirar hacia el exterior. A
muy pocos se les ocurre que pueda ser importante mirar hacia dentro, hacia su
propio interior, considerar su vida objetiva e íntima en el proceso de curación.
Esto no debe sorprendernos. Después de todo, el hecho de ver el mundo como
algo externo está en consonancia con los cánones de la ciencia moderna, ya que la
ciencia es supuestamente posible gracias a que el mundo no es subjetivo,
sino plenamente objetivo. El mundo, incluida la salud y la enfermedad, no depende
de nuestros pensamientos ni sentimientos para ser como es. De no ser así, como lo
subraya Jacques Monod, la ciencia simplemente no podría existir. (El hecho de que
esta visión no sea consecuente con los descubrimientos de la física moderna no ha
llegado todavía a la medicina ni a las ciencias biológicas, en general.)
Así pues, se ignora la vida subjetiva del médico como factor importante en su
profesión. Se le atribuye un valor frívolo y superfluo. Al compararlos con el «saber»
y con el «hacer», los aspectos del «ser» en la vida del médico se consideran
insignificantes. Esto supone un cambio radical con respecto a las tradiciones
chamánica y popular de la curación, y es una dirección con enormes
consecuencias negativas en cuanto al poder de curación de los que están dominados
por dicho punto de vista.
Sin embargo, no siempre ha sido así. En otra época, en occidente, con anterioridad a
la objetivación extrema de la naturaleza que ha tenido lugar con la aparición de la
ciencia moderna, en general se consideraba valioso el hecho de cultivar la vida
interior. Mirar hacia dentro no sólo era aconsejable para el hombre común, sino
que se consideraba indispensable para el especialista en cualquier área del saber.
El hecho de ignorar la importancia de cultivar la vida interior ha tenido consecuencias
desastrosas para los médicos modernos. Algo vital se ha perdido debido a ello,
algo que es fundamental en la misión del curador. El enfoque
preponderantemente externo de la enfermedad, la visión de que se la puede
tratar como un hecho totalmente externo y objetivo, ha sido claramente un fracaso.
Esto no es ningún secreto. En la actualidad, entre los propios responsables de la
educación médica, se reconoce ampliamente que algo grave ha ocurrido en el proceso
de formación de los médicos. Las actuales deficiencias en el programa de formación
de los nuevos terapeutas son el tema central de un destacado informe publicado
recientemente por la Association of American Medical Colleges, tituladoPhysicians
for the Twentyfirst Century.2 El informe reconoce que actualmente se están
formando médicos que dejan mucho que desear como curadores. Y, a pesar de que
no menciona específicamente la lamentable negligencia del desarrollo interior del
médico, hace referencia implícita al tema, al igual que los siguientes comentarios,
también procedentes del seno de los pedagogos facultativos, que describen el
trance de la actual situación:
.
... en general, el conjunto de los médicos de formación reciente son insensibles,
tienen una mala relación con el paciente, sus conocimientos médicos generales y
su pericia exploratoria son deficientes, y sienten poca preocupación por el impacto
de la medicina en la sociedad... Además, son pocos los jóvenes en el ejercicio de la
medicina que parezcan sentirse emocional o intelectualmente satisfechos con su
profesión... El engorroso proceso actual de formación suele convertir a jóvenes
inteligentes y creativos, impulsados por el deseo de ayudar al prójimo, en
personas frías y aisladas, que han perdido la mayoría de sus ideales originales
sobre la práctica de la medicina... produciendo doctores con cualidades
diametralmente opuestas a aquéllas en las que ostensiblemente cree .3
Por consiguiente, no es ningún secreto que algo anda mal. No es sólo el paciente
quien está enfermo, sino también los médicos. De tal modo que hoy en día es difícil
hallar a alguien que se sienta satisfecho con el estado de la medicina moderna, tanto
entre los pacientes como entre los profesionales. Las quejas más comunes son
sobradamente conocidas: su elevado coste; la disponibilidad poco ecuánime de la
atención médica; la cualidad distante, fría y deshumanizada de gran parte de
la medicina actual; el fracaso, en muchas áreas de la medicina científica, de los
proyectos en curso; su preocupación por aspectos meramente tecnológicos como
los medicamentos y la cirugía, en lugar de un enfoque preventivo y educativo, y,
como hemos visto, la incapacidad del médico de satisfacer las necesidades de
atención y asistencia del enfermo.
Es esta última deficiencia la que a mi entender es más preocupante. Aunque todos
los demás temas se resolvieran, la percepción de la medicina como misión fallida
persistiría. Si no sana el sanador, nadie podrá ser sanado.
El propósito de este ensayo no es el de discutir los méritos particulares de ninguna de
dichas quejas, ya que existen abundantes estudios al respecto. Lo que me propongo
es partir de la observación indiscutible de que algo falla en la medicina actual; sugerir
que la causa más importante de dicho problema es la falta de comprensión, por parte
de los médicos, de la importancia vital de su propio desarrollo interior; demostrar que
esta observación es ineludible ante buena parte de la información clínica existente
en la actualidad, y probar que en el chamanismo se puede llegar a apreciar la
importancia de la vida interior del curador como elemento decisivo en la misión
curativa.
Una de las características más notables de la medicina moderna es la forma en que el
médico ha llegado a ver su relación personal con su oficio. Esencialmente es una
posición de distanciamiento. Esta forma de pensar está incorporada en la
creencia, por ejemplo, de que uno no elige a un cirujano en base a su
personalidad, sino exclusivamente por su pericia quirúrgica. O que a la hora de
nombrar un interno no se tiene en cuenta su calor personal, sino su nivel intelectual,
su habilidad para compaginar diversas piezas del rompecabezas diagnóstico, o la
intrepidez con que es capaz de elaborar un tratamiento. Estas actitudes reflejan la
creencia general de que un auténtico distanciamiento del paciente no sólo es
permisible, sino en realidad aconsejable; una intimidad excesiva podría ofuscar su
juicio y ser en definitiva contraproducente para el paciente.
Comprendo que muchos médicos, que a su entender mantienen una relación sincera y
emotiva con el paciente, no estarán de acuerdo con lo que acabo de decir. Sin
embargo, el tipo de participación al que me refiero va mucho más allá de lo
que normalmente se entiende por «relación médico-enfermo». Supera la simpatía,
comprensión, amabilidad, intimidad, o incluso la atención que pueda dispensar el
doctor. Creo que cuando el médico se encuentra con su paciente, intervienen
ciertos factores que no describen estos términos de cariz psicológico, factores hoy
olvidados, pero a los que eran muy sensibles los curanderos y chamanes del
pasado. Es en realidad la vida interior del médico, su vivacidad espiritual, la calidad
de su existencia en el mundo, en lo que estoy pensando y sobre lo que deseo
llamar la atención.
Pero, ¿por qué? Introducir algo tan nebuloso como la vida interior del médico entra en
discordia con los supuestos categóricos de los doctores modernos de que toda
enfermedad es externa, física y concreta en su origen; de que son las moléculas y los
átomos del cuerpo físico los que no funcionan debidamente y causan la enfermedad.
Sin embargo, desde el punto de vista del chamán, este enfoque moderno del
problema es una profanación, no sólo con relación al paciente, sino al mundo en
general. Ver al paciente como una colección de materia muerta y no pensante,
negando la importancia de sus complejas conexiones con multitud de fuerzas
omnipresentes, y creer que el mundo es manipulable sólo por medios físicos,
supone un insulto para los espíritus y poderes vivientes que impregnan
todos los cuerpos y la totalidad del mundo.
Para el chamán, curar al paciente no es sólo cuestión de pericia intelectual, sino un
ejercicio de poder. Y la suerte del paciente siempre depende de la percepción del
chamán de los poderes que operen en el caso, y de su pericia para
intervenir, propiciar, manipular, dirigir, eliminar y en general manejar los
espíritus y las fuerzas que intervengan en un caso determinado.
Para que el chamán pueda funcionar de este modo, no basta con su capacidad
técnica. Debe saber mucho más que, por ejemplo, cómo usar diversas hierbas y
pociones. Ésta no es más que la parte exotérica de su arte. El lado interior o
esotérico incluye el conocimiento que sólo ha podido adquirir siguiendo la senda
espiritual marcada por los chamanes y guías que le han precedido, y escuchando
las voces internas que siempre hablan a quienes están dispuestos a escuchar. En
la tradición chamánica, sería tan inconcebible que un curandero intentara tratar a
un paciente sin antes adquirir un alto nivel de comprensión espiritual, como que
un estudiante de primer año de medicina se propusiera extirpar un tumor
cerebral. Para poder curar, en ambos casos se presupone la pericia necesaria, sólo
que a lo largo de los siglos hemos llegado a equiparar la pericia, primordialmente, con
la técnica y el conocimiento intelectual.
La misma forma en que Mircea Eliade define el chamanismo, como una «técnica de
éxtasis», indica implícitamente que en la curación chamánica no sólo interviene la
pericia intelectual.' Históricamente, el chamán es el personaje dominante en la
vida mágico-religiosa de su comunidad, el «manipulador de lo sagrado» y el «gran
maestro del éxtasis», en palabras de Eliade. Estos términos transmiten claramente
la importancia de la vida interior de experiencia espiritual,
sistemáticamente excluida del proceso de formación de los médicos actuales.
Puede que el médico moderno acepte nominalmente la importancia de la vida
interior, pero casi en todos los casos es la vida interior del paciente y no la del médico
la que se considera importante. A este fin, puede que se recurra a
diversos «especialistas del interior» (cura, pastor, psicólogo o psiquiatra) para
contribuir a la recuperación del paciente. Sin embargo, la mayoría de los médicos
piensan y actúan como si estas consideraciones pertenecieran a una segunda
categoría, independiente de las formas más substanciales de intervención.
Evidentemente, estos esfuerzos pueden estimular el deseo del paciente de mejorar,
pueden alentar su espíritu de lucha, pero a la larga no son más que ornamentos, ya
que no alcanzan las causas físicas, que es donde radica el quid de la cuestión. El
tumor es o no susceptible a los medicamentos; la operación ha o no ha tenido éxito; la
intervención se ha practicado o no antes de que fuera demasiado tarde. He ahí
donde radica el verdadero poder y no en la mente del sacerdote, del pastor, de
los amigos interesados, o incluso del propio paciente.
Podemos resumir las diferencias entre la visión del mundo del chamán y la del
médico moderno como sigue: el médico moderno vive en un mundo desapasionado
y mecánico, el chamán, en un mundo encantado. Pero a fin de cuentas, ¿qué
importa que la actitud del chamán y la del médico moderno en el mundo sean tan
radicalmente dispares? Para cualquiera que se dedique a la curación, la
diferencia se expresa en la «última línea»: el resultado clínico, la suerte del
paciente. Pero aquí es donde debemos proceder con cautela, ya que el criterio de
éxito puede ser radicalmente distinto para el chamán y para el médico moderno,
sin que dependa necesariamente de la eliminación de la enfermedad o incluso de
la supervivencia del cuerpo.
Si consideramos la supervivencia, el médico moderno puede presumir de su
supremacía, ya que cuenta con muchos más recursos que el chamán. Sin embargo,
el chamán también tiene ciertas habilidades que superan a las de muchos
doctores actuales. Éstas giran en torno a la concienciación del significado esencial
contenido en la totalidad del entorno cósmico y en el significado de dichas pautas,
tal como las percibe el paciente. Para ello debe estar familiarizado con las
actitudes, emociones y cualidades espirituales del paciente. Necesita saber lo que la
enfermedad significa para el paciente, lo que la dolencia le «dice»; cómo se
desenvolvía la vida del paciente antes de que se declarara la enfermedad; cómo
afectan las pautas de numerosos elementos (el sol, la luna, los planetas, las
estrellas, el tiempo, las plantas, los animales y los demás seres humanos) los
acontecimientos en la vida del paciente. Este tipo de cuestiones casi nunca
forman parte del proceso de curación de un médico moderno, pero son
indispensables para que el chamán pueda actuar.
La cuestión de los significados de la enfermedad está firmemente vinculada a la
vida interior del médico. Según su comprensión de su propio interior será o no
capaz de detectar el tipo de información general, que tan valiosa es para el chamán.
Si padece inercia interior o ceguera espiritual, es probable que no logre discernir las
pautas contenidas en el acaecimiento de la enfermedad. Por mi parte, estoy
convencido de que muchos médicos lo intuyen; les asusta pensar en la existencia de
significados o pautas ocultas contenidas en la enfermedad, que quizá no estén
capacitados para ver.
Su actitud es comprensible, ya que si dichas pautas existen y no se es capaz de
detectarlas, deben admitir que se les escapa algo relacionado con la enfermedad.
Reconocerlo equivaldría a confesar su ignorancia con respecto al funcionamiento del
mundo y a su lugar en el mismo. La abierta admisión de dicha carencia supondría
no sólo admitir su propia debilidad, sino también lo inadecuado del concepto
moderno de enfermedad, que niega la existencia de dichas pautas; equivaldría
a poner en duda el supuesto de que los procesos puramente físicos no albergan
significado alguno; y a cuestionar la creencia de que las únicas pautas valederas son
las que hacen referencia a los átomos, las moléculas y los procesos celulares.
Si el médico reconoce la existencia de significado en los detalles más sutiles de la
enfermedad del paciente, tales como en sus relaciones con su familia, e incluso con el
cosmos en general, en realidad estará admitiendo que ha cometido
graves equivocaciones, que hay una carencia en su teoría y en su formación, que
como médico está pisando sobre hielo quebradizo después de una omisión de tal
magnitud, y que su filosofía, tanto personal como profesional, es deficiente.
Estos descubrimientos revelan siempre algo respecto de uno mismo, ya que la
siguiente reflexión es inevitable: si las experiencias de mis pacientes contienen
significados ocultos, ¿qué significados habrá en mi propia vida que ignoro
por completo? Admitir una grave ineptitud en la teoría médica acarrea el riesgo
de reconocer una profunda insuficiencia personal. Así es como la cuestión del
significado de la enfermedad se relaciona con la vida interior del médico y ésta es la
razón por la que él se resiste tan vigorosamente a su reconocimiento, a pesar de lo
evidente de su importancia.
¿Existe alguna prueba de que los chamanes puedan estar en lo cierto? ¿Hay algún
significado en la enfermedad que los postulados modernos ignoren? Con enfoques
científicos no logramos hallarles significado a muchos de los acontecimientos
cósmicos que el chamán afirma ser capaz de interpretar. Sin embargo, podemos
ir lo bastante lejos con los criterios científicos como para determinar la importancia
de tales significados, pues la ciencia es algo que debemos utilizar, ya que es un
instrumento de curación muy poderoso. Para los facultativos con formación
científica, la pregunta debería ser: ¿qué pruebas científicas existen, en la
actualidad, de que el significado de la enfermedad es importante en la medicina
clínica?
Las pruebas, a mi parecer, son abrumadoras. Afectan el corazón de la teoría
médica moderna y su insistencia en que las bases de la enfermedad carecen de
significado. En una categoría clínica tras otra, los significados que la gente
percibe del mundo se filtran de un modo claramente detectable en el proceso físico de
la enfermedad, produciendo efectos importantes en el mismo, que a veces son
cuestión de vida o muerte.
En su conjunto, dichas pruebas sugieren que tenemos mucho que aprender del
chamanismo, en cuanto a detectar el significado de la salud y la enfermedad, para
lo cual es preciso que, como médicos, sintonicemos nuestra vida interior con ese fin.
¿Qué prueba existe de que el significado es importante? En primer lugar,
consideremos la causa principal de la muerte en nuestra cultura, las enfermedades
cardiovasculares. En este caso, para comprender los orígenes de la enfermedad,
se han explorado los clásicos «factores de riesgo». Es bien sabido que la probabilidad
de desarrollar una arteriosclerosis coronaria es superior si uno es fumador, si
tiene un nivel elevado de colesterol en la sangre, presión sanguínea elevada o
diabetes. No obstante, según fuentes fidedignas que registran la epidemiología
de este problema, la mayoría de la gente que comienza a padecer síncopes
cardíacos en este país no comparte ninguno de los principales factores de riesgo.'
La evidencia sugiere que algo falla en nuestro enfoque físico a la comprensión de
los orígenes de esta enfermedad y que puede estar relacionado con significados
implícitos.
Consideremos el estudio realizado en 1972 en el estado de Massachusetts, que
demuestra que la mejor forma de pronosticar el desarrollo de las enfermedades
cardiovasculares no es ninguno de los factores clásicos de riesgo, sino
la satisfacción laboral. Y, en segundo término, aparece lo que los autores del estudio
denominan «felicidad global». Aquí la clave es la importancia del significado: el
significado del trabajo del individuo, el significado de los acontecimientos de la vida,
la felicidad que uno percibe. Evidentemente, es imposible encuadrar los orígenes de
la satisfacción laboral o de la «felicidad global» en átomos y moléculas: las pautas de
las relaciones, el ambiente social en el que la persona se desenvuelve.'
Además, los estudios demuestran que un tercio de los pacientes que ingresan en
las unidades cardiovasculares con arritmias graves (latido alterado del corazón) han
experimentado graves trastornos emocionales durante el período inmediatamente
anterior a la arritmia.' También es cierto que se han utilizado la meditación y el
reposo, que permiten la reinterpretación de viejos significados y la emergencia de
otros nuevos, en el tratamiento de arritmias graves 8 con peligro para la vida del
paciente, así como en casos de nivel sanguíneo de colesterol muy elevado.9
En los trastornos de inmunodeficiencia, los significados percibidos son de suma
importancia. Schleifer y sus colaboradores examinaron las funciones de las células T y
B en un grupo de hombres cuyas esposas padecían de cáncer de pecho. Antes del
fallecimiento de la esposa, las células inmunes funcionaban con normalidad. Sin
embargo, poco después de su muerte y a lo largo de muchos meses, las células T y
B dejaban de funcionar, y permanecían inactivas incluso después de extraídas de la
sangre y expuestas, en el laboratorio, a substancias químicas que habitualmente
estimulan su inmunoactividad.
Thomas ha demostrado que los estudiantes de medicina a quienes les resulta difícil
exteriorizar sus emociones y que han tenido una relación deficiente con sus padres
durante su crecimiento, cuentan con mayores posibilidades de morir de algún tipo de
tumor maligno." Numerosos estudios de publicación reciente12 demuestran la
existencia de variaciones en la represión de la función inmunológica en consonancia
con numerosos índices de la función psicológica.
La lista prosigue, pero su enumeración se hace monótona. Hoy en día, a mí
entender, el papel de la percepción del significado como factor de la enfermedad ha
quedado incuestionablemente establecido en una amplia gama de dolencias.
Los conocimientos en este área aumentan a un ritmo vertiginoso y sólo apelando a
una definición que convirtiera los efectos de los significados percibidos en
inexistentes (como, por ejemplo, afirmando que todo pensamiento es en definitiva
un hecho físico) podría negarse su importancia.
A pesar de toda esta información, los médicos modernos no se sienten cómodos en
el campo de los significados. En el supuesto de que dichos estudios sean válidos,
¿cómo puede reaccionar el médico ante significados distorsionados en la vida del
paciente? No podrá extender ninguna receta destinada a mejorar la satisfacción
laboral o las relaciones interpersonales, para no mencionar la «felicidad global».
Por consiguiente, a muchos médicos les resulta más fácil negar el papel en la salud
de los significados percibidos que decidir lo que deberían hacer en el caso de que
fueran importantes. Además, mientras se siga subestimando su importancia, el
médico no se verá obligado a cuestionar su propia felicidad global, su satisfacción
laboral, o la riqueza general y la pertinencia de los significados que percibe en su
propia vida.
El precio que se paga por ignorar estos temas es una medicina inadecuada, así como
una gran insatisfacción tanto por parte de los médicos como por la de los pacientes,
que podría remediarse, por lo menos parcialmente, abriendo el campo terapéutico
a la parte de la enfermedad reflejada en los significados. Examinar la forma en que
los curanderos de otras épocas y otras culturas se han servido de los significados
puede que contribuya a que los médicos modernos reconozcan su importancia en la
salud y en la enfermedad. La herencia de métodos chamánicos se remonta por lo
menos a cincuenta milenios, y siempre ha tenido en cuenta la importancia de
los significados, los procesos y las pautas de las enfermedades. ¿Es factible que
los médicos, al sentirse vinculados a estas grandes tradiciones curativas, sean más
propensos a resucitar esta faceta de su arte?
Pero el hecho de reconocer los vínculos con el pasado no es más que uno de los
tantos enfoques posibles; otro sería el de aceptar los descubrimientos de la ciencia
médica actual antes mencionados. Hoy es la propia ciencia médica la que
está empezando a documentar la importancia del significado, de un modo claro y
preciso. Así pues, para reconocer la importancia del significado, los médicos pueden
mirar al pasado o al presente, a la tradición o a la ciencia actual. Si logramos
reaprender la lección del significado, que constituye una parte antiquísima de la
herencia chamánica, puede que hayamos colocado la primera piedra de un
prolegómeno de curación en el que se incluya la vida interior del médico como
elemento fundamental.
¿Cómo y en qué momento hemos perdido la concepción fundamental de que la
vida interior del médico está primordialmente vinculada a su capacidad curativa?
No creo que la respuesta sea demasiado críptica. Nos hemos desentendido de la
misma porque creímos que entorpecía la práctica de una «buena medicina», la
evaluación puramente clínica y el ejercicio justo de la profesión. Nos creímos capaces
de elaborar una medicina totalmente objetiva para la humanidad. Efectivamente,
creímos que realizábamos una buena obra al exorcizar las directrices interiorizadoras
de la medicina, y nuestra última justificación no podía ser más contradictoria: lo
hicimos en nombre de la ciencia. Pero cometimos un error.
Sin embargo, existe otra lección que podemos aprender, en cuanto a la razón por
la que la vida interior del curador ha tenido siempre tanta importancia.
Actualmente podemos afirmar que la razón por la que los chamanes otorgaron
importancia a la introspección espiritual y a las visiones internas del curador, no fue
su carencia de ciencia, ni su incapacidad para razonar tan objetivamente como
nosotros, sino porque la curación, en su máxima expresión, es inalcanzable sin
ellas. Sin dichas cualidades, el curador no puede curar: he ahí la cuestión. La
razón por la que dicho conocimiento no fue jamás desechado a lo largo de la
tradición chamánica no se debe a falta de ilustración, sino, precisamente, a la
sabiduría de los antiguos curadores. En otras palabras, como lo sostienen muchos
estudiosos del chamanismo, el método tuvo éxito mientras perduró.
Quizá el médico moderno, al igual que el chamán, pueda comenzar a explorar
nuevamente su vida interior como parte esencial de su formación, y con el mismo
rigor con que aprende anatomía, fisiología y bioquímica. No pretendo sugerir que los
médicos adopten las formas específicas de las creencias y prácticas chamánicas,
como los ayudantes espirituales, los animales de poder, el uso del tambor y de la
maraca, la utilización de drogas para provocar el éxtasis o el trance. Estas cosas no
son propias de nuestra época y sería absurdo adoptar hábitos ajenos a nuestras
costumbres. Lo que necesitamos desesperadamente del chamanismo es algo mucho
más importante que los formulismos del chamán: debemos recuperar el alma del
curador, ya que eso es lo que hemos perdido.
Reintroducir el «alma» en el arte de la curación no significa insertar una religiosidad
a ultranza, sino más bien el «alma» como medio de concienciación de lo que es
posible, como introspección en la dimensión «terrestre» de toda experiencia. Se trata
de una forma de ver que rescate la totalidad de la vida de ese vacío estéril que se
ha convertido en sinónimo de modernidad. La capacidad de discernir la
dimensión «terrestre» en la totalidad de la existencia nos permitiría ser de nuevo
conscientes de la «verticalidad» intrínseca del mundo, que es la cualidad que Tillich
describió como trágica y lamentablemente ausente de la vida moderna. Sin la
capacidad de conocer la base de toda experiencia, la vida carece de dinamismo. Y
una medicina con una percepción remota de dicha base ya no puede ser
satisfactoria.
Este es, por consiguiente, el gran legado del chamanismo para el curador moderno:
una forma de introducir dinamismo en la vida, una forma de descubrir que el mundo
está encantado y no muerto, y esencialmente, una forma de resucitar el cadáver de
la medicina moderna.
En la Edad Media, el místico cristiano Johannes Eckhart (12601328
aproximadamente) comentó que «no es lo que hacemos lo que nos santifica, sino que
debemos santificar lo que hacemos»." Ésta era la habilidad que el chamán tenía y
que el médico moderno ha perdido; pero no sólo ha perdido la capacidad
de santificar lo que hace, sino incluso la de percibir la cualidad de santidad del
mundo.
¿Somos capaces de escuchar aún el mensaje atemporal del chamán sobre la
importancia de las cualidades anímicas del curador, que posibilitan la recuperación
del sentido de la santidad? De no ser así, la impotencia y la confusión seguirán
caracterizando el futuro de la medicina moderna. Si lo logramos, la medicina se
convertirá una vez más en un camino, en una senda espiritual para el médico,
como siempre lo ha sido para el chamán, recuperando de este modo algo ausente
en la medicina contemporánea: el poder de curación.
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