La Gaceta del FCE. Noviembre de 2008

Anuncio
ISSN: 0185-3716
a
Noviembre 2008
Número 455
Carlos Fuentes
Jorge F. Hernández ■ Alberto Arriaga ■ Mario Vargas Llosa
Ana García Bergua ■ Daniel Rodríguez Barrón ■ Julio Ortega ■ Leopoldo Lezama
■
■
a
a
a
a
Sumario
Ciudades en el tiempo
Jorge F. Hernández
Carlos Fuentes: modisto de tusitalas
Alberto Arriaga
Atavismos anglosajones
Carlos Fuentes
Carlos Fuentes en Londres
Mario Vargas Llosa
El aura de Aura
Ana García Bergua
Chac Mool
Carlos Fuentes
La voluntad y la fortuna
Daniel Rodríguez Barrón
Para recuperar la tradición de la Mancha
Julio Ortega
Éstos fueron los palacios
Carlos Fuentes
Fuentes: Las serpientes, los animales con historias,
dormitan en tus urnas
Leopoldo Lezama
Tres discursos para dos aldeas de Carlos Fuentes
Por Rafael G. Vargas Pasaye
Entre razón y religión. Dialéctica de la secularización de
Jürgen Habermas y Joseph Ratzinger
Por Xochitl Mayorquín
Antología personal de Marco Antonio Flores
Por Javier Ledezma
3
5
7
10
12
13
18
20
24
27
29
30
31
Fotografías interiores: Archivo del fce.
Caricaturas de Carlos Fuentes, plumón sobre servilleta,
tomadas del libro Aire de familia. Colección de Carlos Monsiváis, inba, México, 1995.
Fotografía de portada: Moramay Herrera Kuri.
número 455, noviembre 2008
la Gaceta 1
a
a
Directora del FCE
Consuelo Sáizar
Director de La Gaceta
Luis Alberto Ayala Blanco
Editor
Moramay Herrera Kuri
Consejo editorial
Sergio González Rodríguez, Alberto
Ruy Sánchez, Nicolás Alvarado, Pablo Boullosa, Miguel Ángel Echegaray, Martí Soler, Ricardo Nudelman,
Juan Carlos Rodríguez, Citlali Marroquín, Paola Morán, Miguel Ángel
Moncada Rueda, Geney Beltrán Félix, Víctor Kuri.
Impresión
Impresora y Encuadernadora
Progreso, sa de cv
Formación
Miguel Venegas Geffroy
Versión para internet
Departamento de Integración
Digital del fce
www.fondodeculturaeconomica.com/
LaGaceta.asp
Carlos Fuentes, más que un escritor, es un personaje que ha gravitado por décadas y
décadas en el imaginario de México. No sólo es el literato vivo más reconocido internacionalmente con el que contamos, sino que es uno de los pocos novelistas mexicanos que habitan las vastas llanuras de la literatura universal. Fuentes puede ser querido u odiado, reconocido o vituperado, pero jamás negado. Pertenece a esa extraña
raza de escritores que se confunden con la literatura misma, que se desdoblan en un
yo físico y en un yo metamórfico, hecho de palabras, de frases que han sido escritas
a lo largo de los tiempos por otros grandes escritores. Parece que leyó todo, y que
todo lo que ha leído nos lo regresa como una realidad que supera a aquella que vivimos cotidianamente. Por eso puede afirmar que cuando escribió La región más transparente, no estaba escribiendo sobre la Ciudad de México, la nuestra, sino sobre otra
ciudad, una que él inventaba a través de su escritura, y que, a fin de cuentas, terminó
por convertirse en la verdadera Ciudad…, la de todos nosotros. Ésta es la fascinante
magia de la literatura, o —no lo olvidemos— del mito: encarnarse como algo más real
que la burda realidad, perdiéndose en sus dobles y en sus múltiples bifurcaciones, en
laberintos que desembocan en la tan anhelada identidad, extraña palabra que designa
un espacio habitado por simples imágenes, imágenes que sólo un buen escritor sabe
mostrar, sacar a la luz, volver mito, o simple literatura… finalmente palabra. El sentido está cifrado en la diversidad, en el texto que nunca termina de escribirse, que se
reescribe y se reescribe ad infinitum, y cuyo último creador es el propio lector. Fuentes es tan real o irreal como su propia literatura, dejándole siempre la última palabra
al lector. Pero mejor que él nos lo explique: “… releyendo el ‘Pierre Menard’ me
decía: claro que Pierre Menard puede reescribir el Quijote releyendo el Quijote porque
es lo que hace al texto más rico, increíblemente incomparable en relación con el texto contemporáneo de Kafka y Borges. Entonces, concederle el lugar al lector es decisivo, porque es el único que puede escribir la novela finalmente; de allí la creación
de un personaje fundamental en Cristóbal Nonato, que es el Elector, el lector que elige
y que lee y que ocupa ese espacio. Que acepte la invitación a ocuparlo es otro problema, pero mi deseo es reservarle ese espacio”.
Este número de la Gaceta festeja los 80 años de vida de tan inasible personaje…
Carlos Fuentes. G
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera
Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques
del Pedregal, Delegación Tlalpan,
Distrito Federal, México. Editor responsable: Moramay Herrera. Certificado de Licitud de Título 8635 y de
Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de
Publicaciones y Revistas Ilustradas el
15 de junio de 1995. La Gaceta del
Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22
de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: pp09-0206.
Distribuida por el propio Fondo de
Cultura Económica.
ISSN: 0185-3716
Correo electrónico
[email protected]
2 la Gaceta
número 455, noviembre 2008
a
Ciudades en el tiempo
a
Jorge F. Hernández
Supongo que para muchas personas la confección de una autobiografía supone de manera voluntaria, o bien involuntaria, la
realización de una autogeografía. Aunque la evocación de una
vida privilegia fechas y apellidos, nombres y hechos determinantes, anécdotas, logros o frustraciones por encima de muchos capítulos, por debajo de los párrafos, entre las líneas de
esas páginas entrañables se asoman paisajes de memoria, ciudades en el tiempo.
Si de escritores se trata, apuntalemos la suposición de que
su retrato biográfico —aun con la exhaustiva nómina de familiares y amigos, curricula de estudios o laboral, etc.— no podría decirse terminado si no incluyese los lugares donde ha
vivido, las ciudades que habitó y las que soñó con adoptar a lo
largo de su vida y obra. En ese mismo ánimo podría agregar la
valiosa necesidad de acompañar a las biografías de los escritores que nos interesan con una suerte de autobibliografía donde
todo lector pudiera explorar sus andanzas en libros, compartir
autores queridos o distinguir diferencias poéticas.
De contar con autobibliografías de nuestros escritores admirados podríamos mejorar la lectura que hemos hecho del Quijote de Cervantes precisamente por saber cuáles y cuántos libros hizo que enviaran a la hoguera el Cura y el Barbero, con
sus porqués atados a los gustos y rencillas del propio autor;
quien quisiera seguirle la ruta de su martirio a Oscar Wilde
tendría el útil recurso de conocer que, aunada a la condena de
cárcel, se le endilgó la majadera prohibición de libros para su
celda y, luego, descubrir que poco a poco lo dejaron volver a
leer… en la nómina de libros que Wilde pudo leer en el último
trayecto de su vida hay claves de su biografía tanto o más valiosas que las listas de los libros con los que se formó en su
juventud. A estos dos ejemplos podríamos sumar muchos más:
las lecturas de Simenon o Faulkner que tanto hipnotizaron a
Gabriel García Márquez, el apego que sentía Borges por la
prosa de Stevenson o lo mucho que significan hoy en día para
tantas autobibliografías la fácil posibilidad de leer a Pessoa o
sentirnos herederos de Alfonso Reyes. Es posible que en la
cartografía que trazara Carlos Fuentes para una Geografía de la
novela, como vehículo que multiplica al mundo, como prisma
donde se prolongan todos los planos de la realidad, esté también implícito el conducto para afirmar que todo novelista
transpira, a su vez, una geografía personal de lecturas. Desde
niños, llevados de la mano de Salgari o en las aventuras de
Pinocchio, el lector que sueña con volverse novelista inicia los
trazos de una geografía particular de lecturas con las que empieza a pintar el mapa más veraz de su biografía.
Por lo mismo, soy de la idea de que la literatura de Carlos
número 455, noviembre 2008
Fuentes ha sido leída, celebrada, complementada por incontables estudios críticos, metaliterarios, tesis doctorales precisas,
reseñas minuciosas y no pocas biografías, de fechas, apellidos,
nombres, premios y hechos consustanciales a sus párrafos, mas
falta una autogeografía donde se registren las coordenadas de
sus ciudades en el tiempo. Ahora que muchos autores, estudiosos, críticos, figuras públicas y lectores en general se unen a
festejarlo por sus ochenta años de vida y los cincuenta años que
cumple La región más transparente, se me ocurre proponer, por
ejemplo, un libro que podría titularse Ciudades en el tiempo. Una
autogeografía de Carlos Fuentes.
Plagado de citas de sus propias obras, salpicado de párrafos
donde él mismo ha evocado los lugares donde ha vivido, soñado o escrito, ese libro podría ser una suerte de Atlas de Lugares
Literarios, ciudades retratadas en el tiempo: así como eran precisamente cuando Fuentes las vivió y así como son ahora,
idénticas y diferentes, localizables y perdidas. Sobre un Índice
cuyos capítulos fundamentales serían los retratos de la Ciudad
de México, París, Washington, D.C., Santiago de Chile, Buenos Aires y Londres, se antoja iniciar el recorrido con poblaciones de indios yaquis en Sonora, Santander en España y
Darmstadt en Renania (hoy Alemania) para complementar el
mural biográfico de donde provienen sus ancestros. Se me
ocurre viajar a la Ciudad de Panamá, en viejas fotografías de
blanco y negro y mañana mismo, para intentar la acuarela tropical del paisaje donde nació.
Ese libro tendría que incluir retratos de Ecuador, Uruguay
y Brasil, postales en amplio formato de las ciudades universitarias de los Estados Unidos donde Fuentes ha impartido clases,
así como las calles y fachadas de Cambridge en Inglaterra…
Barcelona y Madrid, por tantas cosas y calles que no caben
ahora en párrafos… Praga desde aquel viaje legendario con
Cortázar y García Márquez en busca de Kundera… Roma,
Venecia, Florencia, toda la Italia de cine y de libros…Incluso,
las buenas conciencias que queden en Guanajuato, fantasmas
en Chinameca o cierta neblina que en Suiza rodeaba la trama
de su relato “Una alma pura”, la playa específica donde duerme
“Chac Mool” y la calle de Donceles, en la vieja casona donde
todos los que nos hemos convertido en Felipe Montero buscamos sin encontrarle el número a la puerta, para siempre encontrarnos con Aura.
Me concentro en los capítulos y auguro que el retrato
de Washington, D. C. durante los años del New Deal de F. D.
Roosevelt, la calle de la primaria Henry D. Cooke o el mural
de la vieja Embajada de México, quedarían reflejados y refractados con las digitales imágenes de hoy en día, donde a Barack
la Gaceta 3
a
Obama le toca proponer un nuevo trato para salvar al mismo
país de una depresión parecida, donde las primarias públicas
privilegian ahora a la mayoría de la población que antiguamente llamábamos negra y ahora africana-americana y donde la
vieja Embajada es ahora Instituto Cultural de México, con el
intacto mural donde está retratado el niño Carlos Fuentes, de
sombrero y de perfil.
Que ese libro sea la autogeografía que viaje a la Ciudad de
México de hoy, contrastando sus muchas caras, con la urbe que
fue de transparencias ya perdidas. Que entre sus personajes se
perfilen los nietos de Artemio Cruz, los recuerdos de Laura
Díaz y todos los nuevos Ixca Cienfuegos que han cambiado de
tonadita en sus voces, sobrevivientes de los tranvías, emisarios
de los teléfonos celulares en cada puesto de jugos y en toda
taquería. Pensar que en la Tenochtitlán de hace medio siglo
hubo toreros mexicanos que llenaban la Monumental Plaza de
Toros, domingo a domingo y que, hoy y con veintidós millones
de villamelones potenciales, no se llenan sus tendidos salvo en
milagrosas tardes cuando vienen de conquistadores irrebatibles
los toreros españoles.
Ciudades en el tiempo, Buenos Aires que aún conserva cafés,
librerías, teatros y parques en sepia, al filo del neón post-Menem o Santiago de Chile que vuelto a la democracia no olvida
las bombas en La Moneda, como tampoco las calles por donde
jugaba Fuentes con su compañero Torreti, los primeros cuentos en el Boletín del Instituto Nacional de Chile o los climas
del Frente Popular. Ciudades en el tiempo, París visto desde la
azotea de la Embajada de México o a la orilla del río Sena donde la belleza se viste de blanco al viento, los niños se bañan con
Luis Buñuel de testigo y Ciudades en el tiempo, Londres que
Fuentes visitó cuando aún sus calles olían a pólvora y hambre,
frescas las heridas de los bombardeos y Londres hoy mismo
donde escribe Fuentes el incansable, con la crema de los amaneceres, para luego caminar por la tarde entre cementerios de
jóvenes caídos en la Primera Guerra Mundial…
Concluyo que quiero intentar la Autogeografía de Carlos
Fuentes por pura deuda de gratitud. Son muchos párrafos los
que le debo, cuentos inolvidables, novelas ejemplares, ensayos
con luz, artículos pensantes, críticos, polémicos. Concluyo
que, en realidad, el lector común no se contenta con los libros
en cuanto el autor contagia admiración: le seguimos la biografía, le buscamos la bibliografía y, conscientemente o sin querer,
le trazamos rutas en los mapas, marcando con alfileres las ciu-
4 la Gaceta
a
dades donde sabemos que es leído, las universidades que lo
honran, las bibliotecas que lo festejan y, sobre todo, los pueblos, paisajes, parajes y ciudades donde ha escrito y escribe,
donde descansa o visita de paso.
En realidad, parece antojo, pero se vuelve urgencia fácil: lo
saben quienes han viajado a París por respirar lo que leímos en
Balzac y hay una sutil diferencia entre quienes fotografían hasta el hartazgo a la Mona Lisa en el Louvre y quienes nos acercamos a la casa de Victor Hugo como quien visita un santuario;
lo saben quienes aún tenemos pendiente pisar la torre de Montaigne y caminar las mismas calles que, en algún perdido ayer,
inspiraron párrafos perfectos de Stendahl; lo saben quienes
leen cada calle de Madrid como si los pasos fuesen dictados por
Galdós y lo saben quienes no pueden evitar caminar Roma en
versos, andar a ciegas por Buenos Aires o recorrer San Francisco de acuerdo con el preciso recorrido que revelan las páginas
de El Halcón Maltés. Lo hacemos por el afán de estar en los
lugares leídos, pero también por la honrada filiación de conversar con los autores que nos llevaron allí, por primera vez,
por obra y gracia de sus obras. Lo hacemos por el sortilegio de
imaginar lugares imposibles, por el riesgo de verificar que el
Londres de Dickens sigue intacto mas invisible, por las ganas
de regalarle en silencio, como quien corresponde un regalo,
sincronicidad y coincidencia a quien nos escribió desde allí una
novela como si fuese una carta, un cuento como postal, una
crónica dirigida directamente a nuestra lectura.
Si pudiera, por cada uno de sus ochenta años de vida, le
regalaría hoy a Carlos Fuentes ochenta vistas, con sus propias
citas, de todos esos lugares y ciudades en el tiempo donde ha
vivido y escrito. Intentaría filmar en película sin sonido,
zoom-in desde el espacio, la calle, el edificio, el preciso instante en que vio por primera vez a Silvia, y le regalaría hologramas vividos de un atardecer en Princeton donde se escuchen
las risas de sus hijos y la noche estrellada de su propia infancia
donde se filtrara de fondo una conversación de sus padres
entre paredes pobladas con libros. Intentaría en párrafos recuperar transparencias en blanco y negro de vistas aéreas de
la Ciudad de México de hace medio siglo superpuestas al caleidoscopio actual de todos nuestros colores; pintaría el mural
milimétrico de las calles de todas sus ciudades en el tiempo,
una cartografía de sus novelas, mapas de sus cuentos, planos
de sus ensayos, cartas de navegación de sus artículos y discursos… todo por leerlo. G
número 455, noviembre 2008
a
Carlos Fuentes: modisto de tusitalas
a
Alberto Arriaga
“Carlos Fuentes, dos veces bueno”, dijo el admirador número
uno del autor de Aura, Gabriel García Márquez, cuando evocó la generosidad de su amigo, quien anhela o anhelaba un
mundo habitado exclusivamente por escritores. Y es que desde el complejo Ixca Cienfuegos de La región más transparente
(1958) y el atribulado Jaime Ceballos de Las buenas conciencias
(1959), hasta la memoriosa cabeza que recuerda la vida de
Josué Nadal en La voluntad y la fortuna (2008), los héroes
fuentesianos van ganando peso conforme pasa el tiempo
mexicano, circular a pesar de sus habitantes. Ahora que
Pepsicóatl parece más venerable que Quetzalcóatl, sepultando a su mimesis en la costura literaria al uso, Fuentes es dos
veces bueno porque sus novelas, aunque las últimas seis o
siete hayan sido más alardes de talento que novelas imprescindibles, siguen siendo como un Blackjack abierto que pide la
participación del lector: su semejante, su hermano. Dice el autor en Cervantes o la crítica de la lectura: “Los personajes son,
como el vaso en el poema de Gorostiza, forma transparente,
molde pasajero del agua verbal que apenas dicha, derramada,
se convierte en palabras escritas: nadie sabe cuánto dice,
cuánto evoca, cuánto escribe al hablar: una palabra dicha
—dicha de la palabra— libera una constelación de palabras,
de cifras, de ayuntamientos verbales nuevos y antiguos, laten-
número 455, noviembre 2008
tes, premonitorios u olvidados.” De otra forma sería imposible sobrevivir a esa feroz confluencia de tiempos en uno
mismo que clausuró la discusión bizantina sobre la idea de
México: es que hay varios Méxicos, dijo Fuentes hace 40
años, y los sabios del Hiperión mexicano enmudecieron.
Pero más allá de la discusión sobre la identidad nacional
(que en estos años de conmemoraciones vendría traer a cuento a los héroes en mangas de camisa de Ibargüengoitia para
confrontarlos ante el bronce deslustrado del aniversario institucional), el Estado corrupto y represor, la gran familia
mexicana o la Historia, Carlos Fuentes ha aprovechado las
más distintas coyunturas políticas o temporales para dar otra
vuelta de tuerca a la tradición y a la misma coyuntura de la
realidad, haciendo valer sus poderes extraordinarios de Tusitala mayor. Si existe entre nosotros un ejemplo de la prueba
superada de una angustia de las influencias (Harold Bloom
dixit), ése es Carlos Fuentes. No hay en la literatura mexicana
un novelista más astuto: transitó por el pantano de la nouveau
roman, y salió indemne; se adentró no sin osadía por los monólogos interiores y el psicologismo, y salió indemne; pisó el
terreno firme de la novela histórica tomando por los cuernos
al costumbrismo, y salió indemne; homenajeó a la Rayuela de
Cortázar, y salió indemne; y tiempo después, comenzó a es-
la Gaceta 5
a
cribir literatura a partir de la literatura misma o de la reflexión literaria, encarando así las influencias, y también aquí
salió indemne, todo esto mientras era una moda escribir así,
como Cervantes con las novelas de caballería. Porque más
sabe el diablo por viejo que por diablo, publicó su más reciente novela, La voluntad y la fortuna, en un momento clave de la
historia de México, y la historia en esta ocasión trata sobre un
Estado gobernado por el crimen organizado, cuyos tentáculos manipulan las más altas esferas políticas. ¿El narrador?
Una cabeza, la de Josué Nadal, de esas que tanto abundan en
todo el país, que antes de llegar al mero meollo de la historia
se permite trazar su educación sentimental, surgiendo así el
efecto Fuentes: de tan localizables en el tiempo, los personajes parecen atemporales, presentándose como arquetipos. Es
pertinente entonces recordar la geografía de la novela que
trazó en La nueva novela hispanoamericana (1969) a propósito
de Cien años de soledad:
“Como en Faulkner, en García Márquez la novela es autogénesis: toda creación es un hechizo, y una fecundación andrógina del creador y en consecuencia un mito, un acto fundamental .[…] Auténtica revisión de la utopía, la épica y el mito
latinoamericanos, Cien años de soledad domina, demonizándolo,
el tiempo muerto de la historiografía a fin de entrar, metafórica, mítica, simultáneamente, al tiempo total del presente .[…]
Uno de los aspectos extraordinarios de la novela de García
Márquez es que su estructura corresponde a la de esa historicidad profunda de la América Española: la tensión entre utopía, epopeya y mito.”
El mito fuentesiano es el mito de sí mismo. Una de las mayores obras de tesis en nuestro idioma ofrece sus momentos
estelares en algo así como la literatura intervenida. O en otras
palabras: así como los artistas plásticos intervienen fachadas y
plazas públicas, Carlos Fuentes interviene la literatura con la
suya propia, y acaso hoy, a sus 80 primaveras, este truco haga
verse a Fuentes más joven que nunca. Pin ups o covers, le dicen
en el mundo discográfico. Ejemplo reciente de ello es un cuento que publicó La revista de la Universidad de México (número
36, febrero 2007), “El prisionero del Castillo de If”, donde El
conde de Montecristo, la novela de Dumas, se convierte en un
falso diálogo en segunda persona a la manera de Aura. Algo
parecido sucede con el relato “Vlad”, incluido en Inquieta compañía. Independientemente del enigma que plantean los huecos de “La edad del tiempo”, el título bajo el que el propio
autor agrupó toda su obra, son los cuentos en donde encontramos mejor depurada la intervención literaria, la capacidad de
superar al modelo. La división editorial de Cuentos naturales y
Cuentos sobrenaturales, hecha por Alfaguara, eficaz para localizar
el material cuentístico de Fuentes, sirve además para recordarnos lo relativo de los géneros. No parece haber frontera entre
los reinos imaginarios y los reales para Carlos Fuentes. A fin de
cuento, todo es ficción. Mientras que en relatos como “Pantera en jazz” (acaso el mejor del volumen de Cuentos sobrenaturales) se pone en práctica lo mejor de la tradición fantástica, en
“Un robot sacramentado” y “Un fantasma tropical” se reinventan mitos, genealogías y cánones. Una vez más, Fuentes
6 la Gaceta
a
sale indemne de la batalla contra la angustia de las influencias.
¿Y por qué los cuentos de Fuentes resultan más sobrecogedores que sus novelas, ahora, cuando Pepsicóatl y Quetzalcóatl
renuevan su idilio por las calles del D.F.? Habría que recordar
a otro de los amigos de Fuentes: durante el invierno de 1967,
el autor de Los días enmascarados visitó Londres con la intención
de quedarse ahí un buen rato. Venía de trotar por todo el mundo, y el primer lugar al que llegó fue el departamento de Mario
Vargas Llosa. Cambio de piel acababa de ver la luz, y la novela
tenía maravillado al autor de Los cachorros:
“Cambio de piel me parece un testimonio asombroso, casi
absoluto, de lo que constituye la moda presente, en la literatura, la pintura, el cine, el teatro, la crítica. Le hablo de los capítulos que trasponen, mediante proezas verbales, películas,
cuadros, dramas o teorías de mayor vigencia contemporánea.
Yo pienso que él se ha propuesto convertir en ficción todo
aquello que, en cierto modo, ocupa la primera plana de la actualidad en diversos dominios culturales y sociales: construir
una novela que sea, al mismo tiempo, un manual de mitología
moderna.”
Debido a esas ganas de intervenir la realidad cotidiana, de
superar el fresco costumbrista, no sólo Cambio de piel, también
La región más transparente deparan un efecto acaso distinto al
que calculó su autor. En una y otra aparecen los lenguajes de la
sociedad, pero no parecen tomados de la realidad, sino recreados artificiosamente para que la realidad los imite. El “manual
de mitología moderna” quiere aparecer nuevamente en La voluntad de la fortuna, donde un ama de casa de los albores del
siglo xxi discrimina a la servidumbre con frases de los años 50.
En estas novelas, Carlos Fuentes parece más un guionista que
un reportero de ese filme llamado posmodernidad. O aún mejor: Carlos Fuentes es como un sastre literario que exagera las
convenciones para darles la vuelta, para superarlas, para enterrarlas de una vez por todas con una versión mejorada, provocadora, deslumbrante.
A sus 80 años, Carlos Fuentes promete más novelas. De
acuerdo con su página de internet, en “La edad del tiempo”, el
título que agrupa la totalidad de su obra, que a su vez se divide
en 15 apartados, aparecen varios libros “en preparación”: La
hueste inquieta (El mal del tiempo), La novia muerta; El baile del
centenario (El tiempo romántico); Emiliano en Chinameca (El
tiempo revolucionario); El camino de Texas (El tiempo Político);
Aquiles, o el guerrillero y el asesino; Prometeo, o el precio de la libertad (Crónicas de nuestro tiempo). ¿Cuál será el siguiente diseño? Seguramente alguno que nos recuerde ciertas palabras de
Chesterton: un heterodoxo y conservador, en medio de un
mundo normado por la heterodoxia, será el verdadero rebelde. La
nueva novela hispanoamericana es un libro que no ha envejecido:
“Pero si el lenguaje de la barbarie desea someternos al determinismo lineal del tiempo, el lenguaje de la imaginación
desea romper esa fatalidad liberando los espacios simultáneos
de lo real .[…] Escribir sobre América Latina, desde América
Latina, para América Latina, ser testigo de América Latina en
la acción o el lenguaje significa ya, significará cada vez más, un
hecho revolucionario.” G
número 455, noviembre 2008
a
a
Texto tomado de La Gaceta del fce, número 128, publicada en
agosto de 1981.
número 455, noviembre 2008
la Gaceta 7
a
a
8 la Gaceta
número 455, noviembre 2008
a
a
número 455, noviembre 2008
la Gaceta 9
a
Carlos Fuentes en Londres*
a
Mario Vargas Llosa
Apareció de improviso, en mi casa, un domingo a las diez de la
mañana, el primer momento no lo reconocí: llevaba barba y un
paraguas, botas, una larga casaca de terciopelo verde con cuatro pares de botones, y una corbata que era una llamarada. No
lo veía hacía seis meses y lo creía en Venecia, me habían dicho
que vivía allá en el primer piso de un viejo palacio, que estaba
encerrado a piedra y lodo, que terminaba una novela. Era cierto, me dice, pero ya se despidió de Italia, acababa de llegar a
Londres y venía a quedarse. ¿Cuánto tiempo? Se encogió de
hombros y se rió: seis meses, un año, dos años, quién sabía.
Pero pensaba que Londres era una ciudad ideal para trabajar y
armaría aquí su tienda y su escritorio. Hace más de dos años
que dejó México y desde entonces vive así, brincando de un
lado a otro: París, España, Italia, Estados Unidos, ahora Londres. Mientras yo me afeito, él hojea unas revistas, y conversamos sin vernos, a gritos: ¿no pensaba volver a México aún? No,
de ninguna manera. Volvería más tarde, cuando le fuera indispensable verificar ciertas cosas en las sierras de Veracruz: allí
estaban ambientados los episodios finales de la novela sobre
Zapata. Le pido que me cuente algo de ese libro y él se repliega: no era muy fácil, todavía era un simple proyecto lleno de
cosas oscuras. Me habla, en cambio, de otra novela, que tiene
ya muy avanzada y que lo exalta mucho: una novela muy larga
y, en cierto modo, de anticipación histórica. El capítulo final es
un apocalipsis bélico, el enfrentamiento final del imperialismo
y la revolución en tierras mexicanas. Un incendio atroz de
napalm y fósforo, una orgía de ruido y sangre. Tiene, me dice,
una enorme documentación sobre las nuevas armas antiguerrilleras que utilizan las tropas norteamericanas en Vietnam: artículos, libros, reportajes, fotos. Me habla de esas bombas de
fragmentación que llaman “perros cansados”, bombas que al
estallar propagan en torno una lluvia de pequeñas bombas que
al estallar propagan otras lluvias de bombas más pequeñas y así
sucesivamente. Él quiere testimoniar sobre esos horrores en su
libro, mostrar que las visiones más sádicas de la ciencia ficción
son actualmente, en ciertas partes del mundo, realidad cotidiana.
Salimos a la calle, buscamos un café, y él sigue hablando.
Está de muy buen humor, se le nota contento y pletórico de
proyectos. Ha trabajado mucho estos últimos seis meses en
Venecia, me dice. En varias cosas a la vez: retocando un libro
de ensayos sobre literatura latinoamericana que publicará
* Texto tomado de la revista Caretas, Lima N° 363, 8 al 17 de
noviembre, 1967.
10 la Gaceta
Mortiz a fin de año, en los primeros capítulos de esta nueva
novela, y en dos obras de teatro. Aquí —señala la calle abarrotada de hippies que se calientan al sol débil del otoño londinense—, trabajará bien: está seguro de que esta ciudad es
tranquila y estimulante. Por eso, le precisa encontrar un departamento de una vez. En el hotel no puede escribir y cuando él
no hace esto —teclea con los diez dedos sobre la mesa del café,
pero a mí no me engaña, yo sé que es un pésimo mecanógrafo,
que escribe sólo con un dedo— se siente mal.
Le pido que me hable un poco de Venecia, esa ciudad de
mercaderes inescrupulosos y aguas hediondas, y él cree que yo
estoy bromeando: una de las más bellas del mundo, dice. Trabajó mucho hasta que comenzó el Festival de Cine (él fue jurado, junto con otros escritores: Moravia, Goytisolo, Susan
Sontag), porque, claro, entonces la vida se convirtió en un
vértigo desenfrenado. Él fue uno de los que defendió con más
pasión la película de Buñuel, que se llevó el Gran Premio. Y a
propósito: otro de sus proyectos en carpeta es un libro sobre
Buñuel. Al terminar el Festival, hubo una fiesta. Se ríe a carcajadas: una fiesta increíble, de disfraces. Marquesas, cortesanas,
estrellas de cine aparecían enfundadas en atuendos inspirados
en Levi-Strauss, en Roland Barthes, en Lacan y en Althusser.
El estructuralismo, la antropología, el marxismo convertidos
en bonetes, túnicas, prendedores, zapatos y corbatas: un caso
de canibalismo extraordinario, dice. La moda se apodera de
todo para sus fines, ahora la literatura, el arte y la ciencia también sirven de paso a esas fieras voraces, les suministran materiales explosivos que ellas adulteran y asimilan y convierten en
ceremonia, en oropel, en juego.
Hablemos un poco más de la moda, le digo, precisamente
de la moda. ¿A él no lo provee, también, en los últimos tiempos, de materiales para sus libros? No lo digo como un reproche, no estoy sugiriendo que en ellos la moda sea un fin, sino
un medio.
Pero me gustaría saber si él es consciente de ello. Ya en Zona
Sagrada, pero, sobre todo, en su última novela, Cambio de piel
(que acaba de ser editada en Italia con gran éxito de crítica), la
moda es una presencia invasora y constante, en la ambientación de los episodios, en la definición de los personajes, el
punto de referencia más usado por el autor. Le digo que, en
este aspecto, Cambio de piel me parece un testimonio asombroso, casi absoluto, de lo que constituye la moda presente, en la
literatura, la pintura, el cine, el teatro, la crítica. Le hablo de
los capítulos que trasponen, mediante proezas verbales, películas, cuadros, dramas o teorías de mayor vigencia contemporánea. Yo pienso que él se ha propuesto convertir en ficción todo
número 455, noviembre 2008
a
aquello que, en cierto modo, ocupa la primera plana de la actualidad en diversos dominios culturales y sociales: construir
una novela que sea, al mismo tiempo, un manual de mitología
moderna. Él me mira escéptico. Me habla de México, de esa
sociedad dual en la que hay, de un lado, una burguesía industrial próspera, cuyas costumbres y modelos culturales corresponden a los de las grandes sociedades de consumo, y del otro,
un sector rural anacrónico, esclavizado aún a una economía de
mera subsistencia. Cambio de piel, me dice, parte de ese desgarramiento, esa áspera dualidad mexicana es su supuesto. Las
citas o “Pastiches” que en el transcurso del libro van apareciendo, son imágenes que expresan el mundo de supercherías,
disfraces y tabúes dentro del que se mueve el sector desarrollado, que imita a Europa o a los Estados Unidos. Pero su novela
quiere ser, ante todo, literatura, realidad verbal, creación de
lenguaje. Y es, también, una reacción contra el psicologismo
que, a su juicio, distorsiona y hiela la captura de la realidad por
la palabra. En Cambio de piel, en efecto, todo está mostrado a
través del gesto y la máscara, la narración rehúsa sistemáticamente penetrar en la conciencia de los personajes y se concentra en sus movimientos, sus ademanes, sus diálogos y sus sueños. Tardó cuatro años en escribir este libro ambicioso y vasto,
cosmopolita, y ya los organismos de censura lo han vetado por
“inmoral y anticristiano”. Pero, al igual que en Italia, se está
traduciendo ya en una docena de países.
Hemos salido a caminar, damos vueltas por las inmediaciones de Earl’s Court, y le pregunto sobre sus obras de teatro.
¿Se estrenarán pronto? Debe corregirlas, todavía no están acabadas del todo. Pero ya tiene en la mente el tema de otro drama, muy complejo y difícil, de índole histórica: las relaciones
entre Moctezuma y Cortés. La idea nació del día que vio la
obra de Pete Schaffer, The Royal Hunt of the Sun, situada en la
época de la conquista del Perú, y cuyos personajes centrales
número 455, noviembre 2008
a
son Atahualpa y Pizarro (hay entre ellos una interminable
discusión teológica). El drama de Schaffer le pareció frustrado: pero en cambio le pareció muy válida la tentativa de describir el choque de dos culturas, en territorio americano, a
través de dos personajes históricos: uno indígena, el otro español. Trabajará en este proyecto, me dice, apenas se instale
en Londres.
Habla de modo que resulta contagioso. Cuando habla de lo
que está describiendo, o de lo que acaba de leer, o de lo que
hará mañana, parece que estuviera diciendo me saqué la lotería. Con perversidad le cuento que oí a alguien, no hace
mucho, decir que atacar a Carlos Fuentes se había convertido
en el deporte nacional mexicano. Él se ríe, feliz: como chiste es
excelente, dice. Él no tiene tiempo para atacar a nadie, en todo
caso: con escribir, leer y viajar ya tiene de sobra. Pero la verdad
es que se da tiempo para hablar de la gente que aprecia o admira: Julio Cortázar, por ejemplo. Piensa que es, tal vez, el
creador más alto de la lengua hoy en día, y también un ejemplo
a seguir como hombre comprometido con su vocación, entregado a ella en cuerpo y alma. Me habla también con fervor de
Octavio Paz, de su pensamiento penetrante, desmitificador y
universal, y de su poesía, cada vez más despojada y esencial.
Luego, habla de las últimas películas y piezas de teatro que ha
visto. No lleva cuarenta y ocho horas en Londres y ya sabe
cuáles son los mejores films de la cartelera, las obras de teatro
que es indispensable ver. ¿Cómo hace para estar en todo a la
vez, para no ser tragado por la vorágine de la actualidad? Él se
las arregla para leer todo lo que importa —libros, revistas y
artículos de periódicos—, para ver todos los espectáculos de
interés, viaja constantemente y mantiene una correspondencia
amazónica, y nada de esto lo aparta de su trabajo de escritor, al
que dedica cuatro o cinco horas diarias. ¿Cómo hace? Él, claro,
se ríe: es un secreto profesional, dice. G
la Gaceta 11
a
El aura de Aura
a
Ana García Bergua
Nos encontramos a 46 años de la aparición de Aura, la pequeña novela con que en 1962 Carlos Fuentes desplegó ante los
lectores mexicanos una de sus grandes lecciones de virtuosismo estilístico. Cuarenta y seis años, y el encantamiento de
Aura persiste, de manera similar a aquel que su anciana protagonista ejecuta para recuperar su juventud en una versión
alterna y fantasmal, ese gólem de sí misma que invoca mezclando de manera misteriosa mitos, hierbas y gestos de distintos países.
La casa oculta de la vecindad puede ser el mismo libro al
que los lectores, eternos Felipes Monteros, retornamos de
manera cíclica, en las a veces venerables y a la vez pasajeras
construcciones de nuestros libreros. “Levantarás la mirada a
los segundos pisos: allí nada cambia. Las sinfonolas no perturban, las luces de mercurio no iluminan, las baratijas expuestas
no adornan ese segundo rostro de los edificios. Unidad del
tezontle, los nichos con sus santos truncos coronados de palomas, la piedra labrada del barroco mexicano, los balcones de
celosía, las troneras y los canales de lámina, las gárgolas de
arenisca. Las ventanas ensombrecidas por largas cortinas verdosas: esa ventana de la cual se retira alguien en cuanto tú la
miras, miras la portada de vides caprichosas, bajas la mirada del
zaguán despintado y descubres 815, antes 69.”
Sinfonolas y tezontle, baratijas y gárgolas, cuarenta y seis
años de literatura mexicana rodean a esa pequeña ventana de
cortinas verdosas y apenas 61 páginas desde la que el libro nos
llama y nos invita a entrar, una y otra vez, en su renovado encantamiento. La mezcla tan lograda de elementos conserva su
carácter mágico y ritual. La anciana Consuelo invoca a Aura, y
también la novela recobra la juventud en cada relectura de
aquella prosa que se dirige a Montero y también a nosotros los
lectores, ese tú que sigue salvando sus escollos y llega, certero,
a sus destinatarios. Lectores cautivos, hechizados, transfigurados por la lectura de esta pequeña joya que se hila a una tradición sajona más antigua, desde los fantasmas de M. R. James
hasta los de Henry James, pasando por Mary Shelley y Edgar
Allan Poe y —ya se ha dicho hasta el hartazgo pero es cierto—
la teje y la incorpora a una época renovadora y profundamente
enriquecedora de la prosa mexicana.
“… ella levanta los puños y pega al aire sin fuerzas, como si
librara una batalla contra las imágenes que, al acercarte, empiezas a distinguir: Cristo, María, San Sebastián, Santa Lucia,
el Arcángel Miguel, los demonios sonrientes en esta iconogra-
12 la Gaceta
fía del dolor y la cólera: sonrientes porque, en el viejo grabado
iluminado por las veladoras, ensartan los tridentes en la piel de
los condenados, les vacían calderones de agua hirviente, violan
a las mujeres, se embriagan, gozan de la libertad vedada a los
santos. Te acercas a esa imagen central, rodeada por las lágrimas de la Dolorosa, la sangre del crucificado, el gozo del Luzbel, la cólera del Arcángel, las vísceras conservadas en frascos
de cristal, los corazones de plata…”
En el altar de Aura, Carlos Fuentes mezcló toda clase de
simbolismos: desde la demonología y las brujas perseguidas
por la Inquisición hasta los dioses aztecas ávidos de sangre,
tamizados por toda la imaginería cristiana que desde la conquista ha producido aquella mezcla alucinada y furibunda —la
del “dolor y la cólera”— que es nuestro raro país. Quizá no
hizo sino poner en evidencia a aquellos fantasmas que estaban
en el aire y siguen ahí, y tanto espantaron al antiguo secretario
de Gobernación —célebre anécdota que se sumará por siempre al libro, al otorgarle un cierto prestigio numinoso y medieval. Aquellos variados simbolismos, la trasposición de realidades y fantasmas, la identidad que queda olvidada, abandonada
junto con la ropa en alguna silla de la habitación, el erotismo y
el amor —porque Aura es una novela de encantamientos, de
fantasía, pero también es una gran novela romántica que aspira
a la pervivencia del amor después de la muerte— se encuentran
perfectamente imbricados en una de las más bellas y fluidas
prosas mexicanas, una prosa que lleva al lector a su propia y
ritual entrega al libro: “También tú murmuras esa canción sin
letra, esa melodía que surge naturalmente de tu garganta: giran
los dos, cada vez más cerca del lecho; tú sofocas la canción
murmurada con tus besos hambrientos sobre la boca de
Aura…”.
Y terminamos la relectura de Aura, como siempre, transfigurados, convertidos en Consuelo y en el muerto general
Llorente cuyo profundo y trágico amor induce a la posesión de
cuerpos, a la posesión del lector:
“—¿Me querrás siempre?
—Siempre, Aura, te amaré para siempre.
—¿Siempre, me lo juras?
—Te lo juro.
—¿Aunque envejezca? ¿Aunque pierda mi belleza? ¿Aunque
tenga el pelo blanco?…”.
Y aquí los lectores hacemos nuestra fáustica promesa: siempre, Aura, siempre te leeremos. G
número 455, noviembre 2008
a
a
Chac Mool*
Carlos Fuentes
Salimos de Acapulco, todavía en la brisa. Hasta Tierra Colorada nacieron el calor y la luz. Con el desayuno de huevos y
chorizo, abrí el cartapacio de Filiberto, recogido el día anterior, junto con sus otras pertenencias, en la pensión de los
Müller. Doscientos pesos. Un periódico viejo; cachos de la
lotería; el pasaje de ida —¿sólo de ida?—, y el cuaderno barato,
de hojas cuadriculadas y tapas de papel mármol.
Me aventuré a leerlo, a pesar de las curvas, el hedor a vómito, y cierto sentimiento natural de respeto a la vida privada de
mi difunto amigo. Recordaría —sí, empezaba con eso— nuestra cotidiana labor en la oficina; quizá, sabría por qué fue declinando, olvidando sus deberes, por qué dictaba oficios sin
sentido, ni número, ni “Sufragio Efectivo”. Por qué, en fin, fue
corrido, olvidada la pensión, sin respetar los escalafones.
“Hoy fui a arreglar lo de mi pensión. El licenciado, amabilísimo. Salí tan contento que decidí gastar cinco pesos en un
café. Es el mismo al que íbamos de jóvenes y al que ahora nunca concurro, porque me recuerda que a los veinte años podía
darme más lujos que a los cuarenta. Entonces todos estábamos
en un mismo plano, hubiéramos rechazado con energía cual-
Fotografía: Miguel Venegas Geffroy
Hace poco tiempo, Filiberto murió ahogado en Acapulco. Sucedió en semana santa. Aunque despedido de su empleo en la
Secretaría, Filiberto no pudo resistir la tentación burocrática
de ir, como todos los años, a la pensión alemana, comer el
choucrout endulzado por el sudor de la cocina tropical, bailar el
sábado de gloria en La Quebrada, y sentirse “gente conocida”
en el oscuro anonimato vespertino de la playa de Hornos. Claro, sabíamos que en su juventud había nadado bien, pero ahora, a los cuarenta, y tan desmejorado como se le veía, ¡intentar
salvar, y a medianoche, un trecho tan largo! Frau Müller no
permitió que se velara —cliente tan antiguo— en la pensión;
por el contrario, esa noche organizó un baile en la terracita
sofocada, mientras Filiberto esperaba, muy pálido en su caja, a
que saliera el camión matutino de la terminal, y pasó acompañado de huacales y fardos la primera noche de su nueva vida.
Cuando llegué, temprano, a vigilar el embarque del féretro,
Filiberto estaba bajo un túmulo de cocos; el chofer dijo que lo
acomodáramos rápidamente en el toldo y lo cubriéramos de
lonas, para que no se espantaran los pasajeros, y a ver si no le
habíamos echado la sal al viaje.
*Sol piedra y sombras. Veinte cuentistas mexicanos de la primera mitad
del siglo veinte, Edición de Jorge F. Hernandez, fce, México, 2008.
número 455, noviembre 2008
la Gaceta 13
a
quier opinión peyorativa hacia los compañeros —de hecho librábamos la batalla por aquellos a quienes en la casa discutían
la baja extracción o falta de elegancia. Yo sabía que muchos
(quizá los más humildes) llegarían muy alto, y aquí, en la escuela, se iban a forjar las amistades duraderas en cuya compañía
cursaríamos el mar bravío. No, no fue así. No hubo reglas.
Muchos de los humildes quedaron allí, muchos llegaron más
arriba de lo que pudimos pronosticar en aquellas fogosas, amables tertulias. Otros, que parecíamos prometerlo todo, quedamos a la mitad del camino, destripados en un examen extracurricular, aislados por una zanja invisible de los que triunfaron y
de los que nada alcanzaron. En fin, hoy volví a sentarme en las
sillas, modernizadas —también, como barricada de una invasión, la fuente de sodas—, y pretendí leer expedientes. Vi a
muchos, cambiados, amnésicos, retocados de luz neón, prósperos. Con el café que casi no reconocía, con la ciudad misma,
habían ido cincelándose a ritmo distinto del mío. No, ya no me
reconocían, o no me querían reconocer. A lo sumo —uno o
dos— una mano gorda y rápida en el hombro. Adiós viejo, qué
tal. Entre ellos y yo, mediaban los dieciocho agujeros del
Country Club. Me disfracé en los expedientes. Desfilaron los
años de las grandes ilusiones, de los pronósticos felices y también todas las omisiones que impidieron su realización. Sentí la
angustia de no poder meter los dedos en el pasado y pegar los
trozos de algún rompecabezas abandonado; pero el arcón de
los juguetes se va olvidando, y al cabo, quién sabrá a dónde
fueron a dar los soldados de plomo, los cascos, las espadas de
madera. Los disfraces tan queridos, no fueron más que eso. Y
sin embargo había habido constancia, disciplina, apego al deber. ¿No era suficiente, o sobraba? No dejaba, en ocasiones, de
asaltarme el recuerdo de Rilke. La gran recompensa de la
aventura de juventud debe ser la muerte; jóvenes, debemos
partir con todos nuestros secretos. Hoy, no tendría que volver
la vista a las ciudades de sal. ¿Cinco pesos? Dos de propina.”
“Pepe, aparte de su pasión por el derecho mercantil, gusta
de teorizar. Me vio salir de Catedral, y juntos nos encaminamos a Palacio. Él es descreído, pero no le basta: en media
cuadra tuvo que fabricar una teoría. Que si no fuera mexicano,
no adoraría a Cristo, y —No, mira, parece evidente. Llegan los
españoles y te proponen adores a un Dios, muerto hecho un
coágulo, con el costado herido, clavado en una cruz. Sacrificado. Ofrendado. ¿Qué cosa más natural que aceptar un sentimiento tan cercano a todo tu ceremonial, a toda tu vida?…
Figúrate, en cambio, que México hubiera sido conquistado por
budistas o mahometanos. No es concebible que nuestros indios veneraran a un individuo que murió de indigestión. Pero
un Dios al que no le basta que se sacrifiquen por él, sino que
incluso va a que le arranquen el corazón, ¡caramba, jaque mate
a Huitzilopochtli! El cristianismo, en su sentido cálido, sangriento, de sacrificio y liturgia, se vuelve una prolongación
natural y novedosa de la religión indígena. Los aspectos de
caridad, amor y la otra mejilla, en cambio, son rechazados. Y
todo en México es eso: hay que matar a los hombres para poder
creer en ellos.
”Pepe conocía mi afición, desde joven, por ciertas formas
del arte indígena mexicano. Yo colecciono estatuillas, ídolos,
cacharros. Mis fines de semana los paso en Tlaxcala, o en Teotihuacán. Acaso por esto le guste relacionar todas las teorías
que elabora para mi consumo con estos temas. Por cierto que
busco una réplica razonable del Chac Mool desde hace tiempo,
14 la Gaceta
a
y hoy Pepe me informa de un lugar en La Lagunilla donde
venden uno de piedra y parece que barato. Voy a ir el domingo.
”Un guasón pintó de rojo el agua del garrafón en la oficina, con la consiguiente perturbación de las labores. He debido
consignarlo al director, a quien sólo le dio mucha risa. El culpable se ha valido de esta circunstancia para hacer sarcasmos a
mis costillas el día entero, todos en torno al agua. ¡Ch…!”
“Hoy, domingo, aproveché para ir a La Lagunilla. Encontré
el Chac Mool en la tienducha que me señaló Pepe. Es una
pieza preciosa, de tamaño natural, y aunque el marchante asegura su originalidad, lo dudo. La piedra es corriente, pero ello
no aminora la elegancia de la postura o lo macizo del bloque.
El desleal vendedor le ha embarrado salsa de tomate en la barriga para convencer a los turistas de la autenticidad sangrienta
de la escultura.
”El traslado a la casa me costó más que la adquisición. Pero
ya está aquí, por el momento en el sótano mientras reorganizo
mi cuarto de trofeos a fin de darle cabida. Estas figuras necesitan sol, vertical y fogoso; ése fue su elemento y condición.
Pierde mucho en la oscuridad del sótano, como simple bulto
agónico, y su mueca parece reprocharme que le niegue la luz.
El comerciante tenía un foco exactamente vertical a la escultura, que recortaba todas las aristas, y le daba una expresión más
amable a mi Chac Mool. Habrá que seguir su ejemplo.”
“Amanecí con la tubería descompuesta. Incauto, dejé correr
el agua de la cocina, y se desbordó, corrió por el suelo y llegó
hasta el sótano, sin que me percatara. El Chac Mool resiste la
humedad, pero mis maletas sufrieron; y todo esto en día de
labores, me ha obligado a llegar tarde a la oficina.”
“Vinieron, por fin, a arreglar la tubería. Las maletas, torcidas. Y el Chac Mool, con lama en la base.”
“Desperté a la una: había escuchado un quejido terrible.
Pensé en ladrones. Pura imaginación.”
“Los lamentos nocturnos han seguido. No sé a qué atribuirlos, pero estoy nervioso. Para colmo de males, la tubería volvió
a descomponerse, y las lluvias se han colado, inundando el sótano.”
“El plomero no viene, estoy desesperado. Del Departamento del Distrito Federal, más vale no hablar. Es la primera vez
que el agua de las lluvias no obedece a las coladeras y viene a
dar a mi sótano. Los quejidos han cesado: vaya una cosa por
otra.”
“Secaron el sótano, y el Chac Mool está cubierto de lama.
Le da un aspecto grotesco, porque toda la masa de la escultura
parece padecer de una erisipela verde, salvo los ojos, que han
permanecido de piedra. Voy a aprovechar el domingo para
raspar el musgo. Pepe me ha recomendado cambiarme a un
apartamento, y en el último piso, para evitar estas tragedias
acuáticas. Pero no puedo dejar este caserón, ciertamente muy
grande para mí solo, un poco lúgubre en su arquitectura porfiriana, pero que es la única herencia y recuerdo de mis padres.
No sé qué me daría ver una fuente de sodas con sinfonola en
el sótano y una casa de decoración en la planta baja.”
“Fui a raspar la lama del Chac Mool con una espátula. El
musgo parecía ser ya parte de la piedra; fue labor de más de una
hora, y sólo a las seis de la tarde pude terminar. No era posible
distinguir en la penumbra, y al dar fin al trabajo, con la mano
seguí los contornos de la piedra. Cada vez que repasaba el bloque parecía reblandecerse. No quise creerlo: era ya casi una
número 455, noviembre 2008
a
pasta. Este mercader de La Lagunilla me ha timado. Su escultura precolombina es puro yeso, y la humedad acabará por
arruinarla. Le he puesto encima unos trapos, y mañana la pasaré a la pieza de arriba, antes de que sufra un deterioro total.”
“Los trapos están en el suelo. Increíble. Volví a palpar al
Chac Mool. Se ha endurecido, pero no vuelve a la piedra. No
quiero escribirlo: hay en el torso algo de la textura de la carne,
lo aprieto como goma, siento que algo corre por esa figura
recostada… Volví a bajar en la noche. No cabe duda: el Chac
Mool tiene vello en los brazos.”
“Esto nunca me había sucedido. Tergiversé los asuntos en la
oficina; giré una orden de pago que no estaba autorizada, y el
director tuvo que llamarme la atención. Quizá me mostré hasta descortés con los compañeros. Tendré que ver a un médico,
saber si es imaginación, o delirio, o qué, y deshacerme de ese
maldito Chac Mool.”
Hasta aquí, la escritura de Filiberto era la vieja, la que tantas
veces vi en memoranda y formas, ancha y ovalada. La entrada
del 25 de agosto parecía escrita por otra persona. A veces como
número 455, noviembre 2008
a
niño, separando trabajosamente cada letra; otras, nerviosa,
hasta diluirse en lo ininteligible. Hay tres días vacíos, y el relato continúa:
“todo es tan natural; y luego, se cree en lo real… pero esto
lo es, más que lo creído por mí. Si es real un garrafón, y más,
porque nos damos mejor cuenta de su existencia, o estar, si un
bromista pinta de rojo el agua… Real bocanada de cigarro
efímera, real imagen monstruosa en un espejo de circo, reales,
¿no lo son todos los muertos, presentes y olvidados?… Si un
hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor
como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces, qué…? Realidad: cierto
día la quebraron en mil pedazos, la cabeza fue a dar allá, la cola
aquí, y nosotros no conocemos más que uno de los trozos desprendidos de su gran cuerpo. Océano libre y ficticio, sólo real
cuando se le aprisiona en un caracol.
”Hasta hace tres días, mi realidad lo era al grado de haberse
borrado hoy: era movimiento reflejo, rutina, memoria, cartapacio. Y luego, como la tierra que un día tiembla para que recordemos su poder, o la muerte que llegará, recriminando mi
la Gaceta 15
a
olvido de toda la vida, se presenta otra realidad que sabíamos
estaba allí, mostrenca, y que debe sacudirnos para hacerse viva
y presente. Creía, nuevamente, que era imaginación: el Chac
Mool, blando y elegante, había cambiado de color en una noche; amarillo, casi dorado, parecía indicarme que era un Dios,
por ahora laxo, con las rodillas menos tensas que antes, con la
sonrisa más benévola. Y ayer, por fin, un despertar sobresaltado, con esa seguridad espantosa de que hay dos respiraciones
en la noche, de que en la oscuridad laten más pulsos que el
propio. Sí, se escuchaban pasos en la escalera. Pesadilla. Vuelta
a dormir… No sé cuánto tiempo pretendí dormir. Cuando
volví a abrir los ojos, aún no amanecía. El cuarto olía a horror,
a incienso y sangre. Con la mirada negra, recorrí la recámara,
hasta detenerme en dos orificios de luz parpadeante, en dos
flámulas crueles y amarillas.
”Casi sin aliento encendí la luz.
”Allí estaba Chac Mool, erguido, sonriente, ocre, con su
barriga encarnada. Me paralizaban los dos ojillos, casi bizcos,
muy pegados a la nariz triangular. Los dientes inferiores, mordiendo el labio superior, inmóviles; sólo el brillo del casquetón
cuadrado sobre la cabeza anormalmente voluminosa, delataba
vida. Chac Mool avanzó hacia la cama; entonces empezó a
llover.”
Recuerdo que a fines de agosto, Filiberto fue despedido de
la Secretaría, con una recriminación pública del director, y
rumores de locura y aun robo. Esto no lo creí. Sí vi unos oficios
descabellados, preguntando al oficial mayor si el agua podía
olerse, ofreciendo sus servicios al secretario de Recursos Hidráulicos para hacer llover en el desierto. No supe qué explicación darme; pensé que las lluvias excepcionalmente fuertes, de
ese verano, lo habían enervado. O que alguna depresión moral
debía producir la vida en aquel caserón antiguo, con la mitad
de los cuartos bajo llave y empolvados, sin criados ni vida de
familia. Los apuntes siguientes son de fines de septiembre:
“Chac Mool puede ser simpático cuando quiere… un gluglu de agua embelesada… Sabe historias fantásticas sobre los
monzones, las lluvias ecuatoriales, el castigo de los desiertos;
cada planta arranca su paternidad mítica: el sauce, su hija descarriada; los lotos, sus mimados; su suegra: el cacto. Lo que no
puedo tolerar es el olor, extrahumano, que emana de esa carne
que no lo es, de las chanclas flamantes de ancianidad. Con risa
estridente, el Chac Mool revela cómo fue descubierto por Le
Plongeon, y puesto, físicamente, en contacto con hombres de
otros símbolos. Su espíritu ha vivido en el cántaro y la tempestad, natural; otra cosa es su piedra, y haberla arrancado al escondite es artificial y cruel. Creo que nunca lo perdonará el
Chac Mool. Él sabe de la inminencia del hecho estético.
”He debido proporcionarle sapolio para que se lave el estómago que el mercader le untó de ketchup al creerlo azteca. No
pareció gustarle mi pregunta sobre su parentesco con Tláloc,
y, cuando se enoja, sus dientes, de por sí repulsivos, se afilan y
brillan. Los primeros días, bajó a dormir al sótano; desde ayer,
en mi cama.”
“Ha empezado la temporada seca. Ayer, desde la sala en que
duermo ahora, comencé a oír los mismos lamentos roncos del
principio, seguidos de ruidos terribles. Subí y entreabrí la
puerta de la recámara: el Chac Mool estaba rompiendo las
lámparas, los muebles; saltó hacia la puerta con las manos arañadas, y apenas pude cerrar e irme a esconder al baño… Luego
bajó jadeante y pidió agua; todo el día tiene corriendo las lla16 la Gaceta
a
ves, no queda un centímetro seco en la casa. Tengo que dormir
muy abrigado, y le he pedido no empapar la sala más.”*
“El Chac Mool inundó hoy la sala. Exasperado, dije que lo
iba a devolver a La Lagunilla. Tan terrible como su risilla
—horrorosamente distinta a cualquier risa de hombre o animal— fue la bofetada que me dio, con ese brazo cargado de
brazaletes pesados. Debo reconocerlo: soy su prisionero. Mi
idea original era distinta: yo dominaría al Chac Mool, como se
domina a un juguete; era, acaso, una prolongación de mi seguridad infantil; pero la niñez —¿quién lo dijo?— es fruto comido por los años, y yo no me he dado cuenta… Ha tomado mi
ropa, y se pone las batas cuando empieza a brotarle musgo
verde. El Chac Mool está acostumbrado a que se le obedezca,
por siempre; yo, que nunca he debido mandar, sólo puedo doblegarme. Mientras no llueva —¿y su poder mágico?— vivirá
colérico o irritable.”
“Hoy descubrí que en las noches el Chac Mool sale de la
casa. Siempre, al oscurecer, canta una canción chirriona y anciana, más vieja que el canto mismo. Luego, cesa. Toqué varias
veces a su puerta, y cuando no me contestó, me atreví a entrar.
La recámara, que no había vuelto a ver desde el día en que
intentó atacarme la estatua, está en ruinas, y allí se concentra
ese olor a incienso y sangre que ha permeado la casa. Pero
detrás de la puerta, hay huesos: huesos de perros, de ratones y
gatos. Esto es lo que roba en la noche el Chac Mool para sustentarse. Esto explica los ladridos espantosos de todas las madrugadas.”
“Febrero, seco. Chac Mool vigila cada paso mío; ha hecho
que telefonee a una fonda para que me traigan diariamente
arroz con pollo. Pero lo sustraído de la oficina ya se va a acabar.
Sucedió lo inevitable: desde el día primero, cortaron el agua y
la luz por falta de pago. Pero Chac ha descubierto una fuente
pública a dos cuadras de aquí; todos los días hago diez o doce
viajes por agua, y él me observa desde la azotea. Dice que si
intento huir me fulminará; también es Dios del Rayo. Lo que
él no sabe es que estoy al tanto de sus correrías nocturnas…
Como no hay luz, debo acostarme a las ocho. Ya debería estar
acostumbrado al Chac Mool, pero hace poco, en la oscuridad,
me topé con él en la escalera, sentí sus brazos helados, las escamas de su piel renovada, y quise gritar.
”Si no llueve pronto, el Chac Mool va a convertirse en piedra otra vez. He notado su dificultad reciente para moverse; a
veces se reclina durante horas, paralizado, y parece ser, de nuevo, un ídolo. Pero estos reposos sólo le dan nuevas fuerzas para
vejarme, arañarme como si pudiera arrancar algún líquido de
mi carne. Ya no tienen lugar aquellos intermedios amables en
que relataba viejos cuentos; creo notar un resentimiento concentrado. Ha habido otros indicios que me han puesto a pensar: se está acabando mi bodega; acaricia la seda de las batas;
quiere que traiga una criada a la casa; me ha hecho enseñarle a
usar jabón y lociones. Creo que el Chac Mool está cayendo en
tentaciones humanas, incluso hay algo viejo en su cara que
antes parecía eterna. Aquí puede estar mi salvación: si el Chac
se humaniza, posiblemente todos sus siglos de vida se acumulen en un instante y caiga fulminado. Pero también, aquí, pue-
* Filiberto no explica en qué lengua se entendía con el Chac
Mool.
número 455, noviembre 2008
a
de germinar mi muerte: el Chac no querrá que asista a su derrumbe, es posible que desee matarme.
”Hoy aprovecharé la excursión nocturna de Chac para
huir. Me iré a Acapulco; veremos qué puede hacerse para
adquirir trabajo, y esperar la muerte de Chac Mool; sí, se
avecina; está canoso, abotagado. Necesito asolearme, nadar,
recuperar fuerza. Me quedan cuatrocientos pesos. Iré a la
pensión Müller, que es barata y cómoda. Que se adueñe
de todo el Chac Mool: a ver cuánto dura sin mis baldes de
agua.”
Aquí termina el diario de Filiberto. No quise volver a pensar en su relato; dormí hasta Cuernavaca. De ahí a México
pretendí dar coherencia al escrito, relacionarlo con exceso de
número 455, noviembre 2008
a
trabajo, con algún motivo psicológico. Cuando a las nueve de
la noche llegamos a la terminal, aún no podía concebir la locura de mi amigo. Contraté una camioneta para llevar el féretro
a casa de Filiberto, y desde allí ordenar su entierro.
Antes de que pudiera introducir la llave en la cerradura, la
puerta se abrió. Apareció un indio amarillo, en bata de casa,
con bufanda. Su aspecto no podía ser más repulsivo; despedía
un olor a loción barata; su cara, polveada, quería cubrir las
arrugas; tenía la boca embarrada de lápiz labial mal aplicado, y
el pelo daba la impresión de estar teñido.
—Perdone… no sabía que Filiberto hubiera…
—No importa; lo sé todo. Dígale a los hombres que lleven
el cadáver al sótano. G
la Gaceta 17
a
La voluntad y la fortuna
a
Daniel Rodríguez Barrón
Carlos Fuentes es deudor del gran aliento creador de los narradores-pensadores que concebían la novela como una impaciencia del conocimiento: un intento de aprehender entre sus páginas el mundo entero. Fuentes pertenece a la tradición que
fluye sin descanso desde el siglo xix. Su ambición intelectual y
narrativa no tiene parangón y por ello cada libro suyo es un
ejercicio de descomedimiento y desmesura donde la cantidad
es un ingrediente (sólo uno de los muchos) de la calidad. Así,
cada una de sus novelas es una suma de voces, estilos, perspectivas, saberes y dudas.
18 la Gaceta
La voluntad y la fortuna es un espléndido ejemplo: a través de
las variadas circunstancias de los personajes, Fuentes no nos
ahorra lo que piensa sobre Spinoza y Maquiavelo; sobre la
manera en que comemos los mexicanos (“se come con verbalidad ancestral que sería caníbal si no estuviese domesticada por
una variedad de viandas que suman la riqueza de la pobreza”)
y como vestimos (“los jóvenes se visten como antes se vestían
los mendigos o los trabajadores del riel: vaqueros rotos, zapatos viejos, chamarras de mezclilla, camisas con anuncios y lemas y gorras de béisbol puestas al revés… Más lastimero era el
número 455, noviembre 2008
a
espectáculo de los hombres y mujeres maduros, por no decir
ancianos que asumen una juventud prestada con las mismas
gorras deportivas, calzones bermuda y zapatos Niké”); sobre
putas y política.
El gran interés especulativo de la obra de Fuentes es inagotable y por lo mismo a veces cansa; pero ninguno de estos
asuntos parece fuera de tono, porque Fuentes concibe al individuo como una acumulación: no sólo de lo que han visto y
hecho, ni de aquello que su familia y amigos les ha heredado;
sino de todo lo que se puede decir sobre ellos.
Y precisamente por esta necesidad, a veces delirante, de
abarcar la totalidad, no acaba de satisfacer por completo
—¿cómo podría si quiere deletrear al mundo?— y se ve obligado a terminar, sólo por cortesía, una novela e iniciar de inmediato otras.
No por casualidad, en La voluntad y la fortuna reencontramos a personajes de sus novelas anteriores. Es influencia de
Balzac. Los personajes y las novelas de Fuentes son ya una
comedia humana mexicana. Un escenario donde se discuten las
condiciones sociales, los dramas políticos, y las vidas intelectuales de su tiempo.
Sin duda, algunas de sus obras son mejores que otras. No sé
si La voluntad y la fortuna es de las mejores —es demasiado
pronto para especular—, pero es muy representativa del estilo
Fuentes: abarca muchos aspectos, corre riesgos, y levanta discusiones que tienen ecos y ejemplos en otras de sus novelas.
Hay que leer La voluntad y la fortuna a la sombra de Las buenas
conciencias. Y a partir de ahora ya no se podrá entender del todo
La región más transparente sin revisar La voluntad y la fortuna.
Como un nudo de serpientes que vuelve a formarse continuamente, la vida de la familia narrada en La voluntad y la fortuna, adopta todas las facetas de la codicia y el crimen. Allí está,
en principio, la reelaboración del mito de Abel y Caín en la
figura de los hermanos enemigos Josué y Jericó. Asimismo, se
halla profusamente elaborada la figura del padre: su ausencia,
el sucesivo espejismo que representan los maestros como Filópater y el abogado Sanginés; y finalmente el descubrimiento
número 455, noviembre 2008
a
del padre biológico en la figura de Max Monroy quien, como
Dios, pone a prueba a sus hijos: “que se formen solos… sin las
intolerables presiones y los deformantes afectos de una madre”
(ese “cruce de la Coatlicue devoradora azteca y la Guadalupe
protectora nacional”). Los hijos crecerán, no sin evadir con
dificultad la tentación del incesto, para luego convertirse en
enemigos políticos.
Esta reelaboración de la familia criminal, se convierte en
parábola de un país donde, en su pasado, se dibuja la paradoja
de un gobierno corrupto “al que se le permitía robar” con el
pretexto de que al hacerlo “construían, creaban”. Y en su presente se cierne un gobierno, no menos paradójico, elegido
democráticamente, pero impotente para construir y desarrollar. Aunque también corrupto. El cambio en México consistió
en pasar “de la burguesía dependiente del Estado al Estado
dependiente de la burguesía”.
Así, el último drama ya no será el de los hijos, ni el de su
familia maldita. Sino el de México, donde “el crimen ha sustituido al Estado”. En cada uno de los hijos muertos está el Estado fallido. La voluntad y la fortuna es un réquiem a la ciudad
y sus obras.
Desde hace tiempo, a Carlos Fuentes se le da por descontado. La gente se sorprende de que saque un nuevo libro y algunas veces no lo quiere leer porque “ya se sabe de lo que habla
Fuentes”. Incluso aquellos que nunca lo han leído, parecen
saber de lo que habla y ya están hastiados de saberlo. Sin embargo, la sorpresa que da un libro como La voluntad y la fortuna
realizado con tanta habilidad y fuerza que parece escrito por un
Fuentes joven, consiste en confirmar que aquello que damos
por descontado —con la sorna del adolescente que se burla del
maestro a sus espaldas— fue en su día una invención de Carlos
Fuentes que ahora ya está en el imaginario de todos sus lectores: esa mirada crítica hacia la ciudad, el testimonio insobornable de los acontecimientos políticos, y en suma, la construcción
de una conciencia civil. Sus novelas son las obras morales de un
polemista infatigable que ha hecho de la fe en la literatura la
única posibilidad de redención. G
la Gaceta 19
a
Para recuperar la tradición de la Mancha*
a
Julio Ortega
JULIO ORTEGA: Carlos, podríamos empezar esta conversación hablando del curso que estás dictando aquí en la
Universidad de Harvard sobre las tradiciones culturales en
América Latina. ¿Se relaciona este tema con el de historia y
novela que discutiste el semestre pasado en Cambridge; y esto
parte de una nueva reflexión tuya sobre los textos latinoamericanos y la historicidad?
CARLOS FUENTES: Hablábamos hace un rato de Bajtín
y su idea de la novela como un género inacabado, perpetuamente abierto, que es por tanto testimonio de que la historia
no ha terminado; precisamente, he querido reinterpretar algunos textos fundamentales de la cultura española e hispanoamericana a la luz de la filosofía de Vico y de la crítica de Bajtín. Es
decir, la historia como nuestra creación, y como la historia de
la cultura, empezando por la historia del lenguaje y del mito,
en que la historia y la poesía son documentos inseparables,
como lo vio Croce en relación con la Ilíada, y a partir de la idea
del texto inconcluso, en virtud de que la historia y la voz de los
hombres y las mujeres no ha concluido. Desde estas dos premisas me he propuesto, con los estudiantes, ver a la América
Latina como una región policultural y multirracial, que no
puede reducirse a una sola interpretación, a un solo texto, a
pesar de los tremendos esfuerzos que ha hecho el mundo político, el mundo del Estado, empezando por el Estado azteca,
siguiendo con el Estado español, y luego los Estados republicanos, de reducirnos a un solo texto, a una sola voz. Trato de
interpretar en contra de la noción de Moctezuma como el tlatoani, el hombre de la gran voz, el hombre que ejerce el monopolio de la palabra; también en oposición a la Contrarreforma, que nos impone un texto único, dogmático y ortodoxo; y
lo hago planteando una lectura pluralista, heterodoxa en la
vocalización, y aun en la vociferación frente a estos poderes
verticales, dogmáticos, que generalmente han regido los destinos del área latinoamericana.
JO: Evidentemente esa relectura que haces del texto histórico latinoamericano como un texto polifónico viene de tu
propio trabajo sobre el texto literario desde la ficción, y remontándonos ahora al centro generador de la heteroglosia en
español, que es Cervantes, podríamos discutir la apertura cervantina de tu trabajo creativo. Si resultas hoy el escritor más
cervantino en español seguramente es porque eres también el
*Calos Fuentes, Territorios del tiempo. Antología de entrevistas. Compilación en Introducción de Jorge F. Hernández. Tierra Firme/ fce,
México, 1999.
20 la Gaceta
más novelesco, por definición. ¿Cómo has sentido esa evolución cervantina después de tu libro sobre Cervantes, Joyce y la
lectura, más allá de la coincidencia con el premio que lleva su
nombre?
FUENTES: Bueno, más acá o más allá de esa coincidencia,
para mí el texto del Quijote no sólo es un deleite permanente y
renovable, la definición misma del texto bajtiniano, porque es
un texto que leo casi todos los años y que leo como si fuese la
primera vez, con una sorpresa y con un sentido de descubrimiento extraordinario, sino también el texto fundador de la
modernidad. Para mí la modernidad empieza en el momento
en que Don Quijote sale de su aldea, de su refugio de libros, y
se lanza a ver el mundo; sale impulsado por la lectura y termina actuado su propio texto. Y la lectura de la cual sale es la
lectura de la unidad, una lectura medieval donde todo tiene un
sentido y las palabras indican la realidad de las cosas; pero
quiere ir más allá de la visión foucaultiana, y ver que al salir del
mundo de la unidad y la analogía se encuentra con un mundo
de diversidad y diferencia. Y se crea un problema para el novelista moderno a partir de Cervantes, que es cómo mantener un
cierto grado de unidad sin sacrificar la diferencia que nos rodea, y cómo mantener esa diferencia sin sacrificar la unidad
que nos permita comprenderla. Pero tenemos también el tema
de la pérdida de la ilusión, el tema de la diferencia entre la
realidad e imaginación, porque todos los grandes temas de la
novela contemporánea los plantea Cervantes. Para mí es el
primer escritor moderno; y sin embargo alguien como Ian
Watt hace venir la novela moderna de los escritores ingleses
del siglo xviii, porque obedecían a una sociedad con capacidad
adquisitiva de libros, a una situación política que permitía mayor libertad, el parlamento, la prensa, la clase media en ascenso. O tienes a Malraux, quien creía que la primera novela moderna era La Princesse de Clèvesc de madame De La Fayette,
porque es la primera novela construida en torno a problemas
personales y la interioridad psicológica. Pero yo creo que es
Cervantes la fuente de la polifonía de la ficción, y que lo más
interesante es que ninguna de estas realidades internas o psicológicas, sociales o políticas, juega en el caso de Cervantes; escribe en el centro de la Contrarreforma española y no precisamente como un ataque contra ella, sino como una afirmación
de otros valores; es una novela hecha a deshora, a contratiempo, en oposición al Zeitgeist dominante; y eso también la hace
una novela moderna. Es una novela crítica en el sentido más
profundo, crítica y antiépica; porque si la épica, como dice
Bajtín y lo vio Ortega y Gasset, es estar de acuerdo con la sociedad en la cual se escribe, finalmente, a pesar de sus elemennúmero 455, noviembre 2008
a
tos críticos, Fielding, Richardson, madame De La Fayette,
están de acuerdo con el desarrollo crítico de esta sociedad.
Pero oponer la imaginación a la realidad, como hace Cervantes, y convertir la imaginación misma en la crítica de la sociedad, eso es extraordinario, es lo más moderno y revolucionario
que ha ocurrido en la historia de la novela. Por eso soy cervantino.
JO: Hay, claro está, varias tradiciones de lectura del Quijote,
desde el modelo de lectura del romanticismo alemán a la lectura filosofante, entrañable y nacional de algunos españoles.
Me parece que los latinoamericanos hemos añadido otra lectura, que es la cernida por la risa. Seguramente todos recordamos
nuestra primera lectura del Quijote casi como una señal de
identidad. La mía está marcada por la risa. Y me cuesta aceptar,
por ejemplo, la lectura de Nabokov, que detestaba la novela
acusándola del libro más cruel. Guy Davenport ha tratado de
descifrar ese mal humor del maestro en nombre de la comedia
de la lectura. ¿Cómo has leído tú entre esas lecturas?
FUENTES: Bueno, estás hablando de una tradición rusa
de leer el Quijote, porque lo que dice Nabokov viene de Dostoievski, quien creía que era el libro más triste de todos porque
es el libro de una desilusión. ¿Y cuál es la desilusión de Cervantes? Es la pérdida de la realidad de los libros que leyó Don
Quijote. Don Quijote se creía instalado en el mundo de la
realidad, donde la analogía permite decir que los molinos son
gigantes; como la ciencia en tiempos de Aristóteles permite
afirmar que la salamandra o el centauro existen, y luego la
número 455, noviembre 2008
a
biología los niega; esto lo hace notar Ortega y Gasset. Esta
pérdida de un realismo donde todo coincidía con todo, donde
las palabras y las cosas coinciden, es lo que convierte al Quijote
en una novela triste para los rusos. Nuestra visión es más bien
de una novela de humor, y en eso coincidimos con Bajtín,
quien al hablar de la carnavalización literaria de Rabelais, incluye también el Quijote, que pertenece a esta categoría del
carnaval, que se basa en la diferenciación del discurso social, ya
que hace notorios los distintos discursos en lugar de un discurso homogénico y único. Cervantes hace patente el hecho de
que la novela es un género de géneros en el que los protagonistas no se entienden entre sí; en la época clásica los héroes se
entienden, los doce pares de Francia o el Cid y sus compañeros
se entienden perfectamente, pero en el Quijote los protagonistas hablan lenguajes dispares, heteroglósicos, Don Quijote y
Sancho no se entienden, los Duques no entienden a Don Quijote, y estamos así en un mundo de diversificación verbal, lo
que es otro elemento fundamental de la novela, y de allí en
adelante los hermanos Shandy no se van a entender y Jaques y
su amo tampoco, como tampoco Emma Bovary con su marido
ni Anna Karenina con el suyo. Estamos así en el mundo del
conflicto del lenguaje, que para mí es el mundo propio de la
novela.
JO: Y en esa heteroglosia, ¿qué función le atribuyes a la
risa?
FUENTES: Una función enorme. El otro causa risa, porque habla distinto. La comedia se basa en eso, por eso nos
la Gaceta 21
a
reímos de Cantinflas, ¿verdad? Hace la parodia de nuestra lógica verbal. Y gran parte de la comedia moderna se basa en eso
mismo. El cómico es un juglar de la palabra que parodia las
retóricas.
JO: Juan Goytisolo dijo hace un tiempo que en Madrid
hasta los choferes de taxi hablan como Unamuno. Viendo la
televisión uno diría que en México mucha gente habla como
Cantinflas, ¿no crees?
FUENTES: Algo hay de eso. Finalmente la realidad imita
al arte. Cantinflas, en verdad, hizo la parodia del político mexicano, del discurso político mexicano, y latinoamericano, por
eso tuvo tanto éxito en toda América Latina. En cada país podían reconocer ese discurso; pero era tan simpático, tan cálido,
tan abierto a la simpatía que mucha gente terminó por adaptarlo olvidando que Cantinflas hacía parodia del discurso político. Quizá el pri sea el único beneficiario de todo esto.
JO: En México pude ver la destrucción que el terremoto
hizo en el centro de la ciudad; y pensé que si uno no veía el
grado de deterioro sería imposible tener una imagen real del
sismo, ya que las palabras no podían representarlo cabalmente.
Pero quizá el lenguaje sea insuficiente para representar la misma ciudad de México, una realidad que cambia todos los días,
y que las palabras ya no pueden decir.
FUENTES: El lenguaje es insuficiente, en efecto, y esto es
algo que yo vengo viendo desde hace mucho; y de ahí el lenguaje de Cristóbal Nonato, precisamente, que es un intento de
adaptarse a las mutaciones camaleónicas de una realidad que
avanza con mucha más rapidez que la capacidad verbal para
aprehenderla. En Cristóbal Nonato hay una acumulación de
lenguajes, una búsqueda de conexiones con otros lenguajes,
incluso extranjeros, una crítica del lenguaje propio, toda suerte
de mutaciones carnavalescas del lenguaje, palabras portemanteau a lo Joyce, la invención de lenguajes, la mezcla imposible del inglés y el azteca, o la mezcla de francés y español,
una serie de acoplamientos monstruosos, como puede ser el
del águila y el toro. ¡O el águila y la serpiente!
JO: Yo encontré fascinante ese radicalismo de Cristóbal Nonato, que se plantea una suerte de mapa posible de las hablas de
la ciudad de México. Por otro lado es también una novela que
da un habla de la crisis, que es el nombre que damos a lo que a
veces no entendemos, y en este sentido su crítica es también
radical. En una entrevista dijiste que la ciudad de México está
cubierta de mierda, y se podría decir lo mismo de varias ciudades nuestras, depredadas por todas las crisis ¿Cómo ves tu
ciudad ahora?
FUENTES: Fíjate que yo, contra todo lo que se dice, soy
bastante optimista sobre mi país y trato de exorcizar muchos
de sus males, que es una manera de ser crítico y optimista. El
silencio es pesimista, lo mismo que el elogio, porque significa
que no te importa un carajo nada, ¿verdad? A mí me importa.
Pero quiero decirte que sobre todo hablo de la ciudad de México, porque yo siento que la ciudad de México es mi invención,
que a mí me toca mantenerla y me toca también exorcizar sus
males. Como yo no crecí en la ciudad de México, y sin embargo, la ciudad de México creció en mi vida de un millón a dieciocho millones, entonces tengo que responder a esa ciudad
que no habité de niño con una imaginación de la ciudad. De
allí La región más transparente, que no es más que el testimonio
de la divergencia entre mi imaginación de la ciudad de México
y la realidad de la ciudad de México. Yo no soy un escritor
22 la Gaceta
a
realista de la ciudad; yo soy un inventor de la ciudad para mi
consumo personal. Siento que la ciudad de México es mi gran
invención, se parezca o no se parezca realmente a lo que yo
imagino. Por eso es un tema central de mi obra, como puede
serlo la sociedad parisina en la obra de Balzac o Londres en la
obra de Dickens. Yo creo que el Londres de Dickens nunca
existió, es una invención de Dickens que acabó pareciéndose a
lo que describió en Bleak House o Mutual Friend.
JO: La noción de que la ciudad de México es el eje de tu
narrativa, y que el lenguaje novelesco es una invención paralela a la ciudad, hace pensar en que la naturaleza misma de la
novela es una forma de la experiencia urbana, como es evidente en Cristóbal Nonato. La novela es el discurso de la ciudad, y
también seguramente una forma de relaciones humanas en la
ciudad. ¿Cómo ha evolucionado tu diálogo con este tema?
FUENTES: Mucho tiempo antes de leer a Donald Fanger,
que ha escrito un brillante estudio sobre la novela y la ciudad,
simplemente a través de la lectura de tres textos fundamentales
para mí, tres textos iniciáticos, que son la introducción a la
Historia de los Trece de Balzac, que es la gran sinfonía de París;
el capítulo inicial de Our Mutual Friend de Dickens, cuando el
padre y la hija están en la noche en el Támesis, en una barcaza,
pescando cadáveres para robarles; y el narrador de La avenida
Nevski de Gógol, viendo la cuidad de San Petersburgo. Estos
textos me abrieron la posibilidad de la ciudad. En seguida leí a
Dos Passos, el Manhattan Transfer, leí Berlin Alexanderplatz, leí
a Joyce; y luego leí a Fander, que dice que la ciudad es la protagonista de la novela moderna porque ese lugar del artificio,
es el antinatural, donde el género de la novela, que es el género en contra de la naturaleza, aunque tiene pactos, añadiría yo,
que son pactos mortales, tiene que verse a sí misma como un
artificio moderno, y a sus maestros de ceremonias, que son
Vautrin, Raskólnikov, y también Ixca Cienfuegos. Yo leí de
niño algo que me impresionó mucho, y es que en toda la creación hay un solo ser que no duerme, nunca duerme; y uno
puede pensar a priori que es Dios, pero no, Dios se la pasa en
la siesta; es el diablo, que está condenado a no dormir, y que
vive de la ciudad, del artificio; porque si se duerme el diablo, el
artificio se desploma y volvemos a la naturaleza y nos invade la
selva. En El recurso del método hay un momento memorable,
cuando el dictador exiliado empieza a invadir su departamento
parisino con monos, cacatúas, lianas, hamacas, lo empieza a
convertir en San Salvador, ¿verdad?
JO: De la ciudad de México en La región más transparente al
México de Cristóbal Nonato, evidentemente, la ciudad es otra;
los agentes que construyen el espacio urbano son distintos y las
imágenes de la ciudad en disputa dentro de cada novela son
asimismo otras. La ciudad es también un espacio de democratización, de intercambio horizontal de información, como lo es
la misma novela. Ahora bien, la ciudad de México ¿tiene futuro
en Cristóbal Nonato o se consume en una imagen apocalíptica?
FUENTES: No. Yo creo que sí tiene futuro. Y al final lo
dice. Cuando Ángel y Ángeles se niegan a acompañar al Huérfano Huerta y a su hermano a la nueva utopía, que es Pacífica,
optan por la ciudad. Es una novela sobre el destino de las utopías también. Nosotros fuimos la utopía de Europa en el siglo
xvi; en el siglo xix les devolvimos el favor y convertimos a
Europa en la utopía de América Latina. Ahora yo creo que se
abre una utopía nueva; la utopía del año 2000 va a ser Japón,
China, el Pacífico; el elemento no sólo de riqueza y avance
número 455, noviembre 2008
a
tecnológico sino de redención moral frente a la corrupción de
Occidente, y particularmente de los Estados Unidos; vamos a
mirar hacia esa nueva utopía. Eso está pronosticado en Cristóbal Nonato. Pero Ángel y Ángeles prefieren quedarse en México. Se dicen: vamos a terminar lo que hay que hacer aquí, vamos a hacer no la utopía sino la posibilidad, simplemente.
Somos hijos de Tomás Moro, de una utopía, de Maquiavelo, de
la negación de la utopía, de la afirmación del poder; pero también de Erasmo, que dice: intentemos esta posibilidad humana
y tolerante. Yo quisiera que Cristóbal Nonato, a pesar de su apariencia, fuera una novela erasmista, al final de cuentas, un
elogio de la locura, ad usum año 2000.
JO: Cristóbal Nonato también produce una inquietud en el
lector acerca de su papel o lugar en la lectura. También el lector podría, a partir de la novela, cuestionar la tradición utópica,
ya que la novela se alimenta de los restos de las utopías, en su
gran apocalipsis urbano y discursivo. Me pregunto si ésta no es
la suerte de los textos posmodernos, que es destruir la imagen
de una totalidad, y dejarnos simplemente con una magnífica
inquietud.
número 455, noviembre 2008
a
FUENTES: Por lo menos decir: aquí está la utopía, pero
la utopía está enferma, ¿no? Pero me interesó lo que dices
sobre el lugar del lector en la novela. Estaba releyendo en
estos días a Borges, y en particular “Pierre Menard, autor
del Quijote”, y veía en Borges esta increíble capacidad para
construir arquetipos metafísicos, platónicos, como el tiempo absoluto de “El jardín de senderos que se bifurcan”, el
espacio de “El Aleph”, la bibliografía total de Babel; y luego
destruirlos con humor, sacarnos de la prisión del absoluto
con humor a través de la lectura; y releyendo el “Pierre Menard” me decía: claro que Pierre Menard puede reescribir el
Quijote releyendo el Quijote porque es lo que hace al texto
más rico, increíblemente incomparable en relación con el
texto contemporáneo de Kafka y Borges. Entonces, concederle el lugar al lector es decisivo, porque es el único que
puede escribir la novela finalmente; de allí la creación de un
personaje fundamental en Cristóbal Nonato, que es el Elector, el lector que elige y que lee y que ocupa ese espacio.
Que acepte la invitación a ocuparlo es otro problema, pero
mi deseo es reservarle ese espacio. G
la Gaceta 23
a
a
Texto tomado de La Gaceta del fce, número 125, publicada en
mayo de 1981.
24 la Gaceta
número 455, noviembre 2008
a
a
número 455, noviembre 2008
la Gaceta 25
a
a
26 la Gaceta
número 455, noviembre 2008
a
a
Fuentes: Las serpientes, los animales
con historias, dormitan en tus urnas
Leopoldo Lezama
pos y lugares diversos, el día a día en las calles con sus ruidos,
la gente, los mercados floridos, no te calientes granizo, y la palabra hilándose en el curso de un nuevo relato imaginario. Una
escritura que impone, materia compleja, opaca, adiposa, tejida
siempre con la otra, la impalpable, un hilo que se deshilvana y
luego vuelve a tensarse pero ya no desde la historia oficial sino
desde la oculta, la que impulsa la idea de que todo puede volver
a construirse, la edificada con bloques de esferas de ojos grises
junto al Sena, la hidratada con veneno, la concebida desde las
pulsiones del vientre y de la carne, presa de la impotencia de tu
espina helada, la que inventa una nueva materia para el devenir
de un cuerpo, la que acaricia unos pies desnudos frente al Cristo negro, una agua tibia, un agua que alivia la tentación de
construir territorios magníficos. Por eso Fuentes se alivia en el
deseo, para no sentirse obligado a contemplar toda la historia,
toda la vida de un continente, ya que en la mente del cosmopoli-
Fotografía: Moramay Herrera Kuri
En el amanecer de una poderosa novelística se asomaban las
serpientes, los anuncios de las calles caían a pedazos, las plantas
nocturnas de un viejo patio se iluminaban por un fósforo, los
dedos acariciaban una muñequita horrorosa, un chivo era despedazado por unas manos tiernas, un vals a oscuras, un cuarto
de edificio viejo y el lenguaje trazaba circunferencias vastas.
Una poderosa novelística, un andamiaje narrativo con cimientos absolutos, porque si el mundo envejecía había que fabularlo en grandiosos episodios: París, Londres, Venecia, el siglo
xvi, la Grecia antigua, Latinoamérica, la Bastilla, Felipe Segundo, la América española, la ciudad de barro deambulando
bajo un ambicioso proyecto literario parecido a la historia épica de un lugar sagrado: México y la imaginación, México y
Carlos Fuentes, una de esas escrituras que buscan contenerlo
todo, como si el universo hubiera descargado toda la congestión de sus
pulmones, la sensibilidad casi inasible de colectividades de tiem-
número 455, noviembre 2008
la Gaceta 27
a
ta no cabe la idea de cultura aislada, y el mundo es uno y tan
diverso, es Terra Nostra, animal que soñó otro y muchos otros
en distintos espacios, virgen congolesa, vigor londinense, gárgola parisina, Victoria de Samotracia practicando el vuelo inmóvil con sus alas rotas, pero sobre todo la serpiente luminosa,
la que avanza en silencio levantando fuego, ya que afrenta es
sangre que me pulsa como espina de maguey. Novelar México era
levantar una historia maravillosa y fúnebre, azúcar de los esqueletos, cántico frisado, para entrar de veras en la región del odio y
de la fuerza, de la guerra florida, de la riña en la cantina, la
región donde no cejan en la búsqueda de lo suave, la región de la
plaza donde el tiempo tiene orillas secas por donde coagula
lumbre, ciudad dolor inmóvil, ciudad cuyo pasado se pulverizó
en bálsamo, osamenta, y fingido rostro. Y no cualquiera le
canta a la ciudad sagrada, y Fuentes, rígido entre el aire y los
gusanos lo hizo a fuego lento, palpando bien las hondas cicatrices de un ánimo milenario, escuchando el habla inaccesible
de voces doloridas, agresivas, festivas, desdentadas, dormidas
en su cuna de aves agoreras, entendiendo que no es sencillo enredarse en el hilo que busca bordar el tiempo, a menos que la
mente se entregue a las potencias de una muerte hacia atrás y
hacia adentro: algo que se reproduce detrás de mis párpados cerrados
en una fuerza de luces negras y círculos azules. Una muerte, la
muerte del tiempo, de la voz y del espacio en el pensamiento
de quien busca reconvertirlo todo, de quien ejecuta en cada
obra una nueva tentativa, un nuevo esfuerzo en que el lenguaje, puesto en crisis, estará obligado a decir de otra manera: insistirás en recordar lo que pasará ayer.
Del sistema poético al diálogo coloquial, del recuento histórico a la crítica económica, del estudio de las ideologías a la
política, está siempre al tanto de los movimientos del mundo.
Fuentes, lector de la cultura occidental, personaje público,
teórico de la novela, realista a destiempo, costumbrista novísimo, conferencista, elegante a los 15 años para su primer discurso, prehispánico de estirpe cervantina, europeo mestizo
ejecutando su eterno salto mortal hacia mañana, hombre ligado a
una generación de escritores en la que Latinoamérica, buscando una identidad lingüística, ideológica y literaria respondió al
mundo con obras maestras. Erudito, políglota, ha sabido diluirse en la complejidad de un cuento complejo llamado modernidad: Soy este ojo surcado por las raíces de una cólera acumulada, vieja, olvidada, siempre actual. Ha sabido condensar un
universo literario que al paso de las décadas se ha reconciliado
con todo lo que el tiempo ha destruido, ya que las cosas y sus
sentimientos se han ido deshebrando, han caído deshebradas a lo largo
del camino. Y si hubo un Rayuela, un Cien años de Soledad, un
Paradiso, Fuentes respondió con Terra Nostra, sospecha inocente de una capacidad creativa inmensa, casa de cristales diversos,
todos transparentes, humo ascendiendo en las chimeneas parisinas, día que ayer fue futuro, vapor disgregándose ya con la
premisa de que es posible guardar en la memoria emocionada
28 la Gaceta
a
la historia anímica de civilizaciones múltiples: nebulosa, verdadero cuerpo que renace, proponiendo para las distintas eras un
recién nacido con sabidurías frescas. Pero concebir un territorio nuevo al interior de la memoria cuesta caro, hay que volver
sobre los mismos pasos al origen, hay que despedazar el lenguaje y las horas y los siglos para permitir que el lugar y el
tiempo sucedan ahí, en la obra, al interior de un rumor universal y circulante. Una obra que ha vencido los hierros de las
formas, dibujando bellas geografías para que habite lo real y lo
fantástico, todo bajo el torrente de un constante génesis verbal,
reescribiendo en el tránsito la historia conocida y posible. Reflexión
poética, exploración, pluralidad, arriesgue, aventura, libertad
crítica, sentido de la actualidad y pasión por la raigambre cultural son apenas algunas fuerzas de esta obra que ha llevado a
delicados límites el concepto de novela.
Su trazo es nervioso y la vez sensible, su respiración excitada,
el deseo lo absolvió de todas las culpas menos de una: la de
imaginar hasta la alucinación las posibilidades de la piel, dejó
que el agua corriera entre sus labios, cerró la llave, se secó, pero el
deseo lo invadió todo, el cuerpo careció de fuerzas, la voz de la
agonía llegaba a Artemio Cruz y sin embargo su anhelo de
contacto continuaba incólume: siento esa mano que me acaricia y
quisiera desprenderme de su tacto. Pero el tacto palpita, se impregna hasta la raíz de todo movimiento, avanza como un
himno, como una teoría de la salvación sin santos, como una
filosofía que cura, moldeada en una mente capaz de expandirse
hacia todas las eras, abrácenme, me duele, ya que el deseo nos
ubica en el centro vital, en la hoguera caótica donde se produce toda idea y todo sentimiento. El deseo subsistiendo en un
ambiente de ensueño, alejado de todo, cansado de sus propios
pensamientos, ha sembrado ya el fino temblor de la entrega.
En el jardín universal de Fuentes se alza un vuelo continuo,
un viaje excepcional donde el tiempo ha ido adquiriendo la
forma de la tensión imaginaria. Fuentes, serpiente reventada
en un sueño en el que la historia de la cultura occidental exigió
un instante poético para perpetuarse, no una nueva naturaleza,
sino una forma reconocible y una ubicación reconfortante. Le preocupa el silencio, por eso batalla con la expresión y el lenguaje
volviéndolo fértil, juventud de los caballos negros… vejez de la
playa abandonada. Hubo un momento en que fue preciso tomar
una decisión para recuperar una era que moría y Carlos Fuentes pensó en la palabra, y pensó también en una celebración
fantástica, una fiesta imposible pero ya resuelta, una fiesta que
danza su imaginario vértigo en el vientre de una obra capital
para el idioma; una obra mayor, abierta para todos los tiempo
como el amor se abre para no cerrarse nunca, para volverlo a
abrir en el posible de toda resurrección, porque la serpiente no
dejará de buscar el hueco que la cubra, porque en medio de la
noche solitaria Aura se abrirá como un altar:
—¿Me querrás siempre?
—Siempre, Aura, te amaré para siempre. G
número 455, noviembre 2008
a
a
Tres discursos
Rafael G. Vargas Pasaye
Carlos Fuentes. Tres discursos para dos aldeas,
fce, México, 1993.
El subrayado en los libros de Carlos Fuentes es un acto imprescindible. Las frases
contundentes son el infaltable elemento de
disfrute para el lector que atesora sus palabras. Premiado y leído (otro premio, quizá
mejor) sobre todo como narrador, el Fuentes ensayista también ofrece un perfil alto
en el análisis de la realidad.
Uno de esos libros pequeños, extraviado, que no esconden la paternidad, es el titulado Tres discursos para dos aldeas, perteneciente a la Colección Popular en su número
489 del fce, y son, como bien lo dice el
nombre, tres discursos que Carlos Fuentes
leyó al recibir el Premio Cervantes en
1987; en París a expensas de la unesco, y en
Ciudad Universitaria de México, DF, en un
Coloquio de Invierno.
El primero de ellos, Mi patria es el idioma
español, es un agradecimiento sincero y un
homenaje al primer idioma que le ayudó a
comunicarse. Un canto también al orgullo:
“Mi pasaporte mexicano —el de ciudadano
de México— he debido ganarlo, no con el
pesimismo del silencio sino con el optimismo de la crítica. No he tenido más armas
para hacerlo que las del escritor: la imaginación y el lenguaje”.
En esas líneas el autor de Aura habla de
sus querencias, de los objetos y sentimientos que hallan acomodo en su mente y
sentimientos tanto en México como en
España. Al país del águila devorando la
serpiente lo califica como herencia y por
ello la indeferencia queda descartada. La
historia no está allí para admirarla simplemente sino para entender los motivos por
los cuales estamos en una situación como la
actual. Por eso comparte la idea de que la
lengua de la conquista fue también la de la
contraconquista, y todavía va más lejos: “sin
la lengua de la colonia no existiría la lengua
de la independencia”.
Pero no se queda allí, sino que conmina
de manera directa para que el lenguaje utilizado en varios ámbitos suba su nivel, sea
un canal de comunicación y entendimiento
número 455, noviembre 2008
y no de discordia e insultos, él lo afirma así:
“Nuestra imaginación política, moral, económica, tiene que estar a la altura de nuestra imaginación verbal”. De allí su admiración por Cervantes, de allí su inclinación
por lo escrito, de allí también que lea cada
día, que ubique acomodo para la lectura en
su apretada agenda.
El segundo discurso, Los próximos quinientos años comienzan hoy, fue leído en la sede
de la unesco en la capital de Francia, como
parte de los festejos por el descubrimiento
del nuevo mundo (1492-1992). En él, sus
líneas tuvieron un mayor acercamiento a la
cultura y su vida alrededor. Como ejemplo
baste una de sus definiciones: “La cultura es
la manera que cada cual tiene de dar respuesta a los desafíos de la existencia”. O este otro
apunte: “Sólo la cultura, que es amor y amistad, creación y crítica, eros y tánatos, asegura
la continuidad de la vida a pesar de la inevitabilidad de la muerte”.
Ensaya con gran sigilo por las partes que
nos exploraron hace tiempo y que en buena
medida nos siguen explorando, pero ahora
con un conocimiento mayor, aunque también con los problemas que trajo consigo el
desarrollo: “Somos lo que somos porque
juntos hicimos la cultura que nos une: india, europea, africana y sobre todo, mestiza.
Una cultura que predice la naturaleza y los
problemas del mundo en el siglo xxi”. Los
problemas que ahora ya en el nuevo siglo
continúa analizando.
El último discurso de este pequeño
ejemplar es Después de la guerra fría: los problemas del nuevo orden mundial, pronunciado
en el auditorio Alfonso Caso en CU de
México DF, en 1992; y como su nombre lo
indica versa sobre los acontecimientos que
conlleva un reacomodo geopolítico, cultural, económico, que través de las guerras, a
veces con armamento de grueso calibre,
cobran facturas de dimensiones inimaginadas, sacrificando vidas, y castigando el desarrollo, cortando de raíz con la certidumbre
del mañana.
El reto es claro para Fuente desde ese
entonces: “el verdadero desafío es el de una
sociedad interna sana. Y es un desafío que
coloca el tema social en el centro de la relación de un país consigo mismo”. A la vuelta
de los días podemos ver cuanta razón tenía
y el poco caso que le han hecho a sus palabras. Allí los resultados, allí la acusación.
Y es que como señala el también autor
de Terra nostra: “El problema no es más
Estado o menos Estado, sino mejor Estado.
Y el mercado no es fin en sí mismo, sino
medio para obtener mejores metas sociales”. Sin embargo, pareciera que en la época actual estas ideas van separadas, cada una
por su cuenta, cada cual con su cada quien.
Tomas Eloy Martínez en el prólogo a
este volumen afirma sobre Carlos Fuentes
que “Cada uno en sus libros es un acto de
fe en el hombre, una deslumbradora piedra
en la interminable edificación del mundo”.
Y con visiones como la siguiente del autor
de La voluntad y la fortuna queda claro el
porqué: “Mientras más y mejor entendamos y aceptemos nuestra pluralidad racial y
cultural india, negra, europea, ibérica, mediterránea, celta, griega, romana, árabe, judía, mestiza en todos los órdenes, mejor
preparados estaremos para dirigirnos a las
dos aldeas que habitamos: la global donde
vivirán nuestros hijos y la local donde murieron nuestros padres”.
Sumado a lo anterior queda la constancia del agradecimiento y reconocimiento
de Carlos Fuentes pues cada discurso está
dedicado a una personalidad que ha querido celebrar de alguna manera (Javier Solana, Federico Mayor y Bernardo Sepúlveda),
demostrando así humildad y reconocimiento. De tal suerte que Tres discursos para
dos aldeas sea un ejemplar de esos extraviados en las gigantescas columnas de sabiduría de una librería o biblioteca, pero que de
hallarlo se disfrutará porque el análisis inteligente y la sabiduría por compartirlo de
Carlos Fuentes está en todas sus aportaciones, no sólo en la narrativa. G
la Gaceta 29
a
a
Entre razón y religión
Xochitl Mayorquín
Jürgen Habermas y Joseph Ratzinger, Entre razón y religión.
Dialéctica de la secularización, fce, México, 2008.
¿Cuáles son los fundamentos prepolíticos
del Estado liberal? Es decir, ¿cuáles son
las condiciones no escritas y deseables
que permiten, e incluso fundamentan, el
correcto funcionamiento del Estado laico
y democrático? O bien, ¿cuáles son los
presupuestos en los que, de hecho y de
manera soberbia, se sostiene la máxima
conquista del la razón occidental? A esta
pregunta respondieron los representantes
de dos de las tradiciones más influyentes
del mundo moderno: Jürgen Habermas,
el exponente más conocido de la visión
laicisita del Estado, y Joseph Ratzinger,
hoy papa Benedicto xvi y entonces cardenal, representante de la tradición católica
clásica, quienes, en un acontecimiento
poco usual, sostuvieron un debate el 19 de
enero de 2004; quizá lo más importante de
este encuentro fue la disposición que hubo
para un diálogo sin condiciones, esto tomando en cuenta que hasta los años setenta del siglo pasado la Iglesia fue renuente
al diálogo con otras tradiciones.
En su intervención, Habermas ratifica su convicción en el liberalismo político en tanto que ofrece una justificación
racional, no religiosa y postmetafísica de
sus principios, que la hacen comprensible a todas las personas. Este filósofo
centra su discurso en la motivación y
solidaridad ciudadana en que debe apoyarse la sociedad democrática del Estado
liberal —algo que, reconoce, no se puede imponer por la vía legal— y rechaza
que éste precise de la religión o algún
poder sustentador independiente para
garantizar el aspecto motivacional de
la sociedad, pues el Estado cuenta con
sus propios medios de autolegitimación
que hacen posible que los ciudadanos
pasen de ser sólo receptores del derecho
a coautores del mismo. Ese “vínculo
30 la Gaceta
unificador” lo produce el Estado liberal de manera autónoma a través del
proceso democrático que crea “patriotismo constitucional”, por el cual los
ciudadanos hacen suyos los principios
que emanan de una Constitución que
“se otorgan a sí mismos los ciudadanos
asociados”. Ahora bien, ¿es abstracto
este “vínculo unificador” y pierde su eficacia en tanto que poco o nada dice a la
gente común? Habermas no lo cree así:
existe una conciencia concreta por parte
de los ciudadanos de la importancia de
una Constitución pues “basta con la
evidencia y con un consenso mundial en
lo que respecta a la indignación moral
que provocan las violaciones masivas a
los derechos humanos”. Sin embargo,
Habermas advierte que no se trata de
forzar a nadie a las leyes impuestas por la
sociedad laica, pues una modernización
“descarrilada” produce todo lo contrario: ciudadanos aislados, sin virtudes políticas, que ven sólo por el bien propio.
Finalmente, Habermas cree que si
las posturas religiosa y laica conciben
la secularización como “un proceso de
aprendizaje complementario pueden tomar en serio sus aportaciones en temas
públicos controvertidos desde un punto
de vista cognitivo”.
Por su parte, en su intervención Joseph Ratzinger da una muestra de su
sólida formación teórica tanto teológica
como filosófica —Raztinger fue profesor de teología en varias universidades
alemanas y es autor de cerca de una
veintena de libros—, y va tejiendo un
discurso nada ingenuo sobre la situación
del cristianismo en el panorama mundial
actual, para luego desencadenar hábilmente una serie de cuestionamientos
que ponen en entredicho muchos de los
considerados más grandes logros de la
razón secularizada moderna; con esto
busca aportar elementos para considerar
que ni cristianismo ni razón occidental
tienen la última palabra pues “no existe
una fórmula universal o ética o religiosa
en la que todos puedan estar de acuerdo
y en la que todo pueda apoyarse”, y que
los principios de la razón occidental no
son aceptados e incluso comprensibles
para toda ratio. Aunque reconoce la importancia de los derechos fundamentales
del hombre, Ratzinger continúa con su
crítica de la arrogante y eurocéntrica
racionalidad occidental haciendo notar
cómo en otras culturas y tradiciones se
tiene una idea distinta de cuáles sean
estos derechos fundamentales humanos.
Sin olvidar las patologías que degeneran
a las religiones, como el fanatismo, el
entonces cardenal hace notar las patologías y riesgos de la razón occidental,
que ha acumulado un poder destructivo
capaz de acabar con la especie y el planeta, por lo que es necesario que surja la
duda sobre su fiabilidad. Ratzinger da la
impresión, al menos en teoría pues bien
conocidas son muchas de sus posturas
reaccionarias dentro de la Iglesia, de ser
un religioso abierto y conciliador para
quien es indispensable el diálogo intercultural a escala mundial que permita a
razón y religión circunscribirse, mostrarse sus respectivos límites y ayudarse
a encontrar el camino.
¿Hubo un ganador del debate?, ¿tendría que haberlo? Independientemente
de esto, sería conveniente otorgarle al
mero diálogo un fin más alto: acercar
a los hombres de buena voluntad y de
buena fe y buena esperanza, dignificar la
vida, serenar el ánimo y acercar la mente
a la comprensión. G
número 455, noviembre 2008
a
a
Antología
Javier Ledezma
Marco Antonio Flores,
Antología personal, fce, México, 2008.
Si uno de los oficios de la poesía es reunir lo dividido, ya sea mediante el maridaje entre lo cercano, la unión insólita,
la reconciliación de opuestos o cualquiera de sus misteriosos mecanismos, una
edición de la naturaleza de la Antología
personal de Marco Antonio Flores es en
sí misma una creación poética, un acto
de integración. El poeta, quien no había
frecuentado sus obras luego de publicarlas, en este caso ha releído —con distancia y no sin cierta ajenidad— cuatro décadas de producción poética y mediante
su selección nos ofrece en estas páginas
una lectura de sí mismo, de las distintas
maneras de entender y decir el mundo
por las que ha transitado su voz poética.
Los ocho poemarios de los que abreva la antología, lejos de ser recopilaciones de poemas dispersos, versan en
torno a temas centrales y sintetizan distintas épocas de la vida y el pensamiento
de Flores, a la vez que dejan entrever
los acontecimientos históricos que lo
rodeaban en los momentos en los que
se cristalizaba en palabra escrita “una
intensa emoción que surgía empalabrada
número 455, noviembre 2008
de lo más hondo del inconsciente”. La
sucesión de poemas obedece, pues, a una
lógica que no es otra que la sintaxis de la
vida del autor: las distintas épocas de las
que emanan se revelan entonces como
etapas sucesivas: a veces como devenir o
como consecuencia, a veces como rupturas de unas con otras. Las piezas así
articuladas integran, en este sentido, un
nuevo poemario de Flores, o bien —si se
quiere leer así— un solo poema integrado por ocho grandes estancias.
En medio del periplo que va de La
voz acumulada a La estación del crepúsculo
se atraviesan Muros de luz o se escuchan
las Crónicas de los años de fuego; se visitan
entretanto otras estancias —Viento norte,
La derrota, Persistencia de la memoria, Un
ciego fuego en el alma— donde asimismo
anidan las preocupaciones y los asombros centrales de quien, siempre irreverente y controversial, ha sido una de las
voces de mayor relevancia en las letras
latinoamericanas de las últimas décadas.
A través de las suma de estas partes
podrá acaso un lector tan avezado como
intuitivo reconstruir el todo; sin embar-
go, no se propone esta antología suplir a
los libros que recoge; antes bien, se trata
de un destilado que traerá a la presencia
de los viejos lectores de la obras de Flores pasajes quizá olvidados, versos que
retumban aún en la memoria, y les ofrece
una visión de conjunto, bajo una nueva
luz; para los nuevos lectores, en cambio,
se trata de una galería de ocho puertas
entreabiertas que dan atisbos y permiten
otear hacia los libros, en la ambición de
llevarlos a trasponer el umbral y visitar
in extenso esas estancias, individualmente.
De entre las múltiples facetas de
Marco Antonio Flores —asimismo ensayista, narrador e investigador—, el
Fondo de Cultura Económica pone al
alcance de los lectores de mundo de habla hispana esta Antología personal de su
obra poética; más que meramente una
selección, es un recuento que condensa
cuatro décadas de experiencia del mundo y de la escritura de una vida que se ha
vivido, que se ha soñado —según declara
el poeta en su epígrafe/epitafio— en “un
acezar constante y peligroso, el ron y las
mujeres”. G
la Gaceta 31
a
a
32 la Gaceta
número 455, noviembre 2008
a
a
a
a
a
Descargar