Del deseo a la familia

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Del deseo a la familia: la construcción de
lo familiar1
RAFAEL MANRIQUE SOLANA
Psiquiatra y terapeuta
España
El matrimonio es una gran institución.
Ideal para quien guste de vivir en grandes instituciones.
Groucho Marx
Hay matrimonios que acaban bien, otros duran toda la vida.
Oscar Wilde
El amor es como el oro que en sales cura y en bala mata.
Frc. Quevedo
¿Qué está pasando aquí?
Los observadores de lo social coinciden: la vida en familia implica con frecuencia insatisfacción, sufrimiento, inseguridad y dificultad. El divorcio, la violencia
intrafamiliar, el consumo de fármacos tranquilizantes, la insatisfacción sexual y
la infidelidad, hablan de la existencia de un problema importante. Algunas personas huyen de la estructura matrimonial y familiar tradicional, otras la buscan
con fuerza.
¿Qué está pasando? la respuesta más general es que los cambios que se están
produciendo en tantas áreas y que se suelen englobar con el término tomado
del arte de “postmodernismo”, han llegado al centro mismo de la creación de la
subjetividad, la sexualidad, el matrimonio y la familia.
Conferencia basada en el libro de Manrique, Rafael. Sexo, erotismo y amor. Complejidad y
libertad en la relación amorosa. Madrid, España: Edicopmes Libertarias, Prohufi, 1996.
1
El racionalismo, la obediencia, la trascendencia, la creencia en valores inmutables, han saltado por los aires. Ya casi no queda una idea de los considerados
fundamentales básicos que no se haya transformado. Pensemos, por ejemplo, en
los de clase social. No es que haya dejado de haber ricos o pobres, no es que haya
dejado de haber excluidos, pero ha dejado de haber clases sociales como concepto
útil. Lo mismo se puede decir de la familia y todos los fenómenos a ella asociados.
Siempre habrá niños (hasta que nos extingamos), siempre habrá crianza, pero no
será de la forma que en la actualidad conocemos; en realidad ya ni siquiera es en
la forma que es. Otras realidades sexuales, de pareja, de familia, de reproducción
y de crianza están presentes y aún no sabemos si se van a consolidar.
La globalización en la que ahora vivimos supone tres grandes procesos de cambio: la transformación de la situación de la mujer, la uniformidad y generalización
de la información, la movilidad y precariedad laboral. Todos estos fenómenos
tienen incidencia en muchos aspectos de la vida. El mundo íntimo ejemplificado
en el amor, el privado en la libertad personal y el público en la familia y el matrimonio. Ese cambio altera la vida de las personas; produce miedo, medicaliza
los problemas, dificulta la reflexión y altera también los conceptos, métodos y
objetivos de todos aquellos profesionales de las relaciones humanas: médicos,
profesores, trabajadores sociales, psicólogos, pedagogos y abogados.
La hipótesis que quiero desarrollar aquí –hipótesis inconclusa ya que aún no
hay material suficiente para formularla de manera conveniente– es que solo un
cambio en el concepto de amor producirá cambios en el sistema familiar que
lleven a una situación de mayor bienestar psicológico y social. Ese bienestar se
dará a través de la adquisición de poder y autonomía para todos los miembros de
la familia e incluirá nuevos definiciones y prácticas de lo público (la institución
matrimonial) y lo íntimo (la experiencia de la sexualidad).
En la época postmodernista y globalizada
La globalización económica, la tecnología de la comunicación y los avances
técnicos de los últimos años han provocado un cambio cultural solo comparable
al descubrimiento por parte de los europeos del siglo XV de la existencia de
América.
Tomemos un poco de distancia, según afirma Verhaeghe, es la gestión de la
alimentación la que ha organizado las relaciones sociales y sobre esa dimensión
se han superpuesto las demás, incluida la sexualidad. Los más tempranos grupos
humanos así lo hacen y se estructuran en sistemas matrilineales. Por razones no
bien conocidas en épocas prehistóricas, se da el paso a sociedades de organización
patriarcal como podemos rastrear en el argumento de obras como La Orestiada
de Esquilo. Lo que nos interesa ahora destacar, es que en ese momento se dio
un gran cambio en la esencia antropológica de los seres humanos y si una vez se
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dio ese cambio, se puede dar de nuevo. ¿Estamos en la era de la globalización,
la biotecnología, la hipercomunicación, ante un nuevo salto en la historia de lo
humano?
Ahora sabemos que los sistemas de parentesco no occidentales se parecen muy
poco a los nuestros, aunque análisis muy eurocéntricos hayan querido verlos como
variantes de una misma estructura. En ellos no existen matrimonios similares a
los occidentales. En muchos no se tiene en cuenta la paternidad, el concepto de
madre personal tampoco, el compromiso personal o la exclusividad sexual está
ausente. No existe un “Yo” que se considere sujeto agente de decisiones. Así
que la esencia humana no solo es muy variable sino que ha cambiado y quizá
vuelva a hacerlo.
Una cosa sí es clara y demostrable: en pocos años la familia ha ido cediendo
atribuciones a agencias externas. La educación de los niños, la socialización, la
salud, la estabilidad, la autoridad, entre otras. Eso quiere decir que esas funciones
eran eso: funciones, que no pertenecen a la familia patriarcal sino que esta es una
manera de realizarlas.
Desde hace muchos años han existido opiniones, descripciones y advertencias
sobre la institución familiar y matrimonial. Se han encontrado papiros en Egipto
de más de 3000 años de antigüedad que se ocupan de los problemas de la familia.
Asimismo lo hicieron los griegos clásicos –pensemos en la historia familiar de
los Labdácidas, a la que pertenecía Edipo–, los creadores del cristianismo, los
del budismo, los filósofos europeos, revolucionarios como Engels, hasta llegar
a los sociólogos actuales; tanto académicos como deconstructivistas. Y ello sin
mencionar a los poetas o a los novelistas, como nos lo muestra el inicio de Ana
Karenina.
Hay mucho pensado sobre ello y quizá sea injusto resumirlo en unas pocas
palabras pero sí se puede afirmar que parece evidente que el desarrollo del sistema
capitalista a partir del siglo XVII ha exigido tipos de estructura y vida familiar que
han acabado en el modelo que hoy conocemos: un grupo muy reducido y concentrado compuesto por padre, madre y uno o dos hijos biológicos. Por ejemplo,
los largos turnos en las fábricas en el siglo XIX y principios del XX necesitaron
la presencia constante de una mujer en casa para labores de mantenimiento del
hogar; pero ese modelo general hoy está en crisis. Quizá el capitalismo de la información no necesita de ese tipo de estructura nuclear que se va abandonando
para desconcierto y temor de los sistemas de poder, basados en la tradiciones
antiguas, como son ciertos grupos políticos o religiosos.
La familia nuclear concentró todas las tareas y necesidades de los seres humanos. Había de dar protección, sexo, amor, pasión, compañía, facilitar la crianza,
mantener la fuerza de trabajo; es decir, todo se encerraba en un sistema de relaciones y en un conjunto de personas muy pequeño: además, se le pedía a sus
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miembros tareas que parecían mutuamente incompatibles: la necesidad de pasión
y la necesidad de rutina no se armonizaban fácilmente, como no lo hacen, en
general, la lógica de lo subjetivo con la lógica de lo social y sus instituciones.
Sumando estas dificultades, nos estamos asomando a un fenómeno nuevo y
radical: el avance de la técnica y de la ciencia puede que estén cambiando nada
menos que las definiciones y las reglas de juego de la humanidad. Puede que se
esté modificando lo que ha sido la base ontológica que nos define. Desde el punto
de vista antropológico, el matrimonio tenía unas características que se definían
como universales: había de ser socialmente reconocido como tal, existía algún tipo
de división sexual del trabajo, se definían rígidas pautas de inclusión y exclusión
para las relaciones sexuales y se establecían unas normas para la herencia. Sin
embargo, la nueva estructura social hace que esto ya no sea así, ninguna de estas
características “universales” parecen serlo, no ha de ser casualidad que estamos
a las puertas de ser capaces de modificar nuestro código genético.
Antes el mundo tenía respuestas a las cuestiones humanas esenciales: los sistemas religiosos y políticos; también la ciencia, daban sentido a la vida dividiendo
la realidad y las personas en creyentes y no creyentes, en ellos y nosotros, en
locos y sensatos, en buenos y malos. Absurdo quizá, terrible quizá, pero seguro y
reconfortante. No es así ahora: desde el divorcio, hasta el cambio de sexo pasando
por la clonación, las adopciones, la vida al margen de la familia, la sexualidad
no monogámica, la igualdad entre los sexos, aparece en un mundo incierto en el
que la desaparición irreversible del sistema patriarcal es una novedad absoluta
en la historia de la especie humana y de no fácil asimilación.
Hay que recordar que el amor es histórico
Una cosa difícil de aceptar es que el amor, eso por lo que uno a veces daría
y da la vida, es algo que existe tan solo a partir del siglo XII y fue creado en la
actual Provenza francesa, como lo expresan autores entre los que se encuentra
Rougemont o Foucault. Sin embargo, es necesario distinguir la idea del amor de
la de emoción del amor. La primera, como concepto, supone unas prácticas y
unos significados que surgen en el seno de una comunidad histórica específica.
Observemos como las prácticas y los significados amorosos de otras culturas
son muy diferentes a las nuestras. En cambio, si nos referimos a la emoción del
amor; es decir, a la disposición a actuar de forma que se establece un tipo de
relación específica con otra persona definida como única, estamos hablando de
algo universal que se refiere a todos los seres humanos, a pesar de sus múltiples
y variables prácticas.
En realidad, el amor descrito en la literatura provenzal es más un canto a la
alegría de vivir que la descripción de una relación humana. El noble medieval
provenzal plantea que se puede dedicar la vida al amor. Esta posición, además
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de ser una extraordinaria novedad, entra en contradicción con la postura de la
Iglesia en aquellos tiempos (y en estos), para la cual, la única forma de vivir era
la sumisión a la voluntad de Dios.
Lo que conocemos del matrimonio hoy se cristaliza en el Concilio de Trento
(1545-63) cuando se convierte en un sacramento, y se independiza en buena
medida de la voluntad de las familias, que eran las que casaban a sus hijos en
función de sus intereses. Pero es notable señalar cómo, según dicen I. Morant
y M. Bolufer, las familias se resistieron. La nobleza en tiempo de Carlos III en
España planteó y consiguió un trato especial para ella de manera que pudieran
impedir los matrimonios libres o secretos y así devolver al matrimonio al redil
de lo público e institucional. A partir de la modernidad se establece ya de forma
clara una dualidad en la familia, como institución del orden social: reproducción,
economía con responsabilidades y necesidades derivadas de las exigencias del
Estado moderno. Pero también como organización del ámbito privado, que graba
en las mentes y los cuerpos de los individuos una forma de ser, una identidad y,
por tanto, una representación del mundo.
Al centrarse en el amor virtuoso se habían de fijar en el peligro que para esa
visión suponía la influencia de la pasión, que había quedado olvidada (ese amor
calificado de frívolo del que nos advierten óperas como Las bodas de Fígaro o Cosí
fan tute). Para evitar ese peligro había que realizar una educación sentimental
(piensen en Flaubert) o precisar en que consistían las afinidades electivas (piensen
en Goethe). Aún así, obras como el Don Juan de Mozart o Las amistades peligrosas
de Laclos muestran como nunca que la fiera está domada.
En su estudio sobre la historia de la familia I. Morant y M. Bolufer señalan
como, a partir del siglo XVIII y XIX, en los grupos protestantes ingleses y americanos surge la idea de un pequeño y perfecto círculo de domesticidad ajeno al
exterior donde transcurre la vida familiar. Un espacio físico y un orden moral
que ya no es la familia extensa del antiguo régimen.
La separación existente entre lo público y lo privado se convirtió en un ideal,
no ya en mera realidad fáctica. Esta separación fue decisiva porque consagró la
opresión de la mujer, pero introdujo el germen de la revolución feminista que
empezaría poco después.
La desigualdad de las relaciones pronto sería mal vista desde la razón: la
reflexión sobre el individualismo y la libertad que llevan a cabo los pensadores
anglosajones y los cambios en las conductas que trajo la Revolución Francesa
fueron decisivos; más aún con el advenimiento del movimiento feminista. Pero
en definitiva, amor y matrimonio caminaban juntos. Queda establecida una especie de contrato sentimental en el que se vinculan de forma legal y afectiva, dos
personas con una vocación y obligación de continuidad y firmeza. Sin embargo,
esto no será fácil.
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Ahora que no sabemos bien qué es lo que somos
No es fácil asumir el que no sepamos definir con precisión lo que es un hombre y lo que es una mujer. Podemos manejarnos en la práctica pero no precisarla
conceptualmente; ya que no se puede encontrar ninguna diferencia que sea
relevante e inmutable. Una persona se siente hombre o mujer sin que apenas se
pueda obtener un denominador común en esa definición.
Pero hasta no hace mucho lo que era un hombre estaba claro. El patriarcado lo
definía con claridad; trabajaba fuera de casa, tomaba las decisiones, tenía la patria
potestad. Había hombres y mujeres, y pobre del que no supiera la diferencia.
Ahora bien, si nada se encuentra de forma natural asignado como función
o valor a los hombres y a las mujeres, ocurre que cada uno ha de tomar sus decisiones de forma personal. La moral sexual, las decisiones y las elecciones de
objeto se convierten en un dilema que uno debe resolver sin la protección que
antes ejercía la religión o la ética patriarcal.
No solo se equiparan los hombres y las mujeres, ya que la misma diferencia
entre ellos se está cuestionando y a su vez, se cuestiona el fundamento de la familia
y con ella el de la organización social como, por ejemplo, la paternidad. Es toda
una revolución y una gran liberación, pero sabemos que cuando se resuelve un
problema se crean otros que traen nuevas dificultades. La vida en pareja se hace
más difícil e incierta y la vida personal se carga de ansiedad y dudas, así sucede
siempre que aumenta la libertad.
El amparo y la protección familiar y grupal de las sociedades premodernas ha
desaparecido, cada vez más las familias no son capaces de asegurar la materialidad
de la existencia y la transmisión de la herencia o la sucesión de las generaciones,
ya lo material no es la unión entre los miembros de una familia. ¿Y qué queda?:
los sentimientos, nada más frágil y voluble que los sentimientos.
Aún así hemos de realizar definiciones
Si lo que tenemos por el más profundo de los sentimientos fueron construcciones de sociedades históricas, es importante saber en qué consisten dichas
construcciones y cómo han evolucionado desde que fueron creadas hasta la actualidad. Muchas distinciones son importantes: amor, pasión, enamoramiento, deseo,
erotismo y la distinción entre pareja y matrimonio. Una pareja puede constituir
un matrimonio y/o una relación amorosa. El matrimonio es una institución que
pertenece a la lógica social y el amor es una relación que pertenece a la lógica
intersubjetiva; y cada unas de estas lógicas exige condiciones distintas.
El amor requiere lo nuevo, lo transgresor, lo único, lo privado y lo pasional.
El matrimonio demanda lo estable, lo conservado, lo público y lo regulado. Debido a sus diferentes lógicas, matrimonio y amor no son fáciles de armonizar, el
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matrimonio es una institución social que prescribe una interacción específica,
única y total entre un hombre y una mujer, necesaria para que ese orden social
se perpetúe. En nuestro mundo, sobre el matrimonio se fundamenta la familia,
que es uno de los dispositivos básicos de lo social.
El matrimonio como institución social ha de ser conservador, se interesa en el
dinero y en el control. Es una institución reproductora y por ello es materialista,
busca en la exclusividad sexual una base material y emocional que no altere las
condiciones iniciales del contrato, de tal manera que tolera la prostitución pero
no el adulterio. Y se entiende, porque la prostitución no sirve para liberar el deseo
sino para encerrarle en el burdel, mientras que el adulterio llevaría al amor libre
(como si pudiera ser esclavo), a la libertad sexual, al matrimonio abierto y a una
nueva geografía amorosa, que no sería compatible con la lógica productiva del
sistema capitalista.
Se trata del peligroso caso de la exigencia, una doble lealtad. La institucionalización de la pareja en el matrimonio corre el peligro de asfixiar el amor. La
predominancia de lo amoroso puede romper el matrimonio y la familia. Esta
contradicción hace que en la actualidad se observen otros modos de relación
amorosa que aún inestables ya van dibujando esa nueva geografía de lo amoroso:
parejas que no se casan, parejas en segundas nupcias, sucesión de parejas, parejas
abiertas, parejas de homosexuales, personas solteras que mantienen relaciones
no comprometidas, parejas comprometidas que eligen vivir separados. Todas
ellas contienen alguna novedad y, al tiempo, un vínculo fuerte con el sistema de
la pareja tradicional.
De dimensiones como la sexualidad o el erotismo
Las palabras son palabras, como decía Hamlet, que hay que llenar de contenido
en cada persona, en cada generación y en cada situación histórica.
Empecemos por el sexo: estamos rodeados de sexo, hasta las estrellas se atraen
y se funden las unas en las otras, como dice Cardenal de una manera tan hermosa
en su libro Cántico cósmico. El sexo conmueve nuestra corporalidad como no hay
otra dimensión humana que lo consiga, es preciso saber vivir la vulnerabilidad y la
intimidad. Y ello es quizá el mayor problema a la hora de pensar en los conflictos
de las relaciones de pareja.
El sexo es la metáfora más importante de lo humano y ello por una doble
razón: el sexo tiene importancia ontológica debido a que desde el punto de vista
corporal y físico, proporciona la experiencia más intensa que podemos sentir
el orgasmo. Pero más importante aún es que es la única experiencia que tiene
la capacidad de disolver nuestras características más estables y, por tanto, más
rígidas: el “Yo”, la historia personal, la identidad y el tiempo quedan suspendidos
gracias al sexo, que tiene además una importancia contingente como creador de
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vínculos con otras personas, como criterio de aceptación personal, como forma
de afirmación. Todavía podemos ir más allá: tiene una gran importancia política,
ya que nos permite escapar de la preferencia por lo familiar, por lo consanguíneo
y nos introduce en la preferencia por lo ajeno, por lo gratuito y no obligatorio.
La importancia del sexo aumenta cuando se desacopla de otras realidades
con las que ha estado mezclado, como la reproducción o el amor. Ahora entre
la actividad sexual y la reproducción es completamente posible de una forma
segura y cómoda, desconectar ambas realidades. Esta es una de las explicaciones
al hecho de que la institución matrimonial haya perdido fuerza en casi todas
las sociedades occidentales. La desvinculación del sexo de la reproducción, ha
abierto el camino a otras separaciones. El amor total entendido como la fusión
de amor, sexo, matrimonio, reproducción y hogar, ahora es una opción, solo eso,
una opción.
La revolución sexual que Reich impulsó en su deseo de unir el psicoanálisis
y marxismo, y hacer de ello un instrumento de transformación social, tuvo más
éxito del que se piensa y, seguramente, de forma distinta a la que él hubiera deseado. No logró, desde luego, subvertir el orden burgués a través del sexo pero
sí contribuyó a esparcir la idea de sexualidad y hacerla democrática, general,
deseable, abierta; pero aquí radica también su fracaso, en tanto que eso ocurrió
al precio de convertir el sexo en algo banal, consumible, fácil y poco apasionante.
En esta época de tanta libertad sexual, el sexo de pago o la industria pornográfica no hacen más que crecer y crecer, convirtiendo al sexo en poco más que un
ejercicio gimnástico.
Aún surge otra dificultad para el sexo que es la actual situación del hombre,
de “la masculinidad”, por así decirlo. Si el hombre ha perdido referencias acerca
de en qué consiste serlo y si asiste perplejo al ascenso de las prácticas de igualdad
de la mujer, va a tener dificultades con las relaciones sexuales, con el erotismo.
La masculinidad tradicional estaba asociada a determinadas concepciones y
prácticas sexuales pero eso ha cambiado; el hombre ya no se siente seguro en la
alcoba y eso implica que ya no puede asumir que el goce para la mujer se basa en
el disfrute pasivo de su fuerza sexual, activa, masculina. La consecuencia de todo
ello es clara; la base erótica de la pareja se altera y con ello se altera la relación
amorosa, el matrimonio y la familia.
Para comprender las formas del amor
La relación entre un hombre y una mujer que desemboca en el matrimonio y
luego funda una familia se basa en un enamoramiento que, aunque se confunde
con el deseo o con el amor, no lo es. Desear es fundamental para la relación de
una pareja y es tan imprescindible que para algunos autores “ser” humano es “ser
deseante” y lo demás sería una especie de vida vegetativa.
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Desear está en la base del amor pero también es un problema. Recordemos
algunos de los mitos que fundan el magma por el que nos comprendemos y que
nos previenen en contra del deseo: las sirenas de Ulises o Parsifae y el toro o el
mito del andrógino de Platón. Según él, somos seres incompletos –solo hombres,
solo mujeres– y por eso nunca estaremos satisfechos.
Pero si por el contrario, el deseo es creador y productivo, si no hay nada que
buscar o en lo que completarse, entonces solo cabe el gozo del encuentro; no hay
dolor. Si no se aspira a lo absoluto, lo relativo resulta encantador, en la búsqueda
del tiempo perdido solo le fue bien a Proust.
Deleuze dice algo que me parece muy apropiado: uno se vincula a los objetos
porque los desea. Se ama porque se desea, no se desea porque se ama. Es primero
el deseo, pues este impregna a los objetos de ese deseo y los convierte en significativos, en amables y personales.
Así como el deseo puede ser eterno, el enamoramiento se acaba y lo hace al
menos por tres razones: la primera es por la presencia de los hijos; la existencia de
terceros en el seno de una fusión de dos, acaba con ella. La segunda es la evolución
psicológica; con el tiempo se va descubriendo cual es la verdadera dimensión
del otro del que uno estaba enamorado y la realidad acaba por imponerse. Y hay
una tercera razón que, aunque las otras dos no se dieran acabaría por aparecer
y dar fin al enamoramiento: es el deseo de la autonomía, la vida enamorada o,
más sencillamente, la vida de pareja acaba por ser un tanto agobiante. El uso del
“nosotros” se hace excesivo, abusivo y cercanos a los cuarenta años –estamos
ante la famosa y estereotipada crisis– se da un deseo mayor de individualidad y
de autonomía.
La autonomía tiene dos problemas: por un lado, la propaganda del amor va
en contra de esa autonomía. Por otro, exige una posición de igualdad entre los
dos cónyuges. Ambas cosas son difíciles y, con frecuencia es interpretada por
ellos, especialmente por parte de los hombres, como un signo de desamor, de
traición. No es extraño que sea esta una época muy proclive a los divorcios o a
la violencia contra las mujeres.
De esta manera Spinoza se refiere a la ética del deseo: “tú eres la causa de mi
felicidad. Me alegro de que existas y vivas lo que deseas. No pido nada ya que tu
existencia basta para satisfacer mis deseos”. Pero para muchas personas se hace
difícil conciliar compromiso y amor, con autonomía y libertad.
El peligro es la evolución de la fusión, al apego, y este último se confunde
con el amor; tema casi clásico de la literatura de autoayuda. Hay personas –y
más entre las mujeres– que aman demasiado, pero en realidad no se puede amar
demasiado; lo que ocurre en esas circunstancias es que se confunde el amor con
el apego, con la dependencia, con las relaciones amorosas alteradas y conflictivas:
déjame poseerte, poséeme, déjame depender, depende.
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Aquí aparece el grave error; amor se convierte en dependencia y en una
trampa para ambos, hombres y mujeres, que hay que evitar explorando y comprometiéndose con ideas, sentimientos, acciones y proyectos. Variar, cambiar, no
aspirar a ser total para el otro, jugar, viajar, desarrollar lo intelectual, lo artístico
y lo creativo. En consecuencia; hacerse cargo de las propias realidades, aceptar
el estar solo y no definirse como un ser lleno de necesidades que han de ser
satisfechas por los otros.
Todas las formas que adopte el amor han de dar respuesta a cuatro necesidades:
•
•
•
•
Ha de proporcionar un intercambio de bienes, símbolos y valores con el
otro.
Ha de ocurrir que la existencia, la presencia del otro, sirva para enriquecer la
propia.
La presencia del otro ha de suponer un aumento de las opciones disponibles
para la acción.
Ha de darse una satisfacción erótica. Dar y recibir placer sexual del otro.
Y una quinta
• Ha de suponer una cierta trasgresión de los valores y costumbres dominantes.
Y como decía Lope de Vega: “eso es amor, quien lo probó lo sabe”.
Y cómo se vive en un matrimonio
Casi cualquier relación –hasta la fugaz de una noche– lleva consigo ciertas
reglas, pero son más evidentes e importantes cuando la relación tiene alguna
duración y cuando se plantea como un noviazgo o un matrimonio. Y esas reglas
tienen las características de contrato.
Una pareja es una relación contractual siempre –derechos, obligaciones, penalizaciones– y con frecuencia lo es también desde el punto de vista jurídico. Esta
naturaleza formal se da todo el tiempo y por ello existen símbolos que recuerdan
que ese contrato existe, aunque con frecuencia, en la fase del enamoramiento,
el contrato está implícito.
Se dan numerosos de estos símbolos: las canciones, los lugares y los olores.
Los regalos también pertenecen a esa simbolización; por ello, cuando se rompe
una relación, una de las primeras cosas que se hace es devolver o pedir los regalos
efectuados, sobre todo aquellos que simbolizaban el vínculo. Hasta hay un amago
de firma “oficial”: es el famoso, tierno y cursi corazón escrito en una hoja de papel
o en la corteza de un árbol, en tiempos de menor conciencia ecologista.
El pensamiento romántico gusta de pensar que el amor es etéreo, que es una
especie de estado de flechazo de Cupido permanente, pero esta idea del amor no
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es verdadera. Siempre hay intercambio: el matrimonio y la pareja que lo sostiene
deriva de uno de los sistemas de intercambio que fundan la especie humana. Ya
Lévy-Strauss había observado que lo social podía concebirse como un sistema de
intercambio de aquello que es valioso para los seres humanos. Se intercambian
sujetos (reglas del parentesco), mensajes (reglas lingüísticas) y bienes (reglas
económicas).
Maturana explica como, a partir de la pegajosidad estructural de los mamíferos,
necesaria para la supervivencia, se organiza el sistema social y esa formación tiene
tanto éxito que se acaba por convertir en el medio en el que se vivió. Pero también esta dimensión de intercambio está sufriendo una transformación: al crecer
la necesidad de vida individual dentro de la pareja, al disminuir el “nosotros”
para quedarse en un “tú y yo”, lo contractual se hace más patente. La posición
actual de la mujer hace que ella exija un contrato más claro que garantiza esa
igualdad y el hombre también, aunque solo sea por desconfianza, para protegerse
de exigencias que no conoce pero que teme.
Hoy en día el contrato se plantea como algo bastante lógico e incluso algunos
han querido establecer este tipo de acuerdos, hasta para las más nimias relaciones
de pareja (recuerden el que se hizo famoso entre Michel Douglas y Catherine
Zeta-Jones, el cual se caracterizo por lo pormenorizado y mercantilista). Y puede
ser una mejora pero también es verdad que induce a una clara inestabilidad en
las parejas. La existencia de contrato hace que sea más fácil separarse y al tiempo
la existencia del divorcio y sus complicaciones lleva a que las personas quieran
establecer un contrato que las proteja. De esta forma, el divorcio favorece los
contratos y los contratos favorecen los divorcios.
Sin evitar aceptar que suele haber un final para el
amor
La cuestión estriba en cómo vivir una relación amorosa a lo largo del tiempo
que no sea tan solo una relación civilizada, de socios; una empresa de servicios
a terceros en la que se produce una convivencia tolerable pero sin pasión alguna.
El proceso que suele darse va desde una relación concebida como una eterna
luna de miel hasta otra que se vive a veces como una eterna luna de hiel, por
citar la hermosa película de Polanski.
El matrimonio ha sido tradicionalmente el lugar de reparación de las fuerzas
laborales del sistema; no el reposo del guerrero. De acuerdo con la garantía de
que, día tras día, el trabajador y sus jefes vuelven nutridos por los cuidados y la
estimación de una esposa, entendida como una madre solícita. Otro fundamental efecto de la relación matrimonial es el aumento, estabilización y predicción
del consumo. Los matrimonios consumen muchos bienes específicos: casas,
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electrodomésticos, vacaciones y fiestas. Además consumen a fecha fija: son muy
predecibles, y eso es muy útil en términos económicos. Un último efecto de esta
institución era el de lograr la identidad social; un lugar en la escala social.
Pero todas estas funciones cada vez están menos basadas en lo matrimonial y
se obtienen fuera de esa institución. Sin funciones y con rutina, el deseo tiende
a desaparecer y, la base emocional de la familia se empieza a desmoronar.
Tres análisis me parecen relevantes para entender el fenómeno de la ausencia
de deseo:
•
•
•
La banalización del deseo, claramente ejemplificada en el sexo. Bajo el rótulo
de "libertad sexual", la dimensión sexual ha llegado a todos los rincones y por
ello la sexualidad, y con ella su fuerza, su capacidad crítica y su anhelo de gozo,
pierde vigor. Un ejemplo nos lo ofrecen las playas nudistas: un hombre o una
mujer vestidos atractivamente resultan excitantes. Esos mismos hombres y
mujeres desnudos en una playa dejan de ser interesantes y excitantes.
La expansión económica, el auge del consumo y del dinero de la década
de los ochenta en las sociedades occidentales también tuvo su efecto en el
terreno del sexo. Con la libertad sexual el sexo se había transformado en una
obligación para ser normal (era el turismo sexual al Caribe o a los países del
Sudeste Asiático) y, en consecuencia, disminuyó el deseo.
El último análisis se centra en el movimiento más importante y transformador
de la subjetividad que se ha dado en el siglo XX: el feminismo. La expectativas
de los cónyuges derivadas de sus diferentes personalidades y del hecho de ser
hombres y mujeres pueden llegar a ser muy distintas y difícilmente articulables.
En ocasiones el deseo desaparece por culpa del propio deseo. Es la situación
en la que se tienen deseos sexuales –o deseos de otro tipo– que uno cree que no
puede satisfacer en su relación bien por temor, represión, miedo, vergüenza, el
otro se convierte en un objeto para obtener algo (sexo, dinero, compañía...) o
bien, se convierte en un obstáculo para conseguir sus deseos (yo haría o estaría
en... si no fuera por mi mujer/marido y mis hijos) o, simplemente, el otro se convierte en algo de lo que se puede prescindir en la práctica de la vida cotidiana.
Se olvidan, aunque sigan viviendo juntos.
Puede llegar un momento en que no el deseo sino que el amor se acabe. Esto
en sí ya es algo triste pero se convierte en una pesadilla cuando no se acepta o se
prolonga una situación que debiendo ser amorosa ya no lo es: la luna de hiel.
Pero atención, el final del amor no tiene que dar como resultado el final de la
institución. Como decía Wilde: “hay matrimonios que acaban bien, otros duran
toda la vida”.
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A veces por el hastío y la rutina, otras por el conflicto
Decía Jardiel Poncela que un matrimonio tiene problemas no cuando discute
sino cuando bosteza. El deseo se suele perder bien sea por hastío, por rutina o por
conflicto. Y al final los amantes pierden su entidad para convertirse en función
“papá” y función “mamá”, lo que implica la aparición de varios problemas. Uno
de las más importantes es la génesis de un estado de depresión crónica en ambos
cónyuges que puede tener variadas manifestaciones. También es frecuente el
desarrollo de lo que se denomina en teoría psicoanalítica una formación reactiva.
En esta situación una persona convierte un sentimiento en lo contrario. Así, una
persona renuncia a sus deseos, intereses y valores personales, y los cambia por
la idealización de un doloroso autosacrificio. Esta especie de masoquismo moral
es más frecuente en las mujeres que se “sacrifican” por sus hijos o por la familia
y que están contentas por ello. Por debajo suele ocultarse un resentimiento que
se expresa a través, por ejemplo, de bien “planeadas” enfermedades. Otra posible expresión de este conflicto se da a través de un desinterés sexual. La apatía
sexual puede interpretarse como una expresión de descontento con el estilo de
la relación o incluso como un castigo al otro por ello.
Pero quizá la mayor manifestación del hastío y del agotamiento de una relación sea el aburrimiento. No hay más que darse un paseo por la ciudad, acudir
a un restaurante o a cualquier acto social para ver este fenómeno: las parejas se
aburren. El análisis más trivial considera que el matrimonio, comprendido como
una institución burguesa y garante del orden establecido, es la tumba del amor y
de ahí se deduce el aburrimiento, este es un análisis insuficiente y superficial.
El fenómeno del aburrimiento, dice Jankélevitc, en las parejas es el mismo:
el otro se convierte en un límite, una realidad ya dada. Lo define como una decadencia derivada del éxito evolutivo, el producto de una conciencia cada vez
más desmesurada e insatisfecha en medio de un Estado de Bienestar en que ya
no se crean expectativas, desafíos, dificultades, incertidumbres o deseo; no es
que se aburran porque no tengan nada común, se aburren porque son comunes.
Una pareja, no puede aburrirse durante mucho tiempo, es muy peligroso, con el
tiempo elimina o disuelve la capacidad de generar deseos o intereses.
No solo la pasión del enamoramiento va disminuyendo con el tiempo sino que
también se reduce la pasión en general. Como expresa con humor Moncada: “el
hombre ya no persigue a la mujer por los pasillos, ni le mete mano en la cocina,
como en los primeros meses”.
Dice J. Willi que es importante distinguir entre la disminución del sexo en
la pareja producto de la rutina, de la disminución del amor o de la satisfacción
personal. Es cierto pero la diferencia no es fácil. Si la pasión cede y el aburrimiento
se instala, el sexo, el erotismo desaparece de la vida de la pareja: no salen, no
RAFAEL MANRIQUE SOLANA
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van al cine, no se arreglan, no viajan, no participan en organizaciones culturales,
científicas o benéficas.
La televisión se convierte en una actividad dominante, y mejor así, puesto que
si no fuera por la televisión, el silencio habitaría muchos hogares. Los placeres se
trasladan del erotismo a la mesa, a los restaurantes, al juego, la contemplación
de la formula 1, el bingo o los parques temáticos. Toda la inmensa industria del
ocio se sustenta en vender simulacros de acción, amuletos contra el aburrimiento,
opio para la inteligencia crítica.
No conviene aceptar la explicación biologicista: la edad, la menopausia
disminuyen el deseo. No es cierto, no hay nada que confirme o explique esas
afirmaciones que más parecen un complot contra una sexualidad que en ese
periodo puede ser recreativa o amorosa pero no reproductora. De ahí el severo
reproche al “viejo verde”. A partir de unos años puede bajar la respuesta fisiológica
pero no el deseo ni las prácticas sexuales. Lo que sí es cierto es que el tiempo,
la rutina y la costumbre hace que se pierda atracción sexual (que no amorosa
necesariamente) y entonces la pregunta es ¿qué hacer?
¿Ir contra la rutina? no es posible, toda vida está hecha de cierta rutina, toda
felicidad contiene rutina, y no es mala en sí misma. Como tantas cosas, dependen de la gestión y la interpretación: una tarde leyendo en un sofá puede verse
como algo desesperadamente mortecino o como la esencia misma del placer de
la vida en común.
Quizá lo que sí se puede indicar es que se dan dos modelos de relación de
pareja: el modelo progresivo, el cual consiste en una pareja que a su estilo va
incorporando y alimentando su relación; como la estructura disipativa que aparece en el mundo de la química que definía Prigogine. El otro modelo es la pareja
regresiva, es decir, aquella que se encierra en sí misma y vive su desequilibrio e
inestabilidad como un castillo amenazado que tiene que amurallarse; no incorpora
y por eso puede acabar por destruirse.
¿Qué nos lleva a considerar cuál es la naturaleza del
amor?
Desde los textos más antiguos hasta los más actuales, desde las tragedias de
Eurípides a las teorías de Lacan, podemos diferenciar dos grandes teorías del
amor. Unas veces el amor se ha considerado como una falta, una ausencia; amamos aquello que no tenemos. De esta forma el que ama sufre una carencia que,
además, nunca se podrá rellenar. En la otra posición el amor es una presencia, se
da siempre que el objeto amado está con nosotros pero si ya no está, desaparece
y la persona queda libre para buscar otro amor, tras un mayor o menor periodo
de duelo. En ambas hay algo de verdad.
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DEL DESEO A LA FAMILIA: LA CONSTRUCCIÓN DE LO FAMILIAR
¿Existe una naturaleza del amor? Es posible definir unas características del
amor que sean válidas para todos los seres humanos, aunque luego la concreción
esté condicionada y expresada por las condiciones históricas.
El amor: nada de lo que se haya escrito más, de lo que se haya hablado más,
y quizá, al tiempo, de lo que menos se comprende. De ello se ha hecho cargo extensamente la literatura. Si el amor se comprendiera cómo iba a estar Florentino
Ariza esperando cincuenta y tres años, siete meses y once días, con sus noches.
Podemos comprender el amor de pareja como una relación de larga duración
basada en un compromiso personal y en las relaciones eróticas. Derivado de la
existencia de una relación comprometida se desarrolla un sentido de implicación mutua en la vida del otro. Derivado de la relación erótica se desarrolla un
intercambio de sentimientos y experiencias físicas y emocionales que son únicas
para esas personas. Mutualidad y unicidad se convierten en los fundamentos de
la relación amorosa conyugal. El que sea una relación comprometida y de larga
duración (de entrada se piensa que no tendrá fin) le añade, además, otra tercera
característica: fortaleza. Una relación fuerte tiene la capacidad de generar un
devenir en cada uno de los cónyuges.
Pero en las actuales relaciones de pareja, el modo de relación va más allá de
la mutualidad y de la unicidad. Estas características han desembocado en unas
relaciones definidas por la posesión, la debilidad y la exclusividad. Con estas
características la pareja ha ido, cada vez más, desarrollándose como una relación
total. Cada uno tiene la aspiración de ser todo para el otro, para todas las actividades de la vida: juegos, sexo, finanzas, deporte, ocio, espectáculos, crianza,
viajes, convivencia, sueños.
Posesión, debilidad y exclusividad como ejes de la relación amorosa implican
que la libertad del otro supone miedo y frustración para el sujeto. Como consecuencia de ese miedo a la libertad, cada uno se dedica a privar al otro de la
suya como forma de disminuir la angustia. En palabras de Philips, todo deseo de
posesión es una expresión de impotencia y de miedo. En ese caso la evolución
de la pareja se orienta hacia una relación objetificada, poco autónoma y apenas
interesante, aunque a veces cómoda.
Y de la posibilidad de la construcción de una relación
amorosa
No existe la pareja ni el amor, existen parejas concretas que construyen amores
concretos. La relación de pareja se elabora y experimenta a través de un grupo
de variables no muy extenso. Podemos describir ocho variables que organizan,
dentro de una operación que denominaré “plegado”, como va a ser cualquier vida
de relación amorosa. Imaginemos una superficie plana de forma octogonal con
ocho vértices en cada uno de los cuales se sitúan esas variables: compromiso, hijos,
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pasión, conversación, matrimonio, erotismo, fidelidad y ternura. Nuestra vida
amorosa se realiza en esa superficie; nos movemos en un plano así delimitado.
Cada vértice es autónomo respecto los otros, eso significa que cada uno puede
existir en ausencia o presencia de los demás. Se pueden tener hijos sin amor, o
fidelidad sin matrimonio, o sexo sin ternura, o ternura sin matrimonio social, o
compromiso sin una gran presencia espaciotemporal; son entidades discretas e
independientes. Son las acciones de las personas las que van a establecer conexiones entre ellos, configurando así su modelo de relación.
No vivimos en el centro del octógono y tenemos igual acceso e igual deseo en
cada una de esas variables. No es un plano bidimensional. En la práctica de vida
de cada persona, es como si ese plano se plegara de tal manera que pusiera en
contacto unas variables y dejara otras de lado. Si recuerdan el pliegue de las moléculas de proteínas quizá tengan una buena imagen de lo que estoy exponiendo.
Ese plano se pliega y en cada persona conecta sexo con pasión y conversación,
o sexo con hijos y ternura, o fidelidad con matrimonio e hijos. No es necesario
decir que esta estructura es tan fija como se quiera y en cada época de la vida es
válida una y no otra. Con el tiempo, una persona puede cambiar y puede desear
un pliegue distinto. La crisis tan típica que se produce alrededor de los cuarenta
o cincuenta años de vida viene a decir que el pliegue con el que uno ha vivido
ya no es válido y a veces la única o más rápida manera de salir de esa situación
es romper la pareja y ya no se desea modificar, a través del diálogo, un nuevo
plegamiento que les defina y que ponga en contacto otras variables. Quizá algo
menos de compromiso y más ternura, o más sexo, o menos matrimonio social.
Así, las relaciones amorosas se hacen variables, múltiples, excéntricas y
válidas solo para aquellos que las construyeron y no generalizables. Una red de
relaciones, de posibilidades en las que se trata de llegar a algo de la felicidad
que sea posible. En eso los seres humanos somos todos iguales: no hay culturas
superiores a otras; contrariamente al imaginario europeo, las sociedades más
antiguas y más tradicionales; como por ejemplo las islas del Pacífico sur, tienen
muy poca variedad y libertad en sus usos amorosos y sexuales, comparado con
los estándares europeos.
Que incluya la intimidad
Una relación mutua, única y fuerte desarrolla una sensación que es quizá la
más importante característica del amor: la sensación de intimidad. Cuando se
produce, refuerza de tal manera el tipo de vínculo creado que hace que tal relación merezca la pena. De entrada podemos comprenderla como la capacidad de
compartir con otros sentimientos, ideas, actitudes, cuerpo y sexo, sin tener que
parecer distinto de lo que se es.
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DEL DESEO A LA FAMILIA: LA CONSTRUCCIÓN DE LO FAMILIAR
Es necesario distinguir la intimidad del amor. En algunas parejas existe amor
pero no intimidad, esa experiencia relacional subjetiva que consiste en poder
autodescubrirse confiadamente en el otro. Como señala Wynne, la intimidad
no puede concebirse como un proceso lógico e inevitable de una relación sino
como un emergente intermitente y elusivo que no permite incluirla como proceso
básico en la relación de pareja.
Ese desvelamiento se refiere a las estructuras básicas que conforman nuestro
ser: el cuerpo, el lenguaje, las emociones, la sexualidad y las ideas. Uno se siente
íntimo cuando puede esperar que el otro acoja sin juzgar la expresión libre de todo
ello; pero a veces se confunde intimidad con intercambio. Se puede desvelar su
ser a otro, a quien ama, pero no tiene porque esperar lo mismo, ni siquiera una
aprobación. Quizá pueda resumirse en una expresión del estilo: “quiero decirte
quien soy, aunque no espero que tú hagas lo mismo ni que me apruebes. Tú no
estás en el mundo para reafirmarme a mí, pero quiero tener la experiencia de
saber que sabes de mí”.
Dentro de ese desvelamiento corporal el más importante y quizá autónomo
respecto a la corporalidad, es la sexualidad. De ahí que la intimidad amorosa que
incluye lo sexual sea la más completa y difícil que pueda haber. La intimidad,
de surgir, surge del gozo de la sexualidad. De un gozo que tiene ese componente
intenso de placer, de fuerza, de flujo, de lujuria, palabra está bien denotada y que
recientemente Blackburn se ha encargado de revalorizar. Por ello no hay que
dejar de insistir que el goce de la sexualidad es la clave de una relación amorosa.
No lo es el enamoramiento, no lo es la vida en común, no lo es la crianza de
los hijos, no lo es el compromiso, es el gozo sexual que aunque, no tiene porque
ser el impulso rápido y sobrecogedor del adolescente, una pareja sin sexo es una
sociedad más o menos anónima.
Se debería animar a las parejas no solo a la práctica cuidada del sexo; esto es
el erotismo, sino también al desarrollo de ese estado mental que llamamos lujuria.
La lujuria no es el placer, es la anticipación del placer. Es la situación en la que se
desea la actividad sexual que va a venir y esa anticipación invade el cuerpo y la
mente. El orden social ha prevenido contra la lujuria porque ciertamente tiene
el riesgo de la inmoderación; si bien, este es un peligro que tiene casi cualquier
actividad. El deseo de dinero, por ejemplo, también puede ser inmoderado. Si
la lujuria es peligrosa es más bien porque tiene tanta fuerza que subvierte todo
orden social. Recuérdese las heroínas de las novelas del siglo XIX: Ana Karenina,
Ana Ozores o Emma Bovary.
La evolución de lo sexual y lo pasional hacia lo amoroso, hacia lo íntimo,
no es por tanto fácil. Bertolucci planteó esta evolución de forma magistral en la
película El último tango en París. En ella los dos personajes, interpretados por Marlon Brando y Maria Schneider, no pueden pasar de la sexualidad y de una cierta
RAFAEL MANRIQUE SOLANA
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violencia interpersonal a una relación íntima y amorosa, por eso deben huir. Es
lo mismo que proponen películas posteriores como Relación pornográfica en la que
una relación pactada por anuncios de contactos pasa de ser estrictamente sexual
y anónima, con el fin de evadir la implicación sentimental, los protagonistas, la
terminan ante el temor de que uno no le corresponda al otro.
J. Willy plantea agudamente que así como la falta de intimidad da problemas,
también puede producirlos un exceso de intimidad, o lo contrario, una intimidad
que dispersa hacia afuera aspectos que deben ir hacia adentro de la relación
amorosa.
No conciba la fidelidad en términos de exclusividad
sexual
Quizá es conveniente comenzar con un apunte antropológico respecto a la
exclusividad sexual que a menudo se confunde con la fidelidad. Las necesidades
biológicas de los niños exigen, al principio, una relación total y exclusiva con la
madre o quien haga esa función. Depende por completo de ella y no hay lugar
para nada ni nadie. Es esta idea de totalidad la que luego encontramos en las
relaciones exclusivas típicas de la monogamia sexual. La exclusividad sexual no
es producto de la biología, ni de la naturaleza, ni de supervivencia de la especie;
sino un artificio cultural derivado de los lazos originarios entre una madre y su
hijo, tal y como se han dado en las sociedades patriarcales.
No existe una persona que satisfaga por completo a otra: uno se puede casar
con una persona a quien ama, pero el deseo no se casa con nadie. La existencia del
amor y del deseo, la imposibilidad de una relación total, nos habla de la existencia
de dos campos de relación significativa –una conyugal y otra extraconyugal– en
las que se puede desarrollar la vida de una persona y de una pareja. Las cuestiones más delicadas y difíciles de armonizar entre esas realidades conyugales y
extraconyugales son la sexualidad, la exclusividad y la fidelidad.
La fidelidad no se tiene, no se guarda, no se defiende: el amor no es como una
fortaleza que haya que defender del acoso de los peligros del mundo, ni un tesoro
a enterrar para que nadie lo descubra. La fidelidad nos habla de un pacto, de
un acuerdo que no tiene que ver con el sexo necesariamente. Se puede ser muy
infiel a la relación amorosa sin haber tenido nunca sexo con nadie y se puede ser
fiel a la relación amorosa aun teniendo otras relaciones sexuales. La fidelidad es
un pacto que tiene como contenido cualquier cosa que un hombre y una mujer
decidan. Un ejemplo literario sumamente expresivo es el pacto que Lucrecia, en
el libro de Vargas Llosa, Los cuadernos de Don Rigoberto, establece con su marido
para pasar una semana con Modesto. O el caso de Francesca, el personaje interpretado por Meryl Streep en la película Los puentes de Madison, en la que ella
rompe su relación con el fotógrafo Robert Kincaid (Clint Eastwood) por ser fiel
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DEL DESEO A LA FAMILIA: LA CONSTRUCCIÓN DE LO FAMILIAR
a una relación que, aunque ya acabada en muchos aspectos, sigue siendo una
relación amorosa. La variabilidad de situaciones es extensa.
La relación amorosa es mutua, única y fuerte, a eso es a lo que hay que ser
fiel. La posesión o la exclusión sexual, más que símbolos del amor, son símbolos
de consumo. Un amor entendido como intercambio de complementariedad
exige una mutua sumisión al otro. Sin embargo, la relación entendida como
intercambio de identidades diferentes abre una dinámica de conyugalidad y
extraconyugalidad.
En realidad deberíamos asumir que somos seres monógamos sociales, nos
gusta estar juntos y pasar la vida, tener hijos, pero somos polígamos sexuales.
Solo en ocasiones algunas personas deciden llevar una monogamia social acompañada de una monogamia sexual. Se trata, por tanto de opciones con ventajas
e inconvenientes. Quizá también aquí los seres humanos nos distribuimos en la
campana de Gauss, donde concurren personas muy monógamas, personas nada
monógamas y otras situaciones en el medio.
Un problema que se plantea ante el desarrollo de relaciones extraconyugales
es la implicación sentimental que pueden producir. Así es; no existe, ni en este
ni en ningún tipo de relaciones, lo sexual sin lo sentimental, ni lo sentimental
sin lo sexual. En toda relación sexual se crea, se genera o se contiene algo de una
relación amorosa. Toda relación amorosa genera, crea o contiene deseo sexual.
El problema estriba en la gestión de esa realidad doble.
En un sentido estricto, una relación dual no existe: lo que experimentamos
como relación hombre-mujer es el núcleo de una realidad humana más amplia.
Siempre hay otros en cualquier relación de dos porque siempre existen muchas
realidades de relación y de deseo que también fueron, que hubieran podido ser
o que podrían ser.
La pareja tradicional ha resuelto esta complicación enorme de las relaciones
recurriendo a la desconfianza y al monopolio del sexo. La desconfianza entre los
miembros de la pareja no es tanto moral o personal como metodológica: huye
de la tentación, no trates con nadie más, los otros son siempre un problema,
otros hombres (otras mujeres) traen la destrucción del amor y del hogar. La
novedad actual es que la relativización de la moral, las relaciones igualitarias, la
hiperconexión y, en general, todas los fenómenos de la sociedad en red en la que
vivimos también, se están dando en el plano de la pareja y afloran realidades que
se ocultaron por su naturaleza transgresora.
Aunque ahora el fenómeno ha explotado, la tensión no es nueva. Baste recordar la tensión de las heroínas de la opera italiana como Mimí en La Boheme
o Violeta en La Traviata que se desgarraban entre la construcción de un vínculo
sólido, conyugal y económico o la propuesta romántica de vivir según los sentimientos.
RAFAEL MANRIQUE SOLANA
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¿Tan aburrido es el matrimonio?, ¿tan pobre el lecho conyugal? Por lo general sí.
Y es que el matrimonio no estaba pensado para larga duración. Hasta hace pocos
años la expectativa media de vida y del matrimonio era muy pequeña. Dentro de
la lógica del matrimonio tradicional, se planteaban para las relaciones sexuales
dos opciones: el sexo aburrido, rutinario, de “mantenimiento”, ejemplificado
en tantas bromas sobre el sexo del sábado por la noche, o el sexo clandestino,
amantes, adulterio y prostitución.
En la actualidad se están produciendo cambios en los comportamientos
dentro de las parejas, que se alejan de esa dicotomía tradicional. El cibersexo,
las relaciones extraconyugales, las relaciones de tres, el intercambio de parejas,
las vacaciones separadas, la sexualidad en grupo, exhibicionismo o voyerismo
compartido y los chats, comienzan a pertenecer a los nuevos comportamientos
amorosos.
Los últimos años han mostrado la posibilidad de una extraconyugalidad que
Pasini denomina con poco rigor, pero con acierto mediático, “perversiones blandas”. Son fantásticas en la medida que se sitúan fuera de la óptica de la realidad
conyugal pero son reales, en tanto suponen prácticas sexuales y la presencia de
terceras personas reales, por lo cual contienen tantas limitaciones como lo real.
Desde este punto de vista, todos somos perversos y el problema no estaría en
ello, sino en que esa perversión comprometa la personalidad entera, haciendo del
gusto sexual una obligación; algo único, sistemático, repetido y concentrado, o lo
opuesto: una actitud de castidad libremente asumida, sin esfuerzo y fácil, revela
no un autocontrol, sino un trastorno profundo de la personalidad.
Sean lo que sean los nuevos comportamientos amorosos han de cumplir con
un requisito casi de orden lógico: no solo ha de haber acuerdo entre ellos sin
producir daño, sino que también se ha de dar una verosimilitud entre fantasía y
realidad. De otro modo la situación es inmanejable.
Encaje la presencia de los hijos
Es difícil compatibilizar la necesidad del orden social con el bienestar y el
crecimiento personal. Y no es que haya que optar entre crecer o multiplicarse
pero al menos se trata de una difícil navegación.
Al contemplar la situación actual de familia y matrimonio, de amor e institución, surgen varios interrogantes: ¿por qué se tienen hijos?, ¿por qué se pasa del
matrimonio a la familia? y ¿qué impacto provoca en los cónyuges?
Parece que existe una tendencia innata a tener hijos. Pero esta respuesta apenas nos satisface ya que la variabilidad de situaciones es grande. Algunas parejas,
por ejemplo, no quieren tener hijos desde el principio de su relación. Pero lo más
frecuente es que se casen abiertos a esa posibilidad aunque se difiera un tiempo
para “disfrutar un poco de la vida”. Esta variabilidad o la idea de “disfrutar” antes
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DEL DESEO A LA FAMILIA: LA CONSTRUCCIÓN DE LO FAMILIAR
de tener hijos es muy reciente en la historia. Hasta prácticamente entrado el siglo
XX tener hijos no solo era una prescripción social, era una necesidad de orden
económico. Se podía entonces dejar la herencia y se aseguraba la vejez.
Pero la situación ha cambiado tanto que ahora se denomina a los hijos “cargas familiares”. Ya solo el beneficio es el psicológico. Todos los demás apenas se
contemplan excepto en familias de muy altos o bajos recursos económicos. El
beneficio psicológico puede ser de dos tipos. Uno general y romántico “verlos
crecer” o “disfrutar de una vida que nace”, el otro más real de dar un sentido a
la vida, de obtener una cierta compensación frente al paso de tiempo para los
padres. Desde el punto de vista subjetivo, si las cosas van bien, el hijo puede
proporcionar intensidad a los sentimientos, sentido a la vida, arraigo emocional
y una sensación de tarea compartida entre los cónyuges.
Y, sin embargo, también es cierto que el número de hijos ha disminuido mucho,
al menos en todas las sociedades occidentales. Hoy las familias nucleares viven
aisladas en pequeños pisos, dependen de sueldos reducidos e inciertos con lo que
no es posible tener muchos hijos y criarlos adecuadamente, prima la responsabilidad sobre el deseo y se renuncia a las familias numerosas. Eso hace que los hijos
adquieran gran importancia, y como son algo valioso y de alta responsabilidad,
ocurre que lo que antes era algo natural y apenas se pensaba, hoy es objeto de
grandes angustias y reflexiones: ¿cuándo, cuántos, cómo?, preguntas que agobian a los futuros padres. Una vez que logran tomar una decisión, el agobio no
decrece sino lo contrario; ahora hay que hacerlo muy bien. Los niños se cargan
de derechos y de ningún deber, lo contrario a una buena educación.
Es cierto que en muchas culturas está la idea de una deuda original contraída
antes de nacer, hay muchas variantes del mito del pecado original. Pero en esta
época el mito se ha invertido y ya no son los hijos los que están en deuda sino
que lo están los padres, ya que él les ha permitido definirse como padres.
Si bien tampoco esto es gratis, a cambio el niño recibe unas proyecciones
masivas de sus padres. Ha de ser lo que ellos no han podido, su perfección será
la de ellos, sus logros también. Es un objeto mimado pero, al fin y al cabo, objeto
al servicio de sus padres. Así ocurre con algunos tenistas, para quienes padre deja
de ser padre, para convertirse en entrenador.
Y esta crianza tan mercantil que consume tanto tiempo y energía conduce a
una limitación de la relación en la propia pareja. El tiempo es limitado, el dinero
también, así como la emocionalidad. Los hijos necesitan mucho y alguien –la
madre– ha de dárselo y renunciar a sí misma. Pero esa renuncia no beneficia
siempre a los hijos ya que las necesidades reprimidas no dejan de existir. La
relación conyugal se resiente, aparecen los reproches, el alejamiento; lo familiar
devora lo conyugal.
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Al mismo tiempo, la inestabilidad laboral y el empleo precario, hace que la
familia sea importante como refugio. Es sabido que la familia se hace necesaria
cuando la situación económica es mala, pero es algo ficticio. Al final los problemas
del mercado de trabajo estabilizarán solo aparentemente a la familia nuclear; en
realidad, llenarán los pasillos de los jueces de familia o las salas de espera de los
mediadores matrimoniales y de los psicoterapeutas.
La presencia de los hijos cambia drásticamente las relaciones personales, eso
es un hecho bien conocido y teorizado. Desde el punto de vista que ahora tratamos, marca una diferencia clara: el amor y la pareja, no tienen que ver con la
cohabitación. Incluso para algunas personas la no cohabitación es una garantía,
pero la presencia de los hijos hace que el padre y la madre vivan juntos y así es
más fácil y barato, aunque no obligatorio. Eso quiere decir que las fórmulas de
convivencia se dan por razones institucionales y prácticas pero no tienen que
ver con la esencia de aquello que llamamos amor.
Un apunte final de ciencia ficción, aunque no tan lejano: hasta ahora el hecho
de que el cuerpo de la mujer sea el lugar real de la reproducción ha determinado
muchas de las estructuras sociales: la familia, desde luego, pero también la generación de la subjetividad. Baste recordar que, para los psicoanalistas, el complejo
de Edipo en el que se basa la constitución de lo humano depende de este hecho
biológico. Pero las nuevas tecnologías van a cambiar esto. Llegará a ser posible
la gestación invitro como lo son hoy la donación de óvulos, la fecundación, entre otras. El sexo y el amor se liberan progresivamente de su constreñimiento al
matrimonio, del parentesco formal y de la reproducción; proceso que empezó
con la aparición de los anticonceptivos orales.
A través de propuestas amorosas
Los románticos se quedaban en una idea del amor total que nunca acababa
bien. El amor burgués siempre termina bien a cambio de hacerse hogareño y
anodino, ir por los niños al ballet, en Navidad a casa de los padres de él, pagar
la hipoteca, veraneo en el mediterráneo, y ¿todo para eso?, ¿cómo no sentirse
descontento?
Pero no es amor la cerrazón, la posesión, el aislamiento. Las parejas que
como solución a las dificultades del amor cuelgan el cartel de “no molestar” en
la puerta se meten en un desastre porque a continuación exigen al otro que lo
sea todo. Tratan de constituir una pareja perfecta: amables, enamorados, siempre
atentos, transparentes, comprensivos e incondicionales. Forman parejas, de esas
que uno conoce y que indefectiblemente se separan, con cierta sorpresa de los no
avisados: ¡pero si eran una pareja perfecta!, por eso insoportable. Parejas estables,
sí, pero que son volubles, agresivas, indiferentes, celosas, atrincheradas, rígidas,
desnutridas, asimétricas. Tantas formas tiene la infelicidad.
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DEL DESEO A LA FAMILIA: LA CONSTRUCCIÓN DE LO FAMILIAR
El amor es seducción, no solo se reduce a esta, pero es seducción. Este amor
seductor es creativo, impredecible, intelectual porque es pensado, es Venus.
Pero el romanticismo y el orden social, al separar el amor del deseo, llevaron a
interesarse por el dios Eros y como dice Apfeldorfer, con él se introduce el amor
dependiente, pasional, inmanejable, trágico y posesivo.
La seducción es un modo de relación, es un querer gustar al otro para que
ese otro se sienta atraído, para que se vincule entrar en su memoria, y formar
parte de sus proyectos. Se puede amar en solitario pero no se puede seducir en
solitario, seducir es vincular. No se seduce uno a sí mismo, cuando así ocurre,
topamos con el rostro de la muerte, como Narciso.
Toda propuesta de una nueva forma de relación amorosa es política. Lo
múltiple, las relaciones entre solteros, las monogamias sucesivas, las relaciones
homosexuales, las familias uniparentales, la separación entre convivencia y sexo,
las parejas no estrictamente monogámicas, han comenzado a constituir formas
aún inestables, variadas y, en ocasiones, erráticas, pero importantes a la hora de
ir creando nuevas maneras de vivir las relaciones amorosas que tiene un gran
significado humano y político.
Observamos que diez años después del enamoramiento, al menos la mitad
de las parejas no siguen juntas y si lo hacen no es por las mismas razones que las
habían unido. Se hace necesario para ellas hallar nuevos motivos, nuevas complicidades y nuevos objetivos. De no ser así, se produce la crisis de la ruptura.
Por regla general la pareja que funciona bien con el paso del tiempo es la que
invierte su deseo de sensaciones en los intereses, deseos y valores compartidos
(el deporte, el arte, el cine, los viajes) y no en una satisfacción total. La dificultad
está en combinar todo eso de forma armónica. Un exceso de realidad lo vuelve a
uno aburrido, un exceso de fantasía le vuelve a uno loco, un exceso de virtualidad
lo vuelve a uno banal. Entonces, ¿qué hacer?
El amor es todo y no es nada. “Con amor se sufre, sin amor se enferma”, decía
Freud con ese lúcido pesimismo que lo caracterizaba. El amor no es lo contrario
de la soledad: es la soledad compartida, habitada, iluminada y, a veces, ensombrecida por el otro. Es necesario ser dos para amar, y eso ya introduce una
separación. El amor entendido como fusión, como un nosotros, no es posible a
no ser tras la destrucción de los sujetos y su disolución en un magna único. El
amor es separación.
Pero además hay otro problema más próximo: la cuestión de los hombres y
las mujeres. Lo he venido mencionando. Hoy muchos hombres viven las nuevas
condiciones como una exigencia de la mujer que altera las expectativas de amor
y entrega que suponían, resultándoles inaceptable. Y la pregunta que toma fuerza
es aquella que formuló Lipovetsky ¿es posible imaginar un nuevo reparto postpa-
RAFAEL MANRIQUE SOLANA
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triarcal de los roles de identidad? Habrá de ser posible y necesario aunque aún no
sepamos como.
Volvamos a la pregunta ¿qué hacer?, ¿en qué consiste la relación amorosa?
Es posible acotar algunas de sus características. La primera de ellas es que ambos
miembros de la pareja tienen en la vida proyectos personales originales en los
que están implicados con pasión. Una segunda característica la constituyen las
dificultades y obstáculos de todo tipo (sociales, de trato, de aceptación y de rechazo) a los que deben enfrentarse. Un cierto caos, es la tercera característica de
este tipo de relaciones. La cuarta característica la encontramos en que el hecho
de vivir una vida no convencional exige, en muchas ocasiones, residir en lugares
físicos que estén al margen de la corriente principal del orden social. Una quinta
característica es la riqueza material. Cuando la pobreza entra por la puerta el
amor salta por la ventana, dice un refrán español. La necesidad de flexibilidad
es la sexta característica. Esto va a permitir a los amantes adoptar papeles y las
posiciones cambiantes. Podemos considerar que la séptima característica es que
hay que partir de una igualdad real, no de palabra, en lo que se refiere a la capacidad de tomar decisiones. El manejo de la cuestión sexual es la octava, y quizá
la más difícil e importante, característica. Toda pareja que pretenda una relación
no convencional ha de plantearse cómo van a ser sus relaciones sexuales.
En la actualidad podemos considerar que las nuevas familias y las nuevas
parejas constituyen laboratorios sentimentales del futuro. Solo unos pocos experimentos tendrán éxito: parejas que viven de forma intimista y aislada, parejas que
viven en medio de clanes familiares o sociales, parejas que viven cada uno en su
casa, parejas de segundas nupcias, parejas con monogamia sucesivas, parejas no
monogámicas, parejas procreativas, parejas por intereses económicos o sociales,
parejas de amigos con sexo incluido, parejas de medios sociales o culturales muy
dispares.
Que lleven a una nueva política familiar
Es necesario dejar de pensar que el modelo de vida ya existe y que solo hay
que rellenarlo. No es así. Se trata de una cuestión de creación. Y el asunto de la
responsabilidad es clave, de modo que se pueda desarrollar un proyecto de vida
dirigido a una satisfacción madura del deseo. De esta forma, desear deseos se
convierte en principio y final de la realidad en el mundo. Porque la otra opción,
considerarse en manos del destino, lleva a la insatisfacción y a la repetición
expresada en un síntoma, en un problema, en un conflicto.
No hay opciones fáciles y las huídas a los extremos son poco recomendables. Ni
el hogar decimonónico del pater familia ni la casa de Bernarda Alba de Federico
García Lorca; son modelos de felicidad. Pero tampoco una comuna libertaria
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DEL DESEO A LA FAMILIA: LA CONSTRUCCIÓN DE LO FAMILIAR
donde todo es todo y todos son todo, que se convierta en un mundo amorfo, sin
diferencias. No se trata de huir de una trampa para caer en otra.
No contamos con certezas acerca del devenir histórico del patriarcado; la historia se construye en cada acto del presente y por más que pudiéramos anhelarlo,
no existe una predeterminación de sus direcciones. Y no se puede ir rápido en la
transformación del matrimonio y la familia ya que, a pesar de que no se corresponde con ningún orden natural, su vigencia a través de la historia humana se
ha debido seguramente al hecho de haber estado ligada a la reproducción social
y biológica del ser humano en el seno de la familia.
Puede decirse que en la actualidad hay claros y nuevos contornos que especifican los diversos tipos de familias postradicionales que he venido mencionando.
Asistiremos a la creación de múltiples formas, de redes, de sistemas familiares
mayores que los actuales y también menores pero, en todo caso, de difícil identificación desde fuera porque no se basarán tanto en los lazos biológicos o de vida
en común como ocurre en la actualidad. Eso supone que se podrá decidir con
más libertad a quien considera uno un amor o un miembro de la familia.
El mayor problema es, sin duda, que la fusión de pareja y familia ha llevado a
la fusión de los padres y los amantes sin que puedan hacer claramente ninguna
de las dos tareas. Pero si hay que abandonar una se elige la de amantes porque
parece menos importante, menos urgente. Y no es así: coyunturalmente puede
ser cierto, pero pronto esa decisión se vuelve contra la pareja y en consecuencia
contra la familia.
Lo que quizá sí es diferente hoy en día, es que los modelos familiares comienzan
a ser decididos por la voluntad de las personas en lugar de estar destinados a ello.
Pero eso supone que, desde un punto de vista público y privado, si la adscripción
familiar se hace a voluntad y ya no domina tanto la sangre, ocurre que las reglas
de lealtad y los sentimientos son ahora más complicados, aunque solo sea porque
son más desconocidos. Es necesario, por tanto, hacer una gestión personal y
original de un mundo que antes parecía caer del cielo.
Los avances técnicos, que sin duda lo son, como el diagnóstico prenatal,
convierte al embarazo no en algo natural sino en un proyecto y en una decisión.
Pero la cuestión es cómo hacer frente a los problemas y dificultades. Antes no
se era responsable pero ¿y ahora? Si aparecen, por ejemplo, malformaciones o
malos pronósticos genéticos ¿qué hacer?
La biotecnología va a generar en el campo familiar, las polémicas y las posibilidades apasionantes y no exentas de dificultad, es un nuevo campo que aún
no comprendemos ni atisbamos en su complejidad. Como casi todo, los nuevos
procedimientos biotecnológicos, solucionarán unos problemas y abrirán otros.
Otra situación que ya ha aparecido: al trabajar las mujeres escasea la mano
de obra “típicamente femenina” que se ocupaba del hogar, y por eso los niños y
RAFAEL MANRIQUE SOLANA
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los ancianos están peor atendidos ya que ese era “el trabajo de las mujeres”. Se
pensó en un momento que el hombre llegaría a asumir algunas de esa tareas, pero
parece que las cosas no han avanzado demasiado en ese terreno, y ha aumentado
cuando es posible la externalización o el contrato de personas que realizan las
tareas que antes hacían las mujeres. E. Beck plantea la necesidad de un nuevo
contrato entre los sexos que apoye un nuevo contrato entre generaciones; veremos si eso es posible.
Sin olvidar que todo no es psicología y no todo son cambios psicológicos.
Hay que ser materialista. Se necesitan cambios legislativos pero también más
guarderías, más lavanderías, más pisos baratos, más trabajo. Un mundo en el
que sean diferentes los sistemas sociales de transmisión familiar de la propiedad.
El avance de la tecnología convertirá las diferencias anatómicas en algo quizá
bien divertido pero mucho más trivial y, sin embargo, otras diferencias podrán
ser cultivadas para estimular el deseo. Siempre que existe un otro diferente, el
deseo se mueve. De esta manera surgirán tipos de familias no tiranizadas por el
patrimonio, por la sangre, por la pertenencia o por la tierra.
Se ha señalado que el matrimonio o la maternidad esclavizaba a la mujer y al
hombre en papeles rígidos y crueles. Bien, pero en la actualidad esclaviza tanto
o más la idea tradicional del amor.
Este trabajo plantea una hipótesis inconclusa: para una nueva forma de familia
y una nueva relación de pareja, una nueva concepción del amor es necesaria.
Un mundo de amor que quizá sea alcanzable y si no fuera alcanzable, al menos
sería perseguible y, si tampoco fuera perseguible, al menos podría ser imaginado.
Y ya veríamos.
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