EL MITO DE LAS SIRENAS EN LA LITERATURA DEL S . XX Jacobo de Camps Mora (152193) Tutor: Domingo Ródenas de Moya 2014-15 Facultad de Humanidades, Universitat Pompeu Fabra El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora ÍNDICE INTRODUCCIÓN 3 CAPÍTULO 1: EL MÉTODO MÍTICO 6 CAPÍTULO 2·∙ LAS SIRENAS COMO GALERÍA DE ESPEJOS 2 12 2.1 LA INTERPRETACIÓN PSICOANALÍTICA 13 2.2 LA INTERPRETACIÓN MARXISTA 17 CAPÍTULO 3 : KAFKA Y EL SILENCIO 21 3.1 EL SILENCIO EN DAS SCHLOß Y DER PROZESS 21 3.2 LA SALVACIÓN DEL ULISES KAFKIANO 24 CAPÍTULO 4: JOYCE Y EL ESPEJO ROTO 29 4.1 «SIRENS» Y LA FRAGMENTACIÓN DEL REFLEJO 29 4.2 ¿LA PERDICIÓN DE BLOOM? 31 CAPÍTULO 5: CONCLUSIÓN 37 BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA 41 ANEXO 45 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora INTRODUCCIÓN En este trabajo parto de la idea de que los diferentes modos de expresión artística dan cuenta de los cambios culturales y sociológicos de la sociedad, tal y como se muestra en el brillante libro Mímesis de Erich Auerbach. En base a ello, pretendo estudiar las representaciones del mito de las sirenas en la literatura del s. XX. La elección responde a que, ya en el relato homérico, el mito recoge la relación entre el carácter y el destino del héroe, cuya ruptura parece ser la causa de la crisis epistemológica y ontológica que tiene lugar en los tiempos modernos. En el capítulo 1 analizo el contexto en el que se enmarca el uso del mito. En 1923, T. S. Eliot escribió una apología del recién publicado Ulysses en un artículo titulado “Ulysses, Order & Myth”. En él defiende que Joyce, a través del uso de dicho mito como sustrato de sus obras, es el creador de una nueva forma artística que fundamenta el mundo moderno. Así, muestro la problemática con la que se enfrenta este método para, a continuación, proceder al estudio sirénico y señalar el denominador común de las obras que lo utilizan. Al ser imposible estudiar la ingente cantidad de adaptaciones que fueron surgiendo en el s. XX, centro mi investigación únicamente en Kafka y Joyce, por ser son quienes mejor reflejan los aspectos clave de la crisis del s.XX mediante el uso del mito de las sirenas como sustrato de su trabajo artístico. En el capítulo 2 analizo el mito clásico. Pese a que me hubiera gustado ampliar mi trabajo con más interpretaciones del mito, me limito a explicar la crítica marxista y la psicoanalítica, indispensables para comprender el comportamiento del héroe desde una perspectiva social y psicológica.1Antes que nada, subrayo que el mito sirénico funciona como espejo en el que cada lector u oyente proyecta su propia realidad, como nos recuerda Peter Sloterdijk en Esferas I (2003: 433) y Carlos García Gual en Sirenas. Seducciones y metamorfosis (2014: 39). Por ello, el capítulo se titula “Las Sirenas como Galería de Espejos”, pues muestra la ya mencionada proyección ideológica que el marxismo y el psicoanálisis llevan a cabo en su interpretación del mito. En esta línea, en los apartados 2.1. y 2.2. estudio los peligros de rehuir el enfrentamiento con la voz sirénica según ambas corrientes de interpretación literaria. Por un lado, señalo las consideraciones de Lacan acerca del estadio del espejo y la necesidad del sujeto de dar el paso del orden de lo imaginario al simbólico; es decir, de 1 Por desgracia, no puedo incluir las consideraciones de la crítica feminista por falta de espacio; me veo obligado a sacrificarla para ganar profundidad en mi estudio. 3 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora aceptar que es mucho más que la imagen de sí mismo que le devuelven las sirenas. Por otro, describo la crítica de Theodor Adorno y Max Horkheimer a Ulises en su Dialéctica de la Ilustración, en la que le acusan de ser un cobarde burgués que no se atreve a enfrentarse a sus deseos. En los capítulos 3 y 4 proporciono el análisis de las adaptaciones del mito sirénico por Kafka y Joyce. Vale la pena recordar que, en cuanto a la selección del corpus, ambos resultan indispensables para esta investigación: sus personajes principales llevan a cabo una búsqueda ontológica que corresponde al enfrentamiento de Ulises con las sirenas. Ambos buscan lo que Ulises oye atado al mástil de su embarcación; esto es, una imagen propia a partir de la cual dotar de sentido a la realidad que les rodea y así poder aceptar que ellos son mucho más que sus deseos. A pesar de la enorme cantidad de bibliografía que año tras año generan, me he visto obligado a centrar mi estudio únicamente en sus obras. No pude ampliar más mi investigación por la dificultad de estudiar autores tan complejos en tan poco espacio. En 3. y 4., por tanto, considero el significado de lo que Kafka y Joyce nos cuentan acerca de las sirenas modernas. ¿Consigue el héroe moderno superar con éxito el rito de iniciación que Lacan denominó estadio del espejo?, ¿qué cambia en relación al mito clásico en sus adaptaciones?, ¿qué es lo que nos transmiten estos cambios acerca de la relación entre el carácter y el destino del héroe y, a su vez, sobre la crisis espiritual, humana, cultural, epistemológica y ontológica del s. XX? Comienzo mi estudio con la obra de Kafka y, en 3.1, explico que el principal cambio que introduce es el silencio. A pesar de que esto ya lo había hecho Rilke en “Die Insel der Sirenen”, Kafka le da una profundidad inigualable. Tanto en Das Schloß como en Der Prozess y en Das Schweigen der Sirenen, los personajes principales han de enfrentarse a un silencio peligrosamente atractivo del que dependerá el reconocimiento de su individualidad. Debido a las diferentes actitudes de K. y del Ulises kafkiano, he dividido el capítulo en dos partes para contraponer el nihilismo del primero con el vitalismo del segundo. Después de plantear la relación del silencio con la obra kafkiana en 3.1., en 3.2. analizo la respuesta que parece dar Kafka ante la amenaza del silencio que se cierne sobre K. y, simbólicamente, sobre el mundo moderno. En el análisis de Joyce en el capítulo 4. sigo el mismo esquema: en primer lugar, presto atención al elemento clave de su adaptación del mito para, seguidamente, plantearme cómo afecta el paso por las sirenas a la personalidad de Bloom. En este caso, comienzo explicando la fragmentación del espejo sirénico como innovación 4 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora joyceana y la dificultad de su lectura en 4.1.. Al igual que la prosa del autor irlandés, el espejo sirénico se resquebraja y las «barmaids» no están en condiciones de devolver ninguna imagen completa a Bloom. En consecuencia, su canción se separa de ellas para salir de un piano que entona “The Croppy Boy”, melodía nacionalista a la que el protagonista es indiferente pero que crea fervor en el resto de sus oyentes. En 4.2., por tanto, analizo esta ruptura y planteo si Bloom es capaz de sacar algo del caótico remolino que Joyce crea. En las conclusiones recojo las líneas principales del trabajo, prestando especial atención a la fuerza del mito original como rito iniciático que, mediante la adaptación kafkiana en Das Schweigen der Sirenen, recoge una posible vía de escapatoria del oscuro nihilismo decadentista europeo de principios del s. XX. Además, defiendo la importancia de continuar la presente línea de investigación hacia un estudio del arte contemporáneo con el fin de profundizar en la comprensión de la sociedad del s. XXI. En el Anexo, he añadido cinco referencias literarias que usan el mito pero que me ha sido imposible incluir en el presente trabajo sin sobrepasar el límite de páginas. 5 CAPÍTULO 1: EL MÉTODO MÍTICO A principios del s. XX, T.S. Eliot decretó la muerte de la novela decimonónica por ser incapaz de dar respuesta a los problemas a los que se enfrentaba el hombre moderno. Aunque esta muerte sólo fue sentida por un pequeño número de intelectuales, fue la semilla del lento cambio que llevó a la eclosión del arte moderno y al nacimiento de un nuevo tipo humano, el héroe absurdo o trágico-cómico. Desde Poe, Baudelaire y Dostoyevski hasta Eliot, Kafka, Joyce, y Beckett, el arte deja de creer que la realidad tenga un sentido establecido. Consciente de los cambios históricos, se plantea cómo seguir adelante cuando «ya no existe el tipo humano (el tipo trágico) al que nunca ha dejado de describir» (Kertész, 2004: 11). En otras palabras, en el s. XX el arte moderno siente que la vida del hombre ya no está cargada de sentido; se trata de una vida banal, falta de realidad, por lo que el destino de sus «héroes» no les permite expresar su carácter o individualidad.2 Ante tal panorama, una de las respuestas del arte moderno es lo que Eliot denomina «método mítico», que consiste en el uso de la mitología antigua como base sobre la que fundamentar el arte nuevo. Siguiendo las ideas de Hans Blumenberg en Arbeit am Mythos, se recurre a los mitos porque se cree que no son sólo cuentos fantásticos del pasado, sino que aspiran a dotar de sentido la realidad (1986: 56). Por ello, para Eliot el «método mítico» surge como una necesidad para enfrentarse a la realidad de un mundo desprovisto de significado. Fue en “Ulysses, Order & Myth” (1923) en donde Eliot puso en palabras la defensa de su método poético mediante una apología del Ulysses de Joyce. Según él, el sustrato mítico del Ulysses permite dar forma y significado al mundo moderno. En sus propias palabras, «It is a way of controlling, of giving shape and a significance to the inmense panorama of futility and anarchy which is contemporary history» (1975: 175). No extraña, por tanto, que también utilizase dicho método en su propia poesía. A modo de ejemplo, en su poema “The Love Song of J. Alfred Prufrock” la referencia al mito de las sirenas le permite explicar la situación del hombre moderno. Con tristeza, la voz poética exclama «I have seen the mermaids singing, each to each / I do not think they will sing to me” (2001: 7). De este modo, invita al buen lector a 2 En palabras de Erich Auerbach: «Me refiero a la convicción de que cada uno de los personajes condiciona su destino particular y de que necesariamente sólo puede sucederle aquello que le corresponde» (2008: 11). El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora pensar en las sirenas homéricas y a contrastar su situación con la del heroico Odiseo. Mientras que el yo poético moderno canta su incapacidad para acercarse a hablar con una mujer, Odiseo no sólo es capaz de enfrentarse sino también de disfrutar de la feminidad de Circe, las sirenas y Calipso. Además, como veremos más adelante, si la melodía sirénica enfrenta a sus oyentes con la Alteridad, que las sirenas no canten para Prufrock demuestra su incomunicación y su consiguiente imposibilidad por dotar la realidad de sentido. Partiendo, pues, de un profundo respeto hacia la tradición, Eliot crea un imagen descorazonadora del hombre moderno. La apuesta de Eliot por refundar el arte consiste en problematizar la ruptura entre carácter y destino que ocurre a partir de la muerte de Dios anunciada por Nietzsche. En consecuencia, intenta llenar el hueco creado por la falta de un ser que fundamente la existencia sustentándose en una sólida tradición cultural. Das Schweigen der Sirenen, la reescritura por parte de Kafka del mito sirénico, se encuentra en una línea similar a la de Eliot. Para Kafka, las sirenas sirven para mostrar al lector «métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir a la salvación», pues ya no existen métodos heroicos (2013: 5). Como vemos, en ambos autores la referencia a la mitología antigua carga de significado el relato y les permite plantear los problemas artísticos del mundo moderno. Por poner otros ejemplos, en Der Neuen Gedichte anderer Teil, Rilke da el mismo giro que Kafka al hablar del peligro del silencio sirénico (en vez del peligro del canto) en “Die Insel der Sirenen” (Wagner 206: 145). Asimismo, pocos años antes que Kafka y Rilke, el mexicano Julio Torri plantea en su microrrelato A Circe que su «héroe», resuelto a perderse en el canto, no obtiene más que un cruel silencio (1996: 21) ¿Qué imagen puede ser más fuerte para pintar el panorama de principios de siglo que el silencio y la nada, que nos remiten a la falta ontológica denunciada por Heidegger, y que además nos recuerda que, en otros tiempos, las sirenas sí cantaron para Ulises? En contra de lo que puede parecer en una primera lectura del ensayo de Eliot, su método para enfrentarse a la crisis del arte está en las antípodas del usado por Joyce; aunque ambos utilizan la mitología antigua, lo hacen de manera muy diferente. Así, las referencias a la Odisea del Ulysses no están sobrecargadas semánticamente sino que desprenden una profunda burla hacia la tradición. Para Joyce, de la crisis del arte surge la necesidad de echar abajo los pilares que sustentaban el arte académico, es decir, de regresar al caos o a lo que Mircea Elíade llama «une sorte de 7 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX massa confusa primordial» (1963: 96). Jacobo de Camps Mora En este sentido, artistas como Augusto Monterroso o Margaret Atwood también reformularon el mito de las sirenas para burlarse de la tradición cultural. Por un lado, en La oveja negra y demás fábulas Monterroso escribe “La sirenita inconforme”, en donde convierte a una de las épicas sirenas en una ingenua e ilusionada prostituta que cree que es capaz de seducir con su canto cuando en realidad sólo consigue una unión sexual desprovista de cualquier tipo de lazo espiritual (1998: 89). Por otro, en sus Selected Poems, Atwood escribe The Siren Song, en donde se mofa de la vieja creencia de que las sirenas cantan una única y especial canción a cada viajero: en su reformulación, las sirenas hacen creer a su oyente (el lector) que es único: «Help me! / only you, only you can, / you are unique», para después anunciar que, en realidad, este canto sólo es una trampa que siempre funciona para atraer a sus redes a los viajeros: «Alas / it is a boring song / but it works every time» (1974: 51). Aunque el planteamiento de Torri, Rilke, Kafka y Eliot sea muy diferente del de Joyce, Monterroso y Atwood, la recuperación del mito les permite a todos plantear la vacuidad del mundo moderno. Lo que antes era un héroe ahora se convierte en un personaje banal y contingente. Ulises, en su paso del mundo clásico al moderno, recupera simbólicamente el nombre de «Nadie» que le da a Polifemo en el famoso canto IX de la Odisea. En consecuencia, la antigua distinción de estilos que separaba lo cómico de lo trágico se fusiona hasta el extremo de que ninguno de los dos géneros se da sin el otro. A diferencia de lo que ocurre en Shakespeare, en donde los elementos cómicos sirven como contrapunto a la tragedia, el arte moderno siente que la vida humana es una tragedia sin destino final; una comedia triste (Auerbach, 2008: 308). Las siguientes palabras de Milan Kundera al hablar sobre lo kafkiano lo explican a la perfección: la comicitat no representa pas un contrapunt a la tragedia, […] no és allà dins per fer més suportable la tragèdia alleugerint el to; no acompanya la tragèdia, la destrueix en el seu origen privant així les víctimes de l’únic consol que encara podien esperar: el que radica en la grandesa […] de la tragèdia» (1987: 133). Sea como sea, no todas las representaciones de las sirenas en el arte del s. XX plasman el nihilismo del mundo moderno. En cambio, el elemento en común de las representaciones de sirenas es su función de espejo. Ya sea para devolver una imagen oscura y vacía, un trampantojo visual que no devuelve ninguna imagen, o simplemente los deseos más hondos del protagonista, la aparición del canto de las sirenas funciona 8 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora como un perfecto reflejo con el que el «héroe» moderno debe medirse. No en vano, como nos recuerda García Gual, ya Ateneo de Náucratis y Cicerón vieron que las sirenas tentaban a sus oyentes prometiéndoles «su deseo más íntimo» y que, por tanto, escucharlas supone enfrentarse a uno mismo (2014: 38-39). A modo de ilustración, veamos ahora ejemplos sacados de Luis Cernuda, Brecht, Proust y Benedetti. En primer lugar, el poema “Las sirenas” de La desolación de la quimera de Cernuda nos plantea que la canción de las sirenas deja al oyente «viudo y desolado […] / para siempre» y actúa como el «filtro que enfebreció su sangre» y «embebió su espíritu» (Cernuda, 1993: 494). Y es que, ¿cómo puede una canción en una lengua desconocida traer tanta destrucción, si no es, en el fondo, la voz del Otro, la del espejo en el que medimos nuestros sueños e ilusiones?, ¿qué cantan si no las sirenas en una lengua que «ninguno ha conocido» y que recuerdan los que la escucharon cuando se hallan en el lecho de la muerte, «cuando la noche acaba y tiempo no hay» (op. cit)? En segundo lugar, Brecht también reescribió el mito antiguo para que las sirenas le devuelvan a Ulises no ya su imagen de héroe de la Ilíada –como es el caso en la Odisea, en el que le prometen cantarle sus proezas o «todo cuanto argivos y troyanos trajinaron en la vasta Troya por voluntad de los dioses» (Homero, 2013: 226)–, sino su propia vergüenza por querer sentir el goce artístico del canto atado a un mástil, sin libertad de movimiento. En consecuencia, Ulises se retuerce en el mástil: al escuchar el canto sirénico se enfrenta a su propia cobardía por haber restringido su propia capacidad de movimiento y la de sus remeros (Sánchez & Conchillo, 1988: 53). En tercer lugar, fijémonos en Proust, quien revivió el mito en À La recherche du temps perdu. En “Un amour du Swann”, las sirenas aparecen al principio del ocaso del intenso amor de Swann por Odette. Swann, que ya ha dejado de ser el amante predilecto de Odette, acude a un concierto de música clásica. Frente al esnobismo de los que acuden, Swann se refugia en la belleza de la música cuando escucha una pequeña frase musical que le recuerda intensamente a Odette. Más allá de su ensimismamiento, la frase musical, que había estado presente en los encuentros con su amada, le lleva a una profunda reflexión acerca de su amor. Haciendo gala de su excepcional capacidad comparativa, cuando entra un violín en la orquestra el narrador lo confunde con una cantante; sin embargo, al fijar los ojos en la orquestra «on ne voit que les étuis, précieux comme des boîtes chinoises, mais, par moments, on est encore trompé par l’appel décevant de la sirène» (1987: 482). Gracias a esta pequeña frase musical, Swann «ne se sentait plus exilé et seul, puisque, elle, qui s’adressait à lui, lui parlait à mi-voix 9 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora d’Odette» (op. cit.). Pese a que a estas alturas aún parece que el amor por Odette sigue intacto, la mención de las sirenas debe ponernos en guardia: ¿contra qué se enfrenta Swann?, ¿qué le refleja la corta frase musical para que, al salir de un violín, haga surgir a las sirenas y que confunda el instrumento utilizado? Las reflexiones del narrador continúan y le hacen plantearse la fragilidad y la contingencia de su amor por Odette: C’est que si souvent elle [la petite phrase] avait été témoin de leurs joies! Il est vrai que souvent aussi elle l’avait averti de leur fragilité. Et même, alors que dans ce temps-là il devinait de la souffrance dans son sourire, dans son intonation limpide et désenchantée, aujourd’hui il y trouvait plutôt la grâce d’une ressignation plus gaie. De ces chagrins dont elle lui parlait autrefois et qu’il la voyait, sans quu’il fût atteint par eux, entrainer en souriant dans son cours sinueux et rapide, de ces chagrins qui maintenant étaient dévenus les siens sans qu’il eût l’espérance d’en être jamais délivré, elle semblait lui dire comme jadis de son bonheur: “Qu’est-ce, cela? tout cela n’est rien […] Swann comprit que le sentiment qu’Odette avait eu pour lui ne renaîtrait jamais (ibíd.: 484.; la cursiva es mía). Como vemos, en el episodio del concierto Swann se enfrenta a sí mismo más que nunca; se enfrenta a la incapacidad de aceptar que sus deseos de volver a ser amado se hagan realidad. Para ejemplificarlo, Proust escoge la belleza de la frase musical que los dos compartieron, pues muestra la contingencia de sus sentimientos: aunque la frase siga siendo la misma, todo ha cambiado entre ellos. La alusión a las sirenas funciona porque revela el enfrentamiento del sujeto con su deseo y el consiguiente choque entre lo ideal y la realidad. En cuarto lugar, analicemos ahora “La sirenita viuda” de Mario Benedetti, publicado en Despistes y franquezas. En el cuento corto, las sirenas también cumplen la misma función de espejo ante el que medir nuestros deseos. Rodrigo, un exiliado chileno que había soportado varios «castigos y humillaciones», llega a Copenhague y se encuentra con «la legendaria sirenita de Eriksen». De inmediato, Rodrigo cae locamente enamorado de ella por ser un personaje «inalcanzable y célebre» que, como él, «en lejanos y cercanos pretéritos, había sufrido escarnios, castigos y hasta mutilaciones». Finalmente, Rodrigo decide «transformar lo imposible en verosímil» y fundirse con la sirenita. Como establece la tradición, la unión con las sirenas acaba con la muerte: sólo en la muerte es posible fundirse con nuestra propia imagen y dejar de buscar que una imagen externa nos diga quiénes somos. Así, Rodrigo busca la muerte porque sólo en lo ideal e inalcanzable encuentra una imagen de sí mismo como ser exiliado y perdido: eran las tres y cuarto de un domingo de enero cuando Rodrigo llegó hasta su objeto de amor. Ella estaba como siempre, inocentemente desnuda, y Rodrigo pensó que no era lícito que él permaneciera miserablemente vestido. De manera que, a pesar de los 12 10 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora grados bajo cero, se fue despojando, una por una, de todas sus prendas, que quedaron dobladas y en orden junto a sus pies descalzos y estremecidos. A esa altura, Rodrigo debe haber apretado sus dientes para que no castañetearan y por fin debe haber abrazado tiernamente a su sirena, en el tramo más feliz de su nueva existencia. Que fue breve, claro, porque allí lo hallaron, horas después, dulcemente yerto, sin nueva vida y también sin vida vieja (1990: 21). Para acabar, el narrador nos cuenta que la sirenita ha cambiado su expresión para reflejar su condición de viuda; como el narrador y sus compatriotas, acaba siendo «una exiliada más, inmóvil junto al mar, que sueña con la vuelta». Como nos enseña el mito homérico –en el que las calaveras de la isla de las sirenas corresponden a los navegantes que han sucumbido ante su canción prometedora– la búsqueda desesperada del ideal se verá realizada únicamente en la muerte. En definitiva, en el presente capítulo hemos visto que la acuñación del término «método mítico» corresponde a una de las vías que un gran número de artistas utilizaron para dar respuesta a la crisis espiritual y artística del fin du siècle que se hizo sentir con más fuerza durante la primera mitad del siglo XX. Pese al motivo común de recurrir a la mitología clásica, hemos visto que cada autor hizo su propia aplicación del motivo mitológico: el respeto a la tradición de Eliot y la sobrecarga simbólica de la re-escritura kafkiana nada tienen que ver con el burlesco distanciamiento con respecto a la tradición de Joyce, Monterroso y Atwood. Sin embargo, sí existe un denominador común en las representaciones del mito. En todos los casos, la voz de las sirenas funciona como espejo a partir del cual el «héroe» se refleja y se enfrenta a su propia imagen, como hemos visto en Cernuda, Brecht, Proust y Benedetti. No en vano, como comenta Pietro Citati en La Mente Colorata, sólo las sirenas, al contrario que el resto de sus enemigos, son capaces de reconocer a Ulises al acercarse a su isla (2002: 202). Pese a que el engaño y la ocultación sean las armas de las que se vale durante toda la Odisea, ni siquiera el héroe griego es capaz de ocultarse a sí mismo. 11 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora CAPÍTULO 2· LAS SIRENAS COMO GALERÍA DE ESPEJOS Vamos, famoso Odiseo, gran honra de los aqueos, ven aquí y haz detener tu nave para que puedas oír nuestra voz. Que nadie ha pasado de largo con su negra nave sin escuchar la dulce voz de nuestras bocas, sino que ha regresado después de gozar con ella y saber más cosas. Pues sabemos todo cuanto los argivos y troyanos trajinaron en la vasta Troya por voluntad de los dioses. Sabemos cuanto sucede sobre la tierra fecunda (Homero, 2013: 226). Ubicada en el canto XII de la Odisea, así suena la melodía sirénica. Cuatro elementos llaman la atención. Primero: se dirige personalmente a Ulises; no es una canción estándar sino que se personaliza según su oyente. Segundo: pese a ello, atrae a todos sus oyentes. Tercero: dice saberlo todo y, al hacerlo, se sitúa más allá de nuestra propia subjetividad. Cuarto: su canción es, en realidad, sólo una promesa de canción; sus oyentes nada saben del conocimiento que prometen. El misterio que envuelve estos cuatro elementos ha provocado que, a partir de los apenas ocho versos que componen la canción en el original, se haya erigido una ingente bibliografía en relación a su significado. Se hace, pues, necesaria la pregunta que destape la verdad de fondo, lo intemporal que hay en el mito que hace que, siglo tras siglo, se vaya reinterpretando. En el capítulo anterior, he defendido que este elemento en común que guardan todas las interpretaciones es la función de espejo que cumple la voz sirénica en el mito original. Centrémonos ahora en los cuatro elementos que he destacado de la melodía para ver en qué medida demuestran su función especular. En primer lugar, no hace falta decir que el hecho de que personalicen su melodía según su oyente guarda una estrecha relación con lo que hace un espejo cada vez que nos miramos en él. Para Peter Sloterdijk, el fundamento misterioso de la irresistibilidad de las sirenas está en la circunstancia de que jamás interpretan su propio repertorio, sino sólo y siempre, la música del pasante. Si las sirenas encontraron víctimas entusiasmadas en todos los oyentes hasta Ulises –y especialmente en éste–, fue porque cantan desde el lugar del oyente. Su secreto es que interpretan exactamente las canciones en las que anhela precipitarse el oído del pasante. […] el canto sirénico no sólo actúa sobre el sujeto conmoviéndolo desde fuera. Resuena, más bien, como si se llevara a cabo a través de él, consumadamente y como primera vez, la conmoción más propia e íntima del sujeto, que entonces se decide a expresarse. Las sirenas son videntes melódicas» (2003: 433) En segundo, pese a que reflejan una imagen particular a cada uno, este imagen no 12 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora se define hasta que quien se mira en ella se sitúa delante del espejo (o pasa por la isla de las sirenas). Por ello, este reflejo nos da el sentido de nuestra individualidad; nos muestra la imagen de lo que somos y es a partir de lo que los demás nos reconocen. Así, el reconocerse en el espejo implica del nacimiento del Yo, pues implica que el sujeto ha aceptado que la imagen que ve es su propia imagen. Sin embargo, cabe matizar que, al mismo tiempo que le dice quién es, le aliena de su ser más íntimo. Como explica Lacan, aunque determina su existencia en relación al Otro en el mundo, el sujeto es consciente de que es mucho más de lo que la mirada cosificadora del Otro (de su imagen reflejada) le devuelve. En cuanto al tercer elemento, llama la atención la promesa de «saberlo todo». Las sirenas prometen al sujeto ir más allá de su propia individualidad; en términos religiosos, le prometen acercarse a Dios para dejar de ser humanos, demasiado humanos. Como señala Freud, este sentimiento religioso, emparentado con el sentimiento de unidad con el mundo, está íntimamente ligado al recuerdo de nuestra vida uterina (2010: 60). Las sirenas, por tanto, traen a la memoria del sujeto el sentimiento prístino de su vida uterina; esto es, el momento en el que se sentaron las bases de su carácter. Llegamos ahora al cuarto elemento para descubrir que su canción no es más que una canción que se canta a sí misma; está vacía de contenido (Todorov, 1971: 74). Se sabe de la fuerza y atracción que el misterio causa, y su falta de mensaje posibilita la principal atracción sirénica; en el fondo, las sirenas parecen querer decirnos que el fin del deseo, es decir, la búsqueda de la unión con Dios en la tierra sólo se consigue, como nos recordaba la sirenita de Benedetti, en la muerte. Una vez explicada la función especular de la melodía sirénica, a continuación plantearé las principales líneas de interpretación que el psicoanálisis y el marxismo han llevado a cabo al interpretar el episodio. Como veremos, el mito no sólo hace la función de espejo dentro del relato, sino que también refleja los principios ideológicos de la corriente que lo analiza. 2.1 La interpretación psicoanalítica El psicoanálisis, al interesarse por el comportamiento y la vida psíquica del sujeto, se centra en gran medida en las relaciones entre nuestro Yo y la Alteridad o lo Otro. En El malestar de la cultura, Freud ya explicó que el nacimiento de la consciencia surge a partir del final de la vida uterina, pues se crea un abismo entre nuestro deseo y su 13 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora realización (2010: 66). Aquello que obstaculiza la realización de nuestros apetitos se convierte en lo Otro que permite y exige el nacimiento del Yo. A partir de esta separación, no habrá vuelta atrás: el nacimiento de la consciencia implicará la permanencia del deseo. Por este motivo, las grandes tradiciones místico-religiosas siempre han subrayado la necesidad de llevar a cabo una «vuelta al origen» en la que recuperar la paz y estar libre del deseo. A través de la comunicación divina, se manifestaba la búsqueda de un retorno a lo Uno que ocultase el hecho de que la vida está determinada por la ausencia de su fundamento. Después del nacimiento de la conciencia y de la separación de la Madre, el psicoanálisis denomina estadio del espejo al momento en que el sujeto se confronta por primera vez a su propia imagen. Es un acontecimiento crucial, pues es cuando nos comenzamos a plantear el lugar que ocupamos en el mundo. En consecuencia, se nos plantea una crisis por la dificultad que conlleva aceptar que ese ajeno, frío y extraño reflejo es, en realidad, el propio. Aunque nos veamos a nosotros mismos, en el fondo sabemos que, pese a ser nuestra, la imagen reflejada por un espejo nos es ajena y distante. Al intentar tocarla, lo único con lo que el sujeto se topa es con un frío terrible que le recordará esa extrañeza. Sin embargo, esa imagen es lo que inaugurará y posibilitará su subjetividad en tanto en cuanto le diferenciará del resto y será reconocido por ella. Lo que hay en juego en el estadio del espejo es ser capaces de aceptar que, desde el momento en que nacemos, el sentimiento de unidad con el mundo se rompe. El episodio se complicará cuando el sujeto, confundido, comience a preguntarse quién es él en relación con el Otro. Según nos cuenta Renata Salecl de la mano de Lacan, «the first formulation of this question is what was the subject’s place in his or her parent’s desire? The subject tries to answer this question by way of forming a fundamental fantasy, a story of his of her origins that will provide the grounds for his or her very being» (2000: 63). El encuentro con el Otro es por tanto un encuentro lleno de ansiedad, porque el motivo del deseo del Otro es siempre desconocido para el sujeto y su mirada siempre cosificadora; el sujeto jamás podrá saber qué lugar ocupaba en su fantasía paternal, y ningún Yo puede evitar no verse más que a sí mismo en el Otro. En esta encrucijada el hombre se pregunta si el Otro respeta su posición simbólica de autoridad –pues es el Padre quien alejaba al bebé de su fuente de unidad (la Madre)–, mientras que la mujer quiere ser el objeto inaccesible del deseo del Otro y no sólo su objeto de placer. 14 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora En este juego especular, huelga decir que la confusión entre el ser y el parecer es peligrosamente sencilla. El sujeto, cuya consciencia se ha fundado a partir del enfrentamiento con la Alteridad, tiende a creer que su imagen, que le permite vivir en el mundo simbólico adulto, conforma su ser. Sin embargo, hacerlo es olvidar que, al acercarse a tocar la imagen que un espejo nos devuelve, ésta sólo nos proporciona un tacto frío y superficial. Con todo, el Yo siempre tendrá que enfrentarse a la imagen del Otro, porque recuperar la Unidad original es volver a la muerte. Así, debemos cambiar la pregunta inicial ¿quién soy yo para el Otro? por ¿quién soy yo para el Otro que soy yo? Debido a la imposibilidad de conocer el deseo del Otro, la continua búsqueda hacia el exterior sólo llevará al fracaso de la construcción de la identidad del Yo porque implica un rechazo frontal a la realidad. Saber y controlar lo que somos para un sujeto ajeno es imposible: ya no vivimos en el mundo uterino en el que no había ninguna división. Negarlo llevará al sujeto a su perdición, pues no reconocerá que la imagen del Otro es, en realidad, la propia, y adoptará un mecanismo de defensa para protegerse de la hostilidad que su reflejo le representa. Por suerte para Ulises, las sirenas le cantan una canción personalizada; le permiten, desde el primer momento, enfrentarse a esta realidad. Sin embargo, la literatura está repleta de ejemplos en los que el sujeto se siente perdido por no poder ver más que la imagen reflejada de sus padres; imposibilitando así el paso hacía su madurez. A modo de ejemplo, en L’Eden Cinéma y Savannah Bay de Marguerite Duras, los personajes buscan llenar los huecos que el (mal)trato de sus padres ha creado en ellos. De manera opuesta, en L’Amant, su obra de madurez, encontramos una subjetividad madura que sólo acepta como reflejo de sí misma su propia imagen (esto es, su rostro de vejez, al margen de cualquier prejuicio que la sociedad le quiera imponer) (De Camps Mora, 2013). Por poner otro ejemplo, en la primera frase de Molloy –el famoso «Je suis dans la chambre de ma mère»– el sujeto nos remite al anhelo inmortal de todo ser humano por volver a la vida uterina; de recuperar así el momento en el que no existía frontera entre el deseo y su realización; al hacerlo, se posiciona como un sujeto que ha perdido la batalla por asumir su subjetividad. No es casualidad que Molloy reconozca: «Je suis un craintif, toute ma vie j’ai vécu dans la crainte, celle d’être battu» (Beckett, 1999: 7): quien no supere el estadio del espejo vivirá en una constante angustia existencial ante la imagen que los otros seres le reflejarán, pues se verá asediado por la subjetividad del 15 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Otro. Jacobo de Camps Mora Centrándonos ahora en lo que le ocurre a Ulises, podemos decir que la voz de las sirenas corresponde a la llamada del deseo por eliminar el sentimiento de ausencia en sus oyentes. Así, les engaña al prometerles no tener que vivir la experiencia traumática del estadio del espejo. En literatura, como acabamos de ver en Molloy, el anhelo de vuelta al útero se pone de manifiesto en la imagen de lo Materno. Al igual que el canto de las sirenas, que le promete a Ulises aprehender lo desconocido, la vida uterina es inimaginable y misteriosa para el sujeto. El retorno a la nada, la disolución del Yo, ocurre, como al seguir la atracción fatal, con la muerte. Si la búsqueda del origen sólo nos puede llevar a la perdición, el mito de las sirenas parece afirmar que el precio que pagamos por nuestra subjetividad es la alienación que nos acompañará para siempre con respecto al misterio de la vida. Jamás podremos saber «todo cuanto ocurre sobre la tierra fecunda» porque nuestro solipsismo nos impedirá ser uno con el mundo hasta la muerte. En términos psicoanalíticos, podemos decir que la emergencia de la subjetividad sólo puede formalizarse con éxito si se supera y transforma la hostilidad inicial causada por la alienación con respecto a lo real que implica el estadio del espejo. Para Lacan, sólo una vez superado el estadio del espejo el individuo es capaz de entrar en el orden de lo simbólico. Si el orden de lo real corresponde a la realidad bruta, inalcanzable, semejante al noúmeno kantiano, el orden de lo simbólico es el mundo de una subjetividad madura que es capaz de dar el salto del autoerotismo al narcisismo (es decir, hacia la asunción de una imagen íntegra de uno mismo). En definitiva, el estadio del espejo es necesario porque permite al sujeto enfrentarse a lo Otro; asumir que la consciencia implica una carencia y que su unidad originaria, la unión prístina con la Madre, no volverá a ocurrir. Por este motivo, el episodio de las sirenas revela el carácter paradójico de la existencia: el nacimiento de la consciencia significa una división con respecto al mundo, y cualquier intento por eliminarla resultará en vano. El siguiente pasaje de Fernando Pérez-Borbujo comentando a Eugenio Trías ilustra a la perfección lo que está en juego en la atracción por el abismo que es la atracción por las sirenas: La atracción por el abismo es la atracción por la madre […] el afán profanador de toda inteligencia, su pasión por desvelar el misterio, por ir «más allá de los límites», es siempre una manifestación del amor por el fundamento, del ansia por traer a éste a la 16 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora existencia, por «copular con la madre», sin la clara conciencia de que si tal cosa fuese posible, se cancelaría con ello la existencia misma (2005: 72; la cursiva es mía). Hasta ahora, he defendido el episodio como una victoria para el héroe griego, quien consigue medirse a la atracción de sus miedos y deseos y no caer ante ellos. Así, Ulises habría aprendido que sólo la muerte podrá calmar la llamada del abismo; la imagen que tenemos de nosotros mismos satisfaciendo todos nuestros deseos. De lo contrario, siempre habrá más y más deseos que nos acechen. No obstante, vale la pena acudir a una vertiente ligeramente diferente dentro de la lectura psicoanalítica del mito. Para Salecl, Ulises fracasa al rechazar un encuentro verdadero con el objeto de deseo. Para el hombre obsesivo, nos explica, el objeto del deseo del Otro se le presenta demasiado satisfactorio; para imponerse sobre el Otro, el sujeto intenta negarle el deseo: «his strategy is to plug up his lack with signifiers and thus to avoid the object of his desire […] The obsessional tries to demonstrate that he is the master of his own desire and that no object is capable of making him vanish» (Salecl, 2000: 65-66). Ulises, pues, caería en un error al creer que domina sus deseos por conseguir escuchar sin sucumbir a la canción sirénica (gracias a que se ata al mástil mayor, símbolo de la Ley del Padre). Pese a las diferencias interpretativas, el psicoanálisis nos proporciona poderosas herramientas para poder plantear las preguntas esenciales que rodean al mito. Es decir, ¿quién soy yo en relación al Otro?, ¿qué significa «saberlo todo sobre la tierra fecunda» si no volver a nuestro origen uterino, en donde nada limitaba al sujeto?, ¿por qué la muerte y el deseo están tan íntimamente ligados?, ¿puede el deseo satisfacernos o no es más que una búsqueda llamada al fracaso? 2.2 La interpretación marxista Ante la crisis de la cultura occidental a principios del XX, Theodor Adorno y Max Horckheimer plantean una re-interpretación del mito para denunciar la semilla a partir de la cual Occidente comenzó a decaer. En la línea de Nietzsche, quien denuncia a los filósofos fundadores de la tradición occidental como los agentes de la decadencia, los dos filósofos de la escuela de Frankfurt apuntan sus dardos contra el canónico Ulises. Para ambos, Ulises no es el héroe que se nos había hecho creer que era. Más bien al contrario, pues le equiparan con un buen burgués del s. XIX y s. XX cuya experiencia vital está filtrada por una búsqueda de seguridad que le limita en vez de permitirle vivir más. En otras palabras, la astucia calculadora de Ulises no sería más que la razón 17 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora ilustrada que, mediante la técnica, consigue dominar a la naturaleza pagando un alto precio: la renuncia a sus propios instintos y, en definitiva, a su felicidad. Así, en el paso por las sirenas Adorno advierte que el peligro es superado sólo mediante la dominación del Otro y de la naturaleza. Para el filósofo alemán, el problema de la sociedad burguesa se encuentra en que la experiencia artística se limita con la búsqueda de la seguridad y el control (Ulises atándose al palo mayor de la embarcación y escuchando la música sirénica). Al igual que la canción pierde su poder sobre Ulises al no conseguir atraerlo, el arte pierde su sentido en la sociedad moderna y se convierte en «art and nothing else, just as Goebbels –with foresight– combines them: l’art pour l’art, advertising for its own sake, a pure representation of social power» (Comay, 2000: 36).3 Asimismo, para los compañeros de Ulises, libres de ataduras, la canción transformadora también es inalcanzable en tanto en cuanto tienen las orejas tapadas con cera. Para el pensador alemán, expresado en la distancia física y jerárquica entre Ulises (encima) y los marineros (debajo), se encuentra la oposición sobre la que se funda la sociedad moderna. A saber, la oposición entre el intelectual inactivo pero sensible y el trabajador activo pero sordo (ibíd.: 22). A modo de ilustración, el antes citado cuento de Brecht nos viene como anillo al dedo, pues nos explica que las gargantas hinchadas de las sirenas, antiguamente atribuidas a su canto, «insultaban con todas sus fuerzas a los condenados, precavidos provincianos». Por si esto fuera poco, continúa diciendo que «nuestro héroe realizó sus contorsiones […] porque, después de todo, al final le dio vergüenza. En definitiva, Brecht se pregunta si «esas poderosas y ligeras mujeres [tendrían] que haber despreciado su arte con gente que carecía de toda libertad de movimiento» (Sánchez, 1988: 53). La ideología marxista considera fallido, por tanto, el paso de Ulises por las sirenas. Su intento por dominar el arte y la naturaleza a través de la razón, como ha hecho la tradición Occidental, sólo desemboca en el sometimiento del sí-mismo que acaba en trance y atado de pies y manos al mástil mayor de la embarcación. Como ya vio Hegel al hablar sobre la dialéctica del amo y el esclavo, Adorno defiende que tanto los navegantes como Ulises acaban siendo sometidos por el Otro. 3 Por este motivo, Giorgio Agamben defenderá que el hombre contemporáneo no puede juzgar a Platón por haber expulsado a los poetas de su República, pues el arte no ocupa el mismo lugar hoy que entonces, cuando aún tenía poder de cambiar de facto la sociedad (1994: 5). 18 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora Los primeros porque someten su voluntad a la del amo, y el segundo porque obtiene su posición de amo únicamente en tanto el esclavo se la reconoce. Ulises sólo consigue escuchar la canción del deseo sometiendo a sus remeros, pero a condición amarrado al mástil mayor. Por este motivo, Adorno afirma: Toda Ilustración burguesa está de acuerdo en la exigencia de sobriedad, sentido de los hechos y justa valoración de las relaciones de fuerza. El deseo no debe ser el padre del pensamiento. Pero ello se debe a que todo poder en la sociedad de clases está ligado a la aguda conciencia de la propia impotencia frente a la naturaleza física y sus descendientes sociales: la masa. […] El esquema de la astucia de Odiseo es el dominio de la naturaleza mediante semejante asimilación. En la valoración de las relaciones de fuerza, que hace depender la supervivencia […] del reconocimiento previo de la propia derrota, virtualmente de la muerte, se encuentra ya in nuce el principio de la desilusión burguesa […]: la renuncia. El astuto sobrevive sólo al precio de su propio sueño, que paga desencantándose a sí mismo como a las potencias exteriores […] la dignidad del héroe se adquiere sólo en la medida en que se mortifica el impulso a la felicidad total, universal e indivisa (2007: 71). En esta línea, mediante la estratagema de Ulises para pasar por la isla de las sirenas, escuchar el canto y, aun así, seguir con vida, los mitos «se desvanecen hasta la más lejana posibilidad» (ibíd.: 72); como consecuencia, el canto de las sirenas, símbolo de la música Occidental, se enferma. La música, potencialmente la más emancipadora de las artes por ser «la expresión más inmediata del instinto» se convierte sin embargo en mercancía que no transforma a sus oyentes (Comay, 2000: 32). Al igual que Ulises domina el arte (los instintos) mediante la técnica, el mundo moderno crea la industria cultural para dominar la expresión de los instintos y convertirlos en producto de compra y venta para que el burgués escuche la obra de arte de manera conformista. Como Ulises también, la audienci ve reducida su libertad de actuación. En palabras de Comay, «Like Odysseus stiff against the mast, writhing in an ecstasy born of deepest deprivation, the spellbound listener’s hard and jerky movement betray the impotence which is their fate» (ibíd.: 34). Adorno sitúa su excurso sobre Ulises y las sirenas a principio de su libro Dialéctia de la Ilustración para que, más adelante en el libro, el lector ya tenga en mente las explicaciones acerca del mito homérico al llegar al capítulo sobre la industria cultural. Cuando Adorno nos habla sobre la mercantilización de la industria, que convierte la recepción artística en un episodio más del proceso de embalaje de un producto, debemos imaginarnos al hombre moderno, sin libertad de movimientos ante una industria que lo ha atado de pies y manos, escuchando y divirtiéndose con el entretenimiento fácil que es obligado a consumir. 19 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora En definitiva, la actitud de Ulises hacia la voz sirénica y hacia sus propios compañeros es el símbolo perfecto de lo que ocurre en los tiempos modernos en donde prolifera una fuerte industria cultural desprovista de contenido crítico. Como la canción sirénica, ésta cumple únicamente la función de entretener y divertir al oyente; relajar su entendimiento y, como mucho, hacerlo gozar en éxtasis durante unos breves instantes para que, después, una vez ha pasado de largo la amenaza, se desligue del mástil y vuelve a su vida normal y rutinaria. Y esto sólo si el hombre en cuestión tiene la suerte de poder escuchar el canto. De otro modo, como si se tratase de un ciudadano olvidado y sin voz, imaginémonos un minero de las guerras del coltán, se encontrará solo y marginado mientras asegura el avance de la nave que permite que nuestra sociedad siga funcionando; o, en el caso del minero, produciendo suficiente mineral para que los demás podamos disfrutar de nuestros teléfonos, ordenadores y demás aparatos electrónicos. 20 CAPÍTULO 3 : KAFKA Y EL SILENCIO 3.1 El silencio en Das Schloß y Der Prozess En El Castillo, después de su llegada al pueblo, el agrimensor K pernocta en una posada y, al día siguiente, se propone acceder al castillo. Sin embargo, le es imposible: no encuentra el camino correcto. Pese a que K ha acudido para trabajar, todos tratan a K como a un extranjero sin oficio ni beneficio en el pueblo. K intenta pasar la noche en la posada de uno de los señores del castillo, Klamm. Aunque las reglas no permiten que K. duerma en el mismo lugar que alguien de su importancia, consigue dormir ahí gracias a su aventura con Frieda, la posadera. La atracción de K hacia ella nace al saber que es amante de Klamm, pues piensa en todas las puertas que le abriría ganarse sus favores. Frieda, por su parte, alienta a K a creer que así es. Tras echar a los clientes de la posada, «se h[ace] súbitamente el silencio» (1984: 61) y Frieda y K se acuestan apasionadamente. Al día siguiente Frieda acude a la llamada de Klamm y revela que ha permitido que K. pase la noche con ella: «Estoy con el agrimensor! ¡Estoy con el agrimensor!», exclama (ibíd: 64). En ese momento, se vuelve a hacer el silencio y K no puede hacer otra cosa más que lamentarse: «¿Qué había sucedido? ¿Dónde estaban sus esperanzas? […] En lugar de avanzar prudentemente como lo exigían la grandeza del fin y la importancia del enemigo, había pasado aquí una noche rodando en los charcos de cerveza cuyo olor producía dolor de cabeza. –¿Qué has hecho? –dijo, hablando solo–. Estamos perdidos. – No –dijo Frieda–, sólo yo estoy perdida; pero te he ganado a ti». (op. cit.). En El Proceso, Josef K se ve sorprendido en su habitación por dos individuos que le informan que ha sido acusado. A medida que su proceso avanza y cada vez está más claro que la sentencia será negativa –sin que por ello se eleve el tono del relato–, K. tiene una aventura con una mujer cercana a un círculo burocrático de poder muy similar al del Castillo. Una vez más, K. cae en las redes de la lujuria atraído por el deseo de solucionar su situación y por acercarse un poco más al mundo etéreo de la burocracia kafkiana. Como es fácilmente predecible, su aventura sexual le deja en el mismo sitio del que partía, como si no hubiese hecho más que dar vueltas en redondo. En ambas novelas, por tanto, escuchar la canción del deseo empuja a K. hacia la pérdida ontológica que le llevará a acabar ejecutado «como un perro» en El Proceso (1977: 303). Aunque K. se deja seducir con la esperanza de encontrar una salida, éste El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora sólo encuentra un silencio total que no le permite avanzar en su búsqueda espiritual. Como en el relato homérico, en El Proceso y El Castillo la canción de las sirenas es entonada por seres femeninos que parecen prometer conocimiento a los protagonistas. A diferencia del relato homérico, en ambas obras estas mujeres no le devuelven al protagonista ninguna imagen con la que medirse y construir su identidad: como las Leyes del universo kafkiano, las mujeres que lo seducen sólo le ofrecen silencio. Más aún, en ambas novelas, la atracción por el misterio de la existencia, simbolizada en la búsqueda de respuestas de K., no le confiere ninguna grandeza trágica. Debido al canto mudo de las sirenas kafkianas, el héroe no puede enfrentarse con la Alteridad para superar la experiencia traumática del estadio del espejo. No en vano la autoridad gobernante, como nos recuerda Lucio Lombardo Radice, es anónima e impersonal (1977: 19). De este modo, el giro kafkiano consiste en convertir la búsqueda de sentido de nuestra existencia en una búsqueda vacía de sentido. Así pues, Marthe Robert explica que El Castillo invierte la quête de Percéval en Li contes del graal: Kafka’s hero is the inverse of the traditional quest hero who may be overwhelmed by the trials he must undergo but knows at least the value of the Golden Fleece or the Grail or any other symbolic object worthy of his efforts. K. the Land-Surveyor knows nothing at all about the Castle save that it exists and that apart from himself no one seems much concerned with it (1977: 90). En el mundo de Kafka, por tanto, las instituciones que podrían dotar de sentido la existencia se caracterizan por el silencio que las rodea. Por ello, aparte de la falta de conocimiento del Castillo, también se desconocen las leyes que rigen la sociedad. Kafka, pues, no ofrece ninguna salvación mediante instancias exteriores al hombre: la religión pierde su sentido en un mundo en el que Dios está ausente; la medicina y la ciencia, que aspiran a ser sus sustitutas en el cuento “Un médico rural”, fracasan al no poder curar la verdadera crisis (espiritual y no física) del hombre moderno; y la esperanza y el deseo, simbolizados en las mujeres-sirena, ofrecen únicamente silencio. En este sentido, Jonathan Ullyot nos recuerda que el mundo en el que K. se encuentra concibe la autoridad como un ente constituido por su inaccesibilidad: por mucho que intente preguntar por el sentido de lo que le ocurre, el silencio ante el que se topará le imposibilitará encontrar una respuesta. En consecuencia, Ullyot subraya «[K’s] enemy is always slipping away from the battle, or trying to convince K. that there is no battle. If K’s struggle appears paranoid or even delusional, that is because the 22 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora strength of his enemy is consituted by how indifferent he seems to him» (2010: 433). Por ello, K. se ve perdido en el mundo de lo irreal simbolizado en el abstracto laberinto burocrático con el que se enfrenta. Si las sirenas odiseicas cantaban «sabemos cuanto ocurre en la tierra fecunda», en el El Castillo y El Proceso sus «héroes» sólo escuchan silencio –proveniente de las mujeres y de las autoridades– que, sin embargo, persiguen. A modo ilustrativo, Jørgen Egebak defiende que, en el mundo kafkiano, se rompe la comunicación entre el cielo y la tierra a excepción de una débil luz, cuyo sentido, desgraciadamente para K., es imposible encontrar. En consecuencia, su búsqueda se vuelve interminable (1992: 161). Así como resulta imposible descifrar el sentido de la pequeña luz que comunica el cielo con la tierra en el mundo de Kafka y como sus mujereres-sirenas cantan el silencio, las leyes que rigen el mundo kafkiano están ocultas a sus protagonistas. No extraña, por tanto, que «el hombre puede violarlas sin saberlo e incurrir así en el castigo» (Benjamin, 2012: 50). Este oscurecimiento del logos, que según Benjamin nos lleva a una etapa anterior a la del mito, crea lo que se ha llamado sentimiento de lo «kafkiano»: su universo no permite al «héroe» enfrentarse a las leyes que lo rigen e, irremediablemente, su voz queda diluida (ibíd.: 52). No es descaminado, pues, equiparar el Proceso y el Castillo con un mundo en el que el silencio, y no el canto, es el adversario contra el que luchan los personajes. Si Odiseo escucha la promesa de oír sus hazañas como héroe, K sólo es capaz de escuchar el silencio y el lector atiende a sus desesperados intentos en vano por dotarlo de sentido. A este respecto, Pietro Citati explica que K es el último personaje de la novela en búsqueda de Dios; El Castillo y El Proceso muestran que «la gran aventura religiosa, o metafísica, o mística, ya no interesa a los hombres en el mundo moderno». Más aún: más allá del espacio inalcanzable del castillo, «el resto del mundo parece tragado por uno de los enormes blancos de Kafka» (1993: 214-215). A modo de ejemplo, al describir su encuentro sexual con Frieda – recordemos que K. cree que puede serle útil para entrar en el castillo–, se puede observar la sensación de vacuidad, falta de hogar y naufragio que inunda los cuentos kafkianos. transcurrieron horas, horas de un aliento común, de latidos comunes, horas en las que K tuvo la sensación de perderse o de que estaba tan lejos en alguna tierra extraña como ningún otro hombre antes que él, una tierra en la que el aire no tenía nada del aire natal, en la que uno podía asfixiarse de nostalgia y ante cuyas disparatadas tentaciones no se podía hacer otra cosa que continuar, seguir perdiéndose (1984: 30). 23 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora En definitiva, los dos protagonistas de El Castillo y El Proceso se enfrentan con un silencio que sólo les permite «seguir perdiéndose» hasta su fin, pues ni las mujeres ni las autoridades o instancias externas le cantan ninguna canción propia a partir de cuyo enfrentamiento poder superar el estadio del espejo. En ambas novelas, pues, desvanece cualquier posibilidad por encontrar el sentido de nuestra existencia en algo exterior a nosotros mismos y, como Percéval, ambos personajes descubren que el silencio imposibilita la salvación al romper la comunicación entre Dios (lo sobrenatural que fundamenta nuestra existencia simbolizado en el canto sirénico) y el hombre. 3.2 La salvación del Ulises kafkiano ¿Puede existir la salvación en el universo kafkiano? Benjamin piensa que sí, pero, sólo para los «extraños personajes de Kafka que […] han salido del seno de la familia (2012: 51). ¿Y qué significa salir «del seno de la familia»? Una posible respuesta es que, al igual que un niño desarraigado del seno familiar no puede dar sentido a su mundo a partir de las historias paternales, los personajes que aún pueden salvarse son los que no dan sentido a sus vidas a partir de instituciones externas. Estos personajes no pueden ser ninguno de los dos K. Ambos se encuentran en una búsqueda de sentido sobre el mundo a partir de instituciones contingentes y externas a ellos mismos –como la abstracta e inalcanzable burocracia kafkiana. En el mundo moderno los métodos que llevan a la salvación no cuentan con ninguna ley o institución que los valide; son «insuficientes, casi pueriles». (Kafka, 2013) En 1917, Kafka escribió un cuento en el que planteó su posible vía de salvación para los nuevos tiempos a partir del mito de las sirenas. En él, el espejo que representaban las sirenas se convierte en trampantojo; no hay imagen propia con la que medirse porque aparece el silencio. Si antiguamente la unión con las sirenas representaba la unión con Dios, en tiempos en que Dios ya no ocupa un lugar central, ¿cómo puede existir canción sirénica? Esta ausencia, que determina la falta de ser del sujeto, lleva a ambos K. a su deshumanización y, en última instancia, a su condena y muerte. No sorprende, pues, que en Das Schwaigen der Sirenen el arma más poderosa de las sirenas sea su silencio y no su canto. Como también ocurre en El Proceso y El Castillo, las mujeres-sirena ya no atraen por reflejar la imagen y los deseos del oyente; su fuerza ahora reside en la falta del ansiado canto que nos prometía saber quiénes somos. Esta falta subraya la crisis ontológica del sujeto moderno y lo convierte en un ser en búsqueda de la imagen que el 24 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX canto sirénico representa. Jacobo de Camps Mora Para salvarse, además de atarse al mástil de su barco, Ulises ahora también necesita taponarse los oídos con cera. Gracias a esto, puede imaginarse la inexistente melodía sin oír el silencio. Ulises encuentra así un modo de enfrentarse a sus miedos y deseos cuando al mundo exterior ya no le importan en lo más mínimo. En otras palabras, consigue dotar de sentido su existencia sin tener que acudir a Dios, es decir, a un factor externo que la fundamente. Como el Ulises homérico, el de Kafka consigue superar con éxito el estadio del espejo y comprender que la atracción por la melodía sirénica, por la voz del Otro, no debe determinar quiénes somos. En realidad, como ocurre al contemplarnos en un espejo, la imagen que vemos reflejada no es nuestro ser; y la confusión del ser con el parecer es sobre lo que la Odisea nos advierte. La superación del episodio sirénico implica la aceptación de que la mirada del Otro no es más que la propia; y que cualquier búsqueda ontológica que deje de lado esta realidad está llamada al fracaso. Sin embargo, en los tiempos modernos se le añade la dificultad de que desaparece la imagen reflejada contra la que medirnos; en definitiva, desaparece la posibilidad de que este rito de iniciación se lleve a cabo. A modo de ilustración, vale la pena leer detenidamente un fragmento del Proceso en el que K., en el juzgado, se marea ante el silencio y la tranquilidad de sus compañeros como si se encontrase sobre una embarcación: Er glaubte auf ainem Schiff zu sein, das sich in schwerem Seegang befand» y, lo que más le extraña: «desto unbegreiflicher war die Ruhe des Mädchens und des Mannes, die ihn führten»(1989: 56; la cursiva es mía).4 Aparecen dos elementos a comentar en el fragmento en el que K. siente le mal de la mer. Por un lado, su pérdida de equilibrio nos reenvía a que el sujeto moderno ya no encuentra un suelo firme sobre el que fundamentar su existencia. El gran aparato judicial sólo responde a K con silencio ante sus constantes intentos de comprender el funcionamiento de la Ley por la que se rige. Ante tal situación K se siente mareado: por 4 Me he remitido al original porque la traducción castellana traduce Ruhe por calma; si bien no está equivocada, «calma» no recoge las mismas implicaciones que la palabra alemana, cuya forma verbal imperativa es comúnmente usada para pedir silencio por figuras de autoridad. Copio aquí la traducción: «Se sentía como si estuviese mareado y se imaginaba estar en un barco que afrontaba una tempestad, golpeado con violencia por las olas. […] Le era imposible comprender la calma que ostentaban sus dos acompañantes» (1977: 103). 25 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora mucho que intente cambiar la situación, cada vez se hace más aparente que él es un don nadie ante quien nada cambiará; que fracasará su intento por dotar de sentido el mundo que le rodea. Al escuchar la falta de respuesta de sus compañeros, el miedo de K aumenta: el silencio, al contrario que el canto, no da respuestas ni posibilidad de reacción, por lo que el K del Castillo y el del Proceso aceptan sin rebeldía la nueva realidad que se les ha impuesto. Faltos de figuras paternales de referencia, ambos buscan refugio en una estructura social regida por una Ley desconocida, esto es, por un padre ausente. Por otro lado, la falta de respuesta de los funcionarios nos remite a Das Schweigen der Sirenen: lo que más incomprensible le parece a K es el silencio y la tranquilidad de los funcionarios. Inmediatamente después, intenta distinguir lo que oye pero sólo puede escuchar un ruido que «retumbaba como una sirena» (1977: 103). Si la sirena que escucha es una sirena moderna y, como bien dice Sloterdijk, estas se oponen a las clásicas por cantar un ruido uniforme e indiscriminado que sólo anuncia la proximidad de la muerte (2003: 451), no es de extrañar que, al salir de la isla que representa el despacho, K. sienta que le vuelven las fuerzas: «K. pudo darse cuenta de que por fin estaba junto a la puerta de salida que la joven mantenía abierta. Sintió de pronto que volvían todas sus fuerzas» (1977: 103). Lejos del silencio del proceso, K puede volver a sentir su fuerza vital. Pocos autores aparte de Kafka han sabido captar mejor la desesperación contra la que se enfrenta el hombre cuando no es capaz de dotar de sentido a su destino; la sirena que suena en la cabeza de K es la expresión de su deseo, esto es, de tener algo de lo que huir, algo con lo que enfrentarse que dote de sentido a su ser; una canción de sirena que le cante a él y ante la que poder resistirse o incluso, como haría un héroe trágico, sucumbir. En cambio, el destino caerá sobre él con tranquilidad (Ruhe), de manera silenciosa e impersonal. Un día dos función arios vendrán a su casa, se lo llevarán y, con la más absoluta calma, le degollarán «como a un perro» (1977: 303). La desaparición del canto, pues, trae consigo una enorme incomunicación. Años después de Kafka, Samuel Beckett recogerá la bandera kafkiana en En attendant Godot. En la obra de teatro, los personajes Vladimir y Estragón también deben enfrentarse al más envolvente silencio que es la interminable espera a Godot, símbolo de sus esperanzas de salvación (Carriedo, 2007: 159). Como en Kafka, en Beckett la canción sirénica desaparece para dar lugar al vacío. Si antes existía la posibilidad de fracasar y caer rendido ante el destino mítico, ahora ni 26 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora siquiera se da esa posibilidad. Finalmente, el sentimiento trágico desaparece del arte nuevo del XX; ya no existe el tipo humano al que la tragedia describía: hoy en día […] el ser humano sólo se adapta […] el hombre funcional es un hombre alienado, pero, aun así, no es el héroe de la época: el hombre alienado […] eligió, pero su elección consiste en básicamente una renuncia. ¿A qué? A la realidad, a la existencia. Actuó así porque no las necesita: la realidad del hombre funcional es una pseudorrealidad, una vida que sustituye la vida, la función que sustituye a él. Su vida es en gran parte un delito trágico o un error trágico, pero sin las necesarias consecuencias trágicas; o una consecuencia trágica, pero sin los necesarios antecedentes trágicos, puesto que las consecuencias no se deben en este caso a la ley propia de los caracteres y de los actos, sino que vienen impuestas por las necesidades del equilibrio del sistema social – siempre absurdo desde el punto de vista del individuo. […] Por consiguiente, nadie vive su propia realidad, sino solamente su función; nadie vive existencialmente su vida, esto es, su propio destino, que podría suponerle un objeto para trabajar, para trabajar en sí mismo (Kertész, 2004: 11) En esta coyuntura, no extraña que Eliot haga a su voz poética lamentarse porque «I do not think they [the mermaids] will sing for me» (2001: 7). Y es que Kertész advierte «todo esto se presenta al arte como un problema: las vidas funcionales, carentes de realidad, no son las más apropiadas para convertirse en materia artística» (2004: 10) Para salvar este problema, Kafka lo problematiza presentándonos seres funcionales, carentes de realidad, que sin embargo luchan por recuperarla. El silencio ante el que se topan, la enorme falta de respuestas de un mundo cuyas leyes son inaccesibles, imposibilita la antigua correspondencia entre carácter y destino: sobre los personajes ni se cierne ningún destino particular a su individualidad ni les permite realzarla; más bien al contrario, pues el destino cae sobre ellos con arbitrariedad. Desaparece el sentimiento de la grandeza trágica porque los «héroes» modernos no tienen nada con lo que medirse. Las consecuencias son nefastas; el fracaso de encontrar una relación entre carácter y destino impedirá al sujeto el enfrentamiento consigo mismo que ocurre en el mito de las sirenas. Así pues, como hemos visto en el análisis psicoanalítico, sólo mediante el enfrentamiento que nos plantea la canción de las sirenas podremos aceptar la aparente paradoja que implica el estadio del espejo: pese a que el reconocimiento de nuestra propia imagen inaugura nuestro sentimiento de subjetividad, también nos recuerda que somos mucho más que eso; no en vano si nos acercamos un poco más nos toparemos con una fría superficie de cristal. Dicho en términos mitológicos, por mucho que las sirenas homéricas cantan a sus oyentes una melodía personal –que por tanto les descubre la relación entre su carácter y su destino–, dejarse atraer por ellas les llevará 27 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora irremediablemente a la muerte, pues el deseo no puede ser realizado en vida.5 Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿está perdida toda esperanza? Pese a que para K y Samsa nunca existió si quiera esperanza, al recrear el mito de las sirenas K sorprende al comenzar diciendo «Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación» (2013: 5). En un mundo en el que el silencio de las sirenas se ha apoderado del logos racionalista que daba sentido a la realidad, Kafka sugiere que la única manera de salvarse (a fin de cuentas, de vivir satisfactoriamente huyendo de la «pseudorrealidad» del hombre funcional), es mediante un método pueril e insignificante. Acorde a los nuevos tiempos, ya no hay métodos heroicos para la salvación. En vez de buscar, como K y Samsa, el sentido del silencio; el Ulises kafkiano se engaña a sí mismo y se imagina que se resiste a su propia canción para tener algo a lo que enfrentarse y dotar de sentido a su existencia. Una vez han caído los pilares que dotaban al mundo de sentido, al ser humano del siglo XX sólo le queda proponer el sentido del mismo desde su propio ser. Aunque no sea más que una farsa, pues la rotura entre la vieja unidad de carácter y el destino no se puede enmendar, vale la pena llevarla a cabo. ¿Cómo, si no, dar una respuesta vitalista al nihilismo que desemboca en la interminable espera a Godot por parte de Vladimir y Estragón? 5 En esta línea, Eugenio Trías explica en La imaginación sonora que «auscultar los signos que enlazan éthos y daímon, carácter y destino, lleva siempre a descubrir las señales del deseo» (2010: 604). 28 CAPÍTULO 4: JOYCE Y EL ESPEJO ROTO 4.1 «Sirens» y la fragmentación del reflejo Pese a la magnitud y profundidad del Ulysses, ningún estudio sobre el mito de las sirenas en el arte del s. XX puede dejarlo de lado. Como Odiseo, Bloom, el personaje principal de Joyce, se encuentra con unas sirenas en su salida del hogar; pero las diferencias entre ambos son abismales. Por poner algunos ejemplos, la categoría de las sirenas se rebaja a la de camareras; la Penélope moderna, Molly, engaña a su marido; y el nóstos sólo dura un día. El Ulysses transmite, por tanto, una fuerte burla al presente, pero también un distanciamiento de la tradición. Hacia el primero por haber perdido la grandeza y dignidad del pasado; del segundo porque, como bien explica Declan Kiberd, «at the center of the past lay[s] the same nightmare and futility which had led these writers, in brief hope, to evoke it» (1992: xxx). En consecuencia, a la luz del perdón de Bloom a la infidelidad de Molly, la cólera de Ulises contra los pretendientes de Penélope sólo pone al descubierto su ridiculez y mundana brutalidad, que funciona como símbolo de la imparable y creciente violencia de la Gran Guerra de principios de siglo. Sin embargo, el presente tampoco se salva de la destrucción joyceana: Bloom ni siquiera es capaz de comunicarle a Molly que la ha perdonado. Como escribe Auerbach en Mímesis, [hay] en el Ulysses, con su burlón torbellino de la tradición europea, un sentimiento de irresolubilidad, mostrando frecuentemente algo de confuso o velado, algo hostil a lo que representan, y no es raro hallar en dichas obras un abandono de la voluntad vital práctica […]; fobia a la cultura, expresada con los medios estilísticos más sutiles que la cultura misma ha creado […] (2008: 519-520). Para dejar constancia de esta irresolubilidad, Joyce aspiró a mezclar forma con contenido; razón por la cual su escritura se vuelve casi indescifrable y el Ulysses se presenta al lector como un desafío casi insuperable. Como advierte el Concise Oxford Companion to English Literature, Joyce «pushed language and linguistic experiment […] to the extreme limits of communication» (Drabble & Stringer, 1987: 298): son contadas las ocasiones en las que las frases cuentan con sujeto verbo y predicado y los neologismos son constantes. En pocas palabras, Joyce viola el contrato entre el lector y la obra al pedirle al primero mucho más de lo que es capaz de dar de sí (Thornton, 1993: 124). El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora Sin embargo, el Ulysses no es, como quería Juan Benet, un mero juego experimental de un autor de segunda (2007: 39); al igual que Vicki Mahaffey, pienso que la frustración y resistencia con la que inevitablemente leemos el texto es una expresión del cambio en nuestros hábitos de lectura y, en consecuencia, en la manera de ver el mundo que esos hábitos conllevan (1993: 143). En el episodio sirénico la fusión entre forma y contenido se encuentra en uno de los puntos más altos de la novela. Inspirándose en la melodía sirénica, Joyce aspira a dar al lenguaje escrito el mismo nivel expresivo que la música o la oralidad. Por ello, el capítulo está repleto de efectos musicales que dan fuerza al relato, cuyo ejemplo más impactante es el uso del martellato en «did he knock Paul de Kock»; utilizado para capturar el confiado caminar del amante de Molly, Boylan, hacia su habitación (Kiberd, 1992: 1042). No extraña, pues, que un gran número de críticos hayan estudiado la relación de “Sirens” con la música. Así, Stuart Allen señala la imposibilidad de diferenciar las veces en las que el lenguaje responde a sí mismo con las que responde al tema del capítulo. (2007: 442). En esta línea, Nadya Zimmerman ha escrito Musical Form as Narrator, en el que señala las similitudes entre la fuga per canonem y el método narrativo del Ulysses. En él, ilustra el intento de Joyce por verter la simultaneidad musical en simultaneidad verbal y su voluntad por enfatizar la disparidad «between music and writing by teaching his audience to avoid reading linearly, as habit dictates» (2002: 112). Asimismo, Allen no entiende esta similitud con la música como un mero juego formal, pues defiende que su papel en el capítulo ejemplifica los peligros de la música. En sus propias palabras: «musicality in Ulysses allows readers to experience one of music’s most striking effects –distraction» (2007: 442). Al ensayar este efecto en el episodio sirénico, Joyce consigue mostrarnos la fragmentación de la canción de las sirenas; frente a la tentación homérica, clara en cuanto a lo que dice y a quién va dirigida, el texto melódico de Joyce se fragmenta y conjuga estilos y mensajes diferentes –las ocho diferentes voces de la fuga per canonem– que, al final, estallan en una vulgar flatulencia por parte de Bloom. Debido a esta fragmentación y este caos que nos presenta el Ulysses, cualquier intento por darle un sentido global a lo que leemos nunca está del todo completo. Asimismo, los intentos de Bloom por sacar algo de su paso por el bar de las sirenas fracasan e, irremediablemente, los efectos musicales que Joyce introduce no igualan la 30 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora fuerza expresiva de la música. En consecuencia, el pedo final del protagonista simboliza un triple fracaso: por parte de Bloom, por dotar de sentido al encuentro con las sirenas; por parte del lector, por dotar de sentido completo al texto; y, por parte del narrador, por conseguir que la palabra escrita se vuelva música. En definitiva, el triple fracaso de “Sirens” nos muestra la imposibilidad de volver a construir los valores que fundamentaban el mundo antes de la muerte de Dios. En este sentido, Jennifer Levine acierta al afirmar que el Ulysses busca «to unravel those illusions of originality, authority, and authorship, and to jostle those places of identity, upon which ‘Literature’ traditionally rests» (Levine, 1990: 158). 4.2 ¿La perdición de Bloom? Si antes había defendido la victoria del Ulises kafkiano frente a las sirenas en términos de la afirmación de su subjetividad frente a la nada encarnada en su canto, ¿qué ocurre ahora con Bloom, el Ulises del Dublín de principios del XX? Para responder a esta pregunta, vale la pena adentrarnos un poco más en la representación de los elementos claves del episodio sirénico en el Ulysses. Al contrario que en La Odisea, en el Dublín moderno las sirenas y su melodía se dividen en dos entes separados. Ulises y sus compañeros ya no navegan en la misma dirección. Además, la categoría de estos cuatro elementos desciende en picado. Ulises, el gran héroe griego, se convierte en Bloom, un habitante más de la gran capital irlandesa; los marineros, en los brutos consumidores del bar Ormond; las sirenas, en las superficiales «barmaids» Misses Douce y Kennedy; y, finalmente, su voz, tanto en la canción nacionalista popular “The Croppy Boy” como en el caótico texto que el lector se dispone a leer. Por ello, la comparación con un espejo roto se vuelve muy acertada, pues la imagen clara que sólo se dirigía al héroe de la narración es reemplazada por un torbellino de reflejos que se le presentan a Bloom, a los consumidores del bar e incluso al propio lector. Es necesario, pues, ir paso a paso y explicar lo que reflejan los dos focos principales en los que el mito se fragmenta. A saber: por un lado las mujeres-sirenas y, por otro, la canción patriótica “The Croppy Boy” que suena durante gran parte del episodio. En primer lugar, centrémonos en las «barmaids». De nombre Douce y Kennedy, 31 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora el narrador se refiere constantemente a ellas como «bronze by gold». Para Declan Kiberd, esta denominación en términos monetarios enfatiza su superficialidad materialista, no sólo por sus criterios a la hora de juzgar a los hombres –recordemos la burla a Bloom por su nariz– sino también por dedicarse a vender la imagen que sus cuerpos proyectan: Bending, she nipped a peak of skirt above her knee. Delayed. Tauted them still, bending, suspending, with wilful eyes. -Sonnez! Smack. She let free sudden in rebound her nipped elastic garter smakwarm agains her smackable woma’ns warmhosed thigh. -La cloche! Cried gleeful lenehan. Trained by owner. No sawdust there. She smilesmirked supercilious (wept! aren’t men?), but, lightward gliding, mild she smiled on Boylan. (1992: 343) En oposición a Douce y Kennedy, incluso la prostituta del final se presenta como un personaje más honrado: aunque vende su cuerpo, no engaña. En cambio, las «barmaids» se esfuerzan por tentar a los hombres para que gasten dinero mediante imágenes tan seductoras como engañosas (Kiberd, 1992: 1055).6 Joyce recoge así el elemento seductor de las sirenas homéricas, pues durante todo el episodio van tentando a los diferentes clientes del bar y consiguiendo su dinero: Shebronze, dealing from her jar thicky syrupy liquor for his lips, looked as it flowed (flower in his coat: who gave him?), and syrupped with her voice: –Fine godos in small parcels. That is tos ay she. Neatly she poured slowsyrupy sloe. –Here’s fortune, Blazes said. He pitched a broad coin down. Coin rang. (ibid.: 341; la cursiva es mía). Sin embargo, al contrario que las sirenas homéricas, Douce y Kennedy ya no se interesan por sus interlocutores: atraen a todos por igual y no cantan para nadie en particular. En otras palabras, no revelan al sujeto la relación entre su carácter y su destino. He eyed and saw afar on Essez bridge a gay hat riding on a jauntingcar. It is. Third time. Coincidence. 6 Por este motivo, el texto repite la palabra espejo en más de una ocasión; ambas representan una auténtica confusión del ser con el parecer: «He spellbound eyes went after her gliding head as it went down the bar by mirrors, gilded arch for ginger ale, hock and claret glasses shimmering, a spiky shell, where it concerted, mirrored, bronze with sunnier bronze» (Joyce, 1992: 133) 32 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora Jingling on supple rubbers it jaunted from the bridge to Ormond quay. Follow. Risk it. Go quick. At four. Near now. Out. –Twopence, sir, the shopgirl dared to say. –Aha… I was forgetting… Excuse… And four. At four she. Winsomely she on Bloohimwhom smiled. Bloo smi qui go. Ternoon. Think you’re the only pebble on the beach? Does that to all. For men. In drowsy silence gold bent on her page (ibíd.: 133; la cursiva es mía). Como consecuencia, caer en sus garras no implica una ampliación del conocimiento y resistirse a ellas tampoco nos permite enfrentarnos a nuestro ser más propio. Misses Douce y Kennedy se presentan como trampantojos a partir de los que Bloom –ni ningún otro personaje– es incapaz de medir y crear su identidad. Quizás por eso, suspirando, Miss Douce le responde a Lenehan: «ask no questions and you’ll hear no lies» (op. cit.) En segundo lugar, veamos qué ocurre con la canción que suena desde el piano del bar durante buena parte de la escena. En cuanto a su contenido, “The Croppy Boy” es una canción nacionalista sobre la guerra entre Irlanda e Inglaterra en la que un chico se desvía en su camino hacia la batalla para confesarse en una iglesia. Sin embargo, su interlocutor resulta ser un soldado inglés que ha entrado a descansar. Como toda canción nacionalista, en ella se subraya por encima de todo el amor hacia la tierra. No obstante, Bloom no comparte esos ideales. Quizás por eso no necesita ni atarse a ningún mástil ni taparse los oídos. Una vez más “Sirens” despoja a las sirenas del poder de revelar la relación entre carácter y destino del héroe. En consecuencia, la canción no entona ninguna melodía propia. En un mundo en que Dios ya no fundamenta la existencia, el personaje principal del Ulysses mantiene una distancia prudencial de cualquier institución que aspire a ocupar el lugar del Padre muerto. Ni la lealtad al rey ni el amor a la patria causan en Bloom ninguna simpatía. En cambio, lo que sí le interesa es redirigir este amor por abstracciones hacia los seres vivos. Por lo que el «He bore no hate» de la página trescientos sesenta y ocho que hace referencia al verso de The Croppy Boy «I bore no hate against any living thing / but I love my country above my King» es seguido por «Hate. Love. Those are names. Rudy. Soon I am old» que hace referencia a su deseo por dar vida. Asimismo, en «Sirens» Bloom consigue perdonar a Molly, pues comprende que no tiene ningún derecho a juzgar a su mujer –«Women. As easy stop the sea» (ibíd..: 351). 33 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora De este modo, Joyce se burla de la violencia del Ulises homérico que, cegado por la rabia, se asemeja más a Boylan y los otros parroquianos del bar escuchando “The Croppy Boy”. Y es que en el centro del Ulysses se encuentra la idea de que el heroísmo no es la capacidad del hombre por infligir dolor, sino por soportarlo (Kiberd, 1992: 1056). En oposición al conceptos abstractos del amor por el país (que tantas guerras ha creado), Bloom defiende el amor por un ser vivo, «Rudy», que es el hijo que sueña tener. No extraña, por tanto, que Bloom acabe yéndose del bar antes del final de la canción, pues se distancia de lo que considera una canción propagandística que apela al miedo y separa a los seres vivos: «A good thought, boy, to come. One hour’s your time to live, your last. / Tap. Tap. / Thrill now. Pity they feel. To wipe away a tear for martyrs. For all things dying, want to, dying to, die. For that all things born (Joyce, 1992: 369). Por desgracia para él, Bloom es el único que mantiene tal posición, pues sus compañeros del bar se encuentran hipnotizados por los encantos sirénicos (tanto por las «barmaids» como por la propaganda nacionalista). Al salir, el narrador no puede más que describir su retirada del bar-isla mediante la siguiente frase con tintes homéricos, pero cuyo contenido está en las antípodas de lo que le ocurre a Ulises: «By rose, by satiny bosom, by the fondling hand […] bronze and faint gold in deepseashadow, went Bloom, soft Bloom, I feel so lonely Bloom» (ibíd..: 370). En consecuencia, el lector entiende por qué el narrador había comparado el piano con un ataúd a principios del episodio: además de atraer con sus encantos sobre canciones pretéritas que hacen a sus oyentes olvidar los problemas del presente, su melodía nacionalista separa la comunión entre los vivos a la que Bloom aspira: «Upholding the lid he (who?) gazed in the coffin (coffin?) at the oblique triple (piano!) wires» (ibíd.: 339). Joyce destaca, pues, los peligros de la música como voz seductora. Para el autor irlandés, el tema de la seducción y el aturdimiento que causa el nacionalismo es de vital importancia; ya en The Portrait of a Young Artist un joven Stephan Dedalus rechaza sacrificar su individualidad por la causa nacionalista. Entiende que el nacionalismo, estrechamente ligado a las imposiciones del cristianismo sobre los individuos, elimina la identidad para suplantarla por una ideología colectiva (Akca, 2008: 55). A modo de ejemplo, Kiberd alude al siguiente párrafo situado casi al final de la interpretación de “The Croppy Boy” como muestra del embotamiento de la facultad de 34 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX juzgar que causa la canción nacionalista en sus oyentes: Jacobo de Camps Mora Cowley, he stunts himself with it; kind of drunkenness. Better give way only half way the way of a man with a maid. Instance enthusiasm. All ears. Not lose a demisemiquaver. Eyes shut. Head nodding in time. Dotty. You daren’t budge. Thinking strictly prohibited . Always talking shop. Fiddlefaddle about notes (Joyce, 1992: 370) Según explica Allen Stuart, aquí vemos los peligros de los que hablaba Adorno acerca de la consumición del arte como objeto de placer (2007: 453). Sin embargo, al contrario de lo que quería Adorno, la liberación del yugo de Ulises sobre la tripulación no tiene efectos liberadores. Más bien al contrario, pues quedan a merced de la propaganda del sistema mediante la industria cultural. Por este motivo, en vez de un arte que los confronte con la realidad se nos presenta una canción bajo cuyo lema se encuentra el «thinking strictly prohibited» del párrafo anterior. En palabras de Stuart: Bloom is actually a witness to the form feeling takes in social life. He regards music as a device that produces a maelstrom of aesthetic affects, and then reads music’s manipulation of emotion and desire as a negative index of free human relationships and feelings. Through song’s naked display of power –the seduction routine that stupefies everyone in its embrace– Bloom recognizes the bullying artifice, the commandment, that passes for natural and feeling relations. In essence, he discovers that society is what Adorno calls a second nature that, through the calculated application of the somatic, masquerades as first nature –the only possible reality (op. cit.). En el fondo, lo que ha ocurrido es que a la liberación de la tripulación le ha seguido la estandarización de la canción. La sirenas modernas –sea un himno patriótico o la industria cultural– ya no cantan, como explica Sloterdijk, «la expresión de un anhelo» (2003: 440). Ya no expresan «la conmoción más propia e íntima del sujeto» (op. cit) porque ya no hay canción propia sobre el sujeto. En el tiempo moderno que describe el Ulysses, la canción es la misma para todos; no responde a ningún anhelo particular de nadie porque debe eliminar nuestra individualidad para erigirse como la única manera posible de interpretar la realidad. Una vez descrita la escena, cabe plantearse qué ocurre con Bloom. Como el Ulises kafkiano, ¿consigue la salvación? O, por el contrario, ¿se hunde en el nihilismo y la vorágine que la propia escritura transmite al lector? Por lo que hemos visto hasta ahora, el paso por el bar-isla de las sirenas acaba completamente frustrado. Bloom no se siente para nada seducido por la canción patriótica y se levanta, antes de tiempo, saliendo del bar y rechazando a la prostituta que le acecha. Más aún: el capítulo acaba con un «Pprrpffrrppfff. / Done» que degrada toda la música y toda la escena por representar la flatulencia final del protagonista. En vez de 35 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora devolverle sus propios anhelos para ser capaz de medirse a ellos, la escena se presenta como un espejo roto que devuelve sólo imágenes parciales y cuyo caos no permite que el paso por las sirenas se convierta en una experiencia de aprendizaje. Más bien al contrario, pues subraya la soledad de Bloom, y el lector asiste a su frustración por no poder establecer comunicación con el resto de seres vivos. Irónicamente, al mismo tiempo Boylan va al encuentro de Molly y, mediante el engaño, se materializará la (com)unión que Bloom desea. Asimismo, la canción sirénica sólo conseguirá distraerle de lo que es el mayor evento del día (la infidelidad de su mujer); de la misma manera que distrae a los consumidores aturdiéndolos con patriotismo y sentimentalismo. Por este motivo, Andrew Warren destaca la fuerza de la confusión de la música joyceana como uno de los elementos claves del episodio: «There is so much noise, so much stopping and strating in the episode, that we, like Bloom, can become pleasantly distracted. The narrative consistently threatens to turn into an abstracted puzzle of sound and reference rather than what it actually is: the story of a man in his most painful hour» (2013: 655) La confusión del episodio no le permite, pues, enfrentarse a su propia imagen. Las sirenas dejan de devolver su reflejo particular al héroe que las escucha para cantar una canción que, de tan poco particular, consigue apelar a todos los miembros de la sociedad. Se convierten, por tanto, en el símbolo del atontamiento del pueblo ante la propaganda publicitaria del estado. Indiferente ante tal seducción, Bloom se aleja del bar Ormont antes de que la canción acabe. Aunque podría parecer que la disolución del héroe llevaría a una mayor democratización del episodio, lo que ocurre de facto es que la canción engaña mediante la atracción sensorial y priva a sus oyentes de su individualidad, ocultando, así, la antigua conjunción entre carácter y destino que las sirenas homéricas revelaban. 36 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora CAPÍTULO 5: CONCLUSIÓN En este trabajo he llevado a cabo un análisis del episodio mitológico de las sirenas a través de un estudio comparativo entre el original y diferentes manifestaciones del mismo que tuvieron lugar en el arte y la literatura del s. XX. Debido a la limitada extensión que debe tener este trabajo, sólo he podido profundizar el uso del mito en el Ulysses de Joyce y en la obra de Kafka. En el primer capítulo he proporcionado al lector un abanico de representaciones mitológicas, además de explicar la razón por la que una gran cantidad de artistas se interesan por el mito. Al tener que hacer una selección, he escogido a Kafka y a Joyce porque ambos autores representan maneras formalmente opuestas y complementarias de responder a la crisis epistemológica y ontológica del s. XX. Mientras que el primero enfrenta al lector a un laberinto sin salida que simboliza una búsqueda ontológica inacabable a través tanto de la parquedad de su léxico como de la falta de sustancia de las palabras de sus personajes (que hablan mucho y dicen muy poco), el segundo lo enfrenta a una prosa caótica y agramatical que expresa la rotura no sólo del espejo que representaban las sirenas, sino también de las instituciones que tradicionalmente ofrecían seguridad al individuo. De todas formas, ya sea mediante el vacío o mediante el estruendo caótico, ambos muestran que sobre el mundo moderno se cierne un silencio semiótico que rompe la antigua conjunción entre carácter y destino. Así, como hemos visto, la experiencia del enfrentamiento con las sirenas en ambos autores cambia sustancialmente respecto a la del Ulises griego. Antiguamente, Ulises era capaz de manifestar su carácter a través de su destino, es decir, de ver reflejada en el canto de las sirenas su propia imagen. Sin embargo, en Kafka y en Joyce la modalidad de héroe cambia. Las sirenas ya no devuelven ninguna imagen propia a su interlocutor, por lo que a los «héroes» modernos ya no les ocurre nada propio a su personalidad, sino que su destino se cierne irremediablemente sobre ellos de manera arbitraria. Si bien a principios de siglo la principal preocupación de los artistas modernos había sido de orden epistemológico, el mito de las sirenas me ha interesado especialmente porque se presta a plantear cuestiones de orden ontológico por su función especular, lo que está estrechamente ligado a los problemas a los que nos enfrentamos en las sociedades contemporáneas. La pregunta por nuestro ser, por lo que nos determina y nos configura como entes con una subjetividad definida, se halla muy 37 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora próxima al enfrentamiento del sujeto con la imagen del Otro-que-es-sí-mismo al pasar por el estadio del espejo. Kafka nos plantea así la pesadilla de enfrentarnos al silencio, a la nada, a la desaparición del canto. Al no existir ningún fundamento externo a nuestro ser, el sujeto (pos)moderno busca en vano alguna institución que le devuelva una imagen propia que le confirme quién es. Pero esta búsqueda está llamada a la perdición; K. acabará ejecutado «como un perro» en un acto privado de cualquier sentimiento de grandeza trágica (1977: 303). Sin embargo, en contra de lo que se podría esperar de un autor tan nihilista como Kafka, en Das Schweigen der Sirenen encontramos una posible respuesta ante el problema ontológico que concernirá a la posmodernidad. Para protegerse del silencio, el Ulises kafkiano debe taparse los oídos e imaginarse su propia melodía. En otras palabras, en la (pos)modernidad, el enfrentamiento con la Alteridad debe darse en el interior de cada sujeto; una vez Dios ha muerto, ya no existe la posibilidad de buscar respuestas en instancias exteriores. Pese a seguir un método totalmente diferente, Joyce también plantea una crisis del ser al advertir que los pilares que fundamentaban el mundo se han desmoronado. Por ese motivo, su prosa se hace incomprensible y la canción sirénica se fragmenta en las camareras y la música que sale del piano del bar. Además, se invierten los términos clásicos y la atracción personalizada del héroe se convierte en una atracción peligrosamente (pos)moderna, esto es, en una atracción indiscriminada; democrática en el peor sentido de la palabra. Lo que antes era una melodía que permitía al sujeto el enfrentamiento con la Alteridad se convierte ahora en una canción popular que atonta a sus oyentes y los estandariza. Lo que antes permitía al héroe enfrentarse a la falacia de creer que el fin del deseo en vida es posible se convierte en una canción que adoctrina a sus oyentes y que les hace creer en unos valores externos a ellos mismos. Por ello, Bloom sale del bar indiferente y frustrado por no encontrar en las sirenas modernas una imagen propia con la que medirse. Más adelante, encontrará por sí mismo aquello que había estado buscando: Stephen se convertirá en el hijo con el que tanto había soñado y, sólo mediante la imagen de lo que Stephen representa, conseguirá aceptarse y dar respuesta a su crisis de identidad. Como el Ulises kafkiano, Bloom sólo encontrará paz al huir del silencio representado por una voz uniformadora –que, por dirigirse a todos acaba por no dirigirse a nadie–, y al escoger por sí mismo la imagen especular a la que enfrentarse. En definitiva, este trabajo subraya la relación entre el arte y la crisis espiritual de 38 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora principios del s. XX. Comparar el mito de las sirenas clásico con dos de sus principales adaptaciones modernas me ha servido para poner de relieve el principal problema con el que se enfrentó el hombre del s. XX, esto es, la disolución de su individualidad ante las instituciones que aspiraron a llenar el hueco dejado por el Dios muerto. Representado tanto en el silencio de las sirenas kafkianas como en la caótica fragmentación joyceana, el hombre moderno no tiene con qué medirse y se le hace difícil enfrentarse a su propia imagen. Sin este enfrentamiento, el rito iniciático del estadio del espejo no puede superarse, por lo que el sujeto moderno no es capaz de darse cuenta de que el deseo más hondo y propio, aquello que cantaban a Ulises las sirenas homéricas, no lleva más que a la muerte. Superar el canto propio, pues, se hace necesario para poder asumir la realidad de manera satisfactoria; de otra manera, nos encontraremos en búsqueda de intangibles seductores que no nos permitirán avanzar hacia la asunción de nuestra subjetividad. En otras palabras, detrás de la superación del canto homérico se halla la comprensión de que el ser es mucho más que el desear; pero sólo mediante un enfrentamiento cara a cara con nuestros deseos podremos darnos cuenta de esta realidad. Por ello, K. y Bloom se encuentran perdidos al no encontrar una melodía personal a la que enfrentarse. Por desgracia para K., éste sigue su búsqueda atraído por el silencio; en consecuencia, en El Castillo no consigue encontrar su lugar en la sociedad y en El Proceso es condenado por un crimen que ignora haber cometido. En cambio, Bloom al menos consigue darse cuenta de la falsedad de la nueva canción sirénica que escucha en el bar Ormond e, indiferente a su melodía, huye del lugar. Así pues, hemos asistido a los cambios que tuvieron lugar en el mito de las sirenas en las adaptaciones de Kafka y Joyce. Si Homero planteó un rito iniciático por el que todo ser humano debe pasar si desea alcanzar una subjetividad plena y madura, Kafka y Joyce mostraron las dificultades que los tiempos modernos plantean al hombre al enfrentarse con dicho rito. Una vez las sirenas dejan de cantar para alguien en particular, el ser humano no encuentra ninguna imagen externa a partir de la cual dar sentido al mundo que le rodea. En consecuencia, se cierne sobre él una crisis epistemológica y ontológica por no ser capaz ni de conocer la realidad ni de dotarla de sentido. Como ya hemos dicho, la única respuesta satisfactoria posible se encuentra en la imaginación del canto sirénico; por muy contingente que sea, sólo nos queda imbuir de sentido al mundo a partir de nuestra propia experiencia, pues ya no existe ninguna institución exterior que lo fundamente. 39 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora En suma, este estudio nos abre las puertas a seguir investigando lo que ocurre en el arte después de Kafka y Joyce. Una vez se ha roto la distinción entre carácter y destino que tan bien explica Auerbach, el arte del s. XX asiste a la aparición del héroe trágico-cómico o del absurdo que sitúa al ser humano en una búsqueda sin salida. ¿Qué ocurre, pues, a medida que se avanza hacia el s. XXI? Una vez hemos comprobado la importancia del mito sirénico en el desarrollo de una subjetividad madura podemos darnos cuenta de que la cuestión no es baladí. A modo de ejemplo, hace tan sólo quince años, Joan Fontcuberta fotografió el supuesto esqueleto de una sirena y montó una exhibición con el objetivo de hacer creer al público que era real. En una entrevista a The Guardian dejó escrito: The idea is to challenge disciplines that claim authority to represent the real – botany, topology, any scientific discourse, the media, even religion. I chose photography because it was a metaphor of power. When I started in the early 70s, photography was a charismatic medium providing evidence. […] My work [is] a pedagogy of doubt, protecting us from the disease of manipulation. We want to believe. Believing is more comfortable because unbelieving implies effort, confrontation. We passively receive a lot of information from the TV, the media and the internet because we are reluctant to expend the energy needed to be skeptical (Jeffries, 2014: s/p). Con Sirenes, por tanto, el artista catalán critica la pasividad del espectador contemporáneo, quien recibe tanta información que finalmente abandona su capacidad de juicio. Una vez más, vemos que la voz propia desaparece y su lugar lo ocupan discursos que aspiran a «saber todo cuanto ocurre en la tierra fecunda» (Homero, 2013: 226). Aunque no es este el lugar para estudiar la continuidad del mito en el s. XXI, resulta necesario acabar defendiendo que sigue siendo de vital importancia prestar atención al desarrollo del arte y la literatura contemporáneos. Por desgracia, cada vez nos tomamos menos en serio aquello que el arte nos tiene que decir. Sin embargo, como hemos visto, en él podemos encontrar expuestos los principales problemas –y alguna posible respuesta– con los que nos enfrentamos en nuestras sociedades contemporáneas. 40 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA Agamben, G. (1994). “La cosa più inquietante”. En L’uomo senza contenuto. Roma: Quodlibet. Akca, C. (2008). “Religion and Identity in James Joyce's ‘A Portrait of the Artist as a Young Man’”. (I. U. Sarajevo, Ed.) Epiphany, Online Journal of the Faculty of Arts and Social Sciences, 1 (1), 51-60. Allen, S. (2007). "Thinking Strickly Prohibited": Music, Language, and Thought in "Sirens". Twentieth Century Literature, 53 (4), 442-459. Atwood, M. (1974). "Siren song". En You Are Happy. Nueva York: Harper & Row. Auerbach, E. (2008). Dante, poeta del mundo terrenal. Barcelona: Quaderns Crema. Auerbach, E. (2008). Mimesis. La representación de la realidad en la literatura occidental. 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El vent, però, de tot senyal escrit deixà, en passant, escorrialles soles, i cantava: –En tan lleus abeceroles, la lletra mor abans no té sentit. Carner, J. (1968). Obres completes. Barcelona: Selecta. 45 Jacobo de Camps Mora El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora 2. Canto I And then went down to the ship, Set keel to breakers, forth on the godly seas, and We set up mast and sail on that swart ship, Bore sheep aboard her, and our bodies also Heavy with weeping, and winds from sternward Bore us out onward with bellying canvas, Circe’s this craft, the trim-coifed goddess. Then sat we amidships, wind jamming the tiller, Thus with stretched sail, we went over sea till day’s end. Sun to his slumber, shadows o’er all the ocean, Came we then to the bounds of deepest water, To the Kimmerian lands, and peopled cities Covered with close-webbed mist, unpierced ever With glitter of sun-rays Nor with stars stretched, nor looking back from heaven Swartest night stretched over wretched men there. The ocean flowing backward, came we then to the place As foresaid by Circe. Here did they rites, Perimedes and Eurylochus, And drawing sword from my hip I dug the ell-square pitkin; Poured we libations unto each the dead, First mead and then sweet wine, water mixed with white flour. Then prayed I many a prayer to the sickly death’s-heads; As set in Ithaca, sterile bulls of the best For sacrifice, heaping the pyre with goods, A sheep to Tiresias only, black and a bell-sheep. Dark blood flowed in the fosse, Souls out of Erebus, cadaverous dead, of brides Of youths and of the old who had borne much; Souls stained with recent tears, girls tender, Men many, mauled with bronze lance heads, Battle spoil, bearing yet dreory arms, These many crowded about me; with shouting, Pallor upon me, cried to my men for more beasts; Slaughtered the herds, sheep slain of bronze; Poured ointment, cried to the gods, To Pluto the strong, and praised Proserpine; Unsheathed the narrow sword, I sat to keep off the impetuous impotent dead, But first Elpenor came, our friend Elpenor, Unburied, cast on the wide earth, Limbs that we left in the house of Circe, Unwept, unwrapped in sepulchre, since toils urged other. 46 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora Pitiful spirit. And I cried in hurried speech: “Elpenor, how art thou come to this dark coast? “Cam’st thou afoot, outstripping seamen?” And he in heavy speech: “Ill fate and abundant wine. I slept in Circe’s ingle. “Going down the long ladder unguarded, “I fell against the buttress, “Shattered the nape-nerve, the soul sought Avernus. “But thou, O King, I bid remember me, unwept, unburied, “Heap up mine arms, be tomb by sea-bord, and inscribed: “A man of no fortune, and with a name to come. “And set my oar up, that I swung mid fellows.” And Anticlea came, whom I beat off, and then Tiresias Theban, Holding his golden wand, knew me, and spoke first: “A second time? why? man of ill star, “Facing the sunless dead and this joyless region? “Stand from the fosse, leave me my bloody beber “For soothsay.” And I stepped back, And he strong with the blood, said then: “Odysseus “Shalt return through spiteful Neptune, over dark seas, “Lose all companions.” And then Anticlea came. Lie quiet Divus. I mean, that is Andreas Divus, In officina Wecheli, 1538, out of Homer. And he sailed, by Sirens and thence outward and away And unto Circe. Venerandam, In the Cretan’s phrase, with the golden crown, Aphrodite, Cypri munimenta sortita est, mirthful, orichalchi, with Golden Girdles and breast bands, thou with dark eyelids Bearing the golden bough of Argicida. So that: Pound, E. (1993). “Canto I”. En The Cantos of Ezra Pound. Nueva York: New Directions 47 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora 3. L’ultimo viaggio XXIII Il Vero Ed il prato fiorito era nel mare, nel mare liscio come un cielo; e il canto non risonava delle due Sirene, ancora, perché il prato era lontano. E il vecchio Eroe sentì che una sommessa forza, corrente sotto il mare calmo, spingea la nave verso le Sirene e disse agli altri d'inalzare i remi: La nave corre ora da sé, compagni! Non turbi il rombo del remeggio i canti delle Sirene. Ormai le udremo. Il canto placidi udite, il braccio su lo scalmo. E la corrente tacita e soave più sempre avanti sospingea la nave. E il divino Odisseo vide alla punta dell'isola fiorita le Sirene, stese tra i fiori, con il capo eretto su gli ozïosi cubiti, guardando il mare calmo avanti sé, guardando il roseo sole che sorgea di contro; guardando immote; e la lor ombra lunga dietro rigava l'isola dei fiori. Dormite? L'alba già passò. Già gli occhi vi cerca il sole tra le ciglia molli. Sirene, io sono ancora quel mortale che v'ascoltò, ma non poté sostare. E la corrente tacita e soave più sempre avanti sospingea la nave. E il vecchio vide che le due Sirene, le ciglia alzate su le due pupille, avanti sé miravano, nel sole fisse, od in lui, nella sua nave nera. E su la calma immobile del mare, alta e sicura egli inalzò la voce. Son io! Son io, che torno per sapere! Ché molto io vidi, come voi vedete me. Sì; ma tutto ch'io guardai nel mondo, mi riguardò; mi domandò: Chi sono? E la corrente rapida e soave più sempre avanti sospingea la nave. E il Vecchio vide un grande mucchio d'ossa d'uomini, e pelli raggrinzate intorno, presso le due Sirene, immobilmente stese sul lido, simili a due scogli. Vedo. Sia pure. Questo duro ossame cresca quel mucchio. Ma, voi due, parlate! Ma dite un vero, un solo a me, tra il tutto, prima ch'io muoia, a ciò ch'io sia vissuto! E la corrente rapida e soave più sempre avanti sospingea la nave. E s'ergean su la nave alte le fronti, con gli occhi fissi, delle due Sirene. Solo mi resta un attimo. Vi prego! Ditemi almeno chi sono io! chi ero! E tra i due scogli si spezzò la nave. Pascoli, G. (2009). “L’ultimo viaggio”. En Poemi Conviviali. Milano: BUR. 48 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora 4. Sirena Tengo la convicción de que no existes y sin embargo te oigo cada noche te invento a veces con mi vanidad o mi desolación o mi modorra del infinito mar viene su asombro lo escucho como un salmo y pese a todo tan convencido estoy de que no existes que te aguardo en mi sueño para luego. Benedetti, M. (2001). Yesterday y mañana. Madrid: Visor Libros. 49 El mito de las sirenas en la literatura del s. XX Jacobo de Camps Mora 5. Las Sirenas ¿Escuchas las sirenas de la noche? Sí. La neblina cubre el puerto. Pero son mensajes para ti. Las sirenas los cornos los gemidos de la niebla. Pero yo no sé qué intentas decirme. Tal vez es la voz de tu conciencia. Mi conciencia pájaro enronquecido. ¿A esas horas de la noche? ¡Per tú escribes aún! Cosas sin importancia. ¿Papeles póstumos, los que te permitirá ser amado? Basta. Amo ahora. Abro piernas y escondo mi pájaro. Tu pájaro enronquecido dentro de la niebla. ¿Con quién intentará comunicarse? Es gratis. Es canto. Dentro de muchos años seré deseado Como un círculo de hielo. Bolaño, R. (2007).“Las Sirenas”. En La Universidad Desconocida. Barcelona: Anagrama. 50