Documento descargado de http://www.elsevier.es el 02/12/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. ARTÍCULO ESPECIAL Unidades de cuidados críticos: la difícil tarea de la información Clara Llubià y Jaume Canet Servei d’Anestesiologia i Reanimació. Hospital Universitari Germans Trias i Pujol. Badalona. Barcelona. Unidad de cuidados intensivos; Unidad de cuidados críticos Las unidades de cuidados a pacientes en situación crítica son el paradigma de la medicina moderna: un lugar donde la tecnología y la eficacia predominan sobre la relación personal y la calidez humana propias de la medicina tradicional. Estas unidades, de las que disponen la mayoría de hospitales, ofrecen vigilancia médica continuada a pacientes graves o con riesgo de estarlo. Entre ellas se incluyen las unidades de cuidados intensivos generales, las de reanimación posquirúrgica, las unidades coronarias, las de neonatología o las de trasplantes. Las características propias de estas unidades (tabla 1) hacen que la relación médico-paciente-familia merezca algunas consideraciones especiales. En general, puede decirse que el paciente está en situación de impotencia y necesidad. Además, si la enfermedad es grave suele estar angustiado, con miedo al futuro y al dolor, y muchas veces se siente solo e indefenso (tabla 2). Por su parte, los familiares (tabla 3), alejados físicamente del enfermo, sufren por él y han de compaginar sus sentimientos con la comprensión de explicaciones complejas sobre el curso de la enfermedad y, a veces, verse en la necesidad de aceptar lo inevitable o de tomar decisiones comprometidas. También es importante considerar que el médico afronta las situaciones dramáticas por una vivencia ya repetida mientras que para la familia supone un cataclismo emocional y, frecuentemente, logístico y de organización. No es infrecuente tener que compatibilizar las visitas al hospital (casi siempre en horario laboral) durante períodos largos con el trabajo y la atención doméstica. Estas cuestiones «prácticas» añaden aún más estrés a la situación. Por otro lado, el médico que intenta llevar a cabo su trabajo con el objetivo de curar al enfermo, a menudo se siente impotente ante el curso de la enfermedad, presionado por otros colegas especialistas y estresado tanto por la carga asistencial como por la necesidad de «estar al día» dada la tecnología compleja que utiliza. Así las cosas, lograr tiempo y espacio para una buena comunicación es difícil. Conocer las actitudes más comunes, las posibles reacciones, «hacerse cargo» de los sentimientos que se generan ante distintas situaciones, puede facilitar el buen entendimiento, evitar conflictos y humanizar en alguna medida este tipo de unidades. Con una intención eminentemente práctica, seguiremos la secuencia habitual desde que ingresa un enfermo, los momentos de información durante su estancia en la unidad especial y las situaciones que pueden resultar comprometidas ante decisiones compartidas. Correspondencia: Dra. C. Llubià. Servei d’Anestesiologia i Reanimació. Hospital Universitari Germans Trias i Pujol. 08916 Badalona. Barcelona. Correo electrónico: [email protected] Recibido el 6-7-1999; aceptado para su publicación el 31-8-1999 Med Clin (Barc) 2000; 114: 141-143 Cuando ingresa un paciente en estado crítico el equipo médico y de enfermería realizan una valoración lo más exacta posible de su estado clínico, pronóstico y tratamiento. Es importante valorar el estado de consciencia y la capacidad de comprensión del enfermo puesto que, siempre que el estado mental lo permita, es fundamental hablar con él y explicarle dónde está, así como darle una información que pueda resultarle reconfortante y tranquilizadora. Por el contrario, sea cual sea el grado de lucidez del paciente, la familia ha de ser informada lo antes posible de forma objetiva y precisa. Este momento es de gran importancia y debería ser extremadamente cuidado, ya que puede condicionar la relación posterior. La situación de angustia facilita las reacciones irracionales por parte de los familiares, los cuales buscan «saber algo» cuanto antes. En estos momentos es mejor una información «vacía» que no decir nada. Y si, como aseguran los expertos, el 80% de la información que transmitimos depende de la expresión no verbal (tono, gestos, etc.), no es extraño que la actitud que se adopte en este momento tenga una gran importancia. Presentarse a la familia como el responsable del paciente, transmitirles la gravedad del caso dándoles la seguridad de que se actuará de la mejor manera, TABLA 1 Características comunes a las unidades de cuidados críticos Elevada tecnificación Ambiente extraño Profusión de cables y aparatos conectados al paciente Horarios de visita restringidos Existencia de equipos médicos atendiendo a un mismo paciente. Posibilidad de diferentes versiones a la hora de informar Considerable presión asistencial tanto por cargas de trabajo como por el tipo de enfermo atendido TABLA 2 Características del paciente crítico Estado grave o potencialmente grave Sentimientos de ansiedad, miedo o preocupación Soledad e indefensión Dependencia física de extraños a menudo mucho más jóvenes que él Aislamiento familiar TABLA 3 Características propias de los familiares Mayor protagonismo que en otras áreas al estar el enfermo a menudo en estado de abolición de consciencia (por la propia enfermedad o debido a sedación) Falta de preparación anímica ante situaciones de presentación brusca (accidentes, etc.) Constancia de la presencia de la muerte como final más o menos cercano Respuestas de negación de la realidad Estrés adicional por cuestiones prácticas de «organización» Cansancio físico y moral 141 Documento descargado de http://www.elsevier.es el 02/12/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. MEDICINA CLÍNICA. VOL. 114. NÚM. 4. 2000 explicarles dónde se ubicará su familiar en caso que deba ser trasladado, cuándo se les dará una nueva información, así como permitir que compartan su angustia en una charla que tal vez no pueda aportar ningún elemento puramente informativo, será suficiente. Es muy importante que este encuentro se realice en un lugar donde quede preservada la intimidad y ofrezca unas mínimas garantías de comodidad. Asimismo, previamente a la charla, es imprescindible que el médico identifique a los familiares y su relación con el enfermo, ya que al ser el primer contacto puede cometerse el error de informar a quien no corresponda. Si el paciente permanece ingresado en la unidad especial, es conveniente que la enfermera comente lo antes posible los aspectos administrativos, normas y horarios de visita con la familia, así como que solicite un teléfono de localización. Esta tarea inicial a veces se descuida por la urgencia del caso, la necesidad de actuación inmediata (intubación traqueal, colocación de vías, etc.) y por la falta de elementos puramente informativos, pero si se tiene en cuenta y se lleva a cabo, seguro que genera confianza y contribuye a facilitar la relación posterior. A lo largo del tiempo que el enfermo está ingresado se presentan muchos momentos de contacto con los familiares. Cualquier unidad especial debe adecuar y facilitar un régimen de información periódica. Es aconsejable cierta flexibilidad dentro de un orden que tenga en cuenta los cambios clínicos de los pacientes y las circunstancias personales de los familiares, aunque esto último no siempre sea posible. El momento de la información es aquel que el médico debe aprovechar para establecer una buena comunicación racional y afectiva con los familiares del paciente. En cierto modo este rato de «charla» debiera aportar información y contribuir a «humanizar» la excesiva tecnificación de estas áreas. En el encuentro entre médico y familiares deben considerarse ciertos detalles, todos ellos importantes. Se debe llamar a los familiares por el nombre completo del paciente, recibirles de pie evitando el distanciamiento que supone permanecer sentado detrás de una mesa a la espera de que entren e identificarse si no se ha hecho previamente. La información ha de ser concisa, objetiva y clara, siempre después de permitir al interlocutor que exprese en qué punto de la secuencia de conocimiento se encuentra: «¿han hablado ya con el cirujano?», o «¿cómo les han explicado hasta ahora la cuestión?». Es imprescindible escuchar antes que hablar1. El lenguaje empleado ha de ser sencillo, evitando siempre los tecnicismos que no se hayan introducido previamente y a menudo es necesario repetir las explicaciones que no hayan sido entendidas. No es excepcional que este rato de contacto se transforme a veces en una traducción a lenguaje más o menos asequible del curso clínico del paciente, se den profusión de datos, cifras, programa de pruebas o resultados de exploraciones que en muchos casos desconciertan al interlocutor. Puede ocurrir que tras una exhaustiva explicación del médico, el familiar, en un intento de «centrar» o «resumir», pregunte: «pero bueno doctor, está muy grave ¿verdad?», o «¿se recuperará?». Nuestro empeño debiera ser el de facilitar que el familiar del enfermo «comprenda» en sentido amplio la situación y el momento evolutivo, a la vez que dejar un espacio para el desahogo, la verbalización de la angustia y la incertidumbre o para preguntas concretas. Casi siempre, salvo excepciones, los familiares desean saber en qué punto se encuentran de un camino que a menudo se prevé largo y no exento de problemas, cuál es la esperanza y si se ha avanzado o retrocedido. No tiene sentido abusar de cifras o datos que no significan nada para una persona no familiarizada y que no son útiles para mejorar la comprensión global. 142 Es muy importante intentar percibir el nivel emocional del interlocutor con la intención de adecuar la información para que sea lo más eficaz posible, así como transmitir sensación de tranquilidad y de no tener prisa, aspectos que benefician el diálogo. El ritmo informativo y el énfasis en ciertos detalles variarán según el nivel social y cultural de la familia2. Además, la información puede y debe ser repetitiva3. Ha de expresar el estado clínico del enfermo modificando la terminología de modo que los interlocutores puedan entenderlo. Conviene cerciorarse de vez en cuando de que se está captando el mensaje. Para ello, los silencios son imprescindibles. Se necesita tiempo para asimilar conceptos y poder formular preguntas; si quien informa no escucha, difícilmente captará cuáles son las cuestiones que realmente se desean conocer y, por tanto, es fácil que, incluso habiendo informado exhaustivamente, se pueda llegar a afirmar lo contrario. Una preocupación relativamente habitual de los familiares es si su presencia al lado del enfermo grave puede suponerle un impacto emocional perjudicial. Es útil tranquilizarles sobre este punto, asegurándoles que, salvo casos concretos, para cualquier enfermo saberse acompañado por aquellos que le quieren siempre representa un beneficio. No obstante, debe avisarse, antes de la visita, de aquellas cosas capaces de provocar desconcierto o impresionar a personas no familiarizadas con el mundo hospitalario (intubación traqueal, ventilación mecánica, traqueostomía, sondas, sedación). Por el contrario, es frecuente que sea la propia familia quien constate desfiguraciones en el paciente no apreciadas por el equipo sanitario («está muy hinchado...»). Cuando el enfermo está consciente, conviene comentar con ellos cuál puede ser el estado de ánimo que presenta, así como estimularles a que colaboren, en la medida de lo posible, con la enfermería en la atención al mismo (p. ej., colocarle bien la almohada o estimular la fisioterapia respiratoria). Esta implicación, aunque sea mínima, contrarresta la hostilidad y extrañeza del ambiente y puede ayudar a relajar la tensión. En lo que hace referencia al propio enfermo consciente o semiconsciente, la información que se le dé ha de ser veraz, reconfortante y positiva. En este punto, la colaboración con la enfermería es imprescindible, ya que ésta tiene un contacto muy estrecho con el paciente y le permite apreciar mejor sus sentimientos tanto respecto al estado actual como al futuro. Nunca debe obviarse la explicación al enfermo de cualquier maniobra que vaya a realizarse sobre su persona (punciones, curas, etc.). La experiencia relatada de pacientes que han estado ingresados en estas unidades suele ser bastante negativa en lo referente a este punto. El sentimiento de ser un «objeto enfermo» sobre el que se manipula (aunque con el fin de curarle) es habitual y el paciente se queja de que se habla con frecuencia «de» él, pero casi nunca «con» él. A lo largo del tiempo que un paciente permanece ingresado en una unidad de cuidados críticos, existen momentos que pueden llegar a ser especialmente conflictivos. Son aquellos en los que deben tomarse ciertas decisiones, como la instauración o retirada de actuaciones médicas agresivas (intubación, traqueostomía, cirugía, etc.). Si el diálogo con la familia ha sido fluido y ha habido tiempo suficiente, a veces puede conocerse cuál sería la voluntad del enfermo respecto a qué actitud tomar ante la situación que se presenta. A menudo esto no es así y una de las actitudes más habituales por parte de los familiares es la de inhibición y miedo a decidir por otro, así que suelen dejar al médico solo ante la decisión («usted sabrá qué es lo mejor»). Ya que el médico, por su propio papel, tiene una gran influencia sobre la fami- Documento descargado de http://www.elsevier.es el 02/12/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. C. LLUBIÀ Y J. CANET.– UNIDADES DE CUIDADOS CRÍTICOS: LA DIFÍCIL TAREA DE LA INFORMACIÓN lia, ha de esmerarse en hacer valoraciones ecuánimes y objetivas sin dejarse llevar por opiniones personales, de modo que, si bien puede llegar a influir sobre la decisión que considere más adecuada desde la perspectiva médica, nunca llegue a manipular o coaccionar dando una información parcial o tendenciosa. En estos casos de incertidumbre de los familiares, puede ser útil ir tomando pequeñas decisiones en el día a día4. El mayor dilema es el que se presenta cuando se plantea suprimir o mantener medidas de soporte vital que alargan una vida vegetativa o que ofrecen unas expectativas de muy mala calidad5,6. En cualquier caso, la decisión sobre la «calidad» de aquella vida corresponde al propio enfermo. Médico y paciente (o familiar) debieran determinar de común acuerdo cuál es el tipo de vida deseable o qué cantidad de malestar, dependencia o limitaciones se está dispuesto a tolerar. No corresponde al médico juzgar de forma unilateral si una vida «merece o no la pena» y, de hecho, pudiera darse la paradoja de valorar muy negativamente un tipo de vida que quien ha de vivir la considera tolerable. Escribió Miquel Martí i Pol: «...cada uno tiene derecho a escoger su propia vida, precisamente porque es la suya...». Debiera siempre, pues, poder atenderse a cada paciente como persona que sufre, con deseos y opiniones personales y no como mero «sustrato» donde tiene lugar una enfermedad. Desgraciadamente, desde la perspectiva médica la certeza absoluta no existe, a excepción del estado de muerte cerebral. En el resto de casos, el sentido común, las condiciones del enfermo como su edad y enfermedades previas, las expectativas razonables, los valores que profese o la opinión de los familiares respecto a lo que el paciente pensaría y la suya propia son algunos de los elementos con que construir el diálogo y la reflexión. Puesto que los factores sociales, culturales y religiosos influyen sobremanera en estos momentos, en ocasiones el equipo sanitario ha de recurrir a la ayuda de asistentes sociales o religiosos. La puesta en común de opiniones sobre el caso ayudan a encontrar la línea coherente de actuación7. Otra actitud frecuente por parte de la familia, sobre todo en caso de pacientes jóvenes que han sufrido un accidente grave, es la de negar la evidencia. Se buscan culpables donde no los hay o se encuentran indicios de que el proceso no ha de ser irreversible. En estos casos, más que nunca, se necesita paciencia, habilidad y comprensión. Se requieren largas explicaciones que analicen de forma desapasionada la situación clínica a la vez que se demuestre un acercamiento «humano» hacia los sentimientos «enloquecidos» de la familia. Estas situaciones requieren tiempo y dedicación, así como la capacidad de demostrar y convencer de que se está actuando con toda la experiencia y profesionalidad necesarias. Hasta aquí se ha comentado la relación entre médico y paciente o familiar, pero existe otro campo de comunicación imprescindible en el terreno de la atención al paciente gra- ve: la interrelación entre todos los miembros del equipo sanitario. Aunque debe existir la figura de un médico «responsable», esto no significa que deba ser un médico «único». La complejidad de estos pacientes hace necesaria una discusión objetiva, no sólo con los demás miembros del equipo sino también con otros especialistas que puedan aportar visiones distintas y complementarias de la cuestión. Por otra parte, la relación entre médicos y equipo de enfermería es también imprescindible. Ésta debiera ser constante, respetuosa y participativa. El equipo de enfermería ha de conocer la impresión médica global sobre el paciente y cuáles son los objetivos terapéuticos, al igual que el médico debe conocer las impresiones de la enfermería respecto a las reacciones del enfermo y su familia. Es deseable que también los cuidados de enfermería de un determinado paciente recaigan en una misma persona «responsable» del mismo y que sirva de referente para cuestiones que no suelen tratarse con los facultativos. Aunque el diálogo enfermera-familia no se dé en la práctica de forma «oficial», sí tiene lugar muy a menudo de manera informal al lado de la cama del enfermo. La enfermera(o) suele ser un punto de apoyo fundamental cuando se presentan situaciones dramáticas. De todo lo expuesto, puede concluirse que el proceso de información y de toma de decisiones en el ámbito de las unidades de atención especial es un reto que afecta a todo el personal que trabaja en ellas. Las características de los pacientes y el entorno condicionan muy directamente el buen hacer y, por ello, precisamente en estas unidades debe dedicarse tiempo y espacio para que este proceso tenga lugar con eficacia y profesionalidad. Sería deseable que tanto el enfermo como su familia encontraran en el trato con los profesionales sanitarios un ambiente más «humano» en el que fuera posible comprender y asimilar la información médica, así como compartir la angustia propia de su situación. La calma, el lenguaje adecuado, la tolerancia y el respeto contribuirán a hacerlo factible. Ello redundará, no sólo en beneficio de los pacientes y sus familiares al preservar un derecho fundamental, sino también en una mayor satisfacción profesional, a la vez que podrán evitarse muchos y graves conflictos. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 1. Broggi MA. La información clínica y el consentimiento informado. Med Clin (Barc) 1995; 104: 218-220. 2. Tate P. The doctor’s communication handbook. Oxford: Radcliffe Medical Press, 1995. 3. Waisel D, Truog R. Informed Consent. Anesthesiology 1997; 87: 968-978. 4. Balint J, Shelton W. Regaining the initiative. Forging a new model of patient-physician relationship. JAMA 1996; 275: 887-891. 5. Tomlinson T, Brody H. Futility and the ethics of resuscitation. JAMA 1990; 264: 1.276-1.280. 6. Manzano JL. Limitación de tratamiento a pacientes críticos. Med Clin (Barc) 1994; 102: 540-542. 7. Laine C, Davidoff F. Patient centered medicine. A professional evolution. JAMA 1996; 275: 152-156. 143