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Vargas Llosa actúa en “Los cuentos de la peste”; por
Nelson Fredy Padilla
Nelson Fredy Padilla · Saturday, January 24th, 2015
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Mario Vargas Llosa acaba de lanzar en España “Los cuentos de la peste”, su más
reciente libro de relatos basado en el “Decamerón” de Boccaccio. Además, el próximo
28 de enero estrenará la versión teatral de la obra en el Teatro Español de Madrid,
con él como protagonista en su reaparición como actor.
El año pasado, en su estudio en Lima, le había contado a El Espectador cómo esta
obra le permitió escapar de la realidad durante el último año y medio en un homenaje
a los 700 años del nacimiento del escritor italiano Giovanni Boccaccio, el autor de los
cien relatos que componen el volumen que el nobel de Literatura peruano considera
“inventó la prosa narrativa italiana e inauguró la riquísima tradición del cuento en
Occidente”.
“Desde la primera vez que leí el “Decamerón”, en mi juventud, pensé que la situación
inicial que presenta el libro, antes de que comiencen los cuentos, es esencialmente
teatral: atrapados en una ciudad atacada por la peste de la que no pueden huir, un
grupo de jóvenes se las arregla sin embargo para fugar hacia lo imaginario,
recluyéndose en una quinta a contar cuentos. Enfrentados a una realidad intolerable,
siete muchachas y tres varones consiguen escapar de ella mediante la fantasía,
transportándose a un mundo hecho de historias que se cuentan unos a otros y que los
llevan de esa lastimosa realidad a otra, de palabras y sueños, donde quedan
inmunizados contra la pestilencia”.
Releyéndolos empezó a imaginarlos en escena y a construir diálogos, pero antes de
convertirlos en una pieza teatral viajó a Certaldo, el pueblito medieval donde el
intelectual italiano hizo de la peste negra que devastó a la ciudad de Florencia en
marzo de 1348 un clásico en el que un grupo de jóvenes huye de esa epidemia letal
contando historias irreverentes y fantásticas mientras morían 40.000 de sus paisanos
a causa de la enfermedad transmitida por las ratas que trajeron el virus en los barcos
cargados de especias de Oriente.
Vargas Llosa llegó en pleno invierno a la casita donde el teólogo Boccaccio habría
escrito durante tres años “esos cuentos licenciosos y geniales” contra el clero. Al calor
de una sopa de migas y verdura, acompañada por ribollita toscana y un vinito local
que “rastrilla el paladar”, empezó a sacar en limpio lo que quería hacer: una
adaptación libre en la que selecciona relatos por gusto y los recrea.
“Adapto ocho cuentos y Boccaccio es personaje de la obra —dice satisfecho—. A mí
siempre me fascinó el comienzo del ‘Decamerón’”. Y lo recita de memoria: “Humana
cosa es tener compasión de los afligidos, y aunque a todos conviene sentirla, más
propio es que la sientan aquellos que ya han tenido menester de consuelo y lo han
encontrado en otros: entre los cuales, si hubo alguien de él necesitado o le fue querido
o ya de él recibió el contento, me cuento yo”. De nuevo invita a imaginarse la
situación: “Viene la peste y están confinados los florentinos. Un grupo decide meterse
a una casa y escapar por la imaginación contando cuentos. Me pareció una situación
teatral muy dramática. Sin poder salir de allí, cercados por la muerte, escapan con la
fantasía. Eso me dio vueltas en la cabeza durante mucho tiempo”.
Se emociona como el adolescente de 16 años que en 1952 escribió “La huida del inca”,
su primera obra llevada a escena en el colegio San Miguel y el Teatro Variedades. “Es
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que mi sueño de chico era ser autor teatral, sino que en esa época no había casi
movimiento teatral en Lima. Era una frustración, y escribir obras era correr el riesgo
de no verlas nunca en un escenario. Eso me empujó más hacia la narrativa, aunque al
final he escrito bastantes obras de teatro (nueve)”. Admite: “Durante muchos años
oculté, como un vergonzoso pecado de juventud, esta obra teatral”, pero ahora le
agradece haberle hecho entender que hay historias que “sólo sobre un escenario
cobran la animación y el esplendor de las ficciones logradas”.
Vuelve a “la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito” y lo animan más
recuerdos: la obra que escribió en memoria de su abuela centenaria, la Mamaé, que
como último acto de vida “cortó con la realidad circundante para refugiarse en los
recuerdos y la ficción”. Ese papel lo encarnó Norma Aleandro. Vuelve al “paraíso de la
infancia”, a “la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis
primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de
Salgari”. Cuando escribir era el juego de un niño sin padre, no una forma de rebelión,
“de escapar a lo intolerable”.
Después de posicionarse como uno de los grandes novelistas latinoamericanos,
recobró ese espíritu picaresco escribiendo obras como “Kathy y el hipopótamo”
(publicada en los años 80), que lo llevó a inaugurar su legendaria colección de
esculturas de hipopótamos, centinelas de sus bibliotecas, encantadores para él por
holgazanes y proclives al sexo.
“El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de
Lima, ‘La muerte de un viajante’, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó
traspasado de emoción y me precipitó a escribir aquel drama con incas”. Una relación
que analiza en el prólogo de su dramaturgia reunida, publicada en 2006 por Alfaguara
y exaltada en el discurso de recepción del Nobel de Literatura en 2010: “Mi amor por
el teatro dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una
nostalgia”.
Desde que descubrió “el teatro de Brecht” nunca dejó de leer ni de ver lo que han
significado para este arte Shakespeare y Stanislavski. Se detiene en franceses
comoJean Vilar, creador del Festival de Avignon, y en el Odeón de Jean-Louis Barrault.
Con ellos en la mente y la pluma, estrenó en 1981 “La señorita de Tacna”, la historia
de una mujer que, tras romper con su novio, se queda soltera el resto de la vida,
protagonizada en México en 1983 por Silvia Pinal. En 1986 escribió “La Chunga”. En
1993 “El loco de los balcones”, sobre un hombre empecinado en rescatar los balcones
de Lima. En 1996 “Ojos bonitos, cuadros feos”.
El investigador y crítico Óscar Rivero-Rodas, en el libro “El metateatro y la dramática
de Vargas Llosa: hacia una poética del espectador”, dice que, “a diferencia del teatro
tradicional, que explica o refleja la crisis de la conciencia de los personajes por los
actos objetivos y concretos de éstos, el teatro de Vargas Llosa acude a la
representación de la conciencia en crisis para iluminar y explicar con ella los actos
empíricos y concretos”.
“Al pie del Támesis”, una obra entre humorística y trágica, la presentó en un acto de
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beneficencia en Bogotá en 2009. “Claro. La escribí a partir de una anécdota que me
contó Guillermo Cabrera Infante. Me dijo que había recibido una llamada de un poeta
venezolano que frecuentábamos en los años sesenta, Esdras Parra. Se vieron, pero
cuando llegó Esdras se había cambiado de sexo en una época en la que esa era una
operación rara. Guillermo me contaba de su sorpresa y la incomodidad que sentía
porque no sabía cómo tratarlo, si como varón o como señora”. Vargas Llosa la
escenificó en Londres y fue de las que más se demoró en terminar porque el primer
borrador era de los años 70. La tendencia unificadora de su teatro es la sátira, “la
ironía verbal y la ironía dramática como recurso narrativo”, concluyó María Elvira
Luna Escudero-Alie en una investigación para Georgetown University basada en “El
loco de los balcones” y “Ojos bonitos, cuadros feos”.
También se presentó en Bogotá en 2003 una versión de su novela “La fiesta del chivo”,
dirigida por Jorge Alí Triana. Sonríe al recordar al Vargas Llosa actor en “Odiseo y
Penélope” (2006) o en “Las mil noches y una noche” (2008), en el papel del despótico
rey Sahrigar junto a una bella Sherezada en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de
México.
¿Qué siente al interpretar su propia ficción? “El teatro es la ficción encarnada. Para
alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, vivirlas en carne propia,
hacerlas realidad, es una experiencia extraordinaria. Los autores viven la ficción y los
espectadores también de una manera que nunca tiene el novelista que siempre ve
como algo nublado e inmaterial lo que crea”. Se sintió más cómodo en “La verdad de
las mentiras”, donde hizo —por ejemplo en Chile— una de las lecturas dramatizadas
de los cuentos “Una rosa para Emily”, de Faulkner; “Diles que no me maten”, de
Rulfo; “El infierno tan temido”, de Onetti, y “El Aleph”, de Borges.
Vuelvo a su interpretación del “Decamerón”. Construyó a Boccaccio como personaje
apoyado en el recorrido por Certaldo hasta su tumba, donde dejó una hoja de laurel, y
por la aldea de Corbignano, donde hay otra casa en la que vivió; en la investigación en
la Biblioteca Medicea Laurenziana de Florencia, en la consulta de manuscritos
originales del escritor que hizo que la Comedia de Dante se empezara a llamar
“divina”. El Nobel de Literatura se arriesga de nuevo a actuar a los 78 años de edad,
porque quiere sentir la adrenalina del Teatro Español de Madrid, a los espectadores,
retar a los críticos. Empezó 2015 en ensayo tras ensayo. “Vamos a ver. He hecho un
pacto con el director (el español Joan Ollé) y voy a cumplirle si la memoria me lo
permite”. En este canto al hedonismo y a la imaginación actúa junto a Aitana SánchezGijón, Pedro Casablanc, Marta Poveda y Óscar de la Fuente.
Vargas Llosa también es sinónimo de teatro y se siente orgulloso de que desde 2008
funcione en un auditorio de la Biblioteca Nacional de Perú, en Lima, un teatro con su
nombre. El “escribidor” ha vuelto a sus años de tablas y al “temblor excitado del
principiante”. Además de entrenar la memoria, se puso en buena forma física para
moverse “dignamente” por el escenario. Le ayudó una caminata diaria de una hora y
media mañanera. Cierra el telón con un sarcasmo: “Como actor me va mejor que como
político”.
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Este texte fue publicado originalmente en El Espectador
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on Saturday, January 24th, 2015 at 2:00 am and is filed under Artes
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