293 Francisco Ayala y el peronismo: un exiliado español lee la política argentina César A. Núñez Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa E l estudio de las relaciones entre los exiliados republicanos de 1939 y las circunstancias políticas con las que se encontraron en América es, como podrá suponerse, sumamente difícil. La endeble situación de enunciación en la que se hallaron, apenas habiendo logrado escapar tanto de la España franquista como de una Europa que se disponía a iniciar la Segunda Guerra Mundial, los hacía a menudo contentarse con la supervivencia u ocuparse sólo de ella. La legislación misma de los países de recepción solía dificultar, si no impedir, cualquier intervención explícita. En todo caso, son pocos los ejemplos de referencias directas a la política americana con la cual tuvieron que convivir. De allí, sin duda, la excepcionalidad de los dos textos a los que ahora quiero dedicarme. Son, si no contemporáneos del peronismo, sí del período inmediatamente posterior, iniciado por el golpe militar –llamado “Revolución Libertadora”– que derroca a Perón. Por ello, pueden ayudar a “re-historizar” el exilio, a reintegrar a los exiliados a su vida de exilio. En la cual, en términos generales, dada su historia, dada la época, dado lo prolongado del destierro, pocas posibilidades tenían de permanecer aislados. De alguna manera debieron interactuar con los grupos culturales y sociales de sus respectivos países de residencia y entender esos modos del vínculo podría contribuir a comprender derroteros estéticos y políticos. El primer texto –titulado “El nacionalismo sano y el otro”– fue escrito a principios de 1956, a juzgar por la invitación de Eduardo Mallea a publicar en La Nación, del 14 de diciembre de 1955, de la que nos enteramos por una carta de Ayala a Victoria Ocampo fechada en Puerto Rico el 7 de abril de 1956. El texto fue rechazado por el periódico de Mitre y por ello ofrecido el 7 de abril a Victoria Ocampo, que lo publicaría en Sur, en el número 242, de septiembre-octubre de 1956. Del rechazo de La Nación nos enteramos hoy día no solo por medio del epistolario entre Ayala y Ocampo, al que aludo, sino que también, en su momento, en el segundo de los escritos a los que me referiré, Ayala cuenta a los lectores argentinos que ese artículo 294 HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR no lo dirigiré a La Nación, donde habitualmente colaboro, pues tengo la certeza de que no querría publicarlo […]. A la caída de Perón me rechazó ese diario tan estimado un artículo sobre “El nacionalismo sano y el otro” que, con su mayor libertad y liberalidad, publicó la revista Sur, y cuyo contenido todavía recordaban ahora algunos de mis amigos (Ayala, 1972, 274). El episodio merece alguna consideración. Según la carta de Juan Valmaggia, subdirector del suplemento cultural, “El patrón [el Dr. Mitre] no desea […] que en el número dominical se entre en el análisis demasiado directo de la política nacional y menos aún de la más reciente, tan sujeta a contradicciones y polémicas, que La Nación no elude en su zona editorial pero prefiere no abrir al examen en una sección que desea mantener en un terreno más doctrinario” (Ayala, 2009, 96). Es posible leer en esas líneas una idea de lo que para La Nación era –y es– la cultura y es posible leer un modo en el que el diario acalla las voces con las que no concuerda (Amado Alonso ya había sufrido este tipo de prácticas años antes). En efecto, las referencias al peronismo campean, como es lógico, no sólo en variadas secciones del periódico, sino en otros textos del mismo Ayala, como “La democracia y sus diversas fisonomías”, publicado poco después, y en el que las evaluaciones son mucho más radicales incluso que las de cualquier otro texto suyo, al punto que llama “dictador” a Perón (Ayala, 2012, 146), una costumbre de esos años que Ayala suele evitar. Así pues, no parece desatinado preguntarse qué ha pasado. Y, probablemente, parte de la explicación esté en el texto mismo. El artículo comienza con una aparente alusión de mucho prestigio literario, la famosa frase con que Fray Luis de León retomara sus clases en Salamanca: Casi inevitablemente, cuando se reanuda una comunicación intelectual que circunstancias de fuerza interrumpieron, propende uno a incurrir en versiones más o menos adaptadas del famoso “Decíamos ayer…” salmantino, fórmula cuya enorme fortuna radica sobre todo en su elocuencia tácita. Al omitirlas, desvaloriza, destruye y niega las circunstancias violentas que vinieron a perturbar la serenidad de un orden superior situado por encima de las miserias del tiempo. Pero en mi caso sería inadecuado repetir ahora esa actitud […] porque me parece que implicaría un error, trágico y a la vez grotesco, el suponer que este penoso período ha sido un mero paréntesis, y que ahora puede reasumirse, sin más ni más, la continuidad con el pasado anterior a él (Ayala, 1972, 265). Detrás de la alusión no hay tanto una referencia literaria, sino un modo de ingresar en una discusión que ya estaba abierta en el ámbito intelectual ANEXO DIGITAL 295 porteño. En efecto, es factible reconocer, después del golpe militar del 16 de septiembre de 1955, diversas posiciones ante el gobierno peronista derrocado. La primera, acaso la más reconocible en el ala liberal de los golpistas, pretendió convertir el peronismo en un mal sueño, en un “error histórico” que había trastocado la “natural” marcha de la historia argentina. Allí, claramente, se coloca Borges, por ejemplo. Así, el rechazo de La Nación no obedecería a un intento de evitar las “contradicciones y polémicas”, sino, al contrario, a una ubicación en esa polémica. Lo que Ayala propone en su texto es contrario a la línea editorial del periódico. En los mismos meses, el diario Clarín, que iniciaba entonces un largo recorrido de colaboraciones con las dictaduras, ofrecía una lectura similar a la de Ayala. Desestimando el incremento de fusilamientos oficiales y clandestinos que la dictadura produjo entre los días 9 y 12 de junio (una verdadera “operación masacre”), en el editorial del 16 de junio de 1956, titulado “Un año de vida”, al cumplirse un año del golpe de Estado, Clarín decía: el 27 de febrero [dijimos] que no era posible restaurar inmediatamente, como por arte de magia, el orden y la normalidad después de un decenio largo de desquicio y de sistemática destrucción de valores […]. Sin embargo, cabe reconocer que en un año de afanosa labor reconstructora se han obtenido ponderables resultados, así en el orden moral como en el material, aunque todavía quede mucho por hacer. Ayala, entonces, estaba mucho más cerca de Clarín que de La Nación –y no sorprende, dada la importancia que tomará en su escrito la clase media, una clase a la que Clarín, desde entonces, pretendió hablarle. Lo curioso, de todas maneras, es que la posición de La Nación, que negaba al peronismo como una suerte de equívoco, de error histórico, era la misma que la de la revista Sur. ¿Cómo pudo ser, entonces, que publicara la revista de Victoria Ocampo un texto que atentaba contra sus mismas posiciones en una cuestión nodal? La respuesta, en este caso, parece provenir del mismo campo cultural en que interviene ese texto. Inmediatamente después del golpe militar de 1955, a finales de ese año (noviembre-diciembre), Sur había publicado un número especial, el 237, titulado “Por la reconstrucción nacional”, duramente criticado por otras publicaciones, como la revista Contorno. Vale decir, en muy poco tiempo, desde principios de los años 50, han aparecido grupos –conformados por esa misma clase media de la cual hablará Ayala, en gran medida creada por el crecimiento económico del período peronista– que empiezan a poner en tela de juicio la voz del grupo de la revista de Victoria Ocampo. Es un momento de fractura, en el que la hegemonía de Sur para delimitar lo “pensable” en el ámbito cultural empieza a ser puesto en entredicho. 296 HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR Es verosímil, pues, considerar que el texto de Ayala viene a proponer una pluralidad de posiciones que en aquel número de Sur había sido muy tenuemente representada. La conflictividad del momento la prueba que, en el mismo número 242 en que se imprime el texto de Ayala, aparece también el texto de Borges “Una efusión de Martínez Estrada”, una defensa que a su vez iniciará una extensa polémica con Ernesto Sábato. El grupo de Sur, con ella, queda definitivamente fracturado. Parte de esa crisis se inscribe en el texto de Ayala, dedicado no a discutir con el peronismo –pues el peronismo es aquí una “otredad” absoluta, un fenómeno sin entidad social– sino con la clase media, y en particular con el sector intelectual de la clase media (vale decir, sus pares). Con un lenguaje algo religioso y con el rigor extremo para considerar al prójimo que lo caracteriza, Ayala hace responsables del peronismo a los intelectuales de clase media. El argumento con que sostiene esta idea es algo curioso. Ayala desestima las “diatribas” contra las clases altas que solía escuchar en Buenos Aires, haciéndolas responsables del peronismo por “su pretendido egoísmo y los métodos de fraude que durante varios decenios habían impedido el acceso al poder de esas masas ahora activas y ululantes”, “como si [anota, algo maquiavélicamente] en el terreno de la política y de la economía hubieran tenido aplicación jamás en ninguna parte las virtudes de la abnegación, desprendimiento y caridad que labran la ciudad de Dios” (Ayala, 1972, 268-269). Es curiosa esta comprensión, esta modernidad política, para con el grupo (que, según él, debía “lamentar más bien la abdicación que habían hecho del mando social y político”), cuando su evaluación del peronismo es sobre todo moral. Si las clases altas no son culpables, en cambio sí lo es la clase media, pues ella no lograba ver la conexión entre las ideas de los zafios “altavoces oficiales” y las suyas propias. Ese vínculo era el nacionalismo. Ayala vuelve así a uno de sus principales temas de preocupación como ensayista. Sin embargo, ahora, habrá inflexiones particulares que, en el contexto de su obra, resultan llamativas. Su exposición interpola una posible objeción: “Querrá decir alguno, impenitente, que una cosa es el nacionalismo ‘sano’ y otra muy distinta los excesos del peronismo; que este régimen falsificó eso igual que todo lo demás, sin escrúpulos ni respeto; que usó la patria, como usó la religión, sin perjuicio de esgrimir luego contra ésta una bandera profanada a propósito” (Ayala, 1972, 270). Ayala concede visos de verosimilitud a la eventual impugnación (“todo ello es muy cierto”), pero refuta: “no es menos cierto que la acción de los desalmados jerarcas, haciendo baratillo de todos los valores, se apoyaba sobre una amplia gama de desviaciones morales de la masa, a las que contribuyó bastante, siquiera como condicionamiento, ANEXO DIGITAL 297 la educación nacionalista, tanto más eficaz cuanto impartida con buenas intenciones y en términos plausibles”. Está ya en ciernes un segmento a mi juicio central del texto, en el que Ayala reconstruye en pocas líneas la historia de ese nacionalismo: Durante la época liberal, el nacionalismo entraba a componerse, en los sujetos cultos de generaciones pasadas, dentro de un juego complejo de valores, hasta integrar con ellos una estimativa rica, matizada; pero las masas, constituidas por individuos que carecen de tradiciones domésticas, estamentales y profesionales, cuya formación religiosa es sumaria o nula, y para colmo recién llegados a la nacionalidad, ¿qué de extraño tiene que acepten con intensidad frenética y simplista una fe por cuya virtud pueden revestir de patriotismo el propio resentimiento, transferir al Estado las propias pretensiones frustradas y hacerse la ilusión de que, trascendidos hacia la entidad colectiva, se cohonestan los malos instintos? (Ayala, 1972, 270-271). Si prestamos atención, de este resumen surge que el problema no es el nacionalismo (pues en el siglo XIX –de él parece hablar– no trajo aparejadas las consecuencias de las que ahora hablamos). El problema es la masa, que carece de tradición (¿cómo puede alguien carecer de tradición? Yo no lo comprendo). De manera sorprendente para el lector de Ayala, sí hay un “nacionalismo sano”. Hasta donde sé, no hay en su obra una aceptación como ésta. Es un tácito, inesperado, seguramente involuntario reconocimiento de que el problema no es un núcleo de ideas determinado sino posiciones de clase. Pero Ayala no lo nota y prefiere terminar con una suerte de mensaje de esperanza: detectado el meollo de la culpa de la clase media (detectado por él, claro) y visto que ese meollo no es algo específico de la Argentina sino un problema “universal”, el problema ya puede ser tratado. Tampoco Ayala parece notar –o querer notar– el fuerte componente nacional-católico de la “Revolución Libertadora”. En esto, como en esa suerte de liberalismo aristocratizante, algo nostálgico del siglo XIX, Ayala mantiene, sí, un nexo reconocible con las posiciones de Victoria Ocampo. Si lo anterior es cierto, la mayor o menor cercanía con Sur (que desde ausencias hasta presencias tenues hay en ella) permitiría empezar a formular hipótesis sobre las posiciones no sólo estéticas sino también políticas de los exiliados en Argentina. Pues, como ha señalado Oscar Terán, el período que se inicia en 1955 (y al menos hasta 1966) se caracteriza por una producción intelectual “altamente sensible a los acontecimientos políticos”. A tal punto que si esa “periodización cultural enfatiza el peso de los fenómenos políticos por sobre el de otras series de la realidad, no hace con ello más que traducir lo que fue una 298 HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR convicción creciente pero problemática del período: que la política se tornaba en la región dadora de sentido de las diversas prácticas, incluida por cierto la teórica” (Terán, 1991, 15). Creo que esta afirmación es también atendible para el ámbito literario. De hecho, sin estas incidencias y estas circunstancias políticas, se harían difíciles de entender algunas alusiones de su obra literaria. Desde que deja la Argentina, lleva adelante el proyecto que estaba implícito en su famoso artículo “Para quién escribimos nosotros”, de 1949, e incorpora la representación del espacio americano. Publica una recopilación de cuentos, Historias de macacos, en Madrid, en 1955, y dos novelas, sus únicas novelas, relacionadas entre sí, y relacionadas con ese género llamado “novela de dictador”. La primera, Muertes de perro, es de 1958. Si bien el respeto al género (a Tirano Banderas, por ejemplo) obliga a construir un espacio latinoamericano pero imaginario –y tropical, claro– y, en ese sentido, no remite a ningún país en específico (Ayala hace protestas sobre este punto en sus memorias), sería difícil comprender la especificidad de algunas variantes sobre el género sin atender a las alusiones al peronismo. En particular, la importancia de la figura de la mujer del dictador parece invitar a la lectura en clave de la figura de Eva Perón. Otros elementos, como el hecho de que a los miembros de la junta que gobierna luego del derrocamiento del dictador se los llame “los Tres Orangutanes”, también parecen clara referencia al proceso político argentino. Pero más allá de estas insinuaciones, lo más interesante de considerar en Muertes de perro es la figura del narrador. El relato, que se presenta como un testimonio de los hechos a cargo de Luis Pinedo, un historiador encerrado en su casa en medio del caos revolucionario, se revela en verdad la crónica de alguien mucho más implicado políticamente de lo que en un inicio podía parecer. La novela, pues, es sobre todo la historia de cómo una mirada aparentemente “neutral” esconde tras de sí los intereses del observador. No hay, es claro en el relato, posición –por aséptica que se presente– que no sea política. La escritura de esa novela, o la deriva de los hechos, parece repercutir en el segundo escrito de Francisco Ayala sobre el peronismo. Si en el artículo de 1956 la enunciación adoptaba el tono sentencioso del sociólogo consagrado que, fríamente, describe los hechos por duros que sean, el de 1962 ya desde el título subraya la presencia del sujeto que enuncia: éste, más modestamente que aquél, se titula “Una visita a la Argentina a mediados de 1962”. Esa visita, de junio, es levemente posterior al derrocamiento de Arturo Frondizi, presidente de un intento democrático muy tenue (pues el peronismo y el comunismo seguían, y seguirían, proscritos) iniciado el 1 de mayo de 1958. Los criticados, en este caso, serán agentes más claramente políticos: por un lado Frondizi (por su pacto electoral con el peronismo pero, sobre todo, por no haber traicionado ese pacto) y por otro los militares, por haber sido ANEXO DIGITAL 299 excesivamente democráticos. En efecto, Ayala reclama la premura con que luego del golpe convocaron elecciones, sin haber desmantelado la adhesión popular a Perón. Por ello Ayala comprende que los militares se hayan visto obligados a dar un nuevo golpe de Estado. Puesto que, en su mirada, el ejército argentino no tiene nada que ver con el tradicional “militarismo sudamericano”: [su] origen y posición social los vincula a la nueva clase media; esa clase que, por desgracia, ha carecido hasta el momento de la energía y de la visión necesarias para asumir la dirección de la comunidad nacional. Tampoco ellos mismos, los oficiales militares, se resuelven a dar el paso adelante; en cierta medida, porque participan de la irresolución del sector social del que son reflejo; y también, sin duda, por vacilar ante la incongruencia de una dictadura militar ejercida en nombre de la democracia (Ayala, 1972, 278). Ayala, en cambio, no vacila, y –en nombre de la democracia– reclama a los militares el efectivo desmantelamiento de los sindicatos. Más allá de esos reclamos, que bajo la excusa de la moral adquieren un carácter increíblemente violento (y, desde luego, aparece mencionada la espada de San Jorge), me interesa ahora retomar este aspecto que acabo de citar: el hecho de que se hayan ahora vinculado Ejército y clase media. En el contexto de la “guerra fría” y, en especial, de la revolución cubana, le preocupa a Ayala la deriva sin rumbo de una clase media que puede ser encauzada por el “conglomerado seudorrevolucionario de peronistas y comunistas” hacia soluciones no liberales, pues no ve “clase dirigente alguna que posea decidida conciencia de su posición y la consiguiente voluntad de mando. En una sociedad tal, las fuerzas armadas son exponente de una clase media que, a pesar de su considerable volumen y abundancia de talentos, no ha mostrado hasta ahora la capacidad suficiente para afirmar sus propios valores y dirigir a la nación con referencia a ellos” (Ayala, 1972, 283). Llama la atención que Ayala no note lo que dice. A la vez que reconoce la incapacidad que tiene su posición de construir algún tipo de consenso social (y, por lo tanto, reconoce que no hay otra vía para ella que la imposición por la fuerza), reivindica también la fusión de una institución como el ejército con una clase, la clase media. Y llama la atención porque esto es, hablando claro, corporativismo. Y un corporativismo de signo salvaje. En efecto, parece no notar que, por vía de un liberalismo que no tiene empacho en reclamar la suspensión de las libertades, ha llegado a una extraña variante (no tan variada) del fascismo. Asistimos, pues, al nacimiento de una figura reconocible. Los dos artículos de Ayala me parecen fundamentales porque, en muy poco espacio, narran una historia, una historia no siempre fácil de ver. En algún sentido, es un pro- 300 HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR blema cultural que recorre la historia argentina la dificultad para comprender cómo el liberalismo ha terminado entramado en regímenes dictatoriales. Los textos de Ayala ponen en escena, muy escuetamente, cómo se construye la figura de un intelectual que me atreveré a llamar –si me permiten la osadía– “liberal totalitario”. La noción de “libertad”, básica, como es obvio, para cualquier liberalismo, es redefinida para referir no ya a un retraimiento del Estado sino a una serie de valores morales que sólo podrían ser encarnados por la clase media. En tanto la clase media es pensada –y esto parece propio de sociedades hispánicas– como exclusivamente relacionada con el sector dedicado a los bienes y servicios en países en los que aún no se presentó un Estado de bienestar, la asociación de los individuos es vista, en sí misma, como un atentado a esa moral y a esa libertad apoyada sobre el individuo aislado. Y toda asociación de los sectores obreros es vista como una eventual caída en el corporativismo. De allí que se reclame un Estado militarizado que intervenga para disolver toda forma de asociación que no represente a los individuos de la clase media. El concepto de Estado se achica, sí, pero de manera distinta a la prevista: el Estado sería ahora el representante de una clase media que, por ser mera sumatoria de individuos, no puede ser representado por ninguna parte, por ningún partido. Sólo la clase media es, en esta versión, lo social. Por fuera de ella sólo quedan remanencias (la oligarquía, siempre agonizante) o peligros (los obreros). Clase sin partido, clase que no se quiere pensar como clase ni se quiere pensar como actor político, sólo tendría –sólo tuvo– para enunciar socialmente ese partido constituido por el monopolio de la fuerza, el militar. Estos textos, así, muestran una sorprendente actualidad. Pues, bajo la máscara del liberalismo, del progresismo, incluso, esa figura siguió –y sigue– operando en nuestros ámbitos culturales y políticos. Por lo demás, si es cierto que lo que se ha contado aquí es la historia de la conformación de la figura del intelectual liberal antidemocrático, la fábula no deja de tener un final aleccionador. De hecho, la parábola se cierra de manera perfecta. Francisco Ayala, en una carta de enero de 1955 (unos meses antes del golpe militar) dirigida a la directora de Sur, le contaba que tenía ganas de visitar Buenos Aires pero que –y la alusión política resulta obvia en el texto– tenía para ello que vencer “otras resistencias y dificultades que opera[ba]n en sentido opuesto” (Ayala, 2009, 95). En 1977 no parece encontrar mayor inconveniente para volver a esa ciudad. Gobernaba entonces la dictadura sin duda más terrible de toda la historia argentina, heredera clara –y superadora– de muchas de las doctrinas y prácticas de la Revolución Libertadora (anticomunismo paranoico, tecnificación y masificación de la tortura, liberalismo económico a ultranza, enemistad acérrima con cualquier variedad del derecho laboral, etc.). Ayala llegará entonces a la Argentina para participar del llamado “Diálogo de las culturas”, cuyas actas se publicarían ya en 1978 en el último número de la ANEXO DIGITAL 301 revista Sur, clausurando una de las publicaciones más importantes del siglo veinte argentino –y fundamental, sin duda, para entenderlo. El “Diálogo de las culturas” –un inquietante oxímoron, en vista de lo que sucedía en el país– fue auspiciado por la Unesco (que, de hecho, recibió en el encuentro la cesión de una importante casona privada de San Isidro) y sirvió, como se dice coloquialmente, para “lavar la cara” de la dictadura, cuyas manos ya eran imposibles de limpiar. Era algo así como la versión letrada de lo que al año siguiente sería el mucho más efectivo mundial de fútbol.1 Allí estuvo Francisco Ayala, sin aparentes resistencias de su parte sino, según cartas y comentarios posteriores dejan entrever, muy contento de haberse encontrado con antiguas amistades. Por cierto, el nombre de la persona que presidía el “Diálogo de las culturas” quizás no sea ni siquiera necesario nombrarlo, pues era la anfitriona de siempre: Victoria Ocampo. Bibliografía Ayala, Francisco, 1972. Los ensayos. Teoría y Terán, Oscar, 1991. Nuestros años sesentas. crítica literaria. Madrid: Aguilar. Buenos Aires: Puntosur. —————, 2009. “Cartas a Victoria Ocam- Vázquez, María Esther, 1980. “Victoria po”, Revista de Occidente, 341, octubre: Ocampo, una argentina universalista”, 92-104. Revista Iberoamericana, XLVI, 110-111: 167-75. —————, 2012. Francisco Ayala en La Nación de Buenos Aires, ed. de Irma Emiliozzi. Valencia: Pre-Textos. Resumen: Se analizan dos artículos publicados por Francisco Ayala en 1956 y 1962 (“El nacionalismo sano y el otro: la Argentina a la caída de Perón”, aparecido en Sur, y “Una visita a la Argentina a mediados de 1962”, en Cuadernos) en los que el autor se refiere a la política argentina. El interés de estos dos textos radica en el hecho de que son escasas las ocasiones en las que un exiliado republicano español se refirió de manera directa –y crítica– a gobiernos hispanoamericanos. Son textos, pues, que permiten conocer un aspecto del exilio muy difícil de reconstruir. En ellos, al mismo tiempo, se puede estudiar el paso del liberalismo republicano a posiciones autoritarias en la intelectualidad del siglo XX. 1 “El Dialogo de las Culturas se realizó en Villa Ocampo, en San Isidro […]. Estaban allí […] los representantes más destacados del pensamiento moderno: el colombiano German Arciniegas, los españoles Francisco Ayala y Julián Marías, el francés Roger Caillois, Alionne Diop del Senegal, Von Keyserling, el ensayista japonés Tadeo Takemoto, el poeta libanés Salah Stetie, el venezolano Juan Liscano, los argentinos Víctor Massuh, el padre Ismael Quiles, Fryda Schultz de Mantovani, Ángel Battisttesa y el subdirector general de cultura de la Unesco, Allhudin Bammate. Victoria […] hizo hincapié en las dificultades de dialogar y en los problemas terminológicos y metodológicos que plantea la noción misma de la cultura. Este fue el primer encuentro que la Unesco realizó en Villa Ocampo; se trataron los temas más candentes de nuestras culturas y la reunión fue un éxito” (Vázquez, 1980, 174). 302 HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR Palabras clave: Exilio, peronismo, Sur, La Nación, liberalismo, autoritarismo. Abstract: This study analyzes two articles by Francisco Ayala in which he refers to Argentine politics. The articles, “Nationalisms Healthy and Otherwise: Argentina at the Moment of Perón’s Fall,” and “A Mid-1962 Visit to Argentina”, were published in Sur magazine in 1956 and Cuadernos in 1962, respectively. These texts are rare examples of an exiled Spanish Republican making direct –and critical– references to a Hispanic American government. As such, they permit us to explore an aspect of exile that has proven difficult to reconstruct. They also allow us to trace the movement from republican liberalism to more authoritarian positions in XXth century intellectual circles. Keywords: Exile, Peronism, Sur, La Nación, liberalism, authoritarianism.