Francisco Ayala y el peronismo: un exiliado español lee la política

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Francisco Ayala y el peronismo:
un exiliado español lee la política argentina
César A. Núñez
Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa
E
l estudio de las relaciones entre los exiliados republicanos de 1939 y las
circunstancias políticas con las que se encontraron en América es, como
podrá suponerse, sumamente difícil. La endeble situación de enunciación
en la que se hallaron, apenas habiendo logrado escapar tanto de la España
franquista como de una Europa que se disponía a iniciar la Segunda Guerra
Mundial, los hacía a menudo contentarse con la supervivencia u ocuparse
sólo de ella. La legislación misma de los países de recepción solía dificultar,
si no impedir, cualquier intervención explícita. En todo caso, son pocos los
ejemplos de referencias directas a la política americana con la cual tuvieron
que convivir.
De allí, sin duda, la excepcionalidad de los dos textos a los que ahora
quiero dedicarme. Son, si no contemporáneos del peronismo, sí del período
inmediatamente posterior, iniciado por el golpe militar –llamado “Revolución
Libertadora”– que derroca a Perón. Por ello, pueden ayudar a “re-historizar”
el exilio, a reintegrar a los exiliados a su vida de exilio. En la cual, en términos
generales, dada su historia, dada la época, dado lo prolongado del destierro, pocas posibilidades tenían de permanecer aislados. De alguna manera
debieron interactuar con los grupos culturales y sociales de sus respectivos
países de residencia y entender esos modos del vínculo podría contribuir a
comprender derroteros estéticos y políticos.
El primer texto –titulado “El nacionalismo sano y el otro”– fue escrito a
principios de 1956, a juzgar por la invitación de Eduardo Mallea a publicar
en La Nación, del 14 de diciembre de 1955, de la que nos enteramos por
una carta de Ayala a Victoria Ocampo fechada en Puerto Rico el 7 de abril
de 1956. El texto fue rechazado por el periódico de Mitre y por ello ofrecido
el 7 de abril a Victoria Ocampo, que lo publicaría en Sur, en el número 242,
de septiembre-octubre de 1956.
Del rechazo de La Nación nos enteramos hoy día no solo por medio del
epistolario entre Ayala y Ocampo, al que aludo, sino que también, en su
momento, en el segundo de los escritos a los que me referiré, Ayala cuenta
a los lectores argentinos que ese artículo
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HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR
no lo dirigiré a La Nación, donde habitualmente colaboro, pues tengo la
certeza de que no querría publicarlo […]. A la caída de Perón me rechazó
ese diario tan estimado un artículo sobre “El nacionalismo sano y el otro”
que, con su mayor libertad y liberalidad, publicó la revista Sur, y cuyo contenido todavía recordaban ahora algunos de mis amigos (Ayala, 1972, 274).
El episodio merece alguna consideración. Según la carta de Juan Valmaggia, subdirector del suplemento cultural, “El patrón [el Dr. Mitre] no
desea […] que en el número dominical se entre en el análisis demasiado
directo de la política nacional y menos aún de la más reciente, tan sujeta a
contradicciones y polémicas, que La Nación no elude en su zona editorial
pero prefiere no abrir al examen en una sección que desea mantener en un
terreno más doctrinario” (Ayala, 2009, 96).
Es posible leer en esas líneas una idea de lo que para La Nación era –y
es– la cultura y es posible leer un modo en el que el diario acalla las voces
con las que no concuerda (Amado Alonso ya había sufrido este tipo de
prácticas años antes).
En efecto, las referencias al peronismo campean, como es lógico, no sólo
en variadas secciones del periódico, sino en otros textos del mismo Ayala,
como “La democracia y sus diversas fisonomías”, publicado poco después,
y en el que las evaluaciones son mucho más radicales incluso que las de
cualquier otro texto suyo, al punto que llama “dictador” a Perón (Ayala,
2012, 146), una costumbre de esos años que Ayala suele evitar.
Así pues, no parece desatinado preguntarse qué ha pasado. Y, probablemente, parte de la explicación esté en el texto mismo. El artículo comienza
con una aparente alusión de mucho prestigio literario, la famosa frase con
que Fray Luis de León retomara sus clases en Salamanca:
Casi inevitablemente, cuando se reanuda una comunicación intelectual
que circunstancias de fuerza interrumpieron, propende uno a incurrir en
versiones más o menos adaptadas del famoso “Decíamos ayer…” salmantino,
fórmula cuya enorme fortuna radica sobre todo en su elocuencia tácita.
Al omitirlas, desvaloriza, destruye y niega las circunstancias violentas que
vinieron a perturbar la serenidad de un orden superior situado por encima
de las miserias del tiempo. Pero en mi caso sería inadecuado repetir ahora
esa actitud […] porque me parece que implicaría un error, trágico y a la vez
grotesco, el suponer que este penoso período ha sido un mero paréntesis, y
que ahora puede reasumirse, sin más ni más, la continuidad con el pasado
anterior a él (Ayala, 1972, 265).
Detrás de la alusión no hay tanto una referencia literaria, sino un modo
de ingresar en una discusión que ya estaba abierta en el ámbito intelectual
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porteño. En efecto, es factible reconocer, después del golpe militar del 16
de septiembre de 1955, diversas posiciones ante el gobierno peronista derrocado. La primera, acaso la más reconocible en el ala liberal de los golpistas,
pretendió convertir el peronismo en un mal sueño, en un “error histórico”
que había trastocado la “natural” marcha de la historia argentina. Allí, claramente, se coloca Borges, por ejemplo.
Así, el rechazo de La Nación no obedecería a un intento de evitar las
“contradicciones y polémicas”, sino, al contrario, a una ubicación en esa
polémica. Lo que Ayala propone en su texto es contrario a la línea editorial
del periódico. En los mismos meses, el diario Clarín, que iniciaba entonces
un largo recorrido de colaboraciones con las dictaduras, ofrecía una lectura
similar a la de Ayala. Desestimando el incremento de fusilamientos oficiales
y clandestinos que la dictadura produjo entre los días 9 y 12 de junio (una
verdadera “operación masacre”), en el editorial del 16 de junio de 1956, titulado “Un año de vida”, al cumplirse un año del golpe de Estado, Clarín decía:
el 27 de febrero [dijimos] que no era posible restaurar inmediatamente, como
por arte de magia, el orden y la normalidad después de un decenio largo de
desquicio y de sistemática destrucción de valores […]. Sin embargo, cabe
reconocer que en un año de afanosa labor reconstructora se han obtenido
ponderables resultados, así en el orden moral como en el material, aunque
todavía quede mucho por hacer.
Ayala, entonces, estaba mucho más cerca de Clarín que de La Nación –y
no sorprende, dada la importancia que tomará en su escrito la clase media,
una clase a la que Clarín, desde entonces, pretendió hablarle. Lo curioso, de
todas maneras, es que la posición de La Nación, que negaba al peronismo
como una suerte de equívoco, de error histórico, era la misma que la de la
revista Sur. ¿Cómo pudo ser, entonces, que publicara la revista de Victoria
Ocampo un texto que atentaba contra sus mismas posiciones en una cuestión
nodal? La respuesta, en este caso, parece provenir del mismo campo cultural
en que interviene ese texto. Inmediatamente después del golpe militar de
1955, a finales de ese año (noviembre-diciembre), Sur había publicado un
número especial, el 237, titulado “Por la reconstrucción nacional”, duramente
criticado por otras publicaciones, como la revista Contorno. Vale decir, en
muy poco tiempo, desde principios de los años 50, han aparecido grupos
–conformados por esa misma clase media de la cual hablará Ayala, en gran
medida creada por el crecimiento económico del período peronista– que
empiezan a poner en tela de juicio la voz del grupo de la revista de Victoria
Ocampo.
Es un momento de fractura, en el que la hegemonía de Sur para delimitar lo “pensable” en el ámbito cultural empieza a ser puesto en entredicho.
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Es verosímil, pues, considerar que el texto de Ayala viene a proponer una
pluralidad de posiciones que en aquel número de Sur había sido muy tenuemente representada. La conflictividad del momento la prueba que, en el
mismo número 242 en que se imprime el texto de Ayala, aparece también
el texto de Borges “Una efusión de Martínez Estrada”, una defensa que a
su vez iniciará una extensa polémica con Ernesto Sábato. El grupo de Sur,
con ella, queda definitivamente fracturado.
Parte de esa crisis se inscribe en el texto de Ayala, dedicado no a discutir
con el peronismo –pues el peronismo es aquí una “otredad” absoluta, un
fenómeno sin entidad social– sino con la clase media, y en particular con el
sector intelectual de la clase media (vale decir, sus pares). Con un lenguaje
algo religioso y con el rigor extremo para considerar al prójimo que lo
caracteriza, Ayala hace responsables del peronismo a los intelectuales de
clase media. El argumento con que sostiene esta idea es algo curioso. Ayala
desestima las “diatribas” contra las clases altas que solía escuchar en Buenos
Aires, haciéndolas responsables del peronismo por “su pretendido egoísmo
y los métodos de fraude que durante varios decenios habían impedido el
acceso al poder de esas masas ahora activas y ululantes”, “como si [anota,
algo maquiavélicamente] en el terreno de la política y de la economía hubieran tenido aplicación jamás en ninguna parte las virtudes de la abnegación,
desprendimiento y caridad que labran la ciudad de Dios” (Ayala, 1972,
268-269). Es curiosa esta comprensión, esta modernidad política, para con
el grupo (que, según él, debía “lamentar más bien la abdicación que habían
hecho del mando social y político”), cuando su evaluación del peronismo
es sobre todo moral.
Si las clases altas no son culpables, en cambio sí lo es la clase media,
pues ella no lograba ver la conexión entre las ideas de los zafios “altavoces
oficiales” y las suyas propias. Ese vínculo era el nacionalismo. Ayala vuelve
así a uno de sus principales temas de preocupación como ensayista. Sin
embargo, ahora, habrá inflexiones particulares que, en el contexto de su
obra, resultan llamativas.
Su exposición interpola una posible objeción: “Querrá decir alguno,
impenitente, que una cosa es el nacionalismo ‘sano’ y otra muy distinta
los excesos del peronismo; que este régimen falsificó eso igual que todo lo
demás, sin escrúpulos ni respeto; que usó la patria, como usó la religión,
sin perjuicio de esgrimir luego contra ésta una bandera profanada a propósito” (Ayala, 1972, 270). Ayala concede visos de verosimilitud a la eventual
impugnación (“todo ello es muy cierto”), pero refuta: “no es menos cierto
que la acción de los desalmados jerarcas, haciendo baratillo de todos los
valores, se apoyaba sobre una amplia gama de desviaciones morales de
la masa, a las que contribuyó bastante, siquiera como condicionamiento,
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la educación nacionalista, tanto más eficaz cuanto impartida con buenas
intenciones y en términos plausibles”. Está ya en ciernes un segmento a
mi juicio central del texto, en el que Ayala reconstruye en pocas líneas la
historia de ese nacionalismo:
Durante la época liberal, el nacionalismo entraba a componerse, en los sujetos cultos de generaciones pasadas, dentro de un juego complejo de valores,
hasta integrar con ellos una estimativa rica, matizada; pero las masas, constituidas por individuos que carecen de tradiciones domésticas, estamentales
y profesionales, cuya formación religiosa es sumaria o nula, y para colmo
recién llegados a la nacionalidad, ¿qué de extraño tiene que acepten con
intensidad frenética y simplista una fe por cuya virtud pueden revestir de
patriotismo el propio resentimiento, transferir al Estado las propias pretensiones frustradas y hacerse la ilusión de que, trascendidos hacia la entidad
colectiva, se cohonestan los malos instintos? (Ayala, 1972, 270-271).
Si prestamos atención, de este resumen surge que el problema no es el
nacionalismo (pues en el siglo XIX –de él parece hablar– no trajo aparejadas las consecuencias de las que ahora hablamos). El problema es la masa,
que carece de tradición (¿cómo puede alguien carecer de tradición? Yo no
lo comprendo). De manera sorprendente para el lector de Ayala, sí hay un
“nacionalismo sano”. Hasta donde sé, no hay en su obra una aceptación como
ésta. Es un tácito, inesperado, seguramente involuntario reconocimiento de
que el problema no es un núcleo de ideas determinado sino posiciones de
clase.
Pero Ayala no lo nota y prefiere terminar con una suerte de mensaje de
esperanza: detectado el meollo de la culpa de la clase media (detectado por
él, claro) y visto que ese meollo no es algo específico de la Argentina sino
un problema “universal”, el problema ya puede ser tratado. Tampoco Ayala
parece notar –o querer notar– el fuerte componente nacional-católico de
la “Revolución Libertadora”. En esto, como en esa suerte de liberalismo
aristocratizante, algo nostálgico del siglo XIX, Ayala mantiene, sí, un nexo
reconocible con las posiciones de Victoria Ocampo.
Si lo anterior es cierto, la mayor o menor cercanía con Sur (que desde
ausencias hasta presencias tenues hay en ella) permitiría empezar a formular
hipótesis sobre las posiciones no sólo estéticas sino también políticas de los
exiliados en Argentina.
Pues, como ha señalado Oscar Terán, el período que se inicia en 1955 (y
al menos hasta 1966) se caracteriza por una producción intelectual “altamente
sensible a los acontecimientos políticos”. A tal punto que si esa “periodización cultural enfatiza el peso de los fenómenos políticos por sobre el de
otras series de la realidad, no hace con ello más que traducir lo que fue una
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HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR
convicción creciente pero problemática del período: que la política se tornaba
en la región dadora de sentido de las diversas prácticas, incluida por cierto
la teórica” (Terán, 1991, 15). Creo que esta afirmación es también atendible
para el ámbito literario.
De hecho, sin estas incidencias y estas circunstancias políticas, se harían
difíciles de entender algunas alusiones de su obra literaria. Desde que deja la
Argentina, lleva adelante el proyecto que estaba implícito en su famoso artículo “Para quién escribimos nosotros”, de 1949, e incorpora la representación
del espacio americano. Publica una recopilación de cuentos, Historias de
macacos, en Madrid, en 1955, y dos novelas, sus únicas novelas, relacionadas
entre sí, y relacionadas con ese género llamado “novela de dictador”. La
primera, Muertes de perro, es de 1958. Si bien el respeto al género (a Tirano
Banderas, por ejemplo) obliga a construir un espacio latinoamericano pero
imaginario –y tropical, claro– y, en ese sentido, no remite a ningún país en
específico (Ayala hace protestas sobre este punto en sus memorias), sería
difícil comprender la especificidad de algunas variantes sobre el género sin
atender a las alusiones al peronismo. En particular, la importancia de la figura
de la mujer del dictador parece invitar a la lectura en clave de la figura de Eva
Perón. Otros elementos, como el hecho de que a los miembros de la junta
que gobierna luego del derrocamiento del dictador se los llame “los Tres
Orangutanes”, también parecen clara referencia al proceso político argentino.
Pero más allá de estas insinuaciones, lo más interesante de considerar en
Muertes de perro es la figura del narrador. El relato, que se presenta como un
testimonio de los hechos a cargo de Luis Pinedo, un historiador encerrado
en su casa en medio del caos revolucionario, se revela en verdad la crónica
de alguien mucho más implicado políticamente de lo que en un inicio podía
parecer. La novela, pues, es sobre todo la historia de cómo una mirada aparentemente “neutral” esconde tras de sí los intereses del observador. No hay, es
claro en el relato, posición –por aséptica que se presente– que no sea política.
La escritura de esa novela, o la deriva de los hechos, parece repercutir en
el segundo escrito de Francisco Ayala sobre el peronismo. Si en el artículo de
1956 la enunciación adoptaba el tono sentencioso del sociólogo consagrado
que, fríamente, describe los hechos por duros que sean, el de 1962 ya desde
el título subraya la presencia del sujeto que enuncia: éste, más modestamente
que aquél, se titula “Una visita a la Argentina a mediados de 1962”. Esa
visita, de junio, es levemente posterior al derrocamiento de Arturo Frondizi,
presidente de un intento democrático muy tenue (pues el peronismo y el
comunismo seguían, y seguirían, proscritos) iniciado el 1 de mayo de 1958.
Los criticados, en este caso, serán agentes más claramente políticos: por
un lado Frondizi (por su pacto electoral con el peronismo pero, sobre todo,
por no haber traicionado ese pacto) y por otro los militares, por haber sido
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excesivamente democráticos. En efecto, Ayala reclama la premura con que
luego del golpe convocaron elecciones, sin haber desmantelado la adhesión popular a Perón. Por ello Ayala comprende que los militares se hayan
visto obligados a dar un nuevo golpe de Estado. Puesto que, en su mirada,
el ejército argentino no tiene nada que ver con el tradicional “militarismo
sudamericano”:
[su] origen y posición social los vincula a la nueva clase media; esa clase
que, por desgracia, ha carecido hasta el momento de la energía y de la visión
necesarias para asumir la dirección de la comunidad nacional. Tampoco
ellos mismos, los oficiales militares, se resuelven a dar el paso adelante; en
cierta medida, porque participan de la irresolución del sector social del que
son reflejo; y también, sin duda, por vacilar ante la incongruencia de una
dictadura militar ejercida en nombre de la democracia (Ayala, 1972, 278).
Ayala, en cambio, no vacila, y –en nombre de la democracia– reclama a
los militares el efectivo desmantelamiento de los sindicatos. Más allá de esos
reclamos, que bajo la excusa de la moral adquieren un carácter increíblemente
violento (y, desde luego, aparece mencionada la espada de San Jorge), me
interesa ahora retomar este aspecto que acabo de citar: el hecho de que se
hayan ahora vinculado Ejército y clase media. En el contexto de la “guerra
fría” y, en especial, de la revolución cubana, le preocupa a Ayala la deriva
sin rumbo de una clase media que puede ser encauzada por el “conglomerado seudorrevolucionario de peronistas y comunistas” hacia soluciones no
liberales, pues no ve “clase dirigente alguna que posea decidida conciencia
de su posición y la consiguiente voluntad de mando. En una sociedad tal,
las fuerzas armadas son exponente de una clase media que, a pesar de su
considerable volumen y abundancia de talentos, no ha mostrado hasta ahora
la capacidad suficiente para afirmar sus propios valores y dirigir a la nación
con referencia a ellos” (Ayala, 1972, 283).
Llama la atención que Ayala no note lo que dice. A la vez que reconoce
la incapacidad que tiene su posición de construir algún tipo de consenso
social (y, por lo tanto, reconoce que no hay otra vía para ella que la imposición por la fuerza), reivindica también la fusión de una institución como
el ejército con una clase, la clase media. Y llama la atención porque esto es,
hablando claro, corporativismo. Y un corporativismo de signo salvaje. En
efecto, parece no notar que, por vía de un liberalismo que no tiene empacho
en reclamar la suspensión de las libertades, ha llegado a una extraña variante
(no tan variada) del fascismo.
Asistimos, pues, al nacimiento de una figura reconocible. Los dos artículos de Ayala me parecen fundamentales porque, en muy poco espacio, narran
una historia, una historia no siempre fácil de ver. En algún sentido, es un pro-
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HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR
blema cultural que recorre la historia argentina la dificultad para comprender
cómo el liberalismo ha terminado entramado en regímenes dictatoriales. Los
textos de Ayala ponen en escena, muy escuetamente, cómo se construye la
figura de un intelectual que me atreveré a llamar –si me permiten la osadía–
“liberal totalitario”. La noción de “libertad”, básica, como es obvio, para
cualquier liberalismo, es redefinida para referir no ya a un retraimiento del
Estado sino a una serie de valores morales que sólo podrían ser encarnados
por la clase media. En tanto la clase media es pensada –y esto parece propio
de sociedades hispánicas– como exclusivamente relacionada con el sector
dedicado a los bienes y servicios en países en los que aún no se presentó un
Estado de bienestar, la asociación de los individuos es vista, en sí misma,
como un atentado a esa moral y a esa libertad apoyada sobre el individuo
aislado. Y toda asociación de los sectores obreros es vista como una eventual
caída en el corporativismo. De allí que se reclame un Estado militarizado
que intervenga para disolver toda forma de asociación que no represente a
los individuos de la clase media. El concepto de Estado se achica, sí, pero
de manera distinta a la prevista: el Estado sería ahora el representante de
una clase media que, por ser mera sumatoria de individuos, no puede ser
representado por ninguna parte, por ningún partido. Sólo la clase media
es, en esta versión, lo social. Por fuera de ella sólo quedan remanencias (la
oligarquía, siempre agonizante) o peligros (los obreros). Clase sin partido,
clase que no se quiere pensar como clase ni se quiere pensar como actor
político, sólo tendría –sólo tuvo– para enunciar socialmente ese partido
constituido por el monopolio de la fuerza, el militar.
Estos textos, así, muestran una sorprendente actualidad. Pues, bajo la
máscara del liberalismo, del progresismo, incluso, esa figura siguió –y sigue–
operando en nuestros ámbitos culturales y políticos. Por lo demás, si es cierto
que lo que se ha contado aquí es la historia de la conformación de la figura del
intelectual liberal antidemocrático, la fábula no deja de tener un final aleccionador. De hecho, la parábola se cierra de manera perfecta. Francisco Ayala,
en una carta de enero de 1955 (unos meses antes del golpe militar) dirigida
a la directora de Sur, le contaba que tenía ganas de visitar Buenos Aires pero
que –y la alusión política resulta obvia en el texto– tenía para ello que vencer
“otras resistencias y dificultades que opera[ba]n en sentido opuesto” (Ayala,
2009, 95). En 1977 no parece encontrar mayor inconveniente para volver a
esa ciudad. Gobernaba entonces la dictadura sin duda más terrible de toda
la historia argentina, heredera clara –y superadora– de muchas de las doctrinas y prácticas de la Revolución Libertadora (anticomunismo paranoico,
tecnificación y masificación de la tortura, liberalismo económico a ultranza,
enemistad acérrima con cualquier variedad del derecho laboral, etc.). Ayala
llegará entonces a la Argentina para participar del llamado “Diálogo de las
culturas”, cuyas actas se publicarían ya en 1978 en el último número de la
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revista Sur, clausurando una de las publicaciones más importantes del siglo
veinte argentino –y fundamental, sin duda, para entenderlo. El “Diálogo
de las culturas” –un inquietante oxímoron, en vista de lo que sucedía en el
país– fue auspiciado por la Unesco (que, de hecho, recibió en el encuentro
la cesión de una importante casona privada de San Isidro) y sirvió, como se
dice coloquialmente, para “lavar la cara” de la dictadura, cuyas manos ya
eran imposibles de limpiar. Era algo así como la versión letrada de lo que
al año siguiente sería el mucho más efectivo mundial de fútbol.1 Allí estuvo
Francisco Ayala, sin aparentes resistencias de su parte sino, según cartas y
comentarios posteriores dejan entrever, muy contento de haberse encontrado
con antiguas amistades. Por cierto, el nombre de la persona que presidía el
“Diálogo de las culturas” quizás no sea ni siquiera necesario nombrarlo,
pues era la anfitriona de siempre: Victoria Ocampo.
Bibliografía
Ayala, Francisco, 1972. Los ensayos. Teoría y Terán, Oscar, 1991. Nuestros años sesentas.
crítica literaria. Madrid: Aguilar.
Buenos Aires: Puntosur.
—————, 2009. “Cartas a Victoria Ocam- Vázquez, María Esther, 1980. “Victoria
po”, Revista de Occidente, 341, octubre: Ocampo, una argentina universalista”,
92-104.
Revista Iberoamericana, XLVI, 110-111:
167-75.
—————, 2012. Francisco Ayala en La
Nación de Buenos Aires, ed. de Irma Emiliozzi. Valencia: Pre-Textos.
Resumen:
Se analizan dos artículos publicados por Francisco Ayala en 1956 y 1962 (“El nacionalismo
sano y el otro: la Argentina a la caída de Perón”, aparecido en Sur, y “Una visita a la Argentina
a mediados de 1962”, en Cuadernos) en los que el autor se refiere a la política argentina. El
interés de estos dos textos radica en el hecho de que son escasas las ocasiones en las que un
exiliado republicano español se refirió de manera directa –y crítica– a gobiernos hispanoamericanos. Son textos, pues, que permiten conocer un aspecto del exilio muy difícil de reconstruir.
En ellos, al mismo tiempo, se puede estudiar el paso del liberalismo republicano a posiciones
autoritarias en la intelectualidad del siglo XX.
1
“El Dialogo de las Culturas se realizó en Villa Ocampo, en San Isidro […]. Estaban allí […] los
representantes más destacados del pensamiento moderno: el colombiano German Arciniegas,
los españoles Francisco Ayala y Julián Marías, el francés Roger Caillois, Alionne Diop del Senegal,
Von Keyserling, el ensayista japonés Tadeo Takemoto, el poeta libanés Salah Stetie, el venezolano
Juan Liscano, los argentinos Víctor Massuh, el padre Ismael Quiles, Fryda Schultz de Mantovani,
Ángel Battisttesa y el subdirector general de cultura de la Unesco, Allhudin Bammate. Victoria […]
hizo hincapié en las dificultades de dialogar y en los problemas terminológicos y metodológicos
que plantea la noción misma de la cultura. Este fue el primer encuentro que la Unesco realizó en
Villa Ocampo; se trataron los temas más candentes de nuestras culturas y la reunión fue un éxito”
(Vázquez, 1980, 174).
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HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR
Palabras clave:
Exilio, peronismo, Sur, La Nación, liberalismo, autoritarismo.
Abstract:
This study analyzes two articles by Francisco Ayala in which he refers to Argentine politics.
The articles, “Nationalisms Healthy and Otherwise: Argentina at the Moment of Perón’s Fall,”
and “A Mid-1962 Visit to Argentina”, were published in Sur magazine in 1956 and Cuadernos
in 1962, respectively. These texts are rare examples of an exiled Spanish Republican making
direct –and critical– references to a Hispanic American government. As such, they permit us
to explore an aspect of exile that has proven difficult to reconstruct. They also allow us to trace
the movement from republican liberalism to more authoritarian positions in XXth century
intellectual circles.
Keywords:
Exile, Peronism, Sur, La Nación, liberalism, authoritarianism.
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