Homilía del Obispo diocesano en la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María Catedral de Barbastro, 8 de septiembre de 2011 La Virgen María, como buena madre, nos congrega hoy a todos. Y aquí hemos acudido todos sus hijos a celebrar la fiesta de su nacimiento: los sacerdotes, las autoridades, las reinas de las fiestas, juveniles e infantiles, y un número muy elevado de cristianos que queremos honrar a nuestra madre con nuestra presencia y, sobre todo, con nuestra oración. Bienvenidos todos. Estáis en vuestra casa, la casa de nuestra madre. Ella nos acoge a todos. A todos nos quiere con el amor de madre, no hace distinciones. Todos somos sus hijos queridos, sobre todo los que viven momentos difíciles en sus vidas. Para todos quiere lo mejor. Por eso nos da a su Hijo que nos trae la paz y la salvación. Antes la hemos obsequiado con la ofrenda de flores en el Paseo del Coso. Era un gozo contemplar el maravilloso espectáculo de trajes regionales y de las mejores prendas de vestir para honrar a nuestra madre. Se percibía la emoción de los padres acompañando a sus hijos pequeños y la elegancia de todos para ofrecerle esas flores que son expresión de amor, de súplica y de gratitud. Recordar el aniversario del nacimiento de la madre es siempre motivo de honda alegría para cualquier hijo. Nosotros, los cristianos, que recibimos de Jesús a su madre como herencia, a través de Juan, el discípulo amado (cf. Jn 19, 26-27), tenemos a la Virgen María como verdadera madre celestial que guía nuestros pasos en la misión de llevar la Palabra y el amor de Dios a los hermanos. La Virgen María fue la mejor discípula de Jesús. Siempre se mantuvo unida a la misión de su Hijo; estuvo presente en los momentos más difíciles de su vida, particularmente en el doloroso camino de la Cruz. Jesús debió sufrir intensamente ante el dolor de su madre, tanto o más que por sus propios dolores, y en un gesto de infinito amor, antes de encomendar su espíritu al Padre, nos la entregó como preciado don para que fuera corredentora en la obra salvífica. María continuó su misión después de la muerte y resurrección de Jesús. Ella estuvo junto a los apóstoles en el cenáculo el día de Pentecostés y acompañó los primeros pasos de la Iglesia, y los sigue acompañando a través de la historia, con sus apariciones y mensajes, para que abramos los ojos y el corazón a Cristo. Este año hemos sentido de forma especial la presencia de la Virgen, nuestra madre, en dos acontecimientos muy importantes para nuestra Iglesia: en la celebración de acción de gracias por el 75º aniversario de los mártires de nuestra Diócesis y en la Jornada Mundial de la Juventud. El 12 de agosto fue una fecha significativa para nuestra Diócesis de BarbastroMonzón. En ese día celebramos cada año la memoria litúrgica del Beato Florentino, nuestro obispo mártir. Pero este año tuvo un significado especial por clausurarse, en esa fecha, el Año de Acción de Gracias a Dios por el testimonio de tantos mártires que tuvo nuestra Iglesia durante la persecución religiosa del año 1936. Nos vimos acompañados por el cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, quien presidió la celebración eucarística junto con varios obispos, los provinciales de los escolapios y de los misioneros, el abad de Leire y los sacerdotes de la diócesis. Participaron también más de ochocientos jóvenes, que estuvieron tres días en distintas ciudades de nuestra diócesis antes de acudir a la Jornada Mundial de la Juventud. Todos ellos quedaron profundamente impactados por el testimonio del obispo Florentino, del gitano Ceferino, “el Pelé”, de los seminaristas claretianos y de tantos sacerdotes, religiosos, seminaristas y laicos que ofrecieron su vida en el martirio perdonando a los mismos que les fusilaban. Todos salieron impactados, conmovidos, emocionados al visitar el Museo de los Mártires Claretianos, dispuestos a seguir sus pasos si hiciera falta. Algunos viven en situación de persecución religiosa en sus propios países, sin poder gozar de la libertad religiosa a la que todo ser humano tiene derecho. El otro acontecimiento que ha trascendido a todo el mundo ha sido la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Madrid, y que antes tuvo su presencia en las Diócesis españolas por la peregrinación de la Cruz y del Icono de la Virgen, y por la visita de tantos jóvenes en los días previos a las Jornadas vividas en Madrid. Por nuestra Diócesis han llegado a pasar más de cuatro mil jóvenes antes y después de la Jornada. Peralta de la Sal, lugar donde nació San José de Calasanz ha sido lugar de peregrinación para escolapios venidos de todo el mundo; el Museo de los mártires claretianos ha atraído a muchos jóvenes, no solo de la familia claretiana; el Santuario de Torreciudad ha sido visitado por miles de jóvenes; también hubo una presencia significativa de los jóvenes que siguen el Camino Neocatecummenal. Todo un acontecimiento de presencia de iglesia joven en nuestra Diócesis. Pero el acontecimiento central fue la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Casi dos millones de jóvenes venidos de 193 países. Haciendo un gran esfuerzo económico y humano para encontrarse con el Papa y escuchar su mensaje. Un mensaje claro y profundo que caló en lo más hondo de los jóvenes, prorrumpiendo en aplausos, cargados de emoción y gratitud, vitoreando al Papa, (parecía un joven de 84 años, como dijo Juan Pablo II), que conectó perfectamente con ellos por el trascendental mensaje que les transmitía: enraizar la propia vida en Jesucristo, el amigo fiel. En la misa de clausura, en la explanada de Cuatro Vientos, el Papa terminaba su homilía encomendando a los jóvenes a la Virgen: Rezo por vosotros para que ella os acompañe siempre con su intercesión maternal y os enseñe la fidelidad a la Palabra de Dios. Que todos en la Iglesia pastores y fieles, nos acerquemos cada día más al Señor, para que crezcamos en santidad de vida y demos así un testimonio eficaz de que Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios, el Salvador de todos los hombres y la fuente viva de su esperanza. El Papa ha valorado, a su regreso a Roma, la estupenda manifestación de fe que ha supuesto la JMJ para España, para el mundo y para todos. Para la multitud de jóvenes provenientes de todos los rincones de la tierra, ha sido una ocasión especial para reflexionar, dialogar, intercambiarse experiencias positivas y, sobre todo, rogar juntos y renovar el compromiso de enraizar la propia vida en Cristo. Estoy seguro que han vuelto a sus casas y vuelven con el decidido propósito de ser levadura en la masa, llevando la esperanza que nace de la fe. Gracias, Virgen María, por sentir tu ternura y cariño de madre. Gracias porque nos escuchas y acoges en los momentos más difíciles. Gracias porque hemos sentido tu presencia de madre en estas dos celebraciones. Acoge a nuestros hermanos que sufren: enfermos, parados, personas que viven la dura realidad de la soledad, niños que no sienten el cariño de sus padres porque han visto roto el hogar, jóvenes y mayores que no encuentran el sentido de la vida viviendo un relativismo que les destruye… Ayúdanos a saber ayudarnos los unos a los otros como buenos hermanos. Sabemos que esta es la mayor alegría de una madre: ver que sus hijos se quieren y se apoyan. Y felicidades en el día de tu nacimiento. Queremos hacerte feliz cumpliendo los buenos consejos que nos das que emanan de tu hijo Jesús nuestro hermano mayor. Así sea.