Nº: 27 - Educarchile

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Nº: 27
Liceo Domingo Espiñeira Riesco
Ancud- Chiloé
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Título del Ensayo: Leves y finitos: las marcas del errante.
Obra leída
: Cuentos de Juan Rulfo
Alumnos
: Benjamín Ignacio Torres Gálvez
Coralito Marisela Ruíz Ruíz
Katherine Alondra González Gómez
Matías Nicanor Galleguillos Muñoz
Profesor
: Rosabetty Muñoz
Nº palabras
: 1.702
Leves y finitos : las marcas del errante
“Se envidia a las locomotoras
porque saben a dónde van.”
Clemente Riedemann
“¿Quién diablos haría este llano
tan grande? ¿Para qué sirve, eh?”
Juan Rulfo
¿Cuál es el sentido de la existencia? ¿Qué es lo que buscamos todos los seres humanos
con tanta ansiedad? ¿Por qué sentimos a veces un vacío de difícil descripción? ¿Cómo
enfrentar la temprana condena de la muerte? ¿Dónde está situado nuestro “lugar en el
mundo”? ¿Por qué deseamos lo eterno si somos puro límite? ¿Es la conciencia nuestro
verdadero límite y no la muerte? ¿Es posible un estado de profunda plenitud, un estado en
el que ya no se tema “ser”? ¿A dónde vamos? ¿llegaremos? ¿existe realmente un lugar
donde arribar? Preguntas y preguntas que se acumulan en esta etapa de nuestras vidas. El
escritor mexicano Juan Rulfo nos expresa crudamente cómo estas interrogantes son
intemporales y abrasan a todos los hombres aunque no las verbalicen, aunque, como sus
personajes, sólo las sufran.
El ser humano tiene una herida desde que nace: se sabe efímero, leve y sobre todo,
definido por la muerte. El nacimiento y la muerte son límites que marcarán su obligado
tránsito; únicas realidades rodeadas por la incertidumbre que presentan todos los demás
aspectos de su existencia. Sabemos irremediables estos dos hitos temporales. Los sabemos
impuestos sin consideración alguna a nuestra voluntad.
Como una conmovedora representación de todos los hombres, los personajes de Juan
Rulfo han sido arrojados al llano grande donde los acosa un paisaje desolador y unas
condiciones de vida marcadas por la soledad y la pobreza. Un espacio sin límites aparentes
pero a través del cual los personajes caminan impulsados por motivos siempre precarios.
Están impelidos a seguir, a no llegar jamás, a desear el descanso de detenerse. Se parecen
entre sí en lo silenciosos, reconcentrados en su búsqueda, secos como la tierra sobre la que
caminan. “Llegará la noche y nos pondremos a descansar. Ahora se trata de cruzar el día,
de atravesarlo como sea para correr del calor y del sol (...) Lo que tenemos que hacer por
lo pronto es esfuerzo tras esfuerzo para ir de prisa detrás de tantos como nosotros y
delante de otros muchos. (...) Ya descansaremos bien a bien cuando estemos muertos.”
(“Talpa”)
Creemos, con Erich Fromm, que el problema esencial del hombre es el de su separatidad:
la ruptura de la unión primigenia entre hombre y naturaleza que lo ha dejado desvalido,
solo, abandonado frente a su levedad y al aparente sinsentido de su existencia. Esta ruptura
es producida por una característica privativa del ser humano: la conciencia, que lo hace más
vulnerable y que acentúa el abismo de su soledad. Buscar un alivio a esa sensación de
pérdida, a ese vacío y contrarestar la ineludible muerte es lo que guía (un poco a ciegas) el
tránsito del hombre por el corto período de su vida. Diversas son las formas que se eligen
para recuperar un estado de plenitud que se sospecha y anhela: la fe religiosa, los ideales
políticos, el trabajo, la actividad creadora. Hay también paliativos de efecto intenso y
efímero como el sexo, los agentes químicos, el adormecimiento de la conciencia.
Pareciera que Rulfo revisa cada una de estas respuestas vitales y las presenta como
inútiles en sus cuentos. Uno a uno, sus personajes empiezan y terminan sus historias
persiguiendo un rumbo existencial sin hallar el necesario consuelo ni menos ese lugar y
descanso que buscan.
La religiosidad que se muestra, especialmente en “Talpa”, entrega numerosas señas de
la cultura cristiano católica pero vividas por los personajes en una dimensión casi pagana:
ellos no van buscando a Dios mismo sino a una imagen de la virgen cuya mirada con sus
ojos de vidrio, bastaría para sanar las heridas tremendas de Tanilo. Y a pesar de todos los
sacrificios, del penoso avanzar y finalmente llegar frente a la imagen, de todos modos
Tanilo muere sin haber logrado su salvación. Los meses de caminata son una eternidad al
regreso sin Tanilo y sin esperanza.
Los ideales políticos están reducidos a la obediencia ciega de un caudillo que sí parece
saber a dónde va. En “El llano en llamas”, la soledad del hombre transita de escondite en
escondite, escapando de otros hombres como él que también creen buscar una vida mejor.
Como otras, esta posibilidad es un círculo vicioso porque al final, en una aparente
esperanza, llega a buscarlo a la cárcel una mujer con su niño, pero el pichón ve en los ojos
del hijo la maldad, su marca, cual indicio de que todo va a volver a comenzar.
La extrema necesidad económica conduce a la crueldad de resumir las aspiraciones en
un desesperado “tener para ser”, es decir, buscar la pertenencia a un mundo mejor por
medio de los bienes materiales, simbolizado, por ejemplo, en la vaca del cuento “Es que
somos tan pobres”: sin esta posesión, el destino de Tacha está marcado por la desgracia.
Pero donde Rulfo centra el ansia de sentido de sus personajes es en el impulso reflejo
del retorno a la armonía del origen. Aunque para ellos ese rumbo es muy concreto,
podemos interpretar que están desorientados y resignados a peregrinar en busca de la tierra
que será su hogar, pero ¿cuál es esa tierra? ¿dónde queda? ¿cómo es? Se sospecha un
territorio muy distinto al que les ha tocado sufrir, un sitio natural al cual puedan pertenecer,
el espacio al que se puedan entregar en un descanso amable. Por señas del texto sabemos
que sueñan con un verde “donde descansar los ojos” (“Luvina”); regado de ríos que ayuden
a la fertilidad de la tierra, donde el sol no pegue tan fuerte, un lugar donde la degradación
de la pobreza ceda su lugar a un trabajo digno. Se percibe que no es un espacio físico el
que anhelan; si le añaden características como las mencionadas, es por contraste con lo que
tienen: “No llovió (...) Y a mí se me ocurre que hemos caminado más de lo que llevamos
andado (...) Se me ocurre eso. De haber llovido quizás se me hubieran ocurrido otras
cosas”. (“Nos han dado la tierra). El extremo de la desesperanza es llegar a destino, como
en “Luvina”, descrito por uno que estuvo ahí y que regresó; uno que llegó a la tierra que
nadie les ha prometido y se encontró con más desolación. El punto de llegada es, en los
cuentos de Rulfo, una cruel representación del “paraíso”: el llano grande seco e inmenso
pero donde nada puede crecer (“Nos han dado la tierra”); un pueblo del que los viejos no se
van sólo por cuidar sus muertos (“Luvina”); el pueblo que dará salud a su hijo pero en cuyo
umbral lo descubre muerto (“No oyes ladrar los perros”). En, “Paso del Norte”, atravesar el
río grande es la posibilidad de conseguir dinero y mejores condiciones de vida, pero antes
de llegar, en la orilla misma del sueño, son atacados y muertos.
Fromm postula que el vacío de la separatidad se llena con el otro, con el amor. En lugar
de perseguir otros significados, es en los demás donde estaría la posibilidad de volver a
sentirse enteros. Los demás, a quienes los personajes rulfianos apenas perciben: son todos
tan primarios, tan concentrados en su problema esencial de sobrevivencia que están de a
uno en el mundo, solos frente a la inmensidad de la pobreza y el abandono. La palabra, lazo
que permite salir de sí y unirse a otros, no les sirve para entenderse. Duros y secos, hablan
sólo consigo mismos (por ejemplo el monólogo desesperante del padre en “No oyes ladrar
los perros”; o el del profesor en “Luvina”, donde uno llega a dudar de que haya otro
realmente al frente), sólo sus pensamientos parecieran tener voz. Aunque en los relatos
leemos intentos de acercamiento entre los personajes, éstos son en su mayoría fallidos: la
honda grieta que separa a los amantes después de acostarse juntos y más grande aún
después de la muerte de Tanilo en “Talpa”; los desencuentros persistentes entre padres e
hijos en “No oyes ladrar los perros”, “Paso del Norte”, “Diles que no me maten”, “Es que
somos tan pobres”. Sólo en el cuento “Nos han dado la tierra” se alude a los otros como un
eco lejano, después de tanto ir por el desértico llano, cuando van por “ese camino sin
orillas” sienten “el olor de la gente como si fuera una esperanza”.
Es conmovedor seguir a los personajes de Juan Rulfo en su búsqueda fracasada. Una
honda experiencia que permite identificarnos con este hombre presentado en los cuentos a
pesar de no reconocernos en los rasgos más evidentes. Más aún cuando nosotros
parecemos pertenecer a un espacio vital de las características soñadas por ellos: nuestra isla
es una tierra pequeña rodeada de agua y verde. Pero no es el paisaje lo que nos vuelve
distintos y nos fortalece, sino la cultura que se ha formado alrededor de esta naturaleza.
También aquí el hombre ha debido luchar con tesón por la sobrevivencia en medio de
adversidades climáticas y condiciones de aislamiento, pero generó respuestas comunitarias
que aún hoy son nuestro sello. Así, vivir al ritmo de las mareas y las estaciones recupera, de
algún modo, la sensación de unión con el orden primigenio y la completación de unos en
otros por la vía del cultivo de los afectos, ha sido herramienta para combatir hasta lo
inevitable de la muerte: cuando alguien se muere, sigue en la memoria de los vivos y
participa de los ritos, las decisiones, el amor. Es reconfortante para nosotros poder decir,
con el poeta Rolando Cárdenas que “todos nos reuniremos alguna vez bajo la tierra”.
Aún cuando la cultura tradicional de Chiloé está cambiando violentamente por la invasión
de la poderosa cultura global, nuestra formación tiene elementos profundamente arraigados
en los antiguos modos de vida, por tanto, frente a las preguntas del inicio, si bien no
tenemos certezas permanentes y sentimos, igual que todos los hombres la inseguridad de
sabernos frágiles y finitos, contamos con la voz contundente de la tradición que ha
entrevisto en esa cadena gruesa del amor una fuerza que hace sumar la densidad del otro a
la propia existencia.
Ancud, agosto 3 de 2006
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