Dominación romana en Aragón

Anuncio
2º de B.U.P. - Noc.
LOS ACONTECIMIENTOS
Ilergentes, sedentarios, celtas, vascones y montañeses de filiación insegura
convivían en las tierras del actual Aragón cuando Roma, en el año 218 antes de Cristo,
inició la conquista de la península. Roma dominó, uno tras otro, todos los intentos de
oposición. Durante seiscientos años los indígenas fueron incorporándose lentamente a
nuevas condiciones de vida, sufrieron en sus tierras los conflictos y divisiones de la
República y, salvo excepciones, acabaron integrándose en la nueva civilización. Durante
estos siglos, Caesaraugusta acabó convirtiéndose en el centro de una extensa región, que
quizá llega hasta el Cantábrico por Oyarzun, y abarcaba Navarra, la Rioja, los valles del
Jalón y del Henares, la Antigua Complutum, y buena parte de Lérida. La influencia
romana sirvió para limar las diferencias entre pueblos culturalmente muy diversos.
LA VIDA DE LAS GENTES
La dominación romana trajo consigo cambios significativos. Cesaraugusta se
convirtió en un importante nudo de comunicaciones, se estableció una tupida red de vías
de comunicación y se impulsó la vida en las ciudades. Se extendió el uso de la escritura,
la toga se impuso como vestidura oficial y las acuñaciones de moneda fueron más
numerosas. En Aragón se han encontrado excelentes muestras de arte romano, desde
escrituras en bronce o piedra hasta mosaicos de bellísima factura. Marcial fue uno de los
personajes más afamados de este periodo. En los poemas escritos por su mano añoró su
tierra natal, Calatayud.
EL VESTIDO: La toga, símbolo ciudadano
Ni me acuerdo de la toga. Cuando la pido, me acercan una túnica que tengo cerca,
sobre una silla desvencijada>> (Epigramas XII, 18). Así se expresa Marcial para ilustrar
la simplicidad de la vida bilbitana frente a la intensa actividad pública que llevaba en
Roma y que, como ciudadano, le exigía vestir continuamente la toga.
Igualmente, el geógrafo griego Estrabón, para subrayar de un modo un tanto
exagerado la romanización de Cesaraugusta y su entorno celtíbero en época de Augusto y
Tiberio, señala que sus habitantes se autodenominan <<togados>>, aludiendo a la
vestimenta exclusiva de los ciudadanos que, perceptivamente, debían llevar en las
ocasiones solemnes y los actos públicos.
La toga era una pieza grande y alargada de lana blanca (dotada de una franja
púrpura cuando la vestían magistrados, sacerdotes y niños), que se llevaba sobre los
hombros con el extremo izquierdo colgando hasta los pies y el derecho replegado sobre el
hombro izquierdo una vez que se había pasado bajo el brazo derecho. Bajo ella portaban
solamente la túnica, vestidura de manga corta que llegaba hasta las rodillas, abierta sólo
por la cabeza y los brazos y ceñida a la cintura mediante un cíngulo. Esta última era la
prenda habitual de la vida privada, del trabajo y de los no ciudadanos. Si no usaba la toga,
como protección exterior se recurriría a la pénula, un manto abierto y sujeto a la altura del
hombro mediante una fíbula o imperdible, o al sago con capucha, de origen hispánico.
Las mujeres vestían generalmente una estola sobre la túnica, que distinguía de ésta sólo
por su mayor longitud, hasta los pies, y mejor acabado. Como prenda de abrigo portaban
un manto sobre los hombros denominado <<palla>>.
EL DINERO: Moneda y comunicación
Otras de las consecuencias de dominio romano fue la extensión de la moneda, que
los indígenas desconocían previamente y sólo empezaron a acuñar inducidos por Roma, al
iniciarse la conquista y probablemente para finalizar los costes de la guerra.
Hasta mediados de siglo I después de Cristo emitieron series de plata y bronce,
caracterizadas por sus letreros en alfabeto ibérico y sus tipos particulares, pero ajustadas a
los pesos y patrones romanos. A partir de ésta fecha, y tras una corta etapa de leyendas
bilingës y tipos mixtos en algunas cecas, estas emisiones empezaron a ser sustituidas por
monedas con rótulos en latín y tipos romanos acuñadas por los nuevos municipios y
colonias: Lepida-Celsa, Cesaraugusta, Osca, Bilbilis, Turiaso y Osicerda. Sin embargo,
estas cecas locales sólo acuñaron en bronce, y el poder central se reservó la amonedación
de plata y la menos frecuente de oro, para asumir también la del bronce con Calígula a
mediados del siglo I d. de C., con lo que se cerraron las cecas municipales en pro de la
homogeneización del numerario.
La economía monetaria, no obstante, quedó circunscrita alas ciudades, y se
mantuvieron el trueque y los intercambios en especie en las zonas rurales. La moneda de
bronce, cuya unidad básica era el as, si bien como unidad de cuenta se utilizaba
habitualmente el sestercio (equivalente a cuatro ases), servía para los pequeños
intercambios. Para los grandes pagos y el ahorro se usaba el denario de plata (equivalente
a dieciséis ases y vocablo que originó nuestra palabra <<dinero>>) y el áureo de oro
(equivalente a 400 ases). La moneda no sólo cumplía una función económica, sino que
servía a las ciudades emisoras como símbolo de autonomía política e incluso como medio
de propaganda, puesto que, en un mundo sin medios de comunicación ni imprenta, era
uno de los vehículos más efectivos para hacer llegar con relativa rapidez un mensaje
conciso a la población.
LA MILICIA: Combatines y colonos
La región sólo conoció importantes concentraciones de tropas (sobre las que
disponemos de pocos datos) durante los años de la conquista, en el siglo II antes de
Cristo, y con motivo de las guerras sertorianas, cesariánas y cántabras en el siglo Y a. de
C. Durante el alto imperio careció de guarniciones permanentes, pues, al no contar la
península con fronteras exteriores que defender, la presencia militar se redujo pronto a
una sóla legión, la VII Gérmica, estacionada en León.
Sin embargo, con motivo de su fundación, Caesaraugusta acogió a veteranos de las
guerras cántabras, pues una de las monedas acuñadas en los últimos años de Augusto
muestra en el anverso, además del nombre del emperador, tres estandartes militares con
los nombres abreviados de tres legiones (tipo que se repetirá posteriormente) y en el
reverso un sacerdote conduciendo un arado tirado por una yunta de bueyes, en evidente
referencia al acto funcional de la ciudad.
Gracias a esta moneda conmemorativa del establecimiento de la
colonia hay constancia de que los primeros pobladores de la ciudad fueron veteranos de
las legiones IV Macedónica,VVictrix (<<Victoriosa>>) y X Gérmica, todas ellas
participantes en las guerras cántabras y fieles a Augusto.
LA LENGUA: Un mensaje para el futuro
Paralelamente a la conquista romana se difundió en la región el
uso de la escritura, de la que sólo a quedado constancia en los rótulos
monetales y las inscripciones sobre piedra, metal o cerámica. Los
primeros documentos fueron redactados con los signos ibéricos y la
lengua propia de cada pueblo, ya desde el siglo II antes de Cristo,
mientras que la primera inscripción latina, el ya citado miliario de las
proximidades de Candasnos, data de fines de esa misma centuria.
Desde mediados del siglo I antes de Cristo se impusieron en las
inscripciones la lengua y el alfabeto latinos que, un siglo después, una
vez que la política de fundación de colonias y municipios alentada por
Cesar y Augusto hubo madurado, se convirtieron en un elemento
característico del paisaje urbano.
Las inscripciones proliferaron durante los siglos I a III después
de Cristo por todas las ciudades del imperio hasta el punto de construir
uno de los elementos definidores de la cultura urbana clásica, que ha
llegado a definirse como <<civilización de epigrafía>>.
Sin embargo, los rótulos callejeros que tan familiares pueden
resultarnos ahora a quienes vivimos en ciudades atestadas de letreros,
eran bien diferentes de los actuales. Frente a los nuestros, redactados
sobre soportes efímeros y portadores de mensajes sobre todo
relacionados con el consumo, los antiguos, mayoritariamente en
piedra, se realizaron sobre esta materia con la finalidad de que
perduraran, mientras que sus contenidos afectaban ante todo a las
esferas de religión, de la política y, sobre todo, de la muerte.
En una sociedad que no creía en una vida de ultratumba y que valoraba
sobremanera la opinión pública, la única posibilidad de supervivencia personal radicaba
en mantenerse en el recuerdo colectivo aunque sólo fuera a través del propio nombre. De
ahí el predominio de los epitafios y su ubicación, no como hoy en recintos aislados de los
vivos, sino en lugares bien visibles, preferentemente en los accesos a la ciudad que, de
esta forma, se convirtieron en auténticas vías funerarias.
Por razones parecidas, las plazas públicas o foros se poblaron de inscripciones
honoríficas, en las que se detallaban los cargos y honores de las personalidades locales o
de los benefactores de la ciudad y que incluían naturalmente al emperador. En los
santuarios abundaron las lápidas, que los devotos utilizaron para asociar sus nombres a
los de una divinidad.
EL ARTE: La expansión de las ciudades
En Aragón se han conservado algunos ejemplos excelentes de la pericia de los
artesanos romanos en terrenos artísticos como la escultura, la confección de mosaicos, la
alfarería o el trabajo de los metales. La estatua broncínera conocida como la <<Dama de
Fuentes de Ebro>>, la espléndida cabeza de Augusto en agatónice, procedente de
Tarazona, o el mosaico cesaraugustano del triunfo del Baco, son algunas de las muestras
de su arte. Sin embargo, es probablemente en los ámbitos de la ingeniería, la arquitectura
y la planificación urbana, donde Roma produjo las creaciones más originales y
reveladoras de sus formas de vida.
Dentro de la ingeniería destaca la tupida red viaria que la administración imperial
tendió a través de la región. Aunque las primeras carreteras ya fueron trazadas en época
republicana, caso de la vía que unía el valle del Ebro con la costa mediterránea, fue a
partir de Augusto cuando la red alcanzó su fisonomía definitiva. Por primera vez esta
parte de la Península, como el resto del Imperio, contó con vías de comunicación terrestre
de calidad y transitables durante todo el año o gran parte de él, gracias a su ensolado y a
los puentes, con frecuencia de piedra, que permitían salvar corrientes de agua y otros
obstáculos.
El tendido adoptó en la región un carácter radial, centrado en Caesaraugusta,
convertida ya en el más importante nudo de comunicaciones de la región, en donde se
cruzaban numerosas vías.
Conservamos aún un buen número de columnas miliarias en piedra que, a lo largo
de las carreteras, informaban a los viandantes de las distancias y nombre de la vía y, a la
vez, ensalzaban el nombre del emperador que ordenó construirla o repararla.
Particularmente numerosas son las conservadas en las Cinco Villas, en los alrededores de
Candasnos (Huesca) y en el tramo que unía Osca e Ilerda.
La expansión romana en Occidente supuso la difusión de la ciudad, como hecho
urbano y político, que hasta entonces había contado con un desarrollo mínimo en estas
regiones. Desde el punto de vista político, Roma era la cabeza de una red de ciudades
dotadas de un territorio rural y una notable autonomía política y administrativa que, sólo
a partir del siglo II después de Cristo, empezaron a ceder competencias a los gobiernos
provinciales y central. Por otro lado, las funciones políticas, judiciales, económicas y de
ocio que comportaban las formas de la vida romana exigían un adecuado soporte urbano.
En consecuencia, el proceso de romanización comportó la creación de ciudades de nueva
planta, caso de las colonias y, al parecer, de algunos municipios o, cuando menos
profundas remodelaciones en los asentamientos indígenas que fueron romanizándose o
accediendo al derechos de la ciudadanía.
El Trazado de la Caesaraugusta romana.
Por desgracia, la mayor parte de las principales
ciudades romanas de la región yacen hoy bajo el suelo
de sus sucesoras modernas, que ocultan o enmascaran
su fisonomía original y dificultan sobremanera su
estudio. Este es el caso de Caesaraugusta, Osca y
Turiaso. Otras yacen en despoblados y han podido ser
una buena parte exhumadas (caso de Bilbilis o de la
desconocida ciudad de los Bañales, en Uncastillo) o
están en curso de serlo (Celsa). De todas ellas, la que
ofrece una imagen más próxima al estereotipo de una
ciudad romana de nueva planta la Caesaraugusta, cuya
fotografía
antigua
es,
por
desgracia,
todavía
insuficientemente conocida, en parte debido a su
destrucción
y enmascaramiento
por
la
ciudad
moderna, y en parte debido a que los numerosos
hallazgos recientes todavía no están en condiciones de
ser adecuadamente explotados por los investigadores.
En cualquier caso, se conoce bien el antiguo perímetro urbano de forma
rectangular, coincidente a grandes rasgos con el Ebro y el Coso (antiguo “cursus”). Se
conservan algunos lienzos de San Juan de los Panetes y en el convento del Santo
Sepulcro. Este límite fue trazado, según el antiguo ritual etrusco, por un sacerdote que
conducía un arado tirado por un toro y una vaca blancos, ceremonia a la que alude la
moneda caesaraugustana antes mencionada. Dentro de él, las calles se cruzarían en ángulo
recto a partir de dos ejes principales: el “decumano máximo”, que seguiría el eje esteoeste (que representaría la proyección del decurso solar) y el “cardo máximo”, orientado
de Norte a Sur.
Lo más probable es que el “decumano” coincidiera con la línea que forman las
calles Mayor y Manifestación, terminado al este en una puerta probablemente llamada en
la Antigüedad “Porta Romana”, si damos crédito a una inscripción descubierta al demoler
el antiguo Arco de Valencia. El “cardo” podría ir desde el “Tubo” hasta el puente de
Piedra. La ciudad contaba con una red de alcantarillas, de la que se han localizado
algunos tramos, y diversos edificios públicos, incluyendo termas y templos, de los que el
mejor conservado es el teatro sito junto a la calle de la Verónica.
Recientemente, los importantes hallazgos realizados en la plaza de La Seo y sus
alrededores permiten considerar la posibilidad de que los edificios más importantes se
concentraran allí, en torno al foro o plaza pública. Sin embargo, hasta el momento sólo se
han identificado los restos de una plaza porticada con “tabernas” o tiendas y lo que podría
ser una “basílica”, es decir un edificio destinado a albergar las actividades judiciales.
Pocos edificios pueden considerarse más característicos y reveladores del estilo de
vida romano que las termas, destinadas a facilitar a sus usuarios, tanto en invierno como
en verano, una adecuada higiene corporal y un espacio para el ejercicio físico que las
casas privadas, carentes habitualmente de instalaciones sanitarias, no podían ofrecer.
Quizá el más completo de entre los conservados en la región sea el de Los Bañales de
Uncastillo, que presenta la sucesión de estancias para masajes y unciones, para baños de
agua fresca y, mediante un sistema de calefacción basado en aire caliente que circulaba
bajo el suelo y tras las paredes, salas caldeadas que incluían desde bañeras con agua tibia
hasta cámaras sudatorias. Las instalaciones estaban complementadas por una letrina y una
palestra al aire libre para realizar ejercicios físicos. El abastecimiento de agua se
aseguraba mediante un acueducto, del que se conservan diversos tramos, tanto tallados en
la roca como sostenidos por columnas, y que servían también a las demás necesidades de
la ciudad.
La Casa de “los Delfines” en Celsa.
Las diferentes ciudades de la región aragonesa han proporcionado diversos restos
de arquitectura doméstica, entre los que el conjunto mejor conocido es el de Celsa, De las
casas exhumadas en la colonia hasta la fecha. La llamada “de los Delfines”, en su fase
final, proporciona un buen ejemplo de mansión señorial. Como todas las romanas,
disponía de escasas aberturas al exterior y se articulaba sobre espacios abiertos interiores.
Constaba de dos pisos y estaba dotada de pavimentos a base de mortero de cal con
arena y fragmentos de cerámica sobriamente decorados y de pinturas en paredes y techos
con diversos motivos geométricos, figurativos o arquitectónicos. La casa tenía dos
plantas, de las que sólo se conoce la inferior. Esta, producto de sucesiva remodelaciones,
constaba de dos partes. Una de ellas de carácter noble, contaba con grandes estancias de
reunión en torno a un patio, al que también se abría un pequeño atrio cerrado desde el que
se accedía a dormitorios y otras estancias residenciales. La otra mitad de la casa gravitaba
sobre un huerto, al que daban diversas habitaciones utilitarias (almacenes, graneros y
cuadras) sobre los que se alzarían los cuartos para la servidumbre.
ECONOMÍA Y SOCIEDAD
La concesión de la ciudadanía latina a los hispanos, otorgada por Vespasiano en
los años 70, supuso un importante cambio en la estructuración social y política de las
tierras que hoy forman Aragón, A partir de esa fecha, las elites locales pudieron disfrutar
de las ventajas de la ciudadanía. El modelo jerárquico del poder romano inspiró la
organización política en Hispania. Magistrados, senado local y asambleas ciudadanas
ejercieron las labores de gobierno. Los altos cargos de la administración eran reservados
para las grandes fortunas, y al sacerdocio se llegaba mediante elección y por un periodo
temporal. La economía continuó basándose en la agricultura. Surgieron las grandes
haciendas rurales, se impulsó la artesanía, y el emplazamiento de la región, puente de
culturas, ayudó a la extensión de un largo periodo de prosperidad.
Una organización jerárquica regida por el modelo romano.
Como consecuencia del proceso de conquista, la sociedad romana altoimperial
estaba integrada básicamente por una minoría de ciudadanos privilegiados y una mayoría
de extranjeros, cuyas comunidades (llamadas habitualmente <<estipendiarias>>) gozaban
de un grado de autogobierno variable en función de las condiciones bajo las que cada una
hubiera pactado su sumisión a Roma, pero en clara inferioridad de condiciones frente a
los ciudadanos. En consecuencia, en los 70 años después de Cristo sólo disfrutaban de
plenos derechos en la región los ciudadanos de Celsa, antes de ser abandonada,
Caesaraugusta, Osca, Bilibilis y Turiaso, además, naturalmente, de aquéllos que tuvieran
fijada su residencia en la zona.
Esta distinción, que era acusadísima durante la República y, en menor medida,
durante los primeros decenios del Imperio, se alteró de forma radical al conceder
Vespasiano la ciudadano latina a los hispanos en el año 70. Esta era una condición
intermedia entre los peregrinos y los ciudadanos, de la que previamente ya se habían
beneficiado dos comunidades indígenas de situación desconocida: Osicerda y Leonica.
Con la concesión de Vespasiano se eliminaban los aspectos más restrictivos de la
extranjería y se permitía el acceso a la ciudadanía romana a quienes desempeñaran cargos
públicos en ellas, de forma que las elites locales pudieron acceder lentamente al disfrute
de la ciudadanía plena. Fue precisamente su capacidad para integrar a los distintos
habitantes de las provincias la clave de la estabilidad que disfrutó el Imperio, culminada
cuando el emperador Caracalla concedió en la ciudadanía romana a todos los súbditos
libres el año 212 d. de C.
Los altos cargos de la administración, para las grandes fortunas.
Teóricamente, todos los ciudadanos tenían derecho a participar en las asambleas
electorales, legislativas o judiciales de Roma. Sin embargo, pocos podían o querían
desplazarse hasta allí, máxime teniendo en cuenta que pronto perdieron sus prerrogativas
en beneficio del emperador.
En cambio, las magistraturas superiores y los altos cargos administrativos sólo eran
accesibles a un grupo reducido de familias itálicas de inmensa fortuna (que
paulativamente fue abriéndose a los oriundos de las provincias): los senadores y los
caballeros. Los primeros debían disponer de una gran fortuna, fijada por Augusto en un
millón de sestercios, y haber sido elegidos para una magistratura superior. En sus manos
estaban, entre otros, los grandes mandos militares, los gobiernos provinciales y los altos
sacerdocios.
Los caballeros eran también hombres de gran fortuna, aunque el censo exigido
fuera la mitad del senatorial. Fueron reorganizados por Augusto para servir sobre todo en
cargos administrativos, financieros y jurídicos, con un rango al principio inferior al
senatorial, pero cuya importancia no cesó de crecer.
No conocemos con seguridad a ningún senador oriundo de la región y a muy pocos
caballeros. Si excluimos a Marcial, a quien Domiciano concedió este rango de forma
honorífica, la nómina queda reducida a Marco Clodío Flaco, ciudadano de Labitolosa
que, a mediados del siglo II después de Cristo, inició su carrera ecuestre en el Danubio
como tribuno militar de la legión IV Favia (según lo atestigua la inscripción oscense de
La Puebla de Castro).
Otros dos personajes, también documentados epigráficamente en el siglo II,
ejercieron en Tarraco el “flaminado” provincial, un alto cargo sacerdotal del culto al
emperador que solía dar acceso a la carrera ecuestre.
Eran Marco Valerio Capeliano y Marco
Sempronio Capitón. Ambos provenían de ciudades
pertenecientes al convento jurídico y ambos fueron
adoptados como ciudadanos y miembros del senado
local de Caesaraugusta, ciudad que, evidentemente,
constituía un trampolín hacia puestos más altos para
los miembros de las elites locales de los convento.
Esta no es una nómina completa, ni siquiera indicativa. La región hubo de producir
muchos más caballeros y, muy probablemente, algunas familias senatoriales, pero no ha
quedado recuerdos de ellos en la documentación epigráfica que es, en este terreno, casi
nuestra única fuente. La renovación del orden ecuestre, o de los caballeros , se basaba en
la promoción de los miembros destacados de las elites fundamentales.
Senadores, magistrados y sacerdotes
Colonias y municipios disfrutaban de una notable autonomía, disponían de sus
propias leyes y se gobernaban, a imagen de Roma, mediante magistrados, un senado local
y asambleas ciudadanas que, como la capital del Imperio, perdieron importancia con el
paso del tiempo.
El senado local u orden de los decuriores era un órgano oligárquico compuesto por
un centenar de miembros que debían acreditar una fortuna considerable, de cerca de cien
mil sestercios, al que se incorporaban cada año los magistrados cesantes. Era la máxima
autoridad local y regía los asuntos municipales mediante decretos que afectaban a casi
todos los aspectos de la vida comunitaria.
La autoridad ejecutiva era ejercida por jerarquizadas parejas de magistrados,
elegidas por las asambleas (posteriormente destinadas por el senado cuyo mandato duraba
generalmente un año. Los principales eran los <<duunviros>> que, además de llevar a
cabo un censo cada cinco años, tenían amplias competencias en materia administrativa y
jurisdiccional; y los ediles, encargados del ciudadano de la ciudad, de la policía, del
aprovisionamiento y de la organización de los juegos.
Por último, los <<cuestores>> administraban los fondos públicos. Había, además,
diversos sacerdotes también electivos y temporales: culto oficial, los <<augures>>,
encargados de la consulta de los augurios, y los <<flámines>>, afectados al culto imperial
y uno de los pocos cargos desempeñados en ocasiones por mujeres. Este último es el caso
de Porcia Materna, una fémina osicerdense casada con un caballero, que desempeñó el
cargo a partir del siglo II en Oscierda, Caesaraugusta y Tarraco, y fue finalmente
nombrada << flamínica>> provincial.
Tampoco son muchos los magistrados y sacerdotes municipales conocidos a través
de la inscripciones. Además de los caballeros citados, que ejercieron previamente
magistraturas en sus comunidades, sólo cabe añadir a la lista a los magistrados
atestiguados en Osca, Osicerda y un municipio desconocido de la provincia de Teruel; y a
un edil caesaraugustano que hizo grabar su nombre en los tubos de plomo que,
atravesando el Ebro, aseguraban a la ciudad el aprovisionamiento de agua.
Contamos sin embargo con un buen número de testimonios en las monedas
acuñadas entre Cesar y Calígula en Lepida-Celsa, Caesaraugusta, Osca, Bilbilis y Turiaso.
Mención especial merece el caso de los “seviros” augustales, sacerdocios también
del culto imperial muy codiciados por ex-esclavos, libertos y otras personas libres que
tenían vedado el acceso a las magistraturas. Conocemos un testimonio del mismo a través
de la inscripción que dedicaron a la Victoria Augusta dos de ellos en Osca: Lucio Sergio
Quintillo y Lucio Cornelio Febo, éste último quizá un liberto pues su último nombre,
Phoebus, es de origen griego, como gran parte de los nombre de los esclavos.
Junto a estos magistrados hay constancia de personajes que, si no alcanzaron tal
vez la magistraturas, si contaban con importantes fortunas, a juzgar por los monumentos
funerarios que se hicieron erigir. Es el caso de los Atilios de la comarca de Los Bañales,
que levantaron la tumba conocida como “Altar de los Moros” junto a Sádaba y, tal vez, el
importante mausoleo de Sofuentes (Sos del Rey Católico), o bien el de Emilio Lupo en
forma de templo de Fabara, como el anterior, fechado en el siglo II de nuestra era.
Escasea la información de los gripos sociales subalternos, ya que queda
prácticamente reducida a la nómina de nombres proporcionada por las inscripciones. Es
difícil precisar la extensión de la esclavitud, pues este grupo, considerado como una mera
propiedad, contaba con pocas posibilidades de hacerse grabar una inscripción, salvo en el
caso de esclavos públicos, como el cesaraugustano encargado de las conducciones de
agua de la ciudad, que dejó su nombre, Artemas, en un tubo de plomo, o domésticos que
fueran particularmente apreciados por sus amos.
En cambio, los ex-exclavos o libertos que, tras ser manumitidos o liberados,
trabajan con frecuencia en el comercio o la artesanía y residían en las ciudades,
plasmaron frecuentemente en las inscripciones el orgullo que su promoción social les
producía pues, al obtener la condición de sus amos, pasaban a menudo de ser esclavos a
ciudadanos, aunque con derechos recortados. En cualquier caso, la mayoría de los
individuos registrados en los epígrafes pertenecía al grupo de los hombres libres, ya
fueran ciudadanos o peregrinos.
Una economía basada en la agricultura
Aunque la información sea también
escasa
en
el
terreno
económico,
la
estructura debió ser fundamentalmente
agrícola, como en el resto del Imperio,
probablemente con un predominio de la
pequeña y media propiedad autosuficiente,
cultivada por sus propietarios con la ayuda
de algunos esclavos o jornaleros. Las
explotaciones,
orientadas
comercialización
de
los
a
productos
la
y
cultivadas por esclavos, las más rentables,
sólo eran posibles junto a concentraciones
importantes de población o bien cerca del
mar o de ríos navegables que permitieran
su
transporte
a
gran
distancia.
El
desplazamiento sólo era posible en la época
por mar, dada la lentitud y alto coste del
transporte terrestre.
Este tipo de hacienda pudo existir junto a los núcleos urbanos más importantes y
quizá en el valle del Ebro, navegable has La Roja. Sin embargo, nuestras fuentes escritas
no han dejado constancia de que ningún producto regional fuera conocido por su calidad
especial. Los cereales, la vid y el olivo, debieron ser los predominantes, junto con los
frutales y los cultivos de huerta en los alrededores de las ciudades.
Frente a la actividad agrícola, incluidas las tareas de transformación de los frutos
en vino, aceite o pan, la artesanía acupaba un papel secundario y se concentraba en las
ciudades si bien, a excepción de las forjas de hierro de Bilbilis y Turiaso alabadas por
Marcial y Plinio, no hay constancia de ninguna manufactura local de renombre. Si la hay,
en cambio, de dos alfares dedicados en Bronchales y Rubielos de Mora a la elaboración
de cerámica fina de barniz rojo, la llamada “sigilata”.
La instalación masiva de emigrantes itálicos desde fines del siglo Y después de
Cristo, con la incorporación de nuevas técnicas agrícolas y un cierto impulso demográfico
por una parte, y el papel mediador que la región desempeñó durante algunos decenios
entre el Mediterráneo y las regiones del interior por otra, unidos al largo periodo de paz
que disfrutó Occidente, fueron las bases de la prosperidad que se extendió por estas
tierras durante los primeros siglos de la era y que trajo hasta aquí productos cerámicos,
aceite, vino y objetos ornamentales desde diversos puntos de Italia, Las Galias y África
principalmente.
DIOSES, RITOS, OFRENDAS
También en el terreno religioso se impuso Roma. Sus creencias, fundamentalmente
pragmáticas, se basaban en que los dioses eran seres poderosos que podían intervenir en
los asuntos humanos y a los que había que ganarse cumpliendo los ritos y realizando
sacrificios y ofrendas. Roma acogió con facilidad las divinidades de los pueblos vencidos,
por lo que ante cada hombre se extendía una extensa nómina de dioses relativamente
especializados y a los que podía honrar según sus inclinaciones. Pero había también un
culto oficial: la tríada capitolina (Júpiter, Juno y Minerva), Roma divinizada y el
emperador. De las creencias religiosas contamos sobre todo en la región con inscripciones
erigidas casi siempre en cumplimiento de un voto (a Diana en Albarracín, a Hércules en
Manzanera, a Tutela en Alhama de Aragón y Caesaraugusta), ofrecidas en honor del
emperador o de sus virtudes (como la de la Victoria Augusta de Osca).
Las más frecuentes son las funerarias dedicadas a los dioses Manes (D,M.),
potencias subterráneas entre las que el muerto había de llevar una existencia casi inerte.
MAPA DE ARAGON EN LA ÉPOCA ROMANA
BIBLIOGRAFÍA
Historia de Aragón. Editado por Heraldo de Aragón. Coordinación general de la
obra: Guillermo Fatas Cabeza. Coordinador del fascículo: Francisco Beltrán Lloris
Aragón en su historia. Editado por la Caja de ahorros de la Inmaculada.
Coordinadores de los fascículos: Laura Sancho Rocher y Francisco Beltrán Lloris.
Descargar