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Piedecuesta, Floridablanca y
Bucaramanga: escenarios de
la intransigencia católica en
Santander, 1930-1931*
Ivonne Vanessa Calderón Rodríguez∗∗
[…] Y siendo el liberalismo un sistema lleno de errores los más absurdos, es
claro que es necesario y útil predicar contra él, para que los fieles se guarden
de manchar con esos errores la pureza de su fe […] Se nos manda predicar
contra esos errores y hay que obedecer. SE PUEDE HABLAR EN EL PULPITO
DE LOS LIBERALES […] Solo se debe atacar el error en el pulpito, pero que el
sacerdote cuide de no descender de esa altura al terreno de las personalidades […]1.
Resumen
Este artículo presenta una breve indagación del fenómeno de la beligerancia clerical
en Santander y la participación política de los curas en los debates electorales que
dieron lugar al retorno del liberalismo al poder entre 1930 y 1931. Fundamentado
en el estudio del catolicismo a través de las corrientes religiosas, muestra, por medio
del caso particular de tres párrocos, cómo se vivió la radicalización del catolicismo
tradicionalista en Santander con la puesta en marcha del catolicismo intransigente,
* Artículo recibido el 1o de marzo de 2013 y aprobado el 7 de mayo de 2013. Artículo de investigación
científica y tecnológica.
** Historiadora y candidata a Magíster en Historia de la Universidad Industrial de Santander. Miembro del
grupo de estudios del Hecho Religioso Sagrado y Profano del Instituto Colombiano para el Estudio de las
Religiones, ICER, Capitulo UIS. Dirección de contacto: [email protected]
1. Instrucciones del ilustrísimo señor obispo de Pasto. Al clero de su diócesis. Sobre la conducta que ha de
observar contra los liberales en el pulpito y en algunas cuestiones de confesionario (Pasto: Imprenta de la
Verdad, 1902). Archivo Arquidiocesano de Nueva Pamplona (AANP), Sección: folletos sobre el liberalismo,
Fondo: impresos varios, caja 1.
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Piedecuesta, Floridablanca y Bucaramanga: escenarios de
la intransigencia católica en Santander. 1930-1931
enfrentado abiertamente al liberalismo en la región. Para ello, inicia presentando la
respuesta del clero ante el regreso de los liberales al gobierno en 1930 y posteriormente esboza las acciones de los párrocos en el debate electoral del 1o de febrero de
1931. Finalmente, demuestra que para la época, en medio de la fuerte liberalización
de Santander, se dieron casos muy concretos de violencia clerical que permiten seguir
argumentando la preeminencia de la intransigencia católica.
Palabras clave: Intransigencia católica, beligerancia clerical, debate electoral, liberalismo, conservatismo, Santander.
Abstract
This article presents a brief investigation of the phenomenon of clerical belligerence in Santander and political participation of priests in election debates that led to
the return of liberalism to power between 1930 and 1931. Based on the study of
Catholicism religious currents, shown by the case of three priests, how they lived radicalization of traditionalist Catholicism in Santander with the launch of Catholicism
intransigent openly confronted liberalism in the region. This starts by presenting the
response of the clergy to the return of the liberals to government in 1930 and then
outlines the actions of the pastors in the electoral debate on 1 February 1931. Finally
the time shows that amid the strong liberalization of Santander were very specific cases of clerical violence that tracks arguing the primacy of the Catholic intransigence.
Key words: Catholic intransigence, belligerence clerical, electoral debate, liberalism,
conservatism, Santander.
Introducción
Los años treinta del siglo pasado fueron testigos de una radicalización progresiva del catolicismo tradicionalista2 en Colombia, que, abiertamente politizado, afian2. “El catolicismo tradicionalista fue, durante el siglo XIX, la corriente con raíces más sólidas y mejores
armas. Sus orígenes se remontan a la Edad Media, y su consolidación filosófica, política y teológica data
de los años posteriores al Concilio de Trento, favorecida por una política del Papado que, ante el avance
de la Reforma Protestante, la consolidación de los Estados nacionales y la pérdida de su poder temporal,
fomentó un determinado tipo de representaciones, expresiones, ética y organización […] Sus doctrinas
fueron tan difundidas entre laicos y clérigos y tan respaldadas por la jerarquía eclesiástica, que incluso,
erróneamente han sido expuestas e interpretadas como ‘el’ pensamiento de la ‘Iglesia’ […] En ella, a lo
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zó su discurso intransigente3 afirmando la incompatibilidad entre la Iglesia católica y
el mundo moderno, apoyado en las exhortaciones de las encíclicas Syllabus y Quanta
Cura4, publicadas en 1864 durante el papado de Pio IX, en las que se señalaban los
errores del liberalismo y se impedía cualquier actitud tolerante con las doctrinas que
se enfrentaban a los dogmas de la Iglesia. En este contexto, como en otros, la corrupción del mundo, según Weber, permitía incorporar en la ética el elemento de la
violencia a fin de combatir las ideas extrañas y pecaminosas que ponían en peligro la
estabilidad del mundo5.
Sin lugar a dudas fue esta corriente del catolicismo la que afianzó la reacción
beligerante de la institución eclesiástica –no solo en Colombia, sino también en países
largo del siglo, se desarrollaron y derivaron otras corrientes que acentuaron distintos aspectos, bien lo
político, lo religioso o lo social. Las más conocidas, para el siglo XIX, son el Ultramontanismo –que puso
su acento en la sujeción de la Iglesia a la autoridad del Papa- el Catolicismo Social –que buscó una
solución intermedia entre el liberalismo y el socialismo para afrontar la creciente ‘cuestión social’- y el
Catolicismo Intransigente, que se opuso con ardor a cualquier diálogo entre la Iglesia y el mundo moderno”. William Plata Quezada, “El catolicismo en Colombia y sus corrientes 1850-1880” (Tesis Maestría en
Historia, Universidad Nacional de Colombia, 2001), 20.
3. Para Émile Poulat esta corriente del catolicismo es intransigente porque es “[…] primero que todo
antiliberal, la negación y la antítesis de ese liberalismo que constituía la ideología oficial de la sociedad
moderna; pero también inflexible sobre los principios que lo llevaban a asumir esa posición”. Émile Poulat,
Le catholicisme sous observation (entretiens avec Guy Lafon) (Paris: Editions du Centurion, 1983), 74;
Ricardo Arias Trujillo, El Episcopado colombiano. Intransigencia y Laicidad, 1850-2000 (Bogotá: Ediciones
Uniandes-ICANH, 2003), 59. Para el profesor Plata, el catolicismo intransigente fue la radicalización del
discurso de la corriente tradicionalista después de la proclama del Syllabus y la victoria de regímenes
liberales en Europa luego de la Revolución de 1848. “El catolicismo intransigente expresaba ya no solamente una defensa de los principios cristianos tradicionales […] como se dio en la segunda mitad del
siglo XVIII y la primera del XIX, sino que pasaba al ataque, favorecido por el contexto que acabamos de
describir. Su característica principal fue, entonces, el dualismo, negando la posibilidad de virtudes en el
contrario. Detrás de esta intransigencia se encontraba, sin duda, una gran carga revanchista contra los
ataques propiciados por las doctrinas liberales, socialistas y racionalistas y especialmente los regímenes
liberales desde finales del siglo XVIII”. William Plata Quezada, “El catolicismo en”, 28
4. El Syllabus de 1864 que condena los ochenta errores modernos, expresa categóricamente lo que
no puede hacerse: “La Iglesia puede y debe reconciliarse y componer con el progreso, el liberalismo y la
civilización moderna”. La obligación de no transigir con el liberalismo, junto a la infalibilidad papal y el
dogma de la Inmaculada Concepción de María aprobados por el Concilio Vaticano I en 1870, aparecen
formando parte de la misma estrategia romana. Fortunato Malimacci, “Catolicismo y liberalismo: las
etapas del enfrentamiento por la definición de la modernidad religiosa en América Latina”, Sociedad y
religión n.o 20-21 (2000): 33.
5. Max Weber, El político y el científico (Barcelona: Altaya, 1995), 170.
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como Argentina, México y España– frente a las prácticas políticas propias de la modernidad, heredadas de la Revolución Francesa6 y de los regímenes liberales de Europa
después de las revoluciones de 1948.
En el marco del debate electoral de 1930 en Colombia, la intransigencia católica y la beligerancia clerical se fueron haciendo más tangibles, máxime cuando
la jerarquía eclesiástica temió perder la influencia que había sido garantizada bajo
el régimen de cristiandad7 consolidado con el Concordato de 1887. No obstante, al
interior de la institución eclesiástica se presenciaba una “tensa calma” porque para
algunos sectores del clero no eran tan evidentes “[…] amenazas doctrinarias inmediatas o cambios en las estructuras de poder que pusieran en peligro los arreglos del
Concordato”8, a excepción de una neutralidad religiosa y una educación parcialmente
controlada por el Estado9. Realmente el triunfo de Olaya permitió prever una posibilidad de transición política relativamente pacifica, que hizo de Colombia un caso particular en un contexto latinoamericano en el que las ciudades ya vivían importantes
procesos de secularización.
De manera que, siguiendo la tesis de Guerrero, el antiliberalismo de la institución eclesiástica colombiana de los años treinta adquirió en sus inicios un carácter
preventivo; aunque la desconfianza de los sectores más radicales de la jerarquía ante
el arribo del liberalismo hizo que varios obispos, entre ellos Monseñor Builes, consideraran las reformas emprendidas como “una campaña contra Dios y la Iglesia que
busca la separación entre la Iglesia y el Estado”10. En este orden de ideas, el episcopado
6. Helwar Figueroa Salamanca, “Intransigencia católica en Colombia durante los años treinta”, Asociación de cientistas sociales de la religión de Mercosur Vol.: 7 (2005): 106.
7. Para José David Cortés, el régimen de cristiandad “[…] justificaba el orden social caracterizado por el
statuo quo, las jerarquías, la dificultad en la movilización social, la hegemonía de las clases dominantes
sobre una nación, el control social por parte de los miembros de la Institución eclesiástica empleando
aparatos estatales como la escuela pública, etc. En términos específicos, el régimen de cristiandad amparaba una teodicea justificativa del goce del poder, así como la justificación del orden establecido, la
sumisión y la subordinación”. José David Cortes Guerrero, Curas y políticos. Mentalidad religiosa e intransigencia en la diócesis de Tunja 1881-1918 (Bogotá: Ministerio de Cultura, 1998), 109.
8. Javier Guerrero Barón, Los años del olvido. Boyacá y los orígenes de la violencia (Tunja: Universidad
Pedagógica y Tecnológica de Colombia, 2007), 22.
9. Helwar Figueroa Salamanca, “Intransigencia católica en”, 105.
10. Fernán González González, Poderes enfrentados. Iglesia y Estado en Colombia (Bogotá: CINEP, 1997),
286.
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empezó a mover todas sus fichas para evitar poner en peligro el “orden católico” y,
condicionado por estos temores, fue perfilando un “campo religioso a la defensiva”11
en el que la crítica clerical se convirtió en una herramienta cotidiana de la jerarquía
eclesiástica12 empleada en sus continuas intervenciones en la esfera política y en
los debates electorales, como el de 1930, que paradójicamente le valió el fracaso al
conservatismo.
Así entonces, bajo la República Liberal la institución eclesiástica tuvo un papel
protagónico en los hechos de violencia, impulsada por su discurso intransigente que
se hizo cada vez más fuerte en la provincia, en donde “los curas de pueblo estaban
prestos al ataque o la defensa”13. Al iniciar la década del treinta los clérigos fueron de
nuevo condenados por el liberalismo por instigar al enfrentamiento político a través
de los “sermones incendiarios” en los púlpitos y en la prensa eclesiástica utilizados
en las diferentes regiones del país, aunque en algunas con mayor intensidad que en
otras, como ocurrió en Boyacá, Antioquia14 y los santanderes, en donde los curas de
las localidades adquirieron un “poder de movilización política”15 con el que consolidaron su intervención electoral “agitando las conciencias de los católicos para que éstos
empuñaran las armas y defendieran con su sangre la religión”16.
Este tipo de acciones intransigentes fueron comunes en Santander, fundamentalmente en la provincia de García Rovira17, que se convirtió en el foco de la violencia
política de los años treinta en el departamento. Aquí se expondrán algunos casos de
clérigos intransigentes en los municipios de Floridablanca, Piedecuesta y Bucaraman11. Fortunato Malimacci, “Catolicismo y liberalismo”: 34.
12. Gustavo Arce Fustero, “La violencia ritual contra el clero en España y Colombia” (Congreso Asociación de Historia Contemporánea, 2008), dialnet.unirioja.es/servlet/extaut?codigo=2279173
13. María Teresa Cifuentes Traslaviña y Helwar Figueroa Salamanca, “Corrientes del catolicismo frente
a la guerra y la paz en el siglo XX”, Ensayos críticos n.o 4 (2008), www.espaciocritico.com (Consultado en
diciembre de 2012).
14. Gustavo Arce, “El clero y la violencia en Antioquia 1949 a 1953” (Bogotá: XI Congreso de Historia
de Colombia, 2000).
15. Así nomina Gonzalo Sánchez Gómez el fenómeno de participación política del clero en la década del
treinta en Colombia, en el prólogo que realizó a la segunda edición del ya citado texto de Javier Guerrero.
16. Gustavo Arce, “El clero y la violencia”, 9.
17. La provincia de García Rovira estaba conformada para entonces por los municipios de Capitanejo,
Carcasí, Cerrito, Cepitá, Concepción, Guaca, Enciso, Macaravita, Molagavita, Málaga, San Andrés, San
Miguel y San José de Miranda.
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ga18, anexos a la jurisdicción eclesiástica de la Diócesis de Nueva Pamplona19, que han
sido escasamente escudriñados, entre otras, por un notable desinterés por el estudio
de la función legitimadora del orden en el discurso eclesiástico y su relación con el
surgimiento de los conflictos, que –retomando las palabras de Guerrero Barón– requeriría “investigaciones de lo local como el municipio y la parroquia que miren el
efecto real […] del sermón en[…] la conducta política de la población”20.
1. La respuesta del “eje intransigente” del catolicismo en
Santander ante el retorno del liberalismo: Trillos, Rivera y
Jordán reaparecen
Partamos por considerar, retomando las tesis de Guerrero, que la identificación partidista de la Iglesia católica había llegado a tal punto que, en varios momentos de la campaña antiliberal de 1930, “era difícil precisar si se trataba de motines
conservadores con apoyo eclesiástico o de levantamientos parroquiales con respaldo
conservador”21. Rápidamente la intervención electoral del clero fue una experiencia
nacional que desentrañó aún más los conflictos en la República Liberal, promoviendo
el desarrollo de la violencia política en el territorio22.
Pero este antiliberalismo del clero colombiano no fue solo una respuesta a los
proyectos políticos presentados por los liberales cuando retornaron a la esfera pública
18. En Floridablanca tenemos el caso del Pbro. Daniel Jordán, quien luego jugaría un papel relevante en
la violencia política de los años cuarenta. Para el caso de Piedecuesta, el vicario José de Jesús Trillos, y en
Bucaramanga el vicario Lorenzo Rivera. Estos presbíteros constituyeron lo que aquí se considera como el
“eje intransigente” del catolicismo en Santander: “Trillos-Rivera-Jordán”
19. La diócesis de Pamplona nació el 25 de septiembre de 1835 a través de la bula papal Coelestem
Agricolam, como una iniciativa política y de reorganización diocesana, por cuanto, a causa de la desarticulación de la Gran Colombia en 1831, se presentó la necesidad de ajustar las fronteras políticas a las
eclesiásticas y separar los territorios de la provincia de Pamplona supeditados a la diócesis de Mérida,
para anexarlos al arzobispado de Santa Fe y constituir la nueva diócesis de Pamplona. John Janer Vega
Rincón, “La reforma del clero parroquial de la diócesis de Nueva Pamplona. 1835-1872” (Tesis de pregrado en Historia, Universidad Industrial de Santander, 2006), 20.
20. Javier Guerrero Barón, Los años del olvido, 39.
21. Javier Guerrero Barón, Los años del olvido, 22.
22. Medófilo Medina, “Obispos, curas y elecciones 1920-1930”, Anuario Colombiano de Historia Social
y de la Cultura Vol.: 18-19 (1990): 203.
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en 1930; hizo parte, igualmente, de una reacción del clero a un escenario común de
ataque y animadversión frente al catolicismo vivenciado en países como México y
España, en los que la imagen sacralizada del cura fue blanco permanentemente, en el
contexto de la emergencia de gobiernos revolucionarios que resquebrajaron la vieja
relación Iglesia-Estado. La experiencia mexicana durante el gobierno de Plutarco Elías
Calles, marcada por La Cristiada o la guerra de los cristeros23, agudizó la defensa de la
tradición católica y produjo un imaginario de “guerra religiosa” que permeó al clero
en Colombia a través del despliegue de un temor generalizado al liberalismo plasmado
en publicaciones eclesiásticas y conservadoras.
La situación social mexicana se incorporó rápidamente a las noticias de La
Unidad Católica, la Revista Javeriana y otras tantas publicaciones eclesiásticas, en las
que se daba a conocer a los lectores católicos la realidad del clero en el país centroamericano. También los hechos acaecidos en la España de la segunda república fueron
expuestos en la prensa diocesana de Pamplona y fácilmente contribuyeron a agudizar
la tensión del clero frente a los avances del liberalismo y la laicización en varios países.
Ante los hechos de Sevilla, en mayo de 1931 informaba el semanario diocesano:
En esta ciudad fueron quemados cinco conventos por republicanos extremistas; el
gobierno declaró la ciudad en estado de sitio […] el furor se ha ensañado sobre todo en
los cuadros celebres y en las vestiduras eclesiásticas […] en Madrid […] los grupos extremistas recorren las calles gritando mueras a la religión […] varios conventos fueron
devorados por las llamas […]24.
La situación social se hizo más tensa y el clero se sintió inmerso en un “estado de alerta” que fue configurando su accionar beligerante. En respuesta, fue en
este contexto en donde la imagen del cura párroco se fue perfilando como la de un
administrador de lo sagrado y de las acciones de carácter político25; al menos así lo
23. “Este movimiento, políticamente dirigido por el clero, buscaba renegociar su ‘status’ con el nuevo
régimen revolucionario. La lucha política se asentó en un proceso de subversión social en contra del anticlericalismo y el clientelismo agrarista de muchos de los caudillos revolucionarios. La defensa de la tradición católica, como parte integrante de la cultura y las instituciones populares, fueron el aglutinador de
las bases sociales de este movimiento”. Ricardo Pozas Horcasitas, “La consolidación del nuevo orden institucional en México (1929-1940)”, América Latina: Historia de medio siglo, tomo II, México, Centroamérica
y el caribe, eds. Pablo González Casanova (Ciudad de México: Siglo XXI editores, 2a edición, 1984), 263.
24. “Noticias nacionales y extranjeras, radiófono de la UNIDAD CATOLICA”, La Unidad Católica n.o 1545,
Año 49, Pamplona, mayo 15 de 1931.
25. María Teresa Cifuentes Traslaviña y Helwar Figueroa Salamanca, “Corrientes del catolicismo”, 11.
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evidenciaba la instrucción de la diócesis de Nueva Pamplona, en la que se exhortaba a
los feligreses a rechazar la candidatura liberal olayista argumentando que:
La candidatura liberal es un peligro, y los católicos deben trabajar con todo entusiasmo
y decisión para contrarrestar el éxito que el liberalismo anhela en las elecciones del
9 de febrero. Por eso ningún católico puede dar, ni comprometer su voto por Olaya
Herrera, y es preciso que todos los hijos de la Iglesia se pongan en guardia contra las
promesas y zalamerías de los agentes del liberalismo26.
Para ese debate electoral el partido conservador tenía dos candidaturas presidenciales que fueron las causantes del debilitamiento de la unidad del conservatismo
y, de alguna manera, de su fracaso electoral. Ni Vásquez Cobo, ni Valencia estaban dispuestos a renunciar a la candidatura, situación que prendió las alarmas al interior del
episcopado y en varias regiones, como en los santanderes, en tanto el acuerdo años
atrás, bajo el arzobispado de Bernardo Herrera, había sido el respaldo a la campaña
presidencial del general Vásquez. Con la llegada de monseñor Ismael Perdomo a la dirección del episcopado colombiano –y junto con él su indecisión–, la imagen política
de la Iglesia católica se debilitó y la división al interior de la institución eclesiástica en
relación con el apoyo a la candidatura conservadora se reflejó, de igual forma, en la
polarización del clero de base27.
Siguiendo la instrucción de Perdomo, en la diócesis de Nueva Pamplona fue
vociferado el apoyo a la campaña de Vásquez a través de su semanario La Unidad
Católica, en el que se sostenía:
Vista la actitud del liberalismo en el actual debate electoral, y la orden de las logias
para atacar al clero, se impone urgentemente la unión de los católicos, siguiendo el
consejo sapientísimo del primado, al aconsejar la candidatura del general. Los actuales
peligrosísimos momentos exigen la disciplina absoluta alrededor del jefe de la Iglesia,
Monseñor Perdomo. Cuando el peligro amenaza no hay lugar a vacilaciones […] el
clero de la diócesis de Nueva Pamplona, va resueltamente con su obispo, Monseñor
Afanador, y con el ilustrísimo prelado colombiano […] el clero está resuelto a vencer
o morir –sagrada consigna de los valientes–, pero no tercamente, sino guiado por el
ideal […] a proceder del mismo modo invitamos a todos los católicos de la diócesis28.
26. “El liberalismo en la lucha electoral”, La Unidad Católica n.o 1521, Año 48, Pamplona, enero 31 de
1930, 140.
27. Medófilo Medina, “Obispos, curas y elecciones”, 196.
28. “Unión Horrenda, desunión sorprendente, invitación patriótica”, La Unidad Católica n.o 1519, año 48,
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Pero extrañamente para los santandereanos, el 22 de enero se conoció el “viraje radical” que dio el arzobispo ad portas del debate electoral de 1930, con el que
decidió transferir el apoyo a Guillermo Valencia por orden del Vaticano, que después
de conocer las razones del presidente Abadía Méndez para negar el apoyo a Vásquez –
por haber sido el ejecutor de su exilio durante el gobierno de Reyes29– concibió estratégico replantear su decisión. De manera que, después de la nueva determinación de
monseñor Perdomo frente al apoyo a la candidatura de Valencia, monseñor Afanador
y Cadena, obispo de Nueva Pamplona, dio nuevas orientaciones a los párrocos y sus
parroquias y se pronunció en 1930 manifestando que:
[…] no sólo con respeto, sino con espíritu de profunda obediencia, recibimos la última
resolución del ilustrísimo y reverendísimo Señor Arzobispo primado; es la voz de la
Iglesia y como católicos no tenemos otro deber que seguir lo que se manda. Apoyábamos con decisión la candidatura del general Vásquez Cobo; había libertad para ello;
pero hoy cuando el dignísimo primado nos señala el camino que debe seguirse, nos
muestra el deber imperioso de unir las fuerzas católicas para defender los grandes
intereses de la religión y de la republica cristiana, no vacilamos ni por un momento
en la obediencia […] el clero está dispuesto a vencer o morir pero no tercamente sino
guiado por el ideal, y procurando la rectitud y la justicia en todos sus actos. A proceder
del mismo modo invitamos a todos los católicos de la diócesis30.
Este giro reprodujo en el clero diocesano la división que se estaba viviendo
en el episcopado; “al fin y al cabo cada sacerdote se sentía en su parroquia, y en no
pocos casos en su convento, como cifra básica de un orden nacional”31. Sin embargo,
muy a pesar del cambio de dirección realizado por la jerarquía eclesiástica, algunos
clérigos de Santander, motivados por su fuerte animadversión al liberalismo, en un
acto de desobediencia continuaron ofreciendo su apoyo a Vásquez32, en quien veían
Pamplona, enero 17 de 1930.
29. James Henderson, La modernización en Colombia, los años de Laureano Gómez, 1889-1965 (Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2006), 253.
30. “Ante el peligro se impone la Unión. La voz de la Iglesia”, La Unidad Católica n.o 1520, Año 48, Pamplona, enero 24 de 1930.
31. Medófilo Medina, “Obispos, curas y elecciones”, 196.
32. Debe recordarse que “a muchos clérigos les desagradaba Valencia y desconfiaban de él, y por consiguiente, desobedecieron las ordenes de Perdomo. Recordaban la alianza poco santa que él había hecho
con los liberales en 1918, su pasado bohemio y el hecho bien conocido de que Valencia era un mujeriego,
de que sus hijos ilegítimos presuntamente llegaban a más de doscientos […] por consiguiente muchos
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una verdadera oposición; y en concordancia con lo que estaba emergiendo a nivel
nacional33, la escisión fue reproducida por el clero de base, lo que llevó indirectamente
al fortalecimiento de la campaña liberal de Olaya Herrera. Por ejemplo, Piedecuesta
fue uno de los pueblos santandereanos que se apartó de la orientación del episcopado
por instrucción de su párroco, de quien decía el diario liberal:
El doctor José de Jesús Trillos, cura de esta parroquia y bastante conocido como partidario activo y decidido del general Vázquez Cobo, se abstuvo de leer en la misa parroquial de ayer la circular del señor arzobispo primado en que ordena trabajar con la
candidatura de Valencia. Esta actitud confirma los rumores de que gran parte del clero
de este departamento, sino la totalidad, continuaron tan Vasquiztas como lo ha sido
hasta hoy a pesar de las ordenes arquiespiscopales34.
La ruptura entre el clero santandereano no fue soterrada. Los párrocos abiertamente manifestaron las preferencias políticas; así ocurrió con Lorenzo Rivera, vicario
de Bucaramanga, y José de Jesús Trillos, vicario de Piedecuesta, quienes sostenían “[…]
los suscritos, después de consultar el bienestar religioso y social resuelven confirmarse en su primera determinación respecto de las candidaturas presidenciales y excitar
a sus pueblos a trabajar con esfuerzo de patriotas y resolución de cristianos por el
triunfo del general Vásquez Cobo”35.
A través de un intenso proselitismo político en los púlpitos36 varios párrocos en
Santander tomaron distancia de la decisión de monseñor Perdomo y de las instrucciones de monseñor Afanador y Cadena; se negaron a “dar el giro” y mantuvieron el
primigenio apoyo que se había concedido a Vásquez. Esa falta de cohesión del clero
se puede rastrear (aquí solo en una) en las comunicaciones de Lorenzo Rivera, Párroco de San Laureano en Bucaramanga, quien desde 1929 ya planteaba al obispo de
sacerdotes ordenaron a sus parroquianos que continuaran apoyando a Vásquez Cobo”. James Henderson,
La modernización en Colombia, 254.
33. “Las divisiones en las institución eclesiástica fueron evidentes, los obispos de Cali, Monseñor Luis
Adriano Díaz, y de Tunja, estuvieron hasta el último momento con Vásquez Cobo, mientras que Monseñor
Builes de Santa Rosa de Osos y Monseñor Brioschi apoyaron a Valencia. Igual situación se presentó con
los curas párrocos de Pueblo”. Helwar Figueroa Salamanca, “Intransigencia católica en”, 109.
34. Vanguardia Liberal, Bucaramanga, enero 28 de 1930.
35. Vanguardia Liberal, Bucaramanga, enero 31 de 1930.
36. Para el profesor Medófilo Medina, los departamentos que en orden descendente presentaron una
mayor influencia política del clero fueron “Boyacá, Santander, Cundinamarca, Nariño, Huila y Antioquia”.
Medófilo Medina, “Obispos, curas y elecciones”, 197.
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Pamplona la preocupación por la crisis del departamento, que además de contar con
un gobierno anticlerical37 que se convertía en un reto para el clero, era escenario de
apasionamientos por la candidatura de Valencia, que en su concepto significaba un
peligro para la democracia. En carta al Obispo en 1929, informaba Rivera: “[…] para
colmo de males los curas de California, Charta y Matanza dejan mucho que desear en
su trabajo eleccionario. Adolfo ya se declaró valencista”38.
Aun en medio de las divisiones que emergieron en este debate electoral, en las
hojitas parroquiales de Floridablanca (La Voz Parroquial, fundada por el Pbro. Jordán),
Bucaramanga (La Parroquia) y Piedecuesta, y en el semanario diocesano La Unidad
Católica, el clero mantuvo sin escrúpulos su tradicional filiación a las ideas del conservatismo, al proyecto político antisecular y confesional, sosteniendo que “el triunfo
conservador es el mejor cimiento del bienestar económico, ya que conservatismo es
sinónimo de paz, orden y justicia, la riqueza y la prosperidad no florecen en los campos agitados por el vendaval demagógico, que no cesa de batir donde quiera que la
autoridad viene de manos liberales”39.
En la praxis política, desde inicios de la década de 1920, Santander contaba
ya con un clero que participaba en la movilización del electorado conservador y emprendía la coacción física y moral sobre la oposición. Nuevamente aparece la figura
del cura Trillos, que en las elecciones de 1923 definió después de la eucaristía las
curules de los ediles y el reparto de puestos públicos en el municipio para el partido
conservador40.
37. “El anticlericalismo, a través de sus múltiples manifestaciones culturales (liberales, republicanos,
etc...) pretendía separar la esfera de lo religioso y de lo político y llevar a la primera a la privacidad de cada
conciencia, al interior de cada persona. Para ello era necesario emprender un doble proceso, el de la desacralización de todos los símbolos y metáforas sacralizantes (el cura era el caso más extremo en España y
Colombia). Anticlericales frente a clericales en España, liberales frente a conservadores en Colombia, pero
ambos vertebrados, como toda religión, por unas categorías, lo divino y lo diabólico, lo sancionado y lo
prohibido, que coincidían justamente con los límites trazados con los contrarios políticos, con los ‘otros’,
extraños por naturaleza”. Gustavo Arce Fustero, “La violencia ritual”, 6.
38. “Carta del Presbítero Lorenzo Rivera párroco de San Laureano al Obispo de Pamplona” (Bucaramanga,
26 de noviembre de 1929), AANP, Sección: Monseñor Afanador y Cadena, Fondo: Obispos y Arzobispos,
caja 4.
39. “No les conviene”, La Unidad Católica n.o 1522, Año 48.
40. Ómar Suárez Mejía, “La violencia política tradicional en Piedecuesta: 1930” (Tesis de pregrado en
Historia, Universidad Industrial de Santander, 2002), 9.
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Piedecuesta, Floridablanca y Bucaramanga: escenarios de
la intransigencia católica en Santander. 1930-1931
En la coyuntura electoral de 1930 comenzaron a sonar con mayor fuerza los
nombres de los clérigos Daniel Jordán, José de Jesús Trillos y Lorenzo Rivera, caras de
la intransigencia católica de esa década en Santander. Estos clérigos recurrieron a la
movilización de sus “rebaños” para contrarrestar los efectos inmediatos de la indecisión política del episcopado, que el 1o de febrero de 1930 había vuelto a dar un giro en
su respaldo electoral devolviendo su apoyo a Vásquez Cobo41, con lo que se anunciaba
la inminente derrota del liberalismo el 9 de febrero. Mientras la candidatura conservadora evidenciaba la desarticulación en la institución eclesiástica, “avanzaba sin
escollos la candidatura de la ‘concentración nacional’ con el nombre de Enrique Olaya
Herrera. Vista las cosas en el plano puramente electoral, al partido liberal le bastó para
la obtención del triunfo el 9 de febrero de 1930, hacer el esfuerzo que demanda el
derribar una puerta abierta”42.
Colombia continuaba abiertamente fraccionada entre liberalismo y conservatismo. Así, para 1930 tres cuartas partes de los municipios poseían considerables
mayorías liberales o conservadoras43. En los santanderes, por ejemplo, se vivía el fraccionamiento político, con un predominio conservador en el Norte de Santander y una
vasta influencia liberal en Santander del Sur, donde fueron permanentes los hechos
de violencia política en municipios como Piedecuesta, Tona, Charta, Matanza44, San
Andrés, Molagavita, Cácota, entre otros.
Como era de esperarse, el 9 de febrero de 1930 el país fue testigo del triunfo
del liberalismo, que ganó con una amplia mayoría en unas elecciones en las que ya
estaba anunciada la división del voto conservador. Con 369 962 votos liberales, frente
a los 240 417 de Valencia y los 213 417 de Vásquez45, los conservadores se refugiaron
en las iglesias al día siguiente de elecciones para orar suplicando la intervención divina “por la muerte de Olaya Herrera, por cualquier cosa que le evitara a la nación y a
ellos mismos los sufrimientos que se avecinaban”46.
41. Helwar Figueroa Salamanca, “Intransigencia católica en”, 109.
42. Medófilo Medina, “Obispos, curas y elecciones”, 201.
43. James Henderson, La modernización en Colombia, 264.
44. Héctor Hernández Velasco, El 9 de abril de 1948 en Santander (Bucaramanga: Sistemas y computadores, 1998), 9.
45. María Teresa Cifuentes Traslaviña y Helwar Figueroa Salamanca, “Corrientes del catolicismo”: 9.
46. Mario Latorre Rueda, “1930-1934. Olaya Herrera: un nuevo régimen”, Nueva Historia de Colombia
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En muchas parroquias el clero rechazaba al nuevo gobierno liberal y por su
parte el liberalismo encendía el sectarismo partidista a través de diversos medios.
La aversión clerical al retorno del liberalismo con el gobierno de “concentración nacional” emprendió su marcha y, para el caso de Santander, puso a su disposición el
púlpito y la prensa eclesiástica. En la hoja parroquial Ecos parroquiales, dirigida por
el párroco de San Laureano, Lorenzo Rivera, volvió a hacer eco el tono intransigente
frente el liberalismo; esta vez el vicario se refería al elegido presidente, sosteniendo
que “[…] por lo que respecta a este gobierno, nuestro anhelo es que caiga pronto, que
caiga ya, que caiga estruendosamente, y se vayan sus confesos a sus negocios particulares, a ejercer sus profesiones, a cobrar sus arriendo, a vender su café”47.
Durante los debates electorales de 1930, pero puntualmente en esta coyuntura de elecciones presidenciales, la figura del cura cobró gran importancia. Algunos
párrocos, los más moderados, se negaron incluso a dar la comunión a quienes sospechosamente tuvieran voto liberal48. Otros asumieron un papel de primer orden49, toda
vez que un número no despreciable se involucró en los hechos de violencia, tal como
ocurrió en Santander, en donde el cura Trillos, párroco de Piedecuesta, se convirtió en
una figura polémica que recibió los señalamientos frecuentes del partido liberal por
sus actitudes incendiarias, percibidas como un “elemento de discordia”, y que de cualquier forma emergieron sin escrúpulos en la campaña electoral de febrero de 1931.
Ante el ya anunciado triunfo liberal en Santander, la institución eclesiástica no
ahorró esfuerzos para ayudar a fortalecer la maquinaria política del conservatismo
que, como en el resto del país, mostró poca moderación para ponerla en acción50.
En consecuencia, Bucaramanga fue escenario de la movilización política en parques
y plazas públicas, como solía ocurrir en el parque centenario, en donde “todas las
tendencias políticas […] con el abajo a la oposición iniciaban zambra y retirada”51,
Vol. I, Historia Política (Bogotá: Planeta, 1989), 268.
47. Vanguardia Liberal, Bucaramanga, noviembre 11 de 1930.
48. David Bushnell, Colombia, una nación a pesar de sí misma (Bogotá: Planeta, 1996), 252.
49. Helwar Figueroa Salamanca, “Intransigencia católica en”, 112.
50. Malcolm Deas, “El papel de la Iglesia, el ejército y la policía en las elecciones colombianas entre 1850
y 1930”, Boletín Cultural y Bibliográfico Vol.: 39 n.o 60 (2002): 13.
51. Susana Valdivieso Canal, Bucaramanga, historia de 75 años (Bucaramanga: Cámara de Comercio de
Bucaramanga, 1992), 52.
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la intransigencia católica en Santander. 1930-1931
mientras los curas párrocos de los diferentes pueblos se preparaban para las elecciones de 1931. En la capital de Santander la casa cural de la sagrada familia se convirtió
en recinto de disertación política52 al que acudían personalidades conservadoras de
varios municipios santandereanos, como los florideños Ortiz, que movilizaban junto
con el presbítero Daniel Jordán a grandes masas de feligreses conservadores. De ahí
que en Floridablanca se rumoraba que “[…] el padre Jordán en Florida está aprestando
y organizando a sus gentes”53, con el propósito de hacer oposición al gobierno departamental de Alfredo García Cadena y preparar el ambiente para el triunfo conservador
en la permanente actividad electoral que se desarrolló después de la posesión de
Olaya Herrera.
Ante el temor de la jerarquía eclesiástica de ver cómo se desmoronaba la protección asignada antaño por el Estado54, en todo el nororiente colombiano se hizo una
fuerte campaña de disuasión de los lectores de La Unidad Católica para guiarlos en
la escogencia de candidaturas que se dedicaran a “[…] velar por el bien de la religión
y de la sociedad civil y a trabajar por el fomento y conservación de las mismas”55. La
jerarquía eclesiástica diocesana trastabilló para decir que “[…] Dios es dominador y
dueño de las elecciones”56.
Después de la flamante victoria liberal, el ambiente se hacía más tenso mientras el liberalismo santandereano acusaba continuamente al clero por despojos de los
fueros civiles y por intentar detener las procesiones de semana santa con el ánimo de
poner a la población en contra del gobierno del departamento. A estas afirmaciones
del liberalismo respondieron las hojitas parroquiales de Bucaramanga y Floridablanca
a través de la publicación de un telegrama conjunto del clero, firmado por los clérigos
del “eje intransigente de Santander”, Rivera-Jordán-Trillos, que, dirigido al gobernador
Alfredo García Cadena, expresaba:
[…] de nombres, denuncie sacerdotes arrebatadores fueros civiles. Respecto de semana
santa […] en florida si celebraronse, pues católicos arrollan allí su especialísima per52. Vanguardia Liberal, Bucaramanga, 5 de junio de 1930.
53. Vanguardia Liberal, Bucaramanga, 5 de junio de 1930.
54. Rodolfo de Roux, Una Iglesia en estado de alerta. Funciones sociales y funcionamiento del catolicismo colombiano. 1930-1980 (Bogotá: Editora Guadalupe, 1983), 33.
55. “A los católicos”, La Unidad Católica n.o 1558, Año 48, Pamplona, octubre 31 de 1930.
56. “A los católicos”, La Unidad Católica.
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secución y danle garantías a usted mismo. Miente lastimosamente afirmando procesiones no hicieronse fin levantar pueblo contra el gobierno y que invitamos un sacerdote no efectuarlas. Pero como persiguenlo todas partes fantasmas clericales. no crea
Mefistófeles, tampoco de calles para calificar de nueva rebelión el que no hágase una
procesión […] ahora feliz financiero, dedicase fomentar intranquilidad departamento
telegráficamente, provocando manifestaciones empleados, trabajadores carreteras que
no dan otros frutos que amagos de violencia e insultos a sus altos superiores. Hablamos nombre catorce sacerdotes. Rivera, Trillos, Jordán57.
Esta pugna entre el clero y el gobierno departamental llevó al obispo de Pamplona, monseñor Afanador y Cadena58, a debatir la situación en el Palacio Episcopal
para considerar algunos cambios en relación con la experiencia política de los sacerdotes mencionados, que pudiera menguar los ataques de los liberales.
Una orden inesperada trajeron los hilos telegráficos a los muy reverendos párrocos
de Bucaramanga, Florida, Piedecuesta y los Santos, Presbíteros Lorenzo Rivera, Daniel
Jordán, José de Jesús Trillos y Luis Alberto Castillo: la orden traía el sello episcopal de
Pamplona y requería su presencia en los bermejos salones de palacio para tratar asuntos de importancia […] allá están los cuatro párrocos rebeldes que lanzaron sus voces
de descontento contra el gobernador García Cadena […] se dice que para evitar más
sinsabores y para lograr la unión del conservatismo en este departamento, el señor
afanador y cadena, prelado de esta diócesis, les cambiara otros beneficios59.
Mientras el Obispo discutía en la ciudad de Pamplona con los párrocos de Santander, se enturbiaba el panorama muy cerca del escenario geográfico en el que se
hallaban reunidos debatiendo sobre los asuntos políticos del clero. En Cácota el resquemor de los liberales hacia los sacerdotes no se ocultó. El 27 de noviembre de 1930,
el liberalismo en el Norte de Santander pasó del desacuerdo político con el clero, al
ataque y la agresión hacia aquellos en quienes sus partidarios reconocían un enemigo
directo. Ese día en la noche los liberales tomaron represalias contra el cura párroco
del pueblo. Los ánimos se caldearon una vez más, mientras el periódico liberal La Idea
57. Vanguardia Liberal, Bucaramanga, 5 de junio de 1930.
58. Henderson sostiene en su trabajo que monseñor Rafael Afanador y Cadena fue el líder espiritual
de un grupo de sacerdotes militantes conformado por los clérigos de García Rovira: José María Castilla
en San Andrés y Daniel Jordán en Málaga. Véase James Henderson, La modernización en Colombia, 269.
59. “El señor obispo llamo urgentemente a los presbíteros Rivera, Jordán, Trillos y Castillo a conferenciar
en Pamplona”, Vanguardia Liberal, Bucaramanga, 14 de julio de 1930.
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la intransigencia católica en Santander. 1930-1931
de Cácota defendía los actos de anticlericalismo, en simultánea con las acusaciones
de la Iglesia diocesana:
[…] un grupo de liberales azuzado por el alcalde ultimó la oposición que desde días
antes le venía haciendo al señor cura párroco con mueras y abajos a la religión, al
obispo y a la conciencia. Las horas para realizar la zambra fueron muy bien escogidas:
las de la noche que es la patria del crimen. El atentado no fue producto de una cólera
repentina […] fue deliberado, nació del frio calculo […] ¿Qué motivó la zambra? El odio
a la sotana […] cuanto mal hacen quienes propagan ideas contrarias a la religión […]
recuérdese además que el anticlericalismo es un cáncer que es preciso extirpar para el
bien de la Patria. El cura en la parroquia es el jefe de la civilización60.
Estas acciones liberales se constituyeron en una manifestación anticlerical que
estuvo justificada en la idea de que el clero no obedecía a los mandatos de Dios, sino a
un “sectarismo clerical” que lo llevaba a predicar el exterminio. Por esta razón “[…] no
es menos cierto que el anticlericalismo se adaptó y se integró perfectamente en esta
dinámica en la medida en que vinculó al clero con la violencia conservadora, alimentando así el mito de su traición moral y su quebrantamiento de las leyes cristianas”61.
Esta vinculación del clero con la política se hizo más notoria en momentos coyunturales marcados por jornadas electorales como la de febrero de 1931, que bajó el telón
y dejó ver tras bambalinas a los “párrocos electorales” de Piedecuesta y Floridablanca.
2. Los “párrocos intransigentes” de Piedecuesta y
Floridablanca en el debate electoral de febrero de 1931
Es definitivamente el debate electoral del 1o de febrero de 1931 el que permite afirmar las personalidades clericales activamente antiliberales en Santander. Estas
elecciones develaron la intransigencia católica en algunos municipios que contaron
con párrocos innegablemente involucrados con la problemática partidista del departamento. Las disposiciones episcopales de monseñor Perdomo ya habían sido observadas por los liberales de Santander con preocupación, porque a través de ellas “[…]
se exaltan las pasiones contra el liberalismo […] causando la intranquilidad social que
60. “Los sucesos de Cácota”, La Unidad Católica n.o 1562, Año 48, Pamplona, noviembre 28 de 1930.
61. Gustavo Arce Fustero, “La violencia ritual”, 13.
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trae consigo la provocación a la lucha religiosa”62. Piedecuesta y Floridablanca continuaron siendo en el siglo XX municipios santandereanos profundamente liberales
en los que, sin embargo, ocupó un terreno considerable el conservatismo a través
de la figura de los párrocos intransigentes. Así, en zonas como Umpalá, la identidad
conservadora estuvo presente, al igual que en Sabaneta y Charta. Para el caso de esta
última, en las elecciones de febrero de 1931 solo se obtuvieron votos conservadores,
aproximadamente 294563.
La violencia se fue haciendo cada vez más fuerte después de la posesión de
Olaya Herrera el 7 de agosto de 1930, y era inevitable que “todo municipio colombiano experimentara algún grado de tensión política”64. De esta manera en Santander,
mientras el elegido gobernador Alejandro Galvis Galvis garantizaba categóricamente
a los liberales su predominio y la enmienda de viejas diatribas políticas en la región65,
monseñor Afanador y Cadena manifestaba su distanciamiento frente al liberalismo
del departamento presentando sus denuncias al manejo del poder:
El recorrido del Doctor Galvis Galvis en sus pocos meses de gobierno ha sido premeditado, seguro, lógico, enderezado únicamente a derrotar a los conservadores por medio
de la coacción y la violencia, dada su inmensa mayoría […] consumada la matanza de
conservadores y harto de atropellos se lava las manos y con la mayor frescura le echa
la culpa a la victimas [...] En esta hora de luto, de lágrimas y desolación de tantas familias santandereanas le repetimos al gobernador Galvis Galvis, desde nuestro puesto de
ministros de un Dios justiciero, de Revocato, Saturnino y Saturo al tirano Hilariano: ‘Tú
nos mandas matar, pero Dios te juzgará’66.
Progresivamente se fue desvaneciendo la prudencia que se había adoptado
inicialmente por la mayor parte del episcopado67. Mientras eso ocurría, transcurría el
año 1931 en el contexto de una fuerte coyuntura electoral. Tres jornadas tuvieron lugar ese año después del triunfo del liberalismo: febrero para elecciones de Asambleas
62. “Una circular que causó gran conmoción en Ocaña”, Vanguardia Liberal, Bucaramanga, 29 de mayo
de 1930.
63. “La actuación del jurado electoral en Florida”, Vanguardia Liberal, Bucaramanga, 10 de febrero de
1931.
64. James Henderson, La modernización en Colombia, 266.
65. James Henderson, La modernización en Colombia, 268.
66. “El gobernador del Sur”, La Unidad Católica n.o 1572, Año 49, Pamplona, 13 de febrero de1931.
67. Ricardo Arias Trujillo, El Episcopado colombiano. Intransigencia y Laicidad (1850-2000), 111.
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Piedecuesta, Floridablanca y Bucaramanga: escenarios de
la intransigencia católica en Santander. 1930-1931
Departamentales; mayo con elecciones para los miembros de la Cámara de Representantes, y octubre mes del debate electoral de los Consejos Municipales. Este proceso
electoral “tiene una etapa durante 1931 en la que el conservatismo pasa a la ofensiva;
de otra parte, el clero aumenta su radicalidad frente a su enemigo, incluso invitando a
desalojar a los liberales de algunas poblaciones y veredas”68. Aquí nos concentraremos
en el debate electoral de febrero en las parroquias de Floridablanca y Piedecuesta en
Santander.
El 1o de febrero de 1931, día de elecciones en Colombia para Asambleas Departamentales, se reafirmó el triunfo del liberalismo en algunas zonas del país. La Iglesia
diocesana respondió con efervescencia a través de sermones en los que, recurriendo
a las viejas exhortaciones del Obispo de Pasto, sostenía que se podía “[…] hablar en el
púlpito de los liberales […]”69. Por su parte, el liberalismo cuestionaba la intransigencia
del clero a través de las tribunas periodísticas, que fueron en Santander el instrumento por excelencia de la lucha ideológica70, como quedó evidenciado en los titulares y
editoriales del periódico Vanguardia Liberal. Justo a comienzos de 1931 resonaron
con más frecuencia los nombres de los curas párrocos Daniel Jordán y José de Jesús
Trillos, sobre quienes la prensa liberal recargó los resultados lamentables de la jornada
electoral de febrero. Sumado a ello, aparecieron situaciones de violencia política e
intransigencia clerical en lugares como San Andrés y Lebrija71. A pocos días del debate
electoral, La Unidad Católica encendía la tensión política en su sección pastoral, en la
que creó toda una ruta de votación para los feligreses:
[…] Hay que votar, porque de vuestro voto, oh católicos, depende el que los elegidos
para diputados, representantes, concejales, sean personas que den garantías a la Iglesia y a la Patria, y no individuos que con leyes o decretos anticatólicos, pongan trabas
a la libertad de la Iglesia. Hay que votar y votar por buen candidato […] Para conocer
los candidatos se dan las reglas siguientes: ‘son buenos los presentados por los amigos del orden, por la gente honrada; malos, los patrocinados por los enemigos de los
sacerdotes y de la religión, por gente revoltosa; son buenos los que están sostenidos
68. Javier Guerrero Barón, Los años del olvido, 117.
69. Instrucciones del ilustrísimo señor obispo de Pasto al clero de su diócesis. Sobre la conducta que ha
de observar contra los liberales en el pulpito y en algunas cuestiones de confesionario (Pasto: Imprenta de
la Verdad, 1902); AANP, Sección: Folletos sobre liberalismo, Fondo: Impresos varios, caja 1, Pasto, 1902.
70. Susana Valdivieso Canal, Bucaramanga, historia de, 52.
71. Javier Guerrero Barón, Los años del olvido, 128.
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por los periódicos buenos; son malos aquellos quienes hacen bombo los periódicos
impíos y sectarios’72.
De cualquier manera, en las reglas elaboradas por la jerarquía eclesiástica relacionadas con la participación del clero en asuntos políticos no se prohibía que estos
ejercieran sus derechos civiles y políticos, ni tampoco que orientaran a los fieles católicos en la escogencia de candidatos. Por el contrario, ventajosamente, retomando las
disposiciones de la Santa Sede establecidas en las cartas Plurisy generalibus de 1900,
los obispos de Colombia decidieron instruir al pueblo sobre las cuestiones repudiables del liberalismo73. A la voz de vivas a la inmaculada religión católica, al sagrado
Corazón, a San Benito y a la concentración conservadora inició el preludio electoral
de 1931 en Santander. Así mismo, la respuesta de reconocidas figuras conservadoras
como Manuel Serrano Blanco y Juan Cristóbal Martínez al gobierno departamental de
Galvis Galvis se precipitó como un discurso incendiario, en el que se expresaba: “[…]
para que los funcionarios públicos del departamento lo oigan, hago la declaración
siguiente: el conservatismo santandereano está resuelto a ir en esta lucha hasta el
delito”74.
Llegada la jornada de elecciones para Asamblea Departamental, informaba la
Vanguardia Liberal: “El miércoles por la noche llegó no sabemos de dónde el padre
Jordán, y ayer en las horas de la mañana se efectuó en la casa cural una reunión de los
más notables conservadores del lugar, con asistencia del doctor Manuel Serrano Blanco y del señor Peña Puyana, personero de esa ciudad”75. La capital de Santander vivía
un ambiente conflictivo en el que se denunciaban frecuentemente las manipulaciones
de las listas de votantes, las maniobras electorales y en general los escrutinios a puerta cerrada76, a la vez que eran públicas las declaraciones violentas e incitadoras entre
ambos partidos políticos. Ese mismo día las elecciones en Piedecuesta acontecieron
en medio de un clima convulsionado. La jornada electoral se realizó en simultánea con
72. “Sección Pastoral”, La Unidad Católica n.o 1570, Año 49, Pamplona, enero 30 de 1931.
73. “Reglas del clero: conducta del clero en la predicación” (Bogotá, 1927), Conferencias Episcopales de
Colombia, tomo I, 1908-1953 (Bogotá: Editorial El Catolicismo, 1956), 139.
74. Vanguardia Liberal, Bucaramanga, 1o de enero de 1931.
75. “La actuación del jurado electoral en Florida”, Vanguardia Liberal, Bucaramanga, 1o de febrero de
1931.
76. Susana Valdivieso Canal, Bucaramanga, historia de, 53.
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Piedecuesta, Floridablanca y Bucaramanga: escenarios de
la intransigencia católica en Santander. 1930-1931
las riñas bipartidistas, dentro de las cuales estuvo nuevamente involucrado el presbítero Jesús Trillos. Hacia las nueve de la mañana llegaron noticias a Bucaramanga de
que, en Piedecuesta
[…] los conservadores de Umpalá se bajaron […] a votar fraudulentamente en esta
población y se presentaron en actitud hostil y desafiadora. Prontamente se presentó
un verdadero combate provocado por los Sabanetas que son los conservadores recalcitrantes y agresivos de una vereda cercana a Piedecuesta, del cual quedaron diez
muertos77.
Así las cosas, en Santander, como ocurría a nivel nacional, el traslado hasta
las plazas centrales de las cabeceras municipales para ejercer el sufragio llevó “a la
confrontación entre grupos antagónicos, pues los bandos rivales se mezclaban en las
calles de pueblo”78, muchas veces guiados por la fuerza espiritual y política de párrocos como Trillos y Jordán, que a su vez eran orientados por Rafael Afanador, obispo de
Pamplona79. Según la información oficial de la Vanguardia Liberal, los conservadores
desde muy temprano en la mañana tenían organizado el sabotaje de las elecciones,
respaldados por el apoyo del párroco de Piedecuesta, que había atrincherado en la
casa cural a varios conservadores, quienes, desde las paredes que daban a la calle,
disparaban sobre la muchedumbre liberal que concurría a las urnas para ratificar el
triunfo del liberalismo en las elecciones departamentales80. La opinión pública aseguraba que la iglesia parroquial había sido utilizada para refugiar a los conservadores
armados.
Se vociferaba que en otras casas de reconocidos conservadores del pueblo se
habían aglutinado otro grupo de “sabanetas” que continuaban atacando a las personas que caminaban por las calles del pueblo y que se conocían por su simpatía con
el partido liberal. Pero la jerarquía eclesiástica diocesana se dedicó a explicar de otra
manera el incidente. Para ellos el resultado fue por causa de la dominación liberal en
Piedecuesta, en donde los conservadores sufrían el ataque de la policía liberalizada,
que había cometido los asesinatos del 1o de febrero:
77. “Los sucesos sangrientos de Piedecuesta. Elecciones 1931”, Vanguardia liberal, Bucaramanga, febrero
1o de 1931.
78. James Henderson, La modernización en Colombia, 267.
79. James Henderson, La modernización en Colombia, 269.
80. “Los sucesos sangrientos de Piedecuesta. Elecciones 1931”,Vanguardia liberal, Bucaramanga, 1o de
febrero de 1931.
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[…] Las armas del gobierno manejadas por la policía y multitud de particulares, segaron
la vida de los conservadores que en la plaza hacían uso del sagrado derecho de votar.
Las balas silbaban por todas partes, la chusma pedía la sangre de los sacerdotes, reventaban las bombas de dinamita traídas de las obras públicas, en los patios de la casa
cural, sin que los ayes de los moribundos y el llanto de la sociedad herida contuvieran
a los barbaros en su pérfida crueldad81.
Este tipo de acontecimientos “produjo enfrentamientos en varias localidades
[…] ante las numerosas acusaciones del poder de los ‘párrocos electorales’, el gobierno
liberal trata de limitar la influencia del clero”82. El liberalismo no se retractaba de su
acusación; para este partido los causantes de la masacre habían sido con certeza el
presbítero Trillos, Evangelista Rey, Luis Ernesto Lozano y los señores Prada y Mantilla
“[…] quienes tenían de antemano preparado el ataque y el plan para hacer anular
las elecciones”83. Sin embargo, la afirmación fue desmentida una y otra vez por los
clérigos diocesanos para quienes habían sido los liberales los que habían “profanado
la Iglesia y desconocido la soberanía real de Jesucristo”84. Esto exponían los clérigos
acudiendo al testimonio de un testigo anónimo de los hechos en Piedecuesta:
En la mañana del lunes, cuando el padre Villamizar entró a la Iglesia para cantar una
misa por el alma de las víctimas de la turba encabezada por ‘el gran criminal que lleva
el nombre de José Ignacio Navas penetró al templo católico de Piedecuesta con el fin
de profanarlo y realizar en este sitio sagrado actos de los que se avergonzarían los
mayores descastados del mundo. Navas adelanta y al llegar frente a la lámpara del
santísimo dispara su revólver y grita enfurecido abajos al clero y vivas a su partido’85.
Durante esta jornada electoral se ratificaba una vez más el crecimiento de la
“ola liberal”. Al menos en Piedecuesta el partido con mayor votación fue el rojo, con
1625 votos, frente a 123 votos del conservatismo86. Ante esta realidad, el discur81. “Los sucesos de Piedecuesta narrados por un testigo ocular”, La Unidad Católica n.o 1572, Año 49,
Pamplona, 13 de febrero de 1931.
82. Javier Guerrero Barón, Los años del olvido, 123.
83. “Hechos de violencia en Piedecuesta en elecciones”, Vanguardia liberal, Bucaramanga, 1o de febrero
de 1931.
84. “Los sucesos de Piedecuesta narrados por un testigo ocular”, La Unidad Católica n.o 1572, Año 49,
Pamplona, 13 de febrero de 1931.
85. “Los sucesos de Piedecuesta”, La Unidad Católica.
86. “Resultados de las elecciones”, Vanguardia liberal, Bucaramanga, 1o de febrero de 1931. Los resultaN.O 25, MEDELLÍN, COLOMBIA, JULIO-DICIEMBRE DE 2013, PP. 157-185
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so político de los clérigos santandereanos se hizo más intransigente, por lo que se
postergó la exhortación a ser “árbitros y ángeles de Paz”87, fortaleciendo su papel de
“párrocos electorales” defensores de las decisiones políticas de los feligreses en contra
del liberalismo, como se hizo hasta bien entrada la década de 194088. El proselitismo
político les significó a los párrocos el destierro y la persecución liberal. Al menos fue
la experiencia del cura Trillos después de los hechos acaecidos en las elecciones del
1o febrero de 1931 en Piedecuesta. Al día siguiente recibió amenazas de muerte y
ataques al templo en el que celebraba los sacramentos.
Los suscritos vecinos de Piedecuesta en nuestro carácter de conservadores y católicos,
tenemos el alto honor de dirigirnos a su señoría ilustrísima para expresarle nuestro
profundo pesar por los atropellos cometidos en el templo parroquial de esta ciudad
[...] por una horda de individuos sin Dios, ni ley, que hicieron gala de irreligión, confundiendo la casa de Dios con el tugurio más despreciable. Lamentamos asimismo las
amenazas de muerte lanzadas por algunos fanfarrones contra nuestro digno párroco
Presbitero Dr. José de Jesús Trillos y su coadjutor, atribuyéndoles intervención en la
zambra electoral del 1º de febrero pasado89.
Las “intrigas electorales” del clero para debilitar al liberalismo fueron la razón
de las desbordadas persecuciones desatadas contra muchos de ellos90. La Iglesia nunca aceptó que gran parte de los sucesos de la violencia política en Colombia fueron
dos de las elecciones de 1931 fueron los siguientes: “Bucaramanga: 5653 liberales y conservadores 685,
en Girón y Motoso 1355 liberales y 409 conservadores, en Lebrija 514 liberales y 71 conservadores, en
Charta solo 2945 conservadores, en Tona sólo 1205 liberales, en Piedecuesta 1625 liberales y 123 conservadores, en San Gil 1938 liberales y 708 conservadores, en Socorro 2859 liberales y 571 conservadores, en
Barranca 1238 liberales y 196 conservadores, Cúcuta 3673 liberales y 914 conservadores”.
87. La Iglesia n.o 1, enero de 1931.
88. En 1945, argumentaba el Obispo de Pasto al clero de su diócesis: “[…] Así dice el concilio plenario
de la América Latina […] y siendo el liberalismo un sistema lleno de errores los más absurdos, es claro
que es necesario y útil predicar contra él, para que los fieles se guarden de manchar con esos errores
la pureza de su fe […] No hay porque insistir más en este punto, ni hay porque tener en cuenta lo que
puedan decir los liberales, cuando se predica contra los nefandos y funestos errores del liberalismo. Se
nos manda predicar contra esos errores y hay que obedecer”. Instrucciones del ilustrísimo señor obispo
de Pasto al clero de su diócesis. Sobre la conducta que ha de observar contra los liberales en el púlpito y en
algunas cuestiones de confesionario.
89. “Carta de los vecinos de Piedecuesta a Monseñor Afanador y Cadena” (Piedecuesta, 24 de marzo de
1931), AANP, Sección: Monseñor Afanador y Cadena, Fondo: Obispos y Arzobispos, caja 4.
90. Baltasar Vélez, “Los intransigentes”, El Repertorio colombiano Vol.: XVI n.o 2 (1987): 186; en El Episcopado colombiano, 66.
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causados por su incontenible politización, definiendo candidaturas o apoyando acciones antiliberales. Aunque el Obispo de Pamplona repudió los señalamientos que
recayeron sobre el padre Trillos, no pudo evitar los rechazos generados por su permanencia en el pueblo, como lo revelaba el cura Lorenzo Rivera cuando exponía que “[…]
la situación de Piedecuesta es pavorosa, el Dr. Trillos, no puede, no debe volver a ese
pueblo, pues de seguro se expondría a un fin trágico […] el Dr. Trillos aún aquí está
amenazado”91. Esas advertencias lo condujeron al destierro, aun con el inconformismo
de algunos feligreses92 por la suspensión de los cultos y la clausura de algunos templos del lugar; medidas observadas por estos como una forma de castigar “la osadía
y rebelión de los impíos”.
Ahora bien, desde 1930 en Floridablanca el periódico Vanguardia Liberal ya
había cuestionado los vínculos públicos del padre Jordán con el conservatismo florideño93. En consecuencia, justo dos meses antes de que tuvieran lugar las elecciones
departamentales del año siguiente, terminó el año de 1930 con sendas acusaciones al
Presbítero. Ya desde inicios de los años treinta, los diarios bogotanos “[…] publicaban
regularmente informes sobre matanzas en pueblos como Molagavita […] y Florida”94.
Por ejemplo, los enfrentamientos partidistas en Floridablanca el 7 de diciembre de
1930, que para los liberales habían sido promovidos por Jordán. Esa noche, según las
versiones de La Unidad Católica, liberales embriagados habían agredido a un hombre
conservador que se disponía a entrar en la iglesia. Varios conservadores junto al padre Jordán salieron en su defensa, pero al no poder evitar la agresión, se desató una
riña partidista que causó la muerte de varios florideños95 y algunos heridos. Para los
liberales, el párroco había sido el responsable y agitador, pues “en vez de adoctrinar a
los hijos Florideños […] de la casa cural salió una lluvia de balas de grass, carabinas,
revólveres”96.
91. “Carta del Presbítero Lorenzo Rivera” (Bucaramanga, febrero 9 de 1931), AANP: Sección Monseñor
Afanador y Cadena, Fondo: Obispos y Arzobispos, caja 4.
92. “Carta de los vecinos de Piedecuesta a Monseñor Afanador y Cadena” (Piedecuesta, 24 de marzo de
1931), AANP, Sección: Monseñor Afanador y Cadena, Fondo: Obispos y Arzobispos, Caja 4.
93. Vanguardia Liberal, Bucaramanga, 5 de junio de 1930.
94. James Henderson, La modernización en Colombia, 272.
95. La Unidad Católica n.o 1565, Año 49, Pamplona, 2 de enero de 1931.
96. La Unidad Católica n.o 1565, Año 49, Pamplona, 2 de enero de 1931.
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El día de elecciones, al igual que en Piedecuesta, las turbas partidistas fueron
la escena común. La jornada electoral fue aplazada por sabotajes generados por el
temor del partido conservador ante una nueva victoria liberal en el departamento.
Los liberales aseguraban a través del órgano oficial del liberalismo en Santander que:
Los señores conservadores se sustrajeron habilidosamente las listas de sufragantes
y por ese motivo no pudo haber elecciones. Los conservadores encabezados por los
señores Ortices y Jordán se vinieron para esta ciudad y se acuartelaron en la casa anteriormente citada en donde se tenía el centro de operaciones conservadoras. Y fueron
esos elementos importantes de Florida con los que lograron los señores predicadores
de la pureza del sufragio poner los escasos votos que pusieron y fueron esos campesinos intonsos los que azuzaron los directores derechistas del debate electoral para que
dispararan sus revólveres sobre nuestros copartidarios en la carrera 1297.
Para los electores liberales florideños el robo de las listas había sido obra de la
alianza entre los conservadores Ortiz y el párroco de San Juan Nepomuceno de Florida, Daniel Jordán Contreras.No era un hecho oculto que incluso antes del retorno del
liberalismo al poder en 1930, aquel presbítero Jordán junto con el padre Trillos y la
familia Ortiz se habían mantenido activos en la campaña electoral. Los dos primeros
por medio de los púlpitos, sugiriendo candidaturas a los fieles católicos. Fue así como
se convirtieron en blanco de amenazas, como lo relataba el padre Rivera: “[…] estamos
en víspera de que a los curas nos echen calibre. Dios N.S habrá de remediar situación
tan difícil y delicada […] de Piedecuesta y Floridablanca no hubo sino amenazas, los
párrocos triunfaron ambos en toda la línea y con mucha justicia”98.
Finalmente, ese continuo accionar político de Daniel Jordán lo condujo a abandonar la Parroquia de San Juan Nepomuceno de Floridablanca en 1931 para dirigirse a
la parroquia de Málaga, decisión con la que no estuvieron de acuerdo los liberales por
considerar que el presbítero “en vez de desarmar los espíritus, arma los brazos para
la pelea y la emboscada”99. Así, desde su llegada fue recibido con fuertes críticas por
parte del liberalismo100 que ya no contaba con la presencia del gobernador Alejandro
97. “En Florida tampoco hubo elecciones”, Vanguardia Liberal, Bucaramanga, 1o de febrero de 1931.
98. “Carta del Presbítero Lorenzo Rivera” (Bucaramanga, octubre 28 de 1929), AANP, Sección: Monseñor
y Afanador, Fondo: Obispos y Arzobispos, caja 4.
99. “Nombrado Daniel Jordán Vicario de Málaga”, Vanguardia Liberal, Bucaramanga, 1o de diciembre
de 1931.
100. “García Rovira”, La Unidad Católica n.o 1617, Año 49, Pamplona, 31 de diciembre de 1931.
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Galvis Galvis, a causa de los numerosos asesinatos perpetrados en Santander, que lo
condujeron a su renuncia en 1931101.
Indudablemente, durante toda la década del treinta fue un hecho común que
los párrocos santandereanos expresaran públicamente su favoritismo por algunas
candidaturas conservadoras; para la jornada electoral de 1931 apoyaron las campañas de Manuel Serrano Blanco, Saúl Luna y Rafael Vesga. Esta intervención azuzó el
rechazo de algunos sectores a la figura del cura párroco, por lo que se hizo común en
adelante leer “[…] El párroco es el responsable, tan responsable como en Tunja, Vélez
y Guaca […] el remedio es apagar al cura”102; aseveración que, reproducida por La
Unidad Católica, causó la preocupación del clero.
Conclusiones
Los párrocos intransigentes del catolicismo en Santander desempeñaron funciones de liderazgo político durante los primeros años de la década de 1930 y asumieron posiciones beligerantes que, justificadas en el discurso radical de un catolicismo
enfrentado a los tiempos modernos, los condujo a tomar las riendas de importantes
manifestaciones antiliberales y choques bipartidistas poniendo en riesgo la estabilidad de la región en la capital de Santander y en municipios como Floridablanca y
Piedecuesta, sin mencionar otros. Esta intransigencia clerical, que no daba tregua
al avance de un incipiente proceso de secularización y que se nutría del temor a las
experiencias revolucionarias mexicana y española, se articuló a importantes procesos
de intolerancia política que convirtieron a la Iglesia diocesana en el blanco de ataques
y críticas de algunos sectores anticlericales del liberalismo de la región.
Hay que decir que la radicalización del discurso condujo a los párrocos Trillos,
Rivera y Jordán, y a la jerarquía diocesana en general, a utilizar a la prensa eclesiástica
como herramienta de intransigencia, como ocurrió con las hojitas parroquiales La Voz
Parroquial y La Parroquia, y por supuesto, con La Unidad Católica. Estos instrumentos
de opinión del catolicismo se convirtieron en la tribuna política del clero junto con el
púlpito, las casas curales y las plazas públicas, que repuntaron como escenarios de la
beligerancia clerical en aquellos municipios.
101. James Henderson, La modernización en Colombia, 271.
102. “La verdad de lo sucedido en Floridablanca, nada más”, La Unidad Católica n.o 1574, Año 49, Pamplona, 20 de febrero de 1931.
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Esta intransigencia católica reproducida por el clero de base fue sin duda orientada por el obispo de Pamplona, monseñor Afanador y Cadena, quien puso en manos
de los clérigos de la diócesis la tarea de contrarrestar en sus parroquias la liberalización de la población. En concordancia, la participación de los párrocos en debates
electorales como el de febrero de 1930 –con el que se exacerbaron las escisiones del
episcopado– hizo que la institución eclesiástica agudizara la beligerancia en los años
siguientes, como un mecanismo para recuperar el terreno perdido por sus errores
políticos. Por consiguiente, se develó la intolerancia del clero, no solo del discurso,
sino también de las acciones políticas, por las que fueron vinculados con los hechos
de violencia partidista por parte de la opinión publica santandereana. Estos hechos
revelan el lugar que ocupó el departamento de Santander en la violencia partidista
y en la consolidación de la intransigencia católica, ante el propósito de la institución
eclesiástica de mantener estables los privilegios que había alcanzado antaño en la
sociedad colombiana.
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