2 Urbanismo y arquitectura popular GUILLERMO ALLANEGUI BURRIEL Un recorrido a través de la Comarca de Belchite nos dejará la impresión de un territorio de orografía muy poco accidentada, red fluvial escasa, y ralo arbolado. Sin embargo, su paisaje, que en un primer momento puede parecernos monótono nos impresionará por la fuerza plástica. Olivos y cereales de secano, además de la cada vez mayor superficie de terrenos improductivos, salpican el paisaje en la actualidad. La vid, que tuvo importancia antiguamente, como lo atestiguan la cantidad de bodegas vinarias en los sótanos de la mayoría de sus pueblos, ha quedado muy reducida en el paisaje de la comarca. La ganadería, ovina, también fue más numerosa que en la actualidad, y así lo denuncian las numerosas parideras, en su mayor parte abandonadas, que salpican el paisaje dejando testimonio de una cabaña ahora menguada. El hecho de la existencia de una calle, plaza o callejón con el nombre de Dula, tanto en Lécera como en Moneva y en el Viejo Belchite, si bien denota la existencia de ganado en muchas de las casas de estas poblaciones, no significa que hubiera rebaños numerosos puesto que la Dula se ejercía con los pequeños ganados o escasa cabezas que cada casa tenía para su consumo particular. La despoblación, que no es extraña a la mayor parte de las comarcas aragonesas, ni tampoco a otras regiones españolas, es aquí notable, con una densidad de población de 5,5 habitantes por kilómetro cuadrado, propia de zonas desérticas; es muy significativo que ocho de sus quince municipios no superen los 200 habitantes. Su altitud media es inferior a los 650 m, su clima de tipo mediterráneo extremado con precipitaciones muy escasas. Todas estas circunstancias, junto con la dificultad de poner en regadío la mayor parte de sus tierras, han forzado la despoblación en las últimas décadas. Por lo que se refiere a su arquitectura tradicional y antiguo desarrollo urbano de los pueblos, estos se enmarcan dentro de los del valle medio del Ebro, de La huella de sus gentes 275 arquitectura de tipo mediterráneo, y no presentan en su arquitectura algún rasgo específico general que lo diferencie claramente del grupo al que pertenece. Sí es cierto, sin embargo, que el hecho de asentarse en zonas llanas poco accidentadas y alejadas de lechos fluviales de importancia ha dado características propias a sus poblaciones. Sin duda, el devenir histórico, asimismo relacionado con las características geográficas, ha condicionado su desarrollo. De hecho las poblaciones de la comarca, exceptuado las de Fuendetodos, Moyuela, Moneva y Almonacid de la Cuba, presentan un desarrollo urbano totalmente plano, sin apenas diferencias de nivel ni calles en pendiente. Tampoco, si exceptuamos los casos de Azuara y Lagata, que conservan parte de sus antiguas murallas, su trazado refleja la antigua existencia de recintos amurallados ni el desarrollo típico de las poblaciones constreñidas en su crecimiento por la existencia de murallas defensivas. Más bien reflejan el desarrollo característico de los pueblos que han crecido a lo largo de antiguas vías de comunicación. Dejan patente, con mayor o menor evidencia, la existencia de barrios diferenciados, ocasionalmente separados por puertas que en tiempos se cerraban de noche aislándolos; no en vano la permanencia durante siglos de colectivos importantes de judíos y moriscos fue muy importante. Tanto que en algunos casos, como Letux, la población fue en su mayoría morisca llegando a estar habitados exclusivamente por moriscos hasta la fecha de su expulsión. Belchite, cabecera de la comarca, y población de mayor importancia tanto actualmente como en la antigüedad, era fiel reflejo de este tipo de desarrollo a que nos referimos. Por supuesto que hablamos del viejo Belchite, que si bien ha desaparecido en su práctica totalidad por cuestiones por todos sabidas, permite examinar, no sin cierta dificultad, el que fue su trazado, la ubicación de su antigua mezquita y los característicos callejones de los barrios moriscos. Su calle principal, o Mayor, no era en su origen sino una vía de comunicación a lo largo de la cual se desarrolló el caserío y en cuyos extremos se cerraba mediante los característicos portales que proliferan en el bajo Aragón. Portales de los que quedan, además de los de Belchite, uno en Fuendetodos, y existen testimonios gráficos y documentales de su existencia hasta no hace muchos años en Azuara, Lécera y Codo. Desarrollo y asentamiento urbano de tipo similar podemos contemplar en Codo, Lagata, La Puebla de Albortón, Lécera, Letux, Plenas, Samper o Valmadrid. Caso aparte, además del Nuevo Belchite, de urbanismo planificado en el siglo XX, lo constituye Almochuel, que con su calle principal recta responde a una planificación de finales del siglo XVIII, cuando el arzobispo de Zaragoza, Agustín de Lezo, impulsó la creación del pueblo actual, dado que hubo un antiguo poblado desaparecido en el siglo XV del que solo quedó la iglesia. Página siguiente: Belchite viejo. El arco de la Villa desde la plaza de Goya (año 1910) 276 Comarca de Campo de Belchite La huella de sus gentes 277 Como ya se ha dicho, únicamente las localidades de Fuendetodos, Moneva, Moyuela y Almonacid de la Cuba no se asientan sobre el llano; Fuendetodos lo hace en una suave ladera que hace diferenciar el Barrio Alto del Barrio Bajo, Moneva se asienta en las laderas de un pequeño cerro en cuyo centro se ubica la iglesia, Moyuela en una hondonada flanqueada por dos cerros sobre cuyas laderas se extiende el caserío en barrios diferenciados como el de Barrio Verde o el de Malta, y Almonacid de la Cuba sobre la ladera de un cerro de pendiente media. Todas las localidades de la comarca, si exceptuamos Almochuel y el Nuevo Belchite, debido a sus trazados de nueva planta, dejan patente con mayor o menor claridad su influencia morisca, no solo por la toponimia de algunas de sus calles como es el caso de la calle Morería en Almonacid de la Cuba, sino también por el trazado de muchas de sus calles, irregular y quebrado, así como de la presencia de callejones angostos en fondo de saco. La presencia de comunidades judías dejó su rastro en el nombre de algunas calles llamadas de Barrio Verde, tanto en Moyuela como en Almonacid de la Cuba. Si bien en Moyuela se dice que el Barrio Verde coincide con la antigua morería, no es menos cierto que el citado nombre coincide siempre, al menos en las poblaciones aragonesas, con las antiguas juderías. Es bien sabido que la arquitectura tradicional se caracteriza, entre otras cosas, por su adaptación al entorno geográfico siendo el clima uno de los condicionantes más importantes. No cabe duda de que el de la comarca de Belchite es un clima duro, de temperaturas extremadas y precipitaciones escasas; en consecuencia la casa debía adaptarse a estas circunstancias. Y cuando decimos adaptarse sería más apropiado decir “defenderse” pues aquí puede considerarse al clima, más que como un aliado que nos ofrece bienestar a lo largo del año, como un enemigo del que uno se debe prevenir. La Puebla de Albortón. Secular arquitectura tradicional de adobe y tapial 278 Comarca de Campo de Belchite Tras un largo invierno, en que a las temperaturas inferiores a los 0º centígrados se une un viento helador que hace aún mas fría la sensación térmica, pasamos, repentinamente y sin tiempo de adaptación, al tórrido verano en que con frecuencia se sobrepasan los 40º centígrados bajo un sol ardiente de extraordinaria radiación. Ante estas adversas circunstancias la casa debía idearse como elemento protector tanto ante el invierno como del verano. Y debía de hacerlo con los medios de que se disponía. Ni la mala red de comunicaciones, ni la escasez de medios económicos, ni las dificultades de transmisión del conocimiento posibilitaban el empleo de materiales o técnicas que no fueran las del propio entorno. Sin embargo se contaba con un gran tesoro: la sabiduría acumulada a lo largo de generaciones en la forma de concebir y construir las viviendas para alcanzar un mínimo grado de confort que quizá ahora nos parecería insoportable, pero que resultaba suficiente para el estoicismo y capacidad de sufrimiento de nuestros antecesores. Ante la mencionada variedad de temperaturas a lo largo del año se hubo de buscar algún sistema constructivo que no solo tuviera suficiente capacidad de aislamiento térmico, sino que además fuera capaz de regular las temperaturas en el interior de la vivienda haciéndolas soportables. Y se consiguió con un sistema aparentemente elemental, pero sumamente eficaz: una considerable masa de material empleado en la construcción; es decir, unos muros de suficiente espesor que no solamente eran capaces de lograr un buen aislamiento térmico, sino que tuvieran capacidad suficiente para acumular el calor cuando era excesivo e irlo cediendo cuando las temperaturas descendían. De éste modo, y exclusivamente con ello, se logra obtener una temperatura fresca y confortable durante el verano, cuando, aunque se pueden alcanzar temperaturas superiores a 40º en algunos momentos del día, las medias diarias de los meses más cálidos se sitúan en el entorno de los 25º. En invierno, por el contrario, este sistema de acumulación no es suficiente para el confort porque las temperaturas medias son demasiado bajas; por ello no quedaba otro remedio que utilizar el fuego del hogar, única fuente de calor, para calentarse un poco y, además, abrigarse suficientemente para combatir el frío. Para construir la vivienda con suficiente masa se utilizaban los materiales más económicos, y estos eran, lógicamente, los del propio lugar. Barro y piedra eran los más habituales y, en consecuencia, los más empleados en la comarca. El barro en forma de adobe o de tapial; técnicas antiquísimas que han demostrado su bondad y durabilidad a lo largo de la historia. El adobe no es sino una mezcla de barro y paja al que se da forma por medio de un molde y se deja secar al sol para luego aparejarlo mediante sucesivas hiladas dándole el espesor y altura que se deseara. Vivienda tradicional de Codo construida en tapial La huella de sus gentes 279 Una de los edificios más conocidos de la comarca: la denominada “Casa natal de Goya”, modesto ejemplar de arquitectura popular. En Fuendetodos la presencia de buenas canteras propicia el uso abundante de la piedra El tapial consistía en una técnica de construcción “in situ” consistente en apisonar una mezcla de barro y piedra menuda, en sucesivas tongadas, entre un encofrado de madera que definía el espesor del muro y podía utilizarse repetidamente a medida que éste se levantaba; es frecuente encontrar tapiales en los que además de barro y piedra se añadía todo tipo de materiales de desecho como cascotes de teja inutilizada, restos de ladrillo o residuos de calicanto. En zonas donde existe alguna cantera cercana, como es el caso de La Puebla de Albortón se encuentran, lógicamente, más ejemplos de edificios levantados mediante muros de mampuestos de piedra irregular, aunque lo más habitual siga siendo el tapial. Pero la piedra se utiliza generalmente en todos los edificios de adobe o tapial en el arranque de los muros hasta una altura variable cercana al metro, por la necesidad de proteger los muros de la humedad que asciende desde el terreno por capilaridad, que arruinaría un material de barro sin cocer. Esta misma necesidad de protección contra la humedad hace que las fachadas de las casas se encalaran periódicamente por lo que únicamente en caso de deterioro del encalado o en algunas medianerías desnudas podemos apreciar la técnica de construcción empleada. La cal, que se obtenía por calcinación de la piedra caliza en las caleras (hornos de cal), apagada, es decir diluida en agua formando hidróxido 280 Comarca de Campo de Belchite cálcico, se utilizaba para recubrir la fachada; pasado el tiempo y carbonatada, formaba una capa protectora contra el ataque del agua. Además, y dado que es un excelente material térmico-selectivo, ayudaba a mantener fresca la casa en los rigores del verano. Pero no todo es funcionalidad en la arquitectura popular. El deseo de ocultar el adobe o el tapial, materiales considerados pobres y feos, ha tenido muy probablemente tanta influencia en el uso de la cal como sus beneficiosas propiedades térmicas, higiénicas o protectoras. A todo ello es debido el color blanco que los pueblos de la comarca ofrecen, si bien cada vez es más frecuente la utilización de pintorescos colores alejados de la tradición y más propios de otras latitudes y culturas. Únicamente el color añil recuadrando los huecos de puertas o ventanas, que se obtenía mezclando el azulete de blanquear la ropa con la cal, daba una nota de color; tradición esta que dicen de influencia morisca. La Puebla de Albortón. El azulete se empleaba también en la decoración de interiores Además de adobe, tapial o piedra, el ladrillo cocido se utiliza en los edificios para construir sus muros, si bien no es lo mas frecuente porque resultaba caro, dado que precisa de abundante energía calorífica para su cocción; es la razón de que únicamente en viviendas Azuara. Empleo de ladrillo en la rosca de los de más “posibles” o casas-palacio se arcos empleara de forma masiva, utilizándose puntualmente en las casas más modestas para elementos muy concretos como el arco de entrada, o para refuerzo de elementos más expuestos o débiles como esquinas, o para la formación del alero, o sustituyendo a la piedra en la parte inferior de los muros. La necesidad de protegerse del clima, unido a la escasez de vidrio, que resultaba prohibitivo para la economía de la mayoría de las casas hasta tiempos recientes, hizo que las ventanas fueran muy escasas tanto en número como en dimensiones, y únicamente a finales del siglo XIX comienzan a ampliarse los huecos de las ventanas abriendo balcones hacia la calle. Aún pueden contemplarse en la comarca numerosas ventanas de reducido tamaño en que la parte acristalada resulta una La huella de sus gentes 281 mínima parte de la superficie total lo que proporciona una paupérrima iluminación a las estancias interiores de la vivienda. Las ventanas son, generalmente, rectangulares con dintel de madera, y solamente pueden contemplarse algunos escasos ejemplos de antiguas ventanas que, rememorando estilos artísticos en su día de moda, presentan formas de influencia gótica, renacentista o neoclásica. Una excepción son las clásicas galerías de arquillos en la última planta de algunas casas a las que se ha clasificado como de estilo “aragonés”, construidas con ladrillo cocido, que suponen una interpretación popular del palacio renacentista aragonés; ventanas que habitualmente se rematan en arco de medio punto. Estas galerías que ahora normalmente vemos cerradas o acristaladas estaban antiguamente totalmente abiertas y correspondían al granero o desván situado bajo cubierta, donde se almacenaba el grano u otros productos protegidos de la humedad y bien oreados. En otros casos el granero se abría al exterior mediante un gran hueco orientado preferentemente al sur por razones obvias; es el solanar, de elocuente nombre. Es frecuente, y dota de colorido especial a las calles, la colocación de un toldo de tela ante la puerta de entrada de la casa. Este toldo, de vivos colores, protegía la casa en verano, tanto de la entrada de moscas como de la radiación solar y mantenía fresco el zaguán o patio de entrada. Otro elemento decorativo lo constituyen las numerosas hornacinas o capillitas empotradas en los muros bajo la advocación de algún santo o virgen que suele dar nombre a la calle o barrio; capillas que nos hablan de una larga y profunda tradición popular cristiana. De mayor tamaño e importancia eran las capillas que se situaban sobre los arcos de entrada a las poblaciones, de los que ya hemos hablado. Prosiguiendo con las técnicas y materiales de construcción, podemos observar que el uso de la madera es mínimo, como es lógico en una comarca donde la escasez de madera es patente. Por ello solamente se utilizaba donde era imprescindible: en forma de rollizo para las vigas de los forjados y cubiertas; escuadrada para la formación de dinteles de ventanas y puertas y para la carpintería de las mismas. Samper del Salz. Tirante de madera visible en una casa tradicional 282 Comarca de Campo de Belchite Los entrevigados se construían con entramados de caña, más abundante y barato, y que pueden verse en muchos casos, sobresaliendo de la fachada, en la formación del alero apoyado sobre los rollizos de la cubierta. Pasarán desapercibidos, salvo que uno sea buen observador, los tirantes de madera que apenas se distinguen en el muro, y que atravesados por un travesaño, también de madera, colaboran a trabar los muros absorbiendo posibles empujes. Los huecos de entrada o portadas de las viviendas son en su mayoría adintelados, pero en ocasiones, para dar más prestancia o importancia a la casa, se construyen mediante arcos de medio punto con dovelas de ladrillo cocido o, raras veces, debido al coste económico, de piedra labrada por algún cantero especialista. Resulta curioso observar la forma en que se construían las chimeneas meFuendetodos. Barrio Alto. Portada dovelada en diante un armazón de entramado de piedra caracoleña caña, revestido de mortero de cal, en forma de tronco de cono; se pueden ver algunos ejemplos en que, por el deterioro o abandono, el revestimiento parcialmente desaparecido permite ver el entramado de caña ennegrecido por el hollín. Seguramente son los aleros los que presentan mayor diversidad y riqueza ornamental; existen aleros de cañizo, como ya se ha dicho, pero también de ladrillo cocido de clara influencia mudéjar o de hileras sucesivas de teja curva, de construcción elemental unas veces y, otras, de notable complejidad compositiva. Respecto a los pavimentos, el más generalizado en los pisos vivideros era el de yeso que, extendido sobre el forjado del entrevigado de cañizo, las más de las veces, o sobre las bovedillas de revoltón, se bruñía con aceite de oliva dándole lustre. Este pavimento adquiría gran dureza y resistencia al desgaste, conservándose todavía muchos de ellos en sorprendente buen estado. El material de cubierta es siempre, sin excepción, la teja cerámica llamada árabe o curva, que ahora no nos llama la atención por habitual, pero que ha demostrado a lo largo de los siglos su bondad. No solo ha dado nombre a un elemento Belchite. Alero de tejas sobre mirador de arcos conopiales Belchite. Alero de canetes de madera labrada La huella de sus gentes 283 de la casa, el tejado, sino que es capaz de resolver todas sus partes, limatesas, limahoyas, aleros, encuentros o cambios de pendiente con piezas de una única forma. Además, su capacidad de permitir los movimientos de dilatación sin perder la impermeabilidad la hace especialmente adecuada en un clima como el de la comarca con grandes oscilaciones térmicas e intensa radiación solar. Obligaba, eso sí, y precisamente por su capacidad de movimiento, a repasar el tejado (“retejar”) todos los años para mantenerlo en buen estado, pero ello no era un grave inconveniente en épocas de mano de obra barata. La uniformidad en las formas de construir, la costumbre generalizada del encalado, la volumetría y altura similares de las casas, daba como resultado calles y poblaciones armónicas y a escala humana, realmente acogedoras. Sin embargo, la emigración de las últimas décadas, junto con la escasez de niños y jóvenes en poblaciones envejecidas, hace presentar en la mayoría de los pueblos de la comarca un aspecto desértico a sus calles y plazas, exceptuando los meses de verano, los días de las fiestas patronales y algunos fines de semana. El hierro es un material prácticamente inexistente en la construcción de las casas, utilizándose exclusivamente allí donde era imprescindible. La ausencia de mineral de hierro en las cercanías lo hacía, sin duda, estar fuera del alcance de la economía de la mayor parte de las casas. En consecuencia, y salvo en muy contados casos de casas pudientes, las labores de rejería son muy escasas. Únicamente con la ampliación de huecos de fachada a partir de finales del siglo XlX y la construcción de nuevos balcones se utilizó en mayor medida la forja de hierro para sus balaustradas. Aún así podemos ver antiguos balcones cuyos balaustres son de madera torneada. Incluso los tendederos de ropa ante las ventanas eran de madera, quedando algunos ejemplos antiguos de los que se conservan los palos de madera que, empotrados en el muro, servían de apoyo a otro palo largo o cuerda donde colgaba la ropa. En general el uso del hierro forjado se reduce a fallebas, bisagras, llamadores y picaportes. La distribución habitual de la casa, habitualmente de dos plantas y granero, era la siguiente: en la planta baja, al nivel del suelo, la parte más húmeda, se situaban las cuadras o establos, además de almacenes de aperos y leñera; sobre ella, la planta vividera, con la cocina y fregadero, sala y alcobas; si la casa tenía otro piso se dedicaba a salas y dormitorios; por último, bajo cubierta se ubicaba el granero. Aún es frecuente ver bajo el alero de las casas una polea o “garrucha” utilizada para subir los sacos de cereal hasta el granero. En muchas de las casas existe también la bodega, que excavada en el sótano nos habla del cultivo de la vid y el vino que, de forma particular, cada familia producía para su propio consumo y venta de los excedentes. Estas bodegas eran muy abundantes, al menos, en Codo, Lagata, Plenas y Moneva. 284 Comarca de Campo de Belchite Grupo de cuevas en Moyuela Otro tipo de vivienda lo constituye la casa-cueva, de las que se conservan abundantes ejemplos en Moyuela, concretamente en la ladera sobre la que se extiende el barrio de Malta. Allí, entre empinadas sendas poco cuidadas y sin asfaltar se pueden contemplar muchas de ellas, la mayor parte abandonadas o descuidadas, pero algunas perfectamente conservadas y habitadas, principalmente durante las vacaciones o los fines de semana. Este tipo de vivienda, despreciado por considerarse de extrema pobreza, comienza a ser valorado en la actualidad por las posibilidades que ofrece respecto al confort y habitabilidad. Por sus especiales características, estas moradas ofrecen una temperatura prácticamente constante a lo largo de año, de tal forma que resultan muy frescas en verano y muy fáciles de calentar en los escasos días de invierno en que es precisa una fuente adicional de calor. Las chimeneas de sus hogares, de notable tamaño y encaladas, pueden verse emerger del suelo a nuestros pies cuando paseamos entre ellas. La distribución interior de estas cuevas consta de una o dos habitaciones (sala y dormitorio) que se sitúan junto a la entrada y cuentan con ventilación directa y luz natural por tener ventana hacia el exterior en la fachada; cocina con hogar bajo y salida de humos por las grandes chimeneas antes citadas, alcobas a las que se accede y ventila a través de otra sala o dormitorio y cuadra para albergar los animales. Una ventaja de estas viviendas era la posibilidad de irse agrandando mediante la excavación de nuevas estancias a medida que fuera necesario, bien por aumentar el tamaño de la familia o por nuevas necesidades de almacenaje o albergue de bestias. Otro tipo de construcciones trogloditas que se pueden encontrar en abundancia, también en Moyuela, son las bodegas, pero no las situadas en el subsuelo de las casas sino en la ladera enfrentada al barrio de Malta. Allí, a través de senderos serpenteantes, podemos acceder a estas antiguas construcciones que descienden por el interior de la tierra hasta los espacios excavados en las entrañas de la tierra, La huella de sus gentes 285 donde se colocaban las cubas de madera que allí mismo fabricaban y montaban los toneleros para conservar el vino que se prensaba en los propios trujales. Bodegas que en la actualidad ya no se emplean, al menos de la misma manera que antaño, por haber prácticamente desaparecido la producción particular de vino, usándose en la actualidad como almacenes o, en algunos casos, como espacios de ocio para fiestas o celebraciones. Otro tipo de construcciones merecedoras de ser citadas son las neveras o pozos de nieve, que ya se han descrito en artículos precedentes. Conservar esta arquitectura, patrimonio cultural de la comarca y reflejo de su pasado histórico es, sin duda, necesario. De ello da fe la importancia cada vez mayor dada, sobre todo, por las asociaciones culturales y por los propios particulares, aunque sería deseable una mayor sensibilidad por parte de las administraciones. Caseta de campo bien cuidada por su dueño en la partida de Varcalién de Azuara. Ejemplo de eficaz conservación del patrimonio 286 Comarca de Campo de Belchite