La «polémica sobre el nacionalismo en la literatura

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Cátedra José Martí, Universidad de Costa Rica, Sede del Pacífico
www.catedramarti.ucr.ac.cr
XI Encuentro Internacional de Cátedras Martianas
Descolonización y soberanía, retos y avances en el siglo XXI
4, 5 y 6 de noviembre del 2013
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La «polémica sobre el nacionalismo en la literatura» costarricense:
una perspectiva martiana
Lic. Gerardo Hernández Sánchez
[email protected]
Universidad de Costa Rica
Sede del Pacífico, Costa Rica
No somos aún bastante americanos: todo continente debe tener su expresión propia:
tenemos una vida legada, y una literatura balbuciente. Hay en América hombres perfectos
en la literatura europea; pero no tenemos un literato exclusivamente americano. Ha de haber
un poeta que se cierna sobre las cumbres de los Alpes de nuestra sierra, de nuestros altivos
Rocallosos; un historiador potente más digno de Bolívar que de Washington, porque la América
es el exabrupto, la brotación, las revelaciones, la vehemencia, y Washington es el héroe de la
calma; formidable, pero sosegado; sublime, pero tranquilo.
José Martí
Antecedentes de la «polémica»
En 1894, el escritor, político, diplomático y Benemérito de la Patria costarricense
Ricardo Fernández Guardia (1867-1950), publica su libro de cuentos Hojarasca, el
cual es sometido a fuertes críticas por el escritor nacional Carlos Gagini (18651925), así como por el médico cubano Benjamín de Céspedes (1858-1914) y el
jurista y político, también de origen cubano, Antonio Zambrana (1846-1922).
El 28 de mayo de 1894, a petición de los editores de la revista Cuartillas, y dada la
autoridad que el «Maestro» gozaba en suelo costarricense, Zambrana, radicado
en el país entre los años de 1876 y 1906, escribe una reseña en la cual «abre» la
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polémica, y en la que rechaza la incursión plagiada y la imitación arbitraria que los
escritores latinoamericanos toman de Occidente.
La irrupción decida que la literatura nacional tuvo en el periodo comprendido entre
los años de 1890 y 1910, momento en el cual la creación literaria se vio inusitada y
febrilmente activa tanto en el campo editorial como literario, también marca el
punto de inicio de la polémica a la que hacemos mención. Por ejemplo, en el año
de 1890, Máximo Fernández edita La lira costarricense, texto que recopila, por
primera vez, la creación poética nacional. En ese mismo año, Carlos Gagini
compone su «juguete cómico-lírico» Los pretendientes, con música de Eduardo
Cuevas. No se nos escapa que en 1894 –como ya lo mencionamos–, Fernández
Guardia publique el primer libro de cuentos costarricenses: Hojarasca, seguido, en
1898 –como parte de la misma polémica que acá abordamos– de Chamarasca,
libro de cuentos escrito por Carlos Gagini.
Este auge en la literatura costarricense involucrará a figuras como Aquileo
Echeverría (1866-1909), Manuel González Zeledón (Magón) (1864-1936), Manuel
Argüello Mora (1834-1902), Joaquín García Monge (1881-1958), María Isabel
Carbajal (Carmen Lyra) (1887-1949), Manuel de Jesús Jiménez (1854-1916),
Claudio González Rucavado (1878-1928), Gonzalo Sánchez Bonilla (1884-1965),
entre otros; con obras literarias de muy diversos géneros: ensayo, novela, poesía,
artículos periodísticos, teatro, zarzuelas, comedias, ensayos dramáticos, poseía
lírica, cuentos, etc.
En la reseña mencionada Zambrana, luego de elogiar a Fernández Guardia –
elogio que disfraza un tanto su crítica–, esgrime en contra el joven escritor el
abordaje que éste realiza en primacía de lo extranjero por sobre lo nacional: «Y
aún así y todo, regañaría yo á [sic.] Ricardo, si me atreviera, por que [sic.] no mira
y explota bastante lo que tiene más cerca ó á [sic.] su alrededor, sino que prefiere
irse lejos». (Zambrana en Sánchez, 2003, p. 104)
Por su parte, Gagini en el mismo número de la revista Cuartillas en el que figura la
reseña de Zambrana, publica bajo el pseudónimo Amer, el texto que se ha
considerado como el iniciador de la polémica, que posteriormente aparece en el
periódico La República el 29 de junio de 1894, con argumentos que reiteran lo
antes expuesto en Cuartillas. He aquí un punto –por lo menos el más ampliamente
comentado– de lo que se ha denominado como la «polémica sobre el
nacionalismo en la literatura» costarricense: el recurrente uso por parte de
Fernández Guardia de escenas y personajes ajenos a la realidad costarricense.
En la carta referida, Gagini comenta:
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Achaque muy común en nuestras repúblicas es desdeñar los mil sujetos
nacionales que pudieran dar motivo a otras obras literarias interesantísimas y
llenas de novedad para los extranjeros; se recurre a argumentos gastados, se
pintan escenas y se trazan diálogos que lo mismo pueden verificarse aquí, en
Madrid o en París; y mientras tanto nadie se ocupa de estudiar nuestro pueblo y
sus costumbres desde el punto de vista artístico, nadie piensa en desentrañar los
tesoros de belleza encerrados en los dramas de nuestras ciudades y en los idilios
de las aldeas, en la vida patriarcal de nuestros antepasados y en su historia
pública, en lo recóndito de las almas y en la naturaleza exuberante que despliega
ante nuestros ojos indiferentes su grandiosa poesía1.
La crítica de Gagini es respondida por Fernández Guardia en una carta dirigida a
Pío Víquez, fechada el 24 de junio de 1894, y publicada en el periódico El Heraldo
de Costa Rica; en ella, el autor de Hojarasca se defiende de los «ataques» hacia
él propinados. El 27 del mismo mes y año, Gagini publica una respuesta dirigida a
Fernández Guardia en el periódico La República. A esta polémica, como ya lo
mencionamos, se suma el escritor cubano radicado en Costa Rica, Benjamín de
Céspedes, haciéndose eco de lo ya expuesto por Zambrana y Gagini. En carta
publicada en El Heraldo de Costa Rica, el 1° de julio de 1894, Benjamín de
Céspedes arremete contra Fernández Guardia y afirma que la «pobreza de
sensación artística que [éste] achaca a su país, es más bien un fenómeno de
subjetivismo enfermizo, que una realidad».
En un fragmento de su misiva, Benjamín de Céspedes apunta:
El señor Fernández, aludiendo a la imposibilidad insuperable de hallar impresiones
artísticas en su patria, dice que con una india de Pacaca, sólo se puede hacer otra
india de Pacaca, y sin embargo, Chateaubriand con indios e indias parecidos a los
de Pacaca, hizo Atala y los Natchez; Loti nos describe deliciosos amores entre las
tribus salvajes de Polinesia, Bret Harte y Fenimore Cooper entre indios
americanos, Jacoltiot; entre las tribus asiáticas, Zola en los pantanos de la Beaucè
y en los suburbios de París.
¿Esto qué significa?
Que el escritor, como el pescador de perlas, al sumergirse en lo desconocido y
misterioso de los males, busca, lucha, remueve el légamo, logra romper el banco
calizo de madréporas, sube al fin a la superficie con la codiciada presa; unos
encuentran entre las valvas la hermosa perla, otros... son los desgraciados, que
sólo pescan la ostra huera, los ratés de la literatura, que no hallan sino perlas de
vidrio de patente francesa o española2.
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La polémica se acrecentará cuando en la palestra hagan su aparición personajes
como Leonidas Briceño, Jenaro Cardona (1863-1930) y Manuel González
Zeledón. Solamente por mencionar un texto más de los que constituyen esta
polémica, transcribiremos un párrafo de una carta enviada por Manuel González
Zeledón (Magón) a Joaquín García Monge, con fecha de 1° de marzo de 1900,
con la que el escritor costarricense se inserta en la polémica y de paso felicita a
García Monge por la reciente publicación de su novela El Moto.
Los hijos del país de los encantos y de los cuentos de hadas, los que con abrir los
ojos disfrutan de la más cumplida hermosura, los que pueden palpar la desnuda
belleza de una tierra siempre virgen, cierran los ojos y esconden la mano para irse
con su imaginación tropical a pintar escenas parisienses que nunca han visto y a
formar atroces ramos con flores arrancadas de tratado elemental de botánica3.
Quepa mencionar que la novela El Moto, de García Monge, es considerada como
la primera novela en la historia de la literatura costarricense, y se enmarca dentro
del relato de estilo costumbrista. Dos bandos dentro de la polémica se polarizan
categóricamente: nacionalistas y modernistas.
Es de esta manera que se inicia una polémica
(…) que bien puede ser considerada la primera discusión teórica importante sobre
la literatura nacional en nuestra historia (…) A lo largo de más de una década, en
diversas revistas y periódicos, escritores e intelectuales de muy variada filiación,
se cuestionaron y dieron sus respuestas a problemas trascendentales de nuestra
literatura: ¿Cómo debemos escribir? ¿Cómo debe ser la literatura costarricense?
¿Cuáles han de ser los temas y personajes y cuál el lenguaje y la manera
apropiada de enfrentarlos?4
Estas preguntas que Quesada plantea serán el núcleo de lo que expondremos en
este breve artículo, enfocándolas desde una perspectiva martiana.
El imaginario occidental inscrito en la «polémica»
En la referida carta que Fernández Guardia escribe como respuesta a la crítica
que Carlos Gagini publica en la revista Cuartillas, se lee un párrafo en el que el
Benemérito de la Patria deja muy claro su desidia hacia temas nacionales y la
urgencia que en Costa Rica se posee de hacer literatura imitativa y nunca propia.
De esta manera declara:
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(…) el país que después de muchos siglos de existencia y prosperidad logra tener
arte y literatura nacionales, ha llegado a la más alta cima de su civilización; y así
se dice el arte griego, el arte romano, la literatura francesa, las letras españolas. Y,
¿cuándo le parece a usted que podría decirse el arte o la literatura costarricenses?
Yo, Dios me lo perdone, me imagino que nunca5.
Se desprende que Fernández Guardia considere imposible –en todo tiempo y
lugar– la creación artística costarricense, es decir, Costa Rica nunca ha tenido y
nunca tendrá ni literatura ni arte. Enfatizando su postura escribe:
Por lo que hace a mí, declaro ingenuamente que el tal nacionalismo no me atrae
poco ni mucho. Mi humilde opinión es que nuestro pueblo es sandio, sin gracia
alguna, desprovisto de toda poesía y originalidad que puedan dar nacimiento
siquiera a una pobre sensación artística. En cuanto a los dramas más que vulgares
de nuestras ciudades, me prometo estudiarlos cuando se me ocurra la idea
perversa de escribir novelas sangrientas por entregas6.
Tras la cita textual arriba transcrita, Fernández Guardia deja muy en claro, en su
respuesta a Gagini, que en Costa Rica no hay un solo tema digno de ser llevado a
la literatura y que toda manifestación de arte o literatura «en estos paisecitos de
América», es propia de «salvajes nacionales», de «señores incivilizados, aunque
ciudadanos costarricenses», que no con capaces de inspirar «ni siquiera una mala
gacetilla»7.
Es hasta la década de 1990 que algunos autores intentan salir «en defensa» de
Fernández Guardia8, argumentando que debe hacerse una cabal diferenciación de
los enjuiciamientos ético-patrióticos que se le achacan y considerar «los textos de
la polémica en cuanto prácticas discursivas en su especificidad histórica de modo
tal que han posibilitado el acercamiento a las concepciones estéticas y políticas
que en ella se enfrentaron»9.
Estos trabajos tratan de abordar la polémica desde el llano enfoque y análisis de
tendencias discursivas, circunscribiendo la polémica de 1894 al terreno de lo
meramente estético, es decir, al enfrentamiento literario entre nacionalismo
(Costumbrismo) y Modernismo10. No obstante, discrepamos abiertamente de este
punto de enfoque y análisis, pues delimitar una polémica sobre el nacionalismo en
la literatura costarricense al mero campo de lo estético es descontextualizar la
literatura de sus elementos políticos, culturales, sociales e históricos, lo que
presupondría un ejercicio de «solipsismo literario» en el que el arte se manifestaría
como una expresión netamente formal y sin ninguna raigambre histórica o
sociocultural11.
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Y la cuestión transciende las fronteras de lo «simplemente» literario. En Carta
publicada en el Diario de Costa Rica en mayo de 1939 y dirigida a Fernández
Guardia, Clodomiro Picado Twight (1887-1994), científico costarricense y también
Benemérito de la Patria, hace referencia al saneamiento y a los procesos de
blanqueamiento que los costarricenses deberían promover en aras de abandonar
su connatural «retraso» y la inminente amenaza sobre la que el país y su
población se cierne al paulatinamente «volverse negra».
¡NUESTRA SANGRE SE ENNEGRECE!, y de seguir así, del crisol no saldrá un
grano de oro sino un pedazo de carbón. Puede que aún sea tiempo de rescatar
nuestro patrimonio sanguíneo europeo que es lo que posiblemente nos ha salvado
hasta ahora de caer en sistemas de africana catadura, ya sea en lo político o, ya
en aficiones que remedan el arte o la distinción, en tristes formas ridículas. Quizás
Ud. cuya voz prestigiada es oída por los humanistas de valer que aun [sic.] quedan
en estas regiones, logre ayudar a señalar el precipicio hacia el cual nos
encaminamos12.
La preocupación de Picado por el «ennegrecimiento» de la sangre costarricense y
la pérdida de su «acervo europeo» era –y todavía es– una expresión de sumisa
fascinación ante lo exógeno, lo cual repercute en la creación de una «identidad
nacional» configurada como modelo exportado occidental del imaginario social
asumido por América e implantado por Europa. Es curioso notar cómo los
«intelectuales» de la época eran afines a rechazar y desestimar lo nacional ante la
avanzada del «progreso» occidental, considerando a la América americana y a su
identidad
–vaciada por el proceso colonial– como formas «retrasadas» que
debían dar paso al «ascenso» y al «perfeccionamiento» propios de una Europa
«floreciente» y «civilizada».
La «oficialización» de los costarricenses como una raza «blanca», fue facilitada
por la temprana difusión de este tipo de planteamientos, en particular por los
viajeros que visitaron el país luego de 1821. El escocés Robert Glasgow Dunlop,
ya en 1844, concluía que «los habitantes del Estado de Costa Rica son casi todos
blancos, no habiéndose mezclado con los indios como en otras partes de la
América española, y los pocos de color han venido sin duda de los Estados
vecinos»13.
Asimismo, y reforzando esta posición de Glasgow, el escritor y filósofo social
salvadoreño, Alberto Masferrer, unas cinco décadas más tarde y tras su primera
visita al país, confirmó y cualificó la descripción del autor escocés:
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(...) apenas hay indios... En cambio la negra sangre de África corre abundante y
pura en la costa del Atlántico... un diez por ciento entre indios, negros, mestizos y
mulatos; lo demás pura raza española, de Galicia. Así, entre ellos y nosotros hay
la diferencia sustancial de la raza. No se marca bastante esa diferencia mientras
se va de Puntarenas hasta Alajuela. Salvo las modalidades características en un
pueblo pacífico, ésas y las demás del tránsito son poblaciones centroamericanas.
Pero cuando llegáis a la verdadera Costa Rica, es decir, á Heredia, á Cartago, á
San José, ya estáis en un pueblo que ni por el clima, ni por la raza, ni por las
tendencias es nuestro. Aquella es la Tiquicia pura...14
Es de notar que los extranjeros occidentales que arribaban a suelo costarricense
veían en el mestizaje un claro ejemplo de cómo en el país primaba lo europeo por
sobre lo «indio», lo negro y lo «bárbaro», de lo que se desprendía el «alto» grado
de «civilización» que el pueblo costarricense ostentaba. He allí el núcleo de la
preocupación del Dr. Picado: el «horror» étnico de que nuestra raza se hundiera
en el abismo del «retroceso» y de la «involución». Estos costarricenses, que
habían realizado sus estudios en Europa y volvían luego de una estancia
permeada por el «crecimiento» y la «civilización», se comportaban como
ignorantes «sietemesinos» que por faltarles el valor «se lo niegan a los demás» y
como no «les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y
pulsera, el brazo de Madrid o de París, (…) dicen que no se puede alcanzar el
árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a
la patria que los nutre»15.
Por ejemplo, el Secretario de la Corte de Justicia Centroamericana, Ernesto
Martin, expresó claramente en noviembre de 1911 la vinculación oficial establecida
entre etnia y democracia, al señalar que el avance experimentado por esta última
en Costa Rica obedecía a dos factores principales, la expansión escolar –la cual
colocaba en segundo lugar– y, en primer término, a
(…) la raza especial que habita nuestros campos, de cuasi pura estirpe vasca y
castellana en su más grande parte, poco inclinada por ello á las especulaciones
imaginativas; más propia –al modo de las regiones en que nuestros progenitores
nacieran– para germinación de realidades que para cosecha de ensueños; tarda
en el pensamiento, pero de concepciones seguras; positivista y previsora; amiga
del mundo material que la sustenta, en mayor grado que de los dominios de la
fantasía que tan solo idealidades proporciona; resignada en las contrariedades…16
Como lo mencionamos, para la época en la que se inscribe la polémica, una
estirpe de «intelectuales» –y todavía en la actualidad– ven en la raza americana
una innata naturaleza ignorante que no les permite, dada su connatural estulticia,
alcanzar o tan siquiera entender el «beneficio» que la emulación de las
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costumbres europeas y occidentales traerá a los «atrasados» pueblos
hispanoamericanos, sin que importe el remedo grosero y la repetición
deshistorizada de patrones ajenos y en nada cercanos a la realidad mediata o
inmediata latinoamericana.
La exclusión racial detrás de la «polémica»
La noción de raza es un término/concepto que antes del siglo XVI no existía en
ningún idioma y que, una vez que se toma prestado de la zoología, justificó el
desarrollo de Occidente y de su sistema hegemónico de sometimiento y
autoafirmación capitalista17. Poder y civilización, respaldados por el cristianismo y
la idea de «modernización», hicieron justificable social, científica y teológicamente
el exterminio de los negros y de los «indios» y la centralización del poder colonial
en los pueblos hispanoamericanos18.
Estas ideas biologicistas sobre la hegemonía de la «raza blanca» por sobre las
«razas no blancas» o las «razas de color» siguieron en el continente americano
los pasos de pensadores europeos como Georges Louis Leclerc, Conde de Buffon
(1707-1788)19, David Hume (1711-1776)20, G. W. F. Hegel (1770-1831)21, Karl
Marx (1818-1883)22; entre otros, y tuvieron un éxito inusitado entre «intelectuales»
hispanoamericanos de la época como Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888)23,
José Ingenieros (1877-1925)24 o José Enrique Rodó (1871-1917)25.
A diferencia de estos intelectuales europeos o europeizados, Martí aborda el tema
del racismo como una relación estructural de dominación, que desde un punto de
vista sociohistórico y cultural es situacional y epocalmente construido y nunca
inmanentemente preestablecido. Las diferencias entre razas son accidentales y no
esenciales, es decir, circunstancialmente acaecidas desde condicionamientos
sociohistóricos y geopolíticos y no ontológicamente determinadas.
La polémica sobre el nacionalismo en la literatura implica una discusión racialbiologicista que toma como parámetros la «decadencia» de la «razas inferiores» –
entiéndase por «razas inferiores» las etnias latinoamericanas– y la supremacía
tanto ontológica como epistémica además de racial, de las «razas superiores» o
«razas blancas u occidentales».
Cuando Fernández Guardia afirma que «con una india de Pacaca sólo se puede
hacer otra india de Pacaca»26, su sesgo racial-occidental es no solo motivada por
la connatural inferioridad biológica, sino también por la inferioridad artística: un
«indio» no puede hacer arte, los «indios», sus paisajes, sus costumbres, hábitos y
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tradiciones, no llegan siquiera a ser temas de desdeñable interés para un autor
embriagado del dulce néctar de París, Grecia o Italia.
En el caso de la literatura y durante el periodo poscolonial que se conoce como el
Barroco de Indias, Sor Juana Inés de la Cruz «dio la cara» por todo el continente
americano y fue «juzgada durante mucho tiempo como un capítulo desprendido de
la historia literaria española, accidentalmente situado en el contexto de la Nueva
España (…) siendo una perla caída en el muladar27 de la poética culterana
hispanoamericana»28.
El purismo eurocéntrico es claramente evidente en este tipo de posicionamientos,
en donde muchos «reconocen la altura literaria sólo de aquellos textos que con
mayor rigor actualizan el paradigma metropolitano. Otros, incluso, llegan a
resentirse ante cualquier interpretación que tienda a “denigrar” al Barroco español,
vicio en que caen sobre todo los “hispanistas extranjeros” que toman por valores
auténticos del Barroco las que son sólo muestras primitivas o bárbaras,
reduciendo la literatura española a poco más que un arte de negros»29.
Sintomático a esto es el papel de Fernández Guardia dentro de la polémica sobre
el nacionalismo en la literatura costarricense, pues se reciente ante las muestras
vanas de la vida en el país, y como fiel representante de una literatura europea,
considera como odiosas y de muy mal gusto las manifestaciones artísticas
nacionales que retraten la vida pueril y sandia de una Costa Rica sin ningún tema
digno de ser llevado al arte.
En este sentido, los pueblos «colonizados» por Occidente asumen desde la noción
teórica del «sujeto cultural colonizado» la identidad del colonizador y entran en
una rampante contradicción, pues no pueden representarse a sí mismos, sino sólo
partir de los valores impuestos por el conquistador.
Resulta evidente por qué para Martí el «escollo de América consiste en la
ignorancia que de ella poseen los americanos»30, y que la creación cultural, social,
estética, artística y literaria sea también una lucha política en contra del
imperialismo y el colonialismo que han instalado en los pueblos
hispanoamericanos una identidad inercial pasivamente asumida.
Trae cada raza al mundo su mandato, y hay que dejar la vía libre a cada raza, si
no se ha de estorbar la armonía del universo, para que emplee su fuerza y cumpla
su obra, en todo el decoro y fruto de su natural independencia: ni ¿quién cree que
sin atraerse un castigo lógico pueda interrumpirse la armonía espiritual del mundo,
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cerrando el camino, so pretexto de una superioridad que no es más que grado en
tiempo, a una de sus razas?31
Se evidencia en esta cita martiana la postura férrea de una armonía universal
basada en principios básicos y por ello universales –como lo son la igualdad
(redistribución) y la identidad (reconocimiento)– que deben gozar todos los seres
humanos, sin que deba recurrirse a sesgos raciales ni posiciones
segregacionistas. Es allí donde cobra especial importancia la frase contenida en
Mi Raza, que describe concisamente el posicionamiento martiano: «Dígase
hombre, y ya se dicen todos los derechos»32.
Para Martí «el hombre es uno»33 y la aparente –y por ello falsa– superioridad
histórica que a lo largo de los siglos se ha profesado en favor de la «raza
superior» o «raza blanca» no
(…) forma parte de la naturaleza de las cosas. Es una superioridad de «grado en
tiempo», es decir, diacrónica y circunstancial, y por tanto, nociva para la armonía
del universo (…) [el] criterio de diferenciación de los hombres, en una sincronía, no
es la raza o el grado de desarrollo, sino el lugar donde habita, su nacionalidad […]
y si el hombre es uno, pues refleja la unidad de la Naturaleza, la raza es un criterio
contingente como el color de los ojos, el tamaño o la aptitud para tal o cual trabajo,
es decir, la raza es un atributo cultural34.
Martí no desdeña lo mundial por lo latinoamericano sólo por el hecho mismo de
serlo, sino que insta a los pueblos a luchar contra una amenaza común que intenta
sobrepasar, sin ningún ánimo benefactor, los pueblos y su historia. Dos frases
suyas contenidas en el mismo manuscrito; Nuestra América, patentizan lo que acá
intentamos dilucidar: «No hay odio de razas, porque no hay razas»35 e «injértese
en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras
repúblicas»36.
Para Martí, estas formas simuladas de copiar a Occidente encubren
socioculturalmente un accionar deshistorizado que opaca procesos de
autoidentificación y de creación de espacios y tiempos hispanoamericanos. En
otras palabras, la creación de Hispanoamérica implica de suyo la creación de su
literatura, pues emancipar desde raíces propias a Hispanoamérica es crear
humanidad y en el mismo movimiento, crear a Hispanoamérica.
Para el imaginario occidental, Latinoamérica es su raza, y por tanto, esta raza
también es su literatura y su arte; asimismo, el sesgado imaginario occidental
identifica unívocamente a la diferencia con la no existencia, de allí que el proceso
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colonial asuma que América Latina no tiene idioma, ni cultura, ni costumbres, ni
religión, ni humanidad; simplemente porque toda manifestación de diferencia
implicaba de suyo, la no existencia.
Los «bárbaros salvajes» que habitan el continente americano deben ser educados
al estilo propio que Occidente considera como el único viable, y gracias a esta
educación aleccionadora y «civilizatoria», hacer de su no existencia y de su
diferencia, algo renovado, viviente y copia e imagen de Europa; civilizar, en este
sentido, es renunciar a lo americano por repudio a su intrínseca condición «india»
y aceptar sin objeciones la «civilización», en vez de la «barbarie».
Martí es tajante cuando afirma: «No hay letras, que son expresión, hasta que no
hay esencia que expresar en ellas. Ni habrá literatura hispanoamericana, hasta
que no haya –Hispanoamérica»37.
Martí ante la polémica: a manera de conclusión
El tono racial con el que Fernández Guardia defiende su posición evidencia el
cabal cegamiento que éste manifiesta por lo extranjero-occidental y la indolencia
que los temas nacionales le provocan a su pluma europeizada. El énfasis no
puede ser más categórico, en Costa Rica no hay tema digno de representación
artística y literaria, y menos aún a partir de lo indígena. Cuando replica a Amer, su
sesgo racial-occidental-literario aflora de manera exacerbada:
Con perdón de mi amigo Carlos Gagini, a quien quiero y cuyos méritos respeto y
admiro, me permito decir que esto es sencillamente un desatino nacido sin duda
del sentimiento patriótico llevado al extremo. Se comprende sin esfuerzo que con
una griega de la antigüedad, dotada de esa hermosura espléndida y severa que ya
no existe, se pudiera hacer una Venus de Milo. De una parisiense graciosa y
delicada pudo nacer la Diana de Houdon; pero, vive Dios que con una india de
Pacaca sólo se puede hacer otra india de Pacaca38.
Si seguimos esta deshistorizada manera de abordar la cuestión, podemos
fácilmente vislumbrar sus vicios y contradicciones, si solamente nos remitimos a la
polémica desde la discusión dicotómica entre Nacionalismo y Modernismo.
Veámoslo.
El Costumbrismo literario, cultivado en España alrededor del siglo XIX y
desarrollado a partir de posturas anteriores, –e.g., Santos y Zabaleta en el siglo
XVII o Torres Villarroel, Clavijo, Cadalso, Mercadal en el siglo XVIII–, intenta
retratar usos sociales y costumbres populares de un país o una región sin una
ulterior interpretación de éstas. Este rasgo diferencia al Realismo del
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Costumbrismo, a pesar de que ambos estilos literarios se encuentran
estrechamente relacionados. Así, pues, el Costumbrismo en la literatura constituye
una descripción casi pictórica de la vida cotidiana en el que, tras la Revolución
Industrial y el éxodo del campo a la ciudad, la burguesía intenta recuperar el
sentimiento de nostalgia inmerso en sus raíces campesinas.
El subgénero del Costumbrismo describe escenas, colores, lugares, costumbres,
instituciones y diferentes relaciones entre las diversas clases sociales, por cuanto
tiene como propósito «salvar del olvido» las costumbres «típicas» de una región
determinada, y presentar un cuadro de costumbres –o artículos de costumbres–
en el que se externen bosquejos o bocetos cortos que «pinten» hábitos, usos,
costumbres, paisajes, y características representativas de una sociedad. En
ciertos casos, el Costumbrismo trata de cumplir con una función moralizadora o
crítica-social.
Por su parte, y en cierta manera, el Modernismo surge como respuesta y
oposición al Nacionalismo y se desarrolla entre las décadas de 1890 y 1910,
coincidiendo epocalmente con los años en los que se desarrolla la polémica sobre
el nacionalismo en la literatura costarricense.
El Modernismo, como sincretismo del Parnasianismo, el Expresionismo y el
Simbolismo, se basa en un anhelo de perfección que colinda con un arte rítmico y
melódico sugerente; de esta forma, el Modernismo busca el culto a la belleza, el
amor, el preciosismo en el estilo, la atemporalidad y la ruptura con la realidad
cotidiana, la sinestesia y la aliteración de imágenes y colores, un sensualismo
predominante y la recurrencia al uso de cultismos, helenismos y galicismos, entre
otras características formales y estilísticas.
En primera instancia, se afirma que el Modernismo en la literatura
hispanoamericana se inicia con la publicación de Azul…, un libro de cuentos y
poemas del poeta nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento (Rubén Darío)
(1867-1916) editado y publicado en Valparaíso, Chile, en julio de 1888; sin
embargo, esta nueva estética literaria también había sido ya explotada en textos
que datan de los años de 1875 y 1882, escritos por José Martí (1853-1895) y
Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895).
El Modernismo, primer movimiento estético original con que Hispanoamérica
contribuyó a la literatura universal, surgió como respuesta a una época
determinada, hacia el último tercio del siglo XIX. El errado concepto del
Modernismo como movimiento de evasión, de imágenes preciosistas, palaciegas y
orientales, resultaba contradictorio si se contaba entre sus figuras sobresalientes a
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José Martí. En cambio, cuando los críticos literarios le concedieron más
importancia al aspecto histórico-cultural, y aseveraron que el Modernismo nacía
como respuesta a la época, a la Modernidad, los juicios concordaron con que Martí
respondía a los rasgos y actitudes diversas que caracterizan al Modernismo como
movimiento literario39.
La cita anterior nos evidencia que el Modernismo literario, a pesar de las
características que se le adjudican –y de las cuales hicimos mención en párrafos
superiores–, no empatan con la obra literaria martiana, pues el Modernismo
literario posee un aspecto sociohistórico y cultural que trasciende las meras
convenciones estéticas y estilísticas de los modelos literarios.
José Martí es considerado uno de los más importantes precursores del
Modernismo en la literatura hispanoamericana40, y tanto la publicación de sus
Versos Sencillos como de su novela Lucía Jerez, expresan el intimismo, el dolor
por la patria, la sospecha de una muerte próxima, el cosmopolitismo –con temas
de características universales–, así como valores sociales y culturales ligados a
los temas indígenas y patrióticos.
En la obra literaria de José Martí vemos cómo el modernismo, entre muchas otras
propuestas para definir su heterogeneidad, abrazaba un lenguaje renovado y
armonioso para enfrentar la crisis existencial que la Modernidad conllevaba. La
mayoría de los críticos afirma que la modernidad de Martí sobrepasó a la de otros
modernistas, ya que su obra ha tenido un efecto más duradero. Martí fue un
humanista preocupado por las interrogantes de su tiempo y deseoso de encararlas
desde diversos ángulos. Martí conoció los modelos antiguos de la literatura y creó
a partir de ellos41.
El Modernismo que Fernández Guardia profesa –y que al mismo tiempo da paso a
la polémica entre nacionalistas y modernistas–, no es, a nuestro juicio, el punto
clave de la polémica, que en su sentido más profundo versa sobre qué es lo que
debe o cómo debería ser la identidad literaria costarricense. Un país que no sabe
cuál es o cuál debería ser su identidad literaria, es un país que antes de dar
respuesta a esta interrogante –de apremiante importancia–, debe re-plantearse a
sí mismo como país y construirse como tal.
Creemos que precisamente en esta referencia exclusiva al contenido, reside la
debilidad fundamental del planteamiento dado en su origen por Gagini y
Fernández Guardia a la polémica. Pues a pesar de la aparente oposición entre las
concepciones de estos dos autores, pensamos que ambos partieron de una misma
base común, implícita en su teoría y en su práctica literarias. A pesar de su opinión
divergente acerca de los temas y los asuntos que podrían ser tratados de manera
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literaria; su opinión sobre la manera literaria –ciertos elementos formales y
lingüísticos válidos para enfocar cualquier tema– parece ser coincidente. Ambos
suponen que «el punto de vista artístico», o sea la forma literaria, es independiente
y autónoma de la realidad, y que puede ser aplicada indiscriminadamente, como
un patrón abstracto de validez universal, a cualquier contenido. Y ambos
consideran que ese patrón o modelo abstracto, es el criterio sobre el valor artístico
y las leyes sobre el género, recursos y lenguaje, canonizados por la teoría y las
prácticas literarias europeas, españolas o francesas42.
Quesada nos traza una muy puntual semblanza sobre el aspecto que acá
intentamos plantear, esgrimiendo que en la polémica sobre el nacionalismo en la
literatura costarricense, tanto nacionalistas como modernitas incurren en el mismo
error acerca de la manera literaria o «punto de vista artístico» sobre el que debe
versar la «identidad de la literatura costarricense»; en otras palabras, lo que es o
lo que debería ser el arte y la literatura en el país.
Tanto Gagini; por parte de los nacionalistas, como Fernández Guardia; defensor
del modernismo, amparan una concepción estética de la literatura independiente
de la realidad, que en este sentido puede ser indistinta y libremente aplicada a
cualquier época, circunstancia o contenido, con validez universal –y, por ende,
ahistórica– y bajo un criterio artístico que se somete a las leyes, teorías y prácticas
occidentales. Ambos bandos incurren, sea desde el nacionalismo o desde el
modernismo, a un formalismo literario, en el que la forma y la estética occidental
dan la pauta de elección del valor artístico como modelo abstracto de lo que
debería ser la literatura.
Si como Sánchez43 y los autores que él menciona nos centramos únicamente en el
nivel estético y discursivo de la polémica sobre el nacionalismo en la literatura
costarricense, el campo de la propia polémica se reduce considerablemente a una
suerte de mundo ficticio, completamente alejado de la realidad que lo conforma y
absolutamente deshistorizado del contexto político, cultural y social que lo
constituye. Seguir este patrón responde al proceso de deshistorización que la
Colonia trajo consigo, y a la reproducción inercial y pasiva con la que Occidente
pretende aleccionar a los «salvajes incivilizados» que Fernández Guardia
menosprecia y considera como indignos de representación literaria o artística. El
núcleo de la polémica entre nacionalistas y modernistas queda sin resolución.
El arte como construcción humana no puede ser separado de la trama social que
lo conforma y al no ser una disciplina aislada se teje dentro del entramado humano
y sociocultural que tiñe todas las manifestaciones históricas humanas. Utilizando
un argumento por analogía, podríamos mencionar el caso de Robert Oppenheimer
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(1904-1967), científico estadounidense director del proyecto Manhattan, grupo de
investigación encargado de la construcción y diseño de la bomba atómica. Cuando
el 6 y 9 de agosto de 1949, Estados Unidos lanza sobre Japón bombas nucleares
contra población civil, Oppenheimer, tras una entrevista con el presidente en
cargo, Harry S. Truman (1884-1972), le manifiesta que «siente las manos llenas
de sangre». De manera similar, el dos veces galardonado premio Nobel de
Química (1954) y premio Nobel de la Paz (1962), Linus C. Pauling (1901-1994);
desarrolla una campaña en contra de la utilización de armas nucleares terrestres.
Pauling, –más que Oppenheimer– sabía que la ciencia no puede ser nunca
desligada de la trama social, política, histórica y cultural que la conforma, de allí
que estimar a una bomba nuclear como un proyecto «inminente y exclusivamente
científico» es un error en nada desdeñable, más aún si se toma en consideración
las implicaciones que el uso de ésta puede implicar para el desarrollo de la
humanidad y del mundo entero. Este ejemplo nos pone en perspectiva el caso de
la literatura y la función social, cultural, histórica y política que ella acarrea.
Si nos atenemos a lo expresado por Fernández Guardia, la polémica sobre el
nacionalismo en la literatura costarricense es vacía y deshumanizada desde su
perspectiva histórica, de lo que se desprendería que cualquier manifestación,
artística, política, social o cultural, puede ser simplemente apartada de las
condiciones materiales e históricas que la componen y la condicionan. Visto así,
cualquier posicionamiento puede ser enteramente justificable.
Siguiendo a Fernández Guardia, y su deshistorización de la literatura en aras de
una discusión parnasianista del «arte por el arte», hasta el genocidio colonial
podría ser defendido desde los posicionamientos políticos occidentales y desde el
modernismo que el Benemérito de la Patria abrigaba. Martí es concluyente:
El mejor modo de hacerse servir, es hacerse respetar (…) la sustancia no ha de
sacrificarse a la forma, ni es buen modo de querer a los pueblos americanos
crearles conflictos, aunque de pura apariencia y verba, con su vieja dueña España,
que los anda adulando con literaturas y cintas (…) (Martí, Obras Completas, Vol. II,
Otro cuerpo de Consejo, p. 373.)
Esta adulación a la que hace referencia Martí fue lo que en párrafos anteriores
mencionamos respecto al Nacionalismo y al Modernismo como estilos literarios
ahistóricos –i.e., formales– que brindan primacía estética a las formas
occidentales como valor artístico abstracto de cómo debería ser hecha la literatura
desde un modelo español, europeo o francés.
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Tanto costumbristas (nacionalistas) como modernitas caen en el mismo sesgo que
ambas partes tratan de soslayar, pues intentan definir la «identidad literaria» de un
país sin antes haber definido cuál es el país al que le pretenden definir su
«identidad literaria». Ello sería similar a tratar de definir la taxonomía biológica de
una nueva especie que no ha sido tan siquiera hallada; i.e., un yerro sociohistórico
en el que se pretende dar respuesta a una pregunta que no posee referente
material, político, ni cultural; toda vez que su historia le ha sido impuesta y
prefigurada desde cánones occidentales que la catalogan desde sus propios
imaginarios sociales. No puede haber una literatura en Costa Rica hasta que no
haya una Costa Rica y este es el punto que se le escapa a ambos bandos
inmersos en la polémica, al enfrascarse en ella desde una perspectiva formal.
Siguiendo a Martí, una literatura netamente costarricense surgirá en el momento
en el que se dejen de copiar formas anodinas y gastas europeas, que en vez de
reforzar el sentimiento literario nacional, socaban cultural, social, política e
históricamente al país.
Un pueblo nuevo necesita una nueva literatura. Esta vida exuberante debe
manifestarse de una manera propia. Estos caracteres nuevos necesitan de un
teatro especial. La vida americana no se desarrolla, brota. Los pueblos que habitan
nuestro Continente, los pueblos en que las debilidades inteligentes de la raza
latina se han mezclado con la vitalidad brillante de la raza de América, piensan de
una manera que tiene más luz, sienten de una manera que tiene más amor, y han
menester en el teatro ―no de copiar serviles de naturaleza agotada― de brotación
original de tipos nuevos44.
Hispanoamérica se creará de la mano de su literatura, pues se necesita construir a
Hispanoamérica para que esta literatura se construya. Para Martí, no habrá
literatura hispanoamericana hasta que Hispanoamérica no sea construida. Discutir
una polémica acerca del nacionalismo en la literatura costarricense que tenga
como único referente el canon europeo, es seguir repitiendo las formas
occidentales implantadas desde la Colonia y regodearse en los mismos vicios que
América Latina ha venido arrastrando.
Un país que vive y se construye desde la deshistorización sociocultural crea una
identidad que se asume como una pregunta neurótica, pues no sabe cómo
representarse o a qué modelos servir. La literatura que propone el Modernismo es
esquizoide y la que propone el Costumbrismo, también. Para muestra, el hecho de
que Fernández Guardia trate de decir qué es la literatura costarricense desde la
visión europea y que Carlos Gagini trate de decir qué es la literatura costarricense
desde la visión no europea. En el mismo movimiento, ambas partes implicadas en
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la polémica toman como referente a Europa para definir la identidad de lo que es o
de lo que debería ser la literatura en Costa Rica. La «neurosis identitaria» es un
punto del que ambas partes adolecen.
Fernández Guardia trata de «salvar del olvido» a las costumbres, hábitos y usos
sociales europeos, empresa ingenua y vacua, dado el deslumbre enceguecedor
que Latinoamérica profesa por lo occidental, e instaurar en América Latina y el
Caribe la identidad que él considera la más apropiada: la europea. Occidente, al
considerar a Hispanoamérica diferente, y por tanto, inexistente, se rige por su
imaginario hegemónico que considera a la América americana como «retrasada»,
de allí que la identidad occidental se implante y se asuma como propia en América
Latina, a pesar de ser un imaginario europeo ajeno y distante.
Como lo mencionamos en el aparatado anterior, diferencia es, dentro del canon
occidental, inexistencia; de ahí que para Europa, América Latina no tuviese ni
literatura ni arte, ni maneras de representarse a sí misma, pues toda manifestación
de diferencia era sinónimo de una manifestación de inexistencia. Para el
tendencioso imaginario europeo, la literatura americana precolonial era una
muestra de mero folclore y no manifestaciones de un arte diferente al que
Occidente consideraría como tal.
En este sentido, Gagini puede ser considerado como un modernista no por sus
temas, o por las características que el Modernismo alude como propias de su
estilo, sino porque crea un Modernismo de raíz y ala latinoamericanas, aunque
con temas tomados de la palestra costumbrista; Fernández Guardia, por su parte,
también podría ser considerado como un modernista por sus características y
métodos, pero no por la construcción que realiza de una literatura inminentemente
hispanoamericana desde referentes europeos, desdeñando los temas y
escenarios nacionales. Es así como Fernández Guardia caería en lo podríamos
llamar un «Costumbrismo occidental» –si la expresión se nos permite– frente al
«Modernismo costarricense o latinoamericano» que desarrolla Gagini, mucho más
cercano al modernismo latinoamericano que en la literatura nace de la mano de
José Martí.
Martí es un claro ejemplo de lo que pretendemos exponer, pues no desdeña lo
latinoamericano ante el deslumbre de un París idolatrado; y sin embargo, es el
precursor del Modernismo en la literatura latinoamericana, lo que constata que el
Modernismo no se haya presente en el rechazo o en la renuncia a los temas
netamente hispanoamericanos, tal y como Fernández Guardia lo pregona, sino
que el Modernismo se construye de la mano con la construcción de una
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Hispanoamérica y un estilo y forma estéticas que no pueden dejar de lado su
arraigo sociohistórico y cultural.
Justamente, la automarginación de los temas nacionalistas es una de los
«transgresiones» que los detractores del Modernismo le atribuyen45. Miguel de
Unamuno (1864-1936), declarado crítico del Modernismo literario, considerará que
«el más grave cargo que habrá de hacerse algún día a esa literatura llamada, con
más o menos propiedad, modernista o decadente, que ha soplado como un
vendaval sobre los espíritus en América, será su neutralidad frente a la patria, su
poco o ningún calor patriótico, su ignorancia de la Historia, su vaciedad
liriconovelesca»46.
Benjamín de Céspedes, en una carta del 1° de julio del 1894 publicada en El
Heraldo de Costa Rica, «explicita el paradigma literario historicista predominante
entre la intelectualidad finisecular»47, y argumenta que el «genio literario de la
nacionalidad, y el estado de atraso en los países, lo observamos en la Grecia de
las primeras edades, que si no tuvo un Pericles, tuvo un Homero; en Inglaterra
donde Macaulay se extraña que en medio del atraso intelectual en que yacía
sumido el pueblo, hubiera podido surgir un Shakespeare; en Alemania con Goethe
y Schíller, y en España, durante el vergonzoso reinado de los Felipes y Carlos»48.
Para Segura, «si estos genios sobrevivieron en la historia literaria, se debe, más
que todo, al carácter eminentemente nacional de sus obras, cuyas aspiraciones y
empresas trataban ellos de encarnar en sus personajes y descripciones»49.
Si bien se sostiene que Gagini es un antimodernista y que el representante de
este Modernismo en la literatura nacional es Fernández Guardia, Martí como
precursor del Modernismo en América Latina y el Caribe, toca temas como los que
Fernández Guardia y Gagini tocan y no cae en los vicios occidentales que
Fernández Guardia desarrolla en contra de la literatura costarricense, ni en las
formas solapadas de europeización que el propio Gagini desarrollo en su libro
Chamarasca.
No pretendemos decir que las características del Modernismo expuestas o no por
Gagini sean lo que lo hagan un modernista o un antimodernista; sino que, es
posible hacer literatura modernista –o estar dentro del Modernismo– sin tener que
caer en un Costumbrismo temático y sin tener que recurrir a asuntos que denigren,
per se, lo latinoamericano.
La discusión acá planteada no es si Gagini o Fernández Guardia se adhieren a
estilos costumbristas o modernistas, sino que la defensa por parte de Fernández
Guardia de temas extranjeros es un claro ejemplo del deslumbre que para la
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época los intelectuales profesaban hacia cualquier manifestación artística
occidental. En oposición a una ética-patriótica-nacionalista y a una ética-estéticaliteraria, proponemos un racismo-ético y un racismo-literario, fruto de la imitación
artística y de las añejas copias que se toman de Occidente.
La pregunta de rigor es: ¿cómo podría existir un nacionalismo si no hay Nación ni
una identidad nacional?, la cuestión raya en el hecho de que la polémica no versa
sobre una ética-estética o una ética-nacionalista; versa, sobre todo, acerca del
imaginario social europeo en el que América Latina fue moldeada y la falta de
desarrollo e ignorancia histórica sobre la cual los modernistas defienden sus
posiciones.
Se sostiene que Fernández Guardia podría salir eximido si se le somete al juez de
la literatura y se le exime de lo político y lo estético, dado que el Modernismo –
basado en un parnasianismo– aboga al «arte por el arte», pero el arte es literatura
que se consolida y se moldea a través de lo político, lo cultural, lo social y lo
histórico; de manera que no puede excluirse a la sociohistoria del discurso
literario, toda vez que lo conforma.
La polémica no es resuelta ni por nacionalistas, ni por modernistas que en el fondo
persiguen los mismos fines para la literatura costarricense: temas literarios libre y
caprichosamente escogidos por el autor, así como la primacía de lo estético y lo
formal por sobre lo sociohistórico y cultural; la clave de la polémica, en cierta
medida, es dada por Martí y su visión sociohistórica de la realidad
latinoamericana, la cual implica de su suyo que la polémica no puede ser
abordada desde una estética literaria, ni en formas de «hacer» literatura que
respondan ya sea a cuestiones occidentales o pseudonacionales.
Esa costarriqueñidad no se debe entender como algo homogéneo, sino con
manifestaciones culturales más remarcadas en unos que en otros. Si bien se
pueden compartir ciertas características individuales y grupales que conforman la
mismidad50, lo cierto es que siempre habrá diferencias entre los sujetos, pues cada
uno y cada grupo están marcados por los rasgos que conforman las
individualidades. Lo común no implica lo idéntico51.
La clave que Martí brinda en la polémica sobre el nacionalismo en la literatura
costarricense debe ser abordada sociohistóricamente, de ahí que la polémica no
se resuelva en estilos y formas literarias –sean estas nacionalistas o modernistas–
; pues más bien se halla en la manera de abordar la polémica desde el campo de
la sociohistoria y en la creación de lugares y espacios latinoamericanos, que no
asuman formas extrañas de apropiación «identitaria», sino en la construcción y
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creación de «identidades costarricenses» que no confundan lo «común con lo
idéntico».
Esta noción resulta significativa, pues indica cómo la diferenciación es parte de la
autorrealización y; correlativamente, cómo se puede, a través de ello, entender el
proceso de formación de la identidad –sea individual o colectivo-nacional–, como
un proceso de diferenciación-identificación con ciertos valores y costumbres
forjadas en el espíritu revolucionario, i.e., evolución de los pueblos, evolución de
sus identidades.
Una vez que se empiece a crear una Costa Rica empezaremos a tener una
literatura costarricense y no el manido remanente de un Barroco de Indias en el
que la filiación al exotismo extranjero era el punto para crearse latinoamericano y
ser netamente «civilizado», «humano» y «artista».
La polémica sobre el nacionalismo en la literatura costarricense no se resuelve en
el campo estético o meramente literario, ni en estilos o tendencias artísticas en
boga, sino en el campo de la creación de una nación que pueda ostentar por
prácticas artísticas propias. Visto así, la literatura se convierte en una herramienta
política, social, histórica y cultural que aboga por una Costa Rica que no solo
existe en el discurso, sino también en la literatura.
Una vez más, el ejemplo antonomástico es el del propio Martí, que siendo el
precursor del Modernismo literario en América Latina y el Caribe, no cae es las
categorizaciones de una ética-estética o una ética-nacionalista, puesto que el
discurso no es de simple raigambre académica, como ambos bandos quieren
tácitamente exponer. Martí, sin ser parte de la polémica o hacer referencia a ella,
brinda una clave importantísima para hallarle una solución sociohistórica y no
naturalizante. «Un pueblo nuevo necesita una nueva literatura»52 y no habrá letras
hasta que no haya qué expresar en ellas, así como tampoco habrá literatura
costarricense, hasta que no haya Costa Rica53.
Para finalizar, dejaremos que sea el propio Martí el que nos hable y en su síntesis,
que podríamos llamar «modernista-costumbrista», nos exprese esto que hemos
querido plasmar.
Y luego, tú tienes un gran mérito. Nacido en Cuba, eres poeta cubano. Es nuestra
tierra, tú lo sabes bien, un nido de águilas; y como no hay aire allí para las águilas;
como cerca de los cadalsos no viven bien más que los cuervos, tendemos, apenas
nacidos, el vuelo impaciente a los peñascos de Heidelberg, a los frisos del
Partenón, a la casa de Plinio, a la altiva Sorbona, a la agrietada y muerta
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Salamanca. Hambrientos de cultura, la tomamos donde la hallamos más brillante.
Como nos vedan lo nuestro, nos empapamos en lo ajeno. Así, cubanos, henos
trocados, por nuestra forzada educación viciosa, en griegos, romanos, españoles,
franceses, alemanes. Tú naciste en Bayamo, y eres poeta bayamés. No corre en
tus versos el aire frío del Norte; no hay en ellos la amargura postiza del Lied, el
mal culpable de Byron, el dolor perfumado de Musset. Lloren los trovadores de las
monarquías sobre las estatuas de sus reyes, rotas a los pies de los caballos de las
revoluciones; lloren los trovadores republicanos sobre la cuna apuntalada de sus
repúblicas de gérmenes podridos; lloren los bardos de los pueblos viejos sobre los
cetros despedazados, los monumentos derruidos, la perdida virtud, el desaliento
aterrador: el delito de haber sabido ser esclavo, se paga siéndolo mucho tiempo
todavía. Nosotros tenemos héroes que eternizar, heroínas que enaltecer,
admirables pujanzas que encomiar: tenemos agraviada a la legión gloriosa de
nuestros mártires que nos pide, quejosa de nosotros, sus trenos y sus himnos.
Dormir sobre Musset; apegarse a las alas de Víctor Hugo, herirse con el cilicio de
Gustavo Béquer; arrojarse en las cimas de Manfredo; abrazarse a las ninfas del
Danubio; ser propio y querer ser ajeno; desdeñar el sol patrio, y calentarse al viejo
sol de Europa; trocar las palmas por los fresnos, los lirios del Cautillo por la
amapola pálida del Darro, vale tanto, ¡oh, amigo mío! tanto como apostatar.
Apostasías en Literatura, que preparan muy flojamente los ánimos para las
venideras y originales luchas de la patria. Así comprometeremos sus destinos,
torciéndola a ser copia de historia y pueblos extraños.
Nobles son, pues, tus musas: patria, verdad, amores. ¿Quién no te ha dicho que
tus versos susurran, ruedan, gimen, rumorean? No hay en ti fingidos vuelos,
imágenes altisonantes, que mientras más luchan por alzarse de la tierra, más
arrastran por ellas sus alas de plomo. No hay en ti las estériles prepotencias de
lenguaje, exuberante vegetación vacía de fruto, matizada apenas por solitaria y,
entre las hojas, apagada flor. En un jardín, tus versos serían violetas. En un
bosque, madreselvas. No son renglones que se suceden: son ondas de flores.
Tú eres honrado, crees en la vida futura: tienes en tu casa un coro de ángeles;
vuelas cada verano para llevarles su provisión de cada invierno. Tú naciste con la
ira a la espalda, el amor en el corazón, y 1os versos en los labios. ¿A qué decirte
más? Deja que otros te lo digan mejor.
En tanto, está contento, porque has sabido ser en estos días de conflictos internos,
de vacilaciones apóstatas, de graves sacrificios, y tremendas penas, poeta del
hogar, poeta de la amistad, poeta de la patria54.
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Costa Rica: EUNED.
44. Valdés, García, F. (2008). Martí y el conflicto de razas. Revista Cubana de Ciencias
Sociales. La Habana. 2008. Nro. 38/39. pp. 137-150.
45. Valembois, V. (2008) Escritores latinoamericanos. Estudio y comentarios. San José,
Costa Rica: Escritores latinoamericanos (leo-pienso-opino). Promesa.
1
Revista Cuartillas, 28 de mayo de 1894.
El Heraldo de Costa Rica, No. 726, 1° de julio de 1894.
3
La Revista. No. 257, 3 de marzo de 1900.
4
Quesada, 1995, p. 97.
5
El Heraldo de Costa Rica, No. 720, 24 de junio de 1894.
6
El Heraldo de Costa Rica, No. 720, 24 de junio de 1894.
7
El Heraldo de Costa Rica, No. 720, 24 de junio de 1894.
8
Estudios como los de Ovares et al (1993: 128-41), Barrantes (1997: 167-89), Rojas y Ovares (1995: 32-5) y Quesada
(1998: 37-9); cf. Sánchez, 2003, p. 104.
9
Sánchez, 2003, p. 104.
10
Este tema es más ampliamente abordado en el artículo de Alexánder Sánchez (2003) El Modernismo contra la
Nación. La polémica literaria de 1894 en Costa Rica.
11
Sobre este tema volveremos con posterioridad cuando analicemos la posición martiana acerca de la polémica.
12
Picado, Clorito, «Nuestra sangre se ennegrece dice el Dr. don Clodomiro Picado». Obras completas, t. VI (Cartago,
Editorial Tecnológica de Costa Rica, 1988), p. 299.
13
Fernández Guardia, Ricardo, Costa Rica en el siglo XIX. Antología de viajeros, 4. Edición (San José, Editorial
Universitaria Centroamericana, 1982), p. 113.
14
Masferrer, Alberto, «En Costa Rica». Hombres, ciudades y paisajes, t. II (San Salvador, Universidad Autónoma de El
Salvador, 1949), pp. 283-284.
15
Martí, J. (2010). Nuestra América. (Edición Crítica Cintio Vitier). La Habana, Cuba: CEM., p.1.
16
Martín, Ernesto, «La democracia en Costa Rica». El Foro, 15 de febrero de 1912, p. 331.
17
Fernández Retamar, R. (21 de enero de 2013). «¿Tú casarías tu hija con un negro?» Martí antirracista Ética, ciencia
verdadera y liberación en un pensamiento ejemplarmente antirracista.
18
Valdés, García, F. (2008). Martí y el conflicto de razas. Revista Cubana de Ciencias Sociales. La Habana. 2008. Nro.
38/39. pp. 137-150.
2
24
UCR
Cátedra José Martí, Universidad de Costa Rica, Sede del Pacífico
19
Cf. Esteban, A. (2006). Literatura cubana. Entre el viejo y el mar. Granada, España: Editorial Renacimiento. pp. 8384; cf. Cf. Larraín (2000) p. 73.
20
Hume, D. «Of Natural Characters» en Essays: moral political and literary, eds. T.H. Green and T.H. Grose (Londres,
Longmans, Green and Co., 1875), Tomo. I, p.252. En Larraín, J. (2000). Modernidad razón e identidad en América
Latina. Santiago, Chile: Editorial Andrés Bello.; cf. Hume, D. (1987). Of Natural Characters. Part I, Essay XXI
(I.XXI.20). Indianapolis: Liberty Fund Inc. Library of Economics and Liberty.)
21
G.W. F. Hegel, Lectures on the Philosophy of World History (Cambridge, Cambridge University Press, 1986) pp.162171. En Larraín, op. cit., p. 63.; cf. Hegel, G.W.F. (2001). The Philosophy of History. Ontario, Canada: Batoche Books,
pp. 98-107, 364.
22
K. Marx, carta a F. Engels 2 de diciembre de 1854, en K. Marx, Materiales para la Historia de América Latina
(México, Cuadernos de Pasado y Presente, 1980), pp. 203-204. En Larraín, loc. cit., pp. 64-65; cf. Marx, K.; Engels, F.
(1972). Materiales para la Historia de América Latina. Córdoba, Argentina: Cuadernos de Pasado y Presente. pp. 203204.
23
Sarmiento, D. (1999). Facundo. Editado por elaleph.com. p. 36.
24
Ingenieros, J. (s.f.). El Hombre mediocre. Editado por elaleph.com. p. 39.
25
Rodó, J. E. (s.f.). Ariel (ed. Jeannette Sánchez Lollet). Recuperado desde
http://www.analitica.com/bitblio/rodo/ariel.asp.
26
El Heraldo de Costa Rica, No. 720, 24 de junio de 1894.
27
Muladar: lugar o sitio donde se echa el estiércol o la basura de las casas.
28
Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de la poesía hispanoamericana, t. II, p. 117. En Moraña, op. cit., p. 12.
29
Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de la poesía hispanoamericana, t. II, p. 117. En Moraña, op. cit., p. 12.
30
Cf. Rodríguez, 1998-1999, p. 74.
Martí, Obras completas, Vol. XI, Escenas Norteamericanas, Nueva York, setiembre 10 de 1886, p. 72.
32
Martí, Obras Completas. Tomo II. Mi Raza, De Patria, Nueva York, 16 de abril de 1893, p. 298; cf. Roig de
Leuchsenring, 1983, pp. 92-96.
33
Martí, Obras completas, Vol. VII, La Pampa, El Sudamericano, Buenos Aires, 20 de mayo de 1890, p. 371.
34
Esteban, 2006, pp. 83-84.
35
Martí, J. (2011). Nuestra América (Edición Crítica Cintio Vitier). La Habana, Cuba: CEM., p. 6.
36
Martí, J. (2011). Nuestra América (Edición Crítica Cintio Vitier). La Habana, Cuba: CEM., p. 3.
37
Martí, J. Obras Completas. Tomo XXI. Cuadernos de Apuntes No. 5. p. 164.
38
El Heraldo de Costa Rica, No. 720, 24 de junio de 1894.
39
Álvarez, 2005, p. 117.
40
Ortega, H. (2008) José Martí Pérez Versos Sencillos. San José, Costa Rica: Promesa, pp. 9-15. En Valembois, V.
(2008) Escritores latinoamericanos. Estudio y comentarios. San José, Costa Rica: Escritores latinoamericanos (leopienso-opino). Promesa.
41
Álvarez, 2005, pp. 117-118.
42
Quesada, 1995, p. 100.
43
Sánchez, 2003, p. 104.
44
Martí, J. Obras Completas, Tomo VI. Escenas mexicanas. Teatro mexicano, mayo 1875, pp. 199-200.
45
Sánchez, 2003, p. 104.
46
Chaves 1970: 112. En Sánchez, 2003, p. 110.
47
Sánchez, 2003, p. 110.
48
El Heraldo de Costa Rica, 1° de julio del 1894.
49
Segura, 1995, p. 35. En Sánchez, 2003, p. 111.
50
El resaltado es propio del autor original del texto.
51
Alvarado, 2011, p. 15.
52
Martí, Obras Completas, Vol. V, El Liceo de Hidalgo, pp. 199-200.
53
Paráfrasis de la frase de Martí «No hay letras, que son expresión, hasta que no hay esencia que expresar en ellas. Ni
habrá literatura hispanoamericana, hasta que no haya –Hispanoamérica» (Martí, J. Obras Completas. Tomo XXI.
Cuadernos de Apuntes No. 5. p. 164).
54
Martí, Obras Completas, Vol. V, A José Joaquín Palma, pp. 95-96.
31
25
UCR
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