Un Cristo doméstico - Lo esencial es invisible a los ojos

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Un Cristo doméstico - Lo esencial es invisible a los ojos
Jesús se puso a enseñar en el Templo y preguntaba: "¿Cómo pueden
decir los escribas que el Mesías es hijo de David?. El mismo David ha
dicho, movido por el Espíritu Santo: “Dijo el Señor a mi Señor: “
Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus
pies”.
Si el mismo David lo llama ‘Señor’, ¿cómo puede ser hijo
suyo?". La multitud escuchaba a Jesús con agrado.
Marcos 12, 35-37
Un Cristo doméstico
Los letrados del tiempo de Jesús se negaban a creer que en el Hijo del
carpintero estuviera haciéndose presente el Hijo de Dios, el Mesías.
La tradición afirmaba que el Mesías era promesa de Dios a David en uno
de sus descendientes. Ante la negativa de ver en la simpleza de la
carne de Jesús al mismo el Mesías, el Señor los confronta con su
tradición. En el fondo, los está abriendo a reconocer en el Hijo de
María al mismo Cristo, al Prometido. Sí, el Mesías nacería como uno
más del pueblo, descendiendo de David,
Es que tanto allá como en estos tiempos, esperamos la manifestación de
Dios de manera grandiosa. Y a nosotros, como a Elías, se nos presenta
en una brisa suave; como a los pastores, envuelto en pañales; como a
los discípulos de Emaús, como un peregrino más; como a los discípulos
a la orilla del lago, como un pescador. Jesús está presente como el
Mesías en apariencias sencillas. Ha venido como un pescador, a poner
su tienda entre las personas, a hacerse presente en los
acontecimientos de la vida cotidiana. Por eso lo llamamos “pan nuestro
de cada día”, como lo más doméstico, lo más casero. Para convertirnos
somos llamados justamente a esto: a domesticarnos.
¿Qué significa domesticarse? Sencillamente significa crear vínculos,
generar lazos nuevos, que nos permitan estar en cordialidad vincular
con todo lo que rodea a nuestra existencia.
En El Principito aparece, en el capítulo 21, ese diálogo maravilloso
entre el zorro y el principito en torno a esto de domesticarse:
– ¿Qué significa "domesticar"? – pregunta el principito.
– Los hombres – dijo el zorro – tienen fusiles y cazan. ¡Es bien
molesto! También crían gallinas. Es su único interés. ¿Buscas
gallinas?
– No – dijo el principito. – Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"
?
– Es algo demasiado olvidado – dijo el zorro. – Significa "crear
lazos…"
– ¿Crear lazos ?
– Claro – dijo el zorro. – Todavía no eres para mí más que un niño
parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me
necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil
zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad uno del otro. Tú
serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo…
Para no equivocarnos como lo hicieron aquellos escribas y fariseos en
el tiempo de Jesús y no terminaban de entender que en el Hijo de María
está escondido el mismo Mesías. Para comprender el Evangelio de Cristo
necesitamos mirar lejos, con los ojos puestos bien cerca. Necesitamos
mirar en lo profundo, aprendiendo a ver en lo sencillo.
Necesitamos domesticarnos, aprender a crear lazos hasta que el Señor,
en medio de nuestros vínculos fraternos, sea lo más importante en el
mundo.
Un proceso de conversión, domesticándonos. Un Cristo doméstico, muy
nuestro, muy cercano, como el pan casero, como la cosa nuestra de cada
día.
¿En qué cosas domésticas, simples, cotidianas encontrás a Jesús?
¿Dónde decís es como el mate, bien cercano, como la comida del domingo
en familia, es como el sol del domingo, es como el encuentro con el
hermano en el café, es como el disfrutar de la presencia de una buena
música?
Al Padre le pedimos que nos dé hoy el pan nuestro de cada día, a este
Cristo cercano, doméstico. Y reconocemos que nos lo ha dado antes, es
un Dios que siempre permanece fiel, cercano, amigo, compañero del
camino. Queremos redescubrirlo, como en la brisa suave, como un
peregrino, o también como aparece en el Evangelio, envuelto en
pañales, así de simple y sencillo es Jesús.
Y en tu vida, ¿cuánto de cercano te resulta?
Domesticar es crear lazos, es recrear vínculos. Cuando hablamos de la
doméstica presencia del Señor en medio de nosotros, hablamos de estos
lugares donde nos resulta tan familiar que decimos es nuestro.
¿En qué lugares de tu vida aparece así Jesús, tan tuyo, tan cercano,
tan para compartir con otros?
Los paisanos de Jesús no pueden comprender que sea el mismo Señor el
Mesías, el Cristo, el Prometido, el que estaba entre ellos. ¿Acaso no
es éste el hijo del carpintero? ¿Sus hermanos, sus parientes, no viven
junto a nosotros? ¿De dónde saca todo esto? ¿De dónde le viene toda
esta autoridad? Son las preguntas que despierta la acción prodigiosa
de Jesús en medio de ellos, la presencia sorprendente del Señor que,
en lo escondido, en lo simple, va mostrando este costado lleno de vida
con el que se acerca el pan nuestro de cada día.
Lo esencial es invisible a los ojos
El principito habla con el zorro que ha domesticado, de quien se ha
hecho amigo. Pero ha llegado la hora de marcharse. El zorro le ha
prometido que le revelará un secreto antes de que se vaya:
– Ve y visita nuevamente a las rosas. Comprenderás que la tuya es
única en el mundo. Y cuando regreses a decirme adiós, te regalaré un
secreto.
El principito fue a ver nuevamente a las rosas:
– Ustedes no son de ningún modo parecidas a mi rosa, ustedes no son
nada aún – les dijo. – Nadie las ha domesticado y ustedes no han
domesticado a nadie. Ustedes son como era mi zorro. No era más que un
zorro parecido a cien mil otros. Pero me hice amigo de él, y ahora es
único en el mundo.
Y las rosas estaban muy incómodas.
– Ustedes son bellas, pero están vacías – agregó. – No se puede morir
por ustedes. Seguramente, cualquiera que pase creería que mi rosa se
les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes, puesto
que es ella a quien he regado. Puesto que es ella a quien abrigué bajo
el globo. Puesto que es ella a quien protegí con la pantalla. Puesto
que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres para las
mariposas). Puesto que es ella a quien escuché quejarse, o alabarse, o
incluso a veces callarse. Puesto que es mi rosa.
Y el principito volvió con el zorro:
– Adiós – dijo…
– Adiós – dijo el zorro. – Aquí está mi secreto. Es muy simple: sólo
se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
– Lo esencial es invisible a los ojos – repitió el principito a fin de
recordarlo.
– Es el tiempo que has perdido en tu rosa lo que hace a tu rosa tan
importante.
– Es el tiempo que he perdido en mi rosa… – dijo el principito a fin
de recordarlo.
– Los hombres han olvidado esta verdad – dijo el zorro. – Pero tú no
debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has
domesticado. Eres responsable de tu rosa…
– Soy responsable de mi rosa… – repitió el principito a fin de
recordarlo.
Así les pasaba a los paisanos de Jesús: en su tiempo estaban frente al
mismo Mesías y no podían darse cuenta de que era Él. Algo nublaba su
mirada. Era tal vez la poca cordialidad que tenían con la experiencia
del Dios de lo simple, de lo sencillo. No estaban domesticados para
ello, y por eso lo esencial les resultaba incomprensible. No había
lugar en el corazón para esa experiencia de amor de Jesús, el hjo de
David, como verdadero Hijo de Dios.
No sea que nos pase lo mismo y nosotros, expectantes a la
manifestación de Dios, terminemos por entender que vino de una manera
estruendosa, maravillosa, estrepitosa, y nos olvidemos de que es
justamente en el que nos pueda domesticar y lo podamos domesticar, en
el que nos podamos encontrar familiarmente como la gran verdad que
revela los misterios de la vida donde se esconden los secretos más
importantes que resultan invisibles a los ojos donde viene
verdaderamente el Dios al que esperamos. Esperamos y así lo anhela el
corazón humano. Un Dios cercano, hermano, compañero de camino y al
mismo tiempo el que nos abre a un nuevo horizonte.
La presencia cercana de Jesús, lejos de cerrarnos en nosotros mismos,
nos abre a compartirlo con los demás. Cuando el encuentro con Jesús es
verdadero, nos saca del encierro y nos pone directamente en tarea de
misión. Por eso distinguimos entre esa presencia íntima y el
intimismo. La presencia íntima abre a la intimidad con otros. Abre. El
intimismo encierra. Atención con los intimismos que encierran, que lo
cotidiano no se transforme en intimismo, porque el intimismo no tiene
que ver con la presencia transformante que Jesús regala a los que
caminamos junto a Él. La presencia de Jesús que nos hermana y que es
cercana nos abre a compartirlo a este mismo Jesús con otros.
Padre Javier Soteras
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